Ismael López Martín.
Universidad de Extremadura
Introducción: notas sobre la presencia de Hernán Cortés en la literatura
La figura y legado del extremeño universal Hernán Cortés han concitado ingentes estudios a partir de perspectivas muy distintas, desde los puramente históricos hasta los antropológicos o sociológicos. Sin embargo, desde su contemporaneidad comenzó a forjarse cierto halo de leyenda y de heroísmo o villanía que fue aprovechado tanto por sus partidarios como por sus detractores, extendiéndose esto, también, a las distintas posturas críticas sobre el descubrimiento, conquista y colonización de las Indias. Esta evolución, paralela a los estudios históricos, y en nada desdeñable si se pretende conocer al metelinense completamente, abarcó desde el siglo XVI (cuando además cabe destacar el papel que en la conformación del personaje Cortés desempeñaron las distintas crónicas de Indias) hasta, fundamentalmente, el período decimonónico. A partir del siglo XX continuaron las manifestaciones, pero en general presentan menor relevancia, y sobre todo se centran en el género del ensayo.
Así, Gabriel Lobo Lasso de la Vega escribe un poema épico sobre el descubridor, titulado Cortés valeroso, y Mexicana (1588), donde podemos leer, por ejemplo, el siguiente fragmento encomiástico relacionado directamente con la toma de la ciudad de Tabasco:
Llamanle Potonchán los naturales,
Y es la ciudad que oy nombran la Vitoria,
Donde Cortés las armas imperiales
Vitorioso hijo con tanta gloria;
Dando de su valor claras señales
A eternizar comiença su memoria;
Fue la primer ciudad que en esta tierra
Ganó con rigurosa, y dura guerra.[1]
El propio Miguel de Cervantes también dedicó palabras a las hazañas de Cortés, como la referida al hundimiento de sus naves para impedir que sus soldados intentaran huir de las nuevas tierras que estaban conquistándose; un suceso, por otra parte, que ha inspirado a varios autores para componer sus obras alabando la valentía y heroísmo del extremeño y comparándolas con las de generales grecolatinos tan destacados como Cayo Julio César. En un momento del octavo capítulo de la segunda parte del Quijote, de cuya publicación se celebra en este año dos mil quince su cuadragésimo aniversario, advertimos:
¿Quién, contra todos los agüeros que en contra se le habían mostrado, hizo pasar el Rubicón a César? Y, con ejemplos más modernos, ¿quién barrenó los navíos y dejó en seco y aislados los valerosos españoles guiados por el cortesísimo Cortés en el Nuevo Mundo?[2]
Ya en el siglo XVIII podemos citar un ejemplo de Nicolás Fernández de Moratín a propósito del mismo pasaje que reseñaba Cervantes en el Quijote de 1615: el hundimiento de las naves. Se trata de una obra publicada póstuma en 1785, Las naves de Cortés destruidas, cuyo comienzo, siguiendo la estela de las clásicas epopeyas, como la Ilíada de Homero o la Eneida de Virgilio, es el siguiente:
Canto el valor del capitán hispano
Que echó á fondo la armada y galeones,
Poniendo en trance, sin auxilio humano,
De vencer ó morir á sus legiones.[3]
Una poeta extremeña del siglo XIX, Carolina Coronado, dedicó en 1845 un poema al conquistador de México, en el que podemos leer:
Cuando a su casa venga el extranjero,
¿qué osará responder la noble dama
si anhela ver, llevado por su fama,
la tumba del ilustre caballero?
«Ved, le dirá, si el cementerio ibero
guarda un sepulcro que de Hernán se llama,
que a mí, pues heredé ya su fortuna,
ni su tumba me importa ni su cuna.»[4]
Como se ha comprobado, escritores de todas las épocas y géneros literarios[5] utilizaron a Hernán Cortés como personaje de sus obras, aunque no fue desarrollado en todas ellas con la misma profundidad, como es evidente. Han llegado hasta nosotros, pues, algunos textos literarios de escritores de primera línea que contienen referencias al conquistador o que, incluso, describen con maestría su figura y la utilizan para ejemplificar o glosar las realidades o las ideas que desean transmitir al lector en sus obras. Es posible encontrar, además, textos dedicados a algún episodio concreto de su proceso de conquista y colonización.
La selección que se ha ofrecido se sitúa en la línea de defensa de Cortés porque será la que desarrolle el autor ilustrado sobre el que nos vamos a centrar en estas páginas, Cadalso. No son ejemplos aislados, pues otras plumas como Bernardo de Balbuena o Lope Félix de Vega Carpio también dedicaron parte de sus esfuerzos a recordar hazañas del conquistador de México.
- La valoración de los héroes en el Neoclasicismo literario español
Con la llegada del movimiento ilustrado a Europa en el siglo XVIII se acentuó la idea generalizada (y, a la vez, tan vana), del «buen gusto». Culturalmente, todo lo que no podía englobarse bajo ese marbete según la intelectualidad dominante carecía de esencia y, por tanto, era producto de la barbaridad y de la ignorancia. En el campo de la literatura, los productos basados en la estética barroca o posbarroca eran desdeñados por el reducido círculo de pensadores ilustrados neoclásicos de España. Sin embargo, en países como Francia tuvo mayor incidencia este nuevo movimiento, y desde su posición privilegiada para clasificar qué pertenecía al «buen gusto» y qué no criticaron con extrema dureza las letras patrias, negando a nuestro país el éxito de sus aciertos culturales y literarios a través del conformado tópico del «¿Qué se debe a España?». Como no podía ser de otra forma, los españoles respondieron a esos ataques defendiendo la nación (una idea muy ilustrada también, por otra parte) de las injerencias intelectuales extranjeras, rescatando y promoviendo el culto y ejemplo a figuras históricas y casi legendarias españolas, aquellas que formaron el glorioso pasado de la antigua Hispania. Una de esas figuras era, podemos adelantar, Hernán Cortés.
Pero, retomando las diatribas sobre la incapacidad española para legar a la Humanidad algo de provecho cultural, debemos comenzar por el año 1738, cuando Louis-Adrien Du Perron de Castera publicó en París los Extraits de plusieurs pièces du théâtre espagnol; avec des réflexions, et la traduction des endroits le plus remarquables. Se trataba de una obra que reflexionaba terriblemente sobre la dramaturgia española, que había gozado de un éxito sin parangón en todo el continente europeo a través de la comedia nueva barroca. Concretamente, el texto de Du Perron se orientaba a la incapacidad de los españoles para escribir tragedias que siguieran los preceptos clasicistas que, nuevamente, imperaban en la Europa llamada «de la Ilustración».
Blas Antonio de Nasarre y Férriz era una autoridad intelectual incuestionable en la España neoclásica, y se hizo eco de algunas de las afirmaciones que el crítico francés propugnó en su obra de 1738. Nos vamos a encontrar, en este momento, con una de las primeras reacciones de los pensadores españoles a las críticas que se vertían desde las regiones transpirenaicas. En su Disertación o Prólogo sobre las comedias de España (1749), que abre el primer tomo de su edición de las Comedias y entremeses de Miguel de Cervantes Saavedra, el autor del Don Quixote, divididas en dos tomos, el erudito español concede que la obra del crítico francés advierte justas críticas a las «comedias malas»[6], pero que, aunque gozaron del mayor de los éxitos, no cree que sean las mejores del país. Defendió, además, que en España había mucho más teatro escrito que el que dieron a la imprenta o a las tablas tanto Lope de Vega como Calderón de la Barca, dos genios atacados por quienes defendían los mandatos del Neoclasicismo. Y es que, para Nasarre, Lope era considerado el iniciador del declive de la dramaturgia española, el que la envenenó con ese Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo (1609) considerado por el oscense como «la más evidente prueba de su desorden»[7], pues basaba sus comedias en el mal gusto; y esto es de vital importancia, pues los cánones dramáticos del momento se ordenan en función de ese «buen gusto» ilustrado que funciona como una reinterpretación de la preceptiva clasicista, cánones en los que no suele estar el Fénix de los Ingenios.
