Abr 032014
 

Esteban Mira Caballos.

Cuando se cumplen exactamente quinientos años del descubrimiento del Mar del Sur se impone una mirada crítica desde nuestro tiempo. Como dijo Fernan Braudel, toda historia es hija de su época y pretende dar respuestas a los problemas del tiempo en que fue escrita. Por tanto, urge plantear una nueva interpretación de la conquista en general y del descubrimiento de Vasco Núñez en particular. En  realidad, la historia es una visión del pasado pero realizada desde el presente, lo que provoca que cada autor narre los hechos desde lo sucedido después. El historiador trabaja, en definitiva, como quería Reinhart Koselleck, con un futuro del pasado y reinterpreta éste en base a sus propias experiencias e inquietudes[1].

Eric Hobsbawm, historiador recientemente fallecido, decía con toda la razón que vivíamos una época neo-descriptiva, donde volvía a hacerse hueco la historia mitológica. Esto está provocando una grave crisis en la ciencia histórica, pues ya pocos confían en su utilidad social[2]. Por ello creo que es necesario que los historiadores recuperemos el compromiso social y nos impliquemos en el análisis del pasado, para evitar esa falsa historia mitológica de héroes y santos que nos han contado. No se trata más que de aprender del pasado –por duro que éste sea- con el objetivo de buscar un presente y un futuro mejor para todos.

1.-UNA HISTORIA SAGRADA DE LA CONQUISTA

Desde los orígenes de la Civilización, ha existido una visión de la historia única y además excluyente. Las cosas ocurrieron de una forma determinada y cualquier visión alternativa era opuesta a la verdad. Y esta verdad indiscutible siempre se ha impuesto desde el poder. Y es que todos los regímenes políticos han disfrutado de una historia oficial, encargada de justificar su sistema. El Imperio Romano tuvo sus historiadores oficiales al igual que los imperios modernos y, por supuesto el actual capitalismo neoliberal. Todos los imperios crearon una estructura teórica para justificar la expansión ante sus ciudadanos. Llama la atención que ya en el siglo I d. C., Cornelio Tácito en su obra Historias afirmara que todos los pueblos que habían sometido a otros, lo habían hecho bajo el pretexto de llevarles la libertad. Quince siglos después, Ginés de Sepúlveda alabó la expansión romana en Hispania pues, aunque en su opinión, generó algunos abusos, no fueron comparables a las ventajas, especialmente el haber traído a la Península Ibérica el latín. E igualmente justa y necesaria fue la expansión de la civilización occidental por el Nuevo Mundo en el siglo XVI.

En el siglo XIX hubo grandes defensores del imperialismo que lo enaltecían aludiendo al triunfo definitivo de la civilización sobre la barbarie. Incluso, el trabajo científico de Charles Darwin y su evolución de las especies fue usado por muchos para justificar la sumisión de unos hombres a otros. Pero lo cierto es que, aunque Darwin en su famosa obra no se refirió específicamente a la especie humana, muchos interpretaron que  los grupos más civilizados terminarían exterminando o asimilando a las razas salvajes del mundo. El citado científico sí llegó a escribir que la selección de las especies en el caso humano podría debilitarse debido precisamente a la civilización.

Lamentablemente, en el siglo XX esta línea de pensamiento que justificaba el predominio del hombre blanco se ha mantenido con más vigor que nunca. En relación a la conquista de América, ha prevalecido siempre una historia gubernamental. Una etapa considerada sagrada e intocable, uno de los signos de identidad de la patria hispana. La historia patria se fundamentó en esa historia pseudo-mítica cuyos pilares fundamentales fueron algunas de las figuras más preeminentes de las Indias como Cristóbal Colón, Vasco Núñez, Hernán Cortés, Francisco Pizarro y Hernando de Soto. Por ejemplo, en 1923, el historiador jesuita Constantino Bayle veía en Balboa a poco menos que un elegido por Dios para extender por el Pacífico la civilización cristiana y española[3]. Esta interpretación de los hechos, puede entenderse en el marco en la que fue escrita pero no en nuestros días. Dado que este tipo de historia ya no se la cree nadie, urge replantearse nuestros posicionamientos para hacerlos verosímiles. Extremadura se ha prodigado en obras clásicas sobre su vinculación con América, sobre la conquista y sobre los conquistadores. Trabajos como los de Rubio y Muñoz-Bocanegra, Publio Hurtado, el Conde de Canilleros o Vicente Navarro del Castillo forman hoy parte de la más clásica literatura de la conquista. Y entre ellos hay títulos tan significativos que marcaron una época en la historiografía, como La epopeya de la raza extremeña en Indias o La tierra donde nacían los dioses. Aunque, en realidad, por más que los nativos lo creyesen, no eran dioses sino hidalgos venidos a menos y personas empobrecidas que se vieron obligados a abandonar su terruño para buscarse un futuro mejor a miles de kilómetros de la tierra que les vio nacer. Una realidad no tan lejana en el tiempo, pues desgraciadamente se volvió a repetir en el siglo XX, cuando ¡casi un millón de extremeños!, apremiados por el paro y la pobreza, tuvieron que abandonar su tierra y marchar a distintos puntos de España, Europa y América. Y lo peor de todo es que no podemos descartar que vuelva a ocurrir en pleno siglo XXI.

Vasco Núñez, como hicieron otros guerreros, aventureros, conquistadores y caudillos a lo largo de la historia, destruyó un mundo. El mundo indígena que poblaba las tierras del actual estado de Panamá. Estos nativos vivían en la Edad de Piedra, y su potencial militar era insuficiente para frenar el avance de la invasión europea por pocos que fuesen sus efectivos. Pero, pese a su retraso civilizatorio, poseían su estructura social, sus costumbres, sus religiones y vivían adaptados a su medio natural. No eran exactamente salvajes, aunque –al igual que los propios españoles- tuviesen numerosas costumbres bárbaras. El grupo privilegiado gozaba de un cierto nivel de bienestar, pues de hecho la vivienda del cacique Comogre, aunque distaba de ser un palacete europeo, disponía de ciertas comodidades:

Era de ciento y cincuenta pasos de largo y de ochenta de ancho, estaba fundada sobre muy gruesos postes, cercada de muros de piedra, entretejida (de) madera en lo alto como zaquizamí, por tan hermosa arte labrada, que los castellanos quedaron espantados de verla y no sabían dar a entender su artificio y hermosura; tenía muchas cámaras y apartamiento, y una que era como despensa, estaba llena de bastimentos de la tierra, de pan y carne de venados y puercos y otras muchas cosas. Había otra gran pieza como bodega, llena de vasos de barro, con diversos vinos blancos y tintos, hechos de maíz y raíces de frutas… Había una gran sala o pieza muy secreta, con muchos cuerpos de hombres muertos, secos, colgados con unos cordeles de algodón, vestidos y cubiertos con mantas ricas de lo mismo, entretejidas con joyas de oro y ciertas perlas y piedras que ellos tenían por hermosas, y estos eran sus padres y abuelos y deudos, a quien Comogre tenía en suma reverencia y por sus dioses, y aquellos cuerpos los secaban al fuego para hacerlos perpetuos, sin corrupción[4].

 

Está claro que las sociedades que aniquilaron los conquistadores estaban en un nivel civilizatorios más atrasado que el europeo y poseían algunas costumbres muy bárbaras –como el canibalismo ritual-  pero no más que otras que traían los propios hispanos, como la quema en la hoguera de infieles, paganos y herejes, es decir, potencialmente de todo el que no pareciese cristiano.

 

2.-EL PROBLEMA DE LAS FUENTES

Para reconstruir la vida de Vasco Núñez encontramos un problema casi insalvable: la falta de documentación. Su caso no es muy frecuente entre los conquistadores ya que no han quedado apenas documentos sobre su descubrimiento, sobre su praxis conquistadora ni sobre su vida. De hecho, la investigadora Bethany Aram, que estuvo varios años buscando papeles sobre él, dice que cada vez que lo intentaba salían nuevos testamentos, codicilos y documentos varios de Pedrarias Dávila y de otros conquistadores, pero nunca de Vasco Núñez[5]. Y ello a pesar de que el jerezano redactó de su puño y letra cinco extensas cartas de relación, similares a las de Hernán Cortés, de las que sólo se han conservado dos. Balboa nunca fue un escritor depurado pero sí bastante prolijo. Asimismo, encargó al escribano de la expedición, Andrés de Valderrábanos, que levantara un diario de la jornada. El libro existió pero el último que lo tuvo en sus manos fue Gonzalo Fernández de Oviedo en tiempos del adelantado y nunca más ha aparecido.

Cabría preguntarse: ¿a qué se debe esta ausencia de documentación? La respuesta es clara; sus enemigos, fundamentalmente Pedrarias Dávila, que le sobrevivió bastantes años, se encargaron de eliminar toda aquella documentación que pensaban que podría ser comprometedora para ellos[6].

La carencia de fuentes es tal, que todavía hoy, siguen siendo las crónicas la mejor forma –y en ocasiones la única- de acercarnos a su vida y a sus hechos. De entre ellas, la de Gonzalo Fernández de Oviedo es la más valiosa ya que dispuso de los papeles de Valderrábanos y, por tanto, su información es muy fiable. También son de cierto interés los textos de Pedro Mártir de Anglería, Pascual de Andagoya, fray Bartolomé de Las Casas y Francisco López de Gómara, aunque dispusieron de muchas menos fuentes primarias.

Por no saber no sabemos cuando nació, ni cuándo pasó a las Indias, ni siquiera el día exacto en el que fue ejecutado en Acla, allá por enero de 1519. Si propia fecha de nacimiento se suele situar en 1475 porque, en 1510, el padre Las Casas dijo que tendría unos 35 años o pocos años más. Pero huelga decir que todos los datos relacionados con su biografía hay que tomarlos con la precaución que la falta de documentación impone. En cuanto a su vinculación con las Indias, es posible que siendo paje del señor de Moguer, se desplazase con frecuencia o viviese en esta localidad muy vinculada al Descubrimiento[7]. Allí, siendo un adolescente debió observar como muchos se embarcaban en una aventura a lo desconocido, tentaciones a las que no pudo sustraerse.

 

De entre las biografías sobre el jerezano, hemos de empezar hablando de la de Ángel de Altolaguirre y Duvale, publicada en Madrid en 1914 y que sigue sin estar superada. El autor recopiló todo lo que se sabía del adelantado así como la poca documentación alusiva a su obra y hechos. Desde entonces, han aparecido numerosas biografías pero es importante recalcar que no han aportado datos nuevos de significación, simplemente porque no ha aparecido material diferente que cambie lo que ya sabíamos. De entre las decenas de biografías destacaremos algunas que han estado bien redactadas o que han tenido un cierto impacto entre los lectores, como las clásicas de Constantino Bayle S. J. (1923), L. G Anderson (1944) y Kathleen Romoli (1955). Entre los trabajos más recientes debemos destacar las síntesis de Omar V. Garrison (1977), J. R. Martínez Rivas (1987) y, sobre todo, de Manuel Lucena Salmoral (1988), así como el excelente estudio comparado de Pedrarias y Balboa, firmado por Aram Bethany (2008). En relación al entorno en Tierra Firme, en los años del descubrimiento del Mar del Sur, resulta imprescindible el estudio de María del Carmen Mena (2011) sobre el oro del Darién. Y en lo concerniente a sus relaciones con Francisco Pizarro son de obligada consulta los trabajos de José Antonio del Busto Duthurburu.

Queda claro que si no aparece algún acervo documental nuevo, cosa que no parece muy probable, es imposible aportar datos nuevos sobre la temática. Solamente es posible –y deseable- ofrecer nuevas interpretaciones o puntos de vista sobre la base de lo que ya sabíamos.

 

3.-EL CONQUISTADOR PACÍFICO

Vasco Núñez, nacido en Jerez de los Caballeros, hacia 1475, en el seno de una familia hidalga de orígenes gallegos, se convirtió en breve tiempo en uno de los mitos de la conquista, junto a Hernán Cortés, Francisco Pizarro y Hernando de Soto. Aunque las crónicas no lo dejan en demasiado buen lugar la literatura romántica inició su encumbramiento como héroe, enalteciendo la figura de una persona que de la nada descubre un océano y es ejecutado por la envidia de su propio suegro. Los primeros que lo elevaron a los altares fueron Washington Irving y Manuel José Quintana, quienes hablaron de esa persona humilde que llegó al Darién con lo puesto y que se convirtió en uno de los grandes descubridores del Nuevo Mundo. Y a lo largo de buena parte del siglo XX, sus distintos biógrafos agotaron los calificativos heroicos, para un personaje que se había convertido, como diría Antonio de Larragoiti, en el Ulises español[8]. El fugitivo convertido en un héroe a la usanza de la antigüedad. Con posterioridad, la historiografía lo convirtió en el arquetipo de héroe del pueblo, frente a Pedrarias que Carmen Mena lo califica de héroe cortesano. Este perfil heroico que ha tenido durante siglos dificulta el acceso a la persona.

El jerezano tiene un amplio reconocimiento en España donde tiene calles, plazas, jardines y monumentos dedicados a su persona. También en Panamá goza de todo tipo de reconocimientos: monumentos, calles, plazas, uno de los puertos del Canal de Panamá y hasta la propia moneda panameña usa su nombre en su honor. Incluso la máxima distinción que otorga el gobierno panameño se llama la Orden de Vasco Núñez de Balboa. Y está bien que tenga un hueco en la historia por lo que representó para la expansión de Occidente y por su importancia en la con construcción del mito de la patria hispana. Yo no estoy en contra de eso, ni a favor de que se quiten monumentos, ni nada parecido. Las estatuas de Balboa, como las de Hernando de Soto, Hernán Cortés, Simón Bolívar, San Martín o Carlos III, son testimonios del pasado y en mi opinión deben seguir ahí.

En lo que sí estoy en contra es que en pleno siglo XXI sigamos dándole el tratamiento de héroe, o en que se intenten ocultar las atrocidades que en el marco de la guerra de la conquista cometió para dar una imagen  más benigna de él. La historia no la podemos falsear y ya es hora de afrontar la verdad histórica, por dura que ésta sea. En este mismo año 2013 se siguen escribiendo libros, tratándolo como si de un héroe de caballería se tratase. En una noticia aparecida en la prensa nacional e internacional se citaba la presentación de un libro sobre Balboa, y en el subtitulo se decía: la publicación muestra que el descubridor del océano Pacífico fue un conquistador más pacífico que otros (nemotecnia incluida)[9]. A ello habría que añadir un par de objeciones:

Una,  la tesis de que Balboa fue más humanitario que otros conquistadores no es nueva, pues tiene sus orígenes incluso en la historiografía decimonónica. Ésta defiende que el jerezano nunca eliminó ni maltrató a los caciques y que siempre pretendió preservar la paz. Esta idea expresada en estos términos es insostenible, entre otras cosas porque el propio Balboa se jactaba de haber ajusticiado a más de una treintena de caciques. Llevaba consigo a Leoncico, el hijo del famoso Becerrillo, adiestrado para despedazar naturales en un santiamén, y que uso cada vez que lo creyó conveniente[10].

En su juicio de residencia, ordenado por Pedrarias Dávila y efectuado por el licenciado Gaspar de Espinosa, salió libre de la responsabilidad en la muerte de Diego de Nicuesa y los agravios al bachiller Martín Fernández de Enciso, en atención a sus servicios, pero según Bartolomé de Las Casas, nadie alegó los robos, matanzas y cautiverios de indígenas porque eso nunca se tuvo en estas Indias por crimen[11]. Históricamente se contrapuso la crueldad del héroe cortesano Pedrarias Dávila frente a la bondad del héroe popular Núñez de Balboa. Sin embargo, no es más que un mito, pues es difícil –o imposible- encontrar conquistadores bondadosos. Según fray Bartolomé de Las Casas, escribió al rey informándole que se había visto obligado a ahorcar a una treintena de caciques por el poco número que había de españoles, para así disuadirlos de una eventual insurrección[12]. Por lo demás, Balboa fue muy dado a azuzar los canes a los nativos, para que destripasen algunos de ellos y los demás se sometieran[13].

En una reciente monografía sobre el Darién, Carmen Mena escribió en relación a esta supuesta humanidad de Balboa, lo siguiente:

En cierta ocasión alguien atribuyó el éxito de Balboa en sus correrías por el Istmo a la política de atracción y tolerancia desarrollada con los cacicazgos indígenas que invadió. Esta opinión arraigó por mimetismo y con tal fuerza en la historiografía convencional que terminó forjando la leyenda glorificadora del héroe Balboa y sirvió para contraponerla hábilmente con la de su rival el maligno Pedrarias. Desde luego a Balboa no le faltaban cualidades, pero entre éstas no se encontraban la tolerancia ni la compasión hacia el indígena. A cualquiera que se documente en los textos escritos en aquellos días le resultaría muy difícil compartir semejante criterio[14].

 

Pero por si acaso alguien piensa que Carmen Mena es partidista, podemos tomar referencias de cualquier otro de los especialistas, como Manuel Lucena Salmoral, Bethany Aram, o incluso su hagiógrafa Kathleen Romoli, y afirman más o menos lo mismo. Veamos las palabras de Bethany Aram:

A diferencia de Pedrarias, Balboa encarna al héroe popular. Las calles y estatuas erigidas en su honra, son testigos de la constante importancia popular de su leyenda… Pero por otra parte, la documentación acerca de Balboa tampoco se corresponde con ningún ideal de paz, altruismo o inocencia[15].

 

Mucho más contundente se muestra Kathleen Romoli, una de las grandes enamoradas de la gesta del jerezano y que incluso comparó su descubrimiento con el realizado por el mismo Cristóbal Colón. Sus simpatías por Vasco Núñez están fuera de toda duda, lo que otorga un valor añadido a su opinión sobre el supuesto pacifismo del gobernador del Darién:

Vasco Núñez de Balboa no era un tipo seráfico, ni siquiera excesivamente idealista. Es imposible ser simultáneamente un conquistador y un santo pacifista… Cuando el empleo de la fuerza era necesario para sus fines la utilizaba sin vacilar, y aprobaba la esclavitud de los caníbales u otras tribus, recalcitrantes y, desde luego, la de los negros africanos…[16]

 

Y otra, no creo que el debate deba centrarse en defender cuál conquistador era más violento y cuál menos. Yo no sabría decir si Balboa fue más o menos sanguinario que Hernán Cortés o Francisco Pizarro. Tampoco creo que sea relevante. Eran conquistadores, eran guerreros, nada más y nada menos que eso. Y ser conquistador implicaba conquistar y saquear territorios a sangre y fuego. El jerezano aplicó los mismos métodos usados en la guerra de su tiempo y, por supuesto, en la guerra contra los nativos. Quizás la única innovación propia, fue el uso sistemático de los perros que colocaba siempre en primera línea, causando la desbandada entre sus oponentes que eran así más fácilmente perseguidos y derrotados[17]. No se trata de calibrar la mayor maldad o bondad de los conquistadores, sino de modificar las categorías con las que trabajamos. Vasco Núñez de Balboa ajustició, aperreó, mutiló y descuartizó a cuantos se le opusieron. Especial crueldad mostró frente a los sodomitas que algunos caciques acostumbraban a tener en su entorno. Pero aunque puedan parecernos actuaciones brutales, no hay que olvidar, como escribió A. A. Kirkpatrick en el siglo pasado, que eran castigos corrientes no solo en la América de la Conquista sino en también en la civilizada Europa[18].

 

4.-LA HUESTE

Aunque Panquiaco le había advertido que para cumplimentar su empresa necesitarían al menos un millar de hombres, el jerezano se conformó con seleccionar 190, con los que partió desde la villa de Santa María del Darién, recorriendo el espacio comprendido entre la costa atlántica y la pacífica. Gonzalo Fernández de Oviedo, que tuvo delante el diario de Andrés de Valderrábanos, debió copiar del original el listado de las 67 personas que contemplaron por primera vez el Mar del Sur y de los que estuvieron en la primera toma efectiva del nuevo océano en el golfo de San Miguel, el 29 de septiembre de 1513, y justo un mes después, el de la segunda toma de posesión, en este caso en el golfo que bautizó como de San Lucas[19].

Balboa sabía que necesitaba presentar una gran hazaña y enviar un buen puñado de pesos de oro para que la Corona lo reconociese como gobernador de los nuevos territorios. Por ello, en cuanto pudo, informó a las autoridades reales de su gesta. El problema fue que, cuando se tuvo noticia de su descubrimiento, ya habían nombrado por gobernador al segoviano Pedrarias Dávila, debiéndose conformar el jerezano con el título de adelantado de la Mar del Sur y de gobernador de Panamá y Coiba, pero sometido siempre a la autoridad suprema de Pedrarias[20]. Desde el primer momento, muchos supieron -y así lo señalan los cronistas- que el choque de colosos llegaría antes o después y que sólo uno de ellos sobreviviría.

 

5.-LUCES Y SOMBRAS DE SU EMPRESA DESCUBRIDORA

Vasco Núñez llegó al Darién de polizón en el barco del bachiller Enciso, teniente de Alonso de Ojeda, estando presente en la fundación de la villa de Santa María de la Antigua. Consiguió quitarse de encima con rapidez a Diego de Nicuesa y al bachiller Enciso, que se había mostrado como una persona poco carismática. Tras una rebelión apresaron y reembarcaron hacia España a este último, que ostentaba la alcaidía mayor y era la máxima autoridad legítima, delegada por Alonso de Ojeda. Descabezada la élite política, era el momento de alzarse con el poder, por lo que consiguió que el cabildo de la villa lo nombrase alcalde ordinario, junto a Martín de Zamudio. Poco después, convenció a éste para que fuese a Castilla a dar cuenta de lo realizado, consiguiendo de esta forma quitarse de encima a todos los posibles rivales. Los emisarios, encabezados por Zamudio, pasaron por Santo Domingo y aprovecharon la ocasión para hablar con el almirante y gobernador Diego Colón, quien nombró a Balboa gobernador interino y lugarteniente en Tierra Firme a la espera de la confirmación real[21]. Una vez, conseguido lo primero, no fue difícil que la Corona, basándose en los hechos consumados, le reconociese, por cédula del 23 de diciembre de 1511, como gobernador y capitán interino del Darién[22]. Entre 1511 y 1514, el jerezano vivió su mejor época, descubriendo en ese período el océano Pacífico y siendo reconocido con el título de gobernador y adelantado del Mar del Sur[23].

Antes del descubrimiento, realizó tres expediciones previas que le sirvieron para adquirir experiencia en el modo de guerrear de los naturales, sellando de paso alianzas con algunos de los caciques. Una de ellas fue la famosa expedición al Dabaibe, en marzo de 1512, en busca de una especie de dorado panameño[24]. Se trataba de una mera invención de los nativos, lo cual fue una táctica comúnmente usada por ellos en su desesperado intento por que los españoles abandonasen su tierra. Una y otra vez conseguían engañar a las huestes, cegadas por el afán de conseguir oro. Fue en una entrada por el interior del golfo de Urabá, en tierras del cacique de Abibaibe, cuando éste, para deshacerse de ellos, les dijo que allí no había oro pero que podría llevarlos al Dabaibe, donde abundaba el codiciado metal amarillo. Poco después el cacique se escapó y se confederó con otros para rebelarse contra los hispanos[25]. Pese a la evidencia del engaño, el jerezano siempre mantuvo vivo su interés por encontrar este reino áureo. Apenas consiguió reunir, después de muchos sufrimientos, 7.000 pesos de oro, que para colmo de males se hundieron en una canoa que los transportaban por el golfo de Urabá[26].  Un verdadero desastre en términos de vidas humanas y de rentabilidad económica, aunque desde un punto de vista geográfico supuso un avance ya que por primera vez pudo divisar las estribaciones de la inmensa cordillera de los Andes[27].

 

A primero de septiembre de 1513, zarpó de Santa María de la Antigua a bordo de un galeón y nueve canoas, con un total de 190 españoles y unos 600 nativos[28]. Desembarcaron en Acla, donde fueron bien recibidos por el cacique Careta, ya sometido previamente por el gobernador del Darién. De ahí marcharon por tierra rumbo al sur, culminando la jornada el 29 de septiembre con la toma de posesión del Mar del Sur. Luego regresaron por otra ruta, estando de vuelta en Santa María de la Antigua en enero de 1514. Dadas las noticias que traían y, sobre todo, el importante botín, hubo un gran regocijo entre los hispanos estantes en la villa, olvidándose todas las rencillas existentes hasta ese momento. Sin embargo, esta jornada ha sido mitificada, siendo ensalzada y comparada, incluso con la hazaña descubridora de Cristóbal Colón y con  la primera vuelta al mundo de Magallanes- Elcano[29]. Y es cierto que el descubrimiento tuvo su trascendencia para Occidente, pero conviene que hagamos una crítica objetiva para alejarnos de la leyenda y acercarnos a la historia:

Primero, la historiografía clásica ha ponderado la hazaña, calificándola de heroica y terrible caminata a través del istmo de Panamá[30]. Otros incluso imaginaron grandes cadenas montañosas, comparables a los Andes, que se interponían en el camino al Mar del Sur, constituyendo un puro y perenne obstáculo[31]. Simple imaginación para presentar al jerezano como un héroe digno de los textos de Homero[32]. En realidad, el trayecto desde el Atlántico al Pacífico tenía apenas 60 millas de anchura, unos 108 kilómetros e, incluso, menos si hubiera sido posible recorrerlos en línea recta[33]. Lo podía haber realizado tranquilamente, sin apresurarse demasiado, en tan sólo quince días[34]. Asimismo, el camino de vuelta lo podía haber realizado por la misma brecha trazada en la ida, pero prefirió hacer una gran gira por diversos cacicazgos para aumentar el botín[35]. Además, aunque la selva virgen era muy tupida, no había barreras orográficas insalvables más allá de algunas sierras, una vegetación densa y algunas zonas pantanosas. Si tardaron más de cuatro meses fue porque estuvieron robando oro, perlas, esclavos y alimentos por todos los cacicazgos y pueblos por los que pasaban. De hecho, partieron del Darién  a primeros de septiembre de 1513 y regresaron el 19 de enero del año siguiente, con un botín considerable[36]. Es obvio que tanto la distancia como las condiciones ambientales fueron mucho más asequibles que las que encontraron Diego de Almagro en Chile, Francisco de Orellana en el Amazonas o Alvar Núñez Cabeza de Vaca en Norteamérica, por citar solo algunos ejemplos. La jornada fue tan llevadera que no murió ni uno solo de los 190 que le acompañaron a lo largo de toda la jornada[37]. El propio jerezano se jactó de ello en las cartas que escribió a principios de marzo de 1514, pocas semanas después de regresar de su jornada descubridora[38]. El padre Las Casas, siempre crítico con los conquistadores, ofreció otra versión del motivo por el que no hubo ningún percance entre las huestes:

No eran grandes hazañas las que hacía venciendo, como pelase con gallinas, que son todos los indios desnudos… mayormente llevando las escopetas que nunca habían visto ni oído, ni gente tan extraña y feroz como los nuestros son, comparados a aquellos que por armas tienen sus barrigas y pellejos desnudos…[39]

 

Ni un solo pueblo de la zona se rebeló contra él, pues previamente tuvo la precaución de cometer algunos actos de barbarie de manera que los amedrentados nativos en vez de plantar cara a los extranjeros, huyeron a la selva, desamparando sus pueblos[40]. Poco antes de tomar posesión del Mar del Sur, el cacique Chiape mostró su hostilidad, negándose a proveerlos de alimentos y a ofrecerles su amistad[41]. Sin embargo, fue fácil hacerle cambiar de actitud; bastaron varias andanadas de arcabuces para que los naturales, que obviamente desconocían la pólvora, temblaran aterrorizados en medio de la huida generalizada[42]. Lo cierto es que el jefe indígena se lo pensó mejor y, tras ofrecerles garantías de la conservación de su propia vida, se ofreció como leal vasallo de la corona de Castilla[43]. Por lo demás, el adelantado como buen baquiano sabía bien que la amenaza no era tanto la belicosidad indígena como el hambre. Por ello, se preocupó de estar siempre bien abastecido durante el trayecto, robando sistemáticamente las reservas de todos los pueblos por los que pasaba[44]. Por todo ello, concluye Carmen Mena que, dado el corto espacio recorrido y la escasa resistencia indígena, dicha empresa fue mucho más fácil de lo que tradicionalmente se ha sostenido[45].

Segundo, el descubrimiento tuvo ciertos aspectos cómicos, con esa teatralidad y parafernalia tan propia de la época. Corriendo un martes 25 de septiembre de 1513, sobre las diez de la mañana, los nativos advirtieron a Balboa que desde la próxima cima se podía divisar el nuevo mar. Éste ordenó inmediatamente a sus hombres que se detuvieran para ser él, el primero en divisar el citado océano, consciente de la importancia de su descubrimiento. Una vez más se verifica la percepción que ellos mismos tenían de la importancia y de la trascendencia de los hechos de armas que estaban protagonizando. La literatura ha comparado sus sensaciones al contemplar el nuevo mar con las de Aníbal cuando, orgulloso, mostró a sus hombres desde la cima de los Alpes el territorio romano que pretendía conquistar[46]. Tras todo un ritual de aspavientos, alzamiento de manos y arrodillamiento mandó llamar a sus hombres para que compartiesen el hallazgo, al tiempo que se arrodillaban y el clérigo de la expedición, Andrés de Vera, entonaba un emocionante Te Deum Laudamus[47]. El entonces gobernador del Darién los arengó, agradeciéndoles su fe en él, y destacando los servicios realizados a Dios y al rey así como la posibilidad de que todos ellos, con el favor de Cristo, se convirtiesen en los más ricos españoles que habían pisado las Indias[48]. Iniciaron el descenso y pasaron por el poblado del cacique Chiape que atemorizado por las noticias de los Tibá los recibió bien y les entregó el oro que tenía. El 29 de septiembre el jerezano decidió tomar posesión del nuevo mar: seleccionó a 26 de sus hombres, todos vestidos con las mejores galas, y junto a su perro Leoncico, y al cacique Chiape tomó posesión oficial del citado océano. Bajaron a la costa, Balboa y sus hombres vadearon el nuevo Océano hasta la rodilla, y blandiendo en alto su espada con la mano izquierda y con la derecha el invicto pendón de Castilla, tomó posesión solemne de aquel mar, en nombre de la corona de Castilla[49]. Dado que dicho día coincidió con la onomástica del arcángel San Miguel, le puso al golfo este nombre. Pero, tan gratificante acto era digno de ser vivido dos veces, por ello, justo un mes después, el 29 de octubre, el jerezano volvió a tomar posesión del nuevo océano, en esta ocasión en la playa de la isla de las Perlas[50]. Se habían acercado allí en busca de otro botín, el de las perlas que los nativos no valoraban en exceso, pues cogían las ostras simplemente para comer, acumulando las perlas que encontraban, aunque sin darles un valor suntuario[51].  Tras un amplio recorrido de regreso, sometiendo y robando a otros caciques, el 18 de enero de  1514 estaban de vuelta en Santa María del Darién con un amplio botín de guerra y con noticias prometedoras de lo descubierto.

Tercero, conviene insistir que el jerezano no lo hacía tanto por un afán descubridor como por encontrar oro. El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo lo dijo con una claridad meridiana:

El principal intento de Balboa era conseguir oro, e indios e indias de que se sirviesen[52].

Fue el hijo de Comagre, Panquiaco, el que indignado por las disputas de los hispanos por repartirse el oro robado a su propio padre, les indicó que más al sur, en el otro mar, había un pueblo muy rico que usaba vajillas de oro para comer y que tenían más metal dorado que España cobre[53]. Dado que debían viajar durante seis días por la Mar del Sur y que debían enfrentarse a grandes reyes, parece claro que se refería al Imperio de los Incas, del que había oído hablar. En realidad, se trataba de la vieja estrategia de despertar la ambición de los hispanos, en particular de Balboa y Pizarro, para conseguir que se fueran de su territorio para así librarse de su yugo. Sin embargo, en esta ocasión no era exactamente un mito, tenía conocimiento indirecto del gran reino de los incas y lo usó con ese objetivo, aunque no pudo conseguir su objetivo de librarse de los hispanos que muy al contrario habían arribado a Castilla del Oro para quedarse. De hecho, al regreso, como el océano Pacífico no producía oro que era lo que quería el jerezano, realizó una amplia caminata por otros pueblos, situados más al noroeste, robando los cacicazgos de Teoca, Pacra, Bugue, Bononaima y Chiorizo para ampliar su botín. Los naturales solían entregar pectorales de oro que usaban los guerreros; Oviedo dice que un indio principal entregó quinces. Por cierto, que por ese afán de asimilación con lo que conocían, ellos llamaban a estos pectorales circulares patenas[54].

Contaba irónicamente Oviedo que él leyó las actas del viaje levantadas por el escribano oficial Andrés de Valderrábanos y  no se consignaron pero muchas hubo, y muchos indios hizo atormentar y a otros aperrear en este camino para que le diesen oro. Y a unos se tomaban las mujeres y a otros las hijas; y como Vasco Núñez hacía lo mismo, por su ejemplo o dechado, sus mílites se ocupaban en la misma labor, imitándole[55]. De hecho, cuando el cacique de Pacra le dijo que no sabía dónde se encontraban las minas lo torturó hasta la muerte, sin conseguir que dijese un sitio que seguramente no conocía[56].

Cuando regresaron a Santa María de la Antigua, el 19 de enero de 1514, traían consigo 2.000 pesos de oro, además de perlas, prendas de algodón y unos 800 naborías en colleras. Balboa, a diferencia de otros descubridores, como Hernán Cortés o el propio Cristóbal Colón que pretendieron encontrar el Mar del Sur para ampliar el comercio, no pensó tanto en eso como en la posibilidad de encontrar nuevos pueblos con mucho oro[57]. Si había otro océano, habría otros pueblos, según decían los nativos muy ricos, y por tanto habría más riquezas que robar o rescatar. Quede claro que aunque avistara o descubriera el Pacífico, Balboa no fue ni de acción ni de vocación un descubridor sino un conquistador.

Cuarto, por obvio que resulte no podemos olvidar que eso de descubrir el océano Pacífico era más que relativo. Los nativos de Centroamérica y de Sudamérica lo tenían más que descubierto y, por supuesto, las milenarias civilizaciones orientales. Pero es más, los portugueses hacía años que navegaban por él, comerciando con las islas de la Especierías, conocidas como las Molucas. En realidad, el avance geográfico se limitó al descubrimiento para Europa del Pacífico americano porque el Pacífico asiático estaba más que descubierto.

 

Quinto, el descubrimiento y la posterior fundación de la ciudad de Panamá fue tan positivo para Occidente como nefasto para las altas civilizaciones andinas. Supuso la apertura de la puerta al Tahuantinsuyu. El propio Balboa fue el primero que ensambló los primeros barcos en el Pacífico americano, construyendo dos bergantines para explorar la isla de las Perlas y bajar hacia el sur. El gran imperio de los Incas tenía los días contados.

Dicho todo esto, ¿qué méritos caben atribuirle al jerezano? Hay que reconocerle algunos, a saber:

Uno, pretendió siempre establecer enclaves estables, estando presente en la fundación de la villa de Santa María de la Antigua, que jugaría un papel destacado en el proceso descubridor centroamericano[58]. La influencia de este establecimiento es sólo comparable a la ejercida por Veracruz en la costa Atlántica de Nueva España. En ese momento se abrió un nuevo ciclo en la historia americana que culminaría con el descubrimiento del Mar del Sur.

Dos, consiguió verificar por primera vez la existencia de un océano al otro lado, algo buscado e intuido incesantemente por Cristóbal Colón y otros marinos pero solo conseguido por el jerezano. Y además lo recorrió por una de las partes más estrechas de todo el continente americano, muy cerca de donde actualmente discurre el célebre canal de Panamá. Gonzalo Fernández de Oviedo lo dijo con gran claridad:

Pero este servicio deste descubrimiento de la mar del Sur, y ser el primero de los cristianos que la vido, y con grandísima diligencia que la buscó y halló, a sólo Vasco Núñez se debe este trofeo…[59]

 

Bien es cierto que los españoles en realidad lo que buscaban era un estrecho que, desgraciadamente para ellos, nunca apareció. Perdida toda esperanza, aprovecharon la estrechez del istmo para plantear numerosos proyectos para comunicar la costa atlántica y la pacífica, pero ninguno de ellos se llevó a efecto[60]. Sin embargo, el avistamiento del Pacífico y en una zona tan estrecha como la actual Panamá tuvo una importancia vital en la expansión de la frontera occidental. El corto recorrido que había entre los dos mares en el actual estado de Panamá, demostrado por Balboa, supuso el nacimiento de un extraordinario comercio entre el Atlántico y el Pacífico que se hacía en recuas de mulas entre Nombre de Dios o Portobelo y Panamá y actualmente a través del estratégico canal de Panamá. El hallazgo de Vasco Núñez cambió para siempre la historia de la navegación, del transporte y de la comunicación mundial. De hecho pocos meses después, partió la expedición de Magallanes-Elcano con el objetivo de dar la vuelta al mundo y descubrir la isla de la Especiería, el sueño que el jerezano nunca pudo realizar[61]. Lo cierto es que para cualquier panameño, Balboa es y será siempre, guste o no, uno de los fundadores de su patria.

Tres, no sólo descubrió el Pacífico americano sino que, inmediatamente después, construyó unos bergantines y viajó a la isla de las Perlas. Aunque su objetivo fue económico, es cierto también que fue el primer occidental que surcó las aguas del Pacífico americano, iniciando un tráfico comercial que no ha cesado de aumentar hasta nuestros días.

Cuatro, fue uno de los más genuinos conquistadores, nada más y nada menos que eso; una persona que estaba dispuesta a matar y a morir por conseguir honra y fortuna. Y así lo hizo. Gonzalo Fernández de Oviedo, no ocultaba su simpatía hacia él, al decir, que aunque no le faltaba codicia, era una persona muy valerosa en el combate[62]. Anglería, también lo elogió, aludiendo a su ímpetu descubridor porque un alma grande no sabe estarse quieta[63].

Y cinco, fue un personaje querido por su gente, por los suyos, y ello porque curaba y ayudaba a sus hombres como a hijo o hermano suyo, y siempre los recompensaba con  generosidad[64]. Esta idea fue destacada por los cronistas de su tiempo y la ha recalcado y quizás exagerado la historiografía posterior[65]. Así, por ejemplo, cuando regresó de su expedición descubridora, sacó el quinto real y repartió el botín entre sus hombres, incluyendo a su perro Leoncillo, cuya parte, 500 castellanos, se embolsó obviamente él[66]. Por tanto,  esta claro que fue leal con las personas que confiaron en él, aunque por desgracia pocos de sus hombres le fueron recíprocos.

 

6.-¿FUE UN TRAIDOR?

Vasco Núñez, como buen conquistador, pagó con su vida las codicias propias y las ajenas. En sus ambiciones expansionistas se cruzó pronto otro noble castellano, el segoviano Pedrarias Dávila, nombrado nuevo gobernador de Tierra Firme, llamada ahora Castilla de Oro. Balboa quedaría en una incómoda segunda posición, supeditado al segoviano. El enfrentamiento entre los dos caudillos estaba servido, ante la atenta mirada de Francisco Pizarro que, de momento, permanecía en la sombra a la espera de su oportunidad. La tensión entre ambos contendientes no cesó de aumentar, pese al compromiso de boda del jerezano con María de Peñalosa, una hija del gobernador. Este futuro enlace fue auspiciado por fray Juan de Quevedo, obispo de Tierra Firme, con el objetivo de limar diferencias entre uno y otro[67]. Era un viejo recurso, usado tradicionalmente por la propia monarquía para mantener la paz con los estados de su entorno. En teoría ganaban los dos, Balboa conseguía el apoyo del gobernador en sus planes expansivos y Pedrarias la lealtad de su futuro yerno[68]. El prelado siempre pensó que eso sería suficiente para evitar el enfrentamiento entre los dos titanes. Pero no fue así, marchó a España, y mientras tanto, poco después se produjo el apresamiento y posterior ajusticiamiento del jerezano[69].

En 1516 Pedrarias Dávila le autorizó a proseguir sus descubrimientos en el Mar del Sur por espacio de dos años. El adelantado se demoró porque debió transportar desde Acla las maderas y la jarcia para construir varios bergantines. De forma absurda, Pedrarias Dávila, a través de Gaspar de Espinosa, le acuso de traición por no haber regresado al punto de partida tras vencerle la licencia[70]. Pero es más, cuando supo del nombramiento del nuevo gobernador, Lope de Sosa, envió unos emisarios para informarse pues en caso de ser cierto pretendía acabar unos bergantines y proseguir sus descubrimientos fuera del alcance de la nueva autoridad[71]. Ésta era toda la traición que tenía en mente, es decir, nada de rebelarse contra la Corona de Castilla sino una simple estrategia para ganar tiempo en sus planes expansivos. Como veremos a continuación, en realidad él no fue el traidor sino el traicionado; veámoslo:

Andrés Garabito, uno de sus más cercanos colaboradores, estaba enamorado de Anayansi, una joven india hija del cacique Careta que éste entregó al jerezano y con la que éste mantuvo una relación. Incluso, en una ocasión, aprovechando la ausencia de Balboa, intentó sin éxito forzarla[72]. Cuando lo supo el jerezano le recriminó duramente su actitud[73]. Éste, que aparentemente mostró su arrepentimiento, se sintió despechado por lo que escribió a Pedrarias Dávila que el adelantado se había alzado en la zona del rio de la Balsa, contra su autoridad y la de su Majestad. El segoviano, que en el fondo siempre receló del jerezano, creyó o fingió creer el testimonio de Garabito y ordenó su apresamiento[74]. Así, estando de regreso en la ciudad de Antigua fue apresado, bajo la acusación de tramar una rebelión. Entre los que participaron personalmente en el arresto estaba su antiguo amigo y colaborador Francisco Pizarro. En ese justo momento, Balboa intentó disuadir a su antiguo capitán, diciéndole: no solíais vos antes salir así a recibirme, pero Pizarro se limitó a responder que cumplía órdenes del gobernador[75]. Fue encadenado y encerrado en la casa más segura de la villa de Acla, la de Juan de Castañeda. Probablemente, el apresamiento se produjo por la defección de personas cercanas a él, las mismas que le juraron lealtad hasta la muerte, cuando tomaban posesión del océano Pacífico[76]. Ya los cronistas se extrañaron por el hecho de que nadie advirtiese al jerezano de las verdaderas intenciones de los enviados de Pedrarias Dávila. Según Antonio de Herrera ninguno lo hizo por miedo a la posible represalia del segoviano[77]. Pero es más, incluso después de su ejecución no se produjeron ni tan siquiera protestas de los hombres que habían hecho historia con él durante varios años[78]. Tuvo que ser su hermano Gonzalo Núñez de Balboa el que, varios años después, reivindicara su memoria para así recuperar algunas de sus posesiones, en especial su enjundiosa encomienda[79].

 

Fue trasladado a Acla donde se le instruyó un juicio sumarísimo, plagado de testigos comprados que testificaron en su contra. En enero de 1519 fue condenado  a morir decapitado junto a otros cuatro de sus incondicionales, a saber: Fernando de Argüello, Luis Botello, Hernán Muñoz y Andrés de Valderrábanos[80]. Los cargos fueron los mismos de siempre: la muerte de Diego de Nicuesa, la expulsión del bachiller Enciso, el fracaso en el Dabaibe y el haber sobrepasado en nueve o diez meses el plazo que tenía de exploración en el mar del Sur[81]. Sin embargo, de los dos primeros casos ya había sido absuelto, y los otros dos cargos no tenían peso suficiente ni para encausarlo. El jerezano protestó y alegó con fundamento que jamás pensó en la rebelión contra la corona de Castilla, pues de haber sido así jamás se hubiese dejado apresar. Y no le faltaba razón, en el momento de su arresto disponía de 300 hombres bien armados y adiestrados y cuatro navíos, suficientes para resistir a cualquier hueste que se hubiese enfrentado a ellos.

Según algunos cronistas, Gaspar de Espinosa, consciente de la injusticia que se estaba cometiendo, cedió, pues aunque mantuvo su acusación de traición, añadió que por sus muchos méritos merecía evitar la pena capital, sugiriendo su envío a España. Pero, Pedrarias Dávila, haciendo gala a su apelativo de furor domini, insistió: Pues si pecó, muera por ello[82]. Efectivamente, Espinosa cumplió la orden, dándole tiempo eso sí, a confesar y a comulgar; de nada sirvió su defensa, pues, como dijo Girolamo Benzoni, donde reina la fuerza de nada vale defenderse con la razón[83] No menos claro lo dijo Fernández Oviedo para quien nadie creía en la traición del jerezano pero la ejecución la permitió Dios como pago por la muerte de Diego de Nicuesa[84].

En enero de 1519, fue conducido al cadalso mientras un pregonero voceaba: ésta es la justicia que manda hacer el Rey nuestro señor y don Pedrarias Dávila, su lugarteniente, por traidor y usurpador de las tierras sujetas a su real corona[85]. Murió  jurando que todo era mentira y que ni siquiera pensó que se pudiera imaginar de él esa posibilidad[86]. Y era cierto porque pudo huir y no lo hizo, pues nunca sospechó lo que le esperaba. Pero, daba igual, el viejo Pedrarias se quitaba un incómodo rival de encima al igual que Francisco Pizarro, que tuvo desde entonces el camino despejado hacia el Tahuantinsuyu.

Su ejecución en Acla, cuando debía tener unos 44 años de edad,  fue absolutamente injusta porque no hubo rebelión contra la autoridad vigente, ni hizo nada diferente de lo que hacían habitualmente el resto de sus compatriotas[87]. El autor moral, Pedrarias Dávila, no era menos codicioso ni tenía menos muertes a sus espaldas, mientras que el licenciado Espinosa, el ejecutor material, causó tantos estragos en tierras del cacique Quema que, según Las Casas, dejó 40.000 ánimas en los infiernos plantadas[88].

Ahora bien, quien a hierro mata a hierro muere, y eso exactamente fue lo que le ocurrió al guerrero extremeño. De hecho, Balboa condenó a una muerte segura a Diego de Nicuesa, cuando le obligó a zarpar rumbo a la Española en un bergantín en mal estado, el 1 de marzo de 1511. Y ello a pesar de que incluso suplicó que le permitiesen quedarse como un soldado más[89]. Lo cierto es que nunca más se supo de él ni de los 16 files que le quisieron acompañar, por lo que se supuso, cuenta Anglería, que se fueron todos a pique con el mismo barco[90]. Los cronistas justificaban por norma las ejecuciones como un castigo divino por los pecados cometidos en vida. El padre Las Casas que denunció los robos y atropellos de  Balboa y sus hombres, como los de otros conquistadores, se consolaba diciendo que la mayoría de ellos no pudo disfrutar del botín porque tuvo un mal final, muriendo en breve plazo[91]. En cambio, Fernández de Oviedo también creía en la inocencia del jerezano, pero su ejecución la permitió Dios como castigo por la muerte de Nicuesa[92].

El extremeño se la jugó en varias ocasiones, a sabiendas de que podría salirle mal como de hecho le salió. En el mismo año de 1510, cuando viajó de polizón en la nao del bachiller Enciso, estuvo a punto de ser abandonado en una isleta y se salvó milagrosamente. No llevaba más que lo puesto, además de su espada y de su perro Leoncico; ahí pudo haber acabado todo, cuando aún era un desconocido[93]. Pero en ese momento tuvo la suerte que le faltó en otros momentos. Bien es cierto que las traiciones en la conquista fueron una constante, igual que Balboa condenó a Nicuesa, Pedrarias Dávila a Balboa, Sebastián de Belalcázar a Jorge Robledo, Hernán Cortés a Cristóbal de Olid, Hernando Pizarro a Diego de Almagro el Viejo, y Diego de Almagro el Joven a Francisco Pizarro, etc. Como podemos observar, la conquista no sólo implicó la desaparición del mundo de los vencidos sino también un sinfín de traiciones y asesinatos entre los vencedores. En una ocasión, salió Balboa a hacer una de sus expediciones descubridoras y dejó la villa de Acla al mando de Diego Albítez. Pues bien, cuando regresó se encontró que éste había ido a la Española a solicitar autorización de los padres jerónimos para poblar una villa en Nombre de Dios y continuar los descubrimientos en el Mar del Sur[94]. Queda bien claro, que durante la Conquista se sucedían las traiciones de unos a otros sin el más mínimo miramiento, pues todos aspiraban a tener su propia gobernación y no ser segundones de nadie.

