Oct 011986
 

Juan Francisco Arroyo Mateos.

Dícese que los españoles leemos pocos libros, lo cual es verdad a tenor de las estadísticas que suelen publicarse. Pero de todas maneras siempre hay un núcleo de personas muy amantes de la lectura. Ahora bien, ¿qué tipo de literatura escogen ordinariamente? Hay que responder que eligen casi siempre publicaciones recientes o de actualidad y son muy pocos los lectores que siente curiosidad por lo antiguo. Por esto no se los ve consultar libros viejos de esos que tienen cubiertas de pergamino. Y esto es un gran mal, porque quedan relegados al olvido, y no vuelven ya a sacarse a flote muchos datos históricos, a veces interesantísimos.

Lo demostramos, trayendo a colación, lo que un día hicimos por consultar algo en ciertos libros de siglos pasados y terminamos por quedar asombrados de lo que conseguimos leer. Trátase de un tomo escrito por el Padre Maestro fray Gregorio de Argáiz, cronista de la religión de San Benito, que fue publicado en Madrid em el año 1625. ¿A que se debió nuestra admiración? Fue motivada porque el referido monje benedictino, que es un gran historiador y conocedor de muchas obras de otros autores, relata sucesos de suma importancia respecto a la ciudad y diócesis de Coria, pues habla, entre otras cosas de: de los orígenes de Coria como ciudad; de los orígenes de Coria como capital de una diócesis española; y, además, da a conocer nombres de varios santos y santas muy vinculados a Coria, al mismo tiempo que da cuenta del nombre (y algunas circunstancias históricas) de todos o casi todos los obispos que hubo en nuestra diócesis desde su fundación hasta su época.

CIUDAD ANTIQUISMA

Hay un momento en que el padre Argáiz se refiere a la región extremeña, de la Lusitania, y cita las ciudades de Cesarobriga, Ambracia, Cáparra, Coria, Castra Cecilia, Castra Julia y la insigne colonia Metellina, que «tanto ruido hicieron cuando se fundaron, pues tuvieron padres (fundadores) tan grandes como los Césares, Julios, Cecilios y Metelos».

Especifica luego que las dos más antiguas ciudades de por aquí, han sido las de Ambracia y Coria. Ambracia es lo mismo que decir Plasencia. Perdió ese su primitivo nombre debido a que quedó casi arrasada por incursiones guerreras, motivo por el que «perdió el ser Ciudad, y ésta reducida en una población llamada la Bera no lejos de la ciudad de Plasencia, gastando el titulo de Ambracia y quedando en el de Beracia hasta parar en el de la Bera». Palabra que después se ha escrito con “V”, y de ahí el que a esa demarcación aledaña se la denomine de La Vera. Así pues, la actual Plasencia surgió bastantes siglos más tarde de las ruinas la muy antigua y autentica ciudad de Ambracia.

«Las otras ciudades que adornan esta parte de tierra no son tan antiguas -aclara también el padre Argáiz-, porque a Castra Julia, que es la ciudad de Trujillo; Castra Cecilia, que es Cáceres; Colonia Metellina, que es la de Medellín; y Cesarobriga, que es la de Oliva; fundáronlas los capitanes y gobernadores romanos que estuvieron, ya de guerra, ya de paz, en la Lusitania muchos años adelante (es decir, después que ya habían sido fundadas Ambracia y Coria), y poco antes de la venida de Cristo». Cosa semejante puede deducirse acerca de Mérida, porque su antiguo nombre de Emérita Augusta denota que fue fundada por los romanos y, por ende, más tarde que Coria y Ambracia.

Viene ahora la gran pregunta: ¿Quién, pues, fundó estas dos ciudades antiquísimas? Y contestamos que fueron algunos colonizadores provenientes de la parte de Grecia, Mar Egeo y Asia Menor. Así lo colegimos de lo que trae el padre Argáiz, quien manifiesta que «Ambracia fue fundada por los de la provincia de Epiro, vecina de Grecia». Cita seguidamente un libro de Tito Livio y otro de Julio César. Y explica:

«Estos epirotas, viniendo envueltos con los griegos y de otras naciones de la Asia, es cierto que la dieron principio y luego el nombre, a devoción de la Ciudad de Ambracia, para tener en España ese recuerdo de su Patria, al paso que la de Coria tengo sospecha que la edificaron los de la Isla de Cauros, que está vecina de la celebrada de Samos en Asia; porque a Coria veo que la llama Tolomeo Caurium. Estas dos ciudades -por tanto- fundaron (los referidos greco-asiáticos) en la Vetonia (región que, según el diccionario, ocupaba parte de ambas castillas, de Extremadura y de Portugal) y no llevándose a mi parecer muchos años las dos en antigüedad, pues aquella dispersión de Griegos y Assianos (asiáticos) por España con los de otras naciones fue su mayor avenida (llegada a nuestra patria) después de la destrucción de Troya».

