Nov 272022
 

Tim Dyas/Jacinto J. Marabel

  

  1. DOS DYAS ANTE LOS MUROS DE SAN CRISTÓBAL.

Conocí Tim Dyas a través de Juan Carlos Romero, presidente de la Asociación Histórico Cultural de Recreadores Baluarte. Se encontraba retomando los preparativos para la recreación de los sitios de Badajoz de 2022, suspendida dos años antes tras la declaración del estado de alarma como consecuencia de la pandemia de covid-19, cuando recibió un correo electrónico interesándose por el programa de actos y solicitando información sobre el alférez Joseph Dyas, héroe del segundo cerco británico a la ciudad. Juan Carlos nos puso en contacto y, como no podía ser de otro modo, gracias a la pasión que compartimos por el mismo período histórico, trabamos amistad casi de inmediato.

Tim es un británico afincado hace varios lustros en Selva, uno de los pueblos más bonitos de la Tramontana, en la isla de Mallorca. Su castellano es perfecto, por lo que, con la generosidad que poco más tarde descubrí como principal rasgo de su carácter, compartió conmigo el borrador de un capítulo de la biografía que estaba escribiendo sobre su tatarabuelo Joseph Dyas, en concreto el referido al citado sitio de Badajoz, sobre el que yo ya había escrito algo. Por estos días, el National Army Museum le había enviado una copia del diario del capitán de ingenieros John Squire, descubierto en 2016 en una librería de viejo de Hobart, Tasmania[1]. Se trataba de un manuscrito de unas cien páginas, en el que el capitán John Squire, uno de los dos ingenieros encargados de dirigir las trincheras del cerco, pormenorizaba los trabajos para tomar el fuerte de San Cristóbal. Aunque el protagonismo de los posteriores y fallidos asaltos acabó recayendo en el tatarabuelo de Tim, desafortunadamente el diario no recogía ninguna mención al mismo, así que, cuando acabé remitiéndole algunos de mis trabajos sobre aquel episodio, advertí que crecía su interés por Badajoz, por el conjunto de su sistema defensivo abaluartado y por los sucesos que rodearon el segundo sitio británico. Y aprovechando las fechas programadas para la recreación, le invité a venir.

Compartimos información, polemizamos sobre algunas cuestiones controvertidas de aquel episodio, le gestioné una entrevista con la periodista Miriam Fernández Rúa que fue publicada en el HOY[2], y, sobre todo, visitamos el sistema fortificado y el fuerte de San Cristóbal. Allí realizamos el recorrido que conduce desde el glacis y por el foso hacia el lugar de la muralla donde fue abierta la brecha, en la actualidad apenas intuida en el lienzo de la cortina, tal y como debieron hacerlo los asaltantes en aquellas dos fatídicas noches de junio de 1811. Doscientos once años después, fue emocionante retratar a otro Dyas frente a los muros de San Cristóbal.

Al día siguiente nos despedimos con un hasta luego, puesto que Tim, que había quedado fascinado tanto con el patrimonio militar que atesoraba Badajoz como con las operaciones que contextualizaron el segundo sitio británico, prometió volver para seguir recabando información, ampliar varias páginas el capítulo del libro dedicado a la ciudad y compartir con su mujer, Marisa, el arte, el paisanaje y la gastronomía que tan gratamente se le habían revelado en estas tierras. Regresó con ella coincidiendo con los actos de recreación de la batalla de La Albuera y sobre el campo de combate decidimos concurrir a los Coloquios Históricos de Extremadura, un foro excepcional para debatir, difundir y dejar constancia de la historia del alférez Joseph Dyas, visto a través de los ojos de su tataranieto.

La presente comunicación contiene por tanto parte de los recuerdos y vivencias personales sobre cuatro generaciones de una misma estirpe militar, paradójicamente interrumpida por el autor de las mismas, Tim Dyas. El texto, inédito, forma parte de un proyecto familiar mucho más amplio y ambicioso, cuyas conclusiones requerirían una investigación exhaustiva, archivística y bibliográfica, centrada en el árbol genealógico de los Dyas, cuyas raíces se presumen castellanas tal y como luego se expondrá, y en lo tocante al episodio de Badajoz revela datos inéditos hasta la fecha que, sin duda, coadyuvarán a eventuales trabajos. En particular, en relación con los negligentes sitios formados por los aliados a la capital de Extremadura en 1811, mal proyectados y peor dirigidos, que precisamente por concluir en sendas y catastróficas derrotas fueron relegados por los historiadores británicos. Con ello, se suprimieron también de un plumazo no pocas y excepcionales acciones personales, además de algún que otro acto heroico, como el protagonizado por alférez Joseph Dyas, que se convirtió por méritos propios en el referente inesperado de aquellos días.

Siguiendo la costumbre de traducir y trasladar, sin espíritu crítico ni investigador alguno, las obras británicas que tratan sobre nuestra Guerra de la Independencia, nadie había escrito sobre Dyas en España. Yo lo hice en 2015, a raíz de una entrada publicada en redes sociales por los recreadores del 51st 2nd Yorkshire, West Riding Regiment [3], a la que acompañaban varias fotografías del homenaje que varios de ellos le habían realizado en el cementerio de Ballymena, en el condado irlandés de Antrim, el 28 de marzo de ese año. En muchas de estas fotografías aparecía Tim Dyas, aunque yo aún no podía saber que se trataba de su tataranieto, mientras que en algunas otras se mostraba la tumba con una lápida, en la que se podía leer, brevemente resumida, la hoja de servicios de Joseph Dyas.

De la lápida me atrajo fundamentalmente que constase una alusión a su protagonismo, dirigiendo el forlorn hope, en los dos asaltos frustrados al fuerte de San Cristóbal, que yo desconocía por completo. Así que busqué en el Colburn, en el historial del 51 Regimiento de Infantería, y en efecto, allí constaba la acción, junto a la hoja de servicios resumida de Joseph Dyas, nacido el 17 de marzo de 1791 en Kilbeg, condado de Meath. Procedente de las milicias de Louth, había entrado a servir como alférez en el regimiento el 31 de agosto de 1809; promovido a teniente tras liderar el forlorn hope en Badajoz, el 11 de julio de 1811; capitán efectivo el 14 de diciembre de 1820, en el 1º de Ceilán, en la India; en la reserva en el 2º de Ceilán, poco más tarde, el 9 de agosto de 1821; retirado del ejército en 1826; y finalmente muerto en Ballymena, el 26 de abril de 1850[4].

A partir de aquí, comencé a profundizar en las fuentes, busqué diarios, memorias y bibliografía de la época, y escribí un artículo de casi cuarenta páginas que, ese mismo año, fue publicado en el Boletín de la Real Academia de Extremadura de las Artes y las Letras. En 2017 incluí la historia del alférez Dyas, extendida y contextualizada en el marco de los distintos asedios sufridos por la ciudad durante la Guerra de la Independencia, en Damnatio Memoriae. Y su gesta sirvió también de base para explicar la resistencia opuesta por la artillería juramentada a los sitios británicos, en sendos artículos publicados después en la Revista de Historia Militar y la Revista de Estudios Extremeños, así como en el libro, más reciente, en el que se detallan los cercos y los distintos combates librados aquella primavera por el Ejército Combinado para liberar Badajoz: Campaña de 1811 en Extremadura[5].

Precisamente todos estos trabajos vendrían a cubrir la parte histórico-militar, referida a las operaciones emprendidas por los aliados para tratar de tomar Badajoz y la táctica empleada por los franceses para defender la plaza. Las acciones del alférez Dyas se insertan dentro del relato principal y contribuyen a su comprensión. El presente artículo, sin embargo, está centrado únicamente en su figura y la estrategia operacional sirve como telón de fondo al relato en el que Tim Dyas indaga sobre sus antecedentes familiares. Aquellos se complementan con el actual, de manera similar al texto que nos sirve de base: su autoría pertenece a Tim y tan sólo aporto, puesto que ninguno somos historiadores, una experiencia estrictamente formal sobre el mismo, en gran parte meramente observadora. Soy el que contempla a dos Dyas frente a los muros de San Cristóbal.

 

  1. TIM DYAS Y LA MEMORIA DE LOS ANCESTROS.

Desde antiguo, el blasón familiar de los Dyas ha estado presidido por un lema en español: “Fiel al Amigo”. Siempre me ha intrigado esta inscripción, pese a que ya de niño me dijeron que nuestros antepasados tenían sangre castellana, que el primer Dyas de la familia había sido un náufrago arribado a las costas de Irlanda en 1588, tras el temporal que terminó con gran parte de las naves de la Armada Invencible. Probablemente uno de los escasos supervivientes que mencionó el capitán Francisco Cuellar en su famoso relato[6], que acabaría escapando a los ajusticiamientos y a las torturas para integrarse en la población, mudando el apellido original y castellano de Díaz.

Mi padre Harry murió cuando apenas tenía tres años, por lo que este relato no me llegó por consanguinidad directa, en primer grado, sino que me lo proporcionó mi madre, que no era una Dyas. De este modo, resulta verosímil lo del cambio de apellido, pero de ningún modo que nuestra familia proceda de algún náufrago superviviente de la Armada Invencible. Las cartas del capitán Cuellar apoyarían esta última tesis, puesto que las mismas descubren que fueron muy pocos los españoles que finalmente lograron encontrar refugio en Irlanda. La mayor parte de aquellos hombres fueron detenidos, apaleados y torturados por los habitantes locales, antes de ser entregados a las autoridades, que procedieron a ejecutarlos sin más, en juicios sumarios en el mejor de los casos en los que se les privaba del derecho a defensa. La Historia señaló como principales instigadores de las persecuciones y matanzas de cientos de indefensos náufragos a Sir Richard Bingham, el Gobernador de Connaught y William Fitzwilliam, Lord Deputy, así que es harto improbable que nuestros ancestros se remonten a un superviviente de la Armada Invencible.

Sin embargo, entre las muchas cartas y papeles familiares, se encuentra un artículo del Chicago Tribune, de 18 de febrero de 1893, que recortó mi abuelo Jimmy. Es el obituario del Dr. William Godfrey Dyas, que murió atropellado por un tranvía, cuando regresaba a su domicilio de Park Manor, a la edad de 87 años. Nacido en Dublín, el 4 de noviembre de 1807, entró en el Trinity College con 16 años, cinco años más tarde se graduó en el Real Colegio de Enfermería y pasó a ejercer en el hospital de Cholera, en el condado de Kildare. En 1831 se casó con Georgiana Keating, natural de Mostrim, en el condado d Longford. Después de veinticinco años de experiencia, emigró a Estados Unidos y en julio de 1859 comenzó a trabajar en el Hospital de Chicago. Allí impulsó la primera Universidad médica femenina, que finalmente fundó junto a otros socios en 1870. Tres años más tarde fue elegido presidente de la Sociedad Médica de Chicago. Su hijo mayor, el doctor Frederick G. Dyas, casado con Miranda Sherwood, ejerció también la medicina en la capital de Illinois[7].

Varias publicaciones de la época recogían que la familia del doctor William Godfrey Dyas era de procedencia española. Por sus creencias albigenses, los Díaz originales habrían sufrido la persecución de la Inquisición y buscado refugio en Inglaterra. El cabeza de familia, un tal Eduardo, se alistó en el Ejército durante el gobierno de Cromwell y poco más tarde, a raíz de los servicios prestados en la batalla de Boyne, en 1690, recibiría tierras en la Isla Esmeralda, junto a diversas villas tributarias de los condados de Meath y Cavan. El cirujano William Dyas era representante de la quinta generación de estos emigrados españoles, que a su vez había buscado refugio en Estados Unidos en 1856[8].

En un relato más detallado de su vida, Richard French Stone asegura que la familia era originaria de Burgos y que a mediados del siglo XVI, perseguida por la Inquisición, habrían cruzado la frontera española hasta la vertiente septentrional de los Pirineos Occidentales, buscando la protección de la reina Juana III de la Baja Navarra, madre del futuro primer borbón en el trono de Francia, Enrique IV. Pero a partir 1685, una vez que Luis XIV promulgó el Edicto de Revocación de Nantes que prohibía la práctica de la religión protestante en Francia, la familia Díaz se vería de nuevo obligada a huir, esta vez a Holanda, donde sería acogida por Guillermo de Orange. En 1690, cuando proclamado rey de Inglaterra, su ejército se enfrentó al de su suegro, el depuesto Jacobo II, en la batalla del Boyne, que tuvo lugar en las proximidades de Drogheda, en Irlanda, el coronel Edward Dyas, pues ya para entonces habría anglicanizado el nombre, se encontraba entre sus seguidores, por lo que tras la victoria, la primera de la Liga de Augsburgo que vinculaba a los protestantes con el Papa Alejandro VIII, sería recompensado con tierras en los condados de Meath y Cavan[9].

Este relato parece más auténtico, puesto que se corresponde con lo que he investigado respecto al árbol genealógico de Joseph Dyas. Su bisabuelo fue John Dyas, nacido en 1683 y enterrado en 1751 junto con algunos de sus descendientes en Staholmog, condado de Meath. La localidad se encuentra a poco más de treinta kilómetros del lugar donde tuvo lugar la batalla del río Boyne. Por su parte, el abuelo fue William Dyas, nacido en 1715, que probablemente recibió este nombre en honor de William (Guillermo) de Orange, a quien la familia debía su fortuna. Asi que, si John Dyas era hijo del coronel Edward (Eduardo) Dyas, no cabe duda que el alférez Joseph Dyas es descendiente directo del mismo soldado hugonote. Por tanto, la historia del náufrago de la Armada Invencible que mi madre me narraba de pequeño, no eran más que cuentos para niños.

Sin embargo, aquellos cuentos destilaban una única e irrebatible verdad: todos los Dyas habían pertenecido a una estirpe de guerreros, cuyos orígenes se perdían en el tiempo. Precisamente, una breve reseña publicada en The Bugle hace casi un siglo aseguraba que “los hombres de la familia Dyas pertenecen a una raza de soldados valientes y luchadores. El árbol genealógico, desde 1790 en adelante, muestra a cada varón de cada generación como un guerrero”[10]. Una línea consanguínea directa que vinculaba a los varones de la familia con la milicia que resultó abruptamente quebrada por mí. Siempre he sido consciente de que era el hombre de la familia, al menos en cinco generaciones, que no empuñaba profesionalmente las armas. Mi bisabuelo Joe luchó en la II Guerra Anglo-Sij y en la rebelión de La India de 1857.  Mi abuelo Jimmy participó en la campaña de Birmania de 1885, en la batalla de Jartum en 1898 y en la Guerra de los Boers. Mi padre Harry se integró en la fuerza expedicionaria británica que fue enviada a combatir a Bélgica, tras la ocupación ordenada por Hitler en 1940, estuvo en Dunkerque, esperando ser embarcado a Inglaterra, y pasó seis días en sus playas a descubierto, hostigado todo este tiempo por la artillería alemana.

Cinco años más tarde nací yo, por lo que cuando me encontraba en plena adolescencia el contexto internacional era claramente antibélico: se había creado la ONU, la Unión Europea daba sus primeros pasos y Gran Bretaña estaba renunciando a sus colonias, evitando que el mundo se desangrase en múltiples conflictos mundiales. Cuando terminé la universidad en 1968 no quedaba ningún imperio por el que luchar y John Lennon cantaba “All we are saying is give peace a chance”. Yo era, sin embargo, la cuarta generación de hombres de mi familia que pasaba un período prolongado en La India. Cuando los británicos abandonaron La India en octubre de 1947, mis padres se embarcaron en un buque de tropas en Bombay y no regresé hasta cincuenta y tres años más tarde, para participar en un curso de meditación budista en Varanasi.

La milicia continuó estando presente en mi vida: al año siguiente murió mi padre, pero como mi padrastro era también oficial de artillería, algún tiempo después fui enviado a estudiar al Wellington College de Crowthorne, en el condado de Berkshire, al oeste de Londres[11]. Durante los meses de internado, la pared de mi habitación estuvo presidida por una imagen de Joseph Dyas en uniforme de gala, una copia del retrato original realizado por mi abuela Eleanor, que regaló al 51º Regimiento de Infantería de Línea en 1904 para que presidiera el salón de oficiales, puesto que, como dejó escrito en su momento Eliza, hija de Joseph Dyas, en el original no salía muy bien parecido.

Lám 1. Retrato de Dyas realizado por el Tte. Flamanck en 1816.

 

Lám 2. Las pistolas detrás de las licoreras del salón de mis padres en los años sesenta, bajo las siluetas de su hermana, Anne Dyas y su cuñado, Richard Hudson.

 

En cualquier caso, para un chico como yo, aquella imagen resultaba majestuosa, reforzada por la leyenda que rezaba al pie, donde podía leerse que mi tatarabuelo había sido considerado uno de los más fieles y seguros oficiales al servicio de Su Majestad, además de uno de los más valientes soldados del Ejército británico. El óleo original, pintado poco después de la batalla de Waterloo por el teniente John Flamanck, camarada de regimiento,  ocupaba un lugar de honor encima de la repisa de la chimenea, en el hogar familiar, mientras que sus pistolas, junto con las medallas que le fueron concedidas por diversos actos de servicio, reposaban debajo en una caja con el cristal desgastado por el paso de los años. No hubo adoración ni oraciones, pero en retrospectiva, pienso que en mi adolescencia aquella presencia equivalía a la de un dios doméstico.

Y sin embargo, todo lo que sabía por entonces era que mi tatarabuelo había participado en el cerco de Badajoz, un lugar remoto que vagamente podía intuir en el interior de España, y en la batalla de Waterloo como oficial del 51º Regimiento de Infantería Ligera. Desconocía lo que, después de investigar a fondo, he descubierto posteriormente sobre los fallidos asaltos al fuerte de San Cristóbal, pero también que había sido ninguneado por algunos oficiales tras la derrota de Napoleón en Waterloo. En realidad no conocía nada de los treinta y cinco años posteriores al combate, ni que se casó dos veces y tuvo cuatro hijos. Pero ahora se ha convertido para mí en una persona viva, que casi puedo tocar, en lugar de una leyenda difusa y borrosa. Mi interés por el segundo cerco británico a Badajoz tiene mucho que ver con esto. Fue un episodio tan importante en la vida de Joseph Dyas que transcendió a lo largo de generaciones y mitificó su figura en el recuerdo de sus descendientes. Hasta llegar a mí. Por eso, entre otras razones, escribo estas líneas a modo de catarsis.

 

III.   JOSEPH DYAS Y LOS STORMERS

III.    1. LOS SITIOS BRITÁNICOS A BADAJOZ EN 1811.

 

La guarnición Badajoz, capital de Extremadura y epicentro del sistema fortificado del suroeste peninsular durante la Guerra de la Independencia, se rindió al Quinto Cuerpo del mariscal Édouard Mortier el 10 de marzo de 1811. El mariscal Jean-de-Dieu Soult, comandante del Ejército del Mediodía, tomó posesión de la plaza al día siguiente y su gobernador interino, el brigadier José Imaz Altolaguirre se entregó como prisionero de guerra, junto con los 12.655 hombres armados que debían defenderla. El brigadier Imaz fue acusado de infidencia y se le formó un consejo de guerra del que finalmente salió absuelto, pero lo cierto es que el destino de Badajoz se había ido labrando con anterioridad, a través de una serie de catastróficas desdichas, con las que poco o nada tenía que ver: semanas  antes, el gobernador Rafael Menacho y Tutlló encontró la muerte tras ser alcanzado por un grano de metralla, cuando salía a recibir a las tropas desde el cuartel de la Bomba; el 19 de febrero, el 5º Ejército español dirigido por el teniente general Gabriel de Mendizábal Iraeta había sido sorprendido y aniquilado en las alturas de Santa Engracia, a tiro de cañón de plaza, por los franceses; y el 23 de febrero, su comandante natural, al teniente general Pedro Caro Sureda, III marqués de La Romana, moría repentinamente en Cartaxo, junto a Santarém, víctima de una apoplejía.

La Regencia designó para el mando del 5º Ejército al capitán general Francisco Javier Castaños Aragorri, defenestrado y refugiado en Cádiz desde el desastre de la batalla de Tudela, el 23 de noviembre de 1808, en la que fue severamente derrotado por el mariscal Jean Lannes. El general Castaños apenas contaba con los hombres justos para formar una división de infantería, por lo que solicitó a los británicos que cumplieran con el pacto acordado con su antecesor, el marqués de La Romana, en el que se comprometieron a aportar armas y tropas bajo el mando único español. Pero su comandante, el teniente general Arthur Wellesley, vizconde de Wellington, estaba ocupado por entonces en acosar la retaguardia del mariscal André Masséna, que se retiraba por Ciudad Rodrigo después de haber invadido Portugal en julio del año anterior, con tres cuerpos del Ejército y un total de 60.000 hombres. Después de muchas presiones, el vizconde de Wellington se dignó a comisionar una pequeña fuerza, compuesta de tres divisiones de infantería y algunos escuadrones de caballería, al mando del mariscal de campo William Carr Beresford, sin experiencia en el manejo de este tipo de contingentes, que se puso en marcha hacia Elvas, donde había sido citado por Castaños el 13 de marzo.

Por unas u otras razones, Beresford demoró el encuentro hasta el 30 de marzo, rechazando que sus tropas quedaran bajo el mando de comandante español, cuando este era el acuerdo que se había alcanzado. En todo este tiempo, el mariscal Soult había regresado a Sevilla con la mayor parte del V Cuerpo, dejando una pequeña guarnición en Badajoz, a todas luces insuficiente para defenderla. Las Cortes Constituyentes reunidas en Cádiz decidieron entonces que una maniobra coordinada del Ejército Combinado de Castaños y Beresford, junto a un tercer contingente formado por el 4º Ejército español, que dirigido por el hasta entonces presidente del Consejo de Regencia, el teniente general Joaquín Blake y Joyes, con sede en la plaza, podría infligir una severa derrota al mariscal Soult, atacando Sevilla desde distintos frentes. En puridad, se trataba de una maniobra de distracción que liberaba tropas del sitio de Cádiz, salvando esta, y de paso Badajoz, sin apenas esfuerzo. Pero, aunque tanto Castaños como Blake apoyaron la propuesta, el vizconde de Wellington se negó una vez más a seguir las directrices de los españoles, empeñado en su estrategia personal contra el mariscal Masséna.

Así las cosas, en tanto los británicos combatían a los franceses en Fuentes de Oñoro, con el Ejército de Blake acantonado en las inmediaciones de Niebla, esperando la orden para atacar Sevilla, Castaños y Beresford se entretuvieron en tomar Campomayor y Olivenza, dos plazas fuertes muy menores que, después de llevarse toda la artillería, habían sido abandonadas por Mortier en tanto nada aportaban a la estrategia general de la campaña. Después de apoderarse de ambas, la caballería española expulsó a la francesa hasta los límites de la provincia, dejando a la pequeña guarnición de Badajoz aislada y a merced de los trabajos de sitio, que rápidamente fueron encomendados a los ingenieros británicos, por no disponer el 5º Ejército de suficientes zapadores para emprenderlos. Pero la impericia de aquellos demoró de nuevo el ataque y las trincheras no comenzaron a cavarse hasta el 6 de mayo, dando tiempo a que el mariscal Soult reuniese una fuerza considerable para acudir al auxilio de la guarnición de Badajoz.

El 8 de mayo, un contingente formado por 17.407 infantes, 4.689 jinetes y 608 zapadores y artilleros, que acarreaban 48 piezas de campaña, salieron de Sevilla en dirección a Badajoz. El mariscal Soult desconocía que el 4º Ejército español acampaba en las inmediaciones de Niebla y amenazaba su flanco izquierdo con el propósito de tomar la capital de Andalucía. Era una ocasión única para levantar el cerco de Cádiz y dar un vuelco a la Guerra, como con inusitada clarividencia entendieron las Cortes Constituyentes, que redoblaron la presión sobre el gobierno británico para que autorizara al cuerpo de Beresford la deseada operación conjunta contra Sevilla. Sin embargo, el vizconde de Wellington continuó priorizando su retaguardia, por lo que rehusó que aquellas tropas se alejaran de la frontera y únicamente concedió que, como último recurso, fueran empleadas en demorar el avance francés cubriendo una línea defensiva al sur de la plaza de Badajoz, antes de adentrarse de nuevo en Portugal.

El primer sitio de Badajoz fue levantado apresuradamente y las tropas británicas se dirigieron hacia La Albuera, dispuestas a llevar a cabo este cometido. Tanto Castaños como Blake trataron convencer a Beresford para que continuase algunos más kilómetros más al sur, puesto que era la ocasión perfecta para tomar la retaguardia de la columna de Soult, amenazar Sevilla y hacer levantar el sitio de Cádiz. Ambos fueron muy críticos con la posición elegida por el vizconde de Wellington, fácilmente desbordable por los franceses, con el río Guadiana desbordado a su derecha y una guarnición francesa de 5.000 hombres a su espalda, dispuesta a caer sobre el Ejército Combinado a la menor ocasión. Pero Beresford se debía a las órdenes de su superior y el 16 de mayo de 1811 presentó batalla a un enemigo que, sin apenas caballería de línea, estuvo a punto de derrotarle. La infantería española resistió sin embargo los masivos ataques de dos divisiones francesas, salvando de la debacle a las brigadas británicas hasta que una división portuguesa pudo acudir al rescate, sumando tal cantidad de efectivos que Soult fue obligado a retirase ante la posibilidad de verse envuelto por los aliados.

Finalmente, el 18 de mayo y ante el ingente número de bajas, el mariscal Soult decidió regresar a Sevilla. Tres días más tarde, el vizconde de Wellington acudió a La Albuera para cerciorarse que las inmediaciones quedaban expeditas de franceses y, después de enviar a Beresford a Lisboa, se puso al frente de las tropas con intención de dirigir personalmente el cerco de Badajoz. Era el segundo sitio que los británicos ponían a la plaza en el curso de la campaña de 1811 y el protagonismo le estaba reservado a “un irlandés cuya única fortuna era su espada”[12].

 

III. 2. EL FORLORN HOPE Y LOS ASALTOS AL FUERTE DE SAN CRISTÓBAL.

 

El parte de la batalla de La Albuera registró 3.614 bajas británicas, incluidas las de los soldados hannoverianos pertenecientes a la Legión Alemana del Rey que defendieron la entrada al puente del pueblo. La mayor parte de estas bajas se produjeron en las brigadas Colborne, cuyos batallones del 3º, 44º y 66º Regimientos perdieron 1.258 hombres, lo que representaba el 75% de sus efectivos, en menos de quince minutos, y Houghton, cuyos batallones del 29º, 48º y 57º perdieron 1.044 hombres, el 63% del total con el que contaban al inicio del combate, en poco más de diez. El contingente quedó tan mermado que las fuerzas que habían sido empleadas por Beresford en el primer sitio tuvieron que ser reemplazadas por otras nuevas divisiones: la III y VII, que el 25 de mayo llegaron a Campomayor dispuestas a poner cerco a Badajoz.

La III División de infantería británica estaba a cargo del teniente general Thomas Picton y estaba formada por tres brigadas: la del mariscal de campo Henry Mackinnon, con los primeros batallones del 45º, 74º y 88º regimientos; la del mariscal de campo Charles Colville, con los batallones del 5º y 83º, además de tres compañías de fusileros del 60º Regimiento; y la del coronel Charles Sutton, con los batallones del 9º y 21º Regimientos de Infantería de Línea portugueses.

La VII División era comandada por el teniente general William Houston. Sus tres brigadas eran mandadas por oficiales hannoverianos y portugueses, habiéndose ganado el sobrenombre de “La Mestiza” por su heterogénea composición[13]. Estaba  integrada por tres brigadas: la del mariscal de campo Karl August von Alten, que incluía los dos regimientos ligeros de la Legión Alemana del Rey;  la del mariscal de campo Federico Lecor, con el 7º y 19º Regimientos de Infantería de Línea portugués, además del 3º Batallón de Cazadores; y la del mariscal de campo John Sontag, al mando desde el 4 de abril de 1811, que incluía sendos batallones ligeros del Ducado de Brunswick y Chasseurs Britanniques, junto a los batallones del 51º y 85º Regimientos de Infantería Ligera británica.

El 51º Ligero (2º Yorkshire West Riding), arribó al puerto de Lisboa en febrero de 1811. No era su primera participación en la Guerra de la Independencia, puesto que el 1 de octubre de 1808 había desembarcado en La Coruña, formando parte de la brigada con la que el mariscal de campo David Baird trató de converger con las tropas del teniente general John Moore sobre Astorga. El 16 de enero de 1809, después de la batalla de Elviña, embarcaron de nuevo rumbo a Gran Bretaña. Poco más tarde, el 29 de julio de 1809, 560 efectivos fueron enviados a la isla de Walcheren, en la provincia holandesa de Zelanda, donde tras una campaña desastrosa, mermados por la fiebre amarilla, en abril de 1810 regresaron únicamente 246 hombres[14]. El batallón tuvo que ser reforzado con dos nuevas compañías, que se unieron al resto bajo el mando del teniente coronel John Mainwaring para integrarse la División Ligera, la VII del Ejército bajo el mando del vizconde de Wellington, que fue finalmente formada el 8 de marzo de 1811.

Joseph Dyas había ingresado como alférez en el 51º Ligero el 31 de agosto de 1809. Tenía dieciocho años y había alcanzado el grado de oficial al frente del batallón de milicias de Louth, el condado más pequeño de Irlanda, situado al norte de Dublín y frente a la Isla de Man, limítrofe con Meath, circunscripción a la que pertenecía Kilbeg, villa natal de Dyas. Formó parte por tanto de una de las dos compañías de refuerzo que se integraron en el batallón procedente de Walcheren en 1810. Había llegado a Portugal con el mismo a finales de febrero de 1811, para integrarse a su vez en la brigada del mariscal de campo John Sontag, que tomó el mando el 4 de abril, combatió en la batalla de Fuentes de Oñoro y puso rumbo a Badajoz junto al resto de la VII División.

Los británicos establecieron formalmente el cerco y la noche del 29 al 30 de mayo comenzaron a cavar las paralelas. El 17 º Regimiento de Línea portugués había llegado poco antes, escoltando a las milicias de Tavira y Lagos que acarreaban treinta cañones de veinticuatro libras, cuatro de dieciséis, cuatro morteros de diez pulgadas y otros ocho de ocho[15]. El coronel del Real Cuerpo de Artillería Alexander Dickson pudo contar de este modo con el doble de piezas reunidas por Beresford para el primer cerco. Como el asalto al fuerte de San Cristóbal resultaba prioritario antes de emprender cualquier otra acción, la mayor parte de ellas, doce cañones de veinticuatro pulgadas, cuatro de dieciséis, dos morteros de diez pulgadas y otros cuatro de ocho, fueron inmediatamente emplazadas frente al mismo, mientras el resto fueron llevadas a las Batuecas, en el margen izquierdo del Guadiana, para hacer lo propio contra la alcazaba[16].

Las operaciones contra esta fueron encomendadas al capitán John Fox Burgoyne, mientras que el capitán John Squire se encargó de dirigir el ataque al fuerte de San Cristóbal, coordinados y supervisados ambos por el teniente coronel Richard Fletcher, comandante del Real Cuerpo de Ingenieros del Ejército del vizconde de Wellington. Al amanecer del 3 de junio la batería de brecha contra San Cristóbal estuvo lista y veinte bocas de fuego hicieron temblar la tierra, aunque, como dejó escrito el soldado William Wheeler: “pronto nos acostumbramos y en los días sucesivos pudimos dormir tan placenteramente como si lo hiciéramos en la cama de nuestro padre[17].  La guarnición del fuerte respondió con tan devastadora descarga que enmudeció por un tiempo los cañones británicos:

Un viejo portugués acababa de llegar al campamento con un carro de municiones tirado por bueyes. No bien hubo depositado su carga en el polvorín, cuando el enemigo nos agració con un proyectil del “Big Tom”, que es el nombre que le hemos dado a uno de sus descomunales morteros. Cuando miré en la dirección que había estallado, a pocos pies de los bueyes, pude observar los restos de los animales desmembrados junto al carro y, cuando la nube de polvo y humo se hubo disipado, vimos al viejo, que había escapado milagrosamente, corriendo en la distancia como un gamo[18].

El 5 de junio comenzó a caer parte de la camisa del muro del baluarte y del flanco derecho del fuerte, donde el parapeto se había desplomado, mientras la batería dirigida contra la alcazaba conseguía también derrumbar el revestimiento del muro. Sin embargo, ni en uno ni otro caso las murallas perdieron su aplomo, puesto que la tierra era aún lo suficientemente compacta para impedir que se formara una rampa practicable. Durante la noche, los zapadores franceses desescombraban los fosos y las escarpas al pie de las brechas, mientras que el capitán Chauvin, el oficial al mando de la compañía de granaderos del 88º Regimiento de Infantería de Línea que defendía el fuerte, mandó reconstruir el parapeto derribado con fajinas, sacos terreros y fardos de lana. Además, los hombres fueron armados con tres fusiles cada uno y dispusieron bombas de catorce pulgadas para que fueran arrojadas a los fosos cuando sucediera el ataque[19].

El 6 de junio, las baterías dirigidas contra el castillo abrieron finalmente una brecha en sus muros y, aunque por el momento era tan sólo practicable para un grupo reducido de hombres, los progresos de los trabajos hacían suponer la inminencia de un asalto al reducto. Sin embargo, éste no era factible mientras la obra exterior que lo dominaba, el fuerte de San Cristóbal, continuara en poder de los franceses[20]. Pero, pese a las reticencias del experimentado teniente coronel Fletcher, el vizconde de Wellington prefirió fiar la opinión del teniente William Forster, perteneciente a la tercera brigada de ingenieros que operaba contra el castillo, y dispuso las órdenes oportunas para ejecutar un asalto la noche del 6 al 7 de junio[21].

El teniente coronel Mackintosh, del 85º Ligero, fue designado para dirigir a 155 hombres, en su mayor parte granaderos de las compañías del 85º y del 51ºLigeros, a los que se unieron voluntarios del batallón del Ducado de Brunswick, de los Chasseurs Britanniques y del 17º Regimiento portugués[22]. La avanzada, que portaba dos de las doce escalas que debían encumbrar al destacamento de asalto sobre los muros del fuerte, era conducida por el teniente de ingenieros William Forster, mientras un forlorn hope dirigido por el alférez Dyas trataría de ganar la gola y alcanzar la brecha para cubrir el ataque. Forlorn hope, que podría ser traducido como vana esperanza, es la expresión utilizada para describir al grupo de asalto, apenas una docena de soldados, que se presentaban voluntarios para cubrir las posiciones más expuestas a cambio de promociones, en el caso de los oficiales, o recompensas en metálico. Parece ser que el término acabó siendo acuñado en la Guerra de los Treinta Años y derivaría del alemán verlorene Haufen, tropa perdida, así como de su equivalente en francés enfants perdus, aludiendo de este modo a las escasas esperanzas que albergaban aquellos hombres de sobrevivir a la acción.

A media noche, el forlorn hope dirigido por Dyas abandonó las trincheras y avanzó sin oposición sobre el glacis. Las empalizadas habían sido derribadas por el fuego de la artillería y la contraescarpa tampoco representó ningún problema, pues en este punto sólo alcanzaba el metro de altura, pero al llegar al pie de la brecha la encontraron impracticable y erizada de todo tipo de obstáculos. Entonces, los franceses asomaron sobre el parapeto y descargó un intenso fuego sobre el resto del destacamento, que había seguido a la partida de Dyas en su descenso al foso. El teniente Forster fue alcanzado por un disparo en el vientre y cayó fulminado, mientras los granaderos franceses, “sin inmutarse, recibieron a los asaltantes a pie firme, arrojándolos sobre los escombros; al mismo tiempo, bombas y granadas, lanzadas por artilleros y zapadores, estallaban y llevaban la muerte en medio de los grupos que se encontraban al pie de la brecha”[23].

Ciento ochenta hombres quedaron atrapados en la estrechez del foso, mientras el pelotón que portaba las escalas era incapaz de fijarlas contra el muro. Y cuando alguna consiguió ser finalmente apoyada, se descubrió que eran demasiado cortas. Entonces, el teniente coronel Mackintosh ordenó la retirada de los pocos hombres que aún quedaban ilesos. En escasos quince minutos, más de la mitad del destacamento había sucumbido en los fosos: el 51º Ligero perdió cuarenta y dos hombres, el 85º a ocho, los portugueses tuvieron treinta y siete bajas, y los mercenarios de los batallones extranjeros siete[24].

El alférez Dyas no se encontraba en la lista de bajas, pero en el campamento nadie sabía dar respuesta sobre su paradero. Hasta que, unas horas más tarde y como un espectro, apareció indemne ante los atónitos ojos de los oficiales. El teniente William Grattan, dejó escrita la escena:

“Como suele suceder en estos casos, la mayoría de los que tomaron parte en el asalto creían haber sido el último hombre en abandonar el foso, por lo que todos tuvieron por muerto al alférez Joseph Dyas. El teniente coronel Mackintosh se encontraba reunido en su tienda con algunos oficiales, lamentando el asalto y la pérdida, entre otros, del alférez, cuando éste apareció milagrosamente ante ellos, no sólo vivo, sino ileso. Este bravo oficial, tras haber perdido la mayor parte de sus hombres, encontrándose sin el apoyo del destacamento, permaneció inerte en el foso hasta que escuchó que el enemigo salía por una poterna[25].

El teniente general Houston le hizo llamar a su tienda, donde el capitán Squire le preguntó sobre la altura de la escarpa, pues los ingenieros habían construido escalas de seis metros pensado que esta era de unos cuatro metros y medio. El alférez Dyas respondió que, aun teniendo en cuenta los cascotes caídos en el foso, la altura era bastante mayor y, ante las dudas del Cuerpo de Ingenieros poniendo en evidencia la escasa experiencia de aquel joven de veinte años, en ese momento se ofreció de nuevo voluntario para liderar el próximo ataque[26]. En cualquier caso, la respuesta de Dyas debió convencer al teniente general Houston escribió al vizconde de Wellington para informarle que el asalto no era aún factible, a la vez que ordenaba que las baterías redoblaran sus fuegos contra San Cristóbal.

La noche siguiente Dyas fue enviado a reconocer el camino cubierto que unía el hornabeque de la cabeza de puente con el fuerte, a través del cual la guarnición recibía refuerzos continuamente. Salió de las trincheras al frente de quince hombres y permaneció toda la noche vigilando, pero al llegar el día aún no habían recibido la orden de regresar y corrían peligro de ser descubiertos desde la enfilada del fuerte. Entonces ordenó a sus hombres que se tumbaran boca abajo, ya que temía que en cualquier momento fueran descubiertos y el enemigo avanzara sobre ellos. Luego, sin dejarse intimidar por aquella peligrosa situación, envió a un fusilero de confianza para que regresase a trincheras e informase al oficial al mando:

“Ahora presta atención”, dijo Dyas, “si tenemos que volver, levanta la gorra sobre tu fusil por encima de la batería nº. 1. Si tenemos que quedarnos aquí ¿sabes cuál es tu deber?»  “Por J_ (sic) y por su Honor, lo haré.  Si la orden es de volver, estaré de regreso con usted en cinco minutos, vivo o muerto», respondió el pobre hombre, que era  irlandés. «Haz lo que te ordeno», dijo Dyas, «no tenemos un momento que perder». Pocos minutos después (demasiado tiempo en tales circunstancias), cuando el otro le hizo la señal acordada, Dyas dirigió unas pocas palabras a sus soldados, les dijo que sus vidas dependían de que siguieran estrictamente a sus órdenes. Luego los envió individualmente a diferentes partes de las líneas y, por singular que parezca, aunque ya era completamente de día, ninguno de aquellos hombres resultó herido. ¡Qué buen tipo a la cabeza de un regimiento sería este Dyas!”[27].

Como quiera que entre tanto los cañones habían terminado su trabajo, el vizconde de Wellington dictó una nueva orden de ataque para ejecutar el asalto, la noche del 9 al 10 de junio. En esta ocasión el destacamento quedó al mando del comandante McGeechy del 17º Regimiento portugués, que logró reclutar cerca de cuatrocientos hombres para esta misión. La mitad de ellos se integraron en el grupo de asalto, que quedó dividido a su vez en dos compañías de granaderos, mientras el resto, unos doscientos hombres, debían cubrir el ataque con una pantalla de fusilería. El asalto estaría guiado por el teniente de ingenieros Hunt, que aportó dieciséis escalas de algo más de nueve metros, una longitud que se consideró más que suficiente para superar en esta ocasión la altura del muro[28].

Como había adelantado, el alférez Joseph Dyas se presentó en la tienda del general Houston para dirigir el forlorn hope: “No, usted ya tuvo suficiente”, dijo este “y no sería justo que volviera a llevarse la peor parte de esta empresa”. Pero Dyas se mantuvo firme y respondió: “¿Por qué, mi general? Parece que aún persisten dudas sobre la acción de la otra noche y, aunque pienso que la brecha sigue sin ser practicable, le ruego que me permita dirigir el forlorn hope. Espero que no rechace mi petición, porque mientras siga con vida, si ordena asaltar el fuerte cuarenta veces, estoy decido a liderarlo otras tantas[29].

Así fue como, a las diez de la noche, Dyas salía de las trincheras liderando de nuevo el forlorn hope, mientras otros doscientos hombres les secundaban. No habían logrado alcanzar el glacis cuando fueron descubiertos por la guarnición del fuerte, integrada en esta ocasión por las dos compañías de élite del 21º regimiento ligero al mando del capitán Joudiou, que les recibieron con regocijo invitándoles a avanzar[30]. El teniente Hunt y el comandante MacGeechy fueron alcanzados por sendos proyectiles y el destacamento saltó al foso desorientado y sin mandos. Desde lo alto, los franceses disparaban a discreción arrojando todo tipo de artefactos incendiarios sobre la avanzada, que no lograba fijar sus escalas. Y, como preludio del desastre que anunciaba la caótica situación, el segundo destacamento alcanzó la estacada precedido por un pelotón de Chasseurs Britanniques con diez escalas, que tras arrojarlas al foso sin miramientos, “cayeron sobre ellas y quedaron rápidamente inmovilizadas, puesto que al fabricarlas de madera aún verde y pesada, resulta casi imposible moverlas, y mucho menos colocarlas verticalmente contra la escarpa, por lo que casi todo el destacamento fue masacrados en el intento”[31].

 

Lám 3. Medalla de servicios generales de Joseph Dyas. Anverso: VICTORIA REGINA, 1848 Barras: Fuentes D’Onor, Salamanca, Vittoria, Pyrenees.

Lám 4.  J.DYAS, LIEUT 51st  FOOT.

Lám 5. Medalla de Waterloo emitida en 1816, con la misma inscripción en el borde.

 

El foso acabó cubierto con la sangre de aquellas decenas de hombres abandonados a su suerte, hasta que poco después, “como si el enemigo se hubiera cansado de tirar contra nosotros, la descarga cesó. Entonces el enemigo comenzó a salir al foso por la poterna y el teniente Westropp llegó corriendo desde el flanco oeste del fuerte ordenando la retirada. Empezamos a escalar la contraescarpa cuando el pobre Westropp, que estaba ayudando a subir a un herido, recibió un disparo mortal justo en el momento en que el otro había logrado ascender. Pude ver al alférez Dyas llamando a los hombres para volver a las trincheras y retirarse hasta el punto de reunión.  Sin embargo, alcancé el glacis alejado de mis camaradas del grupo de asalto y la fatalidad se presentó ante mí a punto de casi ser hecho prisionero. A otros ocho o nueve que también quedaron aislados, el enemigo los llevó cautivos al Fuerte. Pero afortunadamente mi caso terminó bien. Me arrojé junto a un hombre que había recibido un disparo en la cabeza y embadurné mi macuto blanco con su sangre. Justo cuando había terminado de hacer esto, un francés me ordenó levantarme y entrar en el Fuerte. Pero al observar la sangre, creyó que me encontraba gravemente herido en la cadera y me dejó, no sin antes hurgar en mis bolsillos y quitarme la camisa, las botas y las medias. Pero aparte de esto, salí ileso y en un estado de saludable entereza como nunca en mi vida”[32].

El soldado Wheeler, que describió de este modo la escena, consiguió alcanzar el campamento al tiempo que el alférez Dyas. No era difícil distinguir las dos decenas de hombres que habían conseguido sobrevivir al segundo asalto: chacós, mochilas, correajes, fusiles y demás equipamientos se encontraban atravesados por proyectiles que, milagrosamente, no lograron impactar en sus propietarios. Dyas estaba allí de pie, “sin cubrir, con el sable en la mano, pues había perdido la vaina, y con las vuelta de su casaca perforadas de disparos”[33]. Había resultado herido en la descarga en la que murieron Hunt y MacGeechy pero, tras caer de frente, pudo incorporarse rápidamente para reunir los pocos hombres que le rodeaban y ponerlos a seguro. El episodio fue narrado por William Grattan, para quien aquel esfuerzo resultó finalmente inútil:

“Puesto que en contra de su voluntad, hubo de abandonar finalmente la empresa en la que había arriesgado por segunda vez la vida. Al igual que en la primera ocasión, fue el último en abandonar el foso y alcanzar con enorme dificultad nuestras líneas, escapando de un modo singular: se asió a una de las escalas que había quedado encajada entre las empalizadas, colgando de la contraescarpa, para impulsarse y caer a plomo sobre el glacis. Los franceses que disparaban desde el parapeto, viéndolo inerte gritaron: «está muerto, es el último”. Dyas permaneció completamente inmóvil durante un tiempo y, cuando escuchó que la guarnición regresaba al Fuerte, se incorporó y corrió hasta la seguridad de nuestras baterías. Tan sólo él y otros diecinueve sobrevivieron al destacamento de asalto formado por doscientos hombres[34].

En el parte oficial de bajas publicado en el London Gazette, de 6 de julio de 1811, se relacionaban un total de 323 hombres, entre muertos y heridos, sin contar las decenas de prisioneros que fueron hechos por los franceses[35]. La unidad del alférez Dyas resultó especialmente afectada. El 51º Ligero perdió más de la mitad de sus efectivos. El teniente Westropp, dos sargentos y ciento treinta soldados, se encontraban entre los muertos, mientras que el capitán Smillie, los tenientes Beardsley y Hicks, diecisiete sargentos y ciento cincuenta y cuatro soldados, resultaron heridos de diversa consideración. Además, en los días previos a los asaltos, el regimiento perdió otros treinta y cuatro hombres en las trincheras[36]: el coronel Mainwaring había sido gravemente herido al inicio del cerco, por lo que el teniente coronel Samuel Rice asumió el mando. En su diario, el 16 de junio de 1811, dejó escrito que:

“Hemos sido cruelmente hostigados día y noche, al descubierto y expuestos al sol abrasador. Nuestro regimiento ha sufrido lo indecible en los dos intentos fallidos por asaltar el fuerte y tenemos más de trescientos hombres muertos o heridos, entre ellos varios oficiales. Yo escapé milagrosamente del fuego más incesante que he recibido en mi vida. Escribo desde el suelo desnudo que ha sido mi morada durante el último mes. El coronel Mainwaring está enfermo y comando el regimiento, reducido ahora a 300 hombres. ¡Pagamos un excesivo precio por honor y gloria![37].

El 10 de junio cesaron las hostilidades y un oficial británico se acercó hasta la cabeza de puente con una carta dirigida al gobernador: “Señor General: mucho deseo que los heridos que restan bajo el fuego y en los fosos del fuerte de San Cristóbal sean cuidados. Espero que permitiréis que los recoja del lugar donde están y los acerque a un punto, entre nuestras avanzadas y el fuerte, desde donde podamos transportarlos. Me atrevo a solicitar el cadáver del comandante MacGeechy, muerto anoche, junto a los cuerpos de los otros dos oficiales, con la finalidad de hacerlos enterrar con los honores que merecen[38].

Los británicos recogieron las decenas de muertos y heridos que cubrían las laderas de Santa Engracia y comenzaron a levantar el cerco. Entre el 12 y el 13 de junio las baterías fueron desmontadas y las milicias portuguesas llevaron los cañones de regreso a Elvas, seguidas de los restos de la III y VII División. El miércoles 20 de junio de 1811, los mariscales Soult y Marmont entraron en Badajoz con todas las campanas repicando sin cesar. La guarnición formó en el campo de San Juan ante el comandante del Ejército del Mediodía, que repartió prebendas y elogió a las tropas: “Habéis rivalizado todos en celo, actividad y valor ¡Os habéis mostrado como auténticos franceses!”[39].

A veinticinco kilómetros de allí, en la Quinta de San Juan, en la freguesia de San Vicente y Ventosa donde había establecido su cuartel general, el vizconde de Wellington destacó también la conducta de los suyos, poniendo como ejemplo la conducta del alférez Joseph Dyas. Por su acción al frente del forlorn hope en el primer asalto fue promovido a teniente, con efectos casi inmediatos y ocupando la vacante de Westropp en su mismo regimiento a partir del 11 de julio de 1811. Según una nota manuscrita que poseo y en la que no consta el nombre del autor, el vizconde de Wellington le ofreció una plaza de teniente en otro regimiento, pero Dyas no quiso abandonar a sus compañeros y permaneció en el 51º Ligero. También lo afirma el soldado William Wheeler en sus cartas, aunque parece poco probable, puesto que Dyas sabía que iba a ser promocionado automáticamente a costa de la desgraciada muerte de Westropp. Pero hay otra razón para dudar de su veracidad, puesto que John Cowell-Stepney, por entonces teniente en los Coldstream Guards que comandaba su padre, afirmaba precisamente que:

“Resulta curioso que Lord Wellington, que continuó al mando del Ejército durante tanto tiempo y con un éxito tan brillante, ni siquiera tenía poder para nombrar a un cabo. Podía recomendar la promoción de oficiales distinguidos, pero eso no siempre se cumplía.. Un ejemplo de esto, me temo que no el único, fue el del alférez Dyas del 51º Ligero, que se ofreció voluntario en dos ocasiones para dirigir los grupos de asalto contra San Cristóbal, durante el segundo Sitio de Badajoz en 1811. Su nombre fue mencionado en despachos y Lord Wellington lo recomendó para el ascenso. Sin embargo, nunca lo obtuvo hasta mucho después de regresar de la Guerra de Peninsular en 1814, y ocurrió tan solo por un encuentro accidental con una persona influyente (el difunto Sir Frederick Ponsonby), que una vez más recabó la atención de sus méritos ante The Horse Guards. Además de negligencia o el olvido, existía cierta animosidad sobre las recomendaciones en la que interfería el patrocinio de las élites”[40].

En mi opinión esta es la clave para entender las sucesivas demoras en la promoción de Dyas. Las justificaciones, como su negativa a ocupar la plaza de teniente en otro regimiento o la capitanía diferida que se le otorgó por liderar el segundo asalto, cuyo grado no se haría efectivo hasta muchos años más tarde, encubrían la vergonzosa realidad que se atrevió a denunciar Cowell-Stepney. El menosprecio del papel protagonizado por Dyas en el segundo cerco de Badajoz se reveló inconsistente, a la luz de los múltiples combates en los que destacaría con posterioridad, como Ciudad Rodrigo, Salamanca y Burgos en 1812, Vitoria y Pirineos en 1813 y Waterlooo en 1815, donde participó aún como teniente en la compañía del capitán Edward Frederick. Una vez finalizadas las guerras napoleónicas, regresó a Irlanda[41]. El 7 de enero de 1822 comenzó a vivir en Kilcullen, condado de Kildare, y desposó a Elizabeth Ridgeway, con quien tuvo dos hijos, Joseph Henry y Eliza, antes de que ella falleciera de tuberculosis cinco años más tarde. En 1836 llegó a Ballymena, condado de Antrim, donde ejercería como magistrado residente del condado de Antrim. El 22 de noviembre de 1836 contrajo segundas nupcias con Mary Bayley, con quien tuvo otros dos hijos, Richard y James. Ella murió en 1847 y Joseph tres años más tarde, el 26 de abril de 1850. Fue enterrado en el cementerio de San Patricio donde, en el año 2015, un grupo de recreadores del 51º Ligero le realizó un homenaje.

Hoy, a la luz de los numerosos documentos que lo demuestran, resulta incuestionable afirmar que Joseph Dyas fue un héroe de la Guerra de la Independencia, además de una leyenda viva en la memoria del 51º Ligero. En el historial del regimiento publicado en 1870 constaban ya referencias al “Dyas y los Stormers”, en alusión al grupo de asalto que lideró durante el segundo sitio de Badajoz de 1811[42], como título del brindis que era propuesto en su honor en las ocasiones más solemnes. El comandante del cuerpo brindaba y el resto de oficiales le secundaban, alzando sus copas para beber después en silencio. La tradición fue rescatada en 1908, por lo que desde entonces el nombre de Dyas ha estado invariablemente presentes en todas y cada una de las celebraciones del 51º Ligero[43]. Precisamente, el propósito de este trabajo es dejar constancia de ello y rescatar del olvido la figura de un personaje clave en los hechos que se desarrollaron en Extremadura durante la Guerra de la Independencia.

 

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WHEATER, William. A Record of the Services of the Fifty-First (Second West York), the King’s Own Light Infantry Regiment. Longmans. Londres, 1870.

 

 

[1] Diario HOY, de 30 de mayo de 2016. https://www.hoy.es/badajoz/201605/30/historia-badajoz-llega-tasmania-20160530003511-v.html?ref=https%3A%2F%2Fwww.google.com%2F

[2] Diario HOY, de 27 de marzo de 2022. https://www.hoy.es/badajoz/venido-conocer-murallas-20220327214400-nt.html

[3] La entrada fue publicada en Facebook, con una sucinta referencia y vídeo del acto realizado en el cementerio de Ballymena: https://www.northernirelandworld.com/news/video-war-hero-honoured-in-ballymena-2234789

[4] Tim Dyas asegura que nunca estuvo en La India tomando como base las cartas de William Wheeler, según el cual Joseph Dyas se fue del 51º Ligero en agosto de 1821 y se casó en Dunlavin el 7 de enero de 1822. También afirma el Duque de York le concedió dos años de permiso, por lo que es casi seguro que nunca estuvo en el Regimiento de Ceilán. COLBURN, Henry (Edit). Colburn’s United Service Magazine, and Naval and Military Journal. Vol. I. Hurst and Blackett. Londres, 1869; pág. 235.

[5] MARABEL MATOS, Jacinto J. “Los veintitrés hijos de Joseph Dyas o el malogrado asalto al fuerte de San Cristóbal de Badajoz, en 1811”. Boletín de la Real Academia de Extremadura de las Artes y las Letras. Tomo XXIII. Trujillo, 2015; Damnatio Memoriae. Breve historia de los españoles, alemanes y portugueses relegados en el cerco que los aliados pusieron a Badajoz en 1812. Tres pies. Badajoz, 2017; “El español que venció a Wellington”. Revista de Estudios Extremeños. Volumen LXXVI, nº 3. Diputación de Badajoz, 2020; “La artillería juramentada en los sitios británicos de Badajoz”. Revista de Historia Militar, nº 129. Ministerio de Defensa. Madrid, 2021; Campaña de 1811 en Extremadura. Editorial Almena. Madrid, 2022.

[6] FERNÁNDEZ DURO, Cesáreo. “Carta de uno que fue en la Armada de Inglaterra y cuenta la jornada”. La Armada Invencible. Real Academia de la Historia. Madrid, 1885.

[7] CARTER, Lucas (Edit.) History of Medicine and Surgery and Physicians and Surgeons of Chicago. The Biographical Publishing Corporation. Chicago, 1922; págs. 30 y 31.

[8] CUTLER, H.G. (Edit.) Woman’s Medical School. Northwestern University. Cutler. Chicago, 1896; págs. 70 y 71. ATKINSON, William. Physicians and Surgeons of the United Estates. Charles Robson, Filadelfia, 1878; pág. 612.

[9] STONE, Richard French. Biography of Eminent American Physicians and Surgeons. Hollenbeck. Indianapolis, 1898; págs. 160 y 161.

 

[10] The Bugle, de junio de 1927.

[11] El Wellington College fue fundado en 1859 en honor a Arthur Wellesley, duque de Wellington, comandante en jefe del Ejército, líder de los Tory y Primer Ministro en varias etapas desde 1828, fallecido siete años atrás. Mi abuelo Jimmy, James Ridgeway Dyas, había sido alumno en 1875. Se trata de un internado donde los colegiales permanecen durante ocho meses al año. No forma parte del sistema educativo estatal y, aunque nominalmente ostenta el título de escuela pública, resulta enteramente privada y elitista.

[12] LIDDELL HART, Basil Henry. The Letters of private Wheeler. Michael Joseph Ltd. Gloucestershire, 1951; pág.60.

[13] Literalmente “The Mongrel”. OMAN, Charles. Wellington’s Army. Edward Arnold, Edit. Londres, 1913; pág.171.

[14] Ibid; pág. 187

[15] OMAN. C. A History of Penisular War. Vol. III. Claredon Press. Oxford, 1923; pág.275.

[16] Además, otras cuatro piezas de veinticuatro quedaron en reserva para formar la batería de brecha contra el Fuerte. Con esto, la artillería dirigida contra el reducto del castillo quedara reducido a catorce piezas de veinticuatro, cuatro morteros de ocho pulgadas y dos de diez.  JONES, John Thomas. Journals of sieges carried on by the army under the duke of Wellington, in Spain, between the years 1811 and 1814. Egerton. Londres, 1827; pág. 39.

[17] LIDDELL HART, B. H. The Letters…, ob.cit.; pág..59.

[18] Durante los dos primeros días el conjunto de baterías de la Plaza realizó más de tres mil descargas. El apodo del mortero al que hace referencia William Wheeler tiene su origen en el estruendoso repique de “Great Tom”, la gigantesca campana de la torre central de la catedral de Lincoln, que dispone en ese mismo reducto de otras cuatro y cuenta con un total de veinte, incluidas las dispuestas en ambas torres de la fachada principal. Ibid.; p.59.

[19] LAMARE, Jean-Baptiste Hippolyte. Relation des sièges et défenses d’Olivença, de Badajoz et de Campo-Mayor, en 1811 et 1812, par les troupes françaises de l’armée du Midi en Espagne, par le colonel L***. Anselin y Pochard. Paris, 1837; pág. 143.

[20] JONES, J.T. Journal of Sieges…, ob. cit.; pág. 84.

[21] JONES, J.T. Journal of Sieges…, ob. cit.; pág. 62.

[22] OMAN, C. A History…, ob. cit.; págs. 424-425.

[23] LAMARE, J-B. H. Relation des Sièges…, ob.cit; pág. 143.

[24] OMAN. C. A History…, ob.cit.; pág. 425.

[25] GRATTAN, William. “Reminiscences of a Subaltern”. The United Service Journal and Naval and Military Magazine. Volumen I. Londres, 1831; p. 332.

[26] Ibid; p.335.

[27] GRATTAN, W. ob.cit; pág. 337.

[28] Las órdenes de este segundo asalto fueron recogidas por JONES, J.T. Journal of Sieges…, ob.cit.; págs. 72-74.

[29] GRATTAN, W. Reminiscences…, ob. cit.; pág. 335.

[30] JONES, J.T. Journal of Sieges…, ob. cit.; pág. 76.

[31] GRATTAN, W. Reminiscences…, ob. cit.; pág.336.

[32] LIDDELL HART, B.H. The Letters…, ob. cit.; págs. 62-63.

[33] Ibid.; p. 64.

[34] El teniente William Grattan aseguró que alférez Dyas fue herido en la frente en el momento de producirse la primera descarga por un pequeño proyectil (“pellet”), un ingenio utilizado por los franceses consistente en cuatro finas láminas de madera de siete centímetros de largo unidas en la cabeza por una bala de mosquete, tras los impactos, la madera se abría al impactar contra el objetivo provocando lesiones de consideración. GRATTAN, W. Reminiscences…, Ob. cit.; pág. 334.

[35] El parte oficial de bajas contabilizó un total de 475, a las que habría que restar 152. entre muertos, heridos y desaparecidos, correspondiente a las operaciones de sitio realizadas entre el 30 de mayo y el 5 de junio de 1811. Vid. London Gazzete, de 6 de julio de 1811.

[36] LIDDELL HART, B.H. The Letters…, ob. cit.; pág. 65.

[37] MOCKLER-FERRYMAN, Augustus Ferryman. The Life of a Regimental Officer during the Great War, 1793-1815. Londres, 1913; págs.. 160-161. El coronel Mainwaring regresó inválido a Gran Bretaña, donde fue nombrado comandante de la guarnición de Hilsea, cerca de Portsmouth, alcanzó el grado de teniente general en 1837 y murió cinco años más tarde.

[38]  LAMARE, J-B. H. Relation des Sièges…, ob.cit; cit.; págs. 150-151.

[39] LAMARE, J-B. H. Relation des Sièges…, ob.cit; pág. 157

[40] COWELL-STEPNEY, John. Random “Recollections of Campaign under the Duke of Wellington”. Bentley’s Miscellany. Vol. XXXIII. Richard Bentley. Londres, 1853; pág. 339.

[41] Parece ser que Joseph Dyas no insistió en formalizar el grado de capitán, por lo que no fue hasta 1821, diez años después del reconocimiento expreso de Wellington cuando el coronel Gurwood, que por entonces se encontraba recopilando los oficios del Duque, reparó en ello y elevó la propuesta a Henry Torrens, quien en la inspección al regimiento ascendió a Dyas a capitán, quien se retornó entonces con media paga de la que le hubiera correspondido a su localidad natal. WHEATER, William. A Record of the Services of the Fifty-First (Second West York), the King’s Own Light Infantry Regiment. Longmans. Londres, 1870; pág. 79.

[42]Dicha referencia se apoyaba en un Colburn’s de 1850 que no hemos podido encontrar, por lo que la tradición probablemente resulte muy anterior. Ibid; pág. 219

[43] The Bugle, junio de 1929.

Nov 262022
 

Alberto Duran Sánchez

Cristina Calleja Rodríguez

 

En este trabajo se aborda la catalogación de los chozos tipo III[1] que actualmente se conservan en el Municipio de Mata de Alcántara. No se trata únicamente de un registro de los chozos como elementos individuales, si no valorando también su funcionalidad respecto el entorno en el cual se ubican.

El presente estudio forma parte de uno de mayor envergadura en el cual se ubicarán y catalogarán los chozos tipo II y tipo IV del mismo municipio, careciendo éste de chozos tipo I. En este documento se trata a este tipo de construcciones como bujíos, nombre por el que se les denomina en la zona de Mata de Alcántara y Alcántara.

El PGM[2] del Municipio de Mata de Alcántara recoge únicamente uno de los 18 bujíos analizados en el presente estudio, las Viñas, ofreciéndole protección parcial. El resto de las construcciones no son mencionadas. Se pretende que con el presente estudio se puedan incluir aquellos chozos inventariados y acelerar su protección.

La arquitectura rural en piedra seca es una de las que tienen mayor consideración en Europa. Los chozos extremeños tienen como antecedentes las cabañas de la edad de bronce tal y como constatan varias excavaciones arqueológicas como las efectuadas en el yacimiento arqueológico de Cabrerizas3 (La Cumbre, Cáceres). Es por ello por lo que hay que poner en valor este tipo de construcciones, que con su decadencia desde los años 70 y su falta de protección han ido desapareciendo.

En 2005 se aprobó la PNL[3] que exige la protección legal de los chozos de Extremadura de acuerdo con la Ley de Patrimonio Histórico y Cultural de Extremadura e insta a la Junta de Extremadura a elaborar y aplicar planes de actuación para inventariar y restaurar estas construcciones y ponerlas en valor. Es por ello que se procede a la catalogación de los bujíos de Mata de Alcántara.

USO Y FUNCIÓN

La función a la que se destinaban los bujíos tipo III de Mata de Alcántara está fuertemente ligada a las actividades económicas de la zona, tanto ganaderas como agrícolas.

Los usos varían desde refugio para protegerse frente a las inclemencias del tiempo, en el caso de las construcciones de menor tamaño (6, 7, 8, 10, 12), a uso esporádico o temporal como vivienda de los pastores y agricultores de la zona (1, 2, 3, 4, 11, 16, 18). Algunas construcciones de pequeño tamaño como (18) fueron utilizadas como vivienda en vez de refugio, tal y como consta en las escrituras de los terrenos, dónde sólo existía bujío antes de la construcción de la vivienda y dado el interior más cuidado y menos tosco que en las construcciones empleadas como refugio. En algunos casos más alejados al núcleo de población, situados al oeste, estas construcciones se llegaron a utilizar como vivienda (15) o cocina habitual (5).  El caso (15) es el único del municipio que dispone de dos catres conservados en los que descansaban los habitantes de la construcción. Es curioso el caso particular de (9) como vivienda temporal del guarda de la charca de La Laguna y de su familia.

No se incluyen en este estudio los dos bohíos de la Dehesa, construidos en la última década, emulando las antiguas construcciones, y para usos turísticos.

De todos los bujíos analizados en el presente estudio todos se encuentran en desusos salvo (2, 9, 15 y 16), es decir, únicamente un 24 % de las construcciones no se encuentran abandonadas. Los usos actuales varían desde resguardo del ganado (2), almacén de paja (16) o actividades del Ayuntamiento orientadas al turismo (9). El caso (15) es una excepción, ya que el particular de la finca ha decidido recuperar la construcción para uso personal.

Los casos (6, 12, 17 y 18) no son los únicos casos de construcciones recientemente eliminadas o en estado de ruina en el municipio, debido a la escasa protección de éstas a través del PGM local.  Únicamente quedan recogidos en la normativa urbanística local los chozos de la Dehesa y (13), con protección parcial.

ESTUDIO TIPOLÓGICO

Materiales constructivos

La construcción de los edificios se realiza aprovechando los materiales del entorno sin llegar a ser extraídos de canteras, siendo la piedra (granito y pizarra) así como el ladrillo, los mayoritariamente utilizados en los bujíos analizados.

Las paredes están formadas por piedras de granito en los casos (1, 2, 3, 4, 5, 8, 9, 10, 11, 15, 18), mientras que en las construcciones (6, 7) están constituidas por pizarra, y sólo en los casos (12, 16, 17) por una mezcla de ambos materiales.

Por lo que respecta a las cúpulas de los bujíos, están compuestas por ladrillo (2, 3, 4, 5, 9, 11, 15, 17, 18), pizarra (1, 6, 7, 12, 18, 16) y granito (8, 10). Las construcciones más modernas, o que han sido reformadas, han sustituido las bóvedas de piedra, ya fuera pizarra o granito, por ladrillo, más liviano que los otros materiales. Aquellas construcciones más toscas y antiguas conservan la bóveda de granito, de mayor peso que la pizarra. Es curioso observar que en (8) aún se conserva ésta íntegra y que en su interior está compuesta por pizarra y granito al exterior, aunque en (10) parte ha empezado a caerse. Los bujíos con cúpula de pizarra, mejor trabajados y con menor peso que el granito, parece ser que han resistido mejor el paso del tiempo, aunque en la actualidad, la mayor parte de los chozos de esta tipología conservados en el municipio disponen de cúpula de ladrillo.

TÉCNICA CONSTRUCTIVA

La técnica constructiva que se emplea en el alzado de estas construcciones y en recintos anexos o cercas es la de mampostería en seco. Los bloques de piedra suelen presentar mayores irregularidades al exterior que al interior.

El tamaño de los bloques de las piedras suele ser de tamaño medio mezclado con bloques de menor tamaño, salvo en algunos casos particulares de construcciones más toscas en los cuales se aprecian también piedras de gran tamaño como en la horma anexa a (5) o bujíos más toscos como (8 o 10). Los dinteles y las jambas están compuestos por bloques monolíticos de gran tamaño a diferencia del resto de la construcción. Se aprecia un dintel diferenciado en la mayoría de los bohíos (1, 2, 4, 5, 7, 8, 10, 14, 15, 16) y jambas tipo bloque monolítico únicamente en (5). En (12) se deduce el uso de dintel debido a los restos encontrados alrededor del propio bujío.

La cubierta, en todos los casos es abovedada y se realiza por aproximación de hiladas de piedra o por la superposición de piedras en las construcciones más toscas (8, 10, 12). En el exterior de alguna de las construcciones, minoría en Mata de Alcántara, está cubierta por una capa de tierra y cascote o piedra, incluso ladrillo, sin ninguna fijación entre sí (7, 14, 16, 18).  Al hacer reforma, la tierra es eliminada, dejando la bóveda a la vista.

Al final de la cúpula, dónde se intercalan normalmente piedras más planas y pequeñas, en la mayoría de los casos, suele presentarse una lancha respiradero en aquellas construcciones en las que no se presenta chimenea y que de alguna forma sirvieron de vivienda, ya fuera temporal o permanente, en vez de refugio. En estos últimos casos, dado el uso de la construcción no se observa esta abertura en la culminación de la cúpula. Las aberturas, de uso para la salida de humos, al cocinarse en muchas ocasiones en el interior de la construcción, son de tipo circular (2, 3, 4, 14) o cuadradas (16). La pequeña abertura de (15), de dimensiones muy inferiores a las lanchas respiradero, es para evitar el eco en el interior del recinto. Se trata del único caso en el que se ha apreciado esta particularidad. En el caso (11) el agujero de la lancha respiradero ha sido tapado en reforma posterior.

Por último, en lo que se refiere al revoco de las paredes, éste servía para evitar un rápido deterioro de la construcción, tanto en el exterior, en las partes más expuestas, como en el interior. Normalmente se realizaba con revoco de mortero, aunque también mediante enlucido con cal en aquellas construcciones que muestran un aspecto más cuidado.  Las construcciones más toscas (6, 7, 8, 10, 12), utilizadas como refugio, no presentan esta particularidad salvo (18). La única excepción es (4).

ESTUDIO FORMAL

Planta y alzado

La planta del edificio se adapta en todos los casos analizados a la topografía del terreno en la que se ha levantado el bujío. No se aprecia en ningún caso un desnivel pronunciado.  En lo que se refiere a la tipología, en todos los casos es circular, salvo en (7, 8) donde la forma es de porción circular u ovalada en (10, 18) al haberse utilizado el cercado como parte del propio bujío o canchales ubicados en el propio terreno. En cuanto a la forma del interior se refiere, (7) es el único que es cuadrado.

Por lo que respecta a las dimensiones, los chozos extremeños suelen presentar un tamaño interior de unos 4 m. Estas construcciones se pueden clasificar[4] en grandes, a partir de un diámetro de 5 m, medianas de 3 a 5 m y pequeños de tamaño inferior. En el municipio de Mata de Alcántara se encuentran ejemplos de las tres tipologías, sin predominar ninguna de ellas sobre el resto, siendo de tamaño grande (2, 3, 5, 9, 11, 14, 15), mediano (1, 4, 13, 16) y pequeño (6, 7, 8,10, 12, 18). Se observa la relación de tamaño pequeño con aquellos cuyo uso se corresponde al de refugio, o vivienda temporal en el caso particular (18). El diámetro exterior de las construcciones analizadas varía de 2,10 m a 5,8 m, con una superficie máxima que no superaría los 26,42 m2 en ninguno de los casos, nada que ver con las características que presentan las viviendas actuales.

El suelo suele presentarse en piedra y pocos de ellos suelen tener un tratamiento especial más cuidado a excepción de (9 o 15) que han sufrido reciente reforma.

Todos los casos analizados constan de una única habitación en su interior, salvo (9), en cuyo interior hay un vano divisorio para posible uso de alacena o almacenamiento de alimentos. El resto de las construcciones, como indicado, presentan un único espacio en cuyo interior se desarrollaban las actividades de cocina y descanso. Sólo en aquellos espacios dedicados a refugio temporal, sin lancha respiradero, no se desarrollaba la actividad de cocina. El ejemplo (5) es el único dedicado en exclusiva a cocina con bancos y mesas al exterior y con otra construcción contigua utilizada para descanso.

Por lo que respecta al alzado del edificio, el cuerpo suele ser cilíndrico y la cubierta semiesférica. En el caso particular (2) es curioso observar que pese a disponer de falsa cúpula, la cubierta se dispone a dos aguas como en el caso de los bohíos más modernos denominados caseras, seguramente debido a reforma posterior. El cuerpo interior de (7) se presenta prismático mientras que su exterior, así como en (8) no es cilíndrico debido a la planta en forma de porción circular.

El grosor del muro es en todos los casos, salvo en (18) considerable. Parte del muro en (18) tiene un ancho de 0,30 m al utilizarse el canchal contiguo como soporte. En el resto de los ejemplos analizados, el ancho del muro varía entre 0,5 y 0,8 m, siendo la media entre 0,55-0,65 m. La altura del muro es poco elevada.

Como vanos se encuentran puertas y ventanas, aunque algunas construcciones carecen de ventanas (4, 6, 8, 10, 12, 14, 15). Las construcciones que carecen de esta abertura suelen ser las utilizadas como refugio, a excepción de algunos casos particulares. Es curioso observar que el bujío (15), de uso permanente, carece de ventana. La orientación preferente de las puertas es al sur coincidiendo con la orientación de mayores horas de sol. No obstante, (1) tiene la puerta orientada al norte debido a la orientación de la finca, aunque dispone de ventanas para proporcionar mayor luminosidad al interior del recinto.

El tamaño de las puertas es el adecuado para facilitar el paso de una persona, aunque en prácticamente todos los casos hay que agacharse para poder acceder al interior. El ancho de las puertas oscila entre 0,65 m y 1,00 m, mientras que la altura varía entre 0,82 m y 1,77 m. La altura media es de 1,40 mientras que el ancho medio es de 0,78 m. Los accesos más bajos son los de aquellas construcciones utilizadas como refugio.

En los casos (12 y 18) la segunda apertura hallada no se han considerado puertas al ser su ancho muy inferior al hallado en el resto de las construcciones, siendo en estos casos de 0,40 m de ancho. Es posible que estas construcciones fueran reutilizadas como zahurdas. Por lo que respecta a las ventanas, se observa que en algunas construcciones se ha aprovechado parte de las alacenas para facilitar una apertura al exterior a modo de ventana.

ELEMENTOS COMPLEMENTARIOS

Se consideran como elementos complementarios aquellos ubicados en el interior de los bujíos, aunque algunos de ellos pueden ubicarse en el exterior también. Se han clasificado en: asientos, alacenas, perchas y chimenea. Estos elementos servían para guardar y ordenar los elementos del interior de la construcción, así como para facilitar la vida cotidiana. Las perchas son aquellos elementos que sirven para colgar diferentes objetos, mientras que las alacenas, similares a las perchas, se utilizaban también para almacenar alimentos.

Las construcciones utilizadas como refugio son las más básicas, careciendo todas, prácticamente en su totalidad de cualquiera de estos elementos. Se observa en (12) restos de una alacena.

Los bancos suelen ser bloques monolíticos en granito. Se han encontrado estos elementos en (3, 4, 5, 15).

Por lo que respecta a las alacenas, se ha encontrado entre 1 y 3 unidades en aquellas construcciones utilizadas como vivienda ya fuera temporal o permanente. Las dimensiones son reducidas y solo en (9) se presenta de una división dentro del bujío como espacio adicional para el almacenaje de alimentos.

Se han encontrado perchas, argollas y elementos similares en las siguientes construcciones: 3, 4, 5.

Se han encontrado chimeneas en las construcciones: 1, 4, 5, 9, 13, 15.

Remarcar, que (15) es el único bujío en el cual se han encontrado en su interior camastros fijos como parte de la construcción y que (4) es el único en el cual se conserva escalera exterior de acceso a la cúpula de la construcción.

CONCLUSIONES

En este estudio se han inventariado los bujíos del Municipio de Mata de Alcántara para su protección, conservación y puesta en valor. La falta de protección de estas construcciones ha conllevado que varias de ellas como Fragua hayan desaparecido y que otras como Esquilina, San Sebastián, La Laguna II o Casancabo estén a punto de desaparecer.

