Feb 272014
 

 Miguel Alba Calzado.     

 Parte integrante del rico patrimonio cultural de Trujillo son las muestras de artesanía tradicional que conserva la localidad. El retroceso de los oficios artesanos en las últimas décadas ha puesto de evidencia que se trata de un patrimonio amenazado. No faltan apelativos para describirlo relativos a su incidencia económica: actividad marginal, residual o anacrónica son algunos de los términos con que se definen en la actualidad los oficios menestrales. Pero lo cierto es que constituyen un legado transmitido -no sin cambios- cuyo valor cultural está por encima de cualquier otra consideración. No obstante, artesanía y rentabilidad no son términos contrapuestos. En gran medida la demanda de productos artesanos depende de una adecuada promoción y presentacion al público. En cuanto a este último aspecto, el comprador valorará la información sobre el origen y manufactura del artículo artesanal y, más aún, si se le facilita la observación directa del proceso de elaboración. Las vías para aunar desarrollo económico y conservación del patrimonio etnográfico apenas han sido fomentadas con todas sus posibilidades en Extremadura, aunque deben reseñarse los esfuerzos de alguna Escuela Taller en este sentido.

      En el pasado, Trujillo fue un importante centro alfarero que abasteció al Sureste de la Alta Extremadura. Hoy representa el oficio un único alfar que se mantiene  fiel   a la factura tradicional: el consumo de barros locales, elaborados en un proceso completamente manual, el modelado con torno de pie, la cocción en horno de leña y el mantenimiento de una amplia gama de obra utilitaria avalan esta categoría. Lo que en apariencia puede parecer una situación de atraso posee un carácter cultural que merece conservarse. Pero para conservar hay que valorar y, antes, conocer.

      En futuros coloquios nos ocuparemos de las construcciones específicas que intervienen en el proceso de producción, de las piezas resultantes y de su difusión comercial, para concluir con noticias del pasado alfarero de la localidad y su trayectoria hasta la última década de nuestro siglo.

      En esta primera parte[1] se tratará de las diferentes fases que precisa la elaboración de una vasija  en Trujillo; proceso que se inicia con el acopio de arcilla en el barrero y concluye en la cocción.

     

     

EXTRACCIÓN Y TRANSPORTE DE MATERIA PRIMA:   

 

      Desde tiempo inmemorial generaciones sucesivas de alfareros trujillanos han venido extrayendo arcilla de una finca particular llamada Mordazo, alejada del núcleo urbano unos 6 kms. por carretera (N-V en dirección Sur) y 5 kms. por caminos. El barro no suponía coste alguno para los artesanos, pues, según una antigua claúsula que figura en el registro de la propiedad, en el caso de que el terreno fuese adquirido por un nuevo propietario, éste se comprometía a respetar el derecho de los alfareros a aprovechar gratuitamente el subsuelo de la finca. No se trata de renovar un permiso, ni una licencia especial, sino de una cesión sin límite temporal y al margen de los intereses concretos del dueño que podrá disponer a voluntad del uso y aprovechamiento de la tierra de cultivo, el suelo, pero sin interpornerse en los intereses de los alfareros. Se explica así como Mordazo, una finca en plena explotación (roturada y sembrada) es un terreno sin cerramientos por el que los vehículos de motor, como antaño los carros y caballerías, podían circular libremente, siguiendo antiguas veredas o abriendo otras nuevas a través del cultivo, como se ha hecho generación tras generación, cuando se iba a por cargas de barro. Este derecho supone una pervivencia de las antiguas cláusulas gremiales[2] que favorecían al oficio y de forma indirecta beneficiaban a la población y a la comarca, suficientemente abastecidas de recipientes utilitarios de óptima calidad cuando ningún otro material estaba tan divulgado como la cerámica.

            La tarea de «ir a por barro» se realiza una vez al año, preferentemente en los meses de primavera o a principios de verano, en viajes sucesivos, hasta reunir la materia prima suficiente que se consumirá en el transcurso de ese año. Otros alfareros, de acuerdo con el espacio disponible en el alfar para el almacenamiento y ritmo de consumo, preferían acudir al barrero períodicamente. Hasta hace poco tiempo los alfareros venían a por arcilla en carros o en caballerías, aunque no era estrictamente necesario su desplazamiento, pues­to que había cargueros, llamados «arrancadores», ajenos al oficio, que conocían bien las vetas de arcilla útil, las extraían y transportaban hasta el alfar, donde el artesano les pagaba la cantidad acordada. De igual manera, acarreaban leña para las hornadas.

      En los últimos años la labor es menos ardua que en el pasado, aunque siga siendo manual. Los alfareros del único taller actualmente activo se desplazan al amanecer con una camioneta hasta el barrero. El camino se traza a través del sembrado y la dirección depende de los resultados obtenidos la última vez que se extrajo la «grea». En el trayecto se pueden observar agujeros diseminados o trincheras al pie de túmulos, antiguas catas abandonadas. Algunos alfareros ponían buen cuidado en tapar los cortes agotados para no perjudicar el arado del campo, costumbre no siempre seguida a juzgar por el aspecto del terreno. A veces, había que apresurarse a cubrir los lugares donde la arcilla fuese buena y abundante, para evitar la intromisión de otros alfareros o arrancadores en la veta hallada. El barrero de Trujillo es uno de los más alejados y pobres en cantidades de barro de entre los núcleos alfareros extremeños. Por ello, la escasez originaba conflictos. En compensación, la materia prima originaria de Mordazo posee unas magníficas cualidades para el desarrollo del oficio, gracias a su comportamiento en el modelado, secado y en la cocción; y, lo que es más importante,  las vasijas resultantes ofrecen un excelente servicio al usuario por su resistencia al fuego y para el almacenaje de alimentos y líquidos.

      Apenas hay  que  profundizar para encontrar la arcilla, pero poca es la apropiada y a pocos centímetros aparece el subsuelo de pizarra. Excepcionalmente se encuentra alguna vez una veta que alcanza un metro de potencia. Por ser el resultado imprevisible, no hay ningún criterio para elegir el lugar de extracción. Lo normal es efectuar catas que indican al alfarero si debe continuar cavando o intentarlo en otro zona. La elección es, por lo tanto, azarosa. La operación se inicia apartando el primer palmo de tierra desechable, la de siembra, conocida como la «fusca». Limpio el terreno, con pico y pala se profundiza para retirar el estrato arcillo siguiente denominado «cabeza», de casi medio metro de potencia e inservible también para el trabajo alfarero, hasta descubrir la veta estrecha de arcilla útil cuya profundidad dependerá de la adaptación a las irregularidades de la roca madre (generalmente tiene entre uno y tres palmos de poten­cia). En la veta, una vez descubierta y limpia de «chinatos» y raíces, se distingue, al tacto y con la vista, el barro flojo del fuerte, «que lleva más carga y va por debajo». Con el «azaón» y el pico se extraen ambos tipos de barro en terrones o témpanos, que son cargados en esportillas de esparto con la pala o  con la azada. Cuando se disponía de caballerías se situaba a éstas al  pie del corte y  se cargaban directamente paleando la tierra a los serones. El número de cortes abiertos y su extensión dependerán de la cantidad y calidad de la arcilla hallada. Con un par de asnos o mulos la jornada se repetía en días sucesivos hasta conseguir la cantidad deseada. El vehículo de motor ha acortado tanto  el tiempo empleado en el transporte como el número de viajes al barrero.

