Nov 132019
 

Jacinto J. Marabel Matos.

Doctor en Derecho. Comisión Jurídica de Extremadura.

RESUMEN. John Downie fue un escocés que, tras quedar arruinado en el negocio de ultramar, probó fortuna en el ejército británico y aún después en el español. Durante la Guerra de la Independencia consiguió que las Cortes de Cádiz le nombrasen coronel de una unidad ligera, que llamó la Leal Legión Extremeña y vistió a su costa como los antiguos tercios. Tan insólita uniformidad causó admiración de propios y extraños, aunque quizás no tanto como que aquel aventurero escocés blandiese en todo momento la legendaria espada del conquistador Francisco Pizarro, donada expresamente por la marquesa consorte de La Conquista. Downie nunca devolvió el arma a la familia, por lo que después de muerto se perdió su rastro hasta que finalmente apareció registrada en la Real Armería, que desde entonces detenta la posesión de la misma. Como quiera que la historia ya es conocida, la pretensión de esta comunicación no es otra que la de poner orden y rectificar algunas inexactitudes detectadas en trabajos anteriores, así como recordar el periplo que vincula a Downie y la Leal Legión de Extremadura con la espada del conquistador Francisco Pizarro, desde sus orígenes hasta nuestros días.

 

  1. Introducción.

A mediados de 1811 Extremadura era un terreno devastado y hostil. Desde primeros de año se había convertido en un inmenso campo de combate, el teatro de operaciones en el que cuatro naciones libraban la fase más encarnizada de la Guerra de la Independencia. Decenas de regimientos portugueses, ingleses, franceses y españoles recorrían los caminos arrastrando los multicolores, heterogéneos y raídos uniformes que, pese a todo, identificaban a las unidades conforme a ordenanza. Los habitantes de las comarcas se habituaron a ellos y podían distinguir a uno u otro regimiento a distancia, hasta que un extraño destacamento apareció en medio de todos ellos reclamando un protagonismo que, a partir de entonces, vendría precedido de una insólita vestimenta.

Y es que, como un espejismo en medio de la sofocante campiña extremeña, aquellos soldados parecían haber trasmutado de repente en los imbatibles tercios de Flandes. Portaban picas y espadas, y vestían sombreros de ala ancha, jubones de cuero sin mangas, camisas con cuello a la valona, pantalones anchos acuchillados y botas de caña alta dobladas a la altura de las rodillas. En tres años de conflicto, el capitán Moley Sherer, del 34º regimiento de infantería de línea británico, había tenido ocasión de sorprenderse demasiado a menudo con las exóticas costumbres que deparaban las salvajes tierras del suroeste peninsular, aunque sin duda nunca nada tan extravagante como la visión que ofrecían aquellos hombres

“Que podían haber dignamente figurado en una comedia sobre Pizarro o en una exhibición circense en el Anfiteatro de Mr. Astley, pero que en los toscos vivacs que compartíamos resultaban absurdos y anacrónicos. Y pese a que nos igualaban en estrechez e indigencia, no pudimos evitar reinos de aquellos pobres diablos, que con sus quiméricos uniformes acabaron expuestos a la misma violenta tormenta de agua que extinguía nuestros fuegos y empapaba el terrero, abriéndose paso a través de las tiendas y calándonos hasta el tuétano”[1].

El destacamento que resultaba blanco de las chanzas de los aliados se hacía llamar la Leal Legión Extremeña, y en el poco tiempo que llevaban combatiendo y habían demostrado sobradamente su valor en sendas acciones libradas cerca de las localidades de Don Benito y Usagre. Estaba liderado por un coronel escocés, un aventurero, que después de combatir a los españoles en el Caribe, se había convertido en un acérrimo defensor de la causa patriótica, y de tal modo acabó identificado con el antiguo carácter caballeresco de las novelas del Siglo de Oro, que Pío Baroja lo retrató como un nuevo Don Quijote y Benito Pérez Galdós se sirvió de su figura para recrear uno de los personajes más pintorescos de sus Episodios Nacionales[2], mostrándolo ambos blandiendo siempre una fantástica y legendaria arma: la espada del conquistador Francisco Pizarro, que hizo célebre a John Downie durante la Guerra de la Independencia española.

La atrayente personalidad de Downie, que ha llegado hasta nuestros días en calidad de mito literario cargado de una pátina servil con el absolutismo donde resulta difícil discernir la realidad de la ficción, lo convirtió muy pronto en un personaje legendario aún entre sus propios contemporáneos. Descripciones de liberales nada sospechosos de servilismo como la que hizo el diputado por la provincia de Extremadura Francisco Fernández Golfín, quien en la Sesión de las Cortes Constituyentes del 9 de marzo de 1811, respondía a las interpelaciones de sus compañeros:

“Yo lo he visto, señor, más de una vez acompañar a nuestras guerrillas y dar una onza de oro de gratificación al soldado que más se excedía en valor; yo le he visto en una sola tarde repartir entre los soldados más de treinta onzas de oro, y últimamente, me hallé en la mesa de Lord Wellington, cuando diciéndole este en elogio a su adhesión a nuestra causa que hasta en la camisa era español, le contestó; y aún más adentro, Mirlord”[3].

En el mismo sentido, tampoco cabe dudar de los sinceros elogios que le dedicó el inclasificable Félix Mejía, editor del Zurriago, periódico de cabecera del liberalismo exaltado, exiliado en 1823 en Filadelfia y autor de una despiadada sátira a los afines del tradicionalismo realista bajo el seudónimo de Carlos Le Brun, que no deja en mal lugar a Downie en sus Retratos Políticos, cuando recuerda que:

“Levantó la legión Extremeña en la Guerra de la Independencia; y, a la verdad, manifestó en ella entusiasmo y valor por la cusa que defendía. Se hizo célebre en la entrada de Sevilla, que sostenían los franceses, arrojando a los españoles del puente, cuando aquellos lo tenían ya prisionero, la espada de Pizarro, para salvarla, como la salvó. Su valor peca algo en temeridad, y su carácter es caballeresco; no parece sino que es hijo de Cervantes, como el Quijote. En aquel tiempo se le notó constantemente un amor decidido a la libertad; aunque cuando llegó ya el Rey, de vuelta de Francia, se advirtió que iba declinando al absolutismo, que dice alguna más consonancia con su caballería andante y con su negocio”[4].

Y en similares términos, aunque años más tarde, Enrique Rodríguez-Solís dirá de él que:

“Fue un escocés muy amable de España, hombre de probado valor, de corazón excelente y muy dado a las empresas de caballería y a las costumbres antiguas. Había creado en Extremadura una legión para combatir a los franceses a la que puso por nombre Legión de Leales Extremeños, que vistió a la española antigua, con jubón, calzas, ropilla y boneta de colores encarnado y blanco, y capa encarnada, dándole por armas lanzas con banderines blancos y encarnados, espada y pistola a los de caballería y lanza y espada a los infantes”[5].

Porque Downie, en efecto, levantó a su costa un singular destacamento con el que pensaba recrear no tanto las legendarias hazañas de la Marca Hispánica como la Historia de Extremadura y el espíritu indomable de los conquistadores extremeños, cuyo carácter le fascinaba. De ahí que, además del nombre, buscara reclutar a sus hombres entre aquellas gentes apelado al imaginario común de los Pizarros, Corteses y Orellanas a través de proclamas, arengas y coplillas, como aquella que decía:

 

“CANCIÓN PATRIÓTICA.

Venid Extremeños

De España Blasón

Ya alzó su Bandera

La Ilustre Legión.

 

Corred a la gloria

Tomad los aceros,

Volad, oh Guerreros

De ilustre Solar.

 

Mirad la Victoria

Con lauros lucientes

Las militares frentes

Feliz coronar.

 

Venid Extremeños

De España Blasón

Ya alzó su Bandera

La Ilustre Legión

 

Mirad de su tumba

Cual ya se levantan,

Y al Vándalo espantan

Pizarro y Cortés.

 

¿No veis cual derrumba

Su lanza gloriosa

La tropa orgullosa

Del loco Francés?”[6]

Como cabe comprender, en el piélago de mitologías propias que dio de sí aquel conflicto, la personalidad de John Downie llegó a crear escuela. Surgieron por toda España múltiples imitadores de la original imagen que se había creado para combatir al francés, entre los que el quizás más célebre y reconocido fue Manuel Jiménez Guazo, diputado en Cortes que con anterioridad había sido nombrado oficial por la Junta Central para que levantase a su costa una partida en la serranía de Ronda, que recorrió siguiendo el ejemplo del comandante de la Legión Extremeña, vistiendo a la antigua, usando tizona y luciendo una gran cruz en el pecho. Como además lucía descomunales mostachos, su figura llamó la atención del pueblo gaditano, que le tomó por loco dedicándole alguna que otra lucida chirigota[7].

