Antonio Muñiz Sánchez.
“Extremadura es tierra de contrastes: dilatada en su geografía, extensa en su terruño, ardiente en su clima, como el corazón de sus hombres.
Es una llanura, suavemente ondulada y acariciada por el beso de dos grandes ríos: Tajo y Guadiana, acompañados por la escolta riente y embriagadora de sus múltiples afluentes. Sus cauces no constituyen un valle profundo, como sucede en la depresión del Ebro o del Guadalquivir; ni tampoco tiene grandes cordilleras ni alturas. El pequeño nudo de las Villuercas es una excepción geológica creada por la naturaleza, para que en el siglo XIII sirviera de trono de piedra, desde cuya altura, la Virgen morena irradiara sus favores larga y tendidamente”.
Entre el Tajo e el Guadiana
De su seno surgen, variedad de pequeños ríos, que aunque no sean caudalosos, con sus rientes aguas llevan a su paso un signo de verdura, frescor y fertilidad.
El Guadarranque nace en la unión de la sierra de Altamira y Guadalupe, discurriendo por el extenso término de Alía. El Guadalupejo (no sé de dónde le viene el despectivo) nace en la vertiente meridional pasa por todo el término de Guadalupe, siendo reforzado el Valhondo y el Silvadillo. El Ruecas, tomando dirección suroeste, pasa por Cañamero, se dirige a la provincia de Badajoz y cerca de Medellín rinde sus aguas. Todos ellos a la cuenca del Guadiana.
Entre los afluentes del Tajo, el principal es el Almonte, en cuyo profundo valle se encuentra enclavado el pintoresco pueblo de Navezuelas; las gargantas de Santa Lucía surten de agua potable a la ciudad de Trujillo; reforzado por el Garciaz y el Berzocana; desemboca en el Tajo, constituyendo un gran embalse cerca de Garrovillas. El Ibor, reforzado por el Viejas, rinde sus aguas en el embalse de Valdecañas, no lejos de Navalmoral de la Mata.
El paisaje característico de Extremadura está formado por enormes dehesas con pastizales, esa agricultura extensiva que no da para otra cosa, y variados bosques de encinas y alcornoques, donde tiene su asiento el famoso cerdo ibérico de piel ceniza y sabroso contenido.
Dijimos que es tierra de contrastes y así sucede geográficamente: el valle de Plasencia, regado por el río Jerte, es un vergel de hermosura y frutales, lo mismo que la Vera, exuberante de cultivos, regadíos, vegetación y riqueza.
No muy lejos de allí, en el límite de Salamanca, y entre la sierra de Gata y al de Béjar, la comarca de las Hurdes, famosa por su atraso y condiciones de vida, aunque hoy está muy atenuada la situación, por la labor humanitaria y social que un día lejano iniciaran el rey Alfonso y el obispo Segura. (¡Qué dos brazos gigantes para coronar de gloria y alumbrar de destellos las sienes imperiales de la reina de la Hispanidad!).
En Badajoz ocurre lo mismo: fértiles zonas de producción y cultivo en la tierra de Barros, saturada de olivares, adornada de viñedos, enriquecida de cereales; las Vegas del Guadiana, un esfuerzo de tesón y voluntad, un espejo de presas y pantanos, una cascada de aguas de fertilizante curso, de verdor, frescura y encanto. No muy lejos de estos regadíos se encuentra la llamada “Siberia extremeña”: Castuera, Puebla de Alcocer, Herrera del Duque, que conservan la sonoridad de sus nombres, su empaque señorial, sus magníficas costumbres y sus medios tradicionales, pero que como el náufrago en medio del océano, se muere de sed, aunque la paradoja sea sangrienta. Sus campos siguen secanos, pues aunque próximos al Guadiana, el agua no puede subir a estos suelos quebrados.
Pero ante la adversidad de lo material, conservan el espíritu y la idea, que vienen de alto, como los vientos y no sabemos qué será mayor riqueza.
Ya lo dicen en su copla: “Vivan los aires morenos, que vienen de Guadalupe, que pasan por Castilblanco y van a Herrera del Duque”.