Marcela Martín Jiménez.
Cuando una persona ha formado parte de la vida de otra, puede proporcionarnos una serie de datos, (recuerdos) que servirán para poder conocer mejor su vida sobre todo cuando esa vida tenía un cierto renombre y reconocimientos en la sociedad, tiene gran importancia, que te digan como era la convivencia diaria, el día a día que forja a la persona y hace historia.
Este ha sido mi caso, sencillo, humilde pero entrañable, esa persona con la que conviví era mi padre, Tomás Martín Gil, un hombre que destacó en su época por erudito, científico, investigador, en resumen polifacético y humanista, y sobre él quiero hablaros, es decir quiero desnudar nuestras intimidades para unirlas a lo que ya se ha dicho y escrito de él, se que esto ayudará a quien quiera conocerlo.
Éramos siete hijos y yo era la número cinco. Sufrí brutalmente el hecho de su muerte pero tuve la suerte de vivir muy cerca de él y de mi madre sus últimos días de vida en los que llegaron las confidencias, las quejas por no habernos colocado o ayudado en nuestros estudios y sufría viendo que ya no podía dar marcha atrás a lo ya inevitable. Dentro de mi juventud me negaba a la evidencia y le animaba para que cuando se levantara de la cama le pusiera remedio a todo aquello, triste y abatido confesaba sus errores, en cuanto a sus hijos y esposa.
Recibía visitas de escritores, historiadores y amigos y hablaba hasta que le faltaban las fuerzas, porque él ante todo era profesor de muchos, orientador y a veces hasta le oí regañar a un “señor” que se atrevía a escribir algo que no era como lo planteaba y cariñosamente mi padre le decía, no sea usted bruto y le daba toda clase de explicaciones para que llegara a caer en la cuenta que no debía firmar una obra si no comprobaba debidamente que era tal y como lo había plasmado en ella.
Hubo bastantes visitas y fui testigo anónimo de lo que cada uno le preguntaba para que antes de irse pudiera ayudarles. Como era un caballero nunca comentó nada de ello, pero yo estaba junto a la habitación por si necesitaba algo y escuchaba aunque no quisiera, al mismo tiempo que aprendía aunque para mi eran cosas demasiado importantes y a veces no entendía bien aquello, pero si fui tomando conciencia de la clase de padre que teníamos. Al quedarse sólo, pasaba para leerle la prensa con el fin de que descansara, no quería que se fatigase más de lo que ya se había cansado, el caso es que tenía deseos de preguntarle cosas de las que había escuchado pero me callaba, no quería que gastase más energías, lo miraba y llegué a la conclusión porque me daba bastante tiempo para meditar y pensar en todas las cosas y creo que nuestro ritmo de vida seguía porque nos fortalecíamos al tomar como ejemplo la paz de mi padre dentro de sus preocupaciones lógicas de la enfermedad y es que él iba siempre con la vida por delante, lo que nos enseñaba él lo hacía, así que teníamos un gran maestro.
Mi padre al escribir pintaba, componía un magnífico cuadro lleno de matices. Era en realidad un cazador de paisajes y un pintor literario de horizontes.
El pintaba cuadros, pero tuvo que dejarlo porque tenía un problema con los colores. Cuando tuvo ocasión cogió una cámara fotográfica y se dedicó a plasmar todo lo que era digno de estudio. En su época tenía la mejor fototeca extremeña hoy muy valiosa porque hay cosas que ya no existen y gracias a él, Extremadura las conserva para su estudio al mismo tiempo pueden llegar a cualquier parte de España.
Sombras chinescas, Teatro y Cine caseros.
Algo que desconocíamos de mi padre era su carácter alegre y afectuoso y es que eran poquísimas veces las que nos dedicaba su tiempo para distraernos. En ocasiones no se podía salir a la calle a jugar y era entonces cuando nos entretenía. Nos hacía sombras chinescas con las manos, representaba animales, como la cabeza de un perro y él producía un ruido parecido al ladrido; cuando era una paloma o pajarillo, piaba y nos embelesaba porque movía las alas, parecía que volaba.
