Oct 032013
 

Casimiro González Conejo.

Sin lugar a dudas, son Núñez e Balboa y Hernando de Soto los dos hijos de más renombre, gloria y fama universal que haya dado a la luz ciudad de Jerez de los Caballeros; pues por sus irrepetibles gestas traspasaron los reducidos límites de lo estrictamente local para entrar en los más amplios de la general historia de la humanidad.

Es lógico que por tan reconocida y justa notoriedad los dos tengan una amplísima bibliografía -desde sus cronistas coetáneos hasta los más ac­tuales tratadistas- y que por ello sus vidas sean conocidas; hasta en los más mínimos detalles y coyunturas, lo que nos releva de intentar ofrecer aquí unas biografías exhaustivas que no encajarían en el marco que per­sigue este tratado, como es el de ofrecer unos bosquejos breves, pero documentados, de aquellas personas que, ya por su nacimiento, ya por su identificación con nuestra ciudad, son tenidas por jerezanos.

Es también natural que estas vidas notables, con tantas repercusiones en el ámbito general de la Historia, susciten enfoques muy diversos, según criterios y posturas de sus diferentes tratadistas; polémicas y con­tradicciones que agigantan o achican la figura y la alejan del juicio e­cuánime que merece todo lo que debe ser una estricta verdad libre de bastardías y apasionamientos.

Pero las disparidades y controversias se agudizan cuando, en base a di­ferentes o confusas fuentes, nada documentadas o probatorias, se intenta determinar origen o cuna, pues que cada cual pretende -por honor y gloria, abogarse para sí.

Algo así ocurre con nuestras dos señeras figuras, particularmente con la de Soto, que ahora vamos a tratar. He aquí que sin perjuicio de esbozar algunos de los hechos más sobresalientes de su vida -sobre la que­ remitimos a su copiosa bibliografía- pongamos gran interés en honor de la verdad y el rigor histórico, en disipar errores y deshacer entuertos; que durante mucho tiempo sembraron duda y confusión sobre la naturale­za jerezana del Paladín de la Florida.

Nada más lejos que pretender herir suceptibilidades o suscitar polémi­cas; y menos aún sobre ese pintoresco pueblo de Barcarrota, al que grati­tud se le debe por haber sabido honrar su memoria erigiendo una esta­tua en su honor al considerarlo como hijo.

El tema en cuestión fue punto de oscuras opiniones y debates hasta su indubitable y contundente esclarecimiento por mi, lamentablemente desaparecido, amigo don Miguel Muñoz e San Pedro, conde de Canilleros, vinculado a Jerez de los Caballeros por raíces y títulos.

Ya en 1929, don Antonio del Solar y el Marqués de Ciadoncha, en Badajoz (Ed. Arqueros), sacaba a la luz un volumen -segundo de la serie “Extremadura en América”- intitulado, «El Adelantado Hernando de Soto”, con esta significativa dedicatoria: «A la muy Noble y Leal ciudad de Jerez de los Caballeros, cuna del Adelantado Hernando de Soto. Los autores”. En el citado libro, y en su página 38 y siguiente, dicen: “… la prueba en favor de Jerez de los Caballeros la estimamos más sólida. Diez fueron los testigos que bajo juramento, depusieron ante el cura Juan Mexía en el aludido expediente (se refiere al de ingreso en la Orden de Santiago): Her­nando de León, Suero Vázquez de Moscoso, Hernando de Morales, Álvaro Romo, Hernando Romo, Alonso González, Ruy Sánchez-Arjona, Alonso Romo y Alonso Medina (aclaramos que, aunque dicen diez, fueron sólo los nueve que se citan).

Pues bien, leyendo lo que estos declararon, se sabe que los padres del A­delantado, después de su casamiento, residieron en Jerez, de donde procedían los Méndez de Soto; y en la declaración de Suero Vázquez de Moscoso, regidor y persona de verdadera significación en Badajoz, terminantemente se afirma que en Jerez nació don Hernando. Y en esa población fue donde en su testamento hizo las fundaciones que su espíritu cristiano y su cora­zón caritativo le indujo a instituir. Nuestra opinión es que vino al mun­do en Jerez».

