Oct 011989
 

Antonio Fernández Márquez y Rocío Sánchez Rubio.

La Sección de Inquisición del Archivo General de la Nación de la ciudad de México, alberga una interesante documentación relativa a los procesos seguidos por el Santo Oficio en la jurisdicción de Nueva España[1]. Entre las causas que se guardan en esta Sección figuran algunas que se mantuvieron contra extremeños emigrados a Indias; la tipología de “delitos” que se imputan al puñado de extremeños es variada: blasfemias, injurias a Dios y al Santo Oficio, proposiciones heréticas, bigamias, amancebamientos, prácticas adivinatorias, tener ascendencia morisca o judía… En general, los procesos responden al fin último de la institución inquisitorial, a su cometido más primario: velar y mantener los principios de la doctrina y moral católica castigando severamente los delitos contra la fe y sancionando a quienes mostraban un comportamiento relajado.

Para nosotros -interesados en el proceso migratorio que llevó a miles de extremeños al Nuevo Mundo durante el siglo XVI[2]-, la importancia de esta documentación radica en la información que contiene sobre los emigrados. Por sus características peculiares esta fuente sirve a nuestro interés desde un doble plano:

 

1.- La aparición en los procesos de testigos perfectamente nominalizados e identificados nos permite incrementar en múltiples ocasiones la nómina de emigrantes extremeños conocidos, la pérdida total o parcial de fuentes en las que se consignaban las salidas a América[3] ha dado lugar a vacíos informativos para algunos periodos de emisión migratoria, lo que dificulta poder alcanzar un conocimiento exacto del volumen de emigrados. En parte, estas deficiencias se palian con conjuntos documentales como el de la Sección de Inquisición puesto que nos han aparecido como testigos e incluso condenados individuos de quienes no teníamos noticias ni de su viaje ni de su estancia en el Nuevo Mundo. Por lo tanto, esta fuente complementaria nos sirve para el análisis cuantitativo de la emigración.

 

2.- En sus declaraciones los testigos vierten valiosas referencias sobre sí mismos y sobre los presuntos infractores, dan datos de su existencia vital, de sus logros materiales y del comportamiento mantenido en suelo americano. El manejo de esta fuente rescata del anonimato a un conjunto de extremeños, les otorga nombre y apellidos, lugar de origen, actividad profesional, situación social y económica, tiempo de estancia y núcleo de asentamiento de América. Datos que son sumamente válidos para el estudio cualitativo.

 

En las páginas que siguen hemos analizado el proceso que se lleva a cabo contra Alonso Ramiro de Hinojosa, natural de la ciudad de Trujillo y residente en Puebla de los Ángeles (Nueva España). Se le juzgará por bígamo, por casar en segundas nupcias cuando aún vivía su primera mujer[4].

La documentación de esta causa la componen el alegato acusador, la declaración de una docena de testigos y el acusado, tres cartas remitidas desde España por familiares de otros tantos testigos y el fallo del tribunal con la condena que se impone.

 

 

LA DELACIÓN.

 

La frecuencia en la aparición de procesos seguidos contra presuntos bígamos entre la documentación de la Sección de Inquisición denota que esta práctica tuvo un especial arraigo en América. A favor de los infractores jugaba el alejamiento de la Península, la enorme extensión del continente americano y el recurso de cambiar de nombre con el fin de evitar su identificación; para contrarrestar estos factores la Inquisición disponía de una amplia red de familiares del Santo Oficio y contaban con la colaboración de los ciudadanos que no dudaban en delatar y acusar a sus convecinos.

 

Por lo que oy y entendí de las dichas personas

entiendo que es casado otra vez en esta çibdad y por

descargo de mi conçinçia y no incurrir en la descomunión

deste Santo Ofiçio doy notiçia desto para que por mandado

de F.S. se provea y haga lo que convenga[5].

 

En estos términos concluía el 20 de marzo de 1590 la acusación que Cristóbal Fernández de Vivar, originario de Trujillo y vecino de la ciudad de México, realizada contra Alonso Ramiro por doble matrimonio. La alegación firmada de su puño y letra abría la causa que la Inquisición de esta ciudad investigaría durante algo más de un año.

Los emigrantes del siglo XVI mostraron una clara tendencia a agruparse por lugares de origen a la hora de asentarse en suelo americano, buscaban la proximidad de familiares, amigos y antiguos convecinos manteniendo una estrecha relación entre ellos[6]. Entre los trujillanos desplazados al Nuevo Mundo también se da esta circunstancia, de hecho, la delación efectuada por Cristóbal surge a raíz de unas reuniones mantenidas por algunos de ellos. La secuencia de los hechos que nos presenta aquel es como sigue.

Encontrándose en cierta ocasión en casa de Andrés Hernández junto con Juan de Salinas y Alonso Pablos, todos naturales de Trujillo, oyó hablar de un Fulano Ramiro que había pasado a aquella tierra “por çierta mocedad y travesura que avía hecho”, por lo que “andava en la çibdad de los Ángeles escondiéndose de la gente de Trugillo”; el dicho Ramiro era hombre casado en España. Bastante tiempo después de haber asistido a esta conversación, Cristóbal contactaría personalmente con él al coincidir ambos en visitar al mencionado Andrés. Para entonces, Alonso Ramiro ya había contraído matrimonio en América por lo que –a menos que su primera mujer hubiera muerto- estaba incurriendo en bigamia. Comprobará que esta situación de doble matrimonio era conocida por algunos de los trujillanos que residían en la ciudad  de México y se extraña de que nadie diese “notiçia dello en esta Inquisiçión”. Determinado a ser él quien acabara con aquella infracción moral quiso cerciorarse de la condición civil de Alonso antes de su paso a Indias y procedió a escribir a su madre en Trujillo para le informara “si el dicho Ramiro hera casado allí”. La respuesta afirmativa de la madre[7] precipitó la acusación.

 

 

EL DELATOR

 

Pero ¿quién era ese trujillano que no tiene reparo alguno en denunciar a uno de sus paisanos ante la temida Institución inquisitorial? De no haber mediado dicha denuncia probablemente no habríamos sabido de su existencia, puesto que en ninguna de las fuentes manejadas que se custodian en el Archivo General de Indias aparece registrado como pasajero ni aún siquiera como peticionario de licencia para poder pasar al Nuevo Mundo. En principio únicamente contábamos con los datos que en el proceso aparecen referidos a él; la posterior consulta de los protocolos notariales de Trujillo dieron algo más de luz acerca de su identidad.

Cristóbal era el mayor de los dos hijos vivos del matrimonio formado por Gonzalo Fernández de Vivar –ya difunto en 1589- y Juana Rodríguez Barroso, amos naturales y vecinos de Trujillo[8]. Debió de cursar algunos estudios puesto que sabía leer y escribir[9], dotes que le valieron para acceder a ser oficial de Su Majestad en la Contaduría de la ciudad de México. Desconocemos la fecha exacta de su paso a América, pero si nos guiamos por la carta de poder que en 1593 envía a Trujillo[10], donde indica que hace 16 años que sirve a Su Majestad como contador, su salida de la Península hubo de producirse con anterioridad a 1577. Tenía algunas propiedades en su ciudad natal, pues en carta fechada el 16 de julio de 1589 su madre le notifica: “Las çercas no las venderé ni enxenaré hasta que vos vengais[11]. Mantuvo, a pesar de la distancia, un continuo contacto con sus familiares y con las personas que se encargaban de sus intereses económicos en España mediante el envío recíproco de cartas en las flotas que anualmente se dedicaban al transporte de mercancías y pasajeros entre la Península y el Nuevo Mundo[12]. Ocasionalmente mandó dinero –en algún caso importantes sumas- y otros artículos (joyas, cueros, dos piezas de damasco de colores, seis piezas de tocas, un cristo…)[13]. Ello denota que Cristóbal había conseguido un cierto éxito económico con el ejercicio de sus funciones como contador real, éxito del que hace partícipes a sus familiares mediante el envío de estas remesas, aunque parte de las cantidades remitidas debían imponerse en “rentas, censos sobre heredades de hierbas y sobre ciudades, villas y lugares[14].

