Oct 012000
 

Juan García-Murga Alcántara.

Tiene como objetivo primordial la presente comunicación el planteamiento de un debate sobre el significado del concepto museo, institución aportada a la Cultura universal a partir del Neoclasicismo, y que forma parte del panorama social y cultural de cualquier ciudad o país civilizado, sin que este planteamiento previo suponga sentido peyorativo alguno para aquellos grupos humanos que no hayan podido dotarse de ellos, por circunstancias diversas de carácter social, político o económico. La existencia de los museos demuestra el grado de civilización y desarrollo social, pero su carencia no debe ser vista como signo de atraso social sino de preocupación para los responsables de un país o sociedad que se encuentre en esa circunstancia dolorosa desde el punto de vista cultural.

El museo puede ser y es considerado, a veces, como un almacén o archivo de cosas y objetos antiguos, un simple depósito en el que éstos se guarden, en ocasiones sin criterios didácticos o puramente conservacionistas, sino simplemente amontonados. Puede ser visto también el museo como un sitio en el que sólo deben entrar y trabajar iniciados o expertos, como un lugar semisecreto o particular, difícilmente accesible al resto de las personas, que deben conformarse con ver parte de las cosas allí guardadas en un horario restringido determinado, y no preguntar demasiado sobre cómo están los demás fondos, para no llevarse, en ocasiones, sorpresas desagradables. El almacenamiento de los fondos no expuestos, en algunos lugares con poco espacio disponible (recuérdese el ejemplo notable del Museo del Prado), supone como poco una gran dificultad para la contemplación de los mismos y para su propia conservación, a pesar de los desvelos de técnicos y conservadores.

El museo es, asimismo, un refugio sagrado para las creaciones más nobles del espíritu humano, en una visión romántica y antropológica: las personas se encuentran frente a un mundo deshumanizado y materializado en el que no tienen cabida las creaciones del espíritu, las cuales deben guardarse para que, al menos, no sean destruidas; éste es otro punto de vista duro y pesimista, pero también imbricado en la mentalidad y tejido de nuestras sociedades actuales, incluso de las más desarrolladas.

Relaciones conceptuales entre Política y Museo.

Las instituciones museísticas, tengan el planteamiento teórico que quiera dárseles, que hemos manifestado que puede resultar muy diverso, tienen un valor indudable en el terreno político. Recordemos los museos del siglo XIX, o los que se formaron en los regímenes autoritarios, o el propio origen del Museo del Prado de Madrid, como una concesión del rey, dentro todavía de una mentalidad propia de las teorías de la Ilustración. El museo, como institución, tiene un enorme valor político, pero por su carácter significante en su proyecto, en sus edificaciones y elementos continentes y en su importancia de carácter estatal, adjudicada por ley a los museos de carácter nacional, hace que los responsables de estos lugares no sean sólo los gobernantes, sino toda la sociedad y la estructura misma del Estado, que deberá estar empeñada en su valoración, conservación y transmisión a generaciones posteriores ; tienen de este modo los museos un valor político, en el presente y de cara al futuro.

Las posturas o movimientos academicistas, en los tiempos modernos desde el siglo XVII, establecen unos determinados criterios de conservación y clasificación de objetos que merecen ser conservados porque, sin duda alguna, no podemos guardar todo lo que el ser produce, ni siquiera todo lo que merecería la pena ser conservado para ejemplo de nuestros descendientes. Deben establecerse criterios de selección rigurosa, pero criterios de significado primordialmente cultural, dando la mayor importancia al carácter espiritual que la obra de arte pueda tener, para que realmente esté al alcance del espectador la aprehensión del espíritu de sus autores, contemporáneos o anteriores a nuestro presente.

Existe un concepto oficial del arte, que coincide que aquél que parece desprenderse de los criterios de las autoridades o personas que desempeñan las funciones directivas en las sociedades actuales: gobernantes, responsables de diversos grados de las distintas instituciones, sobre todo las de carácter cultural, etc. En ocasiones, y para referirse a esta cuestión con brevedad y sencillez, los museos se convierten en templos de este arte oficial, sin que otras manifestaciones o creaciones tengan acceso suficiente a los mismos, aunque tengan importancia o méritos suficientes para estar también en los museos; debemos tener en cuenta que los museos son lugares cuyo solo nombre atrae la atención del público y, por tanto, las obras en ellos expuestas tienen un público asegurado de antemano, sobre todo si se procura que la existencia del museo sea debida y suficientemente conocida.

Propuestas para los Museos del siglo XXI

Entre las amplias posibilidades que estas instituciones presentan de cara a las próximas generaciones, destacan por su interés el planteamiento de una política museística en la Universidad, que hiciese posible que entre los fines de la institución universitaria se encontrase el desarrollo de museos de la ciencia y de la cultura, de producción y custodia de objetos artísticos de diversa procedencia que las universidades conservasen para su estudio y valoración. Se unirían de este modo los significados más puros de la universidad como motor de la cultura e instrumento formador de generaciones de estudiantes y los museos como recintos de carácter eminentemente cultural y formativo. Los objetivos de esta política pasarían por incluir en los presupuestos de las universidades los gastos de instalación y mantenimiento de estos proyectos museísticos o de adquisición de obras artísticas, mediante donativos, cesiones, compra, etc… Entre las consecuencias más destacadas de estas iniciativas se encontrarían las del atractivo que supondrían las obras contenidas en estos recintos, lo cual se uniría al valor de la comunidad educativa de la universidad, aquel “ayuntamiento de profesores y alumnos” como definía Alfonso X el Sabio a la institución universitaria en el siglo XIII. El museo alcanzaría de este modo su verdadero sentido como espacio didáctico en sí, y para impartir la docencia específica de las materias relacionadas con los objetos conservados, o cualquiera otra, ya que el ambiente cultural se da por conseguido en el interior de un museo, y más aún si éste se encuentra en el interior de la propia Universidad.

La disyuntiva entre política y cultura, en relación con los museos, puede plantearse desde el punto de vista intelectual propiamente dicho, a través de las opiniones y actuaciones de expertos, humanistas, historiadores del arte, museólogos, artistas que van a ver sus obras recogidas en los mismos, etc.: el museo será generalmente para todos ellos un lugar en el cual nunca se verán las obras u objetos como almacenados, sino que están pensados para el establecimiento de una comunicación espiritual entre las obras y sus contempladores, una auténtica comunidad de intereses de carácter no material. En cambio la perspectiva del político será completamente distinta, y tomará el museo como demostración de riqueza material, de capacidad de gestión de su equipo o de su gobierno, según las competencias de que esté dotado el nivel político al que nos estemos refiriendo, las dotes de organización y de acumulación ordenadas de objetos, importantes por la cantidad de público que atraigan (cuestión fundamental para un político) y hasta por su valor crematístico, es decir, que puedan llegar a ser tenidos en cuenta por el dinero que se pagaría por la adquisición de determinada obra de arte, es decir, dando respuesta a la pregunta ¿cuánto vale este cuadro o aquel objeto artístico?.

En relación con el tema financiero, los museos de carácter nacional tienen un indudable significado político, su mantenimiento y financiación forma parte de los intereses del Estado y expresa el carácter más o menos humanístico de la gestión política del mismo; su especial atractivo nace de la fascinación e imagen de prosperidad y estabilidad general que transmiten, en relación con la marcha general de un país. Los fondos que se dedican al sostenimiento de los Museos, en ocasiones muy escasos, nunca se considerarán como los restos o sobras de presupuesto, teniendo además en cuenta que se trata de lugares que tienen gran afluencia de visitantes que, en ocasiones, no son simples turistas sino buscadores del fondo humano y espiritual que todas las personas poseen, y que localizan también en las creaciones concretas de los museos e instituciones culturales. Los museos, desde esta perspectiva, no podrán ser considerados como un simple conjunto de recuerdos de épocas históricas pasadas, sino una expresión viva de la dedicación de seres humanos inteligentes, a través de sus creaciones artísticas, a otros seres humanos que tendrán ocasión de contemplarlas. Este carácter público de la obra de arte, en su proyección de masas, tendrán necesariamente que despertar el interés del político gobernante, responsable de una sociedad o grupo humano determinado.

El planteamiento de la política de museos regionales y locales podrá ser semejante a la expuesta, aunque con matices propios. Los museos de carácter local, cuya fama puede extenderse con frecuencia fuera de los lugares donde están instalados, son muchas veces creaciones o iniciativas de particulares, a veces incluso contra corriente o frente a posturas nada favorables a la conservación de “trastos inútiles o cosas viejas”, consideración que algunas veces se les adjudica a los objetos y obras guardados en los museos; en este sentido podríamos recordar la visión del movimiento estético futurista, con manifiestos coyunturales en los que se propugnaba la destrucción de todos los museos, equiparados a tumbas o mausoleos. En pequeños lugares, los museos locales pueden llegar a tener la consideración y significado de verdaderos y únicos centros culturales, auténticos custodios de las raíces de un patrimonio artístico que es uno de los bienes que la Humanidad posee de más fácil pérdida, dada la falta de interés y sentido de conservación en ciertas épocas, o el papel interesado de gestores y políticos, de coleccionistas sin escrúpulos, que anteponen la valoración material, la tasación de una obra de arte, a la finalidad formativa y ennoblecedora que la misma posee.

Los principales objetivos de una política museística moderna, a manera de propuestas para las generaciones actuales y venideras, podrían girar en torno a la conservación ennoblecedora de las colecciones particulares, por medio de cesiones, donativos, adquisiciones en condiciones justas mediante la aplicación de una legislación con visión de futuro no simplemente economicista o materialista; otro objetivo podría ser el comienzo de una tarea cultural radical, es decir, desde las raíces, porque la obra de arte puede surgir en cualquier momento y en cualquier lugar y nadie tiene que darle el sello de calidad o la categoría de merecedora de conservación; siguiendo este criterio, en principio ninguna obra de arte, mirando su origen o lugar de producción, debería ser menospreciada, sino después de un examen de sus características concretas; de este modo, el objetivo primordial de la política museística, el engrandecimiento cultural de un país, la promoción de la Cultura con mayúsculas, como una de las manifestaciones más nobles del espíritu humano, que tal es el significado de la obra de arte, estaría digna y suficientemente cubierto, para ejemplo de contemporáneos y lección de cara a tiempos posteriores.

A título de ejemplo, algunos de los museos que existen en la región extremeña deben ser citados aquí, no como un inventario excluyente, sino enmarcados dentro del planteamiento teórico de objetivos que la presente comunicación ofrece. El Museo Nacional de Arte Romano de Mérida, de importancia mundial dentro de su especialidad, reúno todas las características y valores enumerados en estas líneas, constituyendo un punto de referencia de toda la realidad museística española. Los Museos Arqueológico de Badajoz y Cáceres constituyen una referencia inevitable para la política arqueológica de nuestros días, en una región en la que no se realizan estudios de nivel superior en esta disciplina. El de Bellas Artes de Badajoz constituyen una realidad digna de elogio en el cuidado por el arte regional en la época moderna, además de constituir un modelo de institución de este carácter de rango provincial; otros recintos museísticos más restringidos en su conocimiento y popularidad, pero no por ello menos importantes, como el Catedralicio de Badajoz, nos hacen mención de una realidad alentadora dentro de las posibilidades existentes en este terreno, tanto en el panorama regional como nacional, y plantean la necesidad de un impulso y modernización de los museos de cara a los nuevos tiempos, para que sigan cumpliendo su papel de conservadores de los bienes culturales y signa constituyendo una fuente de enriquecimiento del patrimonio individual y social de los grupos humanos en cuyo seno se plantan y conservan estos centros culturales que son los museos.

Oct 012000
 

Lucía Flores Olave.

La Moral Eclesiástica defendía un modelo de estratificación social, según el cual a las mujeres correspondía efectuar funciones de apoyo efectivo al varón dentro de la familia, de producción doméstica y de reproducción biológica; todo ello bajo la supervisión de una indiscutible autoridad masculina.

Así, hablar de mujeres en la vida de la Extremadura moderna es tratar de sus actividades en un período durante el cual las mujeres tenían que hacer frente a las filas de una sociedad masculina gobernada por una teología totalmente masculina y por una moral hecha por hombres para hombres.

Ya desde la infancia, la niña estaba en la misma situación de impotencia legal que su hermano, pero su educación consistía fundamentalmente en inculcarle el ideal femenino de pasividad y sumisión a sus padres y a su futuro marido. Su matrimonio, generalmente a una edad muy temprana, significaba el dominio total por parte del marido y, en la práctica, la desaparición de todos sus derechos legales mientras durara el enlace.

Dado este constante sesgo intelectual y jurídico hacia la inferioridad de la mujer y hacia el derecho de dominio de su marido sobre ella, es natural que la mayoría de las actividades de la mujer seglar, ligadas inevitablemente a las necesidades de la vida cotidiana, se dieran por supuestas o se subsumieran en logros del marido. Las únicas mujeres con personalidad jurídica, caso aparte lo constituyen las religiosas, eran las viudas, éstas ejercían a menudo un auténtico poder personal y tenían influencia como individuos independientes.

Las mujeres resultaban muy importantes para el derecho, especialmente el canónico, porque trataba de regular el matrimonio, dado que lo que fundamentalmente le preocupaba eran las funciones de esposa y de madre. Así la Iglesia tenía sus propios tribunales donde regía el Derecho Canónico y tenía jurisdicción sobre causas matrimoniales y a menudo sobre testamentos. Los canonistas eran considerablemente más generosos con las mujeres que sus colegas seglares. Aunque también los canonistas insistían en la autoridad del marido durante el matrimonio, creían en un área de igualdad: ambos esposos teníaniguales derechos.

Los canonistas que seguían la tradición cristiana de que se prestara especial atención al bienestar de las viudas, estaban especialmente preocupados por la situación de la mujer cuando el marido fallecía antes que ella, la legislación eclesiástica trató de proteger los derechos de la viuda sobre los bienes que ella había aportado al matrimonio, la herencia procedente del marido y su justa participación en los bienes muebles de él; buscaron que tuviera los medios de sostenimiento adecuados mientras recibía la herencia del marido e insistieron en que tenía derecho a vivir viuda o volverse a casarlibremente.

El tema de las mujeres ha sido estudiado, generalmente, en función de su estado civil, de entre muchos ejemplos de obras y autores, destacaré principalmente dos, el primer ejemplo lo constituye Mariló Vigil, quien en su libro «La Vida de las Mujeres en los siglos XVI y XVII», establece la siguiente tipología:

LA DONCELLA

  • El Modelo: modesta, obediente y recatada

LA CASADA

  • La Madre

LA VIUDA

  • El Modelo: enlutada, doliente y enclaustrada
  • La Viuda como jefe de familia
  • Las viudas alegres

En el segundo ejemplo destacaría la obra de Margaret Wade Labarge, quien también trata el tema femenino, clasificando a la mujer en:

  • Mujeres que gobernaban
  • Mujeres que rezaban
  • Mujeres que trabajaban: urbanas y campesinas
  • Mujeres que curaban y cuidaban enfermos
  • Mujeres marginales.

De esta tipología femenina la que particularmente me resulta más importante sería el caso de las viudas como jefe de familia, una tipología que podríamos subdividirla en las viudas pobres y las viudas acomodadas.

La Viuda Pobre, sin tierras, rentas, negocios o familia que la apoyara era todavía sinónimo de persona muy necesitada, pero las actividades de muchas viudas de la edad moderna sugieren que su nuevo estado de libertad legal y personal les daba energía y competencia.

La Viuda acomodada, al final de su vida, podía entrar en un convento con el cual se hubiera mostrado especialmente generosa, es decir, se trataría de algo así como un retiro dorado.

De quien más se sabe es de las mujeres de la élite comerciante, estas viudas, con medios procedentes de sus dotes y herencia, con frecuencia eran activas prestamistas o negociaban con propiedades. Estos eran negocios conservadores muy apropiados para las capacidades de las mujeres.

Un ejemplo a destacar de viuda que sabe negociar y maneja sus propios asuntos económicos sería el caso de Isabel de Torres, viuda de Simón de Bonilla, de Guadalupe:

Jerónimo Muñoz vende la escritura de una viña y derechos de ella y reconoció a la dicha Isabel de Torres y a sus herederos y sucesores por señora de dicho censo.
La misma Isabel de Torres arrienda a Bartolomé Bello una casa por tiempo y espacio de tres años por precio y cuantía de cuarenta y siete reales en cada un año.
Otra vez Isabel de Torres revoca un poder dado a Diego López de todo y por todo.

(Viuda que sabe firmar).

Otro caso lo constituye María de Escudero, así podemos observarlo en el siguiente documento:

«Sépase por esta carta de reconocimiento de censo vieren como yo, Maria Escudero, viuda de Joan García Bermejo,(…) digo que por cuanto yo poseo una viña que compré al licenciado Don Mauro Antonio, Abogado (…) sobre la cual está cargado un censo principal de sesenta ducados a favor de la cofradía del señor S. Bartolomé , se me ha pedido por parte de la dicha cofradía reconozca la dicha cantidad de censo(…) y me obligo de pagarla y pagarles en cada una año, los dichos treinta y tres reales conforme a los plazos contenidos en dicha escritura»

(Viuda que aunque negocia, no sabe firmar)

Pero por desgracia, no todas las viudas tenían la misma capacidad de negociar, a menudo reconocían la necesidad de ayuda masculina, esto podemos observarlo en los siguientes documentos:

CASAS DE MILLÁN

«Sépase como yo Catalina Rosada viuda de Sebastián Manos, (…) otorgo y doy mi poder cumplido tan amplio y bastante como por derecho se requiere y es necesario sin limitación alguna al licenciado Miguel Rosado para que en mi nombre pueda recibir y cobre de cualquier vecino, seculares y eclesiásticos todos los marevedís, trigo, cebada y centeno que por cualquier razón me sean a deber»

(No Firma)

GUADALUPE

«Sepan cuantos esta carta de poder vieren como yo María Ramírez Viuda de Rodrigo Sánchez, escrivano, (…) otorgo y conozco por esta presente carta que doy y otorgo mi poder cumplido y cualquier derecho en tal caso, para más y mejor hacer a Joan de Vega procurador de causas de esta villa para que por mí, y en mi nombre pueda presentar y presente una querella criminal contra (…)»

(Firma el documento) 16 Febrero 1618

Los casos tratados han sido un breve ejemplo de la capacidad jurídica que una mujer podía tener en la edad moderna, siempre y cuando fuese viuda, por tanto, dentro de la tipología ofrecida de las mujeres, siempre articulada en función de su estado civil, sólo nuestras protagonistas, es decir, las viudas, gozaban de una personalidad jurídica para poder ocuparse de sus propios negocios, pero no nos engañemos, esta capacidad se restringía a una mínima parte del sector femenino, las viudas, y más aún a una mínima parte de viudas, las que tuvieran una actividad económica, de la que ocuparse. El resto de viudas, malviviría de ayudas de familiares, beneficencia o limosna.

Oct 012000
 

Juan Cándido Flores Bautista y Manuel Moreno González.

INTRODUCCIÓN

La muerte en el Antiguo Régimen era un elemento importante y presente en la propia vida de los hombres, de hecho, a través del estudio que hoy los historiadores de la Edad Moderna hacen de la muerte se pueden advertir, no sólo los distintos comportamientos de una variable demográfica, sino también, y siempre que se utilice una base teórica y una metodología adecuada, aspectos y actitudes de esos hombres ante la vida, en terrenos que traspasan la pura religiosidad y se internan en la Historia Social o la Economía histórica, por no mencionar las posibilidades para el estudio de un campo concreto, pero a la vez extremadamente complejo, como es el de la Historia de las mentalidades[1].

Así, el objetivo de esta breve ponencia es analizar algunos de esos aspectos del pasado que se desprenden del estudio de la mortalidad en un núcleo concreto como es Valencia de Alcántara y un periodo definido que va desde mediados del siglo XVIII hasta principios del siglo XIX. Para ello, y no sin dificultades, hemos acudido a dos tipos de fuentes; por un lado los libros de difuntos de las dos parroquias locales[2], de los que hemos extraído la mayor parte de los datos demográficos y sociológicos y por otro lado los libros de actas capitulares del Ayuntamiento muy útiles a la hora de conocer el transcurrir de la vida municipal y sus incidencias en la variable mortalidad.

Sin duda un correcto acercamiento a la realidad de Valencia de Alcántara en el periodo señalado necesitaría además la aportación y análisis de otras variables como la natalidad o la nupcialidad no contempladas en esta ponencia pero que, confiamos, serán introducidas en trabajos posteriores de mayor amplitud.

PARTE I. LA MUERTE, UN HECHO DEMOGRÁFICO

1.1. EVOLUCIÓN SECULAR.

Llegados a este punto, momento en el que se inicia nuestro trabajo, comenzamos planteando nuestro primer problema. Este primer apartado lo hemos elaborado no para toda la población de Valencia de Alcántara, sino solamente para la parte de ésta que quedaba dentro de la feligresía de la parroquia de Nuestra Señora de la Encarnación, ya que en la parroquia arciprestal de Nuestra Señora de Rocamador no existe libro de difuntos hasta la tardía fecha de 1763, con lo cual los resultados de nuestra investigación, al menos en este aspecto, sólo se refieren parcialmente a la población de la citada localidad, aunque, suponemos que el comportamiento debe ser, en gran medida, similar en ambas feligresías.

Aclarado esto, nos centraremos ya en la evolución de la variable mortalidad a lo largo del periodo que va desde 1740 a 1811, aunque antes de hacerlo convendría señalar que esta pequeña serie debemos entenderla dentro de lo que es el propio siglo XVIII, un siglo en el que según recoge Miguel A. Melón[3] la mortalidad de tipo catastrófica, debido a epidemias, malas cosechas, etc., retrocede, sobre todo si tenemos en cuenta la funesta centuria precedente. En cualquier caso estamos ante un siglo de expansión demográfica y el hecho de que desciendan las tasas de mortalidad combinado con lo favorable de las otras variables, no hace sino afirmarlo como tal. Desde luego, este no es el objeto de estudio que nos hemos propuesto, pero se hace imprescindible la visión de conjunto para entender las estrecha franja cronológica que vamos a trabajar, y todo lo que ella encierra.

Analizando ya la variable mortalidad en el periodo concreto que va de 1740 a 1811, podemos concluir que estamos ante un periodo de relativa calma. Observando el Gráfico I (véase anexo) vemos como la tendencia es prácticamente plana, con una leve pendiente tendente al alza, y vemos como la media ponderada muestra una cierta estabilidad en el tiempo analizado, si bien gracias a ésta podemos establecer, al menos, tres ciclos diferenciados: por una parte el que va hasta finales de la década de los 60, y que estaría caracterizado por ser el más oscilante de todo el periodo analizado, con un repecho marcado por la media móvil que llega a alcanzar el índice 150 (este repecho se debe a la grave crisis de 1762-63, que más adelante trataremos); en este primer espacio temporal la línea que señala la media móvil se sitúa por encima del índice 100 durante casi todo el ciclo. Por otra parte, el segundo periodo ocuparía desde finales de los 60 hasta los últimos años de la década de los 90, y en él contemplamos como el nivel de mortandad se sitúa, salvo en años muy excepcionales, por debajo del índice 100, índice que por la línea dibujada por la media móvil, apenas se ve rozado, estando, por tanto, ante los años menos conflictivos de todo el lapso. Por último, como puede observarse, en los años finales del S.XVIII y en los iniciales del XIX, los picos que rebasan el índice 100, y muchos de ellos el 150, se multiplican, y esto nos lleva a hablar de un ciclo diferenciado en el que la relativa calma del anterior se rompe, adentrándonos en un periodo en el que las crisis se suceden por motivos que más adelante analizaremos.