 

 

LA PREPARACIÓN  DEL BARRO:

 

            Una parte de la arcilla en bruto, si no urge su empleo, es transportada hasta el alfar y almacenada en un cobertizo del patio destinado para tal fin (aunque tampoco es perjudicial para el barro permanecer al aire libre) o bien la totalidad de la carga queda extendida al sol junto a las construcciones del pilón y las eras (alejadas del barrio alfarero aproximadamente 1 kms.) para, después del oreo, iniciar el proceso de elaboración.

 

      Cuando se han secado los terrones se desmenuza la tierra con unos mazos de madera de encina de mango largo. La arcilla floja y fuerte, sin cribar, se echa en el pilón y es mezclada con abundante agua, sacada con un caldero de un canal aledaño  que parte de la charca de San Lázaro y más recientemente de un pozo ubicado en la fuente de los Mártires. A continuación se bate a mano con una tabla (es la acción de «tablear») hasta conseguir una pasta homogénea y semilíquida: «el caldo». Seguidamente, con  el mismo caldero, se trasvasa el barro disuelto a las eras anexas colándolo a través de un haz de matojos de escobas, superpuestos a la boca de la era, que, a modo de criba, retiene el pasto y demás impurezas. En el suelo de la era se esparce arena cribada para sanear la arcilla y con objeto de poderla desprender sin dificultad cuando se haya oreado. Dicha arena servirá como degrasante especialmente beneficioso para la obra de fuego.

 

      El proceso de sedimentación del barro precisa cerca de tres horas de reposo a partir de la última carga colada. La arcilla disuelta, más pesada, queda depositada en el fondo, en tanto que el agua de la superficie recuperará su claridad original. Sólo cuando está bien asentado el barro en cada una de las dos eras de que dispone cada alfarero, se le da salida al agua, retirando una piedra que, a modo de exclusa, se halla en una de las esquinas achaflanadas de la parte baja de las eras. Ambas construcciones desaguan conjuntamente por un pequeño canal excavado en la tierra. Tras ser  liberada de la capa superficial de agua, la arcilla queda expuesta al aire, perdiendo humedad progresivamente, hasta que al cabo  de unas horas empieza a cuartearse. Esta fase del proceso es más rápida que en otros centros alfareros extremeños, porque las eras de Trujillo son amplias, poco profundas y con el suelo de tierra, factores que contribuyen a una deshidratación acelerada, sobre todo en días soleados. LLegado este momento, el alfarero con  una hoz corta la masa en porciones o «témpanos», que  son trans­portados envueltos en sacos hasta el alfar y amontonados en el «cuarto del ba­rro». La arcilla arropada con plásticos se conserva en unas condiciones óptimas de humedad, hasta el momento de su utilización y mejora sus propiedades con un prolongado almacenamiento. Esta habitación, de ambiente fresco y semisubterránea, no dispone de ventanas y se ubica próxima a los tornos y resguardada de las corrientes de aire, para que el barro no se reseque. Si hay prisa por trabajar la arcilla y ésta presenta un exceso de humedad, se acostumbra a pegarla y extenderla en la pared del obrador hasta que haya adquirido la textura adecuada para pasar al amasado.  

 

 

AMASADO:

 

            El amasado se realiza sobre una losa de granito, junto a los tornos. El alfarero empieza por espolvorear unos puñados de arena en la parte central del «amasaero». La arena, además de servir de antiadherente, se emplea para suavizar la textura de la arcilla. Cuanto más fuerte se encuentre, más arena necesitará, de modo que se le irá añadiendo al tiempo de amasarla.

      La preparación es manual, empujando con el peso del cuerpo, que transmite la fuerza a las palmas de las manos. Al princi­pio la arcilla ofrecerá bastante resistencia, según el tiempo que haya estado  depositado en el cuarto del barro, pero irá cediendo conforme progrese el amasado. Para ablandarlo, de vez en cuando se golpea con fuerza la masa utilizando un mazo de madera de encina y dejándola caer contra la lancha para, a continuación, volver a la faena añadiendo más desgrasantes. El proceso se repite tantas veces como sean necesarias hasta que la masa sea un bloque homogéneo y dúctil. Cuando está lista, se corta en porciones y se les da forma redondeada o cónica. Estas pellas pueden pasar directamente a ser trabajadas en los tornos. Mientras, con una espátula se raspa la superficie de la losa para que, una vez limpia y espolvoreada de arena, esté prepa­rada para el amasado de un nuevo bloque de arcilla.

 

 

EL TORNEADO Y EL TORNO:

 

      El torneado se inicia centrando la pella con un golpe seco sobre la cabeza de la rueda para evitar que salga despedida con los primeros movimientos giratorios. Después, el alfarero moja sus manos en un tiesto con agua colocado frente a él en la mesa del torno al tiempo que acciona la rueda inferior impulsándola con el pie. Las manos rodean la pella suave pero firmemente, manteniendo los dedos juntos y las palmas extendidas. Centrada la masa, se introducen los pulgares presionando ligeramente hacia adentro hasta lograr abrir el barro. Las manos, siempre húmedas, se combinan en distintas posiciones que guiarán el barro hacia arriba, adelgazando y corrigiendo simultáneamente las paredes de la vasija por dentro y fuera, al tiempo que se esboza la forma de la futura pieza abierta o cerrada. Las posiciones coordinadas de las palmas de la mano y de los dedos durante el torneado responden a unas mismas pautas generales constantables en alfares distantes, aunque hay que precisar que, lejos de una ley estricta, cada artesano desarrolla un estilo propio tras años de experiencia siguiendo el simple criterio de la efectividad-comodidad. Las manos operan conjuntamente combinando múltiples posturas, así como los brazos y las muñecas, que transmiten el peso del cuerpo. De no ser zurdo, en el modelado, la mano derecha suele ir por fuera y la izquierda por dentro de la vasija.

      El torno, denominado «rueda» en Trujillo, es elevado, inscrito en una estructura de madera, compuesta por la mesa, el asiento y las patas que sostienen el conjunto, formadas por cuatro troncos insertados en el suelo, es decir, se trata de un torno fijo.

      El disco superior de metal (sustituto del de madera tradicional) se denomina «cabezuela», el eje que la une con la rueda inferior o vuelo es el «husillo». Mediante la «abrazadera», el husillo queda vertical  y sujeto por su parte superior al «palo maestro»,  que a su vez se inserta en la pared del obrador.  El extremo inferior del eje recibe el nombre de «gozne», que gira gracias a un rodamiento, aunque en el pasado lo hacía sobre una piedra engrasada. El travesaño de madera, sobre el que descansa el pie derecho mientras que el izquierdo impulsa la rueda, es el «estribo».

 

            Los útiles empleados en el modelado son:

 

      Las cañas: de varios tamaños, la más larga sirve para rebajar la arcilla de la base de la vasija y para, al finalizarla, desprenderla de la cabeza del torno. La más corta y manejable es para dar forma a los perfiles del recipiente y alisar las superficies. Entre estas dos, hay otras escalas in­termedias. Las cañas se disponen sobre la mesa del torno o, más frecuentemente, en el interior del «alpilote», recipiente abierto donde el alfarero moja sus manos repetidas veces durante el modelado y a donde va a parar la arcilla sobrante o babas, rebajada con las cañas o con los dedos. Para mejorar el acabado, sin retirar todavía la pieza del torno, se pasa por el cuerpo de la vasija un trozo de cuero mojado, denominado «badana».  Concluido el modelado, la pieza es retirada de la cabeza del torno con un cordel con dos palitos atados a los cabos.

