Roberto C. Montañés Pereira.
Licenciado en Geografía e Historia
1.- Introducción
Siempre que se evoca la comarca hurdana indefectiblemente aflora, como simple acto reflejo, la impresión paradigmática de miseria y pobreza extrema que la llevó al dudoso honor de ser considerada como “baldón de España” gracias a los inmensos ríos de tinta obra de cronistas, viajeros, científicos o simples curiosos que caminaron por sus valles angostos y percibieron su terrible miseria, personajes que sirvieron de estímulo para aquellos otros que desde los diarios nacionales se apuntaron a la moda de glosar las penalidades infrahumanas de Las Hurdes en la que, en no pocas ocasiones, daban cabida a sus propias aspiraciones novelescas. Y es que en el tratamiento del tema, ya sea desde un punto de vista periodístico, cientifista o simplemente moralista nos encontramos con perfiles difusos, una carga legendaria de tal calibre que uno tiene la impresión de perderse en un laberinto de impresiones confusas que lo sitúan entre el mito y la realidad positiva.
La presente comunicación tiene como modesto fin apuntar las claves que permitan desentrañar, tarea ciertamente compleja, las verdaderas intencionalidades que subyacen en los casos que se citan a la par de abordar de manera desapasionada las verdades históricas de tales asertos que consagraron más que configuraron la denominada ignominiosamente “leyenda negra” de las Hurdes.
2.- La “leyenda negra” de las Hurdes. ¿Mito o realidad?
Una leve mirada a la profusa bibliografía que versa sobre esta remota región norextremeña basta para comprobar la variedad de juicios y amplitud de comentarios de mas variopinto origen que de han vertido desde dispares campos de análisis. Y es que de Las Hurdes se ha dicho casi todo y desde todas las ópticas interpretativas. Desde posiciones nada fundadas, desde la más estricta fabulación teñida de un cientifismo vano se han formulado numerosas teorías para explicar el estado misérrimo de absoluto abandono e incomunicabilidad de la zona imprimiéndole su caracterización, su terrible losa de atraso y pobreza.
Estos exegetas del “infierno hurdano” partieron forzosamente de unas fuentes primarias, de todo un legado de comentarios rescatados del ámbito literario fundamentalmente que el uso frecuente y el otorgado valor testimonial transformaron en auténticos actos de fe.
Entre los primeros testimonios que mencionan las particularidades de esta zona incivilizada contamos con la obra de Alonso Sánchez “De Rebus hispaniae”, en la que ya se define el área de los valles de la Jurdes y las Batuecas como un ejemplo de abandono cultural, como un núcleo aislado de la civilización circundante, cuyos moradores, en un estado de salvajismo atroz tan sólo se alimentaban de bellotas. Parecidos caracteres se desprenden de la obra del genial dramaturgo Lope de Vega en su obra “Las Batuecas del duque de Alba” impresa en 1633.
Estos y otros escritos comienzan a configurar y por ende a difundir una imagen siniestra y misteriosa de las gentes hurdanas y de su comarca en sí como un islote arcaico y precultural poblado de seres extraños y en el que se dan cabida toda suerte de prácticas heterodoxas.
Numerosos intereses de carácter socioeconómico e institucional (el dominio feudal ejercido por el municipio de La Alberca, que alimentó todas estas leyendas para favorecer el hermetismo de la zona y continuar la explotación de sus escasos recursos apuntalando con ello la dominación de sus habitantes) fraguaron en el imaginario colectivo de la época una concepción mítica de la zona alejada de los patrones y los cauces formales de progreso social y material. En este sentido se insistía en que las Hurdes conocían un desarrollo histórico desigual (se argumentaba el estado de aislamiento atribuyéndolo a su escasa permeabilidad al trasiego de pueblos y culturas histórica), un tempo de evolución marcadamente pausado que había revertido en sus condiciones espirituales (predominio de la hechicería en sustitución de la cosmovisión religiosa) amén de otras circunstancias, causas y consecuencias a su vez del olvido institucional y del más abyecto abandono moral y material.
Las primeras iniciativas de regeneración de la miseria hurdana y restauradora de la dignidad de sus habitantes corrió a cargo de la Iglesia, para quien el estado de postración intelectual, material y sobre todo espiritual, tendente a la relajación más absoluta suponía una afrenta a la propia identidad nacional y ponía en entredicho el prestigio de las propias autoridades diocesanas. En suma, la institución eclesiástica se erigió en el primer organismo asociativo que se planteó como meta la lucha contra un ejemplo infame de desidia moral y física que diezmaba una población descarriada.
En este sentido destaca la fundación de dos instituciones piadosas: el Convento carmelita de San José del Monte de las Batuecas y el Convento de los Ángeles en las cercanías de Pinofranqueado. Sin embargo, el gran impulso de la labor de apostolado en la zona se debe al Obispo de Coria Juan Porras de Atienza, llamado “Ángel y Apóstol de las Hurdes”, quién encaminó una tarea ardua de construcción de edificios eclesiales y residencias de párrocos encaminados a dotarlos de ministros que bajo su abnegación reparasen el estado lamentable de desamparo espiritual de sus feligreses, acostumbrados durante largos años a la indolencia de un sacerdocio viciado y corrompido[1].
Su estela sería continuada años más tarde por otro ilustre prelado hurdanófilo, el Obispo de Plasencia, Francisco Jarrín, quién acompañado por el deán de la catedral placentina José Polo Benito, patrocinó un nuevo impulso regenerador en la comarca a partir de la fundación de la sociedad La Esperanza de Las Hurdes y de la publicación de la revista Las Hurdes, cuyo primer número apareció en 1904. Dicha publicación se convirtió en un foro de discusión y debate encaminado a plasmar las visiones que cualificados autores tenían sobre el país hurdano así como la centralización todas las iniciativas y llamamientos a la concienciación ciudadana sobre la terrible miseria que azotaba la zona y que no tenía parangón en cualquier país civilizado. Los artículos solían abordar distintos aspectos de la realidad hurdana, fundamentalmente aquellos de tipo etnológico o antropológico además de encauzar las críticas hacia la inacción e indolencia institucional y la dejadez administrativa achacando al caciquismo conservador la falta de resultados prácticos[2].
