Patricio Guerín Betts.
Cronológicamente casi veinte años de diferencia, de hecho perfecta continuidad. No sabemos qué gracia ni qué desgracia tenía esta diócesis para recibir obispos de extraordinaria valía y cuando más estaban rindiendo, perderlos o por la muerte o por traslado. Citemos a un san Juan de Ribera, que cuanto menos estuvo en Badajoz más estuvo en Valencia.
De los dos cistercienses el primero fue don Fray Angel Manrique. Llegó ya muy gastado, si bien con óptima disposición. Emprendió la labor de un joven, la Visita pastoral asidua, seguida de un sínodo en 1648. Era la base firme de una renovación de la diócesis. El error en designarle tan tardíamente frustró tan intensa y meritoria labor.
Entre los que rindieron homenaje a su memoria fue don Fray Francisco Rois de Mendoza, monje cistercienses de Valparaíso, que tuvo la oración fúnebre en el colegio de san Bernardo de Salamanca. Pasan diecinueve años largos y Rois y Mendoza ocupa la sede de Badajoz.
Día alegre de su entrada. Muy detalladamente lo refieren las actas capitulares. Salió el cabildo hasta el puente. El señor Obispo, que venía montado en una mula, muy afable. Parece que las relaciones entre el prelado y el cabildo fueron siempre excelentes.
Monseñor Rois, nacido en 1611, y que entró en la diócesis el 18 de octubre de 1668 tenía entonces 57 años de edad. Traía ideas casi fijas y muy dinámicas. Había venido, pero tenía que ver. Veni, vidi. Por eso muy en breve visita la santa iglesia catedral, las iglesias y conventos de la ciudad y la diócesis.
El 16 de julio de 1670 es día memorable en los fastos pastorales de Badajoz. Sale de su palacio el señor obispo, don Francisco Rois Bernaldo de Quirós Mendoza, presuroso, llevado por el espíritu de Dios en dirección al lugar donde estaba reunido el cabildo. Sabe que será bien recibido, que se le quiere, pero no sabe cómo será recibida su propuesta. Venía a decirles que había visto. Había visitado oficialmente la catedral, parroquia y monasterios de la ciudad, Alburquerque, Jerez de los Caballeros y sus valles (parajes ambos que llevaban casi 20 años sin visitar), Fregenal y su vicaría, Zafra, Villagarcía, Burguillos, Ducado de Feria y todo lo restante hasta salir por Talavera la Real a su palacio de Badajoz jueves 23 de marzo de 1670 a celebrar la Semana Santa y había averiguado personalmente la necesidad de mucha nueva reforma.
Pero no hay que atender solamente a los títulos de sangre de don Francisco. Hay que recordar que es hermano de don Diego, expaje del duque Alberto y ex-capitán y monje cisterciense de Valparaíso, hermano de dos monjas cistercienses de las Huelgas de Burgos y cisterciense él también de Valparaíso desde los 17 años. Hay que recordar su brillante carrera en Alcalá de Henares, en Salamanca, donde fue discípulo de don Fray Angel Manrique, obispo también de Badajoz, a quien ya había sucedido (siquiera nominalmente) como Prior de Calatrava y predicador del Rey. Y no digamos de las cátedras que obtuvo, si bien ni como catedrático ni como escritor creemos que llegase a la altura de Manrique.
En labor pastoral, sin embargo, en Badajoz llevaba ventaja, ya que era más joven. Nacido en 1611, no había cumplido los 60 años y nos lo figuramos con paso ágil, gesto elegante y convincente y un ardor pastoral devorador.
El cabildo le recibe con respeto y cariño y destina el día 18 para meditar la respuesta, pero por de pronto le da las gracias y le acompaña hasta la puerta de la iglesia. El 18 nombra a los que le habían de asistir en los preparativos del sínodo y reconoce que es muy justa y santa obra.