Este emigrante trujillano, al igual que muchos otros debió considerar su estancia en América como temporal, en sus planes figuraría a buen seguro amasar una importante fortuna para poder regresar a su tierra natal de ahí que proceda a invertir sus ahorros en España. En efecto, el regreso se produjo, puesto que en 1589 le encontramos Trujillo[15]. No parece probable que esta visita responda al deseo manifestado por su madre nueve años antes cuando en la carta aludida le dice: “Si vos tuviéredes seis o ocho mil ducados os aría casar vuestro hermano con una muger muy de bien y muy muchacha y muy rica y muy hermosa”. La joven en cuestión era viuda, sobrina de un perulero y tenía, continúa la madre en su carta, “su casa llena y sus negras que la sirven y estase con su tío”. Durante el siglo XVI, no es extraña la aparición de matrimonios entre personas relacionadas con la emigración a Indias, incluso cuando algunas de ellas no llegó a pisar nunca aquel continente sino que resulta ser heredera de un emigrante con fortuna. En ocasiones los matrimonios se llevaban a cabo mediante poderes sin que los contrayentes hubieran llegado a verse; con estos emparentamientos los “nuevos ricos” surgidos en América afianzaban su posición económica.

Más bien, la presencia de Cristóbal en Trujillo respondería a un interés por ascender social y económicamente, por conseguir de Su Majestad mercedes. Prácticamente en toda la documentación que hemos encontrado referida a él hay alusiones en este sentido. En la ya reiterada carta de la madre se expresa “hijo, grande pena es la que me dio en que no os llebaron ese recado que enbiasteis a pedir a la corte”. También en la carta de poder mencionada que Cristóbal envía a Trujillo en 1593 encargaba a las personas a quienes encomienda sus asuntos ir a la Corte para solicitar del Rey mercedes de tierras, solares y otras cosas así como de cargos y oficios; en otro documento de 1595[16] vuelven a constar alusiones en este sentido. Por último en 1598, cuando se encuentra como estante en Trujillo, hace nueva carta de poder a favor del clérigo Álvaro García Calderón, residente en Madrid para que éste “le pueda obligar en la cantidad de hasta cien ducados en reales ante cualquier justiçia de S.M.[17].

Como vemos al menos durantes diez años anduvo este trujillano persiguiendo los favores del Rey, esta reivindicación bien pudiera tener alguna conexión con la denuncia que presentó en el Santo Oficio contra Alonso Ramiro de Hinojosa. Como ya expresamos él justifica la delación en base a descargar su conciencia y en no ser excomulgado, con su acto demuestra ser un ciudadano ejemplar que cumple con la justicia. Quizás no sea exagerado afirmar que su comportamiento respondió a un intento por hacer méritos, él mismo afirma en su declaración que había mandado pedir a España información de otras personas que podrían haber infringido las leyes de Indias. Así en la carta que le envía a su madre consta lo siguiente: “a lo que decís del higo de Mari González Micael es morisco de solar de padre y madre”. La condición morisca de este muchacho le convertía también en potencial víctima de los actos delatores de Cristóbal puesto que la legislación de Indias prohibía terminantemente el paso a América de individuos cuyos ascendientes habían formado parte de esta minoría[18]. Esta denuncia no llegó a producirse, al menos no figura entre los procesos inquisitoriales del Santo Oficio de la ciudad de México que hemos consultado.

 

EL ACUSADO

 

Ramiro Alonso de Hinojosa en su declaración ante el Tribunal de la Inquisición en julio de 1591 dijo ser hijo de Catalina Martín de Carvajal y de Alonso Ramiro y confesó haber tenido dos hijos de Catalina González, mujer con quien estuvo amancebado. Declara haber permanecido en casa de su padre hasta los 25 años de edad aproximadamente marchando después a Portugal donde residió algunos años, al cabo de los cuales regresó de nuevo a Trujillo. En esta ciudad permaneció durante cinco años más antes de desplazarse a Sevilla. Encontrándose en la capital andaluza afirma que una vecina de Trujillo le notificó que Catalina González, madre de sus hijos había muerto y “avrá çinco años” que se embarcó “por vía de las yalas” hasta América[19].

En su estancia en suelo americano trabajó durante dos años en las minas de Pachuca y más tarde en una panadería de México. A finales de 1588 contrajo matrimonio con Ana Pérez, viuda natural de Segovia[20] y al año siguiente marchó a China llevando su hacienda, que ascendía a 600 pesos, y la invirtió en mercaderías (un fardo de mantas, loza y ropa de damasco). En el momento de realizarla declaración hacía poco tiempo que había regresado de este viaje.

Aunque el testimonio de Ramiro resulta muy sustancioso por la información que contiene la verdad es que calló de forma deliberada algunos episodios de su vida, expresa verdades a medias al relatar otros y mintió descaradamente en aquellos por los que iba a ser procesado y, a buen seguro, sancionado duramente por el Santo Oficio. Las declaraciones de los testigos de la causa nos han permitido conocer con mayor profundidad la vida de este trujillano.

Sus padres fueron justamente quienes él cita, pero elude decir que era bastardo, hijo de madre soltera, pues su padre no estaba casado con Catalina Martín de Carvajal, que fue quien le dio a luz, sino con Teresa González[21]. Es cierto que residió algún tiempo en Portugal pero no menciona el motivo que le llevó a cruzar la frontera y asentarse en el país vecino; será un testigo recién llegado a México desde Trujillo quien lo expone:

 

Debido a una muerte se ausentó a la raya de Portugal

donde estuvo mucho tiempo y obtenido perdón se vino

otra vez a Trujillo a casa de su madrastra Teresa

González[22].

 

Habla de su paso a Indias pero no menciona, por temor seguramente a incurrir en el delito de amancebamiento, que lo hizo en compañía de una mujer casada llamada Isabel García quien a su vez era “bastarda de un clérigo[23].

Junto a esta información que completa en gran medida la declaración de Alonso Ramiro los testigos ofrecen otra serie de datos que si bien no van a afectar en nada el discurrir de la causa si nos sirven para caracterizar aún más al procesado en sus primeros años de vida.

Alonso vivió en la calle de la Lanchuela, en una casa que era propiedad de su padre[24], fue parroquiano de la Iglesia de San Martín y ejerció en Trujillo el oficio de vaquero de los ganados de don Rodrigo de Orellana y más tarde fue arrendador de los montarazgos de dicha ciudad[25]. Una hermana suya emigró también a Indias asentándose en Mérida (Yucatán)[26].

Pero momento es de adentrarnos en la presunta infracción de este hombre. Como hemos señalado, Alonso no dijo haber casado con Catalina González tan sólo confesó su amancebamiento con ella y el nacimiento de dos hijos –Alonso y María- de dicha relación.

La declaración de los testigos dará una versión distinta de los hechos. Alonso Pablos afirmó que “estaba casado con Catalina González, hija de Alonso Garçía”; Juan de Salinas dice que casó “hará diez y seys años con una hija de Alonso Garçía curador”; Diego Mateos, además de ratificar la existencia del matrimonio e indicar que hicieron “vida maridable” durante trece años, manifiesta que el hijo mayor tiene doce años y que en el momento de partir Alonso de Trujillo dejó a su mujer casada y con cuatro hijos. Este testigo, con su declaración, corroboraba la información que el denunciante, Cristóbal Fernández de Vivar, había recibido de su madre cuanto ésta le notificaba que Alonso “dexó quatro (hijos) dos enbras y dos machos”. Todos los testimonios apuntaban a señalarle como culpable de bigamia, pero nosotros aún quisimos hacer una última comprobación en el archivo de la parroquia de San Martín de Trujillo (en adelante Archivo Parroquial de San Martín). La búsqueda de su partida de matrimonio fue infructuosa puesto que las inscripciones que se conservan son posteriores a 1586 y según los testigos Alonso debió contraer matrimonio diez años antes. Por el contrario, el rastreo de los libros bautismales despejó la incógnita. Hallamos cuatro partidas de bautismo –dos varones y dos hembras- en la que constaba como padre “Alonso Ramiro y Catalina Gonçalez, su muger”; las más recientes aludían a Alonso y María, mientras que las otras dos, fechadas en diciembre de 1578[27] y en noviembre de 1580[28], se referían a Juan e Inés respectivamente. Esta documentación atestiguaba de manera definitiva la existencia del primer vínculo matrimonial del procesado y demostraba la veracidad de las manifestaciones de los testigos.

Dejando ya de lado el pasado borrascoso del acusado –aunque desde luego debió de jugar un importante papel en su decisión de marchar-, algunas de las noticias que hasta el momento hemos presentado hacen entroncar a este hombre con otros muchos extremeños y españoles que como él optaron por abandonar sus lugares de origen en busca de un futuro más prometedor. Debido a su origen trujillano la emigración a América no debió ser un hecho novedoso para él[29], puesto que a lo largo del siglo XVI esta ciudad se destacó por su emisión migratoria[30]. Centenares de trujillanos emprendieron durante la centuria del Quinientos el largo camino con la esperanza de alcanzar una existencia regalada.

