Esteban Mira Caballos.
Doctor en Historia de América.
La historiografía tradicional entendía la expansión occidental como una gesta protagonizada por unos hombres que ensancharon los dominios de la civilización y de la cristiandad[1]. España era vista como un prodigio de espiritualidad, como la gran abanderada del catolicismo, luchando contra los bereberes, los árabes, los turcos, los protestantes europeos y, cómo no, contra los paganos amerindios. Según esta línea historiográfica los conquistadores fueron unos instrumentos de la providencia para hacer llegar la palabra de Dios a los rincones más ignotos. Se trataba de forjar la historia patria en torno a símbolos imaginarios que aglutinaran al colectivo. Esta leyenda apologética y legitimadora se ha mantenido vigente hasta el siglo XXI, pues es posible rastrearla sin solución de continuidad desde la misma época de los descubrimientos hasta la actualidad. Sin embargo, desgraciadamente la historia no fue tan heroica; aquello fue una guerra en la que unos eran los conquistadores, es decir, los invasores, y otros, los conquistados o invadidos. En ese sentido, todas las reacciones de los naturales por defenderse, fuesen o no crueles, debemos verlas como legítimas[2].
En particular, en lo referente a Hernán Cortés, continuamente aparecen biografías hagiográficas que repiten una y otra vez lo ya dicho desde hace cinco siglos. En esta ponencia trazaremos un recorrido por algunos de los mitos que han rodeado su vida y sus hechos[3]. Entre los aspectos que analizamos destacan sus orígenes familiares, su parentesco con Francisco Pizarro, su paso por la Universidad, el desguace de los barcos en Veracruz, el asesinato de su primera esposa y la derrota de la confederación mexica.
1.-LA BATALLA DE LA PROPAGANDA
La comparativa entre Hernán Cortés y Francisco Pizarro es siempre inevitable, pues ambos conquistaron dos vastas estructuras estatales. Dos personajes que se desenvolvieron en contextos similares pero que tuvieron personalidades muy diferentes. Así, mientras el metellinense fue ante todo un político y un diplomático, el trujillano fue un militar, con todas sus consecuencias.
Ahora bien, el de Medellín se preocupó por crear toda una literatura en torno a su persona, utilizando su oratoria, sus dotes de escritor y rodeándose de biógrafos oficiales de la talla de Francisco López de Gómara o de Francisco Cervantes de Salazar. Creó su propia leyenda pues, como buen político, tuvo una capacidad excepcional para tergiversar los hechos a su antojo, presentando como éxitos sus propios fracasos y culpando de sus males a otros. Hay que recordar que su gran instrumento de propaganda fueron sus propias Cartas de Relación, el primer gran best seller de la historia, pues se vendieron miles de ejemplares y en pocos años se tradujo a varios idiomas. Justo en ese momento comenzó a forjarse su leyenda.
Ésta destacaba la capacidad de Hernán Cortés, convirtiendo a su máximo rival, Francisco Pizarro, en un mero imitador. Desde el mismo siglo XVI se generalizó la idea de que el trujillano lo tuvo presente en todo momento, entre otras cosas por la mayor antigüedad de la obra cortesiana que, desde mediados de los años veinte del siglo XVI, todo el mundo conocía. Es cierto que en el proceso de conquista se observan paralelismos, sin embargo, como ha recordado Matthew Restall, existía una forma de hacer la guerra indiana que comenzó en La Española en 1493 y que se basaba en tres premisas: primero, en el uso de la caballería, arma contra la que sus oponentes tenían pocos recursos defensivos. Segundo, en la guerra psicológica, impresionando a las tropas enemigas con prácticas aterrorizantes. Y tercero, en la captura del jefe local para conseguir el sometimiento del resto de los nativos. Estas estrategias se usaron ya en 1493 con la captura de Caonabo que fue apresado, torturado y ejecutado para someter a su cacicazgo[4]. Esta misma táctica fue empleada por los españoles de forma reiterada hasta el final de la conquista.
Francisco Pizarro no las aprendió de su sobrino sino que las usaba ya en Tierra Firme, bastantes años antes de que el metellinense conquistase la confederación mexica. El problema es que el trujillano jamás se preocupó de forjar su leyenda. Contó con algunos cronistas, como Francisco de Jerez, Miguel de Estete o Pedro Sancho de la Hoz, que hicieron las veces de pajes o secretarios y que fueron algunos de los encargados de redactar los sucesos protagonizados por él. Pero las dotes literarias de estos no son comparables con las del sabio y erudito Francisco López de Gómara o con la pluma directa y siempre aguda del propio metellinense. Podemos concluir en este sentido que éste ganó la batalla de la propaganda, creando el mismo la ficción de ser el arquetipo de conquistador y relegando a su tío a un papel de mero imitador, una idea falsa que sorprendentemente perdura hasta nuestros días[5].
2.-SUS ORÍGENES FAMILIARES
De sus orígenes familiares, infancia y juventud en tierras del condado de Medellín conocemos muy poco. Y ello en el género biográfico se suele solventar a base de imaginación. Dalmiro de la Válgoma y, siguiéndole a él, la mayor parte de la historiografía, ensalzaron sus orígenes nobiliarios. Hacía descender a su padre directamente de don Fernando de Monroy y de una tal María Cortés. De este linajudo matrimonio nacieron dos vástagos, Rodrigo de Monroy y Martín Cortés de Monroy, padre del conquistador[6]. Sin embargo, en los últimos tiempos algunos estudios genealógicos han desmentido esta versión, pues, ni Fernando de Monroy estuvo casado con María Cortés, ni tuvo más descendencia que Rodrigo de Monroy[7]. En realidad, como demostré en el libro que sobre el conquistador publiqué en el año 2010, el conquistador de Nueva España tenía orígenes nobiliarios, pero mucho más modestos de los que se le atribuían.
Su familia paterna procedía de tierras del antiguo reino de León, seguramente de Salamanca. Su bisabuelo, el hidalgo Nuño Cortés, fue el último que permaneció en tierras castellanas, siendo su hijo, Martín Cortés el Viejo, el primero en establecerse en el condado de Medellín. Arraigaron en la tierra, llegaron a ser una familia extensísima, con bienes raíces hasta la Edad Contemporánea. Martín Cortés el Viejo, abuelo del conquistador, sirvió con su caballo en la vega de Granada, a las órdenes de los casi legendarios Álvaro de Luna y Pedro Niño. En recompensa por sus servicios, el rey Juan II de Castilla, el tres de julio de 1431, lo armó solemnemente caballero de Espuela Dorada[8]. Tras finalizar su etapa como militar, se asentó definitivamente en tierras de Medellín. Una decisión que no tenía nada de particular, pues Extremadura se repobló básicamente con castellano-leoneses.
Como otros caballeros, disponía de una casa solariega en la villa matriz, pero pasaba la mayor parte del tiempo en una aldea del entorno, concretamente en Don Benito, donde tenía sus propiedades rústicas. Las tierras las adquirió seguramente en compensación por sus servicios de guerra, siendo normal que los caballeros recibiesen entre cuatro y doce yugadas[10]. Procrearon al menos seis hijos legítimos –cuatro varones y dos mujeres-, además de una hija ilegítima. El padre del conquistador, era el más pequeño de los hijos varones de Martín Cortés El Viejo, nacido en torno a 1449, probablemente en la casa solariega que la familia poseía en el centro de la villa de Medellín, en la calle Feria. En el concejo de la villa condal desempeñó distintos cargos, como regidor y procurador general. Se desposó con Catalina Pizarro Altamirano, una mujer de ascendencia hidalga, cuyo linaje procedía de Trujillo a donde había llegado en el siglo XIII, procedente de Ávila. El matrimonio tuvo un solo hijo varón, el futuro conquistador de México.
La situación económica de la familia era modesta, pues aunque Martín Cortés El Viejo, abuelo del conquistador, tuvo una considerable fortuna, debió repartirla entre su extensa prole. Las rentas de Martín Cortés de Monroy apenas superaban los 30.000 maravedís anuales, incluyendo varios réditos de vacas de hierba, un viñedo, algunas fanegas de trigo y un molino de trigo en el río Ortigas, conocido como de Matarratas. El peculio era suficiente pero, en años de malas cosechas, la escasez y las estrecheces debían hacerse patentes en el hogar familiar.
3.-SU PARENTESCO CON FRANCISCO PIZARRO
Siempre se ha dicho que ambos conquistadores eran primos segundos. Así se recoge en las principales biografías tanto de Francisco Pizarro como de Hernán Cortés, así como en infinidad de páginas Web. Sin embargo, como veremos a continuación, esta afirmación tampoco es exacta.
Efectivamente estaban emparentados lejanamente, pues compartían unos rebisabuelos, Hernando Alonso de Hinojosa y Teresa Martínez Pizarro. Es bien sabido que fue esta última la que antepuso a sus hijos el apellido de los Pizarro al de los Hinojosa. Al parecer, hubo un enfrentamiento con otro linaje en el que resultó muerto el bisabuelo de Francisco Pizarro, Hernando Alonso de Hinojosa, y dado que la familia no vengó su muerte, su esposa decidió que sus hijos, Martín, Gracia y Hernando Alonso –abuelo de los conquistadores del Perú- antepusieran el apellido Pizarro[11]. Por tanto, queda claro que el abuelo del conquistador del Perú fue el primero por línea de varonía en apellidarse Pizarro. Bien es cierto que los Hinojosa también constituían una familia linajuda, cuyos descendientes decían descender nada menos que de un primo del Cid Campeador, llamado Nuño Sancho.