El siglo XIX es la centuria de la ciencia positiva y en consecuencia, diversas disciplinas científicas (Geografía y Antropología) van a encontrar en Las Hurdes, un filón virgen e inexplorado, como fuente de estudio e investigación, acentuado más si cabe por la aureola legendaria que envolvía la comarca. Estas investigaciones parten de un doble propósito: prospectivo y propedéutico. El primero basado en el estudio de campo, en el conocimiento de sus realidades y por ende en la desarticulación de todo el entramado mitológico que había alimentado la ignorancia y el desconocimiento de sus singularidades. El segundo es una consecuencia directa del objetivo anterior, pues dentro de las tesis productivistas tan en boga en la época que sintetizan conocimiento científico y progreso material se entiende que fruto de los estudios sistemáticos y los dictámenes correspondientes que arrojan luz sobre las oscuridades hurdanas pueden conocerse las causas del atraso y por lo tanto determinar los remedios más eficaces para combatir la enorme bolsa de miseria. Es decir, se parte de la idea de que el conocimiento es fundamental a la hora de revelar la génesis de los males que aquejan a la zona, la causa inmediata de sus problemas y la etiología de sus padecimientos, con lo que se podrían acometer la búsqueda de soluciones que atendieran las necesidades de su población. Francisco Pizarro y Capilla, maestro de Casar de Palomero e Inspector Provincial de Educación en la zona, consciente de la particularidad de Las Hurdes mostraba ya como clave redentora para la comarca un detallado estudio de las causas de semejante abyección humana en los siguientes términos:
“ inspira tal lástima el espectáculo terrible de la miseria en toda su desnudez, que el convencimiento y la compasión mueven y arrastran involuntaria e incontrastablemente el ánimo de la investigación ansiando encontrar el germen del mal para extirparlo y arrojar con sus raíces la savia gangrena que alimenta estas calamidades permanentes, cuyo lúgubre atavío nos sonroja y envilece”[3]
Sin embargo, lejos de lo que cabría esperar, dos de las más importantes aportaciones en este sentido estarán lastradas por visiones inveteradas y hondos prejuicios pasados que lejos de desmentir la imagen anterior la proclaman con más fuerza si cabe, contribuyendo notoriamente a la expansión de la ya conocida como “leyenda negra” de Las Hurdes, divulgando extensamente la visión deshumanizada de la misma que corrió como un reguero de pólvora a finales de la centuria decimonónica.
Nos estamos refiriendo a las realidades descritas por el eminente geógrafo Pascual Madoz en su magna obra “Diccionario Geográfico Estadístico de España”publicado a mediados de siglo y también al conocido antropólogo Pedro González Velasco, encargado de presentar esta estampa sombría a la comunidad científica de la Sociedad Española de Antropología y Etnografía.
Ambos autores van a presentar un cuadro sombrío, casi siniestro, de la comarca, sin advertir algunas tibias mejoras que se habían producido a medida que avanzaba el siglo, es decir sin separar lo contado de lo comprobado.
En definitiva, se va a conformar progresivamente una imagen del habitante jurdano caracterizada por las preconcepciones y prejuicios etnocentristas bajo los ideales de civilización y progreso situando como vértice paradigmático de lo censurable para el hombre moderno la realidad miserable de los pizarrosos valles hurdanos, hermético islote degradado de incivilidad presentando a sus habitantes como un atípico caso de salvajismo degenerado abandonado a su suerte.
Andando el siglo se van a modificar estas visiones apocalípticas que presentaba la comarca hurdana como un caso de irremediable realidad irredenta considerando tan sólo el drama de sus gentes, si bien no de una manera humanizada sino culpando al propio hurdano como responsable de su cotidianidad local. Sirva como ejemplo uno de los casos más conocidos, el de las prácticas de mendicidad que los hurdanos ejercitaban con verdaderos caracteres de profesionalidad dando lugar a la figura del “panaero limosnero”, como se designaba a aquella persona que recorría comarcas vecinas solicitando la caridad en forma de mendrugos de pan, con los que alimentar a los vecinos de las alquerías a su regreso.
Para los comentaristas de la época, lejos de entender esta práctica como una válvula de escape fruto de la hostilidad natural que impide e imposibilita el cultivo de cereales en la zona, se concebía esta dedicación como el summun del estado degenerativo de la población hurdana, como cima de su miseria espiritual, de su vagancia y abulia extrema.
Otro tema objeto de una honda controversia para los moralistas de la época fue la denominada “crianza mercenaria” de los niños expósitos, que procedentes de las inclusas de Plasencia y Ciudad Rodrigo eran enviados en masa a una de las zonas de mayores tasas de mortalidad infantil de toda España. El apremiante estado de necesidad y el ansia imperiosa de estas gentes famélicas por buscar fuentes de ingresos facilitaba la frecuencia y extensión de este oscuro capítulo de la Beneficencia provincial, que entregaba a los denominados “pilos” bajo la responsabilidad de nodrizas hurdanas con escasas posibilidades de éxito en su manutención y que en ocasiones suponía la aparición del terrible dilema moral de elegir el estipendio vital en detrimento del hijo natural.
En cualquier caso y por paradójico que parezca, lejos de plantearse una autocrítica institucional, que no llegará hasta los años 20, cuando esta práctica sea desterrada, la cuestión sirvió a su vez como argumento de la más absoluta reprobación humana para situar en este caso a la mujer hurdana como un ejemplo manifiesto de corrupción espiritual, desidia y marasmo que la conducían por el camino de la inhumanidad más absoluta. En este sentido, se cargan las tintas contra la mujer jurdana: “Mujeres que teniendo en la mano y en abundancia el agua, jamás se peinan ni lavan, mujeres que no cosen ni asean sus viviendas, no merecen el nombre de tales”[4].
Otro tema tremendamente explotado por la bibliografía antropológica fue el de la vivienda hurdana, sorprendiendo sobremanera a todos los observadores de la época las pésimas condiciones higiénicas y estéticas de los reducidos habitáculos pizarrosos en los que además se convivía con los animales criados. Tal visión conmovió hondamente a dos de las figuras más descollantes que investigaron las vicisitudes de esta comarca. J. Bide fue el primero que puso de relieve las deficiencias estructurales de la comarca y las glosó a la comunidad científica a finales del siglo XIX[5]. Ya a comienzos de siglo fue el humanista e hispanista Maurice Legendre el artífice del primer estudio científico y riguroso sobre la zona que tras largos años de permanencia en la región le sirvió para doctorarse en 1927 con el trabajo “Las Jurdes. Etude de Geographie humaine”, trabajo referencial para cualquier aproximación al tema.