Había por aquella misma época, cuando éramos pequeños unos teatritos de cartón muy decorados, tenían hasta decorados diferentes para poner según las escenas que quería representar. Los actores llevaban una tira de cartón con la que se ayudaba mi padre, moviendo las figuras para darle más realidad, se metían por los laterales logrando un buen efecto, para nosotros aquello era muy especial.
Pasado un poco de tiempo llegó otro tipo de distracción . Mi padre nos hizo un cine con una caja de zapatos, ya aquello nos encantó, siendo algo nuevo y divertido.
¿Todo esto qué significaba?, sencillamente, que se ocupaba de nosotros cuando podía, que era tierno delicado y alegre. Con tantas ocupaciones cuando estudiaba algo interesante o escribía cosas que había descubierto nosotros que no sabíamos lo importante que era, nos quejábamos y volvíamos a verlo serio y le guardábamos un gran respeto, era esto para nosotros lo más común y corriente.
¡ Días de campo …!
Mi padre era muy dado a pasear por el campo y a veces nos llevaba a alguno de nosotros. Siempre iba buscando plantas, minerales, y todo tipo de animales para su posterior estudio. Al llegar a casa al lado del nombre común les ponía el científico y detallaba los lugares de los que procedían y la fecha en la que lo cogía.
Me gustaban mucho las flores campestres y un día en que iba yo con él me agaché junto a un corro de margaritas y cogía las más iguales y me las colocaba en las trenzas. Mi padre me hizo una foto que es ésta que ilustra el trabajo y yo ni me enteré hasta que la vi, la verdad es que me gustó. Pocas veces posábamos para que nos hiciera fotografías, casi siempre era cuando no nos dábamos cuenta de ello, él quería que fuéramos naturales.
Los días más bonitos de ir al campo, eran los del corderito del Sábado de Pascua y esto lo cuenta mi padre en un motivo extremeño – Trébol pá los borregos – Lo del cordero en Cáceres como costumbre se pierde en la lejanía de los tiempos dice mi padre en que los borregos han sido de los animales domésticos mas antiguos, él hace referencia a la Biblia y nos recuerda que se alude a ellos desde los primeros capítulos del Génesis 4,2b ….Abel era pastor de ovejas. En Gn, 13, 5ª También Lot, que acompañaba a Abraham, poseía ovejas…. En Gn, 22, 13 Abraham levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en los matorrales. Abraham se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo. Isaías 53,7. Fue llevado cómo un cordero al matadero. Esto preconizaba lo que ocurriría en el Nuevo Testamento. Lucas nos cuenta en el capítulo 2, 8-20 (como los pastores son los primeros en adorar al Niño Jesús y le llevaban corderitos como ofrenda. Juan 1,29b, mirad el cordero de Dios. También tenemos lo que nos dice Juan 10,11ª, Yo soy el buen pastor. Y como algo final Mt 18,12, La oveja descarriada…. ¿No deja las noventa y nueve para ir a buscar la extraviada?.
El mercado se instala el Viernes por la tarde, en el que innumerables pastores traen a vender las crías de las ovejas y ponen sus apartados con redes de cuerda o con cancillas de madera para encerrar el ganado y cada uno provisto de su romana para pesarlos y con los cartones de fielato debidamente cumplimentados.
Los niños al recibir su borreguito con cara resplandeciente de contento. ¡Oh minuto venturoso ¡. Con el borreguito en brazos sueñan delicias. El padre al comprarlo paga…, y se hace estas reflexiones: “¡Todos fuimos niños! Además, ¿Hay algún juguete más barato?”
No existía ningún padre tan duro de corazón y cerrado de bolsa que se haga el tonto, y deje a sus críos sin corderito. No conozco a tal. Voy a relatar un sucedido que viene a caso. Se trata de una familia numerosa de siete hijos, la niña más pequeña de cinco años. El hijo mayor de veintidós y ya gana su jornal. Pero el gasto de la casa es proporcionado y nadie en ella había pensado en adquirir el borrego pascual. La pequeña tendría que contentarse con los de sus amiguitas. Por eso cuando ella preguntaba a su madre y hermana si le traerían un borrego le decía una:
– ¡Papá lo traerá!
