Nov 272022
 

Tim Dyas/Jacinto J. Marabel

  

  1. DOS DYAS ANTE LOS MUROS DE SAN CRISTÓBAL.

Conocí Tim Dyas a través de Juan Carlos Romero, presidente de la Asociación Histórico Cultural de Recreadores Baluarte. Se encontraba retomando los preparativos para la recreación de los sitios de Badajoz de 2022, suspendida dos años antes tras la declaración del estado de alarma como consecuencia de la pandemia de covid-19, cuando recibió un correo electrónico interesándose por el programa de actos y solicitando información sobre el alférez Joseph Dyas, héroe del segundo cerco británico a la ciudad. Juan Carlos nos puso en contacto y, como no podía ser de otro modo, gracias a la pasión que compartimos por el mismo período histórico, trabamos amistad casi de inmediato.

Tim es un británico afincado hace varios lustros en Selva, uno de los pueblos más bonitos de la Tramontana, en la isla de Mallorca. Su castellano es perfecto, por lo que, con la generosidad que poco más tarde descubrí como principal rasgo de su carácter, compartió conmigo el borrador de un capítulo de la biografía que estaba escribiendo sobre su tatarabuelo Joseph Dyas, en concreto el referido al citado sitio de Badajoz, sobre el que yo ya había escrito algo. Por estos días, el National Army Museum le había enviado una copia del diario del capitán de ingenieros John Squire, descubierto en 2016 en una librería de viejo de Hobart, Tasmania[1]. Se trataba de un manuscrito de unas cien páginas, en el que el capitán John Squire, uno de los dos ingenieros encargados de dirigir las trincheras del cerco, pormenorizaba los trabajos para tomar el fuerte de San Cristóbal. Aunque el protagonismo de los posteriores y fallidos asaltos acabó recayendo en el tatarabuelo de Tim, desafortunadamente el diario no recogía ninguna mención al mismo, así que, cuando acabé remitiéndole algunos de mis trabajos sobre aquel episodio, advertí que crecía su interés por Badajoz, por el conjunto de su sistema defensivo abaluartado y por los sucesos que rodearon el segundo sitio británico. Y aprovechando las fechas programadas para la recreación, le invité a venir.

Compartimos información, polemizamos sobre algunas cuestiones controvertidas de aquel episodio, le gestioné una entrevista con la periodista Miriam Fernández Rúa que fue publicada en el HOY[2], y, sobre todo, visitamos el sistema fortificado y el fuerte de San Cristóbal. Allí realizamos el recorrido que conduce desde el glacis y por el foso hacia el lugar de la muralla donde fue abierta la brecha, en la actualidad apenas intuida en el lienzo de la cortina, tal y como debieron hacerlo los asaltantes en aquellas dos fatídicas noches de junio de 1811. Doscientos once años después, fue emocionante retratar a otro Dyas frente a los muros de San Cristóbal.

Al día siguiente nos despedimos con un hasta luego, puesto que Tim, que había quedado fascinado tanto con el patrimonio militar que atesoraba Badajoz como con las operaciones que contextualizaron el segundo sitio británico, prometió volver para seguir recabando información, ampliar varias páginas el capítulo del libro dedicado a la ciudad y compartir con su mujer, Marisa, el arte, el paisanaje y la gastronomía que tan gratamente se le habían revelado en estas tierras. Regresó con ella coincidiendo con los actos de recreación de la batalla de La Albuera y sobre el campo de combate decidimos concurrir a los Coloquios Históricos de Extremadura, un foro excepcional para debatir, difundir y dejar constancia de la historia del alférez Joseph Dyas, visto a través de los ojos de su tataranieto.

La presente comunicación contiene por tanto parte de los recuerdos y vivencias personales sobre cuatro generaciones de una misma estirpe militar, paradójicamente interrumpida por el autor de las mismas, Tim Dyas. El texto, inédito, forma parte de un proyecto familiar mucho más amplio y ambicioso, cuyas conclusiones requerirían una investigación exhaustiva, archivística y bibliográfica, centrada en el árbol genealógico de los Dyas, cuyas raíces se presumen castellanas tal y como luego se expondrá, y en lo tocante al episodio de Badajoz revela datos inéditos hasta la fecha que, sin duda, coadyuvarán a eventuales trabajos. En particular, en relación con los negligentes sitios formados por los aliados a la capital de Extremadura en 1811, mal proyectados y peor dirigidos, que precisamente por concluir en sendas y catastróficas derrotas fueron relegados por los historiadores británicos. Con ello, se suprimieron también de un plumazo no pocas y excepcionales acciones personales, además de algún que otro acto heroico, como el protagonizado por alférez Joseph Dyas, que se convirtió por méritos propios en el referente inesperado de aquellos días.

Siguiendo la costumbre de traducir y trasladar, sin espíritu crítico ni investigador alguno, las obras británicas que tratan sobre nuestra Guerra de la Independencia, nadie había escrito sobre Dyas en España. Yo lo hice en 2015, a raíz de una entrada publicada en redes sociales por los recreadores del 51st 2nd Yorkshire, West Riding Regiment [3], a la que acompañaban varias fotografías del homenaje que varios de ellos le habían realizado en el cementerio de Ballymena, en el condado irlandés de Antrim, el 28 de marzo de ese año. En muchas de estas fotografías aparecía Tim Dyas, aunque yo aún no podía saber que se trataba de su tataranieto, mientras que en algunas otras se mostraba la tumba con una lápida, en la que se podía leer, brevemente resumida, la hoja de servicios de Joseph Dyas.

De la lápida me atrajo fundamentalmente que constase una alusión a su protagonismo, dirigiendo el forlorn hope, en los dos asaltos frustrados al fuerte de San Cristóbal, que yo desconocía por completo. Así que busqué en el Colburn, en el historial del 51 Regimiento de Infantería, y en efecto, allí constaba la acción, junto a la hoja de servicios resumida de Joseph Dyas, nacido el 17 de marzo de 1791 en Kilbeg, condado de Meath. Procedente de las milicias de Louth, había entrado a servir como alférez en el regimiento el 31 de agosto de 1809; promovido a teniente tras liderar el forlorn hope en Badajoz, el 11 de julio de 1811; capitán efectivo el 14 de diciembre de 1820, en el 1º de Ceilán, en la India; en la reserva en el 2º de Ceilán, poco más tarde, el 9 de agosto de 1821; retirado del ejército en 1826; y finalmente muerto en Ballymena, el 26 de abril de 1850[4].

A partir de aquí, comencé a profundizar en las fuentes, busqué diarios, memorias y bibliografía de la época, y escribí un artículo de casi cuarenta páginas que, ese mismo año, fue publicado en el Boletín de la Real Academia de Extremadura de las Artes y las Letras. En 2017 incluí la historia del alférez Dyas, extendida y contextualizada en el marco de los distintos asedios sufridos por la ciudad durante la Guerra de la Independencia, en Damnatio Memoriae. Y su gesta sirvió también de base para explicar la resistencia opuesta por la artillería juramentada a los sitios británicos, en sendos artículos publicados después en la Revista de Historia Militar y la Revista de Estudios Extremeños, así como en el libro, más reciente, en el que se detallan los cercos y los distintos combates librados aquella primavera por el Ejército Combinado para liberar Badajoz: Campaña de 1811 en Extremadura[5].

Precisamente todos estos trabajos vendrían a cubrir la parte histórico-militar, referida a las operaciones emprendidas por los aliados para tratar de tomar Badajoz y la táctica empleada por los franceses para defender la plaza. Las acciones del alférez Dyas se insertan dentro del relato principal y contribuyen a su comprensión. El presente artículo, sin embargo, está centrado únicamente en su figura y la estrategia operacional sirve como telón de fondo al relato en el que Tim Dyas indaga sobre sus antecedentes familiares. Aquellos se complementan con el actual, de manera similar al texto que nos sirve de base: su autoría pertenece a Tim y tan sólo aporto, puesto que ninguno somos historiadores, una experiencia estrictamente formal sobre el mismo, en gran parte meramente observadora. Soy el que contempla a dos Dyas frente a los muros de San Cristóbal.

