May 222016
 

Teodoro Martín Martín.

(Catedrático y A. Correspondiente de la Real Academia de la Historia)

 

Introducción

 

Dentro del proyecto de estudio que llevo a cabo y que pretende catalogar los espacios ajardinados construidos por la nobleza en el oeste de España a lo largo de la Historia se hallan estos dos ejemplos, existentes en esta comarca cacereña. Se trata de los jardines de Pasarón y Jarandilla de la Vera.

En pleno siglo XVI, e imitando a la realeza, en la mayoría de los países europeos el estamento nobiliar decide construir mansiones campestres en las que manifestar su poderío y a la vez concentrarse en épocas de holganza o descanso. Surgen así estos castillos o palacios rurales en los que intentan emular las pautas establecidas por los poderosos y potentes señores italianos de aquel siglo.

Con más o menos éxito tratan de llevar a cabo en sus dominios aquello que estableció Palladio (1508-1580) sobre la arquitectura y su integración en el paisaje. Decía este célebre artista italiano en su libro Architectura: “Aunque es muy conveniente para un caballero tener una casa en la ciudad, donde no podrá dejar de ir alguna vez, ya porque tenga un cargo en el gobierno, o para atender sus asuntos particulares, de todas maneras su mayor rendimiento y placer se lo proporcionará su casa en el campo, donde gozará en ver la tierra aumentando su riqueza o ejercitándose en paseos a pie o a caballo y donde conservará su cuerpo fuerte y sano, y su mente reposará de la fatigas ciudadanas, ya quietamente, aplicándose al estudio, ya contemplando la Naturaleza”.

Con este exordio Andrea di Pietro trataba de justificar la casa de campo ideal que ejemplifica en Villa Rotonda, cerca de Vicenza. Sin pretender tanto la nobleza española, muy sometida a la influencia italiana, tratará de realizar otro tanto en algunas de sus posesiones. Es lo que pretendemos analizar en este trabajo, pero centrándonos sobre todo en los jardines que rodeaban o complementaban estas residencias nobiliares.

 

La Casa de los Manrique de Lara en Pasarón

 

  1. Fuentes consultadas

Lamentablemente no existen documentos manuscritos que nos hablen de la construcción y diseño del jardín que embellecía esta casa. Por ello nos hemos limitado consultar la bibliografía existente sobre la población o sobre la provincia de Cáceres. Merecen destacarse las siguientes obras:

-Sánchez Prieto José Antonio: Estudio de un municipio de la Vera. Pasarón de la Vera 1971.

-Velo y Nieto Gervasio, médico y Correspondiente de la Real Academia de la Historia, escribió para la revista Hidalguía, nº 10, mayo-junio de 1955 un artículo titulado Señores de Pasarón, páginas 361-380. Este complementaba lo que un año antes en 1954 había escrito para el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, 1-4º Trimestre, con una extensión de 14 páginas. Este último se llamaba El Solar de los Manrique de Lara en la Villa de Pasarón. Una síntesis de ambos la llevó a cabo con la edición en 1956 de su libro “Señores de Pasarón”. Colección Sierra de Gata. Madrid 1956. Consta de 92 páginas. Alguna referencia a nuestro tema plantea este autor en su trabajo “Castillos de Extremadura: Cáceres”, editado en Madrid en 1968.

-Inventario artístico de la Provincia de Cáceres. Ministerio de Cultura. Madrid 1989, tomo I, páginas 370-371.

-El Viaje de España de don Antonio Ponz y el informe que el párroco de Pasarón eleva a don Tomás López para su Interrogatorio no hablan para nada del palacio ni de los jardines que lo contorneaban. Tampoco hallamos datos en las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada de 1751.

-Herrero Leandro: El monje del Monasterio de Yuste. Editado por el Apostolado de la Prensa en Madrid en 1923.

-Ximénez de Sandoval Felipe: Romancillo de Pasarón. Diario ABC de Sevilla de 20 de abril de 1958, página 35.

Estas dos últimas obras hablan de los jardines pero de una forma fantaseada, eso sí dejando constancia desde la literatura de la existencia de jardines como complemento del palacio.

-El Catálogo Monumental de la Provincia de Cáceres de don José Ramón Mélida, publicado en Madrid en 1924, no hace referencia ni siquiera al palacio, mucho menos a los jardines que lo embellecían.

-El sistema SIGPAC, vía Internet, nos ha servido para complementar y perfilar datos de dimensiones y configuraciones topográficas del lugar en el que encuentra la edificación. La visita a pie tanto al palacio como a los jardines y huertas colindantes han sido básicas para hacernos una idea de cómo podría haber sido este espacio verde, construido en el siglo XVI. Este método de observación de campo es el que ha terminado de rematar nuestro trabajo.