Años Difuntos
1740-44 302
1745-49 312
1750-54 371
1755-59 348
1760-64 402
1765-69 274
1770-74 324
1775-79 319
1780-84 237
1785-89 286
1790-94 284
1795-99 346
1800-04 368
1805-09 394

Tabla I. Defunciones por quinquenios.

Lo anteriormente dicho podemos apoyarlo también en los datos ofrecidos por la tabla I; en ella vemos las cifras obtenidas de la suma de las muertes anuales por quinquenios. Así, puede observarse que las mayores oscilaciones se dan hasta la última década de los 60, con valores tan dispares como 402, de 1760 a 1764, o 274 defunciones en el siguiente quinquenio. A partir de éste, y hasta el último del siglo, vemos como las cifras de muertes por quinquenio son menos importantes y con menor oscilación que en la etapa anterior. Y por último puede observarse como en los cinco años finales del siglo el número de muertes supera los 340, marcando la tónica que seguirá la variable mortalidad durante la primera década del siglo XIX.

Por lo que respecta a la línea de Mortalidad Total vemos como es una línea típica de sierra, oscilante, pero que tan sólo supera el índice 100 en contadas ocasiones, ocasiones que trataremos en otro apartado del trabajo. Sin embargo, conviene señalar, aunque de momento no busquemos un porqué, los años con índice más alto; así, cabe destacarse 1742 con 159, 1753 con 151, 1759 con 197, 1763 con 307, 1771 con 174, 1786 con 170, 1801 con 171 y 1806 con 155 años todos ellos en los que la Tasa Bruta Media de Mortalidad del periodo[4] (39,78‰) se ve ampliamente superada[5], hecho que nos pone en la pista de posibles dificultades y coyunturas críticas que ya detallaremos.

Lo expuesto hasta ahora ha hecho referencia a una mortalidad global, pero sin duda alguna para un mejor entendimiento de la variable convendría diferenciar el comportamiento de la mortalidad adulta y la infantil, y dentro de estas subvariables, a su vez, se hace indispensable la comparación entre los dos sexos.

En cuanto a la mortalidad adulta, como podemos observar en el Gráfico II, su comportamiento es bastante semejante al de la mortalidad global, aunque por supuesto, habría que hacer matizaciones: la tendencia es a la baja, señal de lo relativamente favorable que es el periodo. Por otra parte, vemos como la media móvil nos ofrece una curva con oscilaciones más suaves que las del Gráfico I, esto nos habla del, en cierta medida, diferenciado comportamiento de la mortalidad adulta y la infantil. El profesor M.A. Melón[6] en su estudio sobre la alta Extremadura establece varios ciclos a la hora de estudiar la mortalidad adulta en el siglo XVIII; más concretamente habla de siete periodos de los cuales nos interesarían el tercero (1736-1754), que considera de estabilización de los índices hasta que con la crisis de mediados los cincuenta vuelva a dispararse, el cuarto (1755-1763), en el que habla de una calma relativa hasta que se desencadena la crisis del 1762-1763, en el quinto (1764-1779) la curva de mortalidad descendería favoreciendo un crecimiento demográfico que se mantendrá hasta la crisis general de 1780; por lo que respecta al sexto (1780-1796), se alternan años normales con años de pequeñas crisis que dificultan el crecimiento de la población; y por último, de 1797 a 1814, se engloban los mayores índices de mortalidad del periodo analizado, provocados por las crisis de subsistencia y las dificultades generadas por conflictos bélicos. Esto que se considera para la Alta Extremadura, como podemos observar en el Gráfico II, se ajustaría bastante a los datos que hemos obtenido para la Parroquia de la Encarnación de Valencia de Alcántara, donde podemos afirmar que 1755, 1762-1763 y 1806 suponen verdaderos puntos de inflexión en la evolución de la mortalidad adulta.

Si atendemos a la subvariable mortalidad adulta diferenciando entre los dos sexos (Gráfico III) vemos como las curvas, prácticamente, se superponen, no pudiendo hablarse, por tanto de un comportamiento diferenciado entre el género femenino y el masculino. Sin embargo, nos gustaría llamar la atención sobre el pico del año 1763 en el que mientras la mortalidad adulta femenina rebasa el 620 de índice, la masculina no llega al 400. Estas cifras resultan, cuanto menos, extrañas si tenemos en cuenta que en estos años a lo que asistimos es a un enfrentamiento bélico entre los dos reinos peninsulares[7]. Las causas de este fenómeno se nos escapan por completo y todo lo que podríamos hacer serían conjeturas sin ningún tipo de validez científica al no poder documentarlas, de este modo, puede que los hombres hayan huido de la población por temor a las levas militares de ahí que la mortalidad femenina supere con diferencia a la masculina; también podría suceder que en un enfrentamiento bélico directo como se dio en Valencia de Alcántara no se recogiesen todas las bajas, que los portugueses hubiesen hecho prisioneros o que los difuntos fuesen enterrados indistintamente, sin tener en cuenta la feligresía a la que pertenecían, en Sta. María de la Encarnación o de Rocamador. También puede darse la posibilidad de que se habilitase algún campo santo que escapase al control de la Encarnación[8]. En cualquier caso, y como ya hemos dicho, todo esto sólo puede considerarse como hipótesis difícilmente demostrables.

Por lo que respecta a la mortalidad infantil la tasa de mortalidad media bruta para el periodo[9] es de 110,65‰, aunque como veremos es mucho más fluctuante que en el caso de la mortalidad adulta. Esta mayor oscilación podemos observarla en el Gráfico IV, con una tendencia al alza, la curva de mortalidad infantil presenta, una gran irregularidad (también observable en la curva que ofrece la media ponderada), en cinco ocasiones la curva sobrepasa el índice 150, son los años 1742, 1753, 1759, 1763, 1771, 1776, 1778, 1786, 1797 y 1801. Aceptando, aunque sólo sea para orientarnos en el comentario, la propuesta que hemos hecho para hallar la tasa, lo obtenido para estos años es 195,65, 195,65, 301,24, 158,38, 295,03, 239,13, 173,91, 251,55, 183,22 y 226,7‰, respectivamente. Desde luego en estos casos concretos habría que buscar unas causas, por tratarse de situaciones relativamente excepcionales. De esto nos ocuparemos en el apartado que hemos dedicado a los periodos críticos.

Se hace indispensable señalar que si tenemos en cuenta los datos ofrecidos por M.A. Melón[10], que también considera como párvulos los niños con edades comprendidas entre 0 y 7 años, nuestros cálculos quedarían muy lejos de la realidad, ya que nos ofrece una media del 500‰, mientras que nosotros hemos obtenido una media que apenas sobrepasa el 100, aunque nos gustaría hacer hincapié en que al menos estos datos nos pueden resultar orientativos. En cualquier caso también podría darse la posibilidad de un comportamiento diferenciado en la zona de frontera, en la que debemos entender Valencia de Alcántara, o por otra parte que estos resultados estén altamente condicionados por los problemas que todos conocemos de la relativa fiabilidad de las fuentes.

Observando el gráfico, y teniendo en cuenta tanto la curva de mortalidad como la de la media móvil, podemos concluir que dentro del periodo analizado, los ciclos más nefastos para la mortalidad infantil en Valencia de Alcántara serían la de las décadas de los cincuenta, la de los setenta y la primera del siglo XIX, posiblemente porque este sector de la población sea más sensible y más proclive a sufrir las consecuencias de cualquier crisis, y como ya veremos en estos lustros se vivieron coyunturas críticas que favorecieron la mortalidad de los segmentos más débiles de la sociedad como pueden ser los niños o los pobres.

En cuanto a un comportamiento diferenciado entre los dos sexos, éste es inexistente, las mínimas diferencias en la evolución de las curvas que podemos observar en el Gráfico V, pensamos, pueden deberse, bien a que en ciertas épocas el párroco al apuntar no diferenciaba los sexos de los párvulos (conviene señalar el caso de 1786), o bien a la simple casualidad, ya que al no existir en ningún punto una excesiva separación de las curvas no podemos hablar de algún tipo de enfermedad que sólo afectase a niñas o niños de forma exclusiva, aunque pudiera darse el caso.

Convendría señalar antes de finalizar el análisis de esta subvariable, y siguiendo de nuevo a M.A. Melón, las principales causas de mortalidad infantil[11], que serían, por orden de importancia, en primer lugar las complicaciones en el aparato digestivo (gastroenteritis, enterocolitis, disentería y gastritis), en segundo lugar, las enfermedades infecto-contagiosas generalizadas (viruela y fiebres palúdicas), y por último, las afecciones relacionadas con el aparato respiratorio.

Para concluir este primer apartado restaría hacer unos breves comentarios sobre la evolución comparada de mortalidad adulta e infantil. A este respecto podemos observar en el Gráfico VI como los picos de sierra de ambas subvariables ofrecen datos y perfiles, en ocasiones casi contrapuestos, o cuanto menos, bien diferenciados, el hecho de que cuando ascienda la curva de mortalidad adulta, caiga la de mortalidad infantil puede deberse a un descenso de la natalidad en coyunturas adversas, por el contrario, cuando la serie de los adultos queda por debajo del índice 100, la mortalidad infantil llega incluso a dispararse, como es el caso de 1759 o 1771, algo que vendría a confirmar esta idea, ya que en momentos favorables se asiste a un incremento en las cifras de nupcialidad, y por supuesto de natalidad. También se da el caso de que cuando se dispara la mortalidad adulta, lo hace también la infantil, esto vendría a reafirmar lo ya expuesto de la mayor debilidad orgánica de los “párbulos” en momentos críticos, momentos y coyunturas que estudiamos a continuación.

1.2. LAS CRISIS DE MORTALIDAD

Antes de comenzar el análisis concreto de las principales crisis demográficas en Valencia de Alcántara entre 1740 y 1811 convendría recordar que estamos ante una sociedad y economía propias de Antiguo Régimen, es decir, ante una realidad socioeconómica en la que a las causas ordinarias de mortalidad pueden ir unidas otras causas extraordinarias como guerras, epidemias, crisis agrarias y de subsistencia que, casi siempre de forma conjunta, ofrecen una explicación a la elevada mortalidad de los años que vamos a señalar como críticos.

Aunque el adjetivo de año crítico se puede colocar a un buen número de los años estudiados, por superar ampliamente la media de todo el periodo, sólo contemplaremos aquellos años especialmente significativos analizando, además, si son meras crisis aisladas o tienen una prolongación en el tiempo.

El primer año crítico del periodo es 1753, año en el que la mortalidad alcanza un índice del 151% con respecto a la media para todo el periodo en la Parroquia de la Encarnación (66,04 defunciones). Este incremento de la mortalidad encontraría su explicación en la sucesión de malas cosechas causadas por la sequía que por estos años afectó a la provincia[12], situación que además se complicaría en 1755 con la aparición de una plaga de langosta bien documentada en los acuerdos municipales de ese año:

(…)Por cuanto ayer, doce del corriente se tubo niticia que avía aparecido langosta en la cotada boial, (…), se acordó que mañana, catorze del corriente, salgan por quadrillas los vezinos a matarla o cogerla del modo que se pueda estinguir. (…)[13]

(…) Acordose se despache carta zircular a San Vicente, Salorino, Membrio, Carbajo y Santiago para que vengan a matar la langosta según se prebiene en la orden de su magestad que abla sobre langosta. Y así mismo sépase recado a el Padre Guardián de este convento para que con algunos relixiosos se agan algunos conjuros a la langosta que tenemos entruduzida esta jurisdizión. (…)[14]

1759 es el siguiente año en el que los índices superan la media del periodo. En este caso se trata de una crisis aislada, probablemente de carácter local, motivada entre otros factores por una escasez de grano que se subsanaría con la excelente cosecha del siguiente año.

A comienzos de 1762 el transcurrir de la vida municipal se ve interrumpido de nuevo por las endémicas hostilidades con el vecino reino de Portugal, hecho que tendrá fuertes incidencias en la población de una localidad que aún hoy sigue siendo fronteriza. El conflicto, bien documentado en los acuerdos municipales de ese año[15], provocará la pérdida temporal de Valencia de Alcántara y su parcial destrucción como refleja un acuerdo de ese año:

Por cuanto habiendo las tropas enemigas sorprendido a la villa de valencia de esta orden de Alcántara, la hicieron por medio de la fuerza prestase la obediencia al rey de Portugal, y viendo precisa su recuperación, haciéndola bolber al suave y legítimo dominio de S.M.C., (…)[16]

Finalizado el breve conflicto en diciembre de 1762 sus repercusiones se verán claramente reflejadas en el espectacular aumento de los índices de mortalidad en 1763 que superan en un 207% la media del período. Las causas que provocan el que en este año se triplique esa media son múltiples ya que a la destrucción de la población, de los campos y cosechas irá irremediablemente unida a una importante crisis agraria y de subsistencia, acrecentada además por la aparición de una epidemia de tabardillo y de fiebres malignas a cuya extensión por toda la provincia contribuyó sin duda los movimientos de un ejército, como el de Antiguo Régimen, que vivía sobre el terreno. Todos estos aspectos de forma conjunta configuraran el cuadro al que tuvo que enfrentarse la mermada población de la villa en el peor año del periodo.

Tras esta fuerte crisis se abre un periodo de relativa calma e índices de mortalidad estables por debajo de la media, sólo interrumpido por algunos años críticos aislados como 1771, 1776 o 1786 en los que el incremento en el número de defunciones bien pudieron venir motivadas por malas cosechas que generalmente derivaban en crisis de subsistencia o en la propagación de enfermedades estacionales de tipo epidémico como el tabardillo, las fiebres tercianas, quartanas o los dolores de costado, enfermedades todas ellas muy generalizadas en la provincia durante la década de los ochenta[17]. En el caso concreto de Valencia de Alcántara a estos problemas se unirá otro que de forma endémica afectara a la población, el de la mala calidad de las aguas y las dificultades en su suministro regular[18].

El final del s. XVIII y los comienzos del XIX supondrán un cambio en esta tendencia con un incremento generalizado de los índices, de hecho, en el quinquenio 1796-1800 sólo 1798 se sitúa por debajo de la mortalidad media. Además en 1801 se alcanzarán los índices más elevados (171%) del periodo después de 1763, situación que se prolongará al quinquenio siguiente donde todos los años excepto 1804 se sitúan por encima de la media haciendo especial énfasis en 1806 donde la mortalidad alcanza un índice del 155%.

En el caso concreto de 1801 su elevado índice de mortalidad se fundamenta en el estallido del fugaz conflicto bélico conocido como la Guerra de las naranjas[19](mayo y junio de 1801) que sacudió a toda la frontera y que en el partido de Alcántara vino precedido de años de malas cosechas, epidemias y carestías[20]. De hecho en un marco de dificultades económicas y sanitarias (aparición de un brote de viruela) el estallido de dicho conflicto y sus postrimerías se sumaron a la difícil situación de la población de la villa a comienzos de siglo, debido al forzoso alojamiento y mantenimiento de los soldados y a la falta de medios e infraestructuras sanitarias adecuadas. Esta realidad crítica se refleja con claridad en los plenos municipales de ese año y en los diferentes informes médicos:

Dede cerca del veinte de agosto proximo que se principio a facilitarse aloxamiento a los enfermos que salen de los hospitales militares desta plaza he advetido en el pueblo seis o siete vezes mas enfermedades y de peor condiciones que anteriormente deviendo ser, por el contrario, muchas menos: y haviendo reflexionado con particular madurez las causas predisponentes, ocasionales y procatarticas de tan notable alteracion de males no hallo otra que el contacto y comunicación de los enfermos de estos hospitales con vecinos del pueblo, siendo evidente que quando salen dellos ban espirando un fetos tan conocido, como capaz de ocasionarles recaidas; y de producir y propagar enfermedades contagiosas en el pueblo[21]

Especial mención requiere en este año la elevada mortalidad infantil (200,4%) causada por una epidemia de viruela, una de las enfermedades infecto-contagiosas que, según Miguel Rodríguez Cancho[22], eran la causa del 22,5% de las muertes infantiles. Dicha epidemia de viruela aparece reflejada en los libros de acuerdos municipales de la siguiente forma:

Igualmente hace presente que con motivo de haverse elejido por uno delos hospitales militares de la plaza la Yglesia parroquia de Ntra Sra Sta Maria dela Encarnacion dogo de RoqueAmador se entierran todos los cadaveres de esta poblacion en la Iglesia dela Encarnacion haviendo llegado a terminos por las muchas criaturas que mueren de viruelas a advertirse cierta fetidez que ha distraidos la concurrencia de muchas personas a dicha Parroquia y llegara el caso deque continuandose enterrando en ella que la abandonaran los feligreses expuestos ademas por lo mismo a que ynfeste esta poblacion[23].

La crisis de 1801 tendría, como ya hemos señalado, su prolongación no sólo en los cinco años posteriores (especialmente 1806) sino que el estallido de la guerra de la Independencia (1807/8-1812) impediría la recuperación de una población mermada que sufría una larga situación de carestía, conflictos y enfermedades desde finales del s. XVIII. De esta forma, una sesión del capítulo municipal del 19 de mayo de 1811 puede ser ilustrativa de la realidad que atravesaba la villa:

En Este Ayuntamiento se ha tenido presente que sobre las inmensas contribuciones y exacciones que se han hecho de todas clases a este vecindario desde los principios de nuestra Santa rebolucion (la Guerra de la Independencia), hasta fines de febrero ultimo en los seis meses anteriores importaron sus subministros a las tropas seiscientos mil maravedies que desde marzo á este dia ban subministrados quarenta y siete mil y mas raciones, y finalmente que por instantes recargan y se aumentan las tropas sin que de parte alguna haya el menor auxilio para sus subministradores, ni tiempo siquiera para hacer repartimientos trocandose en la miseria absoluta de la poblacion, en la imposibilidad de hacer las recolecciones y en la absoluta ruina de la agricultura con transcendencia mas duradera porque en los pocos en quienes no se considere ya una imposibilidad quasi total la hay para auxiliar a sus conbecinos que viven con el desconsuelo de no comer ya pan.[24]

1.3. ESTACIONALIDAD DE LAS DEFUNCIONES.

A la hora de analizar la variable mortalidad, y para una mejor comprensión de la misma, se hace indispensable considerar la estacionalidad de las muertes, ya que esta estacionalidad, en gran medida, puede contemplarse como un indicativo de las causas comunes de la defunción como hecho biológico natural.

A este respecto, como podemos observar en el Gráfico VII, las mayores tasas de mortalidad se dan en los meses de verano y en los de otoño, hecho que se debe a la mayor incidencia de problemas digestivos en el periodo estival y a una mayor presencia de afecciones en el aparato respiratorio en los meses de otoño. Además podemos contemplar un comportamiento diferenciado entre la mortalidad adulta y la infantil con respecto a la estacionalidad.

De este modo el mayor índice de mortalidad para adultos se da en verano, sobre todo a finales de éste y en otoño, reduciéndose levemente en invierno, y reduciéndose enormemente en primavera. Por su parte, el comportamiento de la mortalidad infantil sigue un camino diferente: adquiere en este sentido una gran importancia el periodo estival, cuando los problemas gastrointestinales se ceban con los organismos más débiles; también llama la atención la enorme proporción de difuntos párvulos en los meses de otoño, y esto se explica teniendo en cuenta que es de septiembre a mediados de noviembre cuando se da un mayor número de nacidos, y por tanto, una mayor tasa de mortandad de éstos, debido a las escasas posibilidades de supervivencia; en invierno se alcanzan los mínimos, mientras que en primavera se aprecia un leve ascenso del porcentaje.

Con estos breves apuntes sobre la estacionalidad de las defunciones damos por finalizada esta primera parte de nuestro trabajo, abandonando lo que ya dijimos al principio, consideramos la vertiente menos problemática de nuestro análisis, aunque no exenta de dificultades como hemos visto; y menos problemática, al menos, a la hora de interpretar los datos, ya que el análisis de las cifras de mortalidad apenas nos ha sacado del terreno de estudio cuantitativo del tema, y aún siendo ésta una modalidad de análisis rodeada de incertidumbres y de problemas metodológicos, la elaboración de gráficos y series de datos sistematiza, y en gran medida ayuda a comprender, una realidad que se esconde detrás de esos datos. A partir de este momento, nos adentramos, como ya se mencionó en la Introducción en la parte más subjetiva, más difícil de valorar con una serie de años tan escasa como la que hemos estudiado, entramos en la esfera de lo social y en el terreno de las ideas, y entramos con la pretensión, no sabemos si ingenua o no, de llegar a conclusiones sobre la muerte como un elemento diferenciador a nivel social y como preocupación religiosa también a un nivel colectivo.

II. LA MUERTE: FENÓMENO SOCIAL Y REFLEJO DE UNA MENTALIDAD

2.1. LOS DIFUNTOS. ANÁLISIS SOCIOLÓGICO.

2.1.1. Muerte y pobreza.

El propósito fundamental de este punto es medir los niveles de pobreza a partir de las 5 catas[25] que realizamos al vaciar los datos de la parroquia de Sta. María de la Encarnación para el periodo analizado. Además, también disponemos de información al respecto en la parroquia de Rocamador, con lo cual, podremos constatar en algunos momentos la existencia de comportamientos diferenciados, o no, entre ambas parroquias.

Sin lugar a dudas, estamos ante un verdadero reto, ya que el fenómeno de la pobreza entraña múltiples problemas, problemas que devienen, principalmente, de las fuentes, de aspectos como la parcialidad del anotador y la eficiencia del mismo; pero también de la propia complejidad intrínseca del problema por las múltiples gradaciones que existen en la consideración del individuo como pobre. De este modo, cabría distinguir entre pobres de solemnidad (individuos que, coyunturalmente, quedan al margen de la sociedad por insolventes, y que por tanto pueden volver a integrarse en la misma) y pobres propiamente dichos (los que “no testan por no tener de qué”). Por otro lado, debe diferenciarse también entre pobres locales y pobres foráneos, normalmente deambulantes. Así, en alguna de las catas referidas, la primera distinción señalada habría sido posible documentarla gracias a la eficiencia del anotador, pero nuestra inexperiencia al vaciar los datos nos llevó a obviar tan valiosa información.

A todo esto convendría añadir otro problema: el hecho de que un individuo teste, o no, tampoco es indicativo de pobreza, a pesar de que, según Isabel Testón, dicha pobreza fuese uno de los agentes fundamentales que impedían al individuo tomar medidas oportunas para alcanzar la deseada salvación[26] (medidas que más adelante especificaremos), ya que el bien morir era, por tanto, un privilegio vedado para todo aquel que no pudiese permitirse el desembolso económico que suponía la redacción de un testamento. Sin embargo, una persona podía dejar de testar por motivos ajenos a la fasta de recursos, tales como una imposibilidad física o mental, una muerte repentina u otra infinidad de circunstancias concurrentes en la voluntad del finado.

Al margen de estos problemas, nuestro intento de analizar la evolución cuantitativa del fenómeno de la pobreza a lo largo del periodo estudiado hubiese necesitado un vaciado completo de toda la serie y no sólo de algunas muestras. Sin embargo, apoyándonos en la bibliografía, nos ha sido posible establecer algunas generalizaciones al respecto. De esta forma, siguiendo el estudio realizado por los profesores J.P. Blanco Carrasco y Mercedes Santillana[27] para el partido de Cáceres, se puede afirmar que la mortalidad de pobres varía de forma paralela a la mortalidad adulta total. Así, los desequilibrios existentes entre la mortalidad de pobres y la mortalidad adulta total (Gráfico X), especialmente en el quinquenio 1750-1754, pensamos que podrían venir motivado por un relajamiento de los criterios del anotador, relajamiento que es más evidente en los años críticos (tales como 1753).