Sin embargo, casi nadie se había percatado que la línea de Hernán Cortés había corrido una generación más que la de Francisco Pizarro. Y ello por un motivo muy simple: el abuelo de Francisco Pizarro, Hernando Alonso Pizarro, había sido el hijo menor y hasta póstumo de Hernando Alonso de Hinojosa, y se llevaba casi veinte años de diferencia con su hermano mayor Martín Pizarro de Hinojosa, bisabuelo materno de Hernán Cortés. En el árbol genealógico se ve con una gran claridad:Ascendencia comparada de Francisco
Hasta donde yo conozco el único historiador que había señalado esta confusión había sido José Antonio del Busto Duthurburu[13]. Sin embargo, introdujo otro error al decir que los padres de la progenitora de Hernán Cortés eran Hernán Sánchez Pizarro y María Altamirano y Vivero. Y digo que es un error porque en la probanza de Hernán Cortés para su ingreso en la Orden de Santiago hubo testigos que declararon que conocieron a los abuelos maternos del conquistador que se llamaban Diego Alfón Altamirano y Leonor Sánchez Pizarro, ambos avecindados en Medellín[14]. Francisco Pizarro era primo segundo de Catalina Pizarro Altamirano y, por tanto, Hernán Cortés era su sobrino en tercer grado. Aclarado queda este pequeño error biográfico sobre el parentesco de los dos conquistadores extremeños.
4.-SUS ESTUDIOS UNIVERSITARIOS
La historiografía ha sido tajante en ese sentido, llegó a Salamanca en 1499 con catorce años y regresó a Medellín en 1501 con dieciséis, pasando dos años por las aulas de la Universidad de de Salamanca[15]. Como el lector puede imaginar, los datos no cuadran, primero porque era demasiado joven para cursar estudios universitarios y, segundo, porque dos cursos académicos resultaban a todas luces insuficiente para adquirir los sólidos conocimientos jurídicos y latinistas que el metellinense demostró tener. Por muy aplicado que fuese, es imposible que hubiese dominado la gramática, las leyes y el latín en solo dos años. Como veremos a continuación, no debieron ser dos sino entre tres y cuatro los años que estudió junto a su tío político en Salamanca. Teniendo en cuenta que debió nacer hacia 1484, habrá que suponer que llegó a Salamanca en un arco de años comprendido entre 1496 –como propone Hugh Thomas- y 1498. La cuestión no es baladí, pues dado que en 1501 regresó precipitadamente a su Medellín natal, habría estado en la ciudad castellana entre tres y cinco años, aprendiendo junto a su tío político. Obviamente, dada la corta edad que tenía a su llegada, el bagaje educativo que podía traer de su localidad natal eran unas enseñanzas de primeras letras. Pero si prolongamos su estancia en Salamanca durante tres o cuatro años sí que resulta factible que pudiese aprender, como lo hizo, leyes, latín y gramática.
Lám. 1. Retrato de Hernán Cortés en el Ayuntamiento de Medellín.
Ya estamos en condiciones de abordar otra de las grandes interrogantes: ¿pasó realmente por las aulas de la Universidad? La respuesta no admite duda alguna y es así de rotunda: ¡no! Su paso por esta señera institución no es más que otro de los grandes mitos que han rodeado su vida. Y no se trata sólo de una opinión propia: ya en el siglo XIX Lucas Alamán dudó de sus supuestos estudios universitarios, una idea que retomó Demetrio Ramos en un excelente trabajo publicado hace tres lustros en el que desmontó definitivamente dicho mito. Realmente, ni tenía la edad adecuada para cursar estudios universitarios, ni estudios previos. Como ya hemos dicho, cuando se presentó en Salamanca poseía solo una formación elemental, entre otras cosas porque en su Medellín natal solo existía una infraestructura educativa básica. Y además, conviene señalar que en los archivos de la Universidad de Salamanca, pese a estar muy completos, no aparece ni un solo dato referente a Hernán Cortés, ni jamás la institución aludió en ningún momento al hecho de que éste hubiese estudiado en sus aulas.
Ahora bien, como ya hemos dicho, aunque no cursó estudios superiores, el extremeño aprovechó bien su estancia de tres o cuatro años en la ciudad de sus antepasados paternos. De hecho, aunque nunca obtuvo ningún título universitario, aprendió junto a su tío político, el esposo de Inés Gómez de Paz que a la sazón era jurista.
Otro enigma sin respuesta clara es el porqué de esa marcha tan repentina e inesperada. Todo parece indicar que simplemente carecía de vocación estudiantil, pues su abandono fue voluntario, presentándose en su casa con gran disgusto de sus progenitores. Se dice que Martín Cortés se enojó al verlo porque quería que se hubiese titulado en leyes, buscando siempre un futuro más digno para su hijo que el que le esperaba en su arruinado terruño. Lo cierto es que, tras tres o cuatro años en Salamanca, creyó que había llegado el momento de enfrentarse a la vida y luchar por un destino mejor para él y los suyos. Probablemente le pudo su deseo aventurero de enrolarse en alguna expedición de guerra, bien en Italia a las órdenes de Gonzalo Fernández de Córdoba, o bien, en las Indias Occidentales. Los progenitores se resignaron, sin ocultar su entristecimiento, convencidos de que sería imposible cambiar la terca voluntad de su intrépido hijo. Ya atisbaban el carácter aventurero de su joven vástago, heredado de su abuelo paterno.
5.-SU LLEGADA A AMÉRICA
El período comprendido entre su salida de Salamanca en 1501 y su embarque rumbo a la isla Española en 1504 es probablemente el más desconocido de toda su biografía. Apenas disponemos de dos o tres datos sueltos proporcionados por las crónicas que, a veces, incluso, se contradicen entre sí. La historiografía sostiene que pensó primero en ir a Italia a enrolarse en las tropas del ya afamado Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba. Varios cronistas de la época, como Cervantes de Salazar, lo ubicaron en Valencia, ciudad desde la que pretendía embarcarse hacia Nápoles, cambiando de opinión a última hora. Siguiendo los pasos de otros metellinenses, marchó a Sevilla con la idea de enrolarse en la flota del nuevo gobernador de las Indias frey Nicolás de Ovando. Es posible que el viaje de regreso lo realizara a través de Granada, pues, por algunas alusiones suyas sabemos que conocía personalmente la ciudad y muy especialmente sus hilaturas de seda.
La armada del nuevo gobernador se aprestó a lo largo de 1501 y en las primeras semanas de 1502, zarpando de Sanlúcar de Barrameda en febrero de este último año. Fue la mayor escuadra enviada hasta entonces al Nuevo Mundo, pues estuvo formada por una treintena de buques y unos 1.200 pasajeros, además de la tripulación, instrumental, animales, material litúrgico, etcétera[16]. Pero, ¿por qué no se embarcó finalmente? Se trata de otra incógnita no resuelta de su biografía. Los cronistas de la época aluden a dos argumentos más o menos compatibles: el primero, un lío de faldas en las semanas previas a su embarque. Al parecer, cortejó a una mujer casada y, en uno de los encuentros, en la quinta donde vivía, se subió a una tapia poco sólida que terminó derrumbándose con gran estruendo. El marido de su amante, un hidalgo viejo que ya sospechaba de sus veleidades, cogió inmediatamente su espada y sin dar tiempo al joven Cortés a huir se abalanzó sobre él. Cuentan los cronistas que si no intervinieran la suegra de aquél y otros vecinos alertados por el ruido, allí mismo lo hubiese asesinado. Al parecer, del golpe sufrió una dolencia que le impidió el embarque. En cambio, el segundo de los argumentos resulta algo más creíble, aunque igual de infundado desde el punto de vista documental; padeció nuevamente fiebres cuartanas, una variedad de malaria, que le obligó a regresar a la casa paterna para recuperarse. Esta versión resulta más plausible en 1502 que en 1499 cuando regresó de Salamanca. Probablemente, el abandono de los estudios debió ser voluntario, pero desertar de su sueño indiano debió estar motivado, ahora sí, por alguna causa mayor.
Una vez recuperado de su larga enfermedad, a finales de 1502 o en 1503 volvió a salir de su villa natal, esta vez con destino a Valladolid, para ponerse de nuevo bajo el tutelaje de su apreciado tío Francisco Núñez, esposo de Inés Gómez de Paz. Éste se había mudado a la ciudad del Pisuerga con su familia, al ser designado relator del Consejo de Castilla. Con su tío pudo completar su formación humanística y jurídica, llegando a dominar el latín y a conocer los corpus jurídicos tradicionales, especialmente las Siete Partidas. Al parecer, su formación teórica se completó con un trabajo al lado de un escribano.