 

  1. b) El palacio y sus señores

La villa de Pasarón se halla situada al norte de la provincia de Cáceres, dentro de la comarca natural de la Vera. A una altitud de 596 meros, se encuentra enmarcada por la garganta Redonda y el arroyo Godino, que desembocan en el río Tiétar. Su extensión superficial es de 38,45 kilómetros cuadrados.

Desde los tiempos de la Reconquista fue aldea dependiente de Plasencia, perteneciendo a su Comunidad de Villa y Tierra. Pronto, hacia 1331, se formó un señorío con la aldea de Torremenga, que Alfonso XI cedió a un hijo de los Infantes de la Cerda. Tras una serie de cambios de dominio en 1531 don Garci Fernández Manrique de Lara se convierte en Señor de Pasarón. Era a la vez tercer Conde de Osorno y Señor de Galisteo.

Garci Fernández, casado con María de Luna, estuvo al lado del Emperador en su coronación en Bolonia. “Su viaje a Italia contribuyó a que se aficionase por el Renacimiento italiano, tan en boga en aquel tiempo, y al regresar a la patria decidió dar comienzo a la casa palacio de Pasarón, residencia preferida por los descendientes de su hijo Alonso, progenitor de la segunda rama de los Manrique de Lara, que se perpetuó por varonía hasta mediados del siglo XVIII”[1].

El complejo residencial se empezó a construir en 1531. ”Se levanta en un altozano dominando el municipio. También pertenecen al palacio los bancales de regadío que le rodean por su parte posterior, en otro tiempo jardines”[2]. Estaba terminado hacia 1544.

“Está constituido por tres pisos, aunque por la fachada principal parece que solo tiene dos. Esta tiene tres cuerpos, con portada de cantería adintelada en el central. Dicha portada tiene encima el escudo de los señores de Pasarón y remata en una galería abalaustrada, con columnas de orden jónico, también adintelada… A la derecha de la portada existe una curiosa ventana con un antepecho de balaustres y dos columnas en las jambas.

Por encima del tejado se pueden admirar dos monumentales chimeneas, a las que hay que añadir las otras tres de que dispone el palacio. Todas ellas imitan formas fantásticas de castillos y son de de sabor manierista e italianizante.

En el lado sur, por donde el edificio tiene más altura dado el desnivel del terreno, con tres pisos, nos presenta una gran loggia, dividida en cuatro vanos adintelados con pilares cuadrangulares y cajeados, rematados en capitel con zapatas, que son del más puro estilo renacentista. Encima carga el entablamento decorado con cinco medallones de cabezas humanas de relieve…

En el ángulo noroeste del edificio, en la zona que se abre a los jardines, se superponen dos elegantes balcones de esquina, con parecidos capiteles, pilastras y zapatas a los del lado sur. A ellos se añaden unas interesantes gárgolas. También en la parte central de la fachada que da a los jardines hay una loggia de dos pisos…

En el interior, junto a la puerta principal y hacia la izquierda, se observa una noble escalera renacentista…Tiene el edificio grandes sótanos con bóveda de cañón que se destinan a bodegas y a otros servicios de la casa. Hay que destacar el salón llamado de los azulejos, que tiene un buen artesonado de madera, y la capilla, cubierta con una pequeña bóveda de crucería”[3].

Este palacio fue habitado en los meses veraniegos por los condes de Osorno según nos dice el padre Alonso Fernández en su obra sobre el obispado de Plasencia. El hecho de que siempre tuviera vida quizás influyó en su conservación a lo largo del tiempo. “En 1851, el último descendiente del señorío se lo vendió a Simón Sánchez, vecino de Pasarón y arrendatario del palacio y su huerta. Esta venta se plasmó en escritura pública ante el escribano de Plasencia el día 19 de junio del citado año, por la cantidad de 14.666 reales 22 y 2/3 de maravedises. Después pasaría al farmacéutico Tarsicio Lozano y de este a sus descendientes actuales”[4].

Aunque los autores que hemos citado no aluden a ello, se observa en la construcción dos momentos. Uno más antiguo que correspondería a la parte este del palacio frente a la plaza. Contiene elementos pertenecientes a un posible edificio sede de los regentadores del señorío anterior a 1531. Tiene esta parte un cierto estilo goticista final y es de menores dimensiones y contextura que el segundo, correspondiente al lado sur y oeste, de tres pisos, con una imponente loggia ya descrita.

Sin documentación que lo avale y con toda la provisionalidad que es menester en estos casos hallaríamos pues dos construcciones, la primitiva más sencilla y enriquecida con el balcón a la parte oriental, de claro influjo renacentista. En cambio la mayor parte del bloque que se orienta al sur es plenamente renacentista, correspondería al periodo constructivo de 1531-1544. La decoración interior y las chimeneas son posteriores y con cierto gusto manierista.