Así mismo, se ha detectado que la inexistencia de un inventariado y de normas respecto a la conservación de estas construcciones haya conllevado a algunas reformas sin seguir una técnica constructiva similar a la de origen.

Una vez realizado el presente trabajo de catalogación, sería adecuado incluir estas construcciones en el PGM local y redactar unas normas que permitan seguir una misma línea de conservación para todas las construcciones. Así mismo, sería conveniente encontrar nuevos usos a aquellos bujíos más característicos como son La Laguna o Santa Marina, incluyéndolos en proyectos turísticos o incorporándolos a un posible centro de interpretación asociado al municipio.

FICHA TÉCNICA[5]

1-Denominado bujío de la Hoja de Jaraíz. Localizado al oeste del término municipal (39º43’22.59’’N; 6º48’36.25’’O)

Situado en terreno en la actualidad sin cultivar en el cual se había ubicado una huerta. Estado de conservación regular, con pérdida importante del revoco interior y exterior de cal. Está aislado con recinto. Abandonado. Destinado a vivienda de carácter temporal del pastor o agricultor.

Planta circular que se adapta a la topografía del terreno, cuerpo cilíndrico y cubierta semiesférica cubierta de maleza. En el interior planta circular, sección semiesférica.

Piedra granítica, mampostería en seco de bloques irregulares de tamaño pequeño y medio.  Falsa cúpula obtenida por la técnica de aproximación de hiladas de pizarra. El cierre no presenta apertura, posiblemente tapado tras reforma. Alero en lajas de pizarra. Suelo de piedra granítica. Interior y exterior con revoco de cal.

Las medidas: al exterior, alt. total 2,30 m; alt. muro 1,8 m; diám. máx. 3,75 m. Al interior, alt. total 1,90 m. Superficie 11,04 m2. Tamaño medio.

Puerta metálica de entrada al norte; medidas: 1,30 m alt. / 0,70 m anch. Termina en dintel formado por un bloque monolítico sin jambas a un lado y otro de la puerta.

Ventanas al noreste y noroeste respectivamente; medidas: 0,33 m alt. / 0,15 m anch. y 0,35 m alt. / 0,20 m anch. Orientación para la vigilancia de la finca desde el interior del recinto. Tres alacenas excavadas en el muro lateral derecho. Sin acceso para medición.

Chimenea excavada en el muro lateral derecho. El hueco presenta forma rectangular. Sin acceso para medición. La campana la constituye el propio muro que no sobresale apenas. El hogar está formado por el mismo suelo de la construcción. La forma de la boca de la chimenea acaba en prisma de 0,40 m alt. tapado por lanchas graníticas.

Recinto adosado al este, delante de la fachada lateral izquierda utilizado como gallinero. Un acceso en el lado este. Estado de conservación regular.

2-Denominado bujío de la Cerca de Jaraíz. Localizado al oeste del término municipal (39º43’04.38’’N; 56º48’24.14’’O)

Situado en finca ganadera. Estado de conservación regular con inicio de pérdida de revoco exterior de cal. Aislado. Con recinto y cerca. En uso como resguardo de ganado ovino. Destinado antiguamente a vivienda de carácter temporal del pastor o agricultor.

Planta circular que se adapta a la topografía del terreno, cuerpo cilíndrico y cubierta a dos aguas. En el interior planta circular, sección semiesférica.

Piedra granítica, mampostería en seco de bloques irregulares de tamaño medio. Falsa cúpula de ladrillo. El cierre presenta abertura de forma circular.  Alero de ladrillo. Suelo de piedra granítica. Interior y exterior con revoco de cal.

Las medidas: al exterior, alt. total 3,50 m; diám. máx. 5,6 m. Al interior, alt. total 3,50 m. Superficie 24,63 m2. Tamaño grande.

Puerta metálica de entrada al sur; medidas: 1,30 m alt. / 0,80 m anch. Sin jambas a un lado y otro de la puerta. No se aprecia dintel con el revocado exterior.

Ventanas al noreste y noroeste respectivamente; medidas: 0,50 m alt. / 0,50 m anch. y 0,50 m alt. / 0,40 m anch. Orientación para la vigilancia de la finca y camino contiguo desde el interior del recinto.

Sin elementos interiores salvo comedero para ganado.

3-Denominado bujío de Bolos. Localizado al oeste del término municipal (39º42’49.30’’N; 6º49’25.13’’O)

Situado en finca ganadera. Estado de conservación bueno. Aislado.Abandonado. Destinado a vivienda de carácter temporal del pastor o agricultor.

Planta circular que se adapta a la topografía del terreno, cuerpo cilíndrico y cubierta semiesférica. En el interior planta circular, sección semiesférica.

Piedra granítica, mampostería en seco de bloques irregulares de tamaño medio. Falsa cúpula de ladrillo. El cierre presenta abertura de forma circular. Sin alero. Suelo de piedra granítica. Interior y exterior con revoco de cal salvo interior de la cúpula.

Las medidas: al exterior, alt. total 4,00 m; diám. máx. 5,75 m. Superficie 26,00 m2. Tamaño grande.  Grosor del muro 0,65 m.

Puerta de entrada al sur; medidas: 1,60 m alt. / 0,75 m anch. Sin jambas a un lado y otro de la puerta. No se aprecia dintel.Ventana con marco de madera al norte; medidas: 0,45 m alt. / 0,45 m anch. Orientación para la vigilancia de la finca.

Tres alacenas excavadas en el muro lateral izquierdo y derecho de 0,50 m alt. / 0,45 m anch /0,25 m prof.

Bloque monolítico de ladrillo en interior derecho con lancha superior de pizarra, y en el exterior derecho de granito, utilizados como asientos.

Percha y argolla metálica en el lado interior derecho a media altura del muro utilizados para colgar enseres y atar al ganado.

Se localiza inscripción con fecha de 1923. Posible fecha de reforma.

4-Denominado bujío de Santa Marina. Localizado al oeste del término municipal (39º43’03.17’’ N; 6º48’40.52’’O)

Situado en terreno en la actualidad sin cultivar. Estado de conservación bueno. Está aislado. Con cerca. Abandonado. Destinado a vivienda de carácter temporal del pastor o agricultor.

Planta circular que se adapta a la topografía del terreno, cuerpo cilíndrico y cubierta semiesférica. En el interior planta circular, sección semiesférica. En la fachada principal, a ambos lados de la puerta engrosamiento del muro a modo de contrafuertes.

Piedra granítica, mampostería en seco de bloques irregulares de tamaño mediano y pequeño. Falsa cúpula obtenida por la técnica de aproximación de hiladas de ladrillo. El cierre presenta abertura de forma circular.  Con alero de pizarra. Suelo de piedra granítica con escalón. Sin revoco exterior ni interior salvo en la cúpula exterior mediante mortero.

Las medidas: al exterior, alt. total 3,75 m; diám. máx. 4,45 m. Al interior, alt. total 3,50 m. Acceso al interior mediante escalón. Superficie 15,55 m2. Tamaño medio. Grosor del muro 0,75 m.

Puerta de entrada al sureste; medidas: 1,72 m alt. / 1,00 m anch. Ensanche de la puerta hacia la parte inferior hasta 1,10 m anch. a modo de contrafuertes. Estructura de madera caída. Termina en dintel formado por un bloque monolítico de 0,30 m alt. / 1,10 m anch sin jambas a un lado y otro de la puerta. No dispone de ventanas en su estructura.

Una alacena excavada en el muro lateral derecho. Perchas en el lado interior derecho a media altura del muro utilizadas para colgar enseres.

Bloque monolítico de ladrillo y otro de granito en interior derecho con, utilizados como asientos.

Chimenea adosada al muro izquierdo, presenta forma rectangular. La construcción ocupa parte del recinto interior del bujío. El hogar está formado por el mismo suelo de la construcción sobre escalón de granito.

Escalera de piedra granítica adosada al muro derecho con 11 escalones desiguales para acceder a la parte superior de la cúpula.

Cerca formada por un muro adosado fachada posterior, desarrollada de oeste a este. Piedra, mampostería en seco, de bloques irregulares de tamaño medio. Delimita el espacio privado correspondiente a la finca, separando ésta de la contigua.

5-Denominado bujío de Espinosa. Localizado al este del término municipal (39º43’17.45’’N; 6º46’42.84’’O)

Situado en terreno ganadero, en zona elevada desde que la que se accede a las antiguas huertas inferiores mediante camino entre los canchales graníticos sobre los que se ubica la construcción. Estado de conservación bueno. Está aislado. Sin cerca. Abandonado. Destinado a cocina permanente del pastor o agricultor. Otras construcciones en las proximidades.

Planta circular que se adapta a la topografía del terreno, cuerpo cilíndrico y cubierta semiesférica. En el interior planta circular, sección semiesférica.

Piedra granítica, mampostería en seco de bloques irregulares de tamaño mediano y pequeño. Falsa cúpula de ladrillo. Cúpula recubierta de tejas con signos de deterioro inicial. Sin lancha respiradero. Suelo de piedra granítica del propio terreno. Con revoco de mortero interior y exterior, con inicio de pérdida en el lateral izquierdo del muro exterior. Con alero de pizarra.

Las medidas: al exterior, alt. total 2,6 m; diám. máx. 5,25 m. Superficie 21,70 m2. Tamaño grande.

Puerta de madera de entrada al sur; medidas: 1,35 m alt. / 0,70 m anch. Termina en dintel formado por un bloque monolítico de 0,30 m alt. / 1,00 m anch y dos jambas también formadas por bloque monolítico de 1,32 m alt. / 0,50 m anch.Ventana con marco de madera al oeste; medidas: 0,60 m alt. / 0,47 m anch.

Una alacena excavada en el muro lateral derecho. Perchas y estanterías distribuidas por todo el perímetro de la construcción para ubicar diferentes enseres de cocina.

Chimenea adosada al muro del fondo de 0,70 m de alto. El hueco presenta forma rectangular.  La campana la constituye el propio muro que no sobresale apenas. El hogar está formado por el mismo suelo de la construcción. La forma de la boca de la chimenea acaba en prisma de 0,45 m alt.

Bloque monolítico de granítico en el exterior izquierdo y derecho sobre piedras de menor tamaño, utilizados como asientos. Frente a la construcción, restos de lo que fuera una mesa de granito.

Restos de bohío tipo II (horma) a escasos metros del bujío en mal estado de conservación. Posible uso para uso habitacional. Planta circular de piedra granítica de mampostería en seco de piedras irregulares de tamaño grande, medio y pequeño. Altura máxima conservada de 1,70 m. Puerta sin jambas con dintel de bloque monolítico y plano. Altura puerta 1,3 m. Restos de pequeña construcción anexa a muro derecho para ganadería.

 

6-Denominado chozo de San Sebastián (roto). Localizado al oeste del término municipal (39º43’03’’N; 6º49’38’’W)

 

Situado en terreno en la actualidad sin cultivar. Estado de conservación malo. Está aislado formando parte de la cerca que rodea la finca. Abandonado. Destinado a refugio temporal ante las inclemencias del tiempo. Reutilizado como parte del muro de la finca.

Se conserva únicamente parte del muro norte. La planta sería circular y cubierta semiesférica sin apenas levantar.

Piedra de pizarra, mampostería en seco de bloques irregulares de tamaño medio y pequeño. Falsa cúpula apenas levantada obtenida por la técnica de aproximación de hiladas de pizarra. Se conserva únicamente parte incipiente en la cara norte, incluido alero de pizarra. No se aprecia revoco en el exterior ni interior.

Las medidas: al exterior, alt. total 1,20 m; Altura muro hasta inicio de bóveda de 1,00 m. Diám. máx. estimado 2,50 m. Superficie estimada 4,90 m2. Tamaño pequeño.

7-Denominado bujío de San Sebastián. Localizado al oeste del término municipal (39º43’3.12’’N; 6º49’38.78’’O)

Situado en terreno en la actualidad sin cultivar. Estado de conservación bueno. Está aislado formando parte de la cerca que rodea la finca. Abandonado. Destinado a refugio temporal ante las inclemencias del tiempo.

Planta en forma de porción circular que se adapta a la topografía del terreno, cuerpo cilíndrico y cubierta semiesférica sin apenas levantar. En el interior planta cuadrada.

Piedra de pizarra, mampostería en seco de bloques irregulares de tamaño medio y pequeño. Falsa cúpula apenas levantada obtenida por la técnica de aproximación de hiladas de pizarra. Sin apertura de lancha respiradero. Con alero de pizarra. Suelo de tierra apisonada con restos de pavimentación de lanchas de pizarra en algunos puntos de la construcción. Interior y exterior sin revoco con cúpula cubierta de tierra y restos de vegetación.

Las medidas: al exterior, alt. total 1,90 m; diám. máx. 3,00 m. Interior cuadrado. Superficie 7,07 m2. Tamaño pequeño. Grosor del muro 0,5 m.

Puerta de entrada al suroeste; medidas: 1,05 m alt. / 0,80 m ancho. Estructura de madera desaparecida. Termina en dintel formado por un bloque monolítico de 0,15 m alt. /1,10 m anch. sin jambas a uno y otro lado de la puerta. Pequeño orificio irregular a modo de ventana al oeste; medidas aproximadas: 0,15 m alt. /0,20 m anch. Orientación al camino contiguo.

Cerca formada por un muro adosado a los laterales, formando la fachada posterior del bujío parte de la cerca, desarrollada de oeste a este. Piedra, mampostería de pizarra  en seco, de bloques irregulares de tamaño medio y pequeño. Delimita el espacio privado correspondiente a la finca, separando ésta de la contigua.

8-Denominado chozo de La Hoja. Localizado al noroeste del término municipal (39º43’38’’N; 6º48’46’’O)

Situado en terreno en la actualidad sin cultivar. Estado de conservación bueno. Está aislado formando parte de la cerca que rodea la finca. Abandonado. Destinado a refugio temporal ante las inclemencias del tiempo.

Planta en forma de porción circular que se adapta a la topografía del terreno, cuerpo cilíndrico y cubierta semiesférica sin apenas levantar.

Piedra de granito, mampostería en seco de bloques irregulares de tamaño grande, medio y pequeño toscamente trabajados. Falsa cúpula apenas levantada obtenida por la técnica de superposición de piedras. Exterior, parece que presenta revoco de mortero en la parte de la cúpula de forma puntual, y granito y al interior de pizarra.

Las medidas: al exterior, alt. total 1,30 m; diám. máx. 2,20 m. Superficie 3,14 m2. Tamaño pequeño. No dispone de ventanas en su estructura.

Puerta de entrada al noreste; medidas: 0,82 m alt. /0,65 m ancho. Termina en dintel formado por bloque monolítico que forma parte del inicio de la cúpula de 0,15 m alt. /0,7 m ancho.

Cerca formada por un muro adosado a los laterales, formando la fachada posterior del bujío parte de la cerca, desarrollada de oeste a este y norte a sur. Piedra, mampostería de granito en seco, de bloques irregulares de tamaño grande y medio toscamente colocados. Delimita el espacio privado correspondiente a la finca, separando ésta de la contigua.

9-Denominado bujío La Laguna. Localizado al sur del término municipal (39º41’36.20’’N; 6º48’35,56’’O)

Situado en terreno próximo a la charca La Laguna. Estado de conservación bueno, recientemente reformado. Está aislado. Sin recinto. En uso para actividades del Ayuntamiento, posible reconversión a alojamiento rural. Destinado como vivienda permanente del guarda de la charca de La Laguna.

Planta circular que se adapta a la topografía del terreno, cuerpo cilíndrico y cubierta semiesférica. Edificio de planta rectangular adosado al muro izquierdo.

Piedra de granito, mampostería en seco de bloques de tamaño medio. Falsa cúpula obtenida por la técnica de aproximación de hiladas de ladrillo. Sin apertura de lancha respiradero. Con alero de pizarra. Suelo con lanchas de pizarra de reciente reforma, anteriormente de mortero según responsable de mantenimiento del Ayuntamiento. Interior y exterior con revoco y pintado en color blanco.

Las medidas: al exterior, alt. total 3,20 m; diám. máx. 5,80 m. Al interior, diám máx. 4,70 m.  Acceso al interior mediante doble escalón. Superficie 26,42 m2. Tamaño grande. Grosor del muro 0,60 m.

Puerta metálica de entrada al este; medidas: 1,70 m alt. / 0,80 m anch. No se aprecia dintel y jambas con el revocado exterior.  Apertura interior en el muro lateral izquierdo. Apertura posterior a la construcción del bujío para acceder a parte del edificio anexo al muro sur. Ventana con marco de madera al oeste; medidas: 0,74 m alt. / 0,37 m anch. Dos alacenas en el muro lateral derecho, una encima de la otra.

Separación del recinto interior mediante muro ubicado en el lateral izquierdo. Posible uso para almacenaje de víveres.

Chimenea excavada en el muro lateral derecho. El hueco presenta forma rectangular de 1,32 m alt. La campana la constituye el propio muro que no sobresale apenas. El hogar está formado por el mismo suelo de la construcción. La forma de la boca de la chimenea acaba en prisma de 0,80 m alt.

En la parte posterior del edificio se ubica una zahurda y dos bohíos de horma más toscos sin revoco de granito y en estado de conservación regular. En uno de ellos se localizan restos de alacena. Posibles construcciones anteriores al bujío existente para uso de cocina y habitacional respectivamente.

Se localiza inscripción con fecha de 1962 Posible fecha de reforma anterior.

10-Denominado bujío La Laguna II. Localizado al sur del término municipal (39º41’37.59’’N; 6º48’36.73’’O)

Situado en terreno próximo a la charca La Laguna, a 20 m de distancia. A 50 m del bujío nº9. Estado de conservación regular. Está aislado en zona de maleza y desnivel. Sin recinto. Abandonado. Destinado a refugio temporal ante las inclemencias del tiempo.

Planta ovalada que se adapta a la topografía del terreno, cuerpo cilíndrico y cubierta semiesférica sin apenas levantar.

Piedra de granito, mampostería en seco de bloques irregulares de tamaño grande, medio y pequeño toscamente trabajados. Falsa cúpula apenas levantada obtenida por la técnica de superposición de piedras. Pérdida de parte de la cubierta con apertura de 1,10 m. Restos de estas piedras en el interior de la construcción.  Sin revoco exterior ni interior. Suelo de tierra natural.

Las medidas: al exterior, alt. total 1,20 m; diám. máx. 2,75 m. Superficie 5,94 m2. Tamaño pequeño. No dispone de ventanas en su estructura.

Puerta de entrada al sur; medidas: 1 m alt. / 0,9 m ancho. Termina en dintel formado por bloque monolítico, que forma parte del inicio de la cúpula, apoyado en lado derecho sobre canchal de 0,15 m alt. /1,15 m ancho.

 

11-Denominado bujío Pintor del Comino. Localizado al noreste del término municipal (39º44’21.46’’ N; 6º45’35.10’’ O)

Situado en terreno ganadero. Estado de conservación bueno. Con cerca. Abandonado. Destinado como vivienda temporal del ganadero.

Planta circular que se adapta a la topografía del terreno, cuerpo cilíndrico y cubierta semiesférica. La construcción se encuentra en desnivel con un pendiente del 2,60%.

Piedra de granito, mampostería en seco de bloques irregulares de tamaño medio. Suelo sobre piedra de granito. Falsa cúpula obtenida por la técnica de aproximación de hiladas de ladrillo. Sin alero. No se ha podido acceder al interior del recinto para medir.  Exterior con revoco de cal y pintado en color blanco. Cúpula cementada con respiradero cerrado con segunda semicúpula de tamaño inferior. Inicio de la bóveda a 1,75 m al noroeste y 2,30 m al sureste.

Las medidas: al exterior, alt. total 3,00 m; diám. máx. 5,10 m. Superficie: 20,43 m2. Tamaño grande. Pequeño agujero irregular a modo de ventana al sureste. 0,26 m alt. / 0,27 m anch. Máx.

Es posible que la ventana forme parte de una alacena por las características. No se puede acceder al interior para medir. Al menos una alacena. Puerta de entrada al este; medidas: 1,60 m alt. / 0,68 m ancho. No se aprecian dintel y jambas con el revocado.

Se localiza inscripción externa con fecha de 1963. Posible fecha de reforma.

Cerca formada por un muro adosado fachada posterior, desarrollada de norte a sur. Piedra, mampostería en seco, de bloques irregulares de tamaño medio. Delimita el espacio privado correspondiente a la finca.

12-Denominado bujío Casancabo. Localizado al noroeste del término municipal (39º43’26’’N;  6º49’22’’O) (roto)

Situado en terreno en la actualidad sin cultivar. Estado de conservación malo, semiderruido. Está aislado, sin cerca.

Abandonado. Destinado a refugio temporal de mayor uso que (7, 8, 10) al disponer de alacenas. Reutilizado posteriormente como zahurda.

Planta circular que se adapta a la topografía del terreno, cuerpo cilíndrico y cubierta semiesférica, sin apenas levantar se aprecia, aunque gran parte se ha derrumbado. Sólo se conserva en la parte norte.

Piedra de pizarra con granito en los huecos de entrada, mampostería en seco de bloques irregulares de tamaño grande, medio y pequeño toscamente trabajados. Falsa cúpula apenas levantada obtenida por la técnica de superposición de piedras. Restos de estas piedras en el interior de la construcción.  Sin revoco exterior ni interior. No se aprecia la tipología de suelo por la maleza y restos de piedra de la propia construcción.

Las medidas: al exterior, alt. total conservada 1,46 m. Se estima que la altura máxima no sobrepasaría del 1,70 m. Diám. máx. 3,15 m. Grosor del muro entre 0,55 y 0,65 m. Superficie 7,80 m2. Tamaño pequeño. No dispone de ventanas en su estructura.

Puerta de entrada al sur; medidas: 0,65 m anch. En cuanto a la altura se refiere, se conserva parte del muro. Con los restos de piedras en la zona circundante se estima una altura máxima de 1,10 m.  Puerta de zahurda posterior al noroeste. Medidas: 0,72 m alt. / 0,45 m anch / 0,55 m prof.  Jambas y dintel de zahurda de granito. Se considera que también eran de este material en la entrada del bujío por los restos encontrados.

Dos alacenas excavadas en el muro lateral izquierdo al fondo. Alacena izquierda de forma irregular de 0,40 m alt. /0.31-0,40 m anch. / 0,32 m prof.  Alacena al fondo de forma irregular de 0,40 m alt. / 0,31.0,39 m anch. / 0,32 m prof.  En la altura en que finalizan las alacenas empieza la bóveda.

13-Denominado bujío de Viñas. Localizado al oeste del término municipal (39º43’02.13’’ N; 6º49’03.94’’ O)

Situado en el interior del municipio (c/Moral nº13), incorporado a construcción anexa posterior (vivienda de c/Moral nº11). Estado de conservación bueno. En desuso.

Planta circular que se adapta a la topografía del terreno, cuerpo cilíndrico y cubierta semiesférica. Actualmente adosado edificio rectangular utilizado como almacén.

Piedra de granito, mampostería en seco. Falsa cúpula obtenida por la técnica de aproximación de hiladas de ladrillo. Sin apertura de lancha respiradero. Con  doble alero de pizarra y ladrillo. Suelo con lanchas de pizarra de reciente reforma. Interior y exterior con revoco de mortero y pintado en color blanco.

Las medidas: Al interior, alt máx. 3,35 m; diám máx. 3,72 m.  Altura muro hasta inicio de bóveda de 1,90 m. Acceso al interior a través de puerta lateral derecha al bujío desde el interior del edificio anexo. Tamaño medio.

Puerta de entrada al noreste desde el interior de la vivienda anexa; medidas: 1,77 m alt. / 0,96 m anch. desde el interior del bujío y de 1,57 m alt. / 0,81 m anch. desde el exterior. No se aprecia dintel y jambas con el revocado.

Ventana orientada al sur en el muro lateral izquierdo; medidas al interior: 0,48 m alt. / 0,60 m anch. Posible uso interior como alacena. Medidas al exterior inferiores: 0,20 m alt. / 0,14 m anch.

Dos alacenas excavadas en el muro lateral izquierdo y derecho. Alacena izquierda con dos subapartados, el inferior de 0,46 m alt. /0,52 m anch. y el superior 0,31 m alt. / 0,52 m. Alacena derecha con dos subapartados también, el inferior 0,60 m alt. /0,70 m anch. y el superior 0,30 m alt. /0,68 m anch.

Chimenea excavada en el muro lateral derecho. El hueco presenta forma rectangular de 1,06 m alt. / 0,72 m anch. / 0,72 m prof.  La campana sobresale del muro, da la impresión de añadido posterior a la construcción. El hogar está formado por el mismo suelo de la construcción. La forma de la boca de la chimenea acaba en prisma.  La altura final de la boca de la chimenea coincide con la altura máxima de la cúpula.

En la parte exterior, la construcción se encuentra asentada sobre canchal con restos de antiguo pilón  en la parte derecha, reconvertido posteriormente en asiento, y en la izquierda con restos de lo que pudieron ser varios escalones (se aprecian 3 en la actualidad).

 

14-Denominado bujío Aldana. Localizado al noroeste del término municipal (39º43’52.20’’N; 6º49’05.44’’O)

Situado en terreno ganadero y agrícola. Estado de conservación bueno. Está aislado. Sin recinto. Abandonado. Destinado a vivienda de carácter temporal del pastor o agricultor.

Planta circular, que se adapta a la topografía del terreno, cuerpo cilíndrico y cubierta semiesférica. En el interior planta circular, sección semiesférica.

Piedra granítica y de pizarra, mampostería en seco de bloques irregulares de tamaño, mediano y pequeño. Falsa cúpula obtenida por la técnica de aproximación de hiladas de pizarra con mejor acabado que el bujío de Lavaderos. El cierre presenta abertura de forma circular, midiendo el radio 0,50 m aproximadamente. Esta apertura tiene forma cilíndrica, elevándose 0,30 m. Con alero de pizarra. Suelo de piedra recubierto de paja, sin escalón. Con revoco exterior e interior y encalado blanco salvo en la cúpula, tanto interior como exterior. Exterior de la cúpula cubierto de tierra, con restos de vegetación. Pérdida de tierra en la parte superior de la cúpula, observándose parte de la piedra de la cúpula. Se observan restos de ladrillo en el exterior de la cúpula, pudiéndose haber utilizado como relleno.

Las medidas: al exterior, alt. total 3,60 m; diám. máx. 5,60 m. Al interior, diám máx. 4,00 m, alt. 3,30 m, hasta inicio de lancha respiradero.  Acceso al interior a nivel sin escalones. Altura muro hasta inicio de bóveda de 1,40 m. Superficie 24,63 m2. Tamaño grande. Grosor del muro 0,80 m.

Puerta con panel metálico de entrada al sur; medidas: 1,65 m alt. / 0,65 m anch. Sin jambas, pero con dintel de bloque monolítico de 0,92 m anch y 0,10 m alt. Recientemente la puerta existente ha sido sustituida por el mencionado panel metálico.

Tres alacenas excavadas en el muro lateral izquierdo, derecho y al fondo de la construcción de forma rectangular. Alacena izquierda de 0,33 m alt. / 0,40 m anch. / 0,40 m prof. Alacena al fondo de 0,33 m alt. / 0,35 m anch. / 0,43 m prof. Alacena derecha de forma irregular de 0,30 m alt. / 0,40-0,43 m anch. / 0,37 m prof.

Se localiza inscripción interna con fecha de 1930. Posible fecha de reforma.

 

15-Denominado bujío Caraciolo. Localizado al este del término municipal (39º43’31.72’’N; 6º46’28.10’’ O)

Situado en terreno ganadero y agrícola. Estado de conservación bueno, recientemente reformado. Está aislado formando parte de la cerca que rodea la finca. En uso. Destinado anteriormente a vivienda de carácter permanente.

Planta circular, ovalada en el interior, que se adapta a la topografía del terreno, cuerpo cilíndrico y cubierta semiesférica. En el interior planta circular, sección semiesférica.

Piedra de granito, mampostería en seco de bloques irregulares de tamaño medio y pequeño. Falsa cúpula obtenida por la técnica de aproximación de hiladas de ladrillo. El cierre presenta una pequeña apertura de dimensiones circulares utilizado contra el eco en el recinto. Alero de pizarra. Suelo de lanchas de pizarra con dos escalones de acceso al interior. Cúpula cubierta de imitación de tejas en mortero, anteriormente de pizarra. Exterior con revoco de mortero e interior pintado en blanco.

Las medidas: al exterior, alt. total 2,90 m; diám máx. 5,50 m; diám. Al interior, alt. total 3,30 m; diám máx. 4 m.  Acceso al interior mediante doble escalón. Superficie 23,76 m2. Tamaño grande. Grosor medio del muro 0,65 m. No dispone de ventanas en su estructura.

Puerta metálica de entrada al este; medidas: 1,45 m alt. /0,9 m ancho. Termina en dintel de pizarra.

Dos alacenas excavadas en el muro lateral izquierdo de 0,60 m alt. / 0,45 m anch y 0,32 m alt. / 0,25 m anch. Dos alacenas excavadas en el muro lateral derecho de 0,47 m alt. / 0,50 m anch. y 0,40 m alt. / 0,20 m anch. En el muro derecho, en la parte anterior al banco corrido derecho, elemento de almacenaje de 1,10 m de alt.

Dos bancos corridos, uno a izquierda y otro a derecha utilizados como catres para descanso. Alt. 0.28 m y 2,90 m de largo aproximadamente. Huecos en la parte inferior para almacenaje.

Chimenea excavada en el muro del fondo. El hueco presenta forma rectangular de 1,30 m alt. / 1,20 m anch. / 0,80 m prof. La campana la constituye el propio muro que no sobresale apenas. El hogar está formado por el mismo suelo de la construcción con pequeño escalón. En la parte superior se ubica repisa de 1,20 m anch. /0,40 m alt. La forma de la boca de la chimenea acaba en prisma y cilindro de 0,40 m alt.

Bloque monolítico de granito (poyo) exterior izquierdo y derecho utilizados como asiento de 0,28 m alt. / 0,78 m anch. / 0,38 m prof. y 0,20 m alt. / 0,77 m anch. / 0,17 m prof.

Recinto adosado al oeste, utilizado como cuadra de animales. Semiderruido. Estado de conservación regular. Se accedería desde el mismo bujío. Acceso actualmente inexistente debido a la actual cerca.

Cerca formada por un muro adosado a los laterales, desarrollada de oeste a este. Piedra, mampostería de granito en seco, de bloques irregulares de tamaño medio y pequeño. Delimita el espacio privado correspondiente a la finca.

Fecha de edificación anterior a s. XIX acorde a escrituras del propietario actual.

16-Denominado bujío Los Lavaderos. Localizado al oeste del término municipal (39º43’12.55’’N; 6º48’44.60’’ O)

Situado en terreno agrícola. Estado de conservación bueno. Está aislado. Con cerca. En uso como almacén de paja. Destinado antiguamente a vivienda de carácter temporal del pastor o agricultor.

Planta circular que se adapta a la topografía del terreno, cuerpo cilíndrico y cubierta semiesférica. En el interior planta circular, sección semiesférica.

Piedra granítica y de pizarra, mampostería en seco de bloques irregulares de tamaño medio y pequeño. Falsa cúpula obtenida por la técnica de aproximación de hiladas de pizarra, acabado tosco. El cierre presenta abertura cuadrado, midiendo de lado 0,33 m y con profundidad de 0,50 m. Alero de pizarra. Suelo de pizarra con escalón de 0,15 m. Interior y exterior con revoco de mortero. Cúpula cubierta de tierra y restos de vegetación.

Las medidas: al exterior, alt. total 3,35 m; diám. máx. 4,2 m. Al interior, alt total 3,20 m y hasta respiradero 2,70 m y diám. 3 m. Altura muro hasta inicio de bóveda de 1,70 m. Superficie 13,85 m2. Tamaño medio.  Grosor del muro 0,60-0,80 m.

Puerta de entrada metálica al sureste; medidas: 1,65 m alt. / 0,80 m anch. Sin jambas a un lado y otro de la puerta. Dintel de 0,15 m alt. / 1,00 m anch.

Pequeño orificio irregular a modo de ventana al norte; medidas aproximadas: 0,15 m alt. /0,18 m anch. Orientación a la finca. Uso para ventilación. Se trataría de una alacena reconvertida a ventana. Profundidad muro: 0,80 m.

Una alacena excavada en el muro lateral izquierdo de 0,40 m alt. / 0,47 m anch /0,43 m prof.

Cerca formada por un muro adosado a los laterales, desarrollada de noroeste a sudeste. Piedra, mampostería en seco de granito, de bloques irregulares de tamaño medio. Delimita el espacio privado correspondiente a la finca, separando ésta de la contigua.

17-Denominado bujío Fragua

Desaparecido tras reciente reforma principios s. XXI. Situado en corral de una casa de la calle Fragua.

Disponía de planta circular, cuerpo cilíndrico y cubierta semiesférica. Piedra granito y pizarra, mampostería en seco y falsa cúpula con bóveda de ladrillo y enlucida con alero de pizarra. Pared y construcción adosadas al mismo.

18-Denominado bujío de la Esquilina. Localizado al noreste del término municipal (39º43’53.98’’N; 6º45’32.25’’O) (roto)

Situado en terreno agrícola. Estado de conservación malo. Está aislado. Sin cerca.  En desuso. Destinado antiguamente a vivienda temporal pese al reducido tamaño.

Planta ovalada que se adapta a la topografía del terreno, con desnivel, cuerpo cilíndrico y cubierta semiesférica, restos de la misma.

Piedra granítica, mampostería en seco de bloques irregulares de tamaño medio y pequeño. Falsa cúpula con hiladas de ladrillo en vertical a diferencia del resto de construcciones, conservado únicamente restos en la parte posterior de la construcción. Se desconoce tipología de suelo debido a la cantidad de cascotes acumulados.  Interior con revoco de mortero. Cúpula cubierta de tierra.

Las medidas: al exterior, alt. máx. conservada 2,00 m al oeste; inicio bóveda a 1,40 m. El diámetro interior varía de 3,10 m en la parte más ancha a 2,10 m en la más estrecha. Muro de ancho irregular de 0,30 m en la parte oeste, dónde el muro se apoya sobre un canchal a 0,50 m en el resto de la construcción. Superficie 5,12 m2. Tamaño pequeño.  Restos puerta al sureste.

Apertura al oeste de origen desconocido, de 0,40 m de ancho. Posible ventana reutilizada como acceso posterior para animales. Posible resto de alacena en el muro izquierdo a la puerta.

 

APÉNDICE FOTOGRÁFICO

Imagen 1: Detalle cúpula de pizarra. Lavaderos.

Imagen 2: Detalle cúpula de ladrillo. Cerca de Jaraiz

Imagen 3: Detalle de escalera exterior. Santa Marina.

Imagen 4: Detalle de alacena y chimenea. La Laguna

Imagen 5: Detalle de banco corrido. Caraciolo.

Imagen 6: Detalle interior. Bolos

Imagen 7: Vista bujío a dos aguas. Cerca de Jaraíz

Imagen 8: Vista general Bujío.  Aldana

Imagen 9: Vista bujío roto. Casancabo

[1] Piedras con Raíces. Revista de arquitectura vernácula. Nº14, 2006

[2] PGM Mata de Alcántara. Resolución de 28 de marzo de 2018, de la Comisión de Urbanismo

[3] Los chozos extremeños: referente histórico y recurso socio-cultural para el futuro JOSÉ LUIS MARTÍN GALINDO Presidente de ARTE

[4] A SINGULARIAI DOS CHAFURDÓNS DO VAL DE XÁLIMA. José Luís Martin Galindo

[5][5] ARQUITECTURA DE CARÁCTER AUXILIAR EMPLAZADA EN LOS TÉRMINOS MUNICIPALES DE LAS LOCALIDADES MANCHEGAS DE LA ALBERCA DEL ZÁNCARA, LA SOLANA, DAIMIEL Y EL BONILLO. América JIMÉNEZ HERNÁNDEZ, María Jesús JIMÉNEZ HERNÁNDEZ

Nov 242022
 

Manuel Quesada Fernández

 

INTRODUCCIÓN

La Hermandad, entendida como una relación de afecto y solidaridad que existe entre un grupo de personas o pueblos, desde siempre ha tenido un sentido de fraternidad entre hermanos, de ayuda a los desfavorecidos y de colaboración entre semejantes para la consecución de un mismo fin.

Jamás pude imaginar que, al realizar la investigación para la presente comunicación, me encontraría con todos estos detalles elevados a su máxima expresión, llevados a cabo por vecinos de un barrio de Trujillo, la Villa, que fue y es mucho más que un barrio, cuyos moradores han logrado darle mayor grandeza de la que atesoran sus edificios y monumentos, pues en la humildad de sus vidas, solo podía haber corazones puros y de los corazones puros, solo pueden salir cosas grandes.

La Hermandad del Cristo del Perdón, tiene un gran arraigo en la ciudad de Trujillo, no hace falta publicitar su existencia, pues de sobra es conocida por todos; sin embargo, la solera del tiempo ha logrado tapar la gran labor social que con su creación se asumió bajo el manto protector del Cristo del Perdón y de la Virgen de la Asunción.

La mayoría de las cofradías y hermandades de la Semana Santa de Trujillo, surgen para acrecentar la devoción de sus titulares y para encargarse de procesionar a sus imágenes en los días de la Semana Mayor. Luego, una vez consolidadas, se afanan en realizar otras labores sociales o culturales. En el caso de la fundación de la Hermandad del Cristo del Perdón ocurrió al contrario, surgió para atender a las necesidades de los vecinos de la Villa, asistidas por los propios vecinos.

EL BARRIO DE LA VILLA

Para comprender la grandeza de la misión que con la fundación de la Hermandad pretendían los fundadores, es necesario conocer la situación de las personas que habitaban el barrio de la Villa durante gran parte del siglo XX, pues tras los muros de la grandeza de tiempos pasados, se encontraba la pobreza, la marginación y el abandono.

La Villa, convertida entonces en un amasijo de ruinas, hizo de cobijo para muchas personas que, con escasísimos recursos, encontraron en esas ruinas su morada.

Para poder conocer exactamente como era la situación del barrio de la Villa, contamos con un relato recogido en el Periódico “La Opinión” de Trujillo, que redactó y vivió en primera persona D. Marcelino González-Haba, recogiendo de primera mano la cruda realidad que día tras día se vivía en este histórico barrio trujillano: “POR ARRIBA LA VILLA – Una visita a la casa de los Naranjos – Eran las cuatro y media de la tarde de un día frío del mes de Febrero, rubia de luz, azul pureza de cielo. Atravesamos una piña de calles estrechas, silentes y tortuosas que nos conducen al lugar de nuestro objetivo. Flotaba en el ambiente el eco misterioso de grandezas pretéritas, hazañas heroicas, de recuerdos gloriosos, cuya rutilancia y esmalte se esfuman y tornan opacos al tocar la realidad triste del presente. Más allá de unos muros derruidos aparecen las copas agudas de unos cipreses que se elevan al cielo como una oración, y en el fondo del paisaje se divisa el sol como un disco de oro que desciende lentamente a su lecho de púrpura tiñiendo de rubor áureo la campiña y la vieja ciudad que se funden en un sortilegio de ensueño. La casa de los Naranjos fué en otro tiempo espléndida morada de la opulencia como así lo delata su actual estructura y semblante de prócer venido a menos. Hoy es el amplio recinto en donde la tragedia íntima del dolor palpita con el ritmo señero de la mísera pobreza, de la desesperación triste; ni la cristiana caridad de los hombres, ni los lazos eternos de humanidad que los une, han desplegado un valor suficiente para contener el desbordamiento de las humanas desgracias que rebasan sobre toda ponderación. Penetramos en el interior del edificio. Hay un patio central en forma cuadrada; unos niños de semblante famélico y semidesnudos, juegan sin la peculiar alegría de la infancia, y en el frente hay una escalera de piedra vetusta que da acceso a otro piso. Contigua a la escalera hay una habitación espaciosa y oscura sin más amueblado que el de un tablado próximo al suelo con un pajero sin sábanas y solo una manta. En esta cama duermen, una madre con seis hijos de diferentes sexos y edades; con más razón pudiera decirse que muere lentamente una familia entera en el más punible de los abandonos. La imaginación no puede soñar un cuadro de mayor penuria y tristeza. Pero estas escenas forman legión en la casa de los Naranjos; las vibraciones estridentes del dolor se extienden por todo su ámbito. En otra vivienda de la planta baja vimos a una mujer sola; su lecho es un montón de harapos en donde sin abrigo descansa cuando la necesidad física – hambre, frío…, o la necesidad moral – tedio tristeza…, la rinden. En el piso principal, son varias las familias que viven sin lo más esencial para la conservación de la vida; sin alimentos, sin abrigo, sin camas, nada de sábanas ni de ropa interior; perecen de hambre y de frío, y en una y en otras habitaciones viven en horrorosa promiscuidad de sexo, padres e hijos, hermanas, hermanos. No hace muchos días que la Conferencia de San Vicente de Paúl socorrió a uno de estos pobres que estaba enfermo con pulmonía, sin ropa con que abrigarse, sin alimentos…; pero esta caritativa institución no puede resolver este problema de carácter general, que incumbe de un modo directo a los poderes públicos y a la sociedad por entero. Pensamos seriamente, después de nuestro recorrido por el ámbito del dolor, y deducimos, que, mientras la justicia social no imponga jurídicamente las prestaciones necesarias para evitar estos cuadros espantosos de miseria, no puede haber en ningún pueblo civilización, ni progreso, ni esperanza de gloria y de prosperidad, porque la miseria es el factor social más importante en la criminalidad, en la inmoralidad, en la revolución, en todas las enfermedades que arrebatan la vida a la juventud: la tuberculosis, el alcoholismo, la avarosis… . Por caridad primero y por instinto de conservación, debieran preocuparse las autoridades locales y las clases acomodadas en la resolución de un problema que tantos estragos produce.” [1]

La cruda realidad de este relato que describe la dureza en que vivían los vecinos que habitaban en la Villa, nos sobrecoge a más no poder, lamentando profundamente que la situación descrita no ahondara en el corazón de los muchos lectores suscritos al noticiero y removiera conciencias de aquellos que tenían el poder y los medios para frenar estas estampas de miseria y abandono. Únicamente, el narrador de esta historia, hizo un acto de caridad el día de Jueves Santo de aquel año, con aquella pobre gente: “Al medio día, y a presencia de nuestros distinguidos amigos don Marcelino González y don Juan Parrilla, se sirvió una comida extraordinaria a las familias pobres que habitan en la antigua casa de los Naranjos, costeada por el primero de dichos señores, y cuyo acto caritativo consignamos a ruegos de aquellos humildes vecinos que nos expresan su deseo de hacer público su agradecimiento al donante.”[2]

Lógicamente esto no vino a solucionar el gravísimo problema que allí existía, y, lejos de pretender juzgar la labor llevada a cabo, probablemente lo único que se consiguiera o pretendiera era limpiar la conciencia de aquel bendito hombre que un día quiso conocer y pregonar las condiciones de vida en el mísero barrio de la Villa.

Esta situación que atravesaba aquel barrio llevó a la Villa a ser considerada como el barrio marginal de Trujillo, donde la sociedad arrinconó aquello que le avergonzaba, volviendo la cara, en la mayoría de los casos, a aquellos que imploraban misericordia.

Aquellos niños criados al abrigo de la más absoluta de las miserias, que vieron desde temprana edad la cruda realidad de vivir sin recursos o de morir en el abandono de una sociedad que miraba a otro lado e incluso los despreciaba, se caracterizaban por su pillería, por actitudes poco comunes a la hora de relacionarse con el resto de la población, por su analfabetismo, por su falta de educación o por su salvajismo. Todo ello consecuencia de las condiciones de vida que había en el seno de la familia donde les había tocado nacer. Tomamos de ejemplo un relato recogido en el periódico La Opinión de Trujillo: “En otro lugar de este número se anuncia el concurso para ejecución de obras municipales, entre ellas unos evacuatorios en la parte antigua de la población. ¡Buena falta hace que en la villa se hagan estas mejoras urbanas y otras de saneamiento, necesarias para la salud y para evitar el mal efecto que a los turistas que a diario visitan las antigüedades del Trujillo histórico le producen las suciedades que a diario se observan no obstante la limpieza que los empleados municipales hacen y la vigilancia de los policías! Y es que entre aquellos moradores los hay tan desaprensivos que es para ellos una jactancia antigua burlar la vigilancia de la autoridad y cooperar al descrédito de la fama que Trujillo goza de ser un pueblo limpio y sano. ¿Cómo se evitan tantos desmanes de incultura? Con severidad en el cumplimiento de las ordenanzas municipales y sobre todo haciendo responsables a los padres de los daños que causan los hijos, cuya falta de educación se nota progresivamente en toda la población, siendo vergonzoso que en una ciudad como Trujillo, bien dotada de escuelas y colegios, se observe en los niños tanta desobediencia y respeto a las personas como un decidido afán en la destrucción de árboles, plantas y pájaros. El Alcalde de Cáceres, recientemente, ha tomado medidas severas para que desaparezcan los tirantillos que allí como aquí y como en todas partes tantos perjuicios causan en manos de los chicos. ¡Buena prueba de ello pueden dar la farola del paseo y otras bombillas eléctricas, cristales y árboles. Y no es solo ya con los tirantillos, es también a pedrada limpia; últimamente, el pasado domingo, nosotros mismos tuvimos que intervenir para evitar que un grupo de pequeños villanos que en brutal guerrilla acometieron a unas niñas y mozas del arrabal de la Magdalena, las persiguieran y las que se vieron precisadas de huir en carrera para no ser alcanzadas por las piedras. ¡Es mucho el salvajismo!” [3]

La ayuda humanitaria que a este barrio llegaba era escasa, la fama que invadió cada rincón de la Villa hizo que la gente que contaba con mayores recursos huyera de extender su caridad hacía esta pobre gente y en lugar de ayudar a paliar la situación que vivían e invertir en su reeducación, miraban para otro lado, marginando y hundiendo en la miseria a los moradores de la Villa.

He de decir que no toda la población trujillana obviaba la situación de este barrio, unas pocas personas, entre las que podíamos encontrar a D. Marcelino González – Haba, se preocupaban de lo que allí ocurría e intentaban ayudar en la medida de sus posibilidades, siendo estas escasas para las necesidades que había que cubrir.

También desde la Iglesia extendían su ayuda fomentando la asistencia a los escasos cultos que se celebraban en la Iglesia de Santa María, con una ayuda caritativa que se daba condicionada a la asistencia a los cultos. Así lo relataba el noticiero local: “Misión en la Villa. Por falta de espacio omitimos decir en el número de la semana anterior que durante seis días misionaron a la parte de la feligresía de Santa María la Mayor, enclavada en la Villa, el párroco don Fernando Marcos y los sacerdotes don Juan Tena Fernández y don Jerónimo Casillas, quienes vieron satisfechos sus trabajos, pues comulgaron ciento veintitrés padres de familias, hombres y mujeres, y multitud de niños y de niñas. Merced a la caridad de tres personas se dió un pan a cada uno de los que comulgaron, se sortearon un traje de pana, un juego completo de cama y cinco mantas. En todos los actos de la misión, que fueron cuatro cada día, todos los asistentes se condujeron con grande orden y se mostraron muy agradecidos.” [4]

Las condiciones higiénicas que tenían los habitantes de este barrio eran lamentables, y en la crueldad de la sociedad trujillana, vino a extenderse un mote para los niños de la Villa, basado en la higiene que presentaban las madres lactantes que amamantaban allí a sus hijos. Así estos niños eran conocidos como los de “la Teta Negra”.

Sin embargo, a pesar de todo ello, fueron estos niños, los que ya entrados en la edad adulta trataron de paliar con medios propios las carencias de sus vecinos. Muchos de los que allí vivían se unieron para repartir los pocos recursos con que contaban entre los vecinos más necesitados.

Y es en este momento y para conseguir este fin, para lo que se funda la Hermandad del Cristo del Perdón.

FUNDACIÓN DE LA HERMANDAD

De la fundación de esta Hermandad hasta el momento conocíamos muy pocos detalles y en muchos de los casos detalles erróneos, sobre todo a la hora de fijar un año concreto de fundación.

Todos los autores consultados para la realización de la presente comunicación fijan la fundación de esta Hermandad en 1952. José Antonio Ramos en su libro de la “Historia de la Semana Santa en Trujillo” [5] determina esa fecha como fecha de su fundación. Más tarde, en el año 2002, Manuel Miguel Díez, que por aquel año era presidente de esta Hermandad, publica un artículo en la revista de Semana Santa de Trujillo, en el que habla de la fundación en los siguientes términos: “Como esta revista no sólo llega a los trujillanos, queremos dar unas notas para todos aquellos que no conozcan un poco de la historia de esta Hermandad. Como anteriormente se ha citado, data de los orígenes del Siglo XVII, que fue interrumpido el culto por la revolución francesa, retomándose de nuevo en el año 1947. Tras otra larga pausa gracias al auge de la Semana Santa y a un grupo de trujillanos con iniciativa, se retomó con más fuerza si cabe en el 1982.” [6] Otros autores consultados fijan ese mismo año de 1952 como el año de fundación de la Hermandad del Cristo del Perdón. Sin embargo, ninguno de ellos apoya su afirmación en documento alguno, ni expresa razonamiento alguno que abale ese año de fundación. Así, entre todos los textos consultados, que no han sido pocos, destaco uno que vino a relatar de primera mano la fundación de esta Hermandad, siendo uno de sus protagonistas el artífice del texto y quien me puso en la pista para garantizar y fijar de manera rigurosa el año de fundación de esta Hermandad.

El libro editado por la Hermandad del Cristo del Perdón para conmemorar el 25 aniversario de su refundación recoge el testimonio de D. José Antonio Fernández Trevejo, quien fuera socio fundador de esta Hermandad, un testimonio que viene a corroborar todas y cada una de las averiguaciones que previamente había recogido para mi estudio. Este testimonio recogido en el libro, editado en el año 2009, dice lo siguiente: “Yo tenía no más de 16 años y hoy tengo 62.” Echando unas pocas cuentas podemos situar la fundación que este señor nos relataba, entre los años 1963 – 1964. Lejos quedaría el año de 1952 que se había tenido como referencia hasta el momento para situar a esta Hermandad en el tiempo.

Para mí, hubiera sido este testimonio suficiente para acreditar la fecha de fundación de esta Hermandad, sin embargo, he de reconocer que los testimonios lejanos en el tiempo, en ocasiones, suelen ser certeros en el fondo del asunto, pero pueden fallar en la determinación de las fechas, todo depende de la brillantez de memoria que tenga el relator, que en el caso que nos incumbe era excelente, como trataré de demostrar.

La necesidad de fundar la Hermandad del Cristo del Perdón y la Virgen de la Asunción surge para hacer una llamada de atención a la sociedad trujillana, para paliar una situación injusta que los vecinos de la Villa vivían en el día a día, viendo como todos les volvían la espalda, viendo como nadie acudía a socorrerles y les marginaban. Aquellos niños de la “Teta Negra” que hoy eran hombres, no querían que sus hijos y nietos vivieran lo que ellos habían sufrido en sus propias carnes, y se les ocurrió unirse para ayudar a sus propios vecinos con los escasos recursos con que seguramente contaban, demostrando con ello tanta generosidad que deslumbró a aquellos que con reticencia miraban hacia esta pobre gente.

Así, en el año 1964, un grupo numeroso formado por ochenta vecinos de la Villa, se unieron para repartir misericordia entre los vecinos del barrio y socorrerse en sus necesidades tanto espirituales como materiales, fundando lo que en un primer momento denominaron Hermandad de la Misericordia y que desembocaría en la que hoy conocemos como Hermandad del Cristo del Perdón. Así lo relató el noticiero local: “La Villa es hoy noticia desde un ángulo que no es historia ni arte. La información periodística viene de la calle por boca de ochenta vecinos habitantes en aquellas calles y plazuelas de la vieja ciudad y los cuales se han agrupado para ayudarse en sus necesidades espirituales y materiales en la entidad que llaman Hermandad de la Misericordia, pues el ejercicio de sus catorce obras será programa de sus intentos y realidades. Este programa, exponente de sus laudables actividades, ya le han redactado y pronto lo someterán a la aprobación de las autoridades. Ecos del sentir de los ochenta socios hasta el día en que estas notas entran en prensa, han sido el mutilado de la División Azul, José Luengo Navarro, y Agustín Fernández y Fernández. Otras cosas dijeron al Cronista que contará cuando la prudente oportunidad llegue. Entre tanto sepan todos que se les estimulará y favorecerá, si ellos son constantes en sus propósitos y no se desvían del cauce que es el amor de hermanos entre sí. Ha sido enorme equivocación esperar que todo se nos dé hecho y no trabajar cada uno por el bien de los demás. Todo ser humano puede hacer algún bien. ¿Habrá llegado la hora de que la Villa además de ser noticia histórica y arqueológica sea también información Cristiana, cultural y sociológica, esto último en su alto sentido y no en el peyorativo de espesos males, como ha venido siendo?” [7]

La crónica de este noticiero coincide a pies juntillas con el testimonio de José Antonio Fernández Trevejo, que como decíamos anteriormente quedó recogido en el libro conmemorativo del 25 aniversario de esta Hermandad. Así relataba su fundación: “En aquella época un grupo de hombres que vivían en la villa, sintieron la necesidad de que el resto de sus conciudadanos vieran y observaran que tenían unas inquietudes para resolver un problema que había en nuestro pueblo, que bien se podría calificar de marginación. Y decidieron fundar una hermandad, que hoy perdura en el tiempo.” [8] Esta marginación se puede vislumbrar también en el relato del periódico, en el que el redactor cuestiona la capacidad de conseguir el fin marcado y se atreve a juzgar la inacción de la gente del barrio hasta la fecha, considerando que estaban esperando a que todo se diera hecho. El relato seguido por el redactor del periódico es inusual, ya que acostumbraban a elogiar todas las iniciativas que surgían en Trujillo, llama la atención que en el caso que nos concierne lejos de motivar y elogiar la loable labor que iban a llevar a cabo, se limita a cuestionar y juzgar la iniciativa.

Una importante coincidencia encontramos también en las personas que fundaron la Hermandad, el periódico consultado nos da dos nombres que coinciden también con los que relata el socio fundador en el citado libro, que recoge lo siguiente: “JOSE FERNANDEZ FERNANDEZ, fue el primer presidente, junto a Juan Acero, Luis Ortiz, Federico Grande, Lucas Díaz, José Luengo, Ferrer, Manuel y Agustín Fernández y que me perdonen los familiares de los que dejo u omito, pues de no tener o consultar el acta fundacional me es imposible acordarme de todos.”

Con todo ello, está suficientemente claro que ambos relatos coinciden y que ambos sitúan la fundación de esta Hermandad en el año 1964. Sin embargo, al no coincidir el nombre de la Hermandad, ya que en el Periódico La Opinión de Trujillo la denominan Hermandad de la Misericordia, puede existir cierta reticencia a considerar que la Hermandad que titulan como de la Misericordia, sea en definitiva la del Cristo del Perdón. Esta duda que puede suscitarse y que en un primer momento, al realizar la investigación para la presente comunicación, tuve yo mismo, no tardó mucho tiempo en resolverse ya que unos pocos meses después de relatar en el noticiero local la fundación de la Hermandad, encontramos un anuncio que utiliza ambos nombres: “La Hermandad de misericordia del Cristo del Perdón y Virgen de la Asunción, se complace en invitar al pueblo de Trujillo, al solemne Via Crucis que procesionalmente saldrá de la Iglesia de Santa María, el Viernes de Dolores, a las 8 de la noche.” [9] Antes de finalizar el año 1964 la Hermandad perdió el título de Misericordia para terminar titulándose del Cristo del Perdón y Virgen de la Asunción.

Como venimos diciendo, en un primer momento la Hermandad se funda con el objetivo de ayudarse entre los vecinos del barrio tanto en las necesidades materiales, como en las espirituales. Los fines de la Hermandad estaban fundamentados en las catorce Obras de Misericordia. Estos fines que establece la Iglesia Católica en siete Obras Espirituales y siete Corporales, se basaban fundamentalmente en la enseñanza que Cristo dejó: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí”. [10]

Podemos decir, por tanto, que los fines fundacionales de la Hermandad eran catorce y recogían las siguientes acciones misericordiosas; dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al necesitado, vestir al desnudo, visitar al enfermo, socorrer a los presos, enterrar a los muertos, enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que está en error, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos de los demás y rogar a Dios por vivos y difuntos. Estos fines recogían todas y cada una de las necesidades que imploraban los vecinos de la Villa, que pocos trujillanos supieron ver y que los propios Villanos, con escasos recursos quisieron poner de manifiesto y solventar en la medida de sus posibilidades con la fundación de la Hermandad.

Pero por si la consecución de los fines fuera poco, fueron capaces de acrecentar la devoción entorno al Cristo del Perdón y a la Virgen de la Asunción. Fomentaron un fervor tan grande en sus titulares que hoy en día podemos definir como una de las devociones más grandes que hay en la ciudad.

De las obras misericordiosas llevadas a cabo por la Hermandad no queda ninguna mención en los noticieros consultados. Estas obras suelen pasar desapercibidas y no se les suele dar publicidad, sin embargo, estoy convencido de que fue mucha y muy buena la labor llevada a cabo por aquellos fundadores a este respecto.

De lo que no queda duda es de la brillantez de sus acciones para fomentar la devoción a sus titulares. Desde un primer momento fomentaron la devoción al Cristo del Perdón. Con apenas un par de meses de vida, la Hermandad organizó un Vía Crucis con el Cristo del Perdón por el barrio el viernes de Dolores, siendo así la primera vez que la Hermandad procesiona al Cristo del Perdón. Así recogió la crónica el noticiero local: “El Viernes de Dolores, a las ocho de la tarde, salió del templo histórico y bello de Santa María La Mayor, un piadoso Via Crucis, organizado por la Hermandad de Misericordia, del Cristo del Perdón y de la Asunción. Organizados en sus largas filas, niños, mujeres y hombres de este barrio trujillano. Fue dirigido por el señor coadjutor de la Parroquia de Santa María la Mayor, don Emilio Bravo (…) Hizo el recorrido, por varias calles de este barrio tan cargado del aroma de siglos, de glorias y triunfos. En cada estación, un seglar hacia piadosas consideraciones propias de la via dolorosa de la Pasión del Señor, que abrió, desde las cumbres del Calvario, los horizontes de la redención y misericordia. Por último, y tras los cantos penitenciales, propios de estos santos y devotos días, al regresar a Santa María la Mayor, el cortejo religioso, el señor Ortiz, don Luis, después de dar algunas consignas para los días sucesivos, dedicó unas emocionadas palabras a la Virgen bendita y dolorosa de la Soledad (…)” [11]

Como decía, esta sería la primera vez que la Hermandad sacara en procesión al Cristo del Perdón, haciéndolo de la misma manera que lo haría Fray Álvaro de Córdoba, que introdujo el Vía Crucis en España y que junto con las procesiones de disciplinantes, supuso la instauración de los desfiles procesionales de Semana Santa tal como los conocemos hoy.

Pocos años después y ante las dificultades que atravesaba la Cofradía del Santo Sepulcro de nuestra ciudad, por la poca implicación de la gente a la hora de cargar con los pasos, vieron en los grupos religiosos constituidos y afianzados una solución al problema que se presentaba a la hora de portar los pasos, tal caso fue por ejemplo el seguido por los antiguos Cruzados Eucarísticos que por estas fechas se hicieron cargo de la Virgen de la Soledad. El interés de la Cofradía del Santo Sepulcro por contar en las procesiones de Semana Santa con un Crucificado y la reciente y fervorosa proliferación de la devoción entorno al Cristo del Perdón, llevó a sus dirigentes a implicar a los propios de la Hermandad del Cristo del Perdón para que participaran con su titular en la procesión del Viernes Santo. Así, se inicia la participación de esta Hermandad en dicha procesión que quedaría desde entonces afianzada y que perduró hasta nuestros días.

LA FIESTA DE LA VIRGEN DE LA ASUNCIÓN

La labor de esta Hermandad se hace más intensa si cabe cuando entra el mes de agosto. Ya, desde los inicios, se hicieron cargo de la organización de las fiestas de la Virgen de la Asunción. Esta fiesta de la Asunción de María tiene su celebración mayor el 15 de agosto. En Trujillo, desde hace bastante tiempo, es tradicional que esta fiesta se celebre en el templo de Santa María la Mayor, ya que es allí donde se encuentra la imagen de la Virgen de la Asunción. Además, esta tradición se extiende en el tiempo, desde el punto de vista religioso. Fue la Hermandad, la que se encargó de instaurar y fomentar los festejos populares. Así, podemos encontrar ya en los inicios del siglo XX, alusiones a esta festividad en el periódico local: “El domingo, á las nueve de la mañana, se celebrará en el grandioso templo de Santa María, la fiesta solemne á N. S. de la Asunción, que por la grande devoción que Trujillo la profesa y por las críticas circunstancias que atravesamos, promete ser muy concurrida de fieles, que se postrarán á sus plantas implorando clemencia para la afligida Patria; el sermón está á cargo del virtuoso párroco don Apolinar García; por la tarde, á las seis, se cantarán completas, estando expuesto el Santísimo.”[12]

Como estamos viendo, existía una gran devoción entorno a la Virgen de la Asunción, no solo en el barrio de la Villa, sino en todo Trujillo. Pero, sin duda, en aquellos años ya existía una implicación notable de los Villanos. Como ejemplo pondremos una crónica recogida en el periódico la Opinión de Trujillo en la que relata, entre otras cosas, la colaboración que ofrecían los vecinos: “Muy solemne, cual ocurre todos los años, resultó la fiesta que el domingo anterior se celebró en el templo de Santa María en honor de la Asunción de la Virgen á los cielos, concurriendo gran número de fieles, pronunciando el presbítero don Fabián Rodríguez un notable sermón referente al misterio que se conmemoraba. La Capilla, acompañada de un terceto, cantó una bonita misa, y por la tarde, á las cinco, después del canto de las completas y de la salve, se verificó la procesión de Minerva alrededor del templo, terminando con la reserva. Las vecinas de aquellos contornos, siguiendo la costumbre de otros años, levantaron, adosado á las paredes del templo, un bonito altar, el que fué muy visitado la noche de la víspera y el día de la fiesta.”[13]

Sin lugar a duda, la implicación del barrio en la organización de las fiestas de la Asunción es una tradición que se ha ido pasando de generación en generación y que se ha mantenido en el tiempo. Esta práctica que estaba bastante arraigada en el barrio antes de la institución de la Hermandad se vio consolidada y mejorada con su fundación, fomentando la devoción a la Virgen de la Asunción y trabajando para acrecentar el culto y los festejos populares.

Desde la formalización de la Hermandad en 1964, se hacen cargo de la organización de la fiesta, colaborando estrechamente con la Junta Parroquial e instaurando ya las primeras celebraciones populares. La primera publicación que el periódico la Opinión de Trujillo hace en la que se recoge la participación de la Hermandad es la siguiente: “Solemne novenario a la Asunción – Debido a las obras que se están efectuando en el templo principal de nuestro pueblo, Santa María la Mayor, dedicado al misterio de la Asunción de la Virgen a los cielos, este año  los cultos se celebrarán en el histórico templo de Santiago, con lo que el vecindario de la Villa puede asociarse más fácilmente a tan piadosos actos marianos, según es el deseo de la Junta Parroquial de Santa María la Mayor y de la Cofradía de la Asunción y del Cristo del Perdón, en comunidad con toda la feligresía. Las fiestas preparatorias de tan solemne festividad, comenzarán el próximo día 7, por la mañana, con Misa de Comunión armonizada a las 9, en el templo de Santiago, rezándose a continuación las oraciones de la novena a la Virgen, para aquellas personas piadosas que no puedan asistir por la tarde. Todas las tardes, a contar desde el día 7, se hará el ejercicio de la novena, a las ocho, con exposición mayor de S. D. M.. Santo Rosario, oraciones de cada día, cantos, bendición con el Santísimo, reserva y Salve final cantada. En la próxima semana, daremos cuenta a nuestros lectores de los demás cultos que han de celebrarse con el feliz motivo de tan hermosa festividad, tanto en las vísperas como el día 15 de este mes de agosto, dedicado al misterio encumbrado de la Asunción de María Santísima a los cielos, en cuerpo y alma. La Junta y la Hermandad, ruegan al vecindario de La Villa que para adornar el altar y el templo de Santiago, lleven macetas, las más floridas que posean, de forma que este templo tan histórico y bello, aparezca adornado con las mejores galas para cantar las glorias de la Santa Madre de Dios y Madre nuestra la siempre Virgen María, en tan española y universal advocación.”[14]

La crónica de la celebración de la fiesta ese año publicada en el mismo noticiero, recogía la celebración de una puja organizada por la Hermandad: “(…) fueron subastados numerosos objetos que habían regalado a la Virgen, alcanzando una suma de consideración justo premio al vivo interés de la naciente Cofradía de la Asunción y del Cristo del Perdón, y los cofrades que tanto han contribuido con su personal esfuerzo y devoción al éxito de estas fiestas asuncionistas.”[15]

Así la Hermandad, desde su fundación, fue introduciendo poco a poco los festejos populares, como la citada puja, en la programación de las fiestas de la Asunción, dando con ello un aliciente en el fomento de la devoción a la Virgen de la Asunción.

Ya el año siguiente podemos ver como además de la organización de la fiesta y la puja, se encargan de organizar un aperitivo en el salón parroquial para todos los asistentes a la fiesta: “(…) fueron obsequiados los asistentes por la Cofradía de Nuestra Señora de la Asunción y del Cristo de la Misericordia, en el salón parroquial.” [16]

La implicación que todo el barrio de la Villa muestra con la Hermandad y con la fiesta de la Asunción no pasa desapercibida para el resto del pueblo trujillano, que a través de estas colaboraciones empieza a tomar en consideración a la gente del barrio y a valorar su valía y su buen hacer. Muestra de ello es el cambio en las crónicas publicadas en el noticiero local que, como vimos anteriormente miraban con mucha reticencia la fundación de la Hermandad, pero solo bastó un año para demostrar que estaban equivocados. Así, el redactor del noticiero local enaltece la colaboración de la Hermandad y del barrio de la Villa: “El vecindario de la Villa ha contribuido con su asistencia personal, con su colaboración familiar, sumándose cordialmente a los cultos sagrados, en honor a la Reina de los cielos y tierra, bajo la gloriosa advocación de este misterio sublime de María Santísima. Muy bien, por la aportación de macetas para el adorno del templo. Muy bien por el afán de que se celebren estas fiestas en el noble y viejo templo. Y muy bien por la personal aportación para la limpieza y preparación hecha con tanto agrado y fervorosa fe, por estas mujeres de la Villa, tan amantes de las glorias de María. Y nuestra felicitación a la Hermandad asuncionista y del Cristo de la Misericordia que tanto se ha afanado en honor de la Virgen en este resplandeciente misterio.”[17]

La bonita labor que motivó la fundación de la Hermandad de llevar a cabo con sus convecinos las catorce Obras de Misericordia, demuestra la pasta de la que están hechos los Villanos que ante la marginación vieron en la Hermandad una forma de ayuda mutua que fue mucho más allá de la consecución del objetivo inicial. La Hermandad supuso para la gente del barrio el establecimiento de un canal de comunicación con el resto de la población, a través del cual, pudieron demostrar su valía. Un puente que les sirvió para que los trujillanos conocieran su situación, sus reivindicaciones y sus necesidades, una pasarela que los fundadores de la Hermandad supieron aprovechar muy bien, fomentando un acercamiento de los Villanos al resto de los barrios de Trujillo y siendo el principal pilar para superar la marginación que durante tantos años sufrieron.

Sin embargo, a pesar de las adversidades y las situaciones que los Villanos padecieron, no se apreció ni se aprecia en ellos un atisbo de rencor, al contrario, convirtieron su despreciable mote en su vocación y sino, llevando por bandera a su barrio y enorgulleciéndose de ser de los de la “Teta Negra”, de ser Villanos.

Hoy en día la Hermandad del Cristo del Perdón se ha convertido en una de las más importantes de Trujillo, mejorando día a día y año tras año y contagiando a sus cofrades de ese espíritu Villano que hace que la pertenencia a una Hermandad sea especial.

Es mi deber hoy, quitarme el sombrero por los Villanos, por los de antes y por los de ahora, por aquellos niños de la “Teta Negra” que tanto sufrieron y que supieron crecerse ante la adversidad y por los niños de ahora que conocen sus raíces y se enorgullecen de ellas. Va por todos ellos esta comunicación que es un homenaje a la labor que durante tantos años viene realizando la Hermandad por Trujillo.

 

[1] Archivo Histórico Municipal de Trujillo. Periódico “La Opinión” de Trujillo nº 740 de 23-2-1922.

[2] Archivo Histórico Municipal de Trujillo. Periódico “La Opinión” de Trujillo nº 748 de 20-4-1922.

[3] Archivo Histórico Municipal de Trujillo. Periódico “La Opinión” de Trujillo nº 1171 de 29-5-1930.

[4] Archivo Histórico Municipal de Trujillo. Periódico “La Opinión” de Trujillo nº 903 de 8-4-1925.

[5] Ramos Rubio, JA. Historia de la Semana Santa en Trujillo. Cáceres 1993, p.47.

[6] Revista de Semana Santa de Trujillo. Año 2002. Archivo del autor.

[7] Archivo Histórico Municipal de Trujillo. Periódico “La Opinión” de Trujillo nº 2924 de 26-1-1964.

[8] Hermandad Cristo del Perdón y Ntra. Sra. de la Asunción. Edición especial 25 aniversario. Año 2009.

[9] Archivo Histórico Municipal de Trujillo. Periódico “La Opinión” de Trujillo nº 2933 de 18-3-1964.

[10] Nuevo testamento. San Pablo División Comercial. 1977. Mt 25: 35-36.

[11] Archivo Histórico Municipal de Trujillo. Periódico “La Opinión” de Trujillo nº 2934 de 25-3-1964.

[12] Archivo Histórico Municipal de Trujillo. Periódico “La Opinión” de Trujillo nº 85 de 12-8-1909.

[13] Archivo Histórico Municipal de Trujillo. Periódico “La Opinión” de Trujillo nº 400 de 19-8-1915.

[14] Archivo Histórico Municipal de Trujillo. Periódico “La Opinión” de Trujillo nº 2953 de 6-8-1964.

[15] Archivo Histórico Municipal de Trujillo. Periódico “La Opinión” de Trujillo nº 2955 de 20-8-1964.

[16] Archivo Histórico Municipal de Trujillo. Periódico “La Opinión” de Trujillo nº 3007 de 19-8-1965.

[17] Archivo Histórico Municipal de Trujillo. Periódico “La Opinión” de Trujillo nº 3007 de 19-8-1965.

Nov 242022
 

Por Teodoro Martín Martín

(Real Sociedad Geográfica)

 

 

INTRODUCCIÓN

 

El objetivo de este estudio es aproximarse a la sensibilidad social existente en el citado estamento religioso de la comarca de la Vera en la segunda mitad del siglo XVIII. Especialmente en el caso que nos ocupa en los 19 pueblos que constituyen aquel espacio geográfico. Y ello lo vamos a realizar analizando lo que los propios individuos de este segmento del clero secular nos manifiestan en las respuestas que proporcionan al Interrogatorio llevado a cabo por don Tomás López (1731-1802). Este notable geógrafo elaboró quince preguntas en las que pretendía captar la situación real de la España de Carlos III cara a sus proyectos e investigaciones.

Nuestro trabajo consta, tras esta necesaria introducción, de un apartado dedicado a las fuentes y bibliografía utilizadas, al que le sigue el núcleo básico de nuestra comunicación. Ésta abordará con detalles, a partir de temas específicos, como los orígenes, la educación, la sanidad, las jurisdicciones o la producción, cuál era el parecer de los rectores de las parroquias veratas. Sus opiniones nos las proporcionan las respuestas al referido Interrogatorio. Un análisis global de todo ello en el contexto de la época pone fin a este artículo, que se mueve dentro de lo que podemos llamar historia de las mentalidades a escala comarcal.

 

BASE DOCUMENTAL

 

Nuestra tarea se apoya en  un conjunto de datos y opiniones extraídas de las contestaciones dadas por los señores párrocos al citado Cuestionario enviado por el cartógrafo real. Es sabido que en nuestra Historia Moderna se utilizó con frecuencia la elaboración de interrogatorios solicitando a determinadas capas de la población datos y opiniones para, con sus respuestas, elaborar proyectos o sencillamente tener conocimientos de la realidad social del país. Las relaciones topográficas de Felipe II o el Catastro de Enseñada son ejemplos vivos de este modelo de captación de información.

El Interrogatorio de Tomás López tenía, según el profesor López Gómez, una doble finalidad: “Acopiar datos para un mapa y para un Diccionario Geográfico. Bastantes relaciones se acompañan de borradores de mapas de muy diferentes tipos: esquemáticos, lineales, toscos o de cierta calidad. Sobre estos borradores López traza sus peculiares croquis. Si no hay borrador remitido es habitual que él mismo haga su propio croquis con los datos proporcionados en el cuestionario. Destaca en definitiva la gran labor y el trabajo de acopio, interpretación y dibujo personal de croquis, sin parangón posible” (López Gómez, 2004, 73 y 74).

En la misma línea se manifiesta Manso Porto. “Con sus respuestas Tomás López quería reunir mucha información complementaria para hacer los mapas del Reino y provincias, formar un Atlas Geográfico y sobre todo escribir una Geografía Histórica de España” (Manso Porto, 2004, 175). Javier Campos y Fernández de Sevilla apunta que: “todos los investigadores coinciden en que el trabajo de López era geográfico y cartográfico, eso significa que para ese proyecto lo más valioso del Interrogatorio era la nota final, en la que pide a los que contestan que hagan unas especies de mapas o planos de sus respectivos territorios…, aunque no esté hecho de mano de un profesor, nos contestaremos, dice, con solo una idea o borrón del terreno, porque lo arreglaremos dándole la última mano” (Campos y Fernández de Sevilla, 2021, 13).

De todas formas las respuestas al cuestionario eran muy importantes para otros proyectos del Diccionario Geográfico y la posible Geografía de España. Quizás López se inspiró para sus objetivos en las 14 preguntas del Interrogatorio que el cardenal Lorenzana llevó a cabo en la gran archidiócesis de Toledo (Campos y Fernández de Sevilla, 2021, 14).

La tesis de la gran especialista a día de hoy en este tema, Carmen Manso Porto, es que López lo que quería era realizar una descripción geográfica de España, tarea que nunca llevó a cabo; es decir, elaborar una Geografía Histórica del País. De este proyecto solo escribió dos tomos sobre Madrid y su provincia. Esto invalida la idea de hacer un Diccionario Geográfico (Manso Porto, 2004, 181 y 182).

La petición de don Tomás López para que se respondiera iba dirigida al obispo de cada diócesis. Éste lo pasaba normalmente a los vicarios y estos a su vez a los párrocos, que son los que prácticamente se involucran respondiendo por sus poblaciones y habitantes. La carta circular con las 15 preguntas se remite en dos fases, la primera entre 1763 y 1770 y la segunda de 1784 a 1787. En el cuestionario se formulan preguntas generales de tipo histórico o de geografía física, con otras sobre la época, como las relacionadas con el tipo de producción agrícola, industrial o artesanal, además de la situación social, cultural o jurisdiccional. Estas respuestas demuestran que “el clero mantenía actividad de despacho y de lectura” (Campos y Fernández de Sevilla, 2021, 18).

El resultado de la operación fue un conjunto de 20 volúmenes, manuscritos y encuadernados con el título de Diccionario Geográfico. Este fondo se halla hoy día en la sala Cervantes de la Biblioteca Nacional de España en Madrid. La catalogación llevada a cabo posteriormente sitúa a los de Extremadura y en concreto a las respuestas de la Vera en los legajos: Mss. 7299, 20241 y 20263.