Para entonces, el escocés errante era conocido por todos como Juan Downie, porque, como él mismo decía, hasta más adentro de la camisa se sentía español. Una personalidad tan acuciante suscitó desde bien temprano el interés de todos, convirtiéndose como hemos visto en fuente de inspiración de literatos y en modelo a seguir para muchos, pero en realidad ¿quién era Downie? ¿Por qué se le puso al frente de un destacamento español uniformado de manera tan anacrónica? Y, sobre todo ¿cómo llegó a sus manos la espada de Pizarro que según la tradición acabó llevando hasta el mismísimo Paris? En los siguientes párrafos trataremos de arrojar alguna luz sobre estos y otros interrogantes.

2. John Downie.

No existe una biografía rigurosa de John Downie[8]. Los trabajos que de manera directa o circunstancial se alude a su figura están plagados de fantasías y errores, faltos de todo fundamento documental o bibliográfico. Por nuestra parte, dado que el objeto del presente se centra en resolver las anteriores cuestiones, hemos creído conveniente reducir los elementos biográficos al papel desarrollado por Downie durante la Guerra de la Independencia Española. En este sentido, casi toda la información está entresacada del expediente que se conserva en el Archivo General Militar de Segovia (AGMS)[9], contrastada en puntuales ocasiones con los datos vertidos en la temprana hagiografía publicada en el número extraordinario de The Royal Militar Chronicle de julio de 1813.

En base a este último damos por cierto que John Downie nació en la parroquia de Kippen, una villa del condado de Stirling, en Escocia, el 28 de diciembre de 1777. Su padre fue Benjamin Downie (1723-1794) y su madre Margaret Forrester (1745-1833). Haciendo gala de la fantasía que lo caracteriza, el historiador William Napier llegó a afirmar que era descendiente directo de Ducan Forrester de Arngibbon, el todo poderoso canciller de Jacobo IV, así como de una rama de la casa de los Maxwells of Brediland, finalmente venida a menos y establecida en Renfrewshire, donde el padre de Downie habría regentado unos almacenes destinados al comercio de ultramar[10]. Nada de esto fue documentado, como por otra parte era habitual en Napier, por lo que a través de fuentes más fiables se puede acreditar que tuvo tres hermanos: dos de ellos murieron a temprana edad, Andrew (1782-1799) y Benjamin (1786-1806), mientras que el mayor, Charles (1775-1843), que como luego veremos le acompañó en la aventura española, llegó a sobrevivirle un par de décadas y tuvo un protagonismo destacado en el paradero y depósito actual de la espada de Pizarro.

Precisamente sería el primogénito el que, tras la muerte del padre, se haría cargo del negocio familiar, basado fundamentalmente en la exportación de lana de oveja merina. El segundón de la familia tuvo que emplearse muy joven por tanto al servicio de una compañía de Glasgow que comerciaba con la Isla de Trinidad, a la que surtía el monopolio británico después de que estos se hubieran hecho casi de barato con la posesión de la misma en 1797. Fue de este modo como el veinteañero John Downie comenzó a amasar una fortuna con las transacciones que fluían del comercio de ultramar, hasta que uno de los convoyes que hacía la carrera del Caribe naufragó dejándole en bancarrota. Para entonces, el joven se había cuidado de cultivar los contactos con las autoridades de la colonia: fundamentalmente con el gobernador Thomas Picton, más conocido por el sobrenombre de The Monster por el dictatorial régimen de torturas implementado en la isla, el cual le llevaría a ser procesado en Gran Bretaña algo más tarde, así como con el general Francisco Miranda, al que le uniría una profunda amistad y con el que acabaría carteándose con regularidad hasta su muerte.

Francisco Miranda era hijo de un rico comerciante canario establecido en Caracas. Ingresó en el ejército español y participó en la Guerra de la Independencia norteamericana, valiéndole su intervención en el Sitio de Pensacola (1781) el ascenso a teniente coronel. Después de esto, abrazó la causa de la emancipación de las colonias y viajó a la Francia Revolucionaria en busca de apoyos. Allí fue nombrado comandante en jefe de las tropas que pusieron cerco a la ciudad realista de Valmy (1792), y luego ascendido a general para acabar comandando el Ejército del Norte que luchó en los Países Bajos, con el que rindió Amberes y Roermond. No obstante y aunque regresó a Paris como un general respetable y laureado, poco más tarde, durante la época del Terror, se buscó la animadversión de Robespierre y fue perseguido y encarcelado. Posteriormente y una vez librado de la guillotina, emprendió un proselitismo muy activo a favor de la independencia de Venezuela. Viajó a Estados Unidos, donde recabó el apoyo político del Congreso, y a Gran Bretaña, donde el gobierno de William Pitt el Joven le fue muy favorable, siempre comprometido a aportar las armas y hombres que fueran necesarias para socavar el poderío comercial de España en las colonias.

La oportunidad se le presentó a Miranda después de la batalla de Trafalgar, ya que aquel desastre había dejado la escuadra española tan mermada de buques de guerra que a nuestra Armada le era imposible acudir a todos los puntos amenazados por los británicos. Éstos acordaron la distracción sobre Venezuela que pretendía Miranda porque en realidad servía a planes más ambiciosos enmascarando el verdadero ataque que, dirigido por el coronel William Carr Beresford, pretendía tomar Buenos Aires por mar a finales de junio de 1806. Pero a principios de febrero, el general Miranda se adelantó al plan coordinado con sus aliados y fracasó en el intento de tomar el puerto de Ocumare con el frágil apoyo de tres goletas. Los españoles rechazaron sin dificultad la aproximación y la causa independentista tuvo que jugárselo todo en un segundo intento, con el comprensible recelo de quienes hasta entonces le habían mostrado un apoyo incondicional. Su principal valedor, William Pitt el Joven, había muerto a finales de enero, y el nuevo Primer Ministro William Wyndham Grenville pertenecía al partido opositor, cuya ala más extrema se mostraba contraria a la intervención militar en las colonias. Por esta razón, no fue sino después de arduas negociaciones y hasta finales de primavera cuando finalmente el gobernador de Trinidad pudo facilitar a Miranda los buques comprometidos para la invasión, en los que hubo que embarcar no obstante milicianos escasamente entrenados para este tipo de operaciones anfibias.

John Downie, que al instante percibió la oportunidad de superar la quiebra comercial e iniciar una brillante carrera castrense, se ofreció para organizar un batallón de voluntarios al que llamó Loyal Trinidad Light Infantry. Logró reunir unos trescientos hombres y el 9 de julio de 1806 el general Miranda le nombró coronel de la unidad, que comandaría auxiliado por los capitanes James Rankin y Robert McCullovgh, junto a los tenientes Alexander Smith y Joseph Feryra[11]. Así fue como el 3 de agosto siguiente un raquítico destacamento desembarcó frente a las costas de Coro y logró tomar el abandonado fortín de la plaza ante la indiferencia de la población, que no secundó el levantamiento. Miranda hubo de levar anclas diez días más tarde a la espera de una nueva oportunidad que nunca se produjo, pues aunque a finales de 1807 regresó a Londres con su fiel Downie para convencer al Gobierno sobre la necesidad de un nuevo plan coordinado, el interés geoestratégico de Gran Bretaña había basculado ya por entonces hacia la Península Ibérica.

En efecto, aunque tras el fracaso de la ocupación de Buenos Aires los británicos iniciaron los preparativos para una nueva expedición, liderada esta vez por el arribista general Arthur Wellesley, la invasión francesa de Portugal en noviembre de 1807, con el consiguiente bloqueo comercial de sus puertos, indujo al Gobierno a intervenir en la Península. John Downie se unió a la expedición en calidad de ayudante del Comisario General John Dalrymple, en labores de intendencia, y el 1 de agosto 1808 desembarcó en la bahía de Mondego, junto a los otros treinta mil soldados que apenas unos días antes iban a ser destinados a tomar las colonias españolas de ultramar.

Los británicos derrotaron al ejército del general Junot en Roliça el 17 de agosto y en Vimeiro el 21 siguiente, tras lo que ocuparon Lisboa para poner fin a ocupación francesa de Portugal en apenas un mes. Aunque poco después, las generosas cláusulas ofrecidas por los generales Dalrymple, Burrard y Wellesley en el posterior Convenio de Sintra, provocaron que fueran llamados a dar explicaciones a Londres, donde se les abrió un consejo de guerra, cediendo al general John More, el cuarto en la cadena de mando, la dirección de todas las tropas expedicionarias. En una cuestionada decisión, el general Moore, que tenía órdenes estrictas de concentrar las fuerzas en la frontera con España para el caso de tener que apoyar las operaciones que se preveían en la mitad norte tras la llegada del propio Napoleón, cruzó la frontera hasta Salamanca en una penosa marcha en la que iría sembrando de cadáveres el camino, a la par que su reputación. Rodeados de ejércitos franceses, finalmente las columnas británicas consiguieron embarcar en La Coruña, pagando un alto precio con la muerte de cientos de soldados, además de la de su comandante, alcanzado por un proyectil de artillería en las inmediaciones de Elviña, el 16 de enero de 1809.