Al año siguiente, en 1750, Agustín de Montiano y Luyando dio a la imprenta su Discurso sobre las tragedias españolas[8], en el que también respondió a Du Perron negando que en España no se hubieran escrito tragedias al modo clásico:
En el «Teatro Español» [Du Perron de Castera] que se imprimió en París el año de 1738 se afirmó, con más ligereza de la que corresponde al asunto juicioso de la obra, que no hay tragedias en castellano, o, por mejor decir, que los españoles no conocemos estos poemas […]. Poco había leído en nuestros poetas el juez que pronunció decisión tan absoluta. Si hubiese abierto nuestra Bibliotheca Hispana de Don Nicolás Antonio, obra bien conocida de los literatos de Europa, no fuera, como lo es, indisculpable el agravio con que nos trata.[9]
Además, se permitió dedicar espacio a algunos autores que él consideraba que habían escrito tragedias clasicistas, como Antonio de Silva, Juan de la Cueva, Andrés Rey de Artieda, Miguel de Cervantes Saavedra, Cristóbal de Virués, Cristóbal de Mesa, Luis Mejía de la Cerda, Alfonso Hurtado de Velarde, Francisco López de Zárate, Guillén de Castro y Bellvís o el propio Lope Félix de Vega Carpio. Montiano incluso publicó dos tragedias originales de su autoría en esos Discursos: Virginia (1750) y Ataúlfo (1753).
En esta primera década del siglo todavía no se recurría a figuras del pasado imperial español, como Cortés, para ejemplificar la gloria nacional y los valores patrios, sino que a través de escritos de corte polemista se respondía directamente a las afirmaciones que venían de los extranjeros. Y precisamente de Francia volvió a venir otra invectiva contra la aportación española a la cultura universal. Esta vez fue Nicolas Masson de Morvilliers, quien en 1782 escribió el artículo «Espagne» para el primer volumen de la Encyclopédie méthodique ou par ordre des matières. Géographie moderne y dio forma definitiva al título de la controversia («¿Qué se debe a España?») con el siguiente fragmento, a todas luces mucho más incendiario e injustificado que el de Du Perron:
Aujourd’hui le Danemark, la Suède, la Russie, la Pologne même, l’Allemagne, l’Italie, l’Angleterre & la France, tous ces peuples ennemis, amis, rivaux, tous brûlent d’une généreuse émulation pour le progrès des sciences & des arts! Chacun médite des conquêtes qu’il doit partager avec les autres nations; chacun d’eux, jusqu’ici, a fait quelque découverte utile, qui a tourné au profit de l’humanité! Mais que doit-on à l’Espagne? Et depuis deux siècles, depuis quatre, depuis dix, qu’a-t-elle fait pour l’Europe?[10]
Como hemos explicado con anterioridad, las reacciones de Nasarre, de Montiano y de otros como el zafrense Vicente García de la Huerta se adscriben a esa corriente de necesidad de defender las letras patrias españolas frente a las duras –y, a veces, injustificadas– críticas extranjeras, especialmente francesas.
Además de justificar las grandezas culturales y literarias de los españoles, nuestros escritores ilustrados acudieron a personajes históricos que compartían el ideal del valor patrio, germen que cosechó los éxitos en el pasado y la grandeza del Imperio español. Algunos de los héroes tratados en obras del siglo XVIII ya habían pasado a la literatura en épocas anteriores, pero vuelven a aparecer para fortalecer la grandeza de España frente a las críticas de otros países europeos.
En cuanto a la conquista de Hispania por los romanos, los ilustrados defendieron el honor y grandezas de España recurriendo al valeroso episodio de la resistencia y asedio a Numancia, como se ve en la tragedia Numancia destruida de Ignacio López de Ayala, escrita en 1775, o se hubiera constatado en la obra La Numancia de José Cadalso, hoy perdida. También hubo lugar para la figura de Viriato –que también protagonizó obras en Portugal–, en España tenemos El mayor rival de Roma, Viriato, de Luciano Francisco Comella, obra de teatro de 1798.
Sobre el período de la Reconquista y la formación de los reinos cristianos los diferentes autores trataron sobre el legado del último rey visigodo, don Rodrigo, en La Egilona, viuda del rey don Rodrigo (1785) del dramaturgo Antonio Valladares de Sotomayor o, desde una preocupación por la importancia de la mujer, en la tragedia Florinda de María Rosa Gálvez, publicada en 1804 pero de estética neoclásica. Don Pelayo –primer rey de los astures– está presente en la tragedia Pelayo (1769) de Gaspar Melchor de Jovellanos y en Hechos heroicos y nobles del valor godo español (1784), comedia histórica de Luis Moncín, entre otros. En la figura de Fernán González, I conde de Castilla, están basadas El castellano adalid y toma de Sepúlveda por el conde Fernán González (1785) de Manuel Fermín de Laviano y la pieza anónima titulada La conquista de Madrid por el rey don Ramiro y conde Fernán González, representada en 1786, ambas dramáticas. Sobre el Cid, por ejemplo, escribió Laviano la obra teatral titulada La afrenta del Cid vengada en 1769 y compuso unas quintillas en la segunda mitad del siglo Nicolás Fernández de Moratín, la «Fiesta de toros en Madrid», donde el héroe aparece como un torero. Alonso Pérez de Guzmán, el Bueno, también está presente en la literatura dieciochesca, como prueban la tragedia Guzmán el Bueno (1771) de Moratín padre o la obra teatral del mismo título de Tomás de Iriarte, esta de 1791.
Además de los de la conquista romana de Hispania y la reconquista de los reinos cristianos (el más frecuente), el otro gran ciclo del que se extraen figuras histórico-legendarias para la defensa de la identidad nacional es el de la conquista de América y la formación del Imperio español. Se prestó atención al almirante Cristóbal Colón como descubridor de América en la obra Cristóbal Colón (1790) del dramaturgo Luciano Francisco Comella; al emperador Carlos V en la pieza teatral Carlos V sobre Túnez (1749) de José de Cañizares; a Hernán Cortés, conquistador de México, en la comedia Hernán Cortés triunfante en Tláscala (1768) de Agustín Cordero o en fragmentos de la novela de José Cadalso titulada Cartas marruecas (1793), como más adelante se verá; y a Francisco Pizarro, conquistador de Perú, en la tragedia neoclásica Francisco Pizarro, del emeritense Juan Pablo Forner, de fecha desconocida.