Con los manuscritos recibidos el equipo de don Tomás López decidió realizar, además de los mapas de España, su propia cartografía extremeña. Ésta comenzó en 1762 con el partido de Llerena, el último fue el de Plasencia que se hizo en 1797. En ese intervalo elaboró también los mapas de las tierras de Guadalupe (1781), partido de Mérida (1783), Xerez de los Caballeros (1784), Alcántara (1785), partido y obispado de Badajoz (1794). De toda la Intendencia de Extremadura llevó a cabo dos mapas, uno en 1766 y otro en 1798. Éste último dedicado a don Manuel Godoy (Corraliza, 1936, nº 1,  4 y siguientes).

El mapa del obispado de Plasencia, en el que se ubica nuestra comarca, comprendía el partido de su nombre y las vicarías de Trujillo, Béjar, Medellín, Jaraicejo, Jaraíz y Cabezuela del Valle, también la abadía de Cabañas. Todo ello  a escala 1/248500, grabado en color, con 73,5 x 41,5 cm. En hoja de 79,5 x61 cm. En la parte inferior izquierda una nota sobre las fuentes recibidas para su confección, donde alude al obispo González Laso y su invitación a colaborar a las seis vicarías. La escala gráfica también se expresa en leguas geográficas de España. En el ángulo inferior izquierdo el meridiano de origen, longitud oriental del pico de Tenerife. El relieve se expresa por montes de perfil y sombreados. Hay abundante toponimia, límites del obispado y división en partidos con líneas punteadas e iluminadas. Impreso en dos hojas de papel verjurado unidas con cola. Hay también en la parte inferior señales de ciudades, villas, número de conventos y órdenes religiosas. En el ángulo superior derecho cartela con el título en marco rectangular ornado con motivos religiosos alusivos al obispado (Manso Porto y López Gómez parte 3ª, 2006, 511).

Se hallan ejemplares de este mapa en la Real Academia de la Historia, el Ministerio de Estado (Asuntos Exteriores) y Biblioteca Nacional, caja 23, de Madrid. Y en el Museo Británico, signatura 156.6. (9).

Centrados en los borradores de mapas y en las respuestas al cuestionario que se obtienen en nuestra comarca, algunos investigadores han señalado ciertos rasgos. Sobre la Vera destaca por su amplitud las respuestas del cura de El Losar, en las que precisa todos los pueblos del partido de Jaraíz, que integraba los 19 de la Vera y algunos del Campo Arañuelo. En las de Jarandilla, López Gómez dice que la respuesta es bastante detallada y el rústico  mapa del término lleva una treintena de localizaciones mediante números y letras. Es rudimentario pero si señala las dos gargantas, la de Jaranda y la de Jarandilleja, en trazado poligonal, que se juntan y van al rio Tiétar. Es un croquis tosco. El del Guijo de Santa Bárbara es intermedio, de transición, tomando como eje la garganta de Jaranda, con dos puentes y una sierra que no denomina (López Gómez, 2004, 64).

Además de esta importante fuente documental y del Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura de 1791, utilizado para el caso de Cuacos, hemos empleado la siguiente bibliografía:

-Barrientos Alfageme, Gonzalo: Extremadura en el Interrogatorio de Tomás López. Asamblea de Extremadura. Mérida 1991.

-Campos y Fernández de Sevilla, F. Javier: Los pueblos de la provincia de Ciudad Real en las relaciones topográficas de Tomás López. Instituto de Estudios Escurialenses. San Lorenzo de El Escorial 2021.

-Corraliza, José V.: De Geografía Extremeña. Don Tomás López de Vargas y Machuca. Revista de Estudios Extremeños. Badajoz, nº1  de 1936. Páginas 1-8.

-Fernández Millán, Isidoro: Notas sobre el reformismo ilustrado en Plasencia. Studia Histórica. Historia Moderna nº 7. Salamanca 1989, páginas 601-614.

-Fernández Millán, Isidoro: Plasencia en el Siglo XVIII. Asamblea de Extremadura. Mérida 1995.

-Hernando, Agustín: Atlas Geográfico de España (1804) producido por don Tomás López. Centro Nacional de Información Geográfica. Madrid 2005.

-López Gómez, Antonio: El método de Tomás López: el Interrogatorio y los mapas de Extremadura. En Historia, clima y paisaje. Estudios geográficos en memoria del profesor López Gómez. Valencia 2004, páginas 59-74.

-López Gómez, A.: El método cartográfico de Tomás López: el Interrogatorio y los mapas de España. En Estudios Geográficos nº 57/225 Madrid 1996, páginas 667-710.

-Manso Porto, Carmen: El Interrogatorio de Tomás López: nueva hipótesis sobre su finalidad. En Homenaje al profesor López Gómez. En Historia, clima y paisaje. Valencia 2004, páginas 175-186.

-Manso Porto, Carmen y López Gómez, Antonio: Cartografía del siglo XVIII. Tomás López en la Real Academia de la Historia. Departamento de Cartografía y Bellas Artes de la Academia. Madrid 2006. 3 partes.

-Martín Martín, Teodoro: La Vera en el siglo XVIII: Jurisdicciones y fiscalidad. XLIX Coloquios Históricos de Extremadura. Trujillo 2020, páginas 265-282.

-Martín Martín, Teodoro: Aldeanueva de la Vera a fines del Antiguo régimen. XLV Coloquios Históricos de Extremadura. Trujillo 2016, páginas 303-317.

-Martin Martin, Teodoro: Aldeanueva de la Vera un pueblo con historia. Ayuntamiento de Aldeanueva de la Vera 2009.

-Martin Romo, Alejandro: Cartografía en Aldeanueva. Revista Cultural Pencona nº 6, página 5. Aldeanueva de la Vera 2010.

-Olarán Múgica, Clotilde; Índice de la relaciones geográficas enviadas a Tomás López que se conservan en el Gabinete de manuscritos de la Biblioteca Nacional. Madrid 2004.

-Otazu, Alfonso: Ilustrados y reaccionarios en la Extremadura del siglo XVIII. Boletín de la Real Academia de la Historia, Tomo CLXXII nº 1. Madrid 1975.

-Paniagua Arellano, Juan Antonio: Estudio etnográfico de Losar de la Vera. Revista de Estudios Extremeños, volumen 60 nº 2. Badajoz 2004. Páginas 475-514.

-Pozo Blanco, P.: Guadalupe. En la provincia de Extremadura al final del siglo XVIII. Descripciones recogidas por Tomás López. Mérida 1991.

 

LA VERA EN LAS RESPUESTAS

 

Como ya hemos dicho anteriormente nuestro objetivo es centrarnos en las contestaciones que dan los párrocos de esta comarca al Interrogatorio que estamos considerando. Hay que decir que de los 19 pueblos que la integran solo de uno, Cuacos o Quacos, no hemos hallado las respuestas. Desconocemos si no se respondió, aquellas se perdieron durante su envío a Madrid o están extraviadas en alguna parte. Todos los que han tratado este tema así lo manifiestan. Por ello y para tener referencias de esta población en el tema que nos ocupa, hemos consultado algunas respuestas que este núcleo dio al Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura en 1791. Creemos que con ello no excluimos a ninguna localidad en nuestro análisis.

Decir también que una vez enviadas al obispo de Plasencia las preguntas del cuestionario, éste se las remitió al vicario de Jaraíz, para que a su vez las hiciera llegar a los rectores parroquiales. El coordinador de esta operación en la zona fue Vicente Sánchez Zúñiga, que era además de vicario párroco de San Miguel. A continuación expresamos la población de los 19 pueblos, el sacerdote que responde y el legajo en que se insertan dichas respuestas.

Población                     Vecinos                        Párroco                     Mss. en B. Nacional
Aldeanueva                    408                 Juan Rena y Sanabria                   20241
Arroyomolinos               134                Alonso Vicente Serrano                20263
Collado                           32                  Manuel Díaz y Aguez                   20241
Garganta la Olla            482                 Antonio Prados                              7299
Gargüera                         46                  Matías Silo Llande                        7299
Guijo de Sta. Bárbara     60                  Pedro Rosado                              20263
Jaraíz                              340                Vicente Sánchez Zúñiga              7299
Jarandilla                        400                Francisco Cayetano Rubio         20263
Losar                              300                Manuel Hernández Halcón         20241
Madrigal                         40                 Francisco de Borja Calero           20241
Pasarón                           270               Juan Rosado Gómez                     7299
Quacos                            –                                    –                                       –
Robledillo                      60                   Manuel Hernández Halcón         20241
Talaveruela                    59                   José Peinado                                20241
Tejeda                            92                   Francisco A. Alonso Rodríguez  20241
Torremenga                   28                   José Núñez                                   20241
Valverde                       150                   Lorenzo Borja y Ando                20241
Viandar                          45                   José Peinado                                20241
Villanueva                    400                   Manuel González Carvajal         20241

 

  • Orígenes e Historia

 

Sobre estos temas las respuestas son muy dispares. Trataremos de exponer si ello es posible los textos originales. Si se indica citaremos el nº de la respuesta del Interrogatorio. Mantendremos el nombre antiguo de las localidades y topónimos.

Sobre Aldeanueva se dice que “al abrigo de una atalaya que es tradición fue obra de moros y después campanario de su iglesia comenzaron algunos ganaderos del Campo Arañuelo a hacer casas y casillas con el motivo de tener aquí sus ganados en verano, y así a poco de los años quinientos de este decenario se comenzó a fundar este lugar” (7). Por el Puerto Nuevo, también llamado collado de la Yegua, vino a Yuste el Señor Carlos V de feliz memoria (5). Sobre Arroyomolinos solo se manifiesta que hay una cantera junto a la ermita del Cristo de la Misericordia de la que se sacó piedra para el puente del Cardenal Carvajal sobre el Tajo. De Collado únicamente se menciona que este pueblo ocupa el 4º lugar en las juntas generales de la Tierra de Plasencia. De Garganta solo señala que es del señorío de los marqueses de Villena. Y de Gargüera que es de realengo. De El Guijo se dice que “aunque es barrio de Jarandilla es más antiguo que ésta y fue fundado por pastores. Hombres célebres fueron Viriato y Martín de El Guijo”. Jaraíz apunta que tuvo 800 vecinos pero bajó por “la decadencia de España” y que tiene dos parroquias (1). Alude a la crisis de la castaña que se inició por Jarandilla hacia 1733 (8). El cura de Jarandilla recuerda que tuvo en tiempos 1.000 vecinos, la decadencia demográfica la causaron los levantamientos de Portugal y Cataluña pues se formó una compañía de valerosos mancebos naturales de ella. Pertenece al condado de Oropesa. El del Losar dice que es de más antigüedad que Jarandilla, prueba de ello es que en las juntas de los sexmos de la Vera que se reúnen en la iglesia de Malpartida de Plasencia ocupa el primer asiento. Tuvo 2.000 vecinos que disminuyeron por las guerras pasadas. Este curato comprende las parroquias de Losar y Robledillo. En Madrigal se habla de que tuvieron 200 vecinos pero lo adverso de los tiempos y algunas pestes le llevaron a este lamentable estado y es del marquesado de Astorga (1). Pasarón pertenecía al ducado de Arcos. Sobre Quacos se menciona los 38 frailes del monasterio de Yuste que se mantienen de sus rentas. Habla también de despoblamiento por el predominio de la ganadería sobre la agricultura. Robledillo ocupaba el 2º puesto en las Juntas de la Tierra, es de realengo y pasó por las pasadas guerras de 200 a 60 vecinos. Sobre Talaveruela, del marquesado de Astorga, se nos comenta que no ha habido hombres ilustres pues a nadie enseñan más que a cavar por no permitir más la tierra (7).En Tejeda se alude a su antigua pertenencia a la Condesa de la Roca, pero ahora la jurisdicción es vecinal. Torremenga es del ducado de Arcos y la torre atalaya fue obra de sarracenos. Cita la decadencia demográfica de los últimos siglos y que el título de villa se lo concedió en 1369 el rey Alfonso XI. Sobre Valverde se destaca que es más antigua que Plasencia y es del señorío de Astorga. Su parroquia es matriz de las otras cuatro del citado señorío. Viandar, también del citado marquesado, es aldea y no ha habido hombres ilustres por la falta de instrucción. También de la citada dependencia jurisdiccional es Villanueva, cuyo cura rector reside en ella y la parroquia se titula de San Justo y Pastor. Se hizo villa hace 105 años a solicitud de sus naturales.

 

  • Educación y Cultura

 

En Aldeanueva, don José Pano y Godoy fundó una cátedra de Gramática que hoy permanece con honor, siendo el preceptor excelente y muy laborioso, sacando sus niños adelante por trabajo y los ingenios del país. Existe un hospital de pobres (11). Nada  se dice sobre estos temas en Arroyomolinos, Garganta, Gargüera, Guijo, Pasarón, Robledillo, Tejeda, Torremenga, Valverde y Villanueva. De Collado se nos manifiesta que se están practicando diligencias para que con el sobrante de los propios se dote de maestro de primeras letras (11). De Jaraíz sabemos que no había estudios generales, ni partidas, más que una corta dotación para el preceptor de Gramática, cuya cátedra está hoy día sin servicio. El que quiera seguir la carrera de letras tiene que salir fuera (11). Una cofradía mantiene un hospital para pobres (12). Jarandilla tiene un hospital para enfermos y en el convento de San Francisco hay noviciado. En el de San Juan Bautista, de agustinos recoletos, hay una cátedra abierta todo el año. El párroco del Losar llama la atención por su preparación intelectual y sus observaciones cultas y eruditas y con un talante irónico, pero no dice nada sobre estos temas (Paniagua Arellano, Juan Antonio, 2004, 478). El de Madrigal, Talaveruela y Viandar señalan que estos lugares no han tenido estudios generales ni partidas presupuestarias. No hay por tanto enseñanza pública, ni colegio, seminario u hospital. En Quacos existe una escuela de niños y niñas de primeras letras, dotadas con fondos de propios y arbitrios, más 2.200 reales que paga el Monasterio de Yuste. No hay estudio de Gramática y considerarían muy útil su establecimiento.

 

  • Higiene y Salud pública

 

Sobre esta temática el párroco de Aldeanueva, Rena Sanabria, nos dice que “se cura con sangrar, purgar y quina. A algunos les dan amargos y por lo común les queda a los pobres con infartos gravísimos y calenturas continuas de lo que resulta la muerte y enfermedades crónicas, muriendo estando vivos por estas miserias, que me traspasan el corazón en mis feligreses. El médico está en la Corte. Sus ausencias las suple el sangrador entre pariente del cirujano. Las más enfermedades son las inflamatorias y biliosas. Si el sangrador dice que no quiere sangrar, como no lo mande el médico que está en Madrid, no se hace, de lo que resultan muertes continuadas. Y en premio a mi trabajo suplico a vuestra merced que nuestro Rey, que Dios guarde, provea el remedio” (12). “Con la raya de 50 años que tengo de cura y 40 en este pueblo al ver este desamparo y habiendo la práctica del maestro Tissot he procurado aplicarme a ella y remediar a mis desvalidos feligreses” (13). El de Arroyomolinos describe las enfermedades más comunes que “se curan como Dios quiere, porque en este pueblo no ha habido jamás médico, sí solo un cirujano que es el que acierta” (13). En parecidos término se expresa el de Collado. En Garganta la Olla se dice que “hay fluxiones de muelas y se les cae la dentadura por el poco cuidado que tienen de ella, comiendo carbotes, castañas asadas calientes, y bebiendo luego agua fría. Para la epidemia de tercianas de 1792 el obispo, por envío de Su Majestad, repartió quina, que se gastaron entre los pobres. Los hombres los más que mueren son de excesos que hacen y aunque son asistidos de buen médico, cirujano y botica, ellos mismos se mueren porque no se sujetan a las reglas curativas. Las mujeres se desgracian mucho de parto, no hay comadronas” (13). En Gargüera se citan como enfermedades las tercianas y el tabardillo. Algo parecido en El Guijo, donde habla de “dolores reumáticos que se curan con la sangre de los machos monteses o silvestres, que se crían en lo más inculto de la sierra…Las fiebres ardientes continuas y epidérmicas se curan con sangrías, emulsiones de simientes frías, hechas con cocimiento de cuerno de ciervo” (13). Muy evasiva es la respuesta de Jaraíz. El de Jarandilla dice que las enfermedades comunes se curan con baños, sangrías y purgas y contra lombrices. Pondera también las muchas y preciosísimas yerbas que se crían, que si los naturales tuvieran conocimientos de ellas apenas experimentarían enfermedades o que no se dieran alivios con la aplicación de ellas. En esta línea el de El Losar apunta que yerbas medicinales hay muchísimas pero pocos y malos botánicos. En Madrigal se insiste en los medios curativos mencionados y se manifiesta que no hay médico facultativo. Nada dice el de Pasarón, Robledillo y Villanueva. El de Quacos manifiesta que hay un hospital para mendigantes y dos cirujanos no asalariados. Y añade que ha habido en 1787 una epidemia. El de Talaveruela y Viandar cita las tercianas, tabardillos, dolor de costado y cuartanas, “cada uno se compone como puede y es de lo más común dejar a la naturaleza vencer por donde quiera, porque los cirujanos entienden poco por ser nuevos y luego que van prácticos se van a otros lugares” (13). El de Tejeda cita las enfermedades comunes, mientras que el de Valverde reitera la cura con sangrías, purgantes, quina y refrescos, y añade que son buenos sus aires. Es lo que ratifica el cura de Torremenga cuando subraya que son más los nacidos que los muertos, pues es un país sano.

 

  • Vida social y económica

 

Sobre estas cuestiones las respuestas de los párrocos veratos son poco explícitas en general. El de Aldeanueva apunta que no hay ferias ni mercados y sus medidas son como las de El Barco de Ávila (10). “El escribano, con motivo de ser los alcaldes boyales, hace lo que quiere, y habiendo una alhóndiga de bastante caudal hace lo que quiere en su gobierno, careciendo el vecindario de alimentos, con penetración de mi corazón y sin poder remediarlo” (12). El de Arroyomolinos, dice que hacen a este pueblo más infeliz los crecidos tributos, las plagas que se expanden tan a tiempos, ya de lobos, zorras, orugas, pulgones y otros insectos. No hay alusión a estos temas en las respuestas de Collado, Garganta, Gargüera, El Guijo, Jarandilla, Madrigal, Pasarón, Talaveruela, Tejeda, Valverde, Viandar y Villanueva. El de Jaraíz señala que una cofradía mantiene un hospital para recoger pobres mendigantes si caen enfermos. El de Losar y Robledillo dice de la comarca que es tierra de frutales, viñas, olivos y castañares. Estos hace doce años se han perdido. Los naturales son sumamente laboriosos, desmontan y fertilizan los terrenos, sangrando las gargantas y plantando pimentales, lino, garbanzos, habichuelas, etc. Pero ya están cansadas las tierras, dan poquísimo y a costa de mucho estiércol. Critica a Antonio Pons y dice que cuando vino a la Vera “hubo de venir dormido” por lo que dijo del campo. En Quacos se manifiesta que no hay ferias ni mercados “ni consideran útil su establecimiento”. Las tierras se cultivan a fuerza de hombres, con los instrumentos de azadas y yunta de bueyes. El ramo de los castañares sufre la epidemia general de toda la Vera. El pueblo se va despoblando y está en la mayor decadencia. Los ganaderos son enemigos de la agricultura y dicen bárbara y maliciosamente que no hay terrenos incultos a propósito de agricultura, porque les importa para disfrutarlos con sus ganados. El de Torremenga cita los productos que se cultivan y dice “más abundara de todo si sus habitantes fueran más industriosos, pues todo su conato lo tienen en labrar las tierras poco productivas, que solo ellos cogen centeno con que se alimentan.”

 

  • Religiosidad y jurisdicciones

 

El cura de Aldeanueva destaca que en su iglesia el Santísimo Cristo del Sepulcro “es asilo de esta comarca en sus necesidades” y que en su término se ubica el convento de Santa Catalina de Siena, de la orden de Santo Domingo (2). Y tras señalar que es de realengo, manifiesta que el gobierno político y económico de este pueblo es bárbaro por estar reducido a dos personas, que son el escribano y el cirujano (12). El de Arroyomolinos apunta que también es de realengo y que su parroquia es anexa a la de Tejeda. Collado es aldea de Plasencia. “El gobierno político, civil e económico es muy limitado, pues sus alcaldes no pueden conocer asuntos que excedan de 1.000 maravedises” (12). El de Garganta la Olla, de señorío, dice que el gobierno todo es económico (12). Gargüera de realengo, manifiesta que el gobierno político se reduce a dos alcaldes, dos regidores y un procurador síndico de abastos de vino y aceite. El Guijo de Santa Bárbara, al ser barrio de Jarandilla, es de señorío. Sobre Jaraíz se comenta que es de realengo y tiene dos parroquias, Santa María y San Miguel, en ésta ejerce de párroco el vicario de la Vera, Vicente Sánchez Zúñiga. Jarandilla, siendo de señorío, se gobierna por un alcalde mayor, con dos ordinarios y dos de la hermandad, tres regidores y un procurador, cuyas decisiones son confirmadas por los condes de Oropesa. Losar y Robledillo son de realengo y el curato atiende a las dos parroquias. De Madrigal, aldea de señorío, se dice que “el gobierno político y económico se puede decir que es ninguno, porque aquí la villa de Valverde es la que manda y dispone todo y carece este lugar de todo gobierno, y no tiene privilegio alguno” (12). Pasarón, de señorío, se gobierna por dos alcaldes, dos regidores y un procurador síndico, uno personero, más dos diputados de abastos. Quacos es pedanía de Plasencia y de realengo; tiene dos alcaldes, dos regidores, un procurador síndico, dos alcaldes de hermandad y dos maestros, más un escribano. La parroquia está bajo la advocación de la Asunción de María. Talaveruela y Viandar, ambos de señorío, tienen cada uno un alcalde ordinario y un regidor, y no tienen privilegios. Tejeda es de realengo y el Concejo y sus vecinos conciertan el gobierno del pueblo tras el privilegio que les concedió la Condesa de la Roca en el siglo XVII. Torremenga, de señorío, su gobierno lo ejerce un alcalde ordinario, un regidor y un procurador. Valverde es de los marqueses de Astorga y su parroquia es matriz de las iglesias de Villanueva, Viandar, Madrigal y Talaveruela (2). Por último en Villanueva, de señorío, el cura rector reside en ella. En su iglesia, cuyos titulares son San Justo y Pastor, es de especial devoción la imagen del Santo Cristo de la Buena Muerte, de cuya devoción experimentan los naturales continuos y singulares favores.

 

6)  Mapas y croquis

 

En la nota final del Interrogatorio, Tomás López decía que “procurarán los señores párrocos formar unas especies de mapas o planos de sus respectivos territorios, de dos o tres leguas en contorno de su pueblo… que aunque no esté hecho de mano de un profesor, nos contentaremos con solo una idea o borrón de terreno, porque lo arreglaremos dándole la última mano.” Obedientes a esta solicitud los curas de las parroquias responden de forma variada y peculiar.

El expediente que existe de Aldeanueva incorpora dos borrones de mapa. Uno a escala indeterminada, con relieve, caminos y ciertos detalles. El segundo incluye montes, hidrografía o itinerarios; éste es más pequeño y menos detallista que el primero (Martín Romo 2010, 5). Arroyomolinos, Collado, Guijo de Santa Bárbara, Jaraíz, Jarandilla, Pasarón, Valverde y Villanueva incorporan un croquis. Garganta sobre lo mismo dice: “yo formaré el borroso bosquejo de los mapas según mejor atine, eso digo me perdone, porque como  no tuviera máquina aérea que me levantara sobre estas serraduras, 300 varas en línea recta, no pudiera ser eso, por doquiera que se mira se estrella al punto aquí la vista.” El de Gargüera señala que omite el mapa de este pueblo “por mi quebranto a la hora de escribir y hacer obra muy imperfecta.” Pero añade dos croquis que deben ser del estudio de López. El párroco del Losar presenta un mapa de La Vera y los alrededores de la comarca, dado que habla de toda ella. El de Madrigal presenta un plano y un croquis del alfoz. De Quacos, como dijimos al principio, no hay mapas ni respuestas al Interrogatorio. El teniente de párroco de Robledillo dice que ya incluyó un mapa el cura rector de ambas parroquias y añade “yo confieso que soy poco geógrafo y el señor cura no está más que para atender a sus males.” Sin embargo presenta un croquis. El de Talaveruela y Viandar presentan dos esbozos de los pueblos de su jurisdicción. Tejeda incorpora un croquis y un plano y el de Torremenga no contiene croquis ni planos.

De lo anterior se deduce que los rectores de las parroquias de la Vera no fueron muy disciplinados a la hora de incorporar algún rasgo cartográfico. La mayoría de los croquis son hechos en el taller cartográfico de don Tomás en Madrid. Sólo podemos decir que sean obra de los párrocos: el primero de los citados de Aldeanueva, los de Garganta y Gargüera, el de toda la Vera de El Losar y también los planos de Madrigal y Tejeda. Solo seis serían obra de los rectores parroquiales. El resto por su tipología, tipo de escritura, trazos y grafismo, responden al estudio del geógrafo real, que los incorpora a las respuestas, pero ya en Madrid. En su mayoría son croquis o esbozos de los contornos del municipio y en cuanto a los planos se limitan a ubicar los hitos destacados de la población, iglesia, castillo, plaza, ermita, etc. No tienen ningún tipo de planimetría ni proyección cartográfica. Que sirvieran las respuestas y sus borrones para los planes de don Tomás es una cuestión en la que no entramos por ahora.

 

ANÁLISIS DE LAS RESPUESTAS

 

¿Qué nos señalan las contestaciones dadas por los párrocos a las 15 preguntas del Interrogatorio? De entrada que los curas veratos no fueron muy disciplinados. No se atuvieron a las preguntas que se formulaban, gran parte de ellas se responden en un único texto, no por orden de cuestiones y utilizan excusas, enfermedades, falta de pericia o de conocimiento para evadir respuestas que les pudieran comprometer. Sin embargo sobre las temáticas que en páginas anteriores hemos diseñado para agrupar las respuestas sí se pueden obtener conclusiones sobre la mentalidad de este estrato social en la segunda mitad del siglo XVIII. Son muy raras las alusiones a ideas o proyectos de la Ilustración. Aunque los gobiernos de Carlos III lo fomentaran, no así los distintos regidores de la diócesis placentina. Lorenzana primero y posteriormente su “hechura” José González Laso, obispo desde 1766 hasta 1803, fueron reacios a favorecer las indicaciones de los gobernantes de Madrid. Sus planteamientos iban más por la conservación del orden social del Antiguo Régimen frente a las novedades ilustradas, pero eso sí con una fuerte preocupación por la situación vital de sus feligreses. En el caso del obispo Laso, Carlos III tuvo que enviar una real cédula en 1769, ordenándole expresamente que ejecutara la nueva aplicación del colegio e iglesia de los jesuitas de Plasencia, convirtiéndolos en Hospicio y Oratorio (Otazu Alfonso, 1975,  tomo CLXXII nº 1).

El gran conocedor de la Plasencia de esta  centuria, Isidoro Fernández Millán, nos dice respecto a este prelado lo siguiente: “La labor realizada por el obispo de la diócesis tendente a mejorar el estado de los caminos y calzadas mereció elogios de la clase gobernante. Pero la propuesta de crear la Sociedad Económica de Amigos del País es del corregidor, marqués de Pejas, en 1779. El obispo José González Laso se manifiesta contrario, negándose a prestar auxilio a ´semejantes establecimientos´. La obra de este obispo se dirige fundamentalmente a dos frentes: las construcciones públicas y la beneficencia. Las obras de infraestructuras que llevó a cabo fueron alabadas por Floridablanca y por el Interrogatorio de la Real Audiencia de 1791. En cuanto a la beneficencia promovió limosnas, ayudas y creó el hospicio en la sede de los jesuitas, la casa Pila y mejoras en el Hospital de Santa María” (Fernández Millán I. 1989 nº 7, 601 y siguientes). Este autor nos habla de que en la ciudad había un conservadurismo dominante.

Con esta aptitud en la clase dirigente de la diócesis no podía esperarse mucho más en los párrocos de la comarca verata, sometidos muchos de sus lugares a un crónico aislamiento, como consecuencia del predominio de los caminos de herradura para comunicarse entre los pueblos. Las nuevas ideas necesitaban agentes de difusión  y vías de comunicación con el exterior, que no existieron hasta bien entrado el siglo XX. A pesar de ello lo que podemos observar es un alto nivel de responsabilidad social por parte de estos sacerdotes. Son muchos los que fustigan y denuncian los abusos de poder por parte de funcionarios municipales, regidores de los concejos o grupos sociales dominantes. El caso de Aldeanueva es manifiesto y sangrante. Otros se quejan del predominio de algunas poblaciones colindantes aprovechando viejos privilegios jurisdiccionales.

En el apartado de orígenes e historia destacan aquellas poblaciones que son consecuencia de la transtermancia, caso de Aldeanueva y el Guijo, otros de las mercedes enriqueñas que los convirtieron de territorios realengos, dependientes de la Tierra de Plasencia, en zonas de señoríos, caso de Garganta, Jarandilla, Valverde, entre otros. Los que siguen bajo la jurisdicción real y sometidos por tanto al corregidor de la ciudad del Jerte tampoco salen bien parados de este tipo de dependencia (Martín Martín T. 2020, XLIX). En el tema de la educación y la cultura destacan los párrocos las graves carencias que observan. Las escuelas de Gramática, o no existen o están sin dotar lastimosamente, salvo en alguna localidad que sí funcionaba. Lo mismo podría decirse de las escuelas de primeras letras o del interés por la cultura en general.

En el campo de la higiene y la salud pública la situación es aún más sangrante. Hay carencias de médicos y cirujanos y algunos de estos abusan de su situación de preeminencia. Los métodos curativos, aparte de sangrías y quina, son de lo más tradicionales y en el caso de El Guijo muy llamativos. Las enfermedades más comunes son las propias de estos pueblos situados al meridión del Sistema Central, bien ventilados, pero con abundancia de encharcamientos que favorecían los terrenos lacustres y enfermedades endémicas, como por ejemplo el paludismo. Sorprende favorablemente que un cura como el de Aldeanueva conociera el libro sobre las enfermedades de los hombres del campo, del doctor suizo Samuel Tissot (1728-1797). Algunas de sus frases están contenidas en las respuestas que nos da y varios de sus métodos los puso en práctica. Debió conocer este trabajo porque circulaba ya la 3ª edición de la obra en una traducción al español hecha en Madrid en 1778. También que los curas de Jarandilla o El Losar observaran las virtudes curativas de ciertas yerbas en sus campos y se quejasen de que no hubiera botánicos para utilizarlas en sus investigaciones.

En cuanto a la vida social y económica las respuestas de los curatos son escasamente precisas. La mayoría nos citan los productos y cultivos dominantes, los métodos de trabajo, y la ausencia total de ferias y mercados, incluso alguna de ella considera poco útil su establecimiento. Todos señalan la crisis del castañar por la epidemia que los asoló a mediados de aquella centuria. También subrayan lo laboriosos que son los campesinos en su lucha por extraer de la tierra sus cosechas. Por lo que hace referencia  a las jurisdicciones, se expresa su dependencia señorial o de realengo, el tipo de autoridades que los rigen, que suele ser un alcalde ordinario en las villas y dos alcaldes pedáneos en las aldeas o lugares. Además de un reducido número de regidores, un procurador síndico y los escribanos. Había más poblaciones bajo señorío que en realengo. Por lo que respecta a las convicciones religiosas todos destacan la religiosidad que impera en sus feligreses, que tienen en muy alta estima a determinadas imágenes o cultos. Suelen ser los Cristo, como el del Sepulcro en Aldeanueva o el de la Buena Muerte en Villanueva. Las parroquias en general están bien dotadas de personal eclesiástico, algo mayores en edad según ciertas repuestas.

Con aquella situación sociocultural, un obispado conservador y unas infraestructuras ínfimas, no se podía esperar que las ideas y proyectos ilustrados arraigaran firmemente en las parroquias veratas y se expresara en sus contestaciones. Lo que sí se detecta en la mayoría es una preocupación de los curas por el bienestar de sus feligreses, señalando sus carencias educativas, sanitarias y culturales en general. Lo cual refirma el arraigo de este tipo de autoridades, su sensibilidad hacia las condiciones vitales, no ideologizadas, lo cual podía enlazar con los postulados del obispo Laso de mejoras en los caminos, en la beneficencia y la limosna. Es un atisbo de preocupación social que está aún muy alejado de lo que en centurias posteriores llamaríamos la doctrina social de la Iglesia.

Como conclusión de todo lo expuesto en páginas precedentes se puede decir que la mentalidad del clero secular de los pueblos de la Vera, a través de las respuestas que hemos consultado, responden al ambiente que regía la diócesis de Plasencia en aquellos años, donde las ideas ilustradas apenas se percibían con nitidez. Algún caso aislado entre los diecinueve pueblos no desdice la valoración del conjunto. Ahora bien, ello no les impedía denunciar ciertas situaciones de abusos sociales y carencias culturales o educativas. Nos parece que este tipo de trabajos como el que hemos realizado, de ámbito comarcal y aprovechando documentación generada a nivel nacional, puede servir para captar la realidad y mentalidad de las élites de nuestros pueblos. Como hipótesis fácilmente comprobable, me atrevo a predecir que el clero regular de la comarca sostendría una mentalidad muy pareja a la aquí expresada. Me estoy refiriendo a los jerónimos del Monasterio de Yuste, los frailes del convento dominico de Santa Catalina de Siena en Aldeanueva,  o los agustinos recoletos y franciscanos observantes, éstos dos últimos sitos en Jarandilla. Pero éste es un tema que desborda los objetivos de este artículo.

 

 

 

 

LA MENTALIDAD DEL CLERO DE LA VERA A FINES DEL SIGLO XVIII

 

Teodoro Martín Martín

(Real Sociedad Geográfica)

 

 

RESUMEN

 

 

Como lo expresa el propio título del artículo el propósito de nuestro trabajo es acercarnos a la mentalidad del clero secular en los 19 pueblos de la comarca de la Vera. Para ello nos hemos servido de una abundante bibliografía sobre el tema, pero sobre todo de la respuestas que dan los párrocos a las 15 preguntas que les manda don Tomás López, geógrafo real durante los reinados de Carlos III y Carlos IV. A lo largo de sus respuestas el clero verato se posiciona ante los problemas que padecen sus feligreses, algunos incluso proponiendo medidas o propuestas de mejora. Temas como los orígenes e historia, educación y cultura, higiene y salud pública, vida social y económica, religiosidad y régimen jurisdiccional aparecen en las contestaciones de dicho Interrogatorio. A ello se unen una serie de croquis o mapas hechos por los citados párrocos y que le sirvieron a don Tomás para llevar a cabo la Cartografía de España y sus provincias. Creemos que este tipo de estudios favorecen el conocimiento de uno de los sectores más influyentes de la sociedad de entonces como lo eran los curas párrocos.

Nov 242022
 

Francisco Miguel Monago Gallardo

 

“-Yo señores, siento que me voy muriendo a toda priesa; déjense burlas aparte, y tráiganme un confesor que me confiese y un escribano que haga mi testamento; que en tales trances como este no se ha de burlar el hombre con el alma.”.

(Miguel de CERVANTES, Don Quijote de la Mancha, Cap. LXXIV)

 

  1. INTRODUCCIÓN

 

El estudio de las actitudes ante la muerte, cuyo nacimiento tuvo lugar en la historiografía francesa ligada a la Nouvelle Histoire y la tercera generación de la Escuela de Annales, con Philippe Ariès[1] y Michel Vovelle[2] como nombres propios fundamentales, fue profusamente desarrollado en las últimas décadas del siglo pasado, pero prácticamente abandonado al llegar el siglo XXI[3]. Antes de eso, consiguió cruzar fronteras y arraigar también la historiografía española de fines del siglo XX, donde se produjo una verdadera explosión de trabajos, muchos de ellos piezas historiográficas fundamentales. Sin embargo, el abandono de la temática dejó una sensación de inconclusión: producción abrumadora, pero poco innovadora por el fuerte apego a las líneas marcadas por Michel Vovelle; localismo o regionalismo excesivo en las publicaciones; repetitividad en conclusiones y métodos; y falta de análisis de profundidad y obras de síntesis. En Extremadura, Ángel Rodríguez[4] ejerció de fundador de esta línea de investigación, que fue brillantemente continuada por varias sagas de discípulos -entre los que cabe destacar nombres como los de Rosa María Valverde, Isabel Testón, Mercedes Santillana, Antonio Soleto o Ángel Trigueros[5]-, pero que no llegaron a explotar todas las posibilidades del tema. En paralelo al abandono general, también la temática fue relegada a un segundo plano en Extremadura, siendo los artículos de Carlos Marín Hernández y Francisco Javier Rubio Muñoz[6] las únicas producciones de esta línea en el siglo XXI. Este trabajo, en cierto modo, pretende retomar la cuestión de las actitudes ante la muerte centrándose en la dimensión de la religiosidad y usando como base la que ha sido la fuente más destacada para esta temática historiográfica: el testamento.

Por otra parte, tal vez fruto del apego a M. Vovelle, las investigaciones sobre las actitudes ante la muerte en España han prestado desde sus inicios una fuerte atención al siglo XVIII y, en menor medida, al paso de la Edad Media a la Edad Moderna y primeros momentos del XVI; quedando el tiempo del Barroco como un periodo donde menos han incidido los estudios. Se trata de algo contradictorio en la medida en que es, precisamente en el Barroco español, cuando la muerte más profundamente marcó la mentalidad colectiva. No hay más que ver el desfile de cadáveres que en el arte, la literatura, la iconografía y otras disciplinas se representa: desde los Jeroglíficos de las postrimerías de Valdés Leal al polvo enamorado del Amor más allá de la muerte de Quevedo, pasando por la propia figura de Don Quijote con cuya muerte se abre este análisis, el Barroco español lleva en su esencia escrito el tema de la muerte. Así pues, retomar el estudio de las actitudes ante la muerte en el tiempo del barroco se vuelve un ejercicio imprescindible para la historiografía tanatológica.

Teniendo en cuenta los objetivos perseguidos en este trabajo y el marco cronológico escogido, se han seleccionado una serie de autores que sirven como base bibliográfica de los análisis realizados. Como forma de verificación, las conclusiones de esos análisis se corroboran sobre un conjunto de cinco testamentos elegidos minuciosamente. El testamento de María Benítez, dado en la localidad extremeña de Cristina en 1591, representa una voz femenina de la segunda mitad del siglo XVI que se confronta con los testamentos de María de Llanos y Fernando Sánchez Ortiz, dados en un espacio cercano -la localidad vecina de Guareña- con casi un siglo de diferencia, pues fueron otorgados 1671 y 1688 respectivamente. Se cubre de esta forma la comparación entre distintos momentos del tiempo barroco, así como las diferencias sexuales -al ser dos testamentos femeninos frente a uno masculino-, dentro del espacio extremeño. Además, para añadir una perspectiva poco explorada, se han incorporado dos testamentos otorgados en Indias a finales del siglo XVI: el testamento de Diego García Bellido, natural de Navamorcuende -una localidad que, si bien en el área de Talavera, resulta muy cercana a Extremadura- (1580); y Juan Manuel, natural de Cáceres (1572). Con la incorporación de estos se pretende una aproximación a cómo se produjo el traslado de las actitudes ante la muerte al Nuevo Mundo, al tiempo que se señala un nuevo cauce de investigación para la historiografía tanatológica.

Por último, no hay que dejar de señalar que, dado que el interés de este estudio versa sobre la religiosidad en las actitudes ante la muerte, se ha seleccionado de los testamentos aquella parte que los diferentes autores han venido denominando “mandas espirituales”. El propio Pedro Melgarejo[7] en el siglo XVII ya señaló dos partes en los testamentos, más allá de la cabecera con la invocación, nombre del otorgante, filiación y protestación de Fe: la primera, en la que se registran las cláusulas de naturaleza religiosa, que procuraban la salvaguarda del alma para la vida futura (“mandas espirituales”); y la segunda, en que estaban contenidas aquellas mandas relacionadas con el reparto de los bienes muebles e inmuebles -condición indispensable para un buen tránsito y definitivo al más allá-, la institución de herederos y el nombramiento de los testamentarios (“mandas materiales”). En este caso se ha optado por centrar el análisis en la primera de estas dos partes, pero es necesario tener presente que el testamento es un documento completo en su conjunto y, a través de las mandas materiales, también es posible obtener mucha información sobre las actitudes ante la muerte.

 

  1. PIEDAD Y RELIGIOSIDAD A TRAVÉS DE LAS MANDAS ESPIRITUALES

 

2.1. El rito tras la muerte en las mandas espirituales.

Tras la muerte del otorgante tenía lugar, primeramente, la vigilia -tiempo intermedio entre el fallecimiento y el traslado del cuerpo a la iglesia-, que tenía como eje central la casa mortuoria, a la que los familiares y vecinos se acercaban para velar el cadáver. Se trataba de un acto social en el que la iglesia todavía no había tomado el control del rito de la muerte, pues la comunidad vecinal es la que ejerce el papel protagonista de este punto al actuar como público en una teatralización del rito mortuorio[8]. La casa del difunto era preparada para la exhibición, a modo de escenario, con algún altar o zona de oración específica[9]. Además, en este acto, se vuelve a poner de manifiesto la idea de muerte pública barroca, pues no hay nada más público que la exhibición de un féretro a la comunidad. Salvo excepciones muy concretas, los testamentos no suelen hacer referencia a este momento, pero es necesario destacarlo para centrar la casa del finado como primer espacio de la muerte.

El primer rito realizado que suele aparecer en las mandas testamentarias espirituales, acabada la vigilia, es la realización de las posas. Se trata de un acto que tiene lugar en el traslado del cuerpo a la Iglesia, el momento de transición entre el primer y el segundo espacio de la muerte. Ese traslado, con el difunto en andas, era realizado por un cortejo en forma de procesión, que intentaba de alguna manera reflejar el memento mori, al mover hacia la compasión y la oración a todo el que se cruzaba con él[10]. El traslado constituye, de este modo, una salida del hogar para no regresar, una despedida final, razón en la que Ángel Rodríguez justifica la posa: el hecho de que se trate de la pérdida definitiva exigía retrasar la llegada al templo lo máximo posible. Así “antes de introducirse en la iglesia, los que llevaban el féretro rodean el recinto y se detienen una, dos o tres veces, según lo haya dispuesto el difunto o su familia”[11]. Tomando el estudio del caso onubense, Manuel J. de Lara Ródenas, abundando con lo expresado para Extremadura por A. Rodríguez, las describe como “paradas efectuadas normalmente en las esquinas de las calles por las que el cortejo pasaba y en las que los sacerdotes que acompañaban el cuerpo cantaban responsos y sufragios por el alma del difunto, respondiendo los presentes con oraciones que eran gratificadas con indulgencias”. Además, también apunta la disparidad de porcentajes a la hora de encargar las posas en los distintos núcleos de población, dándose localidades donde casi la totalidad de testamentos las incluyen frente a otras en las que prácticamente no aparecen[12]. De esta forma, con independencia de la forma de realización, hay varios factores comunes a tener en cuenta. En primer lugar, se trata del inicio del desprendimiento del cadáver por la familia pues, sin haberlo dejado aún en manos de la Iglesia, ésta empieza a tomar el control del rito de la muerte, al dirigir las oraciones por el alma del difunto en las paradas realizadas. Además, el trasfondo piadoso está presente en la sacralización del rito por medio del rezo de oraciones en las paradas o vueltas en torno a la iglesia, aunque se trata de un acto que en sí mismo parece tener cierto matiz supersticioso. Tomando la muestra de testamentos seleccionada, los dos testamentos guareñenses del siglo XVII (María de Llanos, 1671[13]; Fernando Sánchez Ortiz, 1688[14]) contienen mandas encargándose tres posas en cada uno. Concretamente, así se refleja en el testamento de María de Llanos: “Mando que quando mi cuerpo sea lleuado de mi casa a la iglesia/ con él se hagan tres posas en el camino, con tres rresponsos/ canttados, como es costumbre en este lugar, y a las puertas de mi casa/ se me diga un rresponso cantado.” Sin embargo, los restantes testamentos objeto de análisis no incluyen mandas relativas a este rito. En este sentido, se podrían señalar dos causas: En primer lugar, el hecho de que se trate de una costumbre especialmente arraigada en la localidad de Guareña, pero no en otras como la de Cristina, a pesar de su cercanía, ni aquellas de las que son naturales los dos testadores que otorgan el testamento en América (Navamorcuende y Cáceres). Otra posibilidad es que se trate de un rito especialmente asociado al tiempo de la segunda mitad del siglo XVII, razón que explicaría que en los testamentos de la última parte del siglo XVI no se den. En cualquier caso, no deja de ser un rito que de nuevo incide en la idea de teatralización y muerte pública, al tratarse de un acto que tiene lugar en la propia calle y en el que se refuerza la exposición del cortejo fúnebre ante la comunidad.

La llegada al templo no siempre era fácil, pues lo frecuente era que, en el caso de existir más de una parroquia en la localidad, éstas se disputasen el control del enterramiento[15]. Más allá de los conflictos por motivos de primacía eclesiástica, el interés económico era probablemente la principal fuente de discordia. En este sentido, hay que tener en cuenta que aquella parroquia que se hiciera con la potestad de enterrar al difunto sería la beneficiaria de los ingresos generados por el conjunto de misas que se deberían decir por su alma, por lo que éstas intentaron atraerse todos aquellos que les fue posible, sobre todo en casos donde la jurisdicción eclesiástica no estuviera clara. Por otra parte, hay que considerar que, a veces era el propio otorgante del testamento quien solicitaba el enterramiento en algún convento, siendo en este caso la congregación elegida la beneficiaria[16]. La elección de sepultura solía recogerse en la primera cláusula tras la cabeza del testamento, conocida como la encomendación. Tal nombre se debe a que los propios otorgantes expresaban la dualidad de cuerpo y alma, asociando cada una a la tierra y la divinidad respectivamente. Así lo expresa el testamento del cacereño Juan Manuel:  “mando mi anima a Dios Nuestro Señor/ que la hizo, crió y rredimió por su preçiosa sangre/ la quiera salvar y llevar a su santo rreino y/ gloria çelestial e quando la voluntad de Dios Nuestro/ Señor fuere de me llevar desta presente vida/ mando que mi cuerpo sea sepultado en la yglesia/ mayor desta çiudad  en la sepoltura que a mis/ aluaçeas paresçiere”[17].

Las sepulturas en el siglo XVII, aunque había cementerios normalmente asociados a las iglesias, catedrales o instituciones pías, se daban preferentemente dentro del recinto del templo. F. Martínez Gil advierte que, cuando en los testamentos aparece el término “iglesia”, éste se refiere también a sus cementerios anexos o patios[18]; sin embargo, la mayoría de los autores coinciden en señalar los interiores como el lugar por excelencia para la sepultura barroca. El mismo Ariès muestre una idea especialmente tajante con respecto a esta cuestión al señalar que “sólo los malditos son abandonados en los campos”[19]. Los enterramientos bajo el suelo del templo se habían impuesto en el cristianismo ya desde el siglo IV, buscándose entre los fieles la cercanía a los altares y las reliquias de los mártires, pensamiento que luego fue derivando en la búsqueda de la cercanía al sagrario por la consideración de la presencia en él de Cristo. Además, no hay que olvidar que el altar mayor era el lugar donde solía celebrarse la Eucaristía, por lo que, gracias a la cercanía a éste, se creía que el finado podría adquirir en mayor grado los beneficios de la celebración de la Eucaristía, rito principal de la misa[20]. Así, es posible conformar un mapa de los espacios preferentes para el enterramiento en el templo -siempre mejor considerado que el cementerio- y, por lo tanto, los más cotizados y caros. En primer lugar, las personas de más alta alcurnia intentaban hacerse con las capillas, dedicadas a importantes linajes; siguiéndoles las zonas más próximas al sagrario, la pila bautismal o las pilas de agua bendita, pues se pensaba que la cercanía a los rezos o al agua bendita -de la que podían caer gotas- podía repercutir favorablemente en el difunto. Asimismo, el lado del Evangelio era preferido sobre el lado de la epístola, pues siguiendo con la concepción del beneficio espiritual, era el lugar donde se leían los textos más destacados de la misa. Los feligreses con posibilidades económicas intentaban comparar su propia sepultura, pues una vez adquirida quedaba como parte del patrimonio familiar y se podía transmitir en herencia; pero no era posible para todos[21]. En esta línea, la cercanía a la familia es otro factor de preferencia. Los testadores solían solicitar su enterramiento en sepulturas de padres, hermanos, cónyuges y otros parientes cuyos restos quedaban debajo o se volvían a introducir junto con el nuevo difunto. Así sucede en los dos testamentos de Guareña, pues María de Llanos solicitaba preferentemente la sepultura de su primer marido y Fernando Sánchez Ortiz en las de sus padres[22]. El caso de Cristina pide que el enterramiento sea “donde lugar/ ouieren.”[23], pues al final la capacidad del templo para las sepulturas acaba por imponerse a los deseos personales; y los casos de emigrantes a Indias dejan el lugar de elección en manos de los albaceas (“que a mis al/baçeas paresçiere bien”[24]), tal vez por la ausencia de sepulturas familiares en las iglesias del Nuevo Mundo. Para los más pobres, los lugares cercanos a las puertas -los más baratos- eran los empleados de forma más asidua. Por su parte, la colocación de lápidas con el nombre del difunto o el escudo de armas del linaje fue algo que sólo algunos pudieron permitirse, por lo que lo más común era que la sepultura se conociera por los más allegados, permaneciendo anónima para el resto[25]. La elección de sepulturas y ritual funerario se convertían, así como otros ritos de la muerte, en elementos de diferenciación. Se intentaba trasladar de nuevo, de esta forma, la sociedad “de vivos” al mundo de los finados.

Las ofrendas por los difuntos constituían otra manda que tampoco solía faltar en los testamentos. Alejo Venegas interpretaba esta costumbre ya en el siglo XVII como una herencia de los banquetes romanos celebrados con motivo de las honras fúnebres[26]. Una línea similar adoptan las interpretaciones realizadas por Roberto J. López López, F. J. Lorenzo Pinar o F. Martínez Gil[27], quienes las han relacionado con otras donaciones por el alma o antiguas costumbres judaicas de celebración de convites el día del entierro. Estas teorías se han realizado al asociar la presencia de pan y vino como elementos comunes. Sin embargo, autores como M. J. de Lara Ródenas niegan las relaciones con la tradición amparándose en que, más allá de esa conexión, no existen otros elementos que permitan afirmar tales hipótesis[28]. En cualquier caso, las dádivas barrocas solían ser siempre productos útiles a la liturgia y que tenían un trasfondo simbólico: la cera, el aceite o los hachones materializaban la fe del fallecido; el pan, vino o limosna por los pobres, su caridad; el incienso, el culto a Dios, etc[29]. Este trasfondo es analizado, por lo general, no como muestra de una religiosidad, sino como una forma de prestigio social. Realizarlas, si bien teóricamente no era de obligado cumplimiento, se convirtió prácticamente en una obligación que incluso algunos clérigos llegaron a reclamar, aumentando los costes de los entierros si éstas no se producían[30]. Sobre los casos usados como ejemplo, es posible encontrar ofrendas en todos los peninsulares, así como en el caso de Juan Manuel, de Cáceres. Hay advertir que, salvo en el testamento de María Benítez -donde se ofrece tanto pan como cera-[31], la cera es el único elemento presente en todos los casos: en el testamento de María de Llanos se ofrece, para el “cabo de año” quemar cera sobre la sepultura dos años[32]; Fernando Sánchez Ortiz ordena una ofrenda de cera por un año[33]; y en el testamento de Juan Manuel de Cáceres se especifica “lleuen la çera ofrenda”[34]. La falta de fastuosidad deja intuir que se trata de dádivas incentivadas principalmente por la costumbre y el significado social.

Por último, en este punto es preciso referir el papel jugado por las cofradías en el momento de la muerte y el ritual mortuorio, pues están presentes no sólo tras la defunción sino también en los momentos inmediatamente anteriores de la agonía. Como expresa F. Martínez Gil, “Constituían una suerte de seguridad social en la muerte y garantizaban esos últimos cuidados al cuerpo que tan importantes eran de cara a su descanso hasta la hora del Juicio”[35]. Con origen en los siglos medievales centrales, las cofradías vivieron en la Edad Moderna su periodo de mayor apogeo al potenciarse su papel tras el Concilio de Trento, pues frente al protestantismo, éstas permitían una conexión directa entre los cofrades y la divinidad a través de la devoción titular, que solían ser mayoritariamente santos y advocaciones marianas[36]. La presencia de estas hermandades en el trance final variaba entre unas y otras, definiéndose en sus constituciones particulares qué tipo de acompañamiento realizaban. Así, en algunos casos se establecía que los hermanos debían ir acompañando al Sacramento cuando se administrase el viático al cofrade moribundo, debiendo también organizar un sistema de velas hasta el momento del fallecimiento. Por su parte, la presencia de los hermanos en el velatorio y la organización del cortejo fúnebre por éstos no solía faltar entre las funciones de la mayor parte de las cofradías, siendo también los cofrades quienes trasportaban el féretro hasta la iglesia. Además, todas las cofradías tenían que velar por dos cuestiones esenciales: el encargo de misas por sus difuntos, con independencia de que fueran o no específicamente nombradas en los testamentos para este fin; y la contribución para dar un entierro digno al finado[37]. Ello suponía un beneficio para quienes morían sin testamento o eran pobres de solemnidad, pues las misas encargadas por la cofradía podían llegar a ser las únicas que se les aplicasen. Por último, no hay que dejar de mencionar la posesión por algunas cofradías de sepulturas para los hermanos que quisieran hacer uso de ellas, lo que permitió que cofrades pobres se pudieran enterrar en los interiores de las iglesias, en lugar de hacerlo en los cementerios o patios, donde les correspondería por su nivel económico real[38]. Hasta cierto punto, podría llegar a afirmarse que las cofradías ejercieron cierta labor correctora sobre las diferencias entre ricos y pobres, pero no hay que olvidar que, en paralelo, el interés económico también estaba presente. Más allá de las restricciones que éstas pudieran imponer sobre su acceso o las jerarquías que en torno a ellas se pudieran establecer, la necesidad de abonar cuotas, las donaciones por las funciones realizadas, la posesión de bienes y otras cuestiones en esta línea evidencian la existencia de un lucro latente[39]. El testamento de Diego García Bellido, en este punto, así refiere la búsqueda del amparo de las cofradías: “Yten mando qve mis aluaçeas me metan/ por cofrade de la cofradía de Nuestra Señora/ del Rrosario i se dé la limosna qve a mis/ aluaçeas les pareçiere.”[40]

 

2.2. Las misas como elemento de salvación.

La misa, cuyo origen de acuerdo con la tradición católica puede remontarse al rito instituido por Jesucristo en la última cena para rememorar el sacrificio en la cruz, se constituyó para la Edad Moderna como el sufragio principal para obtener la salvación. Desde sus inicios, el ritual fue incorporando con el tiempo todo un conjunto de ruegos e invocaciones a modo de diálogo con la divinidad, que atañían también a los difuntos. Se consideraba que tenía un valor infinito, ofreciéndose por vivos y muertos, pero con la introducción del purgatorio en la teología cristiana, las misas comenzaron a tomar el valor de elemento intercesor para las almas[41]. De esta forma se introdujo el memento, oración por los difuntos que, si bien inicialmente tenía un alcance general, derivó en la posibilidad de aplicarse por las almas individuales, considerándose que tenían un efecto mayor sobre aquellas cuyos nombres eran mencionados por el sacerdote. Esta concepción de la misa se vio reforzada en la Contrarreforma, cuando la Iglesia Católica defendió la idea de salvación mediante la realización de buenas obras y la asistencia a misa, pudiendo ejercer la Virgen y los santos como mediadores. Si se tiene en cuenta que los feligreses únicamente intervenían con su presencia -ya que la misa era un rito en latín difícilmente comprensible para una población mayoritariamente analfabeta[42]– y desde Trento se había remarcado su consideración salvífica, es posible explicar las nuevas ideas que de estos factores derivaron. La creencia en que el beneficio de la misa venía dado por la acumulación de su número triunfó, constituyéndose como un valor fundamental de la religiosidad barroca[43]. No obstante, la idea de acumulación de misas para llegar a la salvación chocaba de manera frontal con la concepción de su valor universal, pues atendiendo a esto último, una única misa bastaría para la salvación. Aquí entra de nuevo en juego el interés económico, pues con independencia de la realidad teológica, las ganancias económicas que la celebración de misas constituía para la Iglesia llevó a que desde ésta se fomentara su encargo, amparándose en la imposibilidad de saber con seguridad si se habría producido la salvación del alma en cuestión[44]. Así, cabe preguntarse hasta qué punto puede considerarse como una práctica piadosa el encargo masivo de misas, pues la supuesta “piedad” de este acto, lejos de serlo, funcionó en el Barroco como un intento de compra de vida eterna, como un “seguro espiritual”[45].

Teniendo en cuenta la diferenciación entre cuerpo y alma contemplada en todo el universo de la muerte católica, también es posible aplicar esta dicotomía a los tipos de misas en un ejercicio de clasificación inicial: misas de cuerpo presente y misas por el alma[46]. La primera misa benefactora para el alma del difunto, la misa de cuerpo presente o In die obitus seu depositionis defuncti, era un tanto diferente a las demás: gozaba frecuentemente de mayor solemnidad al ser considerada de más valor, tanto por la cercanía al momento del fenecimiento, como por la presencia tangible del finado. Aunque su aparición en los testamentos viene a veces asociada a la expresión “las de costumbre”, se sabe que tradicionalmente la misa de cuerpo presente estaba compuesta por un réquiem cantado[47]. Además, M. J. de Lara resalta en sus estudios sobre Huelva la adición a este réquiem cantado original de misas rezadas a partir de la segunda mitad del XVI y el primer tercio del siglo XVII, disminuyendo lentamente su presencia a partir de la segunda mitad del seiscientos y de forma más acusada hacia el tercer tercio del siglo[48]. Hay que mencionar también la posibilidad de que los testamentos no mencionen las misas de cuerpo presente, algo que no suele darse en la mayoría de los territorios, pero que sí se produce en el Cádiz de 1675 de acuerdo con los datos manejados por M. J. de la Pascua, donde sólo se refleja en un 39,4% de los casos[49]. En los casos analizados de Extremadura e Indias, todos ellos incluyen al menos un réquiem cantado el día del enterramiento, además de otros elementos añadidos que difieren de unos testamentos a otros. De esta forma, mientras que María Benítez en 1591 añade una vigilia con tres lecciones; María de Llanos y Fernando Sánchez Ortiz en 1671 y 1688 respectivamente encargan 3 vigilias con sus respectivas lecciones, así como responsos cantados ante las puertas de la casa mortuoria. Por su parte, los dos otorgantes de Indias añaden 4 misas rezadas y dos responsos cantados, uno de ellos ante la sepultura (caso de Diego García Bellido); y 6 misas rezadas (caso de Juan Manuel)[50]. En general, estos datos ponen de manifiesto que lo señalado para Huelva se cumple hasta cierto punto y con matices, pues no llega a darse una brusca desaparición de misas rezadas de cuerpo presente y se siguen dando otros rezos como la vigilia.

En las misas de cuerpo presente, así como en la del día de ánimas, se impartía el rito de la absolución solemne. Ante el túmulo del difunto, el sacerdote sin bonete, colocado a los pies, lo rociaba con agua bendita y lo incensaba, al tiempo que rezaba un responso. El túmulo, en caso de no ser posible contar con el cuerpo del finado, podía ser sustituido por un paño negro de las dimensiones de una sepultura. No obstante, en caso de disponerse de él, la colocación del cadáver difería si se trataba de un seglar o clérigo. Mientras que el primero se ubicaba con los pies hacia el altar mayor; el segundo se colocaba al revés, con la cabeza hacia el altar mayor, mirando al pueblo[51].

Las misas de réquiem se caracterizaban por una serie de requisitos concretos, entre los que se encontraban el uso de dalmáticas y casullas negras, la supresión del “Gloria” y el “Aleluya”, el canto del salmo “Dies irae” -opcional en algunos casos-, la lectura del evangelio de Jn 1, 1-18, la omisión del credo y el rito de la paz, la proclamación del “Réquiem aeternam” en lugar del “Gloria Patri” o la despedida “Requiescant in pace”. La exponencial multiplicación de este tipo de misas, con el consecuente solapamiento con otras festividades llevó a que comenzaran a dictarse diferentes restricciones para su celebración, que se fueron endureciendo progresivamente a lo largo del siglo, hasta culminar en 1677 con la prohibición de misas de réquiem en domingos, festivos y otras fechas señaladas del calendario litúrgico. En Semana Santa, las restricciones eran aún mayores: si alguien fallecía en el Triduo Pascual, no estaba permitido decir por él misa de difuntos y, si además era Viernes Santo, no estaba permitido enterrarlo más allá de cubrirlo con un poco de tierra si llegase a oler mal[52]. Por su parte, también hay que tener en cuenta que las misas, con independencia de que fueran o no de difuntos, sólo podían celebrarse desde el alba -con algunas excepciones- hasta la hora del mediodía, pues debían oficiarse en ayunas[53]. En lo tocante a los difuntos, todas estas restricciones llevaron a la frecuente imposibilidad de que la misa de cuerpo presente se dijera el mismo día del entierro, por lo que al final era posible que estas misas se retrasaran incluso varios días, separándose del acto del enterramiento. Esta cuestión también se vio reflejada en los testamentos, que incorporaron a las mandas sobre las misas del día del entierro las coletillas “o luego otro día siguiente”, “si fuere hora suficiente, y si no las digan el día adelante”, etc.

En cuanto a las misas por el alma -aunque en todas las misas subyacía el interés salvífico de la propia alma, entiéndase en este caso aquellas que no eran de cuerpo presente-, las clasificaciones que pueden establecerse son muy distintas y varían según los autores. En este caso es útil recurrir a una distribución sencilla y cercana a la realidad testamentaria: misas por el alma del difunto, por las de sus familiares -pues no hay que olvidar que se entendía como un acto de solidaridad de los vivos con los muertos a modo de inversión, al poder servir sus beneficiarios posteriormente como intercesores-, devocionales y votivos-supersticiosas[54].

Sobre las cuatro tipologías mencionadas, merece la pena detenerse sobre los porcentajes y evolución presentada por A. Trigueros para el municipio cacereño de Acebo, ya que hasta cierto punto permite ilustrar el panorama extremeño y algunas tendencias señaladas en otros estudios a nivel hispano. Así, en la muestra de testamentos analizados por este autor, las misas por el alma constituyen el 59% del total, seguidas de lejos por las supersticiosas (18,2%), las devocionales (11,5%) y las aplicadas por familiares (11, 2%). No obstante, conforme avanza el siglo, las misas supersticiosas entran en un declive que las lleva prácticamente a desaparecer. No sucede igual con las devocionales, que se mantienen. Así, el propio autor señala que “no se dicen menos misas, sino que las que se dicen no presentan la variedad tipológica anterior”[55]. En una línea cercana se expresa Isabel Testón, en cuyos datos también se observa un aumento de misas por el alma del difunto y una tendencia a la simplificación[56]; así como M. J. de Lara[57], F. J. Lorenzo Pinar[58] y otros. En los casos que se han ido señalando a lo largo de este estudio también es posible encontrar los tipos señalados. Todos los testadores encargan, además de las misas de los sufragios del día de su entierro y cabo de año, misas por su alma: 30 en el caso de María Benítez, 100 en el testamento María de Llanos, 80 en el de Fernando Sánchez Ortiz[59] o 6 por parte de Juan Manuel, de Cáceres[60]. Si bien en los tres primeros casos, peninsulares, el número se encarga en función de la capacidad económica del otorgante, el caso de Juan Manuel de Cáceres es llamativo, pues las mandas materiales del testamento reflejan una capacidad económica que no se corresponde con el escaso número de misas encargadas. Por otro lado, las misas devocionales y por familiares presentan gran disparidad. Es necesario advertir que estas dos tipologías no aparecen en ninguno de los testamentos indianos, cuyos sufragios son bastante más escasos que los encargados en los testamentos peninsulares[61]. En estos últimos, el testamento de María Benítez (del XVI) se limita a mencionar, en el plano devocional, las ánimas del purgatorio; al tiempo que, en el plano familiar, a dos familiares (su suegra y Ana Hernández)[62]. Contrasta de esta forma con los dos testamentos guareñenses del siglo XVII, donde ambos tipos de misas se multiplican sobremanera, aunque comparados, los testamentos de María de Llanos y Fernando Sánchez Ortiz[63] siguen presentando diferencias entre sí. En el de ella se dedican 76 misas en total a distintos familiares, mientras que tan solo 11 a devociones (Santísima Trinidad, Ángel de la Guarda, San Miguel Arcángel y Ánimas del Purgatorio). En el de él, se dedican diez misas a los familiares más cercanos, al tiempo que reparte otras 10 por una gran variedad de devociones (San Miguel Arcángel, San Roque, Santos Mártires Fabián y Sebastián, San Pedro, San Mateo, Santo Domingo y Ntra. Sra. del Rosario). Se produce así una variación en la que el sexo, dada la coincidencia en ambos testamentos del marco cronológico (segunda mitad del XVII) y espacial (la localidad de Guareña), podría explicar la diferencia: ella, como mujer del Antiguo Régimen apegada al hogar, se acuerda más de la familia; mientras que él, hombre, en una actitud que podría calificarse hasta cierto punto de más “egoísta”, se decanta por devociones que usa como intercesoras por su propia alma.

 

2.3. Entre la devoción y la superstición.

La religiosidad barroca, y los encargos de misas en los testamentos lo refutan, no puede comprenderse sin las devociones a los santos, los atributos divinos y las advocaciones marianas. Tras el Concilio de Trento, la necesidad de reafirmación frente a las doctrinas protestantes los potenciaron de tal forma que, convertidos en intercesores ante Dios, llegaron a gozar incluso de mayor protagonismo que la propia divinidad, al desarrollarse en torno a ellos promesas para evitar el purgatorio[64].

Los santos surgieron en los comienzos del cristianismo del inicial reconocimiento y posterior veneración de quienes llevaron una vida considerada ejemplar, ajustada a los principios marcados en el Evangelio. La Iglesia los reconoció, encauzando su devoción hacia tres puntos: su capacidad de ayudar a los humanos en su debilidad, su establecimiento como modelos de vida cristiana y su capacidad de intercesión por vivos y muertos, dada su cercanía a Dios. Este último sentido es básico pues, teniendo en cuenta la imposibilidad de influir en Dios o Jesucristo de acuerdo con la teología católica, los santos permitían suplir en cierto modo esa facultad. Así, no llevan directamente a la salvación, pero permiten conectar con Dios, de tal forma que, gracias a su invocación, sí que es posible llegar a ella[65].

Por otro lado, los atributos divinos son un conjunto de elementos asociados a la divinidad o a la vida de Cristo que reciben una devoción propia. Se trata de elementos secundarios de la divinidad, pero a los que se les concede una capacidad de acción e intercesión igual que a los santos. Entre los atributos, por destacar algunos de los más característicos a modo de ejemplo, pueden encontrarse la Trinidad, las Cinco Llagas, la Pasión de Cristo, el Nombre de Jesús, el Bendito Cordero, las Once Mil Vírgenes, etc. Estos elementos, cuyo periodo de mayor auge estuvo entre fines del XVI y principios del XVII, están asociados en ocasiones al encargo de números concretos de misas, que tienen cierto carácter mágico-simbólico, lo que los hace bastante susceptibles de encerrar un componente supersticioso[66]. En esta línea se ha manifestado Ángel Trigueros, quien plantea que tal vez los atributos y su número hagan referencia a valores intrínsecos que en algún momento quedasen estereotipados[67].

La devoción mariana, por su parte, se representó en los testamentos a través de dos cauces: la Virgen María en sí misma y las diferentes advocaciones sobre su figura, como pueden ser las del Rosario, Angustias, Soledad, etc. Las advocaciones, y de igual manera sucede con los santos o los atributos divinos, sufren un proceso fragmentario sobre el que I. Testón señala “llegándose a situaciones incongruentes en las que la Virgen, Cristo o los Santos se personifican en la talla concreta que la iglesia o la ermita de un lugar conciso posee”[68]. En relación con el predominio mariano sobre el de los santos hay diversidad de opiniones. M. J. de Lara Ródenas documenta en Huelva una imposición de las mandas a la Virgen en la segunda mitad del XVII: frente al predominio del 58,5% de los santos en el periodo 1650-1674, María en sus distintas advocaciones alcanzaría un 53, 3% a fines de siglo[69]. Sin embargo, en Extremadura no sucede así. Tanto A. Trigueros[70] como I. Testón en sus respectivos estudios señalan una imposición de los santos sobre la virgen, esgrimiendo la última datos que colocaban, en el periodo 1650-1674, a la Virgen en un 17% frente al 40% que representaban los santos; mientras que en el periodo 1675-1699, la Virgen obtenía un 7% frente al 73% que representaban los santos[71]. Estos datos ponen de relieve la imposibilidad de afirmar el predominio de una u otra devoción en términos generales, sino que más bien debe invitar a hablar de tendencias de carácter regional -o incluso local- que fluctúan y varían a lo largo del periodo Barroco.

Además de todos los elementos mencionados, es preciso no olvidar otras devociones que también tuvieron especial relevancia, como fue las de las Ánimas del Purgatorio. Señalada para Extremadura como una de las más importantes[72], trataba de apelar a la solidaridad entre vivos y muertos como base para llegar a la salvación. De esta forma, estas misas encargadas por los vivos servían de ayuda para que las almas del purgatorio pudieran salir de él; pero con la secundaria intención de que, cuando la persona viva falleciese, el alma redimida y en el estado celestial ayudase a salir a la del nuevo difunto. El vivo, por lo tanto, terminaba invirtiendo de nuevo en su propia salvación[73].

Las devociones, según afirma I. Testón, deben entenderse como “dirigidas por la Iglesia, la cual, apoyándose en los múltiples medios de propaganda a su alcance (literatura, sermones, etc.), las difunde entre una masa de fieles, que amedrentadas por su destino final las adopta como un instrumento de salvación”[74]. Este fenómeno encuentra gran arraigo en una población con una escasísima formación, complementándose al mismo tiempo con otro: la supervivencia de la superstición. Devoción y superstición deben contemplarse como fenómenos ligados, pues la propia devoción es en sí misma “una actitud extraña a la fe católica” en palabras de Ángel Trigueros. “El hombre extremeño profesa su religión y se aleja de la establecida por su formación y por la distancia que mantiene con aquellas. Surgen, en este sentido, formas de atender la vida y la muerte que, heredadas del pasado, perviven en el presente y se proyectan al futuro”[75]. Se crea, de esta forma, un sistema que, como explica el profesor Ángel Rodríguez[76], consigue auto-perpetuarse: Partiendo de la sensibilidad que produce en un individuo el fallecimiento de un ser querido se desarrollaban una serie de gestos que exteriorizaban los sentimientos y entraban en el ámbito de lo supersticioso. Este comportamiento trataría de encauzarse a través de las devociones, que generan -a través de altares, patronazgos y otros medios- recursos económicos que revierten en la propia Iglesia, que a su vez la invierte en seguir potenciando las devociones. La vertiente supersticiosa, por su parte, fue tolerada, aunque intentándose su sacralización. Esto terminó desarrollando un culto paralelo que, a pesar de ir decayendo con el tiempo, no terminó de desaparecer.

Las misas supersticiosas, con un origen incierto, se asociaron a una mayor devoción y, por lo tanto, mejor efecto sobre las almas. Sus celebraciones exigían una serie de requisitos muy concretos, como el hecho de fijar un número específico de misas, la necesidad de una serie de velas de colores determinados, la privación del sacerdote de realizar ciertos actos, etc. En el Concilio de Trento, aunque no se actuó directamente, se manifestó la necesidad de acabar con ellas y se ofrecieron recursos para que, a través de los sínodos, se diese fin a estas prácticas[77]. Como consecuencia se redujeron considerablemente a partir del primer cuarto del siglo XVII, cuando la reforma tridentina empezó a imponerse de forma determinante en las diócesis. Sin embargo, no llegaron a desaparecer por completo, manteniéndose como un elemento de gran interés en la religiosidad popular barroca[78]. En este punto hay que atender a fuerte unión de las propias parroquias a la religiosidad popular desde tiempo atrás, como señala José L. González Novalín, para explicar la supervivencia de la superstición[79]. Así, a pesar de las directrices en el credo que desde las altas autoridades eclesiásticas se imponía, los párrocos toleraron y participaron del mantenimiento del culto paralelo, con el que podían llegar a sentir cercanía y familiaridad.

Entre las misas supersticiosas más destacadas hay que señalar los treintanarios, asociados a San Gregorio -por transmitirlas este abad, que las habría aplicado por un monje de su congregación- o también llamados misas de San Vicente Ferrer -por celebrarlas, aunque en número de cuarenta y ocho, en favor de su hermana-. Las mandas testamentarias, no obstante, solían reflejar frecuentemente la modalidad de treintenario “cerrado”, en la que se consideraba que el sacerdote debía encerrarse hasta completar el ciclo. Con características similares, las misas de san Amador, las del Conde, el Papa Clemente, Emperatriz, Luz, Llagas y muchas otras registradas por distintos autores también fueron condenadas en los sínodos realizados por toda la geografía española[80]. Para el caso de Extremadura, Ángel Rodríguez ha señalado sobre el Casar de Cáceres en 1580 la destacable frecuencia de las misas de San Amador y las Misas de Alba[81], a las que Ángel Trigueros para Acebo añade las treinta y tres misas de la Revelación y las trece de la Consolación. El número que este tipo de misas lleva aparejado no es arbitrario, sino que los expertos en numerología les han señalado un significado que guarda estrecha relación con el orientación supersticiosa que se les asigna[82]: el 5 sería el número del hombre y la perfección, el 13 estaría relacionado con la muerte, el 12 -más allá de ser el número de apóstoles- representaría lo consumado, el 9 -presente en los novenarios- simboliza el principio y el fin, el 7 conecta con los dones del Espíritu Santo y el 3, número mágico por excelencia presente en la base de otros -como el 12, el 30 o el 33-, hace referencia a la universalidad propia de la relación entre el hombre y Dios.

Entre los casos presentados, tan sólo el testamento de Diego García Bellido hace referencia a misas supersticiosas, concretamente a las de San Amador: “Yten mando qve se digan nueue missas/ rrezadas a señor Sant Amador y se pague/ la limosna acostumbrada de mis bienes./”[83] Teniendo en cuenta que se trata de un testamento dado en Indias pero por alguien natural de la península, hay que observar cómo, junto con la religión oficial trasladada en el afán evangelizador de los colonizadores, se produce también un traslado de las costumbres supersticiosas asociadas a esa religión del Viejo al Nuevo Mundo. Se descubre aquí un punto que merece un estudio específico y de mayor profundidad.

Es muy interesante valorar, en atención a Extremadura, los datos presentados por Rosa María Valverde sobre el encargo de misas en cuatro núcleos cacereños. A la hora de medir el número de misas que en el siglo XVII se encargan, es posible advertir que en todos ellos las misas supersticiosas tienen un peso mayor que las devocionales, e incluso, en los casos de Torrejoncillo y Casar de Cáceres, es mayor el número encargado de misas de la Consolación y San Amador respectivamente que las dispuestas por su propia ánima[84]. Estos datos ponen de relieve que, a pesar de los intentos de la Iglesia por encauzar las manifestaciones supersticiosas hacia las devocionales, el arraigo popular de las mismas blindó su supervivencia, al menos entre los sectores populares. En esta línea se han pronunciado también numerosos autores que han tratado el asunto de la muerte en el siglo XVIII, señalándose no sólo el mantenimiento de estas prácticas sino también el intento de combatirlas por parte de ilustrados de la talla del padre Feijoo, Mayans, Jovellanos y Meléndez Valdés[85].