 

  1. TIM DYAS Y LA MEMORIA DE LOS ANCESTROS.

Desde antiguo, el blasón familiar de los Dyas ha estado presidido por un lema en español: “Fiel al Amigo”. Siempre me ha intrigado esta inscripción, pese a que ya de niño me dijeron que nuestros antepasados tenían sangre castellana, que el primer Dyas de la familia había sido un náufrago arribado a las costas de Irlanda en 1588, tras el temporal que terminó con gran parte de las naves de la Armada Invencible. Probablemente uno de los escasos supervivientes que mencionó el capitán Francisco Cuellar en su famoso relato[6], que acabaría escapando a los ajusticiamientos y a las torturas para integrarse en la población, mudando el apellido original y castellano de Díaz.

Mi padre Harry murió cuando apenas tenía tres años, por lo que este relato no me llegó por consanguinidad directa, en primer grado, sino que me lo proporcionó mi madre, que no era una Dyas. De este modo, resulta verosímil lo del cambio de apellido, pero de ningún modo que nuestra familia proceda de algún náufrago superviviente de la Armada Invencible. Las cartas del capitán Cuellar apoyarían esta última tesis, puesto que las mismas descubren que fueron muy pocos los españoles que finalmente lograron encontrar refugio en Irlanda. La mayor parte de aquellos hombres fueron detenidos, apaleados y torturados por los habitantes locales, antes de ser entregados a las autoridades, que procedieron a ejecutarlos sin más, en juicios sumarios en el mejor de los casos en los que se les privaba del derecho a defensa. La Historia señaló como principales instigadores de las persecuciones y matanzas de cientos de indefensos náufragos a Sir Richard Bingham, el Gobernador de Connaught y William Fitzwilliam, Lord Deputy, así que es harto improbable que nuestros ancestros se remonten a un superviviente de la Armada Invencible.

Sin embargo, entre las muchas cartas y papeles familiares, se encuentra un artículo del Chicago Tribune, de 18 de febrero de 1893, que recortó mi abuelo Jimmy. Es el obituario del Dr. William Godfrey Dyas, que murió atropellado por un tranvía, cuando regresaba a su domicilio de Park Manor, a la edad de 87 años. Nacido en Dublín, el 4 de noviembre de 1807, entró en el Trinity College con 16 años, cinco años más tarde se graduó en el Real Colegio de Enfermería y pasó a ejercer en el hospital de Cholera, en el condado de Kildare. En 1831 se casó con Georgiana Keating, natural de Mostrim, en el condado d Longford. Después de veinticinco años de experiencia, emigró a Estados Unidos y en julio de 1859 comenzó a trabajar en el Hospital de Chicago. Allí impulsó la primera Universidad médica femenina, que finalmente fundó junto a otros socios en 1870. Tres años más tarde fue elegido presidente de la Sociedad Médica de Chicago. Su hijo mayor, el doctor Frederick G. Dyas, casado con Miranda Sherwood, ejerció también la medicina en la capital de Illinois[7].

Varias publicaciones de la época recogían que la familia del doctor William Godfrey Dyas era de procedencia española. Por sus creencias albigenses, los Díaz originales habrían sufrido la persecución de la Inquisición y buscado refugio en Inglaterra. El cabeza de familia, un tal Eduardo, se alistó en el Ejército durante el gobierno de Cromwell y poco más tarde, a raíz de los servicios prestados en la batalla de Boyne, en 1690, recibiría tierras en la Isla Esmeralda, junto a diversas villas tributarias de los condados de Meath y Cavan. El cirujano William Dyas era representante de la quinta generación de estos emigrados españoles, que a su vez había buscado refugio en Estados Unidos en 1856[8].

En un relato más detallado de su vida, Richard French Stone asegura que la familia era originaria de Burgos y que a mediados del siglo XVI, perseguida por la Inquisición, habrían cruzado la frontera española hasta la vertiente septentrional de los Pirineos Occidentales, buscando la protección de la reina Juana III de la Baja Navarra, madre del futuro primer borbón en el trono de Francia, Enrique IV. Pero a partir 1685, una vez que Luis XIV promulgó el Edicto de Revocación de Nantes que prohibía la práctica de la religión protestante en Francia, la familia Díaz se vería de nuevo obligada a huir, esta vez a Holanda, donde sería acogida por Guillermo de Orange. En 1690, cuando proclamado rey de Inglaterra, su ejército se enfrentó al de su suegro, el depuesto Jacobo II, en la batalla del Boyne, que tuvo lugar en las proximidades de Drogheda, en Irlanda, el coronel Edward Dyas, pues ya para entonces habría anglicanizado el nombre, se encontraba entre sus seguidores, por lo que tras la victoria, la primera de la Liga de Augsburgo que vinculaba a los protestantes con el Papa Alejandro VIII, sería recompensado con tierras en los condados de Meath y Cavan[9].

Este relato parece más auténtico, puesto que se corresponde con lo que he investigado respecto al árbol genealógico de Joseph Dyas. Su bisabuelo fue John Dyas, nacido en 1683 y enterrado en 1751 junto con algunos de sus descendientes en Staholmog, condado de Meath. La localidad se encuentra a poco más de treinta kilómetros del lugar donde tuvo lugar la batalla del río Boyne. Por su parte, el abuelo fue William Dyas, nacido en 1715, que probablemente recibió este nombre en honor de William (Guillermo) de Orange, a quien la familia debía su fortuna. Asi que, si John Dyas era hijo del coronel Edward (Eduardo) Dyas, no cabe duda que el alférez Joseph Dyas es descendiente directo del mismo soldado hugonote. Por tanto, la historia del náufrago de la Armada Invencible que mi madre me narraba de pequeño, no eran más que cuentos para niños.

Sin embargo, aquellos cuentos destilaban una única e irrebatible verdad: todos los Dyas habían pertenecido a una estirpe de guerreros, cuyos orígenes se perdían en el tiempo. Precisamente, una breve reseña publicada en The Bugle hace casi un siglo aseguraba que “los hombres de la familia Dyas pertenecen a una raza de soldados valientes y luchadores. El árbol genealógico, desde 1790 en adelante, muestra a cada varón de cada generación como un guerrero”[10]. Una línea consanguínea directa que vinculaba a los varones de la familia con la milicia que resultó abruptamente quebrada por mí. Siempre he sido consciente de que era el hombre de la familia, al menos en cinco generaciones, que no empuñaba profesionalmente las armas. Mi bisabuelo Joe luchó en la II Guerra Anglo-Sij y en la rebelión de La India de 1857.  Mi abuelo Jimmy participó en la campaña de Birmania de 1885, en la batalla de Jartum en 1898 y en la Guerra de los Boers. Mi padre Harry se integró en la fuerza expedicionaria británica que fue enviada a combatir a Bélgica, tras la ocupación ordenada por Hitler en 1940, estuvo en Dunkerque, esperando ser embarcado a Inglaterra, y pasó seis días en sus playas a descubierto, hostigado todo este tiempo por la artillería alemana.

Cinco años más tarde nací yo, por lo que cuando me encontraba en plena adolescencia el contexto internacional era claramente antibélico: se había creado la ONU, la Unión Europea daba sus primeros pasos y Gran Bretaña estaba renunciando a sus colonias, evitando que el mundo se desangrase en múltiples conflictos mundiales. Cuando terminé la universidad en 1968 no quedaba ningún imperio por el que luchar y John Lennon cantaba “All we are saying is give peace a chance”. Yo era, sin embargo, la cuarta generación de hombres de mi familia que pasaba un período prolongado en La India. Cuando los británicos abandonaron La India en octubre de 1947, mis padres se embarcaron en un buque de tropas en Bombay y no regresé hasta cincuenta y tres años más tarde, para participar en un curso de meditación budista en Varanasi.