Pondera a continuación el susodicho monje benedictino, el hecho de que Coria haya siempre conservado su nombre, que en latín es Caurium, que es como la nombra también Plinio.

De todo lo cual puede concluirse que, como Ambracia, la verdadera Ambracia antigua, desapareció, y todas las otras ciudades relevantes de la antigüedad fueron ya romanas en nuestra región, probablemente Coria es la ciudad más antigua o decana de Extremadura.

EL PRIMER OBISPO DE CORIA FUE SAN PIO, DISCIPULO DE SANTIAGO APOSTOL

Por ser Coria una ciudad tan antigua, de tiempos bastante anteriores a Jesucristo, su fama era grande. De aquí que, cuando Santiago Apóstol vino a España, tuviera enseguida noticias de la misma, y por esto fue una de las ciudades que escogió para oportuna sede episcopal. Era necesario evangelizarla antes, y de esto se encargó uno de sus discípulos llamado San Pedro Bracharense, quien recorrió toda la Lusitania y sembró la doctrina de Cristo en «casi todas las ciudades que encierra la Vetonia, y en particular las de los dos obispados de Coria, y de Plasencia». Así lo refiere también Calidonio, Arzobispo de Braga (Portugal). Tras de esta labor de precursor que hizo madurar las circunstancias, fue cuando el propio Santiago Apóstol señaló para primer obispo de Coria a su discípulo, San Pío; verdad que consta por varios autores como son, entre otros, Hauberto y el insigne cronista Liberato. Dice textualmente el P. Argáiz: «Estimó el Apóstol Santiago mucho a la Ciudad de Coria; y entre las que señaló por episcopales (en España), fue una de ellas; y así con razón tiene allí dedicada iglesia (la iglesia de Santiago que, aunque en un principio se la construyera de forma muy sencilla, quizás fue la primera y eventual catedral diocesana) que es una de las dos parroquiales que hoy (en le siglo XVII) se conserva».

Digamos algo de San Pío, primer obispo de Coria, que antes fue compañero en las tareas apostólicas del aludido San Pedro Bracharense, y empezó su labor episcopal diocesana en el año 37 de la Era Cristiana. Como fue discípulo directo de Santiago, nuestra Diócesis entronca con los Apóstoles, gracias a él. Y entre las cosas que realizó está la de haber organizado el Cabildo con el debido número de clérigos, vida común y especiales reglas y forma de vivir en aquellos tiempos, ajustándose a lo que igualmente se hizo en Toledo, Mérida, Braga y otras ciudades episcopales. Trabajó en los distintos apostolados diocesanos más de veinte años, predicando y convirtiendo un gran número de hebreos y de gentiles. Y terminó siendo mártir, pero no en nuestra región, sino en la villa de Peñíscola, cerca de Valencia a donde se dirigió (lo mismo que otros colegas), para tener allí un concilio. El gobernador que ordenó su martirio se llamaba Haloro, quien, como se ve, cumplía bien las despiadadas órdenes del Emperador Nerón.

Hubo por entonces una gran persecución, y se pone como segundo obispo conocido de Coria a San Evasio, que antes de serlo en nuestra Diócesis lo había sido en Tuy (Galicia), de donde se desplazó quizás para sustituir o llenar la vacante dejada por San Pío, pero que «vino a morir en el Casar, cerca de la villa de Cáceres, que es (en el siglo XVII) cabeza de uno de los seis Arciprestazgos de Coria; y si allí ejerció actos Pontificales (pues habría ido a administrar confirmaciones o a predicar, etc.), muy bien puede ser tenido por Obispo de Coria -dice á, P. Argáiz-, como -también- lo prueba Don Juan Solano». Era esto por el año 60.

OTROS OBISPOS DE LA DIOCESIS DE CORIA

Dado la índole de este trabajo, resulta imposible detenernos a ofrecer datos, incluso breves, de cada obispo cauriense. Sólo, pues, nos contentaremos con decir sus nombres y señalar el año en que, aproximadamente, residieron en nuestra Diócesis. Nos servimos para ello de lo que escribió y publicó el tantas veces ya aludido historiador, el padre Argáiz. Conviene advertir que los que son calificados como Santos, sobre todo se hace porque sufrieron el martirio.