John Downie consiguió sobrevivir al desastre y regresó una vez más a Gran Bretaña, donde el 16 de marzo se casó con Mary Shaw en la parroquia de Forrest. Pocos días tuvo para disfrutar de aquel matrimonio, puesto que casi de inmediato se sumó a la nueva expedición que, liderada en esta ocasión por el general Wellesley, consiguió arribar el 1 de abril frente a las costas de Portugal. Downie acompañó de nuevo al ejército británico en labores de intendencia en la toma de Oporto y en la persecución del Cuerpo del mariscal Soult, que logró salvar la mayor parte de su ejército cruzando a Galicia por Montalegre el 18 de mayo, poniendo fin a la segunda incursión francesa sobre el país vecino.

Una vez libre Portugal de la dominación napoleónica, Downie solicitó el 16 de junio de 1809 la adscripción como oficial de enlace con el capitán general Gregorio García de la Cuesta, comandante del Ejército de Extremadura, al que los británicos habían comprometido su ayuda en una insólita operación coordinada contra varios cuerpos franceses[12], pero la misma no fue aceptada. Su labor era muy apreciada por Wesllesley, que ya por entonces se dirigía con un fuerte destacamento a presentar batalla a los franceses en Talavera y necesitaba de su experiencia la gestión de suministros. Dicha labor le fue especialmente reconocida tras la accidentada retirada que sufrieron las tropas británicas hasta Jaraicejo y Trujillo, recomendándole así mismo ante el gobierno británico por la captura de un oficial francés que facilitó una información esencial en el transcurso de la mencionada batalla[13].

Después de Talavera, el general Wellesley emprendió con su ejército una larga y penosa marcha que le llevó a atravesar los angostos desfiladeros de la Sierra de Guadalupe, dejando un reguero de enfermos y muertos por el camino, hasta que el 11 de agosto pudo alcanzar finamente Jaraicejo, donde estableció provisionalmente su cuartel general mientras mandaba abastecer las tropas en los almacenes de Trujillo. Y en el buen fin de esta empresa, detallada en una comunicación que presentamos en los XLV Coloquios Históricos de Extremadura[14], el comisario Downie tuvo una intervención esencial, desplegando su experiencia en labores de intendencia e ingeniándoselas para surtir un ingente número de efectivos, en su mayor parte exhaustos y famélicos.

La tuvo así mismo después, cuando el 21 de agosto los británicos levantaron los campamentos y emprendieron la marcha que, vía Medellín y Mérida, les condujo a asentarse en las inmediaciones de Badajoz a partir del 3 de septiembre de 1809: el 1º regimiento de la King German Legion lo hizo en Valverde, los tres regimientos de la brigada del general Cameron en Lobón, los del teniente general Cole en Olivenza, los cuatro batallones del general Von Löw en Talavera; los cuatro del general Tilson en Montijo; los tres del brigadier Stewart en Puebla de la Calzada y los del brigadier Craufurd en Campomayor; mientras los Coldstream del teniente general Sherbrooke y dos batallones del coronel Kemmis, junto a los oficiales de los cuerpos de ingenieros y artilleros guarnicionaron en Badajoz. Dos terceras partes del ejército británico quedaron acantonadas en las inmediaciones de la capital de Extremadura durante el otoño de 1809 y Downie tuvo que recorrer la provincia inventariando recursos, aprendiendo español a marchas forzadas y tendiendo puentes entre las poblaciones del entorno fronterizo.

En Badajoz fijó su residencia el general Wellesley, donde firmó por primera vez con el apelativo con el que pasaría a la Historia: Lord Wellington[15]. La ciudad acogió durante este tiempo un aluvión de gentes procedentes de todos los puntos de Extremadura y las familias más ilustres de la región buscaron refugio entre sus muros, compartiendo tertulias y banquetes con los generales, jefes y oficiales del ejército británicos. Estos hicieron de la ciudad su cómoda residencia mientras miles de sus compatriotas enfermaban de fiebre amarilla en los acantonamientos cercanos y cientos de ellos morían, para ser después enterrados sin mayores ceremonias ni miramientos en fosas comunes, bajo los glacis de los vecinos baluartes de Elvas[16]. Probablemente en una de las galas ofrecidas por Lord Wellington en el antiguo palacio del conde de la Torre del Fresno, John Downie entabló amistad con don Jacinto de Orellana Pizarro y Contreras, VIII marqués de la Conquista, así como con su consorte, doña Bárbara de la Plata y Quintana Padilla, condesa de Campo Rey. Según marca la tradición, a esta última arrancó la promesa de donarle la espada de Francisco Pizarro que desde hacía más de trescientos años atesoraba la familia de su esposo.

 

  1. La Leal Legión Extremeña.

 

Por entonces Downie había comenzado a barajar la idea de organizar y comandar una columna o cuerpo volante, una unidad ligera que, siguiendo las pautas de las partidas guerrilleras, se moviese con cierta libertad jerárquica al modo en el que lo venía haciendo hasta entonces el cuerpo del general Ballesteros sobre la Sierra de Aracena. No obstante la idoneidad operativa de este tipo de unidades para las características de la guerra que se preveía en los próximos meses, el modelo inmediato del proyecto era más bien la Leal Legión Lusitana que, promovida por los respectivos embajadores Rodrigo de Sousa Coutinho y Robert Stewart, había fructificado un año antes, con excelentes resultados en combate, en forma de tres batallones de tiradores portugueses dirigidos por el coronel Robert Thomas Wilson. Downie había tenido oportunidad de asistir a la acción de la Leal Legión Lusitana el 12 de mayo anterior en Brozas, haciendo frente a la vanguardia del I Cuerpo del mariscal Victor, en la defensa del puente de Alcántara dos días más tarde, y, probablemente en el combate de Baños de Montemayor, librado el 12 de agosto de 1809, donde los portugueses cubrieron el paso de una columna británica tras la desastrosa retirada de la batalla de Talavera.

De este modo, cuando el Día de Todos los Santos de 1809 el comandante en jefe de los aliados volvió grupas antes de adentrarse en Portugal para espetar a los badajocenses que no les debía nada[17], John Downie se mantuvo entre ellos. El 29 de enero de 1810 redactó un informe en el que se brindaba a levantar a su costa una unidad de al menos tres mil hombres, entre tiradores, caballería ligera, artillería volante y zapadores, que habría de llevar el nombre de Leal Legión de Extremadura y quedar integrada en el Ejército español que por entonces comandaba el marqués de La Romana[18].

El proyecto fue acogido con entusiasmo y aprobado apenas dos días más tarde por la Junta Suprema de Extremadura, que propuso a Francisco Fernández Golfín como brigadier del cuerpo, encomendándole rápidamente labores de reclutamiento[19]. En una carta dirigida al general Miranda, Downie daba cuenta de la favorable acogida de su iniciativa, para la que “se presentaron más voluntarios que los 3.000 y la mayor parte de los oficiales son de las familias más ilustres de la Provincia”[20]. Pero muy pronto, tan ilusionante proyecto se vio superado por la realidad: Lord Wellington no era partidario de aprobar la adscripción del coronel Downie en el ejército español y el 26 de marzo emitió un informe solicitando la ratificación, en todo caso, del gobierno británico[21], así que Downie se tuvo que conformar por el momento con liderar partidas de paisanos, con las que llegaría a destacar en diversas acciones libradas en las inmediaciones de la plaza. Una de estas fue la ocurrida el 21 de junio frente a los muros de Badajoz, cuando varios cuerpos franceses fueron avistados sobre las alturas de Santa Engracia y salió comandando las guerrillas. Y aunque fue herido y perdió cuatro hombres, consiguió hacer dieciséis bajas al enemigo[22].