3.- Marañón: Apóstol sanitario de Las Hurdes
La situación de abandono y miseria extrema de la comarca hurdana apenas experimentó variaciones sustanciales desde los profundos impulsos que bajo el patrocinio de la institución eclesiástica de Plasencia y los desvelos de su prelado y su deán José Polo Benito tuvieron lugar a principios de siglo y que se resumieron en la fundación de la publicación Las Hurdes, la fundación de la sociedad La Esperanza de la Hurdes y la convocatoria de un Congreso de carácter hurdanófilo en Plasencia en 1908. Todas estas iniciativas, que tenían la doble función de recabar ayudas para la zona y a la vez divulgar sus penalidades para la concienciación ciudadana e institucional, no borraron el cuadro de honda miseria que se desprendía de cualquier evocación de la comarca. Esta fue si cabe más acentuada por ilustres visitantes como Unamuno, fuertemente impresionado ante el aislamiento hurdano durante la visita que en 1914 realizó a la serranía pedregosa de Fragosa.
La publicación de la tesis doctoral del eminente humanista Maurice Legendre en 1927 reactualizó en los círculos académicos el viejo problema de la comarca cacereña y llamó la atención, despertó la curiosidad del Doctor Gregorio Marañón, quien conocedor a través del hispanista francés del estado calamitoso en materia sanitaria y las feroces patologías que diezmaban la zona de Las Hurdes fue conminado por el Ministerio de Gobernación para organizar una comisión médica que procediese a una urgente investigación de campo. Dicha comisión integrada además de por Marañón, por los doctores Goyanes y Bardají, dedicó la Semana Santa de 1922 a realizar un completo itinerario por toda la comarca, desde las suaves pendientes de Las Hurdes Bajas hasta las cresterías macizas de Las Hurdes Altas. Durante el viaje que realizaron en caballerías a estos ilustres urbanitas les conmovió las extremas condiciones de vida y las enormes carencias nutricionales de sus habitantes, causa última del rosario de enfermedades que depauperaban esta área infértil. El resultado y la impresión subsiguiente fue tan escandaloso que se apresuraron a resumir parcialmente sus dictámenes médicos y antropológicos en un Avance de la Memoria sanitaria que estaban preparando y que constituiría la base de la futura intervención en la zona para acometer sin dilación la resolución de sus carencias básicas. El objetivo de dicho Avance no era otro que el de desmentir las numerosas leyendas y exageraciones que circulaban en la prensa raíz de su viaje, determinar las causas científicas de la pobreza y a la vez estimular la intervención de los poderes públicos ante tanta degradación humana que envilece el espíritu y abochorna a cualquier nación civilizada: “Nosotros por el contrario hemos confesado que no hallamos en Las Hurdes ninguno de los elementos legendarios que sirvieron de tema a los cronistas, ni razas distintas, ni seres salvajes y de costumbres extrañas, ni pueblos de liliputienses, sino solo alquerías habitadas por pobres gentes, inteligentes y dulces pero asoladas, ignorantes y sobre todo, temiblemente hambrientas y enfermas de gravedad”[6].
Marañón en su Avance sanitario se muestra dotado de una gran bondad y una gran humanidad a la ahora de abordar el espinoso tema del espantoso estado de miseria colectiva que asola esta comarca. Sus intenciones o mejor dicho estampas curiosas y rico anecdotario que recoge en sus anotaciones manuscritas de letra casi ininteligible por las que fluyen ideas, curiosidades antropológicas y sensaciones cautivadoras amén de sus certeros diagnósticos entroncan claramente con el género de la literatura de viajes y transmiten un encanto que sobrecoge por la fuerza de sus sentencias telegráficas que a modo de pinceladas van conformando el cuadro de paupérrima existencia humana que transmite.
Sobre este esbozo de estampas deshilvanadas que grosso modo titula con el escueto Viaje a Las Hurdes, traza Marañón de manera metódica su Memoria sanitaria en la que transmuta sus impresiones de curioso observador a verdaderas y fundadas valoraciones científicas[7].
De entrada, como premisa axiomática, Marañón se encarga de desmitificar las leyendas y las conjeturas sensacionalistas que se han vertido sobre la zona, declarando como base de su trabajo que pese a todo lo que se ha dicho la miseria colectiva de Las Hurdes, que se concreta en ramales y campos como la incomunicación, la falta absoluta de instrucción , la infecundidad de la tierra, y el abandono religioso-social no son sino manifestaciones profundas y externas de una raíz más profunda y aguda que le conduce a afirmar que el problema jurdano es pura y simplemente un problema sanitario.
Después de caracterizar de manera sintética los rasgos de tipo geográfico y de realizar una breve introducción, se repasan los indicadores numéricos que perfilan los problemas y necesidades de la zona entre los cuales sobresale una tasa de mortalidad escandalosa que induce a pensar en una atención sanitaria tremendamente deficitaria. A continuación se determinan las principales causas de los variados males patógenos que asolan las sierras hurdanas: el paludismo, que reviste los caracteres de verdadero endemismo y la insuficiencia nutritiva, el hambre crónica como principal afección y fuente primaria de la aflicción de sus gentes.
Con respecto al paludismo, destaca su notable extensión que adquiere el carácter de plaga pese a que no se dan las condiciones idóneas para su difusión al no conocer apenas estancamiento de las aguas rápidas. En cambio, parece evidente que el endemismo es fruto de la permanente presencia de gérmenes que encuentran en los ya afectados su matriz incubadora. La virulencia de sus manifestaciones es mayor si cabe debido al absoluto abandono medico y farmacológico pues la quinina es desconocida prácticamente.
El paludismo va a afectar a todos los estratos de población, manifestándose de manera esporádica en forma de accesos febriles en el caso de las personas adultas y provocando cuadros de anemia en la población infantil.
El segundo gran problema es de la alimentación exigua e hipocalórica, que da lugar a una dolencia de carácter endémico, mal de Las Hurdes, o lo que es igual, hambre aguda y que se manifiesta con esporádicos dolores estomacales y pérdida momentánea de conciencia.
El hambre lleva como secuela dramática todo un ramillete de deficiencias fisiológicas y aparición de enfermedades con las que guarda relación. En este sentido, se manifiestan también la anemia y la tuberculosis.
Enfermedades menos frecuentes pero también presentes son el bocio, consecuencia de la escasa mineralización del agua, y en los casos más severos enanismo cretínico en diversos grados, desde estaturas ligeramente inferiores a la media hasta casos extremos de falta de degeneración endocrina que conduce al enanismo e incluso a manifestaciones neuróticas de histerismo.