La otra le afirmaba:
– Hermano, hermano!: pídeselo a él.
Y así llegó el Sábado Santo y la chiquilla comprendió el juego.
– Si -decía- ni mi papá ni mi hermano.
El padre, por fin comprende, y decide un esfuerzo. Compra una corderita blanca y la lleva a casa. La niña recibe la mayor alegría.
De regreso a la hora de comer, al volver del trabajo, el hijo mayor venía pensando en su hermanita. ¿Y si hiciera un esfuerzo, se dijo, y llevara a casa una sorpresa? Y, cómo lo pensó, lo hizo. Con lo cual, los dos esfuerzos se convirtieron en la corderita blanca y en un hermoso borreguito negro. La niña saltaba de contenta, sus hermanos le preparaban los madroños y las alforjas para engalanarlos y salir a campo por la tarde. Se avisó a la vendedora de “trébol” y como se le compró doble ración quedó también contenta y hasta su pregón era más alegre ¡Trébol pá los borregos!
Hasta aquí es lo que mi padre escribió.
Cuando pasaban unos días los borregos eran llevados a la majada del Sr. Marugán un pastor que tenía veinticuatro hijos. El pastor los llevaba a pastar y así engordaban, porque esos corderitos eran los que servían para hacer el frite extremeño ce cordero para el día de la Patrona de Cáceres Nuestra Señora de la Montaña. Jamás podré olvidar aquellos días tan entrañables donde disfrutábamos con nuestros padres de esas costumbres ancestrales que nos unían que era algo que nos ayudaba a conocernos un poco mejor y de ahí ya fui intuyendo lo maravillosos que eran.
Existen bastantes fotografías de borregos, hechas por mi padre así ahora podemos verlas.
Hay otro tema sobre el que me gustaría hablar y es que por esas fechas de los festejos con los borregos le regalaron a mi padre un carnero, grande y dotado de buena cornamenta, a los chicos nos daba miedo y lo regaló a Cruz Roja de Cáceres, para que lo rifaran y sacaran algo para la ayuda a dicha entidad. Venían a casa a por el carnero, lo adornaban con una cinta y llevaban papeletas para vender. Cuando lo traían por la noche hasta que se rifó venían los jóvenes de Cruz Roja agotados pues lo paseaban por todo Cáceres fuertemente atado, también el carnero venía cansado y con hambre de trébol que le teníamos preparado.
A comer todos al Rodeo…
No puedo ahora mismo decir que salidas al campo me gustaban más, aunque si puedo recordar que era porque venía mi padre con nosotros y eso ha quedado reflejado en tantas fotografías hechas por él.
En ocasiones a eso de las doce de la mañana íbamos al Rodeo, mi madre, mis hermanos, las chicas y yo, para comer allí y pasar la tarde. Las chicas llevaban un cesto grande, con platos, cubiertos, comida, pan y todo lo tapaba un mantel que al llegar a un lugar sombreado se extendía en el suelo y se colocaba todo mientras los niños correteábamos de un lado para otro hasta ver llegar a mi padre cargado con el postre que en ocasiones eran “alconfroncios,” así llamaba él a los pasteles, aunque generalmente lo que llevaba era fruta. Nunca olvidaba su cámara fotográfica, ni su bastón.
Nos hacían un columpio con unas sogas y extendían también una manta de cuadros en el suelo para el que quisiera dormir la siesta.
No se les olvidaba llevar un cántaro de agua de esos de barro de los que vendían en el Camino Llano, (de Arroyo de la Luz) y el agua se mantenía fresca y muy apetecible aunque el agua de Cáceres era ferruginosa se notaba, pero entones ni nos enterábamos por estar acostumbrados a ella.