Como puede observarse, la mayoría de los textos son obras dramáticas de la segunda mitad del siglo XVIII, cuando verdaderamente triunfó el Neoclasicismo en España. Y una de las necesidades del espíritu neoclásico español era la de forjar o rescatar para la literatura (no habían sido olvidadas por la estética barroca)[11] figuras heroicas del pasado nacional, y por eso tantos autores cultivaron el subgénero de la comedia histórico-militar. Esta segunda parte de la centuria se convirtió en la base sobre la que se desarrollaron, ya en el siglo XIX, numerosos textos literarios protagonizados por los héroes y personajes históricos anteriormente citados y otros, dando lugar a una nómina realmente interesante sobre este particular; no olvidemos, además, que el período decimonónico constituyó el afianzamiento de las conciencias nacionales y los Estados en la Europa occidental, y España no fue ajena al momento geopolítico que se vivía en su entorno, si bien los albores del Estado nacional español podrían remontarse a comienzos del siglo XVI.
- El capitán Hernán Cortés desde la óptica de José Cadalso
Anteriormente hemos explicado cómo las duras críticas extranjeras hacia España fueron respondidas por varios ilustrados nacionales, entre los que se encuentran los ya citados Blas Antonio de Nasarre y Férriz, Agustín de Montiano y Luyando y Vicente García de la Huerta además de Gaspar Melchor de Jovellanos, fray Benito Jerónimo Feijoo o el propio José Cadalso y Vázquez.
El neoclásico gaditano encontró en el episodio de la conquista de México y en la figura del metelinense Hernán Cortés unos filones explotables desde una triple perspectiva historicista, nacionalista y pragmática (en términos de actualización del mito para que sirva de ejemplo a su contemporaneidad) para acallar las invectivas extranjeras. Además, murió Cadalso como coronel de caballería y miembro de la Orden de Santiago, y su condición de militar le dotó de un especial sentido patriótico, que fue atemperado en los distintos lugares a los que fue destinado –no siempre de su agrado– y amoldado al incipiente nacionalismo identitario español de corte ilustrado y borbónico. Por lo tanto, en Cadalso se conjugan varios factores que determinan la admiración histórica y personal por el también militar Hernán Cortés, que pretendió convertir en un símbolo de la modernidad española y de su grandeza imperial, militar y moral.
La vinculación del escritor al estamento militar facilitó que los comentarios que sobre el conquistador de México vertió Cadalso en sus obras inspiraran una de las necesidades más acuciantes de la milicia española del momento: la formación[12]. El conocimiento de tácticas de combate, del armamento y de las batallas y acontecimientos históricos más celebrados del pasado de una nación debían formar parte de la formación reglada de las academias militares del siglo XVIII, además de otras materias instrumentales. Pero la desidia de los oficiales y el escaso interés que mostraba la tropa y marinería, unidos a la falta de previsión y de voluntad política de los mandos gubernamentales, impidieron sólidas reformas en ese sentido más allá de modificaciones de ordenanzas que, en la práctica, no se cumplían convenientemente y hacían del español un ejército atrasado y con perspectivas muy negativas de cara a su mejor formación y profesionalización. Cadalso, como intelectual ilustrado y miembro destacado de la milicia, no podía tolerar ese desapego por la cultura y la formación e intentó, en algunas de sus obras, paliar esa situación, y tal hizo en las Cartas marruecas a través de la ponderación de Hernán Cortés.
El escritor andaluz apostó por la defensa de la conquista del Nuevo Mundo y de Cortés en varias de sus obras, algunas de contenido didáctico ilustrado y muy destacadas y apreciadas por la crítica. Veamos las alusiones en las obras, ordenadas cronológicamente.
Una de las primeras obras cadalsianas en las que habló el neoclásico sobre las hazañas de Cortés fue en la Defensa de la nación española contra la Carta persiana LXXVIII de Montesquieu, finalizada, según Cañas Murillo[13], en 1768 o, como muy tarde, a principios de 1771. En la decimosegunda nota relaciona una serie de acontecimientos que se erigen en garantes del valor histórico de los españoles, y ahí sitúa la conquista de México, aunque no la cita explícitamente; sin embargo, a tenor de las afirmaciones posteriores de las Cartas marruecas puede establecer una inequívoca correspondencia con dicho suceso histórico del siglo XVI. El texto del de Cádiz es el siguiente: «conquistar un medio mundo con un puñado de aventureros (hazaña gloriosísima por más que la quieran eclipsar la preocupación, envidia e ignorancia de los extranjeros empeñados en pintarla como una serie de inhumanidades)»[14].
Cadalso publicó Los eruditos a la violeta, ó Curso completo de todas las ciencias, dividido en siete lecciones para los siete dias de la semana en 1772, en el imprenta de Antonio de Sancha, y casi al final de la obra se refiere a una crónica del siglo XVII que trata sobre la conquista de México y sobre el descubridor extremeño, que pone a la altura de grandes personajes clásicos de epopeyas: «Repetid que tan poca fe dais al Alejandro, de Quinto Curcio, y al Cortés, de Solís, como al Aquiles de Homero»[15]. Sin duda, como se verá más adelante, el escritor conoció la crónica que cita[16], además de otras, y de ella extraerá algunos de sus ideales. Adaptó la necesidad de formación al estamento militar años después, cuando en 1790 publicó póstumamente El buen militar a la violeta. Lección pósthuma del autor del Tratado de los eruditos, aunque en este texto no habló sobre el conquistador del imperio azteca.
En la imprenta de Antonio de Sancha publicó también su libro de poemas Ocios de mi juventud; fue en 1773. Una de las composiciones, titulada «A la Fortuna» y compuesta por ciento cuarenta y ocho versos en tercetos encadenados, contiene algunas referencias a la hazaña cortesiana. Así, escribe Cadalso lo siguiente sobre la fascinación que siente acerca de algunos personajes –Alejandro Magno y Hernán Cortés– que ya habían aparecido en otras obras suyas, así como sus cronistas:
Llenábase mi pecho de furores
al leer de Curcio y de Solís la historia,
de Alejandro y Cortés aduladores.
Envidiaba a los dos la fiera gloria
de ver en Moctezuma y en Darío
caprichos de la suerte y la victoria.
Un héroe sabio y un monarca pío
parecíanme indignos de su cuna;
su libro indigno del estudio mío.[17]
La declaración que hace el poeta sobre sus lecturas y las características que para él revisten los personajes nos dan pistas inequívocas sobre las fuentes y la finalidad de Cadalso a la hora de presentar, en el caso que nos ocupa, la figura de Cortés en sus Cartas marruecas. Avanzando en el poema expresará el escritor neoclásico que insignes hechos históricos complacen su alma, enumerando «de Numancia, Sagunto y de Lepanto,/de Méjico, de Cuzco y de Pavía,/de San Quintín, de Almansa y Camposanto,/de Roncesvalle y tanto crudo día»[18], donde recuerda la conquista de México por Hernán Cortés en 1521 y la de Perú por Francisco Pizarro, esta última a través de la batalla de Cuzco, en 1534.