 

2.4. Otros recursos para la Salvación: Indulgencias y mandas forzosas.

Tanto la indulgencia como las mandas pías tienen su origen en la realidad del pecado, ante el cual se consideraba la existencia de dos tipos de pena: la culpabilidad, eterna, con posibilidad de borrarse mediante el sacramento de la confesión; y la pena temporal, redimible mediante penitencias o la estancia en el purgatorio. Para los primeros cristianos, la absolución del pecado sólo era posible una vez en la vida tras el cumplimiento de una penitencia pública que solía realizarse a la vejez, pero con el tiempo ésta fue sustituida por la introducción en paralelo de las obras piadosas y las indulgencias.

La indulgencia es la remisión de las penas y concesión de la gracia obtenida por la intervención de la Iglesia. Encuentra su base legitimadora en la autoridad que la institución eclesiástica se adjudicó como depositaria de las infinitas gracias que generó la pasión y muerte de Cristo. Asimismo, también se consideró con capacidad para administrarlas, fundamento que da pie a su concesión. Las indulgencias pronto se fueron asociando en un doble sentido a las obras pías y al devocionismo, de tal forma que triunfó la idea de que, mediante determinadas oraciones, devoción a santos o imágenes, visitas a determinados lugares, etc. podía obtenerse la redención[86]. Alejo Venegas estableció ya una tipología con cinco clases distintas de indulgencia: los “limitados perdones”, que únicamente cubría la remisión de algunas penas; la “plenaria” que afectaba a la remisión de los pecados mortales confesados; la “plenior”, que además de los mortales abarcaba a los pecados veniales; la “plenísima”, para todos los pecados veniales; y finalmente, como culmen máximo de las indulgencias, el “jubileo”[87].

La práctica testamentaria, en la medida en la que la indulgencia era otro cauce para salir del purgatorio -al redimir las penas-, se asoció a una serie de indulgencias concretas que, no obstante, podían ser muy variadas: las bulas de difuntos, la elección de un hábito a modo de mortaja, el amparo de cofradías concretas cuya pertenencia implicaba una indulgencia, etc. Las bulas de difunto, documento que teóricamente permitía a su beneficiario alcanzar la salvación sin obstáculos[88], ganaron gran popularidad en la España del siglo XVII. Podían ser adquiridas en vida o bien señaladas para su adquisición en una manda testamentaria; sin embargo, precisaban de la bula de Cruzada para su validez. Esta última, surgida en el siglo XI concediendo favores a aquellos que fueron a Tierra Santa -o en el caso castellano, que combatieron a los musulmanes-, se había seguido emitiendo y vendiendo, desprovista de su objetivo inicial, por parte del Consejo de Cruzada[89]. Este tipo de bulas de difunto dio lugar a numerosos conflictos entre los partidarios y detractores de su validez, pues no estaba clara hasta dónde llegaba la autoridad papal sobre las almas del purgatorio[90]. Además, los fraudes asociados a las bulas -venta de bulas falsas, engaños sobre sus beneficios- eran una constante. Toda la literatura del Siglo de Oro, desde el buldero del Lazarillo hasta el padre de Rincón en Rinconete y Cortadillo, está plagada de referencias al buldero cuyo concepto se asocia al de una suerte de timador.

La elección del hábito de una orden religiosa a modo de mortaja como forma de ganar indulgencia también fue una práctica frecuentemente reflejada en los testamentos. Tal y como han señalado diferentes estudios[91], su demanda aumentó especialmente en la segunda mitad del siglo XVII y de cara al siglo XVIII. Para todo el periodo moderno, dos hábitos sobresalen sobre el resto: el carmelita y, sobre todo, el franciscano; aunque también se registran algunas peticiones sobre el dominico y el de la Concepción[92]. En relación con esto, no se puede dejar de mencionar que, favorecidos tras el Concilio de Trento, muchas devociones fueron fomentadas mediante la asociación de indulgencias, entre ellas la del Carmen[93]. El escapulario del Carmen, que según la tradición habría sido concedido por la Virgen al general de la orden San Simón Stock, estaba asociado a la creencia de que quienes muriesen con él no irían al infierno, añadiéndose a este beneficio con Juan XXII la salvación completa para quienes perseverasen en los votos de obediencia, pobreza y castidad[94]. Algo similar sucedió con el rezo del rosario, que se popularizó en el siglo XVII asociándose gran cantidad de beneficios espirituales a quien los rezase; pero también con el escapulario de la Santísima Trinidad y un sinfín de elementos[95].

Por último, hay que hacer alusión a otros dos tipos de mandas que también perseguían la salvación: las mandas forzosas y las mandas pías. Las primeras, de origen incierto, constituían una tradición que, si bien para el siglo XVII ya no era obligatoria, se mantuvo en algunos casos, al tiempo que diversificó sus beneficiarios. Así, si bien desde la Baja Edad Media la redención de cautivos había sido la principal manda forzosa -cuya percepción recaudaban órdenes con privilegios para ello como la Trinidad, la Merced, Santa Olalla de Barcelona, etc.-, hacia el siglo XVII se diversificaron[96]. Juan de la Ripia señaló, además de la redención de cautivos, los Santos Lugares de Jerusalén, los niños expósitos, el casamiento de huérfanas o la fábrica de la parroquia[97]. Las segundas, por su parte, tenían como beneficiarios causas piadosas, en ocasiones muy similares o coincidentes con las de las mandas forzosas, pero en este caso no eran cláusulas ni preestablecidas, ni obligatorias[98].

Las mandas pías, cuya importancia como “sistemas de seguros” en la muerte fue señalada por Teófanes Egido[99], se sustentaban en el tercer cauce para llegar a la salvación más allá de las misas y las devociones e indulgencias: la realización de obras piadosas.  En un contexto como el de la Contrarreforma en el que el valor de las obras se reafirmó, la sacralización de la pobreza y la caridad convirtió a los pobres en un instrumento para que los ricos lograran la salvación a través de la realización de obras piadosas. Si bien es cierto que la Iglesia llamaba a realizarlas en vida -considerándose por numerosos tratadistas que éstas tenían más valor-, los testamentos se plagaron de mandas que buscaban a través de este camino el destino de la salvación, aunque la práctica de la caridad quedase realmente en manos de los albaceas[100]. Así se dieron todo tipo de limosnas, como las destinadas a casar huérfanas, alimentar a los mendigos o incluso donar objetos de lujo a parroquias y cofradías, pero tal vez se podría señalar como protagonistas en esta cuestión a las instituciones con vocación a la caridad, como los hospitales, obras pías y casas de expósitos, entre otras.

Los dos testamentos dados en Indias, así como el del guareñense Fernando Sánchez Ortiz, presentan mandas pías y forzosas. Así se expresa en este último: “Mando al rrescate de cautivos/ y casa Santa de Jerusalén vn rreal de limosna y a las mandas forçosas lo acostum/brado”[101]. El hecho de que este tipo de mandas también se traslade a América de nuevo llama la atención, pues pone de manifiesto el traslado de los formulismos legales y también las actitudes mentales ante la muerte desde la península a Indias; aunque estudios más precisos sobre estas cuestiones son necesarios.

 

  1. CONCLUSIONES

A través de las mandas espirituales testamentarias ha sido posible realizar un retrato general de la actitud ante la muerte en la España y la Extremadura del Barroco. En este retrato, la muerte se presenta como hecho natural que, a través de un cúmulo de rituales religiosos, se convierte en un espectáculo de masas: el proceso desde el lecho del difunto a la sepultura es teatralizado por una comunidad que asiste como público expectante. De esta forma, si José Antonio Maravall definía el barroco como una estructura cultural dirigida, masiva, urbana y conservadora; la muerte, las actitudes ante ella, entran a formar parte de esa estructura cultural: presencia de toda la comunidad desde el momento de la vigilia, dirección de los ritos por la iglesia y mantenimiento de las mismas prácticas durante siglos, algunas a pesar de su persecución por las propias autoridades eclesiásticas. Asimismo, se corrobora de esta forma la idea de muerte pública para definir la muerte barroca.

Por su parte, la preparación de todo el ritualismo, así como el encargo de misas en cantidades incontables -algo que entra en contradicción con la creencia de su naturaleza y valor infinito- responde a un afán, no tanto de temor a la muerte como numerosos autores han escrito, sino concretamente de temor a la condenación eterna tras ella. La adaptación al hecho traumático de la muerte se producía en este caso mediante las creencias católicas en la posibilidad de vida eterna, pero también de no alcanzarla. La duda sobre la posibilidad de condenarse generaba una incertidumbre tal que daba pie al desarrollo de todo tipo de mecanismos para salvarse. En este sentido, la existencia de un lugar intermedio como es el Purgatorio servía para incentivar el recurso continuo a los elementos de salvación. Además, teniendo en cuenta las facultades que la Iglesia se atribuyó para distribuir la salvación a su antojo y el marco ideológico favorable, la institución -sumida, hacia el siglo XVII, en la más absoluta corrupción- capitalizó la posibilidad de alcanzar la Gloria -sirviendo de elemento corroborador de ello las indulgencias y mandas pías-, incentivando el temor de la población a la condenación por su propio interés económico y favoreciendo el recurso a los elementos de salvación. Existía, de esta forma, un bucle cuyo motor era el miedo a la condena, pero en el que la Iglesia ejercía de principal beneficiaria y patrocinadora de este miedo.

La respuesta social al proceso anteriormente descrito, en un modelo de sociedad como el barroco basado en la desigualdad estructural, fue favorable. En este sentido, se produjo una superposición del valor social de las prácticas sobre el valor espiritual: las posas, las ofrendas o el encargo de misas constituyeron la marca de una posición, dado que estos ritos tenían un coste que no todo el mundo podía asumir, o al menos no en la misma medida. Así, se rompía la idea de muerte igualadora al trasladarse la jerarquización social a este ámbito. Es cierto que todo el mundo moría, con independencia de su estatus; pero no todos morían igual: algunos lo hacían con misas perpetuas y otros con aquellas justas pagadas por la caridad.

El miedo a la condenación eterna va ligado también al mantenimiento de prácticas supersticiosas con origen incierto y que provienen de tiempos inmemoriales. La Iglesia, en su papel de directora de las actitudes ante la muerte, trató de orientarlas en la forma de devociones -capitalizando también estas y llegando a alcanzar un éxito rotundo-; pero sin conseguir eliminarlas por completo. Por su parte, se produjo un efecto contradictorio: la promoción de las devociones como intercesoras en el momento de la muerte se hizo en detrimento del culto a la divinidad principal, que quedó relegada a un segundo plano en las peticiones de auxilio. De esta forma, las solicitudes de amparo dirigidas hacia las devociones, más que ser muestra de religiosidad, expresan de nuevo el empeño en usar todos los cauces disponibles para obtener la salvación debido al miedo a la condenación.

Por último, no hay que dejar de advertir el interés que suscita la comparación de los testamentos peninsulares con los otorgados en Indias por naturales de la península, pues permite observar detenidamente el traslado de las costumbres y actitudes ante la muerte al Nuevo Mundo. Se señala, de esa forma, una línea de investigación muy interesante para retomar la cuestión de las actitudes ante la muerte: cómo se desarrollan éstas a ambos lados del Atlántico.

El cierre de este trabajo, al igual que su inicio, conviene dejarlo en las manos de alguien como Cervantes, que presenció en primera mano la muerte en la España barroca, y por supuesto de Don Quijote, que la conoció en sus carnes:

“Cerró con esto el testamento, y tomándole un desmayo, se tendió de largo a largo en la cama. Alborotáronse todos y acudieron a su remedio, y en tres días que vivió después deste donde hizo el testamento se desmayaba muy a menudo. […] En fin, llegó el último de Don Quijote, después de recebidos todos los sacramentos y después de haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de caballería”

[1] Philippe ARIÈS, El hombre ante la muerte, Madrid, Taurus, 1983 y Philippe ARIÈS, Historia de la muerte en Occidente: desde la Edad Media hasta nuestros días, Barcelona, El Acantilado, 2000, trad. de Francisco Carbajo y Richard Perrin.

[2] Michel VOVELLE, Piété baroque et déchristianisation en Provence au XVIIIe siècle. Les attitudes devant la mort d´après les clauses de testaments, París, Seuil, 1978.

[3] Los trabajos de Soledad Gómez Navarro y María José de la Pascua permiten trazar un panorama general y actualizado de los estudios sobre historia de la muerte. Vid. Soledad GÓMEZ NAVARRO, “Historiografía e historia de las actitudes ante la muerte: la España del antiguo régimen vista desde la provincia de Córdoba”, Open Edition Journals (2010) y María José de la PASCUA SÁNCHEZ, “Discursos y prácticas alrededor de la muerte. Reflexiones al hilo de 40 años de historiografía moderna en España”, Cuadernos de estudios del siglo XVIII, Núm. 27 (2017), pp. 167-194.

[4] Ángel RODRÍGUEZ SÁNCHEZ, “Morir en Extremadura. Una primera aproximación”, Norba. Revista de arte, geografía e historia, Núm. 1 (1980), pp. 279-298 y Ángel RODRÍGUEZ SÁNCHEZ, Morir en Extremadura (La muerte en la horca a finales del Antiguo Régimen, 1792-1909), Cáceres, Institución cultural “El Brocense”, 1980.

[5] Rosa María VALVERDE SÁIZ, La muerte en cuatro núcleos rurales cacereños durante el siglo XVII, Memoria de licenciatura inédita, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Extremadura, 1979; Isabel TESTÓN NÚÑEZ, “El hombre cacereño ante la muerte: testamento y forma de piedad en el siglo XVII”, Norba. Revista de arte, geografía e historia, Núm. 3 (1982), pp. 371-382; María Mercedes SANTILLANA PÉREZ, La vida: nacimiento, matrimonio y muerte en el partido de Cáceres en el siglo XVIII, Cáceres, Institución Cultural “El Brocense”, 1992; Antonio SOLETO LÓPEZ, La muerte en Badajoz durante el siglo XVIII, Memoria de licenciatura inédita, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Extremadura, 1988; Antonio SOLETO LÓPEZ, “Sociología testamentaria en Badajoz durante el siglo XVIII”, Revista de estudios extremeños, Vol. 46, Núm. 1 (1990), pp. 170-230 y Antonio SOLETO LÓPEZ, “La crisis de mortalidad en una ciudad de frontera”, Revista de estudios extremeños, Vol. 49, Núm. 1 (1993), pp. 109-150; Ángel TRIGUEROS MUÑOZ, “Las formas de religiosidad popular en la Extremadura del Antiguo Régimen: Devoción, piedad y superstición”, Revista de estudios extremeños, Vol. 50, Núm. 3 (1994), pp. 654-668 y Ángel TRIGUEROS MUÑOZ, “La religiosidad popular en el siglo XVI: moralización y represión en el norte de Cáceres”, Alcántara: revista del Seminario de Estudios Cacereños, Núm. 34, 1995, pp. 133-162.

[6] Carlos MARÍN HERNÁNDEZ, “Demografía y actitudes sociales ante la muerte en una localidad extremeña: Mata de Alcántara en el siglo XVII”, Coloquios Históricos de Extremadura, (2007),

https://chdetrujillo.com/demografia-y-actitudes-sociales-ante-la-muerte-en-una-localidad-extremena-mata-de-alcantara-en-el-siglo-xvii/ [Consultado el día 25 de febrero de 2022] y Francisco Javier RUBIO MUÑOZ, “Solidaridad estudiantil y actitudes ante la vida y la muerte en la Universidad de Salamanca del siglo XVI: la nación de Extremadura”, Tiempos Modernos, Vol. 8 (2016),

http://www.tiemposmodernos.org/tm3/index.php/tm/article/view/393/642 [Consultado el día 25 de febrero de 2022].

[7] Pedro MELGAREJO, Compendio de autos públicos, autos de participaciones, executivos y de residencia con el género de papel sellado que a cada despacho toca, Madrid, Imprenta de los herederos de Gabriel León, 1689, p. 76. Tanto P. García Hinojosa, como M. García Fernández, F. Martínez Gil y otros autores coinciden en esta división.

[8] Manuel J. de LARA RÓDENAS, La muerte barroca. Ceremonia y sociabilidad funeral en Huelva durante el siglo XVII., Huelva, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Huelva, 1999, pp. 111-116.

[9] Juan del ARCO MOYA, “Religiosidad popular en Jaén durante el siglo XVIII. Actitud ante la muerte” en León C. Álvarez Santaló et all. (coords.), La religiosidad popular, Barcelona, Anthropos, 1989, p. 323.

[10] Domingo GONZÁLEZ LOPO, “La vivencia de la muerte en las ciudades del Antiguo Régimen: Santiago en los siglos XVII al XIX”, Semata: Ciencias sociais e humanidades, Núm. 1 (1988), p. 185.

[11] Ángel RODRÍGUEZ SÁNCHEZ, “Morir en Extremadura …”, op. cit, p. 288.

[12] Manuel J. de LARA RÓDENAS, La muerte barroca …, op. cit., pp. 198-205.

[13] Archivo de Protocolos del Distrito de Don Benito. Guareña, Protocolo de Diego Martín de Llanos, 1670. L.126, fol. 40 rº.

[14] Archivo de Protocolos del Distrito de Don Benito. Guareña, Protocolo de Sebastián Barrero, 1688. L. 139, fol. 77 rº.

[15] María José de la PASCUA SÁNCHEZ, Vivir la muerte en el Cádiz del Setecientos (1675-1801), Cádiz, Ayuntamiento de Cádiz, 1990, pp. 138-139.

[16] Máximo GARCÍA FERNÁNDEZ, Los castellanos ante la muerte. Religiosidad y comportamientos colectivos en el Antiguo Régimen., Valladolid, Junta de C. y León, 1996, p. 175-182.

[17] Archivo General de Indias, CONTRATACIÓN, 482, N. 2, R. 2, (2), fol. 5 rº.

[18] Fernando MARTÍNEZ GIL, Actitudes ante la muerte en el Toledo de los Austrias, Talavera de la Reina, Imprenta Ébora, 1984, p. 84.

[19] Philippe ARIÈS, El hombre ante la muerte, Madrid, Taurus, 1983.

[20] Domingo GONZÁLEZ LOPO, “La vivencia de la muerte…”, op. cit., p. 186.

[21] Máximo GARCÍA FERNÁNDEZ, Los castellanos y…, op. cit., p. 175-231.

[22] “en la sepoltura de adonde/ está enterrado mi marido Alonso Esteuan Ortiz”. Archivo de Protocolos del Distrito de Don Benito. Guareña, Protocolo de Diego Martín de Llanos, 1670. L. 126, fol. 40 rº y “en/ las sepulturas a donde esttán enerados mis padres”. Archivo de Protocolos del Distrito de Don Benito. Guareña, Protocolo de Sebastián Barrero, 1688. L. 139, fol. 77 rº.

[23] Archivo de Protocolos del Distrito de Don Benito. Guareña, Protocolo de Alonso Moreno, 1591. L. 1, fol. 56 rº.

[24] Archivo General de Indias, CONTRATACIÓN, 482, N. 2, R. 2 (1), fol. 1 rº y Archivo General de Indias, CONTRATACIÓN, 482, N. 2, R. 2 (2), fol. 5 rº.

[25] Domingo GONZÁLEZ LOPO, “La vivencia de la muerte…”, op. cit., p. 187.

[26] Alejo VENEGAS, Agonía del tránsito de la muerte con los auisos y consuelos que cerca della son prouechosos, Toledo, Imprenta de Juan de Ayala, 1553, op. cit., p. 125v.

[27] Roberto J. LÓPEZ LÓPEZ, Comportamientos religiosos en Asturias durante el Antiguo Régimen, Gijón, Principado de Asturias/Silverio Cañada, 1989, p. 107; Francisco Javier LORENZO PINAR, Muerte y ritual en la Edad Moderna. El caso de Zamora (1500-1800), Salamanca, Universidad de Salamanca, 1991, p.165; Fernando MARTÍNEZ GIL, Muerte y sociedad en la España de los Austrias, Madrid, Siglo XXI, 1993, p. 429.

[28] Manuel J. de LARA RÓDENAS, La muerte barroca …, op. cit.,  pp. 327-328.

[29] Pablo GARCÍA HINOJOSA, Simbolismo, religiosidad y ritual barroco: La muerte en Teruel en el siglo XVII, Tesis doctoral dirigida por José Manuel Latorre Ciria, Universidad de Zaragoza, 2010, https://zaguan.unizar.es/record/5726, [Consultado el 10 de marzo de 2022], pp. 335.

[30] Manuel J. de LARA RÓDENAS, La muerte barroca …, op. cit.,  pp. 333-338.

[31] Archivo de Protocolos del Distrito de Don Benito. Guareña, Protocolo de Alonso Moreno, 1591, L. 1, fol. 56 vº.

[32] Archivo de Protocolos del Distrito de Don Benito. Guareña, Protocolo de Diego Martín de Llanos, 1670. L. 126, fol. 41 rº.

[33] Archivo de Protocolos del Distrito de Don Benito. Guareña, Protocolo de Sebastián Barrero, 1688. L. 139, fol. 77 vº.

[34] Archivo General de Indias, CONTRATACIÓN, 482, N. 2, R.2 (2), fol. 5 rº.

[35] Fernando MARTÍNEZ GIL, Actitudes ante …, op. cit., p. 72.

[36] Pablo IGLESIAS AUNIÓN, “Una aproximación a la religiosidad y piedad popular por medio de las cofradías en Extremadura durante los tiempos modernos”, Coloquios Históricos de Extremadura (1998), https://chdetrujillo.com/una-aproximacion-a-la-religiosidad-y-piedad-popular-por-medio-de-las-cofradias-en-extremadura-durante-los-tiempos-modernos/ [Consultado el día 1 de mayo de 2022].

[37] Jorge RODRÍGUEZ VELASCO, “Las cofradías y hermandades de la villa de Cáceres en el catastro de Ensenada”, XLVII Coloquios Históricos de Extremadura (2028), https://chdetrujillo.com/las-cofradias-y-hermandades-de-la-villa-de-caceres-en-el-catastro-de-ensenada1/ [Consultado el día 1 de mayo de 2022].

[38] Helena RODRÍGUEZ VILLAR, “En la vida y en la muerte: cofradías y devociones en la Pontevedra del Antiguo Régimen”, A la sombra de las catedrales: cultura, poder y guerra en la Edad Moderna, Cristina Borreguero Beltrán et all., Burgos, Universidad de Burgos, 2021.

[39] Máximo GARCÍA FERNÁNDEZ, Los castellanos y…, op. cit., p. 212.

[40] Archivo General de Indias, CONTRATACIÓN, 482, N. 2, R. 2 (1), fol. 1 vº

[41] Philippe ARIÈS, El hombre ante…, op. cit., pp. 132-134

[42] José Luis GONZÁLEZ NOVALÍN, “Religiosidad y reforma del pueblo cristiano”, Historia de la Iglesia en España, Tomo III-1º, Ricardo García-Villoslada (dir.), Madrid, Biblioteca de autores cristianos, 1979, p. 367.

[43] Pablo GARCÍA HINOJOSA, Simbolismo, religiosidad …, op. cit., pp. 305-312.

[44] Ángel RODRÍGUEZ SÁNCHEZ, “Morir en Extremadura…”, op. cit., p. 293.

[45] Isabel TESTÓN, “El hombre cacereño…”, op. cit., p.375.

[46] Máximo GARCÍA FERNÁNDEZ, Los castellanos y… , op. cit., p. 242.

[47] En este sentido, existe cierta variabilidad espacial en cuanto al número generalmente encargado. La tendencia más frecuente es el predominio de una sola misa cantada, sirviendo de ejemplo los datos presentados por Marion Reder Gadow para Málaga en el XVIII -aplicables también al XVII- (Marion REDER GADOW, Morir en Málaga. Testamentos malagueños del siglo XVIII, Málaga, Universidad de Málaga, 1986, p. 115). Sin embargo, otros espacios registran dos (Manuel J. de LARA RÓDENAS, La muerte barroca …, op. cit., p. 298), siendo algo excepcional encontrar áreas con más de dos misas cantadas.

[48] Manuel J. de LARA RÓDENAS, La muerte barroca …, op. cit.,  pp. 293-303.

[49] María José de la PASCUA SÁNCHEZ, Vivir la muerte…, op. cit., p. 199.

[50] Archivo de Protocolos del Distrito de Don Benito. Guareña, Protocolo de Alonso Moreno, 1591. L. 1, fol. 56 rº; Archivo de Protocolos del Distrito de Don Benito. Guareña, Protocolo de Diego Martín de Llanos, 1670. L. 126, fol. 40 rº.; Archivo de Protocolos del Distrito de Don Benito. Guareña, Protocolo de Sebastián Barrero, 1688, L. 139, fol. 77 rº; Archivo General de Indias, CONTRATACIÓN, 482, N. 2, R. 2 (1), fol. 1 rº- 1 vº; Archivo General de Indias, CONTRATACIÓN, 482, N. 2, R. 2 (2), fol. 5 rº.

[51] Pablo GARCÍA HINOJOSA, Simbolismo, religiosidad…, op. cit., pp. 328.

[52] Francisco J. LORENZO PINAR, Muerte y ritual…, op. cit, pp. 101-102.

[53] Pablo GARCÍA HINOJOSA, Simbolismo, religiosidad…, op. cit., pp. 319-322, 330.

[54] Cada autor, dependiendo de la orientación de su análisis, crea su propia clasificación. En este caso se ha escogido, por su sencillez y la facilidad para englobar otras clasificaciones, la ofrecida en Ángel TRIGUEROS MUÑOZ, “Las formas de religiosidad… “, op. cit., p. 653.

[55] Ángel TRIGUEROS MUÑOZ, “Las formas de religiosidad …”, op. cit., pp. 653-654.

[56] Isabel TESTÓN, “El hombre cacereño…”, op. cit., p.378.

[57] Manuel J. de LARA RÓDENAS, La muerte barroca …, op. cit., pp. 389-401.

[58]  Francisco J. LORENZO PINAR, Muerte y ritual …, op. cit, pp. 108-109.

[59] Archivo de Protocolos del Distrito de Don Benito. Guareña, Protocolo de Alonso Moreno, 1591. L. 1, fol. 56 rº; Archivo de Protocolos del Distrito de Don Benito. Guareña, Protocolo de Diego Martín de Llanos, 1670. L. 126, fol. 40 vº.; Archivo de Protocolos del Distrito de Don Benito. Guareña, Protocolo de Sebastián Barrero, 1688, L. 139, fol. 77 rº

[60] Archivo General de Indias, CONTRATACIÓN, 482, N. 2, R. 2 (2), fol. 5 rº.

[61] Archivo General de Indias, CONTRATACIÓN, 482, N. 2, R. 2 (1), fol. 1 vº; Archivo General de Indias, CONTRATACIÓN, 482, N. 2, R. 2 (2), fol. 5 rº.

[62] Archivo de Protocolos del Distrito de Don Benito. Guareña, Protocolo de Alonso Moreno, 1591. L. 1, fol. 56 rº.

[63] Archivo de Protocolos del Distrito de Don Benito. Guareña, Protocolo de Diego Martín de Llanos, 1670. L. 126, fol. 40 vº.; Archivo de Protocolos del Distrito de Don Benito. Guareña, Protocolo de Sebastián Barrero, 1688, L. 139, fol. 77 rº-77vº.

[64] Ángel RODRÍGUEZ SÁNCHEZ, “Morir en Extremadura…”, op. cit., p. 294-295.

[65] Soledad GÓMEZ NAVARRO, “Un momento ideal para acordarse de los santos: Cuando la muerte llega. La cláusula testamentaria de la intercesión en la España Moderna.”, El culto a los santos: cofradías, devoción, fiestas y arte, Núm. 8 (2008), pp. 58-63.

[66] José Luis GONZÁLEZ NOVALÍN, “Religiosidad y reforma…”, op. cit., p. 372-374.

[67] Ángel TRIGUEROS MUÑOZ, “Las formas de religiosidad…”, op. cit, pp. 658-659.

[68] Isabel TESTÓN, “El hombre cacereño…”, op. cit., p.380.

[69] Manuel J. de LARA RÓDENAS, La muerte barroca …, op. cit.,  pp. 408.

[70] Ángel TRIGUEROS MUÑOZ, “Las formas de religiosidad …”, op. cit, p. 660.

[71] Isabel TESTÓN, “El hombre cacereño…”, op. cit., p.380.

[72] Ibid., p.379

[73] Rosa M. VALVERDE SAIZ, La muerte en cuatro núcleos…, p. 137.

[74]  Isabel TESTÓN, “El hombre cacereño…”, op. cit , p.376.

[75] Ángel TRIGUEROS MUÑOZ, “Las formas de religiosidad …”, op. cit, p. 666.

[76] Ángel RODRÍGUEZ SÁNCHEZ, “Morir en Extremadura…”, op. cit., p. 292-293.

[77] José Luis GONZÁLEZ NOVALÍN, “Religiosidad y reforma …”, op. cit., p. 377-382.

[78] José Luis GONZÁLEZ NOVALÍN, “Las misas artificiosamente ordenadas en los misales y escritos renacentistas”, Doce consideraciones sobre el mundo hispano-italiano en tiempos de Alfonso y Juan de Valdés, Francisco Ramos Ortega (Coord.), Salamanca, Instituto Español de Lengua y Literatura de Roma, 1979, pp. 281-296 y Francisco J. LORENZO PINAR, Muerte y ritual …, op. cit, p. 109.

[79] José Luis GONZÁLEZ NOVALÍN, “Religiosidad y reforma …”, op. cit., p. 355.

[80] Fernando MARTÍNEZ GIL, Muerte y sociedad en la España de los Austrias, Madrid, Siglo XXI, 1993, pp. 209-240.

[81] Ángel RODRÍGUEZ SÁNCHEZ, “Morir en Extremadura…”, op. cit., p. 292-293.

[82]  Ángel TRIGUEROS MUÑOZ, “Las formas de religiosidad …”, op. cit, p. 659, 664.

[83] Archivo General de Indias, CONTRATACIÓN, 482, N. 2, R. 2 (1), fol. 1 vº.

[84] Rosa M. VALVERDE SAIZ, La muerte en cuatro núcleos …, pp. 139-147.

[85] Antonio MESTRE SANCHÍS, “Religión y cultura en el siglo XVIII español”, Historia de la Iglesia en España, Tomo IV, Ricardo García-Villoslada (dir.), Madrid, Biblioteca de autores cristianos, 1979, pp. 586-588, 600-602.

[86] Pablo GARCÍA HINOJOSA, Simbolismo, religiosidad…, op. cit., pp. 342-345.

[87] Alejo VENEGAS, Agonía del tránsito …, Op. Cit., p. 78.

[88] Pablo GARCÍA HINOJOSA, Simbolismo, religiosidad…, op. cit., pp. 362-363.

[89] José GOÑI GAZTAMBIDE, Historia de la Bula de la Cruzada en España, Vitoria, Editorial del Seminario de Vitoria, 1958, p. 375.

[90]  Francisco J. LORENZO PINAR, Muerte y ritual…, op. cit, pp. 122-124.

[91] Baudilio BARREIRO MALLÓN, “La nobleza asturiana ante la muerte y la vida”, Antonio EIRAS ROEL (coord.), La documentación notarial y la Historia: actas del II Coloquio de Metodología Histórica Aplicada, Santiago de Compostela, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Santiago, 1984, p.34. Mayor retraso en la implantación de esta costumbre se da en Andalucía, pero de igual forma se produjo tal como ilustran María José de la PASCUA SÁNCHEZ, Actitudes ante la muerte en el Cádiz de la primera mitad del siglo XVIII, Cádiz, Diputación Provincial de Cádiz, 1984, p. 111 y José Antonio RIVAS ÁLVAREZ, Miedo y piedad, testamentos sevillanos del siglo XVIII, Sevilla, Diputación Provincial de Sevilla, 1986, p. 117.

[92] Fernando MARTÍNEZ GIL, Muerte y sociedad…, pp. 560-561.

[93] Pablo GARCÍA HINOJOSA, Simbolismo, religiosidad…, op. cit., pp. 377.

[94] Juan de la ANUNCIACIÓN, Segunda parte del Promptuario del Carmen, Madrid, Imprenta de los herederos de Antonio Román, 1699, Diálogo IX, p. 315.

[95] Pablo GARCÍA HINOJOSA, Simbolismo, religiosidad…, op. cit., pp. 370-385.

[96] Fernando MARTÍNEZ GIL, Muerte y sociedad…, pp. 564-565.

[97] Juan de la RIPIA, Práctica de testamentos y modos de suceder, Madrid, Imprenta de Ángel Pascual Rubio, 1718, p. 28, pp. 115-116.

[98] Fernando MARTÍNEZ GIL, Muerte y sociedad…, pp. 566.

[99] Teófanes EGIDO LÓPEZ, “La religiosidad colectiva de los vallisoletanos”, Valladolid en el siglo XVIII, Vol. V de Historia de Valladolid, Valladolid, Ateneo de Valladolid, 1984, pp. 159-244.

[100]  Francisco J. LORENZO PINAR, Muerte y ritual…, op. cit, pp. 125-135.

[101] A. de Protocolos del Distrito de Don Benito. Guareña, Protocolo de Sebastián Barrero, 1688, L. 139, fol. 77 rº.

Nov 232022
 

 Visión de un secular e intolerable silencio a través del caso de Serradilla

 

Alicia Barbero Cuesta. Maestra.

Jesús Barbero Mateos. Maestro.

 

La historia de la escuela es un apasionante ámbito de estudio, por cuanto transcurre paralela (relativamente, eso sí) a la propia sociedad. En Extremadura ha venido impulsándose su estudio desde los primeros años de este siglo, cuando las competencias educativas en ciernes demandaban el establecimiento de su trayectoria, tan rica como desconocida.

De forma específica, las investigaciones y publicaciones sobre la escuela rural de la región han ido dando pasos lentos, pero firmes, durante este tiempo, aflorando la riqueza de su trayectoria y las aportaciones que han realizado a la educación nacional e internacional.

En este recorrido se echa de menos la determinación de las singularidades propias del magisterio rural femenino. Su callada, tenaz, comprometida, eficaz y silenciada labor, demanda un esfuerzo suplementario de investigación y análisis, que haga justicia a las maestras de escuela.

En la Extremadura rural se evidencia desde el siglo XVIII, a través del caso de Serradilla, que las mujeres ejercieron en nuestros pueblos como mecenas, maestras y motor de personalidades polifacéticas, cuya huella bien merece perpetuarse. Este trabajo es un intento de contribuir a este propósito.

 

TODO COMIENZA EN EL SIGLO XVIII.

La administración dieciochesca no había asumido la planificación de la educación, pero sí su control, que había depositado en manos de la institución eclesiástica: “la enseñanza de los niños a principios del siglo XVIII se hallaba principalmente en manos de la iglesia que mira como uno de sus principales deberes impartir la doctrina”[1]. En las zonas rurales comenzarían a establecerse escuelas al amparo de las obras pías, iniciativas que proliferaron en toda España desde los albores de la centuria.

Los sucesivos gobiernos intentaron controlar la proliferación de Cátedras de Gramática, que casi igualaron a las escuelas de primeras y segundas letras. En palabras de Gil de Zárate: “apenas había pueblo de alguna consideración que no las tuviese, cosa natural en un país en el que semejante estudio conducía al clero, refugio general de las familias pobres”[2]. Estos intentos de control pretendían evitar la existencia de preceptores incompetentes y el daño que se hacía a la agricultura y a los oficios manuales, por el elevado número de alumnos de clases bajas que intentaban cursar estos estudios. Se trataba de limitar el acceso a Los puestos religioso, administrativo o docente de esos grupos sociales, que las veían como una vía de escape a su condición, socialmente poco prestigiada, de trabajadores manuales. El intento de reservar estos estudios a los grupos de élite es bastante claro[3].

Aunque el modelo de educación en el Antiguo Régimen consistía en una enseñanza primaria rural inexistente, Serradilla pronto rompería la regla al iniciarse la educación institucionalizada en el primer tercio del siglo, como consta en su acta fundacional, recogida en el Libro de Bezerro de la parroquia.

 

Una mujer funda la primera escuela: Catalina González “La Chuca”

La Escuela de Primeras y Segundas Letras y Cátedra de Gramática, se fundó en el siglo XVIII, concretamente el veintisiete de diciembre de mil setecientos treinta y cuatro: “Catalina González la Chuca por escritura que otorgó en veintisiete de diciembre de mil setecientos treinta y cuatro ante Joseph González Toril y Zayas, escribano que fue de número y Ayuntamiento de esta villa de La Serradilla, fundó una escuela para enseñar a leer, escribir y contar a los niños de esta dicha villa”

La Chuca era soltera, hija de Juan Mateos y de Catalina González y disponía de la dotación testamentaria que había heredado del religioso Domingo Fernández Serrejón, a quien había atendido hasta su muerte, acaecida el día 26 de mayo de 1.731.

Catalina González tomó la iniciativa, estableciendo la fundación de una Obra Pía, sufragada, íntegramente, con los mil reales procedentes de las rentas de una serie de escrituras de censo, cargadas sobre sus propiedades, con la aportación añadida de su propia casa, pues era usufructuaria de la casa del religioso situada en la calle de los Curas, llamada hoy de Agustín Sánchez Rodrigo, que pudo disfrutar hasta su muerte el 6 de noviembre de 1.742.

La fundadora quería garantizar el cumplimiento de lo estipulado, implicando a la iglesia y al Concejo a través del Alcalde nombrado por los vecinos: “para que en todo tiempo tenga puntual cumplimiento esta mi disposición, Memoria y Dotación de escuela de maestro de niños y preceptor de gramática, nombro por patronos de ella, en primer lugar a mí por todos los días de mi vida, y después que yo fallezca, nombro al señor Cura Teniente más antiguo que fuese en la Iglesia Parroquial de esta dicha villa, y al señor Alcalde Ordinario que fuese en ella, por el estado General, para que ambos a dos procuren mirar por la conservación de dicha escuela y de sus rentas”. Es evidente, además de otros motivos, “por hacer este beneficio universal a mi patria”, su vinculación religiosa, “lo que espero ha de ceder en mayor servicio de Dios Nuestro Señor y de su Santísima Madre”.

La benefactora esperaba alcanzar piedad y providencia divinas, cuando percibía encontrarse en los umbrales de la muerte: ”suplico que acepten este corto obsequio, que postrada pongo a sus pies, esperando de su infinita piedad y providencia” [4].

En definitiva, Catalina sería la patrona de la fundación hasta el día de su muerte, momento en el que este cargo recaería, a partes iguales, sobre el cura teniente más antiguo de la villa y sobre el Alcalde ordinario de ella;  los contenidos serían doctrina cristiana y buenas costumbres, como forma de garantizar el acceso de los niños a la Cátedra de Gramática, que les posibilitase alcanzar cargos religiosos y así poder servir a Dios; y era condición indispensable para que la fundación perdurase, que todos los días fueran los niños a misa, saliendo en parejas por las calles los más adelantados recitando el catecismo.

Esta fue la primera piedra de la escuela serradillana, cuya renta fue duplicada en 1.798 por el presbítero Celedonio Mateos.

 

El desregulado ejercicio del magisterio.

Hallamos la primera referencia a los enseñantes a mediados del siglo XVI. El sínodo diocesano celebrado en Plasencia estableció en su constitución sinodal II, las funciones del sacristán. Entre ellas, como “persona que ansí tuviera a su cargo el enseñar a los niños”. El sínodo encargaba impartir la catequesis “a la persona que ansí tuviere cargo de enseñar a los niños, con el salario que para ello oviere de aver, a alvedrío de nuestro visitador”[5].

En el siglo XVIII, Felipe V creó en 1.743 la Hermandad de San Casiano, a la que podían pertenecer todos los maestros que habían sido evaluados por tribunales laicos.[6] Hasta entonces, sacristanes y maestros que ejercían por libre asumían las funciones de la enseñanza. Pero a pesar de esta dejadez, no faltaron: “maestros que asistían puntualmente, mañana y tarde, a la escuela, donde enseñaban a leer, escribir, contar y la Doctrina Cristiana”[7].

Los gobernantes intentaban fomentar la enseñanza, concediendo distintos privilegios a los maestros, prohibiendo las escuelas mixtas, instando a los alcaldes para que se ocuparan de los edificios que albergaban las escuelas y de los maestros, e incluso llegaron a establecerse horarios. En nuestros pueblos apenas llegaron noticias de estas medidas.

Serradilla había tenido durante mucho tiempo, con anterioridad a la fundación de la escuela, falta de maestro ”que enseñe, motivo de muchas ignorancias en esta villa y pocos que se inclinen al estado de sacerdotes y religiosos”[8].  Si en alguna ocasión lo hubo, como en tantas localidades, debieron ser hombres “que impedidos de ejercer oficios, o carecer de ellos, enseñan lo que ignoran por corto estipendio que pagan los que asisten a ellas”[9]. Este planteamiento cambiaría. Disponiendo de financiación y local, se imponía la elección y nombramiento de maestro, bajo unas cualidades personales y profesionales muy específicas: “Que el maestro de niños y preceptor de Gramática han de ser personas en quien concurran todos los requisitos y circunstancias que se requieren para semejante empleo, como buen cristiano temeroso de Dios y de su conciencia, quieto y pacífico, de buenas y loables costumbres, que sepa bien leer, escribir y contar, y la Gramática para poderla enseñar con perfección a los que quieran aprenderla, y que mire y atienda en modo su ministerio a la mayor honra y Gloria de Dios Nuestro Señor, y aprovechamiento de los niños. Ha de ser precisa y necesariamente capaz, hábil y suficiente para poder enseñar, asimismo, con toda perfección la Gramática, a quien quisiera que quiera aprenderla”[10].

Para poder disfrutar de la renta. “habiendo en esta dicha villa, sujeto vecino y natural de ella en quien concurran las calidades, requisitos y circunstancias, haya de ser preferido a otro que no lo sea. Y si hubiere pariente mío o del dicho Don Domingo Fernández Serrejón, sea elegido y nombrado en primer lugar, si concurriesen en él las dichas cualidades y circunstancias”[11]

La fundadora y los patronos formarían el tribunal de selección y velarían por el cumplimiento de las estipulaciones.” Y para que en todo tiempo tenga puntual cumplimiento mi disposición, nombro por patronos, en primer lugar, a mí por todos los días de mi vida, y después que yo fallezca, nombro al señor Cura Teniente más antiguo en la Iglesia Parroquial y al señor Alcalde Ordinario, para que ambos a dos puedan nombrar y nombren a aquél en quien concurran las cualidades, requisitos y circunstancias que van prevenidas en esta fundación. Y si llegare el caso de hallarse discordias dichos patronos en el nombramiento de tal maestro de niños y preceptor, nombro en la discordia al confesor y capellán mayor del Convento de Monjas Agustinas Recoletas de esta villa de La Serradilla (Lo era entonces D. Manuel Curiel y Cabezas), de suerte que donde concurran los dos votos quede dicha elección y nombramiento de maestro”.

A los patronos queda expresamente encomendado velar por el cumplimiento de la fundación: “pido y suplico a los dichos señores patronos se apliquen con el mayor celo y actividad al exacto cumplimiento de esta fundación”. En previsión de que una vez nombrado el maestro, se comprobase su ineptitud o dejase de cumplir los requisitos requeridos “y amonestándole y requiriéndole dichos patronos no lo hiciere, sea privado de la renta y puedan nombrar otro en su lugar”.

El 26 de marzo de 1.736 se nombró al maestro: “pasamos a expedir nuestro título de maestro a Simón Herrero, vecino del lugar del Campo con la dotación anual de mil reales y veinticuatro maravedís, incluida la casa.”[12] Dieciséis años después era maestro de primeras letras, Antonio González Rosado y Preceptor de Gramática, Francisco Sánchez Torres, “a quien regulan, además de lo que por Boticario le va regulado, 400 reales al año”.[13]

En marzo de 1.767 era maestro de la escuela de primeras y segundas letras Miguel Sánchez Rico y cuando la centuria tocaba a su fin, lo era Gregorio Arroyos.[14] La cátedra de gramática había desaparecido.

Cinco docentes se documentan en el ejercicio del magisterio local. Todos varones. A pesar de ser femenina la fundación de la escuela, ninguna maestra ejerció durante la centuria.

 

MAESTROS, MAESTRAS Y AUXILIARES. NUEVOS TIEMPOS EN EL SIGLO XIX

A finales del siglo XVIII el maestro era Gregorio Arroyos. Iniciado el siglo XIX asumió el puesto de maestro José Gil Pacheco, natural de la vecina villa de Mirabel, que se incorporó en 1.823. A partir de aquí y hasta finales del siglo XIX, se documentan todos los maestros que ejercieron en Serradilla, y lo que es más importante ara lo que nos ocupa, un considerable número de maestras.

Respecto de los maestros, la sucesión comienza con José Gil Pacheco, seguido de Antonio Blasco, que dio paso a Juan Cano y Cuadrado, a quien relevó Quintín Polo Luceño.

En sus tareas diarias los maestros podían ser auxiliados por personas sin formación, aunque con grandes dosis de voluntad y determinadas aptitudes. Sabemos que en Serradilla uno de los auxiliares de José Gil, fue Francisco Félix Sanz, además de su propio hijo. Esta figura del auxiliar fue tomando cuerpo en la legislación educativa, a medida que avanzaba el siglo. El R.D. de 10 de junio de 1.868 que aprobaba el reglamento de las escuelas, establecía que “cuando los maestros no se encarguen por motivo justificado de la escuela de adultos, se encomendarán a otra persona de notoria moralidad e instrucción, a juicio de las Juntas”[15].

Ya a finales de la centuria los auxiliares dispondrían de su propio reglamento[16], y precisaban de una adecuada formación. Debían ayudar al maestro cuando el número de niños fuese excesivo. A lo largo del curso 1.874/75, en Serradilla había “maestros, maestras y auxiliares: Juan Cano y Cuadrado, Inés Granados y Marceliana Gallardo”[17]. Pero esta figura fue eliminada en 1.899[18], estableciéndose que los maestros fueran ayudados por maestros, y a las maestras de niñas, de párvulos y de clases dominicales, maestras con titulación.

Todo, menos ejercer el magisterio.

Como veremos, una coincidencia persiste y afecta por igual a maestros y maestras. Desde la fundación de la primera escuela, apenas dos docentes locales ejercieron en Serradilla hasta finales del siglo XIX. ¿Cuál fue la razón?

Hallamos una clara y contundente respuesta: “Aquí las palabras “ricos y pobres”, no significan más o menos capital; se emplean como sinónimo de nobles y plebeyos. Aquí aún no se ha dado carta de naturaleza a la moderna burguesía. La ejecutoria más estimable es la de ser labrador, con exclusión de toda otra profesión u oficio. Únicamente no se desdora un serradillano dejando de ser labrador, si es rico y estudia una carrera distinguida como ingeniero, abogado, médico, etc. Los que estudian carreras más inferiores, son duramente vituperados y hasta despreciados en muchas importantes ocasiones. Consecuencia lógica de lo expuesto es que aquí todos éstos son forasteros. Sería una indignidad para un serradillano ejercer estos oficios, aunque supiera enriquecerse; primero se muere de hambre y de vergüenza en un mísero rincón”[19].

La descripción y el análisis que apunta el autor, dejan suficientemente claras las razones que llevaron a que tan escaso número de serradillanos ejerciesen durante este amplio periodo de tiempo. Con el paso del tiempo cambiarían radicalmente estos planteamientos.

 

Las maestras comienzan a enseñar en Serradilla…, cien años después.

La documentación existente, las referencias y la información disponible acerca de las maestras es mucho más escasa que la habida para sus colegas masculinos. La primera referencia fehaciente se concreta en la docente Felipa Domínguez Nora. El día 16 de febrero de 1.853, las autoridades provinciales ordenaron al ayuntamiento confiar en esta maestra la escuela de niñas de la villa, “Con preferencia a cualquier otra persona que no tenga título”. Fue nombrada “maestra de la escuela pública de este pueblo, empezando a disfrutar la dotación fija de 1.333 reales” y una dotación variable, pagada mensualmente por las niñas menos pobres, a razón de “un céntimo las que lean, dos las que escriban y tres las que borden y hagan otras labores diferentes, con la condición que ha de enseñar de balde a las niñas pobres”.

 

María Garrido y Llanos. Frente al atropello, tenacidad.

La siguiente maestra documentada es María Garrido y Llanos “En 7 de octubre de 1.868 fue destituida de su escuela, la que tenía en propiedad hacía trece años”[20]. Había tomado posesión en 1.855, seguía ejerciendo en el curso 1.860/61, y se mantuvo en ella durante trece años, hasta que, finalmente, fue destituida del puesto a raíz de la revolución de 1.868. Esta es la primera maestra singular a la que nos vamos a referir y en cuyas circunstancias profesionales profundizamos.

Tras la grave crisis financiera y la calamitosa crisis de subsistencias de 1.866, la sociedad española se planteó cambios políticos y sociales. Estallaba en 1.868 “La Gloriosa”, revolución que trataba de imponer las libertades democráticas, impulsando un sustantivo avance de la educación y la cultura. Trastocó las instituciones existentes a partir de la formación de Juntas Revolucionarias en todo el territorio nacional.

También en Serradilla se constituyó la Junta Revolucionaria Local. Una de las primeras medidas que adoptaron sus miembros, fue el cese fulminante de la maestra de niñas, María Garrido y Llanos, como queda de manifiesto en la solicitud de amparo que la maestra dirigió al Director General de Instrucción Pública desde su nuevo destino: “Ilmo. Señor Director de Instrucción Pública. Doña María Garrido y Llanos, profesora de Instrucción Primaria, titular de la escuela de niñas de Villa del Campo, manifiesta que agotados los recursos en demanda para que se le pague la dotación que la señala la Ley se ve en la necesidad de acudir a V.I., buscando justicia. Quiero que se entere minuciosamente de lo sufrido desde la revolución del sesenta y ocho”.

Sobre las causas del cese nada se aclara en este documento, aunque “fue destituida por medio de un simple oficio en el que nada se alega, dirigido por la Junta Revolucionaria de aquel pueblo llamado Serradilla, en la provincia de Cáceres”. La maestra consideró que la destitución había sido sin justa causa y de dudosa legalidad[21]. Inició un proceso legal para poder cobrar los emolumentos que el ayuntamiento le debía; proceso que se dilataría notablemente en el tiempo.

“Enseguida la que habla acudió en queja a la capital”, donde sus demandas fueron estimadas como justas, “ordenando el Sr. Gobernador la reposición de la misma en dos de diciembre de 1.869”. Los regidores serradillanos no estaban dispuestos a dar marcha atrás en la decisión que habían tomado y “formaron un expediente villano, injusto y calumnioso” para justificar su actitud. Por su parte la maestra, “visto que pasaron muchos meses y aún años y aquella cuestión no se fallaba, acudió a la Dirección General” en busca de apoyo. Se estimaron sus planteamientos y “en 13 de enero del 73 se dignó dar o expedir un Real Decreto, mandando que pague el Alcalde de Serradilla a la maestra María Garrido y Llanos todos sus haberes y que el Alcalde pague a la maestra interina todo su haber de su propio pecunio, por desobediente”.

El Alcalde, lejos de amedrentarse, siguió en sus trece y “como éste tuviera algún empeño, para él no bastaron varias órdenes ni circulares, ni Reales Decretos”[22]. Las instancias superiores se mantuvieron, igualmente, en su postura y, finalmente, al primer edil no le quedó otra salida que buscar una solución al conflicto. “Pero visto que ya la Junta provincial no le dejaba, amonestándole que cumpliera con lo mandado en la Real Orden, también le advertía cómo no hizo caso tampoco de esta Orden dirigida en 29 de abril de 1.873, otra en quince de julio para lo mismo, y ahora, viendo ya que le sacaba el tanto de culpa, llamó a la exponente, ofreciéndola la mitad de su haber”. La maestra ganó confianza en la defensa de sus planteamientos, y no se conformó con la oferta que se le proponía: “como la deuda ascendía a 3.950 pesetas, parecía mal a la que habla perder aquella suma”. Afirmaba que en el ayuntamiento “se valieron de una infamia, extendiendo un acta en la que dicen “se le entregaron dos mil pesetas y que perdone lo demás”.

La depauperada situación económica de María Garrido, no le dejó otra salida que firmar en documento con esa condición: “así se firmó porque ya la necesidad era mayor que otras veces, con que dejó de percibir la pobre maestra 1.950 pesetas”. En su exposición al Director General, la docente seguía argumentando el impago de cantidades debidas: “Ajustó aquel señor Alcalde la cuenta hasta el 13 de enero del 74, y la que habla permutó su escuela con la que hoy desempeña en 1º de diciembre del mismo 74”. A la vez informaba que “no ha querido aquel alcalde pagar hasta el día que tomó posesión (la maestra) en la Villa del Campo, reclamándole por este concepto 639 pesetas y 25 céntimos”.

Es decir, tras el cobro de las 2.000 pesetas, la maestra seguía teniendo a su favor 2.589 pesetas, que trataba de justificar ante la Junta Provincial de Instrucción Pública, que la había requerido para ello mediante oficio nº 306 de 18 de abril de 1.877. La instaba, además, a que detallase las cantidades “que de atrasos anteriores debe el alcalde de La Serradilla, por concepto de personal, retribuciones y alquiler de la casa habitual, desde el 13 de enero de 1.874, hasta el 30 de noviembre de referido año”. Y, desde luego, María Garrido lo detalló escrupulosamente. Resumía así los datos expuestos: “arroja esta liquidación, hecha escrupulosamente, la suma de seiscientas cuarenta y dos pesetas y tres céntimos”[23]. Para mejor argumentar las cantidades adeudadas, la maestra cosió a la solicitud dos documentos anexos, en los que entraba aún más al detalle del estado de cuentas: deuda, cantidades recibidas y cantidades pendientes de cobro.

Tomando como base los detalles justificados, María Garrido se quejaba, “tengo gastado mucho en consultarlo”, a la vez que se reafirmaba en su postura, en cuanto que “todos los abogados me dicen que “sacará la recurrente todo lo atrasado, porque el Alcalde no es bastante ni nadie para contrariar un Real Decreto”. Sin embargo, también transigía, probablemente con la intención de zanjar cuanto antes y definitivamente el asunto: “que pague siquiera el pico hasta que se hizo la permuta”. Finalizaba la misiva suplicando al Director General que “con tantos motivos, se digne en admitir la presente y que logre cobrar lo que con tanto trabajo pertenece a ésta”[24]

El cese de la maestra llevado a cabo por la Junta Revolucionaria Local tras la revolución de 1.868, originó un largo contencioso entre la titular de la escuela y el alcalde, que duró, al menos, ocho años. Es una pena que no hayamos podido probar documentalmente, primero las causas que llevaron a la expulsión de la maestra; y en segundo término, una vez que ésta había sido destituida, si logró, finalmente, cobrar las cantidades que el ayuntamiento de la villa le adeudaba. En todo caso, es evidente que “La Gloriosa” vino a ser una excusa para depurar el magisterio de la villa. En este caso a la maestra, pues no ocurrió así con el maestro de niños.

Su puesto fue ocupado por la maestra interina, Inés Granado, hasta más allá de la incorporación de la nueva maestra definitiva, cuya escuela había permutado por la de Villa del Campo, como se desprende de la información recogida en una relación de adeudos de abril de 1.874, donde se solapa la maestra Marceliana Gallardo, titular de la permuta. Desempeñó su puesto a lo largo de 6 años, hasta que el Rector de la Universidad literaria de Salamanca, tuvo “a bien nombrar a Doña María Galindo maestra en propiedad de la escuela de primera enseñanza elemental completa de niñas de Serradilla, el 19 de enero de 1.880”.[25] Ejerció sus funciones hasta que “Rosario Marchante Lora, por oposición, a los 21 años obtuvo esta escuela el 18 de julio de 1.895”[26].

Hemos documentado el ejercicio profesional de seis maestras en Serradilla. Consta que otra profesional ejerció por los mismos años. Aunque el documento en el que aparece su nombre está sin fechar, por los materiales que en él se describen, su permanencia corrió paralela o simultánea a la de las maestras ya descritas. Se trata de Petra Becerra, quien realizó un “inventario de los enseres que existen en esta escuela que lo es de su propiedad y de los que se hace cargo”[27]. Teniendo en cuenta que la documentación manejada da comienzo a partir de 1.853, puede establecerse que, de media, estuvieron en torno a siete años en su puesto. Un dato relevante si tenemos en cuenta que la media de ejercicio de los maestros triplicaba, prácticamente esta cifra.

 

EN EL SIGLO XX LAS MAESTRAS SON FUNCIONARIAS. AHORA SÍ.

A finales del siglo XIX, la necesidad de que fuera el Estado el que se hiciera cargo de los haberes de los maestros, como único medio para solucionar el problema endémico de la selección y pago de salarios, se fue sintiendo con creciente fuerza, aunque no se conseguiría hasta principio del siglo XX. Sería en 1.901, mediante un R.D. de 26 de octubre, cuando los maestros de primeras letras pasaran a ser funcionarios del Estado, asumiendo éste el pago de las nóminas de forma directa, como ratificación del R.D. de 21/7/1.900. Se garantizaba definitivamente el salario, aunque se dejaban los gastos de arrendamiento de escuelas y casas de maestros, reparación y construcción a cago de los ayuntamientos[28].

Trataba de evitarse la intromisión de los elementos políticos locales en la escuela, cuando el caciquismo suponía una auténtica lacra social, que afectaba de forma directa a los maestros[29].

Y como la historia individual adquiere relevancia, en los casos en que un sujeto ha alcanzado renombre gracias a su trabajo en el correspondiente campo y la función educativa es una función social, el papel desempeñado por el educador fuera del aula es, a veces, tan importante como el propiamente profesional[30].

Las maestras de nuestra selección que ejercieron a lo largo del siglo XX, encontraron una forma de integrarse en la vida social, además de contribuir a los cambios o la permanencia de los acontecimientos que acompañaron sus vidas. Disfrutaron de un puesto de trabajo y una autonomía económica y familiar, que rompía la uniformidad de lo cotidiano en la vida de la población femenina, con un restrictivo marco de posibilidades[31].

A continuación, se detallan las circunstancias vitales y profesionales de aquellas en las que destacaron su ejercicio profesional y dotes de socialización vecinal: Rosario Marchante Lora[32], María Sánchez Gómez y Filomena Serrano Moreno[33].

 

La maestra pionera por antonomasia. Rosario Marchante Lora.

Nació en Salamanca en 1.873, habiendo tomado posesión de la escuela de Serradilla el 18 de julio de 1.895 tras obtener la plaza por oposición a los 21 años. Cesó por fallecimiento en 1.923, tras ejercer el magisterio en la villa durante 28 años. Vivió en la casa de maestros situada frente a la iglesia.

Al graduarse la escuela de niñas en 1.910, fue nombrada directora, cargo que ocupó hasta su muerte. Era hermana de Enrique Marchante y de Carmen Marchante, que estuvo largos años en Méjico y Puerto Rico, de donde regresó en agosto de 1.922, para acudir al homenaje que los antiguos alumnos dedicaron a su hermano Enrique, que había sido maestro en la localidad. José María Vecino escribió:

 

…Fue a la escuela…Un maestro cariñoso

le condujo por la ciencia de la mano…

¡vale más que el brillante más valioso

el formar un futuro ciudadano¡

 

Su labor en la enseñanza local fue calificada de abnegada, con incansable amor al trabajo, clara inteligencia, poderosa voluntad, facultades empleadas en educar a las niñas de Serradilla. Sus coetáneos consideraron que había contribuido directamente a elevar la educación y la cultura de una generación entera de mujeres de la villa, como consta en las actas de la Junta Local de Primera Enseñanza y en sus sucesivos ascensos.

De 1.902 a 1.910, los miembros de la Junta Local se mostraban muy satisfechos con los resultados de Rosario Marchante Lora, hasta el punto que el día 25 de julio de ese año, recibió un premio por los excelentes resultados obtenidos y cotejados por el inspector el día 13. El premio consistió en la entrega de una cantidad en metálico e imprimir 500 ejemplares de la memoria, 100 para la maestra y el resto para repartir entre el vecindario.

El día 8 de julio de 1.911, la Junta Provincial ascendió a Rosario Marchante, del escalafón de 825 pts. al de 1.100 pts. Nuevamente fueron excelentes los resultados en la escuela de niñas, mostrando la Junta Local un gran entusiasmo. También se acordó la entrega de un premio en metálico para la maestra. El día 1 de octubre de 1.911 el Director General de Primera Enseñanza, confirmaría su ascenso. El día 7 de marzo de 1.916 se ascendió nuevamente a Rosario Marchante, mediante R.O. de 9 de febrero, al sueldo de 1.375 pts.

Tras su muerte el día 4 de febrero de 1.923, acordaron el Ayuntamiento y la Junta Local acudir a los funerales y costear a perpetuidad el panteón de la maestra. El entierro estuvo muy concurrido y al día siguiente se escribió en El Cronista  “Si alguna vez puede decirse que un pueblo entero se halla dominado por el sentimiento de perder una de sus personas más queridas, difícilmente este sentimiento será tan unánime y profundo como lo es el de Serradilla en la muerte de Dña. Rosario Marchante, que elevó la educación y cultura en una generación entera de mujeres serradillanas”[34].

El poeta local José María Vecino, dedicó a la maestra estos sentidos versos, bajo el título Memento de Doña Rosario Marchante:

 

 

 

Vivió para enseñar…La dolorida

senda del vivir siguió, inculcando

en las mentes pueriles, siemprevivas

de los santos deberes ciudadanos.

Vivió para sufrir…fueron dolores

los constantes compañeros de su sino,

y del crudo padecer sacó las flores

del saber repartiéndole a los niños…

vivió, sufrió, enseñó…su apostolado

durará mientras dure lo inmortal;

mientras lata un corazón serradillano,

y se aprecie lo que es el enseñar.

 

 

Al cumplirse los dos años de su muerte, Serradilla rindió homenaje a la maestra, encargando una lápida de bronce al escultor extremeño Enrique Pérez Comendador. En el centro se esculpió su busto, a la izquierda el escudo de Salamanca y su nombre y a la derecha el escudo de Serradilla y la inscripción “Serradilla agradecida”.

 

 Lám 1. Lápida de bronce realizada por Enrique Pérez Comendador, para el homenaje a la maestra de 1.925. Museo de Serradilla.

 

Los actos de homenaje tuvieron lugar el día 22 de febrero de 1.925. El día 18, la comisión organizadora del homenaje dirigió una proclama al vecindario, de la que podemos destacar los siguientes párrafos:

Serradillanos: hace dos años murió en nuestro pueblo la Maestra Dª Rosario Marchante Lora. Sabéis, mejor que nadie, la inmensidad del trabajo y cariño que ella vertió entre las que hoy son nuestras mujeres. Para señalar a los serradillanos de mañana nuestro agradecimiento, Enrique Pérez Comendador hizo la placa. Acudid el domingo a ofrendar vuestro agradecimiento a la buena maestra”[35].

El programa de actos contenía: a las 9 reunión de autoridades; a las diez, misa; a las once, descubrimiento de la lápida en la escuela graduada de niñas y discursos; a las siete y media de la tarde, cena de honor como agradecimiento al escultor Enrique Pérez Comendador.

Se recibieron numerosos telegramas de homenaje de maestros de la provincia, del Inspector Jefe de Primera Enseñanza, de Ángel Rodríguez Álvarez, como Presidente de la Asociación Provincial del Magisterio, del Delegado Gubernativo… A decir de las crónicas, los actos resultaron de una “inusitada grandeza” y de sentido homenaje a “La maestra”, por antonomasia, “para ella la escuela era un templo, donde la sacerdotisa del magisterio se ofrecía como modelo de educadoras; como viviente ejemplo de renunciación del propio ser en obsequio de sus semejantes”.

 

Una memoria administrativa muestra un ejemplar compromiso vital y profesional.

Como se ha apuntado, la funcionarización permitió al magisterio dedicarse de lleno al desempeño de sus funciones. Y las maestras se aplicaron a ello con intensidad. Así lo muestra la detallada memoria de la escuela de niñas, presentadas por la maestra directora Rosario Marchante a la Junta Local de Primera Enseñanza, correspondiente al curso 1.912/13. Se trataba de un documento preceptiva, a tenor de lo regulado en el artículo 24 del R.D. de 5 de mayo de 1.913. Establecía que “cada maestro elevará a la Junta Local una memoria concisa anual, dando cuenta de los trabajos escolares realizados, los resultados obtenidos y los obstáculos que hayan podido dificultar su labor”[36].

En este caso es un auténtico tratado pedagógico y de organización escolar, que contienen una descripción detallada del funcionamiento de la escuela y pone de manifiesto las circunstancias concretas de las niñas y del desarrollo del curso escolar.

Comienza el documento mostrando una enorme modestia y afirmando la sinceridad con la que se ha elaborado la memoria, a la vez que se manifiesta un espíritu optimista y positivo respecto de la educación y sus repercusiones en las niñas. La directora alaba la labor de sus compañeras maestras, “llenas de entusiasmo y ganas, imbuidas de un ambiente moderno, progresista y beneficioso y habiendo puesto en marcha acertadas iniciativas, motivadas por sus arrestos juveniles, que esta directora siempre ha apoyado”.

A continuación, relaciona los trabajos desarrollados durante el curso, todos ellos inspirados “en la aplicación de principios pedagógicos en armonía con las modernas teorías y principios de las personalidades del momento”. Habían tratado de eliminar las lecciones aprendidas de memoria, criticando severamente las carencias del memorismo en la educación. En su lugar, habían tratado de poner en marcha métodos de enseñanza racionales y prácticos, aprovechando todas las ocasiones para suministrar lecciones sobre cosas, acostumbrando a las alumnas a investigar y descubrir por sí mismas, para que aprendan hechos y cosas de inmediata aplicación y utilidad”.

En el desarrollo de la actividad había tenido gran importancia la educación integral del carácter. Para ello realizaron paseos escolares, redacciones, diarios de impresiones, libros de memorias, lecturas comentadas y recreativas, recitado de poesías y ensayos de implantación de la Mutualidad Escolar.

Otra consideración de interés es la referida a la disciplina, “hemos aspirado a abolir los castigos físicos y los que puedan herir el amor propio de las niñas, su dignidad y concepto moral”. Para ello habían tratado de centrarse en la persuasión, la comunicación directa y constante, “convenciendo a las niñas del cariño e interés que las maestras sienten hacia ellas, para que consideren como un castigo el disgusto de las mismas” y, finalmente, tratando de inspirar en las pequeñas amor y confianza. Con la puesta en marcha de estos planteamientos habían conseguido muy buenos resultados.

Pero también se habían encontrado con obstáculos que habían originado perjuicios e inconvenientes. El carácter, las costumbres y los conocimientos de las niñas habían mejorado considerablemente. Aunque menos visibles, los conocimientos estaban mejor comprendidos que en cursos anteriores. Habían adquirido hábitos de economía, urbanidad, higiene y humanidad. Sin embargo, consideraba la maestra que “dada la intensa labor desarrollada, era de esperar una mayor extensión del conocimiento y de la disciplina”.

Como causas principales de la desproporción entre esfuerzo y resultados, se hallaban la irregularidad en la asistencia, para lo que se solicitaba colaboración de las autoridades, y las bajas en la matrícula antes de haber cumplido la edad legal para ello.

Estos obstáculos habían tratado de combatirse con denuedo, sin tregua ni descanso, habiendo conseguido atenuar sus efectos. La asistencia media había sido inferior al 50% de las alumnas matriculadas, con numerosas bajas en la matrícula, lo que había provocado que en tres ocasiones hubiesen de reajustarse los grupos para proporcionar los grados. Esto “había anulado la principal ventaja de la graduación: poder clasificar a las niñas con arreglo a su capacidad mental”.

Los peores efectos se habían notado en el tercer grado, pues los padres ocupaban a las niñas de esta edad en distintos trabajos, impidiendo su asistencia, “sin atender al enorme perjuicio en su educación, convirtiéndolas en víctimas inocentes de su censurable codicia o de mal entendida economía”.

Otro gran obstáculo era la economía, que originaba falta de material. La consignación del Estado “es mezquina e insuficiente”. Con cargo al presupuesto de la escuela sólo se podían facilitar libros, papel y plumas a las niñas pobres. Las familias con recursos estaban obligadas a costear todo el material necesario, aunque se resistían tenazmente “llegando incluso a darlas de baja en la escuela, debido a su repugnante tacañería, ignorancia supina y censurable desprecio por la educación de sus hijas”.

Esta falta de generosidad de los padres con más recursos, había originado también el fracaso en la puesta en marcha de la Mutualidad Escolar, situación que “para el próximo curso espera la maestra que varíe, ante el ejemplo dado por el Ayuntamiento y la suscripción popular para adquirir libretas de Instituto Nacional de Previsión y la Caja de Ahorros, a favor de las niñas pobres”.

En resumen, consideraba la directora que las maestras habían trabajado tenaz y constantemente en pro de la educación, esforzándose física e intelectualmente y habiendo procurado la mejora de sistemas, métodos y procedimientos de enseñanza. Habían preparado bien a sus alumnas para el ejercicio de la vida, para que pudieran “luchar victoriosamente contra la ignorancia, el vicio y la miseria”.

Si los resultados no habían sido todo lo brillantes que cabría esperar, la responsabilidad había sido de los obstáculos enumerados, “debiendo ponerse coto por los medios legales a la escandalosa irregularidad y falta de asistencia, a la vez que hacer propaganda a favor de la Mutualidad Escolar”. [37].

Así lo firmaba Rosario Marchante Lora en el mes de julio de 1.913.

 

 

Maestra a tiempo completo. María Sánchez Gómez.

Nació en Valencia de Alcántara el 23 de abril de 1.894, de padres maestros. Era la mayor de 11 hermanos, a los que sobrevivió. Pasó la niñez en Hervás, donde su padre había sido trasladado en 1.901. Cursó magisterio en Badajoz de 1.914 a 1.917, con la oposición de la mujer de su padre, que se había casado en segundas nupcias. Con 20 años terminó la carrera con sobresaliente y aprobó la oposición con la misma nota. Vino a Serradilla con 23 años tomando posesión el 1 de agosto de 1.918, y aquí se jubiló el 31 de agosto de 1.972, recibiendo un cálido homenaje del pueblo en marzo de 1.973, donde se leyó esta sentida poesía de Gonzalo Alonso Sánchez[38].

 

Medio siglo dedicado al magisterio,

medio siglo, trabajando día tras día,

con tesón, eficacia y sin descanso,

va gastando tu salud y tu energía.

Tu trabajo se convierte en sacerdocio,

enseñando y educando a tantas niñas

de este pueblo, que te aprecia y que te quiere

con el cual, enseguida te encariñas.

Y este pueblo, que bien puedes llamar tuyo,

porque ¡es tuyo!, porque en él centras tu vida,

hoy se siente conmovido y orgulloso

de tenerte y de contarte entre sus hijas.

¡Tu trabajo de diez lustros!, tu trabajo,

¡elevado al sacerdocio!, la semilla,

que esparciste en la escuela, ha germinado,

produciendo: ¡Santas madres de familia!

 

Recibió la Medalla al Mérito en el Trabajo, tras ejercer en Serradilla 47 años, 6 meses y trece días. “Los serradillanos se interesaban por aprender, en general eran inteligentes. Pasamos los años de la guerra sin preocupaciones de ninguna clase. Con nosotras nadie se metía”[39] Además del magisterio, la maestra María Sánchez Gómez incardinó su vida en Serradilla, poniendo en marcha, numerosas actuaciones en el Casino de la plaza, bajo la dirección del músico local Manuel Díaz Gómez, con guion de otra maestra, Filomena Serrano y de su hermana Laureana Serrano.

Así tenemos las zarzuelas: Luisa Fernanda, Molinos de Viento, La del Soto del Parral, Doña Francisquita, El Caserío, La Canción del Olvido, etc. El día 21 de septiembre de 1.927, la actuación comprendió: Zarzuelas: Cadáveres ambulantes y La Virgen de la Ermita; sainete: Las antipáticas del segundo y la canción: Caperucita.

Estos son los títulos de otras obras representadas: La fuga de un ángel, La muñequita azul, Los caprichos de Pilar, La hija del mar, La pulsera, Se necesita criada, El perdón por la venganza, Las bodas de los Reyes Católicos, Las fiestas de la villa, Madre alegría, Villa Tula, Coro de monaguillos, La manta del caballo, Ahora sí que somos ricos, La princesa improvisada, la maldición de una madre.

 

Escuela, cultura y vida. Filomena Serrano Moreno.

Había nacido en Torrejoncillo, hija del secretario del Ayuntamiento. Tomó posesión de su escuela en Serradilla el día 1 de septiembre de 1.921. Asumió la dirección de la escuela graduada de niñas en 1.923, tras la muerte de Rosario Marchante. Fue condecorada con la gran Cruz de Alfonso X el Sabio y cesó por jubilación el 26 de noviembre de 1973. Murió el día 26 de noviembre de 1.973.

Además del ejercicio docente, se integró plenamente en la vida local, desarrollando una extensa labor de animación cultural, principalmente, con la puesta en escena de numerosas obras de teatro, junto a su colega María Sánchez y su propia hermana, Laureana. Una obra de especial recuerdo se representó en 1.960, Estampas del Santísimo Cristo, de la que hubo tres representaciones en el Casino, a beneficio de la Parroquia. Había sido escrita por Filomena Serrano en diez actos, narrando la vida de la Beata Francisca de Oviedo, para celebrar el tricentenario de la venida de las monjas.

 

Micaela Hernández Arévalo. La maestra como chivo expiatorio.[40]

La Guerra Civil Española de 1.936-1.939, hizo aflorar los peores instintos de muchos españoles. En esta ocasión sería la maestra de Villarreal de San Carlos, Micaela Hernández Arévalo, blanco de falsas denuncias que originaron un traumático procedimiento de depuración que se dilataría en el tiempo y acarrearía no pocos disgustos a la maestra.

La escuela se había abierto en 1932 tras laboriosas gestiones por parte del ayuntamiento desde la década anterior, alegando aumento de población. había visitado la Villa el inspector de primera enseñanza el día 16 de diciembre de 1.931, para comprobar la adquisición de material escolar e informar la definitiva concesión de la escuela y nombramiento de maestra interina. El edificio fue deteriorándose hasta el punto de amenazar ruina en abril de 1.935. la reparación se demoraría hasta mayo de 1.936, cuando se acometieran las necesarias obras de reforma, para adecentar ambos edificios. En junio de 1.936, se informaba que el edificio recién reparado estaba situado en la única calle de la localidad, con fachada orientada al suroeste, tenía unas dimensiones de 6´66 m. de largo, 5´11 m. de ancho y 2´93 m. de alto. Disponía de dos ventanas de 1´06 x 0´68 m., no había lavabos, retretes ni otras dependencias, como patio de recreo se usaba el campo y disponía de adecuado material.

En el verano de 1.936, la aldea contaba con unos 80 habitantes. Había matriculados 31 alumnos, 18 niños y 13 niñas; 13 de 6 a 8 años, 9 de 8 a 10 años y 9 de 10 a 12 años. La asistencia media era más alta en los meses de invierno. Entre las causas del absentismo se destacaban la dedicación a los trabajos agrícolas y ganaderos, la apatía de los padres, la distancia a la escuela y la necesidad de vencer grandes obstáculos naturales, como los arroyos.

