Oct 011971
 

Juan Moreno Lázaro.

Muchos historiadores trujillanos hablan de este magnífico edificio, y de sus vicisitudes: Acedo, en la «Guía de Trujillo»; D. Clodoaldo en su obra «Solar de Conquistadores», y hasta el anticlerical Ramos Sanguino, autor de la «Historia Cómica de Trujillo», le dedica satírico capítulo. Pero quien da más extensos detalles de sus transformaciones es, sin duda, don Juan Tena Fernández, como habéis podido comprobar cuántos hayáis tenido la fortuna de leer su documentado libro «Trujillo histórico y monumental».

Por él sabemos que los dominicos, que ya tenían otra casa más antigua en Trujillo, se trasladaron en 1489 al nuevo monasterio, edificado sobre terrenos cedidos por el Ayuntamiento. Y sabemos que del nombre del convento nació el de la calle en que está situado, y la plaza que tenía enfrente, que se llamó de la Encarnación hasta 1908, en que se le dio el nombre de Ruiz de Mendoza y Velarde, luchó contra los invasores franceses en Madrid, y vino a morir, herido, en esta histórica ciudad.

En 1489 pudo ser el traslado oficial autorizado por bula Pontificia. Pero debió tener vida y existencia anterior, pues ya en 1484 concedió la Reina Católica al monasterio determinados privilegios, confirmados después por Carlos I en 1527, y Felipe II en 1561.

El Ayuntamiento trujillano contribuyó con generosidad en varias ocasiones a la construcción del convento y de la iglesia, sobre los que, por ello, tuvo derecho de patronato. Sin embargo, en 1492 el Concejo limita a los 88 pasos en cuadro cedidos en principio la superficie edificable, ya que, al parecer, hubo intento de sobrepasarla.

Hemos de notar que estos finales del siglo XV y principios del XVI coinciden con el descubrimiento y conquista de América. Y tanta pujanza debió tomar el monasterio, que ya en 1530 sale del fray Vicente Valverde como Superior de otros cinco dominicos que con él acompañan a los hombres que Pizarro llevará a la conquista del Perú, llegando fray Vicente a ser, como sabéis, el primer obispo de Cuzco.

Otro dominicos famoso de la época fue el trujillano fray Diego de Chaves, confesor primero del Príncipe Carlos, de la reina Isabel de la Paz luego, y por último del rey Felipe II junto a él destaca fray Felipe de Meneses trujillano también, catedrático de la Universidad de Alcalá, escritor, y Prior de los conventos de Toledo y Segovia.

A principios del siglo XVII -1604 concretamente- el obispo González de Acevedo dota con 10.000 ducados una cátedra de Teología y Moral. En el año de 1619 (29-V) tuvo lugar la visita de Felipe III a la ciudad, y en aquellas fechas se fundó la cátedra de Arte y Estudios Generales, cuyos beneficiosos efectos se hicieron sentir pronto en la ciudad, por el provecho que de ella obtuvieron los trujillanos y numerosos alumnos de la comarca.

En 1706, el Ayuntamiento de Trujillo acuerda conceder a los dominicos autorización para acercar un extenso terreno al sitio del Humilladero y Fuente Juana, cercado que entonces se llamó el Olivar de los Frailes, nombre con que aún se le conoce.

En 1733, el obispo Laso de la Vega compra unas heredades, estableciendo sobre ellas rentadas para sostenimiento de la cátedra de Artes. Este obispo, textó en Trujillo, donde murió y fue enterrado, habiendo terminado a sus expensas la iglesia donde reposan sus restos, recibiendo sepultura al pie del altar mayor del Convento de la Encarnación.

Con tan insignes y generosos bienhechores, el convento llegaba al cenit de su prosperidad, y de ella se beneficiaban los trujillanos que a su sombra se formaron, aunque los acontecimientos del siglo siguiente habían de tirar por tierra gran parte de este provecho.