Al igual que ocurrió con su delator, el paso de Alonso al Nuevo Mundo no aparece consignado en los asientos del Archivo General de Indias. Si su salida se realizó cumpliendo las disposiciones legales impuestas por el Consejo de Indias, este trujillano haría información de su persona para conseguir la licencia real e, igualmente, dado que era hombre casado y pretendía marchar en solitario, necesitaría un permiso de su mujer y se le habría exigido el depósito de una fuerte suma de dinero en concepto de fianza que perdería en el caso de no regresar al cabo de un periodo de tiempo determinado o de no reunir a su familia en aquellas tierras. Evidentemente, ninguna de estas opciones está en la línea del comportamiento de Alonso en su periplo americano por lo que no sería extraño que realizara el viaje de manera ilegal[31]. Pero la actitud mostrada por nuestro personaje no puede serle imputada de manera exclusiva, si bien hubo un gran número de emigrantes que mantuvieron una estrecha relación con sus lugares de procedencia mediante contactos epistolares[32] envíos de remesas de dinero y visitas periódicas, también es frecuente la aparición de esposas de emigrantes que quedaban abandonadas y con la ausencia de sus maridos sufren enormes necesidades y padecimientos para sacar adelante a sus hijos. Sin embargo, pese a que Alonso se desentendió de su familia[33] su mujer supo hacer frente al problema y en el momento del proceso contra su marido:

 

“…Estava tan rica que no podría el Alonso Ramiro

juntar ni acauladar en quatro años tanto caudal como

ella tiene porque tiene el trato de amasar y tiene una

piara de puercos que guardan dos hijos”[34].

De condición humilde a juzgar por los oficios desempeñados en su ciudad natal y por su adscripción a la Parroquia de San Martín, su viaje hasta América debió considerarlo como un camino hacia el enriquecimiento puesto que su reseñada condición trujillana le habría hecho presenciar el regreso de convecinos que tiempo atrás habían marchado pobres y ahora volvían en la opulencia. Su interés por conseguir de forma rápida fortuna le llevó a ejercer las dos actividades que, aunque desconocidas por él, podrían permitirle acceder en poco tiempo a las riquezas soñadas: el trabajo en minas y el comercio de manufacturas orientales. Desde los primeros momentos de la Conquista se desencadenó la fiebre de los metales preciosos, el volumen de las remesas de oro y plata enviadas a la Península fue en aumento durante años[35] dando lugar a comentarios acerca de lo inagotable de los filones americanos. La dedicación a la actividad comercial[36], pese a los peligros evidentes de las travesías[37], se convirtió en un negocio sumamente rentable para sus practicantes. La ausencia en suelo americano de una actividad manufacturera capaz de satisfacer la demanda de ciertos productos unido a la abundancia de riquezas en aquellas tierras disparó los precios. Tal y como hizo Alonso Ramiro de Hinojosa, muchos emigrantes, que con anterioridad no habían mostrado una vocación comercial, ante esta coyuntura propicia no dudarán en invertir sus ahorros en el tráfico de mercancías esperando obtener suculentos beneficios.

La búsqueda del éxito económico a menudo conllevaba una cierta movilidad; antes de proceder al asentamiento definitivo los emigrantes probaban suerte en distintos lugares, iban y venían de un lado a otro ejerciendo trabajos y participando en negocios. Pachuca, Puebla de los Ángeles y México, amén del viaje a China, son los escenarios donde se desenvolvieron las actividades de Alonso en su corta estancia americana.

 

 

LA CONDENA.

 

El Santo Oficio de la Inquisición fallará causa contra Alonso Ramiro atendiendo a los siguientes cargos:

 

“se vino a estas partes y como mal cristiano que

siente y usa mal del sacramento del matrimonio, estando

biva la dicha su primera y legítima muger se casó segunda

vez en esta cibdad (…) para averse de casar segunda vez

pretendió engañar y engañó al provisor diziendo hera

soltero y libre de matrimonio”.

 

Las faltas que se le imputaban se hacían acreedoras de sanción ejemplar. Doscientos azotes, destierro a las galeras de S. M. como remero sin sueldo durante cinco años e imposibilidad de regresar a tierras americanas fue el castigo que recayó sobre el trujillano poniendo fin al largo proceso iniciado meses atrás.

 

En nuestro trabajo hemos intentado recrear la existencia de dos trujillanos marcados por distinto signo y cuyo único nexo de unión fue su participación en la emigración de América. Cristóbal mantuvo una actitud siempre acorde con la legalidad vigente; en las distintas facetas de su vida muestra un comportamiento ortodoxo, por el contrario Alonso llevó una vida desordenada desde su juventud. Pero ambos responden a los estereotipos de emigrantes, las acciones particulares de uno y otro se repitieron a menudo durante la presencia hispana en el Nuevo Mundo y esto justamente lo que hay que valorar, sus casos ganan en interés al convertirse en representantes o modelos de conjuntos migratorios más amplios.

 



[1] Diversos estudios analizan el asentamiento de esta institución en aquel virreinato. GREENLEOF, R.: “La Inquisición en Nueva España. Siglo XVI” (traducción de Carlos Valdés). México, F.C.E., 1981; “Inquisición y sociedad en el México colonial”, Madrid, Porrúa, 1985; SOLANGE, A.: “Inquisición y sociedad en México 1571-1700”, México, F.C.E., 1988.

[2] En la actualidad Rocío Sánchez Rubio se encuentra elaborando su tesis doctoral “Emigración extremeña al Nuevo Mundo: excusiones voluntarias y forzosas de un pueblo periférico en el siglo XVI”.

[3] Básicamente nos referimos a los asientos de pasajeros, que han sido publicados a modo de catálogos: “Catálogos de Pasajeros a Indias”, tomos I-VII, 1509-1599, Madrid, 1930-86.

[4] Archivo General de la Nación de Mexico (en adelante A.G.M.). Sección “Inquisición”, tomo 184, expediente nº 11.

[5] A.G.N. “Inquisición” t. 184, exp. 11. Acusación de Cristóbal Fernández de Vivar (20 marzo 1590).

[6] En las fuentes coloniales es perceptible la aparición de nombres de personas procedentes del mismo pueblo o región. Véase BOYD BOWMAN, P.: “La emigración extremeña a América”, Revista de Estudios Extremeños, tomos XLIV, nº 11, Badajoz, Diputación Provincial, 1988, pág. 605.

[7] A.G.N. Inquisición, t. 184, exp. 11. Carta desde Trujillo de Juana Rodríguez Barroso a su hijo Cristóbal Fernández de Vivar en la ciudad de México (16 julio 1589).

[8] Archivo Municipal de Trujillo (en adelante A.M.T.). “Protocolos”, leg. 53, fol. 969. Carta de poder de Cristóbal Fernández de Vivar emitida desde México (24 septiembre 1593).

[9] En su familia debió existir una cierta preocupación por la formación intelectual. El hermano de Cristóbal, Juan Fernández de Vivar, era licenciado.

[10] Véase nota 8.

[11] Véase nota 7.

[12] “escriví luego a mi padre”, “una carta (…) reçebí” A.G.N. “Inquisición”, t. 184, exp. 11. Declaración de Cristóbal Fernández de Vivar.

[13] A.M.T. “Protocolos”, leg. 53, fol. 969, leg. 57, fols. 153 v. y 228.

[14] Véase nota 8.

[15] A.M.T. “Protocolos”, leg. 62, s/f.

[16] A.M.T.”Protocolos”, leg. 53, s/f.

[17] Véase nota 15.

[18] “Ninguno nuevamente convertido a nuestra Santa Fe Católica de moro o judío, ni sus hijos puedan pasar a las Indias sin expresa licencia nuestra”. Recopilación de las Leyes de las Indias. Madrid, 1973.

[19] Su salida de la Península se produciría en torno a 1585.

[20] En el expediente del Proceso figura la información que Alonso Ramiro realizó a México para poder casarse, está fechada en noviembre de 1588.

[21] A.G.N. “Inquisición”, t. 184, exp. 11. Declaración de Juan de Salinas (19 enero 1591) y de Diego Mateos (15 julio 1591)

[22] Ibidem, declaración de Diego Mateos.

[23] Ibidem, declaración de Diego Mateos.

[24] Ibidem, declaración de Alonso Pablo (14 marzo 1591).