Sin ser connaturales con la región hurdana, numerosas enfermedades de tipo infecto-contagioso van a encontrar oportunidad de instalarse en la zona a partir solamente del estado de abandono médico y la total ausencia de medidas de tipo preventivo para evitar su aparición. Marañón alude a procesos infecciosos de tipo tifoideos como los más frecuentes.
Después de trazar a grandes rasgos el estado sanitario de la comarca, el trabajo de Marañón incide en perfilar algunos datos e informaciones de tipo antropológico a partir de su propio valor testimonial y de las fuentes que ha consultado. En este sentido no puede sustraerse a hacer mención del conocido fenómeno de la “crianza mercenaria”, condenando tal práctica como “baldón infame de nuestra beneficencia”[8], explicando la mecánica de tales negocios de dudosa licitud ética si bien reconoce el aporte de sangre nueva que combate los funestos efectos de una endogamia abrumadora y peligrosa para la salud. También retrata las dificultades que existen de cara al traslado de los cadáveres para ser enterrados ya que existen tan sólo cementerios en las cabezas municipales, motivando la persistencia y prodigalidad de los cadáveres insepultos ante un tormentoso trayecto fúnebre que se dificulta todavía más durante los rigores invernales.
En este repaso por las costumbres populares y los caracteres de tipo antropológico, se refiere a la alimentación hurdana, a la vida sexual de la mujer, el estado de las viviendas y finalmente a los rasgos morales que caracterizan la comarca.
Sobre estos últimos aspectos, excesivamente comentados y manidos por los estudios sociológicos que se venían realizando desde fines del siglo XIX, Marañón apenas se detiene, pero además tenemos que argüir otra razón y es el enojo que parece sentir fruto de la mirada bondadosa y humana que hace en torno a sus gentes, consciente de lo delicado de los temas y de las repercusiones nocivas que para la dignidad de los hurdanos puede constituir un tratamiento de interesada morbosidad ante el mismo, como exhiben los columnistas desde la tribuna periodística, los corifeos del “salvajismo hurdano”.
En cualquier caso, su inclinación científica le impide negar una verdad positiva como la relajación de las costumbres morales que se detectan y que no trata de ocultar, sino más bien de minusvalorar justificándolas como fruto lógico de otras carencias más elementales para la propia supervivencia: “Pero, contemplando aquellas viviendas y aquella pobreza inconcebible, se comprende que ciertas normas éticas que parecen fundamentales en la vida espiritual de los pueblos han de ser allí lujos exquisitos que no hay derecho alguno de exigir”[9].
En suma, la aportación de Marañón al conocimiento de la realidad hurdana va a tener un inestimable valor pero sobre todo tiene la virtud de volver a situar el problema de la incivilidad de los pueblos y más aún de la integración de comunidades arcaizadas en el disparadero institucional, llamando la atención hacia situaciones de insostenible continuidad y de infame consentimiento, reclamando en consecuencia medidas urgentes que pongan fin a un estado de lucha y desesperanza secular por salir de una condenación miserable, la cárcel existencial de unas gentes cuya grandeza reside en su obstinación por salvar las adversidades de un entorno hostil.
En este sentido, tenemos que entender la exploración científica de Marañón como la antesala y el antecedente inmediato de una visita de mayor enjundia e importancia, la de Alfonso XIII, tan solo dos meses después, cargada de repercusiones y de paso iniciativas redentoras como el Real Patronato.
Marañón, en sus conclusiones finales, entre las que figuran solicitudes y medidas de regeneración urgente, apunta soluciones entre las que baraja la de dotar con la máxima celeridad de vías de comunicación y una red de caminos a las Hurdes, facilitando la comunicación entre los valles y con las zonas adyacentes, la organización de escuelas o centro religiosos que se encarguen de la instrucción así como la dotación de un equipo mínimo de asistencia sanitaria para cubrir precariamente toda la amplitud de los valles.
Estas medidas, junto a otras más coyunturales como el envío de alimentos y de medicinas para combatir el paludismo aliviarían enormemente el penoso estado de los moradores de estos lugares inhóspitos. Sin embargo, el propio Marañón se pregunta si la solución más razonable sería la más contundente, el desalojo y abandono definitivo de estos parajes y la reinstalación de sus hordas famélicas en el llano, donde se les aseguraría una vida libre de privaciones tan elementales y de sufrimientos tan holgados.
4.- Buñuel y Las Hurdes: un matrimonio problemático
Uno de los episodios más controvertidos de la “leyenda negra” de las Hurdes es el protagonizado por el genial cineasta aragonés Luís Buñuel, quién desde su particular mirada fílmica ofreció una interpretación personal del denominado problema hurdano.
El fruto de su estancia en la comarca durante la primavera de 1932 fue el cortometraje “Las Hurdes: Tierra sin pan”, película de acogida desigual y no siempre bien explicada estructura argumental, pues fruto del apasionamiento con la que ha sido enjuiciada y la agria polémica que ha suscitado ha dado a lugar a un vehemente posicionamiento ante ella, a todo un torrente de opiniones encontradas difícilmente conciliables.
Para los detractores del filme, fundamentalmente los propios hurdanos, pero también destacadas personalidades de la intelectualidad como Caro Baroja o el mismo Marañón, la película es un deliberado atentado contra la dignidad de los hurdanos pues solamente la miseria que se plasma queda acentuada y dramatizada al presentar una realidad sesgada y parcial, excesivamente personalista y dependiente del objetivo artístico que se había fijado Buñuel, su total libertad creadora. Esta meta personal del realizador de Calanda forzosamente no refleja la realidad en toda su extensión, con sus innegables sombras pero en cualquier caso alejada del cuadro macabro que diseña Buñuel. Por el contrario, los escasos defensores de Tierra sin pan esgrimen como argumento la dureza de sus imágenes y su tremendo impacto visual desde la perspectiva de la denuncia social y en consecuencia el aldabonazo en la conciencia colectiva del país para remediar las lacras que en la película quedan reflejadas.
En vista de unas y otras apreciaciones parece evidente que debiera abordarse un estudio pormenorizado y un tratamiento sereno y sosegado que sintetizara dos aspectos esenciales: el acercamiento a la trayectoria profesional, estructura de pensamiento e ideales estéticos del propio realizador por una parte y el ahondamiento en la propia experiencia buñueliana en Las Hurdes. Solo a partir de dicha combinación podemos establecer el arco de consecuencias o inexactitudes y en virtud de ellas acercarnos a la verdadera intencionalidad de la película.