Una cita, de pasada y sin raíces documentales en que sustentarse del Inca Garcilaso, al que siguieron después Antonio de Herrera, Solano de Figueroa, Luis de Villanueva y algunos otros, con mejor voluntad que rigor históri­co, introdujo cierto confusionismo sobre el lugar de nacimiento de Hernando Méndez de Soto.

Cabe al Sr. Conde de Canilleros el honor de haber esclarecido este oscu­ro punto… En principio al dar a la 1uz (en dos ediciones: Buenos Aires, 1952 y Madrid, 1954) vertida del portugués a nuestra lengua, la «Relación del Fidalgo de Elvas», compañero y testigo directo de la acción de Fernando en Florida; más fidedigno, por tanto, que el Inca que, al escribir su «Historia de la Florida», lo hiciera cuarenta y cinco años después de la muer­te de Soto y «por referencias» de un extraño informador, como é1 mismo confiesa.

Y después en su magistral conferencia dictada el 14 de diciembre del a­ño 1967 en el salón de actos del entonces Instituto Laboral (hoy de For­mación Profesional) de Jerez de los caballeros, en la que entre otras co­sas y sustanciosas aportaciones, al referirse a este punto del Inca, Garcilaso dijo: «Sin embargo, como durante siglos no se reparó en otra afirmación opuesta, ni nadie hizo investigaciones sobre el asunto, se fue dando por cierta la errónea noticia que unos copiaron de otros y que tuvo la que podríamos llamar su consagración oficial en el pasado siglo».

Y más adelante, de una manera contundente -en esta conferencia, que editó el Excmo. Ayuntamiento de Jerez- desvelando documentos hasta entonces inéditos, aportó dos pruebas testificables irrebatibles rotundas y definitivas que rara vez dejan esclarecida una verdad histórica de tan capital importancia.

Una: la información de servicios de López Vélez, instruida en Sevilla el 30 de mayo de 1536 -vuelto Hernando a España para concertar con la Corona la conquista de la Florida (30-IV-1537) y su matrimonio en Valladolid con Doña Isabel de Bobadilla, hija de Pedrarias, en la que comparece como testigo y que él mismo firma como «natural de la Ciudad de Xerez cerca de Badajoz» (Archivo de Indias, Patronato Rea1 núm. 93, ramo 1º, núm 6, fol. 10. Y la otra, la cita que hace Pedro Barrantes Maldonado, hermano de San Pedro de Alcántara, en un manuscrito que se conserva en la Bibliote­ca Nacional (Sección Manuscritos, Gallangos, l7, 996).

Con estas convincentes aportaciones del ilustre investigador y académico, don Miguel Muñoz de San Pedro, queda bien sentado el origen jerezano de Hernando Méndez de Soto.

Y agregamos el linaje de Soto (o Sotomayor), con amplísimas y copiosas en los archivos parroquiales de Jerez de los Caballeros, tuvo su origen, en las tierras burgalesas de la Merinidad de la Bureba, desde donde alguna rama pasó a la provincia de Santander (Valle de Sola y Escobedo), y o­tras a la de Asturias y Galicia, de cuyo lugar vinieron a Extremadura cuando los reyes leoneses repoblaron estas tierras, a raíz de su recon­quista.

Los señores Del Solar y Rújula ofrecen una amplia genealogía de este linaje, y citan algunos prohombres de esta hidalga familia cuya nobleza fue probada muchas veces en los Reales Consejos y Cancillerías, gozando de, notables exenciones y privilegios como corresponde a su noble estado y calidad.

El padre del Adelantado, Francisco Méndez Soto, que era natural de Je­rez, casó con doña Leonor Arias Tinoco, nacida en Badajoz y perteneciente a una ilustre familia con antecedentes lusitanos por su patronímico Tinoco, oriundo de Portugal y que figura con limpias ejecutorias en los hábi­tos de las Órdenes Militares del vecino país, del que pasaron a Extrema­dura algunos de sus miembros, acomodándose en estas tierras donde ganaron honra y mercedes.

