Francisco García Sánchez.
El día que los caciques tabasqueños, finalizada la batalla, obsequiaron a Hernán Cortés con «un presento de oro, que fueron cuatro diademas y unas lagartijas, y dos como perrillos e orejeras, e cinco ánades y dos figuras de caras de indios y dos suelas de oro, como de sus cotorras e otras cosillas de poco valor, que yo me acuerde» (dice Bernal Díaz del Castillo, Cap. XXXVI), sin darse tal vez cuenta, ofrecieron al Conquistador, el gran tesoro de las veinte mujeres entre las cuales iba la que durante toda la campaña había de ser la «lengua», y como diría el citado autor, «una excelente mujer, que se dijo Doña Marina, después de bautizarla», y que había de ser, corriendo los tiempos, en frase de Madariaga, «una de las figuras más importantes de la Conquista», o «la poderosa auxiliar de la Conquista», según rotunda afirmación del doctor.
Hemos de reconocer, con todos los biógrafos cortesianos del momento y de todos los tiempos, que la figura de La Malinche es una figura providencial en los planes de Hernán Cortés, o el hada misteriosa que, como sombra pegada a su silueta, estaba siempre despierta y dispuesta a solucionarle todas las difíciles papeletas que a lo largo del recorrido a Tenoxtlitán, desde Tabasco, fueron surgiendo en el trato directo con los indígenas del Yukatán, Cempoala, Tlaxcala y la interminable lista de poblados en la ruta a Méjico, así como con los numerosos embajadores que el preocupado e idólatra Moctezuma iba mandando para evitar la presencia del extremeño en la ciudad de los lagos.
Realmente la figura de esta mujer providencial, fue el mejor tesoro que le pudieran ofrecer los caciques de Tabasco. Prácticamente le abrieron las puertas de la Conquista, sin cuya ayuda hubiera sido muy difícil o poco menos que imposible la realización del magno proyecto de Cortés de ser recibido por Uei Tlatoani de los aztecas.
Y si providencial fue el gran obsequio tlaxcalteca, providencial fué igualmente la historia de esta mujer, tal como queda reflejada en el capítulo XXXVII de la«Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España», del tantas veces citado soldado veterano de aquellas efemérides, natural de Medina del Campo, Bernal Díaz del Castillo, que refuta a Gómara lo referente a la Malinche.
Su primer nombre fue Malinali Tenepal, hija de un cacique de Painala llamado Teoteotingo y de su esposa Cimat. Habiendo fallecido su progenitor, Cimat volvió a contraer matrimonio con el joven Maqueytán, de cuyo matrimonio tuvieron un nuevo hijo al que declararon heredero del territorio, para lo cual tenían que hacer desaparecer a la niña anterior Malinali Tenepal que fue entregada a unos mercaderes de Xicalango, aprovechando la muerte casual de la hija de una vecina y criada del cacique, suplantándola por la de Marina.
Los mercaderes de Xicalango, la cedieron como esclava al cacique Huatley de Tabasco, que luego había de formar parte del lote de las veinte mujeres que se entregarían a Hernán Cortés después de las paces con aquella ciudad.
Malinali Tenepal, palabras alusivas al año y a la época que nació, fue posteriormente variada con la desinencia “TZIN”, que quiere indicar su calidad de «señora», en maliozín, para luego por razón de fonética venirse a llamar por los españoles con el nombre de Malinche, que al ser bautizada recibiera el nombre de doña Marina, por la relación, también fonética de María.
La Malinche, o doña Marina, que sabía la lengua colhua y la maya, adquiere un alto relieve de personalidad como complemento del también recuperado Jerónimo de Aguilar, que le traducía del castellano y de la lengua del Yukatán, donde estuvo prisionero muchos años, lo que le decía Hernán Cortes y por este medio la inteligencia con los naturales del país era casi perfecta.
En el Viaje de Hernán Cortés a Las Hibueras, pasando por el antiguo territorio de sus padres, Coatzacoalcos, perdonó a su madre Cimat y a su hermanastro llamado Lázaro, después del bautismo, y la casó Hernán Cortés con Juan Jaramillo, natural de Zafra, no sin antes él haber tenido un hijo de su unión carnal, al que puso por nombre como recuerdo de su padre, Martín.