Hacia 1776[19] terminó los Epitafios para los monumentos de los principales héroes españoles, que permanecieron inéditos, junto con otros textos, hasta 1894, cuando fueron publicados por Raymond Foulché-Delbosc en el primer número de la Revue Hispanique y, ese mismo año, con posterioridad, en un libro exento. El epitafio número cuarenta y cuatro, referido a la conquista de América, es del siguiente tenor literal (la cursiva no es mía):
De viris omni laude dignissimis
utpote
Ferninandi Cortes fortitudinis, religionis, et gloriæ sociis
inter hispanorum castrorum in America præcipuos milites et duces,
Olid, Lercano, Alvarado, Iuste,
Arguello, Tapia, Marin, Montejo, Lugo, Dominguez,
Portillo, Escalante, Moron, Moral, Sandoval, Diaz,
Saucedo, Ramirez, etc…..
tacente invidiá loquatur Posteritas,
et hoc commune in eorum memoriam
Monumentum[20]
Le sigue una traducción española, que ofrecemos por ser texto de Cadalso, pero que, como se comprobará, es incompleta en relación al texto latino precedente:
Monumento
á cuya vista calle la envidia y hable la posteridad
en perpetuo elogio
de los caudillos y soldados más dignos de su gefe
Hernan Cortés
en la conquista de América
á saver
Olid, Lercano, Alvarado, Iuste, Arguello, Tapia,
Marin, Montejo, Lugo, Dominguez, Portillo, etc…[21]
Junto con Los eruditos a la violeta (1772) y las Noches lúgubres (publicadas por primera vez en el Correo de Madrid en 1789, en el volumen de varios titulado Miscelánea erudita de piezas escogidas en 1792 y como libro exento en 1798), las Cartas marruecas forma la trilogía más afamada del escritor gaditano, superando esta última a todas las demás.
Las Cartas marruecas de José Cadalso son una novela ilustrada y neoclásica española escrita en forma epistolar, a lo largo de cuyo texto, que presenta una serie de características comunes y elementos narrativos que unen las noventa cartas que intercambian Gazel, Ben-Beley y Nuño Núñez entre sí, se analizan –con mayor o menor grado de profundidad, dependiendo de la intención del autor– distintos temas que preocupaban a la intelectualidad neoclásica del siglo XVIII en general y a Cadalso en particular con finalidades concretas según el caso.
Tomando como fuente fundamental las Lettres persanes o Cartas persas (1721) de Charles Louis de Secondat, señor de la Brède y barón de Montesquieu (que nuestro escritor había leído y criticado años antes, como se ha visto), Cadalso expone en su obra una elevada variedad de contenidos, entre los que pueden citarse el ideal de hombre de bien, la decadencia de la lengua castellana, el patriotismo, el sentido práctico de los ilustrados, la historia de España y de Europa, el atraso de las ciencias españolas, ciertas ideas lingüísticas y literarias y la conquista de América, entre otros, tema que ocupa el presente trabajo junto con el papel que, en ese sentido, juega Hernán Cortés. Las Cartas marruecas gustan del intercambio epistolar entre tres personajes de edades distintas y en el marco de narrativo de un libro de viajes en el que se narran experiencias y se dan consejos y correcciones sobre los temas descritos.
Fechado entre 1774 y 1778, el manuscrito 10688 de la Biblioteca Nacional de España contiene la versión más antigua y próxima al original de Cadalso. Las Cartas, concluidas en 1774, fueron publicadas con variantes con respecto al texto canónico actual y otro orden en el Correo de Madrid en varios números impresos entre 1788 y 1789, póstumamente. Como libro exento vio la luz por primera vez en la imprenta de Antonio de Sancha en 1793[22].
El tema de la conquista de América es frecuente en la obra, y es tratado en algunas cartas específicamente o de manera fragmentaria, es decir, añadiendo ejemplos y apostillas a otros temas o sacando a colación el episodio en momentos determinados. Con todo, son constantes las referencias al Nuevo Mundo (carta XXVI), a las Indias (cartas III, XVIII), a América (cartas III, V, IX, XLI), a los indios como pobladores de aquellas tierras (cartas IX, XLV), a momentos concretos como la conquista de México (cartas V, IX) o al personaje de Hernán Cortés (cartas IX, X, XVI, XXVI, XXXVI, LXXX, LXXXVII), entre otros.
El tratamiento y función de cada uno de estos particulares responde a distintos criterios, aunque pueden englobarse bajo la idea de recuperación de la historia española y valoración nacional de la conquista de América como una empresa heroica y positiva, sin aceptar connotaciones de la denominada «leyenda negra» como las masacres de los pueblos autóctonos de esas zonas o el enriquecimiento de la metrópoli como consecuencia de la explotación y expoliación de las tierras y de su mano de obra esclavizada y maltratada. Cadalso no considera que existieran este tipo de situaciones en la mayoría de los casos, y cree que estas leyendas tan negativas formaban parte de maniobras de desprestigio de España que se llevaban a cabo desde otros países de Europa, especialmente de Francia, y también de Inglaterra. En cualquier caso, el escritor neoclásico no defenderá siempre la conquista de América en su totalidad, y concede que durante la toma del imperio inca por Francisco Pizarro se hicieron más barbaridades que en el caso de la heroica contienda que sostuvo Hernán Cortés, por el que Cadalso sentía una clara predilección fundada en sus valores militares, intelectuales, patrióticos, humanos y morales. Sin embargo, el autor gaditano acepta que las campañas cortesianas también tuvieron efectos negativos y propiciaron derramamientos de sangre, pero los justifica teniendo en cuenta el comportamiento de los indios.
No se trataba de que Cadalso reescribiera la historia de la conquista, sino de adherirse a una corriente positivista y, entendían ellos, realista, que consideraba la toma de América a nivel general como un hecho glorioso español, de donde podían tomarse modelos para su presente ilustrado, tanto para España como para otros países europeos que criticaban a España. De hecho, fue a partir del siglo XIX cuando se cosecharon las mayores críticas hacia la campaña, sin obviar que desde el propio siglo XVI ya había detractores, como fray Bartolomé de las Casas; aunque también defensores, como Bernal Díaz del Castillo.
Varias son las cartas que dedica Cadalso a tratar sobre el papel que jugó América como territorio conquistado en el conjunto del Imperio español. En la Carta III, que Gazel dirige a Ben-Beley, expone de modo sucinto la historia de España desde los tiempos de los romanos hasta la llegada de la dinastía borbónica. No dice nada del siglo XVIII previsiblemente por prudencia y temiendo la censura, pues podría haber hablado de la Guerra de Sucesión con que se inauguró la centuria tras la muerte sin descendencia de Carlos II, pero ya se trataba del reinado de Felipe V, padre del que fue rey en tiempos de la redacción de las Cartas marruecas, Carlos III. Sin embargo, sí menciona en un par de ocasiones la importancia de América para la corona española. En primer lugar, destaca que el descubrimiento de estos territorios concedió a España un imperio mayor que el mítico de Roma, y que podría haber sido más duradero si los gobernantes hubieran sido más apropiados, con la sola excepción de Carlos I. Llama la atención que Cadalso asuma, como no podía ser de otra manera teniendo en cuenta la opinión generalizada de la sociedad y clase dirigente de la época, que el todavía existente Imperio español estaba en decadencia desde hacía tiempo, circunstancia que algunos intentaron enmendar con medidas como la creación de reinos (no virreinatos) en los territorios de Nueva España, Perú y Nueva Granada al mando de los cuales estaría algún miembro de la familia real española y todos ellos dirigidos por un emperador, que sería el rey de España. Sin embargo, esta y otras medidas no prosperaron. Pero además de la extensión geográfica del territorio español y de las potencialidades de la zona, el escritor neoclásico también se refirió en la Carta III a que la venida de oro y riquezas de las Indias hizo que los españoles basaran su economía en esos materiales y en el veloz aumento patrimonial de los ciudadanos, sin que las autoridades, la burguesía o el pueblo se dignaran en dotar al Estado de una economía industrial, mucho más dinámica que la dependencia generalizada del oro de América. Esta mala gestión de los recursos, que critica Cadalso, era una de las causas del atraso de nuestro país en comparación con otros, especialmente a finales del siglo XVII, momento en que finaliza la narración del pasaje.
