Oct 192024
 

 José Luis Barrio Moya.

 

Tras la muerte de Carlos III, acaecida el 14 de diciembre de 1788, accedió al trono su hijo Carlos IV, quien reinó desde aquel año hasta 1808 cuando, tras las bochornosas entrevistas de Bayoya, Napoleón consiguió  que tanto Carlos IV como Fernando VII, su heredero, renunciaran a la corona española, que el emperador de los franceses, entregó a su hermano José.

Al principio de su reinado Carlos IV siguió la política diseñada por su padre, manteniendo como primer ministro a don José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca, pero aquella situación duró poco tiempo ya que las intrigas de la reina María Luisa de Parma , el ascenso a los más altos cargos del gobierno de Manuel Godoy y el inicio de la revolución francesa van a marcar de manera trágica el  reinado de Carlos IV.

El día 13 de agosto de 1761 se firmó el tercer pacto de familia entre los borbones españoles y franceses. Por parte española ratificó el tratado el marqués de Grimaldi, mientras que el duque de Choiseul lo hizo por parte francesa. Mediante aquel tratado, desastroso para España, ambos países se unían para luchar contra Inglaterra, lucha que finalizó con el triunfo inglés en la trágica batalla de Trafalgar.

Por otra parte la situación de la economía española de la época no podía ser más acuciante, tanto por años de malas cosechas como por el bloqueo inglés de los puertos hispanos que impedían el normal comercio con América.

Todo aquel cúmulo de circunstancias adversas terminó estallando, haciendo caer el gobierno de Manuel Godoy, el destronamiento de Carlos IV, el breve primer reinado de Fernando VII, la llegada como nuevo monarca de José Bonaparte y, a la larga, la destructiva guerra de la Independencia [1]

En aquel convulso ambiente vivió en Madrid la señora cacereña doña Magdalena Paredes Díaz de Maya, de la que vamos a dar a conocer algunos datos de su biografía y los bienes que aportó a su segundo matrimonio con don Andrés Nicasio González.

Doña Magdalena Paredes Díaz de Maya había nacido en la población  cacereña de  Alia, siendo hija de don Francisco Paredes y doña Luisa Díaz de Maya, vecinos de la misma localidad.

Doña Magdalena de Paredes contrajo un primer matrimonio con don Luis de Godoy, seguramente también de origen extremeño, aunque ignoramos si aquella ceremonia se celebró en Alia o en Madrid. Lo que sí es seguro es que doña Magdalena de Paredes, ya instalada en Madrid y de estado viuda, volvió a casarse de nuevo con don Andrés  Nicasio González.

Con motivo de aquel nuevo enlace doña Magdalena de Paredes confesaba, ante el escribano Francisco Javier Ramírez, que se halla don diferentes bienes muebles que prometio llevar y entregarles al otorgante por dote y caudal suyo propio para ayuda a superar las cargas del matrimonio con tal que le realice la correspondiente escritura de dote y recibo de pago.

                Doña Magdalena de Paredes incluyó en su dote pinturas, muebles, utensilios de cocina, ropas y vestidos, objetos de plata y una pequeña pero curiosa biblioteca, algunos de cuyos títulos debieron pertenecer a su primer difunto marido.

PINTURAS Y MUEBLES.-

primeramente una Concepcion, 100 rs.- yd nueve quadritos chicos con varios santos, marcos dorados y tallados, 54 rs.- yd dos espejitos con luna de a tercia y talla dorada, 48 rs.- yd dos repisas chicas doradas, 30 rs.- yd un friso de la chimenea con media  caña dorada, 30 rs.- yd quatro quadritos como de tercia, marcos dorados y tarjetas, las dos laminas y las otras dos estampas de papel, 52 rs.- yd ocho taburetes chicos y seis grandes con los asientos de damasco de lana encarnados, los primeros a catorce reales y los segundos a veinte, 232 rs.- yd un buro de cedro como poco mas de vara de ancho con  sus tres cajones y herraje dorado, yngles, con cerradura y llaves, 320 rs.- yd una papelera de pino cubierta de palo santo con sus gavetas, cerraduras y llaves, corriente, 60 rs.- yd un cofre de baqueta con dos cerraduras y tachuela dorada, 60 rs.- yd una mesa redonda de cedro como de a vara, 30 rs.- yd seis cortinas de damasco de lana encarnadas con veinte una varas, 210 rs.- yd quatro cenefas color porcelana, filetes dorados, 24 rs.- yd quatro varillas de ferro chicas, 14 rs.- yd una Virgen del Sagrario marco de madera, 16 rs.- yd otra ymagen de Belen, 30 rs.- yd un marco de la Virgen de Monserrat, estampa de papel, 2 rs.- yd un quadro de San Josef marco dorado, 12 rs.- yd un quadrito de Santa Maria Magdalena, 10 rs.- una cama de seis tablas dada de verde, 24 rs.- yd un cofre biejo de badana con su cerradura y llave, 18 rs.- yd dos papeleras, la una de pino con dos puertecillas, mesita de nogal, sin llave y la otra con llave, 40 rs.- yd una mesita de pino chica para velador, 6 rs.- yd una camilla para enjugar ropa, 12 rs.- yd una escalera bieja con nueve peldaños, 4 rs.- yd un rostrillo bueno, 40 rs.

ESPETERA.-

un fregadero con dos artesones viejos maltratado, 12 rs.- ydem una tinaja de al Toboso para agua con tapa, 18 rs.- un  tajo biejo, 8 rs.- un perol mediano, 12 rs.- yd dos sartenes, 9 rs.- yd una escupidera de estaño, 8 rs.- yd dos cazos, 14 rs.- yd dos chocolateros de cobre, uno fondo y otro chico, 30 rs.- yd otro chocolatero frailero, todos de cobre, 8 rs.- yd dos candeleros antiguos, 10 rs.- yd una palmatoria de metal, 6 rs.- yd dos planchas, 16 rs.- yd un belon chico de quatro mecheros antiguo, 16 rs.- yd un asador, 1 rl.- yd unas parrillas, trébedes, tenazas, badil, garabato, todo ello en 3 rs.- yd un jarro viejo de cobre, 8 rs.- yd un almirez chico de tres a quatro libras, 18 rs.- yd una docena de platos de Talavera, 8 rs.- yd una media fuente y una pila de agua bendita de lo mismo, 8 rs.- yd una bacia para afeitar de barro de Talavera, 6 rs.- yd una achuela de partir carne, 2 rs y medio.- yd una salbilla de peltre, 14 rs.- yd un brasero de cobre con su tarima de pino, 66 rs.

ROPAS DE SEDA Y OBJETOS DE PLATA.-

un bestido entero de tafetan de mujer color de rosa con guarnicion al aire de lo mismo, 150 rs.- yd otro vestido entero de seda antiguo de flores, fondo color de lila y forro entero de tafetan color de porcelana, 150 rs.- yd un desaville de tercianela negro guarnecido de lo mismo, 60 rs.- yd un vestido entero de cotonia blanco, 120 rs.- yd otro vestido de media china sin mojar completo guarnecido de cintas tiradas, 160 rs.- yd un guardapies de brocato, 75 rs.- yd dos mantillas, una de muselina y otra de estopilla, la primera en quaranta reales y segunda en sesenta, 100 rs.- yd una basquiña de tafetan, 69 rs.- yd una manteleta de color de ciruela con forro de tafetan azulado, 60 rs.- yd dos pañuelos de Cambray, 14 rs.- yd un guardapies de damasco encarnado con su guarncion de tafetan verde biejo, 40 rs.- yd un desaville de coton nuevo, 24 rs.- yd una basquiña de principela negra, 60 rs.- yd un justillo de mujer nuevo, 4 rs.-  yd un pañuelo y delantal de gasa con su guarncion de olanda, 10 rs.- un vestido de hombre entero de medio carro azulado forro de tafetan verde, 160 rs.- una colcha blanca con su fleco, 150 rs.- yd otra colcha de cotonia ordianria con su guarnicion, 105 rs.- yd una colcha vieja chica, 40 rs.- yd diez varas de estopa, 40 rs.- yd una sabana grande nueva de tres paños de coruña, 72 rs.- yd otras tres  estrenadas, 150 rs.- yd otras quatro viejas, 120 rs.- yd seis de cama chica, las tres biejas y las otras tres bien tratadas, 150 rs.- yd una tabla de manteles nueva, de tres vara, 18 rs.- yd seis paños de manos nuevos, 60 rs.- yd quatro servilletas biejas, 16 rs.- yd seis pares de almoadas usadas, 60 rs.- yd cinco pares de enaguas nuevas, 120 rs.- yd dos camisas de muger nuevas, 48 rs.- yd seis libras de hilo fino, 30 rs.- yd quatro libras de estopa hilada, 12 rs.- yd seis fundas de almuadas, 60 rs.- yd un desaville de danoy de color naranja guarnecido de lo mismo con su refazada al canto azulado, 20 rs.- yd una devanadera, 50 rs.

PLATA.-

-una caja chica de cobre antiquísima como de peso de seis libras, 30 rs.- yd una campanilla de plata de peso de quatro onzas, 80 rs.- yd una evilla chica de corbatín, 8 rs.- yd un San Antonio en una urnita de plata de dije+, 24 rs..- yd un relicario engastado de plata de varias reliquias, 20 rs.- yd una medalla grande de Jesus Nazareno y la Virgen de los Dolores, 30 rs.- yd una Virgen de las Mercedes de plata afiligranada, 12 rs.- yd un rosario estrellado con una cruz de Jerusalen y una medalla de la Virgen del Pilar de plata, 16 rs.- yd otro rosario estrellado con una medalla de plata de la Virgen del Rosario, 12 rs.- yd otro rosario de venturina con una medalla de plata de la Virgen de Guadalupe maciza, 26 rs.- yd un Cupidito del cuello, 60 rs.- yd unas pulseras de piedras de Francia, 30 rs.- yd un quadrito de San Juan bordado de seda, 10 rs.- yd un  lugnum crucis pequeño engastado en plata, 12 rs.

LIBROS.-

Doña Magdalena Paredes llevó a su segundo matrimonio una pequeña biblioteca, en la que se registraban  las obras de sor María de Jesús de Ágreda, sor Juana Inés de la Cruz, la portuguesa sor María de Ceu, Cristóbal Fonseca, fray Antonio Arbiol, fray Luis de León, fray Luis de Granada, las Novelas ejemplares, de Cervantes, las Novelas amorosas  y ejemplares, de María de Zayas y Sotomayor, la Curia eclesiástica, de Francisco Ortiz de Salcedo, etc.

Pero los libros más sorpredentes de la biblioteca de la dama cacereña fueron dos obras de autores que fueron acusados por la Inquisición de criptojudaismo, como Rodrigo Méndez Silva y Antonio Enríquez Gómez.

Los fondos de la biblioteca de doña Magdalena Paredes nos enfrenta al eterno problema de saber si ,en la época, había mujeres lectoras, puesto que durante muchos años las féminas estaban fuera de la cultura libresca, por varios motivos. En primer lugar por ser la mayoría de ellas totalmente iletradas, ya que muchas no podían firmar ni sus testamento por no saber hacerlo, y las pocas que sabían leer y escribir se encontraban con la oposición de la Iglesia, que solamente las permitían libros de devoción, vidas de santos, sermones y demás escritos de temática religiosa. Pero a pesar de todas aquellas trabas hubo muchas mujeres, tanto religiosas como laicas que pudieron dar rienda suelta a sus aficiones literarias, como muy bien ha demostrado María Isabel Barbeito Carnerio en una obra memorable. [2]

Volviendo a la biblioteca que doña Magdalena Paredes llevó a su segundo matrimonio, ni hay que olvidar que si primer esposo fue don Luis de Godoy, por lo que cabe dentro de lo posible que aquella pasase a su poder por herencia. No podemos desdeñar que la señora extremeña pudiese leer las poesías de fray Luis de León o de sor Juana Inés de la Cruz e incluso las Novelas de María de Zayas y Sotomayor, pero dudamos que fuera de su interés ni el Catálogo Real de España, de Rodrigo Méndez Silva, ni siquiera la Mística ciudad de Dios, de sor María de Jesús de Ágreda, con sus disparatadas ideas sobre la vida de la Virgenñ

LIBROS.-

Yd seis libros de la madre Agreda (sor María de Jesús de ÁGREDA.- Mystica ciudad de Dios, milagro de su omnipotencia y abismo de la gracia, Madrid 1670), 80 rs. [3]

-yd dos tomos de la vida de Christo (Cristóbal FONSECA.- Primera parte de la vida de Christo Señor Nuestro, Toledo 1596), 20 rs. [4]

– yd tres libros, uno Desengaños misticos, otro vida de San Francisco de Paula y otro Guia de pecadores (fray Antonio ARBIOL.- Desengaños místicos a las almas detenidas engañadas en el camino de la perfección, Zaragoza 1706) [5].- Paolo REGIO.- Vida y  milagros de San Francisco de Paula, traducida del italiano al castellano por  fray Francisco de las CUEVAS, Sevilla 1585),. fray Luis de GRANADA.-  Guía de pecadores, Salamanca 1556), 18 rs.

– yd otro Historia de Nuestra Señora de la Almudena (Juan de VERA TASSIS Y VILLARROEL.- Historia del origen, invención y milagros de la sagrada imagen de Nuestra Señora de la Almudena, Madrid 1629), 10 rs. [6]

– yd otros tres obras de la madre Sor Juana Ines (sor Juana Inés de la CRUZ.- Obras, Sevilla 1692), 20 rs. [7]

– yd otros tres Novelas de Zayas, otro Poesias varios y otro Catalogo Real de España (María de ZAYAS Y SOTOMAYOR.- Novelas amorosas y ejemplares, Zaragoza 1637) [8].- Rodrigo MÉNDEZ SILVA.- Catálogo real y genealógico de España, ascendientes y descendientes de nuestros católicos príncipes y monarcas, Madrid 1645), 20 rs. [9]

– yd otros dos obras de la madre Ceo (sor María do CEU.- Obras varias y admirables corregidas e intituladas por Fernando de Setien Calderon de la Barca, Madrid 1744), 8 rs. [10]

– otro Curia eclesiastica (Francisco ORTIZ DE SALCEDO.- Curia eclesiástica para secretarios de prelados, juezes eclesiásticos, notarios apostólicos, ordinarios, latinos y visitadores y notarios de visita, Madrid 1622), 12 rs.

– yd otro dos León poesías y otro Culpa del primer peregrino (Antonio ENRÍQUEZ GÓMEZ.- La culpa del primer peregrino, Rouán 1644), 12 rs [11]

Toda la dote que doña Magdalena Paredes llevó a su matrimonio alcanzó un valor de tasación de 6124 reales de vellón, firmando como testigos de aquel otorgamiento don Juan Álvarez, don Manuel Bona, alférez del regimiento de caballería del príncipe y don Joaquín de Mora, sargento del mismo cuerpo. [12]

Una vez que doña Magdalena Paredes realizó el inventario de sus bienes dotales, hizo lo propio don Andrés Nicasio González, que sería su segundo esposo.

