Francisco García Sánchez.
Para el curioso turista o el hombre de ciencia, que visita Medellín, que sube la empinada cuesta de nuestro castillo, que saca en escritura de crucigrama sobre su libreta unos apuntes y toma en sus cámaras las mejores prospectivas de este suelo, pródigo en panoramas de admiración y de siluetas dentadas con almenas de fondo y primeros planos de sus históricas torres, es obvio, no le pase ni por su imaginación, que además de la famosa muralla, cuyos restos aún podemos ver en las inmediaciones de San Martín, otro cerco espiritual rodeaba a nuestra villa, en aquellos años de esplendor religioso, cuando Medellín contaba con sus arcedianos y sus arciprestes, con nombramiento directo del Pontífice.
A este segundo cerco, muralla de espíritu, que recogía en síntesis, el sedimento tradicionalista de nuestros mayores, y a lo que yo llamaría «estrategia celeste», cuyos protagonistas principales eran la fe, como fundamento, la religiosidad como exponente y manifestación de esa creencia y por ultimo la confianza, como remate y colofón de esa fe y de ese espíritu religioso, en torno a sus santos.
Medellín, pueblo eminentemente religioso, regado frecuentemente con sangre de sus hijos martirizados, adornado con las estatuas vivientes de sus famosos, que junto a la espada en sus conquistas, llevaban el catecismo y la cruz, sacó fuera de su recinto amurallado, como puntos de avanzadilla, para defensa de su espíritu, cinco garitas con espadaña, donde los esquilones oran como al clarín de alerta en el continuo vivir religioso del año litúrgico.
Repasando nuestra historia, encontramos citas, que como huellas dactilares, no han podido borrarse, ni por la incuria de los tiempos, ni por la profanación de los sacrílegos ocupantes de nuestro suelo, porque quedaron escritas en unos libros y en unos apuntes, que la providencia ha parido salvando, para hacerlos llegar hasta nosotros.
Es cierto que la vida, en el decurso de sus s modalidades y sus apetencias, ha ocupado ya esos lugares donde estaban nuestras ermitas, las cinco garitas con espadaña de oración, por cuyas arpilleras velaba en permanente guardia, un San Raimundo en lo alto de un monte, un San Blas en la altiplanicie del mediodía, un San Pablo como si acabara de bajar de su barca, en la orilla izquierda del Guadiana; un San Miguel, como si quisiera con su flamínea espada arrojar de nuevo las tinieblas de la vida al aparecer los primeros rayos solares del amanecer, junto a la muralla romana y por último la ermita de los Santos Mártires, en plena llanura, junto a la antigua calzada romana, que unía Córdoba con Mérida, como un destacamento destruido y asaltado, pero que su recuerdo, es bravura y testimonio y lo es todo, cuando se da la vida, en el acto más noble y más heroico, como es el martirio.
Los cuatro puntos cardinales de la fe de Medellín, tienen en cada uno de sus vértices una ermita, una ermita histórica ya, una ermita símbolo, una ermita de recuerdo, que ha duras penas podríamos hoy localizar la ubicación concreta, donde un día recibieran culto estos santos, y que solo a tientas en la penumbra de nuestra investigación, guiados por el misterioso radar del sentido histórico y la pequeña luz que se desprende del crucigrama de unos apuntes, podríamos dar con ellas.
ERMITA DE LOS SANTOS MÁRTIRES:
El historiador de Medellín, que escribió a mediados del s. XVII, Don Juan Solana Figueroa y Altamirano, menciona esta ermita, como algo que subsistía aun, pero nos deja la duda de sus titulares, ya que el nombre genérico de los Santos Mártires, bien pudiera hacer referencia a los que murieron en la persecución de Nerón, San Eusebio y San Palatino y sus nueve compañeros, hijos de Medellín, de los que el martirologio romano sanciona en el cinco de marzo o pudiera aludir a los Santos Fabián y Sebastián, de los que consta hubo una cofradía en la parroquia de San Martín, con la aprobación del Pontífice León X, año 1504, con los fines específicos de:
- Dar culto a los citados mártires.
- Socorrer las necesidades de los pobres.
- Costear las exequias de los moribundos necesitados y la cual sólo podían pertenecer, los Hijosdalgo de notoria nobleza, como eran los Portocarreros, Monroy, Messía, Porres, Sandoval, Saavedra, etc.
Esta ermita estaba en pleno egido, junto al camino que hoy llamamos de Guaraña y Valdetorres o de la Estación, lugar próximo a la Calzada Romana, que procediendo de Córdoba pasaba por el puente para ir a Mérida. Se trate de unos mártires o de otros, lo cierto es, que estaba situada en el lugar descrito, como un homenaje a los hombres que supieron defender su fe, corroborándola con la rubrica de su sangre en el martirio.
