Tomás Rendo.
INTRODUCCIÓN
Breve descripción de la comarca de Las Hurdes.
TEXTO EXPOSICIÓN
Sólo conociendo el pasado de un pueblo, puede calibrarse con justicia su vida mágica en el transcurso del tiempo. Las leyendas de nuestros antepasados transmitidas de boca en boca por estos pagos hurdanos, casi pudiéramos considerarlas como testimonios fidedignos de un pasado que sirve para establecer las diferencias entre el hoy y el ayer, puesto que toda manifestación cultural está estrechamente ligada a un pasado de leyenda y misterio.
Estos “documentos orales” de sus vidas, por insignificantes que sean, al ser desempolvados, lo mismo pueden hacer retumbar un eco benéfico que un presente lleno de incertidumbre en las nuevas formas de vida.
Al intentar plasmar el mundo mágico de estos pequeños anfiteatros hurdanos, nos encontramos con un cierto paralelismo con los primeros asentamientos de tipo religioso. Si volvemos la cabeza hacia las mitologías egipcia, griega o romana comprenderemos que en sus tradiciones siempre había ese halo de misterio que por antonomasia fue extendiéndose a otros imperios, ofreciendo cada uno de ellos sus peculiaridades autóctonas.
En la Edad Media, un tanto aletargada, según muchos historiadores, es un reflejo de la brujería, puesto que los espíritus vagan a sus anchas en medio de una humanidad rodeada de tinieblas.
El Renacimiento, gracias a la distinción entre la química y la hechicería, empieza un nuevo despertar en todas las actividades del saber.
En los tiempos modernos existe una proyección hacia “tiendecitas” o sociedades secretas de espiritismo, sin olvidar la búsqueda de la eterna juventud, de la eterna curiosidad por los poderes ocultos del más allá.
Como todos sabemos, los grandes misterios de las ciencias ocultas son:
– La Astrología, cuya misión es la adivinación del porvenir mediante la observación de los astros que inciden sobre la naturaleza.
– La Alquimia, que fue un empeño medieval en el descubrimiento de tesoros ocultos y en la transmutación de metales preciosos, así como en la afanosa investigación de la piedra filosofal.
– La Cábala y la Magia, tratan de obtener el remedio universal, es decir, aquel capaz de curar todo tipo de enfermedades y remediar los males. No es de extrañar que los personajes del medio rural, y nosotros somos los primeros, intenten buscar el ámbito más apropiado para supervivir, puesto que la seguridad de uno mismo prima sobre la libertad, esto es, el de la salud, que es en realidad uno de los más fundamentales de todos los derechos del ser vivo.
– La magia, hechicería y nigromancia, podíamos considerarlas como los tres pilares en las que se centran una serie de fuerzas poderosas, las del bien y las del mal, mientras que la nigromancia, ciencia utilizada por los curanderos, intenta buscar el signo ecléctico o intermedio, a través de toda suerte de detalles, líneas de las manos, sueños, objetos extraños.
Nosotros pensamos que el misterio del más allá es una fuerza magnética, mas esperemos que los nuevos avances de la ciencia sean capaces de desvelar muchos secretos que, por lógica, pueden comprobar con experimentos científicos ¿Pero, dónde están los que superan o escapan a estos límites experimentales? He aquí el gran interrogante que nos planteamos y sobre el cual cada uno de nosotros debe meditar y dar la solución más acorde según su forma de pensar.
Todo intento de magia va estrechamente ligado a la salud. Algunos científicos, como Ascarza, comparaban la salud con un reloj. Cuando no se adelanta, ni se atrasa, ni se para; cuando en todo momento de nuestra pobre existencia señala la hora que es, diremos que el reloj de nuestro propio yo marcha bien, que funciona y por analogía pudiéramos decir que el reloj está como nuevo, que tiene buena salud.