La milicia continuó estando presente en mi vida: al año siguiente murió mi padre, pero como mi padrastro era también oficial de artillería, algún tiempo después fui enviado a estudiar al Wellington College de Crowthorne, en el condado de Berkshire, al oeste de Londres[11]. Durante los meses de internado, la pared de mi habitación estuvo presidida por una imagen de Joseph Dyas en uniforme de gala, una copia del retrato original realizado por mi abuela Eleanor, que regaló al 51º Regimiento de Infantería de Línea en 1904 para que presidiera el salón de oficiales, puesto que, como dejó escrito en su momento Eliza, hija de Joseph Dyas, en el original no salía muy bien parecido.

Lám 1. Retrato de Dyas realizado por el Tte. Flamanck en 1816.

 

Lám 2. Las pistolas detrás de las licoreras del salón de mis padres en los años sesenta, bajo las siluetas de su hermana, Anne Dyas y su cuñado, Richard Hudson.

 

En cualquier caso, para un chico como yo, aquella imagen resultaba majestuosa, reforzada por la leyenda que rezaba al pie, donde podía leerse que mi tatarabuelo había sido considerado uno de los más fieles y seguros oficiales al servicio de Su Majestad, además de uno de los más valientes soldados del Ejército británico. El óleo original, pintado poco después de la batalla de Waterloo por el teniente John Flamanck, camarada de regimiento,  ocupaba un lugar de honor encima de la repisa de la chimenea, en el hogar familiar, mientras que sus pistolas, junto con las medallas que le fueron concedidas por diversos actos de servicio, reposaban debajo en una caja con el cristal desgastado por el paso de los años. No hubo adoración ni oraciones, pero en retrospectiva, pienso que en mi adolescencia aquella presencia equivalía a la de un dios doméstico.

Y sin embargo, todo lo que sabía por entonces era que mi tatarabuelo había participado en el cerco de Badajoz, un lugar remoto que vagamente podía intuir en el interior de España, y en la batalla de Waterloo como oficial del 51º Regimiento de Infantería Ligera. Desconocía lo que, después de investigar a fondo, he descubierto posteriormente sobre los fallidos asaltos al fuerte de San Cristóbal, pero también que había sido ninguneado por algunos oficiales tras la derrota de Napoleón en Waterloo. En realidad no conocía nada de los treinta y cinco años posteriores al combate, ni que se casó dos veces y tuvo cuatro hijos. Pero ahora se ha convertido para mí en una persona viva, que casi puedo tocar, en lugar de una leyenda difusa y borrosa. Mi interés por el segundo cerco británico a Badajoz tiene mucho que ver con esto. Fue un episodio tan importante en la vida de Joseph Dyas que transcendió a lo largo de generaciones y mitificó su figura en el recuerdo de sus descendientes. Hasta llegar a mí. Por eso, entre otras razones, escribo estas líneas a modo de catarsis.

 

III.   JOSEPH DYAS Y LOS STORMERS

III.    1. LOS SITIOS BRITÁNICOS A BADAJOZ EN 1811.

 

La guarnición Badajoz, capital de Extremadura y epicentro del sistema fortificado del suroeste peninsular durante la Guerra de la Independencia, se rindió al Quinto Cuerpo del mariscal Édouard Mortier el 10 de marzo de 1811. El mariscal Jean-de-Dieu Soult, comandante del Ejército del Mediodía, tomó posesión de la plaza al día siguiente y su gobernador interino, el brigadier José Imaz Altolaguirre se entregó como prisionero de guerra, junto con los 12.655 hombres armados que debían defenderla. El brigadier Imaz fue acusado de infidencia y se le formó un consejo de guerra del que finalmente salió absuelto, pero lo cierto es que el destino de Badajoz se había ido labrando con anterioridad, a través de una serie de catastróficas desdichas, con las que poco o nada tenía que ver: semanas  antes, el gobernador Rafael Menacho y Tutlló encontró la muerte tras ser alcanzado por un grano de metralla, cuando salía a recibir a las tropas desde el cuartel de la Bomba; el 19 de febrero, el 5º Ejército español dirigido por el teniente general Gabriel de Mendizábal Iraeta había sido sorprendido y aniquilado en las alturas de Santa Engracia, a tiro de cañón de plaza, por los franceses; y el 23 de febrero, su comandante natural, al teniente general Pedro Caro Sureda, III marqués de La Romana, moría repentinamente en Cartaxo, junto a Santarém, víctima de una apoplejía.

La Regencia designó para el mando del 5º Ejército al capitán general Francisco Javier Castaños Aragorri, defenestrado y refugiado en Cádiz desde el desastre de la batalla de Tudela, el 23 de noviembre de 1808, en la que fue severamente derrotado por el mariscal Jean Lannes. El general Castaños apenas contaba con los hombres justos para formar una división de infantería, por lo que solicitó a los británicos que cumplieran con el pacto acordado con su antecesor, el marqués de La Romana, en el que se comprometieron a aportar armas y tropas bajo el mando único español. Pero su comandante, el teniente general Arthur Wellesley, vizconde de Wellington, estaba ocupado por entonces en acosar la retaguardia del mariscal André Masséna, que se retiraba por Ciudad Rodrigo después de haber invadido Portugal en julio del año anterior, con tres cuerpos del Ejército y un total de 60.000 hombres. Después de muchas presiones, el vizconde de Wellington se dignó a comisionar una pequeña fuerza, compuesta de tres divisiones de infantería y algunos escuadrones de caballería, al mando del mariscal de campo William Carr Beresford, sin experiencia en el manejo de este tipo de contingentes, que se puso en marcha hacia Elvas, donde había sido citado por Castaños el 13 de marzo.

Por unas u otras razones, Beresford demoró el encuentro hasta el 30 de marzo, rechazando que sus tropas quedaran bajo el mando de comandante español, cuando este era el acuerdo que se había alcanzado. En todo este tiempo, el mariscal Soult había regresado a Sevilla con la mayor parte del V Cuerpo, dejando una pequeña guarnición en Badajoz, a todas luces insuficiente para defenderla. Las Cortes Constituyentes reunidas en Cádiz decidieron entonces que una maniobra coordinada del Ejército Combinado de Castaños y Beresford, junto a un tercer contingente formado por el 4º Ejército español, que dirigido por el hasta entonces presidente del Consejo de Regencia, el teniente general Joaquín Blake y Joyes, con sede en la plaza, podría infligir una severa derrota al mariscal Soult, atacando Sevilla desde distintos frentes. En puridad, se trataba de una maniobra de distracción que liberaba tropas del sitio de Cádiz, salvando esta, y de paso Badajoz, sin apenas esfuerzo. Pero, aunque tanto Castaños como Blake apoyaron la propuesta, el vizconde de Wellington se negó una vez más a seguir las directrices de los españoles, empeñado en su estrategia personal contra el mariscal Masséna.

Así las cosas, en tanto los británicos combatían a los franceses en Fuentes de Oñoro, con el Ejército de Blake acantonado en las inmediaciones de Niebla, esperando la orden para atacar Sevilla, Castaños y Beresford se entretuvieron en tomar Campomayor y Olivenza, dos plazas fuertes muy menores que, después de llevarse toda la artillería, habían sido abandonadas por Mortier en tanto nada aportaban a la estrategia general de la campaña. Después de apoderarse de ambas, la caballería española expulsó a la francesa hasta los límites de la provincia, dejando a la pequeña guarnición de Badajoz aislada y a merced de los trabajos de sitio, que rápidamente fueron encomendados a los ingenieros británicos, por no disponer el 5º Ejército de suficientes zapadores para emprenderlos. Pero la impericia de aquellos demoró de nuevo el ataque y las trincheras no comenzaron a cavarse hasta el 6 de mayo, dando tiempo a que el mariscal Soult reuniese una fuerza considerable para acudir al auxilio de la guarnición de Badajoz.