De la observación del terreno y la disposición general de la mansión nos parece intuir la existencia de una segunda vía de acceso al palacio. Esta se realizaría desde la actual calle de la Magdalena. En la fachada oeste y separando el edificio de la huerta es visible una gran portada con dos grandes pilastras de granito, hoy cegada. Creemos que este podría ser otro itinerario de entrada por el oeste al palacio pasando por el jardín. Entendemos que por la misma se llegaría a la mansión a caballo o en comitiva. Ello justificaría los dos elegantes balcones de la esquina noroeste, que sin este acceso no tendrían mucho sentido.

Agradezco las facilidades y la información que sobre estos temas me proporcionó la familia Lozano, propietaria de la finca hoy día. Sus atenciones y precisiones artísticas, así como detalles que en un principio no percibíamos, son de agradecer para todo investigador digno de tal nombre.

 

  1. La zona ajardinada

Con más o menos extensión todas las fuentes consultadas nos hablan de la existencia de unos jardines y huertas complementando el conjunto. A este respecto Velo y Nieto señala: “A la dicha casa solar de los Manrique de Lara pertenece la fértil tierra de regadío que la rodea por los lados noroeste; y en ella se trazaron, en otros tiempos, jardines caprichosos y se cultivaron flores y arbustos en profusión. A excepción de una pequeña parcela cubierta de emparrados donde aún sus propietarios cuidan flores y plantas olorosas y fragantes, es hoy extenso olivar, que asciende al altozano, y pródiga huerta poblada de frutales que facilita sabrosas y variadas hortalizas”[5].

También Ximénez de Sandoval nos habla de esta casa palacio de estilo renacimiento “rodeada de jardines, hoy desaparecidos”[6].

La literatura en clave de novela histórica o de romance popular también nos habla de estos jardines. La obra de Leandro Herrero alude a ellos en multitud de ocasiones. “El pequeño jardín encerrado, dentro de los pardos muros de la altiva morada señorial, ostentabase ya radiante de belleza, presentando a sus dueños las primicias del florido mes. Las plantas erguían sus tiernas corolas hasta besar las ramas de los árboles y estos parecían inclinar sus brazos amorosamente hasta las plantas para recibir sus inocentes caricias y confundirse con ellas en ósculos de misteriosa ternura.

Junto al albaricoque, cargado ya con el peso de sus frutos dorados, crecía el gallardo cerezo de racimos de carmín, y cerca de ellos mecían sus verdes coronas en las nubes el naranjo y el limonero, saturando los aires de azahar y de ambrosía.

Brillaba el rojo alelí de hojas de terciopelo cerca de la azucena de albas vestiduras y seno de oro; crecía el clavel de pétalos encendidos cerca de la humilde violeta, que ofrece al hombre su perfume escondiéndose de su vista; inclinaba el lirio su flexible tallo sobre el liquido espejo de las fuentes para verse retratado en sus aguas, y el tierno botón de la rosa salía de sus verdes cárceles para recibir orgulloso los homenajes del pensil, completando la atmósfera balsámica del odorífero panorama”[7].

Y más adelante inserta este diálogo:

“Abuelo querido, respondió Magdalena, ¿no os refrescan estas brisas perfumadas?, ¿no os encantan estas dulces flores?… Vamos a sentarnos en aquel cenador rodeado de mirtos y laureles y entoldado de verdes parrales”[8].

Hay una leyenda en Pasarón que nos habla de los amores de Jeromín en 1557 con una hija de los señores de la villa. Se trataría de Magdalena, descendiente de don Alonso Fernández Manrique de Lara, hijo segundo de don Garci Fernández. Esta leyenda no solo sirvió de base argumental a la novela que Leandro Herrero escribió en 1883, también al Romancillo de Pasarón, que Ximénez de Sandoval editó hace algunos años. El mismo se halla inserto en la obra de Sánchez Prieto. En él hay una estrofa que dice:

Estanques de rica pesca,

jardines con lindas flores,

nadando en el agua fresca

de rientes surtidores[9].

La visita que llevamos a cabo al jardín y huerta nos posibilitó la realización de fotos y mediciones sobre la actual estructura de las zonas verdes. De todo ello dedujimos que lo que es la zona llana, donde se ubica la mansión y sus dependencias tendría unos 4.200 metros cuadrados. De ellos 800 corresponderían al edificio, 600 al jardín y la zona de huerta y huerto unos 2.800 metros cuadrados. Hoy en el jardín se pueden contemplar una fuente en el ángulo noroeste, y un gran seto de boj que le separa por el lado norte. Emparrados, dos grandes palmeras y otros arbustos junto al cuidado césped completan lo que actualmente es este espacio ajardinado.