Pese a ello, estos problemas y comportamientos no nos impiden afirmar que, a lo largo del s. XVIII, y especialmente a partir de los años centrales de ese siglo, se experimenta una tendencia al alza de los niveles de pobreza debido a la evolución de la economía regional y a la agudización de las condiciones de vida (fruto esencialmente del aumento en los precios de los bienes de consumo), alza de los niveles de pobreza que iría consecuentemente unida a un aumento de la mortalidad de pobres (Gráfico XI). Estos datos generales, aparecen sin embargo maquillados en el caso concreto de Valencia de Alcántara donde la ausencia de conflictos militares de importancia provoca un descenso generalizado de los índices de mortalidad por causas extraordinarias, descenso que se extiende también a la mortalidad de pobres.

Como ya adelantamos al comenzar este apartado disponemos de datos para ambas parroquias en el periodo 1770-1811, periodo en el que se puede observar un mayor número de difuntos pobres que en la Parroquia de la Encarnación (un 8 o 10% más elevado). Las causas de esta diferencia pueden venir motivadas por la concurrencia de un anotador más sistemático o bien, como parece probable, por la condición socio-económica menor de los feligreses de dicha parroquia, ya que el crecimiento, con un cierto “florecimiento urbano” en los siglos XVI y XVII se da dentro de los límites jurisdiccionales de la Encarnación. De hecho, en el siglo XVIII todos los apellidos que componían la élite local: Peñaranda, Chumacero, Ulloa, Bravo, Barrantes, etc., tenían sus residencias en la feligresía de la Encarnación.

Con esta última hipótesis planteada no hemos pretendido hacer una distinción entre parroquia de condición pechera y parroquia de condición privilegiada, como si puede constatarse en poblaciones como Cáceres, pero sí sospechamos una composición diferenciada de ambas feligresías. Evidentemente, este no es el objeto de estudio planteado, ni tampoco disponemos de pruebas fehacientes al respecto, pero si hemos documentado algunos indicios, aparte de las evidentes diferencias arquitectónicas entre los ámbitos jurisdiccionales de las dos parroquias, indicios como el mayor número de difuntos pobres en la parroquia de Santa María de Rocamador que en la de la Encarnación; como la total ausencia de finados nobles o miembros de la élite local en los años vaciados en Rocamador; o como el alto número de partidas de defunciones de soldados que recogen los libros de finados de la parroquia de Rocamador (sede del hospital militar). Así, todo vendría a hablarnos de diferencias en la composición de las feligresías, y en cualquier caso, y en cualquier caso, de una realidad compleja cuyo análisis en profundidad arrojaría luces sobre el comportamiento socioeconómico de poblaciones de frontera como Valencia de Alcántara.

2.1.2. Lugar y causas de defunción.

Aparte de la información sobre la pobreza, con muchos problemas y escasa fiabilidad, y de la exclusivamente nominativa, los libros de difuntos, salvo contadas excepciones muy puntuales, nos ofrecen poca información sobre otros aspectos como la procedencia del difunto, su oficio, edad, las causas de su muerte o el lugar de enterramiento.

Si tomamos como cierta la información que nos ofrece los libros de difuntos de la parroquia de la Encarnación, la práctica totalidad de esos difuntos son vecinos y naturales de Valencia de Alcántara. Al margen de este hecho, la gran mayoría de los difuntos o padres de difuntos (en los casos en que se señala) no naturales de la villa proceden de los pueblos dependientes del concejo de Valencia de Alcántara y pertenecientes al partido de Alcántara (lo que configura la comarca natural de Valencia de Alcántara), pueblos que, como Membrio, Salorino, Santiago, Carbajo o San Vicente, debieron aportar población a la villa que, fruto de su mayor dinamismo económico y de su condición preeminente, pudo ser un foco de atracción para las poblaciones de estas localidades (sobre todo en épocas de inestabilidad económica o militar).

Del mismo modo, su condición de núcleo fronterizo convierte a Valencia de Alcántara, sobre todo hasta la década de los 70, en un polo receptor de población de nacionalidad portuguesa procedente de pueblos y ciudades próximas a la frontera (Santo Antonio das Areias, Marvao, Castelo de Vide, Portalegre, Alter do Châo, Castelo Branco, etc). Este carácter fronterizo se manifiesta también en la presencia en la plaza de soldados de muy diferente procedencia (Andalucía, Aragón, Castilla, Galicia), especialmente en los periodos de enfrentamientos bélicos con el reino vecino. Por último, no faltan tampoco alusiones a naturales de villa de Cáceres y la Ciudad de Badajoz, con especial alusión en este segundo caso a los hijos de militares que, nacidos en Badajoz mueren en 1811 en Valencia de Alcántara.

Otros aspectos, como el oficio y edad del difunto o las causas de la defunción, sólo aparecen reseñados de forma excepcional en ejemplo aislados. Así, en el caso del oficio, la ausencia de información nos impide ver las consecuencias que en la mortalidad tiene la existencia de diferencias socio-profesionales y económicas. Igualmente, pese a los escasos ejemplos documentados, debemos señalar la frecuencia con la que “calenturas” y “dolores de costado” aparecen como causas de defunción en los pocos casos en los que contamos con esa información. Más normal es que aparezcan reseñados aquellos individuos que tuvieron una muerte en circunstancias extraordinarias como accidentes, suicidios, asesinatos, etc.

La misma excepcionalidad se da en lo referente al lugar de defunción y enterramiento, ay que sólo hemos podido encontrar un caso en el que aparezca señalado que un vecino y natural de la villa murió fuera de ella, excepcionalidad que es también clara con respecto al lugar de enterramiento, puesto que, salvo casos accidentales y meramente puntuales, el enterramiento se produce en cualquiera de las dos iglesias que posee la villa[28].

2.2 LAS ACTITUDES ANTE LA MUERTE.

2.2.1. La representatividad del testamento.

Para hablar de las actitudes ante la muerte durante el siglo XVIII, es indispensable hablar de la figura del Testamento. Así el testamento es uno de los tipos clave dentro de los documentos protocolarios, es un tipo muy definido, bien estudiado, y que como todos los documentos pasados por escribano consta de una serie de partes fijas, perfectamente formalizadas y estandarizadas, que permiten enormes posibilidades de aprovechamiento para el estudio histórico tanto en el ámbito de lo social, como de lo económico, como en el terreno de las mentalidades. Así, el grueso de la información que nos ofrece el testamento en cuanto a las disposiciones del otorgante, y obviando los formulismos del encabezamiento y la parte expositiva, podemos englobarlo en dos grandes bloques: las mandas que tratan sobre el legado de los bienes a los herederos, por una parte, y todas las mandas espirituales que buscan salvar el alma del futuro difunto.

De este modo el estudio del testamento, cruzado con otro tipo de fuentes, es fundamental para la elaboración de la Historia Económica y la Historia Social, ya que, tanto con las técnicas de nominalización como con las de cuantificación, se ha facilitado enormemente el acercamiento a esta tipología documental. De la misma manera, el testamento resulta imprescindible a la hora de trabajar el tema de la mentalidad, de las actitudes ante la muerte.

Centrándonos ya en la parte del testamento que nos interesa para la elaboración del presente estudio, tenemos que decir que el testamento es un fiel reflejo de la constante preocupación cristiana por la muerte, y esta preocupación sigue las directrices que marca la Iglesia, que establece toda una serie de condiciones para el “bien morir”, y esta idea es la que hace que el testamento adquiera un protagonismo excepcional, pues a través de él, el otorgante descargaba su conciencia y disponía todas las exequias funerarias que consideraba oportunas, y podía pagar, para asegurar el descanso eterno de su alma, así, se creía en una proporción entre el número de misas, de procesiones, de obras pías, etc., y las posibilidades de entrar directamente en el reino de los cielos (con el incremento de la primera parte de la ecuación se da el incremento de la segunda), y por tanto, además de pretender el premio del paraíso “por haber llevado una vida portentosa y llena de virtud”, se paga para asegurarlo a una Iglesia que sirve como mediadora entre Dios y el Hombre, dependiendo, en cualquier caso, la salvación de la disponibilidad económica del individuo.

Así, estaríamos ante el fructífero “negocio de la inmortalidad”[29], no ya ante un deber cristiano, sino ante una imposición de la Iglesia que obligará al fiel a preparar el momento de su muerte, y en caso de que éste, por un fallecimiento repentino o una enfermedad que le prive de sus facultades mentales, no pueda llevar a cabo la tarea redentora de la redacción de su testamento, serán sus allegados los encargados de encargar los sufragios que llevarán el alma de su familiar difunto a su ansiado descanso eterno en el paraíso. De este modo, resultar muy difícil distinguir entre lo que es el cumplimiento de lo estipulado por la institución eclesiástica y lo que serían las propias convicciones personales del individuo, aunque de lo que no cabe duda es del miedo que el hombre del siglo XVIII tenía de no alcanzar el “reino de los cielos” después del paso por este “valle de lágrimas”.

Antes de continuar debemos aclarar que no hemos trabajado con testamentos propiamente dichos, sino con los extractos referidos a las mandas espirituales que los curas encargados de elaborar las partidas de defunción recogen en las mismas. Esto supone una limitación, ya que no se estudia la fuente directamente, en la que el individuo plasma sus deseos, sino que estaríamos ante la copia, suponemos fidedigna, de los mismos por una tercera persona (lo ideal para este tipo de trabajos sería el estudio del mismo testamento, o al menos algún tipo de cruzamiento entre éste y los libros parroquiales que nos permita valorar la fiabilidad de estos últimos en cuanto al cumplimiento de las mandas testamentarias). De todas formas la desviación, las diferencias entre una fuente y otra deben ser mínimas, ya que la Iglesia cobra por servicios prestados, y por tanto, cuantos más servicios a la comunidad, mayor es el volumen de ingresos en la institución eclesiástica.

A partir de esta introducción trataremos de valorar la representatividad de la práctica testamentaria en el conjunto de la mortalidad adulta. Para ello, contamos con los datos recogidos en los libros de difuntos de Santa María de la Encarnación, en los cuales, para el periodo analizado hemos realizado tres calas: 1740-1744, 1775-1779 y 1795-1799.

En las dos primeras catas hemos documentado 106 testamentos, de un total de 245 difuntos adultos, con lo cual estaríamos ante un porcentaje medio de 43,5% de personas que recurren a la elaboración de un testamento para asegurar la salvación de su alma y ordenar su situación material antes de su muerte. Un alto porcentaje de estos testamentos (hasta un 56% de media en las distintas catas) nos aparecen en las partidas de defunción como “memorias”, que son agregados que se hacen al testamento en algunas ocasiones, es un adjunto al documento con un carácter más íntimo en el que el otorgante muestra sus deseos sobre las mandas espirituales que recibirá tras el momento de su muerte. En cualquier caso, las disposiciones que se hacen en estas memorias son reveladoras de bajo estatus socioeconómico, ya que en estas memorias las misas que se encargan rara vez rebasan las veinte.

En cuanto a si estos documentos se realizaron ante escribano o no, todos los testamentos se protocolarizan, e incluso en la propia partida aparece el nombre del escribano, pero la misma afirmación no podemos hacerla sobre las memorias testamentarias, ya que se trata, como hemos dicho de un documento más personal, y en rara ocasión aparece que se haya redactado ante escribano, por tanto, resulta muy difícil medir la legalización de este tipo de documentos.

Hemos obviado intencionadamente, hasta este momento, cualquier comentario referido al vaciado de los años 1795-1799, en él puede observarse como el porcentaje de testadores disminuye considerablemente. Este hecho puede ponerse en relación con dos tendencias bien documentadas para el siglo XVIII: por una parte, el paulatino descenso del número de testadores, y por tanto, la pérdida de importancia de la tradición testamentaria; y por otra, el aumento de la pobreza a lo largo del siglo, siendo este fenómeno, como ya se ha mencionado en este trabajo, la principal causa que imposibilita la redacción de un testamento.

Antes de finalizar convendría hacer una breve reseña al comportamiento testamentario en una coyuntura crítica. Y en este sentido vamos a destacar los datos vaciados para 1763. En este año, en el que Valencia de Alcántara vive uno de los episodios más fatídicos de su Historia, el porcentaje de testadores baja hasta el 19,73%: sin duda alguna, en momentos como los que vivió la villa durante ese año y el anterior debió preocupar más a sus habitantes el hecho de sobrevivir a la dureza de la situación que el de prepararse para un “buen morir”, necesitando para ello de unos recursos que en la tesitura en la que se vieron envueltos, seguramente, resultaban vitales. Con lo cual, no es excesivamente aventurado concluir, que en momentos difíciles el grueso de la población obvia, en la medida de lo posible, sus arraigadas creencias y las imposiciones eclesiásticas, en pos de la supervivencia. Tampoco es descartable que ante la avalancha de información susceptible de registrarse por el incesante fallecimiento de fieles, el clérigo encargado omitiese datos de forma sistemática.

Para acabar con este apartado del trabajo, queda decir que todos los testamentos o memorias recogidas fueron dictadas por los propios otorgantes, ya que al vaciar los datos no consideramos (errores de un trabajo iniciático como éste) los testamentos por poder, debido a que éstos no eran reveladores de las actitudes personales ante la muerte, y el error está en que no son testimonios directos que deja el futuro difunto, pero si son indicativos de la preocupación de los seres que lo rodean.

2.2.2. La sociología de los otorgantes.

En este punto trataremos de ver, siempre en la medida de lo posible, algunos de los aspectos sociológicos que, referentes a los otorgantes, pueden desprenderse a través del análisis de la información testamentaria que nos ofrecen los libros de difuntos de la parroquia de la Encarnación en los tres cinco periodos que venimos utilizando[30]. Entre esos aspectos intentaremos abordar todo lo relacionado con la distribución por sexos de los otorgantes, su estado civil o su estatus socio-profesional.

Est. Civil descnoc. Soltera/o Casada/o Viudo/a Total
Hombres 43 12 90 24 169
Mujeres 15 9 77 55 156

Tabla II. Distribución de los testamentos por sexo y estado civil (números absolutos).

Est. Civil desconoc. Soltera/o Casada/o Viudo/a Total
Hombres 25,44 7,10 53,25 14,20 52
Mujeres 9,61 5,76 49,35 35,25 48

Tabla III. Distribución de los testamentos por sexo y estado civil (porcentajes).

Al abordar la distribución por sexos de los otorgantes de Valencia de Alcántara hemos obtenido los siguientes resultados: 169 testamentos pertenecen al género masculino, lo que representa un 52% del total, mientras que un 48% corresponden al femenino con 156 testamentos. Así, aunque el predominio es mínimo, lo detentan los testadores masculinos.

Ese predominio, más o menos marcado, está en relación, según M. Santillana, con “el diferente papel que hombre y mujer desempeñan en la sociedad de los Tiempos Modernos” [31], predominio que alcanzaba su plenitud en la superioridad jurídica que, dentro del grupo familiar, tenía el hombre con respecto a los demás miembros de la unidad familiar en virtud de su condición de marido y padre. Esa superioridad jurídica se traducía además en una clara superioridad económica, en cuanto era el hombre, como cabeza de familia, el único administrador de los bienes y rentas familiares.

Partiendo de esta premisa, se puede observar que el grupo de los solteros sería el menos importante, por su número a la hora de testar, y en este sentido es menor la significación de las solteras (con un 5,76% de los testamentos femeninos) que sus homólogos del género masculino (con un 7,10% de los testamentos de este género). Esta diferencia posiblemente se deba a que al soltero varón le es fácil acceder a un trabajo que le proporcione medios económicos que le permitan recoger sus últimas voluntades en estos documentos, mientras que la mujer soltera se ve abocada a permanecer bajo la tutela de sus padres, y en muchas ocasiones, a no disponer del capital suficiente para prepararse a la hora de la muerte.

De esta forma, el matrimonio se convierte en el marco más propicio para la práctica testamentaria, ya que un 51,38% del total de testadores estaban casados. Este porcentaje es aún más marcado en el caso de los hombres puesto que el 53,25% de los que testan estaban bajo régimen conyugal, mientras que las mujeres casadas representan tan sólo el 49,35% del total de otorgantes de este sexo. Según Mercedes Santillana Pérez[32] esto se debe, en clara conexión con algunas ideas ya expuestas, a que los hombres casados son, “como jefes de familia y detentadores de la economía doméstica”, los más preocupados por resolver los problemas relacionados con la transmisión del patrimonio familiar.

Por lo que respecta a los testamentos de viudos y viudas, representan un 14,20% y un 35,25% respectivamente. Así, vemos como el número de testamentos de viudas es mayor que el de testamentos de viudos, algo que vendría a reafirmar lo expuesto anteriormente sobre el papel que representa cada uno de los sexos en la sociedad de Antiguo Régimen, ya que no debe olvidarse que al morir el hombre, la mujer viuda asume, en cierta medida, el rol de cabeza de familia, lo que facilita enormemente su acceso a la práctica testamentaria ya que cuenta con mayores facilidades (un caudal propio) para establecer las deseadas exequias funerarias.

El estatus socio-profesional es otra de las informaciones de carácter sociológico que podrían observarse en los testamentos como fuente protocolaria. Sin embargo, como ya hemos repetido en varias ocasiones, la escasa información de la que disponemos, referida a la práctica testamentaria, tiene un claro carácter indirecto, en cuanto que ésta procede3 de unos libros de difuntos que, en la gran mayoría de los casos, no nos ofrecen el estatus socio-profesional de los otorgantes fallecidos. De hecho, la ocupación de los difuntos únicamente aparece reseñada cuando éstos son eclesiásticos, militares o cargos municipales (en torno al 5% de los testadores detectados).

Esta escasez de datos no nos impide, sin embargo, establecer ciertas diferencias mediante una clasificación de los testamentos en función de la importancia de sus mandas espirituales, símbolo de ostentación social e incluso de cierta teatralidad, clasificación que realizada en tres catas (1740-1744, 1750-1755 y 1770-1774) arroja el siguiente cuadro:

Misas Testamentos
1-20 217
21-50 22
51-100 5
101-200 3
+ de 200 1

Tabla IV. Clasificación de los testamentos en relación con el número de misas.

Igualmente, habría otros elementos a considerar como evidencias de la condición social y la disponibilidad económica del otorgante, elementos como la utilización del ataúd, cuyo uso generalizado no se da hasta el siglo XIX, considerándose, en el s. XVIII como un símbolo de prestigio; o como la posesión, o no, de sepultura y la ubicación de ésta dentro del templo, ya que dentro del mismo se asiste a una verdadera parcelación del terreno de la que la Iglesia ingresa sustanciosos beneficios, estableciéndose, incluso, una verdadera jerarquía de espacios cuyo precio estará en relación directa con la propia división simbólica del templo, de este modo, cuanto mayor sea la proximidad de receptáculoscomo el sagrario o de puntos como el altar, más se pagará por un puesto que albergará el cuerpo del difunto en su descanso eterno.

Por último, el censo de Floridablanca[33] de 1787 puede ofrecernos, al margen de la fiabilidad de sus datos a este respecto, una visión de las distintas realidades socio-profesionales que podían tener cabida en la villa de Valencia de Alcántara. Es indudable, tras la consulta de este recuento el predominante carácter rural de una sociedad local en la que el 50,85% del total de la población ocupada trabajaba en el campo como jornaleros o labradores, porcentaje al que además habría que unirle posiblemente una parte importante de los individuos que aparecen encuadrados como criados, es decir, un 26% de la profesión especificada. Este predominio de la población dedicada a tareas ligadas con el campo no impide, sin embargo, la presencia en la villa de otros sectores ocupacionales que, al menos de forma directa, no tienen nada que ver con la actividad agraria, de hecho, la importancia de Valencia de Alcántara como centro administrativo y plaza fuerte fronteriza puede ser el argumento explicativo sobre el que se asienta la existencia de ese restante 23% de la población ocupada que desarrolla tareas o funciones con un carácter más urbano. Entre este grupo destaca las familias hidalgas, los eclesiásticos y los militares, ya que todos ellos, mediante sus fueros especiales, configuraban el estamento privilegiado local. Es muy probable que las doce familias hidalgas que contabiliza el censo formasen una oligarquía local que se repartiría, como por otra parte era usual, al menos la mitad de los oficios municipales. Por otra parte, Valencia de Alcántara aparece, después de Plasencia como la población de la provincia que más eclesiásticos y militares poseía (un 9,23% de los individuos con profesión especificada). A este estamento privilegiado habría que unirle igualmente el colectivo formado por artesanos, comerciantes, funcionarios reales, estudiantes y otra serie de oficios que representaban el restante 12,91% de la población ocupada.

En función de esa información podemos intuir que las diferencias de estatus señaladas podían terminar influyendo en la práctica testamentaria como una manifestación más del rango socio-económico del testador. Así, hay una alta probabilidad de que el testamento de un hidalgo o un alto funcionario municipal muestre ciertas diferencias, en lo referente tanto a las mandas espirituales como temporales con respecto al testamento de un jornalero, diferencias que vendrían provocadas por la distinta capacidad económica de cada uno de ellos. En todo caso, esta conclusión aparentemente tan clara está, en nuestro caso, falta de una correcta base documental que se procurará suplir en trabajos posteriores.

2.3 ACTITUDES RELIGIOSAS ANTE LA MUERTE

Y, por fin, llega el momento de la muerte, no ya como hecho demográfico o contemplado desde una perspectiva sociológica, sino que sobreviene como hecho natural y trágico a un tiempo. La muerte ha sido una preocupación constante en todas las culturas, en todas ellas ha querido verse como un simple paso a una vida mejor, vida de premio o castigo, según las actitudes y el comportamiento que se haya tenido en la tierra. Además, el Hombre no está sólo, siempre ha contado con una divinidad que ha velado por él durante su vida y que será el juez supremo que decida sobre su destino eterno.

Por su parte, nuestra cultura, la occidental, y la religión que lleva asociada, el Cristianismo, es heredera de toda esta serie de creencias, de preocupaciones que el Ser Humano ha tenido desde que nació como Hombre. En los tiempos modernos, como ya dijimos anteriormente, la Iglesia no es sólo heredera de este miedo, de la incertidumbre que la muerte genera, sino que se convierte en su más directa explotadora, siendo suyo de forma exclusiva el “negocio de la inmortalidad”, un negocio, por tanto, monopolizado. Sin lugar a dudas, esto es una realidad, pero tampoco cabe plantearse si este “negocio” tiene una vertiente espiritual, si arraiga en el pantanoso terreno de las ideas.

De este modo, ya sea por convicción personal heredada desde los tiempos más remotos, o por la propia influencia de la Iglesia, el Hombre teme a la no existencia y no puede resignarse a ella. Así, la institución eclesiástica crea toda una serie de ritos y una serie de requisitos que el cristiano, el Hombre Cristiano, debe cumplir para alcanzar la prometida y ansiada vida eterna.

Toda esta serie de ritos, preestablecidos y perfectamente estructurados, se plasman en realidades como el “acicalamiento del cadáver”, cadáver que posteriormente será llevado al templo, lugar de culto y de enterramiento, donde toda una serie de misas, cantadas y rezadas, vigilias y salmos se oficiarán en nombre del difunto para intentar redimir las culpas que puedan impedirle entrar en el reino de los cielos.

Así, como ya hemos mencionado tras el fallecimiento, el cadáver es vestido con una mortaja, con un traje apropiado para la triste situación, comienza de este modo el primer acto de la función funeraria. En Valencia de Alcántara entre 1740 y 1811, si atendemos a las partidas de defunción de esos años, y más concretamente a las catas hechas para los testamentos, tan sólo un 6% de los testadores solicitan un tipo de mortaja concreto: el hábito de San Francisco. Según M. Santillana[34], el hecho de que el difunto, en el siglo XVIII, comience a amortajarse con otro tipo de indumentaria (especialmente con hábitos de órdenes religiosas) que no sea un simple sudario, se debe a dos aspectos fundamentales: un intento de disfrazar la muerte y que el fallecido pueda ser exhibido sin producir horror, y por otra parte, el hecho de portar un hábito como indumentaria en el momento del enterramiento es motivo de indulgencia, y por tanto, otro elemento de redención. Además, y paradójicamente, estos hábitos de órdenes normalmente mendicantes no son adquiridos por las clases populares, ya que vestirlos lleva aparejado un donativo al convento que los aporta, sino que los adquieren las clases más pudientes en un intento de aparentar humildad ante la comunidad y ante el mismo Dios. De este modo, un símbolo tradicional de la pobreza, como es el hábito de las órdenes mendicantes, puede convertirse con la muerte en un elemento de distinción social.