Hernando nació sobre el 1500, pero no existe partida de bautismo por­que los libros parroquiales dan comienzo algunos años después. Pero, según las predilecciones apuntadas en su testamento, fija como lugar de su e­terno descanso, la capilla de la Inmaculada de la Parroquia de San Miguel lo que induce a pensar que fuera tal iglesia el lugar de su bautizo.

Tuvo Hernando otro hermano, mayor que él, Juan Méndez de Soto, y dos hermanas, Catalina y María de Soto.

Casó en Valladolid con una hija de Pedro Arias Dávila (Pedrarias) y de su mujer, doña Isabel de Bobadilla; también de nombre Isabel, y hermana de doña María, que había contraído matrimonio, por poderes, con su paisano Vasco Núñez de Balboa; esponsales que emparentaban a ambos Adelantados, creando un vínculo que paralelamente les ligaba aún más, no sólo por su cuna sino por su vocación aventurera, sus dotes de mando y caudillaje y la magnitud de sus gestas y bien ganados títulos. El emperador Carlos V compensó sus servicios con los de Gobernador de Cuba, Adelantado y Marqués de la Florida.

Como ya quedó apuntado, abocetamos ahora algunos datos sobre la vida de de Hernando y para ello consideramos oportuno transcribir los contenidos en mi libro «Jerez de los Caballeros» (Fher, Bilbao, 1874) a los cuales se agregarán algunas notas explicativas y de interés.

«Fue otro gran paladín de la conquista de la Tierra Firme americana; vio la luz en Jerez de los Caballeros en el año 1500, en el solar de los Mén­dez de Soto, familia de rancia estirpe castellana que se estableció en esta ciudad a mediados del siglo XV, y ofrece una amplia y abundante genea­logía en los archivos locales. Muy joven aún (17 años), cruzó el Atlántico en la expedición de Pedrarias hacia Daríen. Desde la región del istmo panameño pasó al Perú, llamado por Pizarro a quien acompañó en la conquista del imperio Inca, y fue el primer español que se entrevistó con el emperador Atahualpa.

Tuvo destacadísima actuación en los acontecimientos de Cajamarca, en cu­ya acción mandó parte de la caballería, donde no sólo confirmó su fama de diestrísimo jinete, sino que se destacó como excelente caudillo.

Fue contrario a la prisión y muerte del emperador inca, llevada a cabo durante su ausencia, cosa que recriminó con dureza a Pizarro, intervino en la conquista de Cuzco, en la que siempre ocupó la vanguardia, llegando a ser su Corregidor durante algún tiempo. Estas ocupaciones le proporcionaron píngües riquezas, volviendo a España en 1535.

Dos años más tarde casó en Segovia con doña Isabel de Bobadilla, hija de Pedrarias Dávila, hermana por tanto de doña María, que casó por poderes, con Vasco Núñez, por lo que emparentaban estos dos héroes que habían tenido la misma cuna y un mismo malogrado fin.

Su carácter audaz y de quiméricos ensueños se exaltaron con los rela­tos de Cabeza de Vaca sobre las fabulosas tierras de América del Norte y, deseando emular a Pizarro en su hazaña incaica, concibió la empresa de la Florida. Y el 20 de abril de 1537 pactó las capitulaciones con la Corona para la expedición que tomaría a sus expensas y en la que invirtió más de cien mil ducados, perdiendo la vida cuando sólo contaba 42 años (25 de mayo de 1542), en las riberas del Mississippi, cuyo lecho le sir­vió de sepultura, contrariando -caprichos del destino- su disposición testamentaria de ser enterrado juntamente con las cenizas de su madre, en la Capilla de la Concepción de la Parroquia de San Miguel de su ciudad natal.

Nombrado Adelantado, Gobernador de Cuba y Marqués de la Florida, con un territorio a conquistar de más de doscientas leguas de extensión, se dispuso a emprender el viaje, con siete navíos, tres bergantines y unos seiscientos hombres armados; saliendo de Sanlúcar de Barrameda el 6 de abril de 1538. Organizada en Cuba su hueste, donde quedó a doña Isabel como gobernadora, partió de la Habana el 18 de mayo de 1539, rumbo a la Florida y arribó a la bahía del Espíritu Santo el 25 del mismo mes y año.