En un ordenado cuartel de forma rectangular ocupando el norte y oeste de la casa palacio podríamos encontrar en el siglo XVI un ejemplo de pensil italianizante. En él hallaríamos un jardín cerrado, con un cenador y emparrado complementario. A su alrededor flores de alelí, azucenas, claveles, violetas, lirios y rosas, además de laureles y arrayanes. También un huerto en el que se cultivasen el albaricoque, el cerezo, el naranjo y el limonero, junto a otros frutos propios de las condiciones edafológicas y climáticas de la región verata. La huerta surtiría de frescas y suculentas hortalizas a sus propietarios. Estanques con sus fuentes y surtidores ayudarían a completar este espacio que sin ser idílico, si era un remanso de paz, donde el sosiego y la meditación fueran posibles[10].

 

El castillo de los Oropesa en Jarandilla

 

  1. Fuentes consultadas

Carentes de documentación manuscrita a cerca del diseño y construcción de los jardines que rodeaban esta residencia hemos utilizado la observación directa, el trabajo de campo y el método comparativo a la hora de llevar a cabo nuestro cometido.

Las fuentes documentales del siglo XVIII, Respuestas Generales del Catastro de Ensenada y el Interrogatorio de don Tomás López, nada nos dicen sobre este castillo residencial. Por ello la bibliografía que citamos, junto a las visitas al lugar, han sido las fuentes más importantes consultadas. De aquellas citamos las siguientes:

-Salvador Andrés Ordax: Monumentos artísticos de Extremadura. Ed. Regional. Mérida 1988.

-Luís Merchán y Valentín Soria: Jarandilla de la Vera. Ed. La Vera. Jaraíz 1996.

-José Ramón Mélida: Catálogo Monumental de España. Provincia de Cáceres. Volumen II. Madrid 1924.

-Gervasio Velo y Nieto: Castillos de Extremadura: Cáceres. Madrid 1968.

-Fernanda Castelao: Monografía: Historia del castillo de Jarandilla. Revista del Centro de Estudios Extremeños. Badajoz 1936.

-Federico Ruíz: Vista del palacio castillo del Emperador en Jarandilla. Madrid 1862. Estampa en la sala Goya de la Biblioteca Nacional.

-Francisco Quirós Linares: Las ciudades españolas a mediados del siglo XIX. Planos de Francisco Coello. Ed. Ámbito Valladolid 1991.

-Gabriel Azedo de la Berrueza: Amenidades y florestas de la Vera. Madrid 1891.

-Aquilino Camacho Macías: Gabriel Azedo de la Berrueza. “Alminar” nº 46, Badajoz, junio 1983.

-Alfonso Franco Silva: El condado de Oropesa. “Cuadernos Abulenses” nº 35. Ávila 2006.

 

  1. El castillo y sus castellanos

El señorío de Jarandilla hunde sus raíces en los conflictos entre la nobleza y la monarquía en la Baja Edad Media. En 1366 Enrique II comenzaba su reinado otorgando todo tipo de mercedes a los que apoyaron su ascenso al trono[11]. Fue exactamente el 11 de mayo del citado año cuando el precitado monarca castellano concedió un juro de heredad de 50.000 maravedises, más las villas de Oropesa, Jarandilla y Tornavacas, entre otras, a don García Álvarez de Toledo, primer señor de los mencionados lugares. Le sucedió su hijo Fernando, y fue el sucesor de este, otro García Álvarez de Toledo, el que bajo Enrique III y Juan II utilizó por primera vez el título de Señor de Jarandilla. El IV señor de Jarandilla lo fue don Fernando Álvarez de Toledo y Zúñiga que sirvió fielmente a los Reyes Católicos. El nuevo título de conde de Oropesa se lo concedió a este la reina Isabel en 1475.

Ya en el siglo XVI le sucedió en el título su hijo don Francisco Álvarez de Toledo y Pacheco, segundo conde de Oropesa, que sirvió y bien a Carlos V [12]. La línea sucesoria en el condado y señoríos adyacentes continuó en la figura de don Fernando Álvarez de Toledo y Figueroa, III conde de Oropesa y VI señor de Jarandilla y otras villas. Este fue el que acogió a Carlos V en 1556 alojándole en su castillo durante el tiempo en que se daba remate a las obras del palacio de Yuste. Su escudo expresa en dos campos los símbolos de las cinco hojas de higueras y el jaquelado característico de la casa de los Álvarez de Toledo en Oropesa[13].

Juan Álvarez de Toledo y Monroy (Oropesa 1550-Jarandilla 1619) sucedió a su padre Fernando en 1572. Le correspondieron los títulos de IV conde y VII señor de las villas antes citadas. Se había casado en 1570 con Luisa Pimentel y Enríquez, hija de los duques de Benavente. Por orden de Felipe II le correspondió el traslado de los restos del Emperador de Yuste al Monasterio del Escorial. Nos hallamos pues con una saga nobiliar muy vinculada a la Corona desde los tiempos de los Trastamara y que se reafirma con la nueva dinastía Habbsburgo.