[25] Ibidem, declaración de Juan de Salinas (19 enero 1591).

[26] Ibidem, declaración de Bartolomé Jiménez Franco (2 marzo1591).

[27] “En diez y siete días del mes de diciembre de 1578 años baptizé a Juan, hijo de Alonso Ramiro y Catalina González, su muger. Fueron padrinos Diego de Aguilar, clérigo, y Leonor Rodríguez de Aguilar, su madre, veçinos desta ciudad”. Archivo Parroquial San Martín de Trujillo (en adelante A.P.S.M.). Libros de Bautismos, tomo II, fol. 81.

[28]En seis días del mes de noviembre de 1580 baptizé a Ynés, hija de Alonso Ramiro y Catherina González, su muger, fueron padrinos Juan Garçía de Rugero, tierra de Setúbale, y Francisca Ximénez, veçinos de Trujillo”. A.P.S.M. Libros de Bautismos, tomo II, fol. 98 v.

[29] Una hermana suya residía en Yucatán y le unía algún lazo de parentesco con Juan de Salinas, testigos del proceso.

[30] Trujillo ocupa el tercer puesto tras Sevilla y Toledo como ciudad que aportó mayor número de emigrantes durante la centuria del Quinientos. BOYD-BOWMAN, P. Op. cit., pág. 614.

[31] Existió una amplia gama de vía para pasar ilegalmente a Indias. Véase PIETERS JACOBS, A.: “Pasajeros y polizones. Algunas observaciones sobre la emigración española a las Indias durante el siglo XVI”. Revista de Indias, vol. XLIII, julio-diciembre, 1983, nº 172, págs. 439-481.

[32] OTTE, E. “Cartas privadas de emigrantes a Indias”. Sevilla, Junta de Andalucía, 1988.

[33] “Nunca le escribió carta ninguna”. A.G.N. “Inquisición”, t. 184, exp. 11. Declaración de Diego Mateos.

[34] Ibidem. Declaración de Bartolomé Jiménez Franco. También en la carta de la madre al delator se alude a ello: “es muger onrrada y gana muy bien el comer”.

[35] HAMILTON, E.: “El tesoro americano y la revolución de los precios en España, 1501-1650”. Barcelona, Ariel, 1975. LORENZO SANZ, E.: “Comercio de España con América en la época de Felipe II”, dos tomos, Valladolid, Diputación Provincial, 1979.

[36] Para un conocimiento exhaustivo de los intercambios comerciales en todos sus órdenes véase LORENZO SANZ, E.: Op. cit.

[37] Al estado de la mar y a las deficiencias de los navíos se unía la presencia de piratas y corsarios ávidos por hacerse con las riquezas que los galeones españoles transportaban.

Oct 011988
 

Rocío Sánchez Rubio y Antonio Fernández Márquez.

A lo largo de la Edad Moderna un buen número de habitantes de Castilla conformaban un abigarrado y variopinto grupo social cuya situación dentro de la organización social de la época ha llevado a los historiadores a hablar de marginación. Pobres y mendigos como víctimas de la diferenciación social, gitanos como ejemplo de la segregación étnica y judíos y moriscos como máximos exponentes de la intransigencia religiosa conformaban el grueso de marginados de le sociedad castellana en los tiempos modernos. Pero además de éstos, existe un contingente población cuya condición jurídico-social le coloca en un nivel inferior al de los grupos señalados anteriormente, nos referimos el esclavo.

El fenómeno de la esclavitud ha atraído desde siempre a los investigadores, aunque el interés y la preocupación de éstos se ha centrado mayoritariamente en el comercio y en las formas esclavistas predominantes en la América colonial, siendo escasos los estudios dedicados a la geografía peninsular y, más en concreto, el área castellana[1]. Ello pese a que este fenómeno alcanzó considerables dimensiones en el siglo XVI -época dorada del comercio esclavista-. La figura del esclavo estará presente en la vida cotidiana de los habitantes castellanos de le centuria del Quinientos. Junto a grupos reducidos de moriscos e indios, los cautivos serán mayoritariamente negros, más numerosos a medida que avanza el siglo. La masiva presencia de individuos de color viene originada por el intenso tráfico esclavista mantenido por los portugueses quienes, ya en el siglo XV, habían obtenido el monopolio de la trata negrera. No obstante, en un buen número de casos, el esclavo no viene directamente de manos de negreros; al ser la esclavitud una condición que se hereda, que pasa de padres a hijos, es frecuente la aparición de esclavos descendientes de esclavos.

Dada la ausencia de trabajos referidos a este tema, el presente estudio pretende ser una modesta aportación en el conocimiento de la realidad de la condición esclava peninsular tomando como ámbito el marco local de la ciudad de Trujillo. Para ello hemos procedido el vaciado exhaustivo de los protocolos notariales que para el siglo XVI se custodian en el Archivo Municipal de Trujillo (en adelante A.M.T.). Tan ardua tarea nos ha ofrecido 72 documentos en los que es perceptible la figura del esclavo. La inclusión de éste en la documentación se reduce a una presencia pasiva; al no ser persona jurídica no tiene voz, aparece en tanto en cuanto es comprado, vendido, trocado, heredado, se fuga, se encomienda, se libera; será su amo quien nos indique su nombre y edad, origen y rasgos físicos, cualidades y defectos, fidelidades y rebeldías. Así aparecen informaciones tan sugerentes como las siguientes:

un esclavo de color prieto, mediano del cuerpo y redoblado, mellado de los clientes, que tiene una señal de cuchillo en la cabeça, en la parte de la mollera que desciende a dar en la frente, que se llama Damián, de hedad de hasta treinta y quatro años[2].

un esclavo negro, retinto boçal, que a por nombre Felipe, baxo de cuerpo, ende hedad de veynte años poco más o menos, con una verruga detrás de la oreja izquierda[3].

La realización de estos retratos viene dada por la clara intencionalidad de individualizar al esclavo; con la descripción se pretende su fácil identificación, en especial cuando se alude a las señales, cicatrices y marcas que posee. De esta forma se establece un retrato, una especie de ficha policial que permite al dueño identificar en cualquier momento a su cautivo. De la descripción física se valen Diego García de Paredes Barrantres a fin de recuperar a un esclavo fugitivo. En un documento fechado el 10 de julio de 1578, este trujillano otorga su poder a tres conciudadanos para que en su hombre “puedan yr a qualquier parte donde estuviere de Diego, mi esclavo, que será de hedad de quinze años (…), mulato de color deben de dicho cozido y menudo de rostro y cencajoso y lo pedir y sacar y reçibir del poder de qualesquier personas (…) y traer aprisionado o sin prisiones a esta çiudad a mi casa”[4].

Esto mismo hace Alonso de Rivera, clérigo de Trujillo para que por parte de la justicia de Cáceres le “sea entregado un esclavos de color tinto, alto de cuerpo, partítuerto de cara cuchillada que a por nombre Diego de Vargas, el cual anda fugitivo de mi poder y serviçio”[5].

Además de estos rasgos identificadores que corresponden a heridas con señales producidas de forma accidental, hay casos en los que el esclavo aparece herrado, ha sido marcado intencionadamente a fin de resaltar su condición servil y señalar la identidad de su propietario. Jil, de 20 años, está Herrado en anbas mexillas, Antón, tinto de color, tiene la frente unas rayas y Gil Benito aporta una señal a manera de cruz en la frente.

En ocasiones, el esclavo intenta destruir el estigma que a simple vista delata su triste condición. Catalina, de color lora y blanca, de la de 40 años tiene una señal en la barba por la cual parece haverse quitado el hierro y señal que tenía que cautiva, y es de casta de moros[6].

Este hecho evidencia una clara muestra de rebeldía, un intento por abandonar las cadenas de la esclavitud, aunque la acción más corriente para mostrar este descontento es la huída. Ya hemos apuntado casos de esclavos que andan fugitivos y sus amos mandan a por ellos. A menudo el color de la piel impide que la huida se prolongue largo tiempo y que cautivo alcance a alejarse de la ciudad de su dueño; pero en ocasiones esto llega a suceder, sobre todo en el caso del esclavo morisco cuya piel no delata, como en el caso de los negros africanos o mulatos, su condición servil. Así Juan Çarmona, esclavo morisco de los del Reino de Granada, hace dos semanas que se ausentó de casa y serviçio de su amo, quien manda buscarlo por este Reino y el de Portugal a fin de que le sea entregado con qualesquier bienes que tuviere y qualesquier soldadas que se huviere ganado[7].