Cuando las ovejas estaban en la majada del Sr. Marugán, cada tarde íbamos a llevarles las sobras de las comidas y los niños solíamos acompañar a los mayores porque allí cerca había hornos de cal y decían que aquello era bueno para la tos y curar la tos ferina al recibir el humillo que aquello producía.
Paz y tranquilidad…
Un día se marchó mi padre a un olivarcillo que teníamos en la falda de la Montaña. En ocasiones cogía sus cosas de trabajo y una frugal comida y se iba a pasar allí el día, ese día en cuestión fue distinto a los demás. Llegó y como era buena caminata la que había hasta llegar, se sentó frente a la casa, y poco a poco colocó lo que llevaba y sacó la llave de la puerta para abrir. Al levantar la vista vio con asombro que la puerta estaba entreabierta, y hasta escuchó unos ruidos y entonces se acercó y preguntó:
– ¿Quién anda ahí? –
Nadie le contestó, pero se fue abriendo la puerta y allí estaba un hombretón que solo verlo infundía temor. Estaba con un saco en una mano y en la otra un objeto, así que mi padre que se dio cuenta de lo que ocurría le dijo:
– Por favor deje esas cosas ahí.
El hombre obedeció y se marchó sin articular palabra. Mi padre tuvo el valor de quedarse y trabajar y lo único que hizo fue marcharse un poco más pronto para que no le anocheciera en el camino cosa que otros días no le importaba.
Tanto la ida como la vuelta era parte de su itinerario San Francisco, la Huerta del Conde, El Marco y los lagares de aceite y luego ya caminos solitarios pasando por alguna finca como ocurría con nuestro olivar que era camino para atrochar e ir a otros lugares.
Cuando llegó a casa y nos lo contó a los chicos nos dio miedo y mi madre y los mayores le acosaban a preguntas del porqué no se había venido enseguida y dado cuenta a la Guardia Civil. No podía venirme porque en la soledad de aquellos parajes podía esperarme y enseguida pensaría que iba a denunciarlo pero si veía que me quedaba era porque no pensaba nada malo contra él. Después de pasados unos días llegamos a saber que se había quedado por allí y que al irse mi padre volvió a por todo lo que pudo cargar.
Cuándo íbamos todos al olivar, íbamos en fila india porque había tramos en el camino que eran muy estrechos en ocasiones.
En la foto que va del olivar, se ve a bastantes personas entre ellas a D. Miguel Ángel Ortí Belmonte, el que fuera Director del Museo provincial de Cáceres, su familia, la nuestra, amigos, todos apiñados a la puerta de la casa del olivar. Está mi padre diciéndole a mi hermano mayor como tenia que hacer la foto. Lleva sombrero con ala ancha, supongo que era de paja y luce amplia sonrisa. Es en una de las poquísimas en las que sale él. En la otra foto del mismo día, también del olivar estamos jugando al corro, por cierto formamos dos para que quedasen dentro los más pequeños. Al fondo está el pozo de muy ancho brocal y algunos olivos. Pendientes de la foto nos debimos de parar para mirar a la cámara, en algunas de las ropas, se aprecia un cierto movimiento y las figuras se ven claramente en los distintos planos en los que se encuentran no es lo que yo llamaría foto plana.
El olivar era un sitio muy adecuado para coger flores silvestres, madreselvas que tenían un perfume embriagador. Los cardos verdes con su flor morada de finísimos filamentos resultaba una planta ornamental muy bonita para embellecer algún lugar sobrio, como un salón o un despacho.
No siempre pero en el olivar recogíamos espárragos verdes, mi padre me enseñó a encontrarlos, yo descubría pronto las esparragueras, pero no los espárragos. Luego éramos felices comiéndonos él y yo nuestra tortillita, que nos hacía mi madre.