Los mismos interlocutores intervienen en la Carta V, donde Gazel muestra su intención de hablar sobre la conquista de México como contexto general de la colonización de América, parte esencial de la historia de España. Reconoce Gazel que únicamente ha leído a autores españoles, y accede a leer a extranjeros para formarse una opinión que sea del todo imparcial, tal y como propugnaba Cadalso en su vida como neoclásico. Bien sabe el escritor –y lo desarrollará en cartas posteriores– que la mayoría de los autores extranjeros son muy duros en sus críticas contra la conquista española, pero su mente ilustrada le impide formar su idea sobre el particular (las Cartas marruecas son también una novela ideológica) en una sola postura. Basándose en tópicos clasicistas como el in medio virtus o el aurea mediocritas el autor gaditano hace una declaración de intenciones sobre esta cuestión, que resolverá en la Carta IX, acaso la más interesante desde el punto de vista de la valoración de la conquista del imperio azteca.
Como hecho históricamente destacado anota el descubrimiento de las Indias orientales y occidentales en la Carta XVIII, que Gazel envía a Ben-Beley. En este caso se trata del ejemplo de un suceso notable que refiere, junto a otros, para señalar que aún más que todos ellos le sorprenden las disputas entre padres e hijos, con lo que Cadalso utiliza la exploración americana para un asunto moral en sus Cartas.
Como ejemplo para ilustrar otro tema es utilizada, de nuevo, la conquista de América, esta vez en la Carta XLI, que Gazel dirige a su maestro Ben-Beley. En esta epístola Cadalso reflexiona sobre el lujo, su importancia para el desarrollo de las sociedades y su conveniencia. El andaluz aduce que durante los años posteriores a la conquista del continente americano no existían industrias que trataran la materia prima tan rica que se obtenía en aquellas tierras, y que eso no imposibilitaba que hubiera lujo. Este lujo estaba fundamentado en la idea de abundancia, y como se pensaba que era una fuente de riqueza casi inagotable, se despilfarró sobremanera, lo que no es del gusto de Cadalso, que hubiera preferido que se gastara «lo preciso»[23] –como sostiene explícitamente– y ello hubiera revertido en la industrialización y modernización de España.
Al comienzo de la Carta XLV, con los mismos interlocutores, Cadalso habla sobre la ciudad de Barcelona. A lo largo de la carta subraya los destacamentos militares tan importantes que tiene el municipio, ofreciendo algunas notas sobre este particular. Pero lo que a nosotros nos interesa es que promueve nuevamente la idea de la industrialización de España como medio para conseguir ser un país moderno, algo que preocupaba notablemente a los ilustrados y a la nueva dinastía borbónica de corte francés. Pone a la ciudad condal como ejemplo de lugar donde el carácter de sus habitantes les hace ser profesionales en labores industriales o manufactureras, y consiente en que es esto lo que verdaderamente otorga riqueza a nuestro país, y no la «pobreza de tantos millones de indios»[24] que puedan estar esclavizados en América.
La valoración implícita que Cadalso ofrece de los indios ha sufrido una evolución con respecto a épocas anteriores. A este respecto cabe citar el trabajo de Yagüe Bosch[25], en el que explica que el ilustrado gaditano no emplea una concepción salvajista de los indios en términos de atraso intelectual, como utilizó Diego de Torres Villarroel en sus Visiones y visitar de Torres con D. Francisco de Quevedo por la Corte, publicadas desde 1727.
Cadalso tampoco se adscribe siempre en sus Cartas marruecas a la idea del «buen salvaje» que desarrollaron otros autores de la Ilustración y también anteriores, como el francés Michel de Montaigne. Un pasaje de la Carta LIX, citado por Yagüe Bosch[26], se adscribiría a esta tendencia: «algunos sabios de los que habrá sin duda a su modo entre aquéllos que nosotros nos servimos llamar salvajes»[27].
Con todo, la idea que más defiende Cadalso en relación a la naturaleza de los indios (y es la que más defiende por una cuestión de extensión y de vehemencia en la defensa que hace de la conquista de México, especialmente en la Carta IX, como veremos más adelante) la tomó de otro autor dieciochista, que consideraba que los indios no eran más que unos animales (y, por tanto, no personas) debido a algunos de sus comportamientos, especialmente los referidos al canibalismo que practicaban algunos pueblos precolombinos –no todos–, aunque esta afirmación se generalizó injustamente en algunos casos. Cadalso toma sus ideas sobre los indios del también ilustrado fray Benito Jerónimo Feijoo. Este autor dieciochesco, en su Teatro crítico universal o Discursos varios en todo género de materias, para desengaño de errores comunes, publicado en ocho tomos entre 1726 y 1739, escribió dos discursos titulados «Glorias de España. Primera parte» y «Glorias de España. Segunda parte», que hacen los números XIII y XIV (los dos últimos), respectivamente, del cuarto tomo de la obra, que vio la luz en 1730. El vigesimoquinto y último parágrafo del primero de estos discursos (que hace una relación de los principales hechos heroicos de nuestra historia desde la época romana hasta el reinado de Carlos I, desechando el propio autor los dos últimos siglos anteriores a su contemporaneidad por la distorsión que supone la cercanía histórica) recoge la siguiente afirmación sobre la conquista de América y la naturaleza existencial de los indios:
Batallaban los españoles con unos hombres que apenas creían ser en la naturaleza hombres, viéndolos en las acciones tan brutos. Tenía alguna apariencia de razón el que fuesen tratados como fieras los que en todo obraban como fieras. ¿Qué humanidad, qué clemencia, qué moderación merecían a unos extranjeros aquellos naturales, cuando ellos, desnudos de toda humanidad, incesantemente se estaban devorando unos a otros? Más irracionales que las mismas fieras, hacían lo que no hace bruto alguno, que era alimentarse de los individuos de su propia especie.[28]
Esta idea de Feijoo es especialmente dura, pues justifica la dureza con que los conquistadores se enfrentaron contra los indios porque algunos de estos pueblos autóctonos realizaban sacrificios humanos a sus dioses y desarrollaban el canibalismo. Para un hombre ilustrado como Feijoo no parece un comportamiento racional, como explica él mismo, y por eso no debía haber ningún problema en erradicar esas conductas. Cadalso no es tan claro en sus Cartas marruecas, aunque de la atenta lectura de su obra, especialmente de la Carta IX, puede extraerse que la influencia del benedictino en el neoclásico gaditano era patente, ya que, como recoge Yagüe Bosch[29], de otro modo no hubiera podido justificar y reivindicar tan directamente la figura de Hernán Cortés, como también hizo Feijoo. Además, ambos estaban influidos por la ya citada Historia de la conquista de México, población, y progressos de la America Septentrional, conocida por el nombre de Nueva España de Antonio de Solís y Rivadeneyra, publicada por primera vez en 1684 y muy editada durante el XVIII. Esta Historia era muy condescendiente con la figura del conquistador de Medellín, ya que además tomó como fuente principal la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo (que participó en la conquista como soldado junto a Cortés), publicada en 1632 pero finalizada en el último tercio del siglo XVI, muy procortesiana.