El 22 de julio siguiente la Regencia aprobó proféticamente la creación de “un cuerpo provincial, que irá a donde quiera que se le destine, tal vez hasta Paris”[23]. El prospecto del plan de la Leal Legión de Extremadura contemplaba dos mil ciento cuarenta hombres de infantería ligera, repartidos en cuatro batallones de seiscientas plazas, compuestos a su vez de seis compañías de cien hombres o diez de sesenta. Preveía también otras trescientas plazas de caballería para tres escuadrones, compuestos cada uno de dos compañías de cincuenta caballos, además de otros cincuenta para cuatro compañías de artillería de campaña con dos piezas, junto a cien zapadores sin fusiles ni cartucheras, cuyo principal objeto era construir minas, cavar trincheras y abrir caminos a base de pico y azada. El decreto de creación establecía además que “en la clase de oficiales entren los nobles de la Provincia que se hallen sirviendo en los Ejércitos y quieran pasar a la Legión, e igualmente aquellos soldados o sargentos que acrediten ser beneméritos”, por lo que se propuso en primera instancia para dirigir cada uno de las cuatro batallones de infantería al brigadier Quintín de Mendoza, al teniente coronel del Regimiento de Guardias Valonas Fernando Moscoso, y a los capitanes del Regimiento Provincial de Trujillo Francisco y Joaquín Ladrón de Guevara, mientras que la dirección de los tres escuadrones de caballería recayó en el capitán de los Húsares de Extremadura Francisco Villalobos[24].

A finales de mes, Downie viajó a Londres para recabar la aprobación del gobierno británico, sin la cual Lord Wellington no estaba dispuesto a ceder la adscripción al ejército de Extremadura, consiguiendo además que su hermano Charles financiase el proyecto con “sesenta mil duros”[25] que en su mayor parte fueron empleados en la compra de vestuario. De todo ello dio cuenta al marqués de la Romana y a la Junta Suprema de Extremadura, en una serie de cartas que escribió el 26 de septiembre, el 1 de octubre y el 17 de noviembre de 1810, informándoles en esta última que en pocos días se pondría finalmente de camino para España[26].

Y así fue. El 24 de noviembre subió a bordo del Abercombie y zarpó del puerto de Plymouth con los despachos que le exigía Lord Wellington, al que encontró el 8 de diciembre en el cuartel general de Cartaxo[27]. Con Downie viajaron en esta ocasión dos sobrinos, John y Benjamin, que más tarde serían nombrados tenientes de caballería por la Regencia, con los que el 30 de diciembre desfiló por Badajoz junto a una compañía de hombres vestidos todos “a la española antigua”[28], causando la admiración y aplauso de todos los vecinos.

Aún hoy continúa abierto el debate sobre las causas que indujeron a Downie a la excentricidad de vestir a aquellos hombres con “sombrero de plumas, como los de los alguaciles de las plazas de toros”, en palabras de Benito Pérez Galdós. Sabemos que la idea de armar a la caballería con lanzas se la ofreció el propio general Miranda, con el que se continuaba carteando[29], aunque el propio Downie era un experto en el manejo de este arma, de la que llegó a recopilar al poco tiempo una serie de grabados[30], pero esa visión romántica de la guerra no deja de ser demasiado reduccionista y no ampara en ningún caso las razones que promovieron el éxito de tan singular proyecto. Obviamente, estas debieron de ser múltiples y hay quien defiende que fue un gesto hacia las élites conservadoras que le apoyaban, muchas de las cuales pensaban que había que retomar las tradiciones patrias y huir de todo lo afrancesado, origen de la decadencia política que amenazaba España y asolaba Europa, como las modas que marcaban los uniformes de los regimientos contemporáneos. Una explicación más prosaica la ofrece el historiador Charles Esdaile, para quien Downie buscaba por el contrario el reconocimiento militar que le había sido negado en la tentativa frustrada de tomar Venezuela, así como cierto estatus de libertador caudillista, y por esta razón acabó presentándose ante los extremeños como el condotiero dispuesto a liberarles de la dominación francesa[31].

Siguiendo esta lógica, Downie necesitaba arrogarse de alguno de los símbolos que antaño hicieron invencibles y legendarios a los conquistadores extremeños[32]. Fundamentalmente Pizarro, que destacaba por encima de otros en el imaginario de Downie gracias quizás a la adaptación que hizo en 1796 Richard Brinsley Sheridan de la obra de August von Kotzenbue, “Die Spanier in Peru oder Rollas Tod”, que, acogida con enorme entusiasmo en los teatros de Londres, logró ser especialmente popular entre los oficiales del ejército Británico. Y qué mejor símbolo que detentar la espada del conquistador extremeño para llegar a ser reconocido en España con el título de caudillo libertador al que aspiraba desde hacía tiempo. En este sentido, buscó vincular la Leal Legión Extremeña a un pasado mitológico, como prueba el lema elegido personalmente para la unidad: “In ferrum pro Libertate ruimus”[33], rememorando los inmortales versos de Virgilio en los que los descendientes de Eneas corrieron a las armas para expulsar a Tarquino y recobrar la libertad republicana.

Y aunque Downie, como luego veremos, estaba muy alejado de los valores republicanos y era un acérrimo defensor del absolutismo más reaccionario, por el momento consiguió entrar en Badajoz nimbado del aura mística de los conquistadores, propalando entre sus habitantes el mayor de los entusiasmos. El 1 de enero de 1811 hizo publicar una proclama en la que les invita a sumarse a la cruzada en los siguientes términos:

“El Supremo Consejo de Regencia de España e Indias ha aceptado benignamente la formación que le he propuesto de la Leal Legión Extremeña, nombrándome su coronel comandante. Inglés por naturaleza y español por afecto, me enajena el placer de verme contado entre los valientes que defienden su libertad y su independencia contra los tiranos de Europa. Testigo soy, valerosos extremeños, de vuestro patriotismo, de vuestros esfuerzos, y me lisonjeo de que hallaré en vosotros soldados invencibles que venguen los agravios de su Religión, de su Patria y de su adorado Fernando. Alistaos, pues, para vengarlos en las banderas de la Leal Legión Extremeña. A su sombra os guiarán por las sendas del honor al campo de la victoria”[34].

La movilización sin embargo debió de ser escasa, no tanto por la disposición de los extremeños, indomables aún en los extremos más arriesgados de la guerra, sino porque la ausencia del general Mendizábal, que había cruzado a Portugal en busca de las divisiones españolas ante el inminente avance del ejército francés sobre Badajoz, impedía adoptar los acuerdos de reclutamiento para integrar a los hombres en el Ejército de Extremadura. Además, la mayor parte del vestuario y los cuarenta mil fusiles comprados en Gran Bretaña habían quedado bloqueados en el puerto de Lisboa por falta de carros, así que el 23 de enero de 1811 Downie decidió partir en su busca y escribió al marqués de La Romana para que ordenara a Mendizábal la cesión de quinientos caballos, además de ochocientos hombres de infantería y otros doscientos de caballería, que necesitaba con urgencia para organizar una “base proporcional a todo el cuerpo que ha de formarse y que diese su aprobación para mandarlo al condado de Niebla, a La Mancha y otros puntos[35].

Desconocía por entonces que el marqués de La Romana había muerto en Cartaxo el 6 de enero, y que Mendizábal le sustituía como comandante interino del Quinto Ejército entretanto el general Castaños tomaba el mando. La plaza de Badajoz había sido cercada por los franceses, que aniquilaron a las divisiones españolas en Santa Engracia el 19 de febrero siguiente, por lo que la petición de Downie cayó en saco roto y éste no pudo formar más que una partida con algunos pocos fieles. El 22 de febrero se unió a las guerrillas de Antonio Caracol, Isidoro Mir y Mariano Rocarfort, con los que organizó una columna volante con la que lograron rescatar al brigadier de ingenieros José Fale, además de otros muchos oficiales y soldados que, habiendo sido hechos prisioneros en la batalla de Santa Engracia, eran conducidos a Córdoba[36].

En compañía de los mismos guerrilleros, el 7 de marzo batió una columna francesa en las inmediaciones de Don Benito[37]. No consta que participara en la batalla de La Albuera, probablemente porque durante este tiempo Downie estuvo ocupado en recorrer Extremadura recogiendo dispersos y capturando desertores, con los que, aunque no llegó a alcanzar ni de lejos los tres mil hombres que en un primer momento se preveían, a mediados de junio consiguió formar un abigarrado cuerpo, que atavió como pudo a la espera de las órdenes del capitán general Francisco Javier Castaños. De este modo, el 14 de junio entró en Elvas procedente de Ceclavín con dos batallones de infantería y un escuadrón de caballería, que aprovisionó debidamente durante cinco días para después continuar la marcha hacia el condado de Niebla, donde le esperaban los generales Blake y Ballesteros, junto a la vanguardia del conde de Penne Villemur, en la que finalmente quedó adscrita la Leal Legión Extremeña[38].

