Oct 011981
 

Juan Solano.

Un investigador, cuya identidad no he logrado averiguar, aunque bien pudiera tratarse de alguno de los habituales asistentes a estos Coloquios, en una visita a Valdefuentes, quedó sorprendido ante un descubrimiento que ya tenía yo registrado hace tiempo.

En una portada de piedra de una casa modesta, el dintel lleva grabados, con gran maestría, unos símbolos masónicos: la escuadra, el compás y un pico de picapedrero.

En el extremo derecho del encuadre de las figuras, van estas cifras: 17; y en el izquierdo estas otras: 85; juntas componen el año 1785; quizás vayan así colocadas por pura razón de estética, pues ya digo que su ejecución revela una mano experta. Nuestro presunto investigador, según noticias que me han dado, llegó a creer que, sin lugar a dudas, aquella casa había sido una Logia masónica en el siglo XVIII.

El tema me sedujo y me pareció muy a propósito y de actualidad, como base para un trabajo destinado a estos Coloquios.

Para proceder con cierta lógica en el planteamiento de los términos de mi disertación, y en orden a las conclusiones a que quiero llegar, me parece necesario hacer unas consideraciones previas, referentes al desarrollo histórico de la masonería.

Dada la formación cultural de los asistentes a estos Coloquios, sería casi ofensivo pensar que haya alguno que no tenga conocimientos, más o menos profundos, sobre el origen, composición y procedimientos de esta Secta Secreta, de la que siempre se habla tan confusamente, a pesar de lo mucho que se ha escrito sobre ella.

Es un dato bien conocido, que el término masón es una transcripción casi exacta de la palabra francesa «macon” que, según los lingüistas, procede del nombre latino «machio-onis», que significa albañil.

Efectivamente, esta Secta, en su origen, fui una agrupación artesana del gremio de la construcción, integrada por albañiles, canteros, picapedreros, etc… Nacida en la Edad Medía (siglo XIII), tuvo como finalidad guardar los secretos de las bases constructivas del arte gótico u ojival (basílicas, catedrales, palacios). Su carácter reservado dio lugar a una cautela máxima, en la admisión de sus miembros o «hermanos», que habían de ser de absoluta confianza, para evitar los peligros de la divulgación.

La primera condición del «hermano» era la de permanecer fiel a Dios y a la Iglesia, combatiendo el error y la herejía. Pero, a partir de las Constituciones de 1747, estos deberes religiosos se redujeron a la estricta observancia de la ley moral. El criterio cerrado de admisión en la Secta, siguió siendo siempre el mismo, sí bien adaptado a otros nuevos estamentos de la Sociedad. La instrucción del masón no se recibía de una sola vez, sino que, según el rito a que se perteneciese, en cualquiera de ellos, había tres grados fundamentales: aprendiz, obrero y maestro. Sería largo extenderse en otras consideraciones y detalles que no hacen al caso; pero sí destacar algunas etapas de la Secta y la evolución de sus fines.

Es de Francia de dónde pasa su influencia a los países latinos, con un marcado carácter anticlerical y político, en el siglo XVIII, que es el que nos interesa señalar, siendo notable también su aportación a la propaganda pre-revolucionaria, imprimiéndole una orientación democrática y anticlerical (.téngase en cuenta lo que, en la época, significaba el término democrático en el orden político y social). Los líderes de la Revolución Francesa, fueron sus grandes adeptos.

Por todas estas tendencias y finalidades, la Iglesia condenó, en distintas ocasiones, a esta Secta Secreta, imponiendo a los fieles la absoluta obligación de apartarse de ella, bajo pena de excomunión. Así lo dispusieron la Bula de Clemente XII (1738); la de Benedicto XIV (1751); y lo mismo aconsejaron Pío VII, León XII, Gregorio XVI, Pío IX y León XIII. Aunque sólo haya sido en los países latinos donde la masonería se haya mostrado como el peor enemigo de la Iglesia, su condena se extendió a donde quiera que existiese, y fueran cuales fueren sus matices.

Los símbolos de la masonería son muy diversos, pero los fundamentales son la escuadra y el compás, a los que solían unirse otros tomados también de instrumentos de la construcción, como el pico, en nuestro dintel de Valdefuentes.

La Logia era una pieza rectangular con un estrado para el maestro. En su mesa hablan de colocarse una Biblia, la escuadra y el compás. A los ritos deberían asistir vistiendo un característico mandil de artesano. Realmente, y para los fines de este trabajo, no interesa saber cómo es su organización moderna. Los adeptos y defensores de la masonería, niegan que los fines apuntados sean los motivos impulsores de la Secta; antes al contrario, destacan que siguen fieles a los objetivos esenciales de las Constituciones: eliminar las divisiones accidentales de la humanidad, debidas a las opiniones particulares o religiosas, que constituyen verdaderos prejuicios nacionales, en las diversas capas de la sociedad.

Se pretende con ello llegar a establecer una religión moral universal, en la que convendrían todos los hombres y que vendría a ser un modelo de sociedad y de forma de vida.