Una vez que se han comentado las apreciaciones que ofrece Cadalso en sus Cartas marruecas sobre la importancia de la conquista de América y la naturaleza de los indios es el momento de analizar a uno de esos exploradores, Hernán Cortés, tan admirado por el neoclásico andaluz en varios aspectos. Sin embargo, antes de dedicarnos al estudio de su figura como personaje heroico y literario debemos comentar un breve pasaje de la Carta XXVI, de Gazel a Ben-Beley, donde Cadalso trata sobre el carácter de los distintos pueblos que componen la diversidad regional de España. Así, de Extremadura destaca que «produjo los conquistadores del nuevo mundo», aunque asume que son poco duchos en las letras, salvo los más sobresalientes. Evidentemente, entre esos conquistadores del Nuevo Mundo parece recoger Cadalso, entre otros, a Francisco Pizarro, Pedro de Valdivia, Hernando de Soto, Inés de Suárez, Vasco Núñez de Balboa, Pedro Cieza de León, Francisco de Orellana y, sobre todo, Hernán Cortés.
Ya hemos apuntado que Feijoo defendió la valentía y gestas de Cortés en su Teatro crítico universal. Opinaba el monje benedictino que el conquistador extremeño, en igualdad de esfuerzos que el medieval Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, venció a un poderoso imperio a pesar de todos los engaños y desencuentros que encontraba entre sus propias filas. Además, procedió a desmentir a los críticos extranjeros que achacaban la victoria de los europeos a la superioridad de las armas españolas, arguyendo que el número de indios era considerablemente mayor al de españoles –además de su ferocidad–, y que ni la «pericia militar» ni la «calidad de las armas» de los españoles debían impedir el reconocimiento del glorioso triunfo[30].
Cadalso utiliza la figura de Hernán Cortés como ejemplo ante temas y situaciones dispares, y tal es lo que sucede en la Carta X, de Gazel a Ben-Beley. El tema que se trata en esta epístola es el de la poligamia, con diferencias de tolerancia entre los musulmanes y los cristianos, religiones a las que pertenecen los personajes de la obra. Refiere Gazel haber encontrado un hombre que estaba con dieciocho mujeres cada día del año, por lo que el agonista cadalsiano calculó que era seis mil quinientas setenta el total anual, identificando a ese personaje con un «Hernán Cortés del género femenino»[31] por sus conquistas amorosas en lugar de las territoriales.
Al mismo efecto de ejemplificar le sirve la Carta XXXVI, también de Gazel a Ben-Beley. Con brevedad reflexiona Cadalso sobre el lenguaje y su corrupción, haciendo notar que defectos o vicios había tanto en el siglo XVII como en el XVIII, solo que el propio de la época barroca era el hablar equívoco y, el de la Ilustración, la antítesis. Así, pone un ejemplo ficticio de cada uno de ambos recursos y, en el caso del dieciochesco, relativo a la antítesis, indica que podría leerse el siguiente texto, no falto de complejidad, relativo a una expedición de españoles a América: «Estos españoles hicieron en estas conquistas las mismas hazañas que los soldados de Cortés, sin cometer las crueldades que aquéllos ejecutaron»[32], donde puede entreverse cierta contradicción con respecto a su valoración de Hernán Cortés en el conjunto de las Cartas marruecas y de su obra, en este caso amparada en el uso de la antítesis y en la técnica de poner ese fragmento en boca de un posible gacetista.
La Carta LXXX, dirigida por Gazel a su preceptor, trata la práctica española de la generalización de la fórmula de tratamiento don, con raíces nobiliarias y una evolución devaluada que permitía a cualquiera intitularse así. Cadalso explica que su origen etimológico remite a dominus, que significa señor, de tal manera que es costumbre anteponer las formas señor don para referirse a una persona, sin importar la redundancia. Admira el gaditano que las antiguas firmas en monumentos o, por ejemplo, en las portadas de libros, expresaban todos los títulos y oficios de la persona, pero generalmente sin anteponer el don, hecho que no es del todo cierto, pues sí se usaba en numerosas ocasiones, solo o ennoblecido con el tratamiento de excelencia, por ejemplo. Así las cosas, el escritor neoclásico explica que, a pesar de sus muchos empleos, insignes y antiguos personajes no utilizaban el don, como por ejemplo Hernán Cortés, al que cita[33]. Una vez más, Cadalso yerra, ya que sí se antepuso el don a Hernán Cortés en numerosas ocasiones durante su vida; baste citar el pleito del fiscal con el tesorero de Nueva España, Alonso de Estrada, y el contador Rodrigo de Albornoz por haber intentado sublevar el pueblo contra «don Fernando Cortés», de 1525[34] (antes de ser nombrado marqués) o la propia cédula del emperador Carlos V, fechada en Barcelona el 20 de julio de 1529, otorgando el título de marqués del Valle de Oaxaca a Cortés, donde puede leerse: «á vos D. Hernando Cortés nuestro Gobernador y Capitan General de la Nueva España […] que agora y de aquí adelante vos podáis llamar, firmar é titular, é os llamedes é intituledes Marques del Valle, que ahora se llamaba Guajaca […] é por la presente vos hacemos é intitulamos Marques del dicho Valle llamado Guajaca»[35].
La Carta LXXXVII, de Gazel a Ben-Beley, pone como ejemplo a Cortés de capitán a cuyo ejército se le apareció el apóstol Santiago –siguiendo la estela de su iconografía militar de Santiago Matamoros– en la conquista de América, y ello les dotó de un especial valor. Cadalso hace hincapié en el santo patrono de nuestro país como garante de la victoria en algunas de las grandes batallas de la historia de la patria. España era la guardiana de la fe católica, y no debemos olvidar el pretexto de cristianización de las conquistas de las tierras americanas para comprender incluso las tradicionales invocaciones al apóstol Santiago el Mayor como guerrero con la expresión «¡Santiago, y cierra España!», a pesar de que no fue declarado oficialmente patrón de la nación hasta 1630, con el papa Urbano VIII. Pero desde los tiempos de la Reconquista se tenía por tal.
Con los mismos interlocutores aparece la Carta XVI, destinada a la crítica conjunta a Francia y España por el poco acierto que demuestran a la hora de honrar a sus héroes y personajes históricos, en cuyo honor no erigen monumentos, caso contrario al de Inglaterra. Recuérdese que Cadalso escribió los Epitafios para los monumentos de los principales héroes españoles, también para paliar literariamente esa situación. Así, recuerda algunos de los nombres más insignes de la historia francesa y española, entre los que incluye, claro está, a «Hernán Cortés, héroe mayor que los de la fábula»[36], situado al lado de otros tan ilustres como don Pelayo, Ramiro I, Alonso Pérez de Guzmán, el Cid Ruy Díaz, Fernando III el Santo o Gonzalo Fernández de Córdoba. José Cadalso sitúa al metelinense en la órbita de los héroes españoles.
