Oct 011971
 

Patricio Guerin Betts.

Valores históricos religiosos de Extremadura.- Muchos sin duda, y los más llamados a estudiarlos son los hijos de la propia tierra.

Sucede, sin embargo, que los historiadores y sobre todo, los investigadores, tenemos cierto instinto policiaco, y nuestra misma labor nos exige seguir la pista de los historiados.

«Tras el polvo de su sandalias». Sí; a mi me toca en este momento seguir las huellas de unas sandalias episcopales, desde Leyre, donde me encuentro hasta Badajoz, en cuya catedral descansan los restos mortales del inmortal fray Ángel Manrique.

El dicho «inmortal», y en el título puse «coloso» aunque este epíteto no se me ocurrió a mí sino que lo recojo de una carta que hace tiempo me escribió un sacerdote erudito, que me exhortaba a seguir estudiando la persona de Manrique, «porque es un coloso«. Y aquí en esta semana monástica, un monje de gran nombradía, enterado de este trabajillo actual, me declaró con espontaneidad que Manrique era una gran figura poco estudiada.

Desconocido desde luego no lo es. Sus Annales Cistercienses han llevado su nombre más allá de las fronteras.

En nuestros tiempos, y con ocasión del tercer centenario de su muerte (1649-1949) le dedicó un trabajo muy documentado y concienzudo el que hoy es digno abad de Santa María de Viaceli, Cóbreces, provincia de Santander (1-. El Ilmo. fray Angel Manrique Obispo de Badajoz (1577-1649) en Collectanea Ordinis Cisterciensium Reformatorum nº3 de julio 1950 y nº2 de 1951, pags. 195-207, y 128-139).

Después me tocó entrar en la lid personalmente, ante todo con mi conferencia en santa María de Huerta en 1962 con ocasión del octavo centenario del Monasterio y que fue publicada en Celtiberia con el título de «fray ángel Manrique» (Celtiberia núm. 23 páginas 131-138 1962). Con la misma ocasión del centenario la revista «Cistercium» dedicó un número extraordinario a la ilustre abadía y a mí me ocupó exponer ampliamente la muy interesante genealogía hasta entroncarle con los mismos fundadores de dólares de Huerta. Agregue otro par de artículos en Cistercium: In cunabulis, y El curso de Meira (XVI, 1974 núm. 90, páginas 24-35.) bajo el título genérico de «Estudio y semblanza». El plan era vasto, pero la revista tenía sin duda gran cantidad de material, y se paralizó el trabajo. Únicamente un sueltecito en 1965 «Un insigne error» Cistercium XVII (marzo-abril 1965 pags. 85-88) en defensa de Manrique y de la verdad que es lo primero que debe preocupar a todo historiador.

También en otra revista de gran prestigio tuve ocasión de hablar de Manrique por extenso. Se trata de «Miscellanea Comillas» donde se reeditó (6) por tercera vez un «Memorial» de Manrique a las Iglesias de Castilla en 1624 acerca de la contribución que pedía el rey. Iba precedido de una larga introducción. Lo comentó D. Alberto Echevarría, profesor de la Universidad de Salamanca, en un periódico de dicha ciudad, y recientemente en un librito acerca de los antiguos alumnos de Salamanca. Envié una separata al actual señor obispo de Badajoz, y me contestó que le habían gustado mucho varios puntos del Memorial.

Un tercer exponente de las gestas de Manrique es el Padre Agustín Romero, monje de Santa María de Huerta, en Cistercium(7- Cistercium XIV marzo-abril, 1962; nº80, pags 71-82) El titulo es «El obispo Manrique a través de algunas de sus cartas». Precisamente es el tema que interesa más respecto a estos Coloquios, si bien para comprender a ese obispo pacense hay que estudiarle desde atrás.

He sentido mucho no poder acudir a Trujillo por las fechas designadas para estos Coloquios, pero para continuar mis investigaciones quedan otras muchas y estas ocasiones son las que mueven las voluntades e impulsan a trabajar. Entre tanto sólo puedo presentar a los asistentes y a los interesados en los Coloquios: una vez más a Manrique tal y como le conocemos hasta ahora. No serán nuevos los datos, pero sí la presentación, que será preparado ad hoc.