El 8 de mayo, un contingente formado por 17.407 infantes, 4.689 jinetes y 608 zapadores y artilleros, que acarreaban 48 piezas de campaña, salieron de Sevilla en dirección a Badajoz. El mariscal Soult desconocía que el 4º Ejército español acampaba en las inmediaciones de Niebla y amenazaba su flanco izquierdo con el propósito de tomar la capital de Andalucía. Era una ocasión única para levantar el cerco de Cádiz y dar un vuelco a la Guerra, como con inusitada clarividencia entendieron las Cortes Constituyentes, que redoblaron la presión sobre el gobierno británico para que autorizara al cuerpo de Beresford la deseada operación conjunta contra Sevilla. Sin embargo, el vizconde de Wellington continuó priorizando su retaguardia, por lo que rehusó que aquellas tropas se alejaran de la frontera y únicamente concedió que, como último recurso, fueran empleadas en demorar el avance francés cubriendo una línea defensiva al sur de la plaza de Badajoz, antes de adentrarse de nuevo en Portugal.

El primer sitio de Badajoz fue levantado apresuradamente y las tropas británicas se dirigieron hacia La Albuera, dispuestas a llevar a cabo este cometido. Tanto Castaños como Blake trataron convencer a Beresford para que continuase algunos más kilómetros más al sur, puesto que era la ocasión perfecta para tomar la retaguardia de la columna de Soult, amenazar Sevilla y hacer levantar el sitio de Cádiz. Ambos fueron muy críticos con la posición elegida por el vizconde de Wellington, fácilmente desbordable por los franceses, con el río Guadiana desbordado a su derecha y una guarnición francesa de 5.000 hombres a su espalda, dispuesta a caer sobre el Ejército Combinado a la menor ocasión. Pero Beresford se debía a las órdenes de su superior y el 16 de mayo de 1811 presentó batalla a un enemigo que, sin apenas caballería de línea, estuvo a punto de derrotarle. La infantería española resistió sin embargo los masivos ataques de dos divisiones francesas, salvando de la debacle a las brigadas británicas hasta que una división portuguesa pudo acudir al rescate, sumando tal cantidad de efectivos que Soult fue obligado a retirase ante la posibilidad de verse envuelto por los aliados.

Finalmente, el 18 de mayo y ante el ingente número de bajas, el mariscal Soult decidió regresar a Sevilla. Tres días más tarde, el vizconde de Wellington acudió a La Albuera para cerciorarse que las inmediaciones quedaban expeditas de franceses y, después de enviar a Beresford a Lisboa, se puso al frente de las tropas con intención de dirigir personalmente el cerco de Badajoz. Era el segundo sitio que los británicos ponían a la plaza en el curso de la campaña de 1811 y el protagonismo le estaba reservado a “un irlandés cuya única fortuna era su espada”[12].

 

III. 2. EL FORLORN HOPE Y LOS ASALTOS AL FUERTE DE SAN CRISTÓBAL.

 

El parte de la batalla de La Albuera registró 3.614 bajas británicas, incluidas las de los soldados hannoverianos pertenecientes a la Legión Alemana del Rey que defendieron la entrada al puente del pueblo. La mayor parte de estas bajas se produjeron en las brigadas Colborne, cuyos batallones del 3º, 44º y 66º Regimientos perdieron 1.258 hombres, lo que representaba el 75% de sus efectivos, en menos de quince minutos, y Houghton, cuyos batallones del 29º, 48º y 57º perdieron 1.044 hombres, el 63% del total con el que contaban al inicio del combate, en poco más de diez. El contingente quedó tan mermado que las fuerzas que habían sido empleadas por Beresford en el primer sitio tuvieron que ser reemplazadas por otras nuevas divisiones: la III y VII, que el 25 de mayo llegaron a Campomayor dispuestas a poner cerco a Badajoz.

La III División de infantería británica estaba a cargo del teniente general Thomas Picton y estaba formada por tres brigadas: la del mariscal de campo Henry Mackinnon, con los primeros batallones del 45º, 74º y 88º regimientos; la del mariscal de campo Charles Colville, con los batallones del 5º y 83º, además de tres compañías de fusileros del 60º Regimiento; y la del coronel Charles Sutton, con los batallones del 9º y 21º Regimientos de Infantería de Línea portugueses.

La VII División era comandada por el teniente general William Houston. Sus tres brigadas eran mandadas por oficiales hannoverianos y portugueses, habiéndose ganado el sobrenombre de “La Mestiza” por su heterogénea composición[13]. Estaba  integrada por tres brigadas: la del mariscal de campo Karl August von Alten, que incluía los dos regimientos ligeros de la Legión Alemana del Rey;  la del mariscal de campo Federico Lecor, con el 7º y 19º Regimientos de Infantería de Línea portugués, además del 3º Batallón de Cazadores; y la del mariscal de campo John Sontag, al mando desde el 4 de abril de 1811, que incluía sendos batallones ligeros del Ducado de Brunswick y Chasseurs Britanniques, junto a los batallones del 51º y 85º Regimientos de Infantería Ligera británica.

El 51º Ligero (2º Yorkshire West Riding), arribó al puerto de Lisboa en febrero de 1811. No era su primera participación en la Guerra de la Independencia, puesto que el 1 de octubre de 1808 había desembarcado en La Coruña, formando parte de la brigada con la que el mariscal de campo David Baird trató de converger con las tropas del teniente general John Moore sobre Astorga. El 16 de enero de 1809, después de la batalla de Elviña, embarcaron de nuevo rumbo a Gran Bretaña. Poco más tarde, el 29 de julio de 1809, 560 efectivos fueron enviados a la isla de Walcheren, en la provincia holandesa de Zelanda, donde tras una campaña desastrosa, mermados por la fiebre amarilla, en abril de 1810 regresaron únicamente 246 hombres[14]. El batallón tuvo que ser reforzado con dos nuevas compañías, que se unieron al resto bajo el mando del teniente coronel John Mainwaring para integrarse la División Ligera, la VII del Ejército bajo el mando del vizconde de Wellington, que fue finalmente formada el 8 de marzo de 1811.

Joseph Dyas había ingresado como alférez en el 51º Ligero el 31 de agosto de 1809. Tenía dieciocho años y había alcanzado el grado de oficial al frente del batallón de milicias de Louth, el condado más pequeño de Irlanda, situado al norte de Dublín y frente a la Isla de Man, limítrofe con Meath, circunscripción a la que pertenecía Kilbeg, villa natal de Dyas. Formó parte por tanto de una de las dos compañías de refuerzo que se integraron en el batallón procedente de Walcheren en 1810. Había llegado a Portugal con el mismo a finales de febrero de 1811, para integrarse a su vez en la brigada del mariscal de campo John Sontag, que tomó el mando el 4 de abril, combatió en la batalla de Fuentes de Oñoro y puso rumbo a Badajoz junto al resto de la VII División.

Los británicos establecieron formalmente el cerco y la noche del 29 al 30 de mayo comenzaron a cavar las paralelas. El 17 º Regimiento de Línea portugués había llegado poco antes, escoltando a las milicias de Tavira y Lagos que acarreaban treinta cañones de veinticuatro libras, cuatro de dieciséis, cuatro morteros de diez pulgadas y otros ocho de ocho[15]. El coronel del Real Cuerpo de Artillería Alexander Dickson pudo contar de este modo con el doble de piezas reunidas por Beresford para el primer cerco. Como el asalto al fuerte de San Cristóbal resultaba prioritario antes de emprender cualquier otra acción, la mayor parte de ellas, doce cañones de veinticuatro pulgadas, cuatro de dieciséis, dos morteros de diez pulgadas y otros cuatro de ocho, fueron inmediatamente emplazadas frente al mismo, mientras el resto fueron llevadas a las Batuecas, en el margen izquierdo del Guadiana, para hacer lo propio contra la alcazaba[16].