La Malinche o doña Marina fue siempre el mejor auxiliar de Hernán Cortés, razón por la cual se la recuerda en el V Centenario.
La figura de la Malinche, es sin duda alguna una de las figuras más claramente providenciales de toda la conquista del amplio territorio azteca que Hernán Cortés se propuso conquistar. Vamos a concretar estas intervenciones providenciales de doña Marina en tres apartados diferentes donde claramente se ve que la figura de la Malinche fue decisiva: Intervenciones en las embajadas, en las sediciones y ante el propio Moctezuma, en todas las cuales, su figura fue el ángel tutelar del conquistador.
Sabemos por Bernal Díaz del Castillo, que el preocupado Moctezuma, ante la presencia de los españoles, motivó una serie de embajadas a lo largo del trayecto de San Juan de Ulua, hasta la misma ciudad de los lagos, para hacer desistir a Hernán Cortés de seguir avanzando por los caminos aztecas. La primera de estas embajadas la encabezaba Teuhtile y Pitalpitoque, junto a Cempoala. Hernán Cortés hablaba a Aguilar, rescatado de entre los indios, éste se lo comunicaba a la Malinche y ella a su vez traducía a los mejicanos el sentido de la cadena trasmisora a los asombrados embajadores de Moctezuma en un lenguaje «siempre favorable a Hernán Cortés», e incluso introduciendo palabras que su inteligencia le sugería para dejar siempre en buen lugar al conquistador. Con doña Marina, Hernán Cortés siempre salía muy aventajado en las traducciones simultáneas.
Otra de las embajadas importantes es la del pueblo Totonaque de Cempoala, cuando estos acudieron a Hernán Cortés solicitando ser sus amigos para luchar contra los impuestos de Moctezuma, y que le abría nuevos horizontes psicológicos para las futuras ayudas con las cuales habría de contar en un futuro próximo.
Pero esta embajada cempoalesa era sumamente delicada, por ser la primera vez que planteaba Hernán Cortés el asunto religioso de destruir los ídolos. La delicadeza de la Malinche tiene una intervención magistral ante el cacique Gordo, convenciéndole para que en el propio teocalli, donde antes adoraban a sus dioses, se estableciera una capilla dedicada a la Virgen, la primera ermita, sin duda alguna, del continente americano, dejando como ermitaño de la misma al cordobés Juan Torres. La lista sería interminable. La figura de doña Marina representaba en las embajadas aztecas todo un papel diplomático sin igual.
La extraordinaria inteligencia de que estaba dotada, sus dotes personales y el gran amor que sentía por Hernán Cortés, la hacían estar siempre en permanente alerta para defender la vida de su amo y señor. Es sin duda alguna en Cholula donde la figura de la Malinche se agiganta, para avisar reiteradas veces a Hernán Cortés del peligro que corría su persona en la conjura secreta del pueblo Cholulteca. Ella por su cuenta, sonsacó con dádivas a una anciana india todo el secreto de la sedición que preparaban, y Hernán Cortés cuando decidió el asalto de los conjurados sabía bien el terreno que pisaba, resultando un rotundo éxito, lo que en principio hubiera sido, sin duda, su fracaso final y definitivo. A la Malinche, doña Marina, debe Hernán Cortés su propia vida en otras dos ocasiones, cuando la conjura, no sólo de los indios, sino del bando velazquista español, eran inminentes peligros cara a su integridad personal. Siempre ella, ángel providencial que se cruzó en el camino de Hernán Cortés, fue el hada misteriosa del triunfo.
El papel de la Malinche fue totalmente necesario como interprete fidelísima en lo concerniente a la persona del propio Moctezuma. He pensado muchas veces en qué hubiera sido de Hernán Cortés de no haber existido este personaje en la penumbra, cuando se presentó al conquistador la difícil papeleta de la entrada en Méjico; en sus relaciones personales con el primer mandatario azteca; en su delicada misión de hacerle prisionero; en el caso de Guaupopoca; en la muerte de Escalante; así como en muchas otras ocasiones donde Hernán Cortés brilló a gran altura como diplomático, estratega y gobernante gracias a la labor callada de su incondicional interprete que siempre aparecía a su lado como una sombra benéfica adivinando su pensamiento, adelantándose a la jugada, previendo todas las dificultades, sólo con el único fin de que su dueño y señor pudiera ser el protagonista.