¿Por qué fracasó? pues por distintos motivos, el primero de ellos por la falta de protectores en la Corte y en las propias Indias, y en cambio por los muchos enemigos que su rápido encumbramiento le granjeó[95]. Sin embargo, la principal causa fue simplemente una cuestión de tiempo; su descubrimiento llegó tarde por unos meses o quizás un año. Pedrarias fue nombrado capitán general y gobernador de Castilla del Oro el 27 de julio de 1513, mientras que el descubrimiento del Mar del Sur se produjo en septiembre y no se conoció en la Corte hasta mayo de 1514[96]. Es decir, si el descubrimiento del Mar del Sur se hubiese producido un año antes, la historia para Balboa habría cambiado radicalmente, pues nunca se hubiese nombrado por gobernador al segoviano. El jerezano conocía el problema, de hecho a finales en 1512, cuando ya intuía la existencia de otro mar en la otra orilla, envió a Colmenares y a Caicedo, informando de su posible existencia[97]. En mayo del año siguiente estaban ante el rey, causando una grata impresión, aunque no lo suficiente como para cambiar la mala fama que el jerezano tenía en los medios cortesanos[98]. En enero de 1513 volvió a escribir a la Corona, solicitando bastimentos para abastecer a la villa de Santa María de la Antigua, aunque tampoco tuvo demasiada repercusión[99]. Y poco después envió con poderes al gallego Sebastián de Ocampo, con tan mala fortuna que enfermó en Sevilla y murió en julio de 1514[100].

Desgraciadamente, no les prestaron mucha atención porque a esas alturas la Corona ya no creía en promesas sino que quería realidades. De nuevo, una vez que regresó de su descubrimiento, en enero de 1514, envió delegaciones a Santo Domingo, donde entregó un buen presente al poderoso tesorero Miguel de Pasamonte, y a España, llevando al rey su quinto real y un buen  presente de perlas. Para tal cometido comisionó al bilbaíno Pedro de Arbolancha un hombre de su más absoluta confianza que lo había acompañado en toda la jornada y, por tanto, conocía de primera mano todo lo sucedido[101]. La alegría en la Corte fue considerable y decidieron nombrarle adelantado de la Mar del Sur, olvidando las traiciones a Nicuesa y Enciso. Sin embargo, había un problema, hacía un año que se había despachado al segoviano Pedrarias Dávila, como gobernador de Castilla del Oro. Y el motivo de su envió había sido precisamente la mala fama del jerezano, difundida por enemigos acérrimos como el bachiller Enciso, que habían calado hondo en la Corte[102]. El descubrimiento del Mar del Sur y el rico presente cambió la actitud de la Corona pero era demasiado tarde, la suerte estaba echada; era cuestión de tiempo que estallase un conflicto entre ambos, como había ocurrido cada vez que se había establecido una bicefalia en el mando. Si el descubrimiento del Mar del Sur hubiese ocurrido un año antes es posible que la gobernación hubiese recaído directamente sobre el jerezano y, por tanto, la gran armada de Pedrarias Dávila nunca hubiese sido concebida ni despachada[103].

 

CONCLUSIONES

El jerezano fue un hombre de su tiempo que se comportó de la manera que todos esperaban que se comportase. Un conquistador, nada más y nada menos que eso, a medio camino entre el refinamiento de Hernán Cortés y el analfabetismo de Francisco Pizarro. Pero compartía con ellos lo esencial, era un hombre de acción, dispuesto a todo tipo de transgresiones con tal de lograr su objetivo de engrandecimiento social y económico, de pasó que servía a los intereses reales y divinos.

Fue leal a las personas que confiaron en él. Y por ello, en el contexto de su época, debemos valorarlo. Eso no impide que podamos juzgar e incluso denunciar formas de actuar del pasado, como el uso reincidente y recurrente de la guerra o la  tolerancia con la esclavitud. Precisamente, si en algo puede ayudar la historia a la sociedad actual es en destapar los errores del pasado para intentar construir un mundo más justo y humano. Sin este componente transformador del presente la historia no tiene demasiado sentido. El hecho de que la guerra o la esclavitud estuviesen plenamente aceptadas en la época no nos exime de nuestra obligación de denunciar esas actitudes del pasado para evitar que se sigan repitiendo miméticamente en el presente y en el futuro. Ello es lo que da sentido a nuestro trabajo como historiador.

Su descubrimiento del Mar del Sur fue un hito más en el proceso de expansión de Occidente, es decir, la llegada a las puertas del Tahuantinsuyu, que a corto o medio plazo terminó provocando su dramático derrumbe. Un capítulo más en la historia de la humanidad, donde el más fuerte siempre se impuso al más débil. No es que no se pueda celebrar la efeméride pero, al menos debían cumplirse dos condiciones:

Una, saber exactamente lo que conmemoramos y otra, aprovechar la ocasión para trazar puentes entre Europa y América, fomentando la cooperación y aprendiendo juntos de las experiencias traumáticas del pasado. Tampoco estaría mal, de paso, recuperar la memoria histórica, rescatando del olvido a los perdedores, a las miles de víctimas que murieron luchando contra unos extranjeros que terminaron destruyendo su mundo. Conocemos bien a los vencedores pero no a los vencidos: reyezuelos como Pocorosa, Panquiaco o Chiape y miles de pobres nativos que perecieron esclavizados en las minas o en las colleras donde iban porteando los víveres y el oro que los propios hispanos les habían robado previamente. Este recuerdo del pasado, con todo su dramatismo intrínseco, nos podría animar en nuestro empeño por crear un mundo mejor y más justo para todos. Éste es el perfil que a mi juicio debería tener este V Centenario.

Probablemente el adelantado Vasco Núñez no fue más que otra víctima de la vorágine de la conquista que se llevó por delante no sólo a millones de nativos, sino también a cientos de conquistadores, adelantados, descubridores, ambiciosos y visionarios. Tanta mala fortuna que decía irónicamente Fernández de Oviedo, que nadie en sus cabales querría llevar el título de adelantado[104] Toda una generación de guerreros, cegados por el ansia de honra y fortuna, que terminaron sus días de manera tan dramática como los amerindios a los que sometieron con la coartada de la civilización.

Restituyamos al mito al terreno de la Historia, Núñez de Balboa fue un conquistador, con todo lo que esa palabra indica. No intentemos ver en él aspectos bondadosos o humanitarios de los que él mismo se ruborizaría.  

 

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[1] KOSELLECK, Reinhart: Futuro pasado. Contribución semántica de los tiempos históricos. Barcelona, 1993, pp. 19-20.

[2] Sobre el estancamiento de la historia y las nuevas propuestas de análisis histórico puede verse el reciente libro de BOLDIZZONI, Francesco: La pobreza de Clío. Crisis y renovación en el estudio de la historia. Barcelona, Crítica, 2013.

 

[3] BAYLE, Constantino S.J.: Vasco Núñez de Balboa. Madrid, Administración de Razón y Fe, 1923, p. 108.

[4]HERRERA, Antonio de: Historia General de los hechos de los castellanos en las Islas y Tierra Firme del Mar Océano, T. I. Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 1991,  p. 556.

[5] BETHANY, Aram: Leyenda negra y leyendas doradas en la conquista de América. Pedrarias y Balboa. Madrid, Marcial Pons, 2008, p. 33 y 228.

[6] LUCENA SALMORAL, Manuel: Vasco Núñez de Balboa, descubridor de la Mar del Sur. México, Editorial Anata, 1991, p. 5.

[7] CABAL, Juan: Balboa, descubridor del Pacífico. Barcelona, Editorial Juventud, 1958, pp. 14-15.

[8] LARRAGOITI, Antonio S. de: Vasco Núñez de Balboa. Madrid, Talleres Gráficos Victoria, 1958, p. 121.

[9] El libro en cuestión era el de BLAS ARITIO, Luis: Vasco Núñez de Balboa y los cronistas de Indias. Panamá, 2013.

[10] El uso de perros adiestrados para el combate contra animales o contra otros seres humanos tenía una larga tradición que como mínimo se remontaba a la antigüedad. Estos perros de la conquista habían sido adiestrado para despedazar indios, como indicó fray Bartolomé de Las Casas y otros cronistas. Sobre los aperreamientos de indios véase los trabajos de MIRA CABALLOS, Esteban: Conquista y destrucción de las Indias. Sevilla, Muñoz Moya, 2009, pp. 208-209  y de ROJAS, José María: La estrategia del terror en la guerra de conquista, 1492-1552. Medellín, Hombre Nuevo Ediciones, 2011, pp. 75-81.

[11] LAS CASAS, Fray Bartolomé de: Historia de las Indias, T. III. Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1951, p. 36. El 18 de julio de 1513 Pedrarias recibió una real cédula por la que se le ordenaba que instruyese un juicio de residencia al jerezano por el tiempo que fue alcalde mayor del Darién. Publicada en ALTOLAGUIRRE Y DUVALE, Ángel de: Vasco Núñez de Balboa. Madrid, Imprenta del Patronato de Huérfanos de Intendencia e Intervención Militares, 1914, pp. 35-36.

[12] LAS CASAS: Ob. Cit., T. II, p. 576.

[13] LAS CASAS: Ob. Cit., T. II, p. 595.

[14] MENA GARCÍA, María del Carmen: El oro del Darién. Entradas y cabalgadas en la conquista de Tierra Firme (1509-1526). Sevilla, Consejería de la Presidencia, 2011, p. 155.

[15] BETHANY: Ob. Cit., p. 249.

[16]ROMOLI, Kathleen: Vasco Núñez de Balboa, descubridor del Pacífico. Madrid, Espasa Calpe, 1967,  p. 369.

[17] Pedro Mártir de Anglería afirma que colocaba los escuadrones de perros, que guardaban en la pelea la primera línea, y jamás rehusaban pelear. ANGLERÍA, Pedro Mártir de: Décadas del Nuevo Mundo. Madrid, Editorial Polifemo, 1989,  p. 165.

[18] KIRKPATRICK, F. A.: Los conquistadores españoles. Madrid, Espasa Calpe, 1986, pp. 42-43.

[19] FERNÁNDEZ DE OVIEDO; Gonzalo: Historia General y Natural de las Indias, T. III. Madrid, Atlas, 1992, p. 217.

[20] El título de adelantado de un mar, en este caso el del Sur, tenía algunos precedentes en la Castilla bajomedieval,. Por ejemplo, en 1260 el rey nombro adelantado mayor de la mar a Juan García. ORTUÑO SÁNCHEZ-PEDREÑO, José María: “El triste final del adelantado de la Mar del Sur, Vasco Núñez de Balboa”, Anales de Derecho Nº 19, Murcia, 2001, p. 176.

[21] HERRERA: Ob. Cit., T. I, p. 553. Este hecho lo citan con pocas variantes casi todos sus biógrafos. Véase, por ejemplo a BAYLE: Ob. Cit., p. 28.

[22] ALTOLAGUIRRE: Ob. Cit., p. 9.

[23] En las Partidas de Alfonso X se decía que un Adelantado era un hombre metido adelante en algún hecho señalado, por mandado del rey. En la Castilla bajomedieval venía a ser una persona que ostentaba el mando en una zona fronteriza o recién conquistada y que tenía poderes civiles y militares.  VIGÓN, Jorge: El ejército de los Reyes Católicos. Madrid, Editora Nacional, 1968, p. 151. En América, los Adelantados solían firmar una capitulación con el rey por la que se comprometía a descubrir o conquistar un determinado territorio a cambio de varias prerrogativas, entre ellas las inherentes al propio título. El caso de Balboa era singular ya que se le hizo adelantado no de un territorio sino de un mar.

[24]Dabaibe era la madre del dios creador y, según la leyenda, tenía un tempo de oro macizo donde se realizaban sacrificios humanos. Los nativos lo ubicaban a unas 40 leguas de la villa de Santa María de la Antigua. MÉNDEZ PEREIRA, Octavio: Núñez de Balboa. El tesoro del Dabaibe. Madrid, Espasa-Calpe, 1975,  pp. 51-52. MARTÍNEZ RIVAS, J. R.: Vasco Núñez de Balboa. Madrid, Quorum, 1987, pp. 39 y ss.

[25] LUCENA SALMORAL: Ob. Cit., pp. 62-69.

[26] MARTÍNEZ RIVAS: Ob. Cit., p. 40.

[27]PEREIRA IGLESIAS, José Luis: “Vasco Núñez de Balboa y el descubrimiento del océano Pacífico”,  en Extremadura y América, Vol. II. Badajoz, 1988, p. 197.

[28] ALTOLAGUIRRE: Ob. Cit., p. LXXXVIII.

[29] Por ejemplo, la historiadora norteamericana Kathleen Romoli  sitúa al mismo nivel el descubrimiento del Pacífico con el de América y con la primera vuelta al mundo. ROMOLI: Ob. Cit., p. 183.

[30] Véase, por ejemplo, a LUMMIS, Carlos F.: Los exploradores españoles del siglo XVI. Vindicación de la acción colonizadora española en América. Madrid, Espasa Calpe, 1968, p. 48.

[31] RUIZ DE OBREGÓN Y RETORTILLO, Ángel: Vasco Núñez de Balboa. Historia del descubrimiento del Océano Pacífico, escrita con motivo del Cuarto Centenario de su fecha.  Barcelona, Casa Editorial Maucci, 1913, p. 67.

[32] Ibídem, p. 68.

[33] KIRKPATRICK: Ob. Cit., p. 43.

[34] LUCENA SALMORAL: Ob. Cit., p. 76.

[35] Octavio Méndez afirma que hizo otra ruta de regreso para tener un más amplio conocimiento del istmo, sin embargo, el gran botín obtenido en oro, ropa y esclavos, indican que su objetivo era bastante más crematístico.  MÉNDEZ PEREIRA: Ob. Cit., p. 84.

[36] LAS CASAS: Ob. Cit., T. III, p. 10.

[37] En la campaña del Dabaibe sí que perdió a algunos de sus hombres y él mismo resulto herido. LAS CASAS: Ob. Cit., T. III, pp. 46-47. No obstante, él siempre socorría a los compañeros heridos, pues estimaba que era poca reputación para con   los indios perder ningún vivo. HERRERA: Ob. Cit., T. I, p. 554.

[38] ANGLERÍA: Ob. Cit., p. 184.

[39] LAS CASAS: Ob. Cit., p. 11.

[40] HERRERA: Ob. Cit., T. I, p. 555. También en MENA: El oro del Darién, p.p. 186-187.

[41] LÓPEZ DE GÓMARA, Francisco: Historia General de las Indias, T. I. Madrid, Orbis, 1985, p. 105.

[42] GARRISON, Omar V: Balboa el conquistador. La odisea de Vasco Núñez descubridor del Pacífico. Barcelona, Ediciones Grijalbo, 1977, p. 215.

[43] Ibídem.

[44] El propio Balboa a su regreso del descubrimiento del pacífico, en enero de 1514 escribió que a veces pasaron tal hambre que preferían una cesta de maíz que otra de oro. Cit. en La conquista de América. Antología del pensamiento de Indias (ed. de Ricardo Piqueras). Barcelona, Península, 2001, p. 129.

[45] MENA: El oro del Darién, p. 177.

[46] ANGLERÍA: Ob. Cit., p. 166.

[47] LAS CASAS: Ob. Cit., T. II, p. 594. La emoción de este momento ha sido recreado por la literatura. Véase por ejemplo a GARRISON: Ob. Cit., pp. 212-213.

[48] MÉNDEZ PEREIRA: Ob. Cit., p. 76. MARTÍNEZ RIVAS: Ob. Cit., pp. 66-67.

[49] Con ligeras variantes se ha reproducido en decenas de obras el ceremonial de a toma de posesión. Véase, por ejemplo, a GARRISON: Ob. Cit., p. 217-218.

[50] MORALES PADRÓN, Francisco: Historia del descubrimiento y conquista de América. Madrid, Editorial Gredos, 1990, p. 208.

[51] LUCENA SALMORAL: Ob. Cit., pp. 88-89.

[52] FERNÁNDEZ DE OVIEDO: Ob. Cit., T. III, p. 219.

[53] Al parecer, cuando pesaban el oro arrebatado a su padre, dio un golpe en la mesa donde estaban las balanzas  y dijo que si por tan poca cosa discutían, que él les mostraría una tierra al sur donde había oro suficiente para calmar su codicia. LAS CASAS: Ob. Cit., T. II, p. 573.HERRERA: Ob. Cit., T. I, p. 556.Tambin citado en KIRKPATRICK: Ob. Cit., p. 43.

[54] La patena era el platillo circular dorado que se usa para colocar la Hostia consagrada en la celebración de la misa.

[55] FERNÁNDEZ DE OVIEDO: Ob. Cit., T.  III, p. 219.

[56] LUCENA SALMORAL: Ob. Cit., p. 90.

[57] Manuel José Quintana, prestigioso historiador decimonónico, en su afán por ensalzar su hazaña aumentó el botín con el que regresó hasta los 40.000 pesos de oro, cifra exagerada y sin fundamento documental. QUINTANA, Manuel José: Vasco Núñez de Balboa. Madrid, Ediciones Ambos Mundos, s/f., p. 69.

[58] PEREIRA IGLESIAS: Ob. Cit., Vol. II, p. 194.

[59] FERNÁNDEZ DE OVIEDO: Ob. Cit., T. III, p. 221.

[60] Finalmente, en 1915, se abriría al tráfico naval el canal, cuatrocientos dos años después del descubrimiento del jerezano. CABAL: Ob. Cit., p. 184.

[61] LUCENA SALMORAL: Ob. Cit., p. 124,

[62] FERNÁNDEZ DE OVIEDO: Ob. Cit., T. III, p. 209.

[63] ANGLERÍA: Ob. Cit., p. 1163.

[64] FERNÁNDEZ DE OVIEDO: Ob. Cit., T. III, p. 209.

[65] Bayle haciéndose eco de los textos de Oviedo afirma que con sus soldados era como un padre, aspecto en el que ningún otro conquistador le igualó. BAYLE: Ob. Cit., p. 31.

[66] LÓPEZ DE GÓMARA: Ob. Cit., T. I, p. 110.

[67] Obviamente el enlace nunca se llegó a celebrar por lo que años después lo hizo con Rodrigo de Contreras, sucesor de su suegro en la gobernación de Nicaragua.

[68] BETHANY: Ob. Cit., p. 118.

[69] Fernández de Oviedo afirma que si el obispo hubiese permanecido en Castilla del Oro, la ejecución del jerezano nunca se habría producido. FERNÁNDEZ DE OVIEDO: Ob. Cit., T. III, pp. 252-253. Una versión parecida defiende LAS CASAS: Ob. Cit., T. III, pp. 77-78.

[70] ORTUÑO: Ob. Cit., pp. 176-177.

[71] GARRISON: Ob. Cit., pp. 271-274.

[72] Al parecer, la intentó convencer de que sería pronto repudiada por el jerezano dado que había aceptado los esponsales con la hija mayor de Pedrarias. Sin embargo, la india, pese al disgusto de la noticia, rechazó a su  pretendiente, provocando el conflicto. ROMOLI: Ob. Cit., p. 364.

[73] MÉNDEZ PEREIRA: Ob. Cit., p. 128.

[74] LAS CASAS: Ob. Cit., T. III, p. 84.

[75] QUINTANA: Ob. Cit., p. 97. MÉNDEZ PEREIRA Ob. Cit., p. 132; BAYLE: Ob. Cit., pp. 103-104. GARRISON: Ob. Cit., p. 276.

[76] CABAL: Ob. Cit., p. 106.

[77] HERRERA: Ob. Cit., T. I, p. 715.

[78] LUCENA SALMORAL: Ob. Cit., p. 124. BETHANY: Ob. Cit., p. 138.

[79] BETHANY: Ob. Cit., p. 230.

[80] FERNÁNDEZ DE OVIEDO: Ob. Cit., T. III, p. 256. También en BETHANY: Ob. Cit., p. 124.

[81] BETHANY: Ob. Cit., p. 134.

[82] Esta postura dubitativa de Espinosa la recogió el padre Las Casas y siguiéndole a él, Antonio de Herrera y una buena parte de la historiografía moderna y contemporánea. LAS CASAS: Ob. Cit., T. III; p. 86. HERRERA: Ob. Cit., T. I, p. 716. GARRISON: Ob. Cit.,  pp. 278-279. Sin embargo, este episodio lo omite Gonzalo Fernández de Oviedo, que interpreta que Espinosa, como enemigo capital del jerezano, no dudó a la hora de dictar la pena capital. Cit. en BAYLE: Ob. Cit., p. 105.

[83] BENZONI, Girolamo: Historia del Nuevo Mundo. Madrid, Alianza Editorial, 1989, p. 142.

[84] FERNÁNDEZ DE OVIEDO: Ob. Cit., T. III, p. 256.

[85] ORTUÑO: Ob. Cit., p. 179.

[86] MARTÍNEZ RIVAS: Ob. Cit., p. 153.

[87] Aram Bethany intenta demostrar que la traición no se produjo contra Pedrarias sino contra el que iba a ser su sucesor en la gobernación de Castilla del Oro. BETHANY: Ob. Cit., p. 140. Balboa nunca lo admitió, ni las fuentes son suficientes como para sostener tal hipótesis.

[88] LAS CASAS: Ob. Cit., T. III, p. 76.

[89] MÉNDEZ PEREIRA: Ob. Cit., p. 32.

[90] ANGLERÍA: Ob. Cit., p. 114.

[91] LAS CASAS: Ob. Cit., T. III, p. 10.

[92] Cit. en BETHANY: Ob. Cit., pp. 227-228.

[93] ROMOLI: Ob. Cit., p. 71.

[94] LAS CASAS: Ob. Cit., T. III, p. 78.

[95] ALTOLAGUIRRE: Ob. Cit., p. XXXVIII.

[96] El citado nombramiento está publicado en ALTOLAGUIRRE: Ob. Cit., pp. 31-35.

[97] PEREIRA IGLESIAS: Ob. Cit., Vol. II, p. 198.

[98] MÉNDEZ PEREIRA: Ob. Cit., p. 63.

[99] La Citada misiva fue publicada por Martín Fernández de Navarrete, y aparece reproducida en PEREIRA IGLESIAS: Ob. Cit., Vol. II, pp. 198-199.

[100] Poco antes, el 26 de junio de 1514, estando enfermó, además de otorgar su codicilo traspasó su poder en su primo Alonso de Noya, adelantándole cincuenta ducados de oro. Fondo Otte, Carp. 26. Lo cierto es que entre una cosa y otra, las gestiones se demoraron.

[101] HERRERA: Ob. Cit., T. I, p. 611.

[102] BETHANY: Ob. Cit., p. 87.

[103] MORALES PADRÓN: Ob. Cit., p. 210.

[104] MIRA CABALLOS: Ob. Cit., p. 260.

Oct 012011
 

Esteban Mira Caballos.

1.  INTRODUCCIÓN

En la España del siglo XVI se popularizó la palabra perulero, para aludir a aquella persona que había hecho una gran fortuna en el Perú y regresaba rica. Con el tiempo, terminó aludiendo a todo aquel que se enriquecía comerciando con las Indias, incluso desde Sevilla, sin cruzar el charco. Pues bien, Hernando Pizarro puede considerarse el primer perulero, aunque todavía no se usase ese término, es decir, la primera persona que regresó inmensamente rica del Perú. Concretamente, arribó a la capital Hispalense el 9 de enero de 1534, pletórico, acaudalado, cargado con miles de pesos de oro y un buen número de piezas sin fundir que despertaron la admiración de todos. El impacto causado entre los sevillanos se recordó durante décadas.

Personalmente, hace años que intuía que en el Archivo Histórico Provincial de Sevilla, debían conservarse cartas notariales, formalizadas en ese año por el trujillano, donde se reflejase su actividad económica. Sin embargo, la investigación revestía un problema: en Sevilla había entonces veinticuatro escribanías de las que al menos la mitad conservaban documentación del año 1534. Pero es más, escribanos como Pedro Castellanos, tenían un legajo por cada cincuenta días, es decir, en torno a siete u ocho protocolos anuales. Encontrar la documentación generada por Hernando Pizarro en el Archivo de Protocolos sin disponer de ninguna pista era como buscar una aguja en un pajar. Sin embargo, el dato que buscábamos lo obtuvimos causalmente en un documento, también notarial, formalizado en Valladolid, el 7 de junio de 1552. En dicha escritura Hernando Pizarro revocó el testamento dictado en Sevilla el 6 de octubre de 1534, ante el escribano Pedro Castellanos1. Era el dato que necesitaba porque lo normal, salvo imprevistos, era que todas las escrituras otorgadas en Sevilla en ese año las hubiese formalizado en la escribanía número cinco, ante el mismo amanuense. Y efectivamente así ocurrió; todos los documentos otorgados por él o sus apoderados en la capital hispalense se formalizaron ante este escribano. Desgraciadamente, la búsqueda del testamento resultó infructuosa, pues del mes de octubre se ha perdido una parte de la documentación. Sin embargo, como no hay mal que por bien no venga, gracias a esta referencia pudimos localizar un buen ramillete de manuscritos firmados por el trujillano o sus apoderados en Sevilla, a lo largo de 1534. El modesto objetivo de esta comunicación no es otro que dar a conocer ese material inédito, que muestran la intensa actividad económica desplegada por Hernando en la Península. Si los hermanos Pizarro no fueron capaces en 1529 y 1530 de despertar entusiasmos y adhesiones más allá de su propia ciudad natal, en 1534, el metal precioso andino, despertó la codicia de decenas de negociantes, prestamistas, comerciantes, artesanos y gente de la mar –maestres, pilotos y marineros- que dirigieron sus miras hacia la gobernación de Nueva Castilla. En parte, el mérito habrá que reconocérselo a Hernando Pizarro.

2. EL HIJO LEGÍTIMO DEL CAPITÁN GONZALO PIZARRO

Como es bien sabido, Hernando Pizarro era hijo legítimo del capitán Gonzalo Pizarro, nacido probablemente entre 1502 y 1503, y llegado al Perú siendo un joven de unos treinta años2. Gonzalo Fernández de Oviedo, que lo conoció personalmente, lo describió como más legítimo en la soberbia, hombre de alta estatura e grueso, la lengua e los labios gordos e la punta de la nariz, con sobrada carne e encendida. Asimismo, le acuso de ser el origen de todos los males e discordias en la tierra austral3. Y aunque debemos reconocer que el cronista se alineó con el bando almagrista y manifestó siempre una gran antipatía hacia él, es seguro que era una persona orgullosa y recta, pues en ello coinciden otros testimonios, como el de Antonio de Herrera, que afirmó que era más inclinado a severidad que a mansedumbre4.

Abandonó el Perú en dos ocasiones: una en 1533, regresando en el primer tercio de 1535, y otra el 3 de abril de 1539, en esta ocasión de forma definitiva. Y digo que definitiva porque nunca más regreso al Perú. Su objetivo en el primer viaje era obtener mercedes para todos mientras que, en el segundo, trató de justificar lo injustificable, es decir, la ejecución del gobernador de Nueva Toledo, Diego de Almagro El Viejo. Nada más pisar tierras peninsulares, comenzaron sus problemas con la justicia, agudizados por sus problemas de liquidez ya que le embargaron gran parte del capital repatriado. Los almagristas se habían encargado de difamarlo en la Corte, acusándolo de ser el causante de las rebeliones de Manco Cápac y de Diego de Almagro así como del ajusticiamiento de éste último. Las cosas se agravarían tres meses después, tras el asesinato de su hermano en su palacio limeño. Lo cierto es que, carente de argumentos en su defensa, fue apresado y encarcelado. En un primer momento fue condenado al destierro, por sentencia dada en Valladolid, el 3 de marzo de 15455. Sin embargo, finalmente el dictamen fue reconsiderado y se le permitió continuar su confinamiento en España. Desde el 14 de mayo de 1540 estuvo recluido en el alcázar de Madrid, pasando al Castillo de la Mota el 8 de junio de 1543, donde permanecería hasta 1559, es decir, por espacio de dieciséis años.

Pese a todo, podemos decir que fue el más sagaz de los hermanos, el que pudo culminar el proyecto de consolidación de la estirpe entre la alta nobleza castellana. De hecho, a su muerte en 1578, cuando debía rondar los 75 o 76 años, era una persona muy influyente política, social y económicamente. Políticamente, porque compró a perpetuidad el cargo de alférez mayor de Trujillo que ostentaron sus herederos6. Se trataba de un rango militar muy apreciado, tan sólo por detrás del capitán y del maestre de campo. Portaba el estandarte real en el combate, y era el que alzaba el pendón regio en la aclamación de los reyes, teniendo voz y voto en los cabildos, donde disfrutaba del privilegio de entrar al mismo con espada. Socialmente, porque, aun sin título nobiliario, era considerado como un miembro destacado de la alta nobleza7. Y económicamente, porque las remesas que le fueron llegando procedentes del Perú y sus rentas en la Península en forma de censos, juros y propiedades rústicas le convirtieron en una de las personas más ricas de España.

3. RAZONES DE UN RETORNO

Viendo el Inca Atahualpa que su vida corría serio peligro, tomó la iniciativa de ofrecer a sus captores un enjundioso rescate: nada menos que un cuarto lleno de oro y otros dos de plata8. Lógicamente, Francisco Pizarro aceptó la propuesta, comenzando a fluir hacia Cajamarca todo un reguero de piezas de oro y plata procedentes de todos los rincones del Tahuantinsuyo. Pero, como el metal precioso no entraba con toda la rapidez que los hispanos querían, enviaron dos expediciones: una, formada por algunos voluntarios, entre los que se encontraban Pedro Martín de Moguer, Juan de Zárate y Pedro Martín Bueno, para que fueran a Cuzco a agilizar el envío. Y otra, encabezada por Hernando Pizarro, que se dirigió al templo sagrado de Pachacamac, que fue saqueado por éste y sus hombres a principios de abril de 1533. Este santuario yunga, cercano a la costa, era el templo más devoto que poseían los naturales, por lo que no es de extrañar que algún cronista escribiera que era para ellos como la Meca entre los moros9. El 14 de abril de ese año, regresó a Cajamarca, trayendo en sus alforjas nada menos que 27 cargas de oro y 2.000 marcos de plata10.

La fundición del metal en barras quilatadas de oro y plata comenzó el 13 de mayo de 1533, procediéndose al reparto oficial un mes después, exactamente el 17 de junio de ese mismo año, levantando acta detalla el escribano calagurritano Pedro Sancho de la Hoz11. Tras fundirlo en barras, sacado el quinto real y el uno por  ciento  del  fundidor,  el  oro  repartido  entre  los  presentes  ascendió  a 1.326.539 pesos y la plata a 51.610 marcos12. Esa es la cifra que consta en el registro redactado por Sancho de la Hoz, pero es seguro que el monto fue muy superior. Para empezar, no se incluyeron los 15.000 pesos de oro que el gobernador mandó sacar para los treinta enfermos que quedaron en San Miguel de Tangarara o los 8.000 que se entregaron a Hernando Pizarro que fue a explorar las cosas de la tierra13. Probablemente tampoco se contabilizaron los 100.000 ducados que se dieron a Diego de Almagro y a sus hombres14.

En el reparto se adoptó un criterio uniforme: los de a caballo cobrarían 8.880 pesos de oro y 362 marcos de plata, y los de a pie la mitad15. Sin embargo, el gobernador se arrojó la potestad de dar más o menos a cada uno, en función a su participación en la Conquista y a la calidad de las personas, lo que provocó mucho descontento entre los menos afortunados.

A corto plazo hubo un buen número de personas que se hicieron inmensamente ricas, concretamente unos 59 caballeros y 99 hombres de a pie, además del grupo de soldados que estaba con Almagro. Los hermanos Pizarro juntaron entre los cuatro más de la décima parte de todo el botín. Pero a la mayoría la estrella le duró poco. En breve tiempo se produjo una auténtica revolución de los precios que terminó devaluando sus fortunas. El propio sistema precapitalista lo generó, al haber una gran cantidad de oro –apenas circulaba vellón- y una escasez crónica de mercancías de todo tipo, desde herramientas a caballos, pasando por productos alimenticios o textiles europeos16. La ley de la oferta y la demanda fue la responsable directa de la escalada de precios de forma que, según Francisco de Jerez, en aquel tiempo se vendían caballos por más de 3.000 pesos de oro y una pequeña botija de vino de tres azumbres alcanzaba los 60 pesos17. El metal precioso no tardó en pasar de las manos de estos intrépidos y sacrificados guerreros, que tanta sangre habían hecho correr para conseguirlo, a los negociantes, comerciantes y mercaderes. El oro de la infamia pasó de estar en poder de un tirano como Atahualpa, a las manos manchadas de sangre de los conquistadores y de ahí a los comerciantes y mercaderes que no tardaron en inundar los mercados europeos de metal precioso, espoleando al naciente capitalismo.

Por tanto, en junio de 1533 se repartió el botín de Cajamarca y, acto seguido, Francisco Pizarro y Diego de Almagro quisieron enviar a Hernando a Castilla, para entregar el enjundioso quinto real y aprovechar la ocasión para solicitar mercedes reales para todos. Por ello, permitieron que se fuera cargado con el mayor tesoro que se había visto en Europa. El trujillano acopió una verdadera fortuna, para lo cual presionó a los principales acaudalados de Cuzco para que entregasen dinero para el servicio de su Majestad. El tesorero Alonso de Riquelme recaudó para dicho fin, de un total de 64 vecinos, 34.512 pesos de oro y 47 marcos de plata18. Gonzalo Fernández de Oviedo, gran detractor de los Pizarro, y en especial de Hernando, afirmó que la intención del gobernador y del mariscal era enviarlo con mucha fortuna porque yendo muy rico, como fue, no tuviese voluntad de tornar a aquellas partes19. Se trata de una opinión personal del cronista que no parece cierta al menos en lo que atañe a su hermano, el gobernador. Lo cierto es que Hernando Pizarro marchó a España, a mediados de junio de 1533, un mes y medio antes de la ejecución de Atahualpa, por lo que parece obvio que en esta ocasión estuvo totalmente ajeno al regicidio20.

4. EL OPULENTO PERULERO

El 9 de enero de 1534 llegó a Sevilla con una inmensa fortuna: además del quinto real, valorado 107.735 pesos de oro y 12.000 o 13.000 marcos de plata21, traía varios cientos de miles de pesos de particulares y numerosas piezas indígenas sin fundir, como vasijas, cántaros, ollas, atambores e ídolos de oro y plata. Una cantidad de metal precioso muy superior a la que había llevado, pocos años antes, Hernán Cortés, deslumbrando a toda Castilla22. En total, al margen de las piezas sin fundir, se valoró el monto de lo traído en 427.168.680 maravedís23. Narró Francisco de Jerez, que necesitó catorce carretas tiradas por dos bueyes cada una para transportar el metal hasta la Casa de la Contratación. Además, el cortejo áureo estuvo aderezado por la presencia de algunos indígenas, vestidos a su usanza y llamas que provocaron el asombro de cientos de curiosos que se agolpaban a su paso. Una buena parte del dinero de particulares arribado a Sevilla lo tomó prestado el Emperador, otorgándole la liquidez suficiente como para, continuar su lucha contra berberiscos y turcos en el norte de África. Aunque parezca increíble, el tesoro de los Incas se utilizó en parte para financiar la guerra contra Barbarroja y sus secuaces turcos y berberiscos.

Entre 1534 y 1535 se estima que algo más de medio centenar de participantes en el reparto de Cajamarca regresaron a España, algunos de manera definitiva24. La suerte que el destino les deparó a estos últimos fue bastante mejor que la que sufrieron los que decidieron permanecer en Perú. Y ello porque, mientras en Nueva Castilla la abundancia de oro y plata devaluó su precio, en España conservó buena parte de su valor. Por ello, un simple soldado como Juan Ruiz, pudo vivir en su Alburquerque natal, rodeado de toda una corte de escuderos, criados, pajes, lacayos, esclavos y paniaguados25.

Hernando Pizarro, portador de tantas riquezas para el Emperador, fue aposentado en la corte como se acostumbraba a hacer con los que entonces se llamaban criados del rey. El oro disipó cualquier duda sobre su actuación y la de sus hermanos, incluso después de conocerse la ejecución del Inca. Fue uno de los momentos más álgidos que vivió el trujillano, sin que todavía pudiese sospechar la cadena de desgracias que en breve tiempo se sucederían en el Perú y que se saldó con la muerte de sus hermanos y con su encarcelamiento durante más de tres lustros en el castillo de la Mota.

Nada pidió para Diego de Almagro, pese a llevar poderes para ello. Pero no se trató exactamente de un olvido, pues lo primero que hizo cuando llegó a la Península fue informar a la mujer de Rodrigo Pérez, natural de Fuente de Cantos, de que éste había sido ajusticiado por el de Almagro proporcionándole, incluso, numerario para que iniciase los procedimientos judiciales26. Pero, la posibilidad de que Hernando Pizarro no lo favoreciese ya estaba calculada por éste, quien a la par había apoderado a los capitanes Cristóbal de Mena y a Juan de Sosa, para que solicitasen sus mercedes27. Para colmo, el trujillano no sólo no le trajo las ansiadas dádivas sino que su compañero de viaje, el tesorero Riquelme, trajo un poder otorgado por Francisco de Plasencia en Sevilla, por el que reclamaba al mariscal una vieja deuda de 210 pesos de oro, que contrajo con el padre del otorgante, Juan Alonso de Plasencia, difunto28.

Acabadas todas sus gestiones en la Corte, el Emperador dispuso que se le despachase con diligencia para que pudiese retornar lo más pronto posible al Perú. Se le dio el rango de general de la primera armada que zarpase de Sevilla con destino a Tierra Firme. Todavía tuvo tiempo el trujillano de pasarse por su ciudad natal, donde estuvo tres o cuatro meses. Cuenta Antonio de Herrera que las noticias de las riquezas del Perú habían sonado con tal fuerza que muchos vendieron sus patrimonios para marchar junto a su rico paisano.

La actividad de Hernando Pizarro en Sevilla, entre enero y marzo y desde septiembre a noviembre de ese año de 1534 fue intensa e incansable. Llama la atención que casi desde el mismo momento de arribar a la ciudad del Guadalquivir comenzara a preparar –personalmente o a través de apoderados- la armada que lo llevaría de vuelta al Perú. Dichas gestiones aparecen perfectamente registradas en los libros notariales sevillanos de ese año.

5. LOS APODERADOS

En algunos de los documentos protocolizados, se identifica como comendador, en dos de ellos como vecino de Trujillo, y en otros tres como vecino de Sevilla. Está documentada su presencia en Sevilla, entre el 9 de enero y el 12 de marzo de 1534. Es factible pensar que pocos días después marchase con cierta prisa a su ciudad natal. Hay que recordar que el 28 de abril de ese mismo año se recibió en Toledo la información realizada en Trujillo para concederle el hábito de Santiago29. Ésta se debió realizar entre finales de marzo y principios de abril, período en el que necesariamente debió estar en la tierra que lo vio nacer. En abril acudió personalmente a presentarla en Toledo, donde se encontraba en esos momentos la corte y los más importantes organismos administrativos del reino30.

Realizadas todas las gestiones debió retornar a Trujillo, donde permaneció hasta mediados de septiembre. A finales de ese mes, exactamente el día 30, lo tenemos documentado en la capital Hispalense, residiendo inicialmente en la collación de San Isidro y, pocas semanas después, en la de Santa María Magdalena. Es decir, estuvo aproximadamente unos cuatro meses en Trujillo y unos seis meses a orillas del Guadalquivir.

Para poder administrar su fortuna, otorgó numerosos poderes en Trujillo y en Sevilla para que, independientemente de dónde se encontrase en cada momento, pudiesen administrar sus bienes. Estos poderes se mantuvieron después de zarpar para Nueva Castilla ya que periódicamente él y sus hermanos comenzaron a remitir caudales a la Península, dando instrucciones para invertirlos adecuadamente.

En Sevilla apoderó, el 11 de febrero de 1534, al mercader guipuzcoano Francisco de Zavala31. Este vasco fue el principal representante de la familia en Sevilla durante varios lustros. De hecho, el 22 de septiembre de 1536, con poderes que dijo tener de Francisco Pizarro, formalizó el juro a perpetuidad de 298.298 maravedís anuales por los cerca de nueve millones de maravedís que se le confiscaron en 1535, cuando el Emperador tomó 800.000 ducados para la guerra contra Barbarroja32. Asimismo, en Sevilla otorgó poderes a Sancho Prieto, vecino de Triana y maestre de la nao Santa María del Campo. Tanto al vasco como al sevillano los encontramos firmando escrituras notariales en su nombre en numerosas ocasiones, aunque el segundo solamente en lo relativo a los fletes y pasajes de la nao de la que él era maestre y Hernando Pizarro propietario.

En Trujillo, tenía tres delegados, a saber: Juan Cortés –pariente de Hernán Cortés- que con frecuencia se acercaba a Sevilla a tratar con Francisco de Zavala33. Este Juan Cortés fue un fiel colaborador de la familia Pizarro, tanto de Hernando como de sus hermanos34. Desde su llegada a la Península en 1534 se convirtió, por así decirlo, en la conexión entre los apoderados de Trujillo y los de Sevilla. Asimismo, otorgó amplios poderes a Luis Camargo, y a su hermana Inés Rodríguez de Aguilar35. El primero era otro viejo conocido de la familia, residente como los Pizarro en la trujillana collación de San Martín y pariente político de estos. De hecho, falleció en 1551 y dejó tres hijos: Juan Camargo, Diego Camargo y Álvaro Pizarro36. En cuanto a Inés Rodríguez de Aguilar era su hermana legítima, hija de Gonzalo Pizarro y de Isabel de Vargas. Hernando estuvo muy ligado a ella, pues en un documento de 1551, la recomendaba como curadora de su sobrina Francisca Pizarro, con la que poco después se desposaría. En aquella ocasión afirmó de ella que era una persona muy honrada, honesta y de buena vida para el recogimiento, honestidad de la dicha doña Francisca Pizarro y mujer muy bastante para ello37.

6. INVERSIONES PRIVADAS

Una parte de la fortuna personal que trajo la invirtió en rentas en España, lo que demuestra una vez más su temprana intención de afianzar los intereses económicos de su linaje en su ciudad natal. Así, el 2 de diciembre de 1534, Francisco de Zavala, guipuzcoano, en su nombre, compró un juro a Vido Herlle, del consejo de los Fúcares, por valor de 1.600.000 maravedís que rentarían 100.000 maravedís al año, situados sobre las rentas del almojarifazgo mayor de Sevilla38. En esta ocasión, a diferencia de lo que ocurrió otras veces, la compra del juro fue voluntaria. El miércoles, 17 de febrero de 1535, Francisco de Zavala, con poder que dijo tener de Juan Cortés, presentó el privilegio ante Alonso de Illescas, almojarife mayor de Sevilla, para cobrar la renta correspondiente a 153539.

Asimismo, creo una compañía con los plateros sevillanos Urban Casco y Julián de Carvajal, en la que él aportó objetos y piezas de oro, mientras que estos los afinaban y quilataban, para luego venderlos y repartirse los beneficios en un porcentaje que desconocemos. En el documento II se refleja un pago de 787.461 maravedís a Juan Cortés por varias cantidades de oro de muy distintos quilates que le compraron. Es posible que el oro fuese del propio Juan Cortés que había llegado a España junto a Hernando Pizarro, con una buena cuantía percibida tras el reparto de Cajamarca, donde le cupieron 9.430 pesos de oro y 362 marcos de plata. Sin embargo, no es menos probable que dicho metal fuese en realidad de Hernando Pizarro, de quien tenía plenos poderes. Probablemente éste, al igual que otros grandes indianos, trató de colocar dinero en manos de terceras personas para evitar confiscaciones o compras forzadas de juros por parte de la Corona40.

El nueve de mayo de 1534, Francisco de Zavala, en nombre de Hernando Pizarro, abonó 3.500 ducados a Juan Corvera, criado del conde de Miranda, estante en Sevilla. Al parecer, el dinero fue remitido con una cédula a Juan Íñiguez, banquero público de Sevilla, para que se los abonase al citado conde, pero no lo había hecho. Por este motivo, lo abonaba ahora Francisco de Zavala. Desconocemos, a qué respondía este pago de una suma tan considerable, a no ser que se trate de un préstamo solicitado, en 1529, antes de su partida para Nueva Castilla, cuando aún no habían conseguido la fortuna del Perú y anda- ban necesitados de efectivo. También es extraño que, el 5 de febrero de 1535, después de su retorno al Perú, Francisco de Zavala cancelará una deuda de 200 ducados contraída por Hernando Pizarro con el sevillano Pedro de Jerez41. Y digo que es raro porque, ya en 1534, Hernando Pizarro disponía de un gran capital, y podía haber anulado él mismo la deuda. A no ser que se trate de una deuda más reciente, y que sus grandes inversiones en la Península le obligaran a pedir un pequeño préstamo para disponer de efectivo durante su viaje de regreso.

El resto del capital lo invirtió en la adquisición de un barco y medio flete de otro para cargarlo con pasajeros y mercancías con destino a la nueva gobernación de Nueva Castilla42. Efectivamente, para su retorno, Hernando Pizarro adquirió una nao propia, la Santa María del Campo, que cargó en el puerto de las Muelas de Sevilla. Para su navío, utilizó los servicios de varias personas, conocidas en Sevilla: como maestre contrató primero a Sancho Prieto, vecino de Triana, y luego al cómitre, también trianero, Pedro Agustín, ambos empleados a través de su apoderado Francisco de Zavala43. Como piloto se contrataron los servicios del palermo Alonso Buenaño; por el viaje y el tornaviaje cobraría 260 ducados, y concediéndole además dos toneladas de mercancías, sitio para dos esclavos y una cámara en popa44. Unas condiciones excepcionalmente buenas, teniendo en cuenta que otros pilotos se contrataban por menos de la tercera parte y sin ningún privilegio de carga45.

Dado que había sitio en el buque para mercancías ajenas y pasajeros, se amortizaron gastos, vendiendo una parte de los fletes. En marzo de 1534, Sancho Prieto, como maestre de dicha embarcación, acordó con Nuño de Castro, su embarque y el de 35 toneladas de mercaderías, con un flete de 3.800 maravedís por tonelada, más 300 en concepto de averías46. Lo curioso es que justo un mes después, el precio de embarque por tonelada se había encarecido en cien maravedís. Así, Pedro Alemán, vecino de Sevilla, en la collación de San Alfonso, que adquirió los derechos para introducir en el mismo buque ocho toneladas de mercancías, pagando a razón de 3.900 maravedís la tonelada47. Asimismo, vendieron pasajes a distintos precios:

Tabla 1. Personas que pagaron un pasaje en la nao Nuestra Señora del Campo48

Tabla 19-1Entre los pasajeros había varios mercaderes y también algunos soldados, como era el caso de los emeritenses Alonso de Ávalos y Francisco de Alvarado. Resulta curioso que no haya dos pasajes iguales, porque en el trato se incluían las cajas y los enseres personales –lo que se llamaba el matalotaje– que cada cual llevaba, así como el espacio que ocuparía que podía ser a la intemperie, bajo la tolda o en una cámara privada. Todo ello explicaría estas diferencias en el coste del billete.

