Felix Arranz Castell
Primera comunicación a los XIX Coloquios Históricos de Extremadura en Trujillo, por el Doctor Felix Arranz Castell, Miembro de Número de la So- ciedad de Médicos Escritores.
Entre muchas de nuestras desdichas de las que todavía no nos hemos re- puesto, fue la invasión napoleónica seguida de nuestra Guerra de la Independencia.
La guerra comenzó por la frontera portuguesa ayudados por los ingleses y por eso Extremadura conoció el saqueo e incendio de sus ciudades y monumentos.
Medellín con su famosa batalla y sus 12.000 muertos.- Trujillo destruido hasta la médula sobre todo la zona antigua, anterior a la conquista. Plasen- cia también sufrió lo suyo a pesar de estar bien pertrechada.
Patrullas a la desbandada robaron y saquearon Guadalupe y como no, el Monasterio de Yuste, ultima morada del emperador Carlos I que tanto pá- nico impuso en la Europa de su época. ‘
Dicen las crónicas que en 1809 aparecieron en Yuste dos cadáveres – de- gollados dentro de un pozo, de dos gabachos, nombre que el que se llamaba entonces a los franceses y que este fue el motivo del saqueo segui- do del incendio del Monasterio, hoy gracias a Dios reconstruido y con mucho acierto.
La reconstrucción llevada a cabo por el anterior Jefe del Estado, Francisco Franco, no se contentó con esto sino que recuperó el retablo neoclásico de oro viejo que se habían llevado los vecinos de Casa Tejada a su iglesia.
También se recuperó una colcha de gruesa seda natural, de color verde esmeralda, que había pasado de generación en generación hasta nuestros días.
Pero Franco no se conformó con eso, sino que creó de nuevo la Orden Jerónima, cuya comunidad dirigida por el Abad De la Madrid, que es la
que cuida hoy el Monasterio. Dios quiera que esta Comunidad que tanto realza dio a las Ordenes Monásticas de España vuelva a resurgir para po- der ocupar sus antiguos Monasterios y si no todos al menos el de El Esco- rial, donde el padre Soler dejó escritas más de cien partituras para clavicémbalos, pero que se pueden tocar a piano, y que yo he escuchado muchas veces.
De todo el mundo es conocida la afición de nuestro emperador por la relo- jería, afición que fue heredada por su hijo Felipe, cuyos relojeros fueron Hans de Evalo y Filipini.
El relojero de el Emperador fue luanelo Turtiano, que tiene una calle en el Madrid de los Austrias, «la cale de Juanelo», muy cerca de la cabecera del Rastro donde yergue su figura majestuosa el héroe de Cascorro, Eloy Gonzalo. Pese a ello hay muy poca gente que sepa que esta calle fue dedi- cada al relojero del Emperador.
Todos los aficionados a la relojería nos hemos afanado en buscar piezas de Luanelo Turriano, sin conseguirlo hasta ¡qué casualidad! apareció una en París en la colección Spitzer.
Este reloj estuvo oculto a la curiosidad hasta finales del siglo XIX. Fue ven- dido en París en 1893 en la subasta celebrada, la cual llevaba en número 2.644, apareciendo también catalogado en la colección Spitzer nº6 lámina 3¡1, Sección relojes.
En esta época se describe el reloj como sigue:
» Péndulo de forma circular, de bronce dorado y ébano (altura 0,39; diá– metro 0,15). En la base hexagonal se eleva un templo también hexagonal cuya cúpula, sostenida por columnas corintias, está sentada sobre un plano circular. Toda esta construcción es de ébano, decorado con aplicaciones de bronce y dorado. En las intercolumnas van aplicadas unas figuras, Ve– nus y El Amor, Marte (o un guerrero que sostiene en la mano una serpiente alada) y un hombre desnudo apoyado en una lanza, con escudo. Sobre este edificio de ébano se alza otro monumento circular de dos piezas, sus- tentado por cinco columnas de bronce dorado, especie de dosel que alber– ga la figura de Carlos 1, sentado en su trono con vestidura imperial. En el frente de la cúpula está la esfera dividida en doce horas, y su alrededor van fijos once escudos de plata esmaltada, coronados. En el centro de la cúpula levantan seis pináculos de ágata montados en plata y en el remate una figurita de Antonio, colocada en la base de cristal de roca«.
Desde que se celebró la venta en París en el año 1893, seguida de la dis- persión de la colección Spitzer, se había ignorado el paradero de este re- loj, el cual, por cierto, tampoco se le había dedicado mucha atención.
Ahora sabemos que su comprador fue un ingeniero francés, M. Bloch – Firmente, cuya formidable colección se pondría a la venta en París en Ma- yo de 1961 según Luis Montañés con el cual me une una estrecha amistad, su actual propietario es el suizo [osep Fresmensdorf, coleccionista especia- lizado en Relojes del Renacimiento, que es el que ha facilitado los detalles de la pieza excepcional, así como abundantes fotografías.
La primera extrañeza de Fresmensdorf fue verificar que el aspecto exterior de su reloj no era el que tenía la lámina del libro de la colección Spitzer. Sin embargo no podían ser postizos los adornos que en esta faltaban. Ob- servó también que el famoso anticuario o el catalogador a su servicio, se equivocó en las medidas, ya que en realidad la pieza es de 45×18 cm. de diámetro, 15 cm. en el diámetro del centro y el número de escudos citaba once de los cuales se identificaban solamente nueve, siendo en realidad que el reloj tiene doce.