Don Andrés Nicasio González había nacido en Madrid, de donde lo eran sus padres, don Fermín Nicasio González y doña Ángela de Salazar, y el día 28 de febrero de 1789 realizó el inventario de los bienes que aportaba a su enlace.

primeramente un cofre encarnado claveteado con  tachuelas doradas y su funda de coton guarnecida, 80 rs.- yd otra funda de dicho cofre de damasco encarnado, 24 rs.- yd  vestido de bayetón color de botella, casaca y chupa, 160 rs.- yd otro de bayeta arreticulado color de ciruela con casaca, chupa y forro de sarga verde y lienzo a la espalda y chupa, usado, 125 rs.- yd otro vestido de paño negro ordinario que se compone de casaca, chupa y calzon con forro de estameña negra, quasi nuevo, 150 rs.- yd una casaca de paño negro con forro de estameña negra, 60 rs.- yd otra chupa de terciopelo negro bastante usada, forro de bombasí, 80 rs.- yd un sortu de bayetón arretinado color morado, 50 rs.- yd una casaca de paño blanco ordinario con forro de sarga inglesa azulada, 120 rs.- yd una chupa de bayeta blanca de Ynglaterra, forro de lienzo de crea, quasi nueva, 50 rs.- yd una capa azul nueva de paño treintero de Alcoy con su embozo de terciopelo negro liso, 300 rs.-  yd un vestido de verano con casaca y chupa de camelote de color de ciruela con forro de sarga inglesa blanca, nueva, 210 rs.- yd otro de Duney blanco que se compone de chupa y casaca con forro de cristal carmesí, 180 rs.- yd otro vestido de principela negra con casaca y chupa con forro de sarga negra ynglesa, 120 rs.- yd unos calzones de barragan negros agrisetados con forro de lienzo de Galicia, 60 rs.- yd otros  de cotonia negra de Ynglaterra, 55 rs.- yd una chupa  de coton pintado, nueva, 40 rs.- yd como una vara de paño negro ordinario, 20 rs.- yd dos sombreros, 12 rs.- yd un par de medias de seda, 6 rs.- yd una faxa de seda encarnada con listas negras, 30 rs.- yd una cofia negra de marinero, 16 rs.-  yd dos pares de medias negras de Ocaña, nuevas, 30 rs.- yd un relox de plata su autor Ygnacio Heath, 105 rs.- ys unas evillas de piedras de Francia de charreton, 30 rs.- yd una caxa de plata de tabaco de peso de quatro onzas, 80 rs.- yd dos cubiertos de plata grandes pesan diez onzas a diez y nuebe reales la onza ynportan, 190 rs.- yd una camisola nueva, 50 rs.- yd dos camisas nuevas de lienzo casero, 60 rs.- ys un par de calzoncillos nuebos, 10 rs.- yd un par de calzones nuevos, negros, 50 rs.- yd un colchon grande de terliz de Francia bien tratado, 120 rs.- y dos mantas nuevas de cama , 80 rs.- yd una vieja blanca, 6 rs.- yd dos sabanas chicas, 32 rs.- yd dos almuadas con sus fundas de lana, 28 rs.- yd una colcha blanca de nudillos bieja, de cinco paños con fleco, 40 rs.

LIBROS.-

yd Teologia del padre Antoine dos tomos (Paul Gabriel ANTOINE.- Teología moralis universa, Roma 1757), 40 rs.

– yd Filosofia de Santo Tomas tres tomos, 30 rs.

– yd Larraga (Francisco  LARRAGA,-  Promptuario de la teología moral, Pamplona 1706), 8 rs.

– yd un Breviario, 12 rs.

– yd un Misal, 20 rs.

– yd Casos de conciencia (tal vez Juan de PEDRAZA.- Suma de casos de conciencia, Valencia 1565), 14 rs.

COCINA.-

yd una docena de platos finos de Talavera, 16 rs.- yd otra docena ordinarios, 6 rs.- yd un belon chico de quatro mecheros, 20 rs.- yd un chocolatero chico, 10 rs.- yd tres candeleros de metal, dos de bomba y el otro antiguo, 15 rs.- yd un quadro de San Antonio como de a vara con su marco dorado, 30 rs.- yd dos cortinas de coton fondo encarnado, biejas, que componen quatro varas con sus varillas, 10 rs.

                Todos aquellos  bienes alcanzaron un valor de tasación de 3102 reales de vellón, y tanto estos como los de su esposa fueron valuados por personas inteligentes, aunque sus nombres no figuran en la documentación manejada[13]

Nadie como Chistian Peligry ha valorado mejor la importancia de los inventarios para la investigación histórica al resaltar que aquellos documentos son utilísimos para el investigador pues proporcionan en efecto, datos imprescindibles permitiéndonos traspasar el umbral de su casa, entrar en la intimidad de su hogar, explorar los rincones de su tienda y de su trastienda con una perfecta tranquilidad y una asombrosa indiscreción. [14]

                Aunque las reflexiones del hispanista francés se refieren al inventario de un librero, sus conclusiones pueden aplicarse a cualquier otro inventario.

[1] .- Sobrel reinado de Carlos IV véase Teófanes Egido.- Carlos IV, Arlanza Ediciones, Madrid 2001.  

[2] .- María Isabel BARBEITIO CARNEIRO.- Mujeres y literatura del Siglo de Oro. Espacios profanos y espacios conventuales, Madrid, ed. Del Orto, 2006.

[3] .- María Coronel y Arana, más conocida con sor María de Jesús de Ágreda , nació en la localidad soriana de  Ágreda en 1602 y falleció en 1665 en el convento de Madres Concepcionistas de aquella población que ella misma había fundado en su propia casa. Escritora mística y gran defensora del dogma de la Inmaculada, debe su fama a su obra Mística ciudad de Dios, publicada en Madrid 1670, aunque mucho tiempo antes corría manuscrita. El libro fue prohibido por la Inquisición y condenado por la Sorbona de París. Destacó además por su relación epistolar con el rey Felipe IV, que se prolongó desde 1643 hasta 1645, afortunadamente conservada y que constituye un valioso documento histórico para conocer la complicada política española de aquellos convulsos años.

[4] .- Cristóbal Fonseca fue un monje  agustino nacido en la localidad toledana de Santa Olalla en 1550 y muerto en Madrid en 1621. Estudió teología en la universidad de Salamanca y fue prior del monasterio de su orden en Segovia. Escribió diversas obras de notable espiritual como el Tratado del amor de Dios, publicada en dos partes, la primera en 1592 y la segunda en 1618. Su Vida de Christo Señor Nuestro también se publicó en dos partes, la primera en 1596 y la segunda  en 1601.

[5] .- Antonio Arbiol nació en la localidad zaragozana de Torrellas y murió en Zaragoza en 1726, Muy joven ingresó en la orden franciscana llegando a ser lector de teología en el convento de Santa María de Jesús en Zaragoza. Fue además visitador de los monasterios de Valencia y Burgos y calificador de la Inquisición de Aragón. Por  no dejar la predicación rechazó el obispado de Ciudad Rodrigo para el que le propuso Felipe V.

[6] .- Juan de Vera Tassis y Villarroel, miebro de una ilustre familia nobiliaria, nació con toda probabilidad en  Soria entre 1634 y 1640. Fue un famoso dramaturgo, editor de las obras de Calderón de la  Barca, labor muy criticada por sus muchos errores y correcciones. Destacan entre sus obras de teatro El triunfo de Judith y muerte de Holofernes, que se representó en 1688 en la cámara de la reina Mariana de Neoburgo del alcázar de Madrid, segunda esposa de Carlos II.

[7] .-  Sor Juana Inés de la Cruz , la gran escritora del México colonial, nació en San Miguel Nepanta en 1648 y murió en la ciudad de México en 1695. Escritora de una  gran cultura y muy prolífica cultivó todos los géneros  literarios,  tanto en prosa como en verso, la poesía y el teatro, en esto último con una clara influencia de Calderón de la Barca. Tras ser persona de confianza de la virreina marquesa de Mancera, ingresó en la vida religiosa, en el convento de san Jerónimo de la capital  mexicana. Notable poetisa compuso canciones, villancicos y sonetos, escritos con notable sensibilidad y acusado feminismo (vid.- Octavio PAZ.- Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, Fondo de Cultura Económico. México 1982.)

[8] .- María de Zayas y Sotomayor nació en Madrid en 1590, falleciendo en la misma ciudad hacia 1661. Sus novelas alcanzaron tan gran éxito en su tiempo, que en el siglo XVIII fueron prohibidas por la Inquisición. Sus obras se caracterizan por la profundidad de los caracteres de los personajes de sus novelas y, al igual que la monja mexicana con un fuerte sentimiento feminista.

[9] .- Rodrigo Méndez Silva nació en la localidad portuguesa de Celiroco de Beira en 1606 y murió en Venecia en 1670. De origen judeoconverso fue historiador, genealogista y geógrafo, alcanzando además altos cargos cortesanos, entre ellos el de ministro del Real y Supremo Consejo de Castilla. Su obra más famosa es su Catálogo real y genealógico de España, que fue muy elogiado por Lope de Vega, Calderón de la Barca, Agustín Moreto y Luis Vélez de Guevara.

[10] .- Sor María do Ceu nació y murió en Lisboa (1658-1713). Muy joven ingresó en el convento lisboeta de la Esperanza. Mujer culta e inteligente y al igual que la monja mexicana cultivó la poesía, cantando

de manera admirable la brevedad de la vida. Sus obras fueron  traducidas al castellano por fray Enrique Flórez de Setién Calderón de la Barca.

[11] .- Antonio Enríquez Gómez, conocido también como Fernando de Zárate y Castronovo, nació en Cuenca en 1601 y murió en Sevilla en 1663. Dramaturgo, novelista, poeta y tratadista político, tuvo que huir a Francia al ser acusado, por la Inquisición. de criptojudaísmo  y de atacar con sus escritos al conde- duque de Olivares . Su obra mas famosa es el Siglo pitagórico, donde mezcla lo picaresco con lo fantástico.

[12] .- Archivo Histórico de Protocolos de Madrid. Protocolo = 20590, folº. 204-211. Escribano = Francisco Javier Ramiro.

[13] .- Archivo Histórico de Protocolos de Madrid. Protocolo = 20590, folº. 200-203 vltº. Escribano = Francisco Javier Ramiro.

[14] .- Christian PELIGRY.- “El inventario de Sebastián de Robles, librero madrileño del siglo XVII”  en Cuadernos Bibliográficos, nº 32, Madrid, C.S.I.C, 1975, p. 181.

Oct 182024
 

José Mariano Agudelo Blanco

 

Resumen:

El presente trabajo pretende explicar el proyecto republicano de crear una institución civil, denominada Voluntarios de la República, para garantizar la libertad y el orden. El rechazo del Ejército a sustraerse de la seguridad nacional en favor de una fuerza ciudadana excesivamente politizada y las dificultades políticas para organizar a los voluntarios finiquitaron prontamente aquel programa más pretencioso que efectivo. Nos hemos propuesto analizar el incidente protagonizado por los voluntarios aragoneses y extremeños del batallón Tortosa como uno de los más graves de los ocurridos en España y que resulta elocuente para entender las dificultades de un proyecto que parecía abocado al fracaso desde su génesis.

 

  1. INTRODUCCIÓN.

La elección de Amadeo de Saboya como rey de España ensayó un proyecto de monarquía basada en principios democráticos que la diferenciaba notablemente del reinado isabelino. Además, resultaba inédito su nombramiento por unas Cortes elegidas por sufragio universal, y responsables de haber elaborado la Constitución de 1869 que establecía un régimen monárquico en el que estuvieran excluidos los Bobones.

El rechazo de las clases altas partidarias de la corona borbónica coadyuvó al fracaso de aquel esbozo de monarquía democrática. El clima de inestabilidad social y política tampoco ayudó a la pervivencia y consolidación de la nueva dinastía, sino todo lo contrario. Las diferencias existentes entre los distintos partidos también alcanzaron a una misma formación política como la representada por el Partido Progresista, principal apoyo de la instaurada monarquía saboyana. Las distintas corrientes socavaron la unidad del partido que acabó dividido y avivó aún más el contexto de crisis que desembocó en la abdicación de Amadeo I y franqueó el camino para la proclamación de la Primera República el 11 de febrero de 1873.

La nueva coyuntura, lejos de solventar los acuciantes problemas que presionaban a los españoles, aportó otras dificultades que los agravaron sobremanera. La difícil situación agraria, las huelgas obreras y el descontento de los partidos coaligados en el gobierno republicano mostraban un panorama poco halagüeño en el inicio del nuevo régimen. Asimismo, el conflicto de Cuba, la insurrección cantonalista y la guerra carlista deterioraban la situación hasta hacerla insostenible. Consecuentemente, las administraciones gubernamentales se sucedían de manera tan rápida como ineficaz para desarrollar la labor de gobierno, y la República daba signos de agotamiento cuando aún no había transcurrido un año desde su establecimiento. El golpe de Estado del general Pavía, el 3 de enero de 1874, finiquitaba la primera experiencia democrática republicana española. A finales de diciembre de ese mismo año, tras el pronunciamiento de Martínez Campos, se restauró de nuevo la monarquía con la proclamación de Alfonso XII como rey.

En este período tan efervescente se formaron los batallones de Voluntarios Francos. La supresión de las quintas, la desconfianza en el Ejército y la idea republicana de armar al pueblo para la defensa de la Nación están presentes en la fundación de estas unidades no adscritas a la Administración Militar. Seguramente, la iniciativa de crear una milicia popular nutrida por voluntarios para combatir la violencia pública sin perder su condición civil debió despertar serios recelos en los militares. El rechazo de los republicanos a la existencia de un Ejército tradicional que sería sustituido por voluntarios muy politizados estremecía a los conservadores y monárquicos, que eran partidarios de una milicia de mandamases afines y fuertemente disciplinada para ser utilizada en la defensa de sus tesis. Además, no debemos olvidar el contexto bélico de la guerra civil carlista, ahora activada tras la arribada republicana, con una acuciante necesidad de reemplazo para los soldados próximos a licenciarse y que serían sustituidos por unos voluntarios de dudosa preparación. También, se advertía la dificultad para emprender una empresa de tamaña envergadura en tan corto período de tiempo como el conflicto bélico requería.

Por otra parte, numerosos republicanos tampoco parecían contentos con la deriva sospechosa que pretendía poner a los voluntarios francos bajo el mando de oficiales castrenses. Con esta medida, se frustraba la esencia primigenia de una institución popular porque acabarían convertidos en meros batallones militares muy alejados de una organización que había de distinguirse por sus motivaciones civiles y políticas.

Toda esta amalgama de circunstancias, unidas a otras de carácter logístico y a la proliferación de voluntarios francos de diversa procedencia, complicaron la movilización y el desarrollo pleno de un programa que parecía abocado al fracaso desde su misma creación. Así, a finales de julio de 1873, a los pocos meses de su génesis, los últimos voluntarios debían elegir entre pasar al Ejército activo o solicitar el certificado de libertad. Poco más de un mes después, la Ley del 2 de septiembre de 1873 restablecía la Milicia Nacional y finiquitaba aquel proyecto más ilusorio que efectivo.

El objetivo de nuestra investigación se centrará en el esclarecimiento de los hechos ocurridos en Vicálvaro (Madrid), el día 6 de junio de 1873, entre voluntarios aragoneses y extremeños, con el resultado de varios muertos y heridos. En aquella refriega los extremeños se llevaron la peor parte porque fueron los que sufrieron las muertes y la mayoría de los heridos. Inmediatamente, marcharon a Madrid para dar cuenta de lo sucedido a un diputado regional, y algunos decidieron abandonar el batallón de francos. Al margen de la tragedia, el asunto nos sirve para entender las dificultades que acarrearon la formación y despliegue de los voluntarios.

En cuanto al estado de la cuestión, el incidente de Vicálvaro aparece mencionado en algunas de las obras examinadas[1], pero siempre de manera sucinta y encuadrado, generalmente, en los numerosos altercados protagonizados por los francos en el conjunto del país. Y, por tanto, carente de la exploración profunda que hemos practicado para dilucidar en la medida de lo posible aquel suceso en concreto. En algunos casos, hemos detectado discrepancias con respecto a nuestra investigación, pero también existen diferencias entre los autores que recogen el acontecimiento. No obstante, las dificultades para organizar a los voluntarios en aquella coyuntura tan compleja aúnan las posturas significativamente.

Para la elaboración del artículo hemos contemplado diversas fuentes primarias que consideramos fundamentales para conseguir nuestro objetivo. Entre otras, la Ley de 17 de febrero de 1873 que decretaba la abolición de la quinta para el reemplazo y la formación de un Ejército activo compuesto por soldados voluntarios; y, sobre todo, la Gaceta de Madrid número 80 que publicaba la Ley de 17 de marzo, autorizando al Gobierno la organización de 80 batallones con el nombre de Voluntarios de la República. Ambos preceptos resultan esenciales para nuestra investigación. No por ello se han descartado otras leyes o proyectos legislativos contemplados en algunos diarios de sesiones de las Cortes Constituyentes y de la Asamblea Nacional, relativos al tema propuesto.