Las operaciones contra esta fueron encomendadas al capitán John Fox Burgoyne, mientras que el capitán John Squire se encargó de dirigir el ataque al fuerte de San Cristóbal, coordinados y supervisados ambos por el teniente coronel Richard Fletcher, comandante del Real Cuerpo de Ingenieros del Ejército del vizconde de Wellington. Al amanecer del 3 de junio la batería de brecha contra San Cristóbal estuvo lista y veinte bocas de fuego hicieron temblar la tierra, aunque, como dejó escrito el soldado William Wheeler: “pronto nos acostumbramos y en los días sucesivos pudimos dormir tan placenteramente como si lo hiciéramos en la cama de nuestro padre[17].  La guarnición del fuerte respondió con tan devastadora descarga que enmudeció por un tiempo los cañones británicos:

Un viejo portugués acababa de llegar al campamento con un carro de municiones tirado por bueyes. No bien hubo depositado su carga en el polvorín, cuando el enemigo nos agració con un proyectil del “Big Tom”, que es el nombre que le hemos dado a uno de sus descomunales morteros. Cuando miré en la dirección que había estallado, a pocos pies de los bueyes, pude observar los restos de los animales desmembrados junto al carro y, cuando la nube de polvo y humo se hubo disipado, vimos al viejo, que había escapado milagrosamente, corriendo en la distancia como un gamo[18].

El 5 de junio comenzó a caer parte de la camisa del muro del baluarte y del flanco derecho del fuerte, donde el parapeto se había desplomado, mientras la batería dirigida contra la alcazaba conseguía también derrumbar el revestimiento del muro. Sin embargo, ni en uno ni otro caso las murallas perdieron su aplomo, puesto que la tierra era aún lo suficientemente compacta para impedir que se formara una rampa practicable. Durante la noche, los zapadores franceses desescombraban los fosos y las escarpas al pie de las brechas, mientras que el capitán Chauvin, el oficial al mando de la compañía de granaderos del 88º Regimiento de Infantería de Línea que defendía el fuerte, mandó reconstruir el parapeto derribado con fajinas, sacos terreros y fardos de lana. Además, los hombres fueron armados con tres fusiles cada uno y dispusieron bombas de catorce pulgadas para que fueran arrojadas a los fosos cuando sucediera el ataque[19].

El 6 de junio, las baterías dirigidas contra el castillo abrieron finalmente una brecha en sus muros y, aunque por el momento era tan sólo practicable para un grupo reducido de hombres, los progresos de los trabajos hacían suponer la inminencia de un asalto al reducto. Sin embargo, éste no era factible mientras la obra exterior que lo dominaba, el fuerte de San Cristóbal, continuara en poder de los franceses[20]. Pero, pese a las reticencias del experimentado teniente coronel Fletcher, el vizconde de Wellington prefirió fiar la opinión del teniente William Forster, perteneciente a la tercera brigada de ingenieros que operaba contra el castillo, y dispuso las órdenes oportunas para ejecutar un asalto la noche del 6 al 7 de junio[21].

El teniente coronel Mackintosh, del 85º Ligero, fue designado para dirigir a 155 hombres, en su mayor parte granaderos de las compañías del 85º y del 51ºLigeros, a los que se unieron voluntarios del batallón del Ducado de Brunswick, de los Chasseurs Britanniques y del 17º Regimiento portugués[22]. La avanzada, que portaba dos de las doce escalas que debían encumbrar al destacamento de asalto sobre los muros del fuerte, era conducida por el teniente de ingenieros William Forster, mientras un forlorn hope dirigido por el alférez Dyas trataría de ganar la gola y alcanzar la brecha para cubrir el ataque. Forlorn hope, que podría ser traducido como vana esperanza, es la expresión utilizada para describir al grupo de asalto, apenas una docena de soldados, que se presentaban voluntarios para cubrir las posiciones más expuestas a cambio de promociones, en el caso de los oficiales, o recompensas en metálico. Parece ser que el término acabó siendo acuñado en la Guerra de los Treinta Años y derivaría del alemán verlorene Haufen, tropa perdida, así como de su equivalente en francés enfants perdus, aludiendo de este modo a las escasas esperanzas que albergaban aquellos hombres de sobrevivir a la acción.

A media noche, el forlorn hope dirigido por Dyas abandonó las trincheras y avanzó sin oposición sobre el glacis. Las empalizadas habían sido derribadas por el fuego de la artillería y la contraescarpa tampoco representó ningún problema, pues en este punto sólo alcanzaba el metro de altura, pero al llegar al pie de la brecha la encontraron impracticable y erizada de todo tipo de obstáculos. Entonces, los franceses asomaron sobre el parapeto y descargó un intenso fuego sobre el resto del destacamento, que había seguido a la partida de Dyas en su descenso al foso. El teniente Forster fue alcanzado por un disparo en el vientre y cayó fulminado, mientras los granaderos franceses, “sin inmutarse, recibieron a los asaltantes a pie firme, arrojándolos sobre los escombros; al mismo tiempo, bombas y granadas, lanzadas por artilleros y zapadores, estallaban y llevaban la muerte en medio de los grupos que se encontraban al pie de la brecha”[23].

Ciento ochenta hombres quedaron atrapados en la estrechez del foso, mientras el pelotón que portaba las escalas era incapaz de fijarlas contra el muro. Y cuando alguna consiguió ser finalmente apoyada, se descubrió que eran demasiado cortas. Entonces, el teniente coronel Mackintosh ordenó la retirada de los pocos hombres que aún quedaban ilesos. En escasos quince minutos, más de la mitad del destacamento había sucumbido en los fosos: el 51º Ligero perdió cuarenta y dos hombres, el 85º a ocho, los portugueses tuvieron treinta y siete bajas, y los mercenarios de los batallones extranjeros siete[24].

El alférez Dyas no se encontraba en la lista de bajas, pero en el campamento nadie sabía dar respuesta sobre su paradero. Hasta que, unas horas más tarde y como un espectro, apareció indemne ante los atónitos ojos de los oficiales. El teniente William Grattan, dejó escrita la escena:

“Como suele suceder en estos casos, la mayoría de los que tomaron parte en el asalto creían haber sido el último hombre en abandonar el foso, por lo que todos tuvieron por muerto al alférez Joseph Dyas. El teniente coronel Mackintosh se encontraba reunido en su tienda con algunos oficiales, lamentando el asalto y la pérdida, entre otros, del alférez, cuando éste apareció milagrosamente ante ellos, no sólo vivo, sino ileso. Este bravo oficial, tras haber perdido la mayor parte de sus hombres, encontrándose sin el apoyo del destacamento, permaneció inerte en el foso hasta que escuchó que el enemigo salía por una poterna[25].

El teniente general Houston le hizo llamar a su tienda, donde el capitán Squire le preguntó sobre la altura de la escarpa, pues los ingenieros habían construido escalas de seis metros pensado que esta era de unos cuatro metros y medio. El alférez Dyas respondió que, aun teniendo en cuenta los cascotes caídos en el foso, la altura era bastante mayor y, ante las dudas del Cuerpo de Ingenieros poniendo en evidencia la escasa experiencia de aquel joven de veinte años, en ese momento se ofreció de nuevo voluntario para liderar el próximo ataque[26]. En cualquier caso, la respuesta de Dyas debió convencer al teniente general Houston escribió al vizconde de Wellington para informarle que el asalto no era aún factible, a la vez que ordenaba que las baterías redoblaran sus fuegos contra San Cristóbal.

