María Murillo de Quirós.
En Torrecillas de la Tiesa, tuvo lugar a principios de siglo un episodio digno de ser mencionado. En la finca denominada «Los Baldíos», propiedad de la familia Flores, que llega muy cerca del pueblo, existe un arroyo y en este, un arroyo con buen manantial. Desde tiempo inmemorial, la mayoría de las mujeres del pueblo iban a lavar la ropa allí, por la cercanía y las bondades de1 agua, denominando al manantial el “Charco Lavandero”.
Murió el dueño de la finca y al pasar a los herederos, que no vivían en Torrecillas, se dieron cuenta de que era un gran perjuicio para los ganados que el agua fuera enjabonada y sucia. Se consideraron con derecho a prohibir la entrada de las lavanderas, muraron la finca y pusieron un guarda junto al charco. Un albañil levantaba al muro de día y las mujeres lo caían de noche y al guarda le acobardaron y dejó la guardería.
Después de denuncias y juicios en el pueblo y en Trujillo, los dueños entablaron un pleito poniéndolo en manos de un letrado de Madrid de mucha fama. Al enterarse las torrecillanas de que había venido un abogado de campanillas, recorrieron el pueblo en filas bien ordenadas, cogidas del «bracete” y cantando, acompañadas de “la tocaora» del acordeón, relatando el episodio en coplas.
El abogado vio aquellas filas nutridas de mujeres cantautoras y no quiso encargarse del asunto; hizo lo que el guarda del charco, dejarlo.
Además de la mayoría de las mujeres del pueblo, los principales protagonistas fueron: los dueños de la finca, el Juez de Torrecillas, el albañil, el guarda del charco, el arrendatario de la dehesa, que estaba del lado del dueño, así como algunos testigos que fueron a declarar a Trujillo y en las coplas les sacan a relucir sus trapos sucios.
Después de mucho tiempo y muchos disgustos, los dueños hicieron lo mismo que el guarda y el abogado, dejarlo también.
Aun se cantan en Torrecillas las coplas del «Charco Lavandero» y una viejecita, que era niña cuando ocurrieron los hechos, nos ha dictado varias letras de estas coplas.