“Separado del pueblo por la carretera de Oropesa, descubrimos la Aliseda, como los jarandillanos denominan la finca y castillo, antigua residencia de los condes, debido sin duda a la gran cantidad de alisios que la pueblan”[14].

Según Luís Merchán y Valentín Soria, la fortaleza se comenzó a levantar a mediados del siglo XV, exactamente el 30 de agosto de 1447 por orden de don Fernando Álvarez de Toledo y para convertirla en su residencia de verano. Estos autores se apoyan en un documento publicado por Domingo Sánchez Loro en sus Historias placentinas inéditas. En esa fecha la ciudad de Plasencia protesta ante el conde por haber comenzado la edificación en tierras de la jurisdicción de la ciudad del Jerte[15].

Se trata de una enorme construcción de planta rectangular y torres cilíndricas en los ángulos. Del 12 de noviembre de 1556 al 3 de febrero del siguiente año aquí estuvo alojado el Emperador Carlos V. “Ocupó una confortable habitación, situada en la parte baja y lado izquierdo del palacio, a partir de la puerta principal, que da a un lado del jardín y disponía de útil y bien emplazado mirador que la permitía admirar la bella lejanía del monasterio”[16].

Esta residencia veraniega tenía tres recintos cuadrangulares concéntricos, fabricados en mampostería y sillería, prevaleciendo la regularidad en su trazado.

“Del recinto exterior solo son visibles escasos restos, constituyéndose a modo de muro de contención en los flancos occidental y meridional, con gran altura dado el desnivel existente.

En el segundo recinto pueden destacarse los lienzos del flanco septentrional, jalonados con cubos cilíndricos. Así mismo se aprecian muros de escasa altura en el oriente y mediodía. En la confluencia de estos destaca una interesante estructura constituida por dos cubos o torrecillas cilíndricas, entre las que se abre la puerta de acceso de este recinto. Se conservan también aquí restos del primitivo foso, el cual se superaba originariamente con un puente levadizo.

El recinto interior es de forma rectangular, organizado en torno a un patio central, flanqueados en todos sus lados por edificaciones adosadas a los lienzos, consta de dos plantas, completándose con torres en los ángulos, cilíndricas al mediodía y prismáticas al norte. La puerta de acceso se abre en el lienzo del mediodía. En el ala septentrional se encuentran los pabellones más nobles, abiertos al patio a través de una atractiva galería, con cuatro arcos escarzanos sobre pilares octogonales en la planta baja y otros tantos arcos carpaneles en la superior, protegida esta última por una balaustrada de tracería gótica”[17].

Como ya dijimos la construcción es de mampostería y sillares de granito, y las torres se coronan con doble hilera de canecillos de cantería y lo mismo la muralla del occidente[18]. F. Castelao en su obra incorpora un croquis del castillo en la página 19. Lo mismo hace Velo y Nieto en la página 283 del trabajo que citamos.

Tras la crisis del Antiguo Régimen el castillo sufrió un largo periodo de abandono y desidia que parecía anunciar su inminente ruina. Fueron providenciales las modificaciones que en 1911 llevaron a cabo los arquitectos Lorite y Cuartero que, aunque en parte algo lo deformaron, apuntalaron su conservación. En 1966, siendo aun propiedad de los duques de Frías, fue restaurado como parador nacional, uso que hoy día sigue teniendo.

A lo largo de los siglos XIX y XX esta fortaleza ha sido objeto no de estudio pero sí de contemplación. Conservamos un plano de Jarandilla, obra de F. Coello y su equipo, a escala 1/20.000. Es de 1849. En la zona junto al castillo se observa una parte ajardinada o al menos cercada y cultivada, tanto por el este como por el norte y el oeste. En la parte delantera, la meridional, hallamos una gran alameda y delante de la misma lo que el documento cartográfico denomina paseo de la Corredera[19].

En una estampa a plumilla, realizada en 1862, se observa el castillo desde el oeste, por el lado del mirador del Emperador. Es palpable la situación de abandono en que se halla, dado el estado de los muros y torreones. Al no existir la actual carretera Alcorcón-Plasencia, que hoy le circunda, todo este frente aparecía lleno de vegetación, sobre todo de grandes árboles y arbustos. También el patín o terraza llamado huerto de los naranjos (hoy olivar con piscina)[20].