Sin embargo, los esclavos blancos, moriscos fundamentalmente, no son muy numerosos; dos factores influyen en su escasez:

1. Por un lado, su carácter huidizo y revoltoso y las constantes acciones de rebeldía que protagonizan les hacen ser menos apreciados que los negros.

2. En segundo lugar, por el agotamiento de las fuentes de aprovisionamiento tras la Guerra de las Alpujarras. El levantamiento moriscos de 1568 provocó que muchos de los rebeldes fueran hechos esclavos y vendidos como botín de guerra. De hecho es frecuente en la documentación la aparición de la fórmula “avido en buena guerra que se tuvo contra los moriscos del levantamiento de Granada”. No obstante, la fórmula protocolaria “avido de buena guerra” sirve para justificar igualmente el estado de sujeción tanto de los negros africanos como de los indios que, procedentes de América colonial, fueron esclavizados y traídos a la península.

Además de la huída, aunque de manera pocó frecuente, el esclavo intenta acceder a la libertad pleiteando contra su dueño. Este es el caso de Cristóbal, negro de 24 años, que tras huir desde Trujillo a Granada poner pleito a su ama la trujillana Catalina de la Torre, viuda de Diego Méndez de Bonilleja[8]. La Real Chancillería de Granada falla en favor de la propietaria.

Era muy difícil, prácticamente imposible, que un esclavo pudiera eludir las cadenas de la esclavitud sin el consentimiento de su amo. La manumisión tan sólo se consigue por voluntad del dueño. Las cartas de libertad, por norma general, suelen incluirse en los testamentos y se justifican con alusiones referidas a la buena conducta demostrada por el servidor[9]. Esto hace el clérigo trujillano Francisco de Hinojosa cuando expresa que tras su muerte se conceda la libertad a Ana de Salinas, mulata de 30 años, por qué me a servido bien y fiel y dignamente y le tengo amorío buena voluntad. De forma más generosa se comporta María Gutiérrez, viuda que fue del trujillano Diego de Saz, quien en una de sus cláusulas testamentarias incluye lo siguiente:

“Es mi voluntad se que Catalina, mi esclava, quiere libre y no cautiva ni sujetará servidumbre, aquello de este aora para siempre largo libre y doy entera libertadpunto y es mi voluntad que le den treynta brocados para su casamiento y una cama de ropa y algunas alhajas de mi casa (…) y ruego y encargo a mis hijos se ocupen de esto porque es mi voluntad”[10].

Junto a esta modalidad que recompensa el comportamiento y la fidelidad del esclavo, coexistía la compra de la libertad, la cual era efectuada bien por el mismo esclavo o bien con ayuda de algún familiar. Este es el caso de Alonso, esclavo de Juan Villarejo, quien en 1584 es redimido tras abonar a su dueño 50 ducados, de los cuales 30 le habían sido procurados por sus primos[11].

En ocasiones el pago del rescate es realizado por personas ajenas al cautivo, al menos en la documentación no se expresa vínculo de unión alguno. El 21 de enero de 1580, Antonia García, vecina de Romangordo, entrega al clérigo trujillano Pedro de Amarilla 55 ducados para que el eclesiástico conceda la libertad a Pedro, esclavo de 24 años de color membrillo cocido[12].

La consecución de la libertad no se alcanzaba fácilmente. Si la fidelidad y los buenos servicios eran determinantes a la hora de conceder la carta de libertad, el constante trasiego y cambio de amos al que se veían sometidos los esclavos dificultaba enormemente la demostración de esa voluntad de servicio durante el tiempo necesario para ser apreciada y recompensada. Un claro exponente de cuanto acabamos de mencionar lo tenemos en un mulato que entre 1563 y 1586 conoce cuatro dueños distintos, todos de Trujillo, produciéndose la última venta cuando tiene 26 años, lo que no descarta nuevas transacciones[13]. Por otro lado, el esclavo, dado que no recibe dinero por el desempeño de su trabajo, difícilmente podía pagarse la libertad; su pequeño capital se nutría de sisas y regalos del dueño o de amigos y familiares de este.

Por último, dentro de las dificultades del esclavo para acceder a la condición de liberto, no podemos dejar de aludir a la mentalidad de la época en lo relacionado con la práctica esclavista. El esclavo es un bien más, forma parte del patrimonio económico del dueño, es una mercancía con la cual se puede especular, obtener beneficios, pero además, se convierte en un objeto de lujo, de distinción social para su poseedor. Más que un ser humano el esclavo es un «objeto humanizado» susceptible de prácticas comerciales en una sociedad donde la existencia de personas privadas de libertad es algo completamente normal. La documentación manejada en el Archivo Municipal de Trujillo nos ofrece algunas de las diversas transacciones que se operan con el esclavo.

Los contratos de compraventa configuran el mayor número de documentos relacionados con la esclavitud que nos han aparecido. El 24 de Febrero de 1583 Rodrigo de Sanabria, vecino y regidor de la ciudad de Trujillo se obliga a dar y pagar al clérigo Florencio Aguilar setenta ducados por razón de una negra tinta, de hedad de veynte y dos o tres años (…) que le compré (…) en publicada almoneda[14]. Igualmente en un documento fechado en abril de 1573, el vecino de Trujillo Rodrigo de Mendoça expresa lo siguiente:

“Vendo, çedo e traspaso a vos Bartolomé Cabello, veçino desta dicha çiudad de Trujillo un esclavo mío que es por nonbre Manuel, de color negro otezado”[15].

Estos dos ejemplos nos sirven como ilustración del comercio humano existente en la ciudad cacereña durante le centuria del Quinientos. Para los dueños, la compra de esclavos es una inversión sujeta, como otros tantos productos, al alza y bajas propias de un mercado constituido. El esclavo es una mercancía cuyo valor fluctúa no sólo por la relación entre la oferte y la demanda sino que también depende de la calidad del producto: de sus características físicas y de sus cualidades. En las cartas de compraventa no es extraña la aparición de referencias sobre la sanidad y robustez de los cautivos. En una escritura de venta se expresa:

“Una esclava que se llama Catalina, de buen cuerpo, (…), no borrachas, ni ladrona, ni fugitiva, y el ser la de enfermedad pública ni secreta, ni de gota, ni otro mal alguno, por preçio y quantía de mil reales”[16].

Es lógico suponer que los más altos, sanos y fuertes alcanzarían precios superiores, por ello los vendedores muestran interés por describir en conciencia su «mercancía» a fin de justificar el importe que se exige por ella.

Según la documentación que hemos manejado, el precio medio de un esclavo durante el siglo XVI en Trujillo ascendía a 600 reales más o menos, por supuesto son los cautivos jóvenes quiénes alcanzan mayor valor. El condicionamiento de la edad actúa severamente a la hora de determinar el precio de la venta, pero curiosamente también el sexo influye de manera decisiva. La mujer esclavo, por norma general, alcanzó precios medios superiores al de los varones; ello hay que ponerlo en relación con una serie de circunstancias que determinarían la preferencia en la adquisición de las hembras. El hecho de ser más obedientes y sumisas, alcanzar una mayor longevidad y por tanto obtener un mayor rendimiento a su trabajo, junto al protagonismo de la mujer en la reproducción, lo que permitirla al dueño obtener nuevos esclavos, son factores que no pueden desdeñarse. En este sentido hemos podido comprobar cómo por las mujeres que tienen niños de pecho o de corte edad se pegan cifras más el elevadas.

Así mismo, el conocimiento por parte del esclavo tanto de la lengua como de las costumbres del país influye en su apreciación. La existencia de una terminología para distinguir perfectamente al esclavo conocedor del idioma y las costumbres del país (ladino)[17] frente a aquel que no las conoce (bozal)[18] expresa claramente la valoración que se tiene de uno y otro. Por tanto, el sexo, la edad y la raza, junto a las aptitudes personales del cautivo son factores que actúan indefectiblemente en la apreciación o devaluación del esclavo.

El espectro social de los compradores y vendedores trujillanos es bastante amplio. La posesión de esclavos no se restringe únicamente a las clases sociales y económicas más poderosas, si bien son los grupos privilegiados quienes lógicamente tienen una representación más nutrida como consecuencia de su mayor nivel adquisitivo. Nobles, eclesiásticos, militares, personal de la administración, representantes de profesiones liberales, mercaderes, artesanos, todos participan en el negocio esclavista.