Junto a las fuentes señaladas, hemos obtenido una información muy valiosa de la prensa coetánea sobre los hechos analizados. Posiblemente, no estaríamos haciendo bien nuestro trabajo si soslayáramos el examen de la prensa de aquellos días, máxime cuando va a ser la fuente primordial para estudiar la cuestión de Vicálvaro. Por tanto, el análisis de los distintos medios escritos se nos antoja tan necesario como imprescindible para incrementar las fuentes primarias. Bien es verdad que al tratarse de una prensa muy politizada hemos de utilizarla con un sentido crítico. Ciertamente, las diferencias son considerables entre los periódicos proclives resueltamente a la República y los partidarios de la monarquía alfonsina, carlista o de cualquier otra cuna; y, también, aquellos de raigambre conservadora que podían ser partidarios de una u otra forma de gobierno, pero, habitualmente, en contra de los cambios propuestos por los republicanos federalistas.

Atendiendo a lo expuesto, el tema central de nuestro artículo: la refriega entre los voluntarios extremeños y aragoneses ha de entenderse desde una perspectiva más amplia que englobe las dificultades de toda índole que malograron el establecimiento de los batallones francos de la República para sustituir, principalmente en la seguridad Nacional, a un Ejército tradicional muy decantado en favor de las tesis conservadoras y monárquicas.

 

  1. FORMACIÓN Y DESARROLLO DE LOS VOLUNTARIOS DE LA REPÚBLICA.

 

Antes de analizar la normativa legislativa responsable de la formación de los Voluntarios de la República, debemos resaltar el contexto histórico de su desarrollo, sobre todo, en lo relativo a las dificultades republicanas para concretar el concepto de Fuerzas Armadas. Resulta evidente que el Poder Ejecutivo proyectaba organizar el Ejército “bajo los principios de igualdad y justicia que son el fundamento sólido del sistema republicano”, según recogía el diario político de la tarde La República[2]. Consecuentemente, se pretendía implantar un ejército profesional compuesto por voluntarios que desde la clase de tropa pudieran acceder a las más altas graduaciones hasta ahora reservadas para las clases privilegiadas. Además, para dar cabida a dos preceptos constitucionales como eran el respeto a los derechos individuales y el deber jurídico de servir a la Patria con las armas, se planteaba fundar dos instituciones armadas, “que lejos de ser refractarias entre sí, como algunos suponen, son perfectamente armónicas y adecuadas”[3]. Estas dos instituciones son: el Ejército Permanente Profesional y la Milicia Nacional.

Al respecto, no debemos olvidar que la sociedad de la época había iniciado el camino de una profunda transformación. La pequeña burguesía y las capas más desfavorecidas eran cada vez más conscientes de los nuevos derechos adquiridos. Conformaban un conjunto de ciudadanos con una sensibilidad identitaria de carácter civil que segregaba tintes antimilitaristas para defenderse de una corporación castrense acostumbrada a intervenir en los asuntos de Estado siempre que lo creyó oportuno. Por otra parte, estamos ante unas fuerzas armadas en transformación que, generalmente, ya se habían convertido en un ejército nacional y, por tanto, distinto al estamento militar de antaño que debía fidelidad absoluta al Rey. No obstante, estos cambios no habían conseguido todavía arrebatarle la gestión del orden público. Este posicionamiento chocaba frontalmente con la concepción republicana de la fuerza pública que había de regirse por los principios de igualdad y justicia.

Consecuentemente, la institución militar se mostró no solo recelosa sino contraria a cualquier iniciativa republicana de armar a un voluntariado de carácter civil para encargarse del orden público en las áreas urbanas. El conflicto entre ambos organismos se hizo inevitable y derivó en el enfrentamiento armado. Además, estas circunstancias cimentaron un basamento de animadversión y desconfianza entre el estamento militar y los voluntarios armados que prevaleció más allá de la Primera República.

Dificultades que se agravaban por la desconfianza del Ejército en asumir el camino hacia la democracia por la vía civil, máxime en un contexto federalista que chocaba frontalmente con el pensamiento militar de la unidad de España, ahora cuestionada por la deriva cantonalista. Las intentonas desestabilizadoras, a pesar de ser neutralizadas en un principio, acabarían imponiéndose netamente.

Como hemos anotado en la introducción, la idea republicana de monopolizar la seguridad pública en detrimento del Ejército estaba plenamente implantada en la sociedad civil de la Primera República. Y no sólo en este período, sino que la cuestión tenía antecedentes inmediatos en la Revolución de 1868 con la creación de una milicia ciudadana denominada Voluntarios de la Libertad. También, en un concepto más idealizado, se quiso engarzar este pensamiento con la imagen del pueblo en armas defendiendo a la Nación tras la invasión napoleónica. Consecuentemente, se quería hacer realidad esa tendencia fuertemente implantada en el espíritu republicano y en las capas populares con menores recursos económicos que soportaban mayormente el peso del reclutamiento para el servicio militar. Con el objetivo de corregir esta medida tan impopular como sectaria, se decretó una ley para reformar profundamente el Ejército.

La abolición de la quinta ―sistema de reclutamiento forzoso para prestar servicio en el Ejército, y que afectaba principalmente a las clases humildes[4]― era una cuestión que venía de tiempo atrás. La Ley de quintas de 26 de enero de 1836 realizó un progreso importante al respecto. Aunque reconocía la imposibilidad de abolir por completo la quinta, estableció que el reclutamiento forzoso para abastecer al Ejército coexistiera subsidiariamente con el alistamiento voluntario y el reenganche de aquellos que habían completado su servicio de armas. Asimismo, los legisladores estaban convencidos de que para conseguir ese objetivo era preciso retribuir pecuniariamente a los voluntarios y reenganchados.

La Revolución de 1868 apoyaba una milicia ciudadana denominada Voluntarios de la Libertad que inspiró el proyecto de formación de los Voluntarios de la República objeto de nuestro estudio, pero que tampoco consiguió eliminar la leva obligada. Poco más de un año después, instauradas ya las Cortes Constituyentes de 1869, el ministro de la Guerra, Juan Prim, elaboró un proyecto de ley sobre organización y reemplazo del Ejército[5]. En el documento parlamentario que exponía los motivos del proyecto, Prim reconocía la imposibilidad de eximir al pueblo de las quintas porque, entre otros argumentos, el sistema de voluntarios retribuidos por el Estado no había sido suficiente, ni con mucho, para nutrir las filas del Ejército. Además de no alcanzar meridianamente el reclutamiento propuesto, las cuantiosas sumas que el Estado debía gastar cada año por el concepto indicado lo hacían inasumible. En conclusión, el proyecto de ley establecía el servicio militar obligatorio para todos los españoles, pero contemplaba el derecho a prestar dicho servicio voluntariamente. También, se abolía la redención en metálico que beneficiaba a las clases más pudientes en detrimento de las más desfavorecidas.

Constituida la Primera República, la Ley de 17 de febrero de 1873[6] decretaba la abolición de la quinta para el reemplazo del Ejército que estaría formado por soldados voluntarios retribuidos con una peseta diaria. La permanencia mínima de los voluntarios era de dos años para los incorporados por primera vez y de uno para los reenganchados, pero podrían permanecer en el Ejército durante toda la vida profesional a través de los sucesivos reenganches. También, disponía la oportunidad de ascenso de los soldados a todos los empleos de la carrera militar cuando sus méritos y actitud así lo acreditaran.

La figura del soldado voluntario para nutrir las filas del Ejército activo no eximía a los ciudadanos de la prestación de un servicio militar obligatorio en la Reserva, “cuyo estado ordinario es pasivo”[7]. La Reserva se formaba anualmente con los mozos que tuvieran cumplido 20 años desde el primer día de enero del año correspondiente y tenía una duración de tres años diferenciados. En el primero quedaban adscritos a los cuadros correspondientes y recibían la instrucción militar necesaria. “En los dos años restantes figurarán sólo en el alistamiento de la reserva para el caso extraordinario de guerra en que, no siendo suficientes los mozos de la primera edad, se creyese necesario llamarlos a las armas por medio de una Ley”[8].

El párrafo anterior contradice la desaparición del Ejército permanente propuesta por los republicanos porque, si bien el Ejército activo estaría compuesto únicamente por soldados voluntarios, la Reserva ―un ejército pasivo o en suspenso― se nutría del reclutamiento forzoso. Razonablemente, aunque se ponga énfasis en la pasividad de ese ejército “en descanso”, lo cierto es que el Gobierno podía movilizar y activar la Reserva mediante una ley, no solo en tiempo de guerra, sino también cuando el “número de voluntarios no baste para completar la fuerza del ejército activo señalada por las Cortes”, según recogía su artículo decimoquinto[9]. En consecuencia, quedaba en entredicho o, al menos, desvirtuada la abolición del servicio militar obligatorio.

Una explicación a esa contradicción es la propuesta por Alberto Bru cuando señala que la Ley de 17 de febrero no es republicana, sino el resultado de un proyecto presentado el 27 de septiembre de 1872 y, por tanto, anterior a la formación republicana, pero que acabó siendo ratificada por la Asamblea Nacional de la Primera República, de holgada mayoría radical[10]. Al respecto, debemos tener en cuenta que la Asamblea Nacional reasume todos los poderes, tras la abdicación de Amadeo I, y declara como forma de gobierno de la Nación ―por una amplia mayoría de votos― la República. Disuelta la Asamblea Nacional, se estableció una Comisión permanente de la Asamblea, también de mayoría radical, para fiscalizar al Gobierno hasta que se reunieran las Cortes Constituyentes[11].

Resumidamente, la Ley en cuestión abolió las quintas para el reemplazo de un ejército, llamémoslo así, tradicional, pero no evitó el servicio militar obligatorio a través de la Reserva que, aunque pretendido pasivo, podía ser activado por el Gobierno para el caso extraordinario de una guerra; y como realmente existía un conflicto bélico ―la denominada Tercera Guerra Carlista―, se nos antoja ilusorio declarar que el Ejército estuviera formado únicamente por soldados voluntarios retribuidos. Posiblemente, esta cuestión, entre otras, influirá en la decisión de organizar los batallones de Voluntarios Francos de la República.

A pesar de lo anotado en el apartado anterior, el encargo primigenio de los batallones francos era mantener la seguridad pública para liberar al Ejército de ese cometido y dedicarlo de lleno a la lucha en la guerra civil. Así lo exponía el presidente del Gobierno de la República, Estanislao Figueras, en marzo de 1873, a los pocos días de que la Asamblea Nacional hubiera decretado y sancionado la ley que autorizaba al Gobierno la organización de 80 batallones con el nombre de Voluntarios de la República:

 

“En los Gobiernos republicanos se necesita el concurso de todos sin excepción, si ha de regirse la sociedad por sí misma. Cada ciudadano debe saber que defendiendo la República defiende su dignidad moral y sus derechos imprescriptibles. El partido liberal debe recordar que esa libertad tan preciada, esa libertad por la cual tantos sacrificios ha hecho, está indisolublemente unida a la forma republicana. Que no se perdone, como se perdonó en la guerra civil, medio alguno de combate. Que los cuerpos francos se armen. Que los ciudadanos armados mantengan la paz pública, el hogar, la propiedad, a fin de disponer de los soldados para caer con fuerza y vigor sobre las facciones. Sólo así, con esfuerzos heroicos, podremos salvar la República, y con la República la libertad y la patria”[12].

 

Podemos anotar que los nuevos batallones francos tenían su antecedente más inmediato en los Voluntarios de la Libertad organizados por decreto del Ministerio de la Gobernación el 17 de noviembre de 1868, siendo titular del Departamento Práxedes Mateo Sagasta[13]. La evidencia de este precedente viene reflejada en el artículo primero del decreto del Gobierno de la República, publicado en la Gaceta de Madrid pocos días antes de promulgarse la Ley para organizar los voluntarios, con Figueras como presidente de la República y Pi y Margall como ministro de la Gobernación: “Los Voluntarios de la Libertad se llamarán en adelante Voluntarios de la República”[14]. Lo expuesto pudiera inducirnos al error de pensar en una analogía excesiva entre ambas instituciones y que la segunda derivara directamente de la primera, pero existen matices que las diferencian y que trataremos de dilucidar seguidamente.

Ciertamente, el derecho y el deber de los ciudadanos para garantizar la libertad y el orden a través de una organización civil dependiente del municipio están presentes en el ideario de ambos organismos. La garantía del carácter ciudadano se fundamentaba en la subordinación plena a las “Autoridades municipales, franca expresión del sufragio universal; y se ha circunscrito de esta manera a lo que debe caracterizarla y distinguirla como institución civil pacífica, aunque armada, prenda de orden y elemento de libertad”[15]. Este principio, aunque impregna el espíritu de ambas instituciones, solo se implementó, con más o menos fortuna, en la fuerza ciudadana de los Voluntarios de la Libertad, difuminándose, por el contrario, hasta hacerse tan secundario como imperceptible en el caso de los batallones de Voluntarios de la República que, tras la Ley del 2 de septiembre de 1873 para su reorganización y reforma, acabarían disueltos o absorbidos por la “Milicia Nacional local de la Península e islas adyacentes”[16].

Para entender mejor el párrafo anterior, debemos insistir en la proliferación de distintas fuerzas de voluntarios francos. El decreto del Gobierno, del 15 de febrero de 1873, entendía necesaria la participación del pueblo en la defensa del Orden Público. En consecuencia, decretaba la reorganización de los cuerpos de voluntarios en la forma que tuvieron cuando “se disolvieron o fueron disueltos por no haber querido reconocer la dinastía de Saboya, o por haber defendido prematuramente la República, que ha venido a ser la forma de Gobierno de la Nación española”[17]. Seguramente, la intención del Gobierno era reactivar una fuerza ciudadana semejante a la organizada en 1868. Para despejar cualquier duda al respecto, el mismo decreto en su artículo cuarto señalaba: “Los pueblos que no hayan tenido cuerpos de Voluntarios después de la revolución de septiembre, podrán organizarlos con arreglo al decreto del Gobierno Provisional de 17 de noviembre de 1868, convertido en ley por las Cortes Constituyentes de 1869”. Es decir, el Decreto Orgánico responsable de la organización y puesta en marcha de los Voluntarios de la Libertad.

Los cuerpos francos de la República, al igual que había ocurrido con sus correligionarios de 1868, se organizarían en todas las capitales de provincia y en el resto de las poblaciones que lo solicitaran al Gobierno. Estos voluntarios estarían sujetos a las órdenes de los alcaldes o a las de otras autoridades civiles y tendrían una dependencia orgánica del Ministerio de la Gobernación[18]. Además, en otra clara muestra de empoderamiento civil, no usarían uniformes militares ni estarían supeditados a las ordenanzas del Ejército. Resulta obvio que se quería desligar, incluso en su aspecto, de cualquier similitud con las fuerzas castrenses. Ese parece ser también el propósito del decreto del Ministerio de la Gobernación fechado en Madrid a 14 de febrero de 1873, al que ya nos hemos referido, y que propiciaba la organización de los Voluntarios de la República conforme al decreto que organizó los Voluntarios de la Libertad. Sin embargo, poco más de un mes después ―17 de marzo de 1873―, la Ley que autorizaba al Gobierno la organización de 80 batallones de Voluntarios de la República introducía diferencias de hondo calado con respecto al decreto antes señalado. Entre otras, su artículo sexto disponía la adaptación a “cuantas disposiciones rigen relativamente al régimen, disciplina y administración de los cuerpos de Ejército”[19]. La deriva militarista también quedaba patente cuando se atribuía al Ministerio de la Guerra la potestad normativa para el cumplimiento de la ley.