El 12 de agosto quedó finalmente reorganizado el Quinto Ejército sobre los restos del anteriormente llamado Ejército de Extremadura y aún después de la Izquierda. Sobre esta fecha y tomando como base el cuartel general emplazado en Alcántara, la I División, a las órdenes del general Copons se mantuvo de guarnición en la Isla de León, mientras la II División pasó a cargo del recientemente nombrado mariscal de campo Pablo Morillo para ser destinada de inmediato a la Sierra Norte de Sevilla. La III División, que continuaba al mando del también mariscal de campo Carlos de España, se mantuvo de momento acampada en los alrededores de Alcántara, aunque presta a cruzar el Tajo para acudir a cualquier punto en el que se demandara su presencia. La División de Vanguardia del conde de Penne, enfermo en Cádiz, guarnicionó también entre Trujillo y Cáceres comandada de manera interina por el brigadier Joaquín de Montemayor, mientras que el coronel Doura asumió la comandancia de los tiradores de Leal Legión Extremeña, que formaron una brigada junto a los provinciales de Trujillo, Plasencia y Cazadores de Mérida, con el compromiso de armarlos y vestirlos de su bolsillo[39]. Aunque Downie vistió a algunos de sus hombres a la antigua usanza, la mayor parte de los uniformes comprometidos aún no habían sido entregados, pese a que ya por entonces, el 24 de agosto de 1811, constaban cartas de Charles Downie afirmando haber enviado más de quinientos[40]. Lo cierto es que a fecha de 26 de diciembre aún no habían sido entregados, aunque sí gran parte del armamento que desde finales del año anterior se encontraba retenido en Aldeagallega por falta de carros que los transportasen[41].

Aunque por encima de aquellas armas, sin duda la pieza más valiosa que recibió Downie, destinada a amalgamar voluntades y convertirse en seña de identidad de la Leal Legión Extremeña, así como de su coronel comandante, sería la espada de Francisco Pizarro, el invicto conquistador del Perú.

 

  1. La espada de Pizarro.

 

El 3 de agosto de 1811 la marquesa consorte de la Conquista hizo entrega de la espada al coronel Downie por mediación de su primo Lorenzo María de Bolaños y Guzmán, que se encontraba por entonces en la villa de Brozas. Ere este un objeto de incalculable valor histórico y sentimental que había permanecido más de trescientos años atesorado por la familia de su marido, y que se ponía ahora conscientemente en manos de aquel aventurero escocés para que la manejara “en beneficio de la independencia de España”[42].

La pieza, registrada con el nº 1759 en el depósito de la Real Armería, fue descrita del siguiente modo en el catálogo que publicó Marchesi en 1849:

“Espada de Francisco Pizarro. Guarnición de gavilanes curvos en dirección opuesta; una puente y pequeños gavilanes; todo lo dicho y el plomo está damasquinado de oro; puño cubierto de hilo de plata. Hoja angosta, con la m.43, del largo de 1 vara, 2 pulgadas y 6 líneas”[43].

No obstante, existe una descripción más detallada en el catálogo editado por el conde de Valencia de Don Juan nueve años más tarde, para quien:

“La hoja es rígida, de cuatro mesas y grueso recazo, escotado por ambos cantos. En el plano de dicho recazo lleva estampado por una parte el nombre del espadero Mateo y por la otra el monograma de Jesucristo. Largo 0,830: ancho 0,027. Guarnición de acero pavonado, ricamente decorada con hojas y grecas de ataujía de oro, algo desgastadas las del pomo, que es circular de dos fachadas”[44].

 

Ninguno de los catálogos incluía grabados que apoyasen las descripciones, no obstante Marchesi derivaba las suyas a las láminas realizadas por Gaspar Sensi para el trabajo sobre la Real Armería coordinado por Achille Jubinal en 1838[45]. Sin duda, de la difusión de estas obras se sirvió Graciano Mendilaharzu para recrear con fidelidad la espada en su famosa “Muerte de Pizarro” (1886), que se conserva en el Museo Nacional de Bellas Artes de Argentina[46]. Las ilustraciones muestran una forma idéntica también con la que puede observarse en el retrato más conocido de Downie realizado por un contemporáneo, donde aparece vestido a la antigua usanza con la mano siniestra apoyada en la celebérrima espada. El escocés tuvo ocasión de blandirla al poco tiempo de recibirla de manos de la marquesa de la Conquista, en el combate librado el 28 de agosto de 1811 en Arroyo del Puerco, actual Arroyo de la Luz, donde los españoles hicieron ochenta y tres bajas al enemigo, y aún al día siguiente en las inmediaciones de Torremocha, cuando la caballería del conde de Penne persiguió a la francesa, y a punto estuvieron de capturar al general Foy, comandante de la I División del Sexto Cuerpo del Ejército francés[47].

Por su contribución en la batalla, la Regencia ascendió a tenientes del escuadrón de caballería de la Leal Legión Extremeña a Benjamin Downie y John Downie Brizo[48], aprobando así mismo la reorganización de la unidad en cuatro batallones de infantería ligera, denominados respectivamente batallón nº1 de Badajoz, nº 2 de Mérida, nº 3 de Trujillo y nº 4 de Plasencia[49]. La realidad se encargó de rebajar al poco tiempo tan generosas estimaciones y el cuerpo de infantería de la Leal Legión Extremeña se vio reducido tan sólo al primer batallón que, conocido como tiradores o volteadores, en asimilación del término voltigeurs, empleado para las compañías de hostigadores de los regimientos de línea franceses, tuvo como comandante a José Díaz Bascones y como sargento mayor a Rodrigo Bermúdez[50]. Para suplir las carencias de efectivos, a este batallón se le sumó el del Provincial de Trujillo y el de los voluntarios de Mérida, además de una compañía ligera, poniéndolos todos bajo el mando del coronel Downie para sumar una fuerza, a 1 de octubre de 1811, de ciento dos oficiales y mil cincuenta y cuatro hombres[51]. Esta es la tropa con la que destacará en la exitosa acción de Arroyomolinos de Montánchez, que tuvo lugar el 28 de octubre de ese mismo año, cuando británicos y españoles sorprendieron a la división del general Girad, haciéndoles más de mil cuatrocientos prisioneros, entre otros el ilustre duque de Prosper Louis Aremberg, sobrino del Emperador.

Después de esto, las fuerzas de la Leal Legión Extremeña quedaron disgregadas. El batallón de tiradores de Badajoz continuó adscrito a la vanguardia del conde de Penne, mientras que la caballería, reducida a dos escuadrones, quedó en depósito en la Isla de León[52]. Al frente de los primeros continuó el coronel Downie, que cinco días más tarde de la acción de Espartinas, el 5 de abril de 1812, en la que “hizo huir a punta de bayoneta a mil quinientos enemigos que portaban cuatro cañones y dos obuses”[53], fue ascendido a brigadier. Aunque sin duda el episodio más conocido de su bravura fue sin duda el ocurrido 27 de agosto de 1812 en las inmediaciones de Sevilla.

Ese día, la división del mariscal de campo Juan de la Cruz Mourgeon, en el que acabaron integrados los tiradores de Badajoz, auxiliado por seis compañías del segundo batallón de los Royal Food Guards, tomó Castilleja de la Cuesta amenazando Sevilla, principal bastión francés en Andalucía desde principios de febrero de 1810. El brigadier Downie ordenó avanzar a sus hombres, reunidos en un puente de barcas tendido sobre el Guadalquivir, bloqueada la orilla opuesta por las tropas del mariscal Soult que cubrían la retirada del resto del contingente por la carretera de Córdoba. Pero los franceses estaban bien atrincherados y disponían de una pieza de artillería que dificultaba el avance, por lo que después de dos embestidas infructuosas Downie decidió dar ejemplo y abrirse hueco entre las líneas enemigas blandiendo la espada de Pizarro.

Y así fue como, sin encomendarse a Dios ni al diablo, picó espuelas para arrojarse sobre el enemigo, que estuvo a punto de superar cuando el filo de una bayoneta casi le arranca un ojo, antes de caer derribado del caballo. Aturdido, antes de que los franceses lo cogieran cautivo, encontró fuerzas para arrojar la espada hacia sus líneas y evitar que estos se hicieran con ella. Enardecidos, los tiradores de Badajoz cargaron a la bayoneta eliminando cualquier resistencia enemiga, luego tomaron la orilla opuesta y aún después la ciudad entera en busca de su caudillo. Pero no fue sino hasta horas más tarde, cuando un piquete de reconocimiento pudo encontrarlos, gravemente herido a la altura de Marchena, donde los franceses lo habían abandonado bajo palabra de honor de no servir en lo sucesivo en ejército regular alguno[54].

A los pocos días Downie regresó a Gran Bretaña para curarse de las heridas y reencontrase con su mujer. En su casa de Renfrewshire recibió a las más ilustres familias de Escocia, que le obsequiaron con una hermosa espada, además de honrarle con las llaves de la ciudad de Glasgow, ceremonialmente entregadas por el magistrado jefe del consistorio. En Gran Bretaña fue recibido también como un héroe por los exiliados realistas que preparaban el inminente regreso de Fernando VII, como el conde de Fernán Núñez, embajador español en Londres, que en el transcurso del homenaje con el que se le agasajó el 14 de diciembre de 1812, “le presentó al rey como un buen patriota y este lo distinguió con muestras de particular estimación”[55].