Asimismo, compró los derechos de flete de la mitad de la nao la Magdalena, que se estaba cargando en Sanlúcar de Barrameda y de la que eran maestres Juanes de Lubelça y Francisco Barba. Asociado con los plateros residentes en Sevilla, Urban Casco y Julián de Carvajal, el hermano del gobernador, cargó diversas mercancías en dicha embarcación. Pero, dado que nuevamente le sobró espacio, contrató a cambio de dinero, el pasaje de numerosas personas con su equipaje49. Los maestres, que poseían la otra mitad del navío concertaron también el flete tanto de pasajeros como de mercancías. Así, el 6 de julio de 1534, Diego Ortiz de Guzmán, pactó el flete de ocho toneladas de mercancía que pagarían a razón de 2.200 maravedís la tonelada si descargaban en Santo Domingo y de 3.750 maravedís si lo hacía en Nombre de Dios, además, por supuesto, de un ducado por tonelada en concepto de avería50. Unos meses después, exactamente el 5 de octubre, el maestre Juanes de Lubelça, concertó el pasaje de Melchor de Herrera, en 14 ducados, incluido en el precio su manutención y una caja de cinco palmos de ropa que llevaba consigo51.

7. EL COMERCIO CON NUEVA CASTILLA

La llegada de Hernando Pizarro con una gran fortuna cambio radicalmente la percepción que se tenía del espacio indiano. Hasta entonces, Santo Domingo, Santiago de Cuba y Veracruz eran los destinos consolidados con los que casi todo el mundo comerciaba. En cambio, Tierra Firme –lo mismo Santa Marta que Cartagena o Nombre de Dios- eran destinos marginales. Los empresarios, banqueros, prestamistas, comerciantes y cargadores sevillanos se dieron cuenta rápidamente de las posibilidades que la nueva gobernación ofrecía para hacer fructíferos negocios. Por ello no tardaron en plantearse la opción de ampliar sus rutas comerciales desde Santo Domingo o Cuba a Tierra Firme. Obviamente, el trujillano no fue el único que regresó rico, pues con él y en los meses inmediatamente posteriores llegaron un buen número de beneficiarios del botín de Cajamarca y de Cuzco. También debió influir la publicación en Sevilla, en abril de 1534, de la crónica de la conquista del Perú firmada por Cristóbal de Mena52.

Pero en cualquier caso la influencia del trujillano debió ser fundamental en el impulso definitivo del comercio con Nueva Castilla. Obviamente, una década después, Nueva Castilla era ya la gobernación más próspera de toda la América Hispana, dirigiéndose allí una buena parte del comercio53.

Lo cierto es que se aprecia en el puerto de Sevilla un creciente interés por cargar rumbo a Nombre de Dios, que era el puerto a través del cual se podía después llegar por tierra a Panamá y, desde allí, acceder al Perú. Pese a la competencia con destinos mucho más consolidados, como Veracruz –Nueva España- Santiago de Cuba, Santo Domingo o Puerto Rico, comenzó a abrirse paso con gran fuerza el nuevo destino peruano. El puerto de Nombre de Dios perdió rápidamente su marginalidad para convertirse en el fondeadero de entrada de todo lo que se llevaba a la nueva gobernación de Nueva Castilla.

Como ya hemos dicho, a la par que Hernando Pizarro aprestaba su nao Nuestra Señora del Campo, y la mitad del flete de la Magdalena, había otros tantos buques de particulares que se estaban cargando tanto en el Guadalquivir como en Cádiz para viajar a Tierra Firme. A continuación, hacemos una relación de los que hemos registrado en la documentación notarial:

Tabla 2. Barcos que se aprestaban en Sevilla y Cádiz en 1534 con destino a Tierra Firme

Tabla 19-2

Como se puede observar, en el tiempo que Hernando Pizarro estuvo entre Sevilla y Trujillo, se estaban aprestando para Tierra Firme al menos diez naos y un galeón. Obviamente, como ya hemos dicho, no todos los cargadores pensaban en esos momentos en el Perú, pues la mayoría de ellos hacían escalas en Puerto Rico, Santo Domingo, Santa Marta, Cartagena y Nombre de Dios. Pero se nota ya un importante movimiento hacia el sur, teniendo en cuenta la competencia feroz que en esos momentos significaba la Nueva España, conquistada por el afamado Hernán Cortés. Con total seguridad, la presencia de Hernando Pizarro, y la admiración despertada por su enorme fortuna, animó a muchos mercaderes a crear compañías para comerciar con el Perú54. Las perspectivas de obtener pingues ganancias los animaba a ello, pues cuando las cosas salían según lo esperado los márgenes de beneficios se movían entre el 80 y el 150%. Y ello para compensar los altísimos riesgos, pues cualquier pequeño imprevisto –naufragio, asalto corsario, retrasos, fuga del apoderado- podía provocar una quiebra en cascada de mercaderes, cargadores y proveedores. Precisamente, en 1534, Francisco de Plasencia otorgó poderes a Juan Sánchez y a Luis Lozano, mercaderes residentes en Nombre de Dios, para que cobrasen ciertos dineros de Diego de Cuadros, que se había fugado con los beneficios que obtuvo de la venta de unas mercancías que, en su nombre, le entregó para su venta Antón Sánchez55. Y es que casi todas las personas involucradas en el tráfico indiano eran, al mismo tiempo, deudoras y acreedoras, pues el crédito fue casi consustancial al negocio indiano56. Los mercaderes compraban el género a plazos, abonando la totalidad del importe al regreso de la flota con las supuestas plusvalías57. De ahí que las quiebras de compañías y de mercaderes individuales se hicieran endémicas desde mediados del siglo XVI58.

Uno de esos navíos era la nao Trinidad, que se cargaba en el puerto de las Muelas de Sevilla, justo al lado de donde estaba estacionada la nao Nuestra Señora del Campo. Iba por maestre Domingo de la Paçarán, vecino de Azcoitia (Guipúzcoa), y por piloto Juan Moreno, vecino de Palos (Huelva). Debía hacer escala en Canarias, Cartagena y Nombre de Dios, para a continuación realizar el tornaviaje hasta Sevilla59. El 20 de junio de 1534, Antonio de Espinosa, mercader residente en Sevilla, contrató el flete de quince toneladas de mercancías a razón de 3.100 maravedís cada una, más 300 de averías60. Tan sólo dos días después, contrató su pasaje Pero Afán de Ribera, vecino de Sevilla, en la collación de San Vicente. Pagó por el billete 25 ducados, más 3.100 maravedís por cada una de las cuatro toneladas de ropa que embarcó61. En agosto de ese año, Juan Sánchez, maestre, Pedro Fernández, maestre, Francisco Ortiz, Juan Sánchez Catano, Lorenzo Muñoz, Juan Martínez Xarero, Juan Martín y Pedro Cornejo, todos vecinos de Valencia de las Torres, abonaron el resto del precio en que se ajustó el embarque de ciertas mercancías62.

También la nao San Sebastián, propiedad de Francisco de Herrera, se cargaba en el puerto sevillano para partir rumbo a Nombre de Dios. En ella se vendió un flete de 25 toneladas de ropa a Luis de Esquivel, vecino de Sevilla, en la collación de Santa María, por 3.200 maravedís la tonelada y 300 maravedís de avería, abonando una suma total de 87.500 maravedís63.

La nao la Victoria, de la que era propietario y maestre Juan Mexía, vecino de Sevilla, estaba también preparada para zarpar a Tierra Firme en marzo de 1534. Precisamente en ella, García de Jaén, uno de los Trece la Fama, que además de conquistador y baquiano era mercader, cargó mercancías fiadas por valor de 111.000 maravedís64.

Asimismo, la nao San Juan, de la que era señor Cristóbal Rodríguez y maestre Gaspar Álvarez, vecino de Palos, se aprestaba en el puerto sevillano a finales de enero de 1534 para partir hacia Nombre de Dios65. El 23 de enero de 1523, ajustaron su pasaje en dicho buque Juan López, Francisco de Villafuerte y Juan de Escobar, en un precio de 22 ducados66. Los dos últimos al menos eran baquianos y habían estado junto a Francisco Pizarro en la conquista del Tahuantinsuyu. También contrataron su pasaje dos primos llamados ambos Juan de Herrezuelo, uno hijo de Simón Sánchez, difunto, y el otro de Juan de Herrezuelo, naturales todos ellos de la Puebla de Sancho Pérez (Badajoz), por un precio de 28 ducados67.

La Concepción, era una nao pequeña, de unas 60 toneladas. Su dueño, Ruy Díaz Brandon, vecino de la villa de Lagos, en el reino de Portugal, debía estar mal económicamente por lo que se le ocurrió la idea de vender el navío a Cristóbal Romero y a Diego Pérez, ambos residentes en Sevilla, para a continuación arrendárselo por dos años, a razón de cien ducados anuales68. Contrató como maestre a Antonio de Aragón y, como piloto, al palermo Juan Vanegas. Ésta no iba directamente a Tierra Firme sino que tenía previsto, como muchas otras embarcaciones, hacer toda una ruta por la isla de San Juan, Santo Domingo, Santa Marta y Cartagena para finalizar en Nombre de Dios69. Juan Martínez, cómitre, vecino de Sevilla en la collación de San Vicente, y Bartolomé Morillo, también residente en Sevilla, en la collación de Santa María, formalizaron una compañía, invirtiendo 1.031.250 maravedís en mercancías que embarcaron en este mismo velero70.

image007Lám. 1. Mapa, con los principales puertos de Tierra Firme.

La nao San Miguel, tenía por maestre a Francisco de Leyva, y embarcó

315.366 maravedís en mercancías de una compañía entre Antón Sánchez y Diego de Troya, ambos sevillanos, avecindados en la collación de Santa María. El primero era el socio capitalista, pues ponía 302.116 maravedís mientras que el segundo era el mercader que aportaba tan sólo 13.250 maravedís y su persona71.

El galeón Sancti Spíritus, cuyo señor era el trianero Gonzalo Rodríguez y su maestre Cosme Rodríguez Farfán, también se aprestaba en Sevilla para zarpar a Tierra Firme. En él viajaba Pedro de la Fuente, boticario natural de Cogolludo (Guadalajara), que tenía una compañía con los mercaderes Pedro de San Martín y Francisco de Burgos, para establecer en el Perú, una botica y casa de cirugía72. El capital de 1.000 ducados lo aportaban los mercaderes mientras que el boticario sólo ponía su persona, repartiéndose los beneficios de la siguiente forma: el de Cogolludo recibiría un tercio de los beneficios de la botica y la mitad de lo que obtuviese practicando la cirugía, repartiéndose el resto entre sus dos socios capitalistas.

En Sanlúcar de Barrameda se cargaba la nao San Salvador, de que era maestre Bartolomé Alonso, vecino de Sevilla, en la collación de San Vicente, y cuyo destino era igualmente Tierra Firme.

Y finalmente, en la bahía de Cádiz se aprestaba la nao San Pedro, también con destino final en Nombre de Dios, y cuya propiedad se la repartían a partes iguales tres personas: Cristóbal Martín de Escobar, vecino de Palos, Juan de Mafra, que era su maestre, y Cristóbal Martín de Lunar73. Curiosamente, los Mafra, quedaron vinculados a la navegación del Perú, pues en 1551, un pariente de éste –quizás un hijo o sobrino-, Bartolomé de Mafra, hacía periódicamente la ruta entre el puerto de El Callao y Panamá74.

Había numerosas compañías que comerciaban con Tierra Firme desde los años veinte. Una de las más conocidas era la formada por Antón Sánchez, Juan Alonso de Plasencia, el hijo de éste, Francisco de Plasencia, el pacense Luis de la Rocha, Benito de Astorga y el platero sevillano Juan de Córdoba75. Tenían dos tiendas abiertas, una en Santo Domingo, donde residía Benito de Astorga, y otra en Tierra Firme, donde frecuentemente moraban Francisco de Plasencia y Juan de Córdoba, comerciando regularmente con aquellos territorios76. Por su parte, Francisco de Sepúlveda, natural de Aranda de Duero, había pasado a Tierra Firme como soldado en 1514, en la armada de Pedrarias Dávila77. Pues bien, después se estableció en Nombre de Dios, donde todavía en 1534 se dedicaba vender las mercancías que le enviaba su hermano Fernando de Sepúlveda, residente en Sevilla78

Sin embargo, otras compañías se formalizaron en el mismo año de 1534 con la intención ya de usar Nombre de Dios como trampolín para pasar a Pana- má y de allí al Perú, donde las expectativas de negocio eran muy altas. El 28 de enero de 1534 se formalizó en Sevilla una compañía entre Rodrigo Álvarez, mercader asturiano residente en Sevilla, en la collación de Santa María, y Pedro Gallego, piloto, vecino de Palos. El primero pondría 200 ducados en mercaderías, mientras que el segundo se comprometía a llevarlas a la provincia del Perú, que se dice de Nueva Castilla. Una vez restituido el capital, y pagados todos los gastos, los beneficios se dividirían de la siguiente forma: un séptimo para Pedro Gallego, y los seis séptimos restantes para el asturiano, como socio capitalista que era79.

Unos meses después, exactamente el 15 de junio de 1534, se formalizó una nueva societas en la que participaban tres accionistas: los vizcaínos Gerónimo Zurbano y Domingo de Zornoza, así como Rodrigo de Mazuelas. Los dos primeros pertenecían a familias de mercaderes vascos asentados en Sevilla desde finales del siglo XV o principios del siglo XVI80. En cuanto a Rodrigo de Mazuelas, estaba ausente, pues desde abril de 1534 estaba asentado en Jauja y, poco después, se desempeñaba como regidor del cabildo de Lima. Sin embargo, había estado en España poco antes, enviado por Francisco Pizarro, para reclamar la renovación del privilegio de exención del pago del almojarifazgo. Es casi seguro que aprovechó la ocasión para dejar capitales y apoderados que gestionasen sus intereses en la Península. Lo cierto es que los tres invirtieron 488.238 maravedís en ropa –casi medio millón de maravedís- con la intención de venderla a ben precio en la gobernación de Nueva Castilla. De ese dinero, Zurbano puso 225.000 maravedís, Zornoza, 75.000 –prestados por el primero- y Rodrigo de Mazuelas 188.23881. Los dos primeros se embarcarían con el género en la nao Santa María del Campo, propiedad de Hernando Pizarro, con quien viajarían hasta Nombre de Dios. Curiosamente, una vez llegados a esta ciudad, la mercancía se depositaría en casa de Domingo de Soraluce hasta su traslado a Panamá y de ahí a Nueva Castilla. Como es bien sabido, Domingo de Soraluce, mercader guipuzcoano, que obviamente tenía contactos con Gerónimo de Zurbano y con Domingo de Zornoza, era por aquel entonces hidalgo, tras haber sido nada más y nada menos que uno de los Trece de la Fama82. Estaba claro, que de ir todo bien la compañía daría grandes beneficios porque en Nueva Castilla sobraba metal precioso y faltaban mercancías. Se llevaban a vender a Nombre de Dios –y, en buena parte, de ahí a Panamá y al Perú-, productos textiles de distinto tipo, vinos, harinas y medicinas83. Asimismo, se enviaron esclavos negros que siempre alcanzaban un buen precio en Tierra Firme o en el Perú84.

La travesía de regreso a Nombre de Dios fue razonablemente tranquila. Hernando Pizarro debió llegar al Darién en enero de 1535. Rápidamente marchó a Panamá desde donde se embarcó rumbo al Perú. Tuvo la suerte de encontrar un barco cargado que estaba a punto de zarpar del puerto panameño. Sin embargo, como él mismo afirmó, dado que era invierno y los vientos contrarios, tardó tres meses y medio en llegar a Túmbez. Allí desembarco y el resto del trayecto hasta Lima lo hizo a pie, aprovechando para recaudar impuestos y pacificar la tierra85. Hasta septiembre u octubre no llegó a la Ciudad de los Reyes.

8. CONCLUSIÓN

Resulta llamativa la acción frenética que desplegó el trujillano en los poco más de diez meses que permaneció en la Península. Vivió a caballo entre Sevilla y Trujillo, con alguna visita a la Corte. Se dedicó a tratar y a contratar con unos y con otros, formalizando numerosas cartas notariales, en ambas ciudades. No sólo preparó minuciosamente su reembarque para el Perú, sino que dispuso todo un entramado de apoderados y testaferros que debían gestionar su fortuna en su ausencia y cobrar los capitales que fuese remitiendo. Solamente disponemos de algunas de las escrituras formalizadas en Sevilla, pues en Trujillo no se ha conservado documentación notarial de la primera mitad de la centuria. No obstante, sabemos que las otorgó por alusiones en las cartas sevillanas o en documentos posteriores del propio repositorio trujillano.

Se encargó de comprar un barco y la mitad de los derechos de flete de otro, al tiempo que suscribía contratos con comerciantes, plateros y pasajeros. Directa o indirectamente promovió el comercio entre Sevilla y la gobernación de Nueva Castilla. Consiguió que en 1534 se embarcaran con destino a Nombre de Dios y con la intención de pasar luego a Perú, comerciantes, colonos, plateros, herreros, albañiles, boticarios, cirujanos, etc. Asimismo, pagó viejas deudas, probablemente contraídas en 1529, cuando las vacas flacas, y otra parte del capital la reservó para invertir en rentas vitalicias.

Y por último, como buen cristiano, y al igual que hacían otros muchos pasajeros antes de partir, dispuso su testamento, por si ocurría alguna desgracia en el trayecto. El seis de octubre de 1534, pocas semanas antes de su retorno al Perú, lo formalizó, aunque desgraciadamente no hayamos localizado el texto de esta primera escritura de última voluntad86.

Probablemente, en 1534, se comenzó a forjar la leyenda de los peruleros, sinónimo en aquella época de éxito. Y digo leyenda porque sólo unos pocos consiguieron sus metas de ascensión social y la mayoría no eran tan ricos como sus contemporáneos imaginaban. Pero, en cualquier caso, personajes como Hernando Pizarro debieron suponer todo un revulsivo para muchos, unos por encontrarse en una difícil situación económica y, otros, soñando con emular a aquellos ricos indianos. Para ellos, el ejemplo siempre era el del triunfador que regresaba, nunca el de aquellos otros que marcharon y de los que nunca más se supo, seguramente porque sufrieron un trágico desenlace.

9. APÉNDICE DOCUMENTAL

Extracto de los documentos relacionados con Hernando Pizarro y el Perú, localizados en el Archivo de Protocolos de Sevilla (1534).

Documento I: Hernando Pizarro, vecino de Trujillo y residente en Sevilla, otorgó poderes a Francisco de Zavala, guipuzcoano, estante en Sevilla, para que pueda cobrar todos los pesos de oro que le debieran y cualesquier pesos de oro y plata o perlas o piedras, joyas y otras cosas que le enviasen consignadas de la provincia del Perú, nombrada Nueva Castilla, que es en el Mar del Sur, o de cualquier otra parte de las Indias. Otorgada en Sevilla, el 11 de febrero de 1534 (Firma de Hernando Pizarro).

(APS, Leg. 3.301, fols. 391r-392v).

Documento II: Urban Casco, y Julián de Carvajal, plateros, vecinos de Sevilla, en la collación de Santa María, y Hernando Pizarro, estante en Sevilla, todos los tres de mancomún, otorgan que pagan a Juan Cortés, vecino de Trujillo y estante en Sevilla, 787.461 maravedís. Ellos son por siete arrobas, tres pesos, un tomín y seis granos de oro de trece quilates y tres granos a 292 maravedís el peso; seis arrobas y 74 pesos de oro de catorce quilates y dos granos a 306 maravedís el peso; por 181 pesos y cinco tomines de 16 quilates a 334 maravedís el peso; por 202 pesos y cinco tomines de oro de quince quilates y medio grano a 317 maravedís y medio el peso: por 366 pesos y cinco tomines de 16 quilates y dos granos a 344 maravedís el peso; por 339 pesos y seis tomines de diez quilates y tres cuartos de grano a 221 maravedís el peso que de Juan Cortés recibieron comprado y tienen en su poder. Otorgada en Sevilla, el 12 de marzo de 1534. (Firma de Hernando Pizarro).

(APS, Leg. 3.302, fols. 154v-155v).

Documento III: Juan Corvera, criado del conde de Miranda, estante en Sevilla, otorga que ha recibido de Francisco de Zavala, en nombre y con poder de Hernando Pizarro, vecino de la ciudad de Trujillo, 3.500 ducados de oro. Al parecer, el dinero fue enviado con una cédula a Juan Íñiguez, banquero público de Sevilla, para que se los abonase al citado conde, pero no lo había hecho. Por ello, lo abonaba ahora Francisco de Zavala. Otorgada en Sevilla, el 9 de mayo de 1534.

(APS, Leg. 3.303, s/fol.).

Documento IV: Otorgamiento de Francisco de Zavala, guipuzcoano, en nombre de Hernando Pizarro, a Pedro Agustín, cómitres de Triana, que va como maestre en la nao Santa María del Campo. Otorgada en Sevilla, el 12 de junio de 1534.

(APS, Leg. 3.303, s/fol.).

Documento V: Carta de compañía que formalizan Gerónimo de Zurbano, natural de Bilbao, estante en Sevilla, mayor de 23 años y menor de 25, y Domingo de Zornoza, mercader vizcaíno, vecino de Sevilla, collación de Santa María. Ambos forman una sociedad para ir a Nueva Castilla por cuatro años. Gerónimo de Zurbano se embarcaría en la nao Santa María del Campo con ropa por valor de 488.238 maravedís, de cuyo capital: 225.000 puso Domingo de Zornoza, 75.000 Gerónimo de Zurbano –con dinero prestado por Zornoza- y 188.238 Rodrigo de Mazuelas, estante en Tierra Firme. Una vez en Nombre de Dios, la ropa se descargaría en la posada de Domingo de Soraluce. De ahí se pasaría a Panamá, para reembarcarse rumbo al Perú. Todos los beneficios y la contabilidad debían remitirse a Sevilla, donde permanecería Domingo de Zornoza. Otorgada en Sevilla, en la casa de morada de Domingo de Zornoza, el 15 de junio de 1534. A continuación hay dos poderes fechados ese mismo día, uno de Gerónimo de Zurbano a Domingo de Zornoza y otro de éste último al anterior.

(APS Leg. 3.304, s/fol.).

Documento VI: Juan Cortés, natural de Trujillo, apoderado de Hernando Pizarro, da a su vez poder a Francisco de Zavala, guipuzcoano, residente en Sevilla. Sevilla, 20 de julio de 1534.

(APS, Leg. 3.304, fols. 968v-969r).

Documento VII: Francisco de Zavala, en nombre de Hernando Pizarro, recibió de Bartolomé Rodríguez, Diego Téllez, Juan de Libratem, Alonso Moreno, Pablo de Meneses, Francisco de Aguilar, Alonso Martín Zavala, Juan Fernández Pizarro, Marcos de Retamoso, Francisco de Retamoso, Diego López de Zúñiga, 144 ducados para ir a nombre de Dios en la nao Magdalena y doce cajas de siete palmos cada una. Otorgada en Sevilla, el 24 de septiembre de 1534.

(APS, Leg. 3.305).

Documento VIII: El comendador Hernando Pizarro, vecino de Trujillo, otorgó poder a Inés Rodríguez de Aguilar, su hermana, y a Luis de Camargo, mercader, vecinos de Trujillo, para que puedan cobrar rentas y bienes en pleitos o fuera de ellos. Otorgada en la casa del comendador Hernando Pizarro, en la collación de San Isidro, el 30 de septiembre de 1534. (Firma de Hernando Pizarro)

(APS, Leg. 3.305, s/fol.).

Documento IX: Alonso Buenaño, piloto, vecino de Palos, se concierta con Francisco de Zavala, guipuzcoano, estante en Sevilla, en nombre de Hernando Pizarro, vecino de Trujillo. Se obligó a ir como piloto en la nao Santa María del Campo que es del dicho señor Hernando Pizarro que ahora está cargada en el puerto de las Muelas para partir a Tierra Firme. A cambio, le darán manutención, y de soldada por el viaje y el tornaviaje 260 ducados de 375 maravedís cada uno, más franquicia para cargar dos toneladas de mercancías y llevar consigo dos esclavos. Se le otorgaría asimismo la cámara de popa de arriba. Otorgada en Sevilla, el uno de octubre de 1534.

(APS Leg. 3.305, s/fol.).

Documento X: Juanes de Lubelça, vecino de la villa de Rentería, en Guipúzcoa, maestre la nao la Magdalena, que está en Sanlúcar, presta para partir para nombre de Dios, y Hernando Pizarro, vecino de Sevilla, collación Santa María Magdalena, y Urban Casco, platero, vecino de Sevilla, collación de Santa María, los tres de mancomún, dicen que el primero se ha comprometido a viajar al puerto de Nombre de Dios con la carga y mercaderías que le embarcaren. Otorgada en Sevilla, el 5 de octubre de 1534.

(APS, Leg. 3.306, s/fol.).

Documento XI: Fernán Pérez de la Fuente, vecino de Sevilla, collación de Santa María, en nombre del señor Vido Herlle, de la compañía de la Corte, vende al comendador Hernando Pizarro, vecino de Trujillo, y a vos Francisco de Zavala, guipuzcoano, estante en Sevilla, en su nombre, 100.000 maravedís de juro perpetuo al quitar que el dicho Vido Herlle, del consejo de los Fúcares, tiene de su Majestad, situados en las rentas del almojarifazgo mayor de Sevilla. Se comenzará a cobrar a partir del uno de enero de 1535 y por un precio y cuantía de 1.600.000 maravedís. Otorgada en Sevilla, el 2 de diciembre de 1534.

(APS, Leg. 3.307, fols. 1156v-1159r).

Documento XII: Francisco de Zavala, mercader guipuzcoano, con poder de Hernando Pizarro, paga a Pedro de Jerez y a Francisco de Jerez, su hijo, vecinos de Sevilla, en la collación de Santa María Magdalena, 200 ducados de oro que éste prestó al señor Hernando Pizarro y de los que se da por entregado. Otorgada en Sevilla, el 6 de febrero de 1535.

(APS, Leg. 3.3308, fols. 418v-419v).

9. BIBLIOGRAFÍA

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1  FERNÁNDEZ MARTÍN, Luis: Hernando Pizarro en el castillo de la Mota. Valladolid, Junta de Castilla y León, 1991, p. 58.

2  Hernando Pizarro no había nacido en 1500 como ha señalado la historiografía sino entre 1502 y 1503 que es cuando sus padres se desposaron, pues no debemos olvidar que era legítimo. Sin embargo, tampoco es posible retrasar su nacimiento más allá de 1505, pues está documentada su presencia en Navarra junto a su progenitor desde finales de la segunda década del siglo XVI. El 27 de julio de 1521 se expidió en Gante una real cédula por la que se ratificaba el nombramiento de Hernando como capitán de Infantería, expedido por el capitán general en sustitución del traidor Juan Nicorte que se había pasado al bando francés. En el mismo documento se alude al buen servicio que le dieron Hernando y su padre en el cerco de Logroño. AGI, Patronato 90A, n. 1, r. 1. Está claro que si en 1521 fue nombrado capitán de Infantería debía tener al menos 18 o 19 años, retrotrayendo su nacimiento hasta 1502 o 1503. Lo cierto es que cuando lo reclutó Francisco Pizarro era ya el heredero del mayorazgo de Gonzalo Pizarro y, además se había criado dentro del mundo del privilegio que le otorgaba la condición de hidalga que ostentaba su familia.

3  FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Gonzalo: Historia General y Natural de las Indias, T. V. Madrid, Atlas, 1992, p. 253.

4  HERRERA, Antonio de: Historia General de los hechos de los castellanos en las Islas y Tierra Firme del Mar Océano. Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 1991, T. III, p. 630.

5  FERNÁNDEZ DE OVIEDO: Ob. Cit., T. V, p. 253.

6  Su hijo, Francisco Pizarro, se intitulaba en todas sus escrituras como alférez mayor de Trujillo, desempeñando además otros cargos como el de alcaide perpetuo de su fortaleza y tesorero perpetuo. VÁZQUEZ FERNÁNDEZ, Luis: Tirso y los Pizarro. Aspectos histórico-documentales. Kassel, 1993, pp. 324-325 y 339-342. En realidad, estos oficios no eran más que simples rentas vitalicias que en este caso superaban los 700.000 maravedís anuales.

7  Sus descendientes Francisco Pizarro y Juan de Orellana son citados a principios del siglo XVII como grandes caballeros, sin que parezca importar demasiado su ascendencia mestiza. Véase por ejemplo, el tratamiento que les da Miguel de Cervantes en una de sus Novelas Ejemplares: Los trabajos de Persiles y Segismunda. Madrid, Espasa Calpe, 1968, pp. 190-191.

8   Nótese que la iniciativa del rescate, según José Antonio del Busto, partió del Inca. BUSTO DUTHURBURU, José Antonio: La Conquista del Perú. Lima, Librería Studium, 1984, p. 96.

Ibídem, p. 102.

10  La relación de esta última jornada la escribió Miguel Estete, testigo presencial.

11   Conocemos detalladamente todo el oro y la plata que se repartió así como sus beneficiarios. Véase SANCHO DE LA HOZ, Pedro: “Relación de la Conquista del Perú”, publicada en Cronistas de Indias Riojanos (Ed. de José María González Ocho). Logroño, Instituto de Estudios Riojanos, 2011, pp. 110-114. Evidentemente, las cifras ofrecidas por el de Calahorra son las oficiales de forma que hay que preferirlas a las que ofrecen otras fuentes.

12  James Lockhart eleva algo esa cantidad hasta fijarla en un millón y medio de pesos pero incluye el quinto real, por lo que podemos decir que su cifra es ligeramente inferior a la que ofrece Pedro Sancho. LOCKHART, James: Los de Cajamarca. Un estudio social y biográfico de los primeros conquistadores del Perú. Lima, Editorial Milla Batres, 1986, T. I, p. 26. De hecho, Antonio de Herrera, de manera similar, afirmó que la suma repartida fue de 1.528.500 pesos de oro que, una vez quintado, quedó en 1.266.241 pesos y 50.000 marcos de plata. HERRERA: Ob. Cit., T. III, p. 227. Asimismo, Fernández de Oviedo, cifró la cuantía en 1.262.259 pesos de oro, sacado el quinto, y 51.610 marcos de plata FERNÁNDEZ DE OVIEDO: Ob. Cit., T. V, p. 80. Como puede observarse, existe poca variación entre unas cifras y otras, aunque las de estos tres autores son ligeramente inferiores a las oficiales proporcionadas por el secretario que contabilizó el reparto.

13  LOHMANN VILLENA, Guillermo: Francisco Pizarro. Testimonio, documentos oficiales, cartas y escritos varios. Madrid, C.S.I.C., 1986, p. 76.

14  Según Lockhart la cifra ascendió a 100.000 ducados, mientras que Garcilaso de la Vega la cifró en 30.000 pesos de oro y 10.000 de plata. Cit. en GONZÁLEZ OCHOA, José María: Cronistas de Indias riojanos. Logroño, Instituto de Estudios Riojanos, 2011, p. 106.

15   JEREZ, Francisco de: Verdadera relación de la conquista del Perú. Madrid, Historia 16, 1992, pp. 150-151; SANCHO DE LA HOZ: Ob. Cit., pp. 110-114.

16  Esta situación no se remediaría hasta el establecimiento de una Casa de la Moneda en Lima que funcionó de manera intermitente desde 1565. En varias décadas adquirió prestigio por la calidad de sus acuñaciones y por su buena ley. CÉSPEDES DEL CASTILLO, Guillermo: Las cecas indianas en 1536-1825. Madrid, Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, 1996, p. 256.

17  JEREZ: Ob. Cit., p. 152. Fernández de Oviedo menciona precios similares. FERNÁNDEZ DE OVIEDO: Ob. Cit., T. V, p. 80.

18  La relación completa de lo aportado por cada vecino la firmaron el tesorero Alonso de Riquelme y el contador Diego de Mercado, el 8 de marzo de 1536. ROJO VEGA, Anastasio: Datos sobre América en los protocolos de Valladolid, siglos XVI-XVIII. Valladolid, Excmo. Ayuntamiento, 2007, pp. 487-488. Por cierto, que años después, algunos de los afectados litigaron contra el trujillano, alegando que no lo entregaron voluntariamente sino forzados por él.

19  FERNÁNDEZ DE OVIEDO: Ob. Cit., T. V, p. 123.

20  La fecha de la ejecución del Inca varía de un cronista a otro lo que ha provocado grandes divergencias en la historiografía posterior. Sin embargo, Adám Szászdi, ha aportado pruebas bastante contundentes que sitúan el regicidio el sábado 28 de junio. SZÁSZDI NAGY, Adám: “Algo más sobre la fecha de la muerte de Atahualpa”, Historiografía y Bibliografía Americanista, Vol. XXX, Nº 2. Sevilla, 1986, pp. 69-76. En cualquier caso, lo que está claro es que Hernando Pizarro había partido varias semanas antes hacia Panamá.

21  Así lo especifica el propio Hernando Pizarro en la carta dirigida a la audiencia de Santo Domingo y fechada el 23 de noviembre de 1533. Cit. en FERNÁNDEZ DE OVIEDO: Ob. Cit., T. V, p. 90. La cantidad no coincide exactamente con la que ofrece Antonio de Herrera que cifró lo entregado al Emperador en 155.300 pesos de oro y 5.400 marcos de plata. HERRERA: Ob. Cit., T. III, p. 354.

22  Lo traído por Cortés ascendió a 200.000 pesos de oro y 1.500 marcos de plata, además de algún metal sin tasar. BALLESTEROS GAIBROIS, Manuel: Francisco  Pizarro. Madrid, Biblioteca Nueva, 1940, p. 68.

23  JEREZ: Ob. Cit., pp. 158-159. De entre las piezas que traía sin fundir destacaban grandes ollas de metal, planchas, arrancadas de los templos cuzqueños así como un enorme águila de plata que causó la admiración de cuantos la contemplaron.

24  LOCKHART: Ob. Cit., T. I, p. 59.

25  Ibídem, T. I, p. 70.

26FERNÁNDEZ DE OVIEDO: Ob. Cit., T. V, p. 109.

27  BALLESTEROS: Ob. Cit., p. 188.

28  El poder fue protocolizado en Sevilla el 3 de marzo de 1534. El otorgante, Francisco de Plasencia, mercader, vecino de Sevilla, en la collación de San Isidro, que había residido mucho años en Santa María del Darién primero, y luego en Nombre de Dios, otorgó poderes a Alonso de Riquelme, tesorero real, para que cobrase del mariscal Diego de Almagro dicha deuda, procedente de un alcance que le hizo de una cuantía de 63 pesos de oro y dos tomines. APS, Leg. 3302, fols. 328v- 329v. Por cierto que, poco antes,  el 13 de agosto de 1531,  Francisco de Plasencia, en nombre de Alonso de Riquelme, había pagado a Pedro de Espinosa, banquero, 250.000 maravedís que el citado tesorero le debía desde el 13 de agosto de 1531. APS, Leg. 3001.

29  Expediente sobre la concesión del hábito de Santiago a Hernando Pizarro, 1534. AHN, Órdenes Militares, Santiago.

30  Se habían celebrado Cortes en Madrid a principios de año, pero luego pasó de nuevo la Corte a la ciudad Primada. Cit. en ORTIZ DE ZÚÑIGA, Diego: Anales eclesiásticos y seculares de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Sevilla, T. III. Sevilla, Ediciones Guadalquivir, 1988, p. 366.

31  Véase el documento I del apéndice.

32   Privilegio y confirmación del juro dado en Valladolid el 22 de septiembre de 1536. El traslado tiene fecha del 25 de septiembre de 1539. APS, Leg. 3334, fols. 350r-358v.

33   El propio Cortés y Francisco de Zavala se dieron poderes mutuos para trabajar en nombre de Hernando Pizarro. Véase el documento VI del apéndice. Por cierto, que años después, exactamente el 29 de junio de 1547, Hernando Pizarro volvió a otorgar poderes a Juan Cortés, por una escritura otorgada en Medina del Campo.

34  Juan Pizarro, en su testamento dictado en la ciudad de Cuzco, el 26 de mayo de 1536, declaró haber mandado dineros a Juan Cortés a través de Juan de Herrera. Todavía, tres lustros después, exactamente en 1551, Juan Cortés, trataba de recuperar nada menos que 29.000 ducados enviados por Juan Pizarro, a través de Juan de Herrera, que confiscó el Emperador. Para ello otorgó un poder a favor de Juan de Uribe, procurador del Consejo de Indias, en Trujillo el 19 de marzo de 1551. Archivo de Protocolos de Trujillo, escribanía de García de Sanabria 1551.

35  Véase el documento VIII.

36  Carta de poder otorgada por los herederos de Luis de Camargo, Trujillo, 28 de agosto de 1551. A.P.T., escribanía de Juan de Sanabria 1551.

37   Por cierto que en este documento llama a esta misma hermana como Inés Rodríguez  Pizarro, quizás porque le interesaba reforzar el parentesco de ésta con su estirpe para así conseguir que fuese ella su tutora y no otra persona ajena a la familia. AGI, Patronato 90B, n. 1, r. 51.

38   Véase el documento XI. Vido Herlle pertenecía al entorno de los Fúcares, prestamistas de la Corona. Éste había comprado por 62.100.000 un juro a la Corona que le rentaban 3.881.250 maravedís y que recaían sobre las rentas del almojarifazgo de Sevilla. Hernando Pizarro compró sólo una pequeña parte de ese juro. APS, Leg. 3308 s/fol.

39  APS, Leg. 3308 s/fol.

40  El envío de dinero a través de testaferros era una práctica comúnmente usada por Hernán Cortés, quien con frecuencia los mandaba a través de Juan de Ribera. MIRA CABALLOS, Esteban: Hernán Cortés. El fin de una leyenda. Badajoz, Palacio Barrantes Cervantes, 2010, pp. 103-104.

41  Véase el documento XII.

42   Era frecuente encontrar a señores de naos, maestres o marinos que tenían partes o porcentajes diversos en distintas naos. En este sentido, es bien sabido que el marino Cosme Buitrón, poseía, en proporciones diversas, parte en nada menos que seis navíos. OTTE, Enrique: Sevilla, siglo XVI: materiales para su historia económica. Sevilla, Centro de Estudios Andaluces, 2008, p. 134.

43  Concierto entre Francisco Zavala y Sancho Prieto, Sevilla, 5 de marzo de 1534. APS, Leg. 3302, fols. 45r-46v. Contrato entre Francisco de Zavala y Pedro Agustín, 12 de junio de 1534. A.P.S. Leg. 3303, foliación perdida.

44  Otorgada en Sevilla, el uno de octubre de 1534. APS Leg. 3.305, s/fol. Desconocemos por qué, en

mayo de 1534, Sancho Prieto contrató como piloto de la nao Santa María del Campo a Cristóbal de Morales, vecino de Triana por una cuantía total más modesta, 120 ducados, a pagar 50 antes de partir y los 70 restantes en Nombre de Dios. Sevilla, 16 de mayo de 1534. APS, Leg. 3303. ¿Cambiaron de piloto a última hora? Para ser que sí.

45   El 19 de diciembre de 1534 se contrató al piloto Pedro Fernández Colmenarejo para hacer un viaje de ida y vuelta a Santo Domingo por un salario total de 90 ducados de oro. APS, 3.307.

46   Además se acordó que le cedería al comerciante una cámara en el buque, al precio que más adelante acordaran. Sevilla, 18 de marzo de 1534, fols. APS, Leg. 3.307, fols. 56r-57v.

47  Además de los 31.200 maravedís por las ocho toneladas, se le pidieron 300 maravedís por tonelada en concepto del pago del impuesto de la avería. Sevilla, 18 de abril de 1534. APS, Leg. 3.302, fols. 443r-444r.

48  Fuentes: APS, Leg. 3.303. Los precios están expresados en ducados.

49  El 24 de septiembre de 1534, Francisco de Zavala, en su nombre, dio pasaje a once personas con doce cajas de siete palmos por un importe de 144 ducados. Véase el apéndice VIII. Ese mismo día, Juanes de Lubelça dio pasaje a Sebastián de los Ríos, vecino de Madrid, por un precio de 14 ducados de oro. APS, Leg. 3305.

50 Carta de fletamiento de Francisco Barba, maestre de la nao la Magdalena, Sevilla, 6 de julio de 1534. APS, Leg. 3304, fols. 807r-808r.  La avería era un impuesto que pretendía reducir el riesgo del transporte marítimo contra peligros no cubiertos por los seguros marítimos ordinarios. No debemos olvidar que la posibilidad de un ataque pirata no se contemplaba en los seguros ordinarios dado el alto riesgo que representaba, de ahí que la avería surgiese como un medio para paliar en alguna medida los efectos de estos eventuales asaltos.  Un análisis de la figura jurídica de la avería y de su evolución histórica puede verse en LUQUE TALAVÁN, Miguel (1998): «La avería en el tráfico marítimo- mercantil indiano: notas para su estudio (siglos XVI-XVIII)», Revista Complutense de Historia de América, Nº 24, Madrid, 1998, pp. 113-145.

51   Concierto entre Juanes de Lubelça y Melchor de Herrera, Sevilla, 5 de octubre de 1534. APS, Leg. 3306, fol./ perdida.

52   Una reedición reciente de la crónica puede verse en Relaciones primitivas de la conquista del Perú. Lima, 1967.

53   Hay un dato significativo: el 14 de agosto de 1552 se formalizó una gran merced a favor de Fernando Ochoa para pasar a las Indias, y el Perú acaparó casi la tercera parte. La distribución por territorios quedó así: 910 Perú, 440 Nueva España, 250 Chile, 230 Nueva Granada, 210 Nuevo Reino de Galicia, 210 Confines y Guatemala, 210 Nicaragua, 180 Santa Marta y Cartagena, 180 Venezuela y Cabo de la Vela y 160 las Antillas Mayores. OTTE: Sevilla, siglo XVI…, pp.271-272.

54  En realidad se trataba de societas medievales que se formalizaban entre dos o más socios y tenían una duración limitada, con un objetivo muy concreto y la distribución de beneficios solía estar vinculada a la inversión realizada por cada uno de los asociados. GARCÍA DE VALDEAVELLANO, Luis: Curso de Historia de las Instituciones españolas. Madrid, Alianza Editorial, 1986, p. 291.

55   Carta de poder otorgada por Francisco de Plasencia. Sevilla, 18 de marzo de 1534. APS, Leg. 3302, fols. 59r-59v.

56  Sobre el particular véase el trabajo de BERNAL, Antonio Miguel: La financiación de la Carrera de Indias (1492-1824). Sevilla, Universidad, 1992, p. 175.

57   Francisco de Plasencia, mercader afincado en Sevilla, en la collación de San Isidro, prestaba dineros que no tenía y que solicitaba a terceras personas. De hecho, los 225.000 maravedís que prestó a Alonso Riquelme, tesorero, los había pedido previamente a Lázaro de Nuremberger, mercader y mayordomo del hospital de la Misericordia de Sevilla, vecino de Sevilla, en la collación de San Salvador. Sevilla, 13 de agosto de 1531. APS, Leg. 3301, fol./perdida.

58  LORENZO SANZ, Eufemio: Comercio de España con América en la época de Felipe II, T. I. Valladolid, Institución Cultural Simancas, 1986, p. 121.

59 Concierto de Juan Moreno, Piloto, vecino de Palos, con Domingo de la Paçarán, vecino de Azcoitia, en Guipúzcoa, maestre de la nao la Trinidad, que se carga en el puerto de las Muelas. Se obliga a ir como piloto, con una soldada de cien ducados de oro por el viaje y tornaviaje más comida y bebida, y media tonelada de mercaderías sin pagar por ello flete. La mitad del sueldo se le pagaría en Nombre de Dios y la otra mitad a su regreso, Sevilla, 11 de agosto de 1534. APS Leg. 3304, Fols. 1043v-1044v.

60   Carta de fletamiento, formalizada por Antonio de Espinosa, Sevilla, 20 de junio de 1534. APS, Leg. 3304, fol./perdida.

61    Carta otorgada  por  Pero  Afán  de  Ribera,  Sevilla,  22  de  junio  de  1534.  APS,  Leg.  3304 fol./perdida.

62  El resto que abonaron ascendió a 145 ducados de oro. Sevilla, 17 de agosto de 1534. APS, Leg. 3306, fols. 43r-44r.

63  Carta de fletamiento otorgada por Francisco de Herrera, Sevilla, 18 de agosto de 1534. APS, Leg. 3305, fols. 65r-66r.

64  Se comprometió a devolver el dinero prestado por Martín Pérez de Achotegui, mercader estante en Sevilla, tras el tornaviaje. Sevilla, 18 de marzo de 1534. APS, Leg. 3.302, fols. 61v-62v.

65  Poder dado a Gaspar Álvarez, Sevilla, 3 de febrero de 1534. APS, Leg. 3301, s/fol. Por cierto que la historiografía suele transcribir erróneamente su apellido como Jarén en vez de Jaén.

66  Concierto del pasaje con Cristóbal Rodríguez, maestre y señor de la nao San Juan. Sevilla, 23 de enero de 1534. APS, Leg. 3301, fols. 271v-272r.

67  Ajuste del pasaje con Cristóbal Rodríguez, maestre de la nao San Juan, Sevilla, 6 de febrero de 1534. APS, Leg. 3301 s/fol.

68  Ruy Díaz Brandon, vecino de la villa de Lagos en el reino de Portugal vendió a Cristóbal Romero y a Diego Pérez la nao, con su batel, vela y jarcia, por un precio total de 345 ducados, horros de alcabalas. Sevilla, 3 de febrero de 1534. APS, Leg. 3301, fols. 377r-378v. A continuación, Ruy Díaz arrendó al mismo dicho buque por dos años y razón de cien ducados anules, Sevilla, 3 de febrero de 1534. APS, 3301, fols. 379r-380r.

69  El sueldo del piloto se estipuló en la modesta suma de 80 ducados, Sevilla, 13 de marzo de 1534. APS, Leg. 3302, fols. 97r-98r.

70   Formalización de compañía entre Juan Martínez y Bartolomé Morillo, Sevilla, 22 de mayo de 1534. APS, Leg. 3303, fols. 294r-295v.

71   Compañía firmada en Sevilla, el 3 de abril de 1534. APS, Oficio XII, escribanía de Pedro de Castellanos 1534; Fondo Otte, C. 27.

72  Establecimiento de la Compañía, Sevilla, 18 de febrero de 1534. APS, Leg. 3301, fol./ perdida.

73  Los tres reconocieron un préstamo de 150 ducados en mercancías que compraron de García de la Torre, mercader sevillano, residente en la collación de San Bartolomé. Se comprometen a devolvérselo, en el plazo de un mes desde la llegada al puerto de Nombre de Dios. Sevilla, 9 de junio de 1534. APS, Leg. 3303, fol./perdida.

74  El 13 de marzo de 1551 se ordenó a Francisco de Ampuero y su mujer que se embarcase en el navío de que era maestre Bartolomé de Mafra con los hijos menores del difunto marqués. Éste hacia la ruta entre el puerto de la ciudad de los Reyes y Panamá, con el objetivo de trasladarlos hasta España. AGI, Patronato 90B, n. 1, r. 51.

75  Juan de Córdoba era un platero converso sevillano que había mantenido una gran actividad comercial con las Indias desde los tiempos del Descubrimiento. Ya en la armada de Nicolás de Ovando de 1502, envió en compañía con el mercader Pedro Gutiérrez Salamanca, vecino de Sanlúcar la Mayor, 34.000 maravedís en vituallas, mercaderías y fletes. APS, Leg. 2161, fols. 44v-45v.

76   Antón Sánchez y Juan Alonso de Plasencia mandaban sus mercancías al hijo de éste, estante primero en Santa María de la Antigua del Darién y luego en Nombre de Dios. Ya en 1522 cargaron mercancías para este destinatario en la carabela Santa María la Blanca, de que era maestre Martín del Cantón. MENA GARCÍA, Carmen: El oro del Darién. Entradas y cabalgadas en la conquista de Tierra Firme (1509-1526). Sevilla, Junta de Andalucía, 2011, p. 458-459. Antón Sánchez, cedió a Francisco de Plasencia, su parte de la casa- tienda de Nombre de Dios para saldar una deuda de 250 pesos, Sevilla, 31 de marzo de 1534. APS, Leg. 3.302, fols. 333r-333v.