La misma pérdida del apelativo “franco” que algunos autores resaltan parece alejar a los Voluntarios de la República de su esencia cívica primigenia. En cualquier caso, debemos relativizar tal aseveración porque existen matices al respecto. El decreto de febrero del Ministerio de la Gobernación y la ley del 17 de marzo del mismo año antes señalados disponían la creación de una fuerza ciudadana denominada Voluntarios de la República, pero las bases establecidas unos días más tarde ―25 de marzo de 1873― para llevar a efectos los preceptos citados retomaban el nombre de Voluntarios Francos de la República[20]. En cualquier caso, tal designación no se debe a un cambio de postura hacia tesis más cercanas al ámbito civil en detrimento de la administración militar, sino que más bien ocurrió a la inversa. Efectivamente, aunque las bases señaladas volvían a emplear el vocablo “franco”, que era sinónimo de agrupaciones ciudadanas alejadas de cualquier parecido con las unidades militares, muchas de las directrices contenidas en su reglamento sugieren todo lo contrario. Entre otras, aquella que establecía una organización semejante a la de los batallones de cazadores y con la uniformidad que determinara la Dirección General de Infantería. Igualmente, su dependencia del Ministerio de la Guerra los alejaba significativamente del ámbito civil que hubieran tenido con la pertenencia al Ministerio de la Gobernación, tal y como en un principio estaba proyectado. Finalmente, la disposición para intervenir en la guerra carlista desvirtuaba significativamente su génesis como fuerza ciudadana para la seguridad de la Nación en un contexto territorial más cercano, como era el caso de los voluntarios francos municipales.

Llegados a este punto, quizá sea preciso recalcar que el incidente ocurrido en Vicálvaro fue protagonizado por extremeños y aragoneses pertenecientes a los Voluntarios de la República del Batallón Tortosa número 70, que estaban acantonados allí para su instrucción. Estas unidades habían sido decretadas por la Asamblea Nacional (Ley de 17 de marzo de 1873) y organizadas desde el Ministerio de la Guerra por el director de Infantería, general Mariano Socías y, por tanto, diferentes a las movilizadas en el ámbito regional; que, igualmente, protagonizaron incidentes en lo que parecía un acople difícil con los destacamentos del Ejército, de los Carabineros y de la Guardia Civil desplegados por España.

El encuadramiento de los Voluntarios Francos de la República en unidades semejantes a las ideadas para el Ejército no hacía sino crear más confusión al respecto, porque la recluta se hacía desde los gobiernos locales o provinciales, al igual que había ocurrido con sus colegas francos organizados conforme al decreto de 1868 que había formado los Voluntarios de la Libertad y que, en todo caso, rechazaban cualquier parecido con las unidades militares. En este sentido, resulta significativo lo anotado por el periódico Jaque-Mate, de marcada tendencia republicana:

 

“Van a reorganizarse todos los batallones de voluntarios que se formaron después de la revolución ―llamémosla así― de septiembre de 1868.

No me parece mal esa reorganización.

Pero por las once mil vírgenes, señores voluntarios, nada de uniformidad, nada de colorines, nada de arreos militares, nada de darse por ahí en espectáculos, en grandes paradas, procesiones, etc. etc. etc.

Seamos dignos, seamos serios y respetemos para que nos respeten.

El pueblo en armas es garantía de libertad y orden.

Pero el pueblo, jugando infantilmente a los soldados, para nada sirve sino para dar que reír a nuestros enemigos”[21].

 

Las vicisitudes protagonizadas por la creación de los batallones francos también quedaron reflejadas en las sesiones de las Cortes. Los debates parlamentarios, además de evidenciar las divisiones políticas, revelaban las dificultades para la formación de los Voluntarios de la República. Las discusiones sobre los artículos del proyecto de ley se dilataban en un ambiente tan enrarecido que parecía vaticinar su fracaso. Algunos, como el artículo tercero sobre la provisión de plazas de sargentos segundos, cabos primeros y cabos segundos para aquellos que presentaran 30, 20 y 10 voluntarios respectivamente desataron una acalorada discusión en las Cortes[22]. Diputados como Germán Gamazo alertaban de la gravedad que suponía: “que cada cual mande aquellos hombres que él recluta”, y proponía que no fueran “incluidos en los mismos cuerpos los que presenten los hombres al alistamiento y los hombres presentados por ellos”[23]. Al respecto, el diputado Padial advertía de los inconvenientes para prestar servicio en una misma unidad el mando y los subordinados por él reclutados porque daría “lugar a toda clase de confabulaciones”[24]. Algunos representantes dudaban de la utilidad de los voluntarios francos para atender las necesidades de la guerra civil en ciernes[25]. Otros, como el diputado Ocón, alertaban de la indisciplina existente en los batallones de voluntarios, y abogaban por su disolución[26]. Propuestas de disolución que se acrecentaban según transcurría el tiempo y se comprobaba que los francos no habían dado el resultado apetecido, según apuntaba el diputado Navarrete[27]. Finalmente, una serie de inconvenientes como la escasa preparación, la indisciplina y hasta las condiciones morales de los voluntarios también ocuparon muchas sesiones parlamentarias y coadyuvaron a su declive.

 

  1. REFRIEGA ENTRE LOS VOLUNTARIOS EXTREMEÑOS Y ARAGONESES DEL BATALLÓN TORTOSA NÚMERO 70.

 

Pasemos ahora a historiar los sucesos ocurridos entre los componentes extremeños y aragoneses del Batallón Tortosa número 70. Antes de analizar aquel suceso, corresponde anotar que no se trata de un hecho aislado, sino que ha de encuadrarse entre los muchos que ocurrieron en los primeros días de alistamiento y concentración de los voluntarios francos en los acuartelamientos que a tal fin se dispusieron. No obstante, debemos resaltar que se trató de uno de los más graves. El altercado entre los voluntarios acantonados en Vicálvaro, junto a los ocurridos en el cuartel de la Montaña y el cuartel de San Francisco, a las pocas horas o días de haber sido concentrados en Madrid ―a finales de mayo y principios de junio de 1873― son de una trascendencia que no se deben desligar de un conjunto de circunstancias que intentaremos explicitar seguidamente. Además de en Madrid, hubo incidentes parecidos a lo largo y ancho de la geografía española. Algunos también de gravedad con muertos y heridos[28].

Las dificultades políticas causadas por la puesta en marcha de los Voluntarios de la República se implementaron con otras derivadas de su reclutamiento y formación. La misma pérdida de la palabra “franco” como sinónimo de ciudadanos honrados, libres de ataduras militares y leales a la República Federal, denotaba las dificultades para contentar a todos los republicanos. Incluso, a los que pudieran encuadrarse en una misma familia de federalistas, porque mientras unos pretendían una república federal en sentido “descendente”, desde las instancias del Gobierno, otros la querían desde las bases, a partir del ámbito local o comarcal, en lo que sería una opción más parecida al sistema confederal que federal, y cuyos ciudadanos quizá pretendían no estar sujetos a una Constitución común ni a un Gobierno central, sino que responderían ante los gobiernos de cada Estado. La deriva hacia el cantonalismo parecía estar servida.

Por otra parte, junto a los inconvenientes señalados, otros de naturaleza organizativa, armamentística y logística general frustraron el purismo primigenio de los republicanos federales, hasta derivar en una situación tan decepcionante como inviable y que acabó finiquitando aquel proyecto. Los voluntarios francos, ya no tan “francos” o excesivamente “francos” como ironizaba el diputado Ocón[29], movilizados en sus pueblos de orígenes y concentrados en Madrid, junto a otros de diversas provincias y distintas tendencias políticas, para ser instruidos por oficiales que habían servido en el Ejército o estaban en la Reserva, provocaron una gran decepción en los alistados. Razonablemente, aquellos voluntarios encuadrados en batallones de sospechoso parecido con una unidad militar convencional para cumplir misiones alejadas de su ámbito local o comarcal debieron soportar cierto choque emocional de consecuencias previsibles.

Además, no debemos olvidar y sí poner en valor las malas condiciones cuartelarias, sin una uniformidad adecuada o, peor aún, con una semejante a la del Ejército, con un rancho que dejaba mucho que desear y, sobre todo, sin el equipamiento y el armamento mínimo para desempeñar un cometido que los alejaba irremisiblemente de la génesis del pueblo en armas para defender a su “patria chica” y los acercaba a desempeñar unas tareas para las que quizás no estuvieran capacitados. Y es que el avance de la guerra carlista puso en evidencia la falta de profesionalidad y preparación de los voluntarios para llevar a cabo ese cometido bélico. Respecto al estallido de las insurrecciones cantonalistas, la excesiva politización de los francos, decantados netamente por la implantación de un federalismo desde las bases, propiciaba mayoritariamente sus simpatías por el poder cantonal y, por ende, se oponían incluso con las armas a la autoridad del Gobierno representada por la Guardia Civil o los Carabineros.

En definitiva, una serie de altercados prodigados a lo largo de la geografía española no hacían sino corroborar las dificultades afrontadas en la movilización de los Voluntarios de la República. Algunos estuvieron motivados por asuntos tan nimios como la discusión llevada a cabo entre los voluntarios de Leganés porque los botones de las chaquetas del uniforme llevaban impresa una corona sobre las armas de España, según recogía La Correspondencia de España[30]. Varios de ellos, quizá demasiados, tuvieron su origen en la excesiva intransigencia política de unos voluntarios radicalizados en un federalismo extremo. Otros, por una militarización o apariencia militar que rechazaban de plano, dado su temperamento civil. En ciertos casos, por tratarse de individuos de dudosa moralidad que se alistaban por el salario de dos pesetas diarias, el doble de la paga que percibía un soldado voluntario del Ejército. También, porque esos mismos emolumentos “caídos del cielo” propiciaban la holgazanería e ingesta de alcohol, que en el caso que nos ocupa parece ser el origen de la pendencia.

En este ambiente de pesimismo, incertidumbre y desconcierto generalizado, los altercados entre los voluntarios y las fuerzas de Seguridad del Estado o las del Ejército estaban a la orden del día. También, fueron muchas las trifulcas acaecidas entre las distintas unidades de voluntarios o, incluso, entre los propios integrantes de un mismo batallón compuesto por ciudadanos de distinta provincia. Así ocurría en el Batallón Tortosa número 70 de Vicálvaro, donde se mezclaban voluntarios aragoneses, catalanes, castellanos y extremeños. De todos ellos, los extremeños, con 406 voluntarios (77 de Cáceres y 329 de Badajoz)[31], eran los más numerosos, seguidos de los aragoneses que aportaban 178 voluntarios y repartiéndose el resto entre catalanes y castellanos hasta completar los 746 componentes del batallón[32].

Aunque son varias las publicaciones que recogen el conflicto entre los francos acuartelados en Vicálvaro, lejos de coincidir en el tratamiento del suceso, existen discrepancias que pudieran dificultar su esclarecimiento. Sin embargo, entendemos que las desavenencias, sobre todo las derivadas de las distintas corrientes políticas, lejos de entorpecer el análisis lo enriquecen, porque resulta muy interesante contrastar las ideas difundidas desde los diversos grupos políticos.

El primer inconveniente lo encontramos a la hora de señalar la fecha exacta del suceso. Las diferencias abarcan los tres días comprendidos entre el 6 y el 8 de junio de 1873. Quizá la que se corresponde con el primero de los días señalados sea la más certera porque es la consignada en el mayor número de registros, tanto los derivados de la prensa de la época como los procedentes de los escritores que mencionan el asunto. Así lo contemplan algunos rotativos madrileños: La Regeneración, La Discusión, El Imparcial y La Nación[33]; y el autor Alberto Bru Sánchez-Fortún en su artículo sobre la Primera República y los voluntarios francos[34]. Sin embargo, Eduardo González Calleja expone lo que sigue:

 

“El 8 de junio las Constituyentes definieron el nuevo régimen como una república federal formada por 17 estados inspirados en los antiguos reinos históricos, que era el diseño preferido por los benevolentes. Ese mismo día se sublevaron contra sus jefes los Voluntarios francos en Vicálvaro, que desencadenaron un tiroteo donde murieron tres personas”[35].

 

Consecuentemente, según el autor propuesto anteriormente, los sucesos tuvieron lugar el día 8 de junio. La Discusión también señala para ese día un conflicto en Vicálvaro “entre los francos de aquel destacamento”[36]. Comoquiera que el mismo rotativo en su ejemplar del día 7 señalaba con detalle los sucesos ocurridos en Vicálvaro en la tarde del día anterior, sospechamos que los referidos al día 8 pudieran tratarse de hechos relacionados, pero ocurridos en días posteriores porque los tumultos se prolongaron durante varias jornadas. Seguramente, los altercados posteriores al ocurrido en la tarde del 6 de junio se han de entender como una deriva de esta trifulca, que necesitó un tiempo antes de serenarse para volver a la normalidad.

En consonancia con la reflexión del párrafo precedente, El Pensamiento Español del día 9 escribía: “Nada menos que 168 francos fueron traídos presos a Madrid a consecuencia de los sucesos de Vicálvaro: dícese que se les ha sometido a la acción de los tribunales”[37]. Más adelante, anotaba nuevos conflictos en el cuartel de San Francisco de Madrid y sus aledaños, donde habían sido traídos los francos del Batallón Tortosa, pero no especificaba si esos voluntarios eran aragoneses o extremeños:

 

“Después de haber promovido sus compañeros un gran escándalo en el cuartel de San Francisco, se reprodujeron las diferencias en la calle de las Aguas, en que seis francos de Tortosa fueron acometidos por gran número de francos de Lorca; viéndose aquellos precisados a guarecerse en una casa, donde sufrieron un verdadero asalto de sus adversarios. Fue necesario intervenir en el caso a viva fuerza y llevar a la cárcel a seis voluntarios lorquinos, que en su furor amenazaban con degollar a los vecinos que ayudaban a ponerse en salvo a los de Tortosa”[38].

 

Son varios los medios de la prensa en señalar a los extremeños como los venidos a Madrid después del incidente de Vicálvaro, pero esta cuestión no resulta suficiente para responsabilizarlos de los altercados del cuartel de San Francisco. La Regeneración, refiriéndose al incidente de Vicálvaro, dice: “Gran número de los extremeños huyeron y tomaron dirección de Madrid, presentándose algunos al diputado señor Sepúlveda, que acudió con ellos a la capitanía general, donde se empezó la sumaria, mandando a los soldados al cuartel de San Francisco, orden a que obedecieron, aunque algunos se mostraban decididos a irse a su pueblo”[39].

A la vista de los noticieros antes citados, parece claro que desde Vicálvaro regresaron a Madrid muchos de los francos extremeños y aragoneses del Batallón Tortosa, pero mientras los primeros lo hacían voluntariamente para entrevistarse con el diputado Rodríguez Sepúlveda, los segundos fueron conducidos en calidad de detenidos.

En lo que sí parece haber unanimidad es en el poco tiempo que los voluntarios llevaban en el acuartelamiento. Algunos acababan de incorporarse esa misma mañana de autos y, por tanto, hacía escasas horas que habían llegado a Madrid procedentes de sus provincias de origen para alcanzar su destino definitivo en Vicálvaro, que era el punto de concentración del Batallón Tortosa.

No parece haber un motivo claro que desencadenara la trifulca, tal vez porque fueron varias las causas que ocasionaran aquel estallido de violencia. Quizá la chispa que prendió la mecha fuera la ingesta de alcohol en el recorrido por el pueblo de los voluntarios recién llegados, máxime si este era de mala calidad como aventura alguna de las crónicas:

 

“Otro suceso que vio a agravar las circunstancias anoche, fue el conflicto ocurrido en el inmediato pueblo de Vicálvaro entre los francos que ayer salieron de Madrid. Llegaron a la una y media, y después de acuartelarse salieron a recorrer el pueblo. A las cuatro de la tarde, según noticias de buen origen, dos francos a quienes se supone que la baratura y calidad del vino puso fuera de su estado normal, pidieron al primer jefe Sr. Echevarría permiso para venirse a Madrid, apuntándole con los fusiles”[40].

 

El Gobierno del 7 de junio también apunta a la embriaguez como motivo inicial de los incidentes. Avala esta teoría la investigación llevada a cabo por el general Socías en la Capitanía General, donde fueron conducidos por el diputado Sepúlveda los francos extremeños. De toda la prensa analizada, esta publicación es la que muestra una secuencia de los hechos más completa y cohesionada. Si exceptuamos el elevado número de muertos apuntados en el incidente, la argumentación basada en los datos aportados construye el relato más verosímil del suceso acontecido en Vicálvaro. Por este motivo, hemos creído conveniente consignar la noticia al completo:

 

“A las doce y media de la tarde, llegaron a dicho punto (Vicálvaro) los francos extremeños, que fueron alojados en el cuartel donde se encuentran los aragoneses.