De nuevo es el campo, pero esta vez más lejos, un lugar por completo distinto, íbamos a la finca de un amigo de mi padre, andando. Subíamos por el Paseo de Cánovas, para coger la carretera de Salamanca donde al llegar a cierto kilómetro nos adentrábamos a través de un caminito en el campo par llegar a la finca del Sr. Guillermo Pérez, amigo suyo desde muy jóvenes. Este Señor era de Casar de Cáceres. Mi hermano y yo llegábamos cansados pero no como para quedarnos sentados sino que dábamos vueltas por los sembrados, veíamos los animales y nos regalaban huevos recién puestos por las gallinas que como comían hierba las yemas eran muy amarillitas.
Cuando llegaba la hora de comer nos acercábamos a la gran cocina de leña en el suelo, cuando aún humeaba el caldero ya colocado en la mesa, una mesa tocinera, de las matanzas nos colocábamos todos alrededor y yo vi que no nos ponían plato, solo nos daban una cuchara y una navaja, me quedé asombrada y más cuando veía que todos metían la cuchara y comían, al principio, no me atrevía, pero luego, no había quién me parara. Se trataba de un cocido, pero no un simple cocido, sino un real cocido, digno de las mesas más exquisitas. Mi hermano y yo nos pusimos morados, ahora cada vez que lo pienso, siento vergüenza. Claro que bien sabían ellos que no teníamos comida en Cáceres. Aún creo sentir el aroma de aquello como si fuera ahora. Al regreso de nuestra excursión, al principio todo fue más o menos normal pero llegó u momento que tanto mi hermano como yo sembramos todo el campo de garbanzos. Yo que iba toda contenta porque me había parecido todo aquello un poema al que no faltó lo idílico del campo con sus ruidos característicos y como la felicidad no es completa acabé cansada y muy contrariada al no haber sabido parar a tiempo. Después pasado el tiempo comprendí que no era porque comiera mucho sino por la cantidad de grasa que tenían tanto el tocino como el chorizo, las morcillas y todo lo demás.
De los huevos que llevábamos mi madre nos daba uno a cada uno para que nos lo tomáramos batidos a punto de nieve con azúcar y añadiéndole la yema estaba riquísimo.
Buscador de paisajes…
A mi padre le gustaba mucho pintar y salía en busca de una mañana empezando a alborear, o un mediodía radiante de sol, o un atardecer de esos que no se olvidan, cuyos lienzos colgados, guardan para siempre ese momento sublime, pudiendo contemplarlos por propios y extraños. En medio de su entusiasmo por pintar llegó a enterarse que los colores los confundía; al final acabó arrinconando la paleta y la caja de pinturas y desde entonces se convirtió en cazador de paisajes que guardaba en su imaginación para luego describirlo dentro de una maravillosa sencillez no exenta de datos pormenorizados que invitaban a soñar con lo que él describía con la pluma. A mi me gustaba aquella forma porque pensaba que al explicarlo él a mi me decía más de lo que suponía ver un cuadro si no se logra dar con la idea que el artista pretendía transmitirnos. Todo esto me llevó a querer plasmar en el papel la impresión que me causaban las cosas, imitando a mi padre. Si salíamos al campo me llenaba la vista y el oido de todo lo que me rodeaba y aprendía a captar el trino de los pájaros, los mil y un encanto de esos ruidos como el ladrido de un perro en la lejanía que resultaba bucólico y me decía, esto, el cuadro no me lo da. Al llegar al campo me gustaba recrearme en ver el cielo tan azul los pequeños cúmulos de nubes blancas que se paseaban por el cielo uniéndose unas veces y otras separándose, pero eso si, siempre haciendo bonitos dibujos y los tonos de luz que recibían les hacía algo inimitable e incluso a veces difícil de explicar, por lo que me detenía como hacía mi padre en su contemplación, veías la belleza y el alma se estremecía espiritualmente al saberlo obra de Dios.
Me gustaba tendida sobre la hierba mirar el cielo del atardecer cuando en medio de su azul cada vez menos intenso aparecía un color rosado tras una montaña y mi padre decía, espera un poco y esa montaña verde se volverá azul oscuro o tras una alameda que se hacía rojizo con la puesta de sol.
Mi amor por nuestra tierra, Extremadura, nuestro cielo, se que nació no solo por ver como lo hacían mis padres, sino porque lo heredé de ellos.