Las principales fuentes de las que bebe Buñuel a la hora de plantearse la realización de un film documental sobre las Hurdes se encuentran interconectadas, el laureado viaje de Alfonso XIII en 1922 y los ecos periodísticos que rodearon y siguieron la visita regia, acontecimiento que supuso la extensión definitiva y el conocimiento público de esta remota región atrasada, cuya pobreza fue puesta de relieve en la esfera nacional superando la fase de mera curiosidad en círculos académicos. La trascendencia del viaje y la curiosidad que despertó en el joven surrealista los relatos de estas tierras extremeñas le llevó a la lectura del trabajo antropológico de Legendre, que le confirmó su deseo de acercarse a las realidades descritas en el mismo.
La oportunidad propicia le llega en 1932 gracias a la altruista donación de un amigo anarquista para financiar el proyecto. Con un exiguo presupuesto, la presencia de un equipo reducido de colaboradores franceses y bajo condiciones técnicas de gran precariedad, Buñuel arriba en Las Hurdes en el mes de marzo con el objetivo de rodar durante dos meses la supervivencia y las formas de vida de sus moradores tal cual se desarrolla cotidianamente: “Mi intención al realizar esa obra fue transcribir los hechos que me ofrecía la realidad de un modo objetivo, sin tratar de interpretarlos y menos de inventar. Si fui con mis amigos a ese increíble país lo hice atraído por su intenso dramatismo, por su terrible poesía”[10].
De entrada, uno de los elementos más debatidos de la visión hurdana de Buñuel es su inclusión en el género cinematográfico documental, consideración ampliamente aceptada porque fue así como se presentó la película y porque en su trayectoria profesional Buñuel acababa de abandonar su etapa surrealista, presentando como contrapunto la crudeza del súper-realismo hurdano En efecto, formalmente, Tierra sin Pan obedece en su construcción estructural a los cánones del cine documental (claridad expositiva, voz en off, estructura descriptiva). Sin embargo, como queda reflejado en sus escritos de crítica y técnica cinematográfica, Buñuel marca su propia idea estética del cine documental, alejándose de los patrones convencionales que rigen la producción de tal género. En definitiva, se diría que Buñuel reinventa el género documental superando la frialdad aséptica de lo meramente objetivable llevando la muestra de realidad captada hacia el terreno del impacto emocional. Esta consideración, lejos de resultar baladí se muestra de esencial importancia a la hora de hacer una valoración de la película pues en ella se nos revela la verdadera intención del autor, suscitar una respuesta a la agresión provocadora del film mediático apelando al efecto psicológico del dramatismo hurdano[11]. Pese a que formalmente Buñuel declara abandonar la disciplina creativa del movimiento surrealista cualquier persona que conozca el cine del autor advertirá que en él siempre subsistirá una veta surrealista consustancial con todas sus realizaciones pese a que manifiesta la superación del mismo en cuanto a movimiento organizado. Si aderezamos esta consideración con los elementos de personalidad que plasma de manera permanente en sus películas (obsesiones freudianas, sadismo, sarcasmo antiburgués), tenemos como resultado un producto alejado de visiones asépticas e impersonales y comprobamos que cada fotograma lleva implícito la huella del creador en su más amplio sentido.
Esto lleva automáticamente implícito el cuestionamiento del supuesto sentido “comprometido” de la película dentro del más absoluto realismo de denuncia social para por el contrario orientar su sentido por los cauces expresivos de un surrealismo solapado a una cruda realidad[12]
En relación con esto, tenemos que constatar que el tratamiento psicológico que se quiere imprimir al documental sobre Las Hurdes se encauza a través de resabios de clara raigambre surrealista insertos en un escenario de tremenda fuerza realista resultando de tal combinación una ambigüedad de amplios vuelos estéticos basada en la indiferenciación entre lo real y lo mágico.
Todo ello nos obliga a hacer una relectura de Tierra sin pan a partir de las pinceladas del guión original. El propio Buñuel manifiesta su deseo de acudir a filmar lo más sobresaliente, curioso, raro y alejado de la “normalidad”, es decir, necesariamente escoge y filtra los aspectos más dramáticos y crudos de las gentes hurdanas. Deliberadamente acude a los cuadros de miseria más extremos tomando como escenario las alquerías en peor estado, las de las Hurdes Altas (Aceitunilla, Fragosa y Martilandran), incidiendo en las nefastas condiciones de vida y las patologías endémicas que azotan la zona, presentándolas como ejemplos de toda la comarca. Ciertamente, retrata un paisaje humano desolador y recrea aspectos de innegable veracidad, aunque no se preocupa de comprobar su verosimilitud con escrupulosidad, quedando patente a lo largo de la exhibición su enorme deuda con toda la literatura legendaria sobre la zona.
En cualquier caso, la piedra de escándalo que sumió en la más absoluta indignación a las gentes hurdanas fueron incorrecciones que lejos de ser fruto de la ignorancia del autor obedecieron a montajes claramente preconcebidos intercalados en el seno de su muestra pseudobjetiva, algo que invalida a todas luces su carácter documental. Concretamente nos estamos refiriendo a cuatro escenas muy conocidas y comentadas recogidas en el guión como “niñas mojando pan”, “mujer pelando papas”, “abejas” y “hombre con temblores”, todas ellas de escandalosa crudeza tanto por la fuerza de sus comentarios como por la dureza de las imágenes y que vienen a sintetizar el aspecto siniestro de la película y por ende alimentar la “leyenda negra”.[13]
Con todos estos elementos no sorprende la tibia acogida y las dificultades de exhibición con las que se encontró la película. Los medios oficiales, fundamentalmente los gubernamentales entendían que la filmación retrataba la realidad más lacerante y presentaba una visión de profunda inhumanidad que en último caso dañaba la imagen de la República, motivo que sirvió para prohibir la distribución de la cinta. Esta decisión contó con el respaldo moral de intelectuales de la talla de Caro Baroja, quien reprochó a Buñuel la búsqueda de un exotismo desmedido en pos de un retrato más equitativo o del mismo Gregorio Marañón, en representación del Patronato de Las Hurdes, indignado ante lo que consideraba un ataque irreparable a la identidad de los hurdanos.
Sin embargo, el freno institucional hacia Tierra sin Pan no hizo sino avivar la polémica cuando el documental, de nula repercusión pública en España, fue distribuido primero en Europa (Francia, Bélgica, Alemania) en 1937 y con posterioridad en EE.UU., donde se exhibe en círculos académicos en 1940[14]. Esto supuso la consagración definitiva del mito de la pobreza de Las Hurdes a través del vehículo del celuloide, ampliando notablemente las fronteras de la impresión de miseria que como un estigma ha traumatizado el devenir histórico de la comarca norcacereña.