Pero sin lugar a dudas es la Carta IX, también de Gazel a Ben-Beley, la que contiene mayor cantidad de referencias directas y laudatorias hacia Hernán Cortés y su hazaña en la conquista de México. Cadalso intenta, en esta epístola, desmembrar poco a poco el mito de la denominada «leyenda negra», al menos en lo relativo a la conquista de México por el de Medellín, que planeaba sobre la corona española desde el siglo XVI. Ya en la Carta V adelantó el autor neoclásico que, sobre este particular, había leído a españoles, pero no a extranjeros, y que necesitaba conocer ambas posturas para formarse su opinión, que debía ser, como mandaban los cánones ilustrados, imparcial. Ahora manifiesta el gaditano, a través del personaje Gazel, que ya ha leído a esos autores, y que en sus obras encuentra todo tipo de críticas a la conquista de América, muy al contrario de lo que publicaban las prensas españolas, si bien es cierto que no todas era favorables a la labor de los conquistadores, como es sabido. En cualquier caso, asume que se trata de un «asunto dignísimo de un fino discernimiento, juiciosa crítica y madura reflexión»[37], y por eso ha tenido que conocer todas las opiniones, de tal manera que el relato que hará seguidamente se adscribe a la corriente positivista y heroica de las hazañas de los conquistadores desmontando los argumentos de sus detractores, fundamentalmente extranjeros. Y a ellos va dirigida la narración muy especialmente, pero no solo para que acepten lo que Cadalso considera «historia verdadera», en términos de Díaz del Castillo, sino para que también asuman que ellos mismos están cometiendo atrocidades peores –a juicio del escritor– en su tiempo, en el siglo XVIII[38], y se refiere al tráfico de esclavos provenientes del continente africano, que Inglaterra tenía muy desarrollado; dice Cadalso que esos países que critican la toma de América son «los mismos que van a las costas de África a comprar animales racionales[39] de ambos sexos»[40].
Realiza Cadalso lo que bien podría ser una historia de la conquista de México procortesiana y resumida, con visos de didactismo si nos atenemos a la estructuración en veintiún apartados enumerados, cada uno de ellos refiriéndose a distintas etapas de la conquista y aportando valores destacables del capitán español. Además de estar influido por las ideas de Feijoo, el gaditano sigue la línea de una conocida crónica de Indias del siglo anterior y que ya ha sido cita, se trata de la Historia de la conquista de México, población, y progressos de la America Septentrional, conocida por el nombre de Nueva España (1684) de Antonio de Solís y Rivadeneyra, que fue muy difundida en el período dieciochesco. Pero es que esta Historia está fundamentalmente basada en la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo (1632). No obstante, Cadalso introduce algunas diferencias, aunque sobre todo las mantiene con la Historia de las Indias y conquista de México (1552) de Francisco López de Gómara, que es más crítica con la labor del conquistador extremeño. Cabe destacar que, incluso, Cadalso sostiene diferencias con las Cartas de relación del propio Hernán Cortés, escritas entre 1519 y 1526. Veamos un par de ejemplos sobre las particularidades en el uso de las fuentes por el autor de las Cartas marruecas, siempre teniendo en cuenta que la obra de Solís es la principal y la que sigue en una narración casi lineal, aunque la obra dieciochesca es más sintética.
En el punto tercero de la enumeración se refiere a unas señales de la providencia sobre el futuro de la expedición acaecidas tras el rescate de Jerónimo de Aguilar, hecho que citan tanto el propio Cortés en sus Cartas de relación como López de Gómara, pero no Díaz del Castillo ni Solís, por lo que parece que el ilustrado las toma de alguna de las fuentes más antiguas, hecho que implica que también las había manejado.
En el apartado octavo, referido al nombramiento del conquistador como alcalde y justicia mayor en la recién fundada Villa Rica de la Vera Cruz, Cadalso se aparta del texto de Solís cuando este recoge, como Díaz del Castillo, que el extremeño ya había planeado y buscado tal nombramiento, y no fue voluntad del ayuntamiento de la villa sin más, como sostienen el andaluz y el propio Cortés en sus Cartas de relación.
José Cadalso era militar, pero un militar ilustrado neoclásico español del siglo XVIII. Vivió en un tiempo muy diferente al de Hernán Cortés, pero admira al conquistador extremeño porque considera que es un héroe nacional con unos valores inmortales extrapolables a su época –la de Cadalso– que le convierten en un símbolo de la identidad nacional española o hispánica y en un modelo de comportamiento y de existencia del hombre moderno. El escritor gaditano admira el conocimiento de las tácticas militares de Cortés y su conciencia de soldado, de subordinación hacia sus superiores y sus dotes de mando en una compañía. Destaca la altura y astucia intelectuales como político y estadista para establecer no pocas alianzas con pueblos autóctonos (como los tlaxcaltecas) para unirse frente al poderoso emperador azteca Moctezuma II. Alaba su patriotismo al realizar sus campañas en nombre de España y del emperador Carlos V, a quien dio relación de lo ocurrido. En los términos acuñados por Feijoo, distingue la humanidad del metelinense al erradicar los sacrificios y el canibalismo de algunas naciones amerindias. Y además, de manera implícita, valora la moralidad cortesiana, aunque sin dedicar líneas al espíritu religioso y cristianizador que inspiró oficialmente la conquista de América. Estas apreciaciones convierten a Cortés, a los ojos de Cadalso, en un hombre moderno que contiene valores y principios que han de regir la vida y comportamiento de los ciudadanos ilustrados, aunque con algunas notas negativas propias de la evolución de la sociedad y del mundo en doscientos años. Sin embargo, seguramente el neoclásico gaditano entendiera que el conquistador extremeño era un personaje avanzado a su tiempo en ciertos aspectos, pero adaptado a él, sin embargo.
Cadalso considera que Cortés es un ejemplo a seguir porque no entiende que sus conquistas hayan sido tan nocivas para la corona española ni para los pueblos precolombinos como los extranjeros estaban mostrando. Al final de la narración resuelve que las masacres se llevaron a cabo en defensa propia ante las traiciones de los mexicanos, su ferocidad y los sacrificios humanos que atemorizaban a los españoles. Para evitar que les sucediese a ellos, los españoles «llenaron la ciudad de cadáveres»[41], único momento en que perdieron la humanidad; es la justificación que ofrece Cadalso. Sin embargo, el andaluz ilustrado es menos condescendiente con la conquista de Perú por Francisco Pizarro, donde «mataron muchos hombres a sangre fría»[42]. Acto seguido, sin embargo, vuelve a recordar la esclavitud que defienden otras naciones europeas, acaso para expresar que no solo los españoles han cometido barbaridades, sino que otros países incluso las siguen cometiendo.
- Conclusión
La conquista de América y, concretamente, de México, siempre fue del agrado de los cronistas desde el siglo XVI. Pero, además, la figura de Hernán Cortés no fue tan denostada como pueda parecer a primera vista, sino que su carácter y campañas en las Indias se incluyeron en numerosos textos literarios. Pero es que en el siglo XVIII, cuando la Ilustración española estaba forjándose, se publicaron varias obras relativas a este particular, donde Cortés era protagonista[43].
José Cadalso, uno de los neoclásicos más relevantes, y también militar, aprovechó en varias de sus obras para destacar el papel heroico e histórico del conquistador extremeño. En las Cartas marruecas, acaso la obra más afamada del escritor, el gaditano muestra por qué Cortés podía ser considerado un ejemplo para varios temas, además de destacar los aspectos positivos de su papel en la conquista de México y de valorar su maestría militar, intelectual, patriótica, humana y moral. Más que reinventar la historia o reivindicar las campañas militares en sí mismas, Cadalso destaca a Cortés y sus proezas; personaliza en el capitán de Medellín las proezas de su ejército, pero consigue convertirlo en el alma de esa milicia, sin la cual hubiera sido imposible acometer las campañas.