77  MENA GARCÍA: Ob. Cit., p. 257.

78  Poder que Fernando de Sepúlveda otorgó a su hermano, Sevilla, 14 de marzo de 1534. APS, Leg. 3.302, fol. 103r.

79  Carta de compañía, Sevilla, 28 de enero de 1534. APS, Leg. 3.301, fols. 336v-337v.

80   En 1506 estaba en Sevilla Juan de Zornoza, que fue enviado por el también vizcaíno Antón de Novia, a Flandes como factor suyo por un año. OTTE, Enrique: Sevilla y sus mercaderes a fines de la Edad Media. Sevilla, Universidad, 1996, p. 195. Domingo de Zornoza fue un mercader muy activo en la Sevilla de la primera mitad del siglo XVI. El 14 de diciembre de 1529 recibió un poder de Miguel de Arana, vecino de la villa de Bilbao, para que cobrase todo lo que llegase a su nombre de Nueva España. APS, Leg. 3.280, fols. 404v-405r. En 1534 obtuvo el cargo de tesorero de la Santa Cruzada del arzobispado de Sevilla y el obispado de Cádiz, encargando 50.000 bulas de vivos y 4.000 bulas de difuntos que se sacaron del monasterio de San Pedro Mártir de Toledo. Poder dado por Domingo de Zornoza a Juan de Liende, Sevilla, 21 de marzo de 1534. APS, Leg. 3302, fol. 235v. Al año siguiente, el 1 de febrero de 1535, le otorgó poderes en Bilbao, María de Arana, mujer de Domingo de la Vega, difunto, actuando en su nombre el 8 de marzo de ese año. APS, Leg. 3.309, fol./perdida.

81  Véase el documento VI.

82  Capitulación de Francisco Pizarro, Toledo, 26-VII-1529. AGI, Indiferente General 415, L. I, fols. 119r-124r.  Transcrita en VAS MINGO, Milagros del (1986): Las Capitulaciones de Indias en el siglo XVI. Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1986, pp. 262-263.

83  Mercancías cargadas por Pedro de San Martín y Pedro de la Fuente, boticario, en el galeón de que era maestre Cosme Rodríguez Farfán, Sevilla, 18 de marzo de 1534. APS, Leg. 3302, fols. 63v-74v.

84  Concretamente, Gómez de León, vecino de Sevilla, en la collación de Santa María, dio poderes a Alonso Martín del Canto, también vecino de Sevilla, para que llevase varios esclavos a vender a Nombre de Dios. Sevilla, 20 de mayo de 1534. APS, Leg. 3303, fols. 270r-271r.

85  Carta de Hernando Pizarro al Emperador, Ciudad de los Reyes, 15 de noviembre de 1535. AGI, Patronato 90B, n. 2, r. 2.

86  Otros pasajeros hicieron lo propio. Por poner un ejemplo concreto, Francisco Tirado, natural de Fuente de Cantos, estando sano, realizó su testamento el 16 de abril de 1534, justo antes de partir con destino a Cartagena. APS, Leg. 3.302, Fols. 409r-410v.

Oct 012011
 

Esteban Mira Caballos

 1.  INTRODUCCIÓN

La presente comunicación pretende dar a conocer un total de siete documentos inéditos sobre el padre del conquistador del imperio inca, localizados en el Archivo General de Navarra, concretamente en el fondo Rena. Se trata de un conjunto homogéneo, inventariado en los catálogos del archivo navarro. Por tanto no se puede decir que fuesen desconocidos, pues estaban a disposición de los usuarios en dicho repositorio. Sin embargo, además de permanecer inéditos, no habían sido usados por los biógrafos de Francisco Pizarro. Por ello, su puesta en circulación tiene el interés añadido de que, hasta la fecha, apenas disponíamos de fuentes primarias sobre el enigmático Gonzalo Pizarro, padre del conquistador.

A través de las biografías sobre Francisco Pizarro se habían deslizado un puñado de datos sobre su progenitor, a saber: que éste era a su vez hijo de Hernando Alonso Pizarro y de Isabel Rodríguez, que tuvo al menos once hijos con varias mujeres diferentes –véase el cuadro I- y que luchó en servicio de la Corona en los tres conflictos sucesivos más importantes de su tiempo: la guerra de Granada, la de Italia y la de Navarra. De los biógrafos del conquistador el que más se extendió en sus comentarios sobre su progenitor fue Bernard Lavallé quien, pese a ello, se limitó a decir en relación a Navarra que conocíamos su presencia por la crónica de la contienda1. Sin embargo, conviene no pasar por alto una cuestión: en este pequeño reino pirenaico permaneció, de manera más o menos continua, al menos la última década de su vida, es decir, los años comprendidos entre 1512 y 1522, y lo único que teníamos hasta la fecha de dichas andanzas eran unas pocas referencias en algunas crónicas. La escasez de fuentes primarias que permitieran documentar su presencia, primero en las guerras de Italia junto al Gran Capitán, y luego en Navarra en el tramo final de su vida, había provocado que sus biógrafos tomasen su participación en ambas campañas con muchas reservas.

Los manuscritos localizados, transcritos y publicados en el apéndice documental nos permiten documentar fehacientemente al trujillano en el reino de Navarra tal y como sostenían las fuentes cronísticas.

2. LOS PIZARRO DE TRUJILLO

El estudio de los Pizarro resulta especialmente dificultoso por tratarse de un apellido relativamente común. Debido a ello, encontramos a numerosas personas con dicho patronímico, tanto en España como en las Indias, que nada tienen que ver con la estirpe trujillana2.

Asimismo, el caso de los Pizarro es muy significativo de lo dispar y tendenciosa que puede ser la historiografía, dependiendo de los intereses y de la formación del biógrafo. Durante siglos, sus detractores, entre ellos Francisco López de Gómara que atacaba a todo aquel que suponía una amenaza para la gloria de su idolatrado Hernán Cortés, difundieron sus falsos orígenes como porquero. Según este cronista, y siguiéndolo a él una buena parte de la historiografía, fue abandonado en el umbral de una iglesia, sobreviviendo gracias a una cerda que lo amamantó. Luego se ganó la vida pastoreando piaras de cerdos, los mismos con los que convivió desde su nacimiento. Obviamente, esta versión, narrada en estos términos no son más que fabulaciones inventadas por sus detractores.

En el otro extremo se sitúan los apologistas que, cómo no, limpiaron de cualquier miseria todo su linaje familiar, remontándolo a los tiempos de Don Pelayo3. Ni que decir tiene que se trata de una costumbre redundante por parte del más pícaro de los hidalgos, es decir, el de remontar su ascendencia hasta las montañas de Covadonga para intentar dar el máximo lustre a su estirpe. En una época donde la sangre lo era todo, intentar convencer de un pasado cristiano, del lado de grandes leyendas como don Pelayo o el Cid Campeador no era una cuestión baladí. Los propios Pizarro se encargaron de insistir en la supuesta ascendencia asturiana de su estirpe, donde lucharon junto a don Pelayo por la independencia de la Patria4. Posteriormente participaron en la batalla de las Navas de Tolosa (1212) y, finalmente, en la reconquista de Trujillo, el 25 de enero de 12325. Esta extraordinaria versión de los hechos no constituyen más que la otra cara de la moneda de la leyenda porcina.

Los orígenes familiares de Francisco Pizarro eran los que eran, ni más ni menos. Al parecer el apellido es de origen gallego, aunque estaban asentados en Trujillo desde el siglo XIII. Aunque es muy probable que hubiese algún Pizarro en las tropas que ocuparon Trujillo en la reconquista, del primero que tenemos constancia documental es de Rodrigo Alfonso Pizarro y de su hermano Martín que aparecen en un manuscrito de 13916. Ya en el siglo XV nos consta que el abuelo del conquistador, Hernando Alonso Pizarro, resultó elegido regidor por el linaje de los Altamirano7. Junto a los Añascos, los Bejarano, Los Altamirano, los Vargas o los Tapia, gozaban de una posición privilegiada en la ciudad8. Los Pizarro eran tenidos por algo más que hidalgos, es decir, por caballeros. El llerenense Luis Zapata, que vivió una parte de su vida en la corte de Felipe II, al referirse a los orígenes de los Cortés y los Pizarro, escribió que mientras los primeros eran pobres hidalgos de Medellín los segundos eran caballeros de Trujillo. El comentario marca bastante bien la diferencia; ambas estirpes pertenecían al estamento nobiliar pero la estima de los Pizarro era bastante mayor, probablemente porque desde el bisabuelo al mismísimo Francisco Pizarro habían luchado de forma destacada en las guerras emprendidas por la Corona de Castilla.

Ahora bien, dentro de ese mismo estamento privilegiado al que pertenecían los Pizarro, es cierto que había familias con más poder como los Añasco, los Altamirano, los Chávez, los Bejarano y los Orellana. Así, mientras que los Bejarano colocaron su escudo nada menos que en la Puerta del Triunfo, los Orellana lo situaron junto al de los Reyes Católicos en la puerta de Santiago. Por otro lado, los Pizarro no poseían entonces ningún palacio, sino un par de casas solariegas blasonada. Una se ubicaba justo al lado de la iglesia de Santa María, en intramuros, la que erróneamente se identifica como la casa de Gonzalo Pizarro. Y la otra, propiedad del padre del conquistador, se situaba en la plaza del Arrabal, al parecer muy cerca de la carnicerías públicas donde, décadas después, Hernando Pizarro mandó construir su fabuloso palacio.

No parece que gozaran de una gran fortuna; en el testamento y mayorazgo de Gonzalo Pizarro se cita una buena propiedad en La Zarza y su casa solariega. No parece que tuvieran muchas más posesiones. Sin embargo, esas propiedades con ser pocas eran bastante más de lo que poseía la mayoría. De hecho, en 1591 se censaban en Trujillo 200 vecinos hidalgos frente a 1.300 pecheros, es decir, el 13,33%. Ello equivale a decir que poco más del 10% de la población gozaba de una situación de privilegio.

3. GONZALO PIZARRO Y LAS GUERRAS DE ITALIA

Gonzalo Pizarro Rodríguez de Aguilar (1446-1522), apodado El Largo por su estatura y después El Tuerto porque perdió un ojo en combate9, era un hidalgo medio que gozaba de cierto prestigio por haber luchado en las guerras de Italia junto al Gran Capitán. Éste y Gonzalo Pizarro fueron coetáneos, aunque el de Trujillo era siete años mayor y, curiosamente le sobrevivió otros siete años10. Como es bien sabido, el afamado cordobés, había luchado en la reconquista de Granada y, poco después, se reincorporó a las guerras de Italia.

En 1496, las tropas francesas enviadas por Carlos VIII se hicieron fuertes en Nápoles, pues los Anjou siempre reivindicaron la plaza. Pero, Fernando el Católico no estaba dispuesto a consentirlo por lo que envió allí al futuro Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba. Pese a disponer de menos tropas que los franceses, reintegró el reino de Nápoles a la soberanía de los Reyes Católicos, empezando por Calabria, ocupada en ese mismo año. Posteriormente derrotó a los franceses en Atella, obligando al duque de Montpensier a capitular el 27 de julio de 1496. Parecía increíble que el aparentemente inexpugnable ejército francés hubiese sido humillantemente derrotado por un entonces desconocido hidalgo español11.

Esta rápida y aplastante victoria fue posible gracias a que inauguró una nueva forma de combatir que revolucionó los campos de batalla europeos. Como es bien sabido, fue el creador del modelo de escuadrón que dividía a los hombres en pequeños destacamentos de infantería, con gran movilidad y muy disciplinados. Esta nueva forma de combatir acabaría a medio plazo con aquellos grandes y pesados ejércitos, donde la caballería era la pieza esencial. Con Gonzalo Fernández de Córdoba la infantería se impuso definitivamente a la vieja caballería medieval. La primera guerra de Italia, finalizó en 1500 cuando se firmó el tratado de Granada por el que Nápoles se repartiría entre España y Francia. Tras alcanzar dicho acuerdo la guerra se dio por finalizada y el Gran Capitán regresó a España12.

Sin embargo, no tardaron en estallar nuevamente las hostilidades, pues este supuesto reparto no fue más que una tregua encubierta, pensada por ambos contendientes para ganar tiempo. Así que en ese mismo año, el Gran Capitán regresó a Italia, ya como lugarteniente de las tropas en Italia y con la intención de hacer efectiva la toma de Apulia y Calabria que, según el Tratado de Granada, pertenecían a los Reyes Católicos. El cordobés zarpó de Málaga, en junio de 1500, con una gran armada y gran cantidad de piezas de artillería y artilleros, con el objetivo inicial de combatir a los turcos en Cefalonia pero, poco después, tras comenzar la guerra con Francia, se dirigieron a Nápoles13. Luego llegaría la guerra con los franceses porque Fernando El Católico también quería los territorios centrales. Los triunfos del Gran Capitán frente a franceses y sicilianos sonaron en toda Europa, por su capacidad estratégica para derrotar a sus adversarios, incluso en aquellas ocasiones en las que se encontraba en inferioridad numérica.

Pues, bien, Gonzalo Pizarro no era cualquier soldado sino uno de los capitanes de confianza de Gonzalo Fernández de Córdoba. En las crónicas del Gran Capitán, firmadas por Antonio Rodríguez Villa, aparece citado reiteradamente. Se habla del trujillano como uno de los capitanes de infantería del Gran Capitán, los cuales eran todos –afirma- varones de muy gran virtud14. Estuvo presen- te al menos en las decisivas batallas de Ceriñola (abril de 1503), Garellano (a finales de ese mismo año), Gaeta (el 2 de enero de 1504) y en la defensa del cerco de Rocaseca15 en las que los franceses fueron totalmente derrotados. Debió ascender por méritos de guerra, pues en los últimos combates en Italia deja de aparecer como capitán y se menciona con el rango de coronel.

En 1507, debido a la vinculación de los Fernández de Córdoba con el bando de Felipe el Hermoso, el monarca aragonés obligó al Gran Capitán a regresar a España, instalándose en Loja16. Sabemos con certeza que en el ejército que trajo Fernández de Córdoba hasta Burgos estaba lo mejor de su tropa, entre ellos el capitán Pizarro y un tal Luis Pizarro del que desconocemos su vinculación exacta con el trujillano17. Pese a los recelos del rey católico, aquel ejército regresó triunfante, después de haber sorprendido a toda Europa con una estrategia militar que le dará a España la primacía militar al menos hasta el primer cuarto del siglo XVII. El trujillano volvía a su ciudad natal con todos los honores. Allí permanecería durante más de un lustro.

4. LA GUERRA DE NAVARRA

Cuando todo parecía augurar el final de la carrera militar del trujillano, éste sorprendió a todos enrolándose en las guerras de Navarra. En 1512, cuando estalló la primera de las guerras tenía 66 años, una edad considerable para aquella época. Está claro que era un hombre muy activo –y en ello su hijo Francisco se parecía a él- por lo que cambió una vejez tranquila y sosegada por otra bien distinta al frente de un ejército.

Los últimos años de su vida los pasó en el antiguo reino de Navarra. Se alistó junto al duque de Nájera, cuando éste fue nombrado virrey. Los Reyes Católicos siempre habían pretendido la incorporación de este pequeño reino para completar la unidad de España18. La realeza Navarra, temiendo con razón a España, había basculado hacia Francia, tratando de conseguir apoyos que hicieran viables su independencia. Castilla aprovechó la primera excusa que se le ocurrió para intervenir. Ello ocurrió en 1512 cuando depuso al último rey Juan de Albret y convirtió su reino en un protectorado asociado a la corona castellana. Sin embargo, por un lado la familia Albret, apoyada por Francia, no renunció nunca a sus derechos dinásticos, y por el otro, el objetivo último de Castilla no era otro que su anexión.

Lo cierto es que el duque de Alba ocupó el reino muy rápidamente, nombrando poco después como virrey a Diego Fernández de Córdoba19. Pero, la resistencia de los Albret, con el apoyo de Francia, se prolongaría hasta 1522. En este intervalo se produjeron nada menos que tres guerras, al fracasar reiteradamente los intentos de llegar a un acuerdo que satisficiera a las dos partes20. En el tratado de Noyon (1516) se determinó la necesidad de entablar conversaciones entre la familia Albret y Francia por un lado, y Castilla por el otro. En mayo de 1519 se reunieron las partes en Montpellier, sin alcanzar un acuerdo21. Pero al menos sirvió para saber definitivamente que las diferencias eran insalvables, pues, ni Castilla estaba dispuesta a ceder en su deseo de anexionar Navarra, ni tampoco Francia en su intento por mantener su influencia sobre el pequeño reino pirenaico.

En 1521 se desarrolló la batalla final, al invadir Navarra un ejército francés formado por 12.000 infantes y 800 caballeros a las órdenes de Andrés de Foix, señor de Esparre, recuperando para Albret tanto la ciudad de Pamplona como Tudela y Estella. Incluso sitiaron Logroño, lo que provocó la reacción inmediata de Castilla que en una gran ofensiva derrotó definitivamente a los franceses y anexionó Navarra22. El pequeño reino del norte formaría parte desde entonces a España, aunque manteniendo su identidad foral.

Trazado el contexto de las guerras de Navarra, pasaremos a responder a la siguiente cuestión: ¿qué papel jugó Gonzalo Pizarro en dicha contienda? Las cartas localizadas, transcritas y publicadas por nosotros en el apéndice documental aportan alguna luz sobre la actuación del trujillano en el antiguo reino de Navarra. Podemos documentar su presencia en dicho reino al menos entre 1515 y la fecha de su fallecimiento en 1522. De los siete documentos, uno está fechado en 1516, otro en 1517, tres en 1519, uno en 1521 y el último en 1522. En el primero de ellos, es decir, el de 1516, el trujillano solicita dinero a micer Juan de Rena, pagador general de las obras reales del Reino de Navarra, para reparar la fortaleza de San Juan y abonar el salario de sus 800 hombres23. Al leer la carta uno tiene la impresión de que el trujillano llevaba ya varios años en Navarra. Pero, es más, en el documento que presentamos en el apéndice III se men- ciona que, junto a Pedro de Malpaso, veedor general de las obras de Su Majestad en Navarra, solicitó un porcentaje de las rentas que se obtuviesen de las minas, que finalmente no se les concedió por el fallecimiento del monarca.

Dado que éste falleció en Madrigalejo en 1516 es obvio que Pizarro debía estar allí desde varios años antes. Lo más probable es que hubiese llegado en 1512, luchando junto al duque de Alba, quien derrotó y expulsó al último rey de Navarra, Juan del Albret24.

El capitán Gonzalo Pizarro debió tener algún problema con el fisco, a costa de 200 ducados que recibió de Juan de Rena probablemente en 1516 para gastarlos en las reparaciones de la fortaleza de San Juan. Al año siguiente de su concesión le fue solicitada la devolución25 y, nuevamente, en 1519. Él siempre respondió que no lo tenía porque lo gastó en cosas que tocan al servicio de Sus Altezas por mandado del señor duque de Nájera, virrey y capitán general del reino de Navarra26. Finalmente se debió dar por buena su respuesta porque, después de más de dos años insistiendo en la devolución, nunca más se le volvió a pedir la cuantía.

Como todos los servidores reales en aquella época, trató de solicitar una merced real, en compensación por los servicios prestados y para completar su salario de capitán que probablemente no era gran cosa. Para ello pidió, junto a Pedro de Malpaso, un porcentaje sobre las rentas de las minas de oro, plata, esmeraldas, cobre, estaño y otros metales que se obtuvieran en el presente o en el futuro en dicho reino27. Como ya hemos afirmado, la muerte de Fernando El Católico, en 1516, dio al traste con su petición. Sin embargo, su amigo Pedro de Malpaso, estando ya Carlos V en el trono, lo volvió a solicitar pero, se olvidó de su antiguo amigo Gonzalo Pizarro, pidiéndolo junto a Miguel de Herrera, camarero de su Majestad. Probablemente pensó que sería más fácil obtenerlo asociándose con este último que tenía bastante más influencia en la Corte. Finalmente se le concedió pero ocurrió lo previsible, es decir, que el trujillano se sintió agraviado y solicitó su parte. Por la carta de concordia se evidencia el problema personal entre dos viejos amigos que quisieron zanjar ante escribano público, en Pamplona el 28 de agosto de 1519. A través de este documento, acordaron que, por cuatro años, Malpaso cediera a Pizarro un 3,25% de su porcentaje del 7,25%28. Sin embargo, no tardaron en saber que las rentas del oro y la plata de Navarra eran tan insignificantes que no merecía la pena disputa alguna. Y es que la explotación de las minas de oro fue una verdadera fiebre en la España del siglo XVI, seguramente por influjo de las Indias, pero se quedó en un mero espejismo. Dado que no había dineros que repartir la concordia era segura. A fin de cuentas, para el trujillano lo más importante era que Pedro de Malpaso reconociera -como hizo- su mal gesto. Tan solo unos meses después, Gonzalo Pizarro renunció al porcentaje a cambio del cobro en efectivo de la insignificante suma de 16 ducados29.

Posteriormente, sí tenemos noticia de la percepción por parte de Gonzalo Pizarro de una cantidad bastante más enjundiosa. De hecho, el 25 de noviembre de 1521 Juan de Rena reconoció una deuda a favor de Gonzalo Pizarro de nada menos que 300 ducados, que el trujillano cobró al año siguiente, otorgando carta de pago en Pamplona el 7 de febrero de 152230. Desconocemos la causa de esta deuda aunque lo más probable es que fuera en concepto de pago de servicios pasados en la larga guerra de Navarra. Lo cierto es que pudo disfrutar muy poco tiempo del dinero, pues fue herido poco después en el sitio de Amaya, falleciendo el 31 de de agosto de 1522.

Al parecer, inicialmente fue inhumado en la capilla del convento de San Francisco de Pamplona pero, varias décadas después, su hijo Hernando trajo sus restos mortales a enterrar a Trujillo, concretamente al convento de Concepcionistas Jerónimas31.

5. CONCLUSIÓN

Aunque Gonzalo Pizarro figuraba en 1486 como regidor del concejo de Trujillo, lo cierto es que pasó fuera de su ciudad natal una gran parte de su vida. Y es que fue ante todo un hombre de armas que se pasó prácticamente toda su vida en los campos de batalla, siempre al servicio de la corona de Castilla. Estuvo ausente de Trujillo durante largas temporadas, especialmente en la última década de su vida. Entre 1512 y 1522 permaneció en Navarra, regresando a casa sólo puntualmente, con permisos temporales. Gozó de cierta hacienda que disfrutó su esposa legítima, Isabel de Vargas, y sus hijos, especialmente los tres legítimos. Murió prácticamente con las botas puestas, como reza el viejo refrán castellano.

Las cartas documentan fehacientemente la presencia de Gonzalo Pizarro en las guerras de Navarra. Ahora bien, seguimos sin tener datos concretos sobre la presencia o no de Francisco Pizarro junto a su padre. De la participación del conquistador en las guerras de Italia no existen indicios suficientes para sostenerlo, pese a que es algo en lo que ha insistido prácticamente toda la historiografía32. Los dos documentos que aluden a tal cuestión son posteriores y ema- nan directa o indirectamente de la opinión de los propios Pizarro, siempre deseosos lógicamente de engrandecer la figura de sus antepasados. Así, en una Real Cédula, fecha el 22 de diciembre de 1537, se aludió a sus servicios que le había hecho así en nuestros reinos como en Italia y otras partes de las nuestras Indias33. En otro manuscrito de los herederos del conquistador se refirieron a su ascendiente en los siguientes términos:

Francisco Pizarro, señor, caballero de la orden de Santiago, después de haber servido en las guerras de Italia y Navarra, con el coronel Gonzalo Pizarro, su padre, y Hernando Pizarro, su hermano, pasó a las islas de Barlovento… 34

Por cierto que se le otorga a Gonzalo Pizarro el mayor rango que ostentó, es decir, el de coronel, que ciertamente gozó en los años finales de la guerra de Italia. Sin embargo, posteriormente en Navarra aparece nuevamente con  el rango de capitán, grado en el que permaneció hasta su óbito en 1522. La presencia de Francisco Pizarro en Italia no ha podido ser verificada documentalmente, aunque no la podemos descartar. En cambio, su presencia en Navarra es totalmente imposible, pues, cuando su padre estuvo allí, entre 1512 y 1522, Francisco Pizarro estaba con total seguridad en las Indias35.

Estuviese o no Francisco Pizarro en alguna fase de las guerras de Italia junto a su padre debemos reconocer que el hecho de que éste tuviese un papel tan destacado junto a los famosos escuadrones del Gran Capitán debió tener trascendencia en la vida de su primogénito. Su padre fue un prestigioso guerrero que formó parte como capitán de aquellos ejércitos que impresionaron a la Eu- ropa de su tiempo. Es impensable que el joven Francisco fuese ajeno a las hazañas de su ascendiente de las que debió oír hablar lo mismo a su propio progenitor que a otros amigos y parientes. Un padre, por lejos que esté de su familia, siempre ejerce una poderosa influencia sobre sus hijos. Es obvio que la elección de la carrera militar por Francisco Pizarro debió estar influencia de una u otra forma por un precedente familiar tan cercano como el de su propio padre. Por ese motivo, a nadie le debió sorprender en Trujillo que Francisco Pizarro eligiera la carrera militar y que, siendo un joven, abandonase la ciudad que lo vio nacer.

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7. APÉNDICES36

Apéndice I

Carta de Gonzalo Pizarro a Juan Rena, sobre los reparos de la fortaleza de san Juan de Pie de Puerto, 3-III-1516

Muy reverendo señor: yo llegué aquí a san Juan y fue(ron) vistos los reparos que están desreparados (sic), la mayor parte por el suelo, sácanse ochocientos hombres de la tropa para guarda de la villa, pagáronse por doce días, creo que cumplidos, se irán a sus mesas si más dinero no les envía porque así lo publican. Yo escribo al señor visorrey suplicando a su merced se me echen aquellas partidas donde más servicio sea porque, estando en esta manera que yo ahora estoy, ni él será servido ni yo muy contento. El señor Campuzano va allá y es registro de todas las cosas de puertos a que en adelante me remito; en todo lo demás, nuestro señor, la muy reverenda persona acreciente con gran dignidad, como por vuestra merced se desea, de San Juan, mi dominio. Las manos de vuestra reverencia beso. (Firma: Gonzalo Pizarro). Detrás: al muy reverendo señor escribano micer Juan de Rena, pagador general de las obras reales del reino de Navarra.

(Archivo General de Navarra, fondo Rena, Caja 24, Nº 23)

Apéndice II

Real Cédula de Juana I y Carlos I , refrendada por el Cardenal Cisneros, dirigida a Gonzalo Pizarro, Illescas 6-VI-1517.

La Reina y el Rey. Gonzalo Pizarro, nuestro capitán, nos vos mandamos que los doscientos ducados de oro que por nuestro mandado recibisteis de micer Juan Rena, pagados de las obras del reino nuestro de Navarra para los reparos de las fortalezas de San Juan del pie del Puerto, los deis y tornéis al dicho micer Juan Rena para que él los gaste en las obras del dicho reino y tomad su carta de pago con la cual y con esta nuestra cédula mandamos que vos sean recibidos en cuenta y que vos no sean pedidos ni demandados otra vez, y no hagáis ende al. Fecha en Illescas, a seis días del mes de junio de mil y quinientos y diecisiete años. Por mandado de la Reina y del Rey, el gobernador en su nombre.

(A.H.N. Fondo Rena, Caja 28, Nº 2)

Apéndice III

Concordia de Gonzalo Pizarro y Pedro de Malpaso, veedor general de su majestad, Pamplona, 28-VIII-1519

Nos Gonzalo Pizarro, capitán de la Reina y del Rey nuestros señores, y Pedro de Malpaso, veedor general de las obras de sus Altezas, decimos que por cuanto en vida del católico rey don Fernando nuestro señor que en gloria sea, entre nosotros hubieron pasado ciertas palabras de asiento y concordia y conveniencia acerca de los mineros que hay en este reino de Navarra donde hay oro y plata y cobre y estaño y azul y otros cualesquier metales y fue de esta manera que yo el dicho capitán Gonzalo Pizarro pidiese merced de los dichos mineros a su Alteza que en tal licencia sea para ambos a dos y que todo el oro y plata y cobre y estaño y azul y otros metales que de los dichos mineros se sacase fuese para ambos a dos por mitad, tanto para el uno como para el otro. Y a causa de la muerte de su Alteza no se pudo haber la merced aunque yo el dicho capitán la pedí y, después de venido el rey don Carlos nuestro señor a estos sus reinos, yo el dicho Pedro de Malpaso me concerté con el comendador Miguel de Herrera, camarero de su Majestad y alcaide de la fortaleza de Pamplona, para que él pidiese a su Majestad la mitad de los dichos mineros. Y a su suplicación, su Majestad nos hizo merced de los dichos mineros al dicho alcaide y a mí por cierto tiempo y según que en la dicha merced se contiene. Y porque vos el dicho capitán Gonzalo Pizarro decís que pretendéis tener derecho a los dichos mineros por el asiento que entre vos y Malpaso, ni embargante que la merced que vos pedisteis no hubo efecto como dicho es, decimos que por quitar todas las diferencias y debates que entre nosotros por la dicha razón podría haber y porque nuestra amistad sea guardada y conservada como hasta ahora que yo el dicho Pedro de Malpaso me obligo de dar a vos el dicho capitán Gonzalo Pizarro de la parte que a mí perteneciese de los veintisiete por ciento que Berenguer de Aoiz, maestro de la moneda de este reino de Navarra, y Sancho de Yesa, recibidor de la merindad de Sangüesa, nos han de dar al dicho alcaide Miguel de Herrera y a mí de todo el oro y plata y cobre y estaño y plomo y azul y otros metales que ellos sacaren de todos los lineros que hay en este dicho reino, descubiertos o por descubrir, conforme a un asiento y capitulación que entre ellos y nosotros pasó ante Juan de Raso, notario vecino de esta ciudad de Pamplona, que dura su arrendamiento de ellos por tiempo y espacio de cuatro años que comienzan a correr desde diez días de este presente mes y año en que estamos y se cumplen a diez de agosto del año venidero de mil y quinientos y veintitrés y es la parte que a mí el dicho Pedro de Malpaso me pertenece de los dichos veintisiete por ciento pagado la ochava parte que a su alteza habemos de dar siete y un cuarto que de los dichos siete y un cuarto que asimismo me pertenece durante los dichos cuatro años os daré tres y un cuarto y han de quedar las cuatro partes de los dichos siete y un cuarto a mí el dicho Pedro de Malpaso. Y yo el dicho capitán Gonzalo Pizarro digo que soy contento y he por bien de recibir la dicha cuantía y que, pasados los dichos cuatro años susodichos, no vos pediré ni demandaré ni otra persona por mí más las dichas tres partes y un cuarto que así me dais, ni otra parte ni cosa ninguna de los dichos mineros ni del oro y plata y cobre y estaño y plomo y azul y otros cualesquier metales que de ellos sacáredes o hiciéredes sacar, ni de cosa alguna contenida en la merced que vos el dicho Pedro de Malpaso y el dicho alcaide tenéis de los dichos mineros. Ni vos seáis obligado a me lo dar, pasados los dichos cuatro años. Y por cuanto en el asiento y capitulación que hicisteis con los dichos Berenguer de Apiz y Sancho de Yesa entran como dicho es todos los mineros que al presente están descubiertos o se descubriesen durante los dichos cuatro años, excepto una fuente que se dice del oro, que está en el término de Valdebaztan o Mayan de la cual en otros tiempos se dice que se sacaba oro, digo que si al presente o de aquí adelante durante el tiempo de la dicha merced que así tenéis de su Alteza quisiéredes hacer abrir la dicha fuente y de ella se sacase oro digo que en esta tal fuente y oro no pretendo ni quiero tener derecho ni parte ninguna sino solamente como dicho tengo de las tres partes y un cuarto que me asignáis de los siete y un cuarto que tenéis de vuestra parte durante los dichos cuatro años y no mas quedando para vos el dicho Pedro de Malpaso las otras cuatro partes restantes en los dichos cuatro años. Y pasados los dichos cuatro años no me habéis de dar ninguna parte de lo que sacáredes o hiciéredes sacar de los dichos mineros, antes todo ello ha de ser para el dicho alcaide y para vos. Y si algún derecho o acción a los dichos mine- ros o fuente o a otra cosa de lo contenido en vuestra merced tengo y pudiese tener desde ahora me aparto y eximo de todo lo que así me podría pertenecer por cualquier razón o título o manera que fuese y hago donación de todo ello a vos el dicho Pedro de Malpaso para ahora y para siempre jamás y obligo mi persona y bienes para lo así cumplir y guardar y que si vos lo pidiere o demandare quiero que me no valga ahora ni en tiempo alguno.

Y yo el dicho Pedro de Malpaso, asimismo, me obligo de dar y acudir a vos el dicho Gonzalo Pizarro las tres partes y un cuarto de las siete partes y un cuarto que como dicho es a mi me pertenecen de los veintisiete por ciento que los dichos Sancho de Yesa y Berenguer de Aoyz han de dar al dicho alcaide y a mí durante el dicho tiempo de los dichos cuatro años y no más tiempo de todo el oro y plata y cobre y plomo y estaño y otros cualesquier metales que ellos sacaren de los dichos mineros. Y entiéndese que durante estos cuatro años vos el dicho capitán Gonzalo Pizarro no habéis de tener que hacer en los dichos mineros ni con los dichos Sancho de Yesa y Berenguer de Aoyz ni con otra persona ninguna salvo que yo el dicho Pedro de Malpaso os tengo de dar de las dichas siete partes y un cuarto que mi me pertenecen las tres partes y un cuarto que como dicho es tengo prometido de vos dar y han de quedar para mi las otras cuatro partes según arriba es dicho y nos damos las dichas partes damos poder cumplido a todas las justicias de los reinos y señoríos de sus altezas para que a cada uno de nos hagan cumplir lo suso contenido y renunciamos todas las leyes y fueros y derechos que en contrario de lo susodicho nos podrían aprovechar. En firmeza de lo cual nos los dichos capitán Gonzalo Pizarro y Pedro de malpaso, hicimos y otorgamos dos escrituras de un tenor firmadas de nuestros nombres para que cada uno de nos tenga la suya y la una de ellas es esta y rogamos al señor micer Juan Rena como a persona que ha entendido en hacer este concierto entre nosotros y a Juan de Vergara que firmasen juntamente con nosotros aquí sus nombres por testigos de lo susodicho. Fecha en Pamplona, a veintiocho días del mes de agosto de mil y quinientos y diecinueve años. Como quiera que arriba dice que yo el dicho Pedro de Malpaso tengo de dar las tres partes y un cuarto de las siete partes y un cuarto que a mi me pertenecen y a vos el dicho Gonzalo Pizarro las tres partes y un cuarto que así tengo de dar según dicho es entiéndese que las daré y pagaré a vos el dicho Gonzalo Pizarro o a quien vuestro poder para ello hubiese. Fecha ut supra va entre renglones. (Firman: Gonzalo Pizarro, Juan Malpaso, y testigos Juan Rena y Juan de Vergara).

Apéndice IV

Cesión de las rentas de minas en Juan de Rena, Pamplona, 9-IX-1519.

En la ciudad de Pamplona, a nueve días de septiembre año del nacimiento de nuestro salvador Jesucristo de mil y quinientos y diecinueve años en presencia de mi Martín Ochoa de Irigoyen, escribano de la reina doña Juana y del rey don Carlos su hijo, nuestros señores, y su notario público en la su corte y en todos los sus reinos y señoríos y de los testigos de yuso escritos, Gonzalo Pizarro, capitán de sus Altezas, dijo que cedía y traspasaba y cedió y traspasó a micer Juan Rena, capellán de sus Altezas que presente estaba, las tres partes y un cuarto que a él le pertenecen de los veintisiete por ciento que Berenguer de Aoyz y Sancho de Yesa han de dar a Miguel de Herrera, alcaide de la fortaleza de Pamplona, y a Pedro de Malpaso, veedor general de las obras de sus Altezas, de todo el oro, plata y cobre y estaño, plomo, azul y otros metales que ellos sacaren o hicieren sacar de todos los mineros que hay en este reino de Navarra, según se contiene en esta escritura firmada de los dichos Gonzalo Pizarro y Pedro de Malpaso y de micer Juan Rena y Juan de Vergara. El cual dicho traspaso dijo el dicho capitán Gonzalo Pizarro que hacía e hizo al dicho micer Juan Rena por cuanto él le había dado y pagado dieciséis ducados de oro que montan seis mil maravedís de los cuales se llamó por contento y pagado y entregado y pasaron de su poder al suyo realmente y con efecto y en razón de la paga de que al presente no parece renunció la ejecución de la non numerata, pecunia de la haber nombrado non visto non dado ni contado ni recibido y las dos leyes del fuero y del derecho la una ley en que dice que el escribano y testigos de la carta deben ver hacer la paga en dineros o en oro o en plata o en otra cosa cualquiera que lo valga…

(AHN. Fondo Rena Caja 83, Nº 8)

Apéndice V

Carta de Juan Rena, veedor de Su Majestad, Pamplona, 19-XI-1519.

En la ciudad de Pamplona, a diecinueve días del mes de noviembre, año de mil y quinientos y diecinueve años, este día en presencia de mi Ginés Martínez de Salazar, escribano de la cesárea y católicas majestades de la reina doña Juana y del rey don Carlos, su hijo, nuestros señores, y de los testigos infrascritos pareció presente el señor micer Juan Rena, capellán de sus católicas majestades y pagador de las obras de este reino de Navarra, estando presente el señor capitán Gonzalo Pizarro, dijo al dicho capitán que ya sabe como de dos años a esta parte le ha dicho y requerido con esta cédula de sus Altezas de esta otra parte contenida por muchas veces que le diese los doscientos ducados como en ella se contiene y que el dicho capitán siempre le ha respondido que los doscientos ducados que él le pide él los ha gastado en cosas que tocan a servicio de sus Altezas, por mandado del señor duque de Nájera, visorrey y capitán general de este reino y por su libranza. Y ahora, el dicho micer Juan nuevamente este dicho día le tornó a requerir con la dicha cédula por delante (de) mi el dicho escribano porque las otras veces se lo había dicho y requerido de palabra que cumpliese lo en la dicha cédula contenido. Y el dicho capitán dijo que era verdad todo lo que arriba se contiene y que ahora nuevamente responde lo mismo y dice haber gastado los dichos doscientos ducados, como el dicho micer Juan ha visto por la dicha libranza que le fue hecha por el dicho señor duque, en cosas cumplideras al servicio de sus Altezas, y que esto daba por su respuesta. Testigos, el capitán Carvajal y el secretario Guillén Ruiz y el contador Diego Manuel, estantes al presente (en) esta dicha ciudad. Va entre renglones y diz dijo vala. Y yo el dicho Ginés Martínez de Salazar, escribano de sus Altezas susodicho en uno con los dichos micer Juan Rena y capitán Gonzalo Pizarro y testigos presentes a todo lo que dicho es y por ende hice aquí este mi signo en testimonio de verdad. (Firma Ginés Martínez de Salazar, escribano)

(A.H.N. Fondo Rena, Caja 28, Nº 2)

Apéndice VI

Reconocimiento de deuda de Juan de Rena a favor del capitán Gonzalo Pizarro, 25-XI-1521.

Yo micer Juan Reyna, capellán de sus Majestades, digo que aseguro a vos el señor capitán Gonzalo Pizarro por la presente que os daré y pagaré trescientos ducados de oro que son ciento y doce mil y quinientos maravedís en fin del mes de enero primero que viene por razón que vos el dicho capitán Pizarro disteis una carta al señor conde de Miranda para los señores gobernadores en que les suplicasteis que la capitanía de Alonso de Valdés la den a la persona que el dicho señor conde les suplicare. Lo cual prometo de cumplir dentro del dicho término y que directa ni indirecta no iré ni vendré contra ello y que dentro de diez días primeros siguientes os daré carta del dicho señor conde de Miranda para que libremente podáis sacar vuestra patente de la dicha capitanía y que el dicho señor conde no será contra vos y si dentro de los dichos diez días no os diere la dicha carta del dicho señor conde que quedo obligado a daros los dichos trescientos ducados de oro al tiempo susodicho, para lo cual os di esta firmada de mi nombre. Hecha en Pamplona a veinticuatro días de noviembre, digo a veinticinco de noviembre de mil y quinientos y veintiún años. (Firma Juan Rena)

Yo don Francisco de Zúñiga y de Avellaneda, conde de Miranda, por la presente digo que me obligo que dentro de diez días de la fecha de ésta daré a vos micer Juan Rena, capellán de sus Majestades, libranza de los señores gobernadores para que de cualesquier maravedís de vuestro cargo deis y paguéis al capitán Gonzalo Pizarro trescientos ducados para en fin del mes de enero primero que viene de mil y quinientos y veintidós años. Y si esta libranza no dieren los señores gobernadores digo que os daré carta firmada de mi nombre, dentro de los dichos diez días, para que el dicho capitán Pizarro pueda libremente sacar la provisión de los señores gobernadores de la capitanía de Alonso de Valdés que Dios haya. De lo cual todo me obligo de sacaros a paz y a salvo. Fecha en Pamplona, a veinticinco de noviembre de mil y quinientos y veintiún años. (Firma Francisco de Zúñiga)

(AHN Fondo Rena Caja 33, Nº 7)

Apéndice VII

Recibo de Gonzalo Pizarro de los trescientos ducados, Pamplona, 7-II-1522. Conozco yo el capitán Gonzalo Pizarro que recibo de vos el señor micer

Juan Rena, capellán de sus Majestades, los trescientos ducados de esta otra

parte contenidos y porque es verdad que los recibí lo firmé de mi nombre, hecho en Pamplona a siete de febrero de mil quinientos y veintidós años. (Firma Gonzalo Pizarro)

(AHN Fondo Rena Caja 33, Nº 7)

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Firma de Gonzalo Pizarro en la carta del 3 de marzo de 1516

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Firma de Gonzalo Pizarro en un documento del 9 de septiembre de 1519.

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Firma de Gonzalo Pizarro el 7 de febrero de 1522, pocos meses antes de su fallecimiento.

Cuadro I: árbol genealógico del capitán Gonzalo Pizarro, con sus once hijos habidos con cinco mujeres distintas.

 cuadro 15-1

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1 LAVALLÉ, Bernard: Francisco Pizarro y la conquista del Imperio Inca. Madrid, Espasa Calpe, 2005, p. 25.

2  Por citar un ejemplo significativo, en 1598 vivía en Granada un Hernando Pizarro que era procurador de causas ante la Chancillería. Carta de poder de Benito González herrador, vecino de Zafra, a Hernando Pizarro, vecino de Granada, y a Lorenzo Collado, vecino de esta villa y residente en Granada para que defiendan a su hijo Antonio Jaramillo, residente en Indias de las acusaciones de Diego de la Barrera, Zafra 8-III-1598. A.M.Z. Rodrigo de Paz Tinoco 1598, fol. 956r..

3  CUNEO VIDAL, Rómulo: Vida del conquistador del Perú don Francisco Pizarro y de sus hermanos Hernando, Juan y Gonzalo Pizarro Martín Alcántara. Barcelona, s/a, p. 41.

4  HUBER, Siegfried: Pizarro. Barcelona, Ediciones Grijalbo, 1966, p. 14.

Ibídem.

6  PORRAS BARRENECHEA, Raúl: Pizarro. Lima, Editorial Pizarro S. A., 1978, p. 7.

Ibídem, p. 9.

8  Repasando los miembros del concejo de Trujillo en la Baja Edad Media encontramos al menos a seis regidores: Ferrán Alonso Pizarro en 1434, Sancho Pizarro en 1480, Alonso Pizarro en 1484, García Pizarro y Gonzalo Pizarro en 1486 y, finalmente, Juan Pizarro en 1511. FERNÁNDEZ- DAZA ALVEAR, Carmen: La ciudad de Trujillo y su tierra en la Baja Edad Media. Badajoz, Junta de Extremadura, 1993, pp. 332-340. Está claro que los Pizarro eran una de las familias que controlaban el concejo local.

9  La historiografía tradicional sostenía que también recibió el apelativo de El Romano. Sin embargo Raúl Porras lo desmiente, pues al parecer se trataba de otra persona del mismo nombre. Y es que este historiador peruano identificó al menos tres homónimos en el Trujillo de finales del siglo XV. PORRAS: Ob. Cit., p. 11.

10  Es decir que el Gran Capitán murió con 62 años mientras que Gonzalo Pizarro vivió 76.

11  SUÁREZ FERNÁNDEZ, Luis: “Política internacional de los Reyes Católicos”, De la unión de coronas al Imperio de Carlos V, vol. III. Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los centenarios de Felipe II y Carlos V, 2001, p. 312.

12   AZCONA, Tarsicio de: Isabel La Católica. Vida y reinado. Madrid, La Esfera de los Libros, 2002, p.542.

13   LADERO GALÁN, Aurora: “Artilleros y artillería de los Reyes Católicos (1495-1510)”, en Guerra y sociedad en la monarquía hispánica, Vol. I. Madrid, Ediciones del Laberinto, 2006, pp. 810-811.

14   RODRÍGUEZ VILLA, Antonio: Crónicas del Gran Capitán. Madrid, Baillo-Bailliere, 1908, p. 141.

15  Ibídem, pp. 191-397.

16  Fernando El Católico viajó a Italia para convencer personalmente el Gran Capitán de su regreso a España, sospechando la posibilidad de que éste pusiese el reino de Nápoles bajo la soberanía de Felipe El Hermoso. Sobre los motivos que llevaron a Fernando El Católico a destituir y apartar de Nápoles al Gran Capitán véanse los trabajos de HERNANDO SÁNCHEZ, Carlos José: “El Gran Capitán y los inicios del virreinato de Nápoles. Nobleza y Estado en la expansión europea de la monarquía bajo los Reyes Católicos”, en El Tratado de Tordesillas y su época, T. III. Madrid, 1995, pp. 1817-1854 y “El reino de Nápoles de Fernando el Católico a Carlos V (1506-1522” De la unión de coronas al Imperio de Carlos V, Vol. II. Madrid, 1999, pp. 79-176.

17  ÁLVAREZ-OSSORIO ALVARIÑO, Antonio: “Razón de linaje y lesa majestad. El Gran Capitán, Venecia y la corte de Fernando el Católico (1507-1509)”, De la unión de coronas al Imperio de Carlos V, Vol. III. Madrid, 1999, p. 410.

18  AZCONA: Ob. Cit., p. 544.

19  ARTOLA, Miguel: La monarquía de España. Madrid, Alianza Editorial, 1999, p. 264.

20  AZCONA: Ob. Cit., p. 546.

21  PÉREZ, Joseph, Carlos V. Madrid, Ediciones Folio, 2004, p. 75.

22  Ibídem, p. 76.

23  Véase el apéndice I.

24  DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: España, tres milenios de Historia. Madrid, Marcial Pons, 2001, p. 122.

25  Véase el apéndice II.

26  Véase el apéndice V.

27  Véase el apéndice III.

28  Véase el apéndice III.

29  Véase el apéndice IV.

30  Véase los apéndice VI y VII.

31  CUNEO: Ob. Cit., pp. 51-52.

32  HUBER: Ob. Cit., p. 20.

33  PORRAS: Ob. Cit., p. 107

34  El documento en cuestión lo menciona Agustín Vivas Moreno (1994: 477) quien lo cita a su vez de  Quintana, (1889: 299). VIVAS MORENO, Agustín: “La imagen histórica de la conquista del Perú y la figura de Francisco Pizarro en la historiografía 1875-1915/20”, Actas de los XX Coloquios Históricos de Extremadura. Trujillo, 1994. QUINTANA, Manuel José: “Pizarro” en Vida de los españoles célebres, Biblioteca Clásica, T. XII, Vol. I. Madrid, Imprenta Central, 1889.