 

      Aquellos recipientes que por su gran tamaño no pueden hacerse en una sola fase, como la tinaja, el cuezo, el cántaro, etc, se elaboran por partes, que son cortadas con la caña o con el dedo y añadidas posteriormente. Este recurso se emplea no tanto porque el barro carezca de la resistencia necesaria para que las paredes no se vengan abajo conforme se les da altura (al contrario, ya se ha señalado la «fuerza» que caracteriza a la arcilla trujillana), sino por la imposibilidad física de levantar la pared de una pieza por encima del codo del alfarero y por el enorme esfuerzo muscular que ello supondría. Ocasionalmente pueden emplearse hormas o «rodales» de madera de unos 40 cms. de diámetro superpuestas a la cabeza del torno para modelar recipientes de base amplia y paredes abiertas, como baños y cazuelas, sin riesgo de deformarlos al ser retirados del torno y para facilitar su traslado hasta el lugar de oreo. La unión de los complementos, tales como asas, piches y cordones se realizará después de unas horas de oreo, cuando las superficies hayan adquirido la consistencia necesaria para presionar sin desformarlas. Las asas son siempre del tipo cinta, anchas, finas y verticales, elaboradas por estiramiento a partir de una pella. Por lo general el tiempo que transcurre entre el torneado y el enasado puede ser en invierno superior a un día y en verano el que media entre la mañana y la tarde.

 

 

EL SECADO:

 

      Tras el modelado, las piezas se van colocando sobre tablas de pino de unos 80 cms. de largo dispuestas en la mesa del torno, desde donde, en conjuntos de cinco a diez piezas, son trasladadas a las zonas de oreo o secado definitivo. En ningún momento las piezas son expuestas al sol. Durante la fase de secado, de seis a ocho días, permanecen en el suelo en posición normal e invertida, ocupando el zaguán y el pasillo de la vivienda-alfar. En épocas de lluvias, de frío o en días de aire conviene arropar con mantas, lienzos o telas las piezas para que el secado transcurra lenta y progresivamente sin cambios bruscos que descompensen el grado de humedad de la superficie respecto al interior, de la parte superior respecto al «hondón» y del cuerpo respecto a sus «gobiernos» (asas, bocas, etc.).

 

LA COCCIÓN:

 

      En la actualidad, la cocción se efectúa cada dos meses o dos meses y  medio. Es opinión unámine entre los alfareros que la estación preferible es el verano o finales de la primavera, acortando, en lo posible, el tiempo entre las hornadas, por haber mayores garantías de «sacar más loza sana». Con anterioridad a la crisis del oficio, los alfares mantenían una media de dos cocciones mensuales e, incluso, los talleres con más operarios lo hacían semanalmente.

      Se empieza por reunir en distintos grupos las piezas de igual tipo y situarlas lo más cerca posible del horno. De la colocación de la carga en la cámara se encarga personalmente el maestro, mientras que los oficiales,  por lo común  hijos del maestro, organizan una cadena que le hace llegar las piezas. Es frecuente que la mujer e hijas del alfarero colaboren en esta tarea.

      En el «piso» de la cámara del horno se sitúan los recipientes más grandes evitando coincidir con las fogoneras, puesto que la incidencia directa del fuego calcinaría la pieza. En la parte más baja, independientemente del tamaño, van los recipientes vidriados por necesitar temperaturas más elevadas para el fundido del «alcohol de hoja» (plomo). No hay compartimentos ni soportes que mantengan separadas las piezas vidriadas, lo que obliga a poner cuidado para que no se peguen unas con otras (besos), orientándolas debidamente o interponiendo trozos de cerámica o cartón, aun a costa de dejar irregularidades en la superficie.

      El resto de la carga se amontona preferentemente boca abajo, ocupando  cualquier  hueco libre, incluyendo el espacio interior de las piezas grandes que albergan a las pequeñas, hasta sobresalir apiladas por encima del borde de la cámara. Por último, se cubren suporponiendo más de una capa de cascotes de piezas defectuosas de cocciones precedentes.

      Se dedican alrededor de cuatro horas para colocar concienzudamente unas 200 piezas, que es lo que viene a admitir la cámara del horno.

      Antes de prender la lumbre se hace una señal de la cruz con la horquilla de empujar la leña en la boca de la caldera: una forma de encomendar la hornada para su propicia evolución. En el encendido y mantenimiento intervienen varios tipos de leña: de encina, para la primera fase de caldeo y cualquier leña de más lenta combustión como son desde las vigas de antiguas casas derrui­das hasta las cajas de desecho. La segunda fase de cocción precisa fuego fuerte por lo que se atiza la caldera con escobas de monte con las que se consigue una llama viva y constante.

      La primera fase de calentamiento («templar el horno») se realiza con fuego suave, atizándolo con leña gruesa de seis a siete horas, hasta que deja de salir un humo espeso, negro primero y blanco después, y se «aclara la cámara». Entonces se pasa a avivar las llamas introduciendo, con ayuda de una horquilla, haces de escobas de monte, que serán reemplazadas en cuanto ardan. Se invierten de dos a dos horas y media de fuego fuerte en el que el horno alcanza la máxima temperatura, al cabo de las cuales se deja de alimentar el fuego y se tapa la boca de la caldera con la chapa de un bidón para retener las calorías y en prevención de fatales corrientes de aire; se pasa seguidamente a la tercera fase de lento enfriamiento. Son precisos dos días para que pueda efectuarse el desenhorne.

      En la descarga se repiten los mismos pasos que en el enhorne, pero, claro está, a la inversa. De nuevo se organiza una cadena y las piezas son reunidas según su tipología para atender los pedidos concertados y para su directa comercialización en el alfar o en los mercados comarcales. A parte quedarán las piezas inútiles que  irán a engrosar el montón del testar o serán reaprovechadas parcialmente para cualquier otro fin.

 

 

                              

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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     [1]Los datos expuestos han sido recopilados en sucesivas entrevistas con el último maestro alfarero de la localidad, don Marcelino Rodríguez Pablos y sus hijos Vicente y Carlos (oficiales). También nos han proporcionado información algunos miembros de la familia conocida por «Los patuleques». A todos ellos, nuestro agradecimiento.

La exposición de esta comunicación se acompañó de diapositivas para ilustrar cada una de las fases del proceso.

     [2]Este aspecto ya lo tratamos en los Coloquios Históricos de Extremadura del año 1993 en la comunicación «El sistema gremial y su persistencia en la alfarería tradicional extremeña».

Ene 142014
 

Miguel Alba Calzado y Mª Jesús Fernández García.

      La vinculación entre mujer y alfarería está contenida en los relatos míticos sobre el origen de esta ocupación en culturas diversas y distantes. Muchas de estas interpretaciones  míticas hacen depender la existencia de la alfarería de una divinidad femenina, identificada a veces con la propia Madre Tierra, que transmite el conocimiento en beneficio de la humanidad, en ocasiones a través de un agente también femenino[2].