La maestra Micaela Hernández Arévalo había nacido en mayo de 1.902 en Zamora. “Huérfana de padre desde muy niña y educada cristianamente por mi madre y al lado de ella siempre”. Estudió magisterio en aquella ciudad, donde pasó toda su niñez y juventud. Había comenzado a ejercer interinamente con 21 años, en la escuela de Carbajales de Alba, en la provincia de Zamora, hasta que, mediante la celebración de los correspondientes cursillos, había obtenido su primer destino en propiedad en la escuela mixta de Villarreal de San Carlos, en septiembre de 1.934, cuando desplazó a la maestra interina que la ocupaba, Fuensanta Sánchez Bote. Su sueldo era de 3.000 pesetas. Desde que llegó a la localidad, estimaba la maestra que sus relaciones con las autoridades y vecinos eran cordiales. Consideraba el inspector Lucas García que tenía vocación, cultura, competencia y buena conducta profesional, no habiendo sido objeto de ningún expediente.

La maestra había llegado a la escuela durante el periodo republicano. En el tiempo que llevaba en la aldea, la concomitancia de algunas circunstancias, aparentemente ajenas a la escuela, vendrían a desencadenar la denuncia del alcalde pedáneo. Ello se deduce de los dos informes que, a instancias del inspector de Cáceres, remitió a la capital la maestra sustituta, María I. Sánchez Jover. De la usurpación de fincas y el robo de cosechas que se había producido en el periodo precedente al levantamiento militar, había sido víctima el alcalde, Celedonio Morales, cuando ejercía el cargo otro vecino, de tendencia izquierdista. De otro lado, la mala situación de la casa, había hecho que la maestra se hospedase en casa de una familia local, en la que el cabeza de familia fue alcalde durante la República, y se rumoreaba que sus hijos frecuentaban los servicios de una prostituta. Todo ello unido a que la maestra era soltera y estaba sin familiares en el pueblo.

“Han venido a visitarme en la escuela las madres una a una y todas hablan bien, la sienten y dicen que no debió estar en la casa que estaba. Me ha visitado la familia donde se hospedaba, muy atentos y muy tristes, ofreciéndome sus servicios. Esta poca gente, opuestas en política, son una calamidad para los pobres maestros. Nunca hizo política. De doña Micaela, lo que han censurado y censuran es la estancia en la casa en que estaba, y ¿qué iba a hacer si no había otra? Y es que los individuos tienen una célebre amiga en una huerta. Nunca hubo un escándalo de inmoralidad, lo que hay es mucha envidia. Chinchorros de un barrio, pocos y mal avenidos”. Las rencillas políticas entre vecinos, buscaron a la maestra como chivo expiatorio.

A partir de aquí se desencadenaron los acontecimientos. El día 31 de agosto de 1.936, el alcalde pedáneo, Celedonio Morales, presentó al de Serradilla un escrito de denuncia contra la maestra, en la que afirmaba que “en sus obligaciones escolares deja mucho que desear, por dejar la escuela abandonada y no haber dado clase durante muchos días laborables y en cuanto a su conducta moral, no es todo lo limpia que a su cargo le corresponde”. El alcalde, Marcelino Núñez, asumió estas afirmaciones y las trasladó al Rector de la Universidad de Salamanca el día 1 de septiembre de 1.936 y un oficio al Gobernador Civil de Cáceres, informándole que, de “los maestros y maestras de esta localidad, solamente la maestra de Villarreal de San Carlos, Dña. Micaela Hernández, siempre se destacó por sus ideas izquierdistas, no estando de acuerdo con ningún vecino de aquella localidad en la manera de llevar a cabo sus funciones como maestra”.

La intención era impulsar la destitución de la maestra, como así ocurrió. El Inspector Jefe provincial, mediante escrito de 20 de noviembre de 1.936, comunicó a la maestra que estaba cesada en su puesto, “por su falta de asistencia al movimiento nacional”. Ese mismo día, la maestra redactó un escrito, en el que solicitaba permiso para ausentarse de la provincia.

El día 1 de octubre remitió la maestra un escrito al Gobernador Civil de Cáceres, en la que manifestaba su sorpresa por las denuncias efectuadas “por cuanto ni toda mi vida anterior, ni mis actos recientes demuestran, sino todo lo contrario, justificación”. Apoyando sus afirmaciones, de forma muy respetuosa, reclamaba conocer “los cargos que se le imputan y se le permita justificación de sus actos, por si hubiera informes más o menos tendenciosos y, quizá, interesados”. Suplicaba se le permitiera la ampliación de informes, “en evitación de que, como en mi caso creo, pueda haber una víctima inocente”. También remitió un escrito al Rector de la Universidad de Salamanca, en el que afirmaba “toda mi vida anterior y mis actos recientes demuestran todo lo contrario, como puedo acreditar”. Solicitaba la revisión del expediente y conocer los cargos, “para contestarlos con los justificantes oportunos”.

También solicitó al Presidente de la Comisión Depuradora del Magisterio cacereño que le fuese remitido el pliego de cargos al ayuntamiento de Zamora, ciudad de su residencia, para proceder a formular los correspondientes descargos, que ya había comenzado a gestionar. Aportó uno del cura de Torrejón el Rubio, que informaba favorablemente; otro de María Sánchez Gómez y Octavio García González, Presidenta y Secretario del Consejo Local de Primera Enseñanza de Serradilla, favorable a su posición; un tercero del Alcalde de Serradilla, Marcelino Núñez, que certificaba su satisfacción con la actitud y el ejercicio profesional de la maestra, a pesar de haber asumido inicialmente la dudosa denuncia del alcalde pedáneo; uno del Inspector Jefe del Servicio de Inspección de Zamora, que acreditaba su adhesión al Movimiento; y el de la inspectora zamorana Mercedes Quiñones, que afirmaba de la maestra que trabajaba con cariño e interés.

El día 6 de noviembre solicitó al Rector de la Universidad de Salamanca que dejara sin efecto la destitución y la reintegrara en todos sus derechos. Hacía constar “la enemistad manifiesta del alcalde pedáneo de Villarreal y de algunos vecinos manejados por éste, con el alcalde anterior, de la cual se hace víctima a la que suscribe, por haberse tenido que hospedar en su casa, obligada por no reunir condiciones la casa-habitación y por no haber otra en el pueblo donde pudieran recibirla”. Estas afirmaciones clarifican el origen del conflicto. Acompañan los informes de distintas autoridades y personalidades locales: Francisco Cabello Casero, cura de Serradilla; Teodoro Fernández, alcalde; Antonio Adame Tapia y Emilio Barbero Bermejo, padres de familia; Valentín Barrado Clemente, cura de Torrejón el Rubio; Feliciano González de las Heras, cabo de la Guardia Civil de Serradilla; Ramón Berión Enríquez, párroco de San Vicente Mártir en Zamora; y Agustín Mangas, comandante de puesto de la Guardia Civil en aquella ciudad.

De forma simultánea, Antonio Floriano, inspector de Cáceres, había encargado a la maestra sustituta, María I. Sánchez Jover, que recabara información sobre su antecesora, entre el vecindario de la pedanía y se la remitiera a la mayor brevedad.

No sería hasta un año después, el 16 de octubre de 1.937, cuando Antonio Silva, Presidente de la Comisión Depuradora del Magisterio de la Provincia de Cáceres, remitiera el documento y comunicara a Micaela Hernández, como única imputación “hacer ostentación de ideas izquierdistas”. También emplazaba a la maestra para que “en el improrrogable plazo de diez días, formalice por escrito sus descargos y aporte los documentos de su defensa”.

Tan sólo tres días después, la maestra justificaba así su inocencia: “ni por mis antecedentes antes de ser maestra de Villarreal, ni por mi actuación después en el mismo, he hecho ostentación de ideas izquierdistas”. Describía sus avatares vitales desde niña y describía su situación familiar, relacionando la documentación aportada. Y continuaba diciendo: “tampoco pertenecí nunca a ninguna agrupación política, ni tomé parte activa en acto de carácter político y dada mi vida religiosa, retraída y casera, no tuve tampoco relaciones ni conversaciones políticas con nadie”. Finalizaba afirmando que su adhesión al Movimiento “fue espontánea y desde el primer momento”.

En noviembre de 1.937, quince meses después de la denuncia, la Comisión Depuradora del Magisterio de la Provincia de Cáceres, resolvió el asunto, considerando completo el expediente, pues, en atención al Decreto de 8 de noviembre de 1.936 y las Órdenes de 10 de noviembre de 1.936 y de 17 de febrero de 1.937 “de las diligencias de este expediente y prueba aportada por la Sra. Hernández se deduce su inculpabilidad y, por unanimidad, en la sesión del cinco de noviembre de 1.937, acordó proponer a la Comisión de Cultura y Enseñanza de la Junta Técnica del Estado Español, la ABSOLUCIÓN DE DOÑA MICAELA HERNÁNDEZ ARÉVALO Y SU CONFIRMACIÓN EN EL CARGO DE MAESTRA de la unitaria número uno de Villarreal de San Carlos, ayuntamiento de Serradilla”.

Lám 2. Francisca Mateos Rodríguez

Maestra, artista, mecenas y compromiso. Todo en Francisca Mateos Rodríguez.

Hija de labradores, nació en febrero de 1.904 en Serradilla. Comenzó a estudiar a los 22 años, rodeada de la incomprensión y falta de ayuda de una sociedad que la ahogaba y que calificaba de excentricidad sus ansias de superación personal. Autodidacta, en un principio, estudió la carrera de Magisterio y, tras aprobar diversas oposiciones, fue destinada a Madrid, donde ejerció como Directora de Grupos Escolares hasta su jubilación.

Obsesionada por la Cultura, luchó contra el analfabetismo. Su contribución fue decisiva en la construcción del Colegio Público «Antonio Machado», de 30 aulas, y de otros muchos. Cultivó las Bellas Artes, esencialmente la música y la pintura. Fiel a sus principios religiosos, fundó en Madrid la Cofradía del Santísimo Cristo de Serradilla, su pueblo natal al que amó hasta la muerte y donde quiso ser enterrada.

Fue condecorada con la Orden de Alfonso X el Sabio, con la Medalla al Mérito en las Bellas Artes, la Medalla de la Cruz Roja o diversos premios de ajedrez. Negándose a participar en el juego de la vida, en el que todo el mundo hace trampas, su lema era: » La mejor condecoración es que nadie te haga bajar la mirada».

Con su nombre se creó la Fundación «FRANCISCA MATEOS, LUCHA POR LA PAZ«, declarada de Interés Público, que fue constituida el día 28 de febrero de 1.993, aniversario de su nacimiento, y aprobada por Orden Ministerial el día 6 de abril de 1.993. Se trata de una organización no gubernamental, altruista, apolítica, aconfesional e independiente, orientada a las actividades sociales, culturales y de cooperación internacional. Como objetivos principales tiene estudiar e investigar en torno a ideas y continuar su trabajo, difundiendo la cultura en sus múltiples manifestaciones: exposiciones artísticas, bibliotecas, conferencias, alfabetización…

Así definió Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Presidente de la Junta de Extremadura a la singular docente serradillana: mujer extremeña extraordinaria y adelantada a su tiempo, doña Paquita, como era conocida, fue una mujer honesta, luchadora, activa, humanitaria y autodidacta, con todo lo que esto significaba en los años cincuenta, sesenta o setenta del pasado siglo. Por ello merece todo nuestro reconocimiento. Durante más de 30 años de magisterio, Francisca Mateos fue un referente para todos los que la conocieron.

A lo largo de una vida nada fácil, fue capaz de superar numerosas dificultades y ayudar a los demás. Escribió artículos en prensa y practicó la pintura y la música. Sin duda, una mujer pionera y admirada. Si Extremadura hubiera contado con muchas mujeres y hombres como Francisca Mateos, nuestro recorrido histórico hubiera sido otro y nuestro presente también. Afortunadamente ahora casos como el de Doña Paquita ya no son la excepción. Esta luchadora extremeña amó hasta la muerte a su pueblo natal, Serradilla, y allí quiso ser enterrada.

Lám 3. En el año 2.002, la localidad dio su nombre a un parque, donde se colocó una estatua de la maestra, como homenaje a su trayectoria vital.

 

A MODO DE EPÍLOGO. MUJER Y ESCUELA RURAL.

En definitiva, queda pues de manifiesto la importancia del magisterio rural femenino en la Extremadura rural. La calidad de su compromiso y la lucha frente al avasallamiento padecido que, en el caso de Serradilla, contrasta con sus colegas maestros, a pesar de haber mantenido un ejercicio profesional mucho más dilatado y numeroso.

Las maestras que ejercían en pueblos pequeños y aislados, fueron jóvenes idealistas dispuestas a lo difícil. Ejercer el magisterio rural se presentaba ante la opinión pública, como la tarea más noble a la que las maestras podían dedicarse, por la rápida y eficaz repercusión de su acción:

“La maestra rural es en el pueblo su salvación o su perdición. En una gran ciudad queda diluida, difuminada en el ambiente. En el pueblo la maestra es la maestra; la piedra del escándalo o el modelo para todo, el espejo en el que se miran las niñas, las madres, los más jóvenes y los más viejos del lugar. ¡Cuánto bien y cuánto más puede hacer un maestro en un pueblo!”[41]

La actividad de las maestras en el pueblo sobrepasaba las paredes de la escuela. Con un alto porcentaje de analfabetismo, lo mismo rellenaban un impreso que escribía una carta. Para la mayoría de las maestras, la vida y experiencias de la escuela constituían el nudo central del discurrir de sus vidas. Configuraba sus expectativas y sus logros en medio de complicadas situaciones. Sabían que para asegurar la efectividad de su labor tenían que involucrarse personalmente más allá de la escuela. Tomaban trascendentales decisiones sobre su vida: quedarse durante décadas en una escuela o ir cambiando; casarse o permanecer solteras; circunscribir su actividad a la escuela o realizar otras acciones con visibilidad pública.

Ya desde mediados del siglo XIX venía asumiéndose el hecho de que muchas maestras permanecieran solteras, aunque socialmente se estimaba un fracaso frente al hecho de casarse. Las que se casaban lo solían hacer con hombres de estudios, casi siempre maestros y labradores/propietarios bien situados.

También la política económica encaminaba a la mujer al magisterio, por su menor coste para las arcas públicas: “la carrera de magisterio es la más propia para la mujer, tratándose de ejercerla con niños de hasta 10 u 11 años. El presupuesto quedará bastante aliviado, siendo las mujeres las que se encarguen de la instrucción primaria”[42]. Los propios manuales de las Escuelas Normales promovían una socialización estática: “los maestros preparan buenos ciudadanos y las maestras mujeres buenas e ilustradas y excelentes madres”, rezaba en sus páginas.

En este caso, dos siglos y medio debieron trascurrir desde que una mujer serradillana fundara la escuela, hasta que una de las alumnas de esta escuela rural alcanzara las más altas cotas de reconocimiento profesional. Y todo ello, gracias a un ramillete de maestras rurales comprometidas, profesionales y dedicadas, casi en exclusiva, a su docente apostolado. Bien está valorizar su silenciada labor.

 

[1] GALINO, 1.949:190. Citado por DOMÍNGUEZ LÁZARO, M. en NORBA 10, Revista de Historia. Cáceres 1.989-90. Pp. 173-186.

[2] GIL DE ZÁRATE, A.: De la Instrucción Pública en España. 1.885. Citado por RODILLO CORDERO, F. J.: Datos para la Historia Escolar de Extremadura. Badajoz. Editora Regional de Extremadura, 1.998.

[3] VIÑAO FRAGO, A. Política y Educación en los orígenes de la España contemporánea. Citado por RODILLO CORDERO F.J., “Datos para la historia escolar de Extremadura”. Mérida. ERE, 1.998.

[4] Archivo Parroquial de Serradilla (APS) Libro de Becerro.

[5] PÉREZ-COCA SÁNCHEZ MATAS, C. “Derecho, vida y costumbres de Plasencia y su diócesis en los siglos XV y XVI. (Documentación sinodal de la segunda mitad del siglo XVI)”. Vol. I. UEX. Madrid, 1.994.

[6] VÁZQUEZ CALVO, J. C. “La educación en los Borbones Ilustrados”. REVISTA ALCÁNTARA  38 (1.996), PP. 41-48

[7] GALINO, Op.Cit.

[8] Archivo Municipal de Serradilla (AMS). Legajo 158.

[9] MAÍLLO, A. Notas para la historia Social de Extremadura en el siglo XVIII. Cáceres, Institución Cultural “El Brocense”, 1.983.

[10] APS. Libro de Becerro.

[11] AMS. Legajo 158.

[12] APS. Libro de Becerro.

[13] Catastro del Marqués de la Ensenada.

[14] RODRÍGUEZ CANCHO, M.; BARRIENTOS ALFAGEME, G. (Estudio y comentarios) Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura. Partido de Plasencia. Serradilla. Mérida, Servicio de Publicaciones de la Asamblea de Extremadura, 1.991.

[15] Art. 41 R.D. 10/06/1.868. Citado por SÁNCHEZ PASCUA, F. La Educación de Adultos en la legislación decimonónica española y su plasmación en Badajoz. Salamanca, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura, 1.989.

[16] Real Orden de 21 de abril de 1.892. Reglamento para la organización de los Auxiliares.

[17] AMS. Legajo 158. Cuentas.

[18] DOMÍNGUEZ LÁZARO, M. “La enseñanza en Plasencia durante el siglo XIX”, en Revista ALCÁNTARA  26 (Mayo-Agosto 1.992). pp 61-72.

[19] SÁNCHEZ RODRIGO, A. (Bajo el seudónimo Un amante de Serradilla). Un año de vida serradillana, Cáceres, I.C. “El Brocense”. 2ª edición. Diputación provincial, 1.982

[20] AMS. Legajo 158. Solicitudes.

[21] Al respecto, debe tenerse presente lo establecido en la legislación vigente en el momento. Hablamos de la Ley Moyano. La Sección Tercera, Título I (Del profesorado en general) establecía en el artículo 168: no podrán ejercer el magisterio quienes tengan enfermedad o defecto que les imposibilite, ni los condenados e inhabilitados. Artículo 170: ningún profesor podrá ser apartado, salvo sentencia o expediente gubernativo que declare su incumplimiento, su mala conducta moral o su doctrina perniciosa a los discípulos. Y en el artículo 171: los maestros que no se incorporen en tiempo a sus cargos, o que se ausenten de la residencia sin autorización, se entiende que renuncian a su destino. Así lo hace constar MOLERO PINTADO, A. “Los maestros republicanos. Legislación y conflictividad profesional (1.931-1.936)”. En HISTORIA DE LA EDUCACIÓN, REVISTA INTERUNIVERSITARIA. Nº 16. 1.997. Ed. Universidad de Salamanca. pp. 285-302.

[22] AMS. Legajo 158. Títulos Académicos.

[23] AMS. Legajo 158. Cuentas.

[24] AMS. Legajo 158. Solicitudes.

[25] AMS. Legajo 158. Títulos Académicos.

[26] SÁNCHEZ RODRIGO, A. Op. Cit.

[27] AMS. Legajo 158. Cuentas. Inventario sin datar.

[28] LÓPEZ MARTÍN, R. “La construcción y creación de escuelas en la España del primer tercio del siglo XX”. En Historia de la Educación, revista interuniversitaria. Nº 16. 1.997. Ed. Universidad de Salamanca.

[29] RUÍZ RODRIGO, C. Maestro, escuela y sociedad. (De la Restauración a la II República). En HISTORIA DE LA EDUCACIÓN, REVISTA INTERUNIVERSITARIA. Nº 16. Ed. Universidad de Salamanca. 1.997.

[30] GÓMEZ GARCÍA, M.N. “Un maestro fuera de la escuela. Apuntes para una investigación sobre la vida cotidiana del Maestro Nacional (España, 1.939-1.975) (I)”. En HISTORIA DE LA EDUCACIÓN, REVISTA INTERUNIVERSITARIA. Nº 16. 1.997. Ed. Universidad de Salamanca. Pp 177-197.

[31] FLECHA GARCÍA, C. La vida de los maestros en España. En HISTORIA DE LA EDUCACIÓN, REVISTA INTERUNIVERSITARIA. Nº 16. Ed. Universidad de Salamanca. 1.997.

[32] El 7 de marzo de 1.916, la Junta Local de Primera Enseñanza, dio posesión a la maestra del ascenso logrado por R.D. de 9/2/1.916, al sueldo de 1.375 pts., siendo la directora de la Escuela Graduada de Niñas.

[33] Asume la dirección en abril de 1.923, al morir Rosario Marchante. Es confirmada en el puesto en agosto de 1.923. En junio de 1.928 fue ascendida al sueldo de 3.500 pesetas.

[34] EL CRONISTA. nº 171. Serradilla, 5 de febrero de 1.923.

[35] EL CRONISTA nº 220. Serradilla, 20 de febrero de 1.925.

[36] AMS. Memorias. Legajo 3.3.1.

[37] AMS. Expedientes de educación. Legajo 58. Memorias.

[38] Poema aparecido en AJS nº 54, diciembre de 1.986.

[39] SÁNCHEZ ROPERO, M.F. entrevista realizada a la maestra y publicada en AJS de Serradilla, nº 0. junio de 1.980.

[40] Los documentos consultados en el caso de esta maestra, se han consultado en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares, Sección de Educación, legajo 15.200.

[41] ÁLVAREZ DE CÁNOVAS, J. Marisol, maestra rural. Magisterio Español. Madrid, 1958. p. 9.

[42] ABENZA, A. Cien carreras y profesiones para la mujer. Librería Hernando Fé. Madrid 1.914. pp. 86.

Nov 232022
 

Dr. Francisco González Lozano. fglozano@hotmail.com

Dra. Guadalupe Pérez Ortiz. mgperort@gmail.com

Dña. Rocío Pérez Ortiz. rocioperezortiz@gmal.com

 

  1. Introducción

Desde 1664, fecha en la que se funda, el Seminario Metropolitano de San Atón es una institución que ha tenido una notoria presencia en la formación del pueblo extremeño, así como en la de otros alumnos que provenían de tierras lejanas, sirva de ejemplo, aquellos estudiantes portugueses, cubanos y mexicanos que se formaron en nuestro centro y que hoy son protagonistas de este estudio.

La influencia en el devenir histórico-cultural del Seminario es sumamente importante, miles de niños y jóvenes han forjado su personalidad y han aportado maduración al contexto en el que se han insertado. Se trata de una institución vital en la historia educativa de la comunidad de Extremadura dado que el Seminario asumió el papel de primera universidad y de primer centro de enseñanzas secundarias[1] y fue su biblioteca[2], la primera de carácter público, cuando en las postrimerías del siglo XVIII, Badajoz aún carecía de ella.

Es en este contexto en el que surge nuestra investigación: dar a conocer la historia y organización del Archivo del Seminario de Badajoz, es decir, adentrarnos en uno de los archivos que más contenidos puede ofrecer sobre una de las instituciones educativas de mayor relieve que ha instruido, enriquecido la inteligencia y forjado voluntades de profusas figuras que ocuparon puestos de relevancia tanto en la organización estatal como en su instrumentalización eclesiástica. El documento de archivo puede proporcionarnos contenidos de relevancia para el trazado de perfiles personales que nos permitan el desarrollo de biografías o simplemente que nos faciliten asentar bases contextualizadoras de los personajes.

En el caso del Seminario San Atón muchos han sido los alumnos ilustres que a lo algo de sus más de tres siglos de existencia han dejado huella en nuestro archivo. Conocerlos puede llevarse a término de muy diferentes maneras: baste acercarse a diccionarios biográficos, a fuentes indirectas, a la literatura, al arte, a la iconografía, etc. y de forma más específica, por medio de los documentos históricos conservados en su archivo. Muchos han sido los personajes destacados que se formaron en San Atón: don Mateo Delgado Moreno, Arzobispo-obispo de Badajoz; don Manuel Godoy, Príncipe de la paz; don José María Calatrava, Presidente del Consejo de Ministros y del Tribunal Supremo; don Fernando Ramírez Vázquez, obispo de Badajoz; don Vicente Barrantes Moreno, ilustre bibliófilo y poeta; don  Tirso Lozano, historiador y escritor; don Antonio Senso Lázaro, obispo de Astorga; don José López Prudencio, insigne escritor; don Antonio Reyes Huertas, gran novelista; don Enrique Delgado Gómez, obispo de Pamplona; don Manuel Fernández Conde, obispo de Córdoba; don Amadeo Rodríguez Magro, obispo; don Jesús Sánchez Adalid, novelista, etc.

Algunos de los expuestos en el párrafo anterior y otros muchos tuvieron que abandonar sus poblaciones de origen para formarse en San Atón. Algunos extremeños se encontraban a pocos kilómetros de sus hogares (Mérida, Zafra, Azuaga, Almendralejo, etc.) aunque como ya sabemos para ellos se creó una red de colegios agregados al Seminario[3] que les permitió estudiar más cerca de sus poblaciones de origen; otros sin embargo, tuvieron que emigrar de otros países (Portugal, Cuba, México). Por diversas razones la emigración les llevó hasta la ciudad de Badajoz y hasta su Seminario que los acogió como sus alumnos.

La documentación conservada en el Archivo del Seminario, en adelante A.S.M.M.B., nos permitirá entrever el desarrollo personal y académico de los alumnos extranjeros marcado por la impronta recibida en el Seminario donde forjaron parte de su carácter y personalidad.

Los objetivos que se acometerán con este trabajo son: Presentar una exposición generalista de la historia del Seminario San Atón y de su archivo, desde su fundación a la actualidad. Analizar someramente el cuadro de clasificación, haciendo especial hincapié en aquellas secciones y series que nos permiten extraer contenidos para el trazado de biografías. Establecer líneas de contenidos en relación a los personajes seleccionados, que puedan ser extrapoladas al resto del alumnado que cursó sus estudios en el Seminario. Dar a conocer los múltiples contenidos sobre alumnado que aparecen en el cuadro de clasificación del archivo, permitiendo a los investigadores ofrecer líneas de trabajo que tengan como sustento la citada documentación: estudios de alumnado, de personajes ilustres, cuestiones genealógicas, trazado de biografías, sistemas de enseñanza, planes de estudio, etc.

 

  1. Aproximación a la historia del Seminario San Atón de Badajoz

Los archivos eclesiásticos registran el camino seguido por la Iglesia y dado que son los lugares de su memoria deben recoger todos los datos con los que se ha escrito la historia de la comunidad eclesial, para que ofrezca la posibilidad de una valoración de lo que se ha realizado, de los resultados obtenidos, de las omisiones y de los errores; deben conservar las fuentes del desarrollo histórico de la comunidad eclesial y las que se refieren a la actividad litúrgica y sacramental, educativa y asistencial, que clérigos, laicos y miembros de los institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica han desarrollado y todavía siguen desarrollando en el curso de los siglos[4].

En los primeros siglos de la Iglesia, los obispos recorrían sus diócesis en busca de jóvenes que estuvieran al servicio del “Pueblo de Dios”. Cómo fue y se llevó a cabo su formación no nos consta detalladamente. A partir del siglo II surgen las escuelas catequéticas que estarán vigentes hasta el siglo V. La caída del Imperio romano y la situación de la Iglesia como fuente sólida de principios morales y religiosos fueron dando paso a la creación de escuelas catedralicias. Empezamos a encontrar antecedentes similares a los actuales seminarios durante los siglos posteriores.

El nacimiento de una nueva institución orientada a la formación de los clérigos nos conduce directamente a la situación de la Iglesia católica en un periodo de confusión doctrinal. Las graves carencias formativas de la Iglesia aquejaban a la misma clerecía. Y así, urgía la implantación de seminarios que llevaran a cabo esta misión. Así pues, los seminarios nacieron a raíz del Concilio de Trento (1545-1563)[5] como centros para atender la formación del clero[6]. De esta manera se decreta la creación y la obligatoriedad de los seminarios en las diócesis.

Durante la segunda mitad del siglo XVI y hasta finales del siglo XVII, la aplicación del decreto conciliar fue urgida por todos. La primera mitad del siglo XVIII se caracteriza por asentar las bases de una reforma en el seno de la Iglesia que se consolidará durante el reinado de Carlos III y Carlos IV y que afectará, sin igual, a los seminarios. Si la Iglesia española, ha conocido momentos de renovación, quizás los que acontecieron en el siglo XVIII fueron los más significativos para los seminarios, cuando a medio hacer la universidad moderna, y diluidos los colegios universitarios[7], éstos llegan a ser epicentro de la vida educativa. Mientras en España se iban desarrollando variados sucesos, como la expulsión de los Jesuitas, el monarca Carlos III emite una Real Cédula, el 14 de agosto de 1768, para regular y reformar los seminarios. Con Carlos IV, se pretende continuar con la dinámica iniciada con su antecesor. A pesar de todo, había llegado la decadencia de estas instituciones[8].

En el caso particular de Badajoz se observa la preocupación por la instrucción de los clérigos y los diferentes modos de establecerla pero la escasez de beneficios y rentas obligaron al cabildo a dilatar en el tiempo la creación de nuestro Seminario. Para la puesta en marcha del mismo serán de suma importancia los legados y mandas pías que se constituyeron. La más importante la obra pía del canónigo Rodrigo Dosma. Lo pone de manifiesto su testamento, otorgado el 8 de mayo de 1588, en el que sus bienes quedaban vinculados a favor de la descendencia que tuviera su hermano, siguiendo como beneficiarios los sucesores de la misma; pero, faltando tal descendencia y sucesores, las dos terceras partes de tales bienes pasarían al que fuera “seminario que se erija en las casas grandes de mi morada” y si tal seminario hubiera sido erigido antes de que tales bienes quedaran desvinculados era voluntad de nuestro canónigo que, producido este hecho, pasase de inmediato a sus casas. Al principio existieron problemas con los herederos directos del canónigo, que tuvo que refrendar el obispo don Jerónimo Rodríguez de Valderas (1662-1668), consiguiendo que el seminario se instaurara en la casa del fallecido canónigo en el año, según consta en el Libro de Fundación del propio Seminario.

Se instituye el Seminario Conciliar de Badajoz el 26 de mayo de 1664, según refleja el título 27 de las Constituciones que se aprobaron para la vida cotidiana del centro[9], aunque se tiene constancia de que el 3 de mayo ya estaban los primeros colegiales en su interior. En el año 1733, se adquieren por el obispado unas casas frente al Palacio Episcopal y en el año 1754 se instalan los colegiales en ellas. Posteriormente, en 1927, adaptándose a las vicisitudes de los nuevos tiempos, el Seminario ocupó un terreno en la Cañada Sancha Brava, enclave actual.

 

  1. Breve aproximación a la historia del Archivo del Seminario San Atón y su documentación: contenidos sobre su alumnado

En líneas generales, los archivos de seminarios custodian una documentación sumamente específica, es decir, la que se genera tras la formación de niños y jóvenes que aspiran a ser ordenados como sacerdotes, es aquí donde los archivos de los seminarios se convierten en herramientas vitales para el estudio de la educación en los lugares donde se han desarrollado. Los archivos de estas instituciones se crean a la vez que se instituyen los propios seminarios, según queda reflejado en sus libros de fundaciones y constituciones. Serán el espacio en el que se han de guardar todos los papeles pertenecientes a la fundación y erección de la entidad, la documentación referida a hacienda y bienes, así como los documentos necesarios para guarda del derecho del centro.

Particularmente el archivo del Seminario San Atón se crea a la vez que se instituye el Seminario según consta en las Constituciones del centro, en su título 27:

“En el lugar y parte que para este efecto de ser Archibo, se señalare, se pondrán tres cerraduras y llaves diferentes, las quales se tendrán las mismas personas, que esta dicho han de tener las del Arca: Y en casso que qualquiera de ellas enfermare o hiciere ausencia del Colegio entregará unas y otras en presencia de la Capilla al que le hubiere de suceder en el oficio.

En el dicho Archibo se han de guardar todos los papeles pertenecientes a la fundación y erección del Colegio; los Titulos de las Uniones y agregaciones de los Beneficios Simples y los de qualesquiera otra hacienda y Vienes que finalmente todos los papeles necesarios para guarda del derecho del Colegio. Y anssimesmo se  pondrán las quentas que el Prelado tomare de la Hacienda del Colegio con todos los recaudos, para su verificación se presentaron.

Y tendrasse un libro dentro del dicho Archibo en que aya razón de todos los Papeles que en el hubiere y de los que se sacaren con dia, mes y año y firma del que los recibiere para que le vuelva o de razón del.

Ha de haver otro libro en que se escriban las entradas de Rectores y Colegiales, y de cómo juraron con día, mes y año y los traslados de las probissiones que pressentaren. En otro libro se escriban las ausencias que el Rector y Colegiales hicieren, y con qué licencia, por quanto tiempo, y ansi mismo se escriba el día que bolbieron”.

 

El archivo del Seminario de Badajoz, por tanto, contiene la documentación producida y recibida por la entidad en el trascurso de su actividad educativa, litúrgica, pastoral y la derivada de la conservación y gestión de su patrimonio; así como la de otras instituciones (colegios-seminarios) dependientes de él, todas hoy desaparecidas.

La creación del Seminario supuso una ingente producción de documentos. En líneas generales el fondo histórico, con un total de 140 libros y 131 cajas, del archivo del Seminario se distribuye de la siguiente forma: fondo del Seminario Diocesano de San Atón, fondo del Colegio-Seminario de San Benito en Villanueva de la Serena, fondo del Colegio-Seminario Nuestra Señora de la Coronada en Villafranca de los Barros, fondo de los Seminarios de Elvas y Olivenza, fondo musical y fondo Colecciones.

En un primer momento la documentación del archivo se encontraba dispuesta en legajos que fueron debidamente adaptados en cajas archivadoras para su mejor conservación y custodia. Una vez revisados, la documentación fue cotejada con un catálogo descriptivo previo realizado conforme a las Constituciones de 1664 y 1783, respectivamente y al Reglamento de 1863. En base a ello se confeccionó un cuadro de clasificación, adaptándolo a la Norma ISAD (G), que permite respetar la ordenación establecida anteriormente. Mostremos su cuadro de clasificación para dar a conocer las principales secciones y series que aportan contenidos sobre alumnado.

 

1.0    GOBIERNO

1.01        Autoridad Pontificia

1.01.01  Breves

1.02.02  Bulas

1.02.03  Sagrada Congregación del Clero

1.02        Autoridad Real

1.02.01 Ordenanzas y Provisiones

1.02.02  Reales Cédulas

1.03  Documentación Episcopal

1.03.01  Libro Fundación Seminario

1.03.02  Despachos Obispo/Obispado

1.03.03  Decretos Episcopales

1.03.04  Libro Inventario Obispado

1.03.05  Constituciones

1.03.06  Reglamentos

1.03.07  Actas de Visita

1.03.08      Doctrina

1.04    Conferencia Episcopal Española

1.04.01  Planes de Formación Seminario Mayor

1.04.02  Planes de Formación Seminario Menor

1.04.03  Encuentros de Rectores

1.05   Rectorado y Claustro Académicos

1.05.01  Actas Junta Consultiva, Disciplina y Hacienda

1.05.02  Actas Academias Literarias

1.05.03  Memorandum

1.05.04  Actas Claustro de Profesores

1.05.05  Actas Formadores

1.05.06  Centro Superior de Estudios Teológicos

– Actas Académicas

– Informes Biblioteca

1.05.07 Universidad Pontificia de Salamanca

– Estatutos

– Grados académicos

 

2.0    SECRETARÍA

SECRETARIA SEMINARIO MAYOR

1.01               Asuntos Académicos

2.01.01      Solicitud/Justificantes

2.01.02      Matrículas

2.01.03      Actas de Exámenes

2.01.04      Notas

2.01.05      Becas

2.01.06      Expedientes de Conducta

2.01.07      Listado de Alumnos

2.02               Asuntos Generales

2.02.01      Certificaciones

2.02.02      Correspondencia

2.02.03      Expedientes Personales

2.02.04      Informaciones

2.02.05      Planes de Estudios Académicos

 

SECRETARÍA SEMINARIO MENOR

2.03               Asuntos Académicos

2.03.01      Libros de matrículas

2.03.02      Libros de notas

2.03.03      Becas

2.04               Asuntos Generales

2.04.01      Correspondencia

2.04.02      Normativas y disposiciones

 

3.0    ADMINISTRACIÓN

3.01    Administración General

3.01.01    Cuentas

3.01.02    Obras

3.01.03    Pagos

3.01.04    Recibos/Justificantes

3.02    Personal

3.02.01  Nóminas

3.02.02   Seguridad Social

3.02.03   IRPF

3.03    Bienes

3.03.01  Censos

3.03.02  Escrituras

3.03.03  Inventario de Bienes

3.03.04  Libro Becerro

3.04    Colectas

3.04.01   Estipendios de misa

3.04.02   Campaña Día del Seminario

3.04.03   Donativos

3.05    Obras Pías

3.05.01  Administración

–          Cuentas

–          Inventario de Bienes

–          Libro de Cuentas

3.05.02  Obras Pías

–          Arias de Hoces

–          Bravo de Laguna

–          Diego Hernández

–          Duque de Béjar

–          Feria

–          Fonseca

–          Francisco López Chávez

–          Francisco Mejías

–          Josefa Vicente Rino

–          Marques de Lapilla

–          Pedro Casas Guerrero

–          Rodrigo Dosma

–          Somoza Ribera

4.0       ÓRDENES SAGRADAS

4.01      Expedientes de órdenes

4.02    Vocaciones

 

5.0       INSTITUCIONES DEPENDIENTES

5.01      Seminario Menor Elvas-Olivenza

5.01.01  Censos

5.01.02  Correspondencia

5.01.03  Cuentas

5.01.04  Foro de Trigo

5.01.05  Informes

5.02 Seminario Menor Nuestra Señora de la Coronada. Villafranca de los Barros

5.02.01  Cuentas

5.02.02  Notas

5.03 Colegio-Seminario Menor de San Benito. Villanueva de la Serena

5.03.01.  Cuentas

5.03.02  Escrituras

5.03.03  Matrículas

5.03.04       Notas

5.03.05  Solicitudes

6.0     FONDO MUSICAL

6.01  Música Sacra

6.02 Música Profana

7.0   FONDO COLECCIONES

7.01.  Fotografías

7.02    Monedas y Medallas

7.03    Calendarios y Felicitaciones

7.04    Revistas

 

Atendiendo al cuadro de clasificación diseñado para el A.S.M.M.B. nos centraremos en este momento en el análisis específico de las secciones, subsecciones y series en las que podemos localizar contenidos relativos a alumnos, donde se ubicará también la documentación relativa a los alumnos extranjeros.

En la primera parte del cuadro, sección gobierno, nos centraremos específicamente en la subsección rectorado. La documentación emanada por el rector, actas de seminario y actas académicas, es de carácter general y refleja cuestiones muy puntuales sobre el alumnado. *Especialmente haremos alusión a las actas académicas que dejan constancia de la formación interdisciplinar que se llevaba a término en el Seminario por medio de las “academias”, conferencias semanales que, guiadas por el rector y director de estudio, tenían como protagonistas a los seminaristas de la etapa filosófica y teológica. Este libro recoge un resumen de estas disertaciones entre 1909 y 1918, así como una relación nominal de los seminaristas que durante esos dos cursos académicos participaron de estos novedosos medios formativos.

Secretaría es, sin lugar a duda, la sección del cuadro de clasificación que más datos aportará para el estudio del alumnado en el Seminario. Como entidad educativa que es, hace clara distinción entre una secretaría más general, que puede ser extrapolada a cualquier otra entidad, y una secretaria académica que va a gestionar asuntos relacionados con la docencia. Son varias las series documentales que aportan contenidos sobre alumnado:

  • Actas de exámenes: documentos que recogen ordenadamente las pruebas académicas que se realizaron en este Seminario desde 1858. *Su análisis nos muestra relaciones nominales de los alumnos que participaron en exámenes permitiéndonos conocer: alumnos, materias examinadas, calificaciones, distribución cronológica de exámenes y cursos, profesores, etc.
  • Becas: los seminarios entendidos como entidades educativas no han obviado nunca a los más necesitados. El Seminario de Badajoz desarrolló un sistema de ayudas que funcionó a lo largo de toda su existencia, basado en becas completas, medias becas y otras gratificaciones. La documentación sobre becas conservada en el archivo da prueba de ello, siendo muy abundante, comienza en 1863. * Esta serie documental nos permite conocer: los alumnos que solicitaron la gracia de dispensa económica, bien del pago de matrícula o de manutención; el momento en que la solicitaron, pudiendo observar como existen alumnos que la reclaman anualmente y otros que las utilizan en un momento puntual; el tipo de beca solicitada y la beca concedida.
  • Expedientes de conducta: son informes específicos elaborados por los párrocos que cada uno de los alumnos debían presentar al obispo y al rector para poder ingresar, se conservan de 1862 a 1908. *Del tema que nos compete aporta: relaciones nominales de alumnos, con datos relativos a familiares y procedencias.
  • Listado de Alumnos: como su nombre indica, es la relación ordenada de los alumnos del Seminario en los diferentes cursos desde el año 1853. *Su análisis nos facilita un valor testimonial y probatorio sobre el paso por este centro de ciertos personajes.
  • Matrículas: estos registros de alumnos que cursaron sus estudios en el Seminario son muy frecuentes. La distribución cronológica de la documentación así lo atestigua, permitiendo su estudio desde 1793. *Su análisis nos facilitará el desarrollo de estudios relativos a alumnos, procedencias, edades, cronologías de mayor o menor apogeo en Seminario.
  • Solicitud/Justificantes: los alumnos que deseaban ingresar en el Seminario debían enviar al obispo una solicitud informando de los deseos que le llevaban a querer ingresar en este centro. En el archivo se conservan solicitudes aisladas, en la mayoría de casos forman parte de expedientes completos, de los años 1868 a 1889.*Los datos que aportan estos documentos nos permiten la identificación del alumno y de su procedencia; de sus progenitores, siendo está cuestión de vital importancia para la confección de genealogías en nuestro archivo y la posibilidad de trazar mapas topográficos de alumnos.
  • Notas: calificaciones obtenidas por el alumnado que nos permiten el análisis del alumno en función a los exámenes realizados y a la puntuación obtenida en los mismos desde 1913.
  • Certificaciones: los certificados de alumnos que se conservan en el archivo desde 1828 nos permiten conocer el alumnado en función de las materias estudiadas y examinadas. *Así podremos acceder, tanto a relaciones nominales de alumnos, como a sus calificaciones en diferentes asignaturas.
  • Expedientes personales: esta serie documental es una de las más importantes, no sólo por su amplísimo volumen, sino también por su distribución cronológica que comienza en 1853. Los expedientes de alumnos, junto con los libros de informaciones, constituyen el eje vertebrador de nuestro archivo, cuestión lógica si tenemos en cuenta que una de las principales funciones de un seminario es la educación. *Estos expedientes nos permiten acceder al proceso de entrada en el Seminario de principio a fin. Constan de: solicitud de ingreso, certificado de la partida de bautismo, en algunos casos certificado de confirmación, certificado de conducta y certificado médico. También es dentro de estos expedientes donde se hace alusión nuevamente a las becas, dado que muchos alumnos en su solicitud inicial piden no sólo la entrada al Seminario sino también la concesión de una beca o gracia.
  • Informaciones: esta serie documental es también una de las más representativas de nuestro archivo, no sólo por su amplísimo volumen, también por su distribución cronológica que comienza en 1683. *Si tenemos en cuenta la cronología de ambas series, los datos biográficos y académicos de alumnos que pasaron por este Seminario en el siglo XVII sólo podrán ser consultados atendiendo a esta serie documental, de ello su vital importancia para personajes enclavados en este siglo.

Los contenidos que aporta la tercera de la secciones del cuadro de clasificación,

 

Administración, son los relacionados con la actividad contable y patrimonial de la entidad. Aún así, desde el punto de vista económico muestra algunos datos interesantes para el trabajo que estamos acometiendo.*Expone relaciones nominativas y cronológicas de los pagos que los alumnos abonaron al Seminario para su manutención (no olvidemos que se trataba de un internado) y su formación académica.

 

  1. Alumnos extranjeros en el Seminario de Badajoz: análisis de la documentación contenida en el A.S.M.M.B.

Corresponde ahora establecer una relación entre el cuadro de clasificación anteriormente expuestos y los contenidos sobre alumnos extranjeros que recibieron formación académica en el Seminario San Atón, según consta en su archivo: Álvaro Cervera Figueroa, José Martínez Rodríguez y Luis Robles Corona, de México; Teodoro Pérez Arrayán y Domingo José Fernández Vitra, de Portugal; los hermanos Fernando y Antonio Navarro Murquiz y José Camacho Sierra, de Cuba.

La información contenida en el archivo relativa a estos alumnos en muy similar, entre ellos y entre el resto de los alumnos de los que nuestro archivo custodia documentación. En las páginas sucesivas se presenta solamente una muestra de lo que cada uno de los expedientes de estos alumnos extranjeros contiene tanto a nivel personal como académico.

 

JOSÉ MARTÍNEZ RODRÍGUEZ – MÉXICO. De este primer alumno procedente de México se conserva en el archivo la siguiente documentación:

  • Expediente Personal. ASMMB. Fondo Histórico. Sección Secretaría. Caja 47.
  • Expediente Académico. ASMMB. Fondo histórico. Sección Secretaría. Libro 70bis (20)[10].

 

Incluimos a modo de ejemplo:

Imagen 1. Certificado de buena conducta, 23 de septiembre de 1917

 

Imagen 2. Calificaciones exámenes, curso 1917-1918

 

Luis Robles Corona – México. De este segundo alumno procedente de México se conserva en el archivo la siguiente documentación:

  • Expediente Académico. ASMMB. Fondo histórico. Sección Secretaría. Libro 70 bis (20). Actas de exámenes 1913-1941.

Incluimos a modo de ejemplo:

Imagen 3. Actas de exámenes ordinarios de segundo de Teología, curso 1927-1928.

Álvaro Cervera Figueroa–México. De este tercer alumno procedente de México se conserva en el archivo la siguiente documentación:

  • Expediente Académico. ASMMB. Fondo histórico. Sección Secretaría. Caja 57. Actas de exámenes 1893-1897.

Incluimos a modo de ejemplo:

Imagen 4. Actas de exámenes ordinarios, curso 1896-1897

Imagen 5. Libro de Matrículas del Seminario de San Atón, curso 1897-1898

Teodoro Pérez Arrayán- Portugal. De este alumno se conserva en el archivo la siguiente documentación:

  • Expediente Personal. ASMMB. Fondo Histórico. Sección Secretaría. Caja 9

Incluimos a modo de ejemplo:

Imagen 6. Examen general Latín y Humanidades curso 1862-1863

 

Domingo José Fernández Vitra – Portugal. De este alumno portugués se conserva en el archivo la siguiente documentación:

  • Expediente Personal. ASMMB. Fondo Histórico. Sección Secretaría. Caja 11

Incluimos a modo de ejemplo:

Imagen 7. Solicitud para matricularse en el Seminario en el curso 1864-1865

 

Antonio Navarro Murquiz- Cuba. De este alumno cubano se conserva en el archivo la siguiente documentación:

  • Expediente Personal. ASMMB. Fondo Histórico. Sección Secretaría. Caja 16

Incluimos a modo de ejemplo:

Imagen 8. Solicitud para matricularse en el Seminario en 1867

 

Fernando Navarro Murquiz-Cuba. De este alumno cubano se conserva en el archivo la siguiente documentación:

  • Expediente Personal. ASMMB. Fondo Histórico. Sección Secretaría. Caja 18

Incluimos a modo de ejemplo:

Imagen 9. Examen 1º Latín y Humanidades curso 1868-1869

José Camacho Sierra-Cuba. De este alumno cubano se conserva en el archivo la siguiente documentación:

  • Expediente Personal. ASMMB. Fondo Histórico. Sección Secretaría. Caja 18

Incluimos a modo de ejemplo:

Imagen 10. Extracto de partida de bautismo, 1893[11].

 

  1. CONCLUSIONES
  • Para el conocimiento de la trayectoria social y cultural de los personajes estudiados es precioso consultar la documentación existente en el Archivo del Seminario, lo cual demanda un trabajo previo, minucioso, sistemático y científico respecto al cuadro de clasificación del mencionado Archivo.

 

  • El cuadro de clasificación diseñado para el Archivo del Seminario de san Atón de Badajoz es una herramienta documental de gran utilidad para nuestro archivo pero también para otros similares dado que puede ser extrapolado a otros seminarios, ya que su estructura básica recoge fielmente las principales competencias de este tipo de centros: educación y pastoral, tal y como quedan reflejado en las principales secciones y subsecciones que constituyen su cuadro de clasificación documental, permitiendo el establecimiento de patrones básicos.

 

  • En relación a las series documentales para el estudio del alumnado, deben ser mencionadas por su gran volumen documental y la importancia de sus contenidos: becas, expedientes personales, matrículas, expedientes de órdenes, notas.

 

  • Como entidad educativa que ha sido, su cuadro clasificatorio recoge variadas secciones y series que permiten el trazado de biografías académicas de personajes que han pasado por nuestras aulas. Prueba de ello es la relación mostrada anteriormente para los alumnos extranjeros.

 

  • Por medio de la documentación conservada en nuestro archivo se pone nuevamente en relación la buena sintonía existente entre España y otros países (Portugal, México, Cuba) en este caso en el terreno educativo y doctrinal. Badajoz, y su Seminario, fueron receptores de alumnos que emigraron de sus países originarios en busca de un futuro mejor.

 

BIBLIOGRAFÍA

Asociación de Archiveros de la Iglesia en España. (1997). La Función Pastoral de los Archivos Eclesiásticos. Carta Circular. Ciudad del Vaticano.

 

Blanco Cotano, M. (1998). El Primer Centro Universitario de Extremadura: Badajoz, 1793. Historia Pedagógica del Seminario de San Atón. Cáceres, Universidad de Extremadura.

 

Concilium Tridentinum, Diariorum, Actorum, Epistularum, Tractatuum nova CollectioIX, 1901, pp. 628-630.

 

Martín Hernández, F. (1959). “Los seminarios españoles en la época de los Borbones”, en  Hispania Sacra, vol. 12, pp. 357-358.

 

Pérez Ortiz, G.; González Lozano, F. (2014). “La Biblioteca del Seminario Metropolitano San Atón de Badajoz”,  en Hispania Sacra, vol. 133, pp. 373-387.

 

Rops, D. (1970).  Historia de la Iglesia, vol. VII. Madrid.

 

Rubio Merino, P. (1964). El Seminario de San Atón. 1664-1964. Madrid, Maribel.

 

Sánchez Pascua, F. (1985). El Instituto de segunda enseñanza de Badajoz en el siglo XIX (1845-1900). Badajoz, Servicio de publicaciones de la Diputación de Badajoz.

 

Testón Núñez, I. (1980). “Lectura y mentalidad en Cáceres en el siglo XVII”, en Norba: Revista de Arte, Geografía e Historia 1980, 299-337.

 

Vergara Ciordia, J. (2004). Historia y pedagogía del Seminario Conciliar en Hispanoamérica. 1563-1800. Madrid: Dykinson.

 

 

[1]Blanco Cotano, M. (1998). El Primer Centro Universitario de Extremadura: Badajoz, 1793. Historia Pedagógica del Seminario de San Atón. Cáceres, Universidad de Extremadura; Sánchez Pascua, F. (1985). El Instituto de segunda enseñanza de Badajoz en el siglo XIX (1845-1900). Badajoz, Servicio de publicaciones de la Diputación de Badajoz.

[2] Pérez Ortiz, G.; González Lozano, F. (2014).  “La Biblioteca del Seminario Metropolitano San Atón de Badajoz”, en Hispania Sacra, vol. 133, pp. 373-387.

 

[3] Colegio Seminario San Benito en Villanueva de la Serena, Escuela de latín en Zafra, Colegio San Francisco de Sales en Segura de León, Colegio Seminario Villafranca de los Barros, Colegio Ntra. Sra. de los Ángeles en el castillo de Rocamador. González Lozano, F.; Pérez Ortiz, Mª G. “Colegios agregados al seminario diocesano de san Atón” en Pax et Emerita. Revista de Teología y Humanidades de la Archidiócesis de Mérida-BadajozXI (2015), pp. 185-213.

 

[4] Asociación de Archiveros de la Iglesia en España. (1997). La Función Pastoral de los Archivos Eclesiásticos. Carta Circular. Ciudad del Vaticano.

[5]Rops, D. (1970).  Historia de la Iglesia, vol. VII, Madrid.

[6]Concilium Tridentinum, Diariorum, Actorum, Epistularum, Tractatuum nova Collectio IX, 1901, pp. 628-630.

[7] Vergara Ciordia, J. (2004). Historia y pedagogía del Seminario Conciliar en Hispanoamérica. 1563-1800. Madrid, Dykinson.

[8]Martín Hernández, F. (1959). “Los seminarios españoles en la época de los Borbones”, en Hispania Sacra, vol. 12, pp. 357-358.

[9] Rubio Merino, P. (1964). El Seminario de San Atón. 1664-1964. Madrid, Maribel.

 

[10] Se conservan sus actas de exámenes desde 1917 hasta 1921 (1º a 4º de Latín y Humanidades)

[11] Forma parte del expediente personal.

Nov 222022
 

MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS

Cronista Oficial de Montijo y Lobón

 

La vida y obra de fray Diego de Ocaña, monje jerónimo del Real Monasterio de Santa María de Guadalupe, ha sido bastante desconocida por los investigadores durante siglos. Su manuscrito[1], permaneció olvidado casi siglo y medio, hasta que su hermano del monasterio de Guadalupe, fray Francisco de San José, a mediados del siglo XVIII (1743), da noticias de su viaje al virreinato del Perú[2] a recoger donativos que los fieles, principalmente extremeños, dejaban en sus úl­timas voluntades testamentarias ofrendas a la Virgen de Guadalupe del monasterio de las Villuercas. Pero aquellas noticias sacadas a la luz a mediados de la centuria del dieciocho quedarían de nuevo silenciadas hasta los prolegómenos de la coronación canónica de Ntra. Señora de Guadalupe como Reina de la Hispanidad (12/X/1928).

El jesuita Constantino Bayle[3] con la aquiescencia del cardenal primado y arzobispo de Toledo, don Pedro Segura y Sáenz, publicaba un folleto de treinta y dos páginas bajo el título “Nuestra Señora de Guadalupe de Extremadura en Indias”. Folleto al que Geromín de Guadalupe daba luz y difusión publicitaria en el diario Correo Extremeño[4], valorando de manera notable la publicación del padre Bayle.

El historiador jesuita conectaba a Guadalupe con el obispo extremeño don Alonso Ramírez de Vergara (1550-1602)[5], el cronista jerónimo fray Diego de Ocaña y la devoción que los chuquisaqueños, profesan a su Mamita Gualala (Virgen de Guadalupe), patrona de la ciudad de Sucre (Bolivia)[6].

En el Archivo del Monasterio de Guadalupe se conserva el folleto publicado por Constantino Bayle[7]. Transcribo una parte de su texto:

“Para cerrar desaguaderos y asegurar que las finezas de la devoción (Guadalupe) no se desviasen contra la voluntad de los donantes, los frailes jerónimos resolvieron enviar a Indias a algunos padres por sí recogiesen las limosnas. Con este fin llegó uno al Alto Perú a principios del siglo XVII; halló en Potosí tantos extremeños, todos devotos de su Virgen, que les regaló el cuadro con que pedía, a condición de lo pusieran en el nicho principal de la capilla mayor de San Francisco; y así lo ejecutaron”.

Un año después de lo escrito por Bayle, el franciscano Carlos Gracia Villacampa (Caspe, Zaragoza 1889-Jerez de la Frontera, Cádiz 1948)[8] accedió al original del manuscrito de fray Diego, estudiando y difundiendo el entusiasmo y fecunda actividad que el jerónimo desarrolló en su viaje religioso y pastoral de unas 21.748 millas (35.000 km) a lo largo de prácticamente nueve intensos años[9]. Pues el final de sus días los pasó en Nueva España[10]. A finales de los años sesenta, del siglo XX, el entonces bibliotecario del Monasterio de Guadalupe, Arturo Álvarez[11], fue el primero que publicó la obra completa de fray Diego de Ocaña, tanto el viaje como la Comedia a la Virgen de Guadalupe, siguiendo las huellas del monje jerónimo para entender mejor su hazaña[12]. Algunos investigadores han estudiado la obra de fray Diego desde las fiestas, representaciones teatrales, aspectos literarios y del culto popular. En 2010 salió a la luz una edición crítica sobre el manuscrito del monje guadalupense, “Viaje por el Nuevo Mundo: de Guadalupe a Potosí, 1599-1605, fray Diego de Ocaña”[13].

La obra de fray Diego muestra la geografía de parte del Nuevo Mundo, así como las costumbres de sus habitantes, lo que la convierte en una auténtica crónica de Indias. El manuscrito fue redactado en Lima a partir de las notas que tomó el fraile jerónimo durante su viaje por la América española, a la que había arribado en 1599. En su relato ofrece dos dimensiones: la autobiográfica y la testimonial[14].

En esta edición de los Coloquios Históricos de Extremadura se estudia la realidad física, histórica, social y económica que vivía la sociedad indiana en algunas de las ciudades más importantes del Virreinato del Perú, que fray Diego dejó escrita en su crónica. Deteniéndonos en las ciudades de Lima, Trujillo, La Plata, Potosi y Cuzco, entre otras.

 

1.- FRAY DIEGO DE OCAÑA (1570-1608)

Antes que el manchego entrara en la Real Casa, un hijo de la Villa y Puebla de Guadalupe, Gregorio López[15], oidor de la Chancillería de Valladolid y fiscal del Consejo de Indias durante 1543-1558, había destacado como redactor de dictámenes, informes y textos sobre las Leyes de Indias. Siendo la evangelización la finalidad primera y la justificación de las guerras de conquista y de los descubrimientos. Las leyes de Indias debían reflejar tres fundamentos ineludibles: buen trato de los indios, respeto a su libertad y condena de abusos y latrocinios de algunos españoles[16].

El jurista extremeño, Antonio Agúndez Fernández, en su obra Gregorio López y las Leyes de Indias, refuerza el valor del guadalupense: “Si Colón hizo redondo el globo terráqueo, en su descubrimiento, seguido del abrazo de razas. Gregorio López le dio, por su quehacer legislativo desde el Consejo de Indias, el global ordenamiento jurídico capaz de regular las nuevas situaciones sociales que las nueva tierras exigían”[17].

Fray Diego era natural de la villa manchega de Ocaña (Toledo), hijo de Juan de Huerta y María de Salcedo. Se presupone su nacimiento allá por 1570[18]. Hizo la profesión religiosa el 8/VI/1588[19]. Era prior del Monasterio, fray Gabriel de Talavera[20]. En su manuscrito señala que es joven y había sido ordenado sacerdote cuando partió para América.

El 3/I/1599 inicia el viaje en compañía de fray Martín de Posada, dirigiéndose primero a Sevilla y, más tarde, a Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), donde embarcaron con destino a Tierra Firme. Tras dos escalas en Puerto Rico y Cartagena de Indias, arribaron a Portobelo, atravesando el istmo para llegar a la ciudad de Panamá. Después de varios meses de reposo, ya que fray Martín estaba enfermo, navegaron a Lima, descendiendo del barco en la ciudad de Paita por la agravación de la afección de su compañero de viaje, el cual falleció en aquella población peruana.

A partir de aquella fatal circunstancia, fray Diego de Ocaña siguió el viaje en solitario, relatando en su manuscrito tanto sus penas como sus momentos de éxito[21]. La finalidad del viaje de fray Diego y fray Martín, no olvidemos, era difundir la devoción a la Virgen de Guadalupe, recoger los donativos que en aquellas tierras se hacían al monasterio extremeño y reglamentar su envío para el futuro[22].

Con la misión cumplida en el Virreinato del Perú se traslada a Nueva España, donde al parecer tenía previsto realizar la misma tarea de recoger limosnas ofrecidas a la advocación extremeña de la Virgen de Guadalupe, y difundir su devoción, en espíritu de prudencia, fidelidad y religión. Sin embargo, los años de viaje habían debilitado su salud, alcanzaba cuarenta años, falleciendo en México a mediados de 1608[23].

 

2.- EL MANUSCRITO

¿Dónde redactó fray Diego la crónica de su viaje? Todo apunta a la Ciudad de los Reyes, en Lima, en 1605, donde estuvo enfermo varios meses, hasta que se trasladó a Ica[24]. Se trata de un códice manuscrito autógrafo de trescientos dieciocho folios de texto, en papel. El autor intercaló en el texto dieciséis ilustraciones a plumilla y color, siete dibujos lineales y cuatro mapas de Chile, desatando su inteligencia, que si no son obras maestras de pintura, si están realizados con movimiento y gracia[25].

Junto a la narración de su objetivo, el monje jerónimo describe la vida, usos y costumbres de los indios, la flora y la fauna, el ambiente de la colonia y los criollos…; con infinidad de detalles[26], fruto de su enorme curiosidad y habilidad para ilustrar con dibujos algunos pasajes del relato y hasta pormenorizar sus sentimientos íntimos y estados de ánimo en aquellos momentos difíciles de enfermedad, abandono y graves contrariedades, por las que tuvo que pasar a lo largo del viaje. También incluye la comedia en honor de la Virgen de Guadalupe que fray Diego compuso.

El manuscrito se conserva en la Biblioteca de la Universidad de Oviedo, ms. 215, procedente del Archivo del Monasterio de Guadalupe[27]. Llegó a la sede ovetense, tras pasar por diversos propietarios, formando parte de un lote de volúmenes que el Estado adquirió a don Roque Pidal, en 1935.

Conocido en el siglo pasado, el manuscrito ha sido estudiado parcialmente por centrarse el interés de los investigadores en la comedia que fray Diego de Ocaña escribió sobre la Virgen de Guadalupe para la representación que, con motivo de las fiestas de entronización de su lienzo-imagen en la catedral de Sucre, se celebraron en enero de 1602[28].

Desde la Real Casa de Guadalupe se ha dicho sobre el manuscrito, conocido ahora por el título Viaje de fray Diego de Ocaña en el Virreinato del Perú, impreso en varias ocasiones, que contiene la Comedia de Nuestra Señora de Guadalupe, escrita en verso por el mismo cronista, pintor de lienzos guadalupenses y procurador del monasterio en Indias[29]. Considera el que fue bibliotecario y archivero del Monasterio de Guadalupe, fray Arturo Álvarez, que el texto, en su vocabulario no es difícil. Aparte de las palabras usuales en la Castilla de su tiempo, emplea muchos vocablos recogidos en los pueblos de su ruta.

La vida intelectual de fray Diego fue intensa. Fue tomando apuntes de los sucesos del viaje durante sus estancias, alternando con la pintura de la Virgen, organizando las complejas fiestas barrocas de entronización de las imágenes[30].

Mucho más tiempo le tuvo que llevar la composición de la comedia a la Virgen y sus milagros. Además de su actividad religiosa de sermones y difusión del culto a la Morenita de las Villuercas. Fundar cofradías, buscar mayordomos, recoger limosnas y preparar el envío hasta Sevilla para que allí lo recogieran sus hermanos[31]. Fomentando una buena actividad de relaciones públicas, buscando apoyos para programar los desplazamientos, alojamiento en conventos, espacio para pintar los cuadros, concertar acuerdos con las comunidades religiosas para depositar los lienzos de la Virgen en sus iglesias y todo lo que esta actividad sugiere[32].

 

3.- DE GUADALUPE AL NUEVO MUNDO

Acudo al momento preciso de la partida de dos monjes de blanco y pardo sayal, que decían adiós a su convento de Guadalupe, en dirección a tierras andaluzas y al mundo virgen al que la obediencia los encaminaba:

“Partimos el padre fray Martín de Posada[33], mi compañero, y yo, de nuestra sancta casa de nuestra Señora sancta María de Guadalupe, despedidos de todo el convento y con la bendición de nuestros prelados padres y mayores, a los 3 de enero del año 1599 a la una del día, después de comer. Acompañándonos hasta la puerta de la hospedería, donde subimos a mula, todos nuestros hermanos y amigos, de los cuales nos despedimos con muchas lágrimas y sentimiento de todos; y en particular fueron en mucha copia y abundancia las que yo derramé en los brazos de mi querido y amado hermano fray Pedro de Segovia, las cuales lágrimas mi compañero y yo de continuo fuimos derramando hasta que llegamos al humilladero de San Sebastián[34], que es donde se pierde de vista la casa; y allí volvimos las riendas a las mulas y, vueltos los ojos a nuestra gloriosa patria y casa, nos volvimos a despedir de nuestra gran patrona la serenísima reina de los ángeles, como lo habíamos hecho antes en el coro, pidiéndole nos guiase en nuestro viaje y nos llevase y volviese con bien a su santísima casa, de donde con tan gran dolor y sentimiento nos apartábamos por tan largo espacio; pues veníamos en busca del Nuevo Mundo descubierto”[35].

En la ciudad de Sevilla[36] fueron a la Casa de la Contratación donde presentaron las cédulas del rey, junto con las licencias del Padre General de los Jerónimos y Prior de Guadalupe, fray Pedro de Santiago[37]. Concedidas las licencias para embarcarse en los galeones de su majestad que llegaban hasta Puerto Rico. Tras apercibir las cosas de su matalotaje (avituallamiento), partieron de Sevilla el 26 de enero, río abajo, en barco, hasta el puerto de Sanlúcar de Barrameda. Punto de llegada y salida de numerosos viajes y expediciones con fines militares, comerciales, religiosos y científicos[38].

El 2 de febrero, festividad de la Purificación de la Virgen María (La Candelaria), fray Diego de Ocaña celebró misa en su altar de Barrameda[39], embarcándose en los galeones. Fray Martín de Posada lo hizo en la nave capitana con el general Francisco Coloma. Fray Diego viajó en la nave almiranta con el almirante Juan de Urdaire[40].

Fray Diego, antes de embarcar, se lamentó de no haber llegado los mozos (criados) y un donado que estuvieron esperando, con la falta grande que nos hicieron, escribió, notando su ausencia en algunos momentos del viaje. La travesía se realizó sin grandes novedades, aunque fray Diego estuvo siete días en cama de lo mareado que estaba; tras unos vómitos comenzó a estar bueno. A la vista de las islas Canarias, con una gran calma, hizo la promesa de cantar todas las noches la salve a Nuestra Señora de Guadalupe, pidiendo tener brisa y poder navegar.

Este es el itinerario que fray Diego hizo desde que salió de España hasta su muerte en México:

 

FECHA DESCRIPCIÓN
3 de enero de 1599 Parte de Guadalupe
2 de febrero de 1599 Embarca para el Nuevo Mundo, en Sanlúcar de Barrameda
24 de marzo de 1599 Arriba a Puerto Rico
Primeros de mayo de 1599 Llega a Portobelo
3 de agosto de 1599 Zarpa de Panamá rumbo al Perú
11 de septiembre de 1599 Desembarca en Paita, fallece el padre Martín de Posada
23 de octubre de 1599 Llega a Lima
8 de febrero de 1600 Embarca en Callao, para Chile
Mediados de abril de 1600 Arriba al puerto chileno de Coquimbo
18 de julio de 1600 Llega a Potosí
10 de noviembre de 1601 Arriba a Chuquisaca (Sucre)
27 de junio de 1603 Llega a Chuquiapo (La Paz)
25 de julio de 1603 Sale de Arequipa
24 de agosto de 1603 Llegó a Cuzco, camino de Lima
Enero-agosto de 1604 Reside, enfermo, en Lima
Agosto de 1604 Baja hasta Ica de Perú
Navidad de 1605 Embarca para Nueva España
1608 Fallece en México

 

Durante la travesía ocupa los días en saciar su curiosidad, observando la fauna marina, según describe, buscando la conversación instructiva para ampliar los conocimientos y fomentar la amistad:

“Traía otro gusto muy grande que era venirme parlando con el piloto mayor hasta después de medianoche, tratando del secreto de la navegación, de los grados de las alturas y de las alturas, del conocimiento de los ocho vientos principales que trae la aguja de continuo pintados; ver cómo va de continuo apuntando al norte. Y lo que mayor contento me daba era ver el movimiento de los cielos y cómo cada noche el norte se nos iba escondiendo y bajándose más hasta que vino a quedar a nuestra perspectiva orilla de las aguas, como se parece Portabello. Y con esta conversación del piloto supe muchas cosas que no sabía del globo del mundo, y pasaba las noches con mucho gusto[41].

En aquellas aguas el guadalupense, neófito en cosas del mar, vio ballenas y bufeos, marsopla o delfín, también peces voladores, al que llama dorados, depredadores de otros peces, como las sardinas.

Todo lo ameno y pacífico que resulta el traslado a América se transformará, posteriormente, en sorpresa, enfermedades, trabajos, robo, miedo a perder la vida y penalidades de todo tipo, hasta tener que empuñar las armas para defenderse.

 

4.- PORTOBELO, PAITA, PIURA, OLMOS Y SAÑA

La expedición llega a Puerto Rico el 24 de marzo, donde fueron acogidos en el convento de Santo Domingo, partiendo a Cartagena de Indias. Trescientas leguas de recorrido. Llegando el Viernes Santo, pasando tres días, embarcándose hacia Portobelo, en Panamá. Arribando el sábado por la mañana del Domingo de Quasimodo, alojándose en el convento de la Merced. Fray Diego escribe: “hay mucha falta de pan y de carne porque todo se trae de Panamá. La carne que se come es de vaca” (13 vto).

Después de quince días, bajaron los arrieros de Panamá para llevar a los pasajeros. Donde esperaron que bajasen los navíos del Perú para embarcarse por el Mar del Sur a la ciudad de Lima. Un viaje que duró tres meses, tiempo en los que estuvo en cama fray Martín de Posada, compañero de fray Diego, por unas calenturas muy recias que le dieron[42].

El 3/VIII/1599, seis meses del embarque en Sanlúcar de Barrameda, partió para la ciudad de Lima. Dieron fondo los navíos en el puerto de Paita[43] después de haber navegado treinta días por el Mar del Sur. Los dos religiosos optan por hacer el camino desde Paita hasta Lima a pie, a través de doscientas leguas con grandísimos arenales[44].

En la fiesta de la Natividad de la Virgen, 8 de septiembre, ante la gravedad de fray Martín de Posada, recibió confesión y comunión, en el convento de la Merced[45]. Tres días después el religioso jerónimo recibió la Extremaunción, y a las diez de la noche expiró en los brazos de fray Diego[46]. En el funeral se le dijo una vigilia y misa cantada en el convento de la Merced, donde se le dio sepultura junto al altar mayor.

Fray Diego escribe que las casas están hechas de bahareques (voz taína, pared de palos hincados, entretejidos con cañas y barro). En el puerto de Paita es el primer carnero que se come, trayéndose la carne desde Quito, que está a cien leguas. Las noches son serenas, la luna clara como si fuera de día y los arenales blancos. Hay mucha fruta y melones. Fray Diego confirma las cualidades del puerto de Paita: “Aquí tocan todos los navíos que vienen de Panamá y de México y los que bajan de Lima a México, para tomar refrescos de carne, y gallinas que valen baratas, a dos reales cada una”[47].

Parte de Paita con cuatro caballos alquilados a los indios de Olmos, uno para él y otro para llevar la cama[48]. A causa de las cuartanas que padecía el monje jerónimo, hace el camino por los arenales de noche, porque de día se abrasaban de calor las personas[49]. La dureza del viaje se agrava por la falta de agua, llevándose en unos calabazos grandes, para las cabalgaduras y para las personas. De Paita llegó a Piura, donde alimentaban a los carneros (llamas, alpacas, vicuñas y guanacos) con algarroba que por allí había, resultando gordos y sabrosos, los mejores del Perú. También se cultivaba algodón que se llevaba a Lima, aunque no mucho. El viajero podía comer tollo (cazón) que se cogía en el puerto de Paita. No se cultivaba trigo, trayéndose las harinas de los valles de arriba, de Trujillo. En Piura dejó nombrados mayordomos de la Virgen a Pedro Días Argüelles y a Bartolomé Sánchez, naturales de Guadalupe en Extremadura (Ocaña 28 vto.).

De Piura pasó a Olmos, precisando de un guía indio, porque las cuarenta leguas de despoblado estaba llena la tierra de arena menuda, y con el viento les cegaba y a las cabalgaduras, caminando de noche y sesteando de día. Fray Diego expone la realidad socioeconómica que vivían los indios: “los mantenimientos eran baratos. Valen seis panes de a libra, un real; dos pollos, un real; una gallina, un real; tres melones como la cabeza, un real; un cabrito, cuatro reales; doce huevos, un real; y de esta manera por el consiguiente las demás cosas de comida valen baratas”[50].

De Olmos llegó a Saña[51], con gran necesidad, por habérsele acabado la plata, no teniendo un real que gastar[52]. En Saña se curtía el cordobán y se hacía todo el jabón que se gasta en Perú. Estas dos cosas formaban los tratos de Saña. Cogían trigo para el consumo. Fray Diego describe los trajes que vestían los indios de los llanos hasta Chile. Pintando dos láminas a color en su manuscrito:

Los indios traen el cabello que les cubre todo el cuello por la parte de detrás, y por la frente le cortan dedo y medio por encima de las cejas. Traen sobre la cabeza sombrero conforme los españoles lo usan. Usan en el cuerpo, en lugar de ropilla, una camiseta de algodón sin mangas; porque si no son los caciques, que usan de jubón[53] y andan calzados y con medias y cuellos de lechuguilla[54] y con traje españolado, todos los demás traen los brazos y las piernas de fuera. La camiseta les llega por encima de las rodillas cuatro dedos. Unos zaragüelles[55] muy cortos como pañetes de lienzo, hasta las corvas debajo de la rodilla; de ordinario descalzos y algunas veces ponen unas ojotas en los pies como sandalias de frailes franciscanos, que no tiene sino la suela, que andan por el suelo con unas cuerdas atadas por encima del empeine del pie. Cúbranse por encima de los hombros con una manta cuadrada, sin ningún pliegue sino de algodón y lana, con sus cuatro esquinas como una sobremesa….El traje de las mujeres es una ropa entera como capuz[56], que no tiene más abertura que por dónde sacan la cabeza y los brazos; y de ordinario son de algodón y lana negra; y algunas los traen de colores la mitad y la otra mitad de otro color; pero lo común y más ordinario es de ser negros. Y en todo su cuerpo no trae adorno ninguno ni otra vestidura sino aquel capuz, de suerte que quitado aquel, quedan desnudas como sus madres las parieron.

Asiéntanse de continuo en el suelo sobre la arena a tejer el algodón, de que se visten; y hacen unas mantas cuadradas para los hombres, y para ellas aquellos capuces. A los niños los traen cuando van a alguna parte, no en los brazos, sino en las espaldas, envueltos en aquellos sacos como costales pequeños, los bracitos y las piernas de fuera. En toda la vida no usan de lienzo, sino de aquellas camisetas como cilicio[57].

La dieta alimenticia de los indios eran hierbas que llamaban yuyos con un poco de maíz tostado o cocido; al tostado le llamaban anca y al cocido mote. Todo lo guardaban para vender a los españoles que caminaban por los arenales hasta Lima. Una gallina valía un real; dos pollos, un real; doce huevos, un real; un cuarto de carnero, dos reales; seis panes, un real. De suerte, señala fray Diego, que todo vale por estos llanos hasta Lima muy barato; y todo esto nunca los indios lo dan de su voluntad, y aunque lo tienen dicen mana, que quiere decir no hay. De Saña el monje guadalupense, en la víspera de la festividad de San Jerónimo, parte al convento de frailes agustinos de Ntra. Señora de Guadalupe, donde había colegio y se leían artes.