Otra cosa bonita de Extremadura para mi, son sus distintas tonalidades de verdes, puedes a través de distintos lugares encontrar el verde brillante y maravilloso, el verde pino, el de la encina distinto y ceniciento diría yo del alcornoque hasta llegar hasta las praderas teniendo como contrapartida las tierras secas y áridas pero no por ello exentas de un cierto atractivo según el paisaje donde se extienden.
Estas cosas nos pueden llevar a conocer un poco más a Tomás Martín Gil por testimonios personalizados de quienes vivíamos a su lado y que lo era todo para nosotros.
Llegó un momento que cambió su forma de recoger datos fue haciendo fotografías para lo que estaba muy bien dotado, llevándolo a crear una fototeca de las más importantes de su época y ahora de gran valor por todo lo que encierra en ella. Fue Medalla de Oro de fotografía en la Exposición Iberoamericana en Sevilla en el año 1929.
A lo largo de esta Comunicación estoy todo el tiempo haciendo alusión de sus fotografías y ahora seguiré explicando algunas de ellas. Por este hecho también nos podemos dar cuenta de cómo nos hace presente en la actualidad y nosotros vemos como éramos esa parte importante de sus vidas.
Le gustaba hacernos fotos vestidas de campuza o de refajo. Siendo yo pequeña me llevaba en brazos la chica y yo estaba tan ufana con mi traje regional que nos hizo una fotografía en la Plaza Mayor de Cáceres y nos acompañaba mi hermano Luis, un niño guapo y mofletudo.
Hay una fotografía de mi hermana la mayor, Teresa, con el refajo de Torrejoncillo, delantal de terciopelo con bordados de lentejuelas y abalorios, jubón con puntillas y la tela con dibujos azules, pañoleta de tul blanca con puntillas, pañuelo a la cabeza adornada de pendientes, gargantilla que completan el traje llevando medias blancas de punto y zapatos negros. Lleva en la mano derecha y cogida debajo del brazo una fuente decorada extremeña y en la otra mano una jarra como la fuente.
El día de San Blas íbamos a la ermita del Santo a comprar la típica rosca de pan para lo que nos ponían el traje regional ese día con mantón de manila y otro de mis hermanos vestido de Pierrot
Ya llegados los Carnavales abundaban los disfraces o el traje regional.
Exámenes de ingreso al Bachillerato, en el Centro de Estudios Paideuterion de Cáceres.
Los datos que figuran en mi Libro de Calificación Escolar son los siguientes:
Ministerio de Educación Nacional – Enseñanza Media.
Distrito Universitario de Salamanca.
Instituto de Cáceres.
Este libro de Calificación Escolar fue expedido en 3 de Octubre de 1940.
Debajo lleva el sello del Instituto de Cáceres, con el V.º B.º, El Director firmado Abilio R. Rosillo. Así mismo la firma del Secretario ilegible.
Hechas las diligencias necesarias me firman en el Centro de Enseñanza de Cáceres que en la convocatoria de Octubre he tenido la calificación de Apto. Lo firman el Director José Bueno Paz, y el Secretario ilegible, del Centro de Estudios Paideuterion.
En aquellas fechas el Ministro de Educación Nacional era D. José Ibáñez Martínez.
Con fecha 3 de junio de 1944 en la Diligencia en el cuarto curso el Vº Bº El Director, está firmado por mi padre.
En 6º Curso la Clase de Matemáticas también me la firma mi padre, el 27 de Mayo de 1946.