A pesar de todo, lo que sí es históricamente cierto, es que, al desviar la masonería francesa el antiguo espíritu de la Sociedad colocando en primer término las cuestiones políticas y sociales, con indudables prejuicios sectarios, se convirtió en blanco de apasionados ataques y críticas. Aunque protegida, en Europa, por reyes y hombres de Estado, su carácter secreto, incluso supersecreto en las maquinaciones de sus grandes Orientes, dio lugar a serias oposiciones y enconadas persecuciones en muchos países, entre ellos España; y es indudable que fui causa de no pocos disturbios estatales y eclesiásticos, en la edad moderna.

Tras este sucinto repaso a la evolución histórica de la masonería, veamos qué criterios pueden aplicarse en la aceptación o rechazo de esa supuesta Logia masónica, en la villa de Valdefuentes, en el siglo XVIII.

Conozco perfectamente, desde mi niñez, la casa en cuestión. Para no dejar ningún cabo suelto, anticipándome a los reparos que podrían ponerse a mis opiniones, no se debe descartar que, en sus orígenes, fuese un local de una sola pieza, aunque no muy amplio, que respondería a esas características señaladas de espacio rectangular para las reuniones y celebración de ritos. Pero no parece acorde con la realidad esta suposición, como se verá por otras circunstancias.

Actualmente, y así debió ser siempre, consta de un pequeño zaguán y dos habitaciones, también de reducido espacio, aunque una algo mayor que la otra. La de menos capacidad, tiene un ventanuco que da al corral de una casa contigua, de distintos dueños; una de esas servidumbres, muy corrientes en las estructuras urbanísticas de los pueblos. La otra habitación, de proporciones un poco mayores, lleva también una ventana, que debió ser de idénticas medidas, pero dicen sus actuales dueños que se la agrandó algo más para que el interior tuviese más luz. Y debió ser así, porque esta ventana cae debajo de un arco abovedado y techado, que da entrada a un viejo callejón, en cuyo fondo hay alguna humilde vivienda, anterior -sin duda- al siglo XVIII.

Con estas notas descritas, nuestro investigador parece ser que compuso la siguiente historia: la puerta principal, donde van los símbolos, servía de entrada para los «maestros»; y bajo el oscuro y escondido arco, había otra puerta más pequeña y sencilla por la que entraban los «aprendices». Esta puerta coincidiría con el espacio de la ventana. No hay la menor señal ni vestigio de ello.

Esta teoría es ingeniosa, y no está mal la asignación de funciones a una modesta casa de pueblo, que nunca pudo pensarse que llegase a ser objeto de estudio, con rango de edificio histórico.

Pero, dejando suposiciones teóricas a un lado, analicemos los aspectos que hay que considerar, con un fundamento más razonable. La puerta principal da a la que fuera también calle principal, desde los tiempos del señorío de los Sande, en el barrio de arriba. De aquí que se llamase la calle Arriba y también Empedrada, por los guijos de su pavimento. Hoy se llama calle de Bienvenida, porque conduce a la Iglesia de este nombre, por el camino más céntrico.

Pues bien, en la calle principal, con ostensibles símbolos masónicos, se hace una portada que denuncia el lugar de reunión y celebración de los ritos de una Secta Secreta, aunque el vecindario no tuviese ni la menor idea de su significación.

En primer lugar, en este pueblo y en la época en que se sitúan los hechos, no había agrupación gremial de ninguna clase, como se deduce de la Visita de Audiencia realizada en 1791. En el documento de dicha Visita, que se conserva, dice, en cambio, que había en la localidad un representante del Santo Oficio, con fuero. Y con todas las condenas de la Iglesia y penas de excomunión, ¿no iba a estar advertida la feligresía de estas misteriosas reuniones, sin alguna intervención oficial del Representante del Santo Oficio?

Seguramente que los primeros dueños de la vivienda, eran unos cristianos viejos (el vecindario es de una gran raigambre religiosa), y el cantero, que sí debía ser masón, les gastó esta solapada broma que, tanto ellos, desconocedores en absoluto del significado de aquellos símbolos, como sus descendientes en varias generaciones, nunca llegarían a descifrar.

Digo que el cantero pudiera ser masón, y hay ciertas razones para creerlo así. La tradición en el arte de la cantería, fue muy notable en Valdefuentes. Rara es la casa, por muy modesta que fuese, que no llevase portada de piedra, finamente labrada. Hoy mismo se puede comprobar.

Las grandiosas obras del Palacio de los Sande, el Convento de los Agustinos Descalzos, su Iglesia conventual con el maravilloso claustro, son testimonios elocuentes de esta manifestación artesanal de obra bien hecha. Ello supuso la presencia de maestros, canteros y obreros trujillanos, como el célebre maestro Pedro Fernández, o el cacereño Marquina, que debieron traer sus equipos especializados, aunque en Valdefuentes hubiese también algunos expertos en el oficio.

Por ello, no es extraño que ese cantero que hizo con tanta perfección la portada de la casa de Valdefuentes, fuese un «hermano», perteneciente a la Logia no radicada en este pueblo. Quizás en localidades con agrupaciones gremiales de importancia, como Trujillo y Cáceres, pudiera estar la raíz de esta cuestión, que si no la dejé descubierta de un modo inapelable, creo que puedo decir, por cierta semejanza con las interpretaciones heráldicas cuando en las figuras del escudo aparece un árbol con las raíces descubiertas, se le llama de «raíz arrancada». Quizás haya arrancado yo a la raíz histórica de un hecho, algunos rejos en que esté prendida la verdad.

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