En la casa del difunto no sólo se da este acto previo a las exequias funerarias propiamente dichas, sino que además se vela el cadáver y antes de que este parta hacia su lugar de reposo[35], y si su situación económica se lo permite, pueden oficiarse algunos salmos (como el “de profundis”) y ciertas oraciones y oficios, también con ese fin redentor. Así, los testadores de Valencia de Alcántara que hemos recogido apenas exigieron este tipo de actos, tan sólo 8 (un 3% del total) piden algunos salmos y oficios que se realizaran en su casa y en la procesión que llevará su cuerpo hasta la Iglesia. Habría que destacar que estos salmos y oraciones sólo se constatan en los testamentos que parecen pertenecer a la élite local por la profusión de sus mandas.

Una vez finalizados estos previos, comienza el camino hacia el lugar elegido para el descanso del cuerpo: toda una procesión acompañará el cadáver: familiares, vecinos y un grupo religioso cuya composición dependerá de lo estipulado en el testamento, y por supuesto, de nuevo de la capacidad económica del difunto.

Acompañantes Nº de testamentos %
Cabildo eclesiástico 46 18,54
Cab., Comunidad de Rel. 81 32,66
Cabildo, Insignias 35 14,11
Cab., Com.Rel., Insig. 68 27,41
Cruz parroquial 3 1,2
Otros 15 6

Tabla V. Peticiones de acompañamiento en el funeral.

Así, en Valencia de Alcántara el acompañamiento que mayoritariamente solicitan los testadores, como puede observarse en la tabla VIII, es el cabildo eclesiástico con la comunidad de religiosos de San Francisco; la variante que le sigue en orden de importancia es añadir a éstos las insignias; el cabildo sólo ocupa el tercer lugar de importancia en esta demanda de acompañamiento; otra alternativa es que al cabildo se le añada el portar las insignias. Por último destaca la solicitud de que sólo anteceda al cadáver la propia cruz de la iglesia (posiblemente, esto es significativo de testamentos de pobres). Por su parte, la categoría que hemos hecho de “otros”, hace referencia a un cajón desastre en el que se demanda la presencia de sacerdotes, diáconos o pobres, que no aparecen nombrados en otras partidas.

Una vez llegado el cadáver al templo, o al convento, hecho que también fue posible en la Valencia de Alcántara del siglo XVII, comienzan las misas en su nombre, toda una variedad, tanto por los diversos modos de oficiarlas como por las variadas advocaciones a las que se dirigen. Así, los días inmediatos a la muerte del otorgante, cuando se celebran los primeros oficios litúrgicos son fundamentales para la redención del alma, siendo, precisamente en este tiempo cuando mayor número de misas se celebran.

Media Tot. Misas M. Votivas M. Cantadas M. Rezadas M. Vigilias
14,6 5,17 2,52 4,53 2

Tabla VI. Media de misas: testamento tipo.

Nos queda reconstruir estos primeros días; para ello hemos calculado la media de los tipos de misas más repetidos, considerando que por este medio puede establecerse un testamento tipo, un testamento que si se comparase a los vaciados en el archivo resultase bastante aproximado a la mayoría de los mismos. De este modo la media de misas demandadas estaría próxima a las quince; por su parte, los días de funeral, que oscilan entre uno y siete días, por término medio se situaría entre dos y tres, días en los que se cantarían tantas misas como dure el funeral, se oficiarían, normalmente el mismo número de vigilias y, además, se celebrarían cuatro o cinco misas rezadas.

Durante el año siguiente a la muerte del otorgante se celebrarían las misas votivas, misas cuyo número dependerá de la capacidad económica del testador y que por promedio se sitúan, como puede observarse en la tabla IX, en 5,17. Este tipo de celebraciones eucarísticas también se destinan a redimir los pecados del difunto, pero en este caso el alma del difunto se encomienda a diversas advocaciones, pretendiendo con ello que estos santos intercedan a su favor ante Dios. En las partidas de defunción de la parroquia de la Encarnación que hemos vaciado no aparece este tipo de información de forma sistemática, y cuando lo hace revela una actitud bastante dualista: si exceptuamos las alusiones al ángel de la guarda y al santo del nombre del difunto, tan sólo aparecen encomendaciones a la Virgen y a Cristo.

Otro tipo de misas que se dan durante este año serían las misas por su alma, que de los vaciados sólo aparecen diferenciadas de las votivas en tres testamentos; las misas por familiares ya fallecidos que tan sólo hemos documentado en seis testamentos y las misas de aniversario que hemos contado en nueve partidas. De este modo, estaríamos ante una tipología poco representativa y de nuevo indicativa del estatus socioeconómica del otorgante.

Para concluir este último apartado queda decir que hemos simplificado sobre manera por motivos meramente metodológicos, aunque, evidentemente, no hemos olvidado, y queremos destacar, que estamos ante una realidad histórica compleja, que la preocupación por la muerte también afectó al hombre que habitó Valencia de Alcántara mediado el siglo XVIII, y dentro de ésta preocupó por igual al pobre que demanda tres misas y es acompañado hasta la parroquia por una cruz de madera, que al poderoso procurador para el que pudimos contabilizar más de seiscientas, y cuyos despojos mortales se disputaron las dos parroquias de la citada localidad, y no pensamos que por un intento de cumplir mejor los servicios encomendados, sino que, “quizás”, primaron las motivaciones económicas sobre el voluble mundo de las creencias.

CONCLUSIÓN

Para concluir este primer viaje por el mundo de la investigación histórica es necesario volver a reiterar los numerosos problemas que hemos encontrado, no sólo en las fuentes, sino también en la metodología utilizada a la hora de recabar los datos en los que se ha fundado este trabajo, problemas que en muchos casos, nos han impedido lanzar hipótesis lo suficientemente asentadas y han provocado que muchas de nuestras conclusiones sean excesivamente parciales y subjetivas. No podemos asegurar, igualmente que muchos de los datos extrapolados de otros estudios puedan ser realmente aplicados al caso concreto de Valencia de Alcántara y que en este intento de adaptación hayamos errado en algunas de las ideas expuestas.

Pese a ello, la elaboración de este trabajo demuestra, o al menos a nosotros nos lo ha demostrado, las enormes potencialidades que el estudio de la muerte, en sus múltiples manifestaciones, tiene a la hora de afrontar el análisis y la comprensión de campos históricos tan movedizos y complejos como el social o el ideológico. De esta forma, la muerte se convierte, sorprendentemente, en una fuente inagotable para el estudio de la vida en nuestro pasado.


NOTAS:

[1] Véase al respecto, I. Testón Núñez, “El hombre cacereño ante la muerte….”, Norba, 4, 1983, pp371 y 372.

[2] Ntra. Sra. de la Encarnación y Ntra Sra de Rocamador.

[3] Véase al respecto de M.A. Melón Jiménez, Extremadura en el Antiguo Régimen. Economía y Sociedad en tierras de Cáceres. Mérida, 1989. p.53.

[4] Calculada la Tasa Bruta Media de mortalidad para el periodo, dividiendo la media de muertes anuales (66) por la cifra de población que el Censo de Floridablanca (1787) ofrece para la Encarnación en su desglose por parroquias (1659).

[5] 63,29‰ para 1749, 60,27‰ para 1753, 78,36‰ para 1759, 122,36‰ para 1763, 69,31‰ para 1771, 67,51‰ para 1786, 59,67‰ para 1797, 68,11‰ para 1801 y 62,08‰ para 1806. Como podemos ver la tasa llega a incrementarse, como mínimo, en un 20‰ en estos años.

[6] M.A. Melón Jiménez, op. cit., p. 54.

[7] A esta coyuntura bélica, según M.A. Melón (op. cit., pp. 68-71), vendría a sumarse una crisis de naturaleza mixta (epidémica y agraria), que como ya veremos en otro apartado del presente trabajo no queda reflejada en los libros de acuerdos que se conservan en el A.M. de Valencia de Alcántara.

[8] Se conoce la utilización de los aledaños de Santa María de Rocamador, en el interior del castillo, como cementerio. A este respecto podemos señalar un documento que transcribe J. Martín Domínguez (ob. cit. p. 162), un documento del cual desconocemos su ubicación exacta, aunque según el autor está fechado en 1843, y dice: “(…) Instruido expediente en este Ayuntamiento, del que resulta ser muy perjudicial a la salud pública, la continuación del cementerio de esta villa en el sitio de Santa Bárbara, y obtenido permiso del Excmo. Sr. Capitán para habilitar el antiguo, esta corporación ha dispuesto que hasta que se construya otro nuevo, se proceda desde el día de mañana a sepultar los cadáveres en el antiguo castillo (…) el día de ayer se procedió a la reconciliación del antiguo cementerio del castillo”. Además de estos testimonios documentales, recientes sondeos estratigráficos han sacado a la luz lo que parecen ser enterramientos que por la disposición de los cadáveres (apilados) y por tener cal y escombros encima parece tratarse de inhumaciones en momentos de alta mortandad en los que los templos no dispusieron de suelo suficiente para enterrar a todos los difuntos. Los resultados definitivos de los sondeos y de los estudios hosteológicos no han sido publicados, de ahí que no podamos ofrecer una fecha para los mencionados enterramientos.

[9] Calculada dividiendo la media de mortalidad infantil (35,63) por la cifra que el Censo de Floridablanca ofrece para menores de 7 años en la parroquia de la Encarnación (322). El procedimiento metodológico no es el más correcto pero no contamos con otra fuente para hacer el cálculo, de ahí que sólo podamos considerar los resultados como orientativos.

[10] M.A. Melón Jiménez, ob. cit., p. 56.

[11] El citado autor, a su vez, basa su exposición en la obra de M. Rodríguez Cancho, La villa de Cáceres en el siglo XVIII (demografía y sociedad). Cáceres, 1981.

[12] Véase M.A. Melón Jiménez, op. cit., Mérida, 1989, p.165.

[13] Archivo Municipal de Valencia de Alcántara (A.M.V.A.): Libro de Acuerdos, sesión del 13 de marzo de 1755.

[14] A.M.V.A., ibidem, sesión del 18 de marzo de 1755.

[15] A.M.V.A.: Libro de Acuerdos, 1762.

[16] A.M.V.A.: Libro de Acuerdos, carta fechada en Alcántara el 27 de septiembre de 1762.

[17] Véase al respecto, J.P. Blanco Carrasco y M. Santillana Pérez, “Cáceres y su partido en el siglo XVIII. Un intento de análisis demográfico comparado”, enNorba, 14,1994, pp. 107 y 111 para el partido de Cáceres y M.A. Melón Jiménez, op. cit., parte 1ª para la Alta Extremadura.

[18] Referencias en A.M.V.A., libros de acuerdos, 1797 y 1801.

[19] Véase al respecto I. Pinedo y J. Pérez, “Godoy y la Guerra de las Naranjas”, La Avemtura de la Historia (Madrid), núm. 1, 1998, pp. 100-101.

[20] J.P. Blanco Carrasco y M. Santillana, op. cit., p.109.

[21] A.M.V.A., libro de de acuerdos, mes de septiembre de 1801.

[22] M. Rodríguez Cancho, La villa de Cáceres en el siglo XVIII (demografía y sociedad), Cáceres, 1981, p. 261.

[23] A.M.V.A., ibidem, mes de septiembre de 1801.

[24] A.M.V.A., libro de acuerdos, sesión del 19 de mayo de 1801.

[25] Archivo Diocesano de Cáceres (A.D.C.), libros de difuntos de la parroquia de Ntra. Sra. de la Encarnación, 1740-1745, 1750-1754, 1770-1774, 1775-1779, 1795-1799.

[26] I. Testón Núñez, op. cit., p.374.

[27] J.P. Blanco Carrasco y M. Santillana Pérez, op. cit., p.114.

[28] De hecho, sólo hemos documentado algunos casos en los que un conflicto bélico ha impedido el enterramiento en la villa de un difunto al que el conflicto sorprendió fuera del recinto amurallado o casos en los que el estado de descomposición del cadáver obligaba a un enterramiento in situ (generalmente en fincas o propiedades extramuros).

[29] I. Testón Núñez. op. cit., p.373.

[30] A.D.C., libros de difuntos de la parroquia de Ntra. Sra. de la Encarnación, 1740-1744, 1750-1755, 1770-1774, 1775-1779 y 1795-1799.

[31] Mercedes Santillana Pérez, La vida: nacimiento, matrimonio y muerte en el partido de Cáceres en el siglo XVIII, Cáceres, 1992, pp. 152,153 y 154.

[32] M. Santillana Pérez, op. cit, p.155.

[33] Instituto Nacional de Estadística, Censo de Floridablanca (1787), Madrid, 1986.

[34] Ob. cit. p. 162.

[35] Qué en Valencia de Alcántara podían ser tres: la parroquia de Santa María de Rocamador, la parroquia de Santa María de la Encarnación o el convento de frailes franciscanos de San Bartolomé.

Oct 012000
 

Alonso J. Román Corrales Gaitán.

PREÁMBULO.-

Antes de iniciar mi disertación, he de manifestar que lo aquí tratado es únicamente “la punta del iceberg”, de un tema muy amplio e interesante, que en los últimos años está ocasionando a nuestro patrimonio cultural un daño irreparable.

Una vez más, somos testigos de la poca efectividad de nuestras autoridades en lo concerniente al cuidado y mantenimiento del amplio fondo bibliográfico extremeño, además del documental.

Estoy plenamente convencido que una vez que concluya mi intervención también Vds. compartirán conmigo esta preocupación e inquietud, relativa a sus respectivas localidades o al menos en un gran número de las mismas.

La Ley del Patrimonio Histórico Español 16/1985, de 25 de junio, en su artículo 59, define el archivo como:

“Conjunto de documentos, o reunión de varios de ellos, reunidos por las personas jurídicas, públicas o privadas en el servicio de sus actividades, al servicio de su utilización para la investigación, la cultura, la información y la gestión administrativa. También se entienden por archivos las instituciones culturales donde se reúnen, conservan, ordenan y difunden para los fines anteriormente mencionados”.

En este interesante tema, referente al ámbito de nuestra autonomía, se recoge en la Ley Orgánica 1/1983, de 25 de febrero del Estatuto de Autonomía, cuyo título I, artículo 7´2, dice textualmente:

“Corresponde a la Comunidad Autonómica la competencia exclusiva sobre… archivos… de interés para la Comunidad Autónoma”…

Por todo lo cual, el Patrimonio Documental Extremeño, se conserva y custodia en los distintos centros pertenecientes a las diferentes instituciones que a lo largo de la Historia han generado dicho patrimonio. Dichas instituciones son:

  • De carácter civil: Administración Central y Local.
  • De carácter eclesiástico: Catedrales, obispados, conventos y monasterios.

De igual manera forman parte del patrimonio extremeño todos aquellos documentos que se conservan en los archivos privados, tanto familiares como señoriales y cualquiera otros por el estilo.

Y llegados a este punto, vamos a tratar mas concretamente, lo referente a los archivos y el fondo bibliográfico cacerense, para de esta manera conocer la gran tarea que aún queda por realizar al respecto a pesar de la legislación vigente y encontrarnos en plenas puertas del siglo XXI.

LA IMPORTANCIA DE NUESTROS ARCHIVOS.-

Hoy con la informática plenamente instalada en nuestra vida, es muy difícil que se pueda comprender las limitaciones que existían hace solamente quince o veinte años, especialmente para aquellos investigadores o simplemente estudiosos de entonces, a la hora de realizar alguna tarea dependientes de visitas o consultar a los archivos denominados familiares o particulares, o a determinadas bibliotecas. Evidentemente nos estamos refiriendo a los fondos existentes en Cáceres.

De siempre se ha dicho, no sin fundamento, la gran cantidad de documentos así como bibliografía que ha existido en prácticamente todo tiempo en esta ciudad, ello fundamentalmente como consecuencia de haber estado los principales fondos en manos de unos pocos, por lo general de familias nobles, lo que por otro lado ha impedido el acceso a un gran número de personas interesadas por muy distintos motivos, en los mismos. Y desgraciadamente cuando ha llegado un determinado momento, algunos de estos archivos o bibliotecas, de una manera muy discreta han salido de nuestras fronteras autonómicas.

En honor a la verdad tengo que decir que particularmente no he tenido ningún impedimento a la hora de consultar cualquier dato, pero conozco a otras muchas personas a las que sí les ha ocurrido esto, teniendo inclusive que recurrir por ello a otros medios más complicados dentro y fuera de nuestro país.

Todo esto viene de tiempos atrás, pues en el ya lejano año de 1980, iniciaba pacientemente el Ministerio de Cultura a través de la Dirección General del Patrimonio Artístico, Archivos y Museos, un censo general de éstos en España. Ya el primer intento se había realizado entre los años 1925 y 1926, pero por falta de medios económicos se había dejado a medias.

En este caso más reciente el trabajo concluía satisfactoriamente en el año 1984, quedando incluidos algunos archivos cacerenses, repito algunos archivos, no todos. Personalmente no tengo conocimiento de que con posterioridad se haya realizado otro trabajo mas completo. Por ello y a pesar de haber dado este gran paso, desde mi particular punto de vista se le puede considerar el principio de una tarea que se debía continuar, para así quedar registrados, censados e incluso informatizados todos los archivos y bibliotecas aquí existentes. No podemos olvidar que nos encontramos en el año 2000.

En los censos a los que nos estamos refiriendo, aparecen los siguientes archivos entre una lista general de cerca de cuarenta:

  • Archivo de los Marqueses de Camarena y del Reino.
  • Archivo de los Marqueses de Ovando.
  • Archivo de los Condes de Canilleros.
  • Archivo de la familia Golfines de Arriba.

Pero según nuestras fuentes de información, faltan los siguientes:

  • De los Golfines de Abajo.
  • De los Aldanas.
  • De los Becerras.
  • De los Marqueses de Torreorgaz.

De estos últimos hay que indicar que según determinados datos, se encuentran ya fuera de nuestras fronteras autonómicas algunos de los mismos, incluso desde hace casi treinta años y que lo más probable es que nunca regresen a esta ciudad, para poder ser estudiados por los investigadores locales.

Afortunadamente en la actualidad y en relación con los cuatro archivos censados por Patrimonio, no ha ocurrido lo mismo, pues se encuentran en manos de personas muy sensibles y en la mayoría de los casos cacereños. Confiamos en que esto continúe así, por lo menos cien años más.

Un tanto por el estilo ocurre con esos archivos y colecciones más modernas, de investigadores más próximos a nuestros días. Como ejemplo vamos a referirnos en esta ocasión a los más conocidos por sus publicaciones y profundos estudios de investigación. Tenemos a: D. Publio Hurtado Pérez, D. Miguel A. Ortí Belmonte, D. Antonio C. Floriano Cumbreño, D. Tomás Pulido Pulido, D. Tomás martín Gil, D. Simón Benito Boxoyo, D. Vicente Paredes Guillen, D. Juan Sanguino Michel y D. Mario Roso de Luna, entre otros.

Pues resulta que los archivos de los Sres. Hurtado, Ortí y Floriano, desgraciadamente llevan mas de veinte años fuera de Cáceres, al menos con la cierta tranquilidad de que permanecen en manos de los familiares de sus creadores, con la particularidad que cada vez que un estudioso o investigador ha necesitado información de su contenido, sus cuidadores gustosamente se lo han facilitado. Y afirmo esto por conocimiento personal de ello.

Y en lo referente a los archivos de los señores: Pulido, Martín, Paredes, Benito, Sanguino y Roso, hay que decir que los tres primeros están en nuestra ciudad, al cuidado de sus descendientes, los dos siguientes también permanecen en Cáceres, pero incluidos en distintos archivos o bibliotecas. En lo referente a la documentación y correspondencia del Sr. Roso, así como la biblioteca particular, se encuentra al cuidado del insigne investigador, D. Esteban Cortijo Parralejo, el cual ha fundado el Centro Cultural “Mario Roso de Luna”. La mayor parte de la documentación que fue propiedad del bibliófilo extremeño D. Antonio Rodríguez Moñino, está incorporada al fondo de la Biblioteca Pública de Cáceres, que curiosamente lleva su nombre.

Tal y como se puede apreciar poco a poco con el paso del tiempo, se va incrementando notablemente la documentación bibliográfica referente a Cáceres y provincia, jugando en ello un papel muy importante los archivos y bibliotecas tituladas: particulares o familiares. Dentro de este apartado es justo que se mencione a varios cientos de libros que a finales del siglo pasado y principios del actual, llegaron a nuestra ciudad procedentes principalmente de los desamortizados monasterios de Yuste y Guadalupe, quedándose en Cáceres un elevado número de los mismos, diseminados por varias bibliotecas.

Pero además de todo lo hasta ahora expuesto, también tenemos unos interesantes y amplios fondos públicos, como son:

  1. Archivo Histórico provincial.- Ubicado en el palacio de los Toledo-Moctezuma, con más de catorce mil libros y unos quince mil legajos.
  2. Archivo Biblioteca Provincial.- En el Complejo Cultural de San Francisco. Cuenta con más de quince mil libros, varios cientos de legajos, boletines, periódicos, así como publicaciones de todo tipo, donaciones familiares y colecciones completas de revistas culturales.
  3. Archivo Diocesano.- En el palacio Episcopal y en el Seminario. Formado por unos quince mil libros, seis mil legajos y varias colecciones de revistas, boletines y periódicos locales.
  4. Archivo Municipal.- En el Ayuntamiento. Curiosamente en la actualidad desconocemos su contenido real, ya que hasta este preciso momento aún no está ni catalogado, ni informatizado.
  5. Biblioteca Pública Antonio Rodríguez Moñino.- En cuyo edificio se encuentran más de cien mil libros y numerosas colecciones de revistas y periódicos, así como otras colecciones dedicadas al conocimiento en general, y del que forman parte varias bibliotecas particulares.
  6. Biblioteca de la Facultad.- Situada en el Campus Universitario. Formada por un total de 230.000 volúmenes de variado contenido.

ASIGNATURA PENDIENTE (EL ARCHIVO MUNICIPAL).

Desde hace varios siglos han existido varios intentos de inventariar el fondo bibliográfico municipal, el primero se realizó entre finales del siglo XVI y principios del XVII titulándose: “memorial de las provisiones, Privilegios, Cédulas Reales y escrituras de la Villa de Cáceres, que están en su archivo”, pero pese a la buena voluntad de sus realizadores, quedó incompleto por faltar numerosos datos de identificación.

A mediados del siglo XVII aparece un segundo intento, donde se integran 353 documentos bajo el título de: “Catálogo de Privilegios, provisiones, cargos y títulos que la villa de Cáceres tiene en su archivo”. Pero como fue prácticamente calcado del anterior repitió los mismos fallos.

Ya bien metidos en el siglo XVIII se realiza un “Indice de Reales Ordenes”, donde se agrupan en varios legajos 116 documentos comprendidos entre los años 1552 y 1764, pero al no estar contemplados otros más antiguos y faltar algunos modernos, queda también incompleto.

Pero el auténtico catálogo llegaría en el año 1750 cuando bajo el título de “Inventario de Privilegios, preeminencias y papeles de la Villa de Cáceres”, realizado por el insigne escribano, paleógrafo y jurista D. Juan Antonio Criado Valera, estando relacionados 504 documentos considerados sumamente importantes para nuestra villa, agrupados en 22 secciones dependiendo de su contenido, realizando un extracto de cada uno tan completo, que se podía fácilmente prescindir del original.