Afirma el cronista y sobrino político del conquistador, Juan Suárez de Peralta, que de Valladolid volvió directamente a Sevilla donde trabajó junto a un escribano, lo cual le permitió subsistir durante varios meses en la puerta y puerto de las Indias. En 1504 se embarcó rumbo a La Española en la nao de Alonso Quintero pero, por motivos que desconocemos, regresó a la Península a finales de ese mismo año, para reembarcarse dos años después. Y ello lo sabemos porque en el Archivo Histórico Provincial de Sevilla se conserva la carta de pago del padre del conquistador por el pasaje de su hijo, en la nao San Juan Bautista, fechada el 29 de agosto de 1506[17].
En diciembre de 1506 estaba de nuevo en la isla Española, una fecha muy tardía que explica su escasa promoción social. Vivió -o malvivió- como asistente de la notaría de Azua, cuya titularidad ostentaba Diego Velázquez. El salario debió ser tan escaso como la limitada actividad legal de la villa, completando sus ingresos con una pequeña encomienda en el Dayguao, concedida por el gobernador frey Nicolás de Ovando. No consiguió fortuna, pero sí algo más valioso: una amistad más o menos interesada con el influyente Diego Velázquez. En 1511 viajó a la vecina isla de Cuba como su secretario, adquiriendo en breve plazo un gran prestigio social y una buena posición económica. En esta isla caribeña sí que ostentó el mérito de ser uno de los primeros conquistadores y pobladores, siendo nombrado en 1512 escribano de la capital, Santiago de Baracoa. En los primeros años mantuvo unas magníficas relaciones con el teniente de gobernador Diego Velázquez, gozando de su apoyo y protección. Disfrutó de un buen repartimiento de indios que usó lo mismo en la extracción de oro que en la cría de ganado. Todo ello le reportó una buena posición económica y un gran prestigio social que a la postre le sirvieron para consolidar su liderazgo. Entre 1514 y 1515 se desposó con una de las pocas españolas casaderas de la isla, Catalina Suárez Marcaida, fallecida siete u ocho años después en circunstancias muy extrañas como luego analizaremos.
6.-EL EPISODIO DE LOS BARCOS EN VERACRUZ
En cuanto a la quema de naves en Veracruz es otro viejo mito sostenido durante siglos y que sorprendentemente ha sobrevivido hasta el siglo XXI. Según Hugh Thomas, el error partió de Cervantes de Salazar que en un documento leyó quemando en vez de quebrando. El Marqués de Polavieja, ya en el siglo XX, continuó sosteniendo la tesis de la quema, aprovechando el dato para ensalzar su heroísmo, pues, según él, si otros capitanes actuaron así antes, nunca con un ejército tan pequeño. La fabulación de sus hagiógrafos hizo el resto, representando a Cortés con la tea en la mano, quemando sus buques. Pero, sorprende que se haya perpetuado porque ya algunas cronistas de la época y el mismísimo Cortés advirtieron que no las quemó sino que simplemente dio con los barcos al través. De hecho, según relató Andrés de Tapia, los navíos estaban en tan malas condiciones que no eran aptos para navegar por lo que se encallaron en la costa para romperlos porque se excuse el trabajo de sostenerlos[18]. Al parecer, tan sólo preservaron tres navíos, aquellos que a juicio de los pilotos y maestres estaban en mejor estado. En teoría lo hizo para permitir el retorno de los desafectos a su causa. Una inteligente y perspicaz manera de enterarse de quiénes y cuántos eran. Cuando lo supo ajustició a los cabecillas, incorporó al resto y uso los buques para mejores menesteres. Concretamente, el que estaba en mejor estado sirvió para trasladar a España, en 1519, a sus procuradores Francisco de Montejo y a Hernández Portocarrero, con informes y presentes para el Emperador mientras que, los otros dos, se quedaron aderezados en el puerto de Veracruz para suplir cualquier eventualidad que pudiese surgir.
Ahora, bien, ¿por qué los hundió?, la versión oficial ha sostenido que lo hizo para evitar que sus hombres diesen un paso atrás. Crónicas y documentos insisten en ello[19]. Sin embargo, el objetivo real no era tan heroico; más bien pretendía evitar que algunos aprovecharan la primera ocasión que se les presentase para retornar a Cuba e informar a Velázquez de la defección de su capitán[20]. Pero, obviamente esta explicación no era políticamente correcta por lo que el mismo metellinense se encargó de difundir el falso motivo.
Por tanto, en la misma época de la Conquista tuvieron claro que los buques no los quemaron sino que más bien, dado su lamentable estado, los encallaron para luego desguazarlos, utilizando la jarcia para los bergantines que después construyó para la toma de Tenochtitlan[21]. De paso, se aseguró que se cortaba toda relación entre su expedición y Diego Velázquez[22]. En definitiva, ni ardieron las naves ni se hizo valerosamente para cortar el retroceso. Pero, es más, aunque lo hubiese hecho así, tampoco habría constituido un hecho excepcional, como una parte de la historiografía ha dado a entender. Existen decenas de precedentes, algunos muy lejanos en el tiempo pero otros sorprendentemente cercanos. Sin ir más lejos, en 1508, al llegar la expedición de Diego de Nicuesa a Veragua, rompieron los navíos en la costa, para que los hombres no confiasen en la partida. Y siete años después, es decir en 1515, el tristemente recordado conquistador Gonzalo de Badajoz quemó sus naves en el puerto de Nombre de Dios precisamente con el mismo objetivo, es decir, para evitar que sus hombres huyeran.
7.-LA DERROTA DE LA CONFEDERACIÓN MEXICA
¿Quiénes eran estos mexicas o aztecas? formaban una confederación de tres ciudades, Texcoco, Tlatelolco y Tenochtitlan, una especie de imperio que tenía su propio emperador, Moctezuma II. La capital estaba situada en Tenochtitlan, una ciudad fundada en torno al año 1325 en el centro de una gran laguna. Según la mitología mexica, en la elección del sitio medió el dios de la guerra, Huitzilopochtli, quien les indicó que debían hacerlo en el lugar donde encontrasen a un águila sobre un nopal, devorando a una serpiente. Es difícil imaginar en la actualidad lo que debió ser el entorno de la capital, en medio de más de 2.000 Km2 de lagos, incluyendo el central, que era el Texcoco, y los menores, Zumpango, Xaltocan, Xochimilco y Chalco[23]. Había muchos peces, mientras que en las tierras de aluvión circundantes se practicaba una agricultura irrigada muy productiva que permitía los altos índices de población de la zona. La urbe llegó a disponer, en su período más álgido, de una población que debía rondar los 200.000 habitantes, siendo una de las ciudades más pobladas del planeta, comparable con Constantinopla o Nápoles[24]. Para alimentar a una población como esa se requerían al menos 4.000 cargadores diarios que la abasteciesen, lo que implicaba un trasiego constante de personas y amplísimo mercado[25]. Fernández de Oviedo la describió como una ciudad palaciega, edificada en medio del lago, con casas principales, porque todos los vasallos de Moctezuma solían tener residencia en la capital, donde pasaban al menos una parte del año. Era una metrópoli refinada, con baños públicos, con una treintena de palacios que albergaban finas cerámicas y elegantes enseres textiles. El más importante de todos era el de Moctezuma que ocupaba, incluyendo sus jardines, una extensión de dos hectáreas y media. Los propios mexicas se sentían orgullosos de su capital así como de los grandes logros que habían conseguido, especialmente en las décadas inmediatamente anteriores de la llegada de los hispanos. Está claro que la confederación mexica constituía una compleja organización estatal que tenía su emperador, sus gobernantes, sus funcionarios, sus militares, etcétera. No tenía nada que ver con otros grupos seminómadas que los españoles habían conocido hasta entonces en el área antillana y en Tierra Firme.
Reconstrucción de la ciudad lacustre de Tenochtitlán en 1519, obra del artista mexicano Tomás Filsinger.
Lo más difícil de la conquista fue la toma de la capital mexica, debido a su ubicación en medio de una laguna. Unida a tierra firme exclusivamente a través de varias calzadas y puentes, se prestaba bien a una defensa numantina. Parecía una ciudad inexpugnable, algo de lo que además se jactaban los propios mexicas. Cortés sabía que, antes de iniciar su asalto, debía someter a todos los pueblos aliados del entorno. Por ello, se encargo de provocar la defección de todos hacia Tenochtitlan, dejándola totalmente aislada. Logró sendas alianzas de los tlaxcaltecas con cempoaleses y cholutecas, pese a que eran viejos enemigos. Los mexicas fueron traicionados por todos, excepto por Tlatelolco, pues incluso Texcoco, la segunda ciudad más grande de Mesoamérica se había terminado adhiriendo a los españoles. En el fondo, muchos de los pueblos sometidos a los mexicas lo estaban bajo el yugo del temor y con un soterrado descontento que Cortés supo canalizar en su favor. Lo cierto es que, como declaró Pedro de Sepúlveda, tras ese tiempo, no quedó de guerra otra cosa sino la misma ciudad de México[26].
Asimismo, sabedor de las dificultades que la toma de la capital podía entrañar, dictó unas Ordenanzas militares, expedidas en Tlaxcala el 22 de diciembre de 1520, para preparar tácticamente a su hueste. En ellas, el metellinense se mostró convencido de que su inferioridad numérica sólo podía ser suplida mediante una tropa disciplinada. Por ello, estructuró a sus hombres en compañías autónomas, dirigidas por un capitán con capacidad de decisión propia. A su vez, estas compañías se subdividirían en cuadrillas de veinte hombres, al mando de un cabo. Se trata de los celebres escuadrones, formados por pequeños contingentes de hombres bien armados y disciplinados, que tantos éxitos había dado a España en las guerras de Europa[27]. Estas ordenanzas iban encaminadas a estructurar y organizar a su hueste, ante el reto que tenían ante sus ojos que no era otro que la conquista de la gran ciudad de Tenochtitlan.