Los extremeños, después de descansar, salieron de paseo por la población, y parece que se les ocurrió empinar el codo.

Es de suponer que al regresar al cuartel mediaran algunas cuestiones, puesto que los aragoneses, sin pararse en barras, les hicieron fuego, cayendo muertos, según anoche se aseguraba, ocho individuos y algunos otros heridos.

Afortunadamente los francos extremeños no tenían armas, pues de lo contrario se hubiera empeñado un combate de consecuencias quizá terribles para aquel pacífico vecindario, y tomaron el partido de dirigirse a Madrid y dar cuenta al Gobierno de aquellos sucesos.

A las cuatro y media abandonaron Vicálvaro, y entraban en Madrid a las siete de la noche, preguntando por el diputado Sr. Rodríguez Sepúlveda, única persona a quien parece conocían en esta capital.

Informado el Sr. Sepúlveda de lo ocurrido, se puso al frente de los francos, y se dirigió a la capitanía general.

El general Socías dispuso que con objeto de que pudiera saberse la verdad, fueran entrando los francos de dos en dos en su despacho.

De resultado de estas conferencias pudo sacar el limpio el general Socías que habían bebido, quizás más de lo regular los extremeños, dando esto origen a cuestiones con los aragoneses que, provistos de armamento, se despacharon a gusto.

No juzgando conveniente que los francos extremeños regresaran a Vicálvaro, el capitán general dispuso que un sargento condujera aquella fuerza al cuartel de San Francisco.

Antes de ponerse en marcha, el Sr. Sepúlveda les dirigió la palabra, recomendándoles el mayor respeto a los jefes, y la más severa disciplina.

Inmediatamente después pasaron al despacho del Sr, Figueras los Sres. Socías y Sepúlveda, quienes pusieron en su conocimiento lo ocurrido.

El ministro interino de la Guerra llamó a un coronel, cuyo nombre no recordamos y le confió el mando de tres compañías de ingenieros, ordenándole que se pusiera toda esta fuerza en camino inmediatamente.

Además, recomendó al citado coronel que desarmara a la fuerza a aragonesa y condujera a Madrid, en calidad de presos, a los que resultaran culpables de aquel conflicto, para ser juzgados en consejo de guerra.

A las ocho y media de la noche se recibió un telegrama del alcalde de dicho punto, confirmando los hechos que dejamos narrados, y asegurando que la calma había vuelto a quedar restablecida”[41].

 

A pesar de la gravedad del incidente de Vicálvaro, la Gaceta de Madrid del 7 de junio de 1873 publicaba un despacho telegráfico del día anterior, recibido en el Ministerio de la Guerra, restando importancia a la cuestión que nos atañe: “Hoy ha habido en Vicálvaro una colisión entre los francos de aquel destacamento, cruzándose algunos disparos y ocurridas desgracias, aunque de poca importancia; pero quedó terminado a las pocas horas”[42]. De igual forma, en una copia fidedigna de la nota gubernamental, era gestionado el asunto por La Discusión[43]. Al respecto, no debemos olvidar que se trataba de un medio que representaba la corriente moderada del republicanismo. Así, siguiendo la vía de moderación y normalidad reflejadas, solventaba el incidente de esta manera:

 

“Ayer llegaron a Madrid los ingenieros de un batallón de infantería de Zamora y veinticinco caballos, conduciendo presos 129 francos, un capitán y cuatro subalternos de los amotinados en Vicálvaro. Cuando llegaron anoche al citado pueblo, reinaba la tranquilidad más completa, habiéndose recogido en el cuartel los francos y curado por sí mismo las heridas de sus compañeros. El teniente coronel del batallón de francos ha quedado en Vicálvaro, instruyendo con el juzgado el correspondiente sumario”[44].

 

En parecidas circunstancias, La Igualdad, de marcada línea republicana liberal y federal, rebajaba la gravedad de los lances provocados por los francos en Madrid y advertía de la utilización política que hacían de aquellos hechos: “los reaccionarios para mantener la alarma y aumentar la inquietud del país, lo cual redunda en descrédito del Gobierno y hace gran daño a la causa de la República”[45]. Para remediar esta situación, instaba a las autoridades a combatir los peligros que amenazaban la libertad.

Naturalmente, la prensa conservadora y monárquica no era tan benévola en el tratamiento de los numerosos incidentes provocados por la indisciplina y desgobierno de los voluntarios republicanos. Esencialmente, aprovechaba los casos como el de Vicálvaro para alertar de la inviabilidad de los batallones francos y solicitar su disolución. Así lo apuntaba La Época del día 7 de junio[46]. También, La Crónica del 28 de junio publicaba los buenos resultados obtenidos tras la orden dada por el ministro de la Guerra “para el licenciamiento de los francos que no quieran someterse a la ordenanza”. Finalizaba el artículo con una frase de despedida tan elocuente como reveladora de su opinión al respecto: “Vayan bendito de Dios”[47].

Otros medios abogaban por endurecer la disciplina para evitar la desaparición de los francos. La Discusión recomendaba al Gobierno “la mayor energía en el castigo de cualquier falta de insubordinación, que, de repetirse, redundaría en perjuicio de la causa de la República y en deshonra del cuerpo a que esos Voluntarios pertenecen”[48]. El Constitucional mostraba una mayor dureza informativa cuando se refería a los francos que habían protagonizado los hechos de Madrid como “esas bandas de tropas insubordinadas”[49].

Resumidamente, los incidentes perpetrados en Madrid por los Voluntarios Francos tuvieron una gran repercusión en la prensa de la época, pero con un tratamiento tan dispar como correspondía a su variado alineamiento político.

Antes de señalar el final de los Francos, es necesario anotar que fueron movilizados muchos menos de los 80 batallones proyectados, porque el alistamiento no resultó tan abundante como el pretendido por el Gobierno. En algunas provincias no se alistó ningún voluntario o los que lo hicieron eran foráneos, como informaba El Imparcial del 7 de junio: “Para el batallón de francos de la provincia de Santander se habían alistado hasta el miércoles cuatro mozos, ninguno de ellos natural de aquella provincia”[50]. En definitiva, solamente consiguieron formarse 10 batallones con un total de 7.341 voluntarios, según contemplaba la circular número 207 de la Dirección General de Infantería publicada en el Memorial de Infantería número 22[51].

A finales de julio de 1873, a los pocos meses de haberse promulgado la Ley de 17 de marzo referente a su organización, los últimos voluntarios debían elegir entre pasar al Ejército activo o solicitar el certificado de libertad. El 19 de agosto de 1873, el ministro de la Gobernación, Eleuterio Maisonnave, decretaba que: “los batallones de Voluntarios organizados con arreglo al decreto de 17 de noviembre de 1868 que hubiesen solicitado marchar a campaña podrán movilizarse inmediatamente”[52]. Suponemos que se refería a los voluntarios francos dependientes de los alcaldes y gobernadores civiles; por tanto, distintos a los Voluntarios de la República. No obstante, advertía su dependencia de la autoridad militar para llevar a cabo los servicios que le encomendara el Gobierno[53]. Finalmente, la Ley de 2 de septiembre de 1873 para la reorganización de los Voluntarios de la República restablecía la Milicia Nacional con arreglo a la Ordenanza de 14 de julio de 1822, lo que suponía de facto el soporte legal para acabar definitivamente con los batallones de Voluntarios Francos de la República[54].

 

  1. CONCLUSIONES

 

El análisis del incidente entre los voluntarios aragoneses y extremeños nos ofrece la posibilidad de estudiar el proyecto republicano para organizar una milicia ciudadana que se encargara de la seguridad Nacional en detrimento de la Administración Militar. En todo caso, el Ejército quedaría reservado para la guerra civil derivada de la insurrección carlista y la invasión de una fuerza extranjera. Con el fin de consumar ese objetivo, la Asamblea Nacional autorizó al Gobierno la formación de los Voluntarios Francos para mantener el orden y la libertad en los municipios bajo dependencia directa de los alcaldes, pero acabaron subordinados al Ministerio de la Guerra y con unos cometidos distintos a los pretendidos originalmente. Este cambio de posicionamiento afectó negativamente a la formación de los voluntarios y coadyuvó a su fracaso.

El contenido del credo republicano federal y popular de los francos se fue diluyendo hasta desaparecer con la organización y puesta en marcha de los Voluntarios de la República. Y es que la pérdida de su naturaleza civil en favor de la doctrina militarista no fue entendida por muchos voluntarios reclutados en sus pueblos de origen para engrosar unas unidades que suponían derivadas de los Voluntarios de la Libertad. Esa confusión, extrema en gran medida, era el resultado de la política errática de los republicanos. La profunda división por su fraccionamiento, por el debate entre federalismo desde abajo o federalismo desde arriba y por las disputas personales confluyeron, ahora, en la organización del orden público que debía conformarse bajo el lema de la República: “orden, libertad y justicia”. En este ambiente tan convulso se procedió a la formación de los voluntarios francos.

Las complicaciones señaladas cobraron fuerza y evidencia entre los integrantes de los Voluntarios de la República concentrados en Madrid para su adiestramiento. El parecido de los centros de instrucción con unidades militares los diferenciaba significativamente de sus colegas francos destinados en los pueblos de origen. Además del ambiente cuartelero, la mezcla con voluntarios de otras provincias de ideología política contraria o distinta contribuyó a resaltar las diferencias con sus paisanos. Tampoco ayudaba la probabilidad de misiones encaminadas a auxiliar a las unidades del Ejército en la guerra civil carlista y, por tanto, muy alejadas de las propuestas originales dirigidas a garantizar la seguridad en el entorno regional que tan bien conocían.

En esta labor de policía, los francos quedaban vinculados estrechamente al municipio y dependían directamente de los alcaldes que estaban ligados al Ministerio de la Gobernación en el organigrama jerárquico departamental. Pero, en última instancia, la proliferación de voluntarios de diversa procedencia y subordinación desvirtuaron el sentido original hasta acabar en los Voluntarios de la República dependientes del Ministerio de la Guerra a través de la Dirección General de Infantería y, por ende, con una estructura semejante a la militar.

Consecuentemente, la simiente del desconcierto y la desazón acabaron germinando en forma de indisciplina que fructificaba en altercados de toda índole con el Ejército, los carabineros y los guardias civiles. También, hubo incidentes, algunos de gravedad, entre los diversos componentes de una misma unidad de voluntarios, como el seleccionado para este artículo protagonizado por los francos aragoneses y extremeños del Batallón Tortosa número 70.

 

 

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[1] Bru Sánchez-Fortún, 2021: 159-193. González, 2020: 471. Nieto, 2021: 264-268.

 

[2] La República, 3, 18 de abril de 1873: 2

[3] Ibidem.

[4]El Ejército se nutría de efectivos a través del reclutamiento forzoso, la denominada “quinta”, que afectaba esencialmente a la parte de la sociedad con menores recursos económicos, pues las clases pudientes podían librarse del alistamiento mediante la redención en metálico y la sustitución personal. La redención consistía en la entrega de una cierta cantidad de dinero al Estado, establecida por el Gobierno, para evitar la prestación. En la sustitución, el mozo de familia adinerada eludía el reclutamiento pagando directamente a un sustituto para que realizase el servicio militar por él. La Ley de reemplazo de 30 de marzo de 1856, en su artículo 139-2, autorizaba la redención “por medio de la entrega hecha a nombre de un mozo a quien haya correspondido la suerte de soldado de la cantidad de 6.000 reales. Esta cantidad se hará efectiva con destino exclusivo al reemplazo del ejército según lo establece esta ley, en la Caja general de Depósitos de Madrid y en las Tesorerías de Hacienda pública de las provincias, como dependientes y sucursales de la misma Caja general”. (Gaceta de Madrid, 1.125, 2 de febrero de 1856). Por otra parte, la misma Ley, en su artículo 76, apartado 11, prescribía que, entre otros, “serán exceptuados del servicio, siempre que aleguen su exención en el tiempo y forma que esta ley prescribe: los que han redimido el servicio por medio de sustituto o de retribución pecuniaria”. (Gaceta de Madrid, 1.125, de 2 de febrero de 1856).

En 1872, el ministro de la Gobernación, Manuel Ruiz Zorrilla, presentó a las Cortes un proyecto de ley para abolir las quintas (Gaceta de Madrid, 282 de 8 de octubre de 1872, tomo IV :69). Durante la Primera República se acordó la eliminación de la quinta y se proyectó la creación de un Ejército de voluntarios, según recogía la Ley para la abolición de las quintas y el establecimiento de un ejército activo y de reserva (Gaceta de Madrid, 54, 23 de febrero de 1873). Con la restauración borbónica, se volvió a permitir la sustitución y la redención a metálico por 2000 pesetas, según contemplaba la Ley para la organización y reemplazo del Ejército en sus artículos números 16 y 17, respectivamente. (Gaceta de Madrid, 11 de enero de 1877). La Ley de reclutamiento y reemplazo del Ejército de 1885, permitía la redención y sustitución para el servicio militar mediante el pago de 1.500 pesetas cuando el mozo debiese prestar dicho servicio en la Península, y de 2.000 cuando le correspondiese servir en Ultramar continuaba (Gaceta de Madrid, 194 de 13 de julio de 1885, capítulo XVII, de la redención y sustitución).

[5] Gaceta de Madrid, 43, 12 de enero de 1870: 1 y 2, Proyecto de Ley sobre organización y reemplazo del Ejército.

[6] Gaceta de Madrid, 54, 23 de febrero de 1873: 627, Ley para la abolición de las quintas y el establecimiento de un ejército activo y de reserva.

[7] Ibidem, artículo 12.

[8] Gaceta de Madrid, 54, de 23 de febrero de 1873, Ley de 17 de febrero, artículo 14.

[9] Ibidem, artículo 15.

[10] Bru Sánchez-Fortún, 2021, pp. 159-193.

[11] El presidente interino del Poder Ejecutivo, Francisco Pi y Margall, decretó la disolución de la Comisión permanente de la Asamblea el 24 de abril de 1873. Entre otras consideraciones, Pi y Margall alegaba que la citada Comisión se había convertido “por su conducta y por sus tendencias en un elemento de perturbación y de desorden”. Además, en clara alusión a su implicación en el golpe de Estado frustrado del día anterior, consideraba que la Comisión: “con sus injustificadas pretensiones contribuyó a provocar el conflicto de ayer, aun prescindiendo de la parte directa que en él tomaron alguno de sus individuos”. Finalmente, motivaba el decreto de disolución porque la Comisión propiciaba “un constante obstáculo para la marcha del Gobierno de la República, contra el cual estaba en maquinación continua”. Gaceta de Madrid, 114, de 24 de abril de 1873, p. 203.

[12] Gaceta de Madrid, 85, 26 de marzo de 1873, p. 979. Alocución en defensa de la República dirigida a los españoles por el presidente del Gobierno, Estanislao Figueras.

[13] Gaceta de Madrid, 323, 18 de noviembre de 1868, pp. 1-3. Decreto Orgánico de la Fuerza Ciudadana de los Voluntarios de la Libertad.

[14] Gaceta de Madrid, 46, 15 de febrero de 1873, p. 531, Decreto del Ministerio de la Gobernación para organizar los Voluntarios de la República en la forma que tuvieron los cuerpos de Voluntarios que hayan sido disueltos desde el mes de octubre de 1868.

[15] Gaceta de Madrid, 323, 18 de noviembre de 1868, p. 1-3. Decreto Orgánico de la Fuerza Ciudadana de los Voluntarios de la Libertad.

[16] Gaceta de Madrid, 249, 06 de septiembre de 1873, Ordenanza para la formación, régimen, constitución y servicio de la Milicia Nacional local de la Península e islas adyacentes de 14 de julio de 1822, restablecida y reformada en virtud de la ley de 2 de septiembre de 1873.

[17] Gaceta de Madrid, 46, 15 de febrero de 1873, p. 531.

[18] Ibidem.

[19] Gaceta de Madrid, 80, 21 de marzo de 1873, p. 935, Ley para organizar 80 batallones de Voluntarios de la República.