Ya más próximos a nuestros días se realizó otro intento de inventario en el año 1904 y su autor, el por entonces archivero de la biblioteca D. Marcelino Gutiérrez del Caño, el cual nos dejó numerosas fichas con datos de su amplio trabajo. Desgraciadamente y por motivos meramente profesionales no pudo concluir su interesante tarea.

Y así llegamos hasta el trabajo más reciente que sobre dicho tema se ha realizado, es decir el “Catálogo de la Documentación Histórica del Archivo Municipal de Cáceres”, del que fue su autor el insigne investigador y cronistas de nuestra ciudad: D. Antonio Cristino Floriano Cumbreño (1892-1979), labor que se hizo en el ya lejano año de 1934 y que inicialmente pensaban presentar en dos tomos, cosa que desgraciadamente para nosotros no pudo llevar a termino, solamente hizo el primero donde están minuciosamente contenidos un total de 378 documentos que abarcan el periodo de tiempo que va desde el año 1217 hasta el 1504, es decir, que el fondo bibliográfico municipal se remonta a doce años antes de la Reconquista de nuestra ciudad. Lástima que no se terminase dicho catálogo, a pesar de lo cual es un documento valiosísimo, digno de ser tenido en cuenta por cualquier investigador o como base seria para un próximo y necesario inventario de tan desconocido fondo documental.

Confiamos en que pese al tiempo transcurrido desde el inicio de éste no falten muchos documentos, pues a decir del Sr. Floriano, por aquel entonces el depósito documental municipal cacerense se encontraba prácticamente íntegro, sin ninguna laguna importante en nuestros orígenes, algo poco usual en archivos de este tipo, simplemente amontonados en oscuros rincones de espaciosas estancias, la mayor de las veces con peligros reales de humedad y el ataque de roedores o polillas.

Incomprensible a nuestro modesto entender, que desde el año 1934 no se haya realizado un exhaustivo y completo inventario o catálogo oficial de la documentación existente en el Archivo Municipal, cosa que ha entorpecido seriamente el estudio de los orígenes cacereños en muchísimos campos.

Creo sinceramente que es el momento oportuno de buscar culpables, de todo tipo, que sin duda son de estos últimos años transcurridos, ya que es injustificable que en las puertas del siglo XXI, este magnifico fondo documental continúe tan primitivamente mantenido.

¿Cuántas cosas podremos encontrarnos entre esas antiguas y recargadas estanterías y armarios? ¿Cuántos personajes llegaremos a descubrir?

Mucho me temo, que cuando llegue ese momento ya no podremos ver, ni acariciar un gran número de documentos que estarán perdidos.

PRIMEROS DOCUMENTOS CATALOGADOS.

A título de curiosidad vamos a referirnos brevemente a los cuatro documentos más antiguos inventariados en ese catálogo realizado en el año 1934.

1.- 27 mayo 1217. Privilegio del Rey D. Alfonso IX de León, concediendo a D. Martín Fernández, Maestre de Calatrava, y a sus sucesores en el Maestrazgo, la villa y castillo de Alcántara, con todos sus derechos y pertenencias.

Se trata de una copia y no de un documento original.

Es la fecha mas antigua de cuantas datan documentos en nuestro Archivo, y como ya se indica, no se trata de un original, sino de una copia, incluida dos veces en el pleito sostenido entre Cáceres y el Maestre de Alcántara, por haber pretendido éste cobrar el “blancaje” a los ganados de Cáceres que pastasen en las tierras del Maestrazgo.

2.- 23 abril 1229. Privilegio del Rey D. Alfonso IX de León, concediendo a la Villa de Cáceres su Carta de Población, o Privilegio conocido con el titulo de Fuero Latino de Cáceres.

Este Códice tiene su origen en el siglo XIII, pero la encuadernación pertenece al siglo XIV. El ejemplar original se encuentra en la caja de seguridad de nuestro Ayuntamiento, ha sido estudiado por infinidad de investigadores locales, destacando sobre todo el profundo estudio que en su día hizo el insigne investigador cacerense D. Antonio Cristino Floriano Cumbreño.

Dicho documento está encuadernado en tabla, forrada en piel, con cinco clavos en cada una de las tapas. Está compuesto por doce cuadernos de pergaminos, los once primeros de ocho hojas, cuatro dobles y el últimos de seis, o tres dobles, todo lo que hace un total de noventa y cuatro hojas o folios. Desgraciadamente hasta nuestros días no ha llegado el final del cuaderno séptimo, es decir, hay noventa y tres folios y uno en blanco.

Los folios no estaban numerados originariamente por el copista, ni tampoco los capítulos, y no es hasta principios del siglo XX cuando el investigador D. Rafael Ureña dio numeración en lápiz a sus rúbricas, siendo ésta, la que ha llegado hasta nuestros días.

Su caligrafía es de una sola mano, aunque presenta alguna restauración parcial, en letra gótica libraria, de fines del siglo XIII, con rúbricas y capitales ornamentales en rojo, a excepción de cinco de ellas que van en violeta.

Así, en primer término del mencionado Códice, aparece el Fuero Latino, que comprende desde el folio I r al 6 vtº en la 4ª línea del último de dichos folios, comienzan los fueros romanceados.

Fueron publicados los fueros íntegramente por vez primera, bajo el fiel patrocinio del Ayuntamiento, por d. Pedro de Ulloa y Golfín, en 416 folios, sin portada ni final, impreso en Madrid por Francisco Sanz, en la imprenta del Reino, durante el año 1679.

Desgraciadamente no pudo completarse mencionada obra por el repentino fallecimiento de su autor. Hoy existen muy escasos ejemplares, muy estimables por haber desaparecido bastantes diplomas de los utilizados para aquella publicación.

Del Fuero latino efectuaron otras publicaciones: D. Tomás González, en el tomo VI, Página 91, de su colección de privilegios de Simancas (Madrid 1830); D. Antonio C. Floriano Cumbreño en “El Fuero Latino de Cáceres” (Cáceres 1929) y D. Miguel A. Ortí Belmonte “Las Conquistas de Cáceres por Fernando II y Alfonso IX de León y su fuero latino Anotado” (Badajoz 1947), separata de la Revista de estudios extremeños, ninguna de ellas del Códice Municipal de Cáceres, donde aparece el documento Alfonsino.

En el año 1974 era publicada una obra por D. Pedro Lumbreras Valiente, bajo el título: “Los Fueros Municipales de Cáceres. Su derecho público”. Como es de suponer todos estos trabajos están agotados en la actualidad, pero cualquiera de ellos son verdaderas joyas bibliográficas, únicamente por el tema que tratan.

Ya más próxima a nuestros días saldría en el mes de noviembre de 1997, publicada por el Excmo. Ayuntamiento de la ciudad, la obra titulada: “El Fuero de Cáceres”, una interesante edición crítica y facsimilar, que se hizo para protocolo de nuestro Ayuntamiento. No hace mucho tiempo se ha realizado una segunda edición de 1.000 ejemplares.

Tal y como se puede apreciar es un tema al que afortunadamente se le ha concedido la suficiente importancia, dado lo que verdaderamente representa documentalmente hablando para nuestra ciudad.

3.- 12 marzo 1231. Privilegio Rodado de D. Fernando III, confirmando a Cáceres su Carta de Población (23.IV.1229 nº 2) o Privilegio conocido con el título de “Fuero Latino de Cáceres”.

No se trata de un original, es una copia, de estas la más interesante es la del traslado de 27 de marzo de 1360 (n º 62) que da toda la sensación de ser un facsímil del original perdido, pues la letra es una imitación de la minúscula diplomática usada un siglo antes del traslado de referencia y en el cual incluso se dibujó con todo detalle el signo rodado.

4.- 12 diciembre 1234. Privilegio rodado de D. Fernando III, por el que confirma el de D. Alfonso IX (28.V.1217) concediendo el Castillo y la Villa de Alcántara el Maestre de Calatrava D. Martín Fernández.

Y así transcurre el mencionado trabajo de catalogación de los documentos que el Sr. Floriano Cumbreño encontró en el año 1934 en el Archivo Municipal de nuestra ciudad, finalizando el mismo con el n º 378 de fecha 16 de agosto de 1504. Acta de la presentación de las Reales Cédulas relativas a la Alhóndiga de Cáceres.

Incluye los n º 372 a 377 y el Acta está hecha en la Sala del Consistorio presentado las provisiones el Comendador Fernando de Ovando, el Alcalde Luís Calderón, estando presente: Alvar Sánchez Becerra, Regidor; el Síndico, García Holguín y el Escribano, Sebastián Gallego.

Se trata realmente de un libro interesantísimo y que desde el punto de vista de la investigación en nuestra ciudad, por sí solo merece ser tenido en cuenta.

No podemos ignorar que en el año 1987 salieron dos obras realizadas por la Institución Cultural el Brocense, donde trata la originaria obra de D. Antonio C. Floriano Cumbreño, pero desgraciadamente esta incompleta ya que faltan algunos documentos relacionados en la obra del desaparecido paleógrafo cacerense, en especial el número 1 de fecha 27 de mayo de 1217.

Desde mi particular punto de vista sería muy oportuno el reproducir íntegramente la obra del Sr. Floriano y hacer un catálogo de lo que hoy existe en nuestro archivo municipal. El resultado puede ser sorprendente.

UN CASO EXTRAÑO.

Una de esas piezas bibliográficas únicas de nuestro archivo municipal, durante siglos ha sido el volumen conocido popularmente como “Libro becerro”.

Recibe este curioso nombre por estar forrado de piel de este animal. Contiene datos de los siglos XIII, XIV y XV, escritos en letra artesana, con un total de 363 páginas. Están registrados todos los terrenos del municipio de Cáceres y sus primeros propietarios. Completándose con los cambios de propiedad que fueron sufriendo en siglos posteriores.

A principios del siglo XX y como consecuencia de ciertas investigaciones que estaba realizando el insigne investigador local D. Publio Hurtado Pérez, apuntó varias veces que consultando el mencionado libro, pudo comprobar que le faltaban no pocas hojas, lo que comunicó a la autoridad correspondiente, sin que se llegase a tomar ninguna medida al respecto.

Y es en los años veinte, cuando se descubre su misteriosa desaparición del Archivo Municipal, desconociéndose la persona o personas que lo sustrajeron de su lugar. Durante muchos años se silenció dicho delito, hasta que por unos y otros fue conocida la noticia, que alarmó a muchos ciudadanos y a la inmensa totalidad de los investigadores de la ciudad.

Siendo Alcalde de nuestra ciudad D. Alfonso Díaz de Bustamente y Quijano, es decir en los años setenta, recibió en su despacho un paquete sin ninguna anotación, que contenía el Libro becerro, que le enviaba un sacerdote manifestando que se lo habían entregado bajo el secreto de confesión, por lo que no podía dar información de su origen, ni procedencia.

Durante años fueron muchas las hipótesis que se barajaron sobre la identidad de la persona que lo sustrajo del Ayuntamiento, pero todas ellas sin ninguna base seria. Unos afirmaban que se trataba de algún propietario de determinada tierra que quiso ocultar esta información por cuestión de impuestos; otros estaban convencidos que fue un investigador que lo tomó para poder trabajar mejor en su contenido. Lo único cierto es que el cura falleció hace algunos años y como era de esperar no contó a nadie quién le entregó tan curioso libro.

Mencionada obra ha sido consultada por infinidad de investigadores de todos los tiempos, como por ejemplo: Juan Solano de Figueroa, Ulloa y Golfín, Barrantes, Rafael de Ureña, Publio Hurtado, Sanguino, Berjano, así como Floriano, entre otros muchos.

En la actualidad desconocemos si mencionada obra, está debidamente guardada en nuestro Archivo Municipal y su estado de conservación.

Lo realmente extraño es, que al inicio de este nuevo siglo, muchas personas desconocen su existencia y una vez más se encuentra en paradero desconocido, lo que nos preocupa notablemente dado el incalculable valor del mismo, por todo lo que contiene relacionado con la propia historia de nuestra ciudad. Lo ocurrido al respecto nos da que pensar que en cualquier momento pueden también desaparecer otro u otros elementos bibliófilos de nuestro fondo municipal, pudiendo muy bien pasar algún tiempo hasta que el ciudadano o las autoridades se enteren. Algo verdaderamente muy grave.

OTROS CASOS DIGNOS DE CONOCER.

Pero a pesar de ser éste, un daño simbólico, por desgracia tanto en nuestro archivo municipal como en el resto de los denominados públicos, también se han producido otros muchos “atentados bibliográficos”, y yo me atrevería a calificar que con carácter irreparable.

Me refiero a la extracción incontrolada y por consiguiente no autorizada, de infinidad de documentos de todo tipo y que están actualmente en paradero conocido o desconocido. Desde algunos puntos se trata de justificar la falta de determinados documentos como consecuencia de las guerras y los bandoleros que durante años asolaron a nuestra ciudad, especialmente las fuerzas napoleónicas.

Y esto es una verdad a medias, pues poca gente conoce que se han dado otros motivos para extraer la más variada documentación de distintos archivos de la ciudad. Y la mayoría de estos casos, ocurridos ya hace mucho tiempo, son desconocidos tanto para el propio ciudadano como por nuestras autoridades.

En mi constante preocupación por mantener una fluida amistad con los herederos de los principales investigadores locales que nos han precedido, he conocido varios casos realmente curiosos o descarados, dependiendo de la fuente de información. Y es la especial circunstancia de existir, al menos una docena de particulares o instituciones y asociaciones que poseen como suyo algún documento o libro, que en su día fue “sacado” de Cáceres para su estudio o consulta y allí, alejado y olvidado de su propietario, continua desde hace bastante tiempo.

La cosa es aún más preocupante cuando nos referimos a esa veintena de documentos, o tal vez más, que llevan fuera de nuestra ciudad cerca del siglo sino más. Siempre he sido de la opinión de que en nuestra historia local más reciente, existen importantes lagunas de información, en unos casos por falta de catalogación pero en otros es por haber desaparecido por completo la documentación correspondiente a ese periodo de la historia referida. Así he podido estudiar casos muy concretos, como es el que seguidamente indico, descubierto en el verano del año 1997 como consecuencia de una conversación mantenida con D. Alfonso Artero Hurtado, biznieto y heredero cultural del insigne investigador D. Publio Hurtado Pérez (1850-1929), referido al que fue archivero municipal entre los años 1898 hasta 1902, D. Gabriel Llabrés Quintana (1858-1929), quién sacó de dicho fondo una veintena de diferentes documentos para su inmediato estudio y aún en la actualidad están fuera de Cáceres, concretamente forman parte de su archivo familiar que existe en la ciudad de Palma de Mallorca. Y es este uno de esos casos.

Para mejor aclaración sobre este particular, convendría observar si mencionados documentos, o cualquier otros que nos podamos encontrar en lo sucesivo, tienen el título “Ayuntamiento Constitucional de Cáceres”, que era como se catalogaba a todo papel que formaba parte de nuestro Archivo Municipal de por entonces.

Además de todo esto, tenemos conocimiento de otros más cercanos a nuestros días de hace solamente quince o veinte años, incluso de menos tiempo, referidos a personas que guardan en sus casas, privilegiada documentación pública, exclusivamente para uso personal, con el consiguiente beneficio que esto les ocasiona a ellos y perjudica al ciudadano en general. Llegándose así a la creencia oficial de que dicha documentación ya ha dejado de existir.

Viene ahora a mi memoria, sin buscar mucho los distintos libros que se guardaban en la magnífica biblioteca del que fue Convento de Santa maría de Jesús, de las religiosas jerónimas, ubicado desde el siglo XV hasta el XIX en lo que en la actualidad es Excma. Diputación Provincial. En dicho cenobio se guardaba cerca de un centenar de variados libros tanto de la fundación como aportados por las beatas al ingresar.

Durante muchos años se pensó que todos se habían perdido irremediablemente por el paso del tiempo, afortunadamente para la historia hemos descubierto que algunos de estos, los referidos a la fundación del convento y otros de índole interna, continúan en este mundo y en esta ciudad, lástima que no en poder de las religiosas jerónimas que se asientan en el convento de la Calle del Olmo, herederas legales de aquellas que sembraron la devoción en las hijas de la nobleza cacerense de los siglos XV al XIX.

Algo por el estilo ha ocurrido con el primer libro de fábrica de la Santa Iglesia Concatedral de Santa María o de otras parroquias, conventos y ermitas de nuestra ciudad.

Cada verano aprovecho para contactar más estrechamente con todas estas fuentes de información, que se encuentran dispersas por prácticamente todo el territorio nacional y conocer más de su creación y contenido, así como estado de conservación actual.

Muchas personas pueden pensar que en nuestros días es muy complejo el rescatar o recuperar toda esta documentación, particularmente creo que se trata de estudiar caso por caso, o al menos, intentar microfilmar la mencionada información y así poder agregarla a la ya existente en nuestra ciudad.

Hay que trabajar al respecto con mucho tacto, sobre todo teniendo en cuenta que en muchos casos quienes llevaron estos papeles ya han fallecido, incluso sus propios hijos o nietos, estando así incluidos en archivos o bibliotecas de todo tipo. Y también debemos impedir con todos los medios legales posibles, que vuelvan a repetirse casos como estos.

Nuestras autoridades deben empeñarse en mantener toda la documentación de Cáceres dentro de nuestro término municipal para el general estudio y disfrute.

DON GABRIEL LLABRÉS QUINTANA (1858-1929).

Por Cáceres han pasado un gran número de personas, que habiendo nacido en otros lugares, han quedado tan prendados de los numerosos encantos de esta bimilenaria ciudad, que han empleado muchos años de sus vidas a vivir en ella y así conocerla mucho mejor.

El caso de este señor, es uno de ellos, aportando a la cultura de Cáceres cuanto estuvo en sus manos, dejando un recuerdo imborrable en varios campos.

Nació en Mahón, Islas Baleares, lugar donde realiza todos sus estudios primarios y secundarios, llegando a nuestra ciudad en marzo de 1898, el día 5 tomó posesión de su cátedra, después de sacar una plaza en propiedad. Dos meses más tarde la prensa nacional anunciaba: “El desastre de Manila”, despertando así el verdadero espíritu regeneracionista del Sr. Llabrés Quintana, algo que le acompañaría toda su vida.

En el verano del año 1899 se casó con la aragonesa Doña María Jesús Bernal y Corculluela, quién le dio un hijo varón que continuó los pasos de su padre en lo que a la investigación se refiere.

Permaneció en Cáceres hasta el mes de julio de 1902, a pesar de no tratarse de mucho tiempo, lo cierto es que su labor cultural es completísima y muy amplia.

Fue Secretario de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos, Catedrático de Historia y geografía del Instituto General y Técnico de la ciudad. Organizó un Museo Arqueológico escolar, inicio del que posteriormente sería el Museo Arqueológico Provincial, al cual el Sr. Llabrés aportó un total de 179 láminas de distintos tamaños, en las que estaban representadas los principales monumentos provinciales, adquisición que hizo de su propio bolsillo. Con el tiempo dichas láminas pasaron a ser propiedad de la Diputación provincial. En la actualidad están en paradero desconocido.

Junto con D. Publio Hurtado Pérez y D. Juan Sanguino Michél, entre otros, creó la revista de Extremadura. Pronunció numerosas conferencias en cuantos centros fue requerido, así como participó con interesantes artículos en varias revistas y periódicos de la época, tanto locales como regionales.

Otra de sus conocidas aficiones era la fotografía, prueba de ello fue el regalo de una colección de 43 fotografías en gran tamaño que realizó de varios edificios, imágenes en las que se podían apreciar claramente sus distintas transformaciones según las épocas. Dicho reportaje fue regalado a mencionado Museo de nuestra ciudad.

D. Mario Roso de Luna hace referencia varias veces a él, como consecuencia de su gran dedicación e interés por nuestra tierra y su cultura. Entre otros muchos caros desempeñó los siguientes: Académico correspondiente de la Real Academia de la Historia; Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Barcelona, ayudante del Cuerpo facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios de Baleares, Barcelona y Teruel, socio emérito de la Sociedad Económica de Amigos del País de Teruel; Vicepresidente de la Sociedad Arqueológica de Palma de Mallorca; Académico corresponsal de la Real de la Historia desde el año 1894, y algunos otros más.

En Cáceres pudo consultar la gran mayoría de los archivos y bibliotecas que entonces había, tomando infinidad de datos de trabajos inéditos, referentes a la historia de nuestra tierra y sus remotos hallazgos.

Pero si importante fue la tarea cultural que desarrolló en esta ciudad, no lo fue menos en todos aquellos lugares por donde pasó, tales como: San Sebastián, Teruel, Santander, Huesca y Mallorca. Y es allí donde en la actualidad se conserva una amplia biblioteca y archivo, creada en su día por el Sr. Llabrés Quintana, donde se conservan infinidad de datos referidos a sus trabajos de investigación tanto en Cáceres como provincia.

Entre sus obras más destacables y conocidas incluso en el ámbito nacional, están: “El Códice del siglo XVI o Manuscrito Llabrés” y “Notas para una biografía de D. Gabriel Llabrés”.

Tal y como he podido comprobar el pasado año 1999, existen en su archivo infinidad de datos relativos a nuestra ciudad así como no pocos documentos y estudios que tratan de la misma, tanto suyos como de otros investigadores del siglo XIX. Muchos de ellos son originales. Confío en que futuras investigaciones, así como distintas gestiones que puedan realizar nuestras autoridades locales pueda servir para el esclarecimiento de todo este tema.

LIBROS VIAJEROS.

En un tema como el presente, donde estamos tratando superficialmente un problema muy serio que ha dañado nuestro fondo bibliográfico, no podíamos olvidarnos de este apartado.

En nuestros días a la hora de mover una biblioteca, en la que están incluidos miles de libros, es algo que se tiene planeado al mínimo detalle. Todo lo que facilita el transporte propiamente además de garantizar la completa seguridad de cuantos elementos forman dicha biblioteca, ya que se cuenta para ello con unas medidas extraordinarias tanto materiales como humanas.

Pero tal y como deben imaginar ustedes, esto no siempre ha sido así, lo que ha producido a determinadas bibliotecas un daño irreparable.

Y es aquí donde debo presentar un caso muy concreto ocurrido en Cáceres.

Corría el año 1941 cuando las personas que visitaban nuestro barrio monumental, al ascender por la Cuesta de la Compañía, que es la que transcurre desde la Plaza de San Jorge hasta el lateral de la Plaza de San mateo, se encontrarían en dicha subida a mano izquierda y situada entre al Iglesia de la Preciosa Sangre y el palacio de las Cigüeñas, antiguo Gobierno Militar, con una reducida puerta sobre el que había el siguiente letrero: “Biblioteca Pública”.

Muchos al leer este letrero pensarían que estaban delante de una discreta colección de libros escolares, o que se tratase de esos volúmenes que sobrantes suelen mandarse a los municipios de la provincia. Pero nada más lejos de la verdad, pues lo que allí se guardaba era una interesantísima biblioteca extremeña, formada por un amplio y valioso fondo de la antigua librería del Monasterio de Guadalupe, del Convento de San benito de Alcántara y no menos importante de San Francisco El Real de Cáceres, además de obras de otros lugares de la provincia de Cáceres.

Libros y documentos a los que había que sumar varios cientos más, así como manuscritos, dibujos y mapas, que habían sido propiedad del gran investigador y escritor extremeño, D. Vicente Paredes Guillén (1840-1916). Conjunto que hacía un total de treinta mil libros.

Pero toda esta cantidad resultante era realmente pequeña, teniendo en cuenta de la manera poco seria en la que se realizó el traslado desde las localidades de Guadalupe y Alcántara a Cáceres. Esto ocurría sobre lomos de asnos y mulos, eso sí, pesándose en las localidades de origen pero no así a su llegada, lo que desgraciadamente no impidió que por el camino los arrieros a fin de no quedarse sin sus queridos animales, aligeraran la carga descaradamente, dejándola caer distraídamente en los caminos, además de utilizar no pocos volúmenes y documentos para encender fuego en las frías noches que duró este cultural recorrido.