      Estudios etnográficos sobre sociedades africanas y americanas que hasta el presente siglo se han mantenido en estadios tecnológicamente primarios nos revelan que, en muchos de estos pueblos, la elaboración de vasijas de arcilla es tarea fundamentalmente femenina[3]. Pese a la distancia geográfica, se dan entre ámbitos culturales tan dispares como el africano y americano una serie de características coincidentes en lo que a la práctica alfarera se refiere: en primer lugar, es la mujer la responsable de todo el proceso de elaboración, un proceso técnico caracterizado por la ausencia de construcciones específicas y máquinas que determinan su factura totalmente manual. Además, el fin último de la producción es el abastecimiento local, cuando no se restringe al consumo propio, de modo que la comercialización rara vez supera los límites del poblado. De igual manera que para el hombre se reservan funciones muy específicas como la defensiva, la pastoril y la cinegética, entre las funciones domésticas de la mujer se incluye la manufactura de recipientes cerámicos junto a otras actividades artesanales como la elaboración de tejidos, de curtidos o la cestería. La cerámica resultante reúne unas características técnicas afines: además de su factura a mano (modelado estático)[4], las pastas son groseras, cocidas a baja temperatura en una atmósfera reductora o mixta que no siempre precisa de hornos. Las formas son simples y eminentemente utilitarias sin que la presencia o ausencia de decoración presente una pauta fija.

      Si retrocedemos en el tiempo, encontramos esas mismas premisas técnicas en la cerámica Neolítica, Calcolítica y de la Edad del Bronce (Inicial y Pleno) de los yacimientos arqueológicos del actual territorio extremeño[5]. Si bien se carece de pruebas concluyentes acerca de su autoría, por paralelismo etnoarqueológico apoyado en la división del trabajo por sexos se podría argumentar que la alfarería pudo ser en su origen una actividad sino exclusiva sí mayoritariamente practicada por mujeres. De ser así, la producción cerámica femenina habría predominado alrededor de cinco mil años frente a los últimos dos mil quinientos mil de alfarería masculina. Con los profundos cambios aculturativos acaecidos en el Bronce Final y en la Edad del Hierro, aparecen entre los materiales arqueológicos[6] vasijas modeladas con torno rápido, de pastas decantadas y cocidas en hornos a alta temperatura en atmósfera oxidante[7], combinadas con otras de factura rudimentaria y de características semejantes a las anteriormente enumeradas para la cerámica más arcaica. La lectura que se ha hecho de este contraste es que coexisten dos tipos de producción: una, la autóctona, y otra foránea de las «cerámicas finas» llegadas en una primera fase a través del comercio en respuesta a una demanda  promovida, entre otras razones, por motivos de prestigio social. Estas cerámicas torneadas, con el paso del tiempo, se generalizarán en el mundo ibérico mediante producciones de artesanos locales, artífices masculinos, probablemente, como entre griegos y fenicios. De igual forma «la nueva cerámica» aumentará progresivamente su presencia en las comunidades celtíberas castreñas del interior (por ejemplo, entre lusitanos y vettones), relegando paulatinamente a las de modelado estático atribuibles, como hipótesis, a la mujer dentro de una economía doméstica que pretende la autosuficiencia. Las vasijas a torno, «finas» y comunes denotan una ascendente especialización profesional, reflejo de los cambios sociales operados en la última fase de la Edad del Hierro, truncados por la completa asimilación cultural romana. Desde la romanización, el oficio es una actividad eminentemente masculina, plenamente especializada.

      En resumen, sin desestimar motivos culturales importados relativos a la mentalidad y al comportamiento, parece que entre las causas que motivan el cambio de la actividad alfarera como tarea femenina a oficio masculino se hallan la profesionalización de los artífices (dedicación exclusiva), la asunción del torno rápido, el aumento de la producción a media y gran escala y la comercialización exterior.

      Con la desarticulación del Imperio romano, las invasiones y el posterior establecimiento del reino visigótico, reaparece la cerámica modelada a mano (y a torneta), que coexiste con la producida a torno, por lo que cabe preguntarse si de nuevo la realización de la vajilla doméstica es asumida por la mujer en el marco de una economía autárquica rural. En cambio, en ciudades como Mérida[8], la cerámica altomedieval mantiene una ejecución técnica propia de alfareros de oficio que perpetuará la comunidad mozárabe hasta ser relevados por los artífices islámicos.

      En los casos aún vigentes en la Península Ibérica de cerámica femenina, reducida a ámbitos rurales muy concretos, se mantienen atávicamente algunos de los rasgos que la enlazan con antiguas formas de elaboración alfarera. Así en Moveros y en Pereruela, provincia de Zamora, las mujeres protagonizan todo el proceso de elaboración[9]. Realizan sus vasijas, que constituyen una producción reducida, sobre una torneta baja que impulsan intermitentemente con la mano. Un caso semejante era el de Mota del Cuervo[10] (Cuenca) y el de algunas localidades asturianas. En territorio portugués, Emili Sempere documenta los centros de Pinhela, localidad próxima a la frontera con Zamora, y Malhada Sorda en la Beira Alta[11]. En Canarias[12], las alfareras prescinden del torno y de la torneta en la factura de sus piezas completamente manual. Un ejemplo de sistema mixto pervive en Molelos (Portugal), donde la mujer comparte con el hombre todas las funciones a excepción del torneado que compete al varón, en tanto que la cocción, en hornos de soenga, es responsabilidad femenina.  

        

      Las circunstancias que rodean hoy la participación femenina en Extremadura son muy distintas a las de los centros citados. A grandes rasgos, el papel de la mujer en la alfarería tradicional extremeña[13] se centra en la realización de tareas subsidiarias, habitualmente ocasionales y dependientes de la categoría económica del taller. Se da el caso de ausencia total en el proceso técnico en los centros dedicados a la producción de grandes recipientes de almacenamiento como tinajas[14] y conos, en tanto que su participación es prácticamente inexistente en los alfares desvinculados del espacio doméstico, denominados «fábricas»[15] , o en aquellos donde, aun compartiendo el mismo espacio el obrador y la vivienda, en el pasado dispusieron de una plantilla amplia de oficiales y aprendices que cubrían cualquier aspecto del proceso, salvo lo relativo a ciertos tipos de decoración de los que tradicionalmente se ocupaba la mujer. Tampoco se ha dado presencia femenina en los obradores de elementos cerámicos para la construcción: teja, ladrillo, baldosa y tubos.

      En lo referente a la comercialización hay una presencia tímida de la mujer, aunque poco a poco irá  aumentando su protagonismo hasta compartir en algunos casos esta función con el hombre.

     A modo de regla general para el ámbito extremeño, se puede afirmar que el grado de intervención de la mujer es mayor cuanto más limitados son los efectivos humanos y económicos de un alfar. En efecto, se observa la siguiente constante en todas las localidades alfareras: cuando el número de operarios[16] es tres o más, las posibilidades de intervención de la mujer se reducen al mínimo, si es que se dan; con dos, aumentan, aunque no deja de ser su participación ocasional y restringida; y en los que el alfarero trabaja en solitario es cuando la mujer pasa a asumir ciertas responsabilidades en el proceso de elaboración. En muchos casos, coincide este momento de mayor participación femenina con los primeros años de matrimonio y el establecimiento de un alfar propio y concluye cuando los hijos alcanzan la edad suficiente para reemplazarla. Con todo, en ningún caso se puede hablar de mujeres alfareras, sino de la esposa o la(s) hija(s) del alfarero que realizan  esporádicamente unas funciones auxiliares muy concretas, tales como el acarreo de agua para proceder a la mezcla de las arcillas, retirar las vasijas de la mesa del torno, enasar, vigilar las fases de oreo y secado y cargar y descargar el horno. Tareas como la extracción de arcilla, desmenuzamiento, batido y colado, amasado, torneado y cocción son actividades reservadas por completo al hombre. Los motivos que sustentan tal exclusión son fundamentalmente las limitaciones físicas y causas de naturaleza sociocultural. Las primeras se deben al gran esfuerzo que hay que desarrollar en las actividades anteriormente mencionadas, para las que se considera al hombre más capacitado.  La segunda argumentación basada en causas socioculturales, enraizadas en la mentalidad de un sistema patriarcal, va encaminada a conservar y reproducir unos patrones de comportamiento inquebrantables: la alfarería era una profesión privativa del rol masculino, por ello nunca se enseñaba el oficio a las hijas. El hermetismo llegaba incluso  a privar de la transmisión del oficio a los hijos varones de las hijas del alfarero y a los hijos de los hermanos de la esposa.