Según lo dicho, ¿qué obispo siguió a San Evasio? Fue San Jonás, que vivió por el año 85. A éste le siguió el obispo Néstor (Ano 115); y después correlativamente llegaron y se fueron sucediendo escalonadamente: Palandino (130); Pedro (132); Filientino (139); Narciso (150); San Próculo (170); Félix (202); Amando (236); Paulato (255); Jacobo (300); San Leodegario (300); Pedro II (336); Celiolo (347); Olimpo (357); Decencio (358); Pedro III (379); Marcelo (400); Leoncio (432); Edilio (443); Pedro IV (448); Esteban (477); Juan (496); Nasón (496); Flaviano (503); Edeoto (536); Noto ( 576 ); Jaquinto ( 590). N. B. Hemos aludido a Jacobo o Diego I, del cual luego no se acordó Argáiz al referirse a Diego III y haber sólo citado a otro Diego, que era Diego II.

Llegados aquí es necesario hacer saber que algunos escritores modernos, que no han investigado a fondo en este asunto, han creído falsamente que la Diócesis de Coria y su Episcopologio tuvieron inicio a partir de este último referido obispo Jaquinto o Jacinto. Pero, como se deduce de cuanto venimos exponiendo, han estado muy desinformados y luego acusadamente equivocados. Lo que ocurrió es que, después de Jaquinto, dice el padre Argáiz, «se dispusieron las cosas de Coria de modo que los del Cabildo eligieron al monje benedictino Benito para la sede episcopal. Procedía del Monasterio de Santo Domingo de Silos, que había edificado el católico rey Recaredo el año 593, dedicándolo a la Virgen María y a San Sebastián”.

Tan equivocados están algunos autores, que también yerran en no poner como sucesor de Jacinto a este otro obispo Benito, y hasta silencian al sucesor de Benito que fue el obispo Pedro V (603), que, entre otras buenas obras, fundó un convento de Monjas en Coria, que hay que distinguir de otro que ya existió desde por el año 362, que lo habitaron religiosas Carmelitas de la antigua observancia, muy distintas de las posteriores o ya reformadas por Santa Teresa. Sin detenernos en dar más explicaciones, añadiremos que enseguida hubo ya estos otros obispos caurienses: Elías (610); Pedro VI; San Bonifacio, no mártir (633); Amanungo (638); Juan II (646); Donato (666); Juliano (672); Ávila ó Bábila (681); Bonifacio II (693); Juan III (697); San Bonifacio III Mártir (714); Pedro VII (735); Paulo (759); Juan IV; San Eugenio, mártir (776); Salustio, el cual es traído como dudoso, debido a cierta palabra que, en vez de decir cauriense parece que dice caridensis; pero que en nuestra estimación, como es difícil aplicar ese calificativo a obispos de otra ciudad, seguramente que se trata de una palabra mal escrita por equivocación o descuido, siendo, pues, muy probable que ese obispo fuera también de Coria (794); Lupo (800), de quien no resulta lógico suponer que tardara tanto en ser nombrado obispo después del referido San Eugenio, aconsejando ello interpretar que efectivamente Salustio fue el obispo inmediatamente anterior a él. Eran tiempos de la dominación árabe, y ya por espacio de sesenta o más años no se permitieron obispos en Coria hasta que hubo los llamados Diego (875); Juliano II (897); Diego III (899); Rodrigo (913); Íñigo Navarrón (1142); Don Suero (1155); Don Pedro (1171); Don Giraldo (1186); etc.; terminándose esta relación con unas palabras manuscritas en las que se dice que Don Juan de Porras fue obispo electo de Coria el año 1683. Omitimos, pues, los nombres de muchísimos obispos anteriores a este último año reseñado. Lo principal era dar cuenta de los más antiguos porque de los otros hay más fuentes y documentos que ayudan a conocérselos. N. B. No hay equivocación en poner Diego III, pues dice el padre Agáiz que hubo dos antes con ese o equivalente nombre: Jacobo; aunque él no logró identificarlo; pero si nosotros, según lo dijimos en nota anterior.