Para colmo, la viruela se cebó con los sitiados; desde mucho antes de comenzar el asedio, los mexicas ardían en calenturas. De hecho, el valiente y arrojado Cuitláhuac, sucesor de Moctezuma II, pereció en dicha epidemia, quedando de nuevo descabezada la más alta jerarquía de mando. Entre los supervivientes cundió el desánimo, pues, otra vez interpretaron que se trataba de nuevas señales del más allá que vaticinan su final. Como sucesor del tlatoani fallecido se nombró a Cuauhtémoc, un hombre de veinticinco años, señor de Tlatelolco, hijo de Ahuizotl, hermano y antecesor de Moctezuma. Éste, a diferencia de su tío, resultó ser otro valiente guerrero que se negó a entregar Tenochtitlan y que se conjuró con sus hombres para morir en su defensa[28].
Su sacrificio resultó en todo caso inútil porque Cortés ató todos los cabos detenidamente. Para empezar, justificó ante sus hombres y ante el mundo la legalidad de su conquista, alegando el traspaso de soberanía de Moctezuma a Carlos V, cuyo representante en esos momentos era él. De esta forma, presentó ante sus hombres el asedio no como una conquista sino como una reconquista de lo que legítimamente le pertenecía.
Antes del asalto final llegaron algunos refuerzos más, entre ellos, una carabela del capitán Alonso de Ávila, con varias decenas de hombres frescos y bien armados, y unos cuantos caballos[29]. Las huestes constaban con más refuerzos que nunca, casi 850 soldados de a pie, incluidos unos 180 ballesteros, 86 hombres a caballo, así como varias piezas de artillería y unos 7.000 indios amigos, casi todos tlaxcaltecas, y ello sin contar con los que permanecían en Veracruz. Lo planeó todo minuciosamente. Además, tuvo la precaución de enviar cuatro buques a La Española a comprar, caballos, armas y pólvora, con misivas pidiendo el favor de Rodrigo de Figueroa.
Plano de la ciudad de Tenochtitlan, publicado en Núremberg en 1524.
Asimismo, organizó, aconsejado por Martín López, una pequeña flotilla de doce chalupas –él los llamaba bergantines-, labrados con la jarcia de los buques desguazados en Veracruz que contribuyeron decisivamente al bloqueo. Se ha discutido mucho si la victoria se debió más a los medios terrestres o a los navales, pero el planteamiento no deja de ser bizantino porque el éxito se debió precisamente al asedio simultáneo terrestre y naval. Por supuesto, lo primero que hicieron fue cortar el acueducto de Chapultepec, una importante decisión, pues, redujo la disponibilidad de agua potable de los sitiados[30]. La idea no era novedosa, pues, desde la Antigüedad clásica se usó sistemáticamente en todos los cercos[31]. La respuesta de Cuauhtémoc fue inmediata: ordenó a sus hombres que acudieran con su flota de canoas para romper el bloqueo. Nuevamente, el sacrificio fue infructuoso por dos motivos: primero, por su inexperiencia en batallas navales, pues las canoas sólo las utilizaban para el transporte. Y segundo, por la desigualdad ofensiva entre canoas y chalupas. Se libró una batalla naval verdaderamente asimétrica. Un solo bergantín podía destrozar en una acometida a más de una decena de canoas. De hecho, Juan Jaramillo, una noche realizó una incursión en la laguna y destruyó doce canoas, entre grandes y chicas, matando a casi todos sus tripulantes.
Lám. 3. Plano de la ciudad de Tenochtitlan, publicado en Núremberg en 1524.
Cortés lo tenía todo controlado; la ciudad estaba totalmente aislada. Era absolutamente impensable que alguien pudiera acudir en su defensa. A los invasores les hubiese bastado con esperar a la rendición por hambre, sed y desesperación. Sin embargo, no querían treguas. El metellinense se empeñó en tomarla al asalto, causando un enorme sufrimiento, especialmente entre los defensores, y destruyendo la ciudad que tanto admiraba.
La formación de ataque fue la siguiente: Pedro de Alvarado y sus hombres atacarían por la calzada de Tlacopán, Cristóbal de Olid por la de Culiacán y Gonzalo de Sandoval por la de Itzapalapa. Los españoles fueron acompañados de unos 7.000 tlaxcaltecas, comandados por Chichimecatecle, lugarteniente de Xicontencatl El Mozo. Además, no hacía falta motivarlos en el combate, pues, su ardor guerrero se alimentaba de un odio visceral que sentían contra los mexicas desde mucho antes de la aparición de los españoles.
Acechado por los hispanos, a Cuauhtémoc se le ocurrió una brillante idea para salir victorioso. Decidió vestirse con un traje de plumas que le regaló su padre y que representaba a un búho de Quetzal. Decían que era mágico, pues, con sólo verlo, los enemigos huían despavoridos. Obviamente, el milagro no se obró y todos se desmoralizaron cuando vieron que no funcionaba. Y aunque terminaron aprendiendo de sus enemigos el valor de los ataques sorpresa, de las emboscadas y de los asaltos nocturnos, cuando se quisieron dar cuenta ya era demasiado tarde.
La resistencia de Tenochtitlan fue heroica, total, brillante y suicida. Heroica porque en inferioridad de condiciones y con la causa perdida decidieron presentar combate. Total, porque participaron en la defensa niños, mujeres y ancianos, es decir, todo el que tenía capacidad para coger una piedra o cavar un foso. Al principio, las mujeres, los ancianos y los niños fueron meros auxiliares, pero cuando fueron cayendo los hombres se incorporaron como los demás a la primera línea del combate[32]. Brillante, porque los asediados desplegaron todo su ingenio bélico y diplomático. Sembraron las principales calzadas de piedras y obstáculos punzantes para dificultar la movilidad de la caballería. Mientras tanto, nunca cejaron en su intento de convencer a los tlaxcaltecas de que se pasasen de bando. Y suicida porque, traicionados por todos, incluidos sus tradicionales aliados, fueron conscientes al menos en la fase final de que, pese a la resistencia, el final de su mundo se encontraba próximo.
Probablemente hubo disensiones internas pero Cuauhtémoc consiguió mantener el control y llevar adelante su idea de resistir o morir. Además, Cortés lo tentó en varias ocasiones, mandando emisarios con propuestas de paz. Pero siempre decidió, con el apoyo de sus principales capitanes, morir peleando, antes que capitular. Contaba Bernal Díaz que los sacerdotes le habían prometido que al final ganaría, por lo que decidió que mataría a todo aquel que le demandase la paz. Cuauhtémoc sabía que sin la ayuda externa toda resistencia resultaría inútil pero siempre albergó la esperanza de que, al final, otros pueblos acudirían en su ayuda. De hecho, consiguió romper el cerco en más de una ocasión y enviar a pueblos del entorno cabezas de caballo desolladas, así como pies y manos de algunos soldados españoles sacrificados. Con ello pretendía que se convenciesen de que la victoria era posible, y animarlos de esa forma a adoptar una actitud beligerante. Su tenacidad apenas tiene precedentes históricos, pues, incluso los numantinos, viendo la defensa perdida, enviaron una embajada a Escipión para intentar formalizar la paz.
Hubo también una guerra psicológica, pues, tanto los asediadores como los asediados, se machacaban continuamente. Los mexicas, cuando se enfrentaban a los tlaxcaltecas, les recordaban que a ellos les iba a tocar reconstruir la ciudad, tanto si ganaban unos como si lo hacían los otros. Pero, nada hacia mella en la moral del pueblo tlaxcalteca, conscientes de estar en el bando vencedor y de la posibilidad que tenían de vengarse de los agravios pasados. Y de hecho, buena parte del mérito de la caída de Tenochtitlan la tuvieron estos aliados que fueron los que realmente hicieron efectivo el cerco. Sin esta alianza la caída de Tenochtitlan no hubiera sido posible, al menos en 1521, dados los pocos efectivos de que disponían los españoles.
Pese a la resistencia de los sitiados, todo resultó en vano porque Cortés se había encargado personalmente de dejarlos totalmente aislados. El cerco propiamente dicho duró setenta y cinco días, período en el que los defensores padecieron todo tipo de calamidades, hambre, sed, enfermedades, suciedades, olores nauseabundos de los combatientes muertos, etcétera[33].
Al final, Cuauhtémoc, viendo que había llegado el final, sugirió a sus capitanes supervivientes alcanzar un honroso acuerdo de rendición. Pero estos se negaron; incluso, los sacerdotes le prometieron que, si persistía en la defensa, los dioses le darían la victoria. La guerra prosiguió mientras fue posible. Finalmente, viendo todo perdido decidió huir en canoa, junto a su familia y a otros capitanes. Sin embargo, fue rápidamente interceptado y detenido. El joven tlatoani volvió a cometer un error pueril. Prepararon medio centenar de piraguas, con sus capitanes y sus familias, embarcándose él y otros nobles en la más lujosa. De esta forma, los españoles no tuvieron ningún problema en identificarla y detenerlo, sin darle opción alguna a escapar. Viéndose descubierto, decidió identificarse, suplicando que dejasen en libertad a sus mujeres y a sus hijos. Obviamente, no fue escuchado. Era el martes 13 de agosto de 1521, festividad cristiana de San Hipólito. La toma de Tenochtitlan había concluido. Con ella caía finalmente el quinto sol mexica, y nacía una nueva era, la de un imperio en el que pronto el sol nunca se pondría.