      En aquellos talleres más prósperos hay que añadir un tercer motivo: el hecho de alcanzar un determinado estatus económico implicaba liberar a la mujer de cualquier actividad manual fuera del ámbito doméstico.

     En cambio, donde la mujer adquiría un protagonismo hegemónico, bien dentro o fuera del núcleo familiar, era y es en la decoración cerámica y, más concretamente, en determinadas técnicas decorativas. Como en el resto del panorama peninsular, la alfarería tradicional extremeña reúne una serie de motivos decorativos que de forma más o menos testimonial acompañan a la obra utilitaria. De ordinario, los sencillos motivos impresos o incisos, realizados durante el torneado, son obra del hombre. Sin embargo, a la mujer le corresponden aquellas decoraciones que son resultado de esquemas laboriosos con motivos florales o geométricos de factura esmerada, minuciosa y precisa que ocupan gran parte de las piezas. En el pasado dos técnicas decorativas eran exclusivas de la mujer: el enchinado y el bruñido. Ambas tienen como soporte preferentemente la obra de agua (jarro, botijos, cantarilla, jarra de agua, dama de noche, etc.) El bruñido consiste en efectuar dibujos sobre la superficie del recipiente, bañado en un engobe colorado muy fino, antes de que se haya secado la pieza, valiéndose de una  piedra pulida (un pequeño canto de río) humedecida con la lengua; el resultado es un trazo brillante de rápida ejecución que, combinado con otros, da lugar a motivos vegetales preferentemente florales. El enchinado es la técnica decorativa basada en la incrustración de pequeñas piedras de cuarzo blanco sobre la superficie plástica de las piezas cuando están a medio secar. Los motivos, de composición libre, son vegetales y estrellados y se desarrollan en un solo lado del recipiente, en tanto que el bruñido circunda toda la pieza. En uno y otro caso las mujeres trabajaban en grupos, en un quehacer reiterativo, fiel a un patrón tradicional pero abierto a la incorporación de matices que permiten reconocer la procedencia de un taller e inclusive su autoría. En Salvatierra de los Barros o en los centros con alfareros originarios de allí, la esposa e hijas del artesano solían ser bruñidoras; en Ceclavín ocurría de forma similar con las enchinadoras. Dos técnicas decorativas tradicionales, que realizan indistintamente el hombre o la mujer, son el dibujo con tierra blanca bajo cubierta de vidriado transparente (plomo) y el esgrafiado sobre este mismo engobe blanco.­¡Error! Marcador no definido.

      En plena década de los noventa parece ya incuestionable la evolución que el sentido de la mayor parte de obra alfarera ha experimentando desde una función fundamentalmente utilitaria hasta una meramente decorativa. Esta inversión de prioridades en la obra alfarera que han traído los nuevos tiempos ha hecho que a veces el recipiente de barro sea un simple soporte material para la labor decorativa. Pese a que en algunos centros esta tarea es exclusiva de las manos femeninas, no se ha dado un cambio parejo en la consideración de la autoría de la pieza, de modo que cualquiera que sea el grado de participación de la mujer en las distintas fases del proceso alfarero e incluso aunque su papel sea preponderante en la decoración y ello le confiera el interés comercial a la pieza, la obra final es considerada siempre resultado del trabajo masculino y será el hombre el que la firme si es que la obra va así diferenciada. Las propias decoradoras suelen restar importancia a su labor y considerar que no es equiparable al buen hacer del torneado.

 

      En lo referente a la venta, antaño era frecuente que cada alfar dispusiese de un arriero, con preferencia  miembro de la familia, que se encargaba de la comercialización exterior de la obra. La venta directa en la vivienda‑alfar daba alguna ocasión de intervenir a la mujer cuando el maestro estaba ocupado o se hallaba ausente. Sin embargo, diversas circunstancias irían dando un mayor protagonismo a la mujer posibilitando su incorporación a la venta local y a la ambulante. Serían éstas la falta de hombres disponibles durante y después de la Guerra Civil, la recesión económica de la posguerra, que redujo las plantillas de operarios al mínimo y obligó a los alfareros a asumir el papel de arrieros o, en su lugar, a recurrir a la ayuda de la esposa o de alguna hija, y el vacío provocado en el sector por la fuerte emigración  en respuesta a la crisis del oficio conforme decreció el consumo de obra utilitaria a lo largo de los años 60 hasta nuestros días. A diferencia del hombre, cuando el transporte aún se hacía en caballerías, la mujer encargada de la venta en los pueblos aledaños solía ir siempre acompañada y recorría trayectos cortos que le permitieran el regreso en el mismo día.

            En una región eminentemente agrícola como Extremadura, la actividad artesanal en general y la alfarería en particular no pueden desvincularse del mundo rural. Dentro del entramado de relaciones y consideraciones sociales que se desarrollan en este medio, la categoría del alfar (medida en términos de producción, calidad de las instalaciones, número de trabajadores, ventas, etc…) determina el estatus social que la familia alfarera alcanza entre sus convecinos. Entre las diversas dedicaciones profesionales, la consideración social de los menestrales era y es siempre superior a la del campesinado. En nuestros días, la consideración social de la mujer, colaboradora o no en el oficio, ha ido pareja a la del alfarero (marido o padre), revalorizándose en los casos en los que la producción se ha orientado hacia una cerámica con intención decorativa, se ha modernizado el taller o se han abierto nuevas vías a la comercialización. Más precaria es la situación en aquellos talleres que, fieles al esquema productivo tradicional, no han sido capaces de afrontar la crisis.     

 

        Los cambios profundos que el oficio ha experimentado en los últimos decenios han si no acabado sí minimizado algunos de los inconvenientes y de las barreras que la mujer tenía planteadas para el acceso al trabajo alfarero como plena protagonista de él. Por un lado, la fase de preparación de la materia prima se ha simplificado con la comercialización a bajo costo de arcilla empaquetada lista para modelar, la adquisición de esmaltes y engobes industriales amplía el campo de la decoración y la mecanización del alfar (torno eléctrico, horno de gas o eléctrico, batidora, amasadora, etc.) ha suplantado la fuerza manual por la de tipo artificial. Por otro, el oficio no ha quedado ajeno a la incorporación de la mujer al mundo laboral en todos los campos. Escuelas de Bellas Artes, escuelas taller y cursos esporádicos del INEM han tenido y tienen como principales demandantes a mujeres. Para algunas de ellas la cerámica creativa se convierte en una opción profesional.

      En la actualidad, es en el campo creativo donde la mujer reencuentra la cerámica, desligada de su antiguo sentido utilitario y erigida en expresión artística. En Extremadura existen algunos ejemplos renombrados de mujeres ceramistas[17] que enriquecen con su obra el campo experimental e inagotable de la cerámica.