La noche siguiente Dyas fue enviado a reconocer el camino cubierto que unía el hornabeque de la cabeza de puente con el fuerte, a través del cual la guarnición recibía refuerzos continuamente. Salió de las trincheras al frente de quince hombres y permaneció toda la noche vigilando, pero al llegar el día aún no habían recibido la orden de regresar y corrían peligro de ser descubiertos desde la enfilada del fuerte. Entonces ordenó a sus hombres que se tumbaran boca abajo, ya que temía que en cualquier momento fueran descubiertos y el enemigo avanzara sobre ellos. Luego, sin dejarse intimidar por aquella peligrosa situación, envió a un fusilero de confianza para que regresase a trincheras e informase al oficial al mando:

“Ahora presta atención”, dijo Dyas, “si tenemos que volver, levanta la gorra sobre tu fusil por encima de la batería nº. 1. Si tenemos que quedarnos aquí ¿sabes cuál es tu deber?»  “Por J_ (sic) y por su Honor, lo haré.  Si la orden es de volver, estaré de regreso con usted en cinco minutos, vivo o muerto», respondió el pobre hombre, que era  irlandés. «Haz lo que te ordeno», dijo Dyas, «no tenemos un momento que perder». Pocos minutos después (demasiado tiempo en tales circunstancias), cuando el otro le hizo la señal acordada, Dyas dirigió unas pocas palabras a sus soldados, les dijo que sus vidas dependían de que siguieran estrictamente a sus órdenes. Luego los envió individualmente a diferentes partes de las líneas y, por singular que parezca, aunque ya era completamente de día, ninguno de aquellos hombres resultó herido. ¡Qué buen tipo a la cabeza de un regimiento sería este Dyas!”[27].

Como quiera que entre tanto los cañones habían terminado su trabajo, el vizconde de Wellington dictó una nueva orden de ataque para ejecutar el asalto, la noche del 9 al 10 de junio. En esta ocasión el destacamento quedó al mando del comandante McGeechy del 17º Regimiento portugués, que logró reclutar cerca de cuatrocientos hombres para esta misión. La mitad de ellos se integraron en el grupo de asalto, que quedó dividido a su vez en dos compañías de granaderos, mientras el resto, unos doscientos hombres, debían cubrir el ataque con una pantalla de fusilería. El asalto estaría guiado por el teniente de ingenieros Hunt, que aportó dieciséis escalas de algo más de nueve metros, una longitud que se consideró más que suficiente para superar en esta ocasión la altura del muro[28].

Como había adelantado, el alférez Joseph Dyas se presentó en la tienda del general Houston para dirigir el forlorn hope: “No, usted ya tuvo suficiente”, dijo este “y no sería justo que volviera a llevarse la peor parte de esta empresa”. Pero Dyas se mantuvo firme y respondió: “¿Por qué, mi general? Parece que aún persisten dudas sobre la acción de la otra noche y, aunque pienso que la brecha sigue sin ser practicable, le ruego que me permita dirigir el forlorn hope. Espero que no rechace mi petición, porque mientras siga con vida, si ordena asaltar el fuerte cuarenta veces, estoy decido a liderarlo otras tantas[29].

Así fue como, a las diez de la noche, Dyas salía de las trincheras liderando de nuevo el forlorn hope, mientras otros doscientos hombres les secundaban. No habían logrado alcanzar el glacis cuando fueron descubiertos por la guarnición del fuerte, integrada en esta ocasión por las dos compañías de élite del 21º regimiento ligero al mando del capitán Joudiou, que les recibieron con regocijo invitándoles a avanzar[30]. El teniente Hunt y el comandante MacGeechy fueron alcanzados por sendos proyectiles y el destacamento saltó al foso desorientado y sin mandos. Desde lo alto, los franceses disparaban a discreción arrojando todo tipo de artefactos incendiarios sobre la avanzada, que no lograba fijar sus escalas. Y, como preludio del desastre que anunciaba la caótica situación, el segundo destacamento alcanzó la estacada precedido por un pelotón de Chasseurs Britanniques con diez escalas, que tras arrojarlas al foso sin miramientos, “cayeron sobre ellas y quedaron rápidamente inmovilizadas, puesto que al fabricarlas de madera aún verde y pesada, resulta casi imposible moverlas, y mucho menos colocarlas verticalmente contra la escarpa, por lo que casi todo el destacamento fue masacrados en el intento”[31].

 

Lám 3. Medalla de servicios generales de Joseph Dyas. Anverso: VICTORIA REGINA, 1848 Barras: Fuentes D’Onor, Salamanca, Vittoria, Pyrenees.

Lám 4.  J.DYAS, LIEUT 51st  FOOT.

Lám 5. Medalla de Waterloo emitida en 1816, con la misma inscripción en el borde.

 

El foso acabó cubierto con la sangre de aquellas decenas de hombres abandonados a su suerte, hasta que poco después, “como si el enemigo se hubiera cansado de tirar contra nosotros, la descarga cesó. Entonces el enemigo comenzó a salir al foso por la poterna y el teniente Westropp llegó corriendo desde el flanco oeste del fuerte ordenando la retirada. Empezamos a escalar la contraescarpa cuando el pobre Westropp, que estaba ayudando a subir a un herido, recibió un disparo mortal justo en el momento en que el otro había logrado ascender. Pude ver al alférez Dyas llamando a los hombres para volver a las trincheras y retirarse hasta el punto de reunión.  Sin embargo, alcancé el glacis alejado de mis camaradas del grupo de asalto y la fatalidad se presentó ante mí a punto de casi ser hecho prisionero. A otros ocho o nueve que también quedaron aislados, el enemigo los llevó cautivos al Fuerte. Pero afortunadamente mi caso terminó bien. Me arrojé junto a un hombre que había recibido un disparo en la cabeza y embadurné mi macuto blanco con su sangre. Justo cuando había terminado de hacer esto, un francés me ordenó levantarme y entrar en el Fuerte. Pero al observar la sangre, creyó que me encontraba gravemente herido en la cadera y me dejó, no sin antes hurgar en mis bolsillos y quitarme la camisa, las botas y las medias. Pero aparte de esto, salí ileso y en un estado de saludable entereza como nunca en mi vida”[32].

El soldado Wheeler, que describió de este modo la escena, consiguió alcanzar el campamento al tiempo que el alférez Dyas. No era difícil distinguir las dos decenas de hombres que habían conseguido sobrevivir al segundo asalto: chacós, mochilas, correajes, fusiles y demás equipamientos se encontraban atravesados por proyectiles que, milagrosamente, no lograron impactar en sus propietarios. Dyas estaba allí de pie, “sin cubrir, con el sable en la mano, pues había perdido la vaina, y con las vuelta de su casaca perforadas de disparos”[33]. Había resultado herido en la descarga en la que murieron Hunt y MacGeechy pero, tras caer de frente, pudo incorporarse rápidamente para reunir los pocos hombres que le rodeaban y ponerlos a seguro. El episodio fue narrado por William Grattan, para quien aquel esfuerzo resultó finalmente inútil:

“Puesto que en contra de su voluntad, hubo de abandonar finalmente la empresa en la que había arriesgado por segunda vez la vida. Al igual que en la primera ocasión, fue el último en abandonar el foso y alcanzar con enorme dificultad nuestras líneas, escapando de un modo singular: se asió a una de las escalas que había quedado encajada entre las empalizadas, colgando de la contraescarpa, para impulsarse y caer a plomo sobre el glacis. Los franceses que disparaban desde el parapeto, viéndolo inerte gritaron: «está muerto, es el último”. Dyas permaneció completamente inmóvil durante un tiempo y, cuando escuchó que la guarnición regresaba al Fuerte, se incorporó y corrió hasta la seguridad de nuestras baterías. Tan sólo él y otros diecinueve sobrevivieron al destacamento de asalto formado por doscientos hombres[34].