Llegamos a 1809, y con él a la venida de los franceses. Algunos historiadores relatan que el 5 de marzo de aquel año, habiendo salido huyendo esta Comunidad, que entonces era de 26 religiosos, fue destrozada esta Casa por los enemigos, saqueando su templo, quemados sus altares y holladas las sagradas imágenes, después de dar muerte al Prior que se negó a abandonarla.

No soportaron mejor en 1811 los ingleses, que lo convirtieron en cuartel, llevándose hasta las rejas de sus ventanas. Y aún que los frailes volvieron de nuevo al convento en 1814, poco les duró la estancia. Pues en 1820 el comisario político de Badajoz reclamaba la extinción y reforma de los frailes, y en 1836 se decretaba por R.O. la expulsión de los religiosos del convento, subastándose de sus bienes, por cuya venta se obtuvieron 56.000 reales, comprendidos iglesia y convento.

Y así terminó la vida de los dominicos en Trujillo, aunque seguimos relatando las vicisitudes del edificio, que en el año de 1888 compró el Concejo trujillano en 40.000 pta, para la instalación de uno de los cuatro colegios preparatorios militares creados por el general Casasola.

Arreglado el edificio en el breve espacio de seis meses, al año siguiente se inició su funcionamiento como Colegio Preparatorio Militar, con auténtico provecho para los trujillanos de la época que siguieron la carrera de las armas, algunos de los cuales llegaron a ser Jefes del Ejército español, que conocimos en nuestros días, como el comandante Mediavilla, o el Teniente Coronel de Estado Mayor Don Felipe Fernández-Durán, Fiscal del Tribunal Supremo de Justicia Militar.

El beneficio del C.P.M., tampoco fue duradero. En 1902 el general Weiler suprimió el Centro de un plumazo, y con el las enseñanzas que los trujillanos recibían, que no se limitaban a la preparación para la carrera militar, ya que también impartían enseñanza de bachillerato, aprovechada por quienes no habían de seguir la carrera de las armas.

Y así volvieron a ver los trujillanos muerto y desolado el magnífico edificio, que en el primer cuarto del presente siglo estuvo abandonado, y dedicado a los más bajos fines: Esquiladero de ovejas, casa de vecinos, garaje, etc… Solo un vago recuerdo conservo de lo que era este edificio antes de 1921. Pero puedo asegurar haber visto su hermoso templo convertido en taller de cerrajería, y de mecánica cuando llegaban a Trujillo los primeros vehículos de tracción mecánica.

Por fortuna, la Providencia le deparaba ser destinado a más elevados fines. Trujillo tuvo la suerte de que la iglesia y parte de lo que antes había sido Colegio Preparatorio Militar, lo comprara la benemérita dama doña Margarita de Iturralde, a fin de fundar un colegio para enseñanza de niños.

Quizás resulta curioso señalar aquí que la caritativa señora fue de posición económica modesta. Tuvo una hija bellísima que casó con el acaudalado señor don Mariano Quijano, quien murió joven dejando a su esposa cuantiosa fortuna, condicionada a establecer con ella unas fundaciones benéficas si moría sin sucesión.

Falleció pronto también la bella esposa, y vino a quedar dueña de esta enorme fortuna la bondadosa doña Margarita, ya viuda, y casi anciana.

Esta caritativa señora tuvo prisa por cumplir las disposiciones testamentarias del yerno, y entre otras importantes fundaciones, que no detallo por no hacer excesivamente largo este trabajo, compró el antiguo convento de la Encarnación, fundó el Colegio, y encomendó la agencia a los Agustinos.

La estancia de los Agustinos en Trujillo duró menos de un cuarto de siglo. Pero la labor educativa por ellos realizada, perdura a través de los años; ya que la enseñanza de gratuitamente impartieron en este centro docente, permite que uno de aquellos alumnos escriba y lea ante vosotros el presente trabajo, que quiero sea homenaje sincero, y expresión de mi gratitud a cuántos de alguna manera participaron en mi formación.