35  Aunque siempre se ha hablado de la presencia de Francisco Pizarro en Santo Domingo junto al Comendador Mayor Nicolás de Ovando, desde 1502, el dato no ha podido ser verificado documentalmente. La primera vez que tenemos certeza de la presencia de Pizarro en las Indias es en 1509 cuando desde Santo Domingo se embarcó en la armada de Alonso de Ojeda. Todo lo referente a su presencia en aquella isla se basa en un único documento, una Real Cédula fechada en 1529 que decía exactamente así: Don Carlos, emperador, semper augustus, por la gracia de Dios… según vuestra petición, Francisco Pizarro, tenéis el deseo de servirnos, al igual que hicieron vuestros antepasados, como habéis venido haciéndolo desde hace veinticinco años, cuando salisteis de este reino para la isla Española junto al comendador de Lares, frey Nicolás de Ovando… HUBER: Ob. Cit., p. 25. En cualquier caso, hubiese pasado a América en 1502 con Ovando o en algún año posterior, en 1512, cuando dio comienzo la primera guerra de Navarra, estaba con total seguridad en las Indias.

36  Hemos seguido las directrices de transcripción de Alberto Blecua en cuanto a modernización de todas las grafías y desarrollo de las numerosas abreviaturas que presenta el texto. BLECUA, Alberto: Manual de crítica textual. Madrid, Castalia, 1983. Y todo ello lo hemos hecho reiteradamente en el texto sin advertencia previa en cada caso. Sin embargo, sí que hemos querido conservar intactas todas las construcciones gramaticales, incluso en los casos en los que hemos encontrado alguna incorrección. Asimismo, hemos creído conveniente colocar la tilde a las palabras que les correspondía llevarlas. También hemos procedido a la revisión, y en su caso rectificación, de los signos de puntuación.

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Esteban Mira Caballos.

1.  INTRODUCCIÓN

El año pasado, coincidiendo con el IV Centenario de la Expulsión de los moriscos presenté una ponencia en los XXXVIII Coloquios Históricos de Extremadura en la que apunté la posibilidad de que entre 1.000 y 1.200 hornachegos hubiesen eludido el exilio1. Aporté pruebas que evidenciaban que apenas marcharon entre 2.500 y 3.000 moriscos de los 4.000 que vivían en la villa. La temática de la permanencia de estos hornachegos y de otros moriscos en la región me atrajo tanto que desde entonces sigo trabajando en esta línea de investigación. Por ello, esta comunicación, sin ser una investigación cerrada o acabada, viene a ser la continuación de la que expusimos el año pasado.

La cuestión de la permanencia de esta minoría étnica tiene ya una larga tradición historiográfica que se inicia en el último tercio del siglo XIX y prosigue casi ininterrumpidamente hasta el siglo XXI2. Había casos aislados muy conocidos como el de los moriscos del valle de Ricote (Murcia) a los que se refiriera Miguel de Cervantes y que eludieron inicialmente su expulsión3. También sabíamos que los decretos no afectaron a todos ellos, pues a los menores de siete años se les permitió quedarse. De hecho, el cabildo de Sevilla se convirtió en depositario de tres centenares de niños que eludieron el exilio forzoso.

Abundando en la cuestión de la permanencia, hace ya varias décadas, Antonio Domínguez Ortiz aportó algunos datos al respecto. Concretamente se refirió a los moriscos de las villas del Campo de Calatrava, que tenían un privilegio de los Reyes Católicos y estaban cristianizados, como en los reinos de Valencia y Murcia4. Pocos años después, con más intuición que datos, Bernard Vincent afirmó que posiblemente, después de 1610, permaneció en la Península una población morisca más numerosa de lo que generalmente se admite5. Efectivamente, sus palabras eran acertadas pues actualmente no dejan de aparecer por aquí y por allá casos de moriscos que, de una forma u otra, se escabulleron entre la población. Por su parte, Henry Lapeyre concluyó, en su ya clásica obra Geografía Morisca, que en España vivían unos 300.000 moriscos de los que 275.000 fueron expulsados6. Y es que ni la expulsión de los moriscos granadinos tras la rebelión de las Alpujarras (1568-1570) fue total ni, muchísimo menos, la del resto de España entre 1609 y 16117.

Pese a los aportes de los últimos años, todavía hoy se tiene la creencia de que los llamados moriscos de paz, aquellos conversos sinceros que se quedaron, fueron muy excepcionales8. Sin embargo, parece evidente que había tantos moriscos bien integrados socialmente que debieron ser muchos los que eludieron las órdenes de exilio. Y ello, por dos causas: primero, porque, de acuerdo como Trevor J. Dadson, la maquinaría burocrática falló, y muchos escaparon al control9. Y segundo, porque una parte considerable de ese contingente estaba ya a finales del siglo XVI totalmente asimilado y se confundía entre la población cristiana vieja, en algunos casos con la ayuda de los párrocos, de las autoridades locales y de sus propios paisanos. Otros obtuvieron licencias, quedándose bajo la protección de algún prohombre -que eran precisamente los grandes perjudicados por tales decretos-, e incluso, algunos regresaron poco después. Y lo cierto es que, si analizamos las fuentes de la época, de ello fueron conscientes los propios contemporáneos de ahí que cientos de hermandades y cofradías así como diversas ordenanzas gremiales mantuvieran en sus estatutos aprobados en los siglos XVII y XVIII la prohibición de acceso a personas que tuviesen ascendencia negra, judía o morisca. Por poner sólo algún ejemplo concreto, en las reglas de 1661 de la hermandad de la Santa Caridad de Sevilla se dispuso lo siguiente:

Así él como su mujer han de ser cristianos viejos, de limpia y honrada generación, sin raza de moriscos, ni mulatos, ni judíos, ni penitenciados por el Santo Oficio de la Inquisición, ni de los nuevamente convertidos a nuestra santa fe, ni descendientes de tales10.

Se insiste no sólo en que no tengan raza de moriscos, negros y judíos sino también que no sean de los nuevamente convertidos. ¿Quiénes eran esos recién convertidos y sus descendientes? ¿Qué sentido tenía incluir semejante cláusula si en teoría habían sido expulsados prácticamente todos? Está claro, todo el mundo sabía que muchos conciudadanos eran descendientes de antiguos conversos. En este sentido, conocemos un pleito interpuesto a la linajuda familia de los Mendoza de Zafra, en 1788, en el que se les acusó de ser descendientes de moriscos. Para ello se basaban en que sus ascendientes se bautizaron en la iglesia de San José, ubicada sobre la antigua sinagoga y donde se cristianaban los moriscos11. Da igual que la imputación fuese o no una simple calumnia porque lo que nos interesa es recalcar como todavía en el último cuarto del siglo XVIII, cuando habían pasado más de dos siglos de la expulsión, pervivían sospechas y a veces certezas del pasado mahometano de muchos de los pobladores.

2. LOS DEFENSORES

Es cierto que los bandos de expulsión fueron taxativos, condenando a seis años de galeras a los que los ocultasen en sus casas o los encubriesen. El castigo para el morisco era aún peor: la horca. Conocemos algunos castigos ejemplarizantes que se infringieron a algunos que decidieron quedarse, haciendo caso omiso de las disposiciones regias. Muy significativo es el caso del morisco Luis López que, poco antes de ser ahorcado en Sevilla, declaró que prefería morir en su tierra como cristiano que en su cama en tierra de moros12.

Los decretos de 1609 constituyeron una errónea decisión tomada por la influencia de algunos cortesanos fanáticos del entorno de Margarita de Austria, mujer de Felipe III, como fray Jerónimo Javierre, y de una parte del pueblo. Hubo algunos beneficiarios a corto plazo, como la Corona, quien confiscó para su Real cámara todos los bienes raíces abandonados. También algunos señores que aprovecharon la ocasión para comprar a bajo precio las fincas rústicas que estos dejaron y que salieron a pública subasta. Y finalmente benefició a aquellos que debían dineros a los moriscos y que consiguieron eludir o disimular su pago13. Ahora, bien, quede bien claro que la expulsión no respondió ni muchísimo menos a un clamor popular generalizado sino a la influencia de algunos sectores sociales radicales que impulsaron a Felipe III a tomar una decisión desde arriba14.

Muy al contrario, los moriscos contaron con el apoyo de muchas personas influyentes, tanto religiosas como civiles que, en defensa de sus propios intereses, los ampararon y hasta los ocultaron15. Duques, marqueses y condes, especialmente los del reino de Valencia, así como una parte muy considerable de la alta jerarquía eclesiástica que dictaron numerosas licencias para que, aquéllos que estaban plenamente convertidos e integrados, se quedasen. Desde el cardenal primado de Toledo, al arzobispo de Sevilla, pasando por los obispos de Córdoba, Badajoz, Cáceres16. A la misma Inquisición tampoco le interesaba acabar con el problema morisco pues constituían una pieza fundamental en su financiación. De hecho, según Julio Fernández Nieva, el Tribunal de la Inquisición de Llerena sólo conseguía mitigar su déficit crónico con las condenas impuestas a los moriscos17. Probablemente, ni los Inquisidores estuvieron a favor de su expulsión, pues ello equivalía con acabar con su mayor fuente de financiación. No obstante, huelga decir que la protección más eficaz no la brindaron los grandes prelados sino decenas de párrocos que hicieron cuanto pudieron para ocultar los orígenes mahometanos de muchos de sus feligreses.

También se cuentan entre sus defensores una buena parte de la nobleza castellana y aragonesa. Ya en 1540 habían gozado de la protección de Sancho de Cardona, Almirante de Aragón, que fue acusado por la Inquisición de permitir a sus moriscos mantener sus costumbres y la religión mahometana18. Y en el momento de su expulsión, en 1609, gozaron de la defensa de Manuel Ponce de León quien, el 28 de agosto de 1609, escribió al rey advirtiéndole del daño que causaría su expulsión19. En su misiva decía que su salida del reino significaría una pérdida irreparable para Castilla al tiempo que le entregaba vasallos a los príncipes bárbaros, enemigos de España. No fue el único memorial que se recibió en la Corte en defensa de esta minoría, pues el Conde de Castellar escribió en el mismo sentido, señalando que la exclusión de los moriscos es la universal ruina y desolación de este reino20.

Prácticamente contaron con importantes defensores en casi todas las zonas de España: en la Mancha, Zaragoza, Valencia, Murcia y Andalucía encontramos una fuerte reacción de prelados y nobles en defensa de los moriscos21. Extremadura no fue en este sentido una excepción, produciéndose una reacción en cadena tanto de las autoridades civiles como de las eclesiásticas. Como afirma Trevor J. Dadson, entre las autoridades extremeñas se aprecia un miedo a la despoblación debido, primero a su crisis demográfica permanente y, segundo, a que la mayoría de los moriscos se encontraban perfectamente integrados22. Ellos conocían de primera mano el gran problema de poblamiento que padecía la tierra y la dificultad para encontrar buenos trabajadores. Entre los defensores se contaron la mayoría de los prelados, e incluso, personas tan influyentes como Pedro de Valencia, autor de una conocida obra sobre los moriscos españoles23. Tanto en Badajoz como en Cáceres sus respectivos prelados escribieron para evitar el cumplimiento de los decretos. En particular del obispo de Cáceres se dice que escribió con mucho encarecimiento, para evitar que cinco familias de la capital cacereña fueran expulsadas24. También el prior de Magacela, certificó nada menos que nueve informaciones y levantó varios expedientes para que se quedasen en el partido de la Serena de la Orden de Alcántara –Magacela, Villanueva de la Serena, la Haba y Benquerencia- unos 35 moriscos que tenían acreditada su condición de buenos cristianos25. En uno de esos informes, fechado el 23 de septiembre de 1610, el prior frey Nicolás Barrantes Arias,  señaló  que  los  moriscos  de  Villanueva  de  la  Serena  eran  tan  buenos cristianos que hasta tenían una cofradía intitulada de San José, fundada por un morisco de origen granadino, llamado, Miguel Hernández Murcia26. No menos elocuente se mostró el corregidor de Badajoz pues, en una carta fechada el 30 de enero de 1610, afirmó de los moriscos de la capital pacense lo siguiente:

Siempre han vivido cristianamente. Es gente pobre, humilde y corregida y que no tienen otra hacienda de consideración sino lo que ganan cada día a jornal por su trabajo… Y son ya naturales de esta ciudad porque todos han nacido y criado(se) en ella, y no hablan otra lengua sino la nuestra vulgar27.

La posición del corregidor de Badajoz estaba bien clara; al igual que otras autoridades extremeñas no creía en la problemática morisca. El corregidor de Plasencia también es conocido por su incondicional defensa, oponiéndose incluso a los comisarios encargados de su expulsión28. El propio Conde de Salazar escribió a Felipe III haciéndole saber las licencias que emitían los obispos y los problemas que se estaba encontrando para cumplimentar los decretos en Extremadura.

Pero, como ya hemos dicho, lo más importante es que, al margen de grandes personajes, hubo párrocos que protegieron y ocultaron a sus feligreses de origen morisco. Un cura de Zafra escribió en defensa de 38 feligreses, alegando que eran buenos cristianos y que se apartaban, abominaban y maldecían a los demás moriscos, sin que se aprecie ninguna diferencia con los cristianos viejos29. El caso de Alcántara es todavía más llamativo pues hubo una movilización general de todas las autoridades religiosas, desde el prior de Alcántara, al cura, pasando por varios miembros del Santo Oficio y por el teniente de arcipreste30. Todos ellos explicaron en misivas muy parecidas que los moriscos de Alcántara eran todos –sin excepción- personas honradas, trabajadoras y practicantes, por lo que no se distinguían en nada de los cristianos viejos.

Después de leer todos estos informes uno tiene varias sensaciones: primera, no parece que en España en general y en Extremadura en particular hubiese una oposición generalizada hacia esta minoría étnica. Más bien al contrario; la mayoría estaba bien integrada socialmente, gozando de una buena reputación entre sus conciudadanos, siendo considerados por lo general buenos cristianos, buenos vecinos y buenos trabajadores. Segunda, la gran resistencia de que hablan algunos documentos, la posibilidad de que encabezasen una rebelión, parecen meras justificaciones de la expulsión que se exageraron en fechas posteriores para tratar de dar una explicación razonable a lo ocurrido. Y tercera, la oposición hacia esta etnia partió de una minoría intransigente así como de los inquisidores pese a que se financiaban castigándolos y expropiándolos.

Este apoyo del pueblo, del jornalero que trabajaba mano a mano con ellos o del cura podría explicar cómo muchas personas de ascendencia mahometana pudieron evitar la expulsión, disimulándose entre el resto de la población.

3. LOS EXIMIDOS

En la Península había más de 300.000 moriscos reconocidos, sin contar los que se habían mezclado con la población cristiana vieja. A medida que avanzamos en la investigación no dejan de aparecer por aquí y por allá nuevos casos de moriscos que finalmente se quedaron y que bien pudieran incrementar la cifra al menos a 30.000. Los moriscos eximidos del bando de expulsión, fueron los siguientes:

En primer lugar, los esclavos berberiscos, pues de hecho durante todo el siglo XVII y más ocasionalmente en el XVIII se siguieron vendiendo en los mercados esclavistas peninsulares. Incluso, avanzado el siglo XVII conocemos cartas de libertad de musulmanes que jamás aceptaron la conversión y que no parece que tuvieran demasiados problemas para vivir y convivir en la sociedad cristiana del seiscientos31. En cualquier caso, este grupo lo tuvo peor que otros porque jamás tuvieron la más mínima oportunidad de integración. Aunque terminasen convertidos y liberados, las marcas de esclavitud constituían una rémora visible e insalvable para la sociedad de la época. En Extremadura había moriscos esclavos que no fueron incluidos en el bando y otros que, siendo libertos legalmente o de facto, se hicieron pasar por esclavos. En un testamento protocolizado en Llerena en 1610 por Teresa Figueroa Ponce de se decía lo siguiente:

Ítem, mando que Catalina López morisca granadina, mi esclava, por el buen servicio queme a hecho, quede libre y no sujeta a esclavitud y servidum- bre alguna, con declaración que, si el edito y bando que se a publicado para que los moriscos salgan de estos reinos se ejecutare, no valga esta manda y libertad, antes dejo a la dicha Catalina López en la misma esclavitud que tiene para que sirva a la persona que mis albaceas nombraren, porque yo confío de ella que quedará mejor en esclavitud que no salir de estos reinos…32

El documento citado, dado a conocer por Rocío Periáñez, tiene un valor excepcional pues, además de confirmar la exención de los esclavos, revela la posibilidad de eludir la expulsión, haciendo pasar a los sirvientes o a los trabajadores por esclavos. Debieron ser muchos los que se ofrecieron como esclavos a cambio de eludir el cadalso. Otras esclavas o sirvientas, las más jóvenes y bellas, con la connivencia de los párrocos, se desposaron con cristianos viejos en un desesperado intento de eludir el destierro33.En segundo lugar, los menores pues, en 1609, se eximió a los menores de 4 años, ampliándose en 1610 hasta los 12 años, aunque en la práctica se quedaron frecuentemente infantes con 13 y hasta con 14 años34. Ello permitió a varios miles de jóvenes permanecer en su tierra, tutelados por clérigos y por cristianos viejos. En Extremadura no se ha cuantificado su número, pero dado el volumen de moriscos, habría que pensar en una cifra superior al millar. Solo en Hornachos, se habían bautizado más de 300 niños moriscos, sólo en el lustro anterior a su expulsión35.

En tercer lugar, los que obtuvieron licencias especiales, aunque su número fue siempre muy limitado. La mayoría de ellos eran moriscos arraigados, que se diferenciaban claramente de los llegados tras la guerra de las Alpujarras. Ellos mismos elaboraron informaciones intentando demostrar que eran de los antiguos y que llevaban décadas integrados. Algunas fueron concesiones Reales como la otorgada a los pueblos del Campo de Calatrava: Almagro, Villarrubia de los Ojos, Daimiel, Aldea del Rey y Bolaños, revocada finalmente en 1613. Pero otras, las concedieron las altas dignidades eclesiásticas y civiles36. El problema de las licencias es que identificaban y señalaban plenamente al morisco, por lo que a la larga algunos de ellos fueron finalmente obligados a marchar. También obtuvieron permiso para quedarse los enfermos y los impedidos que, por motivos obvios, no podían abandonar el Reino.

Y en cuarto lugar, estarían los que se ocultaron o simplemente se rebelaron y se alzaron a los montes. En ocasiones sus mismos familiares les llevaban comida periódicamente. En estos casos las consecuencias fueron con frecuencia nefastas, porque antes o después todos ellos fueron identificados y expulsados o ajusticiados37.

De todas formas, huelga decir que la permisividad no fue igual en todos lados, permitiéndose más excepciones en Extremadura y en las dos Castillas y menos en Aragón. Según Henry Lapeyre en este último territorio la expulsión fue casi total y los que retornaron fueron duramente castigados por la Inquisición38. Pero, incluso dentro de Extremadura, la expulsión no se cumplió por igual en todo el territorio. Todo parece indicar que en Hornachos permaneció un contingente grande de ellos así como en Tierra de Barros y en la comarca de Zafra. En cambio, en la Serena todo parece indicar que la expulsión fue mucho más completa, incluyendo incluso a los viejos moriscos que estaban integrados socialmente39.

4. LOS ASIMILADOS

Tradicionalmente se ha sostenido que la integración social de los moriscos fue difícil e, incluso, poco verosímil40. Los moriscos se nos presentan secularmente como personas arriscadas, enrocadas en sus costumbres y en sus creencias, siempre prestas a levantarse contra su propia patria. Sin embargo, después de analizar pausadamente la documentación primaria más bien parece que esa opinión se generalizó a posteriori para justificar un episodio tan injustificado y cruel como su exclusión y expulsión. Se trató de lo que hoy llamaríamos una justificación ética del genocidio.Una parte importante de los moriscos se integraron a lo largo del siglo XVI en la sociedad. De hecho, cada vez se descubren más casos de familias que dejaron de pertenecer a la minoría morisca para reintegrarse en igualdad con los cristianos viejos. Es cierto que hubo una minoría irreductible, incluso pueblos enteros que emigraron a Berbería a lo largo del siglo XVI41. Sin embargo, tantos años de contacto entre moriscos y cristianos viejos debió dar sus frutos, incluso en aquellos pueblos donde los primeros eran mayoría, como Hornachos. Y es que una parte considerable de ellos eran cristianos sinceros y desde hacía generaciones convivían armoniosamente con el resto de la población. Aunque los matrimonios mixtos no estuvieron ni mucho menos generalizados sí hubo algunos de ellos que perdieron por esta vía su condición de antiguos conversos. Es más, a principios del siglo XVII muchos habían perdido su estigma morisco que se remontaba a la tercera o cuarta generación y que ya nadie recordaba o quería recordar. Así, el 8 de octubre de 1552 se bautizó en la parroquia de Nuestra Señora de Gracia de Ribera del Fresno un morisco llamado Alí que vivía en casa de Alonso Manrique y de Inés de Solís. La partida decía así:

El dicho Alí se volvió cristiano de su propia voluntad y yo el dicho Juan Martín, clérigo, lo bauticé y se llamó Alonso42.

Nunca más vuelve a aparecer este Alonso, al menos como morisco. ¿Quién en 1609 podía identificar a sus descendientes –si los tuvo- como moriscos? Seguramente nadie. No cabe la menor duda que el grueso de los moriscos que permaneció en la Península no lo hizo por ocultación sino por integración. Los que se quedaron ocultos en zonas montañosas o protegidos por señores debieron ser necesariamente pocos. El grueso de los que se quedaron lo hizo simple y llanamente porque se encontraban integrados y asimilados socialmente. Sus mismos conciudadanos habían olvidado sus orígenes conversos, en muchos casos ayudados por la buena voluntad de los párrocos. En algunos casos eran clérigos, párrocos, regidores, escribanos o abogados43. De hecho, en Mérida nos consta la existencia de nada menos que tres clérigos de origen morisco y por supuesto, estaban perfectamente integrados socialmente44. Cuando los apellidos  los delataban en exceso, dada la facilidad legal para cambiarlos, optaban por adoptar alguno mucho más discreto que los ayudase en su proceso de asimilación45.

La mayor parte mantenían una cordial convivencia con los cristianos viejos. Hubo, incluso, no pocos matrimonios mixtos celebrados a lo largo del siglo XVI, documentados en diversas zonas del territorio peninsular46  y, cómo no, en la misma Extremadura. Concretamente, conocemos un tal Aguilar morisco, que estaba desposado con Leonor Hernández. Vivieron en la villa de Feria, donde en 1566 bautizaron a su hijo Hernando47. Sin embargo, catorce años después residían en Solana de los Barros, en cuya parroquia bautizaron el 16 de mayo de 1580 a Isabel48. Pues, bien, ninguno de sus dos hijos, Hernando e Isabel, figuran como moriscos en las partidas sacramentales posteriores. En Ribera del Fresno, encontramos un matrimonio formado por el morisco de origen granadino Diego Hernández, y la portuguesa Ana González que en 1588 bautizaron a su hija María49. Nunca más aparecen en los registros parroquiales al menos como moriscos. En Villalba de los Barros encontramos el caso inverso, la mujer morisca, Francisca Muñoz, y el marido cristiano50. Pues, bien, sus descendientes se debieron integrar entre la población cristiana pues nunca más volvemos a encontrar a un morisco en los libros Sacramentales.

Todos esos moriscos y moriscas, algunos de ellos desposados con cristianos en diversas épocas del quinientos, debieron tener descendencia que quedó integrada socialmente. Todos ellos permanecieron en la Península sin ser incomodados por las autoridades encargadas de la expulsión. Pero, es más, incluso, en localidades mayoritariamente moriscas como Magacela o Hornachos, las relaciones entre moriscos y cristianos fueron mayoritariamente pacíficas. En un reciente estudio sobre los moriscos de Magacela sus autores afirman que, en general, moriscos y cristianos viejos llegaron a mantener unas relaciones cordiales y equilibradas. Ello no les libró de la expulsión, debido al celo que mostraron los freires del priorato de Magacela, especialmente frey Alonso Gutiérrez Flores51.

Hemos detectado un fenómeno que se dio con frecuencia en Extremadura: muchos párrocos colaboraron en su integración, omitiendo el apelativo morisco en las partidas Sacramentales. Una forma de actuar que se dio también en otros lugares de España52 y que podemos documentar ampliamente en Extremadura. En 1981 Fernando Cortés publicó un pionero artículo sobre los moriscos de Zafra en el que advirtió de varios casos que había encontrado de ocultación por parte de los párrocos53. En ocasiones encontró tachaduras sobre la palabra morisco, mientras que en otros casos, el cura simplemente dejó de anotar esta circunstancia. Fernando Cortés lo atribuyó a una relajación en su control, pues los religiosos no consideraron necesario reseñar su condición de conversos. Este mismo fenómeno de tachaduras sobre la palabra morisco, lo documentó Francisco Zarandieta en los libros Sacramentales de Almendralejo. En Mérida, donde se quedaron 752 moriscos de origen granadino, es decir, el 5,2% de la población, a los que habría que sumar los antiguos mudéjares, encontramos entre 1571 y 1610 un total de 436 moriscos bautizados, es decir, el 6,52% del total54. Pues bien, José Antonio Ballesteros ha registrado el mismo fenómeno de ocultación por parte de los párrocos emeritense: progresivamente dejaron de anotar la condición de moriscos de muchos de ellos. Ello permitió a no pocas familias camuflar sus orígenes, conservando unos el nombre Bernabé, muy usado entre los moriscos, y otros el apellido Moruno o Morito.

Basta con cruzar el padrón de moriscos de Extremadura de 1594 con los libros Sacramentales de esas localidades para verificar que ni la décima parte de esos moriscos aparecen en estos últimos. Bueno, sí aparecen porque la mayoría eran cristianos practicantes pero, se confunden con los demás porque no llevan al lado señalada su condición de morisco. De hecho, hemos analizado con detalle algunas localidades de la comarca pacense de Tierra de Barros y los datos son concluyentes. Concretamente en Almendralejo, Francisco Zarandieta ha documentado la presencia de nada menos que cuatro familias moriscas, de las 13 o 14 que residían en la localidad, que con total seguridad eludieron el exilio55. Y lo hicieron haciéndose pasar por cristianos viejos porque en los registros parroquiales nunca se señaló su condición de moriscos56. Obviamente, la permanencia pasaba por la discreción, bien porque la población hubiese olvidado su pasado morisco, o bien, debido a su aceptación e integración social porque los vecinos sufrieron una voluntaria amnesia colectiva. Especial seguimiento hizo Francisco Zarandieta de una familia de moriscos, que procreó a cinco hijos y que fueron criados por el cura de la parroquia, el licenciado Pardo. Estos vástagos adoptaron el apellido de del Cura, en honor a su antiguo protector. Un descendiente de estos moriscos, llamado Pedro Esteban del Cura, otorgó su testamento, como un cristiano viejo más, encargando 81 misas y dejando como heredero a su sobrino Juan Lorenzo, sastre de profesión57. En otra ocasión, un matrimonio morisco bautizó a su hija Elvira y su condición de morisca aparece tachada, evidenciando un intento de ocultación tanto más plausible cuanto que la niña permaneció en la villa tras los bandos de expulsión58. El caso de Almendralejo, no puede ser más revelador de una situación de ocultación de cristianos nuevos que estaban bien integrados socialmente.

Muy cerca de Almendralejo, en Solana de los Barros, sabemos según los tres censos que conocemos que vivían entre 6 y 17 moriscos59. Pues, bien, hemos revisado todas las partidas sacramentales de la villa, que están completas desde 1548 y no aparecen por ningún sitio, ni ellos ni sus posibles descendientes. El único morisco que sale es el tal Aguilar que provenía de la villa de Feria y que, como ya afirmamos, tenía dos hijos, Hernando e Isabel60. Pero ni los hijos de este matrimonio ni los de otros moriscos aparecen en los registros parroquiales. El caso de Aceuchal es similar, en 1594 se censaron 8 moriscos pero pese a que hemos revisado detalladamente los libros de Bautismos –prácticamente completos  desde 1511- no hemos conseguido encontrar ni uno sólo61. En Villalba de los Barros se censaron tres moriscos en 1594-95, pero no hemos localizado más que una partida sacramental: una tal Francisca Muñoz, morisca, que tenía la suficiente posición económica como para bautizar a una criada suya cristiana llamada Leonor62. En Calzadilla de los Barros, conocemos el caso de la liberación en 1577 de la morisca Juana Hernández63. Aunque libre, no dejaba de ser morisca, pero ni ella ni los otros 27 que supuestamente figuran en el censo de 1589 aparecen en los registros parroquiales.

El caso de Villafranca de los Barros es mucho más llamativo. Pese a que en el censo de 1588-89 se contabilizaron nada menos que 68 moriscos, esta última palabra sólo aparece en tres ocasiones: el 11 de mayo de 1582 cuando Lorenzo Martín, morisco, bautizó a su hija Isabel; el 23 de abril de 1586 cuando Alonso Hernández, morisco, y su esposa Isabel de Angulo bautizaron a su hijo Alonso; y el 24 de diciembre de 1588 cuando este mismo matrimonio bautizó a su hija María64. Hay otro caso más en el que no se cita la condición morisca pero se intuye. Concretamente el 17 de diciembre de 1605 se asentó solemnemente la conversión del Islam de la mora Isabel, esclava de Diego Martín Arcal, probablemente ante los rumores de expulsión y con la idea de asegurar su propiedad65.

En Puebla del Prior, donde se contaron 8 moriscos granadinos en el censo de 1588-89 tan sólo encontramos un pírrico bautizo, el 23 de mayo de 1588. Concretamente se bautizó María, hija de Diego de Baeza y de María de la Cruz, moriscos de los repartidos del reino de Granada66. Los viejos mudéjares convertidos, que probablemente los había, estaban integrados, pero, incluso, esta familia granadina debió terminar integrándose. Nunca más vuelven a aparecer como moriscos en los libros sacramentales. El apellido Baeza desapareció, probablemente porque delataba en demasía sus orígenes, pero el de la Cruz quedó bien integrado en la localidad.

En la villa de Ribera del Fresno se supone que vivía un contingente de moriscos considerable. Los censos de 1581-83, de 1588-89 y de 1594-95 dan cifras de 51, 54 y 46 moriscos respectivamente67. Y en los registros parroquiales sí que aparecen varias familias moriscas: concretamente ocho matrimonios que bautizaron a un total de 11 hijos y dos madres solteras que bautizaron a tres hijos68. La media de hijos por familia es de sólo 1,40. La lectura de los registros parroquiales de Ribera del Fresno me han llevado a plantearme varias reflexiones: una, da la impresión que sólo se señalan los moriscos nuevos que llegaron tras la rebelión de las Alpujarras y que todavía no estaban suficientemente integrados. Aunque sólo en el caso del matrimonio formado por María y Diego Hernández, se especifica que eran moriscos de los de Granada da la impresión que todos eran granadinos. De hecho, sólo aparecen moriscos en el período comprendido entre 1575 y 1597. Dos, incluso en el caso de estos moriscos granadinos hay un proceso acelerado de integración. De hecho, Isabel Hernández figuraba como morisca cuando bautizó a dos de sus hijos, en 1576 y en 1581, pero cuando bautizó a otra hija suya, llamada María, el 8 de febrero de 1587 el párroco omitió la coletilla de morisca. Isabel Hernández parecía haberse blanqueado definitivamente. También los demás ma- trimonios que desaparecen al menos como moriscos desde 1597. Y tres, encontramos algunos nombres que nos hacen sospechar su origen morisco pero que el párroco no tuvo a bien señalar. Es el caso de una tal Catalina La Jaima que bautizó a su hijo Juan el 30 de octubre de 1580, o de otra tal Ana la Mora cuyos orígenes moriscos no se señalan pero que no podemos menos que sospechar.

En lo referente a Fuente de Maestre, detectamos al menos tres familias de moriscos, a saber: el matrimonio formado por Gonzalo Rodríguez Moriscote y Leonor García que bautizaron tres hijos: Diego (16559), Elvira (1569) y Catalina (1572). Otro matrimonio formado por Gabriel Cabrera e Inés de Aguilar que en 1571 bautizaron a su hija Maria. Y finalmente, otra pareja formada por Diego García Moriscote y María Alonso, cuya hija Isabel se desposó en 160269. Pues bien, de este último año data la última alusión a moriscos en la localidad, lo cual no deja de ser sorprendente. Máxime cuando algunos apellidos como Moriscote, Aguilar o Cabrera se mantienen en los registros parroquiales.

En general, salen pocos moriscos por lo que, dado que estas familias solía ser más fecunda que las de los cristianos viejos70, cabría preguntarse: ¿dónde estaban los moriscos? Yo creo que estar estaban pero sus nombres nos pasan inadvertidos en los registros sacramentales, simplemente porque el párroco no los identificó o no los quiso identificar como tales. No es plausible pensar que en una localidad tan pequeña estos moriscos no practicasen los sacramentos. Tampoco, es creíble que estas decenas de familias emigraran o se marcharan en los años inmediatamente anteriores a su expulsión oficial. En realidad, tanto los antiguos mudéjares como los llegados tras la rebelión de las Alpujarras debieron integrarse entre la población trabajadora. Hacían falta manos y lo mismo daba que sus orígenes fuesen moros, moriscos, gitanos o indios. Se integraron tan rápidamente que perdieron de inmediato la coletilla de moriscos.

Está bien claro, que el grueso de los moriscos que se quedó lo hizo oculto entre el resto de la población. Ello explicaría su escasa presencia en algunos registros parroquiales. Con posterioridad a la expulsión hubo más de un millar de denuncias de las que nada menos que 716 resultaron favorables al acusado, lo que prueba nuevamente la buena voluntad de los tribunales71. Y es que, para la élite gobernante y propietaria, el problema morisco estaba solucionado y urgía pasar página para no seguir dañando la ya maltrecha economía. El propio Conde de Salazar pidió en 1614 que no se instruyesen más procesos para averiguar los orígenes moriscos de las familias72. Efectivamente se decidió pasar página, la palabra morisco desapareció prácticamente de la geografía española, quedando dichas personas totalmente asimiladas. El objetivo religioso se había cumplido, aunque no el racial si es que alguna vez lo hubo. Fruto de esa asimilación han quedado apellidos que Julio Fernández Nieva interpreta como de ascendencia morisca como Aguilar, Guzmán o Mendoza73, a los que habría que unir otros como Hernández, Buenavida, Piedrahita o Cabezudo. Curiosamente, dichos apellidos se mantienen con posterioridad a la expulsión pero, obviamente, perdiendo el adjetivo adjunto de moriscos. Otros muchos patronímicos, como Moros, Moras, Morillos, Moritos, Morunos, Morotes y Moriscotes los hemos encontrado con cierta frecuencia en los libros de bautismos de los pueblos de la Comarca de Tierra de Barros que hemos estudiado. Por citar sólo algunos ejemplos, el 21 de junio de 1731 se enterró en Santa Marta un niño hijo de Bartolomé Morito, aludiendo casi con total seguridad a su origen racial74. No menos claro es la presencia de una amplísima familia en la pequeña localidad de Palomas (Badajoz) en el último cuarto del siglo XVIII que usan el apellido Morisca o Marisca75 y la amplia difusión que todavía hoy tienen apellidos como Morillo o Morote. Casos a mi juicio muy elocuentes de una más que presumible pervivencia morisca.

5. LOS RETORNADOS

Disponemos de varios informes en los que se alude a los que retornaron tras la expulsión, haciéndolo puntualmente en bandadas. Especialmente importante fue la afluencia de moriscos a las costas valencianas, murcianas y andaluzas, como ha puesto de relieve Trevor J. Dadson76. Ellos podían ser moriscos, pero su patria no era otra que España. Habían dejado en el suelo peninsular a sus muertos, a sus hijos, y en ocasiones, hasta a sus mujeres. Para colmo el recibimiento en Berbería no fue el esperado, pues la mayoría ni siquiera se entendía con los norteafricanos77. No les faltaban motivos para intentar un arriesgadísimo regreso a su patria. Volver a corto plazo a su localidad natal era descabellado pero hacerlo a otra villa o ciudad donde no se conociesen sus orígenes era mucho más factible. Pedro de Arriola, encargado de la expulsión de los moriscos andaluces, denunció esa circunstancias en una carta redactada en Málaga el 22 de noviembre de 1610. Y no puede ser más explícito en el modo de actuar de estos moriscos:

Muchos moriscos de los expedidos del Andalucía y reino de Granada se van volviendo de Berbería en navíos de franceses que los echan en esta costa de donde se van entrando la tierra adentro y he sabido que los más de ellos no vuelven a las suyas por temor de ser conocidos y denunciados y, como son tan ladinos, residen en cualquier parte donde no los conocen como si fuesen cristianos viejos78.

La denuncia de Arriola es bien clara: muchos moriscos, después de siglos residiendo entre cristianos, conocían perfectamente las costumbres del país y étnicamente la mayoría de ellos no se diferenciaban del resto de los habitantes. La tonalidad de su piel variaba entre el trigueño –propio de los turcos- y el membrillo –típico de los bereberes norteafricanos- pero la mayoría de ellos, si no se conocía su ascendencia, podían pasar más o menos como blancos. Por ello, les bastaba con acudir a alguna localidad diferente de la suya para que nadie los reconociese como moriscos. ¿Cuántos moriscos consiguieron camuflarse? Seguramente miles, unos ocultando su origen y otros protegidos por señores, esposos o amigos.

Cinco años después, en 1615, el Conde de Salazar escribió en términos parecidos que muchos moriscos se habían quedado en la Península con licencias y probanzas falsas, mientras que otros han retornado de su exilio, con la connivencia de la población que los acogía sin problemas. Concretamente denunciaba que en las islas Baleares y en Canarias había cientos de moriscos, entre los que se quedaron y los que se expulsaron de la Península y fueron a parar allí79. A las costas Valencianas arribaron navíos enteros cargados de moriscos, como el que desembarcó en Alicante nada menos que 370 de ellos80.

En Extremadura debió haber también retornados, porque, aunque estaba lejos del mar, era fronteriza con Portugal, donde sabemos que se refugiaron temporalmente muchos de ellos. De hecho, las autoridades encargadas de la expulsión se quejaron de los muchos que pasaban a Portugal, y concretamente de 120 que huyeron de la villa de Alcántara81. Unos huidos que debieron aprovechar la primera oportunidad que se les presentó para retornar a su tierra de origen. Es probable que algunos de los retornados se hiciesen pasar por gitanos, con quienes guardaban cierto parentesco físico82. El fenómeno, aunque no fue masivo, está documentado en algunos lugares de España. En Extremadura puede ser sintomático el hecho de que aparezcan más bautizos de gitanos tras los decretos de 160983.

En 1615 el conde de Salazar advirtió al Duque de Lerma de los muchos moriscos que habían regresado tanto a Castilla como a Extremadura que parece que no se ha hecho la expulsión84 Sin embargo, el problema morisco se dio finalmente por cerrado en ese año por lo que no parece que se tomaran medidas especiales para frenar ese supuesto retorno. Aun así es difícil saber en estos momentos si el volumen de regresados en el caso de Extremadura fue significativo.

6. EL SINGULAR CASO DE HORNACHOS

El ejemplo de Hornachos sigue siendo muy llamativo para mí. En la comunicación que presenté en los XXXVIII Coloquios Históricos de Extremadura celebrados en 2009 dejé bien claro que de las 4.500 personas que vivían en la villa, solo abandonaron su terruño entre 2.500 y 3.000 personas. Ya advirtió del descuadre Henry Lapeyre quien se sorprendió del descuadre existente entre las 4.500 personas, la mayoría moriscas, que supuestamente vivían en la villa y los 2.500 que según el alcalde Gregorio López Madera se habían exiliado85. Nosotros verificamos la certeza de los datos de Lapeyre al demostrar que, tras la expulsión, el descenso de los bautismo fue solo de un 54,1% y el de los matrimonios en un 50,7%, evidenciando que una parte de la población permaneció en la villa. Incluso, pensando que hubiese 100 familias de cristianos viejos, que todo parece indicar que eran menos, seguiría habiendo un desfase de entre 1.000 y 1.500 personas. La posibilidad de un repoblamiento inmediato a la expulsión parece improbable, porque no tenemos registrado un movimiento poblacional de esa envergadura, ni en Extremadura existía un excedente poblacional como para ello. ¿De dónde iban a salir estos repobladores?86

Recientemente, Trevor J. Dadson advirtió que en Castilla La Mancha y en Extremadura pudo haber habido otros casos de permanencia de contingentes grandes de moriscos, similar al que él estudio de Villarrubia de los Ojos87. Lo más probable es que pese a la fama de irreductibles que tenían los hornachegos, el pueblo estuviese dividido entre los cristianos sinceros y otros que vivían más como mudéjares que como moriscos. Sin embargo, López Madera no se ajusta al perfil de protector de moriscos y menos en un caso como el de Hornachos, famosos por su cohesión y por la pervivencia entre una parte de la población de ciertas tradiciones mahometanas. De hecho, en 1608 condenó nada menos que a 160 hornachegos a galeras y a diez más a muerte88. Sin embargo, el juez Madera no era tan íntegro como parecía pues, aunque nunca llegó a ser condenado oficialmente, parece que se lucró con los hornachegos, comprándoles bienes a bajo precio y quedándose con parte de las multas impuestas89. Siendo así, tampoco podemos descartar que se dejase comprar permanencias, especialmente de la élite hornachega, a cambio de un buen número de ducados. Más permisivo parecía Gregorio de Castro Sarmiento, juez comisario encargado de la última expulsión de los moriscos de Extremadura90.

Pese a todo, la posible corrupción del juez Madera no puede explicar por sí sola la permanencia de entre 1.200 y 1.500 hornachegos. Creo que urge buscar una explicación más o menos plausible que el maestro Lapeyre no encontró. A mi juicio es impensable que quedasen 1.000 o 1.200 moriscos como tales en la villa, entre otras cosas porque, tras los decretos de 1609, el término morisco terminó casi por desparecer del lenguaje coloquial. Las autoridades colaboraron en ello porque pretendían evitar denuncias y recuperar las zonas despobladas o  medio despobladas que habían quedado en la Península. ¿cómo se iba a consentir la permanencia de más de un millar de moriscos en Hornachos? La única explicación es que las acusaciones y quejas contra los moriscos de Hornachos que se difundieron desde finales del siglo XVI y que llevó a la Corona a enviar al juez López Madera eran infundadas. Nunca se llegaron a verificar los asesinatos que se le imputaban a los hornachegos, ni las armas que supuestamente tenían en sus casas. Yo creo que la mayor parte de los hornachegos vivía cristiana y discretamente. La mayoría fueron expulsados, pero permaneció un grupo de ellos, los más antiguos de la villa, que desde tiempo inmemorial se había ido cruzando por matrimonios con cristianos viejos, que practicaban los sacramentos, hablaban perfectamente el castellano y se identificaban plenamente con la España cristiana. Tanto como para pasar por cristianos, a los ojos de los moriscos resistentes de la localidad, es decir, de aquel grupo de 3.000 irreductibles que hicieron famosa a la villa de Hornachos. Algunos de esos hornachegos irreductibles abandonaron la villa en distintas ocasiones, en unas ocasiones a través de Sevilla, y en otras bajando hasta algún puerto andaluz. Así, por ejemplo, en 1504, tenemos noticias de la concesión a Nicolás de Guevara de los bienes dejados por ciertos moriscos de Hornachos que se volvieron a tornar moros y a pasar allende91. La huida debió ocurrir tras la orden de bautismo decretada en 1502 y que llevó a un grupo considerable de hornachegos a huir. Unos fueron prendidos y vendidos en Sevilla y, por lo que parece, otros consiguieron cruzar el océano y alcanzar el norte de África. Obviamente, se quedaron los cristianos sinceros, aunque seguimos ignorando cómo se produjo esta integración en una sociedad tan intransigentemente como la española de la Edad Moderna.

¿Sería posible pensar que algunos hornachegos regresaran en los años posteriores? Masivamente no, pero sí en ocasiones aisladas. Conocemos otros casos, como Villarrubia de los Ojos, donde permaneció una parte de la población morisca y luego acogieron y facilitaron el retorno de sus conciudadanos. El hecho de que en Hornachos permaneciese una parte de la población morisca pudo contribuir a que alguno de los expulsados decidiese retornar con la connivencia de los demás. Sin embargo, no son más que hipótesis porque a día de hoy no disponemos ni de una sola referencia documental que corrobore lo que estamos diciendo.

De lo que sí estamos seguros es de que Hornachos nunca llegó a ser una población desierta como ocurrió con comarcas enteras de Valencia y Aragón. Quizás por ello no hizo falta una Carta Puebla, similar a la que obtuvo Muel (Zaragoza) en 1611, para repoblar el territorio, prácticamente desierto, después de la marcha de los moriscos92.

7. VALORACIONES FINALES

En general, mi hipótesis de trabajo es que en Extremadura los moriscos estaban bien integrados y muchos de ellos plenamente asimilados. Nunca hubo en nuestra comunidad una rebelión de consideración y, salvo alguna revuelta esporádica en Hornachos, apenas encontramos conflictos en las relaciones entre conversos y cristianos viejos. Se trata de cientos de casos que no dieron lugar a ningún proceso inquisitorial y que sus nombres apenas salen reflejados en la documentación. Los casos de moriscos juzgados por la Inquisición así como las exageraciones de los detractores y, sobre todo, de los escritores posteriores no deben confundirnos. La historiografía posterior debió acentuar de forma considerable los supuestos males moriscos. Su falta de integración, sus costumbres mahometanas y sus conflictos con los cristianos viejos, todo para justificar su expulsión93. Sin embargo quiero insistir que en Extremadura no parece que esto fuese exactamente así.

El proceso de expulsión, iniciado con el decreto del Consejo de Estado del 4 de abril de 1609, se dio por concluido en 1614. No parece que se fueran todos ni casi todos. El problema en Extremadura es que no sabemos ni cuantos moriscos había antes de la expulsión ni cuantos se marcharon. Tras la rebelión de las Alpujarras, entre 1570 y 1572, llegaron en torno a 11.000 que se sumaron a los contingentes que ya vivían en Extremadura y que sólo en Hornachos eran más de 4.000. Seguramente en total llegó a haber más de 20.000, lo que ocurre es que los efectivos fueron mermando desde mucho antes de la promulgación del bando de expulsión. Al parecer, entre 1594 y 1609 la población morisca extremeña sufrió un descenso cercano a la tercera parte94. Tras los bandos de expulsión, contando los 2.500 moriscos de Hornachos, salieron oficialmente de Extremadura 10.478 moriscos95. El 4 de enero de 1611 quedaban oficialmente 721 familias96, sin contabilizar los de Hornachos, que superaban el millar de personas. El 22 de marzo de 1611 hubo un nuevo bando de expulsión, pero no parece que se cumpliera ni siquiera parcialmente, pues el 28 de septiembre de 1613 el conde de Salazar volvió a informar que muchos moriscos se habían quedado, especialmente en Plasencia, Trujillo y Mérida97. Otros pueblos, enteramente moriscos y por tanto menos asimilados como los de Benquerencia y Magacela fueron finalmente expulsados en su totalidad98. Sin embargo, los propios recuentos oficiales indican que en Extremadura unos 4.000 lo eludieron y eso sin contar los otros tantos asimilados que tenían algún antepasado morisco.

Gran parte de los que permanecieron fueron niños. Sólo en el reino de Valencia se quedaron 2.400 por lo que, realizando una simple comparativa, en Extremadura debieron permanecer como mínimo unos 300. También es posible que eludieran la expulsión numerosas mujeres, unas quedándose junto a sus pequeños, y otras, simplemente por estar desposada con algún cristiano viejo. A ellos habría que unir los que retornaron que en Extremadura todo parece indicar que fueron pocos. Como ya hemos dicho, el grueso de los que se quedó lo hicieron disimulándose entre la población.

Obviamente, la integración de estos disimulados así como de los niños y de las casadas con cristianos viejos debió ser sencilla y total. Quizás sea exagerado decir, como Vicente Barrantes, que casi todas las familias extremeñas tenían representantes en la secta de Mahoma99, pero al menos sí una parte de ellas. Más problemas debieron tener los esclavos pues la marca de esclavitud delataba sus orígenes. Tampoco los moriscos reconocidos que se quedaron con licencia debieron tener fácil la ansiada integración.