El trabajo de Fernanda Castelao de 1936 incorpora varias imágenes del fotógrafo Díez, en las que se ve la fuente gótica que se hallaba en el centro de la plaza de armas, debió de ser del tiempo de la construcción de las dos galerías del norte. En otra  vista desde el norte se observan, delante de las dos grandes torres cuadradas y de los tres cubos redondos del segundo recinto, varios árboles, arbustos y un gran muro que está frente al estanque. Este se divisa parcialmente y se percibe un personaje sobre un puente o rampa de acceso al estanque[21].

El autor de este artículo conserva diez fotografías en blanco y negro que gentilmente le donó Valentín Soria y al que desde aquí manifiesto mi agradecimiento más sincero. Son de antes de la construcción del parador y de cuando se estaba comenzando a acondicionar. Todas ellas reflejan esa situación de abandono y la gran profusión de arbolado que por los cuatro puntos cardinales le contorneaban, produciendo una impresión fantasmagórica y de tiempos recios.

En los años cincuenta del siglo pasado Velo y Nieto se expresaba así: “A día de hoy ha desaparecido casi totalmente su cerca exterior, como así mismo sus preciosos jardines, huertas y otros anejos a la finca, que habían convertido a las tierras circundantes en auténtico vergel[22]. Veamos como era este remanso de paz en tiempos históricos.

 

  1. Un jardín de recreo

Para la descripción de las zonas verdes del castillo de los condes de Oropesa en Jarandilla nada mejor que transcribir lo que nos apunta Azedo de la Berrueza, jarandillano de pro y conocedor del sitio, ya que vivió en el siglo XVII y nos legó una obra básica para interpretar la comarca en aquel tiempo. Nos estamos refiriendo a “Amenidades y Florestas de la Vera”, editada en Madrid en 1667. La misma reza así:

“Está sito este famoso castillo en lo más eminente de la villa, algo apartado, aunque poco distante de ella, pues solo le media, aunque con subida levantada, un espacioso llano que tiene con dos ordenadas carreras de frondosos castaños que le hacen calle y hermosean… Así como se entra en la puerta del principal del castillo de quien vamos tratando, se descubre una hermosa y espaciosa plaza, acompañada de altos y famosos cuartos de casa, con buen pozo que tiene y unos hermosos naranjos que le adornan. Tiene mucha vivienda y famosos terrados, desde donde, por la parte septentrional, se descubre un grande y famoso estanque, con mucha pesca que tiene de anguilas y tencas, que hizo el señor don Juan Álvarez de Toledo”[23].

Sobre esta zona Fernanda Castelao nos dice lo siguiente: “Próximo a los muros del castillo hay un hermoso estanque que sirve de espejo a la airosa silueta del edificio, y a los dueños de él de recreo y expansión, distrayendo sus ocios con la pesca, entonces en boga. Es de forma rectangular, y en el centro tiene un cenador, donde, según la tradición, cenaba el Emperador cuando el tiempo lo permitía, siendo también tradicional que en dicho lugar se celebró un consejo de ministros.

Por si los accidentes naturales fueran pocos a defender el castillo, le rodean frondosos jardines poblados de corpulentos arboles, variados arbustos y delicadas flores, que le envuelven como un manto protector y dificultan su vista a gran distancia. El aroma de sus vergeles perfuma el ambiente y los surtidores y fuentes dan frescura en abundancia”[24].

Pero es Azedo el que se muestra más detallista a la hora de describirnos las zonas ajardinadas del castillo. Dice así: “Tiene el Marqués (?) dentro de su castillo y palacio hermosos jardines y grandiosas huertas con mucha diversidad de arboledas, que llevan regalados frutos. Son los jardines muy entretenidos por los muchos y diversos surtidores que tienen de burlescas aguas y diversidad de cuadros enlazados y entretejidos unos con otros de verdes murtas, olorosos arrayanes, y de otras muchas y diversas flores y odoríferas hierbas que la generosidad de la tierra produce, animadas con las dulces y regaladas aguas de las alabastrinas fuentes que las riegan. En medio de estos jardines está el referido estanque, con su cenador en medio de las aguas, a donde los señores muchas tardes se entretienen surcando las aguas de una parte a otra con su barco, y allí pescan y meriendan.

Sus márgenes por de fuera son cuatro calles que le circundan y todas pobladas y adornadas de muchos frondosos árboles. Allí se topa el oloroso limón, la hermosa cidra, el apetitoso ceotí, las dulces limas y hermosas toronjas. Allí los hermosos claveles, las castas azucenas, las minutisas, los tulipanes, la peonía, el alelí, con otras muchas diversidades de plantas, flores y rosas.

Tiene formados en sus calles, de la murta y arrayanes que hay en ellas, muchos monstruos y animales que, a la primera faz, unos meten horror y otros causan mucha alegría. (Hallamos por primera vez en la Vera una referencia al arte topiario, tan abundante hoy día en los pueblos veratos).