Los cabecillas fueron apresados, pero al resto de la población se le permitió abandonar libremente la ciudad. Ello sorprendió a los propios vencidos. Mientras salían del recinto, las mujeres más guapas se ensuciaron la cara con barro para evitar que los españoles se fijaran en ellas y las retuvieran. Querían permanecer con sus hombres en la victoria y en la derrota, en los momentos más álgidos y también en la zozobra más absoluta. Una fidelidad que les honra.
El enfrentamiento había sido totalmente desigual como lo evidencian las bajas. Se estima que en el asedió murieron poco más de medio centenar de hispanos así como varios miles de indios aliados, frente a cerca de 100.000 mexicas. Cifras elocuentes del padecimiento de los asediados. Cuenta la tradición que el agua del lago Texcoco quedó totalmente teñida de grana, con restos de cuerpos mutilados en sus orillas. Igualmente sorprendidos se quedaron los españoles cuando entraron en la ciudad y comprobaron que el hambre padecida por los defensores fue tal que se comieron las raíces y las cortezas de los árboles. Fernández de Oviedo comparó la destrucción de Tenochtitlan con la de Jerusalén, porque el número de muertos más lo tienen por incontable y excesivo al de aquella ciudad judía. Y realmente, el asedio y la defensa de Tenochtitlan puede considerarse como uno de los más dramáticos y luctuosos de la Historia. Comparable, por supuesto, a los no menos famosos de Sagunto, Cartago, Numancia o Berlín.
El destino de Cuauhtémoc fue trágico; Garci Holguín fue el primero que llegó a su canoa y lo apresó, llevándole sin hacerle daño ante su capitán. Contaba Antonio de Solís que le preguntó a Cortés si no acababa con su vida, a lo que éste le respondió, con la solemnidad que le caracterizaba, lo siguiente:
No sois mi prisionero, sino prisionero de un príncipe tan poderoso, que no lo hay superior en toda la tierra, y tan benigno que de él podéis esperar no sólo la libertad, sino el imperio, mejorado con el título de la amistad.
Puro teatro porque, en realidad, pretendía hacer con Cuauhtémoc lo mismo que había hecho con Moctezuma. Era el tlatoani, el señor al que todavía entonces, incluso después de haber perdido la guerra, muchos naturales obedecían. De esta forma pretendía controlar a los vencidos y, de paso, evitar posibles insurrecciones. Además, esperaba que, antes o después, confesara dónde se encontraba el oro que abandonaron en la huída de la Noche Triste.
Y el tlatoani cumplió con su cometido. De hecho, sabemos que convocaba a sus súbditos por todo el imperio, lo mismo para construir casas que para hacer caminos. Pero su ejecución era cuestión de tiempo porque si algo tenían claro los vencedores era que el emperador de los mexicas no podía sobrevivir. No parece que el trato que le dio Cortés fuese especialmente cordial. De hecho, el doctor Cristóbal de Ojeda declaró que lo curó muchas veces, pues recibió tormento por parte del medellinense, quedándole una cojera permanente[34]. Y el propio verdugo reconoció dicho suplicio aunque, en su descargo, dijo que lo hizo a pedimento del tesorero de Su Majestad, Julián de Alderete. En 1524 se lo llevó consigo en la conocida expedición a Honduras. Allí, en medio de la desazón de una lamentable campaña que nunca debió emprender, estando en la provincia de Acatlán, fue acusado de conspiración. El 25 de febrero de 1525 lo ahorcó, sin el menor miramiento. El infortunado tuvo tiempo, antes de morir, de recordarle a Cortés la injusta muerte que le daba y que Dios había de demandarle. Así perdió la vida el último soberano mexica, el más digno de los tlatoani. Un final heroico y a la vez dramático del señor de Tlatelolco. Algunos justifican su muerte, diciendo que evitaron posibles alzamientos indígenas como los protagonizados en el Perú por Manco Cápac o, mucho después, por Túpac Amaru. Y también es cierto que Cuauhtémoc no era ningún santo sino un guerrero sanguinario, aunque no más que su oponente Hernán Cortés o que su tío Moctezuma II. Pese a todo, todavía hoy causa estupor su ejecución por innecesaria, pues su mundo había ya desaparecido definitivamente.
8.-EL ASESINATO DE SU PRIMERA ESPOSA
Se trata de uno de los aspectos más oscuros en su biografía. La postura sostenida tradicionalmente es que Catalina Suárez Marcaida murió en octubre de 1522, en condiciones extrañas, pocos minutos después de haber mantenido una fuerte discusión con su marido[35]. Al parecer, la finada estuvo en una fiesta con su marido hasta más allá de las diez de la noche. En ese momento, según numerosos testigos, los esposos tuvieron una pequeña disputa, ella se sintió ridiculizada en público y se marchó llorando a sus aposentos[36]. Según su camarera personal, la cosa no fue a mayores, pues, verificó que la ayudó a cambiarse y la dejó acostada aparentemente sana y tranquila. Poco más de una hora después, antes de mediar la media noche, estaba muerta. En ese momento, Hernán Cortés avisó a cinco mujeres para que la amortajaran: se trataba de la camarera personal de Catalina, Antonia Hernández, las tres doncellas de la casa, Juana López, Ana Rodríguez, Violante Rodríguez y el ama de llaves de Juan de Burgos, María de Vera. La más afectada fue sin duda su camarera personal, Antonia Hernández, que había vivido con Catalina desde 1514 y que quedó verdaderamente desolada. En cambio, Cortés se mostró extremadamente nervioso, dando puñetazos en las paredes, por lo que debieron llamar a fray Bartolomé de Olmedo para que lo calmara. Esos son a groso modo los hechos ocurridos.
Históricamente ha habido un ardoroso debate entre los que pensaban que la muerte fue natural y los que sostenían la tesis del asesinato. Yo debo reconocer que durante mucho tiempo pensé y hasta publiqué que la acusación debía ser una difamación más de los muchos enemigos del metellinense[37]. Sin embargo, después de leer y releer los testimonios de los testigos presenciales, fundamentalmente los de las mujeres que la amortajaron, debo reconocer que albergo bastantes dudas, por las circunstancias cuanto menos extrañas en las que perdió la vida.
La tesis hispanista fundamentaba la negación del homicidio en el carácter enfermizo de Catalina Suárez. Ellos sostenían que ésta padecía gravemente del corazón y que con frecuencia quedaba gran rato amortecida y fuera de su sentido[38]. Al parecer, la hermana de Catalina también falleció joven, de forma repentina y con los mismos síntomas. Esto, a juicio de los que niegan el homicidio, podría indicar alguna enfermedad congénita de las dos hermanas. Para estos historiadores, las acusaciones de homicidio, fueron promovidas por la primera Audiencia de México con la intención de acabar con el abrumador dominio político del conquistador de México[39].
También argumentan los detractores de la tesis del homicidio que el metellinense mostró públicamente su pesar tras su fallecimiento. Según Salvador de Madariaga, llevó luto prácticamente hasta su boda con doña Juana de Arellano y Zúñiga en 1529[40]. Además, dispuso una conmemoración anual que por su alma debía celebrase en la capilla del hospital de la Concepción. Asimismo, aunque no tuvo hijos con ella, sabemos que de los once vástagos que tuvo, entre legítimos y naturales, nada menos que a tres hijas le puso el nombre de Catalina.
Bueno, aun aceptando la idea de que mantuvo el luto hasta 1529, lo cierto es que la apariencia era algo importante en la sociedad de la época, y además parecía lo más conveniente para defender su inocencia. El hecho de que, posteriormente, pusiera el nombre de Catalina a tres de sus hijas implica posiblemente un acto de recuerdo o de arrepentimiento hacia su difunta esposa. Ahora bien, pese a los argumentos de los detractores de la tesis del homicidio, lo cierto es que la noche en que ocurrieron los hechos, Hernán Cortés mostró algunos comportamientos muy sospechosos, a saber:
Primero, la finada durante la fiesta no mostró el más mínimo síntoma de estar enferma. Más bien, al contrario, se mostró muy alegre y tranquila hasta la disputa con su marido.
Segundo, cuando Hernán Cortés dio la voz de alarma, ya estaba muerta su esposa. No dio ninguna señal de alerta durante el trance. Simplemente envió a su camarero Alonso de Villanueva para que buscase a las mujeres para que preparasen el cadáver.