¿Qué podría haber ocurrido? Si se descarta la fácil tentación de pensar en una restauración amañada, cosa que no ha podido ser demostrada, hay que pensar que Spitzer no tuvo el reloj delante en el momento de hacer la ficha, o no dio importancia a los posibles errores de transcripción ‘de su catalogador.
Las partes metálicas visibles, son de plata dorada y no de cobre como ex- presan las fichas. Los pináculos de la cornisa superior descritos como por- tando piedras de ágatas, perdieron estas cuando todavía el reloj estaba en manos de Spitzer.
En cuanto a la fotografía debieron tomarse indudablemente cuando el reloj estaba desmontado y sujeto a la limpieza, este fue el motivo por le cual faltaban en la primera fotografía algunas piezas de ornamentación tan substanciales como las hornacinas de la pislázuli.
Del reloj solamente funcionaban ciertas partes aisladas cuando en 1961 lo adquiriera Fresmensdorf, el cual tenía una pieza de movimiento reempla- zada deficientemente y hecha de latón. Su nuevo propietario tuvo que dar el reloj al relojero señor Niedemberger quien restauró y cambió esta pieza por su similar hierro dulce y desde entonces funciona admirablemente, incluso sonando las campanillas de las que tiene dos, una alojada en el campanil y otra grande abajo, para dar las horas.
El mecanismo de este reloj está construido enteramente de hierro dulce, denotando un trabajo de sorprendente finura.
El brazo derecho de la estatua, que sostiene el centro del Emperador, es autómata y se mueve al compás de las campanas. El reloj tiene sonería de horas, cuartos y medias.
Dice Luis Montañés que la obra no parece proceder de los acreditados talleres de Habsburgo, por entonces los más activos en la producción de piezas de esta clase, porque presenta otra técnica y un modo de hacer por completo diferente. Además por esta época se trabajaba con piezas de bronce y latón.
La singularidad de su ornamentación hace pensar en una ofrenda, de cierta importancia.
Carlos 1, fuera de esta pieza que tratamos, no ha vuelto a figurar en ningún reloj, ni siquiera en las pródigas composiciones de los estilos imperio, épo- ca en la que tanto se abusó de las figuras históricas.
Por lo demás no solo está resuelto todo él en razón de exaltar la presencia y majestad cesáreas sino que aún se añaden a la intención esos doce escu- dos de sus reinos y testimonio de dedicatoria expresa.
En la identificación de los escudos podría estar, pues, la explicación de su origen. Hay doce, como queda dicho y todos pertenecen a reinos hispáni- cos, algunos honoríficos (Jerusalén) y otros de derecho (Croacia) pero se advierte de inmediato que se trata de reinos vinculados a la Corona Espa- ñola. Los escudos corresponden a los Reinos de Castilla, León, Toledo, Galicia, Aragón, Valencia, Navarra, Granada, Dos Sicilias, Sicilia Estaufer, Croacia y Jerusalén.
La identificación de los escudos fue bastante ardua y en esto me ayudó el doctor Erwin Neumann de Viena, por mediación del Agregado Cultural de la Embajada Española en dicha ciudad .
. He aquí la explicación del doctor Neumann; Primero: Escudo de Croacia «se trata aquí del reino efectivo de Croacia, cuya corona llevó en su tiem- po no Carlos 1 sino su hermano Fernando 1».
«Carlos 1 nunca fue de facto rey de Croacia», pero de una demostración de derecho familiar desde el punto de vista de la sucesión de la linea espa- ñola de la Casa de Habsburgo en Croacia, para que en caso de que la li- nea austríaca se extinguiera (así era en los casos de Hungría y Dalmacia) pasase este Estado a los Reyes de España. Este escudo de Croacia, no signi- fica, pues, referido a Carlos 1 un dominio sino un derecho jurídico eventual.
Por consiguiente, el escudo del Águila, se refiere al de Sicilia. Se trata, pues del viejo escudo genealógico siciliano, de origen de los Staufeen, del cual sale por alianza con el escudo de la casa de Aragón, el nuevo escudo siciliano, (Cuadros en diagonal con dos águilas y el escudo dividido en la Casa de Aragón).
En cuanto a la aparición de esta joya de la relojería española, apareció en París la versión que ha surgido de la última venta es de la que con ocasión del vandálico incendio del Monasterio de Yuste en 1.809, un alto oficial del ejército de Napoleón, salvó el reloj de las llamas, porque le gustó y pensó regalárselo a su esposa en París.
Como esta versión es con toda seguridad la verdadera, ya que hay que pensar que al ser un reloj ofrenda, el Emperador se llevó esta pieza a su última morada, que recordaba de una forma nostálgica su inmenso poderío.
y si esto fuera cierto, tendríamos necesariamente que pensar que este inge- nio fue hecho por su relojero Juanelo Turriano, ya que su mecanismo no parece en nada a los relojes de centroeuropa. Si fuese así, estaríamos pues ante la única pieza que queda de este singular relojero que fue también el artífice de un mecanismo que permitía subir el agua del Tajo al Alcázar de Toledo con un sistema de Cangilones bastante complicado.
De este artilugio, no quedaban nada más que «los Juanelos» inmensos monolitos de piedra noble que el General Franco, asesorado por el arqui- tecto Pedro Muguruza Otaño, los colocó en la entrada de Cuelgamuros (Valle de los Caídos).