Está una sierpe al arrimo de la testera del dicho estanque, como mirando sus aguas, que ella misma si se mirara tuviera miedo de sí misma si se viera; y a no conocer que era aborto de una rama, cualquiera la temiera: tal es su fingimiento y ferocidad. Está puesta en carrera y a los alcances de un oso que, amedrantado, huye al sagrado de su cueva, y a cualquiera engaña”[25].

Castelao apunta que “gustaba mucho el Emperador pasear por los floridos jardines del castillo, y sobre todo en un huerto llamado de los naranjos, que tiene la puerta junto al puente levadizo y al cual dan sus habitaciones”[26].

Si ello fuera así debemos pensar que al menos parte de los jardines de esta casa existirían antes de 1556. Lo cual no es extraño por cuanto ya otros nobles hispanos, sometidos al gusto y estética italiana, habían construido o estaban a punto de iniciar atractivas zonas ajardinadas que embellecerían sus mansiones campestres. El caso de los duques de Frías en Cadalso de los Vidrios, el de Béjar en su Parque, los Manrique de Lara en Pasarón o los Alba en Abadía confirman esta proposición. Era de buen tono para el estamento nobiliar rodearse de residencias para el boato y el esparcimiento, donde manifestar su poder y holgar en tiempos de ocio. Los citados anteriormente son muestras en modo alguno poco comunes.

Hemos llevado a cabo varias visitas de estudio a los contornos de este castillo, tratando de contractar lo que nos dicen los textos con lo que hoy permanece. Todo ello aplicando algún tipo de método arqueológico sobre lo hoy existente. La adaptación del castillo a parador transformó ostensiblemente algunas zonas de arbolado en el segundo recinto, sobre todo en sus lados este y norte. Menos transformación experimentó por el lado meridional la zona de arboleda y en el oeste el llamado jardín de los naranjos, hoy convertido en un olivar con piscina.

Un gran paseo con dos fuentes modernas de piedra berroqueña separa el castillo del estanque por el lado norte. Este sigue teniendo su cenador y dos pasarelas de acceso. Sus calles siguen pobladas de frutales, olivos preferentemente, también eucaliptos y otros árboles. Como podemos comprobar bastantes transformaciones respecto a lo que sería en el siglo XVI este vergel y bosquejo encantador. El agua provenía de un depósito existente donde hoy se halla la sede de la Universidad de Verano por el lado norte, y muy cerca del llamado camino ganadero o La Manga. El patio de armas también ha sufrido cambios, hay un pequeño estanque de factura moderna y cuatro palmeras, más una arizónica en lugar de los tradicionales naranjos de la Vera.

Hemos calculado por Internet, a través del SIGPAC cuál sería la extensión de toda la zona residencial alrededor del actual parador, incluyendo el estanque y el parque municipal de la Aliseda. Nos da una posible extensión de 3,668 hectáreas, lo que equivaldría a 36.680 metros cuadrados. Si la zona del castillo ocupaba unos 2.224 metros cuadrados, el resto sería espacio ajardinado o bosque, con una extensión de 34.456 m2.Por supuesto estos datos están sometidos a revisión si hallamos documentación más precisa sobre el espacio que tratamos.

A modo de coda

 

Estos dos espacios ajardinados, situados en la comarca de la Vera, nos recuerdan que “primero fue el jardín y el hombre su habitante. Un paraíso donde el ser humano se enfrenta por primera vez con su propio destino”[27]. En la tradición judeocristiana el jardín precisa la imagen del paraíso perdido sin entrar en descripciones, añadidas después por la imaginación poética o la nostalgia.

Hay dos aspectos básicos que normalmente caracterizan a los jardines históricos, y estos de la Vera sin duda lo son: Primero el estar compuestos por elementos naturales, en segundo lugar que estos elementos estén ordenados por el hombre[28].

Otra singularidad hallamos en estas dos casas y es la práctica inexistencia de frontera entre el huerto y el jardín, entre lo útil y lo bello. El establecimiento de espacios productivos es compatible con el disfrute de los sentidos. El jardín es lugar de mucho embeleso, en el que el alma se solaza y se pone a buscar armonías esenciales. Floral ornamento que es lenguaje esencial para el amor y las artes. El huerto es el espacio en el que la naturaleza condescendiente con el ser humano, se hace alimento en frutos de exquisito sabor, botica vegetal para milagrosas medicinas, productoras de pócimas que calman o avivan la pasión.

Posiblemente nuestros dos jardines puedan catalogarse como manieristas. “La primera característica de este tipo de jardines es que son obras de arquitectura. Es como una gran proyección en el suelo de una de las fachadas de la casa. El jardín va a anexionarse a la casa… Un simple aficionado podría trazar un jardín del Renacimiento. Pero para el jardín manierista se necesita un arquitecto, que debe ser también especialista en hidráulica… Lo mismo que la arquitectura el agua es también una característica fundamental de este tipo de jardines”[29].