Pocos años después de su expulsión, por motivos obvios, deja de aparecer la condición de moriscos en los registros parroquiales100. Pero desaparecen porque en teoría la España morisca había desaparecido, aunque en la práctica todo el mundo sabía que la raza había quedado entre los españoles. Los mecanismos de integración así como el volumen total de los que se quedaron son líneas de investigación que actualmente están abiertas y que esperamos sigan dando sus frutos en investigaciones venideras, muchas de ellas en curso.

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1 MIRA CABALLOS, Esteban: “Los moriscos de Hornachos: una revisión histórica a la luz de nueva documentación” XXXVIIII Coloquios Históricos de Extremadura. Trujillo, 2009 (en prensa).

2 Probablemente el trabajo pionero sobre esta cuestión es el de FERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Fran- cisco: “De los moriscos que permanecieron en España después de la expulsión decretada por Felipe III”, Revista de España Nº XIX y XX. Madrid, 1871, pp. 103-114 y 363-376.

3  Inicialmente consiguieron quedar eximidos del bando de expulsión hasta el 19 de octubre de 1613 en que se decretó definitivamente su salida de la Península. Sin embargo, probablemente muchos se quedaron, gracias a la protección del Marqués de los Vélez y al desinterés de Felipe IV por continuar la empresa de su padre. En 1634 el visitador Jerónimo Medinilla realizó una visita a la zona y se quejó de la presencia en esos pueblos de muchos moriscos que además mantenían relaciones con otros que vivían en el vecino reino de Valencia. GARCÍA AVILÉS, José maría: Los moriscos del valle de Ricote. Alicante, Universidad, 2007, pp. 76-77. Sobre el particular puede verse también la monografía de FLORES ARROYUELO, Francisco: Los últimos moriscos (Valle de Ricote, 1614). Murcia, Academia Alfonso X El Sabio, 1989.

4 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: “Felipe IV y los moriscos”, Miscelánea de Estudios Árabes y hebraicos, Vol. VII, fasc. 2. 1959, págs. 55-65. Hace poco tiempo ha aparecido un magnífico y exhaustivo estudio monográfico sobre estos pueblos del Campo de Calatrava y en particular de una de esas localidades, Villarrubia de los Ojos. Una pequeña villa, situada en la Mancha, en los llamados Ojos del Guadiana, de ahí su toponimia. DADSON, Trevor J.: Los moriscos de Villarrubia de los Ojos (S. XV-XVIII): historia de una minoría asimilada, expulsada y reintegrada. Madrid, Vervuert, 2007.

5 VINCENT, Bernard: Minorías y marginados en la España del siglo XVI. Granada,  Diputación Provincial, 1987, p. 230.

6 LAPEYRE, Henry: Geografía de la España morisca. Valencia, Universidad, 2009, p. 13.

7 Sobre la pervivencia de población morisca en el antiguo reino de Granada después de su expulsión en 1570-71, véase el interesante trabajo de MUÑOZ BUENDÍA, Antonio: “Supervivencia de la población morisca en Almería después de la expulsión de 1570” Actas del IX Congreso de Profesores-Investigadores de la Asociación Hespérides. El Ejido, 1990.

8 De hecho, en un reciente estudio sobre los moriscos que permanecieron en Orihuela su autora sigue afirmando que la población morisca que permaneció en la Península tras los bandos de expulsión fue mínima, insignificante. BLASCO MARTÍNEZ, Rosa María: “Los moriscos que permanecieron en el obispado de Orihuela después de 1609”, en Sharq Al-Andalus: Estudios mudéjares y moriscos Nº 56, 1989, p. 129.

9  DADSON: Ob. Cit., p. 29.

10 Cit. en MORENO, Isidoro: Cofradías y hermandades andaluzas. Sevilla, Editoriales Andaluzas Unidas, 1985, p. 53.

11 CROCHE DE ACUÑA, Francisco: Gremios y cofradías en la villa de Zafra durante los siglos XVII y XVIII. Zafra, autoedición, 1996, p. 89.

12 Cit. en la página Web de Alfonso Pozo Ruiz (Consulta del 2 de marzo de 2010).

13 El licenciado Gregorio López Madera, a sabiendas de la ocultación de deudas a los moriscos comisionó a varios alguaciles para que cobrasen dichas deudas. En Almendralejo, se presentó Juan Serrano, vecino de Ribera del Fresno, comisionado por él y embargó la casa de una tal Olalla Rengela. Al parecer, en noviembre de 1608 había comprado un buey a un morisco de Hornachos, llamado Álvaro de Soria, por 29 ducados. Sin embargo, cuando se decretó su expulsión quedaba por pagar justo la mitad, eludiendo su pago. Por ello, el 9 de septiembre de 1612 se obligó, ante escribano público a pagar a Juan Serrano los 14,5 ducados más todas las costas y salarios del proceso emprendido contra ella. Archivo de Protocolos de Almendralejo, Escribanía de Rodrigo Sánchez 1612, protocolo 3, fols. 381r-381v.

14 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio y Bernard VINCENT: Historia de los moriscos. Madrid, Alianza Universidad, 1997, p. 155.

15 Como muy bien escribió Caro Baroja, si los moriscos no hubiesen contado con una parte de la población cristiana de su lado nunca hubiesen aguantado el tiempo que lo hicieron en territorio español. CARO BAROJA, Julio: Los moriscos del reino de Granada. Madrid, 1976, p. 51.

16 Concretamente el prelado sevillano e Inquisidor General, Fernando Niño de Guevara, se opuso a un destierro que consideraba injusto porque no excluía a los cristianos sinceros. No menos decidida fue la defensa que hizo otro arzobispo de la mitra hispalenses, Pedro Vaca de Castro. Obviamente, no todo el alto clero actuó así; por ejemplo, el arzobispo de Valencia, Juan de Ribera, fue un firme partidario de su expulsión, uno de los grandes fanáticos de la cruzada antimorisca.

17  FERNÁNDEZ NIEVA, Julio: La inquisición y los moriscos extremeños (1585-1610). Badajoz, Universidad de Extremadura, 1979, p. 49.

18  El proceso se encuentra inserto en la obra de GARCÍA ARENAL, Mercedes: Los  moriscos.

Madrid, Editora nacional, 1975, pp. 135-156.

19 Ibídem, pp. 237-246.

20 Ibídem, p. 247.

21 En la Mancha dispusieron del incondicional apoyo del Conde de Salinas y Señor de Villarrubia que simplemente, al igual que otras autoridades de la época, hizo caso omiso de los decretos21. Es muy conocida también la protección que les brindó el Conde de Orgaz, e incluso, el Conde de Salazar, precisamente uno de los encargados de hacer cumplir el bando de expulsión. Sabemos que en más de una ocasión hizo lo que vulgarmente se llama la vista gorda, sabedor de lo mucho que se jugaban todos si finalmente estos trabajadores abandonaban el Reino. DADSON: Ob. Cit., p. 30. En Zaragoza, el arzobispo de esa diócesis concedió exactamente 126 licencias, el obispo de Tortosa, que protegió a los que habitaban el valle del Ebro. Unos prelados que actuaron, en la mayor parte de los casos, guiados por un celo cristianos, pues entendían que la expulsión de buenos cristianos significaba perder fieles a favor del Islam. Pero también hubo simples curas que expidieron certificados de buenos cristianos y que, al menos temporalmente, evitaron el exilio de sus portadores. LAPEYRE: Ob. Cit., p. 174. En el reino de Valencia, donde se concentraba una parte notable de la población morisca, contaron asimismo con la protección de personajes influyentes. Concretamente con el Duque de Maqueda o el Conde de Elx. La oposición fue tal que para calmar los ánimos el rey se comprometió a ceder a los señores los bienes raíces abandonados por los moriscos. BURILLO LOSHUERTOS, Jesús: “Los moriscos y la Carta Puebla de Muel de 1611”, Anales de Derecho Nº 15. Murcia, 1997, p. 109. En Murcia, fueron los regidores del mismísimo ayuntamiento los que escribieron una encendida carta en defensa de los moriscos, indicando que eran todos ellos buenos cristianos así como fieles y leales vasallos de la Corona Real. La citada misiva estaba firmada en Murcia el 17 de octubre de 1609. Ibídem, pp. 261-262. En Andalucía también encontraron una gran acogida en personas e instituciones. El Marqués de la Algaba hizo una ardorosa defensa de sus moriscos mientras que en Granada el mismísimo presidente de la audiencia los protegió hasta donde pudo. Conocido es el caso del concejo de Úbeda, en Jaén, que remitieron el 23 de enero de 1610 una misiva a Felipe III haciendo una viva defensa de los dos centenares de moriscos que vivían cristianamente en su término municipal. LAPEYRE: Ob. Cit., pp. 162 y 192-195.

22 DADSON: Ob. Cit., pp. 313-314.

23 VALENCIA, Pedro de: Tratado acerca de los moriscos de España (Ed. de Rafael González Cañal). Badajoz, Unión de Bibliófilos Extremeños, 2005.

24 LAPEYRE: Ob. Cit., p. 281.

25 CÓRDOBA SORIANO, Francisco de: “Fuentes documentales en el Archivo General de Simancas sobre la Orden de Alcántara y sus relaciones con el partido de la Serena”, en Revista de Estudios Extremeños, Vol. 64, N. 2. Badajoz, 2008, pp. 572-573. Como es bien sabido, desde 1494 la Orden de Alcántara se dividió en dos partidos administrativos: el de Alcántara y el de la Serena, este último con sede en Villanueva y cuya máxima autoridad religiosa era el prior de Magacela. MAR- TÍN NIETO, Dionisio A.: Villanueva de la Serena en el siglo XVI, según los visitadores de la Orden de Alcántara de 1530 y 1565. Villanueva de la Serena, Asociación Cultural Torres y Tapia, 2008, p. 13.

26 CÓRDOBA SORIANO, Francisco de: “El problema de los moriscos”, en Campanario, Historia, T. II. Badajoz, Excmo. Ayuntamiento de Campanario, 2003, p. 161. También en MIRANDA DÍAZ, Bartolomé y CÓRDOBA SORIANO, Francisco de: Historia de los moriscos de Magacela. Badajoz, Diputación Provincial Ayuntamiento de Magacela, 2010, p. 133.

27 DADSON: Ob. Cit., p. 313. Y no le faltaba razón cuando hablaba de la pobreza de estos moriscos. La mayor parte de ellos eran jornaleros, pequeños propietarios y artesanos. Su supuesta riqueza no es más que un mito. Por poner un ejemplo concreto, el mayor propietario de tierras morisco en Magacela disponía de 13,5 fanegas de tierra.  MIRANDA DÍAZ: Los moriscos de Magacela..., p. 153. En Fuente del Maestre encontramos un morisco, llamado Buenavida, que en 1574 trabajaba como albañil en la ermita de los mártires San Fabián y San Sebastián. A.H.N. Libros de visita de la Orden de Santiago Nº 1012-C, T. II, fol. 703

28 MARTÍNEZ, François: “La permanencia de los moriscos de Extremadura”, Alborayque Nº 3. Badajoz, 2009, pp. 69-70.

29 Ibídem, p. 66.

30 Ibídem, pp. 67-69.

31 Manuel Jesús Izco reproduce algunas cartas de libertad, protocolizadas en Puerto Real, entre las que menciona dos que vienen al caso: una firmada El 4 de agosto de 1653 por la que se liberó al esclavo Hamete, moro de nación, y otra del 28 de noviembre de 1669 en que se liberó a un anciano musulmán de 70 años llamado Mostafá. IZCO REINA, Manuel Jesús: Amos, esclavos y libertos. Estudios sobre la esclavitud en Puerto Real durante la Edad Moderna. Cádiz, Universidad, 2002, pp. 119 y 121-122.

32 En PERIÁÑEZ GÓMEZ, Rocío: La esclavitud en Extremadura (S. XVI al XVIII). Cáceres, Universidad de extremadura, 2008, p. 71. Para facilitar su lectura he actualizado las grafías del fragmento citado.

33 Casos de este tipo han sido documentados en Calzadilla de los Barros. Véase a LEYGUARDA DOMÍNGUEZ, Manuel: Los libros de visita de la Orden de Santiago. Calzadilla. Badajoz, Consejería de Cultura, 2005, pp. 22-23.

34 LAPEYRE: Ob. Cit., p. 73. En Orihuela, por ejemplo, se quedaron 242 niños, de los que 126 tenían entre 7 y 14 años. BLASCO MARTÍNEZ: Ob. Cit., p. 136. En Gandía, por poner otro ejemplo, se quedaron 89 niños, con edades que oscilaban entre los 2 y los 14 años. SANCHIS ACOSTA, José: “Manifiesto de los moriscos que quedaron en Gandía en el año 1611”,  Anales de la Universidad de Alicante, Historia Moderna, Nº 2. Alicante, 1982, p. 339.

35 MIRA CABALLOS: Ob Cit., (en prensa).

36 Conocido es el caso de la licencia a los moriscos del Campo de Calatrava, pero hubo más. El arzobispo de Zaragoza expidió 126 licencias a moriscos de su diócesis que jamás fueron expulsados. LAPEY- RE: Ob. Cit., p. 115.

37 Conocido es el caso de un morisco esclavo, llamado Vicente Valet que no quiso exiliarse y lo forzaron a enrolarse como galeote, en la Armada Real de Galeras, sirviendo por espacio de 32 años. En 1641, estando ya viejo, pidió licencia para dejar la armada y quedarse en España como cristiano, aunque desconocemos si se accedió a ello. Consulta al Monarca, 14 de septiembre de 1641. AGS, Guerra Antigua, leg. 1.399. Cit. en CORTÉS CORTÉS, Fernando: Esclavos en la extremadura meridional, siglo XVII. Badajoz, Diputación Provincial, 1987, pág. 53.Desconocemos la respuesta.   38 LAPEYRE: Ob. Cit., p. 115.

39 En la Serena parece ser que la expulsión fue casi completa afectando, incluso a familias como la de Miguel Hernández Murcia, que no solo era cristiana practicante sino que incluso había fundado una cofradía bajo la advocación de San José. CÓRDOBA SORIANO: El problema de los moriscos…, T. II, pp. 145-174.

40 LAPEYRE: Ob. Cit., p. 37.

41 Por ejemplo, en 1584 las 86 familias moriscas que vivían en Callosa d`En Sarriá, en el reino de Valencia, pasaron a Berbería. LAPEYRE: Ob. Cit., p. 58.

42 Libros de bautismo de Ribera del Fresno 1548-1716. Centro Cultural Santa Ana (en adelante C.C.S.A.), película 465.

43 En la tardía fecha de 1740, Manuel Canecí Acevedo escribió que en Valladolid y en otras ciudades había muchos moriscos que se habían quedado ocultos y disfrazados. DADSON: Ob. Cit., p. 793.

44 BALLESTEROS DÍEZ, José Antonio: “Bautismos, confirmaciones y matrimonios en la historia social de Mérida en la segunda mitad del siglo XVI”, Revista de Estudios Extremeños T. LVIII. Badajoz, 2002, p. 957.

45 La permisividad de la sociedad para elegir el apellido paterno, materno o incluso diferente, permitió a muchos moriscos crearse una nueva identidad a su antojo que les permitiera camuflarse con más facilidad en una sociedad casticista como la española. TESTÓN NÚÑEZ, Isabel y SÁNCHEZ RUBIO, Rocío: “Identidad fingida y migraciones atlánticas (Siglos XVI-XVIII)”, en Un juego de engaños. Movilidad, nombres y apellidos en los siglos XV a XVIII. Madrid, Casa de Velázquez, 2010, pp. 89-90.

46 Citaremos algunos casos concretos: hacia 1580 Francisco Romero, vecino de Guadix, pidió permiso para casarse con una morisca, llamada Mariana de Rojas, que era esclava de doña María Vázquez. Una morisca que permanecía en Guadix pese a las expulsiones de 1570-1571 y que con total seguridad siguió en su tierra tras la expulsión de 1609-1610. Pero no es el único caso significativo; en 1597 un joven de tierras de Guadix, llamado Juan Lozano, pidió autorización para casarse con una viuda morisca viuda, llamada Isabel de Salazar, que tenía hijos de su anterior matrimonio. Curiosamente el joven acudió al provisor del obispado de Guadix-Baza pese a no contar con la aprobación de su madre: Y dice el mozo que es Juan Lozano, que su madre no gustaría ni querrá que él se case, lo uno, por ser ella morisca, y lo otro, por tener ella hijos. Cit. en ASENJO SEDANO, Carlos: Esclavitud en el Reino de Granada, S. XVI. Las tierras de Guadix y Baza. Granada, Ilustre Colegio Notarial de Granada, 1997, p. 184-187.El testimonio no deja de ser revelador porque muestra a las claras la discriminación que sufrían los moriscos en España. La madre no quería a esa mujer para su hijo,  por ser morisca y por  tener hijos de su anterior matrimonio, una actitud comprensible al menos en el contexto social de la época.

47 MUÑOZ GIL, José: La villa de Feria, T. I. Badajoz, Diputación Provincial, 2001, p. 301.

48 Parroquia de Santa María Magdalena de Solana de los Barros, Libro de Bautismo 1º (1548-1608), fol. 113v.

49 Libros de bautismo de la parroquia de Nuestra Señora de Gracia de Ribera del Fresno. C.C.S.A., película 465.

50 El 3 de diciembre de 1543 bautizaron a una criada suya, al parecer cristiana, llamada Leonor. Bautismos de la parroquia de Santa María de la Purificación de Villalba (1542-1549). C.C.S.A., Película 478.

51 MIRANDA DÍAZ: Ob. Cit., p. 53 y 124.

52 Jesús Burillo señala este comportamiento entre los curas del Reino de Aragón, aunque no cita ejemplos concretos. BURILLO LOSHUERTOS: Ob. Cit., p. 110.

53  CORTÉS CORTÉS, Fernando: “Los moriscos de Zafra”, Alminar Nº 29, 1981, pp. 8-11.

54 BALLESTEROS DÍEZ, José Antonio: “Bautismos, confirmaciones y matrimonios en la historia social de Mérida en la segunda mitad del siglo XVI”, Revista de Estudios Extremeños T. LVIII. Badajoz, 2002, pp. 960-961. Y del mismo autor: “vestigios y resistencia anticristiana en los moriscos de Mérida (11570-1610)” Pax et Emerita Vol. 3. Badajoz, 2007, pp. 219-245.

55 ZARANDIETA ARENAS, Francisco: Almendralejo en los siglos XVI y XVII, T. I. Zafra, Impren- ta Rayego, 1993, pp. 313-322.

56 Ibídem, T. I, p. 313-316.

57 Ibídem, T. I, p. 314.

58 Ibídem, T. I, p. 321.

59 FERNÁNDEZ NIEVA: La inquisición y los moriscos extremeños, p. 72.

60 Fuentes Libros de Bautismo de la Iglesia parroquial de Santa María Magdalena de Solana de los Barros: Libro 1 (1548-1608), Libro 2 (1610-1698), Libro 3 (1698-1759) y Libro 4 (1759-1812). C.C.S.A., película 483.

61 C.C.S.A., Películas 491-492.

62 Bautizo de Leonor, hija de padres desconocidos, criada de Francisca Muñoz, morisca, Villalba de los Barros, 3 de diciembre de 1543. Libro de bautismos de la parroquia de la Purificación. C.C.S.A., película 478.

63 LEYGUARDA: Ob. Cit., p. 23.

64 C.C.S.A., película 423.

65 Concretamente la partida decía así: Juana, esclava de Diego Martín Arcal, convertida de la secta de Mahoma a nuestra fe católica, la cual de su voluntad y gana recibió el santo bautismo, siendo instruida y enseñada en la fe católica por el dicho cura en la manera en que según su poca capacidad fue posible. C.C.S.A. Película 423.

66 Libros de Bautismos de la iglesia de la Puebla del Prior. C.C.S.A., película 474.

67 FERNÁNDEZ NIEVA: La inquisición y los moriscos extremeños…, pp. 69-73.

68 Concretamente, Isabel Hernández bautizó a dos sus hijos Diego y María en 1576 y en 1581 respectivamente; el matrimonio formado por Álvaro Jiménez y María Hernández bautizaron a su hijo Pedro en 1577; Alonso y Catalina Hernández bautizaron en 1575 a su hija Magdalena y en 1578 a María; En ese mismo año de 1578 Leonor Rodríguez bautizó a Sebastián; Diego Hernández, morisco y su esposa la portuguesa Ana González bautizaron en 1588 a su hija María, en 1591 a Ana y en 1592 a Diego; Lorenzo García y Leonor García, moriscos, bautizaron en 1588 a Juan; Lorenzo y María Hernández, moriscos, bautizaron en 1589 a Catalina; y Miguel Sánchez y María Hernández, moriscos bautizaron en 1590 a su hija María; Alonso Hernández, morisco, e Inés Vázquez, su mujer, bautizaron en 1592 a Elvira; Álvaro Marín, morisco y su esposa Luisa Hernández bautizaron en 1592 a Isabel; Y Diego García, morisco, y María Serrana bautizaron en 1597 a María. C.C.S.A., película 453.

69 CARRETERO MELO, Antonio: “Fuente del Maestre en la Edad Moderna. Sociedad”, Proserpina Nº 15. Mérida, 2001, pp. 118-119.

70 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: Instituciones y sociedad en la España de los Austrias. Barcelona, 1985, p. 33.

71 LAPEYRE: Ob. Cit., p. 205.

72 Ibídem, p. 293.

73 FERNÁNDEZ NIEVA, Julio: “Un censo de moriscos extremeños de la Inquisición de Llerena (año 1594)”, Revista de Estudios Extremeños T. XXIV, Nº 1. Badajoz, 1973, pp. 149-176. También MUÑOZ GIL: Ob. Cit., T. I, p. 300.

74 Libros de defunción de la parroquia de Santa Marta. C.C.S.A., película 488.

75 Francisco González e Isabel Morisca o Marisca Sánchez, hija esta última de José Marisca Jacob, que bautizaron el 25 de diciembre de 1778 a un hijo llamado Juan y el 14 de enero de 1782 a una hija llamada Francisca Juliana. El 3 de junio de 1782 Francisco Marisca, hijo de Manuel Marisca, bautizó a una hija suya llamada Juana María. C.C.S.A., película 462.

76 DADSON: Ob. Cit., p. 796.

77 La mayoría hablaba castellano, una minoría el aljamiado que era una especie de castellano con caracteres árabes y casi ninguno dominaba el árabe. Además tenían a España por su patria pues, como confeso el célebre Ricote doquiera que estamos lloramos por España, que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural. DADSON: Ob. Cit., pp. 18-19.

78 Carta de Pedro de Arriola al Rey, Málaga, 22 de noviembre de 1610. GARCÍA-ARENAL: Ob. Cit., pp. 269-271.

79 Carta del Conde de Salazar, Madrid, 8 de agosto de 1615. GARCÍA-ARENAL: Ob. Cit., pp. 267-271.

80 LAPEYRE: Ob. Cit., p. 189. Estos retornados fueron a las grandes ciudades para no ser reconocidos, de ahí que frente a los grandes despoblados que tardaran siglos en repoblarse las grandes ciudades como Alicante o Castellón aumentasen en breve plazo de población. Ibídem, pp. 79-80. También conocemos el caso de Diego Díaz un morisco que fue expulsado dos veces, regresando otras tantas. Finalmente fue procesado en Cuenca en 1630. Al parecer era originario de las cinco villas de Calatrava que obtuvieron una exención Real por demostrar su condición de cristianos viejos. Pero lo realmente llamativo es que tras ser expulsado en sendas ocasiones regresó y se paseó durante varios años por Zaragoza, Valencia, Orihuela, Manzanares, Mota del Cuervo y Belmonte donde vivía cuando fue prendido y procesado. Incluso, cuando fue descubierto simplemente se procedió a su expulsión, pese a ser reincidente.

81  Cit. en MAYORGA: Los moriscos de Hornachos…, p. 141 y en MIRANDA DÍAZ: Ob. Cit., p. 136.

82 MARTÍNEZ MARTÍNEZ, Manuel: “Gitanos y moriscos: una relación a considerar”, en Los marginados en el mundo medieval y moderno. Almería, 2000, pp. 79-88.

83 éase mi trabajo: “Minorías étnicas en Tierra de Barros en la Edad Moderna”, II Jornadas de Historia de Tierra de Barros. Almendralejo, 2010 (en prensa).

84 Cit. en CÓRDOBA SORIANO: El problema morisco…, p. 164.

85 LAPEYRE: Ob. Cit.,   p. 163. Unos moriscos que estaban en Sevilla con anterioridad al 9 de febrero de 1610 a juzgar por una carta que con esa fecha envió el Marqués de San Germán a Felipe III. Cit. en MAYORGA HUERTAS, Fermín: “Desventuras de una minoría. La comunidad morisca de Zafra”, en Cuadernos de Çafra, N. 8, Zafra, 2009, p. 58.

86 El Juez López Madera fue acusado de repoblar ilícitamente la villa con 300 cristianos viejos, acusación que no pudo ser probada. SÁNCHEZ RUANO, Francisco: “El caso de corrupción del juez López Madera”, Historia 16, mayo de 2001, p. 38. Además de ser improbable, se trataría sólo de 300 personas cuando en Hornachos quedaron en torno a 1.500.

87 DADSON: Ob. Cit., p. 35.

88 TESTÓN NÚÑEZ, Isabel, HERNÁNDEZ BERMEJO, Mª Ángeles y SÁNCHEZ RUBIO, Rocío: “La presencia morisca en la Extremadura de los tiempos modernos”, Alborayque Nº 3. Badajoz, 2009, p. 34.

89 SÁNCHEZ RUANO: Ob. Cit., pp. 34-41.

90 En su testamento declaró haber servido este cargo, marchando con posterioridad a América, sirviendo en Guadalajara el cargo de justicia mayor. Inventario de los bienes que quedaron por muerte de Gregorio de Castro, Guadalajara, 24 de enero de 1625. AGI, México 263, N. 44.

91 Merced de los bienes de los moriscos a Nicolás de Guevara, 24 de abril de 1504. AGS, Cámara de Castilla 9-96.

92 El pueblo de Muel (Zaragoza), del señorío del Marqués de Camarasa quedó con 16 vecinos tras partir al exilio unos 1.200 vecinos. Antes el titular del señorío había obtenido una Carta Puebla para repoblar el territorio una vez que fuese abandonado por los moriscos. BURILLO LOSHUERTOS: Ob. Cit., pp. 107-120.

93 No olvidemos que prácticamente hasta el siglo XX muchos historiadores españoles elogiaron la medida como benigna y necesaria. Por ejemplo, el ilustre historiador Marcelino Menéndez Pelayo destacó la medida no sélo como conveniente sino también necesaria para acabar con el odio de razas y lograr la unidad de religión, de lengua y de costumbres. MENÉNDEZ PELAYO, Marcelino: Historia de los heterodoxos españoles. México, Editorial Porrúa, 1982 (1ª ed. de 1882), p. 381.

94 Concretamente señalan un descenso del 29% de sus efectivos. HERNÁNDEZ BERMEJO, Mª Ángeles, Rocío SÁNCHEZ RUBIO e Isabel TESTÓN NÚÑEZ: “Los moriscos en Extremadura, 1570-1613”, Studia Historica. Historia Moderna Vol. XIII. Salamanca, 1995, p. 116.

95 Las cifras varían ligeramente de un autor a otro, simplemente por errores en sumas de vecinos y personas. JANER, Florencio: Condición social de los moriscos de España. Causas de su expulsión y consecuencias que ésta produjo en el orden económico y político. Madrid, Real Academia de la Historia, 1857, pp. 348-349. TESTÓN NÚÑEZ: Ob. Cit., p. 39. MAYORGA: Ob. Cit., p. 68. MIRANDA DÍAZ: Ob. Cit., p. 138. En otro estudio se señalan 12.776 pero porque contabilizaron 4.800 hornachegos cuando en realidad sabemos que solo se exiliaron 2.500. HERNÁNDEZ BERMEJO: Ob. Cit., 117.

96 LAPEYRE: Ob. Cit., pp. 281-283.

97 Ibídem, p. 286. HERNÁNDEZ BERMEJO: Ob. Cit., pp. 117-118. También citado en GALMÉS DE FUENTES, A.: “Los que se quedaron, significado e influencia de loss moriscos conversos que no siguieron el exilio”, en L`expulsió dels moriscos: conseqüències en el món islàmic i el món cristià. Barcelona, Generalitat, 1994, p. 173.

98 Los últimos moriscos de Magacela se embarcaron en Málaga camino de Italia. MIRANDA DÍAZ, Bartolomé: Reprobación y persecuciones de las costumbres moriscas: el caso de Magacela (Badajoz). Magacela, Ayuntamiento, 2005, pp. 116-117.

99 Cit. en FERNÁNDEZ NIEVA: Un censo de moriscos extremeños…, p. 163.

100 En Zafra, por ejemplo, el último morisco nació en 1616. CORTÉS: Los moriscos de Zafra…, p. 9.

Oct 012008
 

Esteban Mira Caballos.

  1. 1.  INTRODUCCIÓN

Hernando de Soto pasa por ser uno de los conquistadores de origen realmente noble de los que participaron en la conquista de América. Sus antepasados, al menos los de su línea materna, eran hidalgos reconocidos desde tiempo inmemorial y además gozaban de una buena situación económica.

A muy temprana edad decidió buscar fortuna en las Indias, pues el mayorazgo familiar estaba destinado a su hermano mayor. Siendo todavía un adolescente de unos 14 años no dudó en embarcarse en la gran armada de Pedrarias Dávila que zarpó del puerto de Sanlúcar de Barrameda el 11 de abril de 15141. En dicha expedición viajaron un buen grupo de futuros conquistadores, como Diego de Almagro, Pascual de Andagoya, Sebastián de Belalcázar o Hernando de Luque, dirigiéndose nada más y nada menos que a Castilla del Oro. Un nombre muy elocuente que muestra claramente la imaginación áurea de estos hombres que decidieron dejar su terruño en busca de un futuro más prometedor.

Desde su llegada a Tierra Firme el extremeño se destacó por su arrojo y valentía, así como por su destreza con el caballo. Por ello, el viejo gobernador, Pedrarias Dávila, no tardó en nombrarlo como uno de sus capitanes de la caballería. Sometida la región de Panamá fue, por encargo del propio gobernador,

 

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Oct 012008
 

Esteban Mira Caballos

 1.  INTRODUCCIÓN

Siempre se ha sostenido que la expulsión de los moriscos no sólo se debió a una cuestión de xenofobia sino también a un problema de seguridad nacional. En 1569 declaró un morisco ante la inquisición de Granada que ellos pensaban que esta tierra se había de tornar a perder, y que la habían de ganar los moros de Berbería1. Un año después, algunos cristianos viejos de Hornachos escribieron una misiva a Felipe II en la que manifestaban su temor ante una posible rebelión de los hornachegos en colaboración con otros moriscos de Extremadura y Andalucía con los que mantenían contactos2.

Los ataques corsarios a las costa mediterráneas españolas aumentaron ese clima de inseguridad. De hecho, en Valencia, donde habitaban más de 60.000 vecinos moriscos, muchos desampararon los pueblos y han pasado las mujeres y niños a los lugares de las fronteras dentro en Castilla3. Realmente, estos hechos no tenían nada de particular; López de Gómara insistió reiteradamente en su crónica  sobre  la  inteligencia  y  comunicación  que  había  entre  los  moriscos españoles y los corsarios berberiscos. Y para apoyar dicha tesis, citó el caso de un ataque enemigo al río de Amposta en el que un morisco hizo de guía4.

Es más, según Fernand Braudel, en la costa catalana, en torno al delta del Ebro, donde la población era escasa, llegaron a establecerse, en diversas etapas del quinientos, corsarios argelinos de forma más o menos permanente. Ello, nos puede dar una idea aproximada de la magnitud que adquirió el corso en el siglo XVI. Los ataques del Emperador a Túnez en 1535 y a Argel seis años después no pudieron evitar una realidad y es que el peligro berberisco y turco en el Mediterráneo durante el siglo XVI no solo no disminuyó sino que se acrecentó. De hecho, la batalla de Lepanto, ganada para España por don Juan de Austria y don Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz, no supuso más que una momentánea disminución del corsarismo en el Mediterráneo. De hecho, tras la toma de Túnez por don Juan de Austria en 1573 se produjo una contraofensiva turca en la que se apoderaron de nuevo de dicha plaza y de La Goleta5.

Sin embargo, el problema morisco -percibido por la sociedad- era más ficticio que real. Se trataba de unos temores excesivamente exagerados, provocados por las rebeliones del pasado y por los continuos ataques berberiscos a las costas mediterráneas. La literatura posterior se encargó de poner el énfasis en el problema morisco para justificar de alguna forma una decisión tan drástica como perjudicial para los intereses económicos del Reino. Por ello, se les culpó de instigar los ataques corsarios de turcos y berberiscos lo que acentuó y justificó el rechazo creciente de la población hacia esta minoría.

Hoy sabemos que los moriscos no tenían potencial militar, ni armas suficientes ni tan siquiera apoyo externo. La ayuda de los berberiscos y turcos fue muy escasa, pues, los ataques corsarios a las costas mediterráneas no se debieron a un plan de reconquista, con la ayuda interna de los moriscos, sino a meros actos individuales de rapiña. Probablemente nunca pasó por la cabeza de los corsarios magrebíes la posibilidad real de recuperar la Península Ibérica , ni muchísimo menos de devolver el poder a los moriscos.

El caso de Hornachos que tratamos en este trabajo, era muy singular porque, como veremos en páginas posteriores, la mayor parte de su vecindario era morisco6. Su resistencia al cambio fue muy tenaz, tanto que la mayoría terminó, como los demás moriscos españoles, en el exilio.

2. LOS MORISCOS HORNACHEGOS ANTES DE LA EXPULSIÓN

En 1502 se publicó un decreto por el que se obligó a todos los moriscos a elegir entre destierro o bautismo7. Como era de esperar, casi todos optaron por convertirse al cristianismo; comenzaba la era morisca, pues todos los mudéjares fueron oficialmente bautizados. Desde ese momento no sólo se dio por finalizada la convivencia pacífica entre cristianos viejos y conversos sino que se inició una fractura definitiva que acabaría trágicamente con la expulsión del más débil, es decir, de la minoría morisca8. Como es bien sabido, la conversión fue sólo aparente, pues, la mayoría siguió practicando la religión mahometana. El humanista zafrense Pedro de Valencia explicó estas conversiones ficticias muy significativamente:

Como saben que Mahoma no quiso mártires ni esperó que ninguno hubiese de querer morir por su mentira, niegan luego y dicen ser o querer ser cristianos, son por ello perder la fe con Mahoma ni la honra con los suyos, ni dejar de ser moros como antes”9.

En Hornachos, el decreto de 1502 debió provocar no solo una gran resistencia sino también diversos altercados. Nada menos que 35 hornachegos decidieron huir a Portugal, tras ser obligados a recibir el sacramento10. Pedro Muñiz, vecino de Mérida, fue comisionado para que los persiguiera y apresara. Y así lo hizo, cobrando  por  sus  servicios  25.540  maravedís11.  Al  parecer  el  inquisidor  del arzobispado Hispalense, Álvaro de Yebra, puso, algunas objeciones a la venta, por lo que los cautivos permanecieron durante 31 días en las atarazanas de la Casa de la Contratación de Sevilla12. Finalmente, la transacción se concretó en 684.352,5 maravedís que pasaron a las arcas de la Corona13. La relación de estos moriscos, con sus nombres y apellidos ha sido dada a conocer recientemente:

Cuadro I. Relación de la venta de esclavos hornachegos en sevilla (1503)14.

Tabla 1-1

Varios aspectos merecen ser destacados: en primer lugar, ¿por qué fueron perseguidos estos moriscos huidos? Como es bien sabido, a los mudéjares granadinos se les dio la opción de convertirse o exiliarse, una posibilidad que se mantuvo en vigor durante bastantes años. Sin embargo, en el decreto de 1502 se obligó a los mudéjares a optar por la conversión o por el exilio, no por ambas. Los moriscos de Hornachos, presionados por las circunstancias, se bautizaron y aprovecharon la primera ocasión que se les presentó para abandonar el territorio. Ya no eran mudéjares sino moriscos, cristianos nuevos y probablemente por ello fueron perseguidos y capturados.

Estos hechos confirman un aspecto que ya conocíamos para el caso de la costa levantina y murciana donde muchas familias se fugaron, bien individualmente, o bien, embarcándose masivamente en las armadas corsarias cuando atacaban los puertos hispanos15. Así, por ejemplo, entre 1505 y 1509 huyó toda la población morisca de los pueblos granadinos de Teresa, Istan, Almayate y Ojen16. Pero, es más, entre 1527 y 1563, nada menos que 90 localidades moriscas valencianas perdieron población, en algunos casos de manera masiva17.

Obviamente los moriscos extremeños lo tenían mucho más difícil pues vivían tierra adentro. La posibilidad más factible que les quedaba era la huida al vecino reino de Portugal, con la intención de embarcarse hacia las costas del África occidental. Sin embargo, al menos en teoría, Portugal no era una solución pues los lusos, incluso, se habían adelantado a los castellanos, decretando su expulsión en 149618. En cualquier caso, desconocemos si con posterioridad a 1503 algunas familias hornachegas lograron huir a través del territorio luso.

Para facilitar su integración con los cristianos viejos, entre 1502 y 1504 se enviaron a la villa 30 familias de cristianos viejos con el objetivo de catequizarlos19. Sin embargo, también en esta ocasión los resultados fueron infructuosos. Desde el primer momento se supo que la integración de moros y cristianos era una empresa difícil por no decir imposible. Los moriscos estaban fuertemente arraigados a su cultura y no estaban dispuestos a renunciar a ella. La situación se tornó mucho más violenta a lo largo del siglo, intensificándose gradualmente la presión sobre los moriscos y sus bienes.

En 1526, tras un decreto prohibiendo todo culto que no fuese el cristiano, los hornachegos volvieron a rebelarse, resistiendo durante semanas en la fortaleza de la localidad20. Tras ser sometidos, Carlos V encargó al arzobispo de Sevilla Alonso Manrique de Lara, que repoblara la villa con 32 familias de cristianos viejos21. Eso significa que más de medio centenar de familias cristianas se establecieron en Hornachos a lo largo del siglo XVI. Y esa debía ser la base de la minoría cristiana –en torno al 10% de la población- frente a las más de 1.000 familias moriscas que residían en la localidad.

La situación de estos hornachegos a lo largo del siglo XVI se fue tornando cada vez más complicada. Muy significativo es la existencia en la villa de un lugar llamado el Desbautizadero de los moros desde donde, para agradar a Alá, se despeñaban aquellos moriscos bautizados contra su voluntad22. Por tanto, suicidios, huidas, y procesamientos por el Tribunal de la Inquisición; éste era el dramático cerco que se fue cerniendo a lo largo del quinientos sobre esta desdichada minoría. De hecho, la inquisición de Llerena pasó de juzgar a tan solo 6 moriscos en el período comprendido entre 1540 y 1549 a nada menos que 121 entre 1590 y 159923. Entre 1600 y 1609 la cifra de moriscos juzgados por el Santo Tribunal ascendió nada menos que a 29224. Pero es más, el 35% de todos los procesados en Llerena procedían de Hornachos, concretamente 20125. Sin duda, se vigilaban especialmente aquellos núcleos con alta concentración de moriscos, como Hornachos, Almoharín o Cañamero, donde el peligro de rebelión era mayor26.

Es cierto que, pese a su aparente conversión –prácticamente todos recibieron las aguas del bautismo-, siguieron observando sus costumbres y rezándole a su verdadero dios, Alá. Además era ostensible que no comían carne de cerdo, que ayunaban durante el mes del ramadán y que le practicaban la circuncisión a todos los varones. Y es que la concentración de más de tres millares de moriscos en una misma localidad en la que, además, controlaban los cargos públicos les daba una mayor libertad para practicar sus viejas costumbres mahometanas. Todo ello suponía la excusa perfecta para actuar contra ellos, constituyendo una fuente excepcional de ingresos para la Inquisición y los inquisidores. Cuando finalmente los expulsaron se acabó, como dice el refrán, con la gallina de los huevos de oro.

Previendo posibles altercados la Orden de Santiago reparó en varias ocasiones la fortaleza de la villa cuya base era de origen musulmán. En 1537 hizo ciertos reparos el albañil Hernando Camar, sin embargo, la obra más concienzuda la llevó a cabo en 1544 el maestro llerenense Luis Zambrano27. También se afianzaron las infraestructuras religiosas, inexistentes todavía a finales del siglo XV. Precisamente, en 1494 se decía que no había más iglesia que una pequeña capilleja pequeña situada en la fortaleza28. A lo largo del siglo XVI se construyó la iglesia parroquial que consta de tres naves y tiene una bonita torre-fachada típicamente mudéjar. Asimismo, se erigió un convento de franciscanos, del que sólo quedan algunos restos, así como la ermita de Nuestra Señora de los Remedios29.

3. EL EXILIO

Como es bien sabido, Felipe III decretó finalmente la expulsión de los moriscos el 9 de diciembre de 1609. Los varones adultos fueron en su mayoría expulsados muy a pesar de que había al menos una minoría que se consideraban conversos sinceros. En cambio, hubo un mayor número de excluidos entre otros grupos: a las mujeres, tanto si eran moriscas como cristianas desposadas con un morisco, se les consintió quedarse con sus hijos, contando con el consentimiento de su esposo y con la aprobación de los cristianos viejos de cada localidad. También fueron excluidos los niños menores, pues se intentaba proteger a aquellas personas que todavía se consideraban recuperables. De hecho, en el decreto del 22 de septiembre de 1609 se estableció lo siguiente:

No serán expelidos los menores de cuatro años y sus padres, si quisieren. Los menores de seis años, hijos de cristiano viejo, se pueden quedar y su madre con ellos, aunque sea morisca. Si el padre fuera morisco y la madre cristiana vieja, él será expelido y los hijos quedarán con la madre”30.

Una vez que acabó la expulsión de los moriscos valencianos, en diciembre de 1609, se procedió a expulsar, ya en 1610, a los residentes en Extremadura, Andalucía y Murcia. El bando de expulsión de los moriscos hornachegos, fechado el 16 de enero de 1610, fue llevado personalmente a la villa por el alcalde de la Corte Gregorio López Madera31. Existen muchos aspectos controvertidos sobre los que intentaremos arrojar algo de luz: ¿qué población tenía la villa?, ¿cuántos de ellos eran moriscos?, ¿cuántos se exiliaron? La primera pregunta tiene una fácil respuesta, puyes, aunque no disponemos de censos sobre la población de Hornachos en el siglo XVI, contamos con otras fuentes que hablan de una población en los años previos a la expulsión de entre 1.063 y 1150 vecinos32 Por ello existe casi unanimidad a la hora de fijar su población entre los 4.500 y los 5.000 habitantes.

En cuanto al número de moriscos, disponemos de abundantes datos; aunque Hornachos no se incluyó en el famoso censo de moriscos extremeños de 159433, disponemos de fuentes alternativas. En una carta de los inquisidores de Llerena dirigida al Consejo Real, fechada poco antes de la expulsión, afirmaban que casi todos sus habitantes eran moriscos y que tan sólo había unas ocho casas de cristianos viejos34. Mas testimonios encontramos en las fuentes secundarias; así, por ejemplo, el capitán Alonso de Contreras en su autobiografía de finales del siglo XVI dijo que toda la villa era morisca excepto el cura35. Poco después, en 1608, Ortiz de Thovar afirmó que de los 1.000 vecinos que había en la localidad casi todos eran moriscos, salvo unos cuantos cristianos viejos36. Ello explicaría de paso por qué controlaban totalmente el gobierno municipal, pues, tras la expulsión, quedaron vacantes nada menos que 19 regidurías y escribanías de cabildo así como dos procuradurías del número37.

Disponemos de otras pruebas más circunstanciales que confirman esta presencia casi simbólica de cristianos viejos. De hecho, en casi tres siglos de emigración a las Indias, donde más de 20.000 extremeños cruzaron el charco tan sólo una veintena fueron naturales de Hornachos, la mayoría frailes del convento franciscano. Excluyendo a estos últimos prácticamente emigraron dos familias: la de Diego López de Miranda y la de su hermano Pedro Gómez de Miranda38. Este bajo índice migratorio nos refuerza la idea del bajísimo número de cristianos viejos que residían en la localidad, pues los moriscos tenían prohibida la emigración al Nuevo Mundo39. En definitiva, es obvio que existía una alta concentración de moriscos, que podían suponer entre el 90 y el 95% de la población. Dicho en otras palabras de las 4.500 o 5.000 personas que habitaban la villa casi todas, excepto varias decenas de familias de cristianos viejos, eran moriscas40.

En los libros sacramentales no se especifica, salvo en muy rara ocasión, el carácter morisco del bautizado quizás porque prácticamente todos lo eran. En otras parroquias extremeñas sí he encontrado la alusión en la partida al carácter morisco del niño en cuestión. Lo raro es que tampoco encontramos especificado la condición de cristiano viejo de alguno de los bautizados. Ahora bien, el análisis de los nombres con el que se bautizaban los hornachegos nos ratifican en la idea de que su población era mayoritariamente morisca.

Cuadro II. Frecuencia de los nombres femeninos en los libros de bautizos (1603-1609)41

 Tabla 1-2

Analizando 366 nombres de niñas bautizadas en los siete años anteriores a su expulsión, los datos son bastantes concluyentes y contundentes. En cuanto a los nombres femeninos domina ampliamente el de María que lo recibieron el 58,19% de las bautizadas. Le siguen en importancia Isabel con el 26.77% y Leonor con el 10,20%. Pero, es más, estos tres nombres -María, Isabel y Leonor- concentraban nada menos que el 96,17% de los casos. ¿Y qué tiene de particular todo esto?, pues, bien, resulta que según estudios de Bernard Vincent, en 1503, el 87,67 % de las moriscas que vivían en el Albaicín se llamaba María, Isabel o Leonor42. Obviamente esto no puede ser causalidad. Estaba claro que los párrocos impusieron con mucha frecuencia a los moriscos los nombres de María, obviamente en honor a la Madre de Dios, Isabel, en recuerdo de la Soberana Católica, y Leonor que, a juicio de Bernard Vincent, es un nombre muy vinculado a las familias de cristianos viejos que los solían apadrinar.

En cuanto a los nombres cristianos impuestos a los niños presentamos el cuadro nº III:

Cuadro III. Tabla de frecuencia de los nombres masculinos en los libros de bautizos (1603-1609)43

Tabla 1-3

Antes de analizar los nombres de los niños bautizados aprovecharemos para decir que la sex ratio en estos años era de 104,09 niños por cada 100 niñas. Una relación de sexos que parece plenamente normal, y similar a la que se daba en aquellos tiempos en el resto de España y de Europa44.

En el caso de los nombres masculinos también se produce una gran concentración, pues el 79,26% fueron bautizados con la onomástica de Diego, Francisco, Alonso, Gabriel, Hernando Juan y Luis por este orden. Se trata igualmente de nombres muy usados en los pueblos moriscos de la Alpujarra granadina a principios del siglo XVI, especialmente los de Francisco y Alonso. Diego, que es el nombre más usado en Hornachos, también lo encontramos con bastante frecuencia en algunos pueblos de la serranía de Granada45. En cuanto a Francisco, no solo estaba vinculado a los moriscos pues era un nombre usual en la España de los siglos XVI y XVII por el gran auge e influencia de la orden franciscana. Lo que pretendemos demostrar es que efectivamente, quedan pocas dudas sobre el carácter morisco de la mayoría de la población de Hornachos, antes de 1610.