SANTOS Y SANTAS DE CORIA COMPLETAMENTE RELEGADOS AL OLVIDO

Basta leer lo que llevamos escrito para cerciorarnos de que ha habido varios obispos santos más o menos vinculado con Coria y su Diócesis; razón ésta para poder y deber considerarlos como propios o diocesanos. San Pedro Bracharense no es justo sea reputado como extraño, puesto que fue quien primero nos evangelizó por orden y en nombre de Santiago Apóstol; a San Pío también debemos tenerlo como nuestro, porque entre nosotros gastó casi toda su vida como primer obispo cauriense. Algo semejante hay que afirmar acerca de San Evasio, ya que, aunque procediese de la región gallega, fue en nuestra Diócesis donde consumó su glorioso martirio. Tenemos después a San Jonás; San Próculo; San Leodegario; San Bonifacio, confesor; San Bonifacio, mártir; y San Eugenio, también mártires de Cristo.

A ellos hay que sumar algunas Santas, como:

– Santa Máxima, virgen y mártir.- Fue monja del Convento de Carmelitas de la Antigua observancia de Coria, y llegó a conseguir la palma del martirio el año 362 en la persecución de Juliano el Apóstata, estando ella por entonces en Roma.

– Santa Majencia.- Era natural de Coria y, trasladada a la ciudad de Trento, llegó a ser madre de San Virgilio, obispo de la referida ciudad italiana. Según se observa no fue monja ni mártir, sino una santa esposa que hasta consiguió tener un hijo Santo. Vivió por el 419.

– Santa Vicenta, Virgen y mártir.- La cual, por no querer ser rebautizada de la manera que los arrianos lo hacían, prefirió morir en los tormentos que le aplicaron, haciéndose Coria más ilustre y celebrada con tener por hija a esta mártir, que con los favores de Viriato, can cuyo nombre -dice el Padre Argáiz- están tan presumidos los mármoles de Coria. Ocurrió este martirio allá por el año 424.

– Santa Deodevota, Virgen y mártir.- Perteneció al Convento de Monjas benedictinas de Coria, y su martirio se debió a la persecución que hubo hacia el año 735, reinando en Córdoba el sarraceno Abdemelich, extendiéndose a las ciudades en que él dominaba. No está claro el motivo de esta muerte. El P. Argáiz opina que se debió a la defensa que ella hizo a favor de su castidad, prefiriendo morir antes que ceder nada en este punto, a pesar de las amenazas de los impúdicos árabes.

– San Rufo, -Mártir.- Era hijo del entonces cual Jefe o Alcalde de Coria, que se llamaba Centilio, y por causas que no se especifican, derramó su sangre por la Fe cristiana el año 228.

– San Félix, Fortunato y Aquileo.- Estos también fueron víctimas de persecución, pero en Valencia de Alcántara, que ya era considerada como uno de los Arciprestazgos de Coria, sucediendo ello en el año del Señor 255. Ignoramos si, no obstante lo dicho, eran naturales de Coria. Por lo menos el P. Argáiz alude a ellos en una digresión, según va escribiendo acerca de obispos caurienses.

– San Vigilio.- Indirectamente nos hemos ya referido a este santo obispo de Trento, que, por ser natural de Coria, es muy posible que este su hijo también naciera en Coria, si ella se fue a vivir a Italia cuando ya le había engendrado y era quizás algo mayorcito. En cualquier suposición siempre será verdad que al menos es oriundo de la citada Ciudad del Alagón.

– Otros muchos Santos.- Adviértase que nos estamos refiriendo a los ocho primeros siglos del Cristianismo, respecto a los que otros historiadores podrán haber escrito más completas noticias que el P. Argáiz. ¿Cuántos santos no habrá seguido habiendo en Coria desde entonces acá? Uno de los últimos muy vinculado a ella, por haber sido obispo de la misma, es el Cardenal D. Marcelo Spinola, cuyo proceso de beatificación y canonización está adelantadísimo. No importa que fuera natural de otra parte, pues tampoco nació en Coria San Evasio, y sin embargo es considerado como una gran gloria de nuestra Diócesis.