Tercero, de las declaraciones de estos testigos presenciales se desprende que observaron en el cadáver algunas cosas que les parecieron raras y que levantaron sus sospechas, a saber: tenía moratones en el cuello, estaba toda descabellada como si hubiese opuesto resistencia a alguien[41], se había orinado encima[42] y había cuentas rotas de una gargantilla de color azabache. Por ello, en ese momento murmuraron entre ellas que la había matado Cortés, pero no se atrevieron a decir nada por miedo a sus represalias. Sólo una de ellas, la más atrevida, María de Vera, le preguntó por los cardenales del cuello, a lo que Cortés respondió que se los produjo él al tirarle del collar cuando la vio amortecida. Luego comentó a sus compañeras que el metellinense la había ahogado igual que el Conde Alarcos hizo con su mujer[43]. Todas ellas declararon esas circunstancias, menos la camarera personal de doña Catalina, Juana López, que negó haber visto moratones algunos, ni las cuentas rotas de la gargantilla[44]. A las ocho de la mañana llegaron a ver el cadáver María Hernández y una tal Gallarda y le quitaron la toca que le cubría la cabeza, hallando síntomas de ahogamiento y de resistencia, por los ojos salidos y muy abiertos –dijeron-, así como una gota de sangre encima de la frente y un rasguño en la ceja[45].
Y cuarto, el de Medellín ordenó taparle bien el cuello, meterla en un ataúd y clavar la tapa. Cuando Bartolomé de Olmedo le pidió que mostrara el cuerpo al pueblo para contrarrestar las sospechas que había de asesinato él se negó rotundamente. Tan sólo vieron sus restos mortales, además de Cortés, algunos de sus hombres de confianza y un grupo de mujeres que estuvieron en el entorno de la finada.
Es cierto que, Juan Suárez de Peralta, hermano de Catalina, continuó manteniendo una buena relación con Hernán Cortés. Pero, es más, unas décadas después, los sobrinos de doña Catalina no le reprochaban nada al conquistador, sino más bien al contrario, mostraban una cierta admiración por su célebre tío político. Sin embargo, todo ello son pruebas circunstanciales. Hernán Cortés y sus herederos gozaron de una fortuna considerable y de una gran influencia política. Enfrentarse a ellos era algo que no estaba al alcance de todos. La madre de la finada, María Marcaida, siempre estuvo convencida de que su hija murió asesinada, pero todos le desaconsejaron emprender un juicio contra el hombre más poderoso de Nueva España. En 1529, las cosas habían cambiado considerablemente. El poderoso conquistador había sido desalojado del poder y ahora sí que parecía factible hacerle pagar viejas deudas. Por ello, animada por Juan Suárez de Peralta, hermano de Catalina, se decidió a plantarle cara en dos procesos paralelos, uno en el que lo acusó de homicidio y otro, reclamando para ella y sus herederos el dinero de gananciales que obtuvo mientras estuvo desposado con su difunta hija. Cuesta creer que una madre, emprendiera todas estas acciones legales sólo por capricho o por dinero.
9.-RECOMENDADO EN LA CORTE
Los problemas que sufría en México eran crecientes: insubordinaciones de algunos a los que creía leales y enfrentamiento con otros que no habían podido ser recompensados adecuadamente. Además, tenía enfrente a casi todas las autoridades indianas, desde los oidores de Nueva España, al gobernador de Cuba, Gonzalo de Guzmán. En julio de 1526 se había iniciado un penosísimo juicio de residencia contra él, en el que no tardó en comprobar los numerosos enemigos que tenía. No sólo altos cargos de la administración sino también un sinfín de colonos descontentos por no haber podido ascender socialmente todo lo que hubiesen querido. El pesquisidor Luis Ponce de León falleció en circunstancias extrañas después de comer requesón, encargándose de continuar el juicio el anciano Marcos de Aguilar, que también perdió la vida al poco tiempo. Los oficiales reales, encargados de proseguir su juicio de residencia, lo desterraron de la ciudad de México. Lo cierto es que el que ganara la Nueva España se encontró una situación tan difícil, que la única opción que le quedó fue acudir personalmente a la Corte a reclamar sus derechos. Desconocía todavía que detrás de algunos de los recortes en sus privilegios y de algunas usurpaciones de sus posesiones, protagonizados por la audiencia, estaba la propia Corona quien pretendía preservar la Nueva España dentro de los territorios de realengo.
En España, su situación no era mucho mejor; hacía años que estaban llegando cartas de diversas personas, recelosas de su poder, que ponían en entredicho su buen nombre. Incluso circuló el falso rumor de que quería independizar a la Nueva España de la Corona de Castilla.
En 1528 el metellinense interpretó que había llegado el momento de retornar a España para hablar con el Emperador personalmente de los muchos agravios que sufría en Nueva España y de paso solucionar algunas cuestiones familiares. De sus asuntos en España estaba dedicado de lleno su padre Martín Cortés, quien además de pactar las capitulaciones matrimoniales con doña Juana de Arellano y Zúñiga, se encargó, por expreso deseo de su hijo, de solicitar su ingreso en la orden militar de Santiago y también de pedir un título nobiliario, el marquesado del Valle de Oaxaca. Pues bien, el futuro enlace con una noble como doña Juana de Arellano y Zúñiga, hija del conde de Aguilar y éste a su vez cuñado del influyente Duque de Béjar, dio unos excelentes resultados.
En 2010, cuando publiqué su biografía manifesté mi sorpresa por el buen trato recibido en la Corte, pese a que hacía años que estaban llegando cartas y memoriales, criticando su excesivo poder y poniendo en entredicho su buen nombre. Y ello a pesar de que en febrero de 1527 arribó a la Península otro de sus grandes enemigos, Pánfilo de Narváez, quien no tardó en presentar un memorial, quejándose amargamente de él[46].
Pues bien, en una de mis últimas visitas al Archivo General de Simancas localicé una carta de recomendación que el Duque de Béjar envió al Emperador, y que esta fechada en Béjar el 7 de julio de 1529[47]. Parece que las gestiones de un Grande de España, como el Duque de Béjar, pudieron contrarrestar todas estas informaciones. Ello explicaría en parte el buen trato dispensado por el Emperador al conquistador de Nueva España. Además, el aristócrata se permitió suplicar a Carlos V, un tanto osadamente, que le concediese los favores que pedía para que el Marqués del Valle conozca la merced que Vuestra Majestad le hace a mi suplicación. Es decir, que el interesado notase que los honores se le hacían gracias a su intervención. Lo cierto es que el ya Marqués del Valle de Oaxaca regresaría en 1530 a Nueva España con numerosos reconocimientos, en parte gracias a la intervención del Duque de Béjar.
10.-VALORACIÓN DE SU FIGURA
La conquista de América se inserta dentro de un proceso expansivo de Occidente iniciado en la antigüedad, con el mundo grecolatino, y culminado con el imperialismo contemporáneo. En realidad, todo ser vivo, y en particular el humano, tiende a expandirse y a colonizar nuevos espacios donde propagar su especie o su genética[48]. De hecho, las propias capitulaciones, la toma de posesión de los territorios y el repartimiento de tierras y solares, tan usuales en la conquista, fueron prácticas similares a las usadas por Roma en su proceso de expansión por el Mediterráneo, mil quinientos años antes.
En cuanto a Hernán Cortés, su figura sigue despertando pasiones encontradas en pleno siglo XXI. Pero lo cierto es que ni fue un caballero andante ni un santo sino ni más ni menos que un conquistador. Una persona con las mismas virtudes y defectos que la mayor parte de las personas de su época. Un conquistador con suerte, pero a fin de cuentas un conquistador, con sus éxitos y sus fracasos, compasivo o cruel, dependiendo de las circunstancias. Fue sumamente implacable con los paganos que no querían aceptar las aguas del bautismo. Es bien sabido que, cuando entró en Culiacán, derribó el templo y, porque un indio principal no quiso ayudar en ello, lo mandó ahorcar y lo ahorcó con los diablos a cuestas. También infringió durísimos escarmientos a los indios rebeldes. Por ejemplo, en 1523 los nativos de Pánuco acometieron a los hombres de Francisco de Garay, matado a varias decenas de ellos. Hernán Cortés mandó a su capitán Gonzalo de Sandoval para que castigase sin cuartel a los responsables. Mató a cientos de ellos, despedazándolos después de tal forma que los demás nativos ya no se atrevían ni a levantar un dedo contra su poder. A veces también sabía actuar con dureza con sus propios hombres si lo creía oportuno. En una ocasión el metellinense vio como uno de sus soldados, robaba dos gallinas a un indio y lo quiso ahorcar, impidiéndoselo Pedro de Alvarado que cortó a tiempo la soga del infortunado.
Pero, para una adecuada valoración de su figura es importante no extraerlo de su contexto histórico. Estaba inmerso en ese cristianismo intransigente que desde finales de la baja Edad Media había llevado al exilio a todos aquellos que no profesaban la religión cristiana. Por otro lado, se trataba de una sociedad intolerante que justificaba y legitimaba el uso de la fuerza para conseguir sus objetivos o imponer sus ideales. Es obvio que la tolerancia o la razón son conceptos anacrónicos en aquella época, caracterizada justo por lo contrario por la intolerancia, la intransigencia y la sinrazón. También formaba parte de una civilización occidental etnocéntrica que se consideraba mejor y, por tanto, con el derecho a ocupar y a civilizar a los pueblos inferiores. ¿Se le puede censurar por ello? Evidentemente no; no se le puede criminalizar por pensar y actuar de una forma que estaba generalizada en la España de su tiempo. Pertenecía a su época y, obviamente, actuó de acuerdo a los principios que la sociedad de su tiempo le exigía.