La expedición de Soto, una de las más pertrechadas y mejor organizadas de las que partieron para América, había de ser, por espacio de tres a­ños,»una marcha desesperada tras áureos e imaginarios fantasmas, a tra­vés de paisajes desconocidos, sin objeto fijo, en lucha incesante con tribus invariablemente hostiles, sin conseguir las soñadas e inexistentes riquezas, errante por las llanuras del sur de los Estados Unidos, empre­sa inútil en sus objetivos, de gran interés geográfico y que puso de re­lieve el heroísmo, la audacia, la incansable e inflexible tenacidad de Soto y de sus hombres, su sufrimiento y resistencia ante el hambre, la miseria, la pelea continua, los obstáculos del suelo y clima, factores todos que la colocan entre las más desgraciadas, pero también la más sorprendente, en cuanto a valor y energía de la época de los descubrimientos”[1].

Es curioso el paralelismo existente entre las vidas de estos dos gran­des Adelantados que, nacidos en una misma cuna e impulsados por idénticos fines y empeños, dotados de extraordinarias dotes de mando, valor y heroísmo; ligados por un mismo vínculo familiar, tuvieran como remate común un final tan glorioso en dos gestas de tan imperecedera memoria que los confina en la cima más destacada de la epopeya española en América. Dos fi­guras gigantes que aún no están reivindicadas en sus justas dimensiones”.

 

 

ADENDA

 

Lástima que rectores de Jerez no supieran -o no quisieran- a­provechar la oportunidad que se les ofreció de tener para Jerez, una estatua ecuestre de este Adelantado (hoy en Badajoz) de cuyo original es autor mi ya desaparecido, predilecto amigo, don Enrique Pérez Comendador, que la realizó en Roma siendo a la sazón Director de la Academia Española ­de Bellas Artes en la Ciudad Eterna, por encargo de la asociación ameri­cana de «Los Caballeros de Bradenton» (que ya aceptan la naturaleza jerezana de Soto) en la Florida, y de cuyos bocetos en barro conservan, como reliquia, varias fotografías dedicadas por el eximio escultor extremeño.

Recuerdo con pena esta desdichada gestión, malograda por incomprensiones y absurdas posturas; proyecto en el que yo puse todo mi interés y entusiasmo y de lo que, como testimonio de excepción, conservo una entrañable y copiosa relación epistolar, como así mismo el regusto de varias de sus amables y amenas visitas, en una de las cuales nos hizo, en favor de Je­rez, el pertinente informe académico, preceptivo para su declaración de Conjunto Artístico Monumental.

Y remato este agregado con unas palabras suyas que me escribía desde Florida (19-III-72), cuando inauguraba la estatua erigida en Bradenton: “Vea, querido amigo –sobre el dorso de una postal- cómo honran aquí a Hernando de Soto y a España. Este y otros murales cuentan su historia en la Florida; la bandera española ondea en toda la ciudad. Es conmovedor la fidelidad y cariño de estas gentes para el legado hispánico. Mi estatua ha tenido un enorme éxito. Todos me lo manifiestan con palabras, abrazos, besos y aplausos en cada ceremonia, banquete o cocktails, que se suceden dos otre veces cada día durante 9. Es como un sueño ¿Cómo iba a pensar Hernan­do que aquí le iban a honrar mil veces más que en su Tierra?

Nos detendremos en Nueva York y hacia el 23, deteniéndonos también en Ma­drid y París, regresamos a Roma a primeros de Abril. -Y sigue al dorso de otra postal- Este es el Hernando de Soto de este año, Grandote, infantil y simpático, orgulloso de su papel por un año, habla español.

Esta conmemoración anual del desembarco de Hernando de Soto en estas tierras es una cosa importante, extraordinaria, que valdría la pena que en España, al menos en Extremadura, se conociera bien y se correspondiera y estimularé y aun se imitara. Afectuosos saludos. Un abrazo, E. P. Comendador».