Cuenta una leyenda muy española, recogida por Zorrilla, que vivía no lejos de estos pagos hurdanos un juez muy preocupado de ir llegando a la vejez, doliéndose que la vida humana durase tan poco; pero habiéndose encontrado con un judío, que llevaba ya veinte siglos recorriendo el mundo, no cesó hasta recabar de él un par de píldoras que tenían la virtud de alargar indefinidamente la existencia. Ya en posesión del remedio contra la vejez, el juez agradecido dudó en tomarlas, no fuera que en vez de vida, bebiera muerte. Y en la duda de si eran o no venenosas, por vía experimental, se las dio disueltas en una taza de leche a un médico. La leyenda añade que el doctor quedó rejuvenecido y el juez rabioso y desesperado. Pues, ¿qué significa esta leyenda si no es el ansia muy justa que sentimos los hombres de vivir más y mejor?
UN MARTES DE CARNAVAL
No haces muchos años, en nuestra juventud primera, tuvimos la suerte de vivir en el corazón de Las Hurdes, junto a la explanada de la antigua iglesia, las danzas típicas de los carnavales de estas tierras. Por aquellos tiempos estos festejos estaban prohibidos, pero era tal el interés diabólico de sus personajes, que no había fuerza humana capaz de impedirlos. Las alquerías de todo el concejo se reunían junto a su parroquia. Todos venían vestidos con las mejores galas carnavalescas. Caras tiznadas, cabezas cubiertas con caperuzas encarnadas de cuyos extremos brotaban cuernos de macho cabrio, túnicas negras, otras eran cenicientas, artilugios a especie de escaleras que apoyaban en los hombros, prendiendo de los extremos un rosario de cencerros y campanillas. Eran estos últimos, los que dirigían la comparsa mientras que, a su alrededor, formando a especie de corro, danzaban una serie de máscaras blanquecinas, lánguidas, sedientas, como queriendo embriagarse del “perfume machuno” que rezumaban los rabos negros y rojos de los caciques del grupo.
Al atardecer, ya cuando el sol del ocaso proyectaba sombras fantasmagóricas por las vaguadas del Malvellido y el Hurdano, se asomaban al ventanuco de la sacristía, que por cierto, estaba detrás de la espadaña de la iglesia, como queriendo buscar el refugio más apropiado para dar rienda suelta a un goteo blanquecino que poco a poco iba deslizándose por una especie de alcachofa rosada situada en la extremidad del rabo.
A partir de este instante y de tanto observar la realidad de un martes de carnaval, subí saltando hacia un montículo, que por aquí llaman Factoría, mas cuando estaba a punto de coronar la cresta caí al vacío. Una piedra mal colocada acuchilló una pierna y me di cuenta que mi cuerpo no era el mío, me mareaba al mirar hacia arriba y contemplar el espectáculo horrendo de mi desdicha. La luna daba vueltas con mi dolor, entonces grité, sin esperanza de ser oído. Cansado y furioso, babeando igual que un perro, caí inconsciente.
Un vaho ligero me despertó. La sonrisa del viento se clavó en las sienes, enfriándolas. Noté un dolor en el cerebro. Como un relámpago dijo a los ojos lo que había pasado. Miré hacia la luna, ya estaba pálida; los gritos, ronquidos y rebuznos de la tropel del carnaval la habían sepultado en las tinieblas, dejando ver sólo sus cuernos blanquecinos, como queriendo atacar de nuevo, cuando los primeros gallos anunciaran por todos los rincones de la aldea y la campiña un miércoles de ceniza.
Nuestro protagonista seguía mojado, no por los sudores propios de las bacanales engendradas por los espíritus carnavalescos en una noche de tinieblas, sino por el cosquilleo frágil que hacía el suave vientecillo al incrustarse en la herida. ¿Habré soñado algo fuerte?… e intente recordar. Pero he aquí, que un personaje de la comparsa diabólica que debía de ser el brujo curandero y una mujer con un pecho al descubierto se acercaron con una serie de ungüentos llevándome hacia un punto infinito que me dejó de nuevo inconsciente, al tiempo que dejaba caer la cabeza sobre una piedra. Sentía tiritonas frenéticas. Luego cogieron un paño y lo aplicaron de golpe sobra la frente, después ya no sé lo que hicieron, puesto que me vi jugando con las sonrisas de los fantasmas. Vi muchos: unos iban vestidos de blanco y otros de negro, mas todos llevaban manchas rojas sobre el pecho de sus batas de loqueros. Se reían, ansiosos, con la cara llena de trazos de color verde aceituna, como queriendo devorar una presa exquisita. Cerré los ojos y no se fueron, al tiempo que poco a poco iban quedando mi cuerpo sin fuerza. Vi girar las estrellas sin rumbo fijo.