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APÉNDICE
Carta de recomendación de Hernán Cortés que el Duque de Béjar dirige al Emperador, Béjar, 7 de julio de 1529.
El Marqués del Valle me escribió ahora como había hecho un correo a Vuestra Majestad para le hacer saber lo que habían hecho contra él y contra su hacienda aquellos jueces que Vuestra Majestad envió ahora nuevamente a la Nueva España y también diciéndome que él se partía luego a informar de todo a Vuestra Majestad. Muy poderoso señor, yo tengo muy creído que lo que aquellos jueces han hecho contra el Marqués del Valle, contra su honra o contra su hacienda que vuestra majestad no fue sabedor de ello ni se hizo con voluntad de Vuestra Majestad pues que acá se ha visto muy claro las mercedes y honras y favor y buen tratamiento que Vuestra majestad ha hecho al Marqués del Valle por gratificarle los servicios que a Vuestra Majestad ha hecho y bien se muestra en que ha parecido que se ha tenido Vuestra Majestad de él por bien servido y ha tenido voluntad de le gratificar y hacer merced, más como vuestra Majestad muchas veces por experiencia ha visto hay muchos que pensando que sirven, exceden en algo de lo que debían hacer ni se les manda y otros acaece qe lo hacen por pasiones o por sus intereses propios, a Vuestra Majestad no se le puede decir cosa que no la tenga muy presente, según su excelente juicio y la real condición de Vuestra majestad a la cual suplico que por me hacer a mi señalada merced como otras muchas veces me ha hecho sobre estos mismos negocios Vuestra Majestad quiera conceder lo que sobre esto le suplicare el Marqués del Valle pues ha de suplicar a Vuestra Majestad le mande castigar como a su criado y servidor y pues parece que Vuestra Majestad se dé de él por servido y que es sin cargo, Vuestra Majestad le mande mirar y favorecer como a criado y servidor y cómo parece que Vuestra Majestad lo ha hecho con él hasta ahora. Y que los que se lo han levantado o le han hecho agravio sean tratado como merecen y se debe hacer porque no es razón que a Vuestra Majestad ningunos criados ni servidores suyos le digan sino la verdad pues el mayor servicio que se puede hacer a los príncipes es conservarles los criados y servidores buenos como es razón. Y muy señalada merced recibiré de Vuestra majestad en que con justicia mande favorecer al Marqués del Valle y que si pesquisidor hubiere menester que lo mande dar como él se lo suplicare porque Vuestra Majestad sea bien informado de toda la verdad y el que tuviere la culpa sea castigado y el que hubiere servido sea gratificado como lo suele hacer Vuestra Majestad. Y suplico a Vuestra Majestad que en todo mande proveer como se lo suplico y protesto de manera que el Marqués del Valle conozca la merced que Vuestra Majestad le hace a mi suplicación.
Nuestro Señor la muy real persona y estado de Vuestra Majestad guarde y por muchos tiempos ensalce y prospere con acrecentamiento de muchos más reinos y señoríos. De Béjar a siete de julio de 1529.
(AGS, Estado 17-46)
[1] Miquel Izard, justamente crítico con esta leyenda apologética, la ha calificado de providencial, machista, racista, franquista, españolista y reaccionaria. IZARD, Miquel: “Los indios son allí todavía indios y vagan en la barbarie esperando la Hispanidad”, Boletín Americanista Nº 45. Barcelona, 1995, p. 195.
[2] ESPINO LÓPEZ, Antonio: La conquista de América. Una revisión crítica. Barcelona, R.B.A., 2013, p. 27.
[3] La palabra mito es polisémica pues alude, por un lado al conjunto de creencias y valores religiosos o folclóricos, como la mitología griega, que no son exactamente falsos, y por el otro, a ideas que son falsas y se admiten como ciertas. Nosotros, siguiendo a Matthew Restall, cuando hablamos de los mitos cortesianos nos referimos a esta segunda acepción, simplemente a premisas falsas que comúnmente se aceptan como verídicas. RESTALL, Matthew: Los siete mitos de la conquista española. Barcelona, Paidós, 2004, p. 21.
[4] Ibídem, p. 56.
[5] Ibídem, p. 19.
[6] VÁLGOMA, Dalmiro de la: Linaje y descendencia de Hernán Cortés. Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1951.
[7] SANTOS CANALEJO, Elisa Carolina de: “Linajes y señoríos en la alta Extremadura: Monroy y Carvajal”, en Hernán Cortés y su tiempo, T. I. Mérida, Editora Regional de Extremadura, 1987, p. 189.
[8] El documento de concesión de la caballería de espuela dorada y las sucesivas renovaciones de sus herederos está publicado en MIRA CABALLOS, Esteban: Hernán Cortés: el fin de una leyenda. Badajoz, Palacio Barrantes Cervantes, 2010, pp. 484-536.
[9] Ibídem, p. 543.
[10] Según el Diccionario de la R.A.E. la yugada equivalía a 50 fanegas de marco real, es decir, a poco más de 32 hectáreas. Por tanto Martín Cortés El Viejo, abuelo del conquistador, recibió entre 128 y 384 hectáreas.
[11] Esta cuestión fue analizada detalladamente por MUÑOZ DE SAN PEDRO, Miguel: “Francisco Pizarro debió apellidarse Díaz o Hinojosa. Las rencillas familiares trujillanas y el cambio de apellidos en los ascendientes del conquistador del Perú”, Revista de Estudios Extremeños, T. VI Nº 3-4. Badajoz, 1950.
[12] Fuente: ROMERO DE TERREROS, Manuel: Hernán Cortés. Sus hijos y nietos caballeros de las Órdenes Militares. México, Antigua librería Robledo de José Porrúa e hijos, 1944, p. 10; BUSTO DUTHURBURU, José Antonio del: La tierra y la sangre de Francisco Pizarro. Lima, Universidad, 1993, pp. 37-41.
[13] BUSTO: Ob. Cit., pp. 56-57.
[14] ROMERO DE TERREROS: Ob. Cit., p 10.
[15] En esta aseveración coinciden los principales cronistas, como López de Gómara o Cervantes de Salazar, quienes afirman rotundamente que fue enviado con catorce años de edad. Cit. en MADARIAGA, Salvador de: Hernán Cortés, Madrid, Austral, 1986, p. 35.
[16] En un reciente estudio sobre la armada de 1502 se ha descartado totalmente la presencia del metellinense en la misma. MIRA CABALLOS, Esteban: La gran armada colonizadora de Nicolás de Ovando, 1501-1502. Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 2014, p. 228.
[17] Archivo Histórico Provincial de Sevilla –leg. 2171, fols. 102r-102v. Publicada en THOMAS, Hugh: La Conquista de México. El encuentro de dos mundos, el choque de dos imperios. Barcelona, Planeta, 2000, p. 694.
[18] El texto de Andrés de Tapia se titula “Relación de algunas cosas de las que acaecieron al muy ilustre señor don Hernando Cortés” y fue editado en Crónicas de la Conquista de México, T. II. México, 1939. Cit. en ESTEVE BARBA, Francisco: Historiografía Indiana. Madrid, Editorial Gredos, 1992, p. 172.
[19] Por ejemplo, Martín Vázquez declaró en 1525 que se desguazaron para mejor poblar y conquistar esta tierra. Probanza de méritos de Martín Vázquez, 1525. AGI, México 203, N. 5. Cronistas como Pedro Mártir de Anglería explicaron igualmente que el principal motivo fue quitar a sus soldados toda esperanza de fuga, idea que se repite de forma parecida en la Real Provisión del 7 de marzo de 1525. En este último documento, en el que se le concedió a Cortés un escudo de armas, se mencionó que lo hizo para impedir el retroceso de las huestes.
[20] Antonio de Herrera, en el siglo XVI, sí que captó perfectamente el motivo real, al escribir que los echo al través por quitar la esperanza a los amigos de Velázquez de volverse a Cuba.
[21] También se ha destacado su visión excepcional a la hora de transportar los bergantines desde Veracruz al lago de Tenochtitlan. Sin embargo, ya advirtió hace varias décadas el historiador Georg Friederici que era una vieja táctica usada frecuentemente por Normandos, bizantinos y turcos. FRIEDERIZI, Georg: El carácter del descubrimiento y de la conquista de América. México, Fondo de Cultura Económica, 1973, p. 466.
[22] Pese a que a Todorov le pareció una decisión asombrosa, lo cierto es que para mí fue una decisión lógica, justificada y cabal si quería tener alguna posibilidad de éxito en esa arriesgada rebelión en la que se embarcó. TODOROV, Tzvetan: La conquista de América. El problema del otro. México, Siglo XXI, 1999, p. 62.
[23] ESCALANTE GONZALBO, Pablo: “Los mexicas en vísperas de la conquista española”, Itinerario de Hernán Cortés, Catálogo de la exposición. Madrid, Canal Isabel II, 2015, p. 49.
[24] ROJAS, José Luis: “Tenochtitlan”, Itinerario de Hernán Cortés, Catálogo de la exposición. Madrid, Canal Isabel II, 2015, pp. 61-63. A modo de comparación diremos que la ciudad más populosa de España en esos momentos era Sevilla, que contaban con unos 60.000 habitantes.