Las operaciones comerciales se realizan entre particulares, aunque esporádicamente, y siempre como vendedor, aparece la figura del portugués, no es necesario insistir en la importancia de Portugal como abastecedora del mercado y la trata esclavista. También como vendedora es frecuente la presencia de viudas, ello puede estar relacionado con una delicada situación económica tras la muerte del marido o bien con el deseo de obtener dinero a fin de proceder el reparto de los bienes testamentarios entre sus distintos deudos.

En aquellos casos en que el comprador o vendedor no reside en la ciudad donde se efectúa la operación, suele ser frecuente la delegación de poderes en familiares, criados o conocidos para que sean éstos quienes realicen la transacción[19].

El 19 de junio de 1578 Diego de Orellana de Chaves, vecino de Trujillo otorga carta de poder a su criado Pedro de Arévalo para que en su nombre venda a una esclava de color mulato junto con su cría en la feria de Zafra[20]. En circunstancias como ésta -venta en una feria-, venta en pública almoneda o venta por deudas contraídas por el propietario de algún esclavo, no es extraño la existencia de personas que parecen tener cierta «experiencia» en las transacciones, sacando con ellas píngües beneficios. Así, por Isabel, mulata de 12 años, se pagan 500 reales a su dueño, quien se veía acuciada por deudas, pero al poco tiempo el comprador la vende por 600 reales.

Además de los cotidianos contratos de compraventa, el acceso a la posesión de esclavos podía realizarse a través de una variada gama de posibilidades. Realmente curiosas son las cartas de trueque, las cuales reflejan la concepción como producto que se tenía en la época del esclavo. El 24 de noviembre de 1588 el vecino de Trujillo Lorenzo Suárez adquiere a un portugués un cautivo de color tinto por preçio de quarenta arrovas de lana blanca merina[21].

Así mismo, los dueños también suscriben documentos de permuta, de cambio de sirvientes. Así, Jilillo, propiedad de don Antonio de Mendoça, es permutado por Pedro, esclavo de Diego Parra, quien además debe aportar 21 fanegas y media de trigo. También hay una tipología de documentos que permiten al nuevo poseedor gozar de los servicios del esclavo sin la necesidad de realizar contraprestación alguna. La práctica más usual es el traspaso de cautivos por herencia[22]. En ocasiones la cesión a los herederos conlleva la separación y el desmembramiento de la unidad familiar del sirviente. Así, por una cláusula del testamento de García Rodríguez, vecino de Trujillo, se procede a repartir entre sus cuatro herederos a una madre con sus tres hijos[23].

Por último, suele ser también usual la aparición de cartas de donación, las cuales van destinadas, por norma general, a miembros de la iglesia y de congregaciones religiosas[24], aunque también se realizan a favor de parientes y amigos, e incluso de criados como es el caso de Diego Porras, vecino de Mérida, escudero del ilustre trujillano Don Diego Mexía de Prado, a quien éste dona un esclavo alegando como motivos los buenos y leales servicios recibidos así como el mucho amor y buena voluntad que tiene para el que fue su escudero[25]. Por tanto, el esclavo también sirve para recompensar servicios, para ser regalado.

La razón última de la posesión de esclavos residía en la necesidad de una mano de obra servil, muy fácil de conseguir dada la existencia de un mercado esclavista perfectamente configurado y establecido. El aprovisionamiento apenas se veía dificultado dada le proximidad con Lisboa y Sevilla, grandes centros de distribución de esclavos para los reinos de la corona castellana. El recorrido que sobre la condición del esclavo hemos realizado para el núcleo cacereño, los comentarios vertidos unidos a los casos concretos con los que hemos ilustrado la exposición, permiten apreciar con toda nitidez la evolución y dinámica del mercado esclavista en Trujillo, el cual actúa básicamente como abastecedor de la demanda interna aunque se realizan operaciones que trascienden el marco local e incluso el regional.

Para concluir queremos señalar que a pesar de que la vida del esclavo peninsular estaba sujeta a condiciones y tratamientos bastantes duros, sin embargo su situación respecto el esclavo de las colonias puede considerarse privilegiada, puesto que éste último formaba parte de un sistema económico articulado sobre la misma existencia de la esclavitud. El esclavo peninsular realizará labores de servicio doméstico, es una mano de obra que se emplea en trabajos subsidiarios y marginales; rara vez se le encomendarán tareas pesadas como sí ocurría con el esclavo colonial.


NOTAS:

[1] Para el siglo XVI, Centuria que han elegido nuestra atención, existen los siguientes trabajos: DOMÍNGUEZ ORTIZ, A.: “La esclavitud en Castilla durante la era moderna”. En: Estudios de historia social de España. T. II. Madrid, 1952; LOBO CABRERA, M.: “La esclavitud en las Canarias orientales en el siglo XVI (negros, moros y moriscos)”. Santa Cruz de Tenerife: CSIC, 1982; FRANCO SILVA, A.: “Aspectos diversos sobre la esclavitud en las ciudades andaluzas en los siglos XV y XVI”– Estudios sobre la abolición de la esclavitud. CSIC, 1989; CORTÉS ALONSO, V.: “La esclavitud valenciana en los siglos XVI y XVII”. Madrid, 1978.

[2] A.M.T. Leg. 21, fol. 50.

[3]A.M.T. Leg. 41, s/f.

[4]A.M.T. Leg. 23, fol. 126 vto.

[5] A.M.T. Leg. 16, s/f.

[6] A.M.T. Leg. 21, fol. 211 vto.

[7] A.M.T. Leg. 39, fol. 396-397.

[8] A.M.T. Leg. 51, fol. 288 vto.

[9] A.M.T. Leg. 27, fol. 63 y 95 vto.

[10] A.M.T. Leg. 50, fol. 485.

[11] A.M.T. Leg. 30, fol. 18 vto..

[12] A.M.T. Leg. 27, fol. 18 vto.

[13] A.M.T. Leg. 29, fol. 128 vto.; Leg. 30, fol. 15; y Leg 37, fol 398.

[14] A.M.T. Leg. 33, s/f.

[15] A.M.T. Leg. 17, fol. 132.

[16] A.M.T. Leg. 48, s/f.

[17] Quien además de la lengua propia habla con facilidad otras lenguas.

[18] Término que designa al negro recién sacado de su país.

[19] Cristóbal de Berlanga Maldonado, vecino y regidor de Málaga, da su poder a Diego Hernández, artillero, vecino de Trujillo, para que venga Catalina, de 40 años, a Juan Blázquez Mesonero vecino de Trujillo. La venta se efectúa en Trujillo en 1574. A.M.T. Leg. 21, fol. 211 vto.

[20] A.M.T. Leg. 23, fol. 102 vto.

[21] A.M.T. Leg. 40, fol. 195.

[22] Entre otros casos pueden verse: A.M.T. Leg. 47, fol. 9; Leg. 43, fol 121; y Leg 18, s/f.

[23] A.M.T. Leg. 17, fol. 342.

[24] El 19 de septiembre de 1591 el capitán Martín de Meneses dona a las monjas descalzas de Trujillo su esclavo Antonio para que lo vendan y hagan de él lo que fuere su voluntad. A.M.T. Leg. 43, fol. 102 vto.

[25] A.M.T. Leg. 27, fol. 16.

Oct 011987
 

Antonio Fernández Márquez.

A veces resulta difícil calibrar si los grandes impulsos migratorios tienen sus orígenes en motivos concretos y profundos o, por el contrario, están constituidos por todo un bagaje de espontaneidad y superficialidad. A nadie se le oculta que determinadas causas impulsan al hombre en ciertos momentos históricos más que otras al movimiento. Pero, cuando el cambio va seguido de separaciones familiares y conlleva la toma de contacto con unas costumbres, formas de vida y comportamientos completamente distintos a los que habitualmente ha estado sometido el individuo, existe o debería existir un freno que, por norma general, no se da en la mera movilidad social. El choque frontal entre dos culturas, comportamientos o modos de entender el desarrollo cotidiano siempre ha supuesto la superposición de una sobre otra, degenerando, en multitud de ocasiones, en marginación social, cultural y laboral del grupo humano perteneciente al estrato cultural más deprimido. Cuando estas circunstancias se producen en los fenómenos migratorios podemos deducir fácilmente que el origen de éstos no está exento de factores concretos y profundos, aunque tenga también ciertos componentes superficiales.

Por otro lado, los grandes fenómenos migratorios han tenido una cierta uniformidad durante determinados períodos de tiempo en lo que se refiere a las zonas de emisión y recepción. Esto implica, en gran medida, que la movilidad no obedece únicamente a coyunturas concretas sino que hemos de tener presente también las circunstancias de índole estructural.