Ahora es cuando quiero contar como fue en parte mi examen de Ingreso. Ya sabemos que fue en 1940, en el mes de Junio y el día exacto no lo se. Sin embargo recuerdo que estábamos en un Aula concreta y en ella sentada en un pupitre cercano a la mesa que presidía el Sr. Director y distintos profesores. Cuando escuchaba preguntas que me las sabía todo me parecía fácil, pero si alguna era desconocida, no temblaba pero me faltaba poco. Aún no he mencionado que uno de lo9s examinadores en el tribunal, era mi padre, le miraba esperando una sonrisa al cruzarse nuestras miradas pero se congelaba lo que en mi solo era un simple esbozo, porque él serio, demasiado serio para mi gusto, daba como a entender que no debía que no debía hacer resaltar ante los demás compañeros, tanto suyos como míos que éramos padre e hija. Cuando llegó el momento de mi examen oral, él, mi padre, se levantó y salió del Aula y se sentó otro profesor, D. Juan Gil para examinarme a mi de Elementos de Ciencias Naturales, me quedé atónita y temblorosa, me acerqué a aquel señor que me causó en un principio un gran respeto y mientras yo daba vueltas a mi cabeza sobre todo aquello, una voz agradable y bien timbrada empezó a preguntarme cosas y yo fui respondiendo al mismo tiempo que me iba serenando. Lo último que me preguntó fue:
– Dime como se llama el género de tela que tiene pelitos.
– Yo le pregunté, ¿Cómo esta chaqueta que llevo?
– Si, claro -le contesto enseguida- terciopelo
Llevaba una chaquetita corta de terciopelo verde que era muy bonita, ya que aquel día debía ir bien puesta para quedar en muy buen lugar a mi padre. Me mandó sentar y se abrió la puerta entró mi padre y se marchó aquel señor, entonces comprendí el porqué de todo aquello, mi padre no podía consentir que pensaran que me aprobaba porque era su hija.
Final de la Comunicación.
Para acabar con lo que les he contado de nuestra intimidad familiar, yo diría que eso ha sido lo que se ve, lo que otros en aquellos momentos pudieron ver, pero es que hay algo maravilloso y recóndito que abarca el tema espiritual.
En primer lugar fuimos siete hijos los que les vivimos, jamás se escuchó en boca de ninguno de mis padres queja alguna por ser bastantes, éramos familia numerosa y tenían que criarnos, educarnos y darnos unos pequeños estudios al menos. Cuando todo iba encauzado se muere mi padre, de ahí sus penas y tristezas porque le dolía en el alma nuestro futuro desamparo al morir él, de eso bien puedo dar fe como digo al principio. Pero lo más importante es que se preocupó de nuestro tesoro más principal, hacernos llegar el Amor de Dios, a los hermanos, y a saber perdonar como así tuvimos que hacer nada mas morirse él. Nos enseñó a compartir, nos decía que si teníamos poco pero que era mas que otros, con ellos deberíamos compartir. El ejemplo que voy a poner creo que ilustrará este texto. En la Nochebuena se le llevaba a una familia de pocos recursos, la misma cena que teníamos nosotros, se hacía todo doble y luego para llevarlo íbamos los niños con las chicas de casa para conocer a esa familia que generalmente nos recibían con agrado y digo generalmente porque en ocasiones les daba apuros pero siempre nos atendían con agradecimiento y ellos captaban cuando aquello se hacía con afecto y respeto, en una palabra, cuando realmente era de verdad, no por cumplir. Estas cosas fueron lecciones inolvidables que nosotros estamos trasmitiendo a nuestros hijos. Quiso que fuéramos personas de bien y él nos ha ayudado a serlo.
Su riqueza espiritual era tal que se olvidaba de si para ayudar a cualquiera, por eso acudían a él siempre con la esperanza de no ser defraudado.
Nos enseñó que Dios nos hizo y que siempre tendríamos que ser imagen y semejanza suya y decía que esto lo podríamos conseguir, si nos olvidábamos de nosotros mismos y servíamos a los demás. También nos previno que la pobreza no es siempre carencia de dinero, que existe otra pobreza infinitamente mayor que para remediarla, no les sirve el dinero, por mucho que se tenga, que a estos hermanos nuestros también hay que ayudarles.
Estoy orgullosa de mis padres y hoy desde este privilegio de dejarme expresar mis sentimientos aquí y ahora, les quiero dar las gracias por ser su hija y por todo el tesoro que encierra mi alma. Por otro lado quiero agradecer a los presentes la atención prestada.