En el parte oficial de bajas publicado en el London Gazette, de 6 de julio de 1811, se relacionaban un total de 323 hombres, entre muertos y heridos, sin contar las decenas de prisioneros que fueron hechos por los franceses[35]. La unidad del alférez Dyas resultó especialmente afectada. El 51º Ligero perdió más de la mitad de sus efectivos. El teniente Westropp, dos sargentos y ciento treinta soldados, se encontraban entre los muertos, mientras que el capitán Smillie, los tenientes Beardsley y Hicks, diecisiete sargentos y ciento cincuenta y cuatro soldados, resultaron heridos de diversa consideración. Además, en los días previos a los asaltos, el regimiento perdió otros treinta y cuatro hombres en las trincheras[36]: el coronel Mainwaring había sido gravemente herido al inicio del cerco, por lo que el teniente coronel Samuel Rice asumió el mando. En su diario, el 16 de junio de 1811, dejó escrito que:

“Hemos sido cruelmente hostigados día y noche, al descubierto y expuestos al sol abrasador. Nuestro regimiento ha sufrido lo indecible en los dos intentos fallidos por asaltar el fuerte y tenemos más de trescientos hombres muertos o heridos, entre ellos varios oficiales. Yo escapé milagrosamente del fuego más incesante que he recibido en mi vida. Escribo desde el suelo desnudo que ha sido mi morada durante el último mes. El coronel Mainwaring está enfermo y comando el regimiento, reducido ahora a 300 hombres. ¡Pagamos un excesivo precio por honor y gloria![37].

El 10 de junio cesaron las hostilidades y un oficial británico se acercó hasta la cabeza de puente con una carta dirigida al gobernador: “Señor General: mucho deseo que los heridos que restan bajo el fuego y en los fosos del fuerte de San Cristóbal sean cuidados. Espero que permitiréis que los recoja del lugar donde están y los acerque a un punto, entre nuestras avanzadas y el fuerte, desde donde podamos transportarlos. Me atrevo a solicitar el cadáver del comandante MacGeechy, muerto anoche, junto a los cuerpos de los otros dos oficiales, con la finalidad de hacerlos enterrar con los honores que merecen[38].

Los británicos recogieron las decenas de muertos y heridos que cubrían las laderas de Santa Engracia y comenzaron a levantar el cerco. Entre el 12 y el 13 de junio las baterías fueron desmontadas y las milicias portuguesas llevaron los cañones de regreso a Elvas, seguidas de los restos de la III y VII División. El miércoles 20 de junio de 1811, los mariscales Soult y Marmont entraron en Badajoz con todas las campanas repicando sin cesar. La guarnición formó en el campo de San Juan ante el comandante del Ejército del Mediodía, que repartió prebendas y elogió a las tropas: “Habéis rivalizado todos en celo, actividad y valor ¡Os habéis mostrado como auténticos franceses!”[39].

A veinticinco kilómetros de allí, en la Quinta de San Juan, en la freguesia de San Vicente y Ventosa donde había establecido su cuartel general, el vizconde de Wellington destacó también la conducta de los suyos, poniendo como ejemplo la conducta del alférez Joseph Dyas. Por su acción al frente del forlorn hope en el primer asalto fue promovido a teniente, con efectos casi inmediatos y ocupando la vacante de Westropp en su mismo regimiento a partir del 11 de julio de 1811. Según una nota manuscrita que poseo y en la que no consta el nombre del autor, el vizconde de Wellington le ofreció una plaza de teniente en otro regimiento, pero Dyas no quiso abandonar a sus compañeros y permaneció en el 51º Ligero. También lo afirma el soldado William Wheeler en sus cartas, aunque parece poco probable, puesto que Dyas sabía que iba a ser promocionado automáticamente a costa de la desgraciada muerte de Westropp. Pero hay otra razón para dudar de su veracidad, puesto que John Cowell-Stepney, por entonces teniente en los Coldstream Guards que comandaba su padre, afirmaba precisamente que:

“Resulta curioso que Lord Wellington, que continuó al mando del Ejército durante tanto tiempo y con un éxito tan brillante, ni siquiera tenía poder para nombrar a un cabo. Podía recomendar la promoción de oficiales distinguidos, pero eso no siempre se cumplía.. Un ejemplo de esto, me temo que no el único, fue el del alférez Dyas del 51º Ligero, que se ofreció voluntario en dos ocasiones para dirigir los grupos de asalto contra San Cristóbal, durante el segundo Sitio de Badajoz en 1811. Su nombre fue mencionado en despachos y Lord Wellington lo recomendó para el ascenso. Sin embargo, nunca lo obtuvo hasta mucho después de regresar de la Guerra de Peninsular en 1814, y ocurrió tan solo por un encuentro accidental con una persona influyente (el difunto Sir Frederick Ponsonby), que una vez más recabó la atención de sus méritos ante The Horse Guards. Además de negligencia o el olvido, existía cierta animosidad sobre las recomendaciones en la que interfería el patrocinio de las élites”[40].

En mi opinión esta es la clave para entender las sucesivas demoras en la promoción de Dyas. Las justificaciones, como su negativa a ocupar la plaza de teniente en otro regimiento o la capitanía diferida que se le otorgó por liderar el segundo asalto, cuyo grado no se haría efectivo hasta muchos años más tarde, encubrían la vergonzosa realidad que se atrevió a denunciar Cowell-Stepney. El menosprecio del papel protagonizado por Dyas en el segundo cerco de Badajoz se reveló inconsistente, a la luz de los múltiples combates en los que destacaría con posterioridad, como Ciudad Rodrigo, Salamanca y Burgos en 1812, Vitoria y Pirineos en 1813 y Waterlooo en 1815, donde participó aún como teniente en la compañía del capitán Edward Frederick. Una vez finalizadas las guerras napoleónicas, regresó a Irlanda[41]. El 7 de enero de 1822 comenzó a vivir en Kilcullen, condado de Kildare, y desposó a Elizabeth Ridgeway, con quien tuvo dos hijos, Joseph Henry y Eliza, antes de que ella falleciera de tuberculosis cinco años más tarde. En 1836 llegó a Ballymena, condado de Antrim, donde ejercería como magistrado residente del condado de Antrim. El 22 de noviembre de 1836 contrajo segundas nupcias con Mary Bayley, con quien tuvo otros dos hijos, Richard y James. Ella murió en 1847 y Joseph tres años más tarde, el 26 de abril de 1850. Fue enterrado en el cementerio de San Patricio donde, en el año 2015, un grupo de recreadores del 51º Ligero le realizó un homenaje.

Hoy, a la luz de los numerosos documentos que lo demuestran, resulta incuestionable afirmar que Joseph Dyas fue un héroe de la Guerra de la Independencia, además de una leyenda viva en la memoria del 51º Ligero. En el historial del regimiento publicado en 1870 constaban ya referencias al “Dyas y los Stormers”, en alusión al grupo de asalto que lideró durante el segundo sitio de Badajoz de 1811[42], como título del brindis que era propuesto en su honor en las ocasiones más solemnes. El comandante del cuerpo brindaba y el resto de oficiales le secundaban, alzando sus copas para beber después en silencio. La tradición fue rescatada en 1908, por lo que desde entonces el nombre de Dyas ha estado invariablemente presentes en todas y cada una de las celebraciones del 51º Ligero[43]. Precisamente, el propósito de este trabajo es dejar constancia de ello y rescatar del olvido la figura de un personaje clave en los hechos que se desarrollaron en Extremadura durante la Guerra de la Independencia.

 

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WHEATER, William. A Record of the Services of the Fifty-First (Second West York), the King’s Own Light Infantry Regiment. Longmans. Londres, 1870.

 

 

[1] Diario HOY, de 30 de mayo de 2016. https://www.hoy.es/badajoz/201605/30/historia-badajoz-llega-tasmania-20160530003511-v.html?ref=https%3A%2F%2Fwww.google.com%2F

[2] Diario HOY, de 27 de marzo de 2022. https://www.hoy.es/badajoz/venido-conocer-murallas-20220327214400-nt.html

[3] La entrada fue publicada en Facebook, con una sucinta referencia y vídeo del acto realizado en el cementerio de Ballymena: https://www.northernirelandworld.com/news/video-war-hero-honoured-in-ballymena-2234789

[4] Tim Dyas asegura que nunca estuvo en La India tomando como base las cartas de William Wheeler, según el cual Joseph Dyas se fue del 51º Ligero en agosto de 1821 y se casó en Dunlavin el 7 de enero de 1822. También afirma el Duque de York le concedió dos años de permiso, por lo que es casi seguro que nunca estuvo en el Regimiento de Ceilán. COLBURN, Henry (Edit). Colburn’s United Service Magazine, and Naval and Military Journal. Vol. I. Hurst and Blackett. Londres, 1869; pág. 235.