No mucho después regresó a España con su hermano mayor. El 24 de diciembre de 1812 la Regencia aprobó la creación de dos escuadrones de caballería ligera denominados de la Legión Extremeña y nombró a Charles Downie capitán de uno de ellos[56]. Así fue como el cabeza de familia acabó integrado también en el ejército español, del que acabó licenciándose el 4 de junio de 1843 con grado de coronel del regimiento de caballería de La Albuera.

El 16 de julio de 1813 le fue concedida la cruz de la Orden de Carlos III, que según los testigos que presenciaron la ceremonia se le impuso a la manera caballeresca, con la propia espada de Pizarro de la que nunca se separaba[57]. De esta época es el grabado en el que William Nicholls le retrata con la marca oscura en la mejilla derecha que le dejó la bayoneta francesa, portando sobre el pecho la reciente condecoración, mientras recrea a sus pies la acción sobre el puente de barcas por la que le fue concedida[58]. El rey le nombró alcaide de los Reales Alcázares, donde fijó su residencia a partir de entonces y donde muchos historiadores le achacan injustamente el blanqueo de los salones, así como la policromía con la que de manera extravagante, añaden, estropeó ya para siempre los estucos mudéjares del palacio, pese a que consta acreditado que tal cosa ocurrió al menos una década antes[59].

Tras la batalla de San Marcial, Lord Wellington reclamó expresamente a su antiguo colaborador y Downie se puso de nuevo al frente de la Leal Legión Extremeña, que tuvo el privilegio de ser una de las escogidas unidades españolas que en febrero de 1814 invadió Francia. Estos derrotaron al ejército de Soult en Orthez, Bayona y Toulouse, consumando el augurio lanzado por la Regencia cuando en el decreto de creación los figuró en “el mismísimo Paris”, como debió representarse así mismo Downie por momentos, cruzando los Pirineos con la espada de Pizarro[60].

Con el regreso de Fernando VII al trono de España, el 27 de julio de 1815 fue nombrado mariscal de campo y confirmado en su puesto de alcaide de los Reales Alcázares y Atarazanas, cargo que conllevaba también representación, voz y voto en el cabildo sevillano. Y aunque algo después, el 10 de septiembre de 1822, el gobierno liberal le retiró todos los honores, Downie continuó residiendo en el Palacio, recluido en una de las salas del patio de banderas, mientras hacía propaganda en favor del absolutismo[61]. La noche del 10 de junio de 1823, estando el rey preso en los Reales Alcázares por mandato de las Cortes, que se habían reunido de urgencia para declararlo loco e impedirlo para el trono, urdió una trama con otros oficiales para trasladarlo a Madrid, donde los Cien Mil Hijos de San Luis habían impuesto una regencia realista que trabajaba por su regreso, pero la conspiración fue descubierta por el Ministro de la Guerra y los conjurados hechos prisioneros. Acusado de alta traición, Downie acabó en el penal de La Carraca, en Cádiz, precisamente el mismo lugar en el que 1816 había fallecido, también prisionero, su íntimo amigo el general Francisco Miranda[62].

A finales de octubre, una vez abominado Fernando VII de sus obligaciones constitucionales, Downie fue liberado. El 5 de octubre de 1823 es restituido en la dirección del Alcázar[63] y poco después recibe la Cruz de San Fernando. A partir de entonces sería considerado un héroe por los tradicionalistas fernandinos, por lo que pudo vivir rodeado de lujos y excesos, sin preocuparse de las deudas, que serían muchas, hasta su muerte, ocurrida el 5 de junio de 1826. Al parecer, fue tal el montante de las obligaciones pecuniarias que legó a sus herederos, que su hermano Charles, al que había nombrado albacea, tuvo que entregar al Real Patrimonio la espada de Pizarro en compensación por las deudas en el desempeño del cargo de alcaide de los Reales Alcázares[64].

De este modo, el 2 de noviembre de 1826 la espada fue depositada en la Real Armería y quedó catalogada sin mayor anotación[65], por lo que, andando el tiempo, nadie pudo dar certeza del origen o propiedad de la misma. Los conservadores escribieron al descendiente del marqués de la Conquista, del que a través del conde de Toreno constaba que la había cedido a Downie [66], tratando de averiguar el estado legal en el que encajaba la pieza y, siempre según Marchesi, don Jacinto de Orellana y Pizarro, legítimo sucesor en el título de nobleza, respondió que:

“Ignoró hasta muchos años después todos estos antecedentes. Cuando los supo y quiso gestionar como su padre, Downie había muerto y la espada de Pizarro se hallaba en la Armería sin saber cómo ni porqué. Ahora nos resta decir que este arma interesante vino a la Armería por mandato de Fernando VII en 1826, año en que Downie murió en Sevilla. El actual marqués de la Conquista nos ha manifestado que aunque pudiera reclamar la alhaja que le pertenece, la cede y la ve con gusto en el magnífico depósito en que se halla. Proceder este que debieran imitar muchos grandes personajes, poseedores de antiguallas venerables, que por último término van a parar por venta o por hurto a los gabinetes y armerías extranjeras”[67].

Dicha anotación no consta en el catálogo de 1861, ni aún en los posteriores. Tampoco en las cuidadas obras que Leonard Williams en 1871 y Albert Calvert en 1907 dedicaron a la colección de la Real Armería, donde se incluyen sendas imágenes de la famosa espada de Pizarro[68]. Pese a ello, la adscripción al Real Patrimonio fue dada por hecho[69], convirtiéndose en una de las piezas más destacadas de la colección, de tal modo que, en las contadas ocasiones en las que ha salido de la institución para dar realce a actos oficiales, acabó cobrándose el protagonismo de los mismos.

Tal caso ocurrió por ejemplo en septiembre 1881, cuando fue cedida para ser expuesta en el IV Congreso Internacional de Americanistas que se celebró en Madrid[70]. La espada de Pizarro se convirtió en la pieza principal de la llamada “exposición de antigüedades americanas” que fue organizada en torno a las galerías de sendos patios del entonces ministerio de Ultramar, hoy Cuartel General de la Armada, dispuesta en el centro del dedicado a Juan Sebastián Elcano para poder ser admirada dentro de un magnífico armario de caoba y cristal[71]. Y también en 1930, cuando el 29 de mayo fue portada junto a las espadas de los Reyes Católicos y de Hernán Cortés por oficiales de Artillería, Infantería, Caballería y Marina, en el último acto de homenaje a los descubridores y conquistadores de América con motivo de la Exposición Iberoamericana inaugurada el año anterior en Sevilla[72].

Y el jueves 26 de junio de 1941 la espada de Pizarro regresó a Trujillo, de donde había salido ciento treinta años antes, para dar lustre al IV Centenario de la muerte de Francisco Pizarro. El acto fue portada del diario ABC, de 27 de junio de 1941, que se ocupó de detallar en dos páginas interiores los pormenores del mismo, así como el diario HOY, que le dedicó igualmente un generoso espacio en la edición de aquella fecha. Otros periódicos de tirada nacional se ocuparon también de glosar el acto, e incluso parece ser que, en ausencia aún de NO-DO, la cadena Fox grabó un documental cinematográfico para su noticiario Movietone News que lamentablemente nos ha sido imposible encontrar[73].

En cualquier caso, gracias a todas estas crónicas sabemos que aquel día la ciudad amaneció engalanada en todas sus calles, con multitud de banderas nacionales, gallardetes y arcos de triunfo dando lustre a la festividad. La plaza y sus edificios principales se adornaron con una rica colección de tapices traídos del Palacio de Oriente, calculándose en más de doce mil personas los asistentes que acudieron de todas partes de la región para presenciar los actos. El principal, presidido por Manuel Halcón, canciller del Consejo de la Hispanidad, en representación de la jefatura de Estado, tuvo como protagonista a la espada de Pizarro. Esta había sido colocada en el vestíbulo del Ayuntamiento, sobre una mesa cubierta con un paño de hombros del siglo XVI, descansando sobre un rico cojín de Damasco y escoltada por dos agregados militares de la representación diplomática peruana. En la gran escalinata central, el canciller de la Hispanidad, bajo acta, hizo entrega pública de la espada del conquistador al ministro plenipotenciario del Perú, para que la portase durante la procesión cívica que se dirigió luego a la iglesia de San Martín, en donde fue depositada junto al altar mayor mientras se celebraba un Te Deum. Después, una vez terminada la ceremonia, el diplomático devolvió el arma al representante del Estado español, que esa misma tarde regresó a Madrid[74].