Gracias a esta notable despreocupación, no pocos documentos llegaron a manos de personas ajenas a la operación oficial y que vivían a lo largo del recorrido de las dos localidades. También fueron varios los anticuarios y los propietarios de librerías de viejo, los que aprovecharon tal circunstancia para realizar beneficiosas adquisiciones. De esta manera tan sencilla desaparecieron para siempre no pocos kilos de documentos irrecuperables.

Parece ser que antes de ser catalogados, la autoridad competente envió más de una treintena de incunables a la Biblioteca Nacional, así como Códices y clásicos latinos, que hubiese sido justo que permaneciesen dentro de nuestras fronteras provinciales. No obstante consideraron que podían quedarse aquí: Obras Matemáticas de Cavamuel, el Cata Santorum de Juan van Bolland; varias obras completísimas de Botánica del siglo XVII, con láminas incluidas, gracias al esfuerzo de la nobleza inglesa; obras de Petrarca; Erasmo y no pocos ex libris. Todo un amplio y único trabajo bibliófilo jerónimo, alcantarino y franciscano.

Hoy cuando han transcurrido cerca de sesenta años desde aquel desastroso traslado, sería realmente interesante el poder investigar sobre los libros y documentos aquí mencionados y el camino fantasma que siguieron, pese a que ese fondo fue separado en varias partes y la inmensa mayoría está repartido por España y algunas obras incluso fuera de nuestro país.

En el mes de septiembre de 1950 se creaba el Archivo Histórico, situándolo en el Palacio de la Isla, Plaza de la Concepción, y en abril de 1992 se le daba otro destino, el palacio de los Toledo Moctezuma.

Actualmente el fondo bibliográfico existente en Cáceres se encuentra en buen estado de conservación, pero desde nuestro particular punto de vista muy mermado y deficientemente catalogado en su conjunto, algo realmente incomprensible en las puertas del siglo XXI.

CONCLUSION.

A pesar de estas cantidades tan elevadas de documentos y libros, aquí apuntados, no podemos olvidarnos de esos millones de documentos de todo tipo, referentes a Extremadura, que aún permanecen amontonados en países como: Méjico, Cuba, Filipinas y determinadas zonas de Estados Unidos, resultado histórico de cuando nuestros antepasados visitaron aquel continente en los siglos XV, XVI, XVII y XVIII.

De poder recuperar una pequeña parte de los mismos, representaría verdaderamente un auténtico problema para guardarlos aquí en nuestra ciudad.

Según las encuestas, los extremeños en general y los cacereños en particular, leemos muy poco, pero a pesar de ello cada año se publican solamente en Cáceres unos treinta títulos. ¿Para qué tanto papel impreso, si no se va a leer? Además no podemos olvidar esos otros libros que por muy distintos motivos o intereses, una vez que han publicado instituciones u organismos, quedan eternamente almacenados, son miles de volúmenes.

Considero que es muy positivo la gran cantidad de documentos y libros que hay en Cáceres, lástima que no se lea todo lo que se debiera.

Pero en este amplísimo tema de los archivos referidos a Cáceres, no podemos olvidar a esos fondos que encontrándose fuera de nuestras fronteras regionales, contienen infinidad de documentos y datos referidos a nuestra ciudad y sus gentes.

Así nos encontramos con:

  • Archivo Histórico Nacional, en Madrid.
  • Archivo General de Indias, en Sevilla.
  • Archivo General de Simancas, en Valladolid.
  • Archivo de la Real Chancillería de Valladolid.

Muchos coincidimos en que en nuestros días se está presentando un gran problema a la hora de tener que guardar adecuadamente los miles de libros, documentos y legajos y contiene nuestra ciudad. Alguien me puede responder, que para eso existe la posibilidad de microfilmar o informatizar todo este impresionante conocimiento, pero particularmente considero que es mas atractivo el poder tocar, incluso oler el papel. De alguna manera el sentir ese contenido tan especial que en muchos casos puede llevar así varios siglos, es tocar la historia.

Estoy completamente convencido de que el día que ya no existan los libros como tal, será el principio del fin de la Humanidad.

Mientras que las autoridades correspondientes no se tomen en serio recuperar, cuidar y catalogar o clasificar todo el fondo bibliográfico y documental cacerense, estarán colaborando a que un valiosísimo legado cultural esté en continuo peligro de desaparición.

Produciéndose de esta manera, un considerable vacío histórico para las futuras generaciones.

Por desgracia para nosotros, ciudadanos de finales del siglo XX, hemos perdido la posibilidad de contemplar, consultar y cuidar infinidad de documentos o publicaciones que conocieron y trataron nuestros antepasados de principios de este siglo XX.

Creo que ha llegado el momento en que comencemos a valorar la importancia de este amplísimo fondo escrito.

Cultura no solamente es piedra.

Oct 012000
 

Francisco Vicente Calle Calle.

Del salón en el ángulo oscuro,
De su dueño tal vez olvidada,
Silenciosa y cubierta de polvo
Veíase el arpa.

Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
Como el pájaro duerme en las ramas,
Esperando la mano de nieve
Que sabe arrancarlas!

¡Ay! –pensé -, ¡cuántas veces el genio
Así duerme en el fondo del alma.
Y una voz, como Lázaro, espera
Que le diga: “Levántate y anda”!
G. A. Bécquer.

Cuando vi por primera vez el sepulcro esculturado de Santa María de Plasencia en su rincón del claustro de la catedral se me vino a la cabeza la rima de Bécquer que comienza así.: “Del salón en el ángulo oscuro,/ De su dueño tal vez olvidada,/ Silenciosa y cubierta de polvo/ Veíase el arpa”[1]. Le eché un rápido vistazo y luego proseguí mi visita con la intención de volver a mi casa en Cabezuela y hojear el libro del doctor Marceliano Sayáns Castaño sobre dicho monumento. Hacía bastante tiempo que lo había leído pero nunca había tenido la oportunidad de comparar el estudio de don Marceliano con el original de la catedral placentina. Cuando comencé a releer las notas del doctor Sayáns me quedé sorprendido al ver que identificaba la escena del arresto de Cristo con la adoración de los Magos. En aquel momento no recordaba las otras escenas del sepulcro, pero decidí volver a Plasencia y examinarlo con el libro delante. Mi sorpresa fue mayúscula al comprobar que había varios errores de interpretación más. Esto me decidió a hacer investigaciones por mi cuenta. Las conclusiones a las que he llegado son las que conforman esta ponencia.

En el sepulcro de Santa María de Plasencia[2] existen diez escenas diferentes: una en el frontón de cabecera, dos en frontón de los pies y siete en el lateral izquierdo. El lateral derecho no hemos podido verlo pues el sepulcro está pegado a la pared del claustro y ello impide cualquier observación.

Vamos a realizar el análisis iconográfico de los bajorrelieves partiendo del frontispicio de los pies del sarcófago y desde él avanzaremos, siguiendo su cara izquierda, hasta alcanzar el frontón de la cabecera. Al lado del título de cada escena citaremos el título que le da el doctor Sayáns.

ESCENA 1: APARICIÓN DE JESÚS A MARÍA MAGDALENA. (PRUEBA DE GETSEMANÍ)

En la primera de las dos escenas representadas en el frontón de los pies del sarcófago se aprecian dos personajes, uno de pie y el otro postrado delante del primero, en gesto que parece de súplica. Detrás de éste personaje hay un gran árbol curvo de tupida copa.

La figura que está de pie tiene la parte izquierda del torso desnuda, y sostiene una especie de báculo en la mano derecha. Su mano izquierda se dirige hacia el personaje postrado.

El doctor Sayáns identifica al personaje que está de pie con Dios Padre quien lleva en su mano un báculo en el que aparece una paloma con las alas abiertas, símbolo del Espíritu Santo; el personaje arrodillado sería Cristo orando en Getsemaní.

A nuestro parecer la escena representa el encuentro de Jesús resucitado con María Magdalena, llamado también Noli me tangere.

En el sepulcro placentino podemos ver a Cristo de pie con la parte izquierda del torso desnuda para mostrar así uno de los estigmas de la Pasión, la marca de la lanza; el báculo que sostiene en la mano derecha es en realidad una bandera con la cruz, aunque ambas están muy deterioradas, que señalan el triunfo de Cristo sobre la muerte. La mano izquierda de Jesús se adelanta hacia María Magdalena para advertirle que no debe tocarle “porque aún no ha subido al Padre”. La posición de los pies indica claramente que Cristo se va. En el arte barroco, Jesús mostrará con la mano derecha que se dirige hacia el cielo.

María Magdalena está postrada ante Jesús. Sus manos están juntas a la altura de su propia cara. Podría estar rezando o intentando tocar a Jesús.

Por último, señalar la presencia del árbol que está detrás de María, único elemento paisajístico del sepulcro, que sirve para ambientar la escena del Noli me tangereen el huerto que rodea a la tumba de Cristo[3].

ESCENA 2: LAMENTACIONES DE LAS HERMANAS DE LÁZARO. (LAMENTACIONES DE LAS HERMANAS DE LÁZARO).

Esta segunda escena de los pies del sarcófago muestra a cuatro personajes: dos están de pie y dos arrodillados frente a los primeros. Sobre la cabeza de los personajes arrodillados se encuentra una especie de recuadro de piedra bastante deteriorado.

El primero de los personajes de pie levanta su mano derecha como si estuviera bendiciendo al primer personaje arrodillado quien, a su vez, al igual que el segundo personaje arrodillado, tiene ambas manos juntas a la altura de la cara, en actitud de súplica o de oración.

El segundo personaje de pie, se encuentra detrás del primero y lleva una especie de bastón en su mano derecha.

En general, estamos de acuerdo con el doctor Sayáns en que esta escena puede representar el momento en que Marta y María se lamentan ante Jesús por la muerte de su hermano Lázaro (Jn., 11, 28-32).

En cuanto al relieve de piedra que se encuentra sobre Marta y María, el doctor Sayáns señala que correspondería al sepulcro de Lázaro. A pesar de que, como ya hemos señalado, este bloque de piedra está muy deteriorado, no nos parece descartada dicha interpretación a la que podemos comparar con otras como un bajorrelieve de la catedral inglesa de Chischester (hacia 1140)[4]

ESCENA 3. PENTECOSTÉS. (PENTECOSTÉS)

También estamos de acuerdo con el doctor Sayáns en que esta escena representa la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y la Virgen, que se halla en el centro del grupo (Hch., 2,12-ss).

Según Sayáns: “A la derecha de la figura de esta mujer (…) hay la de tres hombres y a su izquierda tres estatuas mayores que representan a otras mujeres, dos de las cuales amparan a un niño poniendo sus manos sobre los hombros de aquellos[5]. A continuación justifica esta presencia de niños con una cita delDeuteronomio (16,11).

Creemos que los niños de los que habla Sayáns son en realidad los doce Apóstoles (seis a cada lado de María), representados así por problemas de espacio. Sus miradas se dirigen hacia el Espíritu Santo que desciende sobre ellos en forma de paloma. Sin embargo hay que señalar que en la narración de los Hechos de los Apóstoles el Espíritu se aparece el día de Pentecostés en forma de lenguas de fuego. Está claro que el escultor del sepulcro utilizó la forma de paloma, que también se encuentra en otras obras del período, por su simplicidad.

ESCENA 4: DORMICIÓN DE LA VIRGEN. (SEPULTURA DE JESÚS).

A nuestro juicio la escena 4 no es la representación de la sepultura de Jesús sino la de Dormición de la Virgen o Koimeis. Esta escena pertenece al ciclo de historias apócrifas que incluyen los últimos momentos de la Virgen, su muerte, su asunción a los cielos en cuerpo y alma y su coronación.

El relato de la muerte y asunción de María, del que hay muchísimas versiones, se atribuye a Melitón, discípulo de San Juan, y obispo de Sardes, e incluso al mismo San Juan[6].

Veamos cómo ocurrió la dormición de la Virgen según la narración que figura en el apócrifo asuncionista Libro de San Juan Evangelista:

[Llegado el domingo], se presentó Cristo (…). El Señor se dirigió a su madre y le dijo: «María». Ella respondió: «Aquí me tienes, Señor». (…) La madre del Señor le dijo: «Impónme, Señor, tu diestra y bendíceme». El Señor extendió su santa diestra y la bendijo. (…) [Se acercaron los apóstoles a sus pies, y la adoraron. Y el Señor, después de extender sus puras manos, recibió su alma (…)[7].

En general, en esta escena podemos ver cómo los Apóstoles apenados rodean a la Virgen mientras Cristo recibe en sus brazos el alma de su Madre en forma de niño[8].

En el sepulcro de Santa María se ve como Cristo extiende su mano derecha para bendecir a la Virgen, mientras que con la izquierda sostiene paternalmente el alma en forma de niño que se agarra amorosamente a su cuello.

Es interesante señalar que, según É. Mâle, la Muerte de la Virgen no aparece en el arte monumental occidental antes del final del siglo XII. La primera vez que se documenta es en un bajorrelieve del dintel del pórtico de Senlis, datado entre 1175 y 1190. Esto puede servirnos de término ante quem para datar nuestro sepulcro.

ESCENA 5: CORONACIÓN DE LA VIRGEN. (LA VISITACIÓN DE ISABEL)

Como dice el doctor Sayáns, la escena del sepulcro de Plasencia es muy sencilla: dos personajes están uno frente al otro sentados en un poyo. El de la izquierda tiene la cabeza y el cuerpo ligeramente inclinados y las manos juntas, elevadas hasta la altura de la cara en una actitud de sumisión. Lleva una corona en la cabeza.

El personaje de la derecha, que también porta una corona, tiene una postura mayestática. Con su mano derecha bendice al primero. En su mano izquierda, que se apoya sobre las rodillas, sostiene un libro.

No creemos en absoluto que esta escena represente la visitación de Isabel. Se trata, más bien, de la coronación de la Virgen, inspirada según Émile Mâle en textos sacados, a partir del siglo XII, del Oficio de la Asunción. El ejemplo más antiguo que podemos citar se ve en el pórtico de la catedral de Senlis (entre 1170 y 1190)[9].

La representación de la Coronación de la Virgen del sepulcro placentino entraría dentro del primer grupo de representaciones de esta escena ya que según los análisis de Émile Mâle, en el tímpano de Notre-Dame de París, que data de 1220, aparece una nueva fórmula en la que la corona de la Virgen es puesta sobre su cabeza por un ángel[10].

ESCENA 6: ENTIERRO DE MARÍA Y MILAGRO DE LAS MANOS SECAS (LA PRESENTACIÓN EN EL TEMPLO)

Tenemos que reconocer que esta escena nos ha causado bastantes problemas y que no estamos completamente seguros de su correcta interpretación.

Es una escena en la que aparecen cinco personajes. Cuatro a la derecha y uno a la izquierda. Los cuatro de la derecha están uno detrás de otro. Tienen las manos juntas a la altura del pecho en actitud de oración. El primero de ellos está ofreciendo un objeto al personaje que está frente a él. Este personaje, que lleva una túnica con capucha, alarga ostensiblemente el brazo izquierdo para coger dicho objeto.

Creemos que esta escena también está relacionada con el ciclo de la muerte de la Virgen María, y más concretamente con dos episodios que pasamos a explicar a continuación[11].

El primero ocurre antes de su muerte. Según los diferentes apócrifos asuncionistas, un día se le apareció un ángel que llevaba una palma y que le anunció su próxima muerte en la que estaría acompañada por los apóstoles[12].

Acto seguido, Juan llega de manera milagrosa hasta el lugar en el que se encuentra la Virgen. Ésta le dice que tome la palma para que la lleve delante de su féretro. Juan se niega pues no quiere quitar ese privilegio a Pedro, cabeza del colegio apostólico, que está ausente al igual que el resto de los apóstoles. Sin embargo, éstos aparecen milagrosamente en casa de María y asisten a su muerte.

Después de amortajar, el cadáver de María y lo ponen en el féretro, coronado con la palma (pp. 632-633).

Durante el entierro los sacerdotes del templo atacan a los apóstoles e intentan apoderarse del sepulcro de la Virgen. Uno de ellos “Lo agarró por donde estaba la palma con ánimo de destruirlo; (…). Pero repentinamente sus manos quedaron pegadas al féretro y pendientes de él al ser desprendidas violentamente del tronco por los codos”. (p. 634).

Aterrorizado por lo ocurrido, el sacerdote pide ayuda a Pedro, quien le insta a que se convierta y crea en Jesús y en su Madre. El sacerdote bendice a María y al instante sus manos quedan como estaban al principio, sin defecto alguno. A continuación, Pedro le da un ramito de la palma con la que entró en Jerusalén haciendo milagros (pp. 636-637).

Tras haber leído este relato del entierro de la Virgen creemos que la escena 6 representa el momento en el que el sacerdote, que el escultor ha representado con una capucha como si fuera un monje, coge el ramito de la palma que le ofrece Pedro. Es interesante señalar de nuevo que el brazo izquierdo del personaje que coge la palma está al descubierto y es más largo que el de los demás personajes de la escena, quizá, para significar de una manera más señalada el milagro obrado por la palma de la Virgen[13].

Los otros personajes que se agrupan detrás del que lleva la palma, como si fueran en procesión o siguiendo un cortejo fúnebre, pueden ser los apóstoles.

En cuanto a la palma, que puede adquirir formas muy variadas, bastante alejadas de la realidad, decir que desde antiguo es un símbolo de la victoria sobre el mal, la perversión y la muerte. También es un símbolo de resurrección y de la vida eterna, como en el caso de las palmas de los mártires[14].

ESCENA 7: PRENDIMIENTO DE CRISTO. (LA ADORACIÓN DE LOS MAGOS)

Creemos que esta escena que el doctor Sayáns interpreta como la Adoración de los Magos, explica tres momentos sucesivos del drama de Getsemaní: el beso de Judas, el arresto de Jesús y la lucha de san Pedro y de Malco[15].

No cabe duda que el escultor del sepulcro ha representado fielmente estas escenas. Mientras que Judas pone su mano izquierda sobre el hombro derecho de Jesús y acerca su mejilla para besarlo, un soldado o esbirro que se encuentra detrás del traidor agarra a Cristo por el brazo derecho para arrestarlo. Detrás de Cristo hay un personaje con un objeto rectangular. A nuestro parecer, se trata de una especie de fanal. Según San Juan: “Judas, pues, tomando la cohorte y los alguaciles de los pontífices y fariseos, fue [al Huerto de los Olivos] con linternas, antorchas y armas”. (Jn, 18, 3)

En la parte inferior de la escena, vemos a Pedro que tiene la espada en la mano en el momento en que está cortando la oreja a Malco, que parece tener la talla de un niño.

Esta escena, infinidad de veces repetida en el arte occidental, tiene como origen el arte bizantino[16].

ESCENA 8: LA FLAGELACIÓN. (LA FLAGELACIÓN)

En general, estamos de acuerdo con las opiniones del doctor Sayáns sobre esta escena en la que aparece Cristo, con las espaldas desnudas, atado a una columna mientras es flagelado por dos esbirros que se encuentran el uno a su derecha y el otro a su izquierda, en una disposición bastante clásica.[17]

ESCENA 9: CAMINO DEL CALVARIO. (CAMINO DEL CALVARIO)

Esta escena representa la subida al Calvario. Como indica el doctor Sayáns, tres figuras acompañan al Nazareno, quien lleva la cruz sobre el hombro derecho y dirige su mirada hacia atrás buscando uno de los personajes, el que lleva una túnica hasta los pies.

Estamos de acuerdo que el personaje que va delante de Jesús cogiendo la cruz con el brazo derecho es Simón de Cirene. También creemos que el personaje que está detrás, vestido con faldón y que parece empujar a Cristo con su brazo derecho debe ser un soldado romano. Detrás de la cabeza de este personaje hay un bulto de piedra que podrían ser los restos de una lanza. Esta figura es un poco más alta que las otras tres, quizás por llevar el habitual casco de soldado romano.

Por lo que se refiere a la interpretación de la última de las figuras del grupo, el doctor Sayáns señala que esta cuarta figura representa a una mujer que “lleva doblado el brazo derecho y en su mano algo que hoy nos es imposible diferenciar” (p. 38). Es cierto que es imposible distinguir qué es lo que esta mujer, vestida con túnica hasta los pies, lleva en su mano derecha. Podría ser un objeto cualquiera o incluso su brazo izquierdo cruzado bajo el derecho sobre el pecho.

El doctor Sayáns descarta que esta mujer sea Verónica. Creemos que en su opinión en este caso es acertada porque la leyenda de la mujer llamada Verónica que limpia el rostro de Cristo es bastante posterior a los siglos XII-XIII, fechas probables del sepulcro placentino[18].

En lugar de Verónica, el doctor Sayáns ve en esta figura femenina una representación de las mujeres de Jerusalén que se lamentan delante de Jesús según recoge el evangelio de San Lucas (Lc. 23, 28-31). Sin embargo, pensamos que el personaje al que Cristo dirige la mirada también puede ser el de la Virgen María. Tenemos que tener en cuenta que a partir del siglo XII, y gracias a textos apócrifos sobre la Vida de María, ésta comienza a aparecer con cierta frecuencia en la escena del camino del Calvario[19].

ESCENA 10: EL CALVARIO. (EL CALVARIO)

El calvario ocupa el frontón de cabecera y está “(…) enmarcado dentro de un pórtico formado por jambas y dintel sin ninguna particularidad ni adornos. Dentro de este recuadro hay un bello arco trilobado que se apoya directamente en las jambas, sin presencia de impostas y haciendo estribos del arco las mismas jambas”.[20]

La crucifixión como acontecimiento central de la misión mesiánica de Cristo se convirtió en el principal tema de la iconografía cristiana y la escena más importante de la Pasión. Ocupa normalmente el centro de los trípticos y es proporcionalmente más grande que las escenas de la Pasión (izquierda) que la rodean simétricamente y también mayor que las escenas que siguen a la crucifixión desde el desde el descendimiento de la cruz hasta le Resurrección (derecha). Esta importancia también aparece en el sepulcro de Santa María ya que la Crucifixión ocupa todo el frontón de cabecera, al que podemos considerar como la parte más noble del sepulcro.

Es una escena que está muy deteriorada. Como en otros casos no estamos de acuerdo con la lectura que de ella hace el doctor Sayáns. En primer lugar, no creemos que el personaje que aparece al lado derecho de la cruz sea San Juan puesto que tradicionalmente el discípulo amado de Cristo está a la izquierda de la cruz. Quien sí aparece tradicionalmente a la derecha es la Virgen María.

Creemos que Sayáns se equivoca al identificar la figura central que aparece abrazar los pies de la cruz con María Magdalena. La figura de la Magdalena abrazando la cruz comienza a aparecer a partir del siglo XIV. Pensamos que los vestigios que quedan en la piedra corresponden al cuerpo de Cristo, cuya talla es mayor que la de los otros dos personajes.

Este calvario tiene un gran parecido con el que se encuentra en la cabecera de un sepulcro del monasterio de San Zoilo de Carrión de los Condes[21]. Como el de Plasencia, el calvario se halla enmarcado por un pórtico con un arco ligeramente apuntado y lleno de bolas. A ambos lados del pórtico aparecen, al igual que en Plasencia, cuatro escudos españoles.