[20] Gaceta de Madrid, 85, 26 de marzo de 1873, p. 981.

[21] Artículo de Jaque-Mate recogido por La Crónica del día 18 de febrero de 1873 en su página 2.

[22] La Ley para organizar a los Voluntarios de la República establecía en su artículo segundo que los cuadros de mando ―jefes, oficiales y sargentos primeros― se formarían con individuos pertenecientes a la reserva o que se hallaran en situación de reemplazo y fueran necesarios para completar el número reglamentario. Sin embargo, el artículo tercero reglaba que, para obtener las plazas de sargentos segundos, cabos primeros y cabos segundos, además de reunir las circunstancias de tener buena conducta, saber leer y escribir y probar la aptitud necesaria para el desempeño de dichos empleos, tenían que presentar en los centros de recluta el número de alistados siguientes: 30 los que deseen ser sargentos segundos, 20 los cabos primeros y 10 los cabos segundos. Gaceta de Madrid núm. 80, de 21 de marzo de 1873, Ley para organizar 80 batallones de Voluntarios de la República, p. 935.

[23] Diario de Sesiones de la Asamblea Nacional (en adelante DSAN), 22, 12 de marzo de 1873, p. 502.

[24] DSAN, 22, 12 de marzo de 1873: 505.

[25] Intervención del diputado Vidart. DSAN, 22, 12 de marzo de 1873, p. 507.

[26] Diario de Sesiones de las Cortes Constituyentes (en adelante DSCC), 15, 16 de junio de 1873, p. 167.

[27] DSCC, 29, 2 de julio de 1873, p. 489.

[28] Granada, Leganés, Aranjuez, Málaga y Sagunto fueron otros lugares donde se produjeron sucesos de notable gravedad.

[29] DSCC, 15, 16 de junio de 1873, p. 167. Respecto a los debates concentrados en la disolución de los Batallones de la República, el diputado Ocón alegaba lo siguiente: “Las Comisiones de acuerdo con el Gobierno, podrán disolver parte o todos los batallones francos, y esto es tanto más necesario, cuando que observamos con sentimiento, que los batallones francos, hablo en tesis general, son acaso excesivamente francos. Es necesario, pues, una mano fuerte y vigorosa que, de acuerdo con el Gobierno, haga a esos hombres cumplir con sus obligaciones”.

[30] La Correspondencia de España, 5674, 13 de junio de 1873, p. 3: “Los francos acuartelados en Leganés siguen dando muestras de un ardor bélico que a juzgar por los hechos pudiera dar ocasión a que en el día que se le den armas las ensayen unos contra otros. Raro es el día en que no hay una reyerta en el cuartel. Hace tres días porque unos imponían a otros que se quitasen los botones de las chaquetas, por tener una corona sobre las armas de España, resultaron tres o cuatro heridos”.

[31] Dentro del ámbito extremeño, Plasencia y su comarca habían movilizado 135 voluntarios, pero estaban encuadrados en un batallón distinto: Monterrey número 34. Memorial de Infantería de 23 de mayo de 1873, Dirección General de Infantería, circular número 207.

[32] Memorial de Infantería, 22, 23 de mayo de 1873, Dirección General de Infantería, circular número. 207. https://bibliotecavirtual.defensa.gob.es/BVMDefensa/es/publicaciones/listar_numeros.do?busq_mes=5&busq_idPublicacion&busq_infoArticulos=true&busq_dia&posicion&busq_anyo=1873

[33] La Regeneración, 7 de junio de 1873, p. 1; La Discusión, 7 de junio de 1783, p. 1; El Imparcial, 7 de junio de 1873, p. 3; La Nación, 7 de junio de 1873, p. 2.

[34] Bru Sánchez-Fortún, 2021, pp. 159-193.

[35] González, 2020, p. 471.

[36] La Discusión, 8 de junio de 1873, p. 3.

[37] El Pensamiento Español, 9 de junio de 1873, p. 4

[38] Ibidem.

[39] La Regeneración, 6.225, 7 de junio de 1873, p. 2.

[40] La Regeneración, 6.225, 7 de junio de 1873, p. 1.

[41] El Gobierno, 7 de junio de 1873, p. 2.

[42] Gaceta de Madrid, 153, 7 de junio de 1873, p. 651.

[43] La Discusión, 1.460, 8 de junio de 1873, p. 3.

[44] La Discusión, 1.460, 8 de junio de 1873, p. 2.

[45] La Igualdad, 8 de junio de 1873, p. 2.

[46] La Época, 7.552, 7 de junio de 1873, p. 3.

[47] La Crónica, 681, 28 de junio de 1873, p. 2.

[48] La Discusión, 1459, 7 de junio de 1873, p. 1.

[49] El Constitucional (VIII), 11 de junio de 1873, p. 2.

[50] El Imparcial, 7 de junio de 1873, p. 3.

[51] Memorial de Infantería, 22, 23 de mayo de 1873, Dirección General de Infantería, circular núm. 207.

https://bibliotecavirtual.defensa.gob.es/BVMDefensa/es/publicaciones/listar_numeros.do?busq_mes=5&busq_idPublicacion&busq_infoArticulos=true&busq_dia&posicion&busq_anyo=1873

[52] Gaceta de Madrid, 232, 20 de agosto de 1873, p. 1429, Decreto del Ministerio de la Gobernación de 19 de agosto de 1873, artículo primero.

[53]Decreto del Ministerio de la Gobernación de 19 de agosto de 1873, artículo tercero.

[54] Gaceta de Madrid, 249, 6 de septiembre de 1873, p. 1621.

Oct 152024
 

César Rina Simón

UNED

Resumen

En el año 2023 se cumplió el 150 aniversario de la proclamación de la I República, lo que supuso la primera experiencia democratizadora española del siglo XIX y la ventana de oportunidad para culturas políticas, modelos de estado e identidades nacionales y subestatales que protagonizaron posteriormente la historia contemporánea del país. En esta conferencia pretendemos hacer un recorrido por los principales acontecimientos y proyectos de la I República, vigente entre el 11 de febrero de 1873 y el 29 de diciembre de 1874, atendiendo a las aportaciones y enfoques historiográficos que han permitido superar las lecturas teleológicas y fatalistas en torno a su historia. La I República heredó todas las expectativas de transformación y modernización de la revolución gloriosa y los anhelos de participación política no satisfechos por la monarquía liberal. Durante su corto y convulso período de existencia, los gobiernos republicanos y federales tuvieron que hacer frente a la conflictividad social y a varios frentes de guerra de abierto a uno y otro lado del océano, no muy diferentes a los que habían vivido otros gobiernos y modelos de Estado precedentes, pero lo suficientemente desequilibrantes para legitimar dos golpes de Estado y una restauración monárquica en torno a una dinastía que tuvo que huir del país apenas seis años antes.

 

La I República, vigente desde el 11 de febrero de 1873 hasta el 29 de diciembre de 1974, fue la primera tentativa de articular un régimen democrático de la historia de España. El proceso, como veremos, estuvo marcado por la inestabilidad gubernamental, por la incapacidad para satisfacer las expectativas de los movimientos populares que la habían sustentado, por las presiones militares -que venían determinando la dirección política del país en las décadas precedentes- y por la fuerte oposición de monárquicos, esclavistas y carlistas. La división de los grupos republicanos y la posterior restauración canovista, presentada como la vuelta al “orden” frente a un período de anarquía, proyectaron una imagen negativa y estereotipada de una forma de gobierno y de unas experiencias democratizadoras que no se retomarían hasta 1931. Estos condicionantes, sumados a las memorias confrontadas del período republicano, han supeditado los enfoques historiográficos sobre este momento clave en la configuración de las culturas políticas contemporáneas.[1]

 

Tópicos historiográficos en torno a la I República.

Las lecturas historiográficas en torno al desarrollo y la significación de la I República española se han visto lastradas por posicionamientos maniqueos que han proyectado sobre el proceso sus prejuicios políticos. Hay una serie de tópicos interpretativos que se han retroalimentado generacionalmente para, en la mayoría de los casos, demonizar el período, no tanto por sus acontecimientos sino por su modelo de Estado. La legitimación monárquica alfonsina y juan carlista, así como la memoria construida durante el franquismo, trenzaron una genealogía caracterizada por la sucesión de tiempos republicanos, caracterizados por el caos, y por etapas monárquicas, que vendrían a restaurar el orden y la dirección “adecuada” de la nación.[2] A continuación, exponemos sintéticamente los principales tópicos perpetuados en el tiempo a partir de unas preguntas que surgen cuando nos acercamos a esta etapa histórica.

¿Fue un proceso político específico de la capital y de las grandes ciudades? No. El republicanismo y los anhelos de democratización estuvieron presentes en todo el territorio y también en las zonas rurales. Extremadura, por ejemplo, fue un importante foco de tensión socioeconómica, sobre todo en lo relativo a la ocupación de tierras y el rechazo al modelo de propiedad que el liberalismo había impuesto mediante las desamortizaciones. El campesinado extremeño, a la altura de 1873, se encontraba muy ideologizado, las ideas republicanas se habían extendido por muchos pueblos y se había movilizado contra la distribución y explotación liberal de la tierra, contra el latifundismo, el absentismo, las elevadas rentas, la arbitrariedad e incertidumbre laboral de los braceros, la escasa productividad y la falta de inversiones de los nuevos-viejos señores de la tierra. La pérdida paulatina de los usos comunales de la tierra durante la primera mitad del siglo XIX fue contestada en el campo extremeño con robos, motines, ocupación y reparto de tierras, quema de títulos de propiedad y de archivos, tentativas de restablecer las prácticas y los derechos comunitarios seculares, tala de arbolado, incendios provocados o derribo de muros y lindes. El Estado, para contener estas movilizaciones, reprimirlas y hacer imponer su modelo de propiedad, había creado en 1844 la Guardia Civil. Ésta garantizaba la propiedad y los usos de la tierra en las zonas rurales, pero no pudo impedir, sobre todo en tiempos de carestía, que el campesinado luchara por unos derechos que consideraban históricos. El 30 de abril de 1871 estalló un motín en Serrejón pidiendo la nulidad de la venta de los bienes del común efectuada durante la desamortización de 1855. Entre el motín y la desamortización tan sólo mediaban dieciséis años. Todas estas acciones se recrudecieron durante la I República, sobre todo en momentos clave en los que el campesinado vio peligrar las expectativas transformadoras del régimen. Los gobiernos republicanos, principalmente vinculados al moderantismo y al conservadurismo, reprimieron con firmeza las revueltas y la ocupación de tierras, no así muchos municipios como el de Jerez de los Caballeros, cuyo consistorio apoyó el restablecimiento de los giros -una práctica comunal antigua eliminada por las desamortizaciones- por convicciones políticas o, quizá, por incapacidad para contener las protestas populares.[3]

Si nos centramos en las ideas republicanas, en Extremadura tenían arraigo político, así lo constatan publicaciones periódicas como El Cantón Extremeño de Plasencia y El Defensor del Pueblo de Badajoz y como se desprende del significativo número de extremeños que se alistaron en los Voluntarios de la Libertad y en los Voluntarios de la República, cuerpos civiles armados bajo la jurisdicción municipal, garantes a nivel local de las reformas políticas y del orden republicano.[4]

¿La I República fue un tiempo de inestabilidad? Sí, pero no superior al de los sistemas políticos precedentes y posteriores. Los últimos años del reinado de Isabel II también se caracterizaron por los contantes cambios y crisis de gobierno. También fue ésta una de las claves del reinado de Amadeo de Saboya -hasta el punto de llevarle a abdicar del trono- y de los gobiernos de la Restauración, con la salvedad que en este último período las crisis de gobierno se zanjaban con la alternancia, no democrática, entre los dos partidos legitimados por el régimen para la acción política. La libertad de expresión y de asociación y la creación de numerosos partidos políticos provocó una diversidad parlamentaria muy frágil a la hora de construir equilibrios, pero esto se explica por la propia dinámica de la experiencia democratizadora y no por el régimen republicano. A mayor libertad política, mayor fragmentación de partidos y de posicionamientos ideológicos, pero leer esto en clave de inestabilidad supone cuestionar los principios sobre los que se rige cualquier régimen democrático. Si hubo menor inestabilidad en otros períodos, cuestión que podríamos entrecomillar, se debió a que no había libertad de partidos, de asociaciones ni de prensa.

¿Había republicanos cuando se proclamó la I República? Sí, y contaban con una amplia trayectoria organizativa y movilizadora. Cuando se proclamó la República, el 11 de febrero de 1873, los republicanos habían sido elegidos principal fuerza política en muchas circunscripciones y fueron los vencedores en las primeras elecciones democráticas no amañadas de la historia de España. Eran también el grupo más organizado y movilizado, configurándose tempranamente como partidos de masas modernos.

La tradición republicana europea se remonta a las revoluciones liberales burguesas. En el caso español, fue determinante el horizonte de posibilidad abierto con las Cortes de Cádiz, sobre todo en lo relativo al derecho de rebeldía, por el cual el pueblo estaba legitimado a sublevarse si el monarca no cumplía con sus funciones constitucionales. Las nuevas nociones políticas y filosóficas relativas a la soberanía popular y a la democracia directa se divulgaron ampliamente en España, especialmente en momentos en los que se relajaba la censura. Desde la década de los cuarenta del siglo XIX, el republicanismo experimentó un crecimiento exponencial, pese a estar prohibido y sus líderes ser perseguidos. Se organizaron en sociedades secretas, distribuyeron manifiestos y libros extranjeros de forma clandestina y publicaron obras con mensajes más o menos cifrados. En esta década, republicanos y demócratas formaban parte de la misma cultura política. Su programa político se desarrolló a la par que sus propuestas sociales, relativas en las zonas rurales al cuestionamiento de las desamortizaciones y de su herencia. El hecho de que se organizaran en sociedades secretas y que estuvieran en la clandestinidad dificulta que podamos dar cifras, si bien su amplia proyección en períodos de mayores libertades políticas, como durante el bienio progresista, entre 1854 y 1856, invitan a pensar que se trataba de un movimiento nada anecdótico. Durante el bienio, por ejemplo, se crearon numerosas asociaciones, escuelas y periódicos de vertiente republicana, aunque utilizaron el término “demócratas” para evitar la censura. Se observa ya en estos periódicos una clara influencia de Proudhon y una proyección ideal hacia el modelo confederal norteamericano y suizo. A mediados del siglo XIX, el republicanismo en España, al igual que en otros países europeos, rechazaba el centralismo y abogaba por la configuración de estados federales que confluyeran en confederaciones de ámbito mayor: ibérica, latina, europea, etc.[5]

¿El cantonalismo fue un movimiento independentista? No, las revueltas cantonales no reclamaban la independencia de sus territorios. Estos movimientos insurreccionales abogaban por una federación española sinalagmática, no conformada por un estado unitario, sino resultado de un pacto libre entre territorios. Es decir, para el republicanismo federal la nación no era una unidad política esencialista. Al contrario, se construía de abajo hacia arriba, a partir de la suma de sus partes. Por esto mismo, el fenómeno cantonal no puede explicarse desde postulados independentistas, sino como forma de presión, sobre todo en momentos en los que parecía ralentizarse la agenda transformadora que había llevado a la proclamación republicana, para que el gobierno central desarrollara políticas sociales y democratizadoras maximalistas.

¿La I República estuvo gobernada por los sectores radicales y de izquierdas? No. En los aproximadamente veintidós meses que estuvo vigente la República, los federales de Pi y Margall, que capitalizaban las reformas sociales y políticas más ambiciosas, apenas estuvieron en el poder dos meses. El resto del tiempo, el gobierno recayó en republicanos conservadores o en una dictadura militar autoritaria. Durante todo el período, las cortes republicanas contaron con mayorías conservadoras que defendían el modelo liberal de propiedad. Los latifundistas contaron con voz en el parlamento y con el apoyo de sectores republicanos que garantizaron el statu quo de la propiedad. Si hoy día pensamos lo contrario en relación con la memoria de la I República es por la fuerte ofensiva historiográfica-ideológica de los alfonsinos, continuada por los historiadores legitimistas de la restauración, del franquismo y de la transición.[6] También, por los libros de los protagonistas de este proceso, que aprovecharon sus memorias para ajustar cuentas con las diversas familias del republicanismo.