En nuestro estudio nos interesa descifrar, ante todo, los motivos del éxodo masivo que, con destino a Europa, se produce en la provincia cacereña a partir de los años sesenta; no obstante, dado que dicho movimiento se inscribe dentro de la corriente migratoria nacional dirigida a los países más desarrollados del continente, nos hemos visto obligados a hacer referencia, aunque tan sólo sea de forma bastante somera, a las causas generales que motivaron la salida de importantes contingentes de españoles hacia el Occidente europeo en los años del «desarrollismo español». Ello nos permitirá apreciar si las causalidades coinciden o, por el contrario, varían y han de ser matizadas dependiendo de la amplitud y características del ámbito espacial en el que se desenvuelven los protagonistas.

I.- CONDICIONANTES DE LA EMIGRACIÓN ESPAÑOLA A EUROPA

En todo proceso migratorio han de tenerse en cuenta no sólo los factores internos del país o zona de emisión. Las circunstancias de las áreas de inmigración posibilitan, a veces, más y mejores argumentos para explicar los motivos de los desplazamientos.

Por tanto, atendiendo a esta dualidad, haremos referencia a los factores externos (propios de los países receptores) e internos (rasgos nacionales más significativos).

Factores externos: situación en los países de inmigración

Prácticamente casi todos los investigadores del tema coinciden, a la hora de barajar las causas que motivan el reclama de población por parte de los países europeos, en afirmar que la más importante fue la necesidad de abundante mano de obra. Esta demanda vino provocada por los desajustes entre el desarrollo económico experimentado y la evolución demográfica. Los países europeos habían entrado ya en un régimen demográfico moderno (con bajas tasas de natalidad y mortalidad) en momentos anteriores a la II Guerra Mundial. Las pérdidas humanas causadas por ésta (concretadas en muertos y no nacidos), junto al mantenimiento de bajos niveles en las tasas de natalidad motivaron una acuciante necesidad de obreros a fin de mantener el ritmo de su crecimiento y expansión económica.

Junto a ello, el progresivo aumento del nivel de vida experimentado por la población llevó a que las generaciones más jóvenes mantuvieran un constante ascenso en la escala laboral, repudiando y dejando sin efectivos las actividades menos estimadas y peor consideradas, que, en definitiva, serán las realizadas por la población inmigrante, que pasa a convertirse de esta forra en la reserva de mano de obra poco cualificada de Europa.

Por tanto, el origen de la inmigración en los países de Europa occidental viene determinado por un triángulo cuyos vértices serían: el problema demográfico, con la ausencia de efectivos poblacionales suficientes en edad de trabajar; el desarrollo económico, materializado en un incremento masivo de puestos de trabajo; y el progreso social de la población, que produjo el abandono de las tareas primarias.

Factores internos: los desequilibrios del desarrollismo español

La emigración a los países europeos industrializados en la década de los sesenta y setenta, se convirtió en la panacea de aquellos trabajadores que carecían de cualificación laboral, dada la existencia de elevados salarios y de un alto nivel de vida. Pero estos factores externos no pueden valernos, por si solos, para explicar el tremendo volumen que alcanzó nuestra emigración en estas décadas.

Es indudable, todos los autores coinciden en apreciarlo, que la coyuntura económico-social que presentaba España al finalizar la década de los cincuenta jugó un papel decisivo en el “extrañamiento” de nuestros compatriotas.

El Plan de Estabilización de 1959 ha sido esgrimido una y otra vez por los autores como una de las causas más importantes de este éxodo[1]. Los efectos o consecuencias más significativas de dicho plan fueron: un importante número de obreros quedaron sin empleo, supresión de horas extraordinarias y de determinadas primas, disminución de la posibilidad de tener dos ocupaciones, …[2].

Otra de las razones más comúnmente aludidas se refiere a la expansión demográfica experimentada por el país. El continuo incremento mantenido en la primera mitad del s. XX se vio reforzado por la política pronatalista del régimen franquista. Ello dará lugar a un exceso de población rural que no es asimilado al completo por la industria nacional durante el período del «desarrollismo». Los stock» de esa población rural se verán incrementados debido a la situación económica y social por la que pasa el campo español al comenzar la década de los sesenta[3]: proceso de mecanización, lamentable año agrícola en 1959, deficitarias cosechas cerealísticas en la España del interior en 1960-1961, escaso aumento del precio del trigo, incremento de los costas de producción, etc. Esta situación del agro español, que en el sur transciende de un marco meramente coyuntural para convertirse en un grave problema estructural, incidió en la notable aportación del sector agrario a la emigración exterior.

Por otro lado, no podemos olvidarnos de la actitud gubernamental, que pasó de contener y restringir las salidas a organizar e impulsar los movimientos (emigración asistida con abono del desplazamiento, contrato previo de trabajo, existencia de seguros sociales, etc.). La emigración se convirtió durante estos años en un capítulo más de la política económica destinada, junto al turismo, a equilibrar la balanza de pagos y ser uno de los puntos de apoyo del desarrollo económico. Esta promoción migratoria allende de nuestras fronteras, además de un evidente interés económico, tenía una intencionalidad social (descongestionar las cifras de parados o subempleo, la emigración es un perfecto mecanismo que sirve a los gobiernos para encubrir el paro) y pretendía dársele, de forma paralela, una misión diplomática basada en el deseo del Estado español de facilitar el camino de la integración del país en Europa. El párrafo siguiente, extraído del Discurso del Ministro de Trabajo Don Licinio de la Fuente ante el Pleno de las Cortes Españolas el 20 de Julio de 1971 es suficientemente significativo de cuanto hemos comentado con anterioridad:

«Los protagonistas de esta nueva emigración son, por supuesto, del mismo temple que los de la emigración americana. Tuvieron que recorrer menos distancia, pero no tuvieron que vencer menos dificultades (…) Hay podemos decir con orgullo que con su trabajo han sabido ganarse un prestigio y un respeto en los ambientes donde trabajan que es la mejor compensación para el gobernante español que los visita y que sólo oye elogios de las autoridades, empresarios y comunidades de aquellos pueblos. España no sólo tiene con ellos una deuda de gratitud por la contribución de su esfuerzo y su ahorra a nuestra desarrollo, sino porque con su conducta, seriedad y su capacidad de trabajo han dado el mentís más rotundo a viejas leyendas y abierto fecundos caminos para el prestigio y la consideración de nuestro pueblo».

Dejando de lado este evidente interés oficial, es indudable que el móvil de la emigración parece responder básicamente a causas de tipo económica, sobre todo si lo analizamos desde el punto de vista personal de sus protagonistas. El I. E. E. llevó a cabo una encuesta buscando las motivaciones de los emigrantes; de las seis respuestas que más alto porcentaje alcanzaron cinco se referían directa o indirectamente a cuestiones económicas: ayudar a la familia, mejorar el salario, ahorrar, por trabajo mal remunerado y adquisición de vivienda[4]. Ahora bien, no podemos olvidar que pueden darse también factores de otro tipo[5].

En cuanto a la cuestión económica cabría hacer alguna matización dependiendo de si lo que se pretende es atajar una situación de pobreza o conseguir una mejora duradera en el nivel de vida. En este sentido, tendríamos que atender a distintas variables, desde el origen laboral y cualificación del emigrante hasta circunstancias familiares, puesto que el fin de la emigración no es el mismo para un jornalero que para un propietario agrícola medio o un obrero industrial urbano especializado.

Determinantes provinciales

Las causas que hasta el momento hemos reseñado pueden hacerse extensibles, en mayor o menor medida, al ámbito espacial de la provincia alto-extremeña. No obstante, es necesario profundizar en aquéllas que, a nuestro juicio, incidieron magnificando el número de salidas.

En principio como cuestión a tener en cuenta a lo largo del desarrollo de los comentarios que vamos a realizar, quisiéramos que las conclusiones de dos de los autores que con mayor acierto han estudiado el fenómeno migratorio estuvieran presentes en todo momento. Así, Díaz Plaja juzga que “la atracción de mana de abra extranjera es un signo inequívoco de prosperidad, del mismo moda que el envío de emigrantes a otros pelees denota precariedad”[6]. Por su parte, el profesor García Barbancho se expresa prácticamente en los mismos términos cuando afirma: “La emigración se produce más por la fuerza de expulsión de ciertas áreas muy densas a muy pobres que por la fuerza de atracción de las grandes núcleos”[7].

Precariedad y/o pobreza son, justamente, los causantes de la diáspora provincial.