[25] Ibídem, p. 63.
[26] Información de Pedro de Sepúlveda, México, 30 de marzo de 1531. Pregunta 9ª. AGI, México 203, N. 14.
[27] En las mismas ordenanzas, vedó que sus hombres entrasen a robar en las casas indígenas o que acopiasen oro mientras durase el combate, so pena de veinte pesos de oro. Además, para evitar la codicia de sus soldados, dispuso que todo el oro que se rescatase le fuese entregado para que, en el momento adecuado, él mismo supervisase el reparto. Asimismo prohibió los juegos de naipes, a los que él mismo era muy aficionado, todo con la intención de evitar distracciones y enfrentamientos entre sus propia tropa. Sus compañeros de juegos solían ser Julián Alderete, Rodrigo Rangel y Pedro de Alvarado. Esta afición por los juegos de naipes la mantuvo toda su vida. Así, el 6 de julio de 1541 ganó una ejecutoria por la que se obligaba a Nuño de Guzmán a devolverle el tercio de los 4.000 pesos de oro que le ganó jugando a los dados y a los naipes. Archivo Ducal de Alba, Carp. 68, Doc. 31.
[28] Si Cortés pasa por ser un ardoroso guerrero con amplias dotes diplomáticas, no menos lo fue su contrincante. Cuauhtémoc, tenía el mismo espíritu de lucha y, al igual que aquél, lo sabía compaginar con una buena habilidad diplomática. El joven tlatoani tenía buenas dotes para la oratoria que utilizó en más de una ocasión para enfervorizar a sus hombres y convencerlos de la importancia de su sacrificio. No le faltaba tampoco una gran capacidad diplomática. Tenía claro que no se podía ganarla guerra sin conseguir alianzas. Por ello, se pasó gran parte de la guerra enviando emisarios para obtener alianzas con reyezuelos y caciques de las ciudades vecinas. No lo consiguió porque el predominio mexica se basaba en su antigua superioridad militar, inexistente ya en plena guerra con los extranjeros. Y eso él lo tenía muy claro; significaba el final de su mundo, era una cuestión de tiempo. Pese a ello, no decayó su ardor guerrero, defendiendo la plaza hasta el final. No obstante, cometió un error táctico que precipitó su derrota: no acopió alimentos suficientes como para resistir un largo asedio, quizás porque nunca pensó que pudiera prolongarse tanto tiempo. Al igual que Cortés, tan pronto era indulgente con los suyos como se veía en la obligación de tomar cruentas decisiones. Sus manos, como las de su contrincante, también estaban manchadas con la sangre de las muchas atrocidades que cometió.
[29] Véase la información de Hernando de Salazar, pidiendo mercedes, 1597. AGI, Patronato 70, R. 13.
[30] Y digo que solamente se redujo porque durante el tiempo que estuvo cercada llovió de forma abundante, reduciendo en cierta medida los efectos del corte del suministro de agua potable. Mucho más difícil les resultó conseguir alimentos. MIRALLES, Juan: Hernán Cortés, inventor de México, Barcelona, Tusquets Editores, 2001, p. 319.
[31] Por ejemplo, en el asedio del general romano Escipión Emiliano sobre Numancia lo primero que hizo fue cortar el suministro de agua dulce, una de las claves de su éxito.
[32] Por ejemplo, Cervantes de Salazar afirmó: no menos que ellos, porfiaron las mujeres, queriendo morir con sus maridos y padres, teniendo en poco la muerte, después de haber trabajado en servir los enfermos, curar los heridos, hacer hondas y labrar piedras para tirar. Peleaban como romanas, desde las azoteas, tirando tan recias piedras como sus padres y maridos. CERVANTES DE SALAZAR, Francisco: Crónica de la Nueva España, T. II. Madrid, Atlas, 1971, p. 237.
[33] CORTÉS, Hernán: Cartas de relación (Edición de Mario Hernández). Madrid, Historia 16, 1985, p. 272. A lo largo de la Historia encontramos asedios a ciudades que duraron unas pocas semanas pero otros que duraron más de un año. Por ejemplo el asedio de los francos a San Juan de Acre duró desde junio de 1189 a julio de 1191. O el de Toulouse por Simón Monfort, desde octubre de 1217 a junio de 1218. CONTAMINE, Philippe: La guerra en la Edad Media. Barcelona, Labor, 1984, p. 127.
[34] GUTIÉRREZ-COLOMER, Leonardo: “Médicos y farmacéuticos con Hernán Cortés”, Revista de Indias Nº 31-32. Madrid, 1948, p. 5. Asimismo, se acusó a Cortés de atormentar a otro indio principal, cercano a Cuauhtémoc, por si sabía dónde estaba el tesoro. De resultas del suplicio murió, por supuesto, sin confesar nada. Tan bien lo escondieron que todavía hoy, una parte del tesoro de Moctezuma, sigue reposando en algún recóndito lugar de la antigua ciudad de los lagos.
[35]Momentos después de la disputa cuentan que apareció muerta con un collar roto y múltiples cardenales en el cuello. MADARIAGA: Ob. Cit., pp. 479-480. Fue enterrada en la iglesia del convento de San Francisco de México. CONWAY, G. R. G.: Potrera voluntad y testamento de Hernando Cortés, Marqués del Valle. México, Editorial Pedro Robledo, 1940, p. 62.
[36] Véase, por ejemplo, la declaración de Isidro Moreno, 1529. MARTÍNEZ, José Luis (Comp.) (1990): Documentos Cortesianos, T. II. México, Fondo de Cultura Económica, 1990, pp. 87-89.
[37] Véase a MIRA CABALLOS, Esteban: “Aportes a la biografía de Hernán Cortés: su matrimonio con Catalina Suárez”, en Fray Bernardino de Sahagún y su tiempo. León, Universidad, 2000, pp. 321-328.
[38] Pesquisa secreta del juicio de residencia de Hernán Cortés. MARTÍNEZ: Ob. Cit., T. II, p. 299. En esta línea se mostraron historiadores tan solventes como Salvador de Madariaga: su salud no era nada buena. Padecía de asma y es seguro que hallaría difícil aclimatarse a la altura de México después de tantos años al nivel del mar en Santiago de Cuba. MADARIAGA: Ob. Cit., p. 479. En el interrogatorio sobre su muerte, realizado en 1529, varios testigos aludieron a este carácter enfermizo de doña Catalina. Así, por ejemplo, Antonio Velázquez declaró lo siguiente: Que muchas veces vio a la dicha Catalina enferma y así la tenían por mujer enferma y que era delicada y que algunas veces le tomaba un mal que estaba como muerta y que quedaba del dicho mal muy fatigada.
[39] Fernández del Castillo cita una carta dirigida por fray Juan de Zumárraga a Carlos V en la que denunció las injustas acusaciones que se estaban dirigiendo contra Cortés. FERNÁNDEZ DEL CASTILLO, Francisco: Doña Catalina Xuárez Marcayda. Primera esposa de Hernán Cortés y su familia. México, 1929, (reed. En 1980), pp. 23 y ss.
[40] MADARIAGA: Ob. Cit., p. 480.
[41] Testimonio de Juan de Burgos de lo que, supuestamente, le contó después su ama de llaves María de Vera, México, 29 de enero de 1529. MARTÍNEZ: Ob. Cit., T. II, p. 54.
[42] Véanse, por ejemplo, las declaraciones de Ana y de Violante Rodríguez. Ibídem, T. II, pp. 81-83 y 84-86.
[43] Como destaca José Luis Martínez, la comparación es muy acertada porque los sucesos fueron muy similares. Según un antiguo romance castellano el Conde Alarcos actuó así: “Echóle por la garganta/una toca que tenía,/ apretó con las dos manos/ con las fuerzas que podía;/ no le aflojó la garganta/ mientras que vida tenía./ Cuando ya la vio el Conde/ traspasada y fallecida,/ desnudole los vestidos/ y las ropas que tenía;/ echola encima la cama,/ cubriola como solía;/ desnudóse a su costado,/ obra de un Ave María;/ levantóse dando voces/ a la gente que tenía:/ ¡Socorre, mis escuderos,/ que la Condesa se fina!/ Hallan la Condesa muerta los que a socorrer venían. Ibídem, T. II, p. 85.
[44] Declaración de Juana López, camarera de Catalina Suárez, 1529. Ibídem, T. II, p. 75.
[45] Declaración de María Hernández, 1529. Ibídem, T. II, pp. 94-96.
[46] Sobre todo tachaba de falsas las Cartas de Relación, especialmente la segunda, donde no quedaba él demasiado bien parado. No sólo consiguió que el Emperador prohibiese nuevas impresiones, sino que como, desde 1522, circulaba una edición impresa de la segunda misiva, se quemaron ejemplares en Sevilla, Toledo, Granada y en otras partes.
[47] He revisado las colecciones documentales, especialmente el gran regesto de José Luis Martínez –Documentos cortesianos– y no aparece. Por ser inédita y dado su interés la reproducimos en el apéndice documental.
[48] Véase sobre el particular el sugerente artículo de ALMAGRO-GORBEA, Martín: “El hombre, animal colonizador: Medellín antes de Cortés”, en Itinerario de Hernán Cortés, Catálogo de la exposición. Madrid, Canal Isabel II, 2015, pp. 17-23.