La primera explicación que hay que dar es bastante radical. Fr. Ángel Manrique al nacer y al ser bautizado parece otro distinto, ya que se llama «Pedro de Medina «Santo Domingo, y es que fue hijo de un regidor de la ciudad de Burgos, llamado D. Diego de Medina Cisneros, y de doña María Santo Domingo Manrique. El nombre propio lo cambiaria al entrar en religión, por el de Ángel, y el apellido Manrique lo hubo de llevar como condición indispensable para poder ingresar en el colegio de Los Manrique de Alcalá de Henares, fundado por D. García Manrique, tío de su madre . Un episodio famoso e importante de su niñez fue que conoció a Santa Teresa de Jesús, y esta le echo la bendición y pronosticó que había de ser importante en la iglesia de Dios.

Comenzó a estudiar en edad bastante temprana puesto que a los 13 años ya estaba en el colegio de los Manrique de Alcalá. Aquí trabó grandísima amistad con los cistercienses de Santa María de Huerta, que cursaban estudios en la Universidad Complutense. Tal vez estaría aun vivo el recuerdo de las relaciones entre los Manrique y Huerta. El caso es que el joven Pedro de Medina cobró más cariño al claustro cisterciense que al colegio y fue a tomar el hábito al cenobio soriano. Muy grande debía ser el prestigio de Huerta, o su capacidad educativa, para que de aquella sola tanda de novicios saliesen tres futuros obispos cistercienses. Cual de una crisálida sale una mariposilla, así el estudiante frustrado de Alcalá, al cabo de un año de noviciado salió a estudiar filosofía al colegio del monasterio cisterciense de Meira. Era un curso filosófico de tres años. De fray Ángel consta que por su precocidad, le sobraba mucho tiempo del estudio, para dedicarlo a la piedad.

Todavía muy joven marchó a Salamanca, que seria su residencia durante muchos años. Tales progresos hizo en el estudio, que ya en 1605 puede publicar su obra «La Laurea Evangélica«, dedicada a su madre; en 1610, «El Santoral Cisterciense», del cual hace una gran alabanza el erudito fr. Lorenzo de Zamora que encuentra la doctrina muy sana y católica junto con la delicadeza de ingenio y erudición. El 7 de noviembre de 1613 obtiene el titulo de «Maestro en Teología» Con ello ganaba puntos la Universidad de Salamanca, al granjearse un joven profesor competentísimo, ejemplar, afable y constante. Seguramente sus primeras lecciones serían para los estudiantes del colegio de la Orden.

El año 1615 obtiene la cátedra de Escoto; en 1618, la de Santo Tomás, y en 1621 la de Filosofía Moral y el título de «Maestro en Artes».

Cargos monásticos tampoco le faltaron, como fue el de abad del colegio cisterciense de Salamanca, durante cuatro trienios. Entonces demostró talento matemático y administrativo, al trabajar en la fábrica del edificio colegial en menos tiempo mas que varios de sus predecesores juntos, y construir la célebre escalera del aire, enigma para el también inteligentísimo y célebre Caramuel.

Fue consiliario y definidor de su Congregación, y finalmente general reformador desde 1626 a 1629. Terminado este importante empleo volvió a la cátedra, y en 1630 obtuvo la de Vísperas. En 1636 fue nombrado predicador del Rey. Su Majestad quedó muy satisfecho de sus servicios, porque decía la verdad sin ofender. También predicó en varias ciudades; entre ellas, Barcelona, Burgos y Santiago. Tan castiza era su dicción que mereció ser incluido en el «Diccionario de Autoridades de la Lengua». A fines de 1638 obtuvo la cátedra de Prima de Teología. También este año publicó el primero de los 4 gruesos tomos de los «Annales» Cistercienses reeditado recientemente por la Gregg Press, a un precio muy elevado, índice del valor que se les atribuye. Al publicar el último tomo, -ya era obispo de Badajoz y tenía reunidos datos para otros tres; pero ya le fallaba demasiado la vista, que nunca tuvo buena. Antes en 1633 el abad de Morimond le había nombrado prior de Calatrava, y si no lo llegó a ser de hecho, fue por la oposición de los frailes a que ocupase tal dignidad un cisterciense.

Por monumental que fuese la obra de los Annales, es solo una parte de su labor literaria en latín y en castellano. Además de las obras ya citadas, hay un «Sermón en la beatificación de S.Ignacio de Loyola», Salamanca, 1610; –«Meditaciones para los días de la Cuaresma«. Salamanca, 1612- Sermones varios. Salamanca, 1620; «Apología por la mujer fuerte», Salamanca, 1620; «Historia y vida de la venerable Madre Ana de Jesús Bruselas», 1632, obra bastante voluminosa y escrita por encargo de la infanta doña Isabel Clara Eugenia; Memorial al señor Felipe IV, sobre el nombramiento de Prior de Calatrava, 1634; Respuesta al Rey sobre seis puntos concernientes a la Concepción de nuestra Señora, 1643, y Pontificale Cisterciense, Salamanca, 1610.