Notaba todos los bailes que hacían por insignificantes que fueran, apareciendo en los ojos y en todo el cuerpo pinchazos profundos de alfileres sin punta. Grité con todo mi corazón y los fantasmas enloquecidos por querer más y más de mi cuerpo atormentado se alejaron por las empinadas callejuelas del poblado. Abrí los ojos, todavía soñolientos, y me pareció estupendo al ver que la herida, no sé cómo ni por qué estaba cicatrizando.
UN RITO SAGRADO: LA MATERNIDAD A LA ANTIGUA USANZA
La alcoba es el recuerdo más vivo de las generaciones pasadas. En ella han vivido, en ella nacieron sus hijos y en ella morirán. El día amargo de su muerte estará oscura, lagrimosa y velada.
Es curioso, la maternidad que hemos vivido por las serranías hurdanas, puesto que la moderna no nos interesa bajo el prisma enigmático, comienza y termina en esa alcoba. Siempre nos han enamorado los nacimientos a la antigua usanza, no porque nosotros naciéramos en estos lugares sino, sencillamente, porque creemos que el nacimiento es algo sagrado y no un acontecimiento más que sucede en la habitación de cualquier hospital.
Si la hora llega de noche el marido sin despertar a nadie llama a la vecina más íntima, a la comadrona, si es que existe en el lugar, y a la madre de ella. Él estará al cuidado de los niños. Si alguno se despierta lo sacará fuera y lo llevará a otra casa.
Las mujeres rodean a la parturienta esperando ritualmente el instante propicio para dar comienzo sus actos de sacerdotisas. Examinan todos sus gestos y reflejos en sí mismas; se ponen como espejos de sus partos y actúan según ellos. Pocas palabras se cruzan entre sí para no despertar a los retoños que duermen, sólo algunos quejidos, casi imperceptibles, rompen el silencio de la noche.
Llegado el momento supremo se levanta a la mujer, se pone de rodillas ante la cama en un cojín, y allí sufriendo el dolor de dar la vida sin gemir, da a luz. Si el hijo nace muerto se considera como un castigo de los dioses.
La persona de más edad trabaja sobre el hijo suavemente, pide las tijeras, el agua, las toallas como si estuviera en un sacrificio. Las demás obedecen como representantes de las veces que fueron madres, puesto que casi todas han tenido abierta la puerta de su fecundidad hasta los seis hijos, después se han hecho reacias, pero si viene otro no se oponen.
La comadrona limpia, lava, seca, consciente de tocar una cosa sagrada. Alivia rozando donde duele, pero nunca dice una palabra de sobra. Casi no se atreve a respirar. El mal aliento contamina y en el nacimiento todo deber ser limpio, como si fuera a besar y aquí, ya hemos nacido, paridos por ese gran beso que articula una madre al dar a luz.
Extenuada la madre y digna de llamarse así, se vuelve a acostar y todos los del pueblo la felicitan. La madre ya sabe si es niño o niña, su fervor materno no ha cerrado los ojos ni un momento, se ha visto a sí misma retorciéndose, dolorida por traer un nuevo ser.
Una vez el niño limpio y vestido en olor fino, es entregado a la madre; ésta lo besa repetidamente, pondera sus virtudes varoniles o femeninas, recuerda todo lo que le ha costado, mira el color de los ojos, los gestos perdidos de su cara y ríe sus parecidos mohínos. Después de besarlo muchísimas veces se lo ofrece al padre, el cual lo coge entre sus manos anchas y negras y lo lleva a sus labios; la frente entera cabe en su beso; todo el cuerpo que se mueve pataleando y aún caliente, no sale de lo que abarcan sus dedos, así, puesto en alto, dice su nombre. Lo bendice como vástago de su vida y le ofrece la fuerza de su fecundidad, se siente padre.