El que fue bibliotecario del monasterio extremeño de Guadalupe, Arturo Álvarez, que fue el primero que publicó la obra completa de fray Diego de Ocaña, ante la escasez de datos sobre el templo guadalupense más antiguo de Suramérica que ofrece fray Diego, informa: “En 1531 el capitán Francisco Pérez de Lezcano -sevillano con raíces vascas- entra con Gonzalo Pizarro en Cajamarca, e interviene en la prisión de Atahualpa. Luego se establece con su familia en Trujillo y posee tierras en el valle de Jequetepeque, junto al pueblo de Pakatnamú, que los españoles llamaron Pacasmayo. En 1560, Lezcano, con su esposa Luisa de Mendoza, regresa con una peregrinación al santuario extremeño de Guadalupe. Allí agradeció a la Virgen haberse librado de la horca segura y afrentosa, a que por envidia le condenó el corregidor Jerónimo Benel de Trujillo (Perú). Y cumpliendo su voto, trajo una preciosa imagen de Guadalupe, labrada en cedro por un artista sevillano”[58].

Desde el monasterio agustino de Guadalupe, el jerónimo viajero llegó a Chiclayo y desde él a Etén, donde estaba por doctrinante de los indios un fraile franciscano, hijo de un escribano extremeño de Trujillo, llamado fray Francisco de Santa María. Gracias a él, fray Diego satisfizo el hambre que había pasado días antes.

 

5.- LA CIUDAD DE TRUJILLO

La víspera de la festividad de San Francisco, 3/X/1599, fray Diego de Ocaña llegó a la ciudad de Trujillo. Tras haber atravesado grandísimos arenales que tanto fatigan las cabalgaduras y los cuerpos de las personas. Así como por trasnochar al huir de la inclemencia del sol que hace arder la arena y pone al suelo de fuego[59]. Acudo a lo que narra fray Diego sobre la ciudad trujillana del Perú: “Lo que hay notable en esta ciudad es, que fue de las primeras que los españoles fundaron en aquestos valles y de donde, sacaron más riquezas a las espaldas de Trujillo, en el camino de la sierra. Por el camino real que viene desde la ciudad de Quito hasta Lima, está el tambo Piscobamba[60], donde los primeros españoles que entraron en el Perú prendieron al Inca que venía caminando desde Quito para Pachacamac[61]; y aquí, en este tambo, prometieron los indios, porque soltase a su rey, de llenarles de oro y plata” (Ocaña 43 vto. y 44)[62].

Fray Diego afirmaba: “Es una sala muy grande y hasta el día de hoy permanece en ella la raya que hicieron los españoles hasta donde los indios llenaron de plata y oro. Y de este oro y plata que los indios dieron por rescate del Inca, fue de lo primero que se le llevó al emperador de Alemania, donde estaba a esta sazón y tiempo; de que quedó más aficionado a las cosas de las Indias y acudió a la conquista de ellas con más cuidado desde entonces”. A su llegada a Trujillo fray Diego escribe:

En esta ciudad están los mayores edificios de huacas[63] (que son unos entierros donde los indios se enterraban), que hay en todo el Perú. Son estos sepulcros de adobes y barro; tienen unas paredes muy gruesas y debajo de tierra tantas cuevas y escondrijos y vueltas de unas partes a otras, que los laberintos de Creta quedan muy atrás con estas cosas, porque cuando aquellos cobraron fama y nombres en el mundo, no se habían descubierto estos edificios ni se tenía noticia de ellos; los cuales pueden ser famosos por todo el mundo, ansí por su grandeza como por los grandes tesoros y riquezas que en sí encierran y de ellos han sacado; pues ha sido tanto, que los primeros conquistadores llevaban en carretas a la ciudad el oro y la plata que de estas huacas sacaban. Y la razón de haber tanta riqueza en estos entierros y huacas sacaban. Y la razón de haber tantas riquezas en estos entierros y huacas, es que cuando moría algún cacique principal, que es decir como un duque en Castilla, enterraban con él toda cuanta riqueza tenía de oro y plata y ropas de cumbé[64], preciosas. Y así, al día de hoy hay grandísimas riqueza escondida que no saben de ella; y los indios viejos no quieren decirlo; y porque viven con un engaño que dice que si lo descubren, que luego el Zupay[65], que quiere decir el demonio, les aparece y los espanta, y que les riñe y amenaza que los tiene de llevar consigo si lo descubren; y por este engaño no quieren decir nada a los españoles. Y ponían los antiguos sobre estas huacas unas figuritas de piedra del tamaño de un dedo, al cual llaman guardahuaca, y aquel dicen que les habla y no quieren llegar a él; y de estos bultillos, que son como idolillos, llevo yo a España uno por curiosidad.

Todo el Perú costero es una inmensa necrópolis que custodia entre sus arenales el recuerdo de las culturas Paraca, Chimú y Nasca: y a pocos pasos de Trujillo tenemos las ruinas chimúes, que forman la zona arqueológica más importante. Pero es cien kilómetros al norte de esta ciudad donde están las numerosas huacas, sobre el río Jequetepeque, en el antiguo poblado de Pakatnamú. Allí, en una amplia extensión que cae al Pacífico, se aprecian las líneas borradas por el aire y los siglos de los que fue gran urbe chimú[66].

Fray Diego expresa que la ciudad de Trujillo[67] no era de mucha gente, pero la que hay es gente noble, vecinos encomenderos de indios y nietos de conquistadores:

Hay frailes y conventos de todas órdenes; de san Francisco y de Santo Domingo, agustinos y de la Merced[68]. Se coge aquí mucho trigo, y de estos valles se llevan harinas para Panamá y para toda la tierra de abajo y para todos los demás valles; y así todo el trato de aquí es harina y algunas aceitunas que cogen para agua, y son tan buenas y más gordas que las de Sevilla. Y para que los árboles den fruto, los podan cada año, como podan las vides en España. Hay también mucha azúcar, de que se hacen muchas conservas y se sustenta la ciudad de Lima con el azúcar que de estos valles se trae. El temple de la ciudad es buena y templado, ni frío ni calor. Dase el trigo todos los meses del año. Está en altura de nueve grados, un poco apartada de la mar más de dos leguas. Y desde aquí hasta Lima hay ochenta leguas, todo de arenales muy grandes y penosos de caminar, como todo lo demás (Ocaña 45).

Desde Trujillo, fray Diego prosigue viaje hasta el pueblo de Santa, donde mediaban cuarenta leguas, todo de grandes arenales. En Santa pasó tres días, en un aposento oscuro debido a los mosquitos[69]. Destacando que es un pueblo pequeño y de pocos españoles. Del pueblo de Santa partieron para la ciudad de Lima, que hay cuarenta leguas.

 

6.- LIMA. LA CIUDAD DE LOS REYES

Superados los trabajosos caminos, el jerónimo guadalupense entra en Lima el 23/X/1599[70], teniendo posada en el convento de Santo Domingo donde lo recibieron el vicario general, el provincial y prior. Acudió el religioso guadalupense ante el virrey don Luis de Velasco[71]. Visitando al arzobispo Toribio Alfonso de Mogrovejo[72], y a los inquisidores, oidores y otras dignidades. En los que se ocupó durante cuatro días[73], presentando las letras y cédulas reales que traía de España. Junto al objetivo de su viaje: “pedir limosna y asentar cofrades de Nuestra Señora de Guadalupe a todos los que quisieren serlo, como consta por su real cédula” (Ocaña 56). La petición que hizo fray Diego tuvo su aprobación, siendo nombrado mayordomo de la Virgen de Guadalupe Blasco Fernández de Toro, hidalgo conocido, natural de la ciudad de Trujillo en Extremadura, muy rico (56 vto.); quien ayudó a fray Diego a conseguir sus objetivos[74].

Al terminar de asentar cofrades de Nuestra Señora, el matrimonio extremeño, de Medellín, Alonso Ramos Cervantes y Elvira de la Serna, construyeron una ermita en las afueras de Lima, camino de Pachacamac[75], para la que fray Diego pintó un lienzo de la Virgen de Guadalupe: “Hízose una imagen muy linda y rica, del mismo tamaño que la de España, pintada en lienzo; y allí puestas muchas perlas y piedras de esmeraldas, y con tanta curiosidad, que toda la ciudad acude a verla; y le han ofrecido seis lámparas de plata, y hace muchos favores a toda la ciudad, con quien todos tienen grandísima devoción y con ella son las limosnas” (Ocaña 58)[76].

El día de la fiesta, cuando se puso el lienzo de Nuestra Señora, predicó fray Diego de Ocaña las grandezas de Nuestra Señora de Guadalupe, y el día octavo otro, y con éstos se animó toda la ciudad, y encendió en devoción, con muchos milagros que oyeron del fraile guadalupense (Ocaña 58 vto).  En esta ciudad, prosigue en su crónica;

“hay universidad con muchos doctores que la ilustran mucho, con las mismas constituciones de Salamanca. Hay cátedras de todas ciencias; provéense por oposición; tiénenlas muy buenos supuestos. Florecen mucho los criollos de la tierra en letras, que tienen muy buenos ingenios. Y en particular los conventos, donde también se leen artes y teología, y cada semana hay conclusiones en los conventos que son muchos y muy buenos, con muy curiosas iglesias” (Ocaña 60 vto).

Lima acogía cuatro colegios muy principales que ilustraban a la ciudad, como el Colegio Real, San Martin, el del Arzobispo y el seminario de los padres de la Compañía; sólo éste tiene ciento veinte colegiales, contaba fray Diego. En estos colegios se graduaban muchos en todas facultades, con lo que la universidad va aumentando y la ciudad de Lima ilustrando mucho.

Tenía hospitales para españoles y para indios, muy buenos y bien proveídos, que atendían las necesidades sanitarias, como el de San Andrés, que era de los españoles; el de Santa Ana, de los naturales; de San Pedro, donde se atendían a los clérigos pobres. Otro en las afueras de la población, el de San Lázaro, donde se curaban llagas[77]. Comenta que “hay muchas cofradías en todos los conventos, y todas hacen sus fiestas y con mucha abundancia de cera que gastan; y las noches de las vísperas ponen en las iglesias luminarias y arrojan cohetes y hacen muchas invenciones de fuegos, con que en esta tierra nueva se celebran las fiestas”(Ocaña 61). El cronista se adentra en el urbanismo de la capital peruana, narrando que:

“Está situada a orilla de un río caudaloso el cual en tiempo de aguas no se puede vadear. Del río salen muchas acequias, las cuales van por las calles y cuadras de la ciudad, sirven de limpieza de las casas, aunque algunas veces se azolvan[78] y revienta el agua y están las calles llenas de lodo y malos pasos. Y con otras acequias grandes, que va corriendo todo el valle abajo, riegan todas las tierras de pan, que se da mucho y bueno; y los alfalfales, que es una hierba, con la que se sustentan todas las cabalgaduras. Riegan las chacras, platanares y olivares; y ya comienzan a hacer aceite; llevan mucha aceituna y muy buena y gruesa, y para adobar son buenas y gustosas” (Ocaña 61 vto)[79].

Los edificios de los templos son buenos, en especial el de la iglesia mayor[80]. Los de las casas son todos de adobes de barro, secos al sol, no cocidos; y las casas que están dentro de la ciudad, son dobladas, tienen cuartos altos y bajos, y buenos balcones de madera de cedro, la cual cesta muy cara; se traen de Panamá y de Guayaquil. Hay unas cañas tan gruesas, que con tres palmos se abarcan, las cuales sirven de viga para cubrir los techos, los cuales no tienen tejados ni están cubiertos de tejas, sino con unas esteras que hacen de cañas hendidas; y sobre ellas echan mucho estiércol de las caballerizas y con esto se cubren las casas (Ocaña 62 vto.) … Hay mujeres muy hermosas, de buenas teces de rostros y buenas manos y cabellos, y buenos vestidos y aderezos; y se tocan y se componen muy bien, particularmente las criollas, que son muy graciosas y desenfadadas… El traje de los hombres es bueno y galán, porque todo cuanto gastan es seda y todos andan bien vestidos y galanes. Hay muchos caballeros y caballos, de suerte que cuando hay carrera, se juntan más de cien hombres de a caballo… Los lacayos son negros, porque en esta tierra no hay otro servicio sino negros y negras; y se pasa mucho trabajo con ellos porque se huyen de sus amos, y las mujeres no tienen de quien confiarse sino de negras para sus cosas secretas; y así le suceden mil pesadumbres y desgracias. Hay en Lima más de doscientos mil negros y muchas más negras[81], porque el español que más tiene, mejor lo pasa, porque ellos son los que andan en el campo y chacras y los que dan de comer a sus amos con los jornales que ganan” (Ocaña 63 y vto.)[82].

Fray Diego de Ocaña percibe la realidad social del momento que se vive en aquellos territorios:

“Hay muchos hombres antiguos que tuvieron mucha plata y hacienda, y por ser tan largo en el gastar, están hoy día en mucha necesidad. Esta ha sido la causa de algunos alzamientos, por donde ha estado esta tierra en puntos de perderse, como parece por las muchas cabezas de traidores al rey que están por las plazas del Cuzco y Chuquisaca y otras partes de estos reinos” (Ocaña 64).

El monje guadalupense señala las contrariedades que hay entre España y el Perú. Desde el clima[83], los tratos y contratos, el faltar en las escrituras y pagos, y en levantarse los unos con las haciendas de los otros. Esta es la rotundidad con la que deja escrita las contrariedades:

“Muchas mentiras y poca justicia en todo; particularmente en Potosí, que matan a los hombres  y después los matadores en los demás pueblos se pasean; y al fin con la plata todo se negocia y el que la tiene es honrado principal, noble y caballero; y el que no la tiene, aunque tenga todo lo dicho, no es nadie ni es estimado, ni hay quien se acuerde de él. Y de esta manera van procediendo en todas las demás cosas” (Ocaña 64 vto.).

Lima, a finales del siglo XVI, tenía dos compañías de gentileshombres, la una de arcabuces y la otra de lanzas (Ocaña 65 y vto)[84]. Dos compañías que guardaban el reino y la ciudad, las cuales guardaban la ciudad en Jueves Santo, y cuando había Auto de Inquisición[85]. “Lima es una ciudad de muchos temblores, escribe fray Diego, y después que pasó uno muy grande, que derribó mucha parte de las casas, no ha habido después acá otro ninguno, que haya hecho semejante daño; pero temblores pequeños muchos, particularmente a la entrada del verano” (Ocaña 66 vto.)[86].

La Cuaresma de Lima es muy regalada, dice fray Diego, porque “tiene abundancia de pescados y buenos, como son cabrillas y pejerreyes y chitas y tollos que traen de Panamá, y bonitos, que es un pescado como atún; y grandísima abundancia de anchovetas, que son como sardinas pequeñas y muy sabrosas. Hay también muchas corvinas y algunos pescados en abundancia; y muchas legumbres y buenas, y algunos camarones con que se hacen locros[87] muy vistosos y apetitosos. Hay mucha abundancia de frutas, uvas, higos, peras, membrillos, camuesas, y muchos melones y otras muchas frutas de la tierra, de diversos nombres, como son: aguacates, paltas, mameyes, guayabas, granadillas, pepinos de la tierra, que es una fruta muy regalada, y muchos plátanos y maní, y otras muchas frutas” (Ocaña 70).

En el tiempo cuaresmal, afirmaba el monje jerónimo guadalupense, que andan por la calle muchas negras vendiendo conservas y muchas cosas de dulces, turrones y melcochas[88], leche y natas, rosquetes y bizcochos, aceitunas y otras mil cosas apetitosas, que aunque no haya gana de ellas, como pasan por las calles convidando con ello, da ganas de comprar de ello… Y esto es lo que hay en Lima, que es el mejor pueblo en temple (temperatura) y en todo lo demás, de todas las Indias. Y fuera de esta ciudad no hay pueblo de consideración, sino en Potosí (Ocaña 70 vto.).

Fray Diego de Ocaña, el 6/II/1600 se embarca en el puerto del Callao[89] en la nave que tenía por nombre Galizabra en busca del reino de Chile. El monje guadalupense recorre: Coquimbo, Copiapó, Santiago, Chillán[90], Concepción, Angol[91], La Imperial[92], Valdivia[93], Purén[94], Osorno (Ocaña 92)[95], Chiloé[96]. Fray Diego dice de los indios de Chile:

“Generalmente son indios de razón y de traza, en particular para las cosas de la guerra: y aunque son bárbaros, no tienen las costumbres bárbaras y bestiales que tienen los de Paraguay… las armas que comúnmente usan los indios, son arco y flechas, lanza y macana[97], coselete y celada de cuero de vaca crudo. Su pelear es a pie y a caballo, cada uno como mejor se halla y con el arma que más se ha ejercitado… Lo que estos indios cogen es trigo, cebada, maíz, papas, frijoles, porotos o pallares, quinua y otras muchas semillas” (Ocaña 101 vto. y 102 vto.)[98].

 

Cuando pretendió regresar a Lima, le sorprendió la sublevación de los mapuches contra los españoles, viéndose obligado a cruzar la cordillera los Andes. Transitando una buena parte de las pampas argentinas (Ocaña 142 y vto.)[99], llegando a Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba; y, ya en su camino de regreso, atravesó el Paraguay y Tucumán para finalmente llegar a las ciudades de Potosí y La Plata[100].

 

7.- LA VILLA RICA DE POTOSÍ

Desde Tucumán a la Villa Imperial de Potosí, el religioso guadalupense sufrió unas calenturas que no se le quitaron en veinte día, no pudiendo caminar ni a pie ni a caballo; y apenas podía comer, ni tenía que, sino un poco de maíz. Y a tres jornadas de Potosí, en una chácara (pequeña propiedad rural) donde había gente, tuvo reposo durante ocho jornadas, animándose a comer[101], reparándose un poco. Partió para Potosí el 18/VII/1600, llegando a la portería del convento de Santo Domingo[102]. Donde convaleció de su enfermedad durante dos meses. También con la ayuda que le prestaron Miguel Juárez y su mujer Francisca de Ulloa, naturales de la Puebla y Villa de Guadalupe.

En la fecha en que hace su crónica fray Diego, hallábase Potosí en el cenit de su grandeza[103]. España prestó particular atención a su industria de la plata que extraían de su Cerro Rico. El monje guadalupense considera que el Cerro Rico de Potosí es la octava maravilla del mundo y la mayor de todas. “Todo de plata que no hay puñado de tierra que no sea de plata; de donde tantos millones se llevan a España cada año” (Ocaña 168 vto. y 169).

Potosí proveyó el sustento material de la maquinaria de guerra más poderosa de la época; financió el Imperio donde nunca se ponía el sol. La riqueza del Potosí fue decisiva para la formación del primer Estado territorial moderno y la primera potencia hegemónica mundial. Todo el aparato burocrático militar del Reino de España se nutrió de sus socavones; la moderna tecnología de gobierno sobre las poblaciones se forjó como producto emergente de los ingentes esfuerzos de la Corona por extender el control eficiente sobre la vida en las colonias, de donde provenían los medios de su poderío. El argentum metal era conducido desde Potosí hasta el puerto de Arica y desde él a Callao y Panamá. Embarcaciones que eran custodiadas por navíos de la Armada del Mar del Sur.

El cerro de Potosí[104], de la parte del mediodía hacia la parte sur, tiene, señala fray Diego, cuatro vetas principales, que corren desde la punta del cerro hacia abajo: que la primera se llama Mendieta, y la segunda del Centeno, y la tercera se llama la Veta Rica, y la cuarta del Estaño. Trabajan dentro de este cerro, todos los días, ocho mil indios, todos con velas de sebo, sin los que sacan los metales, que son otros cuatro mil. (Ocaña 169). Fray Diego denuncia la explotación a la que estaban sometidos los indios en el trabajo de las minas:

“Pasa esta gente gran trabajo y mueren muchos indios de enfermedad, otros despeñados, otros ahogados, y otros descalabrados de las piedras que caen; y otros quedan allá dentro enterrados… A mí me quebraba el corazón de ver cuando los indios salían los miércoles a comer a las bocas de las minas, a recibir la comida que les llevan las mujeres, los lloros y las lágrimas de ellas, de ver a sus maridos salir llenos de polvo y flacos y amarillos y enfermos y cansados, y sobre todo esto azotados de los mineros y aporreados porque no cumplieron los montones de metal que está tasado que ha de sacar cada día… Y al fin no hay libra de plata que no cueste otra tanta sangre y sudor a los miserables de los indios; pues a costa de su sangre se saca lo que se beneficia” (Ocaña 183 vto. y 184)[105].

En Potosí, el jerónimo guadalupense tomó los pinceles para hacer una imagen de la Virgen de Guadalupe, que acrecentara la devoción, pues observó tibieza en la gente[106].  Una vez terminada, fray Diego determinó colocarla en el convento de San Francisco, en la capilla mayor, sobre el sagrario, y porque en este convento hay más devoción que en los demás (Ocaña 149 vto.).

Se detiene el cronista guadalupense en describir las casas de los indios, como pocilgas o zahúrdas de pueblos; unas piedras puestas, por la mayor parte en redondo con un poco de barro, y por la parte de arriba con paja, y tan baja que apenas se puede estar en pie (Ocaña 174). La bebida ordinaria se llamaba chicha, la cual se hace de harina de maíz; la echan en agua hirviendo, y en cinco días la beben. Es tan fuerte que embriaga y emborracha mucho, y desde el sábado en la noche hasta el lunes a mediodía, no dejan de beber (Ocaña 185 vto.).

En Potosí nunca faltan uvas. Hay muchas camuesas, higos verdes, pasados y pasas. Frutas de la tierra, hortaliza y verdura, rábanos y cardos, y legumbres de berzas y otras hierbas.  Hay muchos cántaros de leche y por las calles venden requesones. Mucho pescado salado y fresco del río Pilcomayo; todos los viernes muchos sábalos. Hay mucha caza, siempre de perdices. En todo tiempo hay gallinas. Está la plaza muy proveída de tocino del pueblo de Tarija, que es la mejor cecina de todo el Perú. Una arroba de carbón vale cuatro reales, que se tiene por barato por el mucho gasto que hay de él, porque alrededor de Potosí, en aquellos lugares altos donde hace de ordinario mucho viento, hay mucha cantidad de guayras[107] (Ocaña 182,183).

En medio de las catorce parroquias de los indios, está el pueblo de los españoles, donde está la iglesia mayor en la plaza. Y alrededor de ella, están los conventos de santo Domingo y San Francisco y de la Merced y de San Agustín y los padres de la Compañía de Jesús (Ocaña 181)[108]. La gente española que en Potosí hay, es mucha, casi tanto como los indios; y muchos soldados (Ocaña 177 vto.). El trato comercial en Potosí, dice fray Diego que es todo a peso de plata. Señalando que es la mejor plaza en provisión de todo el Perú.

 

8.- LA CIUDAD DE LA PLATA

Acabadas las fiestas de Potosí, fray Diego de Ocaña emprendió viaje hacia la ciudad de la Plata[109], adonde llegó en los primeros días de noviembre de 1601, hospedándose en casa del deán[110] de Las Charcas, Juan de Larrategui. Al que define fray Diego: “un caballero muy honrado y de mucho nombre en los reinos del Perú, por el bien que a todo género de gentes hace” (Ocaña 216).  Pocos días después de su llegada, el sábado once de noviembre, vivió la experiencia de un gran terremoto que pareció ser el fin del mundo. (Ocaña 217 y vto.). Lo cogió celebrando la Santa Misa, en el Gloria, exclamando: “Madre de Dios de Guadalupe, favorecednos aquí”[111].

No parece que fray Diego tuviera intención de ir a La Plata; pero un encuentro en Potosí con el obispo extremeño, don Alonso Ramírez de Vergara, natural de Segura de León (Badajoz)[112], decidió el viaje y dio origen a la pintura en la que efigió la Morena de las Villuercas.

Así describe su autor cómo obró con sus pinceles la imagen de la Virgen de Guadalupe de las Villuercas: “Comencé, pues, en casa del deán[113] a hacer la imagen como si yo fuera el pintor más extremado del mundo, y puedo afirmar con verdad… y con la ayuda de nuestra Señora, favoreciendo a mi buen deseo, es de manera la pintura, que no han tenido que enmendar famosos pintores que después vinieron, no sin admiración de todos”. Afirmando “Se hizo una imagen tan rica como se dirá adelante, y con tantas fiestas como parecerán por la relación que se hizo y envió a España, la cual también yo pondré aquí con lo demás” (Ocaña 218).

Acabado el lienzo de  Ntra. Señora de Guadalupe, se fijó como fecha de bendición el domingo siguiente al día de Epifanía, trece de enero. La pintura de cuadros de la Virgen que fray Diego comenzó en Panamá, siguiendo en Lima, Ica, Cuzco, Potosí y La Plata, termino siendo una herramienta de evangelización, motivo de devoción y reclamo importante de limosnas para el monasterio extremeño de las Villuercas[114].

Los actos de entronización de la Virgen fueron acompañados de un novenario de fiestas que repitieron, en parte, el mismo concepto de Potosí con juegos de cañas y sortija, justas poéticas, corridas de toros, escenificación de la comedia que compuso fray Diego a la morenita extremeña[115]. La comedia compuesta por fray Diego de Ocaña, fue dada a conocer por el franciscano Carlos Gracia Villacampa. Pero antes que el franciscano Villacampa lo hizo, en un primer estudio, Vicente Barrantes (1829-1898), historiador y bibliófilo. Sin embargo, el reconocimiento a Barrantes se empaña porque adaptó su versión del texto de una copia defectuosa realizada por el entonces famoso crítico Manuel Cañete[116] y porque, al seguir los apuntes de Cañete, atribuyó como él la pieza teatral a un fray Diego de Prades[117].

A grandes rasgos, lo que cuenta la obra en la primera parte es la pérdida de España por culpa del rey Rodrigo y sus devaneos con la Cava. En la parte segunda, cuya trama sucede unos cuantos siglos después, se refiere al hallazgo milagroso de la imagen de la Virgen y la elección de ésta como patrona en la guerra contra el moro, lo que permite al rey Alfonso vencer en la decisiva batalla del Salado[118].

La comedia se basa en los libros de milagros que existen en el monasterio de Guadalupe, pero dándole carácter literario y sobre todo, aplicado a los destinatarios americanos de fray Diego: indios, mestizos y españoles[119].

Acabada las cosas en Chuquisaca el jerónimo guadalupense llega a Chuquiabo (hoy ciudad de La Paz)[120]. De allí a Chucuito, pueblo a orillas del lago Titicaca, a pocos kilómetros de Puno, donde visitó la Virgen de Copacabana. De la que llegó a decir que era una imagen muy devota que ha hecho y hace grandes y muchos milagros (Ocaña 303, vto.). Y también Carabuco, puerto costero al norte del lago. Fray Diego viajó hacia Arequipa, pasando por el volcán de los Ubinas, el más activo de Perú, llegando a la cuesta de Chihuata (Ocaña 319 vto.)[121]. En Arequipa escribió que estuvo cuatro días sin ver el sol, pues a los dos de la tarde era menester encender velas por la mucha oscurana que había, por la ceniza que andaba por el aire, con haber ya pasado cuatro años que sucedió al reventar el volcán (Ocaña 320).

De Arequipa[122], fray Diego, basándose en los informes facilitados por el contador de la Hacienda Real, Sebastián de Mosquera, y otras personas todas honradas y fidedignas, dice: “Esta ciudad es que tiene vestigios de haber sido de las mejores del Perú, la más rica y la más regalada, porque un año con otro entraban en ella setecientos mil pesos para emplear en vino, y ahora no alcanzan un poco de maíz; pero de trigo se coge y se da, lo que es menester” (Ocaña 327 y vto.)[123]. El jerónimo guadalupense partió de la ciudad de Arequipa el 25/VII/1603 para el valle de los Collaguas. Llegó a Yanque, donde estaba de corregidor Gonzalo Rodríguez de Herrera, que se había venido de Castilla con fray Diego. Desde Yanque partió fray Diego para Cuzco[124].

 

9.- CUZCO. CABEZA DEL PERÚ

Llamada así por haber tenido en ella los incas, reyes antiguos de los indios, su corte y asiento. Llegó el monje jerónimo por el camino real que viene de Chucuito al Cuzco. En este camino está la tierra más alta de todo Perú, no montuosa sino de altura natural. Llegó a la ciudad el 24/VIII/1603. Apeándose en el convento de San Francisco[125], donde los religiosos le hicieron mucha caridad, recibiéndole con muestras de alegría.

La ciudad de Cuzco, dice fray Diego, tiene todas las casas de piedra y con tejados, como en la forma de ella, se parece mucho a las de España, por no estar como otras edificadas por cuadras. Hay frailes de Santo Domingo, San Francisco, San Agustín, de la Merced y padres de la Compañía, y un convento de monjas de Santa Clara. Está el obispo y la catedral del Cuzco[126], que es muy grande obispado y de mucha renta. Cógese trigo en abundancia. Vino no tiene ninguno; llévase de la Nazca y de Ica (Ocaña 335 vto. y 336)[127].

Fray Diego encontró en Cuzco un pueblo sano, matizando que de diez años a esta parte ha entrado una enfermedad en la ciudad, que llaman tabardillo[128], que muere mucha gente a la entrada y salida del verano. Las muchas frutas que tienen son por haber poca salud; porque dan por ocho reales cincuenta camuesas, por un real cincuenta duraznos, y de esta manera las demás frutas. Y todo el año está la plaza llena de fruta, y no se coge en el valle de la ciudad sino en los valles de alrededor, donde están las chacras de la coca; los cuales valles se llaman los Andes del Cuzco, que quiere decir tierra caliente y de frescura y arboleda, porque el valle de la ciudad no tiene arboleda (Ocaña 338 vto.). El monje guadalupense deja Cuzco el 20/X/1603 para viajar hacia Lima, pasando por Huamanga[129], Jauja[130] y Huarochiri[131].

Fray Diego llegó a la Ciudad de Los Reyes en diciembre de 1603, destrozado por la enfermedad debido a los trabajos sufridos. Durándole la convalecencia hasta comienzos de agosto de 1604. Fecha en la que el virrey don Luis de Velasco dejaba el gobierno de los reinos del Perú, por la llegada de don Gaspar de Zúñiga, conde de Monterrey. El virrey Velasco, devoto de la Virgen de Guadalupe, hizo la merced de donar cincuenta fanegadas de tierra en el valle de Ica (Ocaña 352 vto.)[132], tomando posesión de aquella hacienda fray Diego.

En Ica determinó tomar trabajo y hacer una imagen de la Virgen de Guadalupe como las demás que dejó en otros pueblos. La gente acudió con devoción, haciendo solemne procesión, por haber en aquel pueblo mucha gente de Trujillo y de Extremadura (Ocaña 356 vto.)[133]. En todo aquello estuvo cuatro meses, y cuando iba a embarcar para México le dio una enfermedad que le puso al extremo de la vida, porque los grandes soles que pasé, afirmó, me hicieron mucho daño[134].

Llegada la Pascua de Navidad, fray Diego embarcó para Nueva España. Fue en Lima y México donde el jerónimo guadalupense dio cuerpo a las notas que había tomado en su viaje desde que salió del Real Monasterio de Santa María de Guadalupe, su casa, el 3 de enero de 1599. Seis años vividos en tierras ajenas al cobijo de las Villuercas, al silencio de los claustros y rezos de peregrinos que buscaban el altar de la bella extremeña, lucero, sol, antorcha, estrella y norte. Fue en el Virreinato de Nueva España (México), en el que terminaron sus días sin regresar a España, pues allí falleció[135].

 

10.- CONCLUSIÓN

Los jerónimos de Guadalupe envían a fray Diego de Ocaña y fray Martín de Posada con la finalidad de propagar la devoción a la Virgen de Guadalupe, catequizar mediante la creación de cofradías marianas y por ende cofrades integrados en ellas, y la recaudación de limosnas, reglamentando éstas, junto con las demandas testamentarias y donaciones.

Minuciosamente fray Diego fue relacionando las limosnas que fue recibiendo a lo largo de su periplo por el Virreinato del Perú, cifrándose en 65.750 pesos, 230 ducados y 2.000 reales[136]. Consolidando con su recorrido el sistema de recaudación y el culto guadalupano cada vez más extendido e intenso. Pero aquel viaje en el que sufrió toda clase de vicisitudes[137] acabó con su vida.

Se apunta que el motivo de la marcha a Indias de los dos monjes se justifica con la fundación del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial (1562), quedando Guadalupe oscurecido. En los últimos años del dieciséis se inician amplias construcciones en la Real Casa de las Villuercas, reafirmando la importancia del monasterio recuperando glorias pasadas. Entre 1595 y 1597, el arquitecto Nicolás de Vergara, el Mozo, maestro mayor de la Catedral Primada de Toledo, construyó en Guadalupe la Capilla de San José o de las Reliquias. Un año después de conocerse la muerte de fray Diego de Ocaña, el arquitecto cortesano Juan Gómez de Mora, firmaba en Valladolid la planta de cómo se había de hacer el Retablo Mayor de Nuestra Señora de Guadalupe.

Fray Diego escribió y dibujó cuanto pudo ver. Además de relatar sus aventuras y desventuras en los caminos, describe las tierras por donde pasa, pernocta y habita; da cuenta de su actividad y quehacer en beneficio de la Virgen de Guadalupe; compone un grupo de dibujos de asunto, en general, etnológico e histórico y, en ocasiones, apunta referencias a hechos de la conquista y de la colonización del virreinato del Perú[138].

Fray Diego de Ocaña quiso sacar de apuros económicos a la Real Casa de Guadalupe en las Villuercas, centro de peregrinación, a la que llegaban romeros y pobres que cada día llamaban a su puerta, cumpliendo la fidelidad del mandato de la Señora: “Y mandóme más que dijese a los que tuvieron cargo de su Casa que diesen de comer a todos los pobres que a ella viniesen una vez al día”[139].

A fe, que el santuario en sus siete siglos de vida, ha cumplido con esmero el encargo de la Morena de las Villuercas. Sosteniendo además el gasto de al menos cuatro hospitales, botica y Escuela de Medicina[140]. La asistencia a los necesitados fue y sigue siendo expresión abierta de caridad y ayuda. Aspecto que todos los historiadores y cronistas del monasterio, antiguos y modernos, han resaltado y recogido con vivos ejemplos[141].

 

 

 

FUENTES CONSULTADAS

 

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[1] Relación del viaje de fray Diego de Ocaña por el Nuevo Mundo (1599-1605).

[2] El Virreinato fue una entidad político-administrativa fundado en 1542 tras el sometimiento del Imperio Inca. Abarcó en su máxima extensión, territorios que actualmente se corresponden con Perú, Ecuador, Bolivia, Colombia, parte de Argentina y Chile.

[3] (Zarza de Granadilla, 1882-Madrid, 1953). Se formó en la Universidad de Comillas hasta que, en 1902, ingresó en los Jesuitas de Granada para hacer el noviciado. De allí fue destinado a Ecuador, de donde regresó en 1911. Tras estudiar Teología, se ordenó sacerdote el 19/VIII/1919. Ese mismo año se instala en Madrid, donde comienza a dirigir la revista Razón y Fe (editada por la Compañía de Jesús desde 1901), labor que desempeñó hasta su muerte.

[4] Cf. CORREO EXTREMEÑO, núm. 7.596, 18/VII/1928, pg.7

[5] Natural de Segura de León (Badajoz), maestro en Artes por Salamanca y licenciado en Teología por Alcalá, canónigo magistral de Málaga y obispo en La Plata (1594-1602). A él se debe la capilla del sagrario, donde puso su sepultura, colocando una imagen de la Virgen de Guadalupe que pintó fray Diego de Ocaña. CASTAÑEDA DELGADO, P. y MARCHENA FERNANDEZ, J.: “Los Obispos extremeños en las diócesis del Nuevo Mundo (1500-1850)”.  En Actas y estudios, edición a cargo de Fr. Sebastián García (OFM), 1990, pg.76.

[6] Antes llamada Charcas, La Plata, Chuquisaca y Sucre desde 1825.

[7] Agradezco la consulta de esta documentación a Antonio Ramiro Chico, Cronista Oficial de Guadalupe.

[8] Fue director de la publicación “El Monasterio de Guadalupe” (1919-1929). Archivero y bibliotecario de Guadalupe. Director de la Revista “La Voz de San Antonio” (1929-1932; 1941-1948); fundada por la Provincia Bética Franciscana en 1895. Académico correspondiente de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, de la de San Fernando de Madrid y de la Hispano-Americana de Cádiz.

[9] Cal­culadas estas cifras aproximadamente por su magnitud y variedad de las travesías, y por falta de los datos finales de su vida. CAMPOS Y FERNÁNDEZ DE SEVILLA, F.J.: “El Monje Jerónimo Fray Diego de Ocaña y la Crónica de su viaje por el Virreinato del Perú (1599-1606)”. Estudios Superiores del Escorial, pg.4.

[10] El Virreinato de Nueva España ocupó, en su máxima extensión, América Central, las Antillas, el centro y sur de los Estados Unidos y Filipinas.

[11] (Valdecañada, León, 1928-Madrid 2021). Director del archivo y biblioteca de Guadalupe. 1956-1966. Director de la Revista Guadalupe durante 1962-1966. Miembro de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras (1958) y de la Real Sociedad de Amigos del País de Tenerife (1966). Autor, entre otras obras, de La Virgen de Guadalupe en el Mundo y Guadalupe, arte, historia y devoción mariana.

[12] Publicado con el título Un viaje fascinante por la América Hispana del siglo XVI. Ediciones Studium, Madrid 1969.

[13] De Blanca López de Mariscal y Abraham Madroñal Durán. Editorial Iberoamericana. Universidad de Navarra. Madrid 2010. Junto con varios trabajos publicados por el profesor Francisco J. Campos y Fernández de Sevilla (OSA), Rector de los Estudios Superiores del Escorial (1990-1998), donde desarrolla su actividad docente e investigadora. Y la obra de Beatriz Carolina Peña Núñez: “Fray Diego de Ocaña: olvido, mentira y memoria”. Universidad de Alicante, 2016. Esta última obra crítica algunas informaciones que tiene en su manuscrito el jerónimo guadalupense.

[14] ALTUNA E.: “En esta tierra sin memoria. El viaje de fray Diego de Ocaña (1599-1605). Revista Crítica Literaria Latinoamericana, Año XXII, núm. 43-44, Lima 1996, pg. 123.

[15] Falleció en Guadalupe el 1/IV/1560. Su obra cumbre, en la que se exponen sus pensamientos sobre Indias, lleva por título Las Siete Partidas del Sabio Rey Alfonso el Nono, Salamanca 1555, por el editor Andrés de Portonariis.

[16] GARCÍA RODRÍGUEZ, S. (OFM): “Guadalupe de Extremadura: Su proyección americana”. En Guadalupe siete siglos de fe y de cultura. Madrid 1993, pg.516.

[17] En Actas “Extremadura en la evangelización del Nuevo Mundo”, Madrid 1990, pgs.229-254.

[18] FRAY ARTURO ÁLVAREZ: Un viaje fascinante por la América Hispana del siglo XVI. Madrid 1969. Introducción. pg. IX.

[19] ARCHIVO MONASTERIO DE GUADALUPE (AMG). Legajo 39.

[20] Autor de la Historia de Nuestra Señora de Guadalupe, consagrada a la soberana magestad de la Reyna de los Ángeles, milagrosa patrona de este sanctuario. Toledo, en casa de Thomás de Guzmán, año 1597. Petrus Ángelus, fecit.

[21] LÓPEZ GUZMÁN, R. y MOGOLLÓN CANO-CORTÉS, P. (coords.): La Virgen de Guadalupe de Extremadura en América del Sur. Arte e iconografía. Cáceres 2019, pg.21.

[22] ROSO DÍEZ, J.: “El fraile jerónimo Diego de Ocaña. Un apunte sobre devoción mariana, arte y literatura en la América hispana del barroco”. En Anuario de Estudios Filológicos, Servicio Publicaciones UEx, vol. XXXI, 2008, pg.197. También GARCÍA, S. (OFM): Guadalupe de Extremadura en América. Madrid, 1990. pg.104-105. La devoción a la Virgen de Guadalupe de España arraiga en el Nuevo Mundo, con prontitud. Las iglesias acogen capillas y altares dedicados a esta advocación; así como conventos, ermitas y santuarios que pueblan la geografía de Iberoamérica.

[23] CAMPOS Y FERNÁNDEZ: El Monje Jerónimo Fray Diego… Op. cit. pg.27. Anterior a fray Diego de Ocaña había recorrido el Virreinato del Perú durante doce años, fray Diego de Losar, compañero de hábito jerónimo. Natural del pueblo toledano de Villafranca del Puente del Arzobispo. Profesó en Guadalupe en 1565. ÁLVAREZ ÁLVAREZ, A.: “La cofradía de Guadalupe en el virreinato del Perú (siglos XVI-XVII). En Revista Guadalupe, núm. 833, 2013, pg.24.

[24] Llamada también Ica de Valverde. Ciudad fundada por Jerónimo Luis de Cabrera (1528-1574), adelantado y gobernador de Tucumán. Con acuerdo y parecer de don Pedro de las Casas, en cumplimiento del mandato del virrey conde de Nieva. VÉLEZ PICASSO, J.M.: La Villa de Valverde del valle de Ica (siglo XVI). Ica, 1931.

[25] FRAY ARTURO: Un viaje fascinante… Op. cit. pg. XXIX.

[26] Entre las relaciones de sucesos que ofrece el texto, fray Diego narra lo acaecido durante algunos de los terremotos que le tocó vivir a lo largo de su viaje, entre ellos, los de Arequipa (1600 y 1604), La Plata (1601), y Lima (1605); así como también un auto inquisitorial celebrado en Lima en 1605. LÓPEZ DE MARISCAL, B.: “La relación del viaje de fray Diego de Ocaña y su memoria de las cosas (1599-1601). En Actas del VII Congreso de la AISO, 2006, pg.413. Centro Virtual Cervantes.

[27] La borrasca desamortizada de 1835 y posterior exclaustración de la comunidad jerónima produjo la incautación de sus bienes, muebles e inmuebles, afectando gravemente a su biblioteca y gran parte del archivo, iniciándose un doloroso éxodo hacia otras bibliotecas estatales y privadas.

[28] CAMPOS Y FERNÁNDEZ DE SEVILLA, F.J.: “Dos crónicas guadalupenses de Indias: Los Padres Diego de Ocaña y Pedro del Puerto”. En Guadalupe de Extremadura: Dimensión hispánica  y proyección en el Nuevo Mundo, Madrid 1993, pgs. 405-458).

[29] Cf. GARCÍA: Guadalupe de Extremadura… Op. cit. pg.515. La comedia se representó primero en Potosí y un año después, durante Epifanía, en Chuquisaca (Sucre), siempre interpretada por compañías de cómicos profesionales y con gran éxito de público. MADROÑAL DURÁN A.: “Un fraile toledano de viaje por el nuevo mundo: Fray Diego de Ocaña y su Comedia de la Virgen de Guadalupe”. En Homenaje a Félix del Valle y Díaz, Real Academia de Bellas Artes y Ciencias de Toledo, 2009, pg.657.

[30] Describiendo el ritual: Repique de campanas, pregón, procesión, carrozas y alegorías. Actos religiosos, con misas, novenas y sermones. Representaciones teatrales, toros, juegos de cañas, fuegos de artificio y certámenes literarios.

[31] Felipe III, el 13/IV/1608, había autorizado poder introducir, libre de gasto, lo que trajese de Nueva España por valor de 20.000 ducados. AMG. Documentos Reales, carpeta R-XII. Ninguna orden religiosa tuvo tantas fundaciones y dotaciones por los reyes y la nobleza, como la Orden de San Jerónimo.

[32] CAMPOS Y FERNÁNDEZ DE SEVILLA, F.J.: “La relación del viaje de fray Diego de Ocaña por el virreinato del Perú (1599-1606)”. En Revista del Archivo General de la Nación (Lima) 34/2 (2019), pg.19.

[33] Natural de Posadas de Llanes (Asturias). Profesó en Guadalupe el 1/X/1580.

[34] Se trata de un antiguo humilladero, situado en el camino de Mérida o del Sur, actual de San Blas.

[35] FRAY ARTURO: Un viaje fascinante por… Op.cit., pg.2. Tardaron veinte días en recorrer los caminos desde Guadalupe a Sevilla, utilizando mulas por cabalgaduras.

[36] Se desconoce dónde se hospedaron en la capital hispalense. Dos casas jerónimas tenía Sevilla: San Jerónimo de Buenavista y San Isidoro del Campo. Me inclino por el primero, pues fray Diego Martínez de Medina, monje en el monasterio de Guadalupe, fundó en 1414 el monasterio de San Jerónimo, a las afueras de Sevilla, con el apoyo del arzobispo Alonso de Ejea.

[37] Estas cédulas fueron los documentos que sirvieron en su largo camino para demostrar la autenticidad de su misión. Ninguna orden religiosa tuvo en la península tantas fundaciones y tan espléndidamente dotadas por los reyes y la nobleza como los hijos espirituales de San Jerónimo.

[38] De Sanlúcar partió el II Viaje de Colón y la I Circunnavegación marítima de la tierra, completada por Juan Sebastián Elcano.

[39] Los dos jerónimos guadalupenses se hospedaron en el Monasterio de Nuestra Señora de Barrameda o de los Remedios, conocido por Convento de los Jerónimos. Sanlúcar de Barrameda fue lugar natural de espera de los misioneros que iban a Indias, estableciéndose en él varias órdenes religiosas.

[40] La expedición estuvo formada por seis galeones, diecisiete velas, y varias naves de distintas clases, todos de armada. Transportaba cuatrocientos hombres y al nuevo gobernador de Puerto Rico, Alonso de Mercado, para reconquistar la ciudad atacada y saqueada por el corsario inglés George Clifford.

[41]  OCAÑA, D. de: Relación del viaje de fray Diego de Ocaña por el Nuevo Mundo (1599-1605). Biblioteca Universidad de Oviedo, ms.215, fol.9 vto. Anterior a fray Diego de Ocaña, los jerónimos de Guadalupe enviaron a Indias, en 1587, a fray Diego de Losal que no consiguió asentar de forma indefinida el culto a la Virgen de Guadalupe. En adelante las citas de la obra de fray Diego de Ocaña serán cifradas en el texto de este trabajo con el número de folio que aparece en su manuscrito.  Ejemplo (Ocaña 28 vto).

[42] Los gastos de botica fueron dados en limosna por Simón de Torres, boticario que era natural de la Puebla de Guadalupe. De las malas noches que pasó fray Diego, asistiendo a su compañero, le dieron unas cuartanas que le dejaron secuelas hasta que llegó a la ciudad de Trujillo. Ibídem. fol.19.

[43] Paita era tierra de buen temple y bastante de pan y vino y carne y de muchas frutas y de mucha caridad a todos los pobres que vienen de Castilla; en esta villa les favorece y les ayuda en su avituallamiento. POMA DE AYALA, F.G.: El primer Nueva Corónica y buen gobierno. Editorial Siglo XXI, Madrid 1992, pg.935.

[44] Destaca fray Diego que desde Paita hasta Lima “no hay por los llanos una rama verde, si no es en los valles por donde pasan los ríos” (54 vto).

[45] Nuestra Señora de las Mercedes de Paita es la patrona de la arquidiócesis de Piura. Las cualidades del puerto de Paita fueron admiradas por Francisco Pizarro desde que lo vio por primera vez en 1528 (segundo viaje), razón por la que en 1532, decidió fundar la primera ciudad cerca del mismo. Paita fue desde entonces paso obligado de cuantos arribaban a este territorio.

[46] Antes de morir, ambos religiosos, en la festividad de Ntra. Señora de Guadalupe, padecieron nostalgia de su casa, pues sus hermanos ese día lo viven con regocijo y alegría. Pidiendo a la serenísima Reina de los ángeles, salud y fuerzas.

[47] LÓPEZ DE MARISCAL B. MADROÑAL DURÁN, A.: Viaje por el Nuevo Mundo: de Guadalupe a Potosí, 1599-1605. Editorial Iberoamericana. Universidad de Navarra. Madrid 2010, pgs.102 y 103.

[48] Refiere fray Diego que de no llevar cama, el viajero dormirá todo el camino en suelo desnudo, porque no hay casas en los tambos sino unos poyos y barbacoas de piedra. Un tambo (del quechua tanpu) era un recinto situado al lado de un camino importante usado como albergue y centro de acopio. Los otros dos caballos eran para los dos criados que le auxiliaban.

[49] Caminaban de tres de la tarde hasta las ocho de la noche; y después desde las dos de la madrugada hasta las ocho del día;  porque si no era de esa manera se abrasaban por los arenales.

[50] LÓPEZ Y MADROÑAL: Viaje por el Nuevo Mundo… Op. cit. pgs.106 y 107.

[51] Capital del distrito de su nombre, en la provincia de Chiclayo de la Región Lambayeque. Ciudad colonial conocida por Santiago de Miraflores de Zaña, nombre por el que fue fundada en 1563. Su crecimiento y desarrollo en el siglo XVII, parece que rivalizó en importancia con la ciudad de Trujillo.

[52] Fray Diego salió de la estrechez económica vendiendo algunas cosas que llevaba, en particular curiosidades de imágenes, especialmente de una que había hecho durante su estancia en Panamá.

[53] Vestidura que cubría desde los hombros hasta la cintura, ceñida y ajustada al cuerpo.

[54] Adorno que se usaba para rematar las camisas y gorgueras a partir de mediados del siglo XVI. De origen español, en sus inicios se trataba de un pequeño reborde que se plegaba o rizaba formando unas ondas que la asemejaban a las hojas de la lechuga rizada, lo que determinó su denominación.

[55] Calzones anchos.

[56] Vestidura larga y holgada, con capucha y una cola.

[57] LÓPEZ Y MADROÑAL: Viaje por el Nuevo Mundo… Op. cit. pgs.112-114. Fray Diego sentencia que aquellas mujeres no se lavaban, sino cuando van a la mar. Y en casa aunque tiene las manos y las caras puercas, nunca se las lavan.

[58] FRAY ARTURO: Un viaje fascinante… Op. cit. pg.55 en nota. La imagen se circunscribe a los escultores hispalenses que por esas fechas trabajan en la ciudad hispalense: Roque Balduque, Juan Bautista Vázquez, el viejo, y Gerónimo Hernández. Cf. ESTABRIDIS CÁRDENAS, R.: “Perú, Reino de María. La entronización de la Virgen de Guadalupe de Extremadura”. En Quiroga. Revista de Patrimonio Iberoamericano. Universidad de Granada, núm. 12, 2017, pg.6.

[59] Fray Diego de Ocaña estuvo siete días en Trujillo, donde hizo cofrades de Guadalupe a toda la ciudad. Trujillo es la capital de departamento de La Libertad. Fue fundada en 1534 por Diego de Almagro en el valle del río Moche. Francisco Pizarro luego de fundar la ciudad de Lima, el 18/I/1535, arribó a Trujillo a oficializar su fundación. Lo hizo bajo el patronato del apóstol Santiago, el 1/III/1535. Consideración hecha por el Instituto Histórico del Perú. Felipe Guamán Poma de Ayala (1615-1616) informa que los habitantes de Trujillo son gente de poca caridad y que es tierra de buen temple y tiene iglesia, monasterio y cristiandad, y pulicía, de comida y poca carne y pobre de plata y oro. POMA.: El primer nueva… Op.cit., pg.937.

[60] Forma parte de la llamada Ruta Inca y capital de la provincia de Mariscal Luzuriaga.

[61] Lugar arqueológico al sur de Lima que tuvo una intensa vida en la época prehispánica.

[62] Arturo Álvarez anota, en su obra “Un viaje fascinante por la América Hispana del siglo XVI”, que no consta en historiador alguno contemporáneo que Atahualpa fuera llevado vivo a Trujillo, ni que los españoles hubiesen cortado las manos a sus portadores por arrebatarles el oro.

[63] Se documenta por primera vez, con la acepción “lugar o construcción consagrados al culto de los dioses de algunas culturas americanas precolombinas”, en 1551, en la obra de J. Betanzos titulada Suma y narración de los incas. En 1571 se registra como “sepultura en las que se depositan, junto al cadáver, objetos de valor, en algunas culturas americanas precolombinas”, en las Ordenanzas para los oficiales reales de Huamanga. Pocos años después, en 1609, se registra la primera documentación de la acepción “imagen u objeto de culto que se adora como deidad en algunas culturas americanas precolombinas”, en los Comentarios Reales a los Incas del Inca Garcilaso. DICCIONARIO HISTÓRICO DE LA LENGUA ESPAÑOLA (DHLE).

[64] Ropas de ceremonia.

[65] Simboliza el mal en todas sus manifestaciones, la adversidad, el dolor y la miseria.

[66] FRAY ARTURO: Un viaje fascinante… Op. cit. pg.65, en nota.

[67] Fundada el 1/III/1535, liderada por Francisco Pizarro, quien estableció el cabildo con sus alcaldes ordinarios Rodrigo Lozano y Blas de Atienza. Trujillo fue, en febrero de 1619, epicentro de un terremoto que sacudió el norte de Perú, alcanzando a Piura, Cajamarca, Saña, Santa y Lima, dejando en escombros a la ciudad trujillana. SEINER LIZÁRRAGA, L.: Historia de los sismos en el Perú. Catálogo, siglos XV-XVII. Lima, 2009, pg.247.

[68] Fray Diego no deja constancia en su crónica de la catedral trujillana de Santa María de la Asunción, elevada a catedral por el Papa Paulo V en 1616. El Obispado de Trujillo fue erigido, a solicitud de rey Felipe II, por el papa Gregorio XIII a través de la Bula “Illus fulciti praesidio” el 15/VI/1577, pero sin ejecutarse el decreto hasta que Pablo V, el 20/X/1609, procedió a su institución. La jurisdicción comprendía desde Santa (Ancash) hasta Ayabaca (Piura). Fue preconizado obispo, el 25/V/1610, don Jerónimo de Cárcamo, quien se vio acompañado desde Sanlúcar de Barrameda hasta Perú por el monje jerónimo fray Pedro del Puerto, profeso en San Jerónimo de Sevilla, que realizó en 1612-1623 un viaje por el Virreinato del Perú con similar objetivo que fray Diego de Ocaña. SILVA, F.J.: “Viaje de un monje jerónimo al Virreinato del Perú”. En Boletín de la Real Academia de la Historia, Tomo 82, 1923, pg.134. La ciudad de Trujillo, en 1604, contaba con una población de 3.264 habitantes. Censo mandado a realizar por el corregidor Felipe Lezcano Gaona. CASTAÑEDA MURGA, J.: “Notas para una Historia de la Ciudad de Trujillo del Perú en el siglo XVII”. La tradición andina en Tiempos Modernos. Luis Millones y Hiroyasu Tomoeda (eds) Osaka, pg.164.

[69] Refiere fray Diego que los mosquitos de allí, no sé yo si los de Egipto fueron tan penosos como aquellos lo fueron a nosotros,

[70] Fundada el 18/I/1535 por Francisco Pizarro. Lima era el asiento del virreinato. Poma de Ayala la llama “Ciudad de los Reyes de Lima, corte real, adonde reside su magestad y su corona real, pricidentes y oidores, alcaldes de corte y justicias, dotores, licenciados, y los excelentísimos señores bisorreyes, da donde gobiernan todas las Yndias orentales, osedentales”. LÓPEZ Y MADROÑAL: Viaje por el Nuevo Mundo… Op. cit. pg.141, en nota.

[71] Noveno virrey del Perú, 1596-1604. Durante su gobierno trató de mejorar las condiciones de trabajo de los indígenas, particularmente en las minas de Potosí, Huancavelica y Castrovirreina. Fomentó nuevos recogimientos, convento de mujeres y centros educativos.

[72] (Mayorga de Campos, Valladolid, 1538-Saña, Perú, 1606). Nombrado arzobispo de Lima en 1595. Celebró trece sínodos y tres concilios provinciales, abordando la reforma del clero. Levantó un seminario en Lima. Fundo un convento de religiosas clarisas. Dominó la lengua quechua, con la que se dirigía a los indios. Fue beatificado en 1679 y canonizado en 1726. Es Patrono del Episcopado Latinoamericano.

[73] En su crónica de la ciudad de Lima, fray Diego muestra el aparato civil y religioso que ostentaba el poder en una ciudad de su importancia.

[74] El hidalgo trujillano extremeño le entregó un donativo de doscientos ducados de Castilla, por la mucha devoción que con Nuestra Señora de Guadalupe tenía.

[75] El matrimonio donante condicionó la donación de la capilla y heredad anexa a que los monjes jerónimos levantaran en ella un monasterio; al no ser cumplido, los donantes cambiaron su voluntad, entregando la ermita de Guadalupe y los terrenos a los franciscanos, levantando éstos el Colegio de San Buenaventura. Cf. LÓPEZ Y MADROÑAL: Viaje por el Nuevo Mundo… Op. cit. pg.143, en nota. FRAY ARTURO: Un viaje fascinante… Op. cit. pg.87, en nota.

[76] Fray Diego, de esta forma, dio origen con sus pinturas a las llamadas Vírgenes triangulares, tomándose como referencias al lienzo de la catedral de Sucre, que al haberse conservado, es fácil conocerlo y reconocerlo. CAMPOS Y FERNÁNDEZ DE SEVILLA, F.J.: “Difusión de la imagen de la Virgen de Guadalupe de Extremadura en el Virreinato del Perú en el siglo XVII”. Revista de Temas de Estética y Arte (Sevilla), XXX, 2016, pg.124.

[77] Fundado en 1563, gracias a un donativo del español Antón Sánchez. En él se recibían enfermos de lepra, muchos de ellos eran esclavos. LÓPEZ Y MADROÑAL: Viaje por el Nuevo Mundo… Op. cit. pg.148, en nota. José Neyra Ramírez, profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, y miembro de la Academia Nacional de Medicina de Perú, considera que está demostrado que la lepra no existió en el período precolombino, contrariamente a la tuberculosis que sí estuvo. La lepra llegó con los españoles desde la conquista y luego se extendió por la costa. También indica que los amos de los esclavos estaban obligados a pagar cuatro reales el primer año de internamiento. Para liberarse de esta carga, éstos optaban por concederles la libertad. NEYRA RAMÍREZ, J.: “El Hospital de San Lázaro de Lima”. En Folia Dermatológica Peruana. Vol. 17, núm. 3, 2006.

[78] Acción de cegar o tupir con alguna cosa un conductor de líquido.

[79] Fray Diego refiere la humedad que hay en las chacras y huertas, ocasionando gran número de mosquitos que resultan ser ponzoñosos cuando pican. El malestar por los mosquitos es referido varias veces en su crónica.

[80] En referencia a la catedral, en la que trabajó el arquitecto de Trujillo en Extremadura, Francisco Becerra (c.1545-1605), uno de los grandes nombres de la arquitectura española en América. Además de la catedral hizo las obras del Palacio de los Virreyes, la fortaleza del Callao y la catedral de Cuzco.

[81] Estimamos cifras muy desorbitadas. Autores que han estudiado la esclavitud cifran en algo más de diez mil a comienzos del XVII. La esclavitud llegó al Nuevo Mundo con los conquistadores. Muchas de las primeras expediciones de conquista tuvieron entre sus integrantes a varios esclavos africanos. A los esclavos se les denominaba piezas de ébano, debido al color de su piel. La población de Lima a comienzos del XVIII tenía un censo de 34.724 habitantes. PÉREZ CANTÓ, P.: “La población de Lima en el siglo XVIII”. En Boletín americanista, Universidad de Barcelona, núm.32, 1982, pg.390.

[82] En Lima había caballeros de las órdenes militares de Santiago, Calatrava y Alcántara, y muchos vecinos encomenderos de indios y otra gente lustrosa que cada uno se sustenta y pasan la vida como pueden, unos con sus rentas y todos con tratos y contratos.

[83] Escribiendo: “El invierno en esta ciudad es un tiempo muy triste, no frío sino templado; pero tiempo que causa mucha melancolía porque acontece no ver el sol en todo el mes y en toda la semana. Y está de continuo el cielo como con un toldo de niebla que entristece mucho y causa enfermedades” (Ocaña 62 vto.)

 

[84] La primera con cincuenta hombres y un sueldo de cuatrocientos pesos ensayados. La segunda cien hombres cuyo sueldo era de ochocientos pesos ensayados.

[85] Auto que dice haber presenciado fray Diego en su segunda visita a Lima el 13/III/1605, salieron veintitrés judíos portugueses, de los que quemaron a tres que no se quisieron convertir, y todos los demás judaizantes con sambenitos reconciliados.

[86] ? Un temblor, en 1590, tuvo a Cuzco por epicentro. En 1600, se produjo un fuerte seísmo causado por la explosión del Volcán Huaynaputina (Omate), la lluvia de ceniza obscureció el cielo de la Ciudad de Arequipa. Se desplomaron todos los edificios con excepción de los más pequeños. En 1604, la conmoción sísmica arruinó las ciudades de Arequipa y Arica (puerto de embarque para la plata de Potosí). Un tsunami destruyó la ciudad de Arica y el puerto de Pisco. De éste último dejó testimonio fray Diego en su manuscrito.  FRAY ARTURO: Un viaje fascinante… Op. cit. pg.101, en nota. También en la misma obra, pgs.290-292

[87] Plato combinado de vegetales, en el que se usan papas, zapallo (calabaza), choclo (maíz), y otros ingredientes. LÓPEZ Y MADROÑAL: Viaje por el Nuevo Mundo… Op. cit. pg.156, en nota.

[88] Pasta comestible compuesta principalmente de miel muy concentrada

[89] Puerto de Lima, lugar obligado para embarcar pasajeros y mercancías que se dirigían hacia el sur del continente  o hacia Panamá para posteriormente continuar a Castilla.

[90] Los nombres de los pueblos de los indios promaucaes, refiere fray Diego, eran Tango, Lampa, Yupeo, Pomaire, Talagante, Melipilla, Aculeo, Rancagua, Peteroa y Mataquito. Tierra que se riega con acequias que salen de los ríos. Produciendo frutales.

[91] Donde había tres conventos con pocos frailes, San Francisco, Santo Domingo y la Merced.

[92] Fundada por Pedro de Valdivia el 16/IV/1552. Abandona y destruida por el levantamiento mapuche. Sobre sus ruinas, en 1882 se refundó una ciudad con el nombre de Carahue.

[93] Fundada en 1552 por el conquistador extremeño Pedro de Valdivia (1497-1553).

[94] Tierra de pantanos. Lugar de significación histórica, donde los mapuches opusieron resistencia a las tropas españolas en la llamada Guerra de Arauco.

[95] De la ciudad de Osorno quedó escrito en su manuscrito fray Diego: “Es esta ciudad la segunda de la gobernación, porque es casi tan grande como Santiago, en gentes como en lo demás; y en los términos de ella, hay una gran suma de indios, más que en los demás, porque es tierra más aparejada para ello por las buenas tierras que alcanza de sementeras”.

[96] Isla mayor del archipiélago de su nombre, último poblado de Chile en 1600. Fray Diego pensó que Chiloé era lo más cercano al estrecho de Magallanes. Hasta aquí avanzó en sus conquistas el sucesor de Valdivia, García Hurtado de Mendoza (1535-1609).

[97] Arma ofensiva, a manera de machete o de porra, hecha con madera dura y a veces con filo de pedernal

[98] Porotos o pallares es una judía del Perú, gruesa como un haba, casi redonda y blanca. Las hojas tiernas de la quinua se comen como espinacas, y cuyas semillas se usan en sopas y bebidas.

[99] Escribe fray Diego: “Toda esta tierra desde el puerto de Buenos Aires, del Paraguay y Tucumán, y todo el reino de Chile, caminé y anduve en cinco meses y medio, sin detenerme e todo el Paraguay y Tucumán en pueblo ninguno más de cuanto habíamos menester para hacer matolaje (equipaje y provisiones) para pasar adelante, el cual yo pedía por amor de Dios, porque no tenía un real para comprarlo”.

[100] Ciudades en las que vive desde 1600 hasta 1603.

[101] Harina de maíz con azúcar y miel para el abasto de gente pobre. Y unas puches o gachas, hechas de harina cocida  con agua y sal. LÓPEZ Y MADROÑAL: Viaje por el Nuevo Mundo… Op. cit. pg.226 y en nota.

[102] Construido en 1555. Fue ampliado en 1606, cubriendo con madera de cedro sus techumbres. A mediado del XVII se añadió al templo primitivo una amplia capilla mayor.

[103] A finales del siglo XVI e inicios del XVII, Potosí contaba con cien mil habitantes. MILLS, K.: “La memoria viva de Diego de Ocaña en Potosí. Anuario 1999, Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, pg.205.

[104] Se halla a 4.060 metros sobre el mar y la cima del monte está a 4.739 metros. Se dice que el cerro de Potosí, cono perfecto, con aspecto rojizo y triste, está sangrado por cinco mil galerías. FRAY ARTURO: Un viaje fascinante… Op. cit. pg.187, en nota. Los metales del cerro los bajaban las llamas, animal típico del altiplano.

[105] Fray Diego de Ocaña, sin embargo, coincide con los informes que a veces mandaron los misioneros a los reyes de Castilla sobre la indolencia del indio y su pereza en el trabajo. El texto que procede de esta nota, aunque dramático, es el fiel retrato de una realidad que no estaba permitida y si castigada por las Leyes de Indias; pero éstas no podían evitar que entre los soldados y colonizadores hubiera abusos. Al fin aquello no era lo ordinario ni España lo aprobó. Ibídem. pg.203, en nota.

[106] La hizo pintada, con tantas perlas y piezas de oro sobrepuestas, que es más curiosa que si fuese de bulto, declara fray Diego. La imagen se determinó recibirla en la festividad de la Natividad de la Virgen, 8 de septiembre. Celebrándose días de regocijos y fiestas.

[107] Horno pequeño de barro en que los indios fundían los minerales de plata aprovechando la fuerza del viento. DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA (DRAE).

 

[108] De los que dice que tienen una cofradía del Niño Jesús muy rica. Y la mañana de Pascua de Resurrección  hacen alrededor de la plaza una procesión digna de ver.

[109] Llamada Charcas (fundada en 1538 por el conquistador y explorador español Pedro Anzúrez), luego fue Chuquisaca, después La Plata, y finalmente, desde 1839, Sucre, en homenaje al general Antonio de Sucre. La ciudad de La Paz es la capital de Bolivia. Sin embargo, la Constitución del país establece en el artículo sexto que la capital es Sucre, considerada la capital histórica que sirve de sede al poder Judicial.

[110] De la que dijo fray Diego: “adonde yo procuré vivir de tal suerte como si estuviera en un convento”.

[111] FRAY ARTURO: Un viaje fascinante… Op. cit. pg.214.

[112] GARCÍA CIENFUEGOS, M.: “El extremeño don Alonso Ramírez de Vergara, obispo de La Plata (1594-1602), devoto de Ntra. Señora de Guadalupe”. En Revista Guadalupe, 874, 2021, pgs.12-18. Falleció el 19/XI/1602, quedando el obispado huérfano de un tan buen prelado. CALDERÓN BERROCAL, M.C.: “Un extremeño ilustre. Alonso Ramírez de Vergara”. En Actas XXIV Coloquios Históricos de Extremadura, Trujillo 1995, pg.73.

[113] CAMPOS Y FERNÁNDEZ: El Monje Jerónimo Fray Diego. Op. cit., pg.31

[114]  Ibídem. pg.4.

[115] LÓPEZ Y MOGOLLÓN: La Virgen de Guadalupe de Extremadura… Op. cit. pg.34. El obispo don Alonso Ramírez de Vergara mandó que, de todos los pueblos de indios que están alrededor de la ciudad, viniesen los curas con todas las cofradías, cruces y pendones y andas y danzas de indios.

[116] El manuscrito le fue cedido por su propietario, Felipe de Soto Posada. Con anterioridad perteneció al bibliófilo extremeño Bartolomé José Gallardo.

[117] PEÑA NÚÑEZ: “Fray Diego de Ocaña: olvido… Op. cit., pg.225. todo porque uno de los poseedores del códice, entre otros entretenimientos caligráficos con que llenó sus primeros dos folios en blanco, escribió en ellos repetidas veces el nombre de fray Diego de Prades.

[118] En su composición, por estrofas, la que más abunda es la redondilla con 1856 versos; seguida de las quintillas con 410, el romance con 56 versos, los mismos que las octavas. 36 versos de endecasílabos, 14 de un soneto y 11 versos sueltos. En suma, el sistema que estaba imponiendo el dramaturgo Lope de Vega con su comedia nueva. MADROÑAL: Un fraile toledano… Op. cit. pg.665.

[119] LÓPEZ Y MADROÑAL: Viaje por el Nuevo Mundo… Op. cit. pgs.37-38.

[120] Fundada en 1548 por el capitán Alonso de Mendoza, por orden del presidente de la Audiencia de Perú, don Pedro de la Gasca, en acción de gracias por el tratado de paz con Gonzalo Pizarro y para proteger el comercio entre Cuzco y Arequipa con Potosí y Chuquisaca (La Plata). FRAY ARTURO: Un viaje fascinante… Op. cit. pg.224, en nota.

[121] Afirmando fray Diego: con tanta oscuridad de ceniza, que no se parecía cielo ni tierra sino un caos tan condenso de tinieblas y la cuesta tan derecha, que me pareció bajábamos al infierno.

[122] Fundada en 1540, por orden de Francisco Pizarro, por Manuel García de Carvajal, en un valle feraz, junto al río Chili y a los pies de los volcanes Misti, Pichu Pichu y Chachani. FRAY ARTURO: Un viaje fascinante… Op. cit. pg.247, en nota.

[123] Informa fray Diego que había frailes de San Francisco, de Santo Domingo, de San Agustín y de la Merced, y padres de la Compañía de Jesús; y dos monasterios de monjas.

[124] Ciudad cortesana, capital administrativa del imperio, donde se centralizaba el poder del estado. Llegó a disponer de una población cercana a doscientos mil habitantes. La segunda ciudad más grande América, después de Tenochtitlán. MIRA CABALLOS: Francisco Pizarro… Op. cit. pgs 16, 18 y 288.

[125] La presencia de los franciscanos en Cuzco data de 1534, fecha en la que Pizarro conquistó la ciudad. Año en el que fray Pedro Portugués levantó el primer convento. En 1549 los franciscanos Pedro de Algarves y Hernando de Hinojosa construyeron el edificio actual, donde se alojó fray Diego. El convento tuvo importancia en la historia de la orden seráfica, como casa de estudios y noviciado, y cabeza de la provincia franciscana de los Charcas desde 1607. FRAY ARTURO: Un viaje fascinante… Op. cit. pg.253, en nota.

[126] A la que dio traza el extremeño Francisco Becerra, arquitecto trujillano.

[127] Informa que en Cuzco está el templo del Sol y la fortaleza del Inca. Pulidas sus piedras y aplanadas, que no tienen argamasa ninguna en medio. La fortaleza del Inca anda todo desbaratado porque los españoles le han deshecho para hacer portadas de las casas con las piedras labradas de la fortaleza.

[128] Enfermedad peligrosa, que consiste en una fiebre maligna, que arroja al exterior unas manchas pequeñas como picaduras de pulgas, y a veces granillos de diferentes colores.

[129] La economía de la ciudad giraba alrededor de las minas de azogue de Huancavalica. Huamanga se ubica en la región de Ayacucho. Es la provincia más poblada y la de mayor producción agrícola.

[130] Refiere fray Diego que en el valle de Jauja hay muchos pueblos de indios. En él se coge mucho maíz y la cecina de puerco es la mejor de toda esta tierra, como la cecina de Tarija, más allá de Potosí.

[131] Ubicando en la parte central y oriental del departamento de Lima.

[132] En su recorrido desde Lima hasta Ica, describe los pueblos de Pachacamac, Chilca, Cañete, Lunahuaná, Chincha y Pisco. Por la venta de las tierras donadas le dieron dos mil quinientos pesos. En Cañete narra la isla de los lobos marinos, que es un pescado, dice, que aúlla propiamente como lobo, y salen a tierra en aquella isla que es pequeña..

[133] A mediados del XVI los viajeros que partían al Perú eran en su mayoría (80%) andaluces, extremeños y castellanos. BAUDOT, G.: La vida cotidiana en la América española en tiempos de Felipe II: Siglo XVI. México, 1983, pg.45.

[134] Fray Diego deja en el manuscrito, testimonio del temblor grande tierra que sufrieron aquellas tierras en la víspera de la festividad de Santa Catalina, 24/XI/1604. Muchos pueblos quedaron asolados y puestos por el suelo.

[135] Cf. LÓPEZ Y MADROÑAL: Viaje por el Nuevo Mundo… Op. cit. pg.11. El Archivo de Guadalupe dejó constancia de ello: En 17/XI/1608, vino la nueva de la muerte de Fray Diego de Ocaña, sacerdote, que murió en las  Indias, en la Nueva España. Hízose por él, el oficio de presente, septenario, treintenario y cabo de año”, Necrológico de Monjes, 1600-1747, AMG, ms. C61, fol.7.

[136] CAMPOS Y FERNÁNDEZ: El Monje Jerónimo Fray Diego… Op. cit. pg.79. Este autor refiere que estas cantidades son brutas, incluidas las ofrendas en especie y vendidas, y sin descontar algún gasto hecho con este dinero, como el que tomÓ para la enfermedad de fray Martín de Posada.

[137] Enfermedades, trabajos, robos, miedo a perder la vida y penalidades de todo tipo. Ibídem, pg.43. En contraste con la que llevaban sus hermanos en las Villuercas: vida ascética y retirada, oración y trabajo.

[138] PEÑA NÚÑEZ: Fray Diego de Ocaña: olvido… Op. cit., pg.31

[139] A.M.G. Códice 1: Milagros de Nuestra Señora de Guadalupe, 1407-1497, c.4.

[140] Ibídem. C-69. Bula del Papa Eugenio IV “Ad decorem Sacrae Religionis”, 11/IX/1443. Bulario 1394-1504, fol. 20 vto. Hospital de San Juan Bautista o de hombres. Hospital de Mujeres o Nuevo. Enfermería de los monjes enfermos y Hospital de Obispo. A.M.G. C-99, Libro de Oficios. Legajo 53, Hospitales y Boticas. En el transcurso del tiempo aparecieron nuevos centros hospitalarios, hasta siete. Centros de acogida de peregrinos, enfermos y pobres transeúntes.

[141] GARCÍA RODRÍGUEZ, S. (OFM): “Medicina y Cirugía en los Reales Hospitales de Guadalupe”. En Revista de Estudios Extremeños LIX-1, 2003, pg.12.

 

Nov 212022
 

Francisco Cillán Cillán

Dr. en Filosofía y Letras

Cronista Oficial de Puerto de Sta. Cruz

y de Sta. Cruz de la Sierra

E-mail: francisco.cillan41@gmail.com

 

 

Hasta hoy no sabemos con certeza cuántas personas naturales de Santa Cruz de la Sierra participaron en la grandiosa gesta americana, pues no  se ha realizado un estudio serio de los que salieron de este lugar serrano, situado a 16 Km. de Trujillo en dirección a Badajoz, junto a la sierra de su nombre y próximo a la autovía A–V, a la conquista y colonización del Nuevo Mundo, principalmente durante el siglo XVI y primer cuarto del XVII. Sabemos que desde los primeros momentos sus gentes se incorporaron a tan insólita empresa. La tradición oral siempre ha hablado de un número variado de emigrantes, pero es difícil conocer con certeza el número exacto, a pesar de los diferentes catálogos de pasajeros que hay al respecto. La existencia de una emigración clandestina, las lagunas documentales, la imposibilidad de llegar a todos los archivos, la manipulación de los datos obtenidos son obstáculos para que se conozcan con absoluta certeza.