     [1]Un extracto de esta comunicación se publicó en el catálogo de la exposición «La mujer en la alfarería española», (coord. Ilse Schütz, Agost, Museo de Alfarería, 1993, pp. 34-35)

     [2]C. Lévi-Strauss hace en su libro La alfarera celosa (Barcelona, Paidós, 1986) un análisis de algunos de los mitos sobre el nacimiento de la alfarería entre tribus del Continente americano y observa cómo la mayoría de ellos presentan una figura femenina como dueña del arte de hacer vasijas de barro:

                «De cualquier modo que se la llame: madre-Tierra, abuela de la arcilla, dueña de la arcilla y de las vasijas de barro, etc., la patrona de la alfarería es una bienhechora, pues, según las versiones, los humanos le deben esta preciosa materia prima, las técnicas cerámicas o bien el arte de decorar las vasijas». (pág. 35)

 

     [3]Así lo señala C. Lévi-Strauss para el Continente americano:

                «Sin pretender remontarnos a los orígenes, no hay duda de que en América es más frecuente que la alfarería incumba a las mujeres.» (Op. cit., pág. 34)

Ian Hodder para ilustrar las posibilidades del análisis etnoarqueológico referido a la tecnología cerámica se sirve de la alfarería femenina keniata (The Present Past. An Introduction to Anthropology for Archaeologists, London, Batsford Ltd, 1982).

     [4]Esta terminología más precisa es la que emplea Emili Sempere (Rutas a los alfares. España y Portugal, Barcelona, 1982, pág. 46), pues hay que tener en cuenta que inclusive con el torno rápido el trabajo no deja de ser «manual».

     [5]Son datos extensibles al resto de la Península, pero en los que a Extremadura respecta disponemos, hasta la fecha, de un representativo conjunto cerámico que han proporcionado yacimientos como Cueva de la Charneca (Oliva de Mérida), de época neolítica; del período calcolítico, los Barruecos (Malpartida de Cáceres) y  la Pijotilla (Vega del Guadiana) y de la Edad del Bronce, Palacio Quemado (Alange) y Cueva del Conejar (Cáceres), entre otros. Algunos de los estudios sobre estos yacimientos arqueológico pueden encontrarse en el volumen Extremadura Arqueológica II, Mérida, Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura y UEX, 1991.

     [6]Sirvan de referencia los materiales cerámicos hallados en los yacimientos del Bronce Final (período orientalizante) de Cancho Roano (Zalamea de la Serena) y la Necrópolis de Medellín; de la Edad del Hierro, Castro de Villasviejas del Tamuja (Botija) y Castro prerromano de la Ermita de Belén (Zafra).

     [7]Sin embargo, responden a estas mismas características y coinciden en este mismo horizonte cultural las llamadas cerámicas grises, realizadas en cocción reductora. 

     [8]Tal y como revelan los datos proporcionados por la excavación en curso del solar de Morerías (Mérida).

     [9]Se refieren a la alfarería de estos centros J. LLorens Artigas y J. Corredor Matheos en su obra Cerámica popular espñola, Barcelona, Editorial Blume, 1982, pp. 63-70.

     [10]Natacha Seseña, «La alfarería en Mota del Cuervo (provincia de Cuenca)», Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, nº XXIII, 1967, pp. 339-346.

     [11]Emili Sempere, op. cit., pp. 332 y 327 respectivamente.

     [12]

Respecto a Canarias, J. LLorens Artigas y J. Corredor Matheos, op. cit., pp. 180-183.

     [13]Para el contenido de los datos expuestos, nos hemos basado en los centros activos de la región extremeña durante la década de los 80: un total  de  veinte  localidades  alfareras, distribuidas nueve en la provincia de Badajoz y once en la de Cáceres. En lo básico, la información es válida también para la región del Alentejo portugués.

 

     [14]Centros productores de recipientes de gran envergadura fueron Guareña, Castuera y Miajadas en la provincia pacense y Arroyomolinos de Montánchez en Cáceres, junto con Torrejoncillo

única localidad que se mantiene en activo.

     [15]El término «fábrica» es el que registra Pascual Madoz en 1846 en su Diccionario Geográfico, Estadístico‑Histórico de Es­paña y sus posesiones de ultramar para referirse a las alfarerías corrientes. Tal denominación ha pervivido en algunos centros extremeños hasta nuestros días. Sirvan de ejemplo los de Plasencia, Fregenal de la Sierra, Talarrubias, Mérida, etc.

     [16]En los años 80, por la falta de demanda de recipientes utilitarios, ningún alfar de los registrados disponía de más de tres operarios, aunque muchos disfrutaron de plantillas más numerosas en el pasado.

     [17]Cabe señalarse algunos nombres como los de Isabel Torrado (Cañamero), Inés Madejón (Navalmoral de la Mata), Paloma Sánchez (Cáceres) o María de Elena (Mérida).

Ene 142014
 

María Murillo de Quirós.

    En una biblioteca de un pueblo de la provincia de Cádiz existe una publicación impresa en Cáceres en la imprenta de D. Lucas de Burgos en el año 1.838.

   En su portada se lee lo siguiente: “Memoria de la Causa de Dilapidaciones de Guadalupe que ofrece al público el Juez que ha entendido en su formación don José García de Atocha, Diputado Provincial de la de Cáceres, Jefe Político cesante de la de Badajoz, y Ministro honorario de la Audiencia nacional de Extremadura”.

    En todo lo expuesto se aprecia el río revuelto de los problemas de la exclaustración de los frailes y la incautación de los bienes del convento.

    Al parecer se creía encontrar en Guadalupe grandes tesoros que no hallaron.

    Tuvo Trujillo mucha relación con la causa de las “dilapidaciones” ya que aquí vinieron a venderse las cabezas de ganados que encontraron al hacer inventarios por segunda vez y también vinieron conducidos “con escolta a Trujillo los mantos de la Virgen y alhajas de plata…”

    En la lista de “ocultaciones” figuran entre otras cosas insólitas “dos tinajas pequeñas”y un crédito a favor del Monasterio “contra Lord Londonderri” por valor de 104.875 reales.

    Esta causa fue motivo del cese del Juez encargado de su formación, que recurre a la Reina en varias cartas aquí publicadas y que al consignar sus honorarios, pone los 17 días de estancia en Guadalupe a 66 reales cada uno y los “cuatro de camino de ida y vuelta” (de Trujillo a Guadalupe) a 132 reales.

Oct 072013
 

Luís Vicente Pelegrí Pedrosa.

La llegada de los capitales indianos a Castuera, fruto de la emigración al Nuevo Mundo de casi un centenar de castueranos en los siglos XVI y XVII, benefició especialmente a los familiares de estos emigrantes, lo cual nos lleva a considerarlos como un grupo social diferenciado. Pero esto no significa definir el surgimiento de un nuevo grupo social apoyado en el dinero de las Indias, antes al contrario implica distinguir una facción de la oligarquía indiana que vio reforzada su posición por su vinculación con algunos de los indianos de esta localidad. Como ejemplo de esta facción indiana de la oligarquía de Castuera tratamos del linaje de los Calderón Gallego, al que pertenecía uno de los principales indianos de esta villa, don Pedro Calderón Gallego.

Para llevar a cabo este análisis es necesario atender a los factores de formación y beneficio de esta facción indiana, que son los envíos de dinero y la administración de las fundaciones que crearon los indianos, y por otro lado hay que estudiar los factores de su apreciación y consolidación, que son, en el caso de los Calderón Gallego, el poder concejil, el mayorazgo, y la esclavitud, como signos e instrumentos de poder y prestigio, ya que don Juan Calderón Gallego, hermano de don Pedro, fundó en Castuera un  mayorazgo en 1692[1], incluyendo en él dinero enviado por su hermano, además de un oficio de regidor perpetuo.