Pasada y satisfecha su emoción, su alegría y nerviosismo, se lo ofrece a la madre para que lo vista de fiesta y alegría. Y en este momento despiertan a los demás hermanos y se comunica la noticia. Esa noche ya no se duermen en casa, porque es fiesta; algunos, a la mañana siguiente, podrán tener vergüenza en la escuela, pero entre sus hermanos es feliz, cuando le pregunten “si ha parido su madre” tal vez se calle, pero ahora, juegan todos y besan a su madre.
Si el nuevo ser que quiere ver la luz, lo hace de día, los pequeños aún llorando, porque la madre se duele, son enviados a la calle y se cierran las puertas. Nadie puede entrar: el sacrificio a la maternidad debe hacerse a oscuras y con el mayor silencio posible. Es algo que el padre exige porque lo necesita la madre. Sigilosas puertas cerradas que guardan secretos amados. La mujer está en la cama los días necesarios para restablecerse y es tradicional ofrecerle chocolate como acontecimiento festivo.
ENFERMEDAD Y CURANDERISMO
La misión de la enfermedad es destruir la vida, y el morir está estrechamente ligado al nacer, de esta forma se mantiene un equilibrio perfecto en la naturaleza.
Existen una serie de enfermedades que suelen presentarse por estas alquerías con mayor incidencia en otros lugares, por eso hemos creído mantener charlas con algunos doctores, con el objeto de conocer las causas científicas y compararlas con algunas leyendas que han tomado parte decisiva en la investigación de muchos males que afligen a la humanidad. No podía faltar, por menos, echar su parte a la espalda en cuanto a los del bocio o papo en Las Hurdes, y así escuchamos en las alquerías altas con alguna frecuencia, como unos invocaban la intervención de hechiceras; otros atribuyen tal malestar al consumo de frutos verdes que se quedaron detenidos en la garganta hasta que maduraron; ciertos grupos lo achacan a la quebradura del cuello por el esfuerzo; los menos, a beber agua donde se crían hierbas amargas. Así sucesivamente podíamos mencionar las más extravagantes causas que la fantasía popular ha podido imaginar.
El instinto y la lucha por la vida ha obligado a muchos pueblos a buscar la virtud curativa de las plantas, desdeñando los medios científicos en el tratamiento de las enfermedades y cuentan con una extensa gama de plantas y ungüentos, mas dejemos que la abuela hurdana nos introduzca en este fascinante mundo de la leyenda.
En septiembre de 1979 conocimos a la abuela hurdana de 104 años. Desde entonces han sido varias veces las que hemos cambiado impresiones con tía Teresa, como la llamábamos cariñosamente, persona de prodigiosa memoria y de mirada penetrante, como si estuviera proyectando a su alrededor los recuerdos de aquellos hurdanos, impulsados por la fiebre conquistadora de la raza, que marcharon en 1904 en busca de fortuna, desde la Pampa y el Chao, a la Tierra de Fuego. Estos emigrantes se cobijaron bajo un cielo que no era el suyo, y como consecuencia, trajeron a muchos hogares la melancolía, la enfermedad y la muerte prematura. “Hoy”, la abuela hurdana los recuerda con extraordinaria lucidez, como si estuviera jugando con ellos por las estrechas cañadas de los poblados hurdanos.
-Por ese camino se va a las ruinas del convento los Ángeles ¿conoció a los frailes?
-Aquí venían y los mejores cabritos eran para ellos, le teníamos que dar los mejores bienes, todo lo mejor era para ellos.
-¿Cuando tenían alguna enfermedad, que remedios utilizaban?
-Acudíamos a los remedios caseros, con sustancias extraídas de las plantas o animales. Para las calenturas tomábamos siete altramuces amargos en ayunas o nos poníamos en las muñecas trenzas de torbisco. Para el que sufre una mala erupción o “principio de primavera” se aplica una infusión caliente de raíz de ortiga con el propósito que “serene la sangre y chupe la mala”. Para las hernias nos dábamos friegas con la sangre de un lagarto nuevo cogido en primavera y descamisado vivo.
-A lo largo de su vida ¿ha tenido muchas calenturas?
-”Ca”, hijo, apenas estuve enferma.
-¿Qué supersticiones eran más frecuentes en sus tiempos de moza?