 

El Sexenio Revolucionario

El 18 de septiembre de 1868, el almirante Topete llevó a cabo un pronunciamiento militar en Cádiz apoyado por los sectores liberales, descontentos con la monarquía isabelina, bajo la dirección del general Prim. El golpe militar, que no difería de otros pronunciamientos precedentes que venían determinando la vida política española, derivó en una movilización ciudadana sin precedentes que se extendió los días siguientes. Fue la movilización popular la que convirtió el pronunciamiento en una revolución. Entre finales de septiembre y comienzos de octubre de 1868, se extendieron los motines, la ocupación de tierras y la formación de juntas revolucionarias en los principales municipios.[7] La proclama de la Junta Revolucionaria de Badajoz sintetiza las expectativas abiertas:

 

“Extremeños: la bandera de la libertad ondea triunfante en nuestra capital. El pueblo y las fuerzas de la guarnición han fraternizado, se han unido en un solo pensamiento: cambiar la base y naturaleza de todo lo existente. Han sucumbido, pues, los desertores de todas las causas políticas; los secuaces de la inmoralidad, de la depravación monárquica, los repugnantes histriones de una camarilla estúpida y milagrera.

Extremeños: aprovechemos el tiempo para fecundizar, para asentar de manera estable la causa de la revolución; para que al fin se realicen por el voto nacional en Cortes Constituyentes todos los progresos, todas las grandes reformas que la razón, la justicia y los derechos de la humanidad reclamen.

No olvidéis que, para cimentar sólidamente el nuevo edificio social, se necesita el concurso, la fuerza, el poder y la enérgica iniciativa de todos los elementos verdaderamente liberales.

Secundad por tanto las patrióticas aspiraciones de los que nombrados por el pueblo y constituidos en Junta de gobierno, os dirigen hoy su voz. Extremeños: ¡Abajo lo existente! ¡Viva la libertad! ¡Viva la soberanía nacional! ¡Viva la Marina y los valientes generales que han iniciado el movimiento!”

 

Las juntas locales se valieron de un grupo civil armado, denominado Voluntarios por la libertad, encargado de garantizar el orden y el respeto a las nuevas autoridades políticas. La conformación de estas partidas de voluntarios era heterogénea, pero compartían las expectativas de democratización y la crítica al sistema de propiedad de la tierra impuesto por el liberalismo. La conformación de estas juntas alentó las expectativas democratizadoras. Una de las primeras medidas fue la proclamación de libertades políticas y de imprenta, lo que supuso el pistoletazo de salida para la organización y movilización de los republicanos, aunque también de los neocatólicos y los carlistas, estos últimos sublevados en armas contra la revolución desde el principio. También se abrió la posibilidad de reestructurar el territorio tras la división provincial de Javier de Burgos de 1833, lo que alentó la configuración de narrativas identitarias autonomistas.

El movimiento político y popular surgido con la Revolución Gloriosa tenía perfiles regeneracionistas. Partía de la toma de conciencia de la decadencia nacional, acrecentada por los últimos años del reinado de Isabel II, y planteaba la modernización, civilización y europeización del país estableciendo medidas políticas progresistas: libertad de culto y de imprenta, sufragio universal, deshacer las medidas desamortizadoras, acabar con las quintas y con impuestos impopulares como el de consumo, y garantizar constitucionalmente derechos civiles inalienables. Estas medidas, planteadas por las juntas revolucionarias y, posteriormente, por los republicanos, generaron unas elevadas expectativas posibilistas que no se tradujeron en medidas concretas. El Sexenio Revolucionario fracasó por la incapacidad política de satisfacer las demandas de los grupos que lo habían propiciado.

La monarquía de Isabel II cayó porque amplios sectores sociales y grupos políticos la identificaron como la causa principal de la decadencia, como la regente de una monarquía “podrida” y “degenerada sexualmente”[8], acuciada por múltiples casos de corrupción política y económica. La “corte de los milagros”, que retratara Valle Inclán o la influencia que tenían el padre Claret o sor Patrocinio, “la monja de las llagas”, minaron la credibilidad de una institución que se consideraba incompatible con el progreso del país. En las zonas rurales, el sistema de propiedad de la tierra implantado por las desamortizaciones había generado hambre, crisis de subsistencia e incertidumbre entre el campesinado más empobrecido. Como denunciara en las Cortes Constituyentes Juan Andrés Bueno, diputado electo por Llerena, las tierras “habiendo salido a la venta en grandes porciones, sólo los ricos, los que podían disponer de algunos capitales, fueron los que se presentaron en las subastas y por consecuencia de ello ha acontecido especialmente en las dos provincias de Extremadura, que la propiedad en general se halla hoy en manos de unos cuantos. Los proletarios, las masas del pueblo, se encuentran enteramente reducidos a trabajar en campo ajeno. Y esto señores es muy grave, esto ha traído gravísimos conflictos”. Las crisis políticas: el descontento popular con los llamamientos a quintas -el impuesto de sangre de los pobres-, la subida de impuestos al consumo, la represión ideológica, el sufragio limitado y los gobiernos autoritarios de los moderados; y la gran crisis financiera global de 1866 generaron espacios de confluencia entre la oposición: progresistas, unionistas y demócratas comenzaron a conspirar contra la reina. El 16 de agosto de 1866, en la ciudad belga de Ostende, opositores como Prim, Olózaga, Ruiz Zorrilla, Martos, Pi y Margall o Castelar firmaron un pacto para derrocar a la reina. Entre ellos había múltiples diferencias ideológicas, pero les unía su animadversión por la reina, las expectativas democratizadoras y el deseo de superar la decadencia mediante la regeneración. También fue determinante la experiencia del exilio, que les permitió acercar posiciones y empaparse de principios políticos democratizadores y de ideologías en boga en Europa -Pi y Margall, por ejemplo, tradujo y divulgó en España la idea de pacto sinalagmático de Proudhon. También fueron determinantes en la caída de la monarquía acontecimientos concretos, como la ley de 1865 que pretendía privatizar el patrimonio de la monarquía y cuya contestación provocó que Castelar fuera apartado de su cátedra. La represión, el exilio y el cierre de asociaciones y periódicos hizo cada vez más incompatible la corona con la regeneración del país. Así mismo, los principales militares que habían sustentado la corona o habían muerto, como Narváez u O’Donnell, o estaban desterrados, como Serrano. La reina, sin apoyos políticos en los que apoyarse, tomó conciencia en San Sebastián de la irrevocabilidad del proceso revolucionario y, el 29 de septiembre, se marchó del país.

Las expectativas de cambio de la movilización popular y de las juntas revolucionarias pronto chocaron con la conformación de un gobierno de orden liderado por liberales progresistas y unionistas, que dejaron fuera a los sectores demócratas. El gobierno provisional de Serrano desarmó las partidas de voluntario, reprimió las movilizaciones sociales y trató de desactivar la tensión social. A finales de 1868 se celebraron elecciones municipales, las primeras con sufragio universal masculino -para mayores de veinticinco años-. Los electores pasaron de unos 400.000 a 4 millones. Los resultados fueron muy favorables para los republicanos, que ganaron en ciudades como Barcelona, Sevilla, Zaragoza o Valencia. A diferencia de los procesos electorales previos, éstos sí tenían validez a la hora de valorar la opinión ya que, además de ampliarse significativamente el censo, los ciudadanos pudieron elegir con mayor autonomía entre múltiples propuestas ideológicas.

El 11 de febrero de 1869 se celebraron elecciones a Cortes Constituyentes. Esta vez, el gobierno activó más controles -y restricciones- para condicionar el perfil del voto. Los progresistas obtuvieron la mayoría de los escaños, seguidos de los unionistas, los federales -que entraron en la cámara con ochenta diputados-, los demócratas y los carlistas. En este contexto se escindió el republicanismo -partidario de medidas sociales más ambiciosas, de la instauración de un régimen republicano y del federalismo- de los demócratas, que veían factible la configuración de su modelo político bajo un régimen monárquico democrático. Nuevamente, los resultados en las principales ciudades reflejaban la extensión de los partidos republicanos: en Cataluña obtuvieron veintiocho diputados de treinta y siete posibles; en Sevilla, cuatro de cinco; y, en Cádiz, los cuatro. Sin embargo, las reclamaciones políticas que estaban detrás de la movilización popular no habían encontrado un cauce institucional en unas cortes que ratificaron una nueva Constitución de corte liberal progresista el 1 de junio de 1869.

El Gobierno Provisional comenzó a establecer un régimen de libertades políticas sobre la base de la nueva Carta Constituyente y a buscar un nuevo monarca, mientras intentaba reprimir los motines que surgieron por todo el país. El proceso fue boicoteado por el carlismo, que comenzó a armar sus filas en aquellos territorios en los que tenía arraigo. También se produjeron numerosas ocupaciones de tierras porque la Constitución venía a sancionar el sistema de propiedad planteado por las desamortizaciones y revueltas lideradas por republicanos y federales, que no veían resueltas las condiciones que habían motivado la revolución popular. Entre octubre y diciembre de 1869, el gobierno decretó el estado de excepción, que se saldó con millares de represaliados.

En paralelo, el 10 de octubre de 1868, se produjo una insurrección independentista en Cuba siguiendo el manifiesto conocido como “Grito de Yara”, que derivó en una guerra con la metrópoli con nefastas consecuencias, tanto políticas como económicas y humanas. El lobby esclavista, muy influyente en el Gobierno, le convenció para que defendiera con todo su potencial militar y económico la integridad nacional de las colonias.[9] Los argumentos nacionalistas escondían los intereses económicos de los negreros: en las colonias españolas, la mano de obra esclava suponía el ochenta por ciento de la fuerza de trabajo. La movilización militar para sofocar la insurrección generó constantes gastos, lo que paralizó numerosas medidas que requerían de una Hacienda solvente y no enfocada sólo hacia el esfuerzo militar. Pero el principal problema social estaba en el llamamiento a quintas, que contaba con una amplia oposición popular. El Gobierno Provisional dejó de lado las peticiones que habían provocado la Revolución Gloriosa y, presionado por los esclavistas, que no dejaron de medrar e incluso de planificar golpes de estado y asesinatos contra aquellos que cuestionaran la esclavitud o que fueran partidarios de dejar marchar la colonia cubana, convocó sucesivas quintas y puso las clases populares al servicio de la defensa de los intereses que tenían las élites económicas a millares de kilómetros de distancia.

El fracaso de las expectativas revolucionarias para unos, o, el programa reformista para otros, justificaba acciones violentas, insurrecciones y pronunciamientos militares, lo que provocó que la “cultura del golpe” y de la violencia fuera asumida como solución posible para las culturas políticas en liza. Pero, en paralelo al empleo de la fuerza, durante el Sexenio Revolucionario surgieron los partidos de masas, que ya no eran comunidades de intereses de élite. Al contrario, precisaban de herramientas movilizadoras para convencer a millones de votantes: ateneos, sedes, estructuras, divulgación, educación, asociaciones. En este sentido, el partido federal fue el que comprendió más rápido los nuevos perfiles de la política de movilización de las masas.

Tras varios intentos infructuosos de encontrar un monarca para la corona constitucional española, y no pocas presiones internacionales, el 2 de enero de 1871 fue proclamado rey Amadeo de Saboya, apenas unos días después de que fuera asesinado su principal valedor y el sostenedor de los consensos entre progresistas y unionistas: el general Prim. Amadeo llegó a un país inmerso en dos guerras: la cubana y la tercera carlista, con un Estado frágil, una situación política fragmentada, marcada por las amenazas del lobby esclavista y por las revueltas republicanas, y una conflictividad social en los campos y en las fábricas no resuelta. A ello hay que sumarle dos acontecimientos internacionales desestabilizadores. La Comuna de París de 1871 provocó un pánico generalizado que derivó en el cierre de fronteras, la persecución política y la extensión de medidas profilácticas que impidieran la extensión del modelo revolucionario a España. El anarquismo y el socialismo marxista ya contaban con estructuras en España, que fueron clausuradas y perseguidas.  En noviembre de 1871 fue ilegalizado su principal herramienta de extensión de ideas: la Asociación Internacional de Trabajadores, que tenía presencia en España desde en enero de 1869 y en 1872 ya contaba con unos treinta mil socios repartidos en más de cien federaciones.

En abril de 1872 se convocaron elecciones generales con sufragio universal masculino intervenido desde el gobierno. Resultó vencedora la coalición conservadora de Sagasta, seguido de lejos por el Partido Republicano Federal de Pi y Margall, el Partido Radical de Manuel Ruiz Zorilla y la Comunión Católica-Monárquica de Cándido Nocedal. El parlamento se dividió entre aquellos que consideraban que la Constitución de 1869 era el punto final del proceso revolucionario, y aquellos para los que era sólo un punto de partida para transformaciones más ambiciosas. Las tensiones políticas y sociales provocaron que, el 11 de febrero de 1873, Amadeo de Saboya abdicara del trono, dejando un vacío de poder que las cortes ocuparon inmediatamente.

 

La I República.

            El mismo día que se hizo pública la carta de abdicación del monarca[10], las cortes proclamaron la I República española con doscientos cincuenta y ocho votos a favor y treinta y dos en contra. Castelar señaló en la cámara que “con Fernando VII murió la monarquía tradicional; con la fuga de Isabel II, la monarquía parlamentaria; con la renuncia de Amadeo de Saboya, la monarquía democrática. Nadie ha acabado con ella. Ha muerto por sí misma. Nadie trae la República, la trae una conjuración de la sociedad, la naturaleza y la Historia. Señores, saludémosla como el sol que se levanta por su propia fuerza en el cielo de nuestra patria.” El Congreso y el Senado se fusionaron para crear una Asamblea nacional y se formó un gobierno de concentración de republicanos de todas las sensibilidades ideológicas. La presidencia provisional recayó en Figueras hasta la convocatoria de otro proceso constituyente.

El primer problema que tenía que solventar el nuevo régimen era el de la legitimidad: la República había sido proclamada para evitar el vacío poder, pero la mayoría de la cámara era monárquica. A las guerras carlistas y coloniales, se sumó el aumento de la conflictividad social, sobre todo en los campos. Numerosos campesinos vieron en la proclamación de la República la consecución de sus demandas sobre la propiedad de la tierra. Los días que siguieron al 11 de febrero se produjeron numerosas ocupaciones de tierras por todo el país dando por hecho unas reclamaciones que ni siquiera habían sido planteadas en la Asamblea Nacional. Las principales ocupaciones se produjeron en el campo extremeño y andaluz. Lo mismo hicieron miles de obreros en las fábricas del arco mediterráneo. Las nuevas autoridades republicanas reprimieron estas movilizaciones con la esperanza de que la consolidación del régimen las fuera canalizando por la vía política e institucional.

El 10 de mayo de 1873 se celebraron las primeras elecciones democráticas -masculinas y limpias- de la historia de España. El proceso electoral lo había organizado Pi y Margall, entonces ministro de Gobernación. El censo se amplió hasta llegar a los cuatro millones y medio porque se rebajó la edad mínima de voto a veinte años. Pi y Margall, que días antes había frustrado una intentona golpista contra la República, veló para que el proceso fuera democrático y envió cartas circulares a los responsables de cada circunscripción en estos términos:

“es necesario, indispensable, purificar el régimen electoral. Y la manera mejor de purificarlo es que los empleados públicos cesen de considerar su empleo como un medio de ganar votos, y los gobernadores, sobre todo, dejen de considerar su gobierno como una agencia ministerial. Bien al revés de la creencia hasta aquí divulgada y de la práctica hasta aquí seguida, el empeño de los dependientes del gobierno debe ser asegurar la libre expresión de todas las ideas y el voto libre de todos los ciudadanos. Desde estas elecciones debe concluir para siempre el candidato oficial, las recomendaciones administrativas, la conversión de los empleados públicos en agentes del poder, las amenazas de turbas armadas, los impedimentos en el local de los comicios, la repartición arbitraria de papeletas, las falsificaciones y la milagrosa resurrección en los escrutinios generales de los vecinos en las urnas.”[11]

El partido federal arrasó en las elecciones, fruto, en este caso, no del pucherazo sino de las expectativas puestas en las transformaciones políticas y sociales del país. La aplastante mayoría federal, con trescientos cuarenta y ocho diputados, es relativa si tenemos en cuenta que la abstención rondó el sesenta por ciento, ya que la mayoría de los partidos monárquicos, católicos y conservadores optaron por el retraimiento, es decir, no concurrir a las elecciones para no legitimar la República. Del mismo modo, el partido federal estaba dividido entre los postulados de consenso de Pi y Margall, los sectores conservadores que lideraban Salmerón y Castelar, y los intransigentes de José María Orense, que deseaban transformaciones sociales urgentes. Pi y Margall trató de armonizar, con escaso éxito, las voluntades de todos los sectores republicanos y la construcción de un régimen de orden con la satisfacción de demandas sociales.