En esta comunicación nos dedicamos a los dos primeros, es decir, de los factores formativos, que se incluyen entre las facetas de inversión de los capitales indiano en Castuera, entre las que se encontraron, además de éstos, el mecenazgo a las iglesias, y la tierra[2].

El estudio de unas y otras formas de inversión lo hemos realizado en los fondos del Archivo de Protocolos Notariales de Castuera, que evidencian así la importancia de las fuentes locales para el conocimiento de la relación entre Extremadura y América, y más cuando esta es la primera investigación que se realiza con los documentos notariales de Castuera[3].

Las referencias documentales las realizamos así:  A.P.C, Archivo de protocolos de Castuera; documento y fecha, escribano, folio, -fol.- y número del legajo. Cuando el año del protocolo en el que se halla incluido el documento es distinto a éste se señala junto al nombre del escribano.

Antes de nada es necesario conocer al protagonista del beneficio económico y social de los Calderón Gallego, don Pedro Calderón Gallego. Este castuerano emigró a Cartagena de Indias hacia 1650  y retornó en 1689. En ese periodo alcanzó una notable posición social en ese importante puerto americano, pues alcanzó el prestigioso puesto de alguacil mayor de la Inquisición, y amasó una importante fortuna valorada en más de 20.000 pesos sólo en una estancia ganadera. Don Pedro Calderón, fue, además, de uno de los indianos más ricos de Castuera y uno de los pocos que regresó a su villa natal para invertir allí su fortuna[4]. Fruto de esa riqueza realizó diversos envíos de dinero para la creación de fundaciones pías y para el disfrute de sus familiares, que se beneficiaron de ello bien como administradores de esas fundaciones o bien mediante el beneficio debido o indebido de su dinero.  Para ello nombró como administrador a su hermano don Juan Calderón Gallego,  sin embargo no se distinguió con claridad un fin de otro, lo que dio lugar a complicaciones.

Don Pedro Calderón pretendió crear dos obras pías, una dedicada al Santo Sacramento y otra para el culto a Santa Ana, sin embargo, sólo la primera llegó a funcionar sin instituirse. Don Juan afirmaba en sus testamento, realizado en 1695, que tenía impuestos a censo 2.000 pesos a nombre de dicha fundación, y otros 1.000 a su propio nombre. Sin embargo, don Pedro en su testamento, fechado en 1708 acusaba a su hermano de no cumplir con sus disposiciones:  «declaro es notorio en esta villa como remití de Indias, tres mil patacones a don Juan Gallego, mi hermano, ya difunto, para que fundase en la santa iglesia parroquial de esta villa un terno de chirimías para que asistiese al santísimo Sacramento en sus salidas en forma de viático a los enfermos, y demás funciones que se ofreciese y fiestas que se celebran en dicha iglesia. Y aunque llegaron a poder de dicho mi hermano, con el indebido pretexto de que no se hallaban personas que quisiesen entrar en el ejercicio de ministriles, en que padecí engaño, pues he sabido hubo muchos pretendientes de Zalamea y de esta villa, luego que llegué a España. Y teniéndolo por muy cierto vine en que dicha cantidad, con otra porción que se agregase al vínculo y mayorazgo que dicho mi hermano y doña Isabel Cortés, su mujer fundaron. No pude tener acción ni autoridad en que se agregasen a dicho vínculo y mayorazgo, aún dado que fuese cierto el no haber quién quisiera entrar en el ejercicio de dichas chirimías, y así, conociendo el yerro que hice, que para cometerlo no me disculpa el llegar a este país con los ojos como vendados»[5].

Pero aquella no fue la única cantidad destinada por don Juan Calderón a otro fin que no fuera el estipulado por su hermano, pues como éste último denunciaba también en su testamento que: «de los ocho mil quinientos patacones que paraban en poder de dicho mi hermano, de mi cuenta quedaron  en su poder de tres partes las dos, para dicho vínculo, y para el cumplimiento del aniversario en cada un año por noviembre y celebración de la fiesta de mi señora Santa Ana»[6]

Don Juan Calderón certificaba también en su testamento el beneficio directo por parte de la familia del dinero de don Pedro Calderón, pues según él «don Pedro Calderón enviará otra remesa de plata para fundar un patronato a capellanía a favor de fray don Juan Calderón Gallego, mi hijo, religioso de la orden de San Francisco de la Calzada, ya difunto, con lo que la cantidad enviada se agregará al mayorazgo»[7].

Todos estos testimonios son elocuentes del aprovechamiento que de los capitales de don Pedro Calderón hicieron sus familiares, más allá aún de la parte que les destinó para su beneficio directo, por otra parte evidencian también la participación en el mayorazgo de don Juan Calderón Gallego de los capitales de su hermano, y que fue instrumento de consolidación de su posición social.



[1] A.P.C. Mayorazgo 22 de septiembre de 1692. Juan Gómez, fol. 79, 14.

[2]Pelegrí Pedrosa, L.V: «Los capitales indianos en Castuera (Badajoz) y sus formas de inversión en el siglo XVII». Actas de los XX Coloquios Históricos de Extremadura. Cáceres, 1994, pp. 237-261.- Pelegrí Pedrosa, L.V: «El mecenazgo de los indianos de Castuera (Badajoz) en América y en Extremadura durante el siglo XVII». Actas de los XX Coloquios Históricos de Extremadura. Cáceres, 1994, pp. 262-263.

[3]Rodríguez Sánchez, A y otros: «Las fuentes locales para el estudio de la Historia de América». Alcántara, 7, Cáceres, 1986, pp.69-81.

[4]González Rodríguez, A y L.V Pelegrí Pedrosa: «Capitales indianos en Castuera (Badajoz): censos y fundaciones, 1660-1699». Actas del IX Congreso Internacional de Historia de América. Sevilla, 1992, pp.293-319.

[5] Testamento, 21 de mayo de 1708, Juan Gómez, fol.17, 23.

[6] Ibídem

[7] A.P.C.  Testamento, 1695, Juan Gómez Benítez, fol.64, 16.A.P.C. Testamento de don Pedro Calderón Gallego, 21 de mayo de 170, Juan Gómez, fol.17, 23.

Oct 011993
 

Fray Patricio Guerín Betts.

Sobre el año y lugar de nacimiento de este muy ilustre personaje no hay noticia tan exacta e indiscutible como sería de desear. Se calcula que sería hacia el 1400 y en Trujillo. Vivió alrededor de setenta años y su vida se puede dividir en dos secciones muy marcadas: la nacional y la internacional.

En 1430 consiguió en Salamanca el título de bachiller en leyes. Por entonces era clérigo de Ávila, donde fue canónigo y también en Salamanca y Deán de Astorga. Desde 1436 licenciado en leyes y abad de Santa María de Husillos (Palencia). En 1438 el Papa Eugenio IV le concede beneficios en León y Palencia. Este mismo año es nombrado oidor del Palacio Apostólico y miembro del Tribunal de la Rota Romana.

Y a partir de entonces comienza la segunda parte de su vida, sin duda la más gloriosa y fecunda para la Iglesia Universal. Embajadas a Florencia (1438), Venecia (1439), Sena (1440). Legado del Papa en las Dietas de Maguncia (1441), Francfort (1441, 1442), Nüremberg (1443,1444), Francfort (1445,1456).