 

 

 

 

 

 

[1]Velo y Nieto Gervasio: Castillos de Extremadura: Cáceres. Madrid 1968 páginas 252-254. También del mismo autor Señores de Pasarón. Madrid 1956 página 23.

 

[2]Sánchez Prieto José Antonio: Estudio de un municipio de la Vera. Pasarón de la Vera 1971 página 64.

 

[3]Inventario artístico de la provincia de Cáceres. Ministerio de Cultura Madrid 1989, tomo I páginas 370-371. Gervasio Velo y Nieto describe el palacio en su obra Señores de Pasarón, páginas 33 a 37 y 72 a 83.

 

[4]Sánchez Prieto J A.: Ob. cit. página 27. También G. Velo y Nieto: Señores de Pasarón, Madrid 1956.

 

[5]Velo y Nieto G.: Señores de Pasarón, página 34.

 

[6]Ximénez de Sandoval Felipe: Romancillo de Pasarón. ABC de Sevilla, 20 abril 1958, página 35.

 

[7]Herrero Leandro: El monje del Monasterio de Yuste. Apostolado de la Prensa. Madrid 1923, páginas 120 y 121.

 

[8]Herrero Leandro: Ob. Cit. página 128. También hay citas del jardín en las páginas 90 y 127 de esta novela.

 

[9]Sánchez Prieto J. A.: Ob. Cit. El apéndice ocupa las páginas 123 a 126. Esta estrofa se halla en la página 123.

 

[10]Sobre las posibilidades reflexivas de los jardines puede verse mi estudio: “La idea de jardín en la Constancia de Justo Lipsio”. Revista La ciudad de Dios. Volumen CCXXVII número 1. San Lorenzo de El Escorial, enero-abril 2014, páginas 161-178.

 

[11]Rivero Isabel: Compendio de Historia Medieval Española. Istmo, Madrid 1982, página 240.

 

[12]Merchán, Luís y Soria, Valentín: Jarandilla de la Vera. Jaraíz 1996, página 18.

 

[13]Velo y Nieto G.: Castillos de Extremadura: Cáceres. Página 284 y siguientes. También J. Ramón Mélida: Catálogo Monumental de España. Provincia de Cáceres. Página 241 y Alfonso Franco Silva: “El condado de Oropesa”. Cuadernos Abulenses, número 35, Ávila 2006, páginas 85-224.

 

[14]Castelao Fernanda: Historia del Castillo de Jarandilla. Revista de Estudios Extremeños Badajoz 1936, páginas 8 y 9.

 

[15]Merchán, Luís y Soria, Valentín: Ob. Cit. Páginas 29 y 30.

 

[16]Velo y Nieto G.: Castillos de Extremadura: Cáceres. Página 294.

 

[17]Andrés Ordax Salvador: Monumentos artísticos de Extremadura. Editora Regional. Mérida 1988, páginas 342 y 343.

 

[18]Mélida J. R.: Ob. Cit. Página 241.

 

[19]Quirós Linares F.: Las ciudades españolas a mediados del siglo XIX. Planos de F. Coello. Ed. Ámbito Valladolid 1991. Página 203.

 

[20]Ruíz Federico: Vista del castillo del Emperador Carlos V en Jarandilla. Madrid 1862. Estampa en la sala Goya de la Biblioteca Nacional de Madrid.

 

[21]Castelao F.: Ob. Cit. Varias páginas.

 

[22]Velo y Nieto G.: Castillos de Extremadura: Cáceres. Página 292.

 

[23]Azedo de la Berrueza Gabriel: Amenidades y florestas de la Vera. Madrid 1891. Páginas 91 y 92. Es posible que el estanque se hiciera imitando el que frente a su palacio tenía Carlos V e Yuste. Véase mi obra: Fray Marcos de Cardona jardinero de Carlos V y Felipe II en Yuste y el Escorial. Cocheras del Rey San Lorenzo del Escorial 2009.

 

[24]Castelao F.: Ob. Cit. Página 10.

 

[25]Azedo de la Berrueza G.: Ob. Cit. Páginas 93 y 94.

 

[26]Castelao F.: Ob. Cit. Página 13.

 

[27]López Barxas Francisco: “Lisboa, ciudad de jardines escondidos”. Revista Album, número 40. Madrid 1994, página 52.

 

[28]Fundación Casas Singulares: Jardines históricos privados. Actas de las jornadas celebradas en Madrid en el año 2000. Madrid 2002, página 15.

 

[29]Tablate Miquis Jesús: “El jardín manierista”. Revista Album, número 34. Madrid 1993, página 56.

 

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