5.- Albiñana. Crónica de la miseria hurdana en la II República
Las Hurdes, que a raíz de la visita de Alfonso XIII, había saltado a la opinión pública como un ejemplo claro de arcaísmo peninsular, volvió a la llegada de la II República a las primeras páginas de la prensa nacional bajo el ropaje de hondas disquisiciones judiciales y el fuego cruzado de irrefrenables enconos políticos en la figura del Doctor Albiñana, el fundador del primer partido de corte fascista fundado en España, el Partido Nacionalista Español y principal animador de la oposición vehemente hacia el nuevo curso de la vida política nacional iniciado con la proclamación del régimen republicano. Personaje dotado de una arrogante actitud altiva y una extraña pomposidad aristocrática, nostálgico empedernido de las excelencias hispanas, Albiñana encarna los ideales de la más rancia y abyecta españolidad ultramontana, desde un catolicismo trentino por toda identidad espiritual hasta un patrioterismo envolvente que subordina todas las manifestaciones vitales y las erige en causa suprema de su existencia.
La extrema fragilidad con la que nace el régimen republicano obliga a la promulgación de medidas de excepción encaminadas a garantizar la estabilidad del régimen y la protección de sus instituciones en casos de amenaza manifiesta. La principal medida extraordinaria de urgente aplicación en casos de rebeldía o sedición grave era la llamada Ley de Defensa de la República, norma alejada de los cauces formales de aplicación de la justicia ordinaria y que otorgaba poderes de gran arbitrariedad al gobierno republicano.
Una de las primeras víctimas de su aplicación fue el Dr. Albiñana, al que se le confinaría en el municipio de Nuñomoral por espacio de 10 meses, entre mayo de 1932 y marzo de 1933.
En este tiempo, Albiñana, hábil observador de la realidad circundante, retrata el desarrollo de la República en Las Hurdes desde su particular visión política y peculiar concepción vital. Pero eso si, testimonia su presencia en la comarca, de la que deja como huella literaria su obra Confinado en Las Hurdes ( Una víctima de la Inquisición republicana) publicada en 1933, desde una idea central que preside todo su desarrollo argumental: la critica furibunda y la tremenda hostilidad que tiene hacia la República , la repulsión que le provocan los dirigentes republicanos, a los que califica con lindezas del tipo” piara incivil de porcinos acomodados” y el estado de degeneración que las ideas liberalizadoras y socializantes imprimen a la tradición patriótica, de la que es celoso defensor.
Toda su obra por tanto es una condena apologética de la vida política nacional y de la institución republicana en particular, fuente de todos los vicios y corrompidas costumbres que impregnan un tejido social desarticulado por tres causas concretas: la desunión y la relajación de unas derechas desorientadas, la masonería extranjera que ha calado en la burguesía apartándola del catolicismo y el bolchevismo socializante de perversos efectos revolucionarios.
Gran parte del libro ni tan siquiera alude a la realidad hurdana pues se ensimisma en la concreción de su cruzada patriótica a través del intercambio de misivas que reproducen los periódicos sobre su destierro, reproduciendo numerosas polémicas y comentarios políticos en sus páginas. Por tal razón Albiñana desarrolla gran pasión sobre el medio escrito, pues es su única fuente de contacto con el exterior, con la “civilización”.
En definitiva podemos decir que su obra sobre Las Hurdes no trata de Las Hurdes en sentido estricto. Buena prueba de ello es que no hace un análisis centrado en las causas de su miseria ni se detiene en determinar los problemas que asolan la comarca. Tampoco los medios periodísticos afines (La Nación. El Debate, ABC) que refieren notas sobre el destierro abordan más informaciones que las apreciaciones técnicas, judiciales, que envuelven la reclusión de Albiñana y tan sólo mencionan la comarca, eso si, machaconamente, como lugar inhóspito e inhabitable para a continuación incidir en la injusticia y ensañamiento del proceder inhumano de las autoridades republicanas en el tratamiento dispensado a este eminente letrado. Curiosamente, en ningún caso, se cuestiona la ilicitud ética del abandono y postración de esta zona alejada de los focos de modernidad. Se tacha de violencia moral la “tortura” que dice sufrir Albiñana, quien predica a quien quiera oírle que la República le condena a morir de inanición gracias a la inhabitabilidad del paraje hurdano, cuya incivilidad en grado sumo es un insulto a su excelencia intelectual. La gravedad de tales asertos tan solo encuentra contestación en algún medio del republicanismo oficial, que se apresura a contestar diciendo que de los derechos humanos que Albiñana reclama para sí también son acreedores los vecinos de Martinlandrán, en ningún caso considerados.
No es difícil advertir un espíritu de enorme superioridad etnocentrista y una tremenda separación elitista en la concepción del hurdano que postula el líder españolista que revierte en una visión bondadosa, idealizada del “salvaje hurdano” a veces y de una áspera amargura otras bajo el ropaje literario del sarcasmo más hiriente que tiene en el punto de mira a las autoridades. Tal es la impresión que se desprende del retrato que hace del famélico alcalde de Martilandran cuando afirma: “En sus calzones de mil remiendos hay una tragedia de hambre y de incultura” o a la hora de ilustrar el olor que percibe al llegar a la alquería “como de cien letrinas desencadenadas”[15]. En síntesis, solamente se refiere a aspectos concretos de la pobreza hurdana cuando le impresionan cuadros de gran dureza primaria (le sobrecoge los enterramientos insepultos y el aparatoso traslado de los cadáveres desde las montañas a los cementerios de los valles y que le hace pensar sobre la indiferencia que los hurdanos sienten hacia la muerte, habituados a su constante presencia). Como norma general, va a servirse de estas estampas jurdanas como instrumento de crítica política, para crear una antinómia que opone progreso republicano al más absoluto abandono de sus habitantes.
La prueba más fehaciente de tal utilización y de la soledad hurdana es la concepción de una muestra de humorismo e ingenio punzante en clave de sátira mordaz antirrepublicana, La República Jurdana, apostillada como “novela románica de estructuración enchufícola”, en la que parodia a modo de relato disparatado el desarrollo del régimen en esta apartada región estableciendo una analogía entre la republica romana y la actual. En definitiva, todo un ejercicio de imaginación sibilina y crítica política sin límite que por momentos resucita en Las Hurdes el lenguaje del surrealismo buñueliano que parece connatural a ella[16].