En el sepulcro de San Zoilo, la Virgen aparece a la derecha del crucificado, con las manos juntas y la cabeza inclinada hacia la cruz; San Juan, que también inclina la cabeza hacia la cruz, está a la izquierda y porta un libro en las manos. En el de Plasencia, ambos personajes parecen sus cabezas hacia el crucificado[22]. En Plasencia, la figura de San Juan está completamente deteriorada. El crucificado de Palencia tiene la cabeza más elevada que el de Plasencia que parece tenerla inclinada hacia la derecha y por bajo de la línea que forma el brazo horizontal de la cruz, que en ambos casos es una cruz latina de brazos desiguales (crux immisa oblonga).

EL LADO DERECHO DEL SARCÓFAGO.

Como ya hemos señalado, no hemos podido estudiar este lado del sepulcro por hallarse pegado a la pared. Según Sayáns: “Esta cara fue la que más duramente soportó el destrozo de sus imágenes. Examinando las «sombras» que de ellas quedaron creemos ver dos grandes árboles y trazos de “dos pares de alas de ángeles”, lo que nos lleva a pensar en escenas del Viejo Testamento: el árbol del Bien y del Mal…, expulsión de Adán y Eva…, en palabras del Génesis. En este lado, como el otro mayor está dividido en dos frisos, con imágenes de Plañidera”.[23]

LAS PLAÑIDERAS O LAMENTATRICES.

De las veintiocho o treinta plañideras que debió tener el sepulcro hoy sólo se conservan unas quince en buen estado. Aparecen, como indica el doctor Sayáns, “en variadas actitudes, separadas unas de otras, a lo largo del friso inferior que envuelve a este sepulcro, menos en el frontón de cabecera. [Son] estatuas de mujeres que se cubren con largas túnicas cuyos pliegues arrancan desde los hombros. Se muestran inclinadas a uno u otro lado. Unas se tapan los oídos o la cara, y otras se mesan los cabellos o juntan sus manos en actitudes suplicantes (…)”.[24]

Señalar simplemente que en Las Partidas (1256-1263) de Alfonso X el Sabio se critica duramente esta costumbre[25]. Sin embargo esta ley era en la práctica ignorada y transgredida. También en el terreno artístico como lo demuestran las famosas plañideras y plañideros del sepulcro de Sancho Sáez de Carrillo en Mahamud (Burgos) (ca. 1300), hoy en el Museo Nacional de Arte de Cataluña[26].

CONCLUSIONES

Una vez acabado el estudio de las diferentes escenas que adornan el sepulcro esculturado de Santa María de Plasencia, creemos oportuno presentar una lista de las mismas según el orden en que las hemos analizado:

  1. Aparición de Cristo resucitado a María Magdalena o “Noli me tangere”.
  2. Lamentaciones de las hermanas de Lázaro.
  3. Pentecostés.
  4. Dormición de la Virgen.
  5. Coronación de la Virgen.
  6. Entierro de la Virgen/ La leyenda de la palma.
  7. Prendimiento de Jesús.
  8. Flagelación de Cristo.
  9. Camino del Calvario.
  10. Crucifixión.

Si analizamos la lista precedente podemos ver las escenas 7, 8, 9, 10, 1, pertenecen todas al ciclo de Pascua cuya prolongación natural es Pentecostés que aparece en la escena 3; las escenas 4, 5 y 6 representan todas fragmentos de los últimos episodios de la vida de la Virgen, su muerte, su coronación y su entierro; en principio, parece no guardar ninguna relación con las demás escenas; sin embargo, sí creemos encontrar un nexo de unión entre todas ellas: el tema del triunfo glorioso sobre la Muerte. En los tres bloques de escenas hay episodios de dolor, sufrimiento y muerte, pero en los tres encontramos también manifestaciones de gozo y triunfo porque la muerte es vencida. Creemos que es una temática muy apropiada para un sepulcro cristiano, que debía completarse con las escenas del lado derecho del sarcófago.

Curiosamente, en ninguno de los numerosos sepulcros que hemos analizado hemos encontrado un programa iconológico como éste. Quizás sea ésta la principal característica del sepulcro esculturado de Santa María de Plasencia, del que, a pesar de nuestra inexperiencia, esperamos seguir desvelando “secretos”, ya que como dice el doctor Sayáns:

“No ocultamos las muchas dificultades que han de superarse tratando de aclarar lo que estas alegorías encierran, como al intentar fijar los talleres donde nacieron, o al mencionar las influencias que recibieron, o al tratar de poner data a sus nacimientos…, pero creemos que merecen el aplauso aquellos que tratan de levantar una opinión donde antes no la hubo, o llegan a fortalecer alguna idea o juicio que se mantenía débilmente hasta entonces y ahora con su intervención, se afirma ganando tierras a la ignorancia.

Silenciarse por temor a la propia equivocación, no dando a conocer razones que pueden servir de conducto a un mejor conocimiento y pudiendo descifrar los interrogantes que el arte coloca ante uno, es comportare como el cuidador de Museo que a los más que se atreve es a quitar el polvo a las estatuas”.[27]


NOTAS:

[1] El sepulcro se encuentra hoy en una de las capillas del lateral norte de claustro. Sobre su primitiva situación nada se sabe ya que apareció de forma casual durante unas obras de restauración en el verano de 1980: “[En esa fecha] el Maestro cantero Manuel Clemente Iglesias, hoy cuidador y vigilante de estos templos, se decide a aclarar si cierta construcción que semeja un refuerzo o apoyo del muro o pared de la iglesia de Sta. María, antigua catedral, colocado por dentro a la altura de la primera arcada de la nave derecha, era o no lo que extrañamente aparenta ser. Comprobó que se trataba de una falsa construcción realizada para esconder un sarcófago de piedra. Éste aparecía adosado al citado muro por su frontón izquierdo teniendo cubierto el de los pies por el saliente de la columna adosada que sostiene aquel arco toral. Se asentaba, en buena parte, sobre el ancho natural del poyo que corre a lo largo esta pared de la iglesia como asiento. Se aumentó sustentación por construcción agregada. El sepulcro estaba tapado por tres grandes trozos de losa granítica, que bien pudiera haber sido una sola. Estas losas presentan sus bordes delanteros y se puede deducir del examen de estas piezas, supuesta tapa del sarcófago. Ahora muestra un asiento tosco e irregular surcado por golpes de escoplo. Aquella falsa construcción, que durante tanto tiempo figurara como apoyo o responsión, había sido fabricada con ladrillo llamado de «tercia», tipo abandonado desde hace muchos años. Las cuatro caras del sepulcro aparecieron cubiertas por una capa de cal que habiendo salido del propio sepulcro se escurrió por ellas. La capa de cal aflorada lo fue en tal medida que entre el frontón y la pared, dio origen a un magnifico vaciado, que no se conserva. (…) Liberado de estas losas, la boca del sepulcro aparecía tapada por una gruesa capa de cal. Practicaron un orificio a la altura de la cabeza y comprobaron que estaba ocupado por restos humanos. En este momento entramos en conocimiento del sarcófago”. Marceliano Sayáns Castaños, El sepulcro esculturado de Santa María de Plasencia, Plasencia, 1984, pp. 7-8.

[2] Esta es la descripción del monumento hecha por el doctor Sayáns: “Se trata de un sarcófago excavado en piedra berroqueña cuyos lados, caras o frontones estuvieron adornados con estatuas, esculpidas en bajo relieve. Exceptuando el frontón de cabecera todos los restantes lados presentan dos frisos. Su largo total es de dos metros y diez centímetros medidos por su borde superior. Por su base llega a los dos metros y ocho centímetros. Estos dos centímetros de diferencia entre la boca y la base se debe (sic) al rebajo con que fue trabajado el friso inferior, disminución que va haciéndose suavemente a partir de la línea o nervio que separa los dos paños buscando embellecer este monumento, dándole cierta esbeltez. La altura del panel superior es de veinte centímetros y diez y seis la del inferior. El hueco excavado mide un metro ochenta con ancho de cincuenta centímetros a la altura de los hombros, y treinta y cinco en los pies. La altura del vaciado es de cincuenta ctms. Creemos que no hubo caja mortuoria de madera, como en otros casos. Las estatuas que presentaban los frontones de cabecera y del lado derecho fueron salvajemente machacadas, destrozadas a golpes. De esta incivilidad se salvaron los frontones de los pies y del lado izquierdo (…). El primero, por estar tapado por el arranque del arco toral que nace en este lugar. Las esculturas que presentaba el lado izquierdo se salvaron por estar adosadas al muro del templo cuando fue atacado. (…) A estas bestiales mutilaciones producidas por la mano del hombre se han sumado las propias de la desintegración de la roca, acrecentadas de algún modo por la acción de la cal que embadurnó todas las paredes del sarcófago. Lógicamente los mayores daños los sufrieron las partes más delicadas que perfilan los rasgos de las figuras, sean los de las caras o los que presentan los ropajes”. Ibid., pp. 8-9.

[3] En este sentido, queremos señalar que en el respaldo del sitial 37 de la sillería del coro de la Catedral Nueva de Plasencia se puede ver la misma escena con la siguiente inscripción: “Aparesce a la Madalena en el huerto”. Aquí, los personajes se disponen sobre un fondo vegetal con árboles y delimitados por un cercado. Cf. Pilar Mogollón Cano-Cortés y Francisco Javier Pizarro Gómez, La sillería del coro de la catedral de Plasencia, Cáceres, 1992, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura, p. 65. Esta misma escena, pero sin ningún enmarque paisajístico se encuentra también en uno de los capiteles del claustro de la catedral placentina, aunque en este caso, el recipiente de alabastro que identifica a la Magdalena está en el suelo, entre María y Jesús.

[4] Podemos ver escenas similares a ésta en el techo de la iglesia suiza de Zillis (tercer cuarto del siglo XII), en una pintura mural de la iglesia italiana de Sant´Angelo in Formis (último cuarto del siglo XI) o el bajorrelieve de la catedral inglesa de Chischester. Cf. Marcel Durliat, L´Art Roman, París, 1989, Citadelles, ilustraciones 428, 420 y 313, respectivamente.

[5] Op. Cit. p. 29.

[6] Gregorio de Tours (s. VI) lo dio a conocer en Francia. En el siglo XIII fue reproducido por Vicente de Beauvais y también por Santiago de la Vorágine en su Leyenda dorada, con pocas modificaciones. Cf. Émile Mâle, L´art religieux du XIIIe. Siècle en France. Étude sur les origines de l´iconographie du Moyen Âge, París, 1990, Armand Colin, pp. 451-ss. Ver también, María Teresa Vicéns, Iconografía Asuncionista, Dirección General de Cultura de la Generalitat Valenciana, 1986.

[7] Libro de San Juan Evangelista (El Teólogo). Tratado de San Juan el Teólogo sobre la dormición de la Santa madre de Dios, en Aurelio de Santos Otero,Los Evangelios Apócrifos, Madrid, 1996, B.A.C., 148, pp. 593-597.

[8] Ver por ejemplo la representación que aparece en un marfil del siglo X conservado en la Staatsbibliotheke de Munich que adornó un evangelio del emperador alemán Otón III; también la que aparece en un esmalte tabicado, de la segunda mitad del siglo XII que se halla en la Pala d´Oro de la catedral de San Marcos de Venecia. Cf. Miguel Cortés Arrese, Historia del Arte de Historia 16. Tomo XIV, El Arte bizantino, Madrid, 1989, p. 142, il. 28; p. 150, il. 49; respectivamente.

[9] Émile Mâle. Op. Cit., pp. 462-463.

[10] Ibid.

[11] Las citas están sacadas del apócrifo asuncionista titulado Libro de Juan arzobispo de Tesalónica, en Aurelio de Santos Otero, Op. Cit., 148, pp. 601-637.

[12] He aquí el texto: “«María, levántate y toma esta palma que me ha dado el que plantó el paraíso; entrégasela a los apóstoles para que la lleven entre himnos ante ti, pues dentro de tres días vas a abandonar el cuerpo. Sábete que voy a enviar a todos los apóstoles a tu lado; ellos se preocuparán de tus funerales (…). No titubees en lo concerniente a la palma, porque muchos serán curados por su medio y servirá de prueba para todos los habitantes de Jerusalén». (…) María (…) volvió a su casa (…) y dejó la palma sobre un lienzo finísimo”. (pp. 601-612).

[13] Sobre este milagro, ver É. Mâle, L´art religieux du XIIIe. Siècle…, pp. 454-455. Existe una representación del mismo en una pintura al fresco de la iglesia de Gracánica en Yugoslavia, (1321). Cf. Miguel Cortés Arrese, Historia del Arte de Historia 16. Tomo XIV, El Arte bizantino, Madrid, 1989, p. 117.

[14] Gaston Duchet y Michel Pastoureau, La Biblia y los Santos, Guía iconográfica, Madrid, 1996, p. 303.

[15] Veamos lo que dicen los Evangelios al respecto: «Aún estaba hablando cuando llegó Judas, uno de los doce, y con él una gran multitud con espadas y palos, de parte de los pontífices, de los escribas y de los ancianos. El traidor había dado esta señal: «Al que yo bese, ése es; prendedlo y conducidlo bien seguro». Apenas llegó se le acercó y dijo: «¡Maestro!, y le besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero uno de los presentes sacó la espada, hirió al siervo del pontífice y le cortó la oreja». (Mc., 14, 43-47).El Evangelio de san Juan especifica que el discípulo era Pedro y que el sirviente se llamaba Malco (Jn., 18, 10)

[16] Émile Mâle, L´art religieux du XIIe. Siècle en France. Étude sur les origines de l´iconographie du Moyen Âge, París, 1940, Armad Colin, pp. 97-ss. Ver también la ilustración correspondiente a una pintura mural de la iglesia de San Justo de Segovia de mediados del siglo XII. Cf. Marcel Durliat, Op. Cit., ilustración 414, p. 410.

[17] Véase É. Mâle, L´art religieux du XIIIe. Siècle en France…, il. 102, o el Díptico de marfil con escenas de la vida de Jesús, del siglo XIV, que se encuentra en el museo del Louvre de París, Historia del Arte Salvat, vol. Románico Gótico, p. 313.

[18] Según la leyenda, Verónica era una piadosa mujer de Jerusalén, la cual, movida por la piedad, al ver caer a Cristo sangrante y sudoroso frente a su puerta, enjugó el rostro del Redentor con un paño limpio que guardaba en su casa. Milagrosamente, el rostro del Señor lleno de sangre, polvo y sudor quedó grabado en dicho paño. Sin embargo, esta leyenda es una tardía invención medieval. “La primera mención de Verónica aparece en las apócrifas Actas de Pilato(principios del siglo V), donde se dice que la hemorroísa de los Evangelios (Mt., 9 20) poseía una escultura que representaba a Jesús (…). En el siglo X se mencionaba ya el nombre de la santa, probablemente derivado de “vera icona”, es decir «verdadera imagen», en alusión a la que la hemorroísa poseía de Jesús. En Roma, un documento de la época denominaba Verónica a una sección de la basílica de San Pedro. En 1011 ya tenía la santa un altar. Para 1200, la antigua estatua del Redentor se había transformado en una impresión de su rostro sobre lienzo o pañuelo efectuado antes de la pasión (…). Por aquel tiempo comenzaría a mostrarse a los fieles (…) la reliquia conocida como paño de la Verónica. Solamente en el siglo XV, cuando comienzan las estaciones del vía crucis, la leyenda adquiere su formación definitiva y el velo de la Verónica resulta imprimación de la sangre y del sudor del rostro de Jesús camino del Calvario”.Cf. Juan Eslava Galán, El fraude de la Sábana Santa y las reliquias de Cristo, Barcelona, 1997, Planeta, pp. 215-216. Hoy día la Verónica ha sido sustituida en la sexta estación del Vía Crucis por el ladrón Dimas.

[19] Se puede comparar esta escena con la que aparece en la Crucifixión del refectorio de la catedral de Pamplona de Juan Olivier (1330), en Francesca Español,Historia del Arte de Historia 16. Tomo XIX, El Arte gótico (I), Madrid, 1989, il. 68, p. 157.

[20] Op. Cit., p. 41.

[21] Jesús Herrero Marcos, Arquitectura y simbolismo del románico palentino, Palencia, 1994, Ayuntamiento de Palencia, pp. 103-104.

[22] En el sepulcro del hijo de Alfonso X, Fernando de la Cerda, muerto en 1275, que se conserva en el monasterio de las Huelgas en Burgos, se puede ver otra Crucifixión, en la que la Virgen y san Juan tienen una postura muy parecida a la del Calvario del sepulcro placentino. Véase, Joaquín Yarza Luaces, “Despensas fazen los omnes de mucha guisas en soterrar los muertos”en Formas artísticas de lo imaginario, Barcelona, 1987, Anthropos, Palabra plástica, 9, p. 266.

[23] Op. Cit., p. 42.

[24] Ibid. pp. 42-43.

[25] “Pendra muy grande faze Sancta Eglesia a los que fazen duelos desaguisados por los muertos. Ca mandó a los que rompiesen sus fazes rascándose, quier fuessen, varons o mugieres, que no les diessen los clérigos los sagramientos, ni los recibiessen en la eglesia quando dixiessen las horas, fasta que fuesen sanos de las sennales que fizieran en sus caras”. (Partidas, I, Tit. IV, ley CLII, pp. 44-45, ed. Ampliada. Citado por Joaquín Yarza Luaces, Art. Cit., p. 289, nota 21.

[26] Se puede ver una ilustración de este planto en Francesca Español, Historia del Arte de Historia16. Tomo XIX, El Arte gótico (I), Madrid, 1989, p. 114.

[27] Op. Cit., p. 10.

Oct 012000
 

Manuel José Bazaga Ibáñez.

Tratando de descubrir los orígenes de este convento, tenemos que situarnos en Trujillo, siglos XV y XVI. El descubrimiento de América atrajo a más de 500 trujillanos, exactamente hay nominados 586. Trujillo en aquel entonces recoge a los que regresando de América traen ricas haciendas que allí atesoraron, restaurando las empobrecidas arcas para volver a sus orígenes trujillanos. Entre los que regresaron, la mayoría fijan sus metas en levantar un palacio y colaborar al engrandecimiento de su pueblo, tanto monumental como espiritualmente. En estos siglos, sobre todo en XVI se produce una verdadera exaltación religiosa y se levantaron la mayoría de los templos parroquiales o colaborando en otras obras religiosas. Se fundan Conventos llegando a ser hasta diez los Conventos que existieron en Trujillo: Cuatro de frailes y seis de Religiosas. Las principales Ordenes Religiosas aparecen y fundan sus Conventos con ayuda de los nuevos ricos. Sin duda la influencia de San Pedro de Alcántara influyó en muchos de los que hicieron las Américas, despertando sus antiguos ancestros. La vida de este Santo fue decisiva, maravillando con su predicación y santidad de vida a sus contemporáneos, sembrando en ellos de nuevo la semilla espiritual que les plantaron en su mocedad. La vida irregular que muchos realizaron en tierras americanas, los mueve al volver a sus antiguos hogares y quieren la redención de sus faltas y colaboran a levantar Conventos e Iglesias desde, donde personas consagradas, intercedan por ellos y logren el perdón divino.

Entre los que se erigieron hemos de destacar al de San Antonio, en Trujillo, ya que sus orígenes no fueron nada fáciles y llenos de problemas económicos. La santidad de vida, sus votos de pobreza y entrega al prójimo de sus Religiosas, pronto le hicieron famoso por las muchas mercedes que se alcanzaron por su intercesión.

Este Monasterio vivió 262 años desde su fundación hasta su abandono año 1836.

Dos personajes, desconocidos para la mayoría de los trujillanos fueron los que promovieron y se entregaron a la idea de que en Trujillo se levantara el Monasterio para Religiosas de la Orden Clarisas Descalzas de la 1ªRegla de Santa Clara, Orden fundada por Francisco de Asís, que alcanzó los altares juntamente con su paisana y parienta Clara. Quizás les movió a esta elección la pobreza o austeridad de esta Orden, ya que conociéndola, pensaron que seria quizás la única que podía aceptar su ofrecimiento para encargarse de la pobre fundación que pretendían.

Los personajes citados: Padre Cueva, sacerdote secular y el devoto trujillano llamado Francisco Sánchez, iniciaron sus gestiones y consultaron sus deseos con personas doctas y autorizadas, que enteradas de sus proyectos los alentaron, aunque haciéndoles saber las dificultades que encontrarían para hacer realidad sus proyectos de contar con una Congregación de Religiosas, que tratasen del espíritu a imitación de las que en Extremadura había fundado San Pedro de Alcántara.

Desplazado el Padre Cuevas a Madrid, se lo propone al Padre Comisario de la Orden de Clarisas Descalzas de la 1ª Regla de Santa Clara y en principio obtiene la aprobación necesaria, subordinándola al visto bueno de la Superiora del Convento de las Descalzas de Princesa, casa Madre de la Orden. Estas no ponen grandes impedimentos a los proyectos de los dos Trujillanos, pero les aconseja que vayan recabando los medios necesarios para la Fundación, y entonces ella destinaría a las Religiosas para empezar su funcionamiento, pues estimaba que con lo poco que contaban hacia necesaria la espera para que, aunque poco, algo tenia que estar dispuesto para alojar a las Religiosas. El Padre Cueva confiando en la Divina Providencia, las dice que tienen una gran Protectora (La Virgen Maria) y que ella se encargara de proveer lo necesario.

A su regreso de Madrid el Padre pasa por Plasencia y logra traerse a dos Hermanas Beatas, a las que había preparado e instruido San Pedro de Alcántara. Ilusionadas y con grandes deseos de servir a Dios, en lugar que puedan poner a prueba su vocación y sacrificio, aceptan venir al nuevo Convento.

Tiempos difíciles tuvieron que soportar estas dos Religiosas, que se acomodaron en lo poco que se había realizado y en dos pequeñas viviendas lindantes, que habían donado dos devotas trujillanas para el Convento.

Con las limosnas que iban obteniendo y aportaciones que conseguían poco a poco fueron dando forma al Cenobio y aquí se instalaron las monjas que acudieron para formar la 1ª Comunidad, estimando que aún era bastante para su alta pobreza deseada, lo poco que podía ofrecérseles.

Creciendo el Convento en el sitio que hoy ocupan sus ruinas, finales de la calle San Antonio, con fachada a la Plaza del Campillo, en aquel entonces extramuros de la Ciudad. Este lugar fue señalado por la Divina Providencia a los dos promotores, que no admitieron trasladarse de sitio, a pesar de que los ofrecidos presentaban mejores condiciones para el futuro Convento. Un día orando el Padre Cueva y su colaborador Francisco, vieron un globo de luz que bajaba del Cielo, y según ellos señalaba el lugar por ellos elegidos para el Convento. Con este hecho que ellos relataron a sus vecinos empezaron a fluir ayudas económicas y donaciones, cada vez más numerosas, más cuando las Religiosas daban muestras de su vocación, y espíritu de sacrificio y pobreza.

La Ciudad empezó a considerar al Convento como fuente de bienes espirituales y Divinos, ya que por intermedio de las Monjas, obtuvieron solución a los problemas que les presentaban y pronto quisieron que el Convento se consolidara. Escribieron al Obispo de Plasencia, bajo cuya jurisdicción estaba y este, Fray Martín de Córdoba, de la Orden de Santo Domingo, con fecha 18 de agosto de 1574 dio licencia y prestó ayuda para rematar la construcción del Convento, con la autorización solicitada.

Estando ya corriente la Fundación, el Padre General y las Madres Descalzas de Madrid, no dudaron en enviar a las que habían de ser las fundadoras oficiales, con lo que ya se podía inaugurar oficialmente el Convento: Sor Francisca de la Cruz, hija de importante personaje navarro y sobrina del Duque de Gandia, fue nombrada Abadesa, Sor Leonor de Jesús, Vicaria y Sor Luisa de la Madre de Dios, Maestra de Novicias.