Desde entonces, la espada se conserva en la Real Armería, a cuyo Patronato corresponde el dominio de la pieza por prescripción adquisitiva o usucapión, una apariencia de posesión ininterrumpida que, como hemos visto, detenta desde hace casi doscientos años la institución[75]. Aunque el apunte no es baladí, no deja de ser tan sólo uno de los puntos que habrá de barajarse para eventuales requerimientos y en cualquier caso se encuentra alejado de la pretensión de este trabajo que, como se expuso con anterioridad, no es otra que la de poner en orden una serie de inexactitudes que veníamos advirtiendo respecto a la espada de Pizarro, la figura de Downie y la Leal Legión Extremeña. Humildemente, esperamos haber arrojado alguna luz sobre ello.

 

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[1] SHERER, Moley. Recollections of the Peninsula. Longman, Londres, 1827; págs. 229-230. Para una aproximación a los espectáculos celebrados el Anfiteatro del empresario circense John Phillip Astley. MARABEL MATOS, Jacinto J. “Provecho y espectáculos de la ciudad tomada”. Boletín de la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes. Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes. Almendralejo, 2017; págs. 315- 343.

[2] Vid. BAROJA, Pío. “Downie, el quijotesco”. Vitrina pintoresca. Espasa- Calpe. Madrid, 1935. págs. 93-100. PÉREZ GALDÓS, Benito. Episodios Nacionales. Primera Serie. Gerona y Cádiz. Espasa Calpe, Madrid. 2008, págs. 209-211.

[3] VVAA. Diario de las discusiones y actas de las Cortes. Tomo III. Imprenta Real, Cádiz, 1811; pág. 308.

[4] LE BRUN, Carlos. Retratos Políticos de la Revolución en España. Le Brun. Filadelfia, 1826; pág. 264.

[5] RODRÍGUEZ-SOLÍS. Enrique. Los guerrilleros de 1808: historia popular de la Guerra de la Independencia. Tomo I. Enciclopedia Democrática, Barcelona, 1895; pág. 430.

[6] La canción continuaba apelando a los sentimientos patrióticos de los extremeños: “Venid Extremeños/ De España Blasón/ Ya alzó su Bandera/ La Ilustre Legión/ En pos de su sombra/ Corred sin tardanza/ Y en vez de la lanza/ Tomad el fusil/ Ya el Galo se asombra/ De ver tal denuedo/ Ya tiembla de nuevo/ Su mano servil/ Venid Extremeños/ De España Blasón/ Ya alzó su Bandera/ La Ilustre Legión/ Será Extremadura/ Por vos cual la roca/ Que inmóvil provoca/ La furia del mar/ Será sepultura/ Do caiga sin vida/ La gente atrevida/ Que os quiso burlar/ Venid Extremeños/ De España Blasó/ Ya alzó su Bandera/ La Ilustre Legión/ Venid Extremeños/ Libremos a España/ Venzamos la saña/ Del fiero opresor/ Seamos los Dueños/ Del rayo en la Guerra/ Y pasmo en la tierra/ Y al Galo pavor/ Venid Extremeños/ De España Blasón/ Ya alzó su Bandera/ La Ilustre Legión.” VVAA. Archivo del general Miranda. Tomo XXIII. Editorial Lex. La Habana, 1950; págs. 461-463.

[7] Entre otras, la legada por el redactor del Diario Mercantil de Cádiz Pabló Jericó, que decía así: “Al verle tan terrible chafarote/ Orden de la Cruzada en el costado,/ Y cual dragón, descomunal bigote/ Todo el mundo lo hubiera comparado/ Al inmortal manchego D. Quijote/ Pero ¡cuánto se hubiera equivocado!/ Porque el Quijote tuvo gran talento/ Y el mortal de que hablo es un jumento.” GOMEZ IMAZ, Manuel. Los periódicos durante la Guerra de la Independencia (1808-1814). Revista de Archivos y Museos. Madrid, 1910; pág. 113.

[8] Sin perjuicio del incompleto ANÓNIMO. Biografía del mariscal de campo de los ejércitos españoles Juan Downie. Imprenta de Infantería de Marina. Madrid, 1887.

[9] AGMS, D-1177. Expediente Juan Downie.

[10] GRANT, James. The Scottish Soldiers of Fortune: Their Adventures and Achievements in the Armies of Europe. Routledge and Sons, Londres, 1889; pág. 138.

 

[11] VV.AA. Archivo del General Miranda. Negociaciones (1806-1807). Tomo XVIII. Editorial Lex. La Habana, 1950; pág. 82.

[12] IGLESIAS ROGERS, Graciela. British Liberators in the Age of Napoleon. Bloomsbury. Londres, 2013; pág. 36.

[13] Downie continuó en labores de intendencia y exploración bajo las órdenes de Lord Wellington, constando el agradecimiento expreso de este tras la batalla de Talavera, según VV.AA. The Royal Military Chronicle of the British Officers. Volumen VI. Cardon, Londres 1813; pág. 173.

[14] MARABEL MATOS, Jacinto J. “Fiebre y sábanas: el otoño de Wellington en Badajoz (I)” XLV Coloquios Históricos de Extremadura. Asociación Cultural Coloquios Históricos de Extremadura. Trujillo, 2017; págs. 283-302.

[15] El 16 de septiembre de 1809, doce días después de haber sido nombrado vizconde como reconocimiento a su participación en la batalla de Talavera, escribió una carta dirigida al embajador británico en Lisboa John Villiers, en la que reconocía, en efecto, que “esta es la primera vez que firmo con mi nuevo nombre”. GURWOOD, John. The Services of Field Marshal the Duke of Wellington. Volumen V. Murray, Londres, 1836; p. 156.

[16] MARABEL MATOS, Jacinto J. “Fiebre y sábanas: el otoño de Wellington en Badajoz (II)” XLVI Coloquios Históricos de Extremadura. Asociación Cultural Coloquios Históricos de Extremadura. Trujillo, 2018; págs. 409–425.

[17] Vid. Oficio dirigido por Lord Wellington a la Junta Suprema de Extremadura, de 7 de diciembre de 1809, publicado en la Gazeta de la Regencia, de 14 de diciembre de 1809.

[18] GÓMEZ VILLAFRANCA, Román. Extremadura en la Guerra de la Independencia. Memoria Histórica y Colección Diplomática. Uceda Hermanos, Badajoz, 1908; págs. 205-206.

[19] Encomienda que sin embargo quedó en suspenso al poco tiempo, puesto que en marzo Golfín fue agregado al estado mayor del general Ballesteros y aún poco después, el 23 de julio de 1810, fue elegido diputado para representar a Extremadura en las Cortes Generales y Extraordinarias que habrían de reunirse en la Isla de León, en Cádiz. FERNÁNDEZ-DAZA ÁLVAREZ, Carmen. “La actividad parlamentaria de Francisco Fernández Golfín en las Cortes de Cádiz”. V Encuentros Comarcales Vegas Altas, La Serena y La Siberia. SISEVA, Badajoz, 2012; pág. 73-74.

[20]VVAA. Archivo... Tomo XXIII, op.cit; pág. 457.

[21] Posteriormente, cuando el gobierno británico, además de aprobar la adscripción, facilitó cuarenta mil rifles Baker para armar al Ejército español, escribiría furioso al general Beresford haciéndolo saber que estaba totalmente en desacuerdo con tal decisión. GURWOOD, John. Selections from the Dispatches and General Orders of Field Marschal the Duke of Wellington. Murray, London, 1842. P. 428.

[22] Gazeta de la Regencia de España e Indias, de 6 de julio de 1810.

[23] GÓMEZ VILLAFRANCA, R. Extremadura…, op.cit; pág. 316.

[24] Ibid; pág. 206.

[25] Ibid; pág. 392.

[26] AHN, Diversos-Colecciones, 110, N.33. Correspondencia de diferentes comisionados ingleses relativa a operaciones de guerra; págs.. 48-54.

[27] VV.AA. The Royal…; pág. 180.

[28] Gazeta de la Regencia de España e Indias, de 17 de enero de 1811.

[29] VVAA. Archivo... Tomo XXIII, op.cit; pág. 456.

[30] DOWNIE, John. Colección de láminas de ataque y defensa del arma de la lanza. Madrid, 1814.

[31] ESDAILE, Charles. “Guerrilleros, bandidos, aventureros y comisarios: la historia de Juan Downie.” Alcores. Revista de Historia Contemporánea, nº 5. Fundación Fermín Carnero, León, 2008; pág. 117.

[32] Una mitología así mismo compartida por el resto de ejércitos combatientes, como atestiguaba la Gazeta de Lisboa en su edición de 24 de junio de 1811.

[33] VV.AA. The Royal…, ob.cit; pág. 181.

[34] Diario de Mallorca, de 11 de febrero de 1811.