En 1445 fue nombrado oidor general de la Cámara Apostólica y en 1446 cardenal del título del Santo Ángel en Pescheria. También el Papa Nicolás V le envió varias veces a Alemania, donde desde 1447 estuvo dos años. Junto con el emperador Federico fue promotor del concordato de Viena en 17 de febrero, 1448. Estuvo también en Bohemia y Hungría. Desde 1450 a 1454 le enviaron a Florencia, Venecia y Milán, para preparar una cruzada contra los turcos.

El Papa Calixto III (español) le mandó una vez más a Alemania y Hungría (1445,1456) y Bosnia (1457). En 1461, ya en el pontificado de Pío II, aún está en Hungría y le llegaron a llamar Protector de los Húngaros.

Junto con el cardenal Bessarión fue íntimo consejero del Papa Pío II, que le nombró obispo de Porto en 1461.

Paulo II le encomendó formar una Liga de Estados Italianos. Los dos últimos años los pasó en Roma y fue elegido Camarlengo del Sacro Colegio. Falleció el 11 de enero, 1469 y fue enterrado en la iglesia de San Marcelo. El cardenal Bessarión redactó el epitafio.

Su relación con España en la segunda época de su vida no pudo ser mucha, pero existió a través de algunos nombramientos. Ya Eugenio IV le nombró obispo de Coria en 1443 y en 1446 de Plasencia. Aquí fundó la cátedra de Humanidades, Nicolás V le dio la Encomienda de la abadía cisterciense de Moreruela en Zamora en 1449. Se da la circunstancia curiosa de que el mismo Carvajal era opuesto a las Encomiendas, mas, quizás en este caso concreto hubo algún motivo especial para aceptar. Lo cierto es que tenemos una hermosa fotocopia de un documento del Papa Pío II en que apoya una reclamación de Carvajal como tal abad comendatario de Moreruela a favor de los derechos de la Comunidad. Reza así:

“Pius episcopus, servus servorum Dei. Dilectis filiis Decano Ecclesiae Bracharensis et Officiali Bracharensi. Salutem et Apostolicam Benedictionem, Conquesti sunt Nobis Venerabilis Frater noster Iohannes episcopus Portuensis, qui monasterium de Moreruela cisterciensis Ordinis Zamorensis dioecesis ex concessione et dispensatione Apostolicae Sedis in commendam obtinet et Conventus eiusdem ad Alvarus Peres et quidam alii laici Bracharensis diócesis super quibusdam possessionibus et aliis immobilibus in dicta dioecesi Bracharensi cosistentibus mobilibusque bonis, fructibus, redditibus, proventibus et rebualiis ad dictum Monasterium legitime spectantibus iniuriantur eisdem. Itaque Discretioni vestrae per apostólica scripta mandamus quatenus, vocatis qui fuerint evocandi et auditis hinc inde propositis, quod iustum fuerit, appellatione remota, decernatis, facientes quod decreveritis per censuram ecclesiasticam firmiter observari. Testes autem qui fuerintnominati, si gratia, odio vel timore subtraxerint, censura simili, appellatione cesante, compellatis veritati testimonium perhibere. Quod, si non ambo iis exsequendis potueritis interesse, alter vestrum ea nihilominus exequátur. Datis Viterbii anno Incarnationis Dominicae millesimo quadragintesimo sexagésimo secundo, tertio nonas iunii, pontificatus nostri anno quarto .”

Que traduciendo quiere decir:

“Pío, obispo, siervo de los siervos de Dios. A los amados hijos el Decano de la iglesia de Braga y al oficial de Braga. Salud y la bendición apostólica. Se nos han quejado nuestro Venerable Hermano Juan, obispo de Porto, que tiene en encomienda el monasterio de Moreruela, de la Orden cisterciense en la diócesis de Zamora por concesión y dispensa de la Sede Apostólica y la Comunidad del mismo contra Álvaro Peres y algunos otros seglares de la diócesis de Braga, sobre diversas posesiones y otros inmuebles sitos en dicha diócesis de Braga, así como bienes muebles, frutos y réditos, rentas y otras cosas que corresponden legítimamente a dicho Monasterio y contra los cuales comenten desmanes. Por lo tanto mandamos a vuestra Discreción por este escrito apostólico que, llamados los que fueren de llamar y habiendo oído las razones alegadas por unos y otros, dispongáis lo que sea justo, sin admitir apelación y hagáis guardar lo decretado firmemente bajo censura eclesiástica. En cuanto a los testigos nombrados, si por soborno, odio o temor fallasen, les obliguéis bajo la misma censura y sin posibilidad de recurrir, a dar testimonio de la verdad. Que, si ambos no pudieseis ocuparos en ejecutar lo sobredicho, uno al menos de vosotros lo ejecute. Dado en Viterbo el año de la Encarnación del mil cuatrocientos sesenta y dos a tres de junio y en el cuarto de nuestro pontificado.”

Lo cual es buena muestra de la solicitud del Cardenal por sus encomendados de España. Aunque estuvo fuera más de treinta años, había marchado ya maduro y muy relacionado y eso no se olvida fácilmente. Según Denfle, citado por Pastor (t.V, p.121), fundó un colegio en Salamanca.

En su monumental obra Historia de los Papas Ludovico Pastor le menciona en los cinco primeros volúmenes (Barcelona, 1910). En la página 120 del tomo IV y sgtes. dice:

“…Juan de Carvajal, jaladalid de los cardenales de más severas ideas eclesiásticas. Su máxima favorita era: Sufrirlo todo por Cristo y su Iglesia. Su gran modestia y su total monosprecio de la celebridad han sido la causa de que la memoria de aquel varón enteramente extraordinario no haya alcanzado todo el esplendor que merecía…dio en 22 legaciones brillantes pruebas de su abnegada fidelidad y espíritu de sacrificio en por de la causa de la iglesia y que de todos sus viajes no trajo otra cosa sino la fama de su honestidad sacerdotal…Había ido a Hungría lleno de fuerza y salud en tiempo de Calixto III…y volvió hecho un viejo y quebrantado de aquella espinosa legación …En Roma se tributaba la mayor veneración a aquel varón sufrido…Ningún otro cardenal, se decía con justicia, ha trabajado tanto, ni tolerado tan indecibles fatigas como él en los seis años de aquella legación, en la cual se consagró al más sublime de los intereses es de la Iglesia, la defensa de su fe…De buena gana asistía con sus consejos a las personas de todos estados y apoyaba a los débiles contra los poderosos y ni por un instante desmintió los rasgos característicos: la severidad y la justicia…En su modesta casa…reinaba la mayor simplicidad y un orden ejemplarísimo. Su manera de vivir severamente ascética hacía posible al cardenal socorrer copiosamente a los pobres y acudir a las iglesias necesitadas. Nunca faltó a una solemne festividad eclesiástica o a un consistorio y en estos decía su parecer con libertad, pero sin aspereza ni espíritu contencioso…sus discursos eran breves, sencillos, inteligibles, rigorosamente lógicos…Se puede decir que no había nadie en Roma que no se hubiese inclinado ante aquel carácter de alteza y profundidad enteramente extraordinarias…Lo propio que a sus contemporáneos ha obligado Carvajal a los historiadores más modernos a tributarle no sólo estima y reconocimiento, sino también admiración”

En 1752 publicó sobre él una obra (De rebus gestis Ioannis S.R.E.Card. Carvajalis Commentarius) en Roma. En 1947 apareció en Málaga la del P. Lino Gómez Canedo Don Juan de Carvajal y en el Diccionario de Historia Eclesiástica de España un artículo de J. R. Codina en 1972

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