Dentro de este contexto, refleja el malestar de los segadores de Las Hurdes a causa de los perniciosos efectos de la Ley de Términos Municipales, que les veta de la tradicional salida estival a las tierras castellanas hoz en mano y les recluye sin trabajo en los municipios respectivos, librándoles de su principal fuente de ingresos con los que afrontar los rigores invernales. Este poso de malestar, que aumenta con la paralización de las obras públicas, es rentabilizado con gran sagacidad por Albiñana, quien no desaprovecha la ocasión para desplegar su oratoria política a sus incautos convecinos con el fin de atraerlos a sus ideas. Esta tarea no fue difícil para un demagogo contumaz que supo aprovechar el tirón emocional que para los vecinos suponía la explotación de un monarquismo nostálgico en clara alusión a la labor paternalista y benéfica de Alfonso XIII de la que Albiñana se declaraba partidario y más que partidario, heredero. El recuerdo vívido de la visita regia es de nuevo reeditado por Albiñana por contraste con la actuación republicana y de esta forma contemplar las posibilidades de adoctrinamiento e incitación antirrepublicana, que se ve confirmada con la manipulación ética de una caridad teñida de populismo interclasista con claros fines de exaltación política personalista al utilizar la alimentación como moneda de cambio de la lealtad personal[17].
Resulta un episodio realmente triste asistir a un esperpento en el que el Doctor Albiñana alimenta de retóricas grandilocuencias los anhelos más perentorios de los hurdanos y la utilización política que de tal miseria realiza para concluir en un paroxismo patriótico de una exigua efectividad dado lo ajeno que para aquellas gentes significaba la controversias políticas de la época. Lo realmente tangible de la presencia de esta figura del nacionalismo ultra español es la impresión, la huella de miseria que le inunda y el agudo contraste que siente a medida que penetra en el espacio hurdano, especialmente en sus primeros momentos de su estancia, pues libre de ataduras políticas y de oscuras intenciones, Albiñana retrata hondamente el desolador paisaje humano en el que se encuentra. Sirva como ejemplo las palabras que emplea a su llegada a la alquería de Martinlandrán: “un puñado de chozas miserables, levantadas sobre estiércol secular, una breve humanidad enferma y harapienta, una promiscuidad repugnante de sexos y especies animales”[18].
6.- Conclusión
A lo largo de la Historia, viajeros, curiosos, cronistas e investigadores han dejado como huella impresa sus miradas personales sobre una realidad sorprendente y conmovedora que se revela a sus ojos con una plenitud absorbente, la comarca de Las Hurdes. El resultado de tales observaciones y la imagen conformada por intereses socioeconómicos dispares fue configurando una impresión sinistra de esta zona aislada geográficamente y desarticulada socialmente hasta el punto de forjar toda una aureola de leyenda que se levanta sobre elementos de una incuestionable realidad pero envueltos en una densa maraña fantasiosa que el paso del tiempo ha consagrado como una verdad insoslayable alumbrando todo un extraño misticismo de “leyenda negra” que convierte la comarca hurdana en paradigma de miseria y pobreza extrema.
La presente comunicación retrata las miradas particulares que tres personajes de enorme relevancia pública, trayectoria vital, actividad profesional y distinto sistema de creencias advierten de la comarca extremeña dejando interpretaciones de diverso enfoque pero de gran calado, dejando una estela tras de sí de gran repercusión en los trabajos que surgieron fruto de sus experiencias en la zona. Las visiones de Marañón, Buñuel y Albiñana ejemplarizan desde ópticas dispares y bajo intenciones contrapuestas los supuestos sobre los que se cimenta la imagen depresiva de Las Hurdes.
BIBLIOGRAFÍA:
- Albiñana. Confinado en Las Hurdes (Una víctima de la inquisición republicana). Imprenta “El Financiero”. Madrid. 1933
- Albiñana. La República Jurdana. Novela románica de estructuración enchufícola. Madrid. 1934
- Hazañas y La Rua; Las Jurdes (Artículos publicados en “El Correo de Andalucía 21-30 de junio de 1922. Sevilla. Imp Sobrino de Izquierdo. 1922.
- Iglesias Garrido, Antero; La Regeneración de Las Hurdes. Trabajo presentado al Tema 9º de los Juegos Florales celebrados en Cáceres el día 10 de junio de 1923. Cáceres, Topografía Extremadura- Acción Católica. 1923.
- J.B. Bide; Las Batuecas y Las Jurdes. Conferencia leída en la Sociedad Geográfica de Madrid. Madrid. Librería Gutemberg. 1892.
- López Villegas, Manuel (Ed); Escritos de Buñuel. Madrid, 2000.
- Marañón, Gregorio: “El problema de Las Hurdes es un problema sanitario”. Avance de la Memoria sobre el estado sanitario de Las Hurdes, redactado de orden del Gobierno de su majestad por la comisión compuesta por los doctores Goyanes, Hoyos Sainz, Bardají y Marañón. Imp. Antonio. Madrid, marzo 1922
- Memoria Relativa al Territorio de Las Hurdes. Inspección de Escuelas de la provincia de Cáceres. Visita del Inspector de escuela Francisco Pizarro y Capilla. Cáceres. imp. de Nicolás M. Jiménez 1880
- Sánchez Vidal, Agustín Luís Buñuel . Madrid, 1994
- VV.AA; Viaje a Las Hurdes. Madrid, 1993
NOTAS:
[1] Gran parte del estado de dejadez en cuestiones espirituales y morales que preside la realidad hurdana hay que buscarla en la pésima influencia que durante largos años ejerció la Iglesia cuando la administración diocesana dependía de La Alberca. Costumbre arraigada entre la institución eclesiástica era la de dotar la zona de ministros escasamente escrupulosos en el cumplimiento de sus preceptos y normas como castigo o forma de expiación. Esto significaba que no se combatía el relajamiento moral y se alimentaban el estado de desamparo espiritual de los vecinos, sumidos en sus prácticas heterodoxas y profanas tanto desde el punto de vista ético como religioso pero que el hábito las convertía en frecuentes o al menos así lo recogían científicos de la talla de Bide o Marañón (ambos hablaban de casos de inmoralidad en forma de amancebamientos e incesto).