A estas siguieron nobles doncellas, entrando la nueva Comunidad en el sencillo Monasterio el día 8 de septiembre de 1574, bendiciéndose la casa y Convento el 29 del mismo mes y año, bajo la advocación de San Antonio de Padua, tomado como modelo de santidad y pobreza. Confirmó la licencia eclesiástica el Obispo y el Vicario de los Clérigos, el Padre Provincial Fray Antonio Altamirano, con la alegría y aplausos de toda la Ciudad, que recibieron a las Religiosas como Angeles del Cielo.

Numerosas revelaciones y hechos milagrosos se produjeron en este Monasterio, elegido por la Divina Providencia, con lo que se aumentaron y fortalecieron la fe y devoción de los trujillanos que siguieron aportando ayudas para la terminación de las obras, que ya alcanzaron algún realce y esplendor, dando dignidad a la vivienda de las Religiosas acogidas en sus muros. Restaban las obras para la construcción de la Iglesia que duraron más de 16 años, pero pudo alcanzarse la dignidad requerida para los actos que en ella se celebraron.

Muchas y estimadas reliquias llegaron a guardarse en el Relicario del Templo donadas por insigne personalidades, tantas que seria prolijo de reseñar, solamente diremos algunas de las que cobraron mayor devoción y a las que acudían los devotos para alcanzar el logro de sus peticiones materiales o espirituales: Una copa con sangre y agua del costado de Cristo, derramada en su Crucifixión, Huesos de numerosos mártires y Santos .Leche cuajada de Nuestra Señora. Túvose por caso milagroso que habiéndose prendido fuego en este Relicario de la Iglesia, las reliquias no sufrieron daños, si las cajas y joyas que las contenían

Como antes dijimos fueron numerosas las personalidades que ayudaron a este Convento: Felipe II y su esposa Ana hicieron donaciones importantes en joyas y objetos religiosos. El Rey Felipe III a su paso hacia Portugal, donde acudía a la jura de su hijo donó, 2.000 ducados para la Iglesia. Felipe IV ordenó entregaran a este Convento, cálices, mantos y otras reliquias. El Concejo trujillano figuró entre los donantes con importantes limosnas. El Obispo placentino, en 1619, legó 3.000 ducados, también para la Iglesia.

Ante las halagüeñas perspectivas y una vez asegurada la supervivencia del Convento, llegaron a reunirse en él hasta 24 Monjas y todas se distinguieron por su piedad, despego de todo lo humano y renuncia a lo que no fuera oración sacrificada y pobreza deseada.

Terminada la Iglesia, de estilo neoclásico, traza rectangular, con bóvedas de cañón y rematada en pináculos, con lucernarios. La fachada, arcos de medio punto, dovelados y en ella un pequeño templete de granito con un relieve del Santo Patrón, que todavía perdura.

Cosas curiosísimas, inexplicables para toda razón humana y fuera de toda lógica ocurrieron a estas Religiosas y en este Convento.

No podemos relatar todos los hechos extraordinarios y confirmados, ocurridos dentro de este Convento, donde siempre fueron protagonistas estas humildes Religiosas, pero no podemos por menos de relatar algunos de ellos: Cierto día se descubrió en los muros y suelos de la Casa una plaga de pequeños insectos, conocidos como corianas o cucarachas, que por las noches se extendían por todas partes. Las Monjas intentaron de hacerlos desaparecer, pero todos los remedios utilizados eran ineficaces. Quemaron montones de estos insectos, pero parecía que de las cenizas revivían inundando con su presencia todos los lugares del Convento. Aburridas y no sabiendo ya que medios disponer para luchar contra ellos, decidieron sacar en procesión a las imágenes de los siete mártires de la Orden que tenían en su Iglesia, y fue maravilla que desde entonces no volvieron a ver a ninguno de estos animalillos.

No podemos hacer distinciones sobre los hechos que acontecieron sobre las mismas Religiosas o hechos que ellas mismas merecieron por su elevado espíritu y entrega al Todo Poderoso. Los frutos de santidad se dieron en todas ellas:

Sor Mariana de Jesús escribió algunos libros de espiritualidad que utilizaron las Monjas en sus devociones. Esta Religiosa nació en Alemania. Allí entró al servicio de una Dama de la Reina Ana, casada con Felipe II, y con ella vino a España, ingresando en las Descalzas de Trujillo. Estando una vez en oración se sintió elevada del suelo, según testimoniaron las monjas que estaban presentes, tanta era su devoción que la elevaron sobre todo lo terreno, por unos instantes.

Sor Francisca de la Cruz, tenia tal desprecio a las cosas humanas que no llegó a saber el valor de las cosas materiales y nunca distinguió el dinero, si era de plata o de oro las monedas que la presentaban, solo preguntaba y pocas veces, si era rubiecito o blanquito, como ella distinguía las monedas.

Otra monja enterrada en el huertecillo del Convento, a los pocos de estar sepultadas, nació sobre ella unas florecitas blancas de 5 hojas, no conocidas por las Religiosas.

Sor Maria Luisa de la Madre de Dios, supo y dijo a las otras monjas con bastantes días de antelación de la derrota que había sufrido la flota española de la llamada Armada Invencible, noticia que tardó algún tiempo en saberse en España.

Los hechos acontecidos a principios de la guerra de la Independencia, al paso de las tropas francesas por Trujillo, tuvieron desastrosa consecuencia para este Convento, que arrasaron destruyendo gran parte del Convento, aunque todavía permanecieron en él algunas Religiosas, que se negaron a abandonarle.

Más tarde y a consecuencia del Decreto de Isabel II, de 19 de febrero de 1836, conocido como la Desamortización de Mendizábal, ya que este como Presidente lo firmó, las Congregaciones y Bienes de la Iglesia pasaron al Estado y muchos tuvieron que abandonarlos. La Masonería también alentó las ideas antirreligiosas y las Monjas viendo que les era imposible seguir en el Convento, tuvieron que dejarle las pocas que subsistieron a estos avatares, y se refugiaron las seis últimas que quedaron en el Convento conocido en Trujillo de Santa Clara, que se libró de los efectos del Decreto, sin duda por la fuerte influencia que tuvieron en su defensa las familias y personajes importantes que le fundaron, bien relacionadas con las Ordenes Militares, Papa Clemente VIII y otros bienhechores principales en la Corte.

Estas Religiosas visten el hábito de la Concepción, y profesan su Regla, siendo por tanto ser de verdad de la Concepción de la Orden de Santa Clara, de la Regla de San Francisco

Abandonado el Convento se pensó en destinarle para instalar una Sección de Caballos Sementales, que no llegó a realizarse.

Divido en lotes, fue vendido por Venta JUDICIAL. Dos terceras partes las compró D. Bartolomé de Arteaga, casado con Doña Gumersinda Fernández Lavin. De este matrimonio tiene dos hijos Margarita y Mariano Arteaga y Fernández Lavin. Fallecido D. Bartolomé y Doña Gumersinda, heredan los hijos nombrados. Doña Margarita casada con D José Díaz Quijano, permanece soltero D. Mariano y al fallecimiento de este hereda la parte del Convento comprada por D. Bartolomé su hija Doña Margarita Arteaga y Fernández Lavin , llegando mas tarde al hijo de este matrimonio D. Mariano Díaz Quijano y Arteaga junto con Las fincas Las Alberguerías y parte de las Carboneras.

La otra parte del Convento adquirida por Doña Josefa Carrasco Robles, fue heredada por su hija Josefa Martínez Carrasco juntamente con la parte de la familia Arteaga Fernández Lavin, que adquirió por compra. Casada la mencionada Josefa Martínez Carrasco con Juan Mediavilla Martínez y por sucesivas herencias pasó a los hijos de Doña Josefa Vidarte Mediavilla, últimos propietarios.

Actualmente parece que está restaurándose esperando que nuevamente este Convento pueda ofrecerse a Trujillanos y visitantes en todo su esplendor.

Oct 012000
 

José Luis Barrio Moya.

El 21 de agosto de 1722, Don Juan de Santa Maria Infante, tesorero del arzobispo de Toledo y secretario del Tribunal de la Inquisición de la ciudad de Córdoba, declaraba ante el escribano madrileño Don Juan Rodríguez Vizcaíno, como estaba próximo a contraer matrimonio con Doña Manuela de Arguelles Valdés y Espinola, viuda de Don Miguel de Castroviejo y que la citada señora “al tiempo que se asento y ajusto dicho casamiento, me ofrecio traeria a mi poder ciertos vienes, omenaje de casa, ropa blanca y plata labrada, con calidad de que otorgue a su favor carta de pago”.[1]

Doña Manuela de Arguelles había nacido en “el lugar de Ornachos, en la provincia de Extremadura”, siendo hija de Don Antonio de Arguelles, natural de la ciudad de Valladolid y de Doña Sebastiana de Espinola, que lo era de la citada villa de Hornachos.

Doña Manuela de Arguelles fue una viuda adinerada como así lo atestigua la rica dote que ofreció a su segundo marido y en la que se incluían ropas y vestidos, tapices y alfombras, joyas y objetos de plata, abanicos, muebles y una pequeña colección de pinturas, cuya obra mas importante era una copia de “La túnica de José”, de Velázquez. Además de todo ello la dama extremeña poseyó casas y fincas en la población alcarreña de Pastrana y viña y bodegas en Valdefuentes (Cáceres).

Las ropas que Doña Manuela de Arguelles aportó a su segundo matrimonio fueron muy abundantes, registrándose numerosas cortinas, colgaduras de cama, puntas de encaje, dengues, mantillas, basquiñas, casacas, servilletas, almohadas, pañuelos, toallas, batas, tocados de cintas, medias bordadas, colchones, sábanas, camisas, manteles y calcetas, así como varios abanicos. Las piezas textiles más curiosas fueron las siguientes:

  • una colcha de Yndias de algodon bordada de seda pagiza, 200 rs.
  • mas otra colcha de algodon de Berberia, 120 rs.
  • una tapiceria de nueve paños, lavor de ramilleteros, de cinco anas de caida, 3000 rs.
  • mas seis paños de Ystoria, ordinarios, de cerca de tres varas de caida, 1000 rs.
  • yten una alfombra de quatro varas de largo y dos de ancho, 192 rs.

Muy valiosos y ricos fueron los objetos de plata, sin que fueran a la zaga las joyas, todo ello minuciosamente descrito en el documento dotal.

  • Primeramente unas manillas de perlas, 3660 rs.
  • mas unos bronches para dichas manillas y una cruz, una gargantilla, unos pendientes y una benera del Santo Oficio, todo ello de oro quajado de diamantes de distintos tamaños, 16250 rs.
  • yten dos clavos de oro esmaltado para el pelo, 150 rs.
  • un Crucifijo de oro esmaltado para el pecho, 180 rs.
  • mas una cadenita de oro para el cuello, 360 rs.
  • mas quatro sortijas de diamantes y esmeraldas, 900 rs.
  • yten seis tumbagas, 150 rs.
  • yten dos navios, una calesa con su hombre y su cavallo, dos jarritos con sus flores, una pila de agua vendita, todo ello de filigrana de plata y tres nacares guarnecido de lo mismo y una bandejita, unos dijes de niños y otras curiosidades de escaparate, 1000 rs.
  • mas dos cajas de plata, 180 rs.
  • mas una calderilla para las manos, 140 rs.
  • mas diez y ocho platillos de plata, 4320 rs.
  • yten una palangana de plata, 510 rs.
  • yten un belon de plata, 674 rs.
  • yten seis cuchillos con cavos de plata, 270 rs.
  • yten un salero de plata de echura antigua, 120 rs.
  • yten dos salvillas de plata, 800 rs.
  • yten dos bandejas de plata, 750 rs.
  • mas onze cucharas y ocho tenedores, 500 rs.
  • mas dos candeleros de plata, 450 rs.
  • mas ocho maserinas de plata, 900 rs.
  • mas un Cruzifixo de bronze dorado y piedras, 600 rs.

Por lo que respecta a muebles y utensilios de cocina, estos fueron los que a continuación se registran:

  • Primeramente dos taburetes de Ynglaterra, 540 rs.
  • dos escapartes de evano lisos, con sus christales y sus bufetes, 360 rs.
  • yten un escaparate grande con su christal y dentro un Nacimiento, 390 rs.
  • un escriptorio de Salamanca con su pie y sus puertas, 700 rs.
  • una papelera embutida de box, 200 rs.
  • un arcon grande de caoba, de siete quartas de largo con herraje doble, 360 rs.
  • quatro cofres, 200 rs.
  • un bufete de nogal, de dos baras de largo y una y media de ancho, 240 rs.
  • mas tres mesas de nogal de distintos tamaños, 150 rs.
  • mas una cama de ebano bronzeado, 300 rs.
  • mas dos torteras, un perol grande, otro mediano, seis cubiletes, dos cantaros, dos marmitas, espumaderas, cucharas y otras cosas de cobre, 240 rs.
  • mas un lebrillo, dos belones, seis candeleros y tres chocolateros de laton y un almirez, 300 rs.

Como bienes inmuebles Doña Manuela de Arguelles llevó a su matrimonio una casa en Pastrana (Guadalajara), tasada en 13000 reales así como diversas viñas y olivares en la citada población alcarreña y varias bodegas y viñas en Valdefuentes (Cáceres).

Sin embargo lo mas interesante entre los bienes de Doña Manuela de Arguelles lo constituía su colección artística, formada por una escultura de un Niño Jesús, de factura napolitana y 48 pinturas, siendo la mas significativa una copia de “La túnica de José”, de Velázquez, que el anónimo tasador valoró en la cantidad de 2000 reales de vellón.

  • Primeramente un Niño Jesus de Napoles, 300 rs.
  • una pintura de Jacob copia de Belazquez, de quando le trajeron la camisa los hermanos de Joseph, de tres baras y dos terzias de ancho y dos varas y media de alto, con marco negro y perfil dorado, 2000 rs.
  • otra pintura de pan y pezes de el mismo ancho y largo, hecho por estampa, 1000 rs.
  • otra pintura de San Geronimo, orixinal, de dos varas y media de alto y una bara y tres quartas de ancho, 2000 rs.
  • mas seis laminas de cobre de la Pasion de Xpto, de tres quartas de alto y una bara de ancho con marcos negros de peral y perfil dorado, 2000 rs.
  • otra pintura en christal de Nuestra Señora de la Concepcion, de una bara de alto y tres quartas de ancho, 600 rs.
  • otras dos pinturas iguales en christal de el Salbador y Maria, de una bara de alto y tres quartas deancho, 600 rs.
  • mas otras dos pinturas iguales en christal de Nuestra Señora con el Niño y la Magdalena, de tercia de ancho i poco mas de alto, con marcos pintados i dorados, 300 rs.
  • otra pintura del transito de San Francisco, de mas de tercia de alto y esta en piedra, 150 rs.
  • otras dos pinturas, una de San Antonio, otra de Nuestra Señora con el niño dormido, de vara de alto i poco menos de ancho con marcos negros y perfiles dorados, 200 rs.
  • otras dos pinturas iguales, una de la Beronica y otra de Nuestra Señora del Populo con marcos negros y perfiles dorados, de dos tercias de alto y media vara de ancho, 360 rs.
  • otras dos pinturas de el Salbador y Maria del mismo tamaño y marco, 100 rs.
  • mas otras dos pinturas, la una del Descendimiento de la Cruz y la otra de Agar con su hixoYsmael, de dos varas de ancho y una y media de alto, 500 rs.
  • mas otra pintura de Nuestra Señora con el Niño, de media vara en quadro, con marco azul y dorado, 80 rs.
  • mas otra pintura de Nuestra Señora de la Umildad, de tres quartas de alto y dos tercias de ancho con marco negro y perfil dorado, 100 rs.
  • otra pintura de Nuestra Señora de la Rosa en azul i perfil dorado, 75 rs.
  • mas dos pinturas de San Juan Bauptista y San Sevastian, de dos varas de alto y unade ancho, 200 rs.
  • otras dos pinturas en cobre de San Juan y San Eusebio, de una quarta de alto, 120 rs.
  • mas quatro pinturas en cobre de Nuestra Señora de la Conzepcion, un Santo Xpto., Nuestra Señora de la Salzeda y la uida a Egipto, de dos varas de alto con marcos negros, 160 rs.
  • otra pintura de la Encarnazion, de vara y tercia de ancho y dos tercias de alto, marco negro i perfil dorado, 150 rs.
  • otra pintura de Nuestra Señora la Portera de Zaragoza, de media vara de alto con marco dorado, 120 rs.
  • otras quatro pinturas de Nuestra Señora de la Soledad, un pais de pescadores, un Crucifijo y Santa Lucia, 80 rs.
  • quatro paises de batallas, 150 rs.
  • mas otra pintura en miniatura de la Adorazion de los Reies, de terzia en quadro, 300 rs.
  • una pintura de Nuestra Señora con el Niño, pequeña, con marco de bronçe dorado, 500 rs.
  • mas dos laminas decobre, Nuestra Señora del Populo la una y la otra el Nacimiento, de quarta de alto y sexma de ancho, 300 rs.

De todas las pinturas que Doña Manuela de Arguelles poseía en el momento de su segundo matrimonio, las mas curiosa y la única en que se menciona a su autor, bien que se trate de una copia es “La túnica de José”, cuyo original fue pintado por Velázquez en 1630 y que se conserva, desde 1665, en la Sala Capitular del monasterio de El Escorial.

Dentro de la producción velazqueña, “La túnica de José”, constituye, tal vez, su obra mas insólita. El asunto es de sobra conocido y está tomado del Génesis. Representa el momento en que los hermanos de José presentan a su padre Jacob la túnica de aquel, empapada en la sangre de un cabrito, haciendo creer al venerable anciano que su hijo predilecto había sido devorado por las fieras mientras apacentaba unos rebaños. En realidad el hijo de Jacob y de Raquel, por quien sus hermanos sentían profunda aversión, fue vendido como esclavo por aquellos a unos madanitas que desde Galaand se dirigían a Egipto.

La túnica de José y La fragua de Vulcano fueron realizadas por Velázquez en 1630, durante la primera estancia del artista sevillano en Roma. En principio ambas pinturas tenían el mismo tamaño, pero por razones ignoradas y en fecha desconocida “La túnica de José” fue cortada por los extremos, lo que hace que en la actualidad tenga 40 centímetros menos que “La fragua de Vulcano”. En copias antiguas del original velazqueño se advierte que la figura del viejo Jacob está completa, sin que le falte parte del codo y del manto y que el personaje medio desnudo del lado opuesto, colocado de espaldas, tenía integro el brazo izquierdo, con cuya mano sostenía una larga vara, de la cual todavía es visible, en el original escurialense, la parte inferior.

Velázquez trajo de Roma las dos pinturas, siendo adquiridas por el rey Felipe IV, quien las destinó al palacio del Buen Retiro. En la residencia regia la vio el poeta portugués Manuel de Gallegos, quien en su “Silva topográfica”, incluida en su libro “Obras varias al Real Palacio del Buen Retiro”, publicado en Madrid en 1635 dedicaba a “La túnica de José”, unos ditirámbicos y ripiosos versos[2]. En 1665, un poco antes de morir, Felipe IV ordenó llevar “La túnica de José” al monasterio de El Escorial, donde se conserva desde entonces.

La túnica de José es una de las obras más desconocidas de Velázquez, lo que hace de ella una de las pinturas más enigmáticas de su autor. Aquí Velázquez sublimó toda una serie de influencias estéticas que iban desde Guercino hasta Poussin y en donde destaca, por su buen efecto, la perfecta perspectiva que el pintor sevillano supo dar al pavimento de la habitación donde discurre la escena, formado por losas blancas y negras, lo que ya advirtió Beruete, como si se tratara de un tablero de ajedrez, cuyas piezas son los protagonistas del asunto bíblico. Atención especial merece el poético paisaje, de tonos verde azulados, que se divisa a través de la ventana del fondo.

La túnica de José es pintura difícil, que no gustó a muchos críticos, entre ellos Gregorio Cruzada Villaamil y José Moreno Villa, quienes la dedicaron poco amables adjetivos. Carl Justi por su parte destaca que el personaje de Jacob es nuevo en el arte velazqueño “cabeza de judío anciano, con ojos pequeños, nariz larga, que levanta los brazos aterrorizado a la vista de la túnica ensangrentada que no le permite dudas”.[3]

De “La túnica de José” se conocen varias copias antiguas, entre ellas una que perteneció al pintor José de Madrazo y que luego fue del marqués de Salamanca y que en el siglo XIX se creía boceto del original, por lo que se la fechaba antes del primer viaje de Velázquez a Italia. La obra medía 1,70 x 3,25 y según el crítico inglés William Stirling Maxwell (1818-1878) que la vio, en 1845, en la propia casa de José de Madrazo, no era un simple boceto sino “una repetition qui diffère a quelques egard du tableau original” y señalaba la variante del perrillo que en el dicho lienzo en vez de ladrar, duerme”.[4]

A finales del siglo XIX la copia velazqueña pertenecía al coleccionista madrileño Don Mariano Hernando, quien la poseyó hasta su muerte, acaecida en 1913, siendo a continuación vendida por sus hijas y herederas a persona ignorada.

En 1978 Diego Angulo dio a conocer otra copia de “La túnica de José” en colección particular madrileña, que no presentaba las mutilaciones del original. De esta manera, tras la figura de Jacob se encuentra una monumental columna, en cuya parte alta aparece una cortina arrollada, mientras que en lado opuesto, la figura medio desnuda de uno de los hijos está completa, “pero sobre todo deja ver un buen espacio de solería que, apenas visible en el resto del lienzo, contribuye a dar gran sensación de profundidad y de amplitud al escenario, al mismo tiempo que con la pilastra que se levanta al fondo encuadra por esta parte la composición, como lo hace la columna en el lado opuesto”.[5]

Otra interesante copia del original velazqueño se encuentra en la iglesia cordobesa de San Miguel, obra atribuida a Bernardo Jiménez de Illescas (1616-1678) o a Juan de Alfaro.[6]

Varias copias antiguas de “La túnica de José” vio Antonio Ponz en diversas iglesias madrileñas: San Jerónimo, San Antonio del Prado y Santa Isabel, la de este último templo aun pudo verla Elías Tormo antes de su desaparición durante la guerra civil[7]. Es posible que algunas de estas copias antiguas fuera la que perteneció a Doña Manuela de Arguelles.


NOTAS:

[1] Archivo Histórico de Protocolos de Madrid. Protocolo = 15669, folº. 284-292.

[2] Manuel de Gallegos fue un escritor portugués del siglo XVII que residió en el Madrid de Felipe IV, dedicado al cultivo de la poesía. Escribió el poema en octavas “La Gigantomachia”, publicado en Lisboa en 1628 y “El templo de la memoria”, que asimismo vio la luz en prensa lisboeta en 1635. Sin embargo su libro mas conocido fue el ya citado “Obras varias al Real Palacio del Buen Retiro”, publicado en Madrid en 1637, donde incluyó toda una serie de composiciones poéticas dedicadas a celebrar la recién construida residencia real, así como a los cuadros que adornaban sus paredes y a los jardines que la rodeaban. (Vid.- Antonio Palau Dulcet.- Manual del librero hispanoamericano, Tomo IV, Barcelona 1953, Pág. 37).

[3] Carl Justi.- Velázquez y su siglo, Madrid, Espasa Calpe, 1953, Págs., 299-300.

[4] Bernardino de Pantorba.- La vida y la obra de Velázquez. Estudio biográfico y crítico, Madrid, Compañía Bibliográfica Española, 1955, Págs. 98-99.

[5] Diego Angulo Iñiguez.- “Velázquez: retrato del Conde Duque de Olivares.”La túnica de José” en Archivo Español de Arte, nº. 201, 1978, Pág. 84.

[6] Santiago Alcolea.- Guía artística de Córdoba, Barcelona, Aries, 1951, Pág. 124.

[7] Elías Tormo.- Las iglesias del antiguo Madrid, Madrid 1927, pág. 34.

El contenido de las páginas de esta web está protegido.