Si bien los preparativos y por fin el 1 de febrero de 1671, domingo de Septuagésima, comienza el sínodo. De antemano se habían registrado los archivos y resultaba que propiamente vigente era el que celebró en 1501 el obispo don Alonso Manrique. Se hizo especial mención de los de don Diego Gómez de Lamadrid en 1582, don Fray Juan Roco de Campofrío en 1630 y don Fray Angel Manrique en 1648. Sorprende que no se tiene en cuenta los tres sínodos que parece celebró San Juan de Ribera, distintos sin duda de Rois en el carácter, pero semejante en el celo pastoral. Lo cierto es que a esta asamblea la llama gran sínodo don Pedro Rubio en su Historia del Seminario Diocesano y a él se refiere como a últimos sínodo el anuario eclesiástico de 1928, de modo que, si entonces se consideraba que habían transcurrido 170 años sin sínodo viable, desde esa fecha hubo un lapso mucho más prolongado. Aunque este mismo sínodo no sabemos si entró en vigor, no porque no fuera de la intención del señor Obispo, sino por cuanto al imprimirse en 1673, ya estaba designado para el arzobispado de Granada. Gracias y desgracia para Badajoz su segundo obispo cisterciense. Vino, vio, sentó las bases para remedio de los males y fomento del bien, pero no tuvo tiempo para aplicar lo legislado. Consta que entregó al cabildo un ejemplar de las sinodales, que subsiste y que despidió de dichos capitulares en la sesión del 12 de mayo de 1673. El cabildo le recibió a la puerta de la iglesia, le acompañó hasta el recinto capitular, donde tomó asiento entre el deán y el prior, les habló durante un rato y escuchó la contestación del deán y luego fue escoltado de nuevo hasta la puerta de la iglesia.
Pasó a Granada, donde siguió trabajando intensamente en el campo pastoral, hasta que enfermó y al cabo de largos meses de enfermedad falleció santamente. Eso fue lo que perdió prematuramente la diócesis de Badajoz.
En cambio conserva hasta hoy su Angel, que fue también el Angel del obispo Rois y de tantos otros. Ahí están los restos de la capilla del sagrario de la catedral, donde él confirmó a numerosos fieles en 14 de febrero 1646. Pidieron su restos sus hermanos de Santa María de Huerta. La carta es inédita y reza así:
Señor
El Abad, Prior, Monjes y convento, hijos de esta Real Casa de Huerta, en nuestro capítulo juntos humildes y postrados a las puertas de Vuestra Señoría dicen, que nuestro Señor fue servido de llevarse para sí a su gran Padre, Maestro y Señor, Padre Maestro Fray Angel Manrique hijo de esta Real Casa y dignísimo obispo de esta santa noble e ilustrísima iglesia de Badajoz y que desean en algo mostrar a su gran Padre y al mundo lo tiernamente que le amaban y cuán cordialmente le veneraban y querían. Por tanto han acordado suplicar a Vuestra Señoría, como por esta carta firmada de su Abad y Secretario lo hacen, se sirva Vuestra Señoría de darles y volverles a su amado Jacob y Padre, que, si su Ilma. no lo mandó a su hijo José, que es el Abad de Huerta, ni le juramentó a la traslación de sus huesos, fue sin duda porque, como tan atento y mirado, conoció ser superfluo, respecto lo generoso, grande, piadoso y religioso del pecho de Vuestra Señoría y que ni quedaba en Egipto, ni su José las había de haber con Faraón sino con Vuestra Señoría que tanto se deprecian siempre de honrar a todos y fiando más en muerte su Ilma. para la traslación de sus huesos a su querida Raquel de lo que Vuestra Señoría le supo en que de lo que su Ilma. podía acordar y mandar como Jacob a la despedida de ella, lo omitió. Petición es, Señor, justa y pía y digna de lo que siempre Vuestra Señoría se esmera en honrar a todos, con que está Casa se promete el feliz suceso de sus deseos, porque de antemano besa a Vuestra Señoría su mano, reconociéndose desde hoy por su perpetua esclava, solicita y deseosa prospere a Vuestra Señoría la divina clemencia crecidos aumentos de la divina gracia.
Huerta y marzo 24 de 649.
Fray Gabriel Trincado,
Abad de Huerta
Rubricado
Por mandato de su Paternidad
Fray Dionisio de Herrera,
Secretario
rubricado
Llegó tarde esta carta y sin posible efectividad, ya que el anónimo Continuador de la Historia de la Diócesis dice que el cabildo no accedió, creyendo (son palabras textuales) que en él tiene esta Iglesia un Angel de guarda después de veintiún años. Y yo, cisterciense que celebré mi primera Misa en Santa María de Huerta treinta y cinco años ha, creo que reposan en buenas manos los preclaros restos del Angel de guarda de Badajoz.