La falta de concordancia entre las expectativas revolucionarias y la praxis de gobierno alentaron los conflictos sociales y las revueltas cantonales. En las zonas rurales, la victoria del partido Federal fue nuevamente interpretada como un reconocimiento de sus postulados relativos a la propiedad de la tierra. El 7 de junio se proclamó la República Federal. Con el término federal no sólo se hacía alusión a la administración territorial, sino que federal en las culturas políticas del republicanismo era sinónimo de un programa de reformas sociales y económicas más profundo. El gobierno de Pi planteó la extensión del sistema educativo, la separación Iglesia-Estado, el final de la esclavitud y apaciguar la cuestión agraria mediante la venta a censo de los bienes comunales que aún quedaban con el objetivo de generar una clase de pequeños propietarios de la tierra.[12]

Pero la lentitud administrativa y la falta de fondos económicos, orientados hacia las guerras carlista y cubana, impacientó a los sectores republicanos más maximalistas y a numerosos campesinos y obreros, que no vieron satisfechas sus expectativas o querían que se materializasen de forma inmediata. En julio comenzaron los levantamientos cantonales, que no tenían nada que ver con proclamas independientes. Eran sublevaciones populares -armadas o no- que pretendían asumir el poder político y presionar al gobierno para que acelerase las transformaciones y que no llegara a acuerdos con los republicanos conservadores. Los cantones no eran otra cosa que la materialización de las frustraciones por la revolución política y social proyectada, pero no desarrollada. En Extremadura también se dio el fenómeno cantonal: Badajoz, Garrovillas, Fregenal de la Sierra, e incluso se proclamaron cantones de perfil socialista en Medina de las Torres que pretendían enmendar el modelo de propiedad liberal de la tierra. En estas fechas hay documentada la presencia de agentes de la AIT -Asociación Internacional de Trabajadores- en pueblos de Extremadura: Acehuchal, Calzadilla, Fuente del Maestre, Burguillos del Cerro, Jerez de los Caballeros o Guijo de Granadilla, entre otros. También se produjeron insurrecciones obreras que pusieron contra las cuerdas al ejecutivo, como la de Alcoy. El 12 de julio se proclamó el cantón de Cartagena, el más fuerte y duradero que se levantó contra la República para exigirle, desde abajo y sin previa negociación política, la instauración de un modelo federal ideológicamente “intransigente”. La ciudad era un fortín inexpugnable por su condición geográfica y su sistema defensivo. A ello hay que sumarle que contó con la protección de la marina, sublevada también en la plaza, y con un ejército de seis mil hombres llamados a quintas. Esto explica que resistieran hasta el 12 de enero de 1874, pensando quizá que tenían más oportunidades de sobrevivir en Cartagena que en Cuba.[13]

El gobierno de Pi tuvo que hacer frente a las revueltas cantonales a la par que buscaba acuerdos parlamentarios amplios con diferentes sensibilidades del republicanismo y el reconocimiento internacional que se le negaba a la Republica española. Asimismo, la guerra carlista se había recrudecido. Los carlistas, que habían conseguido movilizar un ejército de setenta mil hombres armados, formaron un pseudo estado con la capital en Estella, controlaban amplios territorios de Cataluña y Aragón, tenían cercado Bilbao, estaban en las proximidades de Barcelona y dominaban las zonas rurales de País Vasco y Navarra.

El 17 de julio, apenas cinco días después de la sublevación del cantón de Cartagena, Pi y Margall presentó un proyecto de constitución federal que fue rechazado en cortes. El mismo día presentó su dimisión. El Gobierno fue asumido por los sectores republicanos conservadores que consideraban que la tarea primordial para consolidar la República era acabar con las guerras y las revueltas y establecer un Gobierno de orden que garantizara el cumplimiento de las leyes. Los republicanos intransigentes, como respuesta, extendieron las revueltas cantonales por Andalucía, Valencia y Murcia, logrando escaso éxito en las zonas cercanas a las áreas de influencia carlistas.

Entonces Salmerón, perteneciente a las corrientes conservadoras del republicanismo, se convirtió en el tercer presidente de la República con un programa para fortalecer el poder ejecutivo y hacer llegar el control del Estado a todo el territorio. Para ello se valió de una intensa represión política y se apoyó en generales monárquicos con el objetivo de atajar las revueltas cantonales: Pavía en Andalucía y Martínez Campos en Valencia. Éstos consiguieron rendir a los cantones, a excepción del de Cartagena, con un uso indiscriminado de la violencia. En el verano de 1873, los alfonsinos alcanzaron mayor visibilidad y se presentaron ante la opinión pública como la única alternativa posible de orden. El 7 de septiembre de aquel año, Salmerón presentó su dimisión alegando la negativa a firmar las condenas a muerte de los militares sublevados en el cantón, gesto que forma parte de la memoria democrática y humanitaria, si bien ha sido matizado por la historiografía, que ha puesto el foco en la tolerancia que tuvo durante las semanas de mandato con la represión de los cantones.

Le sustituyó en la presidencia de la República Emilio Castelar, cuya primera medida fue la suspensión de las Cortes. Castelar fue, por tanto, presidente de una república autoritaria y gobernó con medidas propias de un régimen dictatorial. Suspendió las garantías constitucionales y se apoyó en militares y políticos monárquicos para llevar a cabo su programa de orden.  Durante su mandato, Castelar continuó con los llamamientos a quintas -y con los impuestos al consumo que permitían la obtención de recursos económicos para la movilización militar- apoyándose en la Liga Nacional de Hacendados, que tenían intereses esclavistas en Cuba y Puerto Rico. También se valió de generales monárquicos para extender la autoridad del Estado, llegó a acuerdos con la Iglesia católica buscando reconocimiento internacional y garantizó el respeto a la propiedad privada. Castelar aprovechó la suspensión de control parlamentario para intentar consolidar un modelo republicano turnista apoyado sobre dos únicos partidos. El día 2 de enero, cuando se abrieron nuevamente las cortes, se evidenció el rechazo generalizado de la cámara a su etapa ejecutiva. Castelar presentó su dimisión e inmediatamente el general Pavía dio un golpe de Estado apoyado por los sectores conservadores que temían que la República volviera a caer bajo el control de federalistas e intransigentes. El lobby esclavista participó activamente en la organización y ejecución de este golpe.

Sin embargo, el régimen republicano subsistió durante un año más, hasta el pronunciamiento monárquico del general Martínez Campos el 29 de diciembre de 1874. En este período, conocido como República unitaria, se retomó la Constitución de 1869, salvo en aquellos puntos relativos a la forma monárquicas de gobierno y, con el liderazgo del general Serrano y de Sagasta, se pusieron las bases de un régimen moderado de participación política restringida como el que se estaba desarrollando en la III República francesa. Se llevó a cabo una política de reemplazos en el alto funcionariado y en los cargos intermedios del Estado, produciéndose un control de la administración por parte de los monárquicos que anticipó el cambio de sistema de gobierno. Incluso se repuso la estatua de Felipe III en la Plaza Mayor de Madrid. Los republicanos, derrotados en los cantones y agotados en términos de movilización social, vieron limitados sus libertades políticas en contraste con los alfonsinos, cuya organización fue tolerada. Durante esta etapa, la República española recibió el tan ansiado reconocimiento internacional. Vaciada de perfil político y desgastada ideológicamente por dos años de guerras y de expectativas nunca satisfechas, fue sustituida a fines del año 1874 por la monarquía mediante un pronunciamiento militar.

 

Conclusiones

A lo largo de estas páginas hemos hecho un breve recorrido diacrónico por las vicisitudes que atravesó la I República española, poniendo el foco en aquellos tópicos historiográficos que lastran un conocimiento desapasionado sobre el período. Desde su proclamación el 11 de febrero de 1873, la República sufrió una crisis de legitimidad, incapaz de contener las diversas expectativas abiertas por la experiencia revolucionaria. Los gobiernos se vieron desbordados por las reivindicaciones de las juntas, las partidas armadas de voluntarios y los cantones, que exigieron transformaciones políticas y sociales más rápidas y profundas. Estos acontecimientos no sólo se produjeron en la capital o en horizontes urbanos. En Extremadura, la conflictividad social, sobre todo la relativa a la cuestión agraria, provocó motines y revueltas que condicionaron el quehacer político en el ámbito estatal.

Pese a los usos públicos llevados a cabo durante la restauración, la dictadura franquista y la transición, que relacionaban la república con la inestabilidad política, el desorden o la izquierda revolucionaria, lo cierto es que la mayoría de gobiernos que tuvo este régimen fueron conservadores y autoritarios. Los federales de Pi y Margall, la facción de centro-izquierda, apenas tuvo el poder durante dos meses, entre junio y julio de 1873. Las revueltas sociales y el cantonalismo no fueron movimientos del régimen republicano, sino que pretendían derrocarlo para desarrollar el programa revolucionario. Los gobiernos republicanos las combatieron valiéndose de todas las herramientas represivas a su disposición.

La inestabilidad gubernamental se explica por la división interna de los republicanos, la ineficacia del Estado y la lentitud a la hora de desplegar las medidas que habían justificado su implantación. Pero, sobre todo, la República se vio lastrada por la guerra carlista y la guerra colonial en Cuba, por las conspiraciones monárquicas y del lobby esclavista y por los pronunciamientos militares que acabaron con ella. La democratización en la práctica no se acompañó de la institucionalización de una democracia funcional. La escisión entre las autoridades políticas y la movilización popular lastraron un sistema de gobierno que no pudo hacer frente al horizonte de expectativas que había generado. En cualquier caso, como se ha apuntado, convendría tener en cuenta, a la hora de valorar el orden o la inestabilidad de los regímenes políticos, la libertad de expresión y asociación que propiciaron, ya que en no pocas ocasiones los períodos de “orden” se dieron cuando las diversas ideologías y movimientos políticos no encontraron cauces de expresión ni de legalidad.

Pese al fracaso institucional, la I República -y el Sexenio Revolucionario- fueron el principal proyecto modernizador y democratizador de España en el siglo XIX. La República fue el primer régimen de la historia instaurado por una votación parlamentaria. Durante esta etapa, se produjeron avances políticos fundamentales y se experimentaron medidas democratizadoras. Se configuraron los partidos políticos de masas y proliferaron espacios de sociabilidad política imprescindibles para las culturas políticas modernas: casinos, ateneos, asociaciones, bibliotecas populares, mítines, etc.

 

 

 

 

 

 

[1] Entre las obras publicadas con motivo del 150 aniversario de la Primera República, caben destacar: Peyrou, Florencia, La Primera República. Auge y destrucción de una experiencia democratizadora, Madrid, Akal, 2023 y Suárez Cortina, Manuel (ed.), La Federal. La Primera República española, Madrid, Sílex, 2023.

[2] Es la línea argumental que sostienen libros recientes, como Vilches, Jorge, La Primera República Española (1873-1874). De la utopía al caos, Madrid, Espasa. 2023.

[3] Cfr. la cuestión social en el campo extremeño en Sánchez Marroyo, Fernando, Movimientos populares y Reforma Agraria. Tensiones sociales en el campo extremeño durante el sexenio democrático, 1868-1873, Badajoz, Diputación de Badajoz, 1992.

[4] Cfr. un acercamiento a la historiografía extremeña Rina Simón, César, “Historiografía sobre el republicanismo en Extremadura. Ausencias, presencias y caminos transitables”, en Berjoan, Nicolas, Higueras Castañeda, Eduardo y Sánchez Collantes, Sergio (eds.), El republicanismo en el espacio ibérico contemporáneo, Madrid, Casa de Velázquez, 2021, pp. 101-106.

[5] Cfr. Orobon, Marie-Angèle, Campos Pérez, Lara, Sánchez Collantes, Sergio y Mira Abad, Alicia (coords.), Diccionario simbólico del republicanismo histórico español (siglos XIX-XX), Granada, Comares, 2024.

[6] Así, para Marcelino Menéndez Pelayo, en las páginas de Historia de los Heterodoxos españoles, publicada en 1882, se refería a la I República en los siguientes términos: “Eran tiempos de desolación apocalíptica; cada ciudad se constituía en cantón; la guerra civil crecía con intensidad enrome; en las Provincias Vascongadas y en Navarra apenas tenían los liberales un palmo de tierra fuera de las ciudades; Andalucía y Cataluña estaban, de hecho, en anárquica independencia; los federales de Málaga se destrozaban entre sí, dándose batalla en las calles, a guisa de banderizos de la Edad Media; en Barcelona el ejército, indisciplinado y beodo, profanaban los templos con horribles orgías; los insurrectos de Cartagena enarbolaban bandera turca y comenzaban a ejercer la piratería por los puertos indefensos del Mediterráneo; dondequiera surgían reyezuelos de taifas, al modo de los que se repartieron los despojos del agonizante imperio cordobés; y entretanto, la Iglesia española proseguía su calvario.”

[7] Cfr. una panorámica general del proceso en Pérez Garzón, Juan Sisinio, “El Sexenio Democrático, 1868-1874”, en Blanca Buldain Jaca (coord.), Historia contemporánea de España, 1808-1923, Madrid, Akal, 2011, pp. 273-389. Para el caso extremeño, cfr. Merinero Martín, María Jesús, “Extremadura durante el Sexenio Democrático (1868-1874), en García Pérez, Juan, Sánchez Marroyo, Fernando y Merinero Martín, María Jesús, Historia de Extremadura. IV. Los tiempos actuales, Badajoz, Universitas, 1985, pp. 883-912; España Fuentes, Rafael, El Sexenio Revolucionario en la Baja Extremadura, 2 vols, Badajoz, Diputación de Badajoz, 2000.

[8] Buena muestra sería la colección de láminas pornográficas y textos satíricos elaborados por los hermanos Bécquer -aunque hay dudas respecto a esta atribución- bajo el pseudónimo de SEM. Cfr. SEM, Los borbones en pelota, edición y estudio introductorio de Isabel Burdiel, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2012.

[9] Análisis de estos lobbies en Piqueras Arenas, José Antonio, La revolución democrática (1868-1874). Cuestión social, colonialismo y grupos de presión, Madrid, Ministerio de Trabajo, 1992.

[10] Expresada en estos términos: “Dos años largos ha que ciño la corona de España y la España vive en constante lucha, viendo cada día más lejana la era de paz y de ventura que tan ardientemente anhelo. Si fuesen extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación son españoles, todos invocan el dulce nombre de la Patria, todos pelean (…); y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tanta y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible atinar cuál es la verdadera y más imposible todavía hallar el remedio para tantos males”. Más textos en Fuente Monge, Gregorio de la y Serrano García, Rafael (eds.), La Revolución Gloriosa: un ensayo de regeneración nacional (1868-1874). Antología de textos, Madrid, Biblioteca Nueva, 2005.

[11] Gaceta de Madrid, núm. 123, 3 de mayo de 1873.

[12] Cfr. Hennesssy, Charles Alistair Michael, La República Federal en España. Pi y Margall y el movimiento republicano federal, 1868-1874, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2010, original de 1962.

[13] Cfr. Moisand, Jeanne, Federación o muerte. Los mundos posibles del Cantón de Cartagena (1873), Madrid, Los Libros de Catarata, 2023.

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