Corría el año 1921 cuando las clases se inauguraban. Entonces yo, que Dios mediante, cumpliré hogaño los 60, tenía nueve años, y tuve la fortuna de ser uno de los primeros muchachos que se inscribieron entre los 200 alumnos admitidos en aquel curso, que empezó en plena primavera.

De buena gana citaría a todos y cada uno de los Agustinos que pasaron por Trujillo, y aquí ejercieron su fecundo apostolado. Pero, coincidiendo con el pensamiento de don Francisco Fernández Serrano, sólo diré que fue una Comunidad que laboró con entusiasmo por cumplir los elevados fines de la benéfica Fundación, lográndolo tan plenamente, que la gratitud de los trujillanos perdura a pesar de los muchos años transcurridos.

Aquellos benditos religiosos se encargaron durante 20 años de la educación de los niños de Trujillo. Y tanto entusiasmo y amor derrocharon en la tarea formativa, que, cuando tras los años de la República, estalló el Movimiento Nacional, habíamos pasado por allí más de 1000 muchachos educados en el temor de Dios, el amor a la Patria, y el cariño al prójimo.

Con este bagaje y una excelente formación primaria, sorprendió el Alzamiento a este millar de muchachos, y ellos fueron el valladar dispuesto por la Providencia para salvar a Trujillo de los horrores de la guerra, que llegó hasta Mérida por el sur; hasta Navalmoral por el Norte; a Guadalupe por oriente, sin dejar de salpicar algunos puntos más próximos, como Miajadas y Villamesías, por ejemplo hasta los que llegó el ejército rojo ya entrado el mes de agosto del 36.

Durante los tres años de guerra civil española, de este millar de muchachos, uno se encontraron muerte gloriosa en los campos de batalla; otros alcanzaron el grado de oficiales en el ejército de Franco; muchos fueron suboficiales o clases de tropa, y todos cumplieron como buenos al ahora de la verdad, aunque no faltaron leyendas de que alguno encarnó la persona del célebre «Campesino», quizás sin otro fundamento que la coincidencia de nombre y apellido de un antiguo alumno con el renombrado jefe rojo.

Y estamos acabando ya la historia del que fue Convento de la Encarnación. Durante la guerra, el edificio quedó convertido en Hospital de Sangre desde los primeros meses. Cuando terminó esta, los Agustinos renunciaron a la regencia del Colegio, porque, con tantos frailes, habían matado los rojos, no les quedaba suficiente personal para atender al resurgimiento de las numerosas casas que la Orden de San Agustín sostenía en la nación española, y el colegio permaneció un año cerrado.

Hubo muchas dificultades para la reapertura. Aunque sea de pasada, quiero mencionar los esfuerzos del actual Vicario de la Diócesis de placentina para abrir el Colegio. Por fin, se logró que los Hermanos de las Escuelas Cristianas se hicieran cargo de la benéfica Fundación, y ellos se encargaron de cumplir sus fines, habiendo celebrado ya las Bodas de Plata de su llegada a Trujillo, en cuyas fiestas tomaron parte más de 2000 muchachos por ellos educados, dando testimonio de la fecunda labor realizada por los discípulos de San Juan Bautista, a los que Trujillo tanto quiere.

Pero tanto cambian los tiempos como los vientos. Aquella Fundación, que en principio fue generosamente dotada en lo económico por doña Margarita, poniendo a renta una fuerte cantidad con cuyos intereses del Colegio pudiera sostenerse, como el capital fundacional fue constituido en Títulos de la Deuda, cuyos intereses no aumentan, los ingresos del Colegio van perdiendo capacidad adquisitiva a medida que aumenta el coste de la vida con el paso de los años, y cada vez se encuentran más dificultades para su sostenimiento y desarrollo, dificultades que llegarán a hacerse insuperables, si Dios no lo remedia.

Quienes hemos recibido educación en este Colegio, donde también se han formado nuestros hijos, deseamos de todo corazón que estas dificultades tengan una solución rápida y satisfactoria, para qué el Convento de la Encarnación siga siendo el lugar donde reciban adecuada formación los hijos de Trujillo.

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