El historiador Eduardo Rodríguez Gordillo, menciona esta ermita como copia de Solano de Figueroa y dice, que tuvo que desaparecer, sobre el siglo XVIII. El es partidario de que la dedicación de dicha ermita fuera a San Fabián y San Sebastián, alegando como argumento, que de haber sido a San Eusebio y San Palatino, hubiera quedado consignada por el famoso arcipreste, que escribió precisamente la biografía de dichos mártires.
SAN RAIMUNDO
En la margen derecha del Guadiana, en un monte, que por efecto óptico, parece más bajo que el cerro del Castillo, pero que le supera a este en realidad, unos diez metros de altura, existió por los años del 862 un famoso pastor, que cuidaba por estas latitudes sus ganados, que era un prodigio de caridad y un dechado de virtudes, que murió en olor de Santidad, los aclamado por todo el pueblo cristiano sobre el año 883 y que precisamente por esta circunstancia, es llamado este cerro el de San Remondo, o San Raimundo.
En lo alto de su cima, se encuentran aun hoy día vestigios de antiguas edificaciones, tipo emita, que según las únicas fuentes de información que tenemos y que ya están citadas reiteradas veces, son los restos de la antigua ermita, dedicada al santo pastor de Medellín, cuya devoción perduró muchos siglos, de padres a hijos y que al parecer, aún se guarda en el subconsciente de la historia, pues aunque nadie lo sabe explicar, es un hecho, que Medellín los lunes de Pascua, acude en masa a la falda de este monte, para las romerías y las «bollas». El propio Rodríguez Gordillo, hace alusión clara a que la fiesta del Santo, se celebraba la fecha siguiente a la Resurrección. Este hecho, ya tradicional y como digo inconsciente, es el recuerdo anual, de las desaparecidas fiestas, que un día tendrían lugar, con gran esplendor en la cima del Remondo, donde hoy sólo queda la huella de una ermita, que desapareció.
ERMITA DE SAN PABLO
Debió de existir, a juzgar por los pocos datos que tenemos, sacadas de las alusiones históricas, en la antigua plazuela, fuera de la muralla romana, junto a Porta Coeli, que se llamó siempre de San Pablo y en la cual había una Cruz de piedra, con graderío y que hoy, está colocada en el paseo del Campo, por disposición del entonces párroco de Santa Cecilia, Don Juan Pedro Lozano, año 1860, respetada incluso en la guerra de los franceses y la nacional del 1936.
En diversas ocasiones, los historiadores de la villa de Medellín, se han preguntado si San Pablo estuvo alguna vez, por estos parajes romanos, aprovechando el paso de las vías de comunicación de entonces como eran las Calzadas.
La sola sugerencia, pudiera graciosamente hacer sonreír a cualquiera, e incluso considerarla como algo infantil, fruto de una imaginación apasionada y sin lógica. Sin embargo son muchos los que de una manera directa o por alusión hacen mención de este dato histórico, sino del propia apóstol, sí de alguno de sus destacados discípulos, si tenemos en cuenta que era Medellín una de las principales colonias de la Lusitania y punto obligado en las rutas de la cultura y de la civilización de su tiempo y los apóstoles usaron precisamente estos medios, para la propagación del Evangelio.
Dejando a un lado estas cuestiones de especialización histórica, hay un hecho cierto: La mucha devoción que siempre Medellín tuvo al apóstol de las gentes y la reacción psicológica del pueblo ante la supresión de la fiesta de San Pedro y San Pablo. Este hecho, explica que precisamente a extramuros, como en Roma, Medellín guardara un recuerdos San Pablo en la ermita, que debió ser destruida con la llegada de las fuerzas del general Víctor, después de la desastrosa batalla del 28 de marzo 1809, pues la guarnición francesa permaneció en el castillo por espacio de casi tres meses, destruyendo gran parte de nuestra riqueza arqueológica.
ERMITA DE SAN MIGUEL
La existencia de esta ermita metelinense, dedicada al arcángel de las milicias celestes, ubicada junto a la antigua portada de la muralla que unas veces se la llama del Coso y otras de Santiago, se lo debamos a la mención que de ella hace Don Juan Solano Figueroa y Altamirano, que incluso pudo él contemplar, como deja anotado. Fuera de esta mención nada hemos podido encontrar, aunque sí es cierto, que junto al lugar indicado por el arcipreste y próximo a las ruinas del antiguo palacio del Conde de las Atalayas, existieron vestigios de cuanto se afirma y aun hoy día existe una portada que la voz popular llama como puerta de iglesia. Esta ermita, por lo mismo, estaba colocada al este de la villa, ya en la falda baja del castillo, junto al Ortigas, ignorándose el porqué de su advocación y cuanto concierne a la misma.
ERMITA DE SAN BLAS
Siguiendo nuestra recorrido topográfico, cinturón espiritual de nuestra villa, jalonado de ermitas de nuestros antepasados, llegamos al montículo que camino de Mengabril, se dirige al actual cementerio, y en la altiplanicie, desde la que se pueden contemplar los dos pueblos, una tradición, que aún se comenta y que está en la mente de todos, nos hace colocar la ermita de San Blas