Las cualidades que Cadalso destaca de Cortés lo convierten en un modelo de ciudadano ilustrado, con sus particularidades de época. Pero ese ejemplo debe servir a los lectores para conocer cuál debe ser el comportamiento y la meta a seguir para convertirse en buenos patriotas. Y todo ello en el marco de una literatura eminentemente didáctica, como era la neoclásica. Por este motivo, más allá del aprecio personal que Cadalso podía sentir por Cortés, este se convierte en un personaje literario que engloba el virtuosismo deseado por el andaluz para la educación de la sociedad, que podía tener perfectamente como guía a un militar dinámico y de éxito.
Pero es que, además de conseguir un nuevo héroe literario y de querer dar a conocer a los lectores tan importante figura histórica, Cadalso pretende, con sus apreciaciones sobre los temas tratados con anterioridad, recuperar la historia de España, restaurarla, reivindicarla frente a las injerencias extranjeras, defender a nuestros patriotas y fortalecer la formación de un modelo arquetípico de héroe nacional desde la órbita literaria para facilitar los moldes de una incipiente identidad nacional.
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[1] Gabriel Lobo Lasso de la Vega, Primera parte de Cortés valeroso, y Mexicana, Madrid, Pedro Madrigal, 1588, fol. 31r.
[2] Miguel de Cervantes Saavedra, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, ed. de Luis Andrés Murillo, Madrid, Castalia, 1991, tomo II, p. 96.
[3] Manuel José Quintana, Tesoro del Parnaso Español. Poesías selectas castellanas desde el tiempo de Juan de Mena hasta nuestros días, París, Librería Europea de Baudry, 1838, p. 441.
[4] Carolina Coronado, Poesías, ed. de Noël Maureen Valis, Madrid, Castalia/Instituto de la Mujer, 1991, p. 446.
[5] En el caso del teatro podemos hacer referencia a La sentencia sin firma de Gaspar de Ávila, a La conquista de México de Fernando de Zárate, ambas barrocas, o a El pleito de Hernán Cortés con Pánfilo de Narváez, obra escrita por José de Cañizares en 1716.
[6] Blas Nasarre, Disertación o Prólogo sobre las comedias de España, ed. de Jesús Cañas Murillo, Cáceres, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura, 1992, p. 75.
[7] Blas Nasarre, op. cit., p. 74.
[8] Tres años más tarde vio la luz su Discurso II sobre las tragedias españolas.
[9] José Checa Beltrán, Pensamiento literario del siglo XVIII español. Antología comentada, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2004, p. 64.
[10] Jean Mondot, Regard de/sur l’étranger au XVIIIe siècle, Burdeos, Presses Universitaires de Bordeaux, 2007, p. 111.
[11] Palacios recuerda que tanto el romancero como la comedia barroca contribuyeron notablemente a que las figuras legendarias continuaran en el imaginario colectivo. Cfr. Emilio Palacios Fernández, «El teatro popular», en El teatro en la España del siglo XVIII. Homenaje a Josep Maria Sala Valldaura, ed. de Judith Farré, Nathalie Bittoun-Debruyne y Roberto Fernández, Lleida, Universitat de Lleida, 2012, p. 163.
[12] En este sentido puede consultarse el trabajo de Francisco Andújar Castillo, «La educación de los militares en la España del siglo XVIII», en Chronica Nova, 19, 1991, pp. 31-55.
[13] José Cadalso, Cartas marruecas, ed. de Jesús Cañas Murillo, Vigo, Editorial Academia del Hispanismo, 2016, p. 30.
[14] José Cadalso, Defensa de la nación española contra la Carta persiana LXXVIII de Montesquieu, ed. de Guy Mercadier, Toulouse, Université de Toulouse, 1970, p. 21.
[15] José Cadalso, Los eruditos a la violeta, ed. de Nigel Glendinning, Madrid, Anaya, 1967, p. 118.
[16] Se trata de la Historia de la conquista de México, población, y progressos de la America Septentrional, conocida por el nombre de Nueva España, publicada por Antonio de Solís y Rivadeneyra en 1684.
[17] José Cadalso, Ocios de mi juventud, ed. de Miguel Ángel Lama, Madrid, Cátedra, 2013, p. 168, vv. 40-48.
[18] José Cadalso, Ocios de mi juventud, op. cit., p. 169, vv. 61-64.
[19] José Cadalso, Cartas marruecas, op. cit., p. 26.
[20] Raymond Fouché-Delbosc (ed.), Obras inéditas de don José Cadalso, Madrid, Librería de M. Murillo, 1894, p. 36.
[21] Raymond Fouché-Delbosc (ed.), Obras inéditas de don José Cadalso, loc. cit.
[22] Para observar la historia editorial del texto véanse los apartados «Datos externos» (pp. 42-46) y «Bibliografía incompleta» sobre el texto (pp. 83-84) de la edición utilizada: José Cadalso, Cartas marruecas, op. cit.
[23] José Cadalso, Cartas marruecas, op. cit., p. 248.
[24] José Cadalso, Cartas marruecas, op. cit., p. 260.
[25] Javier Yagüe Bosch, «Aspectos de la visión de América en los ilustrados», en Cauce, 14-15, 1992, pp. 639-668.
[26] Javier Yagüe Bosch, op. cit., p. 646.
[27] José Cadalso, Cartas marruecas, op. cit., p. 293.
[28] Benito Jerónimo Feijoo, Teatro crítico universal, ed. de Ángel Raimundo Fernández González, Madrid, Cátedra, 1989, pp. 199-200.
[29] Javier Yagüe Bosch, op. cit., p. 646.
[30] Benito Jerónimo Feijoo, op. cit., pp. 197-198.
[31] José Cadalso, Cartas marruecas, op. cit., p. 165.
[32] José Cadalso, Cartas marruecas, op. cit., p. 238.
[33] José Cadalso, Cartas marruecas, op. cit., p. 365.
[34] Pertenece al Archivo General de Indias y tiene la signatura JUSTICIA, 1017.
[35] Martín Fernández de Navarrete, Miguel Salvá y Pedro Sainz de Baranda, Colección de documentos inéditos para la historia de España, Madrid, Imprenta de la Viuda de Calero, 1842, I, pp. 106-107.
[36] José Cadalso, Cartas marruecas, op. cit., p. 181.
[37] José Cadalso, Cartas marruecas, op. cit., p. 154.
[38] Véase la opinión de Hans-Joachim Lope, «Cadalso y Hernán Cortés», en Dieciocho. Hispanic Enlightenment, 9, 1-2, 1986, p. 192 y ss.
[39] Adviértase, como hemos explicado anteriormente, el concepto de «animal» que maneja Cadalso, obtenido de Feijoo, para referirse a los humanos susceptibles de ser esclavizados, según los criterios que él también adopta. Además, en este punto se está refiriendo a africanos, no a los indios precolombinos.
[40] José Cadalso, Cartas marruecas, op. cit., p. 154.
[41] José Cadalso, Cartas marruecas, op. cit., p. 162.
[42] José Cadalso, Cartas marruecas, op. cit., p. 162.
[43] Véanse Hans-Joachim Lope, art. cit., pp. 188-190, Javier Yagüe Bosch, art. cit., p. 647, n. 16 y Antonietta Calderone, «Traducción y adaptación de piezas de tema americano en el teatro español del siglo XVIII», en Teatro y traducción, ed. de Francisco Lafarga y Roberto Dengler, Barcelona, Universitat Pompeu Fabra, 1995, pp. 83-93.