Las imposiciones por parte de la corona de España en un principio prácticamente no existieron para los pertenecientes al reino de Castilla, aunque sí hubo algunos grupos a los que se marginó y prohibió emigrar a las Indias. Tenían vedado el paso al nuevo mundo los moros, judíos, herejes, aunque se hubiesen convertido a la fe católica, ni juzgados y reconciliados por la Inquisición, pues se exigía a todos ser cristianos viejos, limpios de sangre, según recomendación hecha el 15 de abril de 1502 a Nicolás de Ovando o el comendador de Lare por Fernando el Católico, cuando fue nombrado gobernador de la Española, actualmente Santo Domingo y Haití[1]. El fin que se pretendía era evitar movimientos desestabilizadores en aquel mundo tan desconocido por entonces. El 9 de septiembre de 1511 el mismo monarca da orden a la Casa de Contratación de Sevilla para que puedan pasar a la Indias, islas y tierras firmes del Mar Océano todas las personas “naturales vecinos y moradores de estos Reinos” que quisieran ir a ellas sin que les pidieran información sobre ellos, sino solo tomando razón escrita de su nombre para que se supiera la gente que iba”. Pero a los que se dirigieron a Castilla de Oro, pidió que fueran del reino de Castilla.

Las dificultadas venían principalmente por el traslado hasta Sevilla, el estado físico en que se encontraban los caminos, los peligros y dificultades del  trayecto, salteadores, pasos de ríos, lugares de alojamiento, etc.

Carlos V endurece la normativa a partir del 1518. En la “Recopilación de las leyes”, libro 2 y 3, título 22 “ordena que ningún reconciliado o nuevamente convertido al Catolicismo, ni sus hijos, ni nietos, ni persona que públicamente hubiese traído sambenito, ni hijo ni nietos de quemados o condenados” podrían pasar a Indias[2]. Prohibió también el pasaje a esclavos, negros, blancos, mulatos o berberiscos[3]. Las ordenanzas, cédulas e instrucciones reguladoras se multiplicaron, y han originado numeroso material, que dificultan su total consulta. Las normas fueron endureciendo paulatinamente las penas a los que no respetaban los dictámenes de la Corona[4]. Pero cuando el flujo migratorio decrecía en detrimento de los intereses económicos del Estado, las medidas restrictivas se relajaban. El mismo rey autorizó a 150 alemanes que se incorporaran a la expedición de don Pedro de Mendoza en el 1535 con destino al Río de la Plata, según comenta el cronista alemán Ulrico Schmidl en su Viaje al Río de la Plata [5].

Un requisito indispensable para emigrar era obtener la licencia real, lo que suponía varios trámites burocráticos. Se dirigía una petición al Rey canalizada a través del Consejo de Indias o de la Casa de Contratación, donde se exponían los motivos que movían al solicitante a emprender el viaje. Las causas principales que aparecen en las alegaciones son por falta de medios para vivir en la Península y obtener mejores tierras para la labranza, para hacer vida marital, por reclamo de algunos familiares que habían emigrado con anterioridad, por herencia, etc., y el clero solía indicar para servir a Dios. La mayoría -agricultores, albañiles, herreros, escribanos, médicos, etc.- señalaba que seguiría ejerciendo su profesión de forma más rentable. Otros alegaban que necesitaban dinero para casar a las doncellas de su familia por no tener con que hacerlo, o que eran reclamados por sus deudos, que habían logrado en parte que se cumplieran sus sueños de progreso económico; pero, en general, todos buscaban solución y mejora al estado de penuria en que se vivía en la España de entonces.

Una forma más fácil de conseguir la licencia o de acelerar los trámites y sortear las trabas e impedimentos establecidos por la Corona era unirse a una expedición como criado de algunos de los personajes importantes que la formaban. El término criado no sólo se aplicaba a la persona de condición humilde al servicio de otra, también solía darse a los hidalgos y aquellos que viajaban en el séquito de nobles. De esta manera alcazaba un sentido más feudal de deudo o de protegido. En ocasiones, la relación contractual entre el señor y el servidor se establecía entre individuos ligados directamente por lazos de parentesco. Los vínculos familiares se reforzaban a veces entre los parientes más lejanos. A los hijos de primos hermanos e incluso de primos segundos se les solía dar el tratamiento de sobrinos. Costumbres que han perdurado en algunas familias hasta nuestros días.

El alistarse en las campañas organizadas para formar parte de algún contingente o expedición con exenciones fiscales era otro procedimiento para llegar fácilmente a las Indias. A los que estaban casados se les exigía para obtener la licencia en solitario el abono de una fianza, el consentimiento de la esposa y el compromiso de volver o enviar a por ella dentro de un plazo señalado.

Los controles eran rígidos, jueces y oficiales impedían que ningún pasajero saliese sin el permiso correspondiente, y los capitanes de las naos estaban advertidos, pero aun así fueron muchos los que clandestinamente desembarcaron, por falta de celo, negligencia y desidia de los encargados de la vigilancia, sin que fueran detenidos, ni devueltos a su origen. A pesar de que había orden de que las autoridades americanas examinaran las licencias de los pasajeros a la llegada a puerto, y devolvieran a todos aquellos que no tuvieran la documentación en regla.

El clero, aunque estaba más protegido por la administración, tenía que cumplir los mismos requisitos que el resto de pasajeros. Muchos fueron movidos por su vocación misionera y otros porque no tenían beneficios ni rentas eclesiásticas en España y pretendían conseguir en América lo que no habían logrado en la Península. Pero son más fáciles de identificar porque, por lo general, adoptaban el topónimo de su lugar de origen o el patronímico y hagionímico del convento o provincia religiosa a la que pertenecían[6].

La travesía se realizaba en unas condiciones infrahumanas y duraba aproximadamente dos meses y medio. Unos doce días tardaban los barcos en llegar a las Canarias desde la Península, y un mes en atravesar el Atlántico y arribar en las Antillas, el otro mes era necesario para alcanzar destinos no muy lejanos. La falta de condiciones higiénicas, sanitarias y de salubridad ocasionaban enfermedades, epidemias, con alto índice de mortandad entre los pasajeros y la tripulación. Ni siquiera las pertenencias individuales, aunque escasas, estaban aseguradas. Las armas sólo se podían llevar con el permiso correspondiente de la Corona.

Los emigrantes suelen tener escasa formación cultural, aunque algunos saben leer y escribir, que en aquella época ya era bastante, también hubo escribanos, abogados, etc. Varios son hidalgos sin futuro en la sociedad que les tocó vivir, pero la mayoría pertenecen a la clase trabajadora y seguirán desempeñando los mismos oficios que realizaban en la Península. El conquistador no es diferente, por lo general, ni siquiera en su mayoría estuvo unido al mundo de las armas con anterioridad, pero cuando se encuentra en tierras misteriosas, con clima muy adverso al que estaba acostumbrado, se reviste de autoridad y mando, como si no hubiera hecho otra cosa, y logra dominios inmensos con un reducido número de soldados. El motivo principalmente habría que buscarlo en conseguir la fama y la riqueza, que le otorgarán poder, pero también movido por el deseo de extender su religión, como única verdadera, entre los indígenas.

La máxima aspiración del conquistador era conseguir el nombramiento de gobernador, que en un principio iba unido al de adelantado. Ello conllevaba las atribuciones de gobierno y justicia, jefatura militar, autoridad para crear encomiendas y repartimientos, y la percepción de una fracción de los tributos. Al gobernador lo solía nombrar la Corona, pero en las ciudades fronterizas los ciudadanos realizaban el nombramiento, aunque con posterioridad lo confirmara el virrey o el monarca. Con el tiempo esta figura política perdió atribuciones, como la de carácter vitalicio y hereditario que tenía, o la participación en los tributos, hasta convertirse en funcionarios asalariados del rey. Para vigilar al gobernador estaban los oficiales reales, que desempeñaban la función de veedores, contadores y tesoreros, y velaban por la Hacienda Pública.

Una vez vista de forma muy sucinta las líneas generales de la emigración y las normas por las que se regía, pasamos a estudiar cuántos participaron de forma general en este evento jamás dado en otra época dentro del globo terráqueo, hasta realizar un análisis de la participación de la localidad objeto de este estudio y la repercusión que tuvo en  Hispanoamérica.

Boyd-Bowman considera que la emigración total que salió de España para América durante el siglo XVI se acerca a los 200.000, aunque él solo identifica a 56.000 españoles. Mörner afirma que fueron 256.000 y Konetzke, 300.000. Las discrepancias también surgen a la hora de fijar el número de emigrantes que salieron de Extremadura. Critóbal Bermúdez en el Catálogo de pasajeros[7] recoge 8.932 extremeños para el periodo 1509 a 1599. Boyd-Bowman identifica 9.035 para el periodo 1493 a 1600. El presbítero Vicente Navarro del Castillo cataloga 6.000 conquistadores, evangelizadores y colonizadores, procedentes de 248 pueblos extremeños, en el mismo periodo que el anterior.

Ya comentamos al comienzo de este estudio la dificultad que había en averiguar el número de pasajeros, que salieron de Santa Cruz de la Sierra hacia las Indias Occidentales, lo que ha originado que no todos los compiladores estén de acuerdo a la hora de fijar la misma cifra. Peter Boyd-Bowman, en su ambicioso trabajo de recoger más de 56.000 emigrantes a la América hispana, se queda solo en los años 1493 al 1519, reduciendo el número; pero señala a tres vecinos de este lugar serrano que emigraron a las Indias ya en esa temprana época: Martín Izquierdo (1512), Francisco Gil (1517) y Alonso Rubio (1517), que además aparecen en casi todos los catálogos, que se han realizado posteriormente, con algunas excepciones.

Cristóbal Bermúdez, en su Catálogo a Indias, recoge en estos primeros años a los dos últimos, pero se olvida de Martín Izquierdo, sin que indique el criterio que ha seguido para hacerlo. Si desde los primeros momentos tenemos estas controversias, no debe extrañarnos que sigamos encontrándolas en años sucesivos.

El profesor Ángel Rubio y Muñoz-Bocanegra, catedrático de Geografía e Historia del Instituto Nacional de Segunda Enseñanza de Cáceres en el 1930, comienza a publicar en la Revista del Centro de Estudios Extremeños, hoy Revista de Estudios Extremeños, un catálogo de pasajeros de la región a Indias, comprendidos entre los años 1534 a 1592, en la que recogen un total de 730 emigrantes salidos de los diferentes pueblos de Extremadura, al parecer sacados del Archivo General de Indias de Sevilla. En el fichero se ha asignado un número de orden a cada pasajero, que suelen estar colocados por orden alfabético, al menos en cada una de las siete publicaciones que han realizado en número de revistas consecutivas. También recogen la signatura del legajo, el año de embarque, el puesto y destino; el estado de cada individuo, si es soltero, casado, viudo, clérigo, profesión, etc. Pero tan solo tres son naturales de Santa Cruz de la Sierra y todos ellos se dirigieron al Perú.

Con el número 134 figura Domingo Domínguez, que salió en el año 1574. Leg. 43-2-11/15.

El 455 del catálogo es Alonso Mellado, que embarcó en 1579. Fue por paje de Domingo Domínguez, clérigo, cristiano viejo, limpio de sangre, tiene genealogía. Leg. 43-3-11/15.

El número 577 es Domingo Rodríguez, que partió en el 1577 al mismo destino que los otros dos. Leg. 2-5-5/13.

Sin embargo, fija con el número 147 dentro del catálogo a Alonso de Escobar, natural de la Serena, “perteneciente a la armada de Sanabria, que llevó el tesorero Juan de Salazar de Espinosa. Leg. 2-2-5/10”. Cuando hoy la tesis más defendida sobre Alonso es que fue uno de los siete hermanos varones de Ñuflo de Chaves, conquistador de la Bolivia Oriental, natural de Santa Cruz de la Sierra, que emigró con don Pedro de Mendoza al Río de la Plata, tuvo que regresar a España con Álvar Núñez Cabeza de Vaca, cuando fue deportado por Irala y los oficiales reales y regresó de nuevo a Asunción con Juan de Salazar en la expedición que comandaba Mencia Calderón, la Adelantada, viuda de Sanabria[8].

Otro de los estudios de la emigración extremeñas a América es el realizado por el presbítero Vicente Navarro del Castillo, en La Epopeya de la raza Extremeña en Indias, que incluye a los tres estudiados por Boyd-Bowman, pero cambia el apellido de Alonso Rubio por el de Alonso Raujo, sin indicar criterio.

El monumento de base triangular, que con motivo del Quinto Centenario del descubrimiento de América se hizo en la localidad de Santa Cruz de la Sierra en el parque de la Hispanidad, que se encuentra a la entrada del pueblo, partiendo desde la autovía,  recoge en una de las caras a los 29 viajeros locales a Indias entre los años 1512 y 1579. Son los mismos que aparecen en la obra de Vicente Navarro, incluso con idéntico orden, aunque con pequeños errores, tal vez del copista, y que nosotros vamos a presentar en una tabla con algunas anotaciones nuevas, para tener una visión de conjunto más completa. El presbítero los tomó principalmente de Cristóbal Bermúdez, de Ángel Rubio, Peter Boyd-Bowman y de Ricardo La Fuente Machaín. A continuación exponemos cada uno de ellos con los datos que hemos tomados del mencionado recopilador y en algunos casos hemos añadido datos nuevos:

 

1.-Tabla de emigrantes de Santa Cruz de la Sierra al Nuevo Mundo durante el siglo XVI. VICENTE NAVARRO

Apellidos

 

Nombre Padres y oficio Fecha de salida Destino Observaciones
Alonso Rodrigo de Hernando Pérez y Leonor Alonso 16/03/1536[9] Santa Marta  
Alvarado Juan de Criado del virrey conde de Nieva 1560[10] Perú Se casó en Lima con la criolla Catalina de Morales
Calvo Juan Bartolomé Calvo y Juana Sánchez 12/12/1539[11] Indias  
Chaves Nuflo de Álvaro de Escobar el Viejo y doña Mª de Sotomayor 1541 Río de la Plata – Asunción Expedición del Adelantado Álvar Núñez Cabeza de Vaca[12].
Domínguez Domingo[13] Clérigo 1579 Perú  
Encina Alonso de Hernando de Encina y María González 1555 Pasó con D. Francisco de Irrazábal a Chile  
Gil Diego     Pasó al Perú y luchó en el bando de Gonzalo Pizarro Fue derrotado en el 1548 en la batalla de Xaquixaguana, procesado y desterrado durante dos años al Cuzco,
Gil Francisco Alonso García y María García[14], 18/08/1517

 

Pasó a Indias  
Gil Francisco Blasco Gil y María Sánchez 16/03/1536 Santa Marta  
Izquierdo Martín[15] Juan Izquierdo y doña Gracia 23/09/1512 Indias  
Jiménez

 

Diego Francisco Jiménez y doña Gracia 20/ 09/1535 Nombre de Dios (Panamá)  
Jiménez, Francisco Hernando Jiménez y Juana Sánchez 12/03/1536

 

Santa Marta  
Martín García (Nació en el 1538 y estaba casado) 1573 Río de la Plata Expedición de Ortiz de Zárate
Marín

 

Hernando Hernando Marín y Inés de Hoyos 16/12/1539. Nombre de Dios  
Martín Mateo Diego Martín y María García, 17/04/1540 Nombre de Dios  
Mellado[16] Alonso Soltero 1579 Perú Paje o criado del clérigo Domingo Domínguez.

 

Moreno Diego Blasco Gil e Inés Sánchez 17/04/1540 Nombre de Dios  
Moreno Juan Benito Moreno y doña Francisca 17/04/1540 Nombre de Dios  
Moreno, Martín Alonso Moreno y Juana Sánchez García 17/04/1540 Nombre de Dios  
Osorio

 

Fulano[17]   Estaba en el año 1560 Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) Casó con doña María de Mendoza
Palacios Francisco   Estaba en Santa Cruz  de la Sierra de Bolivia el 2 de febrero de 1568 Era escribano público, donde redactó el poder, por el que Felipe Cáceres, gobernador interino de Asunción  daba autoridad a Juan  de Garay para la 2ª fundación de Buenos Aires
Paniagua Alonso   1562 Fue testigo en Santa Cruz de la Sierra En la información que dio Hernando de Salazar
Rodríguez Diego[18]   1577 Pasó al Perú  
Raujo[19] Alonso Raujo y Constanza Hernández 18/08/1517.

 

   
Sánchez, duque de Estrada, D. Juan     obispo de Guadalajara en Nueva Galicia falleció en el año 1543[20].

 

Sánchez Mateo, licenciado, Juan Sánchez y de Juana Sánchez   médico en el Perú en el año 1554.

 

 
Torres Luis de   nació en el 1538 Estaba en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) en el año 1568. Fue testigo en la información de servicio de Hernando de Salazar en el año 1569.
Trujillo[21] Francisco de Pedro Alonso de la Puente y María Alonso de Porra 28/7/1535   Río de la Plata[22]
Zurita (o Zorita) Joaquín   en el 1575 era capitán en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia)  

 

En otra de las caras del citado monumento aparece la célebre frase del Rey don Juan Carlos I que emitió con el fin de cerrar las viejas heridas de la conquista, dirigiéndose a los pueblos de América Latina: “Nuestros conquistadores son vuestros, vuestros libertadores son nuestros”.

La profesora Rocío Sánchez Rubio, en La emigración extremeña al Nuevo Mundo, presenta una amplia tabla de emigrantes, salidos de Extremadura a las Indias Occidentales, de la que sacamos los 52 que pertenecen a Santa Cruz de la Sierra, de los cuales tres son mujeres y el resto hombres. Contiene 23 pasajeros más procedente de la aldea que no están en La Epopeya de la raza Extremeña en Indias de Vicente Navarro. Las fuentes de donde los toma vienen reflejadas en la última columna de la tabla con una letra mayúscula, a la que añadimos el nombre del compilador para facilitar su localización. A) Catálogo de pasajeros a Indias de Cristóbal Bermúdez. B) Índice geográfico de P. Boyd-Bowman. C) Catálogo biográfico de Vicente Navarro. D) Lista de embarque. E) Bienes de difuntos. F) Inquisición, procesos. G) Limpieza de sangre. H) Cartas privadas de emigrantes. J) Varios. K) Informaciones (AGI). L) Peticiones de licencias (AGI). N) Concesiones de licencias (AGI).

Mientras, junto a la fecha se ha colocado una letra entre paréntesis, donde la a indica la data de licencia, generalmente. La b, el año de embarque. La c señala la fecha más temprana de estancia del pasajero en el Nuevo Mundo, al carecer de otros datos. La d es el año  de retorno, porque no se conocen los anteriores datos.

2.-Tabla de emigrantes de Santa Cruz de la Sierra al Nuevo Mundo durante el siglo XVI. Rocío SÁNCHEZ RUBIO

 Apellidos Nombre Sexo Profesión Fecha Destino Fuentes
Alonso Rodrigo m   1536 Santa Marta A, B
Alvarado Juan de m Criado 1560 (b) Perú A, B
Ávalos Domingo de m Criado 1597 (b) Perú A, B, K
Cabrera, mestizo (38) Baltasar de m   1592 (a) Perú K
Calvo Juan m   1539 (b)   A, B
Encina Alonso m   1555 (b)   A, B
Fuente Hermando de la m   1573 (d) Arequipa D
Gil Diego m   1548 (c) Perú B, C
Gil Francisco m   1517 (b)   A, B
Gil Francisco m   1536 (b) Santa Marta A, B
(Hernández)   f   1579 (a) Nueva España N
Hernández Pedro m   1579 (a) Nueva España N
Hernández de Ciudad Francisco m   1561 (b) Perú A
Hinojosa D. Gabriel de m   1596 (a) Perú L, N
Jiménez Diego m   1535 (b) Nombre Dios A, B
Jiménez Francisco m   1536 (b) Santa Marta A, B
Jiménez Miguel m Criado 1576 (b) Santo Domingo D
Jiménez Santos m Criado 1592 (b) Santa Marta A, B, K
León Francisco de m Criado 1561 (b) Perú A
León Luciana de f   1567 (b) Chile A
Marín Hernando m   1539 (b) Nombre Dios A, B
Marín Juan m Clérigo 1562 (b) Guatemala A, B
Marín Mateo m   1540 (b) Nombre Dios A, B
Martín García m   1572 (b) Río Plata B, C
Martínez Alonso m Criado 1597 (b) Perú A, B, K
Mellado Alonso m Criado 1579 (b) Perú A, B, D, K, L
Moreno Diego m   1540 (b) Nombre Dios A, B
Moreno Juan m   1540 (b) Nombre Dios A, B
Moreno Martín m   1540 (b) Nombre Dios A, B
Osorio Fulano m   1560 (c) Sta. Cruz Sierra C
Palacios Francisco m Escribano 1568 (c) Sta. Cruz Sierra C
Paniagua Alonso m   1562 (c) Sta. Cruz Sierra C
Paredes de Hinojosa D. Rodrigo m   1596 (a) Perú L, N
Paredes Hinojosa Gonzalo de m   1597 (a) Perú L
(Paredes. Calvo)   m   1597 (a) Perú L
Pérez Gavilán Juan m   1567 (b) Chile A
Raujo Alonso m   1517 (b)   A
Rodríguez Domingo m Clérigo 1579 (b) Perú A, B, I, L
Rodríguez Tomás m   1594 (b) Popayán A, K
Rubio Alonso m   1517 (b)   A, B
Ruyo Juan[23] m   1584 (c) Popayán L
Sánchez Gonzalo m   1530 (b) Puerto Rico PI
Sánchez Juan m   1584 (a) Popayán L, M, N
Sánchez Mateo m Médico (licen.) 1554 (b) Perú A, B, E
Sánchez,  Duque de Estrada D. Juan m Clérigo, obispo de Gauadalajara 1543 (c) Nueva Galicia C
(Sánchez-Alonso)   m   1584 (a) Cuzco L
Solís Gómez m   1574 (c) Perú Pl
Torres Luis de m   1568 (c) Sta. Cruz Sierra C
Trujillo Francisco de m   1535 (d) Río Plata A, B
Viveros Luisa f   1574 (c) Perú Pl
Zorita Joaquín m   1575 (c) Sta. Cruz Sierra C

Observamos que la profesora Rocío ha duplicado el nombre en alguno de los pasajeros, Paredes-Calvo, con la misma fecha de partida (1579), y Alonso Rubio o Alonso Raujo, que figuran con la misma data de licencia, por lo que consideramos que se refiere a idéntica persona, por las aclaraciones que otros investigadores realizan. En su catálogo no incluye a Martín Izquierdo (1512), entre los primeros que partieron; ni a Domingo Domínguez (1579); ni a Ñuflo de Chaves (1541), que se lo atribuye a Trujillo, porque según la autora aparece en el catálogo de Vicente Narro con tal asignación, cuando este lo adjudica a Santa Cruz de la Sierra. Es cierto que Ñuflo no dejó claras señales de su lugar de nacimiento, como lo hizo Pizarro entre otros conquistadores. Algunos eruditos, sin dar mayor explicación, se lo han atribuido a Trujillo, tomando el todo por la parte, la Tierra de Trujillo por el lugar de Santa Cruz de la Sierra. En varios escritos he intentado resolver este enigma para quedar clara su naturaleza, basándome en hechos reales y en documentos de la época, dado que los libros sacramentales que se conservan no lo permiten por ser posteriores a su fecha de nacimiento. Cuando en la ladera de la sierra Riquío, junto al río Sutó, frente a los extensos llanos de los gorgotoquis, llamados por los españoles chiquitos, funda la ciudad que pensaba fuera la capital de una gran provincia, se olvida de las onomásticas religiosas, y, como en los momentos trascendentales, afloraron los recuerdos, sentimientos y vivencias infantiles de su tierra natal, le dio el nombre de Santa Cruz de la Sierra, hecho que sucede con frecuencia cuando estamos lejos del lugar que nos vio nacer[24].

El cronista oficial de Castilla y de la Indias[25], Antonio de Herrera y Tordesillas (1559-1625), que tuvo a su disposición los documentos de los conquistadores que llegaban a la Corte, describe con sobriedad la fundación de la ciudad homónima boliviana, dándonos una pista de que la familia de Ñuflo tenía casa en la aldea donde pasaba grandes temporadas y donde nacieron algunos de sus hijos, hermanos y sobrinos carnales de Chaves.

Y bolviendo el capitán Chaves a los Taguamacis, i hallándolos alterados, los pacificó, i fundó la ciudad, que llamó Santa Cruz de la Sierra, por un pueblo de este nombre, a tres leguas de Truxillo, así llamado, adonde se crió[26].

Por otra parte, un documento tan importante para conocer a los nobles de la ciudad, como son las Crónicas trujillanas del siglo XVI, hechas para demostrar la limpieza de sangre y los hechos valiosos de los linajes que tratan, no parece lógico que sus autores se olviden de un personaje de los más notables de la rama Escobar y Chaves, que les podía dar fama ante el rey para conseguir lo que pretendían en cada momento, por lo cual consideramos suficiente argumento para pensar que Ñuflo no nació y tal vez no vivió de forma continua en Trujillo, pues el cronista, que narra los hechos más destacados de su rama familiar ni siquiera ha oído hablar de él, y si en algo destacan los autores del citado texto es en dar detalles y ensalzar a los personajes más ilustres de su estirpe. Igualmente hay constancia que parte de su familia vivó en la aldea serrana. Su hermano Juan de Escobar, que recibió el mayorazgo de la familia, casó con una santacruceña, doña María de Alvarado[27]. y allí nacieron y vivieron sus seis hijos, cuatro hembras y dos varones, hasta que se trasladaron a Trujillo, ya de mayor. El cuarto hermano de Ñuflo por orden cronológica de nacimiento, Alonso de Escobar, se considera hoy que nació en dicha aldea y no en la ciudad y fue su precursor en el Río de la Plata, al enrolarse en la escuadra de don Pedro de Mendoza, primer Adelantado de dicha provincia. Todo ello nos ha hecho coaligar que nuestro personaje era natural de Santa Cruz de la Sierra en Extremadura y no de otro parte[28].

Otra variante que debemos tener en cuenta para asignar a cada pasajero su lugar de nacimiento, porque dificulta la inclusión correcta, es que algunos emigrantes al llegar a las nuevas tierras siguieron utilizando sus apellidos familiares, mientras otros, por el contrario, adoptaron identidad diferente y agregaron a su nombre de pila el de su pueblo o el del lugar con mayor renombre. Recordemos que Santa Cruz, después de la Reconquista, quedó dentro de las tierras o del alfoz de Trujillo, hasta que don Juan de Chaves compró la localidad el 26 de junio de 1627. Y, a pesar de ser un lugar de cierta importancia por el número de habitantes y de nobles que en él vivían, era una aldea dependiente del corregidor de la ciudad.

El profesor e investigador puertorriqueño Miguel Adorno Tapia ha realizado un profundo estudio del emigrante Alonso Rubio Jiménez, citado por Peter Boyd-Bowman entre otros, al que algunos llaman Alonso Raujo, y llega a la conclusión de que “era hijo de Diego el Rubio y Constanza Jiménez, vecinos de Santa Cruz de la Sierra, tierra de Trujillo.”[29], que embarcó en el puerto de Sevilla el 18 de agosto de 1517 en la expedición que salió hacia América, aunque no consigue averiguar si pasó por Santo Domingo o fue directamente a Puerto Rico, lo cierto es que se afincó en esta última isla caribeña. Pero allí se hizo llamar Alonso de Trujillo, lo que explica que los habitantes de la localidad de Trujillo el Alto de Puerto Rico se consideraran descendientes del lugar homónimo extremeño en España. En el año de 1519 Alonso de Trujillo, según la documentación hallada por el citado investigador se encuentra recogiendo oro de los ríos y quebradas de la Isla. Con el agotamiento de la economía minera muchos colonos abandonaron Puerto Rico y se marcharon a tierra firme donde se habían descubierto algunos yacimientos del preciado metal. Pero Rubio Jiménez, como otros muchos que en un principio participaron en la minería, permaneció en la Isla en su nuevo oficio de agricultor y dio a sus tierras el apellido de “su extremeña extirpe”[30]. La historia oral ubica la extensa hacienda de Alonso de Trujillo en el Barrio Santa Cruz cerca de la quebrada Maracuto. El enriquecimiento hizo que incluso algún biógrafo le diera título de nobleza que nunca poseyó. Con el correr del tiempo en su territorio se hicieron los dos pueblos: Trujillo Alto y Trujillo Bajo”[31]. Dentro del cual está el barrio de Santa Cruz. En el 1783 los hacendados solicitan la creación de un nuevo pueblo dentro de ese término con el nombre de La Santa Cruz de Trujillo”[32]. La parroquia de Santa Cruz de Trujillo Alto, construida en 1817, tiene por titular La Santa Cruz, y piensa nuestro profesor que se debe a que la iglesia parroquial de Santa Cruz de la Sierra en Extremadura, España, está dedicada a la advocación de la Santa Vera Cruz. Devoción que debió instruir Alonso Rubio a los indios de su encomienda y que ha perdurado a través de los tiempos. Todas estas coincidencias le han hecho pensar en la duplicidad de nombre que tuvo el mismo personaje[33].

Por esos tiempos fueron varios los que reconocían tener la doble vecindad. Hemos recogido un ejemplo claro. Marcos Collado, familiar del Santo Oficio, cuando es expulsado de la Corte, junto con otros vecinos de Santa Cruz, que habían ido a apoyar el pleito que se tuvo por la venta del lugar, “afirmó que era vecino de la ciudad de Trujillo y también de la villa de Santa Cruz de la Sierra”. Si contemplamos todas estas variables no es de extrañar que haya un trasiego de nombres de unos catálogos a otros y casi siempre a favor del lugar más importante, sobre todo cuando el personaje alcanzó cierto renombre.

Después de esta exposición de algunos compiladores, vemos que todos van incluyendo a los personajes anteriores en sus catálogos; que el número aumenta con la realización de nuevos recuentos, que el trasiego de unos catálogos a otros no es total y que hay emigrantes de los que tenemos noticias por distintos documentos que no están en ninguno de los diferentes índices presentados. A pesar de que la tabla de Rocío Sánchez es la que recoge mayor número de pasajeros procedentes de Santa Cruz de la Sierra, está lejos de contener su totalidad. Pues no todos los emigrantes están en los diferentes documentos que se encuentran en el Archivo General de Indias de Sevilla, que forman principalmente los catálogos que hasta ahora hemos visto. Hemos tenido que recurrir a otros documentos para localizar a nuevos pasajeros, tales como libros sacramentales de la parroquia, censos de población diversos, o el padrón que se hizo el 23 de octubre de 1627 puerta por puerta y a calle hita para averiguar el número de habitantes que tenía la localidad, con el fin de fijar su precio de venta

Por lo general los que participaron en ese evento durante los primeros tiempos y regresaban a su lugar de origen en Extremadura, aunque eran pocos los que lo hacían de forma permanente, recibían el nombre de “Indianos”[34] o el de “Perulero”, que fue el más generalizado en Santa Cruz de la Sierra, identificando de forma general a los indianos con el Perú, aunque no hubieran estado en dicho virreinato. Apelativo que quedó para señalar a personas enriquecidas fácilmente con un comportamiento social poco acorde con su estatus anterior[35]. Algunos regresaban para visitar a sus familiares más directos, llevárselos al nuevo mundo o para emprender una nueva vida en su lugar de origen, y se les consideraba triunfadores porque habían reunido la hacienda suficiente para garantizar la supervivencia y cierta comodidad de los suyos, aunque años de servicio y de trabajo en Indias no garantizaban la acumulación de una fortuna. Los sacerdotes tuvieron el acierto de incluir a esos individuos con dicho apelativo en los libros sacramentales del Archivo Parroquial de la villa, lo que nos ha permitido descubrir a otros que no aparecen en ningún catálogo de los estudiados.

El documento más antiguo que he localizado del lugar objeto de estudio para este fin es el Libro de bautismos y de óbitos de la iglesia parroquial de la Vera Cruz de Santa Cruz de la Sierra, que actualmente se encuentra en el Archivo Histórico Nacional. Dicho registro comprende actas bautismales y de defunciones con sus correspondientes testamentos religiosos desde 1535 hasta el 1558, por lo que se adelanta en varios años al mandato del Concilio de Trento de llevar libros sacramentales en las parroquias, que en España no entraría en vigor hasta el 12 de julio de 1564[36]. Fue el obispo de Plasencia don Gutierre de Vargas Carvajal (1524-1559), gran teólogo, hasta el punto de que participó desde el 1551 al 1552 en el Concilio de Trento, y hombre renacentista, quien adelantándose al mandato oficial de la iglesia, convocó en Jaraicejo en 1534 un sínodo, en el que ordenó se llevara en las parroquias un control de los nacimientos que hubiera y de las personas que fallecieran, cuando dejaran un número determinado de misas por su alma, y para que “en todo tiempo se pueda saber si ay ympedimento entre algunas personas que, andando el tiempo, quieran contraer matrimonio[37].

En marzo de 1539 aparece por primera vez Juan Ximénez de Perú, que no he localizado hasta ahora en ninguno de los catálogos de pasajeros a Indias, presentados y asignado a Santa Cruz de la Sierra. En el acta bautismal de 11 de noviembre de dicho año 1539, fol. 45 vtº.[38], está inscrito como uno de los cuatro padrinos que solían figurar por entonces en cada bautismo, dos hombres y dos mujeres, sin que necesariamente fuesen familiares entre sí. Vuelve a desempeñar el mismo oficio según el acta de 25 de enero de 1540, fol. 49, donde Juan Jiménez Perulero actúa como padrino, mientras su hija Teresa es la madrina. Sigue de padrino el citado Perulero el 29 de octubre de 1541, fol. 73 vtº., y el domingo, 5 de febrero de 1542, fol. 76 vtº.

El 25 de junio de 1542 muere la mujer de “Juan Ximénez[39], Perulero” y se entierra en la iglesia parroquial de la Vera Cruz de Santa Cruz de la Sierra. El nombre de la esposa no aparece en el acta de defunción pero sí se cita al marido con su apelativo correspondiente, tal vez, por ser el personaje más conocido de la familia o para distinguirlo de otros Juanes que había en el pueblo, alguno incluso con el mismo apellido. La esposa había hecho testamento ante el escribano público Francisco Ximénez y fueron los testamentarios su esposo y el padre de la difunta, del que tampoco nos dice cuál es su nombre. En sus funerales se dijeron una vigilia de tres lecciones y un novenario cantado. El “cabodeaño” debería ser de nueve lecciones[40]. El testamento además recoge que se dijeran por su ánima:

50 misas, ofrendadas de pan, vino y cera, durante un año, y en ese tiempo se diga cada día un responso sobre su tumba rezado y en las fiestas, cantado. Se digan además a su Santo tres misas; a su ángel de la guarda, cinco; por los padres de Juan Ximénez, 10; por María Alonso, su prima, 10, y 30 misas se han de decir: 15 en el convento de San Francisco y 15 en el de la Encarnación de Trujillo[41]. Ofrece de mandas 4 reales a la obra de la iglesia de Santa Cruz; a los Mártires, al hospital y a la cera del Santísimo 10 maravedís a cada uno[42].

Las preces que se realizan en torno a su funeral, el lugar de enterramiento, el número de misas que deja por su alma y familiares y las mandas que ofrece, comparado con el resto del vecindario,  indican que la fallecida era una persona con solvencia económica.

El 8 de septiembre del 1543 (fol. 129) aparece el citado Juan como padre de Teresa, una de las dos madrinas del bautizo que se celebró. El 5 de enero de 1544 el clérigo Hernando del Toril bautiza a María, criada de Juan Ximénez, Perulero (fol. 133). Una muestra más de su poder adquisitivo en aquellos tiempos. El 30 de octubre de dicho año ya nos da el nombre y apellidos completo, Teresa Gil González, hija de Juan Jiménez, Perulero, que es la madrina del bautismo (fol. 140v) (Acta nº 7 de las presentadas). El 29 de marzo de 1545 los padrinos del bautizo son los nietos del Perulero, “Alonso Gil y Juan Sánchez, hijos de Juan González y Teresa Gil, hija de Juan el Perulero” (fol. 152 vtº.) (Acta nº 8 de las presentadas). Durante los siguientes años aparecerán diferentes familiares de nuestro personaje en distintas actas bautismales. El 10 de septiembre de 1547 el padrino del bautizo es Hernán Sánchez, yerno de Juan Jiménez, Perulero (fol. 201v)[43]. Y ese mismo año vuelve a ser padrino del bautizo el susodicho yerno, Hernán Sánchez, acta del 18 de diciembre (fol. 204v),  El 23 de febrero de 1548 es padrino de bautismo Juan Ximénez, hijo de Juan Ximénez Perulero, (fol. 208v), y desempeña el mismo papel en el acta de 19 de abril de dicho año (fol. 211v). Se repiten  durante eses año en varias actas bautismales tanto el yerno, como el hijo y la hija del citado Perulero o algún pariente próximo. El 24 de noviembre de 1548 el padrino es Juan Ximénez, sobrino de Juan Ximénez, el Perulero, (fol. 217). Nuestro personaje debió ser muy conocido en la aldea, puesto que los sacerdotes le citan ante cualquier miembro de su familia y en otras muchas actas le vemos actuar de padrino, que no mencionamos para no hacer más largo de lo necesario este apartado. Aparece por última vez en el citado libro como padrino en el bautizo celebrado el 27 de abril de 1550, (fol. 240v)[44]. Ya no volvemos a saber más de él hasta el censo poblacional de Santa Cruz de la Sierra del 1561 donde figura como “labrador mediano”[45].

Es cierto que el apellido Jiménez e incluso el nombre Juan eran frecuentes en aquella época tanto en Trujillo como en Santa Cruz. El presbítero, Vicente Navarro del Castillo, incluye en su obra de 1978 a un pasajero de idéntico nombre y apellido, al que considera natural de Trujillo, del que dice “que estaba en Cuba en el 1519 y pasó a la conquista de México en el 1520”. Sin embargo, a nosotros no nos cuadra que fuera el mismo, dado que dicha expedición la mandaba Pánfilo de Narváez, quien fue herido en un ojo en Veracruz y hecho prisionero, por lo que la mayoría de sus hombres engrosaron las filas de Hernán Cortés y nuestro personaje sabemos que estuvo en el Perú, porque así lo dice el sacerdote en la primera acta donde aparece. Por otra parte, nuestro sujeto figura en documentos referentes a Santa Cruz unos cuarenta años más tarde de la fecha referida, lo que le llevaría a una prolongación de vida de más de 70 años, superior a lo que se tenía por entonces, aunque siempre hubo casos excepcionales.

El profesor Mira Caballos realiza un estudio de los hombres que formaron parte de las huestes de Francisco Pizarro, y en la parte I, incluye a Juan Jiménez de Trujillo, al que considera que en el 1534 vivía en Cuzco, cuando “entregó a Hernando Pizarro 50 pesos de oro, que se suponen eran para el servicio del Emperador. Y el 22 de enero de 1540 se le concedió una encomienda de indios”. Sin embargo, sabemos que nuestro protagonista en esa fecha ya vivía en Santa Cruz de la Sierra.

Entre los soldados de infantería en el reparto que se hizo del botín de Atahulpa aparece el nombre de Juan Ximénez, sin que se mencione lugar de procedencia ni ningún otro dato, como sucede con los demás agraciados, pero sí indica que le tocaron 3.330 pesos de oro y 181 marcos de plata, por ser soldado de infantería. Toda una fortuna en aquella época y por lo que se ve quedó algo agraciado en el argentífero metal, aunque igualado en el dorado, según la tabla del reparto que recoge Pedro Sancho de la Hoz, secretario de Francisco Pizarro, en su obra Relación de la conquista del Perú.

Varios de los beneficiados en el reparto decidieron regresar a España en los días sucesivos, e invertir su fortuna lo mejor que pudieran. Algunos con el permiso del Gobernador no quisieron esperar a nuevas distribuciones que se auguraban, así hasta un total de veinticinco hombres. Unos porque se encontraban enfermos y viejos, los tres últimos años habían sido muy duros y algunos se resentían de ello; otros querían disfrutar lo ganado en tierras más tranquilas; también hubo quienes sentían nostalgia de sus familias y decidieron volver junto a los suyos. A primero de enero de 1534 regresa la Santa María del Campo con el quinto del rey, y a esta le sucedieron otras naves. No sabemos en cuál de ellas se embarcó Juan Ximénez, ni siquiera si esperó al reparto del oro de Cuzco, efectuado el 19 de marzo de 1533, pues pasarán cinco años antes de que aparezca por primera vez en los libros sacramentales de Santa Cruz de la Sierra en la Extremadura española, donde había dejado a su esposa y sus hijos. Allí empleó el dinero conseguido y vivió el resto de sus días.

Todo ello, sin duda, nos hace coaligar que este Juan Ximénez, Perulero, fue el citado por el secretario, Pedro Sancho de la Hoz, en la relación que hizo de las diferentes cantidades que cobraron cada uno de los participantes en la captura del Inca, que después vino a disfrutar su fortuna a su lugar de nacimiento, donde había dejado a su esposa e hijos antes de partir para América, y aquí invierte las ganancias en tierras de labor principalmente, que le hace ser el labrador del que se nos habla en el mencionado censo de población de 1561. Uno más de los salidos de Santa Cruz de la Sierra en la conquista y colonización de las Indias Occidentales, ocupando un puesto peligroso y de prestigio, por el que entró en el mundo de la fama, como diría su líder indiscutible, Francisco Pizarro, al participar en la toma de Cajamarca, destacado hecho histórico de indiscutible valor.

En el Libro de bautizados y óbitos igualmente aparece Diego Ximénez, Perulero[46], otro de los retornados por entonces, del que sabemos que era hijo de Francisco Jiménez y doña Gracia[47], y que estaba en Nombre de Dios el 20 de septiembre de 1535, localidad situada en la costa atlántica del istmo de Panamá. También conocemos a Francisco Ximénez, hijo de Hernando Jiménez y Juana Sánchez[48], que emigró a América y el 12 de marzo de 1536 se encontraba en Santa Marta, localidad colombiana, sin que volvamos a tener más noticia suya. Pero Diego regresó a Santa Cruz y el 4 de septiembre de 1552 actúa como padrino, seguramente de algún pariente cercano, pues el padre del neófito tiene el mismo apellido, y ya no se vuelve a saber más de él (fol. 110v)[49]. Es probable que los dos fallezcan en las Indias Occidentales.

A Santa Cruz de la Sierra regresaron varios Perulero, hasta el punto de que dieron nombre a una de las calles de la localidad, que se mantuvo hasta finales del siglo XIX.

En el Libro Colecturía de Misas, hoj. 144 del Archivo Parroquial de Santa Cruz de la Sierra, que comprende desde el 1592 al 1624, aparece Alonso Martín, Perulero, que vino a morir a su tierra natal, donde falleció el 17 de abril de 1616, y que al parecer se enriqueció en el Nuevo Mundo por las mandas que queda en su testamento. Así, ordenó decir 503 misas, de las cuales 286 eran por su alma, 10 por las ánimas del purgatorio, y el resto no está legible. Entregó cantidades diferentes a las siguientes obras pías: al Sacramento, 110 r.; a las Ánimas del purgatorio, 300 r.; a Nuestra Señora del Rosario, 8 r.; y al resto 4 r. a cada una. Ofreció durante ocho meses el pan y el vino para la Consagración[50].

Otro documento importante, que nos ha servido para encontrar nuevos emigrantes a América, es el Padrón que se realizó para establecer el precio de la venta de Santa Cruz de la Sierra a don Juan de Chaves y Mendoza, primer señor del lugar, realizada el 6 de julio de 1627[51], que se encuentra en el documento Mercedes y Privilegios, entre los folios 272 al 306, incluido actualmente en Venta de Santa Cruz de la Sierra, un lugar del alfoz de Trujillo[52], en el cual se mencionan a los siguientes emigrantes al Nuevo Mundo, a los que mantenemos con el número que están en el citado listado y los datos que se dan de ellos:

12.- Pedro de Hoyas, el Perulero, casado dos veces, del primer matrimonio tiene una niña, y del segundo, casado con María Mellada, tiene un niño. Mª Mellada, que estuvo casada con Francisco Sánchez, tiene dos hijos.

163.- María Alonso, viuda de Rodrigo Alonso, vive con Fernando de la Cueva, su hijo, sastre en ­la dicha villa, que vino de los reinos de la Nueva España en las Yndias, donde tiene su casa y su mujer, dicen no se tiene por vecino.

270.- Rodrigo Jiménez Perulero, vecino de dicha villa, mozo soltero y Francisca Rodríguez, su hermana viuda de Sebastián Martín, que viven juntos. La viuda tiene por criados a Diego Puerto, vecino de esta villa, y a Alonso Gómez, vecino de Trujillo.

417.- Juan Martín Barachías, hijo de Alonso Martín Barachías, Perulero di­funto, es su tutor Rodrigo Ximénez[53].

La venta de Santa Cruz supuso un gran desastre para el pueblo, más de 80 vecinos se trasladaron a Madrid con la intención de intervenir en el juicio que contra don Juan de Chaves se celebraba para impedir que se hiciera con el pueblo. Sin embargo, todo lo tenían en contra, la Cámara del Consejo de Hacienda presentó un edicto donde estaban hospedados los santacruceños, ordenando que inmediatamente abandonarán la Corte. Solo cuatro quedaban ya en el lugar, para guardar el dinero que habían llevado para contrarrestar la puja y en caso contrario recuperar lo que ya habían depositado, los demás se habían marchado. Entre ellos estaba un Perulero, “Fernando de la Cueva, que manifestó que era vecino de Vera Cruz en las Indias en Nueva España y residente en la villa de Santa Cruz de la Sierra, donde tiene a su madre, que vino a verla hará año y medio”[54], el cual dijo que saldría de inmediato para el lugar serrano[55].

Una vez que la venta se efectuó definitivamente, la localidad entró en una agonía demográfica y económica permanente. El señor de la villa impide que salgan los vecinos del pueblo sin su consentimiento y la emigración se paraliza, solo se dan algunos casos excepcionales como podemos comprobar después de la adquisición, año 1627. Encarnación Lemus en Ausentes en Indias, recoge diez nuevos emigrantes a Indias durante el siglo XVII, de los cuales seis son anteriores a la fecha de venta del lugar y los otros cuatros son casos excepcionales, como podemos comprobar:

Fernando Jiménez, criado de 30 años de edad, obtuvo licencia el 17 de abril de 1602.

Alonso García, de 23 años de edad, obtuvo licencia el 18 de enero de 1603 para pasar como criado al Perú.

Fernando Jiménez, de 30 años de edad, obtuvo licencia el 18 de enero de 1603 para el Perú.

Francisco Ruyo, criado de 36 años de edad, pasó al Perú el 31 de enero de 1603.

Bartolomé Montejo, de 24 años de edad, obtuvo licencia el 11 de enero de 1610 para ir al Perú.

Martín García, de 27 años de edad, embarcó para el Perú el 6 de febrero de 1617.

Francisco Cantalpino, de 30 años de edad, obtuvo licencia el 5 de abril de 1630 para embarcar como criado hacia el Perú.

Bartolomé Pérez Blázquez, criado, pasó al Perú el 26 de marzo de 1631.

Agustín de los Ángeles, religioso de 24 años de edad, que obtuvo permiso el 14 de abril de 1660 con dirección a Nueva España.

Blas de Santa Mónica, religioso de 23 años de edad, pasó a las Filipinas el 28 de junio de 1675[56].

No debemos confundir a este Bartolomé Pérez con otro de igual nombre que pasó al Perú con su hijo Juan de Alvarado[57] en el 1554 para que gestionara en nombre de Juan de Hinojosa, consanguíneo de doña María Alvarado, la herencia del hermano de ambos, don Pedro Alonso de Hinojosa[58], almirante de la escuadra de Gonzalo Pizarro y general del ejército de la Gasca, que derrotó al menor de los Pizarro en la batalla de Xaquixaguana. Posteriormente fue nombrado corregidor y justicia mayor de la ciudad de Charcas, y fue asesinado por el sedicioso Sebastián de Castilla, hijo del conde de Gomera, el 5 de mayo de 1553, cuando se encontraba totalmente desarmado en sus caballerizas. Sus dos hermanos desde Santa Cruz de la Sierra en Extremadura se disputaron la herencia al carecer de hijos legitimados[59]. El pleito duró varios años, pues es un nieto de doña María de Alvarado, don Martín de Chaves y Mendoza quien disfrutara de una encomienda de $ 500 en el término de la ciudad de Cuzco, concedida por el virrey del Perú, el príncipe de Esquilache, debido a los méritos de su tío abuelo. Don Martín estuvo casado con doña Antonia de Guzman y Aragón y no tuvieron descendencia, por lo que el mayorazgo con la herencia pasó a doña Paulina de Chaves, esposa de don Juan de Chaves y Mendoza, Señor de Santa Cruz de la Sierra (Cáceres)[60].

Hemos pretendido con este trabajo acercarnos lo más posible a la aportación que la población objeto de este estudio hizo a la epopeya americana, y hemos comprobado que, además de los 52 emigrantes que presenta Rocío Sánchez Rubio en su catálogo, el más completo de todos los estudiados en cuanto a la recogida de pasajeros santacruceños, habría que añadir los tres que ella no incorpora o coloca en lugares diferentes, aunque sabemos que eran naturales de la aldea serrana que estamos estudiando, más cinco que hemos localizado en documentos distintos que no aparecen en ningún otro índice [61], y cuatro que fueron a cobrar herencias con los diez que recoge Lemus en Ausentes en Indias obtendríamos un total de 74 pasajeros salidos del lugar objeto de estudio hacia el Nuevo Mundo, durante el siglo XVI y primer cuarto del XVII principalmente; hasta que la aldea deja de ser de realengo y pasa a señorío, con lo que los vasallos pierden la posibilidad de emigrar libremente, sin consentimiento del señor.

Y, sobre todo, hemos comprobado que los santacruceños desempeñaron papeles importantes, al poner a prueba su coraje y valor en la ingente obra de la conquista, colonización y evangelización de la Indias Occidentales. Un ejemplo tenemos en Juan Ximénez, enrolado en las huestes de Francisco Pizarro, formando parte de esos 180 hombres que fueron capaz de derrotar a un ejército de más de 40.000 incas en Cajamarca, según algunos historiadores que presenciaron los hechos. Mientras Ñuflo, entre sus múltiples proezas, fue el primer hombre blanco en establecer un camino por tierra que uniera los dos océanos, el Atlántico y el Índico; recorrer en dieciséis expediciones más de 5.600 leguas; fundar múltiples poblaciones, y entre todas la homónima en un lugar que le recordaba el pueblo donde nació, a la que eligió por capital de la gran provincia que pretendía conquistar. Hubo también maestre de campo, como Osorio, y capitanes, como Zurita. De aquí salieron igualmente varios religiosos, que originaron un obispo; escribanos públicos, y, sobre todo, operarios de diferentes oficios. Todo ello nos hace pensar que Santa Cruz ocupa un lugar destacado en esa labor inconmensurable de crear la hispanidad, aunque el estudios, aún no esté terminado.

 

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[1] HERRERA, Dec. I: 162.

[2] Valladolid, 15 de septiembre de 1522.

[3] Madrid, 25 de febrero de 1530.

[4] Real Cédula de 1539.

[5] Felipe II en el 1570 prohíbe el paso de los gitanos a América.

[6] SÁNCHEZ RUBIO, 1993: 227.

[7] BERMÚDEZ PLATA, Cristóbal (1940-1946): Catálogo de pasajeros a Indias. Sevilla.

[8] El clérigo Vicente Navarro lo incluye en la Serena, siguiendo al anterior recopilador, pero con  dudas.

[9] Es la fecha en que obtuvo la licencia para pasar a las Indias Occidentales, lo mismo hacemos con los demás. Sánchez Rubio recoge este emigrante pero lo denomina Alonso Raujo. No se especifica a qué Santa Marta se dirigió, pues había población con la misma denominación en Colombia, México y en Honduras.

[10] Cuando aparece el año únicamente señalamos la fecha de salida y a veces la llegada a destino, y si ponemos la fecha completa indicamos cuándo tomó licencia.

[11] Cuando no se tenía noticias ciertas del lugar donde iba se usa el término genérico de Indias.

[12] No nos extendemos más en él por la biografía extensa que damos en CILLÁN, 1918: Ñuflo de Chaves en la Conquista de la Bolivia Oriental.

[13] Aparece también en la La Revista del  Centro de Estudios Extremeños, 1930: 93. Leg. 43-2-11/15.

[14] Peter Boyd-Bowman cambia el nombre de la madre por el de Marina. Lo mismo hace Bermúdez Plata (1940), que además incluye otro pasajero en la misma fecha sin indicar cuál fue su destino: “Vicente Rubio, vecino de Santa Cruz, tierra de Trujillo, hijo de Diego el Rubio y de Constanza Jiménez partió el 18 de agosto de 1518”. Hay confusión con otro que denomina Alonso Rubio, con  los mismos padres y con  licencia en la misma fecha, que veremos en próxima nota al pie de página.

[15] Fue el primero que emigró según todos los catálogos consultados. También lo recoge Boyd-Bowman como primer emigrante santacruceño al nuevo mundo.

[16] Aparece igualmente en el catálogo que publica la Revista del  Centro de Estudios Extremeños, 1931: 277.  Leg. 13-3-11/15.

[17] En realidad era Diego de Osorio, natural de Santa Cruz de la Sierra en Extremadura, que casó con la hija de Ñuflo de Chaves, doña María de Sotomayor o de Mendoza, que fue deshonrada por el sobrino del gobernador Juan Pérez de Zurita, y se casó con ella para hacerse cargo de la criatura. Osorio era un hidalgo pobre, pero se enroló en el ejército y llegó a maestre de campo y a disfrutar una encomienda que le correspondía a su suegro, concedida por el virrey Toledo.  AGI, Patronato, 120, N. 2, R. 3, fol. 25.

[18] Ángel Muñoz, Vicente Navarro y Rocío Sánchez lo recogen como Domingo Rodríguez (RCEE, 1932: 65). AGI. Leg. 2.5.5/13.

[19] Peter Boyd-Bowman lo denomina Alonso Rubio, hijo de Diego el Rubio y Constanza Fernández, obtuvo licencia el 18 de agosto de 1517. Hernández y Fernández era el mismo nombre en esa época.

[20] Nueva Galicia en México, dentro de Nueva España, comprendía los estados actuales de Aguascalientes, Jalisco y otros. La ciudad más importante dentro de la zona en esa época era Guadalajara.

[21] Rocío Sánchez mantiene esa denominación, pero Vicente Navarro escribe Francisco de H. Trujillo.

[22] La provincia del Río de la Plata o Río Plata, que de las dos formas podemos encontrarlo escrito, era una extensa zona que comprendía las cuencas de los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay. O sea, parte de Argentina, Uruguay, Paraguay y un trocito de Brasil.

[23] Este Juan Ruyo debe ser Juan Rubio, natural de Santa Cruz de la Sierra, que testó en el año 1580, y tres años después moría en Popayán, dejando la mitad de sus bienes a su sobrino Hernán Pérez Rubio, una cuarta parte a su hermano Juan Sánchez Rubio, y otra parte igual a su sobrina, Leonor Alonso, hija de su hermana. En el 1583, el marido de esta sobrina, Juan Sánchez, natural de Santa Cruz de la Sierra, solicitó licencia para ir al lugar del fallecimiento del testador a recoger el legado, porque él sabía leer y escribir. Depositó la fianza acostumbrada por cuatro años y le acompañó su hijo, pero no se indica si regresó a su lugar natal (AGI. Indif. General, 2094). (ALTMAN, 288 y 297).

[24] Vid. CILLÄN, 2018, cap. X.

[25] Felipe II en el 1596 nombró a Herrera cronista oficial, cargo que mantuvo con Felipe III y Felipe IV.

[26] HERRERA: Década VIII, 97.

[27] María de Alvarado era hija legítima de “Gonzalo de Torres el de Santa Cruz, porque, aunque tenía casa en Trujillo …, residía en Santa Cruz, y así hacen sus hijos”, como lo confirman las Crónicas. Gonzalo estaba casado con doña Isabel de Alvarado y tuvieron dos hijos más: Pedro Alonso de Hinojosa, general en el Perú, y Juan de Hinojosa, que nació y vivó casi permanentemente en la aldea.

[28] Vid. CILLÄN, 2020: “Familia de Ñuflo de Chaves en Extremadura” en Revista de Estudios Extremeños. Tomo LXXVI, Nº II, mayo-agosto.

[29] Catálogo de Pasajeros a Indias. Archivo General de Indias, Sevilla.

[30] MORALES MUÑOZ, Generoso. El solariego de Trujillo en las Sabanas Llanas. (Boletín de Historia Puertorriqueña, 1948), Núm. 1.

[31] DÍAZ VIERA, José F. Historia documental de Trujillo Alto. Ediciones Rumbas: Barcelona, España, 1962.

[32] BURRAGAN LANDA, Op. cit, pág. 1-3.

[33] ADORNO TAPIA: El origen del nombre del municipio de Trujillo Alto.

[34] Indiano es “el que ha ido a las Indias, que de ordinario éstos vuelven ricos”. COVARRUBIAS: 734.

[35] En Santa Cruz de la Sierra se dio dicho nombre a una de las calles que lo mantuvo hasta finales del siglo XIX. Los muchachos tenían entre sus rimas, para realizar un juego de prenda, una canción muy popular que decía: Antón, Antón perulero / cada cual, cada cual, que aprenda su juego, / y el que no lo aprenda / pagará una prenda / de mucho dinero. Vid. CILLÁN, 2005: 123, se hace un estudio de esta actividad lúdica.

[36] El Libro bautismal de expósitos, que se encuentra en la parroquia de Santa María de Trujillo, comienza en el 1517, si bien, con escaso número de actas bautismales, que aumentan considerablemente a partir del 1534. Incluso hay otras feligresías que tienen Libro de bautizados desde 1499, como es el caso de la localidad de Alcuéscar en Cáceres, que eclesiásticamente perteneció a la diócesis de Badajoz hasta el año 1958, en el que hubo una reestructuración y quedó asignada a la diócesis de Coria-Cáceres. La parroquia de San Mateo de Cáceres conserva escrituras desde el año 1438.

[37] GARCÍA, 1990:122 y ss.

[38] Al poner solamente fol. o pág. hacemos referencia a la hoja del Libro de bautismos y óbitos de 1535 en la que está escrita dicha citación.

[39] Por lo general aparece en casi todas las actas escrito el apellido Ximénez con la grafía propia del siglo XVI, aunque algunas veces la actualizo con la forma actual.

[40] Hoy predomina el término “cabodaño” en los dos pueblos objetos de este estudio, para designar la misa que se dice por el difunto que hace un año que falleció.

[41] Era normal en aquella época que vecinos de una o de la otra localidad dijeran misas o hicieran ofrendas por su alma o la de sus deudos en lugares o a advocaciones diferentes a las que se veneraban en sus parroquias, sin que ello fuera un indicativo de pertenecer a esa población o feligresía.

[42] Vid. Libro de bautismos y óbitos, pág.192.

[43] Esto nos hace pensar que debió tener otra hija de la que no sabemos nada, puesto que Teresa ya tenía su marido, como hemos visto.

[44] Hemos colocado al final de este trabajo como Anexo una muestra de once actas representativas de lo que decimos para confirmar la veracidad. El poner todas sería recargar innecesariamente el estudio.

[45] A G S. Esp. Hac. 189-56.

[46] Aparece en el anexo en el acta número 12, en último lugar, después de presentar a la familia completa de Juan Jiménez.

[47] Según Vicente Navarro en su Catálogo.

[48] Vicente Navarro, Op. cit.

[49] Diego y Francisco Jiménez aparecen en la tabla de emigrantes de Rocío Sánchez con el destino señalado.

[50] Es el primer libro de colecturía de misas, que se encuentra actualmente en el Archivo Parroquial de Santa Cruz de la Sierra, y recoge las defunciones con el número de misas y ofrendas, que hace el difunto en beneficio de su alma.

[51] El Padrón se realizó el 23 de octubre del mismo año en que se efectuó la venta, 1627.

[52] CILLÁN, 2015: Cap. VI.

[53] Ninguno de los cuatro aparecen en el catálogo de Rocío Sánchez. Consideramos que este Alonso Martín es el que se cita en el Libro de colecturía de misas, que falleció el 17 de abril de 1616.

[54] Recordar que Fernando de la Cueva aparece en el padrón de 23 de octubre de 1627 con el número 163, ya citado.

[55] CILLÁN, 2015: Cap. IX. Los otros tres fueron “Marcos Collado, familiar del Santo Oficio, afirmó que era vecino de la ciudad de Trujillo y también de la villa de Santa Cruz de la Sierra, como ya dijimos. Juan de las Bacas y Domingo Hoyas afirmaron que eran vecinos de la villa de Santa Cruz de la Sierra. Tan solo dos pudieron quedarse para recuperar el dinero que habían depositado para contrarrestar las pujas anteriores.

[56] CILLÁN, 2015: Cap. VI. Los dos últimos son religiosos e iban como misioneros, era normal que los dejara  salir.

[57] Fue autorizado a llevar dos criados y un paje, al que consideramos fue su hijo, pero ignoramos el nombre de los dos criados, si al final le acompañaron.

[58] AGI. Justicia, 1164,  nº. 5, R. 1.

[59] AGI. Indif. General 2086 y ALTMAN: 178. Bartolomé Pérez murió en la década de 1560, y no sabemos si su hijo regresó a Santa Cruz.

[60] SORG, 2008: 9.

[61] No consideramos a otros, que ya aparecen en catálogos, pero con nuestras investigaciones hemos añadido datos a su biografía.

[62] Estete publicó su crónica con el título: El descubrimiento y conquista del Perú. Sin embargo, he preferido usar este facsímil del Boletín de la sociedad ecuatoriana, al que he tenido acceso.

Nov 212022
 

   Antonio González Cordero

 

 

  1. INTRODUCCIÓN

Tal vez la palabra “parerga” parecería la más adecuada para el título, a tenor del enunciado de esta comunicación, pues ante la heterogeneidad de lo abordado, no resulta difícil pensar que nos encontramos ante una investigación donde se abordan noticias inconexas e insignificantes de la arqueología local. Nada más lejos de la realidad, pues los cuatro capítulos en los que hemos dividido nuestras pesquisas, siguen un hilo conductor, hilvanado a través de un conjunto de expresiones simbólicas relacionadas con la sacralidad, en una época en la cual, comienza a establecerse el carácter de la romanización religiosa en los espacios rurales del área céltica Hispania. Se ajusta, además, a un reducido marco geográfico articulado por el río Tajo, una estrecha franja de terreno donde convergen los términos municipales de Berrocalejo, Valdelacasa y Peraleda de San Román, que es lo mismo que decir la intersección de tres comarcas: el Campo Arañuelo, La Jara y Los Ibores.

 

No son esos, sin embargo, los únicos puntos en común, pues todo aquello que se va a analizar, forma parte de uno de esos espacios naturales remotos y fronterizos, legitimados por una tradición, donde la respuesta emocional que despertó en la antigüedad, hace pesar en su idoneidad para experimentar el contacto con entidades espirituales o divinidades.

 

Desafortunadamente, esta condición, ha sido la causa de que tanto objetos como arquitecturas que han querido reflejar el aspecto evocativo de diversos cultos, hayan padecido de alguna manera el menoscabo de su integridad, y ya sea por el tiempo o la incuria humana, la cuestión es, que en algún momento sufrieron daños irreparables, haciéndoles perder el valor que en su estado prístino tuvieron, en la mayoría de los casos, porque fueron objeto de un maltrato intencionado. En suma, vamos a tratar de unos fragmentos de historia en apariencia deslavazados que, soslayando el aspecto estético, aún son capaces de ofrecer una información muy interesante, capaz por sí misma de contribuir extraordinariamente a la constatación de unas prácticas religiosas en estas comarcas del rincón nororiental cacereño, en un momento en el que comenzaron a experimentar la sustitución paulatina de las expresiones religiosas indígenas, por otras fórmulas de religiosidad ligadas al panteón romano y la peculiar interpretatio que se produjo entre ambas tradiciones religiosas, algunas de cuyas expresiones quedan aquí reflejadas.

 

  1. UN VERRACO EN EL RÍO GUALIJA (PERALEDA DE SAN ROMÁN).

El primero de los objetos, o mejor cabría decir monumento del cual vamos a hablar, es una nueva figura zoomorfa perteneciente a la serie de esculturas popularmente conocidas como “verracos”, en este caso adjetivada de forma bastante más acertada que en ocasiones precedentes, porque la imagen esculpida representa a un suido, que dicho sea de paso son las imágenes dominantes en la cuenca del Tajo. Fue descubierta de forma casual en el año 2019, cuando se registró uno de los mayores descensos del nivel del agua en el pantano de Valdecañas[1] (Fig. 1).

Antes de la construcción de la presa de Valdecañas, este paraje formaba parte de una rica vega regada por el río Gualija, aprovechada seguramente por los habitantes de un asentamiento vetón acodado en la desembocadura del río, más tarde por los romanos e indígenas que poblaron Avgvstobriga y ya en la Edad Moderna por los colonos que retornaron a este lugar, fundando sobre la anterior, el pueblo de Talavera la Vieja. Norias y pozos repartidos por cada uno de los huertos, dan idea de la importancia que el tramo final de este afluente del Tajo tuvo que desempeñar entre los habitantes de la zona, debiendo de sumar a su capacidad agrícola, el valor del agua en las tablas del río para la ganadería, tanto la local, como la trashumante, pues una rama de la Cañada Occidental Soriana desdoblada por Berrocalejo, cruzaba el Puente del Conde para dirigirse hacia este punto, pasando al pie de la estatua del verraco tras descender por el carril Palomera, cuyo último tramo aún muestra un sólido enlosado. Después, cruzaba el río Gualija por el puente del Búho, ponía rumbo hacia el de las Veredas en Bohonal de Ibor, remontaba las quebradas del Descuernacabras, proseguía hacia el río Almonte, y tras franquearlo, el ganado se desplegaba por los ricos pastos de la penillanura Trujillana, si es que no continuaba el viaje hacia el sur, en pos de las tierras centro-orientales de la provincia de Badajoz.

 

Añadimos estos detalles, pues uno de los puntos más recurrentes en la investigación sobre el destino y significado de los verracos, es precisamente la vinculación que muchos de ellos muestran con las cañadas ganaderas. En este caso, si pudiéramos demostrar la antigüedad de este trazado, la presencia de la escultura constituiría un poderoso argumento en favor de quiénes lo han esgrimido en alguna ocasión[2].

 

También habría que probar, que el sitio donde se encuentra la imagen, fue el de su ubicación original. Al respecto, los arañazos de rejas de arado en uno de los laterales de la escultura, pueden resultar esclarecedores, pues constituyen una prueba de que en un momento determinado la figura cayó de costado, quedando cubierta por una pequeña capa de tierra[3], hasta que el estorbo que suponía para el arado, movió a los propietarios del terreno a averiguar si podían apartarla, ya que se trataba de la única roca existente en esa parcela.

 

No llegamos a imaginar lo sucedido realmente, pero es muy posible que tras descubrir que no se trataba de una vulgar peña, la noticia se extendiera y muy pronto fuera objeto de una mutilación en el lateral derecho. La causa, es tan conocida por lo repetida, como lamentable, y debe sus estragos a la creencia en los tesoros escondidos, sobre los cuales han corrido ríos de tinta y que tiene a estas esculturas como uno de sus referentes legendarios. Podríamos poner como ejemplo el verraco de Alcaudete de la Jara[4], con una brecha similar en su costado, o la figura exhibida en la plaza de Segura de Toro, con varias partes ensambladas, porque alguien pensó que en su interior se escondían piezas de oro y para extraerlas no tuvo otra idea que dinamitar la escultura. Párrafos de la obra de Publio Hurtado sobre -Supersticiones Extremeñas- refieren casos parecidos y así nos dice que “En otros muchos sitios se ha dado por indudable la existencia de tesoros, y se han formado numerosas y aún potentes compañías para buscarlos, recordando entre ellos el del Cerro del Verraco de Pasarón, destrozado por esta causa; el que había en la dehesa del Berrocal en Plasencia, donde había un toro petrificado con un letrero entre las astas que decía a donde mira el toro está el tesoro…”,[5]. No haría falta añadir más, pues a la vista está que, llegado al núcleo de nuestra escultura, el ínclito cantero que dio en tirar de cincel, al no encontrar las riquezas soñadas, abandonó la tarea, y allí quedó la efigie arrumbada, y con el tiempo, cubierta de nuevo por la tierra, pasó desapercibida, sin que ninguno de los propietarios de aquellas fincas, volviera a dar noticia cabal de su existencia. En su alumbramiento posterior tiene mucho que ver la construcción del pantano, pues los ascensos y descensos del agua embalsada como consecuencia de los periódicos estiajes, desencadenaron procesos de solifluxión[6], los cuales acabaron por arrastrar el manto arcilloso superficial, destapándola de nuevo.

 

Su erección en este lugar, para nosotros no cabe la menor duda que tiene que ver con la existencia de una pequeña población vetona, recientemente localizada al norte del castillo de Alija y a 1720 m en línea recta del punto del hallazgo. Es un asentamiento con un emplazamiento clásico, es decir, en la horquilla que forman la desembocadura de dos ríos, en este caso el Tajo con su afluente el Gualija. La dimos a conocer partiendo del descubrimiento de otra figura de verraco[7], dando por supuesto que otros tres encontrados en Talavera la Vieja[8], también procedían del mismo lugar, desde el cual fueron acarreados para erigirlas sobre algún sepulcro de la necrópolis oriental de la ciudad, pues allí se encontraron y aún permanecen, debajo del barro acumulado en el lecho del arroyo de la Ruiza, donde servían de pasaderas en un improvisado pontón.

 

La escultura, carente de naturalidad, fue esculpida sobre un bloque de granito y sus medidas, 170 cm de longitud desde el morro a los cuartos traseros y el alzado de 140 cm, dan idea de que se trata de una figura de gran tamaño, aunque en esta última medida queda también comprendido el pedestal prismático sobre el que se levanta, dejando un vano de separación entre dicha peana y el cuerpo del animal. La postura de la figura es estática, diseñada para ser contemplada principalmente desde una perspectiva lateral, contribuyendo a su rigidez, el anclaje casi vertical de sus patas unidas en un solo bloque y sin resaltar su forma en las uniones. No obstante, se percibe un esfuerzo por parte de su escultor por diferenciar ciertos rasgos anatómicos, articulando la imagen a base de volúmenes geométricos, es decir, trabajando el cuerpo sobre un cilindro, la cabeza sobre un tronco de cono y el rectángulo para las patas y el plinto. Así, la labra de las extremidades, exageradamente anchas, restan naturalismo y aportan ese estatismo tan clásico en este tipo de imágenes, si acaso, las patas anteriores colocadas en un ángulo ligeramente adelantado y con los brazuelos levemente resaltados, subrayarían el único detalle cinético.

Uno de los pocos aspectos de su anatomía que se han trabajado, es el espinazo, el cual destaca en este caso sobre el lomo de la figura en forma de gruesa banda rectangular alargada y horadada por una línea ordenada de cazoletas, mientras que, de forma más anárquica, estas cavidades salpican desde la grupa hasta el inicio del morrillo y prácticamente entero todo el costado izquierdo. Los ojos están también representados con dos sencillas cavidades semiesféricas y la boca significada con una ancha hendidura, mientras en el hocico alargado y algo romo, apenas se insinúan las fosas nasales con dos orificios muy desgastados.

 

La escultura sostiene algunos paralelos con otros ejemplares de su especie. La cabeza, por ejemplo, es muy parecida a la del ejemplar nº 3 del Castro de las Cogotas clasificada con el número 111 en el catálogo catalogado por R. Manglano[9], a la del Toconal en Carrascalejo[10], a algunas piezas segovianas[11], a un ejemplar abulense incrustado en la muralla de Ávila[12],  e incluso a la de Valdelacasa[13]. En el alzado del cuerpo y volumen corpóreo, al de la Vega de los Caballeros en Puebla de Montalban[14], y, sobre todo, al verraco de la Oliva en Villar del Pedroso[15], escultura con la que llega casi a coincidir con la exagerada altura de las patas. Con respecto al tamaño, el verraco del Gualija se encuentra entre la docena de figuras de mayor tamaño de la Península, que salvando el excepcional ejemplar de Villanueva del Campillo con 243 cm, tienen unas dimensiones que oscilan entre los 117 cm de la imagen de Villardegua de la Ribera y los 161 de San Miguel de Serrezuela 1, incluyendo en estos parámetros a los célebres toros de Guisando en el Tiemblo.

 

La familiaridad con otras imágenes de la Jara cacereña y sobre todo del núcleo abulense, es bastante ilustrativa en lo que concierne al estilo de imágenes de gran porte sobre peana y morrillo sinuoso, detalles que en conjunto si no sirven para fijar un punto de origen muy concreto, al menos reconocen en extenso al Valle del Amblés como el epicentro del que emanan estos conceptos estéticos tan particulares de la plástica vetona, por lo general, escasamente abierta a otras posibilidades, al contrario de lo que  sucede en los territorios meridionales, claramente influidos por la escultura ibero-turdetana.

 

En recientes trabajos de investigación[16] ya comentamos algunas de las opiniones vertidas acerca del papel desempeñado por estas figuras, sin que la falta de unanimidad, paradójicamente no deje de ser el argumento más importante para reparar en su condición polisémica, siendo los diferentes lugares donde hacen aparición, el principal respaldo de cada una de esas propuestas. En este sentido, se ha destacado la función apotropaica, es decir la de cumplir una finalidad protectora que la imagen extiende por su territorio circundante sobre personas, ganado e incluso poblados, su probada función funeraria en algunos casos, hitos limitáneos, etc. En el caso del Gualija, debemos entenderla además de como un símbolo de ocupación del territorio, alertando, tanto de la presencia de un enclave cercano, como de la posesión de unas tierras, no sólo con un valor añadido basado en la presencia de una vega, ricos manantiales y un cauce de agua permanente, sino por esa posible relación con rutas camineras antecedentes de una importante cañada ganadera. La presencia de cazoletas en la cara sepultada, dan pábulo a la idea de que además tenían una consideración sagrada, y sobre su imagen recaía la costumbre de impetrar, siendo estas marcas el reflejo de una costumbre heredada de tiempo ancestral, donde este ejercicio gráfico amparaba distintas nociones que no se apartaban de la condición sacra que la piedra tenía como paradigma de perdurabilidad.

 

Si prestamos atención al territorio donde se localiza la escultura, sus congéneres ocupan un área de especial densidad, pues tanto en la parte toledana como cacereña, ya sea en el Campo Arañuelo como en el solar jariego, hay muy pocas localidades (Fig. 2) donde no se haya producido algún hallazgo de este tipo[17]. El nuevo ejemplar, contribuye a destacar aún más un sector especialmente denso en torno a las dos orillas del río Tajo, en el tramo comprendido entre los vados de Azután y Alarza, básicamente un territorio dominado por espacios adehesados, donde los núcleos poblacionales vetones se limitan a dos asentamientos contiguos al Tajo [18], Alija y Puente Pino. Ambos yacimientos tendrían categoría de oppidum, el resto, apenas poseen vestigios que no hagan pensar en ocupaciones efímeras o en el caso de Castros II en una atalaya-santuario[19]. La distribución de esculturas por el contrario parece indicar que una parte importante de la población se repartía por el territorio formando pequeñas unidades, en su mayor parte dedicadas a la cría y cuidado del ganado, sin que hasta este momento se pueda establecer con seguridad si se trataba de un trasiego estacional. La falta de otra referencia a la propiedad dentro de estos paisajes era bien sustituida por estas imágenes, verdadero distintivo étnico de la cultura vettona. A escala provincial el nuevo verraco incrementa la lista de imágenes que hemos damos por seguras, pues no son pocas las que han sido confundidas con caprichos rocosos o con un elemento singular de la arquitectura doméstica romana[20].