CONCLUSIONES FINALES

Sería una pena que por falta de patriotismo local, diocesano, provincial y regional, todo esto que hemos desempolvado o vuelto a recordarse se echase en saco roto. Nuestros mayores lo merecen todo de nosotros. Así pues, es justo que mencionados Santos empiecen a ser más conocidos, más amados y más honrados o venerados, mediante realizaciones con que los traigamos frecuentemente a la memoria. Estas pueden consistir primeramente en representarlos en estampas, cuadros, medallas, imágenes para el culto y estatuas para monumentos públicos, pues siempre se ha dicho que ojos que no ven, corazón que no siente. Cierto es que carecemos de una foto de los mismos. Tampoco se tuvo de la Virgen María y del Señor, y sin embargo, se los representa de mil santísimas maneras que a veces excitan mucho a la devoción. También merecen que se les dediquen altares en los templos, santuarios particulares y que, sobre todo en Coria, lleven sus nombres muchas de las calles. De todos o de alguno, porque, por ejemplo, vemos que el 1 de Diciembre se hace alusión a San Evasio, Obispo y Mártir, que fundadamente pensamos se trata del segundo obispo de nuestra diócesis, ya que, en todo el libro, no se menciona a otro obispo llamado así, que a la vez hubiera sufrido el martirio. De los que no se llegare a descifrar su ancestral día festivo, la competente autoridad eclesiástica podrá resolver esta cuestión, señalando una fecha oportuna anual, pues esto es muy imprescindible para poder rendir los merecidos cultos a nuestros Santos diocesanos y poderse organizar con tiempo algunas sanas diversiones y regocijos en esas efemérides. Más aún: ¿Por qué al gran taumaturgo portugués se le llama San Antonio de Padua, a pesar de que fue natural de Lisboa? La contestación es sencilla. Se debe ello a que este Santo tuvo en la ciudad italiana de Padua su último gran centro de actividades apostólicas; lo cual, en nuestro caso, ofrece mucha luz para comprender cuán semejantemente justo y conveniente sería hacer cosa parecida con los Santos Obispos que gastaron sus vidas en Coria y otros santos y santas también caurienses. Porque sin este procedimiento, no es nada fácil identificarlos, por haber en el Santoral católico muchos bienaventurados que llevaron en vida idéntico nombre propio. De esa manera al calificárselos como San Pío de Coria, San Evasio de Coria, Santa Máxima de Coria, etc., sabríamos con toda certeza que estamos homenajeando a santos muy vinculados a nuestra tierra, ora por naturaleza, ora por afinidad de grandes apostolados y virtudes practicados entre nosotros. Fijémonos en este detalle: resulta que en Aldea Moret veneran a San Eugenio. Pero, ¿Qué San Eugenio es éste? ¡Lo ignoramos! Como se trata de una Parroquia de nuestra Diócesis cauriense, en la cual hubo un santo obispo que se llamó Eugenio, lo lógico es pensar se trata de este santo mártir diocesano. El modo de estar en lo cierto sólo es ése de denominárselo siempre como San Eugenio de Coria. Pero nos tememos que, por desconocimiento de cuanto llevamos dicho o por no haberse caído en la cuenta de que en nuestra Diócesis hubo allá por el año 776 un San Eugenio, obispo y mártir, se prefiriera haber constituido como Titular y Patrono de referida localidad a un San Eugenio, obispo y confesor, de otras latitudes; con lo que una vez más estaría patente lo poco que los cacereños, caurienses y extremeños hemos estimado y hecho valer lo nuestro. ¡Debemos cambiar! ¡Urge el cambio! ¡Sobre todo desde ahora para honrar lo más justamente posible, sin injustos olvidos ni perpetuas desatenciones y omisiones humillantes, a nuestros Santos diocesanos!

COLOFÓN

Hasta aquí lo que hemos logrado investigar, deducir y ordenar, inspirándonos en la obra “Soledad laureada por San Benito y sus hijos en las iglesias de España”, t. V, pp. 291-313, escrita en por el padre fray Gregorio Argáiz O.S.B. el diccionario Espasa dice el de él lo siguiente: “Religioso español, nacido en Logroño, que floreció en el siglo XVII. Entró en la abadía de benedictinos de San Salvador de Ona, donde de muy pronto se distinguió como hombre de ciencia; a la muerte de Yepes continuó las Crónicas de la Orden. Escribió: “Corona Real de España” fundada en el crédito de los muertos; “La perla de Cataluña, historia de Nuestra Señora de Montserrat”; “Población eclesiástica de España”; “Vida del patriarca San Benito”; “Vida de San Isidro labrador, patrón de Madrid”; etc.”. Si se quiere ahondar en temas como el que hemos tratado, conviene consultar las obras de este benedictino y aquellas que él suele citar, v. g.: las de Liberato; Juan Solano; Yepes; etc.; y Luiprando.

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