[2] Las críticas institucionales se vertieron fundamentalmente contra la Beneficencia provincial encargada de la distribución de niños expósitos entre mujeres nodrizas hurdanas. Para la Iglesia, esta práctica escandalosa constituía una infamia moral que atentaba contra los derechos humanos de las gentes hurdanas, cuyo estado alarmante de necesidad les impulsaba a solicitar un beneficio económico de tales menesteres caritativos. Todo esto le lleva a afirmar a Polo Benito con indignación:“Aquí se trafica con la miseria, se negocia con el mendrugo de pan que incluye la Diputación en el presupuesto de Beneficencia”. Palabras recogidas del artículo “Notas sobre vieja bibliografía de historia extremeña” en Oeste Gallardo. 29-4-1999.
[3] Memoria Relativa al Territorio de Las Hurdes. Inspección de Escuelas de la provincia de Cáceres. Visita del Inspector de escuela Francisco Pizarro y Capilla. Cáceres. imp. de Nicolás M. Jiménez 1880 pp 5-6.
[4] Ibidem p 30.
[5] J.B. Bide; Las Batuecas y Las Jurdes. Conferencia leída en la Sociedad Geográfica de Madrid. Madrid. Librería Gutemberg. 1892.
[6] Gregorio Marañón: “El problema de Las Hurdes es un problema sanitario”. Avance de la Memoria sobre el estado sanitario de Las Hurdes, redactado de orden del Gobierno de su majestad por la comisión compuesta por los doctores Goyanes, Hoyos Sainz, Bardají y Marañón. Imp. Antonio. Madrid, marzo 1922 pp 6-7.
[7] Viaje a Las Hurdes se trata de un cuadernillo manuscrito, un deshilachado facsímil que portaba el médico durante su visita a la comarca en abril de 1922 y que fue sacado a la luz y coeditado por la Editorial El País- Aguilar y la Fundación Gregorio Marañón en 1993. El original y su trascripción forman el núcleo de la publicación, que como conmemoración del viaje hurdano, retrata el desarrollo del mismo y los ecos y el seguimiento que de su viaje y del que más tarde protagonizaría el monarca Alfonso XIII resonarían en los medios escritos de la época. VV.AA; Viaje a Las Hurdes. Madrid, 1993.
[8] VV.AA; op cit p 153
[9] Ibidem; p 153
[10] Buñuel estrenó Tierra sin Pan en Estados Unidos en 1940 dentro de un acto convocado por el Instituto de Artes y Ciencias de la Columbia University en el MacMillan Academy Theatre de Nueva York. Para la ocasión y previa a su visionado, Buñuel impartió una conferencia explicativa en la que ilustraba a los profanos americanos sobre la naturaleza, leyendas y realidad de una aislada comarca española, Las Hurdes. El texto ciertamente muestra una gran obra de recopilación documental a cargo del directos aragonés y un conocimiento bastante rico de sus costumbre y tradiciones, deudor de las enseñanzas de Legendre. El contenido de la conferencia está recogido en un trabajo recopilatorio de sus escritos realizado por Manuel López Villegas titulado Escritos de Buñuel. Págs 59-64.
[11] “En mi opinión, existen dos tipos diferentes de películas documentales, uno que puede ser llamado descriptivo, cuyo material está limitado a la trascripción de un fenómeno natural o social (…). Otro tipo, mucho menos frecuente, es el que, siendo a un tiempo descriptivo y objetivo, intenta interpretar la realidad. Puede, por esta razón atraer las emociones artísticas del espectador y expresar amor, tristeza y humor. Tal documental es mucho más completo, porque además de ilustrar, conmueve”. Autobiografía de Luís Buñuel. (1939). Recogido en Escritos de Luís Buñuel. Manuel López Villegas (Ed). Madrid, 2000. p 32
[12] “La arquitectura dramática del filme esta basada en la frase Si, pero…Es decir, que Buñuel presenta para empezar una escena que es insostenible, a continuación lanza una esperanza y termina destruyendo esa esperanza. Por ejemplo: el pan es desconocido, pero el maestro da de vez en cuando un mendrugo a los niños, pero los padres, que tienen miedo de lo que no conocen, tiran esos mendrugos”. Palabras del crítico del surrealismo Ado Kyrou citadas en la obra de Agustín Sánchez Vidal Luís Buñuel. Madrid, 1994 p 96.
[13] En la secuencia conocida como “niña mojando pan”, el narrador sostiene que el maestro obligaba a las niñas de las imágenes a comer un mendrugo de pan en su presencia ante la certeza de que en caso contrario los padres se harían con el mismo. Las secuencias denominadas “abejas” y “mujer pelando papas”, obedecen a un claro montaje. En la primera se simula un ataque de abejas a un burro previamente untado de miel para advertir la escasez de alimentación natural en Las Hurdes. En la segunda, que aborda el tema de la alimentación se dice que sólo se consume carne cuando las cabras se despeñan por los profundos barrancos hurdanos, presentando una muestra, no obstante, conseguida sacrificando al animal. Finalmente, se presentan los temblores de un presunto enfermo de paludismo, acentuados al parecer a través de la ingesta de alcohol. En el documental hay otra serie de comentarios incorrectos o deliberadamente sacados de contexto que ahondan en la visión deshumanizada de la película (Se dice que la zona carece de Folklore o que es un verdadero desierto cultural y material). Todo ello constituye el argumento principal de los habitantes de Las Hurdes para condenar por indigna la producción documental de Buñuel.
[14] Durante su estancia en EE.UU. Buñuel presentó ante un circulo reducido de intelectuales Tierra sin pan (Land without bread) causando un notable impacto entre algunos de los más importantes autores de cine documental americano, quienes entusiasmados se propusieron seguir sus pasos a partir de la filmación de las realidades y problemas agrarios autóctonos.
[15] Dr. Albiñana. Confinado en Las Hurdes (Una víctima de la inquisición republicana). Imprenta “El Financiero”. Madrid. 1933 pp 40-41.
[16] Dr. Albiñana. La República Jurdana. Novela románica de estructuración enchufícola. Madrid. 1934.
[17] Durante las frecuentes visitas de partidarios , simpatizantes y militantes de su formación política que llegaron a Las Hurdes desde distintos lugares, se producían repartos de alimentos para los vecinos más necesitados de las alquerías junto a propaganda política (banderas bicolores) y religiosa (material escolar y medallas de santos) con el propósito de revestir de caridad actos de exaltación nacionalista y de oposición antirrepublicana. El acto central de tales celebraciones se produjo el 25 de julio, día de Santiago, en el que se organiza un banquete y tiene lugar el reparto de diversos donativos entre los habitantes de las alquerías.
[18] Dr. Albiñana; op cit p 40