 

No necesitan comentarios estas palabras, pero hay que añadir que no sólo en Florida honran así a nuestro Hernando, sino que para todos los norteamericanos forma parte de la historia de los Estados Unidos y lo tienen encumbrado a la categoría de sus héroes nacionales, y sus hazañas y muerte la han perpetuado, a través de los pinceles del italiano Constantino Brudidi, en el friso de la rotonda del Capitolio de Washington. (Debo a la cortesía de mi buen amigo, el arquitecto mexicano Ernesto Aguilar Coronado, amplia información sobre este tema y bastantes fotografías que me hiciera ex-profeso en el interior del Capitolio americano donde también, entre las de otros personajes del Descubrimiento -Isabel la Católica, Colón, etc.- se halla una escultura de Vasco Núñez de Balvoa).

 

 

APEPIDICE

 

En el cuerpo de este capítulo, más que en los hechos del biografiado, hemos puesto más énfasis en aportar todas las pruebas de rigor histórico necesaria para establecer, sin dudas de ningún género, la contundente verdad y certeza sobre el lugar de nacimiento de Hernando de Soto, y tratar de deshacer con ello un grave error que, arrancando de fuentes imprecisas, ha venido rodando para sembrar confusionismos, y polémicas sin ba­se de sustentación que hasta ahora nadie se había tomado la molestia de rebatir y detener con la fuerza de una aportación documental exhaustiva, cierta y de todo rigor.

Para mayor abundancia, y por considerarlo de peso -más aun porque de a­quí partió el error- sumamos con este apéndice el testimonio que nos o­frece la profesora Sylvia Lyn Hilton en su edición, introducción y notas a la obra “La Florida del Ynca», de Garcilaso de la Vega, (Edición facsí­mil de la aparecida en Lisboa en 1605, y publicada por Fundación Univer­sitaria Española. Madrid, 1982).

Entresacamos estas notas: «La Florida del Inca, ha sido y es una obra polémica entre historiadores, aunque siempre muy apreciada por haber sido escrita por el primer americano nativo que publicó obras sobre el descubrimiento y conquista de las Indias por los españoles, así como por su belleza literaria.

Sin embargo esa misma belleza literaria de «La Florida del Inca», habi­tualmente considerada como la más poética de las obras de Garcilaso, y caracterizada como una «Araucana en prosa», ha suscitado grandes dudas sobre su valor como fuente histórica fidedigna. Entre otros muchos críticos destaca por su eminencia Marcelino Menéndez Pelayo, quien sostuvo que Garcilaso era ante todo un escritor literario, cuyos relatos relejaba una credulidad que no hacía sino deformar los hechos reales.

También se señala la lejanía cronológica entre los hechos mismos (1539-­43) y la publicación de su «Historia» (1605); y se entresacan todos los errores que se puedan comprobar mediante otras fuentes documentales como, por ejemplo, el lugar natal de Soto, en la suposición de que, algunos errores comprobados invalidan toda la obra; se sugiere que los escritos de Carmona y Coles, los cuales no se conservan hoy, pudieran se invenciones de Garcilaso, de acuerdo con una conocida y bastante utilizada treta literaria; y, por último, se subraya la escasez o confusión de datos cronológicos y topográficos que permitan dar un veredicto definitivo sobre la exactitud del relato.

«Algunos críticos han intentado poner a salvo la sinceridad y rectitud de Garcilaso, dejándole en un simple crédulo, echando la responsabilidad por las exageraciones y errores de la «Historia» a la senilidad enferma  y romántica nostalgia de su principal fuente de información, Gonzalo de­ Silvestre.

Por otra parte, Silvestre le dio a Garcilaso los nombres de ciento veinte expedicionarios, comparado con sólo sesenta y nueve recordados. Con­juntamente por Rangel, el Hidalgo de Elvas y Hernández de Viedma, y de ellos muchos han sido comprobados como verídicos mediante otras fuentes fidedignas.

La buena fe de Garcilaso en la composición de «La Florida» viene apoyada también por su utilización de otras fuentes de información a su alcance.

En definitiva, estamos ante una bellísima obra, cuyo innegable valor literario viene realzado por la circunstancia de que es una versión esencialmente verídica de la grandiosa expedición al sureste de Norteamérica que fue capitaneada por Hernando de Soto, y por lo tanto es una de las fuentes principales para el conocimiento de esta historia, a pesar de sus inconvenientes de utilización”.

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[1] (R.E «Diccionario de Historia España», Revista de Occidente, Madrid, 1952).

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