El no haber sido nombrado en fecha más temprana para alguna sede importante fue debido en gran parte a su desgana. Bien le hubiese gustado al Rey y a alguno de sus magnates tenerle cerca en Madrid para consultarle muchas cosas; pero Manrique no quería que le envolviesen y prefería estar a distancia. Por otra parte debía tener mucho cariño y apego a la Universidad Salmantina donde llegó a ser «Princeps Studiorum», y al colegio-abadía de su Orden.

Ya de viejo a los sesenta y ocho años consiguieron algunos de sus amigos, muy a disgusto suyo, que fuese nombrado obispo de Badajoz, y como dije en mi conferencia de Huerta: «A los sesenta y siete años bien cumplidos le llegó a Manrique la mayor de las distinciones, el nombramiento de obispo de Badajoz. Bien podía parecer una medida cruel, si es que el nombrado hubiese de tomar en serio las obligaciones anejas a esta dignidad, como en efecto lo hizo Manrique.»

Mientras se le enviaban de Roma las bulas, se pasó otro año casi entero, y así fue un anciano de 68 años el que se presentó en Badajoz para tomar las riendas del gobierno eclesiástico en el otoño de 1645. Viejo según el cuerpo, joven y vigoroso en el espíritu.

Es edificantísimo ver como el aristócrata, el teólogo, el historiador, la lumbrera de España, según le llamó Diana en carta escrita a Caramuel, este venerable anciano reside en la diócesis, y no solo en la capital, sino la mayor parte del tiempo en todos los rincones de ella sucesivamente, y cuando llegan las grandes festividades y conmemoraciones, Manrique escribe el Cabildo desde los puntos más remotos con exquisita cortesía para excusar su ausencia, y manifestar su unión espiritual con sus colaboradores mas íntimos.

No contento con recorrer la diócesis en todas las direcciones, tuvo arrestos para convocar un sínodo a fines de 1648, último año de su vida. Don Juan de la Guerra, canónigo magistral, nos describe al obispo Manrique en 1646 «armado de la pluma» en medio de las tropas a las cuales arengaba, ya en privado, ya en público, convertido casi en Ordinario Castrense, ya que Badajoz rayaba con Portugal, teatro de la guerra entre españoles y portugueses. Pese a esta situación y después de cumplir con las obligaciones de fiel pastor, Manrique hallaba tiempo para dar los últimos toques al cuarto tomo de sus Annales, que habrían de servir según el citado magistral, para animar a todos a cumplir con su deber.

Badajoz fue la ultima etapa de la vida de fr. Ángel Manrique, la más gloriosa pero también la más laboriosa. Sin duda Dios quería consumar la obra de santificación y por eso dejados atrás Burgos, Alcalá, Huerta y Salamanca se afanó en tierras extremeñas por cultivar la porción del campo del Señor a él encomendada. Y este es el ocaso inmortal del coloso. Ya no teoriza el que grande y excelente teorizador había sido. Obrar, trabajar, dar ejemplo cumplir esmeradamente su ministerio pastoral. De esto fue testigo la Extremadura de aquellos tiempos que se admiró y conmovió cuando los monjes de Santa María de Huerta, que también tenían motivos para conocer y para amar y admirar a fr. Ángel Manrique, pidieron sus restos mortales. La respuesta negativa estaba fundada en que sus restos eran los restos de un Santo. Y fue sepultado en la capilla del Sagrario de la S.I.Catedral de Badajoz, lo cual debe servir para que los habitantes de la capital y de la diócesis le consideren presente, porque un ocaso inmortal excluye la muerte.

Non omnis moriar, se debe decir de todo aquel que muere en gracia de Dios; pero más especialmente de estos colosos, que se deshacen en aras del bien de los demás, y con ello reciben una bendición especial de Dios, la bendición do permanencia. Ese sol que veis rubicundo esconderse tras la montaña o deslizarse en el mar, no ha desaparecido, se ha ocultado silenciosamente, majestuosamente, pero aún tiene que haceros mucho bien.

Fr.Patricio GUERIN BETTS.OCSO.

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