[5] MARABEL MATOS, Jacinto J. “Los veintitrés hijos de Joseph Dyas o el malogrado asalto al fuerte de San Cristóbal de Badajoz, en 1811”. Boletín de la Real Academia de Extremadura de las Artes y las Letras. Tomo XXIII. Trujillo, 2015; Damnatio Memoriae. Breve historia de los españoles, alemanes y portugueses relegados en el cerco que los aliados pusieron a Badajoz en 1812. Tres pies. Badajoz, 2017; “El español que venció a Wellington”. Revista de Estudios Extremeños. Volumen LXXVI, nº 3. Diputación de Badajoz, 2020; “La artillería juramentada en los sitios británicos de Badajoz”. Revista de Historia Militar, nº 129. Ministerio de Defensa. Madrid, 2021; Campaña de 1811 en Extremadura. Editorial Almena. Madrid, 2022.

[6] FERNÁNDEZ DURO, Cesáreo. “Carta de uno que fue en la Armada de Inglaterra y cuenta la jornada”. La Armada Invencible. Real Academia de la Historia. Madrid, 1885.

[7] CARTER, Lucas (Edit.) History of Medicine and Surgery and Physicians and Surgeons of Chicago. The Biographical Publishing Corporation. Chicago, 1922; págs. 30 y 31.

[8] CUTLER, H.G. (Edit.) Woman’s Medical School. Northwestern University. Cutler. Chicago, 1896; págs. 70 y 71. ATKINSON, William. Physicians and Surgeons of the United Estates. Charles Robson, Filadelfia, 1878; pág. 612.

[9] STONE, Richard French. Biography of Eminent American Physicians and Surgeons. Hollenbeck. Indianapolis, 1898; págs. 160 y 161.

 

[10] The Bugle, de junio de 1927.

[11] El Wellington College fue fundado en 1859 en honor a Arthur Wellesley, duque de Wellington, comandante en jefe del Ejército, líder de los Tory y Primer Ministro en varias etapas desde 1828, fallecido siete años atrás. Mi abuelo Jimmy, James Ridgeway Dyas, había sido alumno en 1875. Se trata de un internado donde los colegiales permanecen durante ocho meses al año. No forma parte del sistema educativo estatal y, aunque nominalmente ostenta el título de escuela pública, resulta enteramente privada y elitista.

[12] LIDDELL HART, Basil Henry. The Letters of private Wheeler. Michael Joseph Ltd. Gloucestershire, 1951; pág.60.

[13] Literalmente “The Mongrel”. OMAN, Charles. Wellington’s Army. Edward Arnold, Edit. Londres, 1913; pág.171.

[14] Ibid; pág. 187

[15] OMAN. C. A History of Penisular War. Vol. III. Claredon Press. Oxford, 1923; pág.275.

[16] Además, otras cuatro piezas de veinticuatro quedaron en reserva para formar la batería de brecha contra el Fuerte. Con esto, la artillería dirigida contra el reducto del castillo quedara reducido a catorce piezas de veinticuatro, cuatro morteros de ocho pulgadas y dos de diez.  JONES, John Thomas. Journals of sieges carried on by the army under the duke of Wellington, in Spain, between the years 1811 and 1814. Egerton. Londres, 1827; pág. 39.

[17] LIDDELL HART, B. H. The Letters…, ob.cit.; pág..59.

[18] Durante los dos primeros días el conjunto de baterías de la Plaza realizó más de tres mil descargas. El apodo del mortero al que hace referencia William Wheeler tiene su origen en el estruendoso repique de “Great Tom”, la gigantesca campana de la torre central de la catedral de Lincoln, que dispone en ese mismo reducto de otras cuatro y cuenta con un total de veinte, incluidas las dispuestas en ambas torres de la fachada principal. Ibid.; p.59.

[19] LAMARE, Jean-Baptiste Hippolyte. Relation des sièges et défenses d’Olivença, de Badajoz et de Campo-Mayor, en 1811 et 1812, par les troupes françaises de l’armée du Midi en Espagne, par le colonel L***. Anselin y Pochard. Paris, 1837; pág. 143.

[20] JONES, J.T. Journal of Sieges…, ob. cit.; pág. 84.

[21] JONES, J.T. Journal of Sieges…, ob. cit.; pág. 62.

[22] OMAN, C. A History…, ob. cit.; págs. 424-425.

[23] LAMARE, J-B. H. Relation des Sièges…, ob.cit; pág. 143.

[24] OMAN. C. A History…, ob.cit.; pág. 425.

[25] GRATTAN, William. “Reminiscences of a Subaltern”. The United Service Journal and Naval and Military Magazine. Volumen I. Londres, 1831; p. 332.

[26] Ibid; p.335.

[27] GRATTAN, W. ob.cit; pág. 337.

[28] Las órdenes de este segundo asalto fueron recogidas por JONES, J.T. Journal of Sieges…, ob.cit.; págs. 72-74.

[29] GRATTAN, W. Reminiscences…, ob. cit.; pág. 335.

[30] JONES, J.T. Journal of Sieges…, ob. cit.; pág. 76.

[31] GRATTAN, W. Reminiscences…, ob. cit.; pág.336.

[32] LIDDELL HART, B.H. The Letters…, ob. cit.; págs. 62-63.

[33] Ibid.; p. 64.

[34] El teniente William Grattan aseguró que alférez Dyas fue herido en la frente en el momento de producirse la primera descarga por un pequeño proyectil (“pellet”), un ingenio utilizado por los franceses consistente en cuatro finas láminas de madera de siete centímetros de largo unidas en la cabeza por una bala de mosquete, tras los impactos, la madera se abría al impactar contra el objetivo provocando lesiones de consideración. GRATTAN, W. Reminiscences…, Ob. cit.; pág. 334.

[35] El parte oficial de bajas contabilizó un total de 475, a las que habría que restar 152. entre muertos, heridos y desaparecidos, correspondiente a las operaciones de sitio realizadas entre el 30 de mayo y el 5 de junio de 1811. Vid. London Gazzete, de 6 de julio de 1811.

[36] LIDDELL HART, B.H. The Letters…, ob. cit.; pág. 65.

[37] MOCKLER-FERRYMAN, Augustus Ferryman. The Life of a Regimental Officer during the Great War, 1793-1815. Londres, 1913; págs.. 160-161. El coronel Mainwaring regresó inválido a Gran Bretaña, donde fue nombrado comandante de la guarnición de Hilsea, cerca de Portsmouth, alcanzó el grado de teniente general en 1837 y murió cinco años más tarde.

[38]  LAMARE, J-B. H. Relation des Sièges…, ob.cit; cit.; págs. 150-151.

[39] LAMARE, J-B. H. Relation des Sièges…, ob.cit; pág. 157

[40] COWELL-STEPNEY, John. Random “Recollections of Campaign under the Duke of Wellington”. Bentley’s Miscellany. Vol. XXXIII. Richard Bentley. Londres, 1853; pág. 339.

[41] Parece ser que Joseph Dyas no insistió en formalizar el grado de capitán, por lo que no fue hasta 1821, diez años después del reconocimiento expreso de Wellington cuando el coronel Gurwood, que por entonces se encontraba recopilando los oficios del Duque, reparó en ello y elevó la propuesta a Henry Torrens, quien en la inspección al regimiento ascendió a Dyas a capitán, quien se retornó entonces con media paga de la que le hubiera correspondido a su localidad natal. WHEATER, William. A Record of the Services of the Fifty-First (Second West York), the King’s Own Light Infantry Regiment. Longmans. Londres, 1870; pág. 79.

[42]Dicha referencia se apoyaba en un Colburn’s de 1850 que no hemos podido encontrar, por lo que la tradición probablemente resulte muy anterior. Ibid; pág. 219

[43] The Bugle, junio de 1929.

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