-El “mal de ojo” que levantaba dolor de cabeza y vómitos cuando dos personas se miraban fijamente. Contra el paludismo colgábamos del cuello piedrecitas elegidas en las procesiones de Semana Santa.
-Tía Teresa, por estas tierras corren aires sobre tesoros y leyendas, ¿Sabes algunas?
-Junto a Pinofranqueado hay un pozo que guarda infinidad de espíritus en forma de mosquitos. Cuenta una leyenda que en el “cotorro de las Tiendas”, muy próximo al volcán del Gasco, la “Bravia Jurdana” cortó la lengua a un pastor agresor de su honra con las mismas tijeras que éste había elegido de la tienda de la violada, para que no se jactase de la infamia ante el ausente esposo, si tornaba de la guerra. E1 pastor, que era un mago, la convirtió en “La Canchalera Encantada”, que aún espera una noche de San Juan para librarse de su desencanto.
Tía Teresa sigue contándonos muchas curiosidades sobre los duendes, brujas, cuervos de graznido temeroso, sombras invisibles, zánganos y curanderos.
Sobre el “don divino” de los que se dedicaban a la nigromancia existe una leyenda, mitad ficción, mitad realidad, de un curandero que murió hace veinte años y que era oriundo de Las Hurdes, pero que vivía en un pueblecito aledaño. El tío Tomás, como así le llamaban, lo curaba todo con unos polvos mágicos que introducía en sus botellas. Las llenaba, a la vista de todo el mundo, en la fuente de la plaza, y luego, paciente y tozudo, agitábalas una y otra vez observando con sumo interés el contenido al trasluz del sol. Lo curaba todo, desde jaquecas crónicas hasta úlceras, pasando por parálisis y el cáncer. Nada se le resistía a condición de que se le creyera a pie juntillas.
Las Hurdes actuales apenas tienen parecido con aquellas otras de los años de esplendor de don Tomás. Cierto, que aunque fueron sus años floridos y que podía haber sacado partido de la ignorancia que a la sazón reinaba, él nunca quiso aprovecharse de sus paisanos. Por el contrario, no les cobraba nada, a lo sumo la voluntad. Su fama de gran curandero se extendió no sólo por toda España, sino que también salio fuera de nuestras fronteras.
El tío Tomás era el típico hombre que nace viejo o que siempre parece mayor. Torpe de movimientos y ademanes, bajito, más bien rechoncho y entre “sus virtudes” tenía una muy especial: el haber declarado la guerra perpetua a la limpieza. Jamás se lavaba ni peinaba. Tenía siempre un aspecto de suciedad lamentable. Para sus “obras y milagros” no era necesaria absolutamente la presencia del paciente. En caso de extrema gravedad podía ser curado telepáticamente a cambio de mostrarle cosas como un mechón de cabello, una fotografía, una prenda personal… El resto lo hacía el líquido milagroso con sólo beber un poco de agua de sus botellas. Pero, ¡Ojo, nada de trucos! El tío Tomás era un gran nigromante. Lo sabía todo. Había que ir a él de corazón, de lo contrario, tiempo perdido. A veces, el impostor era descubierto y avergonzado en público.
Se cuenta el caso jocoso de un zullenco que al dedicar al tío Tomás durante el largo viaje lo mejor de su intempestivo repertorio, llegado que fuera la fila de los pacientes, lo sacó muy ofendido diciéndole: “Fuera. Vuelve a tu casa. No quiero tus judías ni tu aceite. Y los aires para ti, cochino”.
El tío Tomás era hombre de pocos amigos. Serio, siempre serio, solitario y muy misterioso. Estaba casado y tenía un hijo. Madre e hijo apenas salían a la calle. Al hijo se lo tenía rigurosamente prohibido, so pretexto de “perder la gracia de curar” que con toda seguridad heredaría a la muerte del padre.
Cuentan que cuando estalló la guerra se lo llevaron preso y sacaron de su casa un camión lleno de sacos de dinero en calderilla. A su muerte sucedió otro tanto: “El colchón donde dormía estaba lleno de billetes”.
Después de más de tres horas tumbados en la empedrada callejuela y rodeados por los niños de Ovejuela, nos despedimos de la abuela hurdana, a la que deseamos que siga tomándose la vida con buen humor en el mundo del más allá.