  1. ¿UN LUGAR SACRO?

El lugar al que nos vamos a referir a continuación[21], tiene probabilidades de ser interpretado como un espacio numinoso o sagrado reservado a una divinidad a modo de –loca sacra- o fanum, pues constituye el ejemplo de una tradición muy antigua, basada en el culto a determinados lugares de la naturaleza, donde ciertas rocas se consagran mediante la realización de inscripciones o plasmando en ellas una serie de grabados. Se ubica sobre una peña centrada al fondo de una vaguada en el ribero de Berrocalejo, junto al Arroyo de la Veguilla, cuyo nacimiento ha sido obturado por una charca de reciente construcción. Se encuentra aislada de otras rocas, en un entorno dominado por el berrocal granítico fuertemente alterado por la erosión, formando un paisaje donde destacan conjuntos de bloques redondeados, en forma de seta, piedras caballeras, torreones graníticos y otras formas, a veces fuertemente tafonizadas.

 

Su hallazgo se debe mucho a la casualidad, pues tuvo lugar cuando intentábamos acceder al río Tajo por uno de los escasos lugares donde el vivaqueo de los arroyos, ofrece la posibilidad de asomarse a la orilla de dicho río, pues en esta zona, su curso viene encajado, la mayor parte de las veces, con sus paredes cortadas en forma de abruptos acantilados.

 

La roca tiene forma abombada, con una oquedad en la parte superior probablemente causada por la intervención humana, que valoraremos más adelante. Pese a todo, aún resulta lo suficientemente sugestiva para especular sobre su significado, tal y como se deduce de la inscripción tallada en su plano cenital, siendo visible el signario de las letras [DIV..], las cuales parecen corresponder al adjetivo DIVI. Muy interesante resulta el hecho de que dichas letras no sean el único añadido a la roca, pues alrededor se reparten algunas cazoletas de distinto formato, y que la de mayor tamaño y profundidad sea en torno a la cual parece girar el trazo de la inscripción. La superficie de la roca se presenta ligeramente orientada hacia el norte, con las letras profundamente grabadas con un instrumental indeterminado, pues el carácter porfiroide del granito es proclive a una fácil abrasión (Fig. 3).

 

Estas cazoletas no son de origen natural, al contrario, su factura es artificial y obedece a una costumbre que tiene mucho de ritual, pues entre las distintas manifestaciones recogidas, por ejemplo, en el catálogo de arte rupestre del Campo Arañuelo-Ibores-Jara[22], su realización siempre abriga una intencionalidad, la cual hemos visto reconocida en áreas habitacionales, espacios de interés económico, lugares de tránsito, ámbitos funerarios y en lugares ceremoniales o como hitos limitáneos.

 

Solo en el término e Berrocalejo hay consignados 41 registros de arte rupestre, donde están presentes mayoritariamente estos singulares grabados[23], siendo este valle, junto a los vecinos del Ribero y Vallejondo (El Gordo), uno de los parajes del término donde los encontramos formando composiciones de especial complejidad, pues a las clásicas concavidades semiesféricas se suman zigzags, círculos con desagües, halteriformes, cazoletas hemisféricas, largos surcos comunicantes e incluso algún zoomorfo. Esta roca en concreto, presenta una docena de cazoletas de distinta magnitud repartidas por su superficie, proliferando en las partes más elevadas y sobre el borde de la roca, en torno a dos oquedades de mayor diámetro y profundidad, estas últimas separadas por una hendidura en el centro, de manera que se agrupan en torno a ellas dos subconjuntos de cazoletas de menores dimensiones.

 

La relación simbiótica de cazoletas e inscripción, no creemos por tanto que sea casual, es evidente que el grabador buscó la interferencia entre ambas, tal vez a sabiendas del valor de las primeras como un aditivo frecuente en lugares investidos de cierta sacralidad. Lo cierto, es que este código gráfico monopolizó gran parte de las expresiones rupestres a lo largo de toda la prehistoria reciente, desde el Neolítico hasta la Edad del Hierro, último periodo donde las veremos aparecer aún con gran profusión sobre el lomo de las esculturas de verracos, como hemos tenido ocasión de comprobar, pero es muy probable que en la época en la que se añade la inscripción, su polivalente significado sea ya prácticamente desconocido y que únicamente perviva como símbolo asociativo a lugares con entidad sacra o como signos habituales, en lugares donde se ha llevado a cabo un ritual deprecatorio. Queremos decir con ello, que quien fusionó la inscripción con estos grabados lo hacía con una intencionalidad manifiesta, añadiendo el letrero DIVI con el propósito de realzar el carácter sacro de este lugar.

 

Todo esto, resultaría un ejercicio absolutamente hipotético, si no tuviéramos ejemplos prácticamente idénticos en el monte de As Canles en (Caneda, Pontevedra). En concreto, dos inscripciones casi idénticas separadas por medio centenar de metros, ubicadas en dos oteros, del Couto y del Gallo, pertenecientes a la localidad antes referida. Estudiada a lo largo de varios trabajos[24], en los cuales, a pesar de desconocer el sentido exacto de la imprecación, el hecho de utilizar un término latino constituía el argumento más convincente para adscribir el titulus a la época romana, si bien sus investigadores consideran que la expresión no correspondía exactamente con la normativa epigráfica latina, pues este término aparece casi exclusivamente como una forma de resaltar  una cualidad en las inscripciones dedicadas a emperadores y miembros de la familia imperial a partir de Augusto. Piensan los autores mencionados, que lo más verosímil es que se trate de “una expresión indígena revestida de formas latinas”[25], de ahí que su interpretación haya que hacerla desde el punto de vista de un individuo cuya faceta religiosa aún emulsiona aspectos de la religión local, con las concepciones religiosas romanas producto de la interpretatio, la cual consiste en aceptar a los dioses y rituales clásicos, pasándolas por el tamiz evocador de la autoctonía religiosa.

 

No obstante, aunque esta palabra DIVI aparece rara vez fuera del contexto epigráfico de la familia imperial, también se utilizó para referirse a un conjunto de dioses de la Roma republicana nominados como Divi Novensiles, deidades pertenecientes a las más antiguas tradiciones religiosas de Roma, a las cuales se dirigían sus cultores a través de una plegaria. La más conocida es la pronunciada por el cónsul Publio Decio, recogida por Tito Livio[26] con ocasión de las guerras samnitas. En esta ocasión se trató de una ofrenda extrema o devotio por la cual dicho personaje hacía voto de sacrificar su propia vida a los dioses ctónicos o del inframundo. Según otras fuentes, los Novensiles son dioses antiguos que han adquirido el estatus numinoso[27] de divus o deificados por sus propios méritos, entre esos divi por ejemplo, se encontraban Hércules, Rómulo, Esculapio, Liber y Eneas. Desde este punto de vista, la autoría de la inscripción también podría atribuirse a un individuo de origen romano, y al contrario de lo que se argumentaba en la propuesta anterior, sincretizaría las formas rituales autóctonas sugeridas por la presencia de los grabados en la roca, para introducir una dedicatoria que tendría evidentemente una esencia votiva[28].

 

Muy interesante nos parece, que las inscripciones de los dos oteros gallegos, se acompañen también de un grupo de cuatro rocas grabadas, “tres de las cuales contienen cazoletas y un reducido número de cruces inscritas y otra que presenta, además de estos motivos, óvalos divididos por líneas paralelas y transversales, círculos simples y un antropomorfo”[29], pues viene a reforzar nuestra idea de, que en las localidades mencionadas, existió un lugar de indudable naturaleza cultual, aunque a su vez asumiera el papel secundario de agente delimitador o hitacional dentro del territorio. La continuidad en el Ribero de Berrocalejo hacia otras rocas de gran complejidad insculturada[30], podría arrojar luz sobre los principios que rigieron una construcción ritual de estas características. Vemos pues que no son coincidencias, sino el atisbo de estructuras monumentalizadas, a través de las cuales se pretendía delatar la importancia simbólica del sitio, aunque estas formas de entender el paisaje por pueblos cuya historia rebasa con holgura los dos milenios, resulta prácticamente inaprensible. No obstante, de lo extendido de su práctica, dan idea otros lugares, sobre todo de la geografía occidental peninsular, donde la conjunción de grabados rupestres e inscripciones se repite, aunque estas últimas acogen expresiones de lo más diverso.

 

Uno de estos casos es la Fonte da Tigela[31], llamada así por hallarse asociada también a una cazoleta de gran tamaño conectada a varios surcos. Otro de los sitios es el Cabeço das Fraguas, un yacimiento destacado por una inscripción en lengua lusitana y por “reunir aspectos de la religiosidad indígena” alrededor del cual se reparten varios conjuntos de cazoletas cuyo destino parece haber sido el de reforzar los límites naturales del santuario[32], el cual se abandonaría a finales del s. I d.C. En el Penedo das Ninfas, Correia[33] igualmente hacen acto de presencia cazoletas y canalillos en la parte superior de la roca y, las inscripciones dedicadas a la diosa indígena Munidi, inducen a pensar que la misma estaría imbuida de alguna connotación simbólica en época anterior al texto epigráfico. Es interesante anotar igualmente, como en este mismo lugar se produce una asociación entre el locus propiamente dicho y un manantial o humedal como ya ocurriera en Berrocalejo. Otros ejemplos de convivencia de cazoletas e inscripciones donde pudieron revivirse prácticas ceremoniales, los encontramos bien referenciados en la tesis de Mª J. Santos Correia, siendo este aspecto especialmente recurrente en lugares como el santuario de Mogueira, otro emplazamiento liminal a orillas del Duero[34].

 

Otras rocas sin manifestaciones rupestres en su superficie, pero con la invocación a alguna divinidad son relativamente frecuentes, abundando sobre todo en el oeste peninsular, con un protagonismo ejercido por divinidades muy diversas, a Iovi, lo encontramos en el Coto de San Trocado en Orense[35] y sin ir más lejos en la Fuente de la Higuera de la localidad cacereña de Torreorgaz a la divinidad indígena Laneana[36], etc. Un detalle curioso que atesora la inscripción de Berrocalejo es que carece de un teónimo explícito, una situación documentada en algunos santuarios y también en rocas que han venido a desempeñar una función cultual, posiblemente porque la peña elegida se encontraba en el témenos de la divinidad invocada. Es pues bastante complejo, si no imposible especular sobre en qué divinidad recaería la advocación, aunque en el caso gallego, la doble concurrencia de la inscripción en oteros vecinos ha conducido a relacionar dicha expresión cultual con una posible devoción al “Lug plural, gemelar”[37], con la sospecha de que la ermita de San Xusto construida a los pies del otero tuviera como fin el de encubrir el culto a esta divinidad prerromana. Advierten además los autores, que el texto grabado demarcaría el espacio más sagrado de lo que sería un amplio santuario al aire libre, datado por lo menos desde la I Edad del Hierro a la época romana, según se deduce del amplio estudio realizado sobre los petroglifos de esta comarca gallega, un sitio notable, además, por la presencia de zonas húmedas, pero vacía de poblamiento, identificándose de nuevo esta fisonomía con el paisaje de la roca de Ribero 1.

 

Todos estos rasgos permitían conocer su contexto sagrado, señalando especialmente algunas -peñas sacras-, como entes animados por un espíritu vital o numen sacro, lo cual ayudaría a explicar “los fenómenos de interpretatio con divinidades del mundo clásico y su cristianización posterior en un proceso de adaptaciones de los ritos y cultos, hasta la práctica desaparición de esa visión ancestral del paisaje Sacro[38]. La eliminación en la roca del Ribero1 de parte de la inscripción, cortada por la mitad de su tercera letra, podría en este caso tratarse de un artero intento de damnatio memoriae, cuyo objetivo consistía en eliminar todo rastro de paganismo, un argumento más en favor de las transformaciones cargadas de fervor religioso, sobre todo, entre la población cristiana asentada en la zona desde época hispano visigoda, o la población mozárabe que le sucede, como demuestra la existencia del cercano vicus de Peñaflor.

 

  1. TRES ALTARES VOTIVOS.

De los estudios de epigrafía llevados a cabo en Extremadura, incluso los corpora epigráficos que han abordado una catalogación pretendidamente exhaustiva, se han descartado toda una serie de soportes cincelados a propósito, aparentemente para recibir una inscripción. Son monumentos que, sin el menor atisbo de intencionalidad gráfica, se han interpretado habitualmente como piezas de cantera anepígrafas, un término a nuestro juicio erróneo, pues es muy probable que un porcentaje muy alto hubieran sustentado una inscripción pintada, tal vez sobre una capa estucada, la cual se ha desprendido con el paso de los siglos, sobre todo si tenemos en cuenta que la mayoría de los epígrafes que conocemos se han encontrado al aire libre, en unas condiciones poco favorables para su conservación.

 

Hay muchos casos en el mundo romano donde el pincel sustituye al cincel, a veces incluso las inscripciones eran resaltadas con pinturas para acentuar el letrero y mitigar posibles deslices en un cincelado apresurado. Tampoco es infrecuente que aras anepígrafas alternen con otras grabadas en el mismo lugar, recordamos a propósito el templo de las Piedras Labradas de Jarilla[39], el de Santa Lucía del Trampal[40], a los cuales cabe añadir por vecindad con la provincia cacereña los del santuario consagrado a Vaelicus en Postoloboso[41], o el santuario a pie de monte del Cabeço das Fraguas[42]. En esos lugares y en otros muchos más que agrandarían el espacio distributivo de las estelas anepígrafas, las modalidades que adoptaron los soportes lapidarios, probablemente alternaron las dos fórmulas para rotular un texto, si es que no ocurrió como explica Mª Paz García Bellido con las de Santa Lucía del Trampal, entre las cuales, si bien considera que algunas son de epígrafe perdido, otras carecen con seguridad de él, aunque llevan molduras y decoraciones resaltando el valor de la ausencia.[43]

 

La elección de una u otra modalidad, sumada a las circunstancias especiales que rodean a las estelas ágrafas, ha determinado en muchos casos, que un determinado texto llegara o no hasta nuestros días, o el silencio de un monumento bastara simplemente como gesto intencionado de dejar constancia del voto cumplido por parte de un cultor ante la divinidad invocada. Este el caso de tres aras votivas que a continuación vamos a describir encontradas en la orilla derecha e izquierda junto al río Tajo.

 

El ara de Berrocalejo. (ETR89: 39º49´8,46” N y 5º20´41,8” W)

Se trata de un ara de granito decorada en el coronamiento por tres molduras redondeadas simples que recorren todo el contorno, a las cuales, sucede el fuste con el neto sin inscripción, y un pie en forma troncocónica invertida para su inserción en un hueco tallado con propósito de exhibirla en pie[44]. No se aprecia si tuvo fóculo en la parte superior, al estar excesivamente apretada entre los mampuestos de un muro. (Fig. 4A)

 

La altura total es de 91,05 cm dividida en los 23 cm que ocupan las molduras superiores, los 44 del fuste y los 24 del pie; su anchura en el fuste es de 24 cm y 27,5 cm en el lateral. Actualmente, se encuentra empotrada en la pared de una cerca, frente a una vivienda particular ubicada en la periferia de la población. Tiene un fácil acceso, pues dejando a la izquierda la pared de la piscina municipal, y una vez recorridos 230 m desde la entrada a este recinto, el ara se puede contemplar a media altura en posición horizontal invertida.

 

En derredor de este altar votivo no encontramos restos a los cuales asociarlo, por lo que, especulando sobre su procedencia, por cercanía, podría haber sido acarreada desde unas ruinas localizadas en la finca de Bercenuño, a izquierda de la carretera en dirección Valdeverdeja, un extenso asentamiento romano donde avistamos un contrapeso de prensa olearia, sillares, fragmentos de opus caementicium, etc. Podría incluso proceder del mismo lugar en el que se asienta Berrocalejo, con lo cual, el posible fanum destinado al culto a una divinidad, habría desaparecido bajo las viviendas de la población. O como última alternativa, que la hubieran acarreado desde Peñaflor, lugar referente como cantera de la población, desde su fundación misma.

 

Esta última posibilidad es quizá la más factible, pues son varios los altares de este tipo y no los epígrafes funerarios, que han sido descubiertos entre sus ruinas, especialmente en el entorno de la mole de piedra granítica que da nombre a este lugar, cuya investigación, en pos de una explicación a la presencia de estos altares, deparó el hallazgo de una serie de piezas de gran singularidad arquitectónica, cuyo estudio también abordaremos en estas páginas.

El ara del Valle de San Román (Peraleda de San Román) (ETR89: 39º43´34,88” N y 5º24´51,45” W).

Este altar se encuentra depositado en el Museo de la Fundación Antonio Concha a donde llegó, procedente del valle de las Minas en Peraleda de San Román. En este lugar hay restos de al menos dos núcleos poblacionales asentados desde el Bajo Imperio[45] hasta la etapa Hispano-Visigoda, pero la pieza en cuestión, se encontraba bastante separada de ambos, muy cerca de uno de los pozos para la ventilación de una mina de galena y malaquita, cuyo filón principal se agotó en el siglo pasado. Servía de jamba en un portillo y dado que está tallada en granito, un material ajeno al lugar del hallazgo, debemos suponer que fue transportado hasta allí, permaneciendo hasta el presente, no muy lejos de su emplazamiento original, pues el sitio, es un otero que ofrece unas condiciones paisajísticas excelentes, dominando un valle dividido al medio por el río Gualija. La explotación temprana de las minas por los romanos, cuya principal veta cruzaba por delante mismo del altar, y las canteras de caliza que atesora el valle, podrían hipotéticamente encontrarse en relación con el cultor que levantó este monumento (Fig. 4B).

 

Mide 79 cm de altura, de los cuales 24 corresponde a un ático con tres molduras, 43 al fuste y 12 a una base acabada en una moldura y un soporte prismático. El neto, ligeramente convexo, tiene unas medidas que oscilan entre los 36, 28 y 34 cm de ancho por 40 cm de grosor. Está realizada en granito de grano medio y color grisáceo y en el coronamiento un foculum rectangular encajado entre dos pulvinos. Como curiosidad, sobre cada pulvino posee tres cavidades equidistantes y muy someras a modo de cazoletas.

 

El ara del Castrejón (Valdelacasa de Tajo) (ED50: 39º47´39,8” N y 5º 21´00,0” W).

Con este nombre se conoce a un lugar dentro de la demarcación municipal de Valdelacasa de Tajo, donde tuvo lugar el hallazgo de este altar cuando en 1987 realizábamos la catalogación de este yacimiento para la Carta Arqueológica de la Comarca, si bien esta quedó inacabada debido a sucesivos cambios en la administración (Fig. 4C).

 

El ara, de estar completa, presentaría el aspecto tripartito clásico bien proporcionado, aunque en este caso, debido a una fractura en la base, se ha visto mermada de esta cualidad. El fuste se presenta liso con una banda de transición escalonada por dos listeles y un ático coronado en medio por un frontón triangular y dos pulvini a ambos lados.

 

Mide 67 cm de altura, de los cuales 26 corresponde al ático y 41 al fuste; 36 cm tiene de ancho por 33 cm de grosor. Está realizada en granito de grano medio y color parduzco. Se conserva in situ, entre las ruinas de un asentamiento al cual hemos aludido en alguna ocasión con motivo del hallazgo de cerámicas de la Edad del Bronce en sus laderas y una muralla de la misma época[46], e incluso la existencia de indicios de algún templo cristiano, tal vez visigodo, delatado por un umbral con barroteras.[47] Se ha documentado además la presencia de una cupa solidae completa, a la que hay que sumar al menos otra más, denominada cupae sectile, cuya construcción depende del ensamble de varias secciones de piedra semicirculares del mismo tamaño. Del último ejemplar, se han documentado cinco piezas, tres en estado fragmentario de apenas un cuarto de semicírculo y dos segmentos completos, uno de ellos con un hueco en la parte superior reservada para las libaciones. A partir de sus medidas, 89 cm de longitud, 58 cm de altura y 39 cm de grosor, podemos conjeturar que se trataba de un único ejemplar, a no ser que para otros hubieran empleado el mismo módulo. Su tamaño ocupa un rango intermedio entre las cupa solidae localizadas en Coria, Cáceres, Trujillo, Idanha a Velha o Mérida y ciertos ejemplares veratos recientemente publicados con dimensiones de hasta 150 cm de base por 95 cm de altura y entre 38 y 40 cm de espesor[48]. Dimensiones que, por cierto, tienen porte monumental, lo cual exigiría de cierto nivel adquisitivo por parte de quienes las encargaban, pues proyectos de esta índole debían de encontrarse al alcance de muy pocos.

 

En el mismo lugar hay varios elementos decorativos más, entre ellos una placa de granito con una media luna grabada en hueco relieve y una lastra del mismo material de más de un metro de longitud con varias molduras en el borde. Conjeturamos que pudieron pertenecer igualmente al podio de uno de los monumentos funerarios allí levantados, tal vez en el siglo III, fechas en las cuales las cupae alcanzan su mayor difusión, aunque no es el límite tajantemente establecido de su proliferación.

 

No deja de resultar extraño que un lugar tan apartado de la circulación, nada apto para la agricultura ni otra explotación que no sea la de apacentar ganados, la caza o la pesca, presente una colección de trabajos tan singulares, cuando además, el análisis de sus arquitecturas domésticas manifiesta un grado de pobreza evidente, limitando, por ejemplo, el uso de sillares tallados a las jambas de sus puertas y algún refuerzo en las esquinas, si bien, la presencia de teja con diseños a peine, haría referencia al epígono de su ocupación, ocurrido durante la etapa hispano visigoda. En este periodo es posible que se desmantelaran las estructuras anteriores para aprovecharlas en nuevas construcciones, desfigurando lo que en su etapa romana se había conformado como un espacio señalado por construcciones excepcionales, sobre todo si tenemos en cuenta el tamaño de los propios sillares y los depurados trabajos de cantería.

 

En nuestra opinión, se trató de un enclave monumentalizado, tal vez porque allí daba en atribuírsele una relación fenoménica de carácter religioso de origen prerromano. El propio carácter ágrafo del altar se podría explicar de varias formas, pero como conjetura plausible, también podría corresponder al de una deidad innominada como Estrabón recogía entre los celtíberos y otros pueblos prerromanos[49].

 

Como hemos podido apreciar los altares sin epígrafes, no son raros de encontrar en esta zona, donde podemos apuntar otros ejemplares inéditos descubiertos en el castillo de Castros (Villar del Pedroso), en el castillo de Alija (Peraleda de San Román), y ya un poco más lejos en la propia Avgvstobriga o en la Cañada de los Judíos (El Gordo)[50], si bien, las piezas mencionadas de las dos últimas localidades, son más pequeñas que las que nos ocupan, y no descartamos que estas hubieran formado parte de un santuario doméstico de carácter privado. El tamaño reducido de los altarcillos puede, también obedecer al deseo de facilitar su transporte. A diferencia de la pieza de Castrejón, podríamos estar ante un elemento de culto de raíces indígenas, que en su momento ocupó un lugar en el interior de una de las estructuras levantadas en este lugar, destruido por las sucesivas reocupaciones. Como último apunte añadir, que habida cuenta de la dispar morfología de este y los otros dos altares, es bastante probable que no procedan de la misma oficina lapidaria.

 

  1. ¿UN TEMPLO EN PEÑAFLOR?

El topónimo de Peñaflor hace referencia a una enorme roca aplomada sobre el ribero del Tajo en término de Berrocalejo, a cuya sombra se cobijaron gentes muy diversas, al menos desde la Segunda Edad del Hierro hasta la Alta Edad Media. Materiales diseminados en torno a la peña, acreditan ocupaciones prácticamente ininterrumpidas a lo largo de más de un milenio, las cuales fundamentalmente buscaron desde el punto de vista estratégico, la defensa de la población asentada, la vigilancia de este tramo del río, además de lo que hipotéticamente vamos a proponer, acerca de un establecimiento destinado al culto en época romana y tal vez prerromana.

 

El lugar posee algunas referencias historiográficas[51], pero a pesar de estas llamadas de atención, ningún trabajo se ha ocupado del sitio en extenso y en profundidad, pues se hubiera topado, entre la maraña de construcciones domésticas de corrales y apriscos de un extenso poblado, y tras la explanada defendida por un grueso muro junto a la Peña que da nombre al sitio, con un conjunto de materiales pétreos atrapados entre las rocas del ribero pertenecientes a otro tipo de construcciones, las cuales, hipotéticamente vinculamos con la existencia de un ámbito sacro de indudable origen romano. Conjeturamos, además, que los mismos, en razón al uso al cual se prestaron, fueron literalmente desmantelados y arrojados por la pendiente hasta el río Tajo, aunque esta operación pudo pasar por una fase intermedia de reciclaje durante el periodo islámico, teniendo que ver su disgregación con el posterior derribo.

 

En cualquier caso, la dispersión de restos constructivos, sillares, capiteles, basas, fustes de columnas, quicialeras, umbrales, etc., señala, dada la cercanía a la explanada antes mencionada, que el emplazamiento del edificio o edificios a los que sirvieron, no debían de encontrarse muy lejos, pues cuesta pensar que piezas de hasta casi media tonelada de peso, hubieran sido acarreadas hasta allí, tan solo con la idea de lanzarlas por el precipicio (Fig. 5 y Fig. 6)

 

Hemos intentado documentar los restos más significativos con el interés puesto en demostrar que nuestra hipótesis no carece de fundamentos. Para ello se han medido, fotografiado todo el material cincelado y cartografiada su derrama, pensando en averiguar no solo su lugar de procedencia, sino en arrojar algunas respuestas acerca de las características del edificio/os para el cual se proyectaron a través del estudio de sus módulos y tipología.

 

Hay que quedar claro en primer lugar que el paisaje de Peñaflor presenta unas características comunes al de Castrejón, con la diferencia que este ha sido peor tratado por la tala abusiva de enebros destinados a los hornos de miera y las encinas como combustible. Por lo demás, se define como un espacio salpicado por morras graníticas, muy quebrado, con apenas espacio para una pobre agricultura de secano u otra actividad distinta de la ganadería, al menos ninguna que propiciara la acumulación de capital suficiente para acometer el trabajo de piezas de semejante envergadura. Las numerosas construcciones dispersas, sugieren que el poblamiento más visible correspondió a una aldea tardoantigua, la cual alcanzó su apogeo en época altomedieval, dejando como prueba de su existencia, un importante número de edificios y corrales anexos adaptados a las irregularidades del terreno separados por callejas, cuyo trazado, busca siempre las partes bajas del relieve. Se aprecia en estas construcciones, un trabajo intenso de cantería, cuya mejor faceta se orienta a la labra de sillares perfectamente escuadrados para su inserción en las jambas de las puertas y esquinas. Algún fuste, basa y capitel, también forman parte de la anárquica dispersión de elementos constructivos, la mayoría de ellos descontextualizados y poco coherentes con la arquitectura tardía, contribuyendo todo ello a acrecentar nuestras sospechas sobre la existencia en el entorno de uno o varios edificios aún más antiguos y de superior calidad.

 

Para no dispersarnos, nos ceñiremos exclusivamente a los materiales acumulados en una estrecha franja de la escarpa asomada al Tajo, junto a la Peña, donde salvo el miliario de Maximiano[52], otro fuste y un elevado número de sillares, enterrados en lo que parecen los cimientos de un edificio, se concentra el grupo de piezas arquitectónicas más sobresalientes[53]. En esencia se trata de piezas pertenecientes a una o varias construcciones trabajadas por canteros, cuyo registro se puede resumir en tres tipos de aparejo: redondeado (basas, fustes y capiteles), cuadrado (sillares, umbrales y dinteles), y mixto (capiteles y fustes adosados a jambas).

 

Entre los fustes de columna hemos constatado la presencia de cinco formatos (108 cm de longitud x 45 cm de diámetro; de 91 cm de longitud x 42 cm de diámetro; de 74 cm de longitud x 45 cm de diámetro; de 90 cm de longitud x 38 cm de diámetro; de 94 cm de longitud x 29 cm de diámetro; de 76 cm de longitud x 35 cm de diámetro). Son enteramente lisas, sin agujero de inserción en el centro de las mismas. El diámetro de las columnas oscila como ya sucediera en el templo del Collado de la Lobosilla entre los 30 cm y los 75[54] (Fig. 5.6, 5.7, 5.8; Fig. 6.1, 6.4, 6.7, 6.12)

 

Tres capiteles y tres basas, ambos de orden toscano (Fig. 5.9; Fig. 6.9). El capitel más interesante se adosa a una pilastra y posee una moldura convexa justo debajo del ábaco y un filete antes del cuello de la columna (Fig. 7); el segundo, forma un cuerpo único junto con el sumoscapo, el ábaco de lados lisos y bajo él un equipo con una decoración a modos de volutas enroscadas previo al equino semicircular (Fig. 5.12). Las basas son sencillas, compuestas de ábaco y equino, salvo en un caso caracterizado por la duplicación de la escocia entre dos toros, pero sin la presencia de un zócalo cuadrado que pudo montarse sobre el piso tallado por separado. La tercera es muy simple de 55 cm de longitud, 13 de los cuales corresponden a la basa propiamente dicha por 34 cm de diámetro.

 

Los sillares como obra de fábrica trabajados para distintos encajes, son mucho más diversos. Hay módulos paralelepipédicos, es decir, hay sillares almohadillados, con sus caras totalmente regularizadas y algunos en los que se ha operado un trabajo para adaptarlo a un lugar preciso en paredes o suelos. Entre los primeros tenemos formatos de 84 cm de longitud x 67 cm de altura y 43 cm de grosor; 86 cm de longitud x 44 cm de altura y 40 cm de grosor; 75 cm de longitud x 45cm de altura y 59 cm de grosor; 45 cm de longitud x 33,5 cm de altura y 48 cm de grosor con un almohadillado en un lateral;125 cm de longitud x 39 cm de altura y 44 cm de grosor; cm de longitud x cm de altura y cm de grosor; 67 cm de longitud x 46 cm de altura y 53 cm de grosor; 80 cm de longitud x 32 cm de altura y 40 cm de grosor; 156 cm de longitud x 39 cm de altura y 46 cm de grosor; 94 cm de longitud x 46 cm de altura y 46 cm de grosor; 43 cm de longitud x 34 cm de altura y 39 cm de grosor (Fig. 5.2, 5.3, 5.4, 5.5). Entre aquellos con alguna angulosidad, almohadillado o quicio en su labra, el tamaño es también variable, pues se trata de piezas ajustadas (Fig. 6.3 y 6.8). Destacan especialmente un umbral de 150 cm de longitud x 42 cm de altura y 42 cm de grosor; con el gorrón labrado para el giro del gozne y un surco para la guía e inserción de la hoja de la puerta (Fig. 5.1).

 

Esta variación de tamaños de piezas en una obra que no es de revestimiento, lo documentamos igualmente en el templo de Jarilla, oscilando sus medidas entre los 80 y 90 cm de longitud, los 40 cm de altura y los 50-55 cm de grosor, aunque igualmente encontramos piezas de mayores y menores dimensiones preparadas para su articulación en ese aparejo normalizado.

 

Con todos estos datos, es evidente que no podemos describir cómo sería la estructura final del edificio/os, pues ni siquiera conocemos la ubicación exacta, ni las características de su planta/s, aunque de continuar con la tradición de los templos rurales levantados en esta parte de la Lusitania, los ejemplos a imitar, por el parecido que entre todos ellos guardan, serían el de Alcántara, Jarilla, el Collado de la Lobosilla o Fuentidueñas[55]. Con todos concuerda no solo en la factura de sus restos edilicios, sino en muchas de las características paisajísticas de sus enclaves.

 

Uno de los detalles arquitectónicos acreedor de estas similitudes, es una pieza con el fuste adosado a una jamba (Fig. 8). Su longitud o altura es de 123 cm de longitud x 50 cm de ancho (28 cm el pilar y 22 el fuste adosado) y 48 cm de grosor. Esta pieza, tal vez formó parte del marco de una puerta, y de ser acoplada a otra porción semejante, alcanzaría unas proporciones considerables, prácticamente los 2,50 m, rebasando fácilmente los tres metros si añadimos la basa y el capitel complementarios. Dicha altura tendría su referencia en la puerta del templo de Alcántara que alcanza los 2,56 m de altura[56], aunque en este templo para el montaje de la columna se emplearon cuatro tambores en un lado y cinco en otro, igualmente adosados a los sillares de las jambas. Esta composición evita que especulemos sobre la altura total que alcanzaría la teórica puerta del edificio de Peñaflor, no obstante, si se trata de un remedo de la obra alcantarina, como es nuestra sospecha, no debería de haber grandes diferencias entre ambas, cuando, además, las basas y capiteles localizados son prácticamente idénticos.

 

Con el de Alcántara también coincide en su edificación a orillas del río Tajo, y si el primero, tal y como parece, fue un templo votivo construido en la cabecera del puente dedicado a los dioses de Roma y a la gloria del Cesar, hay que decir que los restos constructivos de Peñaflor, también se encuentran en relación con otro puente espectacular conocido como del Conde de las Mirandas, distante poco menos que 500 metros. Volado uno de sus arcos en 1809 para impedir el paso de las tropas francesas, esta obra, de 111 metros de largo por 35 m de alto, fue reconstruida a finales de la Edad Media y principios de la Edad Moderna, tal y como reflejan muchos detalles, entre otros las marcas de cantero labradas en el intradós de sus arcos, pero ciertas partes fundacionales y la doble rosca de uno de los arcos, son posiblemente de una fábrica mucho más antigua[57]. Podríamos proponer la hipótesis, por tanto, de que en este lugar se levantó un puente anterior al actual, arrasado tal vez en alguna riada, cuya función era la de poner en comunicación Avgvstobriga con Caesarobriga. La presencia de un miliario dedicado a Maximiano ahonda en dicha posibilidad, sobre todo, cuando las millas marcadas en el mismo coinciden con la distancia a la ciudad toledana.

 

Otro argumento a considerar en favor de la existencia de un santuario en Peñaflor es la abundancia de monumentos epigráficos votivos[58], de los cuales el único que aún permanece in situ, es el ático fragmentado de un ara de gran tamaño, con una decoración muy original en el coronamiento compuesta por dos pulvinos dispuestos en los laterales y dos frontones emparejados a los que siguen una moldura, el listel y el inicio del neto (Fig. 9). Otro epígrafe mencionado en las Relaciones Topográficas [59], es según Santos una estela funeraria de mármol dedicada por Ivlia Felicitas, pero el coronamiento adornado por un ático triangular con dos pulvinos laterales, no resulta muy habitual para esa función. De otras dos piezas se hace eco A. Moraleda[60], una corresponde a un fragmento de altar con una serie de molduras paralelas en la parte superior y la otra supuestamente estaba dedicada a Júpiter, aunque en la foto que aporta Santos[61] la dedicatoria a esta divinidad no parece tan clara. Todas se hallaron en la vecindad de los restos arquitectónicos, y según sus descripciones, alguna incluso formaba parte del recinto amurallado que rodea una parte de la peña. Sobre la procedencia de otras lápidas hay cierta prevención, en concreto acerca de un ejemplar al parecer originario del “castillo de Peñaflor”[62], erróneamente atribuido a Valdeverdeja[63],  localidad a donde fue trasladado. Otras inscripciones documentadas en la zona se encuentran en la misma situación, pero es imposible asegurar su procedencia.

 

Peñaflor por otra parte posee una fuerza paisajística innegable, con su atalaya natural cortada a pico entre el arroyo epónimo y el río Tajo, en medio de un paisaje escabroso y poco propicio para una instalación urbana de cierto rango, sino más bien todo lo contrario, de ahí que nuestra propuesta sopese la existencia de una construcción sacra, algún edificio/s al servicio de determinadas ceremonias cultuales y litúrgicas, llamado a desempeñar el papel de santuario extraurbano de Avgvstobriga, sintonizando en este sentido con el de las Piedras Labradas de Jarilla, para el cual se ha subrayado tanto la cercanía de la ciudad de Capera, como el paso de una importante calzada romana, aspecto de especial relevancia, pues idéntica situación se repite en relación al santuario de Ataecina en Alcuéscar  y al puente de Alcántara.

 

Gómez y Esteban[64], señalan, asimismo, otra serie de posibles santuarios en Baños de Montemayor, Nuestra Señora de Tebas en Casas de Millán, Santa Marina de Ahigal, Fuente Santa de Galisteo, El Palancar en Pedroso de Acin[65], etc, cuya existencia se intuye a través de pequeños altares dedicados a divinidades, la mayoría de las veces relacionadas con las propiedades curativas de las aguas, es decir, ausente de toda estructura conocida, pero emplazados en parajes apartados y prestos a ser interpretados como indicios de santuarios prerromanos vinculados a lo fenoménico de la naturaleza.

 

Más argumentos para reforzar nuestra presunción lo prestan el hallazgo junto a la Peña de dos exvotos[66]. El primero tiene 4,6 cm de longitud, y reproduce la imagen de un toro, con cinco cinchas atadas a la altura del vientre (Fig. 10). Ha sido fundido en plomo empleando para ello un molde bivalvo. Tiene las patas cortadas a la altura de las corvas y ligeramente dobladas, quizá para apoyarlo en una peana. Su estilo, bastante tosco y popular, recuerda a alguna de las imágenes de la estatuaria vetona, y aunque el cinchado de la imagen es inédito, podría corresponder a algún tipo de acto ritual o festivo relacionado con el culto a este animal o a la divinidad que representa[67].

El segundo exvoto, o mejor dicho fragmento, es una pezuña de cabra fundida en bronce y con un vástago o pernio en el apoyo para ser incrustada igualmente en una placa o pedestal del cual fue arrancada bruscamente (Fig. 11.1). El estudio más reciente nos remite a unos treinta ejemplares concentrados fundamentalmente entre la región extremeña y el distrito alentejano[68], por lo común interpretados como exvotos alusivos a la diosa indígena Ataecina. Su distribución sobre el mapa ha servido para definir un “área cultual y ritual característica en el Suroeste de la antigua Hispania[69] complementario de ese otro mapa con epígrafes dedicados a esta diosa que también recibió culto durante la época romana, asimilada a Proserpina, una diosa del inframundo, protectora de los bosques, del ganado y de las aguas.

 

 

El descubrimiento de este fragmento en Peñaflor, certifica que su culto se extendía hasta este rincón de la Lusitania y aunque el santuario principal parece que radicó en la ciudad onubense de Arucci, actual Aroche,  no impidió la extensión de su culto a otros santuarios como el de Santa Lucía del Trampal en Alcuéscar donde se recuperaron 14 inscripciones[70]  o el de la Zafrilla en Malpartida de Cáceres, de donde proceden dos exvotos que conservaron una placa con dedicatoria a la diosa[71]. Su presencia aquí, constituye otro argumento añadido a nuestro intento por demostrar la existencia de un lugar de culto en época romana, enmascarando probablemente un santuario aún más antiguo, pues hay cerámicas de factura prerromana que así lo acreditan, muy similares a las del castro vetón de Alija. En cuyo caso, las escaleras talladas en la roca de la Peña, que siempre hemos atribuido a su función como atalaya, podrían ser entonces parte integral de una arquitectura repetida en otros santuarios rupestres del occidente hispano, alguno con las resonancias espectaculares de Ulaca, pero por lo general mucho más modestos como demuestra un estudio llevado a cabo recientemente sobre algunos ejemplos extremeños[72].

 

Muy interesante, en relación con este sitio es una reflexión de Mª. P García-Bellido[73] acerca de cómo se encaminan las inscripciones a Ataecina hacia territorio vetón, de tal forma que hacen pensar en Ataecina como “una divinidad vettona, cuyo culto se expande a partir del núcleo del Tajo, donde reiteradas veces es invocada su divinidad por su nombre, sin ningún epíteto necesario para su identificación, precisamente porque allí está su sede”. Pone como ejemplo el hallazgo en territorio Augustobrigense y su periferia de las tres únicas inscripciones dedicadas a la divinidad, sin epítetos ni toponímicos, testimonios que podrían señalar a este territorio como lugar de origen de su culto. Esta cuestión sigue siendo objeto de debate, pues incluso la identificación del santuario principal en la ciudad de Turobriga no parece del todo segura, como se ha intentado poner de manifiesto en un trabajo reciente[74], proponiendo situar el solar del enclave en las inmediaciones de Santa Lucía del Trampal cuya evocación respondería al topónimo de Turibriga brindado por los testimonios epigráficos, especialmente los de este lugar. En cualquier caso, esto no obsta para que la celebridad de la divinidad adorada en este santuario, insistentemente mencionado en las inscripciones, tenga que ceñirse exclusivamente a una sola localidad.

 

Otros elementos que proporcionan información interesante sobre este lugar son, un entalle de factura romana tallado sobre un ágata oscura, con una imagen hueco grabada de un individuo encendiendo un pebetero[75]. En el ejemplar de la foto (Fig. 11.2), la calidad de su trabajo no es muy buena, el trazo es tosco e inseguro y el modelado de la figura es esquemático con los detalles poco definidos. Probablemente data de los siglos II o III d.C., cuando se popularizaron como elemento decorativo, pasando a formar parte de un repertorio figurativo muy amplio. Otros objetos procedentes del yacimiento de Peñaflor, son el extremo de un torque de bronce, seguramente ofertado como exvoto, una pulsera del mismo material y un variado monetario que abarca desde la época de Augusto, en concreto de finales del s. I a.C., hasta Valentiniano III a mediados del siglo V[76]. Estas fechas teóricamente podrían dar una medida de duración del supuesto santuario, pero la continuidad poblacional en el sitio, podría no ajustarse al momento en el que cesa la actividad devocional.

 

  1. CONCLUYENDO

El panorama que hemos trazado, a través de la investigación de una serie de objetos y lugares de culto, adoración o invocación a una divinidad, coincide con una etapa en la que se produce la sustitución y asimilación paulatina de las formas de vida de los pueblos prerromanos. La religión es precisamente una de las manifestaciones que más cambios experimentaron, afectando en gran medida a los primitivos lugares imprecatorios, muchos de ellos emplazados en plena naturaleza, sin apenas estructuras arquitectónicas que los delataran. La llegada de los romanos supuso la transformación de muchos de estos sitios, dando lugar a la aparición de edificios y a la acumulación de vestigios e inscripciones, que nos sirven para conocer cómo se fue operando este proceso de conciliación entre las divinidades locales y las procedentes del mundo romano.

 

Los ejemplos que acabamos de exponer resumen muy bien una de las circunstancias en las cuales se desenvolvió este proceso conocido como sincretismo, palabra tras la cual muchas veces se oculta la pervivencia de ritos y dioses de gran arraigo entre la población indígena, a los cuales se adorna posteriormente con los clásicos elementos de la devotio romana. Este pudo ser nuestro caso, cuando no solo se procedió a la homologación de un santuario de tradición indígena, sino a la de todo un territorio, que, a juzgar por una concentración tan significativa de restos en un área relativamente pequeña del mapa, debía gozar de un especial significado, sostenido desde la prehistoria reciente por el alto número de grabados rupestres y el simbolismo de alguno de los monumentos desplegados por su territorio[77].

 

La pervivencia del santuario en época romana, debe pues su emplazamiento a un lugar al cual acudían sus cultores indígenas, de la misma manera que otros se dirigían hacia el santuario de Peñalba de Villastar[78], el Collado de los Jardines en Sierra Morena, Los Altos del Sotillo en Castellar de Santiesteban o a los de Santa Cruz de la Sierra[79],  por mencionar un ejemplo cercano. Dicho sea de paso, todos eran lugares de culto extraurbanos y en algunos casos servían para articular el poblamiento de una determinada zona o bien una serie de vías naturales o pecuarias que enlazaban directamente con ellos, favoreciendo la cohesión, legitimación y consolidación de un territorio.

 

Tenía pues este lugar un carácter rural, detalle asimilado a los otros santuarios cacereños relacionados párrafos atrás, con los que hemos visto coincidir en muchos aspectos, pero si a los materiales analizados nos remitimos, cabe pensar en la existencia de varios edificios de porte mayestático, pues el módulo de columnas, sillares, basas y capiteles tallados en el granito local así aconseja considerarlo. Algunos incluso hemos visto que presentan especial concordancia en sus elementos con las aediculae de Alcántara o Jarilla, por lo que no es descabellado plantear que tras esta intención de solidez y perdurabilidad descollara un edificio en particular, cuya definición más exacta sería la un delubrum [80], muy parecido o con algunas características del primero, si nos atenemos al detalle de las columnas toscanas de la entrada apiladas en tambores y embutidas en sillares.

 

No nos parece sin embargo prudente especular acerca del lugar como una de las sedes veneradas de Ataecina, pues las pruebas disponibles aún siguen siendo escasas, y con parecidos argumentos el lugar podría haber estado consagrado a una divinidad innominada indígena, a la cual nos remite ese conjunto de altares ágrafos que en un altísimo porcentaje se dispersan por los alrededores y cuya advocación, en cualquier caso, estaría revestida de un carácter naturalista. Este extremo no tendría nada de sorprendente, pues es un entorno apropiado, donde se conjugan el bosque, el agua, las elevaciones rocosas y las evocadoras formas del roquedo granítico, como condiciones necesarias dentro de los paisajes sagrados, para incitar a la veneración del lugar instituido en un auténtico locvs sacrvm libervs. Es por eso que no resulta tampoco extraña la presencia de una roca en el nacimiento de un arroyo con la inscripción DIVI, que tal vez marca los límites del témenos, de la presencia de aras anepígrafas, o una serie de construcciones que de otra forma no se entenderían, además de los exvotos. Estos últimos, testimonios de excepción en lugares sagrados, serían entregados por los fieles u oferentes como forma de venerar a la entidad residente y dejar constancia de su invocación.

La pervivencia de este enclave, ligado normalmente al interés y mantenimiento de las comunidades donde se ubican, tal vez asociado al control del territorio y a la fijación de sus límites, tienta a relacionarlo primero con el poblado vetón de Alija, a cuya visual no escapa, y posteriormente a la ciudad romana de Avgvstobriga, donde la presencia del elemento indígena seguía siendo muy importante si tenemos en cuenta la epigrafía. Este municipio romano perduraría hasta el final del siglo V, estableciéndose un paralelo en el registro monetario de ambos lugares. La continuidad en el uso de espacios sagrados ancestrales no supuso ningún inconveniente para la autoridad romana, de hecho, hay constancia incluso de la reutilización consciente de este tipo de lugares dedicados a los cultos locales tradicionales e incluso determinados megalitos[81].

 

Desconocemos si tras el posterior abandono, su destrucción fue tal vez una expresión más de la intolerancia de algunos cristianos asentados en la zona u obedeció a la presencia de una comunidad islámica débilmente testada en los alrededores de la Peña, la cuestión es que no se limitaron a desmantelar los edificios, sino a destruir su esencia pagana despeñando por el acantilado todos los elementos susceptibles de haber colaborado en la construcción de lo que presumimos fueron estructuras erigidas en un espacio sagrado, sin dar opción a la perpetuación como espacio religioso cristianizado.

 

Sea como fuere, esta modesta aportación pretende tan solo llamar la atención sobre un yacimiento extraordinario, conocido desde hace casi cuatro siglos si tenemos en cuenta las referencias al mismo en las Relaciones Topográficas de Felipe II, pero nunca explorado lo suficiente pese a las extraordinarias circunstancias que le rodean y a las que también puedo adscribir un asentamiento Alto Medieval de grandes proporciones y una extensa necrópolis de tumbas excavadas en la roca que hasta ahora no había mencionado. Si con todo ello puedo estimular la curiosidad de quienes estén en mejor disposición que yo para su estudio, quedaré plenamente satisfecho y a buen seguro quien emprenda ese camino, no quedará defraudado.

 

 

 

ÍNDICE DE FIGURAS

 

 Fig. 1. Imagen del Verraco del Gualija (Peraleda de San Román) con sus dimensiones.

Fig. 2. Mapa de distribución de la escultura zoomorfa –Verracos- en las comarcas de la Jara y el Campo Arañuelo: 1, Peraleda de la Mata; 2,3,4 Talavera la Vieja; 5, 6 Peraleda de San Román; 7, Berrocalejo; 8, 9 Valdelacasa de Tajo; 10 al 16 Villar del Pedroso; 17, Carrascalejo; 18 Valdeverdeja; 19, Lagartera; 20, Calzada de Oropesa; 21, Chozas; 22 El Bercial; 23 al 26 Torralba de Oropesa; 27, Alcaudete de la Jara; 28, Alcolea de Tajo; 29 Aldeanueva de Barbarroya; 30, 30, 32, Las Herencias; 33-34, Torrecillas de la Jara; 35 al 40 Talavera de la Reina.

Fig. 3. Peña del Ribero 1 (Berrocalejo) con inscripción y grabados de cazoletas.

Fig. 4. A: Ara en una pared camino de Bercenuño (Berrocalejo); B Ara del Valle de San Román (Peraleda de San Román). C: Ara de Castrejón (Valdelacasa de Tajo).

Fig. 5. Piezas trabajadas en el entorno de Peñaflor: 1, umbral; 2 y 3 sillares almohadillados; 4 y 5 sillares; 6, 7 y 8 fustes de columna; 9 y 10 basas de columna; 11, columna adosada a una pilastra; 12: capitel.

Fig. 6. Piezas trabajadas en el entorno de Peñaflor: 1, fragmento de fuste de mármol; 2, fragmento de opus caementicium; 3, quicialera; 4 y 5 fustes de columna; 6, sillar; 7, fuste de columna; 8, entalle para un sillar; 9, basa de columna; 10, canal; 11, fuste adosado a una pilastra; 12, fuste de columna.

Fig.7: Capitel localizado entre las ruinas de Peñaflor (Berrocalejo).

Fig. 8: Pieza con el fuste adosado a una jamba localizado entre las ruinas de Peñaflor (Berrocalejo).

Fig. 9. Ático de un ara fragmentada. Peñaflor (Berrocalejo).

Fig. 10. Exvoto de un toro procedente de Peñaflor (Berrocalejo) Museo de la Fundación Antonio Concha.

Fig. 11. Detalle de una pezuña de cabra de un exvoto fragmentado y entalle sobre ágata de color oscuro. Procedentes de Peñaflor (Berrocalejo). Museo de la Fundación Antonio Concha.

NOTAS

[1] Una referencia al hallazgo la hicimos en una publicación reciente (GONZÁLEZ CORDERO, Antonio y ÓLIVER MIGUEL-VELA, David: Santa Cruz de la Sierra, de la prehistoria a la Historia. Navalmoral de la Mata 2021, pg. 69, y su noticia nos llegó a través de D. Rubén Ortega, funcionario del ayuntamiento de Peraleda de San Román, que amablemente nos proporcionó los datos para su localización. Posteriormente dimos noticia a la Dirección Gral. de Patrimonio, para que procediera a su catalogación y recuperación. Noticias posteriores han dado pie a que esta imagen sea recogida en un inventario actualizado de estas imágenes (MANGLANO VALCÁRCEL, Gregorio. R.; RUANO, Lucía; GARCÍA JIMÉNEZ, Rosario y BERROCAL-RANGEL, Luis: “Sobre verracos vetones. Nuevas esculturas zoomorfas de la edad del Hierro en la meseta occidental”. CUPAUM, 47/2. Madrid 2021, pg.  252).

[2] En la obra de V. Paredes (PAREDES GUILLÉN, Vicente: Historia de los Framontanos Celtíberos. Plasencia 1888.) uno de los principales valedores de esta hipótesis, se aboga por esta posibilidad, aludiendo especialmente en su obra, a las vías pecuarias en esta parte del mapa cacereño y toledano.

[3] La presencia de gran cantidad de sedimentos de origen aluvial alrededor del verraco, nos hacen suponer, que, tanto en su derribo, como en su posterior cobertura, pudo colaborar una extraordinaria riada.

[4] LÓPEZ MONTEAGUDO, Guadalupe: Esculturas Zoomorfas Celtas de la Península Ibérica. Madrid 1989, nº 193.

[5] HURTADO, Publio: Supersticiones extremeñas. Reed. a partir de la Revista de Extremadura años 1901-1902. Huelva 1989, pg. 152.

[6] Por solifluxión o reptación se entienden los desplazamientos de masas de tierra a causa de la plasticidad y fluidez adquirida por el terreno cuando absorbe gran cantidad de agua.

[7] GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “La herencia de los vettones en el Campo Arañuelo y la Jara cacereña”. XXIV Coloquios Histórico—Culturales del Campo Arañuelo. Navalmoral de la Mata 2018, pgs. 139.141.

[8] HERMOSILLA Y SANDOVAL, Ignacio: Noticia de las ruinas de Talavera La Vieja. Memorias de la Real Academia de la Historia. Madrid 1796, pgs. 345-348.

[9] MANGLANO VALCÁRCEL, Gregorio R.: Los verracos un patrimonio arqueológico singular en el ámbito de la Península Ibérica. Estudio de los contextos de aparición y procedencia, identificación funcional y valoración patrimonial. Tesis Doctoral Inédita.  https:// repositorio.uam.es/ handle/10486/661762. Madrid 2013.

[10]RAMÓN Y FERNÁNDEZ-OXEA, José: “Nuevas esculturas zoomorfas prehistóricas en Extremadura”. Ampurias XII. Barcelona 1950, pg. 60.

[11] ÁLVAREZ-SANCHÍS, Jesús R.: Los Vettones, Bibliotheca Archaeologica Hispana (BAH). Vol. 1, Madrid 1999, pgs. 104, 2 y 106,5.

[12] LÓPEZ MONTEAGUDO, Guadalupe: Esculturas Zoomorfas Celtas.., Ob. cit., Lam. 7, Cat. Nº. 21.

[13] Ibid. Lam. 54.

[14] Ibid. Lam. 71.

[15] RAMÓN Y FERNÁNDEZ-OXEA, José (1950): Nuevas esculturas zoomorfas.., Ob. cit., pg. 61

[16] GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “La herencia de los vettones.., Ob. cit., pgs. 137-174.; GONZÁLEZ CORDERO, Antonio y ÓLIVER MIGUEL-VELA, David: Santa Cruz de la Sierra.., Ob. Cit.

[17] GÓMEZ DÍAZ, Rafael y SANTOS SÁNCHEZ, Marcelino: “Esculturas zoomorfas de Talavera y sus comarcas”. Homenaje de Talavera y sus tierras a D. Fernando Jiménez de Gregorio. Talavera de la Reina 1998, pgs. 71-96; PACHECO JIMÉNEZ, César y MORALEDA OLIVARES, Alberto: “Un nuevo ejemplar de escultura zoomorfa en la zona toledana: el verraco de Lagartera”. Lusitanos y vettones. Los pueblos prerromanos en la actual Beira Baixa-Alto Alentejo-Cáceres. Memorias, 9. Cáceres 2009, pgs. 141-145; GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “La muerte también tenía un precio: ritos y costumbres en torno a la muerte en los primeros siglos de nuestra era en el noreste cacereño”. XVII Coloquios Histórico-Culturales del Campo Arañuelo. Navalmoral de la Mata 2011, pg. 226; GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “El tiempo entre tinieblas. Ob. cit., pgs. 133-174; LÓPEZ MONTEAGUDO, Guadalupe: Esculturas Zoomorfas..Ob. cit; ÁLVAREZ-SANCHÍS, Jesús R.: Los Vettones, Bibliotheca Archaeologica Hispana (BAH). Vol. 1, Madrid 1999; MANGLANO VALCÁRCEL, Gregorio R.: Los verracos un patrimonio.., Ob. cit;  RAMÓN Y FERNÁNDEZ-OXEA, José: “Nuevas esculturas zoomorfas.., Ob. cit; MANGLANO VALCÁRCEL, Gregorio R.; RUANO, Lucía; GARCÍA JIMÉNEZ, Rosario y BERROCAL-RANGEL, Luis: “Sobre verracos vetones…, Ob. cit., pgs. 237-260.

[18] Alija (Peraleda de San Román), Isla del Arroyo de las Buitreras (El Gordo), Los Castrejones (Valdeverdeja), Castros II (Villar del Pedroso), Puente Pino (El Bercial). Más alejados quedan los de arroyo Manzanas, el del cerro de Torrejón y los del planalto verato: Castillejos de Aldeanueva de la Vera, Castrejón de Villanueva de la Vera, El Raso de Candeleda, etc.

[19] GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “La herencia de los vettones en el Campo Arañuelo y la Jara cacereña”. XXIV Coloquios Histórico—Culturales del Campo Arañuelo. Navalmoral de la Mata 2018, pgs.137-174.

[20] Se han interpretado erróneamente, la pieza de la pileta de los Moriscos (RÍO-MIRANDA ALCÓN, Jaime e IGLESIAS DOMÍNGUEZ, Mª. Gabriela: “Hallazgo de un nuevo verraco en el término de Ahigal”. Ahigal Revista Cultural. 13. Ahigal 2003, pgs. 4-7), tres piezas del Berrocalillo de Plasencia (RÍO-MIRANDA ALCÓN, Jaime e IGLESIAS DOMÍNGUEZ, Mª. Gabriela: “El castro vetón del Berrocalillo (Plasencia)”. Ahigal. Revista Cultural, 16. Ahigal 2003, pgs. 4-11), dos de Villar del Pedroso, una del Bercial de San Rafael (GÓMEZ DÍAZ, Rafael y SANTOS SÁNCHEZ, Marcelino: “Esculturas zoomorfas.., Ob. cit., pgs 73 y 90, Fig. 29 y 30), el número 4 de Mirueña de los Infanzones (MANGLANO VALCÁRCEL, Gregorio R.: Los verracos un patrimonio.., Ob. cit., nº 200) y la más reciente ubicada en el Pico del Gordo, cercano a Plasencia (CÁCERES ESCUDERO, Yonatán: “El hallazgo de un nuevo verraco en la provincia de Cáceres y su contextualización arqueológico-geográfica”. Revista de Estudios Extremeños, LXXVI, 2. Badajoz 2021, pg. 43). Esta última descrita como un verraco que ha sufrido una mutilación, pues conserva el cuerpo de forma rectangular y dos protuberancias prismáticas que en teoría corresponderían a las patas, son a nuestro juicio piezas identificadas en cocinas romanas que desempeñan la función de morillos (RÍO-MIRANDA ALCÓN, Jaime: “¿los raros monumentos sepulcrales? No tan raros”. Cuadernos Caparenses, 12. 2015, pgs. 2-23.).

[21] Ribero 1: ETR89: 39º47´34,77´´N y 05º20´22,41´´W. Alt. 390,59 msnm.

[22] GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “Pinturas y grabados rupestres postpaleolíticos en el Campo Arañuelo. El papel de las cazoletas como parte de un código común”. XXVII Coloquios Histórico-Culturales del Campo Arañuelo. Navalmoral de la Mata 2021, pgs. 245-299.

[23] Berrocalejo: Arroyo del Ribero 1, 2, 3; Canchales 1, 2, 3, 4, 5; Ribero 1, 2, 3, 4; Canchal Cuervo; Arroyo del Conde 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8; Cueva Jumá; Canchal Merido; La Miera 1, 2, 3, 4; Nebrosa 1, 2, 3, 4, 5; Volvedero1, 2, 3, 4, 5, 6, 7; La Mata 1, 2. El Gordo: Ribera de Vallejondo 1, 2, 3, 4, 5.

[24] SANTOS ESTÉVEZ, Manuel; PARCERO OUBIÑA, César y CRIADO BOADO, Felipe: “De la arqueología simbólica del paisaje a la arqueología de los espacios sagrados”, Trabajos de Prehistoria, 54, 2. Madrid 1997, pg. 70; SANTOS ESTÉVEZ, Manuel y GARCÍA QUINTELA, Marco V.: “Arte rupestre y santuarios”. SEMATA, 14. Edic. Castiñeiras M. A y Díez, F. Santiago de Compostela 2003, pg. 71; SANTOS ESTÉVEZ, Manuel: “Petroglifos y paisaje social en la prehistoria reciente del noroeste de la Península Ibérica”. TAPA, Trabalhos de Arqueoloxia e Patrimonio, 38. Santiago de Compostela 2007, pg. 169; GARCÍA QUINTELA, Marco V. y SANTOS ESTÉVEZ, Manuel: Santuarios de la Galicia Céltica. Arqueología del Paisaje y Religiones Comparadas en la Edad del Hierro, Abada Editores, Madrid 2008, pg. 82.

[25] SANTOS ESTÉVEZ, Manuel: “Petroglifos y paisaje social.., Ob cit., pg. 69.

[26] Tito Livio VIII, 9. Historia de Roma desde su fundación. Ab Urbe condita. Obra completa. Madrid.

[27] Numen es un término latino para «divinidad», presencia o voluntad divina.

[28] Las inscripciones votivas de época romana guardan una relación intrínseca con un sentimiento de devoción de la comunidad, o bien del individuo que la realiza, con una deidad en concreto, ya sea entre otros casos como una vía para agradecer a un determinado dios algún acontecimiento beneficioso que haya ocurrido, bien para buscar la protección de individuo o de varios (puede ser incluso una familia o una comunidad), como un gesto obligado por la propia divinidad o como una promesa. Es decir, que en principio las inscripciones votivas de la época romana hay que asociarlas con las creencias religiosas populares (PÉREZ PARRA, Inmaculada C., y GARCÍA BAREA, Juan M.: “Inscripciones votivas del yacimiento de Ocurri en la provincia de Cádiz: un ejemplo de devoción política durante la etapa imperial”. Contribución a las Ciencias Sociales. 2011. Puede consultarse en: https://www.eumed.net/rev/cccss/12/ppgb3.htm.

[29] SANTOS ESTÉVEZ, Manuel: “Petroglifos y paisaje social.., Ob cit., pgs. 163-166.

[30] GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “Las mieras de Berrocalejo y Peraleda de San Román. De falsos grabados y oficios del pasado”. XXIII Coloquios Histórico-Culturales del Campo Arañuelo. Navalmoral de la Mata 2016, pgs. 148-149, Fig. 5 y 6.

[31] CURADO, Fernando P.: “Inscriçao rupestre da Aldeia da Ponte (Sabugal)”. Ficheiro Epigrafico, 22. Coimbra 1987, pg. 99.

[32] Correia Santos, Mª. João: Santuarios rupestres de la Hispania indoeuropea (Tesis Doctoral), Universidad de Zaragoza 2015, pg. 843 y CORREIA SANTOS, Mª. João y SCHATTNER, Thomas G.:  “O Santuário do Cabeço das Fráguas através da arqueologia”. Actas da Jornada Porcom, Oilam, Taurom. Cabeço das Fráguas: o santuário no seu contexto (Guarda, 23 de abril), Iberografias: Revista de Estudos Ibéricos, 6. Guarda 2010, pgs. 89-108.

[33] Ibid. Pg. 903.

[34] Ibid. Pg. 1063.

[35] ÁLVAREZ GONZÁLEZ, Yolanda; LÓPEZ GONZÁLEZ, Luis F. y LÓPEZ BARJA, Pedro: “Dos inscripciones inéditas del Castro de San Cibrán de Las (San Amaro-Punxín, Orense)”.  Paleohispanica, 4, 2004: 235-244; DE BERNARDO STEMPEL, Patricia y GARCÍA QUINTELA, Marco V.: “Población trilingüe y divinidades del Castro de Lansóriga (NW de España)”, Madrider Mitteilungen, 49, Mainz 2008, pgs. 255-291.

[36] CALLEJO SERRANO, Carlos: “Aportaciones a la epigrafía romana del campo norbense”, Boletín dela Real Academia de la Historia, CLVII, Real Academia de la Historia, 156-157. Madrid 1965, pg. 21.

[37] GARCÍA QUINTELA, Marco V. y SANTOS ESTÉVEZ, Manuel: Santuarios de la Galicia.., Ob. cit, pg. 82.

[38] ALMAGRO GORBEA, Martín; ESTEBAN ORTEGA, Julio; RAMOS RUBIO, José A. y DE SAN MACARIO SÁNCHEZ, Óscar: Berrocales sagrados de Extremadura. Orígenes de la religión popular de la Hispania céltica 2021, pg. 94.

[39] DE ALVARADO, Manuel, GARCÍA-HOZ, Mª Concepción y GONZÁLEZ COR­DERO, Antonio: “El templo romano del Collado de Piedras Labradas (Jarilla, Cáceres)”, en J. Mangas y J. Alvar (eds.), Homenaje a José M.ª Blázquez, Madrid, 1998, vol. V, pgs. 1-19.

[40] ABASCAL PALAZÓN, Juan M.: “Las inscripciones latinas de Santa Lucía del Trampal (Alcuéscar, Cáceres) y el culto de Ataecina en Hispania”. AEspA, 68. Madrid 1995, nºs 32-43.

[41] FERNÁNDEZ GÓMEZ, Fernando: “El santuario de Postoloboso (Candeleda, Ávila)”, Noticiario Arqueológico Hispánico, 2, Madrid 1973, pgs. 169-270.

[42] Correia Santos, Mª. João: Santuarios rupestres.., Ob. cit., pg. 855.

[43] Acerca de los altares anepígrafos de Santa Lucía del Trampal Mª Paz García y Bellido, ve posible que las mismas sean testimonios de “otro pueblo que rendía culto en el santuario de la divinidad del lucus, pero cuyo ritual conllevaría usos ágrafos”. No se trataría por tanto de ausencia epigráfica, sino de la presencia de otras formas de culto en un santuario de fronteras. Un caso de diferente culto en el mismo santuario, además del atestiguado por las dedicaciones a una divinidad Dea Domina Sancta halladas en el mismo lugar. (García-Bellido Mª. Paz: “Lucus Feroniae Emeritensis”. AEspA, 74. Madrid 2001, pgs. 62 y 63).

[44] Fue descubierta por Juan Antonio Sánchez Díaz, a quien agradecemos que nos lo comunicara. Actualmente se está gestionando su traslado para acomodarla en el aula municipal.

[45] Las monedas de este yacimiento son de la época de Constantino II (337-340) y Valentiniano I (364-375). Se encuentran depositadas en el Museo de la Fundación Antonio Concha.

 

[46] GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “La Edad del Bronce en el Campo Arañuelo”. XXI Coloquios Histórico-Culturales del Campo Arañuelo. Navalmoral de la Mata 2015, pg. 127.

[47] GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “El tiempo entre tinieblas…, Ob. cit., pg.170.

[48] GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “Raros monumentos funerarios romanos en Aldeanueva de la Vera”. Revista Pencona, 17. Aldeanueva de la Vera 2021, pgs. 16-19.

[49] Estrabón, Geographicá III, 4, 16.

[50] GÓMEZ PANTOJA, Joaquín L. y GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “La grande casquería lusitana. Nuevos y olvidados epígrafes de Augustobriga”, Gerión 38/2. Madrid 2020, pg. 509.

[51] Relaciones Topográfica de los pueblos de España, hechas por Felipe II (1568). Lo más interesante de ello escogido por D. Juan Ortega Rubio. Berrocalejo, 140-141.  En tres escuetas líneas se dice además que “junto a la ribera del Tajo hay un sitio que se llama Peñaflor, donde se ven muchas ruinas de edificios antiguos y piedras labradas”. En el Diccionario Geográfico de Pascual Madoz, tomo IV. Madrid 1848, pg. 288, reitera lo mismo y en alusión a Peñaflor dice: “la peña, cerca de la cual y en su contorno se descubren algunos vestigios de antiguos edificios y fortificaciones de época romana y sarracena”.

[52] MORALEDA OLIVARES, Alberto: “Aportaciones al estudio de la epigrafía romana de la Extremadura Oriental”. Homenaje a Fernando Jiménez de Gregorio. Toledo 1988, pg.  99; SANTOS SÁNCHEZ, Marcelino: Historia de Berrocalejo de Abajo. Talavera de la Reina 1994, pg. 96; GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “El puente del Conde. Berrocalejo-Peraleda de San Román”. IV Coloquios Histórico-Culturales del Campo Arañuelo. Navalmoral de la Mata 1997, pg. 15.

[53] Hemos detectado también la presencia de mármoles en un estado de fragmentación imposibilita reconocer el tipo de piezas que conformarían. En el castillo de Alija ocurre algo parecido y la causa puede estar en el aprovechamiento de este material en hornos, para una vez cocido, utilizar la cal resultante en la construcción.

[54] DE ALVARADO, Manuel, GARCÍA-HOZ, Mª Concepción y GONZÁLEZ COR­DERO, Antonio: “El templo romano.., Ob. cit., pg. 5

[55] MÉLIDA ALINARI, José R.: Catálogo monumental de la provincia de Cáceres. Madrid 1924, Lam XXXIII; DE ALVARADO, Manuel, GARCÍA-HOZ, Mª Concepción y GONZÁLEZ COR­DERO, Antonio: “El templo romano., Ob. cit.; GARCÍA Y BELLIDO, Antonio: “Parerga de arqueología y epigrafía hispano-romana IV”. Archivo Español de Arqueología, 44. Madrid 1971, pgs. 137-152. Este último opina que la parte romana de la aedicula de Fuentidueñas (Plasencia), fue el basamento de una torre sepulcral romana. Una reflexión apresurada que no tuvo en cuenta la existencia en un cercado anexo de aras anepígrafas y frente a la construcción, la presencia de una fuente, ya cegada, que el dueño de la finca aseguraba poseer propiedades termales y la ausencia en los alrededores de un asentamiento al que el pretendido uso funerario prestara su utilidad.

[56] FEIO ÁLVAREZ, Karim: “El templo de Alcántara, ejemplo singular de cantería romana”. Huerta, S. y López F. (eds.). 2013. Actas del Octavo Congreso Nacional de Historia de la Construcción. Madrid, 9-12 de octubre de 2013. Madrid 2013, pg. 277.

[57] GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “El puente del Conde.., Ob. cit., pgs. 7-30.

[58] Colecciones lapidarias votivas se conocen en Jarilla, La Lobosilla y Fuentidueñas, mientras que, en Alcántara, la colecta lapidaria se circunscribe a la monumentalidad del puente.

[59] Relaciones Topográfica de los pueblos de España, hechas por Felipe II (1568) y en el CIL II 3078b; CIL II 5341 et add. p. XLV. Según Santos (1995: 100) esta inscripción y un verraco fueron vendidos a D. Luis de la Llave que los conservó en su domicilio de Talavera de la Reina, de hecho, aparecen mencionados en un libro sobre esa localidad (FERNÁNDEZ SÁNCHEZ, Ildefonso: Historia de la muy noble y leal ciudad de Talavera de la Reina. Madrid 1896, pgs. 60 y 61). Santos no fue capaz de localizar la inscripción, pero por lo que averiguó Gómez-Pantoja, esta se halla depositada en el MAN (GÓMEZ-PANTOJA, Joaquín L.: “Inscripciones latinas de la raya entre Extremadura y Castilla”. Hispania Antiqua, XVII. Valladolid 1993, pg. 333.

[60] MORALEDA OLIVARES, Alberto: “Aportaciones al estudio.., Ob. cit., pg. 99.

[61] SANTOS SÁNCHEZ, Marcelino: Historia de Berrocalejo.., Ob. cit., pg. 98.

[62] FITA, Fita: “Inscripciones romanas de Vascos y Valdeverdeja”. BRAH, 2. Madrid 1882, pgs. 244-246.

[63] GÓMEZ-PANTOJA, Joaquín L.: “Inscripciones latinas.., Ob. cit., pg. 331.

[64] GÓMEZ SANTA CRUZ, Julio y ESTEBAN ORTEGA, Julio: “Divinidades y lugares de culto vetones y romanos en el Noreste de la provincia de Cáceres”. Norba, 23. Cáceres 2010, pg. 54.

[65] En 1985 tuvimos la fortuna de fotografiar un ara, arrinconada en un lateral del claustro nuevo, inédita al tratarse de otro ejemplar sin inscripción.

[66] Tanto el exvoto del toro como la pezuña de cabra se exhiben en las vitrinas del Museo de la Fundación Antonio Concha.

[67] Recientemente nos legó una fotografía de una figura de idéntica factura y material, vendido a un particular como exvoto ibérico. https://www.todocoleccion.net/monedas-ibericas/exvoto-toro-iberico-plomo~x203514400.

[68] En esa relación no se contabiliza la cabrita de bronce que Amalio Maestre e Ibáñez presentó a la Exposición Universal de París de 1867 junto a otros objetos procedentes de las minas de Plasenzuela. Sobre dichas minas redactó un informe en colaboración con Ramón Rúa Figueroa, sobre el estado de las minas que la sociedad “Palacios y Golondrinas” explotaba en Plasenzuela (Cáceres). Madrid, 1857, 2 pgs. Los materiales antiguos encontrados en dichas minas, fueron presentados a la Exposición Universal de París en 1867, junto a otros que A. Maestre había reunido como colección particular. (Exposición Universal de París, 1867, Catálogo General de la Sección española. Editado por la Comisión Regia. Imprenta general de CH. Lahure. París 1867, pg. 371).

[69] ALMAGRO GORBEA, Martín: “Las cabritas de bronce de la diosa Ataecina”. Estudos Arqueológicos de Oeiras, 24. Câmara Municipal. Oeiras 2018, pgs. 397-436.

[70] ABASCAL PALAZÓN, Juan M.: “Las inscripciones latinas.., Ob. cit.

[71] FERRER SOLER, Albert: “Exvotos iberorromanos de Malpartida de Cáceres dedicados a la deidad Turibrigensi Adaecina”. A.E.A. Madrid 1948, pg. 288 y BELTRÁN LLORÍS, Miguel: Estudios de Arqueología cacereña. Cáceres 1973, pg. 26.

[72] ALMAGRO GORBEA, Martín; ESTEBAN ORTEGA, Julio; RAMOS RUBIO, José A. y DE SAN MACARIO SÁNCHEZ, Óscar: Berrocales sagrados.., Ob. cit.

[73] GARCÍA-BELLIDO, Mª. Paz: “Lucus Feroniae.., Ob. cit., pg. 65.

[74] SABIO GONZÁLEZ, Rafael: “Turibriga. La ciudad perdida de Ataecina”. Revista de Estudios Extremeños, LXXVII, 1. Badajoz 2021, pgs. 21-51.

[75] Los entalles son pequeñas piedras talladas con un bajo relieve en la parte superior que normalmente van engastadas en un anillo, aunque también se han encontrado engastadas en otro tipo de ornamentos personales o en placas. Los motivos decorativos son muy diversos: rostros, figuras, especialmente de divinidades, animales, símbolos. Este en concreto lo había encontrado un vecino, quién nos permitió fotografiarlo, pero dado lo apresurado del momento, el retrato se efectuó en condiciones que no fueron las idóneas, sin lentes de aproximación que pudieran dar mejor idea de los detalles.

[76] SANTOS SÁNCHEZ, Marcelino: Historia de Berrocalejo.., Ob. cit., pg. 99.

[77] GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “Del Epipaleolítico a la Edad del Cobre en el Campo Arañuelo”. XXVI Coloquios Histórico-Culturales del Campo Arañuelo. Navalmoral de la Mata 2020, pg. 191. GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “Pinturas y grabados rupestres.., Ob. cit., pgs. 245-299.

[78] ALFAYÉ VILLA, Silvia: “Santuarios celtibericos”. Celtiberos, tras la estela de Numancia. Soria 2005, pg. 230.

[79] GONZÁLEZ CORDERO, Antonio y ÓLIVER MIGUEL-VELA, David: Santa Cruz de la Sierra.., Ob. cit.

[80] Quizá sea más correcta la palabra delubrum o fanum que templum, pues en el sentido vitrubiano, la última palabra por lo común no se refiere al edificio, sino a un recinto sagrado.

 

[81] GARCÍA SANJUÁN, Leonardo; GARRIDO GONZÁLEZ, Pablo y LOZANO GÓMEZ, Fernando: “Las piedras de la memoria (II). El uso en época romana de espacios y monumentos sagrados prehistóricos del Sur de la Península Ibérica”. Complutum, 18. Madrid 2007, pg. 124.

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