La actividad primordial desarrollada por la población activa cacereña se concreta en la práctica agropecuaria. Paradójicamente los planteamientos de la economía agraria provincial no presentaban, en conjunto, una capacidad de desarrollo suficiente como para permitir incorporar a sus tareas una densidad de población creciente, ni aún mantener los índices alcanzados[8]. Así, más del 60% de los individuos que abandonan la provincia, ya sea con destino a Europa o a otras regiones españolas, en el período 1960-65 habían venido dedicándose con anterioridad a actividades ligadas a la agricultura[9].

La emigración provincial cacereña se encuentra en estrecha relación con los problemas que aquejaban al campo. El éxodo rural agrario si bien hay que entroncarlo con el desigual reparto de la- propiedad de la tierra, particularmente en una provincia donde ésta es el recurso más importante, también es oportuno ligarlo a otros aspectos cama los sistemas de explotación y los niveles de producción del suelo.

En cuanto al régimen, de propiedad de la tierra, en líneas generales, pueden distinguirse dos tipos de predios:

  1. Gran propiedad. Constituida por fincas de vastas extensiones donde se consiguen rendimientos que, en multitud de ocasiones, están muy por debajo de sus posibilidades reales.
  2. Pequeña propiedad. Predominante en el norte de la provincia. Si bien los rendimientos que en ella se consiguen pueden considerarse como óptimos, la realidad es que su contribución a la producción final agraria es mínima.

Esta dicotomía incide en el hecho de que un buen número de pequeños propietarios hayan de recurrir a dos figuras características del campo extremeño como, son el arriendo y la aparcería[10], o bien tengan que asalariarse a fin de incrementar sus menguados ingresos. El absentismo de los grandes propietarios se veía favorecido por la presencia de un elevado número de jornaleros. Como bien indica Luisa M. Frutos, el latifundio y la sub-explotación, males endémicos de la agricultura extremeña, implican altas cifras de jornaleros agrícolas con un fuerte paro estacional. Esta situación de subempleo, unida a los bajos salarios que se perciben, precipitará la salida de buena parte de aquéllos, unos, con la esperanza de conseguir una situación más prometedora y otros en un intento por equilibrar sus economías familiares mediante salidas periódicas (emigración estacional).

La concentración de la superficie agrícola en un pequeño número de propietarios, la existencia de vastas extensiones bajo una misma linde, incide de plano en la puesta en práctica de los sistemas extensivos tanto agrícolas como ganaderos. La aplicación de este tipo de aprovechamiento va a desembocar en la falta de rentabilidad tanto de la tierra como de los hombres. Así, en 1971 más de la mitad de la población activa cacereña se dedicaba al sector agrario, pero tan sólo le correspondía el 28% del valor total de la producción provincial. Aún más críticas san las cifras referidas al ejercicio de 1983, año en el que la aportación de este sector se redujo al 14% cuando integraba, todavía, algo más de un tercio de la población activa[11].

Sin duda la descapitalización a que se ve sometido el campo extremeño entronca directamente con esos bajos índices de rentabilidad de la tierra. La agricultura extremeña se caracterizaba, en sus aspectos técnicos, por la pervivencia de un utillaje, si no obsoleto, sí anticuado y arcaico. El uso del arado romano, de la vertedera, de los trillos de pedonal y discos, de los carros de tracción animal, etc., era norma común hasta bien entrados los setenta. En 1967 la Alta Extremadura únicamente contaba con 1 tractor por cada 1.000 Has. de superficie, diez años más tarde la proporción se reduce a algo menos de la mitad, en torno a 419 Has/tractor, pero aún quedaba lejos de la relación existente para el territorio nacional en 1963: 183 Has/tractor. similares proporciones podemos establecer en cuanto a la existencia de otro tipo de maquinaria como pueden ser trilladoras, cosechadoras o abonadoras.

El panorama provincial es desolador, la contribución de la producción agrícola de Cáceres a la producción nacional fue el 2,37% en 1960, el 1,93% en 1967 y el 2% en 1971[12].

En resumen estamos frente a una unidad territorial donde el principal recurso es la tierra, pero donde los desequilibrios y desajustes a nivel de posesión y explotación y las contradicciones entre los verdaderos recursos del suelo y la producción y rendimientos que habitualmente se obtienen marcan, por un lada, la existencia de desigualdades sociales basadas en el principio de la propiedad y, por otro, la precaria situación, en que se mantiene la población agraria. Los datos a que hemos hecho referencia explican por si solos la realidad del campo cacereño, la huida de sus trabajadores y el abandono de la tierra.

A la vista de estos datos, no cabe duda que el éxodo de los extremeños en general, y de los cacereños en particular, no sólo en la emigración a Europa sino también en la dirigida a otras regiones españolas, se debe a la “incapacidad económica” de la región, lo se llegó a llevar a cabo una transformación capaz de canalizar, dentro del ámbito provincial o regional, los excedentes de población que producía el campo como consecuencia de unos sistemas de explotación poco intensivos y de una desequilibrada estructura de la propiedad.

Junto a este desesperanzado panorama del sector primario cabe señalarse una serie de deficiencias estructurales que alcanzan a los sectores industrial y de servicios, así como a aspectos de la vida social y cultural. La escasa presencia industrial en la provincia, reducida a la transformación de algunos productos, con una localización muy restringida y una oferta mínima de empleos; la inexistencia de una adecuada red de comunicaciones que facilite la proyección externa de esos productos y los contactos e intercambios entre los distintos núcleos de la provincia; la debilidad de equipamientos en servicios; la ausencia de espíritu inversor; los reducidos índices de culturización, cuando no de alfabetización o la nula preparación y cualificación de la masa laboral para desempeñar tareas no relacionadas con actividades del sector primario conforman, junto a otros, algunos de los lastimosos aspectos de la realidad provincial.

La provincia cacereña se nos presenta, por tanto, como una zona periférica, bastante deprimida, necesitada de una planificación y explotación más racional de las potencialidades y posibilidades de sus recursos a fin de evitar en lo posible nuevas “sangrías” en sus contingentes poblacionales.


NOTAS:

[1] A este respecto puede consultarse: BARRUTIETA SAEZ, A.: La emigraci6n Españo1a. Col. Suplementos de Cuadernos para el Diálogo; ESTEBANEZ ALVAREZ, J, y PUYDL ANTOLIN, R.: Los movimientos migratorios españoles durante el decenio 1561-70, en: Geographica núm. 2, Abril-Junio 1973, págs. 105-112; GARCIA FERNANDEZ, J.: La emigración exterior de España. Barcelona: Ariel, 1965; SANCHEZ LOPEZ, F.: Emigración española a Europa. 1960-67. Madrid: CONCA, 1969; SERMET, J.; La Nouvelle Emgracion Espagnole, en: Revue Geopranhique des Fyrénées et des Sud-Ouest, Tomo XXXI, Septiembre, 1960.

[2] GARCIA FERNANDEZ, J.: Op. cit., pág. 27.

[3] Véase NAREDO, J. M.: La evolución de la agricultura en España. (Desarrollo capitalista y crisis de las forras de producción tradicionales). Barcelona: Estela, 1971.

[4] CAYETAMO ROSADO, M.: Maletas humanas. (Obreras emigrantes). Badajoz, 1977, págs. 25-26.

[5] Felipe Vázquez Mateo los ha sintetizado bajo la denominación de psico-sociales, Introducción al derecho migratorio. Madrid: I.E.E. Ministerio de Trabajo, 1976, págs. 77-811.

[6] DIAZ PLAJA, G. L.: La condición emigrante. Los trabajadores españoles en Europa. Madrid. Cuadernos para el diálogo, 1974, pág. 16.

[7] BARCIA BARBANCHO, A.: La emigración y la población agraria en España, en: Boletín de Estudios Económicos, Enero-Abril, 1964.

[8] La población extremeña mantuvo durante el período 1900-1950 un ritmo de crecimiento superior al nacional, Véase Estudio económico y social de Extremadura. Población. Madrid: Ministerio de Agricultura, 1969, págs. 2-3.

[9] Estudio económico y…, pág. 36.

[10] Véase FRUTOS MEJIAS, L. A.: Indicativos de subdesarrollo en Extremadura, en: Estudios dedicados a Carlos Callejo Serrano. Cáceres: Diputación Provincial, 1919, pág. 292.

[11] Renta nacional de España y su distribución provincial, Varios años.

[12] ALCAIDE INCHAUSTI, J.: Evolución, socioeconómica de Extremadura, en: Primer Seminario Bravo Murillo. Badajoz.

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