[35] AHN, Diversos-Colecciones, 137, N.30. El coronel Juan Downie pide al marqués de La Romana recursos para organizar una Legión.

[36] GÓMEZ VILLAFRANCA, R. Extremadura…, ob.cit; pág. 238.

[37] Ibíd., ob.cit; págs. 366-367.

[38] Gaceta de la Regencia de España e Indias, de 25 de junio de 1811.

[39] Vid. El Conciso, de 28 de agosto de 1811 y El Sensato, de 29 siguiente.

[40] AHN, Diversos-Colecciones, 137, N.46. Correspondencia de varios comisionados del 5º Ejército sobre la dificultad de recibir vestuarios que debía remitir desde Londres el comisionado Downie.

[41] GÓMEZ VILLAFRANCA, R. Extremadura…, ob.cit; pág. 277.

[42] Downie acusó recibo de la espada mediante carta dirigida al propio Lorenzo de Bolaños y Guzmán, el 13 de agosto siguiente, según Diario de Mallorca, de 4 de julio de 1812.

[43] MARCHESI, José María. Catálogo de la Real Armería. Aguado, Madrid, 1849; pág. 98. La misma versión fue mandada editar un lustro más tarde por FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA, Joaquín. Catálogo de la Real Armería. Aguado. Madrid, 1854.

[44] En nota a pie de página anota el autor, Mateo Duarte, fue maestro espadero en Valencia en el año1543. CROOKE Y NAVARRO, Juan Bautista. Catálogo Histórico-descriptivo de la Real Armería de Madrid. Hauser y Menet, Madrid, 1858; pág. 216.

[45] JUBINAL, Achile. La Armería Real de Madrid ou collection des principales pieces du Musée d’Artillerie de Madrid. Tomo I. Morel, Paris.1838.

[46] La fidelidad a la pieza que debió ser empuñada por Francisco Pizarro es exacta en esta obra, frente a las recreaciones realizadas en 1877, apenas nueve años antes, por Manuel Ramírez Ibáñez en la “Muerte de Pizarro” que se conserva en el Museo del Prado y Ramón Muñiz en “Pizarro herido de muerte” del Museo de Bellas Artes de Lima.

[47] Diario de Mallorca, de 15 de octubre de 1811.

[48] Gazeta Extraordinaria de la Regencia de España e Indias, de 14 de octubre de 1811.

[49] VV.AA. The Royal…, ob.cit; pág. 176.

[50] VV.AA. Estado Militar de España. Viuda de Gómez. Cádiz, 1812; pág. 83.

[51] CABANES, Francisco Javier. Explicación del Cuadro Histórico-cronológico de los movimientos y principales acción de los ejércitos beligerantes en la Península, durante la Guerra de España contra Bonaparte. Viuda de Bruse, Barcelona, 1822; pág. 124.

[52] Ibíd; págs. 148 y 186.

[53] Gazeta de México, de 1 de octubre de 1812. En el combate destacó además el sargento mayor de la unidad, Rodrigo Bermúdez, mientras que los tiradores fueron distinguidos con la laureada de San Fernando, que lucieron a partir de entonces en los banderines de la unidad y en las espadas de los oficiales. VV.AA. The Royal…, ob.cit; pág. 177.

[54] GÓMEZ VILLAFRANCA, R. Extremadura…, ob.cit; pág. 422. Vid, también entre otros, Gaceta de Sevilla, de 2 de septiembre de 1812, La Abeja Española, de 13 de septiembre de 1812 y Diario Mercantil de Cádiz, 14 de octubre de 1812.

[55] MORENO ALONSO, Manuel. La Guerra del Inglés (1808-1814). La Historia como campo de batalla. Silex. Madrid, 2018; pág. 1027.

[56] AHN, Consejos, L.3279, N.179. Traslado de la Resolución del Consejo de Regencia por la que se crean dos escuadrones de caballería ligera denominados de la Legión Extremeña.

[57] Redactor General, de 19 de julio de 1813. Seis años más tarde, Charles Downie recibiría la misma condecoración.

[58] VV.AA. The Royal…, ob.cit; pág. 170. La Biblioteca Nacional conserva una copia posterior del mismo grabado realizada por Nunes de Carvalho. Vid. BNE IBR/883/1.

[59] En su Sevilla Pintoresca el historiador Juan Colón y Colón cita una certificación expedida en 1805, antes incluso de la invasión francesa de España, en la que en el transcurso de las obras de restauración que se llevaron a cabo aquel año, se ordena el blanqueamientos de diversas salas de los Reales Alcázares. COLÓN Y COLÓN, Juan. Sevilla Pintoresca, o descripción de sus más célebres monumentos artísticos. Álvarez, Sevilla, 1844; pág. 76.

[60] Francis Seymour Larpent, abogado general adscrito al estado mayor de Wellington en 1812 dejó escrito que Downie le mostró la espada de Pizarro cuando los ejércitos aliados se disponían a cruzar los Pirineos. LARPENT, Francis Seymour. The private journal of F. Seymour Larpent. Volumen II. Bentley, Londres, 1853; pág. 123.

[61] Al poco de llegar el rey a Sevilla, escribió numerosas proclamas que repartió en octavillas entre jefes y oficiales afines al absolutismo guarnicionados en la ciudad, con títulos tales como Un leal Zaragozano, después de la entrada de los franceses en Zaragoza; Los madrileños a los Sevillanos, a la entrada de los aliados en Madrid; o Un sevillano matritense a sus compatriotas.

[62] Desde allí escribió un manifiesto que en el que se justificaba. DOWNIE, John. Manifiesto a los españoles y compañeros de armas, del mariscal de campo de los Reales Ejércitos Sir Juan Downie. Hidalgo, Sevilla, 1823.

[63] Archivo Histórico de los Reales Alcázares de Sevilla. Administración personal, caja 95, expediente 7.

[64] CROOKE Y NAVARRO, J.B. Catálogo…, op.cit; pág. 217.

[65]BNE, R/63250/6. Documentos relativos a la vida y acciones de John Downie.

[66] QUEIPO DEL LLANO Y RUIZ DE SARABIA, José María. Historia del Levantamiento, Guerra y Revolución en España. Tomo IV. Imprenta de Martín Alegría, Madrid, 1848; pág. 92.

[67] MARCHESI, J. M. Catálogo…, op.cit; pág. 100. Consta la misma anotación en la edición mandada imprimir por Fernández de Córdoba, pero esta desaparece definitivamente en la de 1861.

[68] WILLIAMS, Leonard. The arts and crafts of older Spain. Volumen I. Foulis, Londres, 1871; págs. 258-259. CALVERT, Albert Frederick. Spanish arms and armour, being a historical and descriptive account of the Royal Armoury of Madrid. Lane, Londres, 1907; pág. 190.

[69] A partir de entonces, las noticias acerca de la espada de Pizarro fueron naturalizando que Downie realizó en vida una donación a favor de la Real Armería que, como hemos visto nunca se produjo. A título de ejemplo, vid. El Isleño, de 26 de enero de 1889 o El Heraldo de Madrid, de 2 de agosto de 1928.

[70] VVAA. Lista de los objetos que comprende la Exposición Americanista. Romero, Madrid, 1881; pág. 143.

[71] La Época, de 28 de agosto y 25 de septiembre de 1881, La Correspondencia de España, de 23 y 25 de septiembre de 1881, La Mañana, de 25 de septiembre de 1881, El Demócrata, La Discusión y El Globo, de 26 de septiembre de 1881, La Discusión, de 26 de septiembre de 1881, La Lealtad, de 28 de septiembre.

[72] La Libertad, de 31 de mayo de 1930, La Unión Ilustrada, de 8 de junio de 1930.

[73] Entre otros, en las ediciones vespertinas del Heraldo de Zamora y Pensamiento Alavés, de 26 de junio de 1941, así como en los diarios Azul: órgano de Falange Española y de las JONS, El Adelanto, Diario de Burgos, Labor, e Imperio, de 27 de junio de 19141. En cuanto a las referencias al documental de la cadena Fox, estas fueron recogidas en el HOY, de 26 de julio de 1959.

[74] Pocos días más tarde la Obra Nacional de Artesanía elaboró en un taller de Toledo una réplica de la espada, que fue entregada al Ayuntamiento de Trujillo. Vid. Imperio, de 29 de junio de 1941.

[75] A título de ejemplo, resulta sumamente instructiva la Sentencia del Tribunal Supremo, Sala de lo Civil, Sección 1ª, 4974/2016, de 16 de noviembre, en relación con la prescripción adquisitiva extraordinaria detentada sobre la Tizona, una de las famosas espadas del Cid, legada en calidad de depósito por uno de sus legítimos propietarios al Museo del Ejército en 1944.

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