Solventada la primera cuestión, debemos abordar la segunda: ¿cuántos de estos moriscos hornachegos marcharon al exilio? La mayoría de los especialistas han sostenido que fueron unos 3.00046. Teniendo en cuenta que en Hornachos vivían aproximadamente en torno a 4.000 moriscos, y entre 300 y 500 cristianos, podríamos pensar que aproximadamente un 25 % de los moriscos permaneció en la villa. Sabíamos por algunas referencias que muchos moriscos entregaron a sus hijos y a sus mujeres antes de marchar. Las palabras del cronista Ortiz de Thovar resultan muy significativas:

Publicado el bando que ya tenían ellos sospechas, se quitaron muchos la vida a sí mismos, y otros vendían a sus propios hijos para aliviarse de la carga; otros dejaban a sus mujeres; y otros entregaban a sus hijos para ir de este modo más desembarazados47.

Sin embargo, hay una fuente adicional que puede aportarnos luz sobre el número de moriscos que permaneció en la villa, es decir, los libros sacramentales de la parroquia de la Purísima Concepción de Hornachos:

Cuadro IV. Bautizos en Hornachos (1585-1613)48

Tabla 1-4

Nuestras conclusiones son muy elocuentes: entre 1590 y 1609 se bautizaron una media aproximada de 115,45 niños, mientras que entre 1611 y 1613 la media descendió a 53.  Es decir, una caída en los bautizos del 54,1%. El dato nos parece sumamente revelador, pues si la mayoría de la población era morisca, como defiende prácticamente la totalidad de la historiografía, entonces habría que pensar que un porcentaje importante permaneció en la villa50.

Comparemos los bautizos de Hornachos con los que se celebraban en una villa pequeña como Feria. En esta última localidad se estimaba que por aquellos años tenía entre 1600 y 1800 habitantes y bautizaba un promedio de entre 60 y 65 niños anuales51. Dado que la media de bautizos, tras la expulsión, se mantuvo en unos 53, es factible deducir que la población de Hornachos se redujo a unas 1.400 o

1.500 personas. Teniendo en cuenta que tan sólo había entre 300 y 500 cristianos viejos, supondría la permanencia en la villa de entre 1.200 y 1.000 moriscos, es decir, entre un 25 y un 30% de la población morisca original.

Otros datos verifican esta misma idea; tras el exilio se inventariaron 1.000 casas abandonadas. Eso equivaldría más o menos a 1.000 vecinos o fuegos. Se ha estimado en general que la familia media morisca se situaba por debajo de cuatro52, sin embargo, es seguro que el número de emigrados debió ser inferior por varios motivos: primero, porque los niños menores de edad se quedaron en la localidad en manos de cristianos viejos o de moriscos de una conversión probada. Por ello, aunque la casa morisca quedase vacía, algunos miembros de esa unidad familiar pasaron a engrosar las familias de los cristianos viejos. Incluso, contaban los cronistas que algunos entregaron hasta sus mujeres para evitarles la dura experiencia del exilio. Por tanto, a nuestro juicio es obvio que, pese a las 1.000 casas abandonadas, los exiliados debieron estar en torno a 3.000. Pero crucemos estos datos con los de los matrimonios. A continuación presentamos un muestreo, utilizando algunos años anteriores y otros posteriores a la expulsión:

Cuadro V. Matrimonios anuales celebrados en Hornachos (1592-1627)53

Tabla 1-5

Como puede observarse la media de matrimonios antes de la expulsión era de 35,5 mientras que después se situaba en 17,75. Ello equivaldría a un descenso aproximado de un50,7%. En definitiva, los bautizos descendieron un 54,1% y los matrimonios un 50,7%. Ello volvería a ratificar la idea de que un buen número de moriscos, a mi juicio entre 1.000 y 1.200, permanecieron en Hornachos. La hipótesis no deja de ser novedosa, pues, siempre se pensó que los llamados moriscos de paz, aquellos conversos sinceros que se quedaron, fueron muy excepcionales. Se confirmaría la intuición que ya manifestó Bernard Vincent hace más de dos décadas cuando afirmó que posiblemente, después de 1610, permaneció en la Península una población morisca más numerosa de lo que generalmente se admite54.Tan claro tenemos la permanencia de moriscos en la villa que en la tardía fecha de 1735 encontramos el bautizo de uno de ellos, que por su interés lo reproducimos a continuación:

En la villa de Hornachos, en catorce días del mes de septiembre de mil setecientos y treinta y cinco años, yo don Juan Miguel de Tovar, teniente de cura de ella y comisario del Santo Oficio de la Inquisición, bauticé solemnemente, catequicé y pasé los sagrados óleos a Juan Antonio de la Cruz, hijo legítimo de José Francisco Luis de los Dolores, vecino de esta villa y mariscal de los arrabales de Orán, presidio de África, hijo de padres moros de nación de los llamados de paz, y de Thomasa María Lorenza, vecina de esta villa, cuyos padres se casaron en Badajoz y consta de ser casamiento por certificación que está sacada de la original y consta del libro de casados y velados de esta villa al folio trescientos y treinta y seis vuelto, fueron sus padrinos Juan Alonso Márquez, abuelo del bautizado, y doña Isabel de Mendoza, mora, soltera, hija de don José de Mendoza ya difunto y de doña Antonia Grillo, a quienes advertí la consignación espiritual y demás obligaciones. Fueron testigos don Fernando de Mendoza, presbítero, Alonso Durán Zapata, sacristán mayor y don José Grillo de Thena, todos vecinos de esta villa. Y firmé: D. Juan Miguel Marías Tovar55.

Como puede observarse la partida no tiene desperdicio, pues confirma la residencia en Hornachos al menos de una familia de orígenes moros, incluidos los padres, los abuelos y hasta una moza mora que hizo de testigo.

Pero volviendo al hijo de nuestra narración, la situación de los deportados debió ser trágica. Tenemos relatos que nos pintan escenas verdaderamente dramáticas sobre las condiciones del viaje. Al parecer sufrieron en los caminos el acoso de bandidos que les robaron lo que pudieron56. En 1611 se encontraban en Sevilla, un acontecimiento que fue destacado por el cronista hispalense Diego Ortiz de Zúñiga quien, por un lado, alabó el celo religioso de Felipe III al expulsarlos y, por el otro, denunció la penosa situación de los deportados hornachegos. De hecho, escribió que algunas personas piadosas lamentaron la situación, viendo embarcar criaturas que movían su lástima y compasión57. El pasaje se lo pagaron ellos mismos con el dinero líquido que habían obtenido malvendiendo algunas de sus propiedades antes de la partida.  Concretamente gastaron unos 22.000 ducados en financiar su pasaje con destino a las costas del actual Marruecos58. Unos ayudaron en el pago a los otros, confirmando nuevamente la gran solidaridad existente entre los moriscos en general y entre los hornachegos en particular. La mayoría desembarcó en el puerto de Tetuán desde donde se dirigieron a Salé, antigua villa, integrada actualmente en el perímetro metropolitano de la ciudad de Rabat.

4. LA VILLA DESPUÉS DE LA MARCHA DE LOS MORISCOS

Se ha creado un falso mito sobre las riquezas dejadas por los moriscos tras su exilio. Pero esta creencia no es nueva, pues, los propios contemporáneos se equivocaron al estimar las rentas y las propiedades de los moriscos muy por encima de su valor real. Los moriscos distaban muchos de ser pobres de solemnidad –utilizando un concepto de la época- pues la mayoría eran trabajadores eficientes que se repartían en los tres sectores económicos: el primario, el secundario y el terciario. Sin embargo, a lo largo del siglo XVI se habían empobrecido considerablemente, debido a la excesiva presión fiscal, a las multas y a la confiscación de sus propiedades. Todo esto está bien documentado en diversas regiones moriscas de España. En el caso de Granada, entre 1559 y 1568 se revisaron los títulos de propiedad de todas las fincas de los moriscos, cambiando de manos unas 100.000 hectáreas59. En Almería, tras la expulsión de los moriscos, después del alzamiento de 1568, se supo que la mayor parte de sus propiedades estaban fuertemente cargadas con censos perpetuos60.

El caso de Hornachos no fue una excepción. Los moriscos hornachegos se habían empobrecido considerablemente a lo largo del quinientos. Y las causas están bien claras: una presión fiscal excesiva, las condenas pecuniarias de los inquisidores de Llerena que convirtieron la problemática morisca en una excepcional fuente de ingresos, y finalmente, el hecho de que, temiendo su expulsión, muchos malvendieran sus propiedades. Precisamente, con motivo del decreto de febrero de 1502 muchos hornachegos vendieron sus fincas al mejor postor, pensando que sería expulsados. Finalmente, la mayoría aceptó el bautismo y se quedó, pero el quebranto económico estaba ya hecho61.

Felipe III había contraído una deuda de 180.000 ducados con la familia Fugger62, a los que les seguía debiendo algo más de 30 millones de maravedís. Por ello, se tasaron bienes de los moriscos de Hornachos para pagar esa deuda. Sin embargo, los tasadores reales valoraron al alza muchas de las propiedades de los moriscos lo que generó una reclamación por parte de estos prestamistas. Inicialmente las rentas y propiedades de los moriscos de Hornachos fueron estimadas en 180.000 ducados. Domínguez Ortiz y Bernard Vincent analizaron un inventario de los bienes dejados por los moriscos estimaron su valor en unos 122.300 ducados63. Pero también esa cantidad nos parece excesiva. Los Fugger se quejaron de que las propiedades que les entregaron estaban fuertemente censadas, tanto por particulares como a favor de los inquisidores de Llerena. De hecho, en una Real Cédula expedida el 17 de septiembre de 1611 se afirmó lo siguiente:

“Que el tribunal de Santo Oficio de la Inquisición de la villa de Llerena tenía cantidad de censos sobre aquellas haciendas y no se habían presentado sus escrituras para saber lo que montaba y por parte de los Fúcares se agravió en mi Consejo de Hacienda…”64.

Incluso, muchos de sus bienes inmuebles tenían contraídas deudas censales por un importe muy superior a su propio valor65. Por todo ello, fue necesario volver a tasar las propiedades, haciendo previamente concurso de acreedores de todas aquellas personas e instituciones que tenían censos a su favor. Para ello, se comisionó a Tomás de Carleval para que se encargase antes que nada de hacer pagar las deudas y censos que estaban cargados sobre las haciendas que dejaron los moriscos de Hornachos66. Su trabajo era complicado y duró varios años por lo que el 9 de enero de 1614 se le volvió a renovar su prorroga para continuar la venta de bienes para el pago de los acreedores. Una vez pagadas las deudas se debía entregar a los Fúcares el valor pactado con ellos. Pero nunca se completó el pago porque los bienes dejados por los moriscos no fueron suficientes.

Aunque muchos cristianos acudieron a poblar la villa, pues ofrecía grandes posibilidades de enriquecimiento por el hundimiento de los precios, lo cierto es que nunca se recuperó totalmente. En 1646 seguía teniendo tan solo 500 vecinos, es decir, poco más de 2.000 habitantes67. La situación no mejoró en la segunda mitad del siglo XVII pues los bautizos nunca alcanzaron las cifras anteriores al decreto de expulsión68.

5. LA REPÚBLICA DE SALÉ

Desde Sevilla llegaron a Ceuta y de aquí a Tetuán. El sultán de esta ciudad, incómodo por la presencia de este contingente tan cohesionado, decidió establecerlos en la frontera sur de Marruecos69. Sin embargo, terminaron desertando, ubicándose por su propia cuenta en la pequeña villa de Salé la Nueva, en la orilla izquierda del río Bou Regreg, muy cerca de Rabat70. Se trataba de una pequeña aldea que fue revitalizada con la llegada de los hornachegos. Allí se unieron a otro contingente menor de andaluces y todos ellos formaron, desde 1627, la república independiente de Salé. Culminaba así la larga lucha de los hornachegos por su libertad.

Los hornachegos formaron allí un pequeño Estado corsario que vivió su esplendor en la primera mitad del siglo XVII. Una curiosa y efímera república, entre mora e hispana, tan diferente al reino de España como al de Marruecos. Para entenderlo basta con citar el nombre de su primer gobernador: Brahim Vargas71, una curiosa combinación de un nombre moro con un apellido netamente castellano. Actuaban en la zona del estrecho de Gibraltar por su propia cuenta o aliados con los turcos, causando graves daños a la navegación hispana en el Mediterráneo.

En 1631, a través del Duque de Medina Sidonia, propusieron a Felipe IV un pacto: ellos entregarían la ciudad a la Corona castellana a cambio de permitirles la vuelta a Hornachos en las mismas condiciones en las que vivían antes de la expulsión, recuperando, por supuesto a sus hijos72. Obviamente, el plan no salió adelante y, despechados, no tardaron en ofrecerle algo parecido al rey de Inglaterra. Sin embargo, este proyecto fallido nos aclara mucho sobre el sentimiento y la añoranza del exilio español en Salé.

Después esta república de Salé languideció hasta su integración en el reino marroquí en el tercer tercio de ese mismo siglo. Sin embargo, todavía en el siglo XXI muchos descendientes de aquellos moriscos llegados en el siglo XVII combinan sus nombres árabes con apellidos como Zapata, Vargas, Chamorro, Mendoza, Guevara, Álvarez y Cuevas entre otros73.

6. VALORACIONES FINALES

Del estudio de los moriscos de Hornachos podemos extraer varias conclusiones: primero, los moriscos en general y los hornachegos en particular se mostraron inasimilables. Padecieron todo tipo de presiones: bautismos forzados, multas, confiscaciones y un cerco asfixiante contra sus costumbres pero, pese a ello, la inmensa mayoría jamás renunció a su cultura. En Hornachos, el hecho de que existiese un contingente total en torno a 4.000 moriscos provocó una especial cohesión entre todos ellos que favoreció el mantenimiento de sus tradiciones grupales. Una cohesión que mantuvieron después del exilio y que les sirvió para ayudarse y protegerse mutuamente. Una vez alcanzado su destino en Salé, permanecieron juntos, fundando la famosa república corsaria. Allí encontraron su particular tierra de promisión donde pudieron cumplir sus deseos de mantenerse fieles a sus raíces islámicas.

Segundo, una de las conclusiones más sorprendentes de este estudio es que no todos los hornachegos fueron obligados a marchar al exilio. El descenso de los bautismo en solo un 54,1% y el de los matrimonios en un 50,7% nos está indicando que una parte de la población permaneció en la villa. Es imposible establecer una cifra concreta porque probablemente, ante las posibilidades de comprar casas y tierras a bajo precio, algunas familias cristianas se apresuraron a avecindarse en la localidad. Pese a ello, a mi juicio, y dados los indicios de que disponemos, más de un millar de moriscos eludieron el exilio. Y no sólo fueron niños y mujeres porque siguieron celebrándose matrimonios y bautizos. Es probable que algunos varones adultos, los que participaban al menos públicamente en los cultos cristianos y los que mantenían buenas relaciones con los franciscanos y con los cristianos viejos del lugar, se quedasen en la localidad con el consentimiento de las autoridades. Quiero insistir que se trata solo de hipótesis a partir de los indicios que nos ofrecen los libros Sacramentales. Habrá que esperar a futuras investigaciones o a futuros hallazgos documentales para ratificar estas hipótesis iniciales. Obviamente, ignoramos también cómo fue la integración de estos moriscos que finalmente se quedaron en una sociedad tan intransigentemente cristiana.

Tercero, los bienes dejados fueron mucho menos cuantiosos de lo que la Corona estimó en su momento y de lo que incluso la historiografía contemporánea ha defendido. Sus rentas no eran tan cuantiosas, sobre todo porque habían sido fuertemente lastradas con censos, básicamente provocado por las multas que periódicamente les imponían los inquisidores de Llerena.

Y cuarto, su largo viaje en busca de la tierra prometida les costó caro, carísimo: la pérdida de todos sus bienes, el abandono forzado de sus vástagos más pequeños y un largo recorrido en el que padecieron todo tipo de calamidades. Nunca pensaron que su cultura y sus tradiciones eran una curiosa mezcla entre elementos predominantemente berberiscos e islámicos con otros de honda tradición hispánica. Ocho siglos en la Península Ibérica los había transformado irremediablemente. De hecho, encontraron serias dificultades para entenderse con los habitantes de Rabat, pues su idioma era una compleja mezcla entre el árabe y el castellano. No se podían identificar con la España de los cristianos viejos, pero probablemente tampoco con los berberiscos intransigentes del norte de África. Eran islámicos, sí, pero españoles no africanos. Por ello, mientras vivió uno solo de ellos nunca se olvidaron de su tierra de origen. Algunos, incluso soñaron con la remota posibilidad de poder retornar algún día a su querida y añorada villa de Hornachos. E incluso, los actuales descendientes todavía conservan cierta nostalgia, trasmitidas de padres a hijos, de su origen hispano.

Estos siglos de presencia moruna en Hornachos, unido a la permanencia de algunos de ellos en la localidad contribuyeron a perpetuar el bagaje cultural y artístico moro en esta peculiar villa pacense.

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8. APÉNDICE DOCUMENTAL

8.1. Apéndice I

Remate y obligación de las obras en la fortaleza de Hornachos en Luis Zambrano, vecino de Llerena, 1544. (Archivo Histórico Provincial de Badajoz, Visitas de la Orden de Santiago, microfilm 24).

En la villa de Hornachos, a diecinueve días del mes de marzo, año del Señor de mil y quinientos y cuarenta y cuatro años, el señor Hernando de Aldana, obrero de Su Majestad, por presencia de mi el escribano público y testigos (de) yuso contenidos, en cumplimiento de un capítulo que le fue mandado por provisión de los señores presidente y oidores del Consejo de Órdenes que tornase a visitar la torre el Homenaje de esta dicha villa de Hornachos, y tomó consigo a Miguel Cabezudo, vecino de la villa de Hornachos, y a Pedro Hernández, vecino de la ciudad de Mérida, maestros canteros, los cuales visitaron la dicha torre y homenaje y hallaron que tenía dos piezas, una es de piedra y cal y tierra y tiene tres pies de grueso de pared y diez pies de hueco en cuadrado. Ésta tiene fuerza para se aforrar (sic) y hacer sus dos bóvedas. La otra pieza de torre homenaje, que está junto y abrazada con la de suso, está ésta de tapiería de hormigón de alto debajo de tierra y su hormigón a la haz de fuera, tiene a la larga dieciocho pies de ancho y once pies de hueco y tiene tres pies de grueso y dijeron que esta dicha pieza que está de tierra y hormigón que no está para que en ella se arme una ni dos bóvedas y que para haberse dichas que será necesario derribarse la dicha torre hasta el primer suelo y de allí fundarles sus rafas a las esquinas y a las juntas donde junta la obra de piedra y cal y tierra con la obra de hormigón gruesas de ocho y seis ladrillos labrados con mezcla de cal y arena y la pared labrada de grueso de cuatro ladrillos y la tapiería de tierra con muy buen hormigón que tenga un ladrillo de través de grueso y que labrándose esto y fundándose sus bóvedas junto con la obra a la primera ponerlo su aforo de grosos de un ladrillo así en los lados como en los alto. Y la otra segunda y postrimero del suelo de arriba se funde y labre junto con la rafa y tapiería que de suso se manda hacer y darle sus corrientes y encima solado con su ladrillo cocido de u cal y arena encima y fundar el petril (sic) de piedra y cal y arena y los mismo las almenas y darle sus saeteras que convengan y de esta manera la dicha obra quedará reparada. Y que esto es lo que les parece so cargo del juramento que de ellos se recibió en forma. Y el dicho Miguel Cabezudo que había hecho más lo firmó de su nombre. Miguel Cabezudo, Hernando Tello, escribano público.

Luego el dicho señor Hernando de Aldana, obrero, dijo que le parece bien la visitación y lo que los dichos maestros mandan pero que lo que la dicha torre Homenaje tiene muy buen muro así en lo labrado de tierra y piedra como en las paredes de tierra y hormigón, las cuales están muy buenas y muy derechas y muy sanas y por lo alto sus rafas a las esquinas y por el medio y el doblado postrimero alto de muy buenas vigas de encina con sus tillas que a este suelo de arriba, poniéndolo sobre él, tieso, una arcatifa de cal y arena a pisón y encima solado de su buen ladrillo con su cal y arena, dando sus corrientes que según la dicha torre está buena de buenas paredes y derechas y sanas que lo pueden pasar con esta obra de presente sin que su Majestad gaste dineros en derribar la torre que está sana y hacer bóvedas y que esto es lo que le parece sobre ello. Su Majestad y los señores del su Consejo hagan sobre ello lo que fueren servidos y que esto es lo que le parece. Testigos los dichos y firmolo de su nombre Hernando Aldana. Y se les de(be) pagar a los maestros cuando esta obra se viniere a visitar a cada uno dos reales y medio al escribano que son cuatro reales y medio y firmolo de su nombre Hernando de Aldana.

La manera y traza y condiciones con que se ha de hacer la obra de la fortaleza de la villa de Hornachos conforme a la provisión de Su Majestad que sobre ello dispone son las siguientes en esta manera:

Lo primero, es condición que un adarve que está a mano derecha, saliendo de la torre del homenaje, saliendo por la parte de adentro está un portillo caído que tiene de largo dos tapias. Es necesario repararse en esta manera que se cabe del muro hasta en grueso de tres pies y se aforre de dos ladrillos en grueso y se labre de ladrillo y cal y arena seis tapias hasta el andel y del andel arriba se haga su pretil de ladrillo de un ladrillo grueso y esté en forro distas seis tapias hasta el andel se hagan de piedra de cal y arena y que sobre esto haya dos tapias de pretil de ladrillo y cal y arena de un ladrillo grueso del altura que está hecho.

Es condición que desde este dicho reparo hasta dar a un tejado que está adelante se encasquen y tapen ciertos agujeros con su ladrillo y piedra y cal y arena y se revoquen con lo mismo y que ciertos agujeros que están debajo de este reparo en el dicho muro se tapen y reparen como lo de suso.

Es condición que el muro que está junto a lo de suso que corre desde la torre de las velas hasta la esquina de la garita por la parte de adentro está el muro hendido y parte de él caído, tiene necesidad de se derribar hasta abajo y sacarse desde lo firme de piedra, cal y arena de una vara de grueso tiene cinco tapias de hilo y ocho en alto hasta en el andel que son cuarenta y ocho tapias y que sobre esto ha de haber un pretil y almenas, el pretil de cinco cuartas en alto con sus almenas romas labradas con ladrillo y cal y arena como lo de suso.

Es condición que una ventana que está en el muro junto a la torre del homenaje que sale al campo que está en la pared de tierra y se cae tiene necesidad de repararse que se labren los lados de la pared de un ladrillo en grueso y labrados de ladrillo y cal y arena metido en la pared de altura de dos tapias y tapia y media de largo y lavado detrás dos de grueso de un ladrillo todo lo grueso del muro como queda hecha la ventana y acabada de cal y arena con su trasdós labrado como convenga.

Asimismo, es condición que otra ventana que está en el muro que sale a la villa se haga y labre otra ventana como la de suso declarada.

Es condición que un torrejón que está entre los adarves que están sobre la entrada de la puerta que un(a) almena que tiene caída se haga de piedra y cal y arena y reparar lo demás del torrejón con la misma mezcla y por la parte de adentro del muro están dos portillos caídos junto a lo de suso se han de reparar todo de piedra y cal y arena.

Es condición que un torrejón que tiene caída una almena se le haga de piedra y cal y arena y el adarve el cual es a la ronda de la puerta. Falta, asimismo, se ha(n) de reparar ciertos reparos por la parte de adentro con la misma mezcla.

Y es condición que porque encima (d)el adarve la puerta falsa está bajo que entran por (en)cima de la fortaleza que se alce al peso del muro que con él viene así en andén como almenas de piedra y cal y arena. Y por ser tan necesario el aguardo de la fortaleza se manda hacer y se le dé su escalera.

Es condición que un torrejón que está mocho, que está encima de la puerta falsa, que tiene necesidad de tres almenas que se le hagan de cal y arena y piedra.

Es condición que el torrejón del palomar que está asido del muro junto a la puerta falsa se derribe una parte de él que será hasta dos tapias en largo y nueve en alto y se torne a labrar desde lo firme de cuatro pies en grueso de piedra y cal y arena y encima su pretil de almenas labradas de grueso de ladrillo y medio pretil y almenas con su piedra y cal y arena y que vaya abrazando la obra y trabando con la vieja.

Es condición que un torrejón redondo que está hendido, cayéndose junto a lo de suso, que tiene tres tapias de hilo y diez en alto de tres pies en grueso se ha labrado de piedra y cal y arena del dicho grosor derribándose y abrir la zanja hasta lo firme labrándose de la altura que de suso va declarado.

Es condición que ciertas hendiduras y agujeros que tiene por de dentro y por de fuera la torre del palomar se repare y tape por de dentro y por de fuera con su mezcla de cal y arena y piedra y ladrillo.

Es condición que la puerta principal, la portada, se repare por de dentro y por de fuera de cal y arena y ladrillo y, encima de ella, se haga su pretil de almenas de dos ladrillos de grueso de piedra y cal y arena y el pretil de altura de cinco cuartas y sus almenas mochas como las demás.

Es condición (que) para hacer estas mezclas se coja y ponga un peón cual el (que) allí se señalare el cual, con juramento, haga y mezcle las mezclas como de suso se contiene. El cual pague cada día el maestro en que en esta obra rematare cincuenta maravedíes cada día y éste sirva de la dicha obra, haciendo sus mezclas como de suso se contiene. Y el maestro en que en esta obra rematare que no mezcle ni gaste otra mezcla salvo la que éste hiciere so pena que si con otra mezcla labrare que la puedan deshacer y hacer a costa de sus fiadores.

Es condición que estas obras se revoquen limpiamente de su cal y arena desde arriba hasta abajo y quede fenecida y acabada a vista y parecer de oficiales puestos por Su Majestad y por Hernando de Aldana, su obrero, y la visitación de los maestros pague el oficial en que esta obra rematare.

Es condición que esta obra se dé hecha y acabada desde el día que se dieren los primeros dineros hasta dentro de un año primero siguiente al cual maestro no se le ha de dar otra cosa salvo los maravedís en que en esta obra remataren y que él ponga manos y peones y cal y piedra y arena y ladrillo y agua y herramientas y todas las cosas pertenecientes a esta obra a carne y cuero y que los maravedís en que rematare esta obra le sean pagados dadas las fianzas, la mitad luego y la otra cuarta parte hecha la mitad de la obra y la otra cuarta parte dada y acabada por buena la dicha obra por los dichos maestros y si en este tiempo no la hiciere se tase lo por hacer y se ejecute en él y en sus fiadores hasta que se haga.

Es condición que los maestros se aprovechen de la piedra y materiales viejos de la dicha obra.

Es condición que desde el día del remate en diez días postreros siguientes den fianzas de la dicha obra, llanas y abonadas a contento del dicho Hernando de Aldana, obrero de esta provincia de León, y si no las dieren que se pueda tornar al almoneda y se pueda hacer contra ello quiebra y cobrarlo de su persona y bienes como maravedís y haber de su mano lo que contra ellos se obrare.

Es condición que el maestro que en esta obra rematare pague las costas de pregones y escribanos y peones y visitaciones y sacar en limpio para enviar a la Corte y que a los maestros que estas condiciones sirvieren les dé quinientos maravedís pagados de los primeros dineros. Hernando de Aldana, Francisco Delgado, Diego Rodríguez, Juan Pérez.

En la villa de Hornachos, a diecinueve días del mes de marzo de mil y quinientos y cuarenta y cuatro años estando en la fortaleza de ella el señor Hernando de Aldana, obrero de Su Majestad, ante mí Hernán Tello, escribano público, estando presentes Francisco de Vargas y Gerónimo Zapata y Diego de Arrellana y Diego de Vargas, albañiles vecinos de la villa de Hornachos, y Francisco Delgado y Gabriel Serrano y Hernando Delgado y Luis Zambrano y Gonzaliañez, vecinos de Llerena, albañiles asimismo, y Francisco López y Francisco Gutiérrez y Pedro Hernández, vecinos de la ciudad de Mérida, albañiles susodichos, fueron vistas las obras y condiciones de sus contenidas y dijeron que todas eran justas y necesarias…

Luego, incontinente, en este dicho día mes y año susodicho ante el dicho señor Hernando de Aldana pareció presente Luis Zambrano, vecino de Llerena, y dijo que no embargante el remate hecho y por servir a Su Majestad abajaba y abajó en la dicha obra tres mil maravedís por manera que queda en cincuenta y cinco mil maravedís y se obligó de dar fianzas a contento de Su Majestad y del dicho señor Hernando de Aldana, lo cual fue  apregonado públicamente en la plaza pública de la dicha villa en presencia de mucha gente y de muchos maestros de albañilería que ende estaban y para defecto de no haber quien abajase se remató en el dicho Luis Zambrano y recibió en sí el dicho remate. Testigos los dichos Luis Zambrano.

Sepan cuantos esta carta de obligación vieren como nosotros Luis Zambrano, vecino de Llerena, por principal y Francisco de Vargas y Gerónimo Zapata y Rodrigo Zapata, vecinos de Hornachos, como sus fiadores y pagadores todos como dichos somos de mancomún y a voz de uno y cada uno de nos por sí y por el todo, renunciando las leyes de la mancomunidad y el derecho de ellas según y como en ellas se contiene, otorgamos y conocemos y decimos por cuanto en el dicho Luis Zambrano fue rematada la obra de la fortaleza de torres y muros tocantes a su majestad de esta villa en precio de cincuenta y cinco mil maravedís para la hacer conforme a las condiciones y tiempo y plazo en ellas contenido decimos que nos obligamos todos como dichos somos so la dicha mancomunidad que las dichas obras se harán y cumplirán bien y perfectamente según y como se contiene en las dichas condiciones y a los dichos plazos y términos en ella contenidos a vista y examinación de maestros conforme a las dichas condiciones… En la dicha villa de Hornachos, estando en la audiencia pública de la dicha villa a veinte días del mes de marzo de mil y quinientos y cuarenta y cuatro años.

8.2. Apéndice II

Expediente sobre el valor de los bienes dejados por los moriscos de Hornachos y su entrega a los Fúcares, 1611-1614 (Archivo Histórico Provincial de Badajoz, Archivos familiares leg. 11, N. 25).

El Rey. Don Juan Tomás Favaro, Comendador de Huélamo de la Orden de Santiago, que por mi mandado administráis las haciendas que dejaron los moriscos de la villa de Hornachos que fueron expulsados de los Reinos y me pertenecen que por una cédula firmada de mi mano y refrendada de Pedro de Osma, secretario, en once de julio pasado de seiscientos y nueve mandé librar a Marcos Fucar y hermanos ciento y ochenta mil ducados que valen sesenta y siete cuentos y quinientos mil maravedís en dinero, oro o plata que para mí vino de las Indias el dicho año, conforme a él me dio, tomando con ellos en diez y siete de noviembre de seiscientos y ocho sobre la paga de lo que mi real hacienda les debía y no haber tenido efecto se le libraron en diferentes conciliaciones por (perdido) cuenta, treinta y siete cuentos nueve mil y quinientos y treinta y nueve maravedís. Y ahora, por parte de los dichos fúcares me ha sido suplicado les mandase librar los dichos treinta cuentos cuatrocientos y noventa mil cuatrocientos y sesenta y un maravedís que se les restaban debiendo a cumplimiento de los dichos ciento y ochenta mil ducados en bienes raíces de los que así dejaron los moriscos en la dicha villa de Hornachos y sus términos y jurisdicción o como la nuestra merced fuere. Y visto en el mi Consejo de Hacienda y consultándose lo he tenido por bien y os mando deis y entreguéis a los dichos Marcos Fucar y hermanos en los dichos bienes raíces tasados en su justo valor por las personas y en la forma que mejor os pareciere convenir para que mi Real Hacienda no reciba agravio como de vuestra persona lo confío y según bastaren para hacer el cargo de los dichos treinta cuentos cuatrocientos y noventa mil cuatrocientos y sesenta y un maravedís. Y les otorgaréis, en mi nombre, carta de venta de ellos con todas las fuerzas y firmezas para su validación necesarias. Lo cual mando se guarde y cumpla en todo tiempo para siempre jamás a los dichos Fúcares y a los que sucedieren en los tales bienes, según y como en la dicha carta de venta se contuviere. Y les pondréis en la posesión de los dichos bienes deslindados y apreciados con toda distinción y claridad, tomando carta de poder de los dichos Fúcares o de quien su poder hubiere en que se den por contentos y pagados en los dichos bienes en que así se les dieren los dichos treinta cuentos cuatrocientos y noventa mil cuatrocientos y sesenta y un maravedís, lo cual así haced y cumplid, habiendo tomado razón de esta mi cédula el contador del libro de caja y los de la razón de mi hacienda en cuyos libros ha de quedar rasgada la dicha cédula de once de julio de que de suso se hace mención y se ha de (a)notar en el registro de ella por Juan Rodríguez Núñez, mi criado y oficial mayor de la secretaría de mi Real Hacienda, como con la dicha cantidad que les mando pagar en las dichas haciendas se le han acabado de pagar los dichos ciento y ochenta mil ducados en ella declarados. Y que por la dicha razón que en ningún tiempo se ha de dar por perdida ni duplicada.

Fecha en Madrid, a siete de diciembre de mil y seiscientos y once años, yo el Rey, por mandado del Rey nuestro señor Pedro de Contreras con la cual dicha comisión que de suso va incorporada fue requerido el dicho don Juan Tomás Favaro y en siete de abril de este año me escribió que había hecho tasar los bienes que fueron menester para hacer pago a los dichos Fúcares de la dicha suma con las personas de mayor experiencia y confianza que podría hallar. Y habiendo requerido la parte de los dichos Fúcares los recibiese, reclamó de la dicha tasación por tenerla por muy subida y también de haberles dado con las demás haciendas del campo la parte de casas de aquella villa que le debía tocar correspondiente a la cual se le da de todas las demás haciendas. Y asimismo, había reclamado que había muchos censos de particulares impuestos sobre los bienes que se les daban y de que los moriscos cuyos fueron (sic) debían cantidad de deudas sueltas pretendiendo que habían de ser pagados en bienes libres de todas las cargas y que aunque al principio les pareció justo darles otra tanta cantidad de bienes como el principal de los censos Merado Mexón entendió que esto fuera en perjuicio de mi Real Hacienda porque muchas de las hipotecas estaban tasadas en menos de lo que montaban los principales de los censos e impuestos sobre ellos van daño a los dichos Fúcares bienes cuantiosos del valor del principal quedaba mucha hacienda defraudada, que asimismo pedían los dichos Fúcares doce mil ducados de deudas sueltas diciendo que tenían posesión de muchos de los bienes con que se le hacía pago de su consignación y que el dicho don Juan era de parecer que para lo uno y lo otro hubiese pleito de acreedores y a cada uno de ellos se les hiciese pago en bienes tasados y a los censualistas en las mismas hipotecas pagando a los dichos Fúcares en otros bienes de los que allí había en recompensa de los que se le quitaron y de los doce mil ducados que decían se les debían se le podrían también hacer pago en bienes tasados en el mismo concurso de acreedores. Y advirtió que el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de la villa de Llerena tenía cantidad de censos sobre aquellas haciendas y no habían presentado sus escrituras para saber lo que montaba y por parte de los dichos Fúcares se agravió en mi Consejo de Hacienda del dicho don Juan Tomás así de las cosas que están referidas como de éstas, suplicome que para remedio de ello mandase proveer tres cosas: la una que la dicha tasación se volviese a hacer por tasadores nombrados por parte de mi Real Hacienda y la de los dichos Fúcares en igual número, y la otra que primero antes que todas cosas se pagase a todos los acreedores y a los mismos Fúcares lo que montaban sus censos deudas, hipotecas y otras cargas y que esta paga se hiciese en bienes raíces tasados obligándoles conforme a derecho a que los tomasen. Y la última, que los géneros de bienes se adjudicasen a los Fúcares en proporción conveniente de manera que en casas, tierras (y) vinos inútiles no se les diese tanta cantidad como se les daba por el dicho don Juan Tomás sino que se regulase y acomodase respectivamente y por el licenciado Gelincón de la Ota, mi fiscal, se respondió que para disponer de los dichos bienes y darlos en pago sin agravio de tercero ni de quien los recibiese era necesario pagar las deudas y censos que había sobre ellos, considerando cada cosa heredad de por si con el censo y deuda que tuviesen y las especiales hipotecas que no valiesen tanto como los censos o como las deudas que había sobre ellos se dejaran a los acreedores sin hacer caso de ellas ni tenerla por bienes de mi Real Hacienda ni darlos en pago de de lo que de ella debía y los bienes que valiesen que los censos o deudas se pregonasen, vendiesen y rematasen en el mayor ponedor que diese su justo precio y no habiéndolo se de tasado a la Inquisición de Llerena habiendo declarado lo que se le debe sobre aquellos bienes se hubiese pagado en la misma forma o en la que pareciese y de todo en los demás bienes que quedasen para muchas haciendas pagase la dicha partida a los dichos Fúcares para todo lo cual no se podía excusar de enviar persona inteligente y segura que lo hiciese, suplicome lo mandase nombrar o como la mi merced fuese lo cual visto en el mi Consejo de Hacienda y consultándoseme por la satisfacción que tengo de esta persona os he querido encomendar y cometer lo que adelante se dirá como por la presente lo hago y os mando que luego que esta mi cédula os fuere mostrada y entregada acudáis con vara de mi justicia a la villa de Hornachos y a las demás partes que fueren necesarias y veáis dicha mi cédula que de suso va incorporada y los autos que en virtud de ella hizo el dicho don Juan Tomás que con ésta os serán entregados originalmente.

Y habiendo citado y llamado a todos los acreedores que hubiere a los dichos bienes haciendo pago al dicho Santo Oficio de la Inquisición y a los demás acreedores de las dichas deudas y censos que sobre ellos tuvieren, considerando cada cosa o heredad por sí con el censo o deuda que tuvieren y las especiales hipotecas que no valiesen tanto como los censos o como las deudas que hay sobre ellas las dejareis a los acreedores sin tenerlas por bienes de mi Real Hacienda ni darlos en pago de lo que ella debe y los bienes que valieren más que los censos o deudas los haréis pregonar y los rematareis y venderéis en el mayor ponedor que de su justo precio, otorgando a los compradores en mi nombre carta de venta de ellos en los cuales yendo inserta esta mi cédula yo por la presente las apruebo y ratifico y doy por firmes, bastantes y valederas como si yo mismo las otorgase y mando que las personas que compraren los dichos bienes y sus herederos y sucesores las tengan y gocen y posean perpetuamente para siempre jamás y dispongan de ella a su voluntad con cualesquier iglesias, monasterios y personas particulares y extranjeros de estos reinos como lo pueden hacer de los dichos bienes y hacen cuenta que tienen, y como de bienes propios suyos comprados por sus dineros y habidos y adquiridos por su justo derecho o título de compra sin que en ello le sea puesto embargo ni impedimento alguno y así juro y prometo por mi palabra Real y de los reyes mis sucesores en estos reinos que los dichos bienes que así le vendiéredes serán ciertos, sanos, seguro a las personas que los compraren y a sus herederos y sucesores para siempre jamás y que en ello ni en parte de ello no le sea puesto pleito embargo, ni impedimento alguno y si les fuere puesto y movido mandaré yo y por la presente mando que mi procurador fiscal tome voz y defensa del tal pleito o pleitos lo siga y fenezca en todas instancias hasta tanto que los dichos compradores queden con ellos libres y seguros de ellos que no se pudiesen sanear les mandare volver y restituir los maravedís que por ellos pagaren con más los edificios y mejoramientos voluntarios y necesarios que en ellos hubiesen hecho y el tiempo hubieren gastado y las costas, daños e intereses y menoscabos que sobre ello se siguiere y recrecieren y en razón de la seguridad y firmeza de las dichas ventas y de otra cualquier cosa a ellas tocantes y concernientes habéis de poder poner en las dichas escrituras todas las fuerzas, cláusulas, y condiciones que os pareciere y para validación de ello fuere necesarias que siendo por nos hechas y otorgadas las confirmo y apruebo y tengo por buenas, firmes y valederas como si de palabra a palabra aquí fueran insertas e incorporadas y no habiendo quien de por los dichos bienes su justo precio los haréis tasar jurídicamente de manera que mi Real Hacienda no reciba agravio y en lo que así se tasaren haréis pago a los dichos acreedores de lo que hubieren de haber y de los demás bienes que quedaren libres de deudas y censos entregareis a los dichos Fúcares tasados jurídicamente como está dicho los que bastaren para hacerles pago de los dichos treinta cuentos cuatrocientos y noventa mil cuatrocientos y sesenta y un maravedís y les otorgareis en mi nombre carta de venta de ellos como está referido para con las demás tomando carta de pago de los dichos Fúcares o de quien su poder hubiere en que se den por contentos y pagados en los dichos bienes que así se dieren de los dichos treinta cuentos cuatrocientos y noventa mil cuatrocientos y sesenta y un maravedís y mando a todas y cualesquieras personas de quien entendiéredes ser informado y saber la verdad vengan y parezcan ante vos y exhiban cualesquieras papeles y hagan las tasaciones y declaraciones que ordenare de las dichas penas que de mi parte expusiéredes en las cuales les doy por condenados lo contrario haciendo y las podáis ejecutar en los que remisos e inobedientes fueren y mando asimismo a los del nuestro Consejo, presidente y oidores de las mis audiencias y chancillerías y a otros cualesquieras jueces y justicias de estos reinos no se entremetan en conocer en cosa alguna de lo susodicho en grado de apelación, ni por vía de exceso ni en otra manera ni admitan los pleitos, ni demandas que se quisieren poner a las personas a quien se vendieren los dichos bienes o sobre alguna cosa o parte de ellos que yo por la presente las inhibo y doy por inhibidos del conocimiento de las tales causas, pleito, dolo demás que dicho es porque quien pretendiere tener algún derecho a los dichos bienes que así vendiéredes lo han de poder ante vos el tiempo que así entendiéredes en esta dicha comisión y después en el dicho mi Consejo y Contaduría Mayor de Hacienda.

Y si para cumplir lo susodicho favor y ayuda hubiéredes menester mando a todos los sobredichos lo den y hagan dar bien y cumplidamente y si ello que hiciéredes o de alguna cosa o parte de ello cualquiera persona o personas o concejos se sintieren agraviados y apelaren de vos otorgareis las apelaciones en lo que derecho hubiere lugar para el dicho mi Consejo de Hacienda y Contaduría Mayor de ella y no para otro consejo ni tribunal alguno en lo cual podáis estar y os ocupar cien días o los que menos fueren necesarios con más la ida a la dicha villa de Hornachos y vuelta a esta mi Corte contando a razón de a ocho leguas por día y hayáis y llevéis de salario en cada uno de ellos mil maravedís y Antonio de la Cueva, mi escribano, ante quien mando pase y se haga lo susodicho quinientos maravedís de más aliende (sic) de los derechos de los autos y escrituras que ante él pasaren que ha de llevar conforme al arancel, y Melchor de Aparicio, alguacil, para que ejecute vuestros mandamientos quinientos maravedís los cuales salarios cobrareis de lo procedido de los dichos bienes que para todo lo susodicho y lo a ello anexo y dependiente os doy poder cumplido con todas sus incidencias y dependencias, anexidades y conexidades y de esta dicha cédula ha de tomar la razón el contador de libro de Caja y las de la razón de mi hacienda hecha en San Lorenzo a diez y siete de septiembre de mil y seiscientos y once años, yo el Rey, por mandado del Real Nuestro Señor, Pedro de Contreras. En veinte y dos de septiembre de mil y seiscientos y once años tomé la razón Miguel de Penarriera tomé la razón y Rodrigo González de Legarda tomé la razón Juan Núñez de Escobar.

Yo Pedro de Contreras, secretario de Su Majestad de su Real Hacienda, certifico que hoy día de la fecha de ésta los señores presidente del Consejo de Hacienda de Su Majestad prorrogaron al dicho Tomás de Carleval el término de la comisión que se le dio para hacer pagar las deudas y censos que están cargados sobre las haciendas que dejaron los moriscos en la villa de Hornachos y de lo que restase entregase a los Fúcares hasta en cantidad de treinta cuentos cuatrocientos y noventa mil cuatrocientos y sesenta y un maravedís que en ellos le están librados por cien días más que han de correr y contarse desde el día que se cumplió el término que se le dio por la dicha comisión dentro de los cuales o los que menos fueren menester acabe lo que les está cometido y el dicho licenciado y juez y oficiales lleven el salario que por ella les están señalados y para que de ello conste di la carta en Madrid a catorce de enero de mil y seiscientos y doce años, pedro de Contreras, yo Pedro de Contreras, secretario de Su Majestad y de su Real Hacienda certifico que hoy día de la fecha de ésta los señores presidente y del su Consejo de Hacienda de Su Majestad prorrogaron al dicho Tomás de Carleval el término de la comisión que se le dio para hacer pagar las deudas y censos que están cargadas sobre las haciendas que dejaron los moriscos en la villa de Hornachos y de los que restase entregase a los Fúcares hasta en cantidad de treinta cuentos y cuatrocientos y noventa mil y cuatrocientos y sesenta y un maravedís que en ellos están librados por cien días más que han de comenzar a correr y contarse desde el día que se cumplió el último término que se le prorrogó con aprobación de lo que hubiere hecho, dentro de los cuales o los que menos fueren menester acabe lo que está cometido y el dicho licenciado y sus oficiales lleven el salario que por ella le están señalados y para que de ello conste de la presente di la presente en Madrid a treinta de abril de mil y seiscientos y doce años, Pedro de Contreras , Yo Pedro de Contreras, secretario de Su Majestad, y de su Real Hacienda certifico que hoy día de la fecha de ésta los señores presidente del Consejo de Hacienda de Su Majestad prorrogaron a el dicho Tomás de Carleval el término de la comisión que se le dio para hacer pagar las deudas y censos que están cargados sobre las haciendas que dejaron los moriscos en la villa de Hornachos y que de lo que restase entregase a los Fúcares hasta en cantidad de treinta  cuentos  cuatrocientos  y noventa  mil cuatrocientos y sesenta y dos74 maravedís que en ellos le están librados por cien días que han de correr y contarse desde el día que se cumplió el término de la última prorrogación que se le dio dentro de los cuales o los que menos fueren menester acabe lo que le está cometido y el dicho licenciado y sus oficiales lleven de salario que por ella les está señalado y para que de ello conste si la presente en Madrid a seis días de agosto de mil y seiscientos y doce años, Pedro de Contreras.

Yo Pedro de Contreras, secretario de Su Majestad y de su Real Hacienda, certifico que hoy día de la fecha de ésta los señores presidente y del Consejo de Hacienda de Su Majestad prorrogaron el término que se le dio a el dicho Tomás de Carleval para lo tocante a las haciendas que dejaron los moriscos en Hornachos por cien días más que han de contar y contarse después que cumplió el último término que está dado dentro de los cuales o los que menos fueren menester acabe lo que está cometido y él y sus oficiales lleven el salario que por la dicha comisión les está señalado y para que de ello conste di la presente en Madrid a tres días de noviembre de mil y seiscientos y doce años, Pedro de Contreras, yo Pedro de Contreras, secretario de Su Majestad y de su Real Hacienda, certifico que hoy día de la fecha de ésta los señores presidente y los del su Consejo de Hacienda prorrogaron el término de la comisión que se dio al licenciado Carleval para la cuenta de los bienes que dejaron los moriscos de Hornachos por otros cien días más que corran y se cuenten desde el día que se cumplió o cumpliere la última prorrogación que se le dio para la dicha comisión y que en ellos gocen él y sus oficiales el mismo salario que por la dicha comisión le está señalado y para que de ello conste di la presente en Madrid a veinte y uno de febrero de mil y seiscientos y trece años, Pedro de Contreras, yo Pedro de Contreras, secretario de Su Majestad y de su Real Hacienda, certifico que hoy día de la fecha de ésta los señores presidente y los de su Consejo de Hacienda prorrogaron el término de la comisión que se dio a el licenciado Carleval para la cuenta de los bienes que dejaron los moriscos de Hornachos por otros sesenta días más que corran y se cuenten desde el día que se cumpliere la última prorrogación que se le dio para la dicha comisión y que en ello gocen él y sus oficiales el mismo salario que por la dicha comisión le está señalado y para que de ello conste di la presente en Madrid a diez y ocho de mayo de mil y seiscientos y trece años, Pedro de Contreras, yo Pedro  de Contreras, secretario de Su Majestad y de su Real hacienda, certifico que hoy día de la fecha de ésta los señores presidente y de su Consejo de Hacienda prorrogaron el término de la comisión que se dio al dicho Carleval para la cuenta de los bienes que dejaron los moriscos de Hornachos por otros sesenta días más que corran y se cuenten desde el día que se cumpliere la última prorrogación que se le dio y que en ello gocen él y sus oficiales el mismo salario que por la dicha comisión les está señalado y para que de ello conste di la presente en Madrid a primero de agosto de mil y seiscientos y trece años, Pedro de Contreras.

Yo Alonso Núñez de Valdivia y Mendoza, secretario de Su Majestad y de su Real Hacienda, certifico que hoy día de la fecha de ésta los señores presidente y del su Consejo de Hacienda prorrogaron el tiempo de la comisión que se le dio al licenciado Carleval para la venta de los bienes que dejaron los moriscos de Hornachos por otros cien días más que se corran y se cuenten desde el día que se cumpliere la última prorrogación que se le dio para la dicha comisión dentro de los cuales acabe lo que por ella le está cometido y que en ellos gocen él y sus oficiales del mismo salario que por la dicha comisión le está señalado y para que de ello conste di la presente en Madrid, a primero de octubre de mil y seiscientos y trece años, Alonso Núñez de Valdivia y Mendoza, yo Pedro de Contreras, secretario de Su Majestad y de su real Hacienda, certifico que hoy día de la fecha de ésta los señores presidente y de su Consejo de Hacienda prorrogaron el término de la comisión que se dio al licenciado Careval para la venta de los bienes que dejaron los moriscos de Hornachos por cien días más que corran y se cuenten desde el día que se cumpliere la última prorrogación que se le dio para la dicha comisión dentro de los cuales o los que menos fuesen menester acabe lo que por ella está cometido y él y sus oficiales gocen del salario que por la dicha comisión está señalado y para que de ello conste di la presente en Madrid a nueve de enero de mil y seiscientos y catorce años, Pedro de Contreras.

Y la parte del dicho Lorenzo Hidalgo pareció ante el señor licenciado Tomás de Carleval y en treinta de octubre del año de mil y seiscientos y once presentó una demanda contra los bienes y hacienda de Hernando García Peñalosa, vecino que fue de esta dicha villa, que la demanda es del tenor siguiente:

Demanda: Lorenzo García Hidalgo, vecino de esta villa de Llerena, como uno de los herederos que quedaron por fin y muerte de el licenciado Pedro de Videlares, provisor que fue de esta provincia, digo que entre otros bienes suyos por la partición que hicimos me toca y pertenece una escritura de censo de principal de doscientos ducados contra las personas y bienes de Hernando García Peñalosa y su mujer como principales y García Correón, su fiador abonador, vecinos que fueron de esta villa, a la cual señaladamente están supuestos y obligados, una suerte de tierras de Lancelvar, término de esta villa al sitio de las Bonaicas, otra suerte a el Hinojal y otra suerte a Matarbrel, otra suerte al Chorcajo con otras muchas hipotecas señaladas y especificadas así de los dichos principales como de sus abonadores según que más largamente se contiene en la dicha escritura a que me refiero y es así que del dicho censo se me deben ocho años y medio enteros desde corridos que cada uno de los ocho años rinde cinco mil trescientos y cincuenta y siete maravedís y por ellos y por los salarios de doce reales cada un día de ocupación de cobranza me compete la vía ejecutoria en las dichas posesiones especiales y en cada una de ellas sin que por esto sea visto renuncia y el dicho que tengo por la general a los demás bienes raíces de los principales y fiadores como lo protesto.

Por tanto, a Vuestra Merced pido y suplico mande dar su mandamiento de en contra los dichos bienes hipotecados por los dichos corridos salarios y costas según se me deben por la obligación y escritura pública que presentó con la solemnidad necesaria y que de este impedimento no haré perjuicio a la fuerza ejecutoria de mi instrumento y hago también presentación del testamento del dicho difunto y de la escritura de partición por donde me pertenece esta deuda. Otrosí pido y suplico a Vuestra Merced mande que después de pagados los corridos y salarios que se me debieren en el traspaso o renta de las dichas tierras se declare la carga del dicho censo para que pase en el sucesor con ellas y con cada una como es derecho y en toda justicia. El licenciado Juan Mexía con la cual dicha demanda hizo presentación de ciertas escrituras y autos originales en virtud de ellas hechos contra los dichos naturales de que por el dicho señor juez se mandó dar traslado al fiscal de esta audiencia por la cual fue respondido a ellas y dicho de su justicia y los dichos pleitos fueron recibidos a prueba con cierto tino dentro del cual fueron hechas ciertas probanzas y estando el pleito concluso visto por el dicho juez dio y pronunció sentencia en que mandó pagar en la sentencia alguna cantidad de maravedís al dicho Lorenzo García Hidalgo de los bienes que fueron del dicho Hernando García Peñalosa que la sentencia es del tenor que se sigue:

Visto este pleito entre partes, de la una actor demandante Lorenzo García Hidalgo, vecino de la villa de Llerena, como heredero del licenciado Villares y su procurador en su nombre y de la otra el fiscal de la Real Audiencia.

Fallo que debo de mandar y mando que de los bienes del dicho Hernando García Peñalosa que están mandados apreciar en este proceso y apreciados y de su valor se le haga pago al dicho Lorenzo García Hidalgo de setenta y cinco mil maravedís de principal del censo que el dicho Hernando García Peñalosa impuso sobre sus bienes en favor del dicho licenciado Villares, cuyo heredero fue el dicho Lorenzo García Hidalgo, como parece por los autos del dicho proceso y de veinte y dos mil y quinientos y cincuenta y ocho maravedís de corridos hasta fin de este presente mes de julio de seiscientos y trece que todo montan noventa y siete mil y quinientos y noventa y ocho maravedís por los cuales le adjudicó los bienes siguientes:

Una huerta del dicho Hernando García de Peñalosa al sitio de Lairin de Limes con huerta de Francisco Carpintero y otros linderos apreciada en cincuenta y seis mil y doscientos y cincuenta maravedís.

Una suerte de tierras del susodicho en Chapaya, linde con tierras de Álvaro Cordobés y tierras de Hernando Blanco que tiene veinte mil y doscientas fanegas y siete celemines de cuerda, apreciada en treinta y seis mil y ciento y treinta y tres maravedís.

Y por los cinco mil y doscientos y veinte y cinco maravedís restantes a cumplimiento de la dicha cantidad que le mando pagar por esta mi sentencia le adjudico la parte que los valiere pro indiviso de una suerte de tierras del dicho Hernando García de Peñalosa al sitio del Hinojal, linde con tierras de Álvaro González y con tierras de Luis Barco que tiene nueve fanegas y cinco celemines de cuerda apreciada la fanega a mil maravedís y toda ella en nueve mil cuatrocientos y veinte maravedís y por esta mi sentencia definitiva, juzgando así lo pronuncio y mando sin hacer condenación de coste contra ninguna de las partes más de que cada una pague las que hubiere hecho el licenciado Tomás de Carleval, Cristóbal Pérez, en nombre de Lorenzo García Hidalgo, vecino de la villa de Llerena, en el pleito con los bienes de Hernando García Peñalosa digo que Vuestra Merced tiene adjudicado a mi parte por el principal y corridos de un censo noventa y siete mil y quinientos y tantos maravedís como consta de la dicha sentencia a que me refiero la cual pasó en cosa juzgada en una huerta del sitio de Lairines, linde con huerta de Carpintero, apreciada en cincuenta y seis mil y doscientos y cincuenta maravedís y en una suerte de tierras en Chapaya, linde con tierras de Álvaro Cordobés, de veinte y dos fanegas de cuerda y siete celemines apreciada en treinta y seis mil y ciento  y  treinta y tres  maravedís  y cinco  mil y doscientos  y veinte  y cinco maravedís en una tierra pro indivisa a el Hinojal, linde con Luis del Barco y Álvaro González de nueve fanegas y cinco celemines de cuerda apreciada en nueve mil y cuatrocientos y veinte maravedís por todo lo que le debían, pido y suplico mande dar la posesión de las dichas heredades en la cantidad que Vuestra Merced tiene adjudicado, pido justicia. Cristóbal Pérez.

Traslado al fiscal de esta petición y conocimiento que dicen como se traigan los autos para la primera audiencia, proveyolo el señor licenciado Carleval juez de su majestad en Hornachos en veinte y cuatro de enero de mil y seiscientos y catorce años. Ante mi, Vega Este día lo notifiqué a Melchor de Aparicio, fiscal Vega.

Cristóbal Pérez, en nombre de Lorenzo García Hidalgo, vecino de Llerena, en el pleito con los bienes de Hernando García Peñalosa, digo que yo tengo pedido posesión de los dichos bienes en la cantidad que Vuestra Merced tiene adjudicados de la cual se dio traslado al fiscal y no ha respondido, acusole la rebeldía. A Vuestra Merced pido y suplico la haya por acusada y mande dar la dicha posesión que yo estoy presto de dar la fianza de la ley de Toledo como Vuestra Merced tiene proveído por su auto, pido justicia. Cristóbal Pérez.

Auto para proveer justicia proveyolo el señor licenciado Carleval, juez de Su majestad en Hornachos, en veinte y cinco de enero de mil y seiscientos y catorce, ante mi Vega.

En la villa de Hornachos, en veinte y cinco días del mes de enero de mil y seiscientos y catorce años, el señor licenciado Carleval, juez de comisión por Su Majestad habiendo visto estos autos dijo que habida por pasada en cosa juzgada la dicha sentencia por Su Merced pronunciada, dándose ante todas cosas por el dicho Lorenzo García Hidalgo fianza conforme a la ley de Toledo para que en caso que la dicha sentencia o su ejecución se revocare en todo o en parte por vía de nulidad o apelación o atentado o en otra cualquier manera volverá y restituirá los bienes que le fueren entregados en virtud de ella se le dé posesión de los bienes (que) para ello le están mandados adjudicar, dando carta de pago de la deuda, así lo proveyó de firme el licenciado Tomás de Carleval ante mi Antonio de la Vega.

En la villa de Hornachos, a veinte y cinco días del mes de enero de mil y seiscientos y catorce años, ante mi el presente escribano y testigos pareció Francisco Gallego, vecino de la villa de Llerena, a quien doy fe conozco y dijo que salía y salió por fiador conforme a la ley de Toledo y del auto de suso de Lorenzo García Hidalgo, vecino de la dicha villa, en tal manera que si la sentencia pronunciada en el pleito fuere revocada en todo o en parte o su ejecución por vía de apelación, nulidad, restitución, atentado o yerro de cuenta o en otra cualquier manera volverá y restituirá los maravedís que por ella se le mandan pagar entregando los bienes que se le dieren con sus frutos en pago de ellos, llanamente sin pleito alguno con las costas de la cobranza de ellos cuales se da por entregado a su voluntad y en razón de la entrega que no parece del presente renuncio las leyes de ella e hizo de deuda ajena suya propia y para la paga y cumplimiento de lo que dicho es obligó su persona y bienes habidos y por haber y dio poder a las justicias de Su Majestad para que a ello le premien como por sentencia pasada en cosa juzgada y renuncio la ley de su favor y la general y lo otorgó, testigos Diego de Paredes y Francisco Jaramillo y el licenciado Mexía, estantes en esta dicha villa y porque el dicho otorgante dijo no saber escribir a su ruego lo firmó un Alonso Diego de Paredes ante mi Antonio de la Vega, el licenciado Tomás de Carleval, juez de comisión por Su Majestad para la venta de bienes de moriscos de Hornachos y hacer pago a sus acreedores mando a vos Melchor de Aparicio, alguacil de mi comisión que luego como este mandamiento os sea entregado por ante escribano que de ello de fe deis la Provisión Real corporal actual (y) veraz a Lorenzo García Hidalgo, vecino de la villa de Llerena, heredero del licenciado Villares, difunto de las heredades que aquí irán declaradas como bienes de Hernando García Peñalosa de el estado naturales de esta villa que son las siguientes:

De una huerta que fue de Hernando García Peñalosa, al sitio de Lairines, linde con huerta que fue de Francisco Carpintero y otros linderos.

Ítem de una suerte de tierras que fue del dicho en Chapaya, linde tierras de Álvaro Cordobés y tierras de Hernando Blanco que tiene veinte y dos fanegas y siete celemines de cuerda.

Más en una suerte de tierras del dicho Hernando García Peñalosa, al sitio del Hinojal, linde tierras de Álvaro González y Luis Barco, de nueve fanegas y cinco celemines de cuerda, una parte pro indiviso que valga cinco mil y doscientos y veinte y cinco maravedís.

Que los dichos bienes le tengo mandados entregar para en pago de noventa y siete mil y quinientos y noventa y ocho maravedís que por mi sentencia están mandados pagar al susodicho por el principal (y) corridos de un censo que sobre ellos y los demás del dicho morisco tenía como tal heredero y la dicha provisión le daréis en forma quieta y pacíficamente sin perjuicio de tercero y en ella le defended y amparad poniendo pena de cincuenta mil maravedís para la Cámara de Su Majestad a quien se la perturbare so la cual mando al escribano dé testimonio de ello que para todo lo susodicho doy comisión cual se requiere, fecho en Hornachos a veinte y cinco de enero de mil y seiscientos y catorce años el licenciado Tomás de Carleval, por su mandado Antonio de la Vega.

Estando en el sitio de las Huertas de Lirones, en veinte y ocho días del mes de enero del dicho año, el dicho Melchor de Aparicio, alguacil de la comisión del señor licenciado Tomás de Carleval, juez por Su Majestad para hacer pago (a) acreedores tomó por la mano a Lorenzo García Hidalgo, vecino de la villa de Llerena, como heredero de el licenciado Villares, difunto, y les metió dentro de una huerta que fue de Hernando García Peñalosa, al sitio de Lairines, linde con huerta que fue de Francisco Carpintero, y en señal de posesión se paseó por ella y echó tierra fuera de la dicha huerta y otros actos de posesión y el dicho Lorenzo García la recibió en si conforme a derecho y expidió por testimonio de que doy fe. Testigos Pedro Díaz y Francisco Sánchez, vecinos de Hornachos, y firmó el alguacil y lo signé Melchor Aparicio en testimonio de verdad, Juan Hidalgo.

Estando en el sitio de Chapaya, en el dicho día mes y año dichos, el dicho Melchor de Aparicio, alguacil de la comisión del dicho señor licenciado Tomás de Carleval, juez por Su Majestad, tomo por la mano al dicho Lorenzo García Hidalgo, vecino de la dicha villa de Llerena, como heredero del dicho licenciado Videlares, difunto, de una suerte de tierras que está en el sitio de Chapaya, linde tierras de Álvaro Cordobés y Hernando Blanco y en señal de posesión se paseo por ella e hizo un maxano de piedras y otros actos de posesión y la recibió en si conforme a derecho y lo pidió por testimonio de que doy fe, siendo testigos Pedro Díaz y Francisco Sánchez, vecinos de Hornachos, y firmó el alguacil y lo signé, Melchor de Aparicio en testimonio de verdad, Juan Hidalgo.

Estando en el sitio del Hinojal en el dicho día, mes y año dichos el dicho Melchor de Aparicio, alguacil de la comisión del señor licenciado Tomás de Carleval tomó por la mano al dicho Lorenzo García Hidalgo, vecino de la dicha villa de Llerena, como heredero del dicho licenciado Villares, difunto, y le metió dentro de una suerte de tierras que está al sitio del Hinojal, linde con tierras de Álvaro González y Luis Barco, pro indivisa y le dio la provisión de una parte que valga cinco mil doscientos y veinte y cinco maravedís y en señal de posesión se paseo por ella e hizo un maxano de piedras y otros actos de posesión y lo recibió en si conforme a derecho y lo pidió por testimonio de que doy fe, siendo testigos Pedro Díaz y Francisco Sánchez, vecinos de Hornachos, y firmó el alguacil y lo signe Melchor de Aparicio en testimonio de verdad, Juan Hidalgo.

Y del dicho Antonio de la Vega, escribano del Rey nuestro Señor y de la comisión del dicho Licenciado Carleval, fui presente al corregir y concertar este testimonio el cual va cierto y verdadero y concuerda con el original que queda en mi poder a que me refiero y va sacado en treinta y siete hojas, consta en que va mi signo y por cada una lleve a doce maravedís por hoja y conste firme. Antonio de la Vega.

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1  DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio y Bernard VINCENT: Historia de los moriscos. Madrid, Alianza Universidad, 1997, Pág. 29.

2  Cit. en GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, Alberto: Hornachos, enclave morisco. Mérida, Asamblea de Extremadura, 2001, Pág. 76.

3Relación  de  los  ataques  y  saqueos  cometidos  en  1543  por  una  armada  turca  en  las  costas mediterráneas españolas y en las islas Baleares. Colección de Documentos de Martín Fernández de Navarrete. Publicado Facsímil en Revista de Historia Naval, Nº 79. Madrid, 2002, págs. 100-104.

4 LÓPEZ DE GÓMARA, Francisco: Guerras del mar del emperador Carlos V . (Estudio y edición de Miguel Ángel de Bunes y Nora Edith Jiménez). Madrid, Sociedad Estatal para la conmemoración de los centenarios de Felipe II y Carlos V, 2000, Pág. 102.

5BRAUDEL, Fernand: El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en ka época de Felipe II, T. II. México, Fondo de Cultura de Económica, 1987, Pág. 273.

6  Algunos autores han sostenido que casi la totalidad de los habitantes de Hornachos eran moriscos. Véase, por ejemplo, a GONZÁLEZ RODRÍGUEZ: Ob. Cit., Pág. 69-70. Sin embargo, a mi juicio, hay indicios más que suficientes para pensar que los moriscos aun siendo un contingente muy amplio, era aproximadamente la mitad de la población de la villa.

7   El documento en cuestión se encuentra transcrito en LADERO QUESADA, Miguel Ángel: “Los mudéjares de Castilla en la Baja Edad Media”, en Los Mudéjares de Castilla y otros estu- dios de historia medieval andaluza. Granada, Universidad, 1989, Págs. 127-130. Sobre la pro- gresiva intolerancia de esos años puede verse el interesante trabajo de CORTÉS PEÑA, Antonio Luis: “Mudéjares y moriscos granadinos, una visión dialéctica tolerancia-intolerancia”, en Gra- nada 1492-1992, del Reino de Granada al futuro del Mundo Mediterráneo. Granada, Universi- dad, 1995, Págs. 97-113.

8   Sobre el conflicto entre cristianos viejos y moriscos puede verse el interesante trabajo de CARDAILLAC, Louis: Moriscos y cristianos. Un enfrentamiento polémico (1492-1640). Madrid, 1979.

9   VALENCIA, Pedro de: Tratado acerca de los moriscos de España (Ed. de Rafael González Cañal). Badajoz, Unión de Bibliófilos Extremeños, 2005, Págs. 82-83. Desde la Baja Edad Media había habido debates sobre la validez de estos bautismos forzados. Sobre la cuestión puede verse el trabajo de GOÑI GAZTAMBIDE, José: “La polémica sobre el bautismo de los moriscos a princi- pios del siglo XVI”, Anuario de Historia de la Iglesia, Nº 16. Pamplona, 2007, Págs. 209-216.

10  Bernard Vincent sospechaba la posibilidad de que algunos moriscos hubiesen optado por la exilio antes que asumir su conversión forzosa. VINCENT, Bernard: Minorías y marginados en la España del siglo XVI. Granada, Diputación Provincial, 1987, Págs. 218-219. Estos detenidos confirman su sospecha. Hubo intentos de exilio al menos en el caso de Hornachos.

11  LADERO QUESADA, Miguel Ángel: Las Indias de Castilla en sus primeros años. Cuentas de la Casa de la Contratación (1503-1521). Madrid, Dykinson, 2008, Pág. 267.

12  Ibídem, Pág. 266.

13  Ibídem, Pág. 180.

14Elaboración propia a partir de los datos que figuran en los libros del tesorero de la Casa de la Contratación del doctor Sancho de Matienzo. AGI, Contratación 4674, libro manual, fols. 30v-35 r. Documento publicado por LADERO: Las Indias de Castilla…, Págs. 242-243.

15  Hay casos muy llamativos como en ocurrido el 24 de septiembre de 1566 cuando una armada berberisca atacó la villa almeriense de Tabernas. Nada menos que 99 moriscos decidieron marchar- se voluntariamente con los corsarios. GIL SANJUÁN, Joaquín: “Represión inquisitorial de los moriscos almerienses durante la segunda mitad del siglo XVI”, Coloquio Almería entre culturas, T. II. Almería, Instituto de Estudios Almerienses, 1990, Pág. 543.

16  DOMÍNGUEZ ORTIZ: Ob. Cit., Pág. 86.

17  Ibídem.

18MOLÉNAT, Juan-Pierre: “Hornachos fin XVe-début XVIe siècles”, en La España Medieval Vol. 31, 2008, Pág. 167. Sobre la situación de los moriscos en Portugal puede verse el trabajo de LÓPES DE BARROS, María Filomena: Tempos e espaços de mouros. A minoria musulmana no Reino portugués (sécalos XII a XV). Lisboa, Fundaçao Calouste Goulbenkian, 2007.

19  GONZÁLEZ RODRÍGUEZ: Ob. Cit., Pág. 73.

20  Ibídem.

21  Alonso Manrique ocupó la mitra hispalense los quince años comprendidos entre 1523 y 1538. Era hermano del célebre poeta Jorge Manrique. ROS, Carlos (Dir.): Historia de la Iglesia de Sevilla. Sevilla, Editorial castillejo, 1992, Pág. 831.

22   MUÑOZ DE RIVERA, Antonio: Monografía histórico-descriptiva de la villa de Hornachos. Badajoz, Imprenta de Uceda Hermanos, 1895, Pág. 34.

23  FERNÁNDEZ NIEVA, Julio: “Inquisición y minorías étnico religiosas en Extremadura”, Revista de Estudios Extremeños T. XLI Nº 2. Badajoz, 1985, Pág. 240.

24  TESTÓN NÚÑEZ, Isabel: “Minorías étnico-religiosas en la Extremadura del siglo XVII”, Norba T. III. Cáceres, 1982, Pág. 263.

25  Ibídem.

26  Ibídem, Pág. 264.

27  Véase el apéndice I.

28  RUIZ MATEOS, Aurora: Arquitectura civil de la Orden de Santiago en Extremadura. La Casa de la Encomienda. Madrid, 1985, Pág. 106.

29   Un breve recorrido por el arte de la localidad puede verse en PIZARRO GÓMEZ, Francisco Javier: Por tierras de Badajoz. León, Ediciones Lancia, 1992, Pág. 56.

30   Cit. en STALLAERT, Christiane: Ni una gota de sangre impura. La España inquisitorial y la Alemania nazi cara a cara. Barcelona, Galaxia-Gutenberg, 2006, Pág. 291.

31  MUÑOZ DE RIVERA: Ob. Cit., Pág. 40.

32     VINCENT:   Ob.   Cit.,   Pág.   221.   GONZÁLEZ   RODRÍGUEZ:   Ob.   Cit.,   Págs.   87-88. FERNÁNDEZ NIEVA, Julio: “Un censo de moriscos extremeños de la Inquisición de Llerena (año 1594)”, Revista de Estudios Extremeños T. XXIV, Nº 1. Badajoz, 1973, Págs. 160-162.

33  FERNÁNDEZ NIEVA: Un censo de moriscos extremeños, Págs. 149-176.

34  Ibídem, Págs.160-161.

35   CONTRERAS, Alonso de: Vida del capitán Alonso de Contreras. Madrid, B.A.H., 1920, Pág. 198 y ss.

36  Cit. en GONZÁLEZ RODRÍGUEZ: Ob. Cit., Pág. 80.

37  DOMÍNGUEZ ORTIZ: Ob. Cit., Pág. 127.

38  El 13 de octubre de 1583 Pedro Gómez de Miranda realizó una información en la villa de Hornachos porque pretendía acudir a Lima donde estaba su hermano Diego López de Miranda. En 1584 marcharía a los reinos del Perú en compañía de su esposa, Francisca de Mesa, natural de Zafra, y de sus hijos Pedro, Juan y María. El argumento que esgrimió para justificar su marcha era que pasaba mucha necesidad en esta tierra por haberse llevado su hermano su hacienda. En una villa dominada por moriscos no debía ser nada fácil la vida de estos pocos cristianos viejos. Por cierto que en la informa- ción salieron a relucir casi todos los cristianos que había en el pueblo: Juan de Escobar, gobernador del partido, el mercader Diego Hernández y un tal Pero Gómez entre otros. Información y licencia de Pedro Gómez de Miranda, 1583-1584. AGI, Indiferente General 2093, N. 200.

39  Aunque a partir de la expulsión en 1610, la villa se fue repoblando de cristianos, la emigración extremeña en el siglo XVII se redujo considerablemente, haciéndose prácticamente simbólica en el siglo XVIII.

40  Con estos datos la historiografía contemporánea ha dado por cierto que su población era básicamente morisca. Así, por ejemplo, Bernard Vincent estimó que los cristianos avecindados en Hornachos en el momento de la expulsión no eran más de cien, incluyendo una veintena de monjes. VINCENT: Ob. Cit., Pág. 215.

41   Fuente: Libro Nº 1 de bautismo de la parroquia de la Purísima de Hornachos. Centro Cultural Santa Ana, película 452. No necesariamente el número total de bautizados en este cuadro tiene que coincidir con el cuadro III. Y ello porque algunas páginas estaban rotas o muy deterioradas y se veía que había habido un asiento de bautismo pero no se podían leer los datos.

42  VINCENT: Ob. Cit., Pág. 35.

43  Fuente: Libro Nº 1 de bautismo de la parroquia de la Purísima de Hornachos. Centro Cultural Santa Ana, película 452. No necesariamente el número total de bautizados en este cuadro tiene que coincidir con el cuadro III. Y ello porque algunas páginas estaban rotas o muy deterioradas y se veía que había habido un asiento de bautismo pero no se podían leer los datos.

44  Como es bien sabido, el número de niños nacidos siempre ha sido superior al de niñas. La sex ratio al nacer en España ha sido y es favorable a los niños, situándose actualmente entre 105 y 106 niños por cada 100. Dado que la mortalidad masculina es mayor, la sex ratio global se sitúa en 96 hombres por cada 100 mujeres.

45  VINCENT: Ob. Cit., Pág. 36.

46   Véase por ejemplo el trabajo de SÁNCHEZ PÉREZ, Andrés: “Los moriscos de Hornachos, corsarios de Salé”, Revista de Estudios Extremeños T. XX, Nº 1. Badajoz, 1964, Pág. 126.

47  Cit. en GONZÁLEZ RODRÍGUEZ: Ob. Cit., Pág. 81.

48  Fuentes: Libros de bautismo de la parroquia de la Purificación de Hornachos Nº 1 (1587- junio de 1613). Centro Cultural Santa Ana de Almendralejo, Microfilm, película 452. El Libro de Bautismos Nº 2 se inicia en 1677.

49   De mayo de 1600 salta a enero de 1603, de ahí que no hayamos contabilizado el número de bautismos en 1600, 1601 y 1602.

50  Los nombres de los bautizados no son para nada indicativos porque casi nunca es posible deducir si el nuevo cristiano es de origen morisco. Como es bien sabido desde 1565 se prohibió explícita- mente que los musulmanes usasen nombres o sobre nombres de origen islámico. Asimismo, los padrinos debían ser obligatoriamente cristianos. VINCENT: Ob. Cit., 1987, Pág. 31 y 39.

51  MUÑOZ GIL, José: La villa de Feria, T. I. Badajoz, Diputación Provincial, 2001, Págs. 263-274.

52  En este aspecto existen muchas contradicciones. En la misma Extremadura, la unidad familiar de los granadinos instalados en Cáceres se situaba en 3,5. Sin embargo, en Benquerencia en el distrito de Llerena, era de nada menos que 4,6 VINCENT: Ob. Cit., Pág. 8 y 50-53.

53  Libros de matrimonio de la parroquia de la Purísima Concepción de Hornachos. Centro Cultural Santa Ana, Película 453.

54  VINCENT: Ob. Cit., Pág. 230.

55  Centro Cultural Santa Ana, Película 453.

56  DOMÍNGUEZ ORTIZ: Ob. Cit., Pág. 183.

57   ORTIZ DE ZÚÑIGA, Diego: Anales eclesiásticos y seculares de la Muy Noble y Muy Leal ciudad de Sevilla, T. IV. Sevilla, Guadalquivir, 1988 (1ª ed. de 1796), págs. 224-225.

58  SÁNCHEZ PÉREZ: Ob. Cit., Pág. 126.

59  DOMÍNGUEZ ORTIZ: Ob. Cit., Pág. 31.

60  La pérdida de mano de obra así como la imposibilidad de cobrar estos censos a favor de la Iglesia, de los bienes propios de los concejos y de particulares crearon una depresión económica que se prolongó hasta el siglo XVII. ANDÚJAR CASTILLO, Francisco: “La expulsión de los moriscos. Algunos impactos económicos en la ciudad de Almería”, Coloquio Almería entre culturas, T. II. Almería, Instituto de Estudios Almerienses, 1990, Págs. 669-678.

61  Recientemente Jean-Pierre Molénat ha publicado un documento inédito localizado en el Archivo General de Simancas en el que los Reyes ordenaban a las autoridades de la Orden de Santiago que, en un plazo de 180, facilitasen la recompra por el mismo precio de los bienes que vendieron los moriscos. Real Cédula al gobernador de la Orden de Santiago, Toledo, 7 de junio de 1502. Transcri- to en MOLÉNAT: Ob. Cit., Págs. 170-171.

62   Esta familia de banqueros alemanes, conocida en España como los Fúcares, crearon una red financiera por toda Europa en el siglo XV. En el siglo XVI fueron prestamistas tanto de Carlos V como de Felipe II y Felipe III. Finalmente, a principios del siglo XVII su banca entró en quiebra, convirtiéndose e meros rentistas de las enormes posesiones que consiguieron retener. Sobre el particular puede verse la monografía de KELLENBENZ, Herman: Los Fugger en España y Portu- gal hasta 1560. Salamanca, Junta de Castilla y León, 2000.

63  En el citado inventario se incluían entre otros bienes, 1.000 casas, 15.000 fanegas de tierra, 800 huertas y 150 colmenas. Ibídem, Pág. 127.

64  Ibídem.

65  Véase el apéndice II.

66  Prorroga de la comisión dada a Tomás de Carleval, en Madrid, 14 de enero de 1612 y nuevamente en 6 de agosto de 1612 y el 9 de enero de 1614. Apéndice II.

67  Relación de la vecindad que tienen la ciudad de Llerena y villas y lugares de su partido, h. 1646. AGS, Diversos de Castilla 23, Nº 1 al 3.

68   En 1677 se bautizaron 82, en 1678 70, en 1679 68 y en 680 811. Centro Cultural Santa Ana, Película 452.

69  DOMÍNGUEZ ORTIZ: Ob. Cit., Pág. 234.

70    GUERRA  CABALLERO,  Antonio:  “Moriscos  de  Hornachos  y  República  de  Rabat”,  en http://www.elfaroceutamelilla.es (Consulta del 26-V-2009). Sobre la República corsaria de Salé puede verse la clásica monografía de COINDREAU, Roger: Les corsaires de Salé. Rabat, Institut des Hautes Études Marocaines, 1948.

71  Ibídem.

72  DOMÍNGUEZ ORTIZ: Ob. Cit., Págs. 236-237.

73  GUERRA CABALLERO: Ob. Cit. s/p.

74 Ahora en vez de uno aparece dos.

Oct 012007
 

Esteban Mira Caballos.

1.-Introducción.

Alguno trujillanos protagonizaron sonados alzamientos en defensa del status de los conquistadores, a favor de la encomienda y en contra de la Corona. El más conocido fue sin duda el de Gonzalo Pizarro. Pero no fue el único, en Panamá encontramos un verdadero paralelo de éste, es decir, el del también trujillano Gómez de Tapia.

Como es bien sabido, las protestas de los sectores críticos, especialmente de los dominicos, por los malos tratos infringidos al indio americano, determinaron la promulgación de las Leyes Nuevas de 1542. Como es bien sabido, un hecho determinante fue la arribada a España, en 1539, del padre fray Bartolomé de Las Casas. Se dice que la influencia de las ideas del cenobita sobre el Emperador fue tal que, convencido de que los reinos indianos tenían sus señores legítimos, estuvo a punto de restituírselos[1].

La drástica decisión no llegó a hacerse efectiva pero, a cambio, el soberano propuso la creación de una junta, con una serie de prestigiosos juristas y teólogos, para decidir sobre las cuestiones claves del indígena, especialmente su encomienda y su esclavitud. En este corpus legal se prohibió, al menos teóricamente, la esclavitud del indio y se limitó de forma extraordinaria la encomienda. En adelante no habría nuevas encomiendas de indios y las que fuesen vacando pasarían a la Corona[2]. Otra cosa bien diferente fue su aplicación práctica. Pese a ello, las protestas en buena parte del continente americano fueron muchas, tanto más graves cuanto mayor era la importancia del indio en la economía del territorio en cuestión.

En el área antillana, por ejemplo, apenas hubo resistencia ya que en la década de los cuarenta el aborigen ya estaba prácticamente en extinción. Esta nueva legislación le fue notificada, en julio de 1543, tanto a los oidores de la isla Española como al arcediano de la Catedral de Santo Domingo, Álvaro de Castro, a quien, además, se le proveyó la protectoría de los indígenas[3]. De esta forma, se garantizaba que mientras se aplicaban las nuevas disposiciones el aborigen estaría suficientemente protegido de posibles represalias. Apenas hubo protestas porque el indio apenas tenía ya significación económica.

Sin embargo, en Cuba sí hubo una mayor oposición ya que la mano de obra aborigen seguía siendo fundamental en su economía. Efectivamente, en Cuba el número de indios de encomienda era mucho más abultado que en las restantes islas, de ahí la resistencia presentada a la aplicación de las Leyes Nuevas.

Muy diferentes fueron las cosas en Nueva Granada, México y, sobre todo, en Perú. En el caso de Nueva Granada la publicación de las Leyes Nuevas, por parte de Miguel Díez de Armendáriz, provocó una oposición unánime de los encomenderos, hasta el punto que hicieron dar marcha atrás a su aplicación y atender así las reivindicaciones de los neogranadinos[4]. En México la protesta de los grandes propietarios fue muy grande porque, como decía Girolamo Benzoní, “tenían gran parte de su fortuna invertida en esclavos (y) no estaban dispuestos a obedecer la ley”[5]. Antonio de Mendoza hubo de retrasar indefinidamente su aplicación para evitar una revuelta de consecuencias insospechadas, siendo ya su sucesor Luis de Velasco el que aplicó una parte de ellas[6].

Mucho peor fueron las cosas en el virreinato del Perú, donde el trujillano Gonzalo Pizarro se alzó contra la Corona. Y lo hizo esgrimiendo viejos principios de la escolástica española que no defendía precisamente los postulados absolutistas. Según ésta, los súbditos podían hacer uso de la rebelión si, en caso extremo, el rey o los gobernantes usaban el poder de forma abusiva o lesionaban gravemente los intereses del pueblo[7]. A partir de 1544 se enfrentó al primer virrey del Perú, Blasco Núñez de Vela, que había llegado en enero de ese año a las costas de Nombre de Dios y pretendía aplicar el texto de las Leyes Nuevas. El alzamiento de Gonzalo Pizarro gozó inicialmente de muchas simpatías entre los españoles del Perú y eso le llevó a vencer fácilmente al virrey en Quito, concretamente en el llano de Añaquito, el 18 de enero de 1546. En ese momento, Gonzalo Pizarro era prácticamente dueño de todo el virreinato del Perú, incluida Panamá donde la élite, entre la que se encontraba obviamente su paisano Gómez de Tapia, ofreció su adhesión.

Pero esta situación no podía prolongarse en el tiempo porque semejante rebeldía no la podía consentir la Corona. En dos años Pedro de La Gasca consiguió atraerse a gran parte de sus seguidores hasta que lo pudo derrotar fácilmente en la batalla de Xaquixaguana. Poco después, en abril de 1548 fue degollado y su cabeza quedó expuesta en la plaza principal de la Ciudad de los Reyes[8].

Pues, bien, también en Panamá, con posterioridad al alzamiento peruano, se produjo otra gran conspiración, encabezada por el también trujillano Gómez de Tapia. Como veremos en páginas posteriores, inspirándose en los hechos protagonizados por Gonzalo Pizarro, pretendieron matar al gobernador y a su alguacil mayor para a continuación suprimir la aplicación de las Leyes Nuevas. Pero fracasó porque la conspiración fue descubierta a tiempo por las autoridades panameñas. La experiencia de lo ocurrido en Perú pudo ser un referente para los alzados, pero también lo fue para las autoridades que estuvieron alerta al menor síntoma de insurgencia.

 

2.-¿QUIÉN FUE GÓMEZ DE TAPIA?

De la biografía de este indiano era muy poco lo que conocíamos. Y hasta tal punto es cierta esta afirmación que su nombre no aparece en ninguna de las obras clásicas referentes a la emigración de españoles o de extremeños al Nuevo Mundo[9]. Tan sólo, en la obra de Sánchez Rubio sobre la emigración extremeña a América aparecía escuetamente citado entre los emigrantes trujillanos[10]. No obstante, en el proceso instruido contra él por su alzamiento contra la aplicación de las Leyes Nuevas se demuestra, sin lugar a dudas, su ascendencia trujillana[11].

Sin embargo, seguimos ignorando aspectos tan importantes de su biografía comos su fecha de nacimiento o el año en el que se embarcó para el Nuevo Mundo. Con respecto a este segundo aspecto, tan sólo sabemos que, en 1550, numerosos testigos fueron unánimes al decir que era “muy antiguo en Indias”. Un declarante, Martín Delgado, vecino de Panamá expuso el 22 de enero de 1551 que lo conocía desde hacía una década pero que le habían dicho que llevaba “en estas partes más de 20 años”. Por ello, nos atrevemos a decir que debió viajar a las Indias a finales de la década de los veinte.

En septiembre de 1535 fue en la hueste de Diego de Almagro “El Viejo” a la fallida expedición de Chile. Posteriormente, participó en las guerras civiles del Perú al servicio de Cristóbal Vaca de Castro, combatiendo en la batalla de Chupas, el 18 de septiembre de 1542.

Muy poco después decidió afincarse definitivamente en la ciudad de Panamá donde se convirtió en un gran propietario de hatos ganaderos y de estancias, disfrutando asimismo de una enjundiosa encomienda de indios. Por las declaraciones de varios testigos residentes en la citada ciudad sabemos que, además de una extensa hacienda en Dachepa, disponía de un tejar en las cercanías del río Pacora.

En 1549, siendo ya regidor del cabildo de Panamá, fue excomulgado por el obispo ya que se negaba a pagar el diezmo de la teja. Varios testigos manifestaron que aunque el obispo le ofreció en varias ocasiones perdones temporales para que confesase y comulgase nunca lo quiso hacer[12].

A partir del 7 de agosto de 1548 llegó como gobernador de Panamá Sancho de Clavijo[13], quien en 1550 decidió aplicar las Leyes Nuevas y poner en libertad a los indios. El trujillano se opuso, negándose a entregar sus 73 indios y urdiendo una trama para prender al gobernador, en espera de la llegada de un juez de residencia. Descubierta la conspiración fue apresado y encarcelado. Tras realizarse la instrucción del caso, el 30 de enero de 1552 se dictó sentencia por la que se le desterró a España. Una vez en la Península debía presentarse ante los oficiales de la Casa de la Contratación para que lo despachasen ante el Consejo de Indias. Efectivamente, en septiembre u octubre de 1552 compareció ante los oficiales sevillanos, quienes le dieron un plazo máximo de 50 días para que se personase ante los oidores del Consejo de Indias.

Sin embargo, no pudo cumplir con su cita. El 23 de diciembre de 1552, estando camino de la Corte, en su ciudad natal de Trujillo, enfermó gravemente. Le dieron fuertes calenturas y flemas, así como un intenso dolor abdominal provocado por varios cálculos. Presentó una probanza en la que numerosos testigos detallaron su grave dolencia y se le concedió una prórroga de 30 días para recuperarse. Pero no la agotó porque su dolencia, que lo tenía postrado en la cama, fue verdaderamente fulminante. Efectivamente, el 19 de enero de 1553 falleció en casa de su primo Alonso de Tapia. Su cuerpo fue enterrado el viernes 20 de enero, día de los Mártires, en la iglesia parroquial de Santiago de Trujillo[14].

 

3.-EL ALZAMIENTO DE GÓMEZ DE TAPIA

La supresión de la encomienda en Panamá, Aclá y Nombre de Dios por el gobernador Sancho de Clavijo provocó un gran malestar entre la élite local. La mayor parte de los encomenderos se decidieron por interponer pleitos en defensa de sus intereses, excepto el trujillano Gómez de Tapia que planeo una conspiración en toda regla[15].

De todas formas, el decreto de libertad de los indios fue el detonante o quizás la excusa para el alzamiento. No en vano, hacía ya tiempo que Tapia estaba teniendo problemas con las autoridades locales y se dedicaba a acoger en su hacienda a delincuentes, vagabundos y a prófugos de la justicia, algunos de ellos procedentes del virreinato peruano.

Lo cierto es que cuando a principios de 1550 el licenciado Sancho de Clavijo mandó pregonar la cédula Real de libertad de los indios una parte de la élite panameña reaccionó violentamente. El propio Sancho de Clavijo describió la situación generada en la información que realizó el 14 de octubre de 1550:

“Por cuanto, después que mandó pregonar la cédula real de Su Majestad que habla sobre la libertad de los indios para la cumplir y ejecutar como debe y es obligado, algunas personas de esta ciudad y los principales y más ricos de ella se han juntado en muchas y diversas partes pública y secretamente y han dicho muchas palabras feas y escandalosas y de muy gran alboroto contra él y escandalosas y en menosprecio de la justicia real de Su Majestad, diciendo que de hecho han de resistir el cumplimiento de la dicha cédula de Su Majestad y que a ello han de destruir y pasar y perder sino suspende el cumplimiento de ella y otras palabras semejantes y muy feas a fin de se quedar con los dichos indios y que no se cumpla lo que Su Majestad manda y porque ha procedido contra muchos de ellos por los delitos que hicieron en la venida de los traidores el licenciado de Contreras y sus secuaces y no acudir a las banderas de Su Majestad contra ellos y les resistir sus tiranías y robos…”

 

El cabecilla del alzamiento fue el trujillano Gómez de Tapia, acompañado de otros miembros de la élite como Antonio de Gibraleón, Luis Suárez, Francisco Carreño y, sobre todo, Pedro Márquez. Este último, fue uno de los más radicales, junto a Tapia. Curiosamente era también extremeño, natural de Mérida[16]. Llegó al continente americano en torno a 1541, viviendo en Honduras y Guatemala hasta que se afincó definitivamente en Panamá[17]. En esta ciudad montó un taller y tienda de sastrería, donde cosían para él otros sastres como Diego Hernández. Él tenía un motivo de peso para oponerse a la disposición del gobernador. Resulta que tenía una india naboría, llamada Leonor, que vivía en su casa, y con quien tenía una hija. Según su empleado, el sastre Diego Hernández, él suplicaba que no se la quitasen “que antes quisiera que le quitaran la hacienda y cuanto tenía”. Por ello, se convirtió en la mano derecha de Gómez de Tapia y un enemigo del gobernador Sancho de Clavijo y sobre todo de su alguacil mayor, Rodrigo de Villalba. Cuando Gómez de Tapia fue encarcelado el emeritense iba periódicamente a visitarlo, jugando a los naipes, como solían hacer con frecuencia cuando estaba libre.

En el momento en que el gobernador pregonó la Provisión por la que se liberaba a los indios, Gómez de Tapia se movilizó rápidamente “juntando a los señores de los indios” en el monasterio de San Francisco. Según el testigo Juan Tocino, natural de Moguer en el condado de Niebla, fueron 16 o 17 los congregados entre los que citó, además de Gómez de Tapia, a Luis Suárez, Pedro de Acevedo, Francisco Lozano y Hernán Pérez de Gibraleón. Allí dieron poder a varios procuradores, entre ellos a Juan Tocino para que defendieran que los indios “no los pusiesen en libertad”.

Gómez de Tapia tenía dos planes: uno primero que podríamos tildar de “plan A” que consistía en intentar disuadir el gobernador a través de emisarios. En primer lugar, pensó en la mediación del obispo de Panamá “para que no les quitase por ahora los dichos indios hasta adelante y que se doliese de la tierra”[18]. El mismo Gómez de Tapia, junto a “otros señores que tenían indios” fueron a ver al prelado que no parece que aceptara la posición de los rebeldes. Pero la opción no dejaba de ser descabellada porque desde 1549 Gómez de Tapia estaba descomulgado por el obispo ya que se negaba a pagar el diezmo de la teja.  También lo intentó con otras personas próximas al gobernador. Por ejemplo, Sebastián Pérez, un guipuzcoano, afincado en Panamá, criado del virrey dijo que Tapia lo visitó para que escribiese a su señor. Y éste le respondió “que no tenía que escribirle sino contra él que debía cumplir el gobernador lo que le habían mandado sobre la libertad de los indios…”. Este plan A era muy descabellado porque, de fracasar, el gobernador estaría informado de toda la conspiración como de hecho ocurrió.

Si el plan inicial fallaba estaba previsto iniciar rápidamente el plan B, que preveía cumplir con el mismo objetivo pero a través del uso de la fuerza. Lo primero que hizo Gómez de Tapia fue enviar a un mayordomo suyo Juan Rodríguez, Pedro Lomiño, Riquel y a un esclavo negro, llamado Machacao, a que fuera a su tejar, situado en Pacora a esconder a sus indios. Algunos de ellos, cuando los vieron llegar se escondieron, pero otros fueron sorprendidos. Aunque los indios “lloraban porque no querían ir con ellos”, los obligaron a marcharse con ellos al monte. Domingo, otro de los indios de Gómez de Tapia que consiguió esconderse declaro lo siguiente:

“Fueron allí Juan Rodríguez, mayordomo de Gómez de Tapia, y Palomino y Riquel, caballeros, habrá ocho días, y decían que iban huyendo de Panamá por la justicia e iba con ellos un negro que se llama Machacao que es del dicho Juan Rodríguez como llegaron allí querían tomar los indios que allí estaban para los llevar y los indios lloraban y no querían ir con ellos y Juan Rodríguez y Riquel y Palomino les decían que fuesen con ellos que los querían llevar a los pueblos que hacía el gobernador y que allí habrían de estar juntados sin comer y morir de hambre que no había qué comer ni pescado ni agua ni donde pasear y se llevaron a Martín y a Hernando, Francisco, Catalina Isabelica y Marenica hija de Hernando indios y se fueron con ellos”.

 

Eso ocurrió el 9 de diciembre de 1550, dos días antes de que pasara por allí Pedro Franco, enviado por las autoridades para recoger los indios de Gómez de Tapia.

En su estancia de Dachepo, Tapia había congregado a numerosos descontentos y prófugos de la ley. Así, por ejemplo, Francisco de Torres vecino de la ciudad declaró a la cuarta pregunta lo siguiente:

 

“Que hace dos meses fue llamado por Hernán López de Gibraleón para que fuese a casa de Gómez de Tapia y a San Francisco a dar poder sobre los dichos indios y que no quiso ir a la 6 dice que siempre Gómez de Tapia va con españoles unos que dicen que son mayordomos y otros criados y que en su casa recibe a hombres que vienen de Perú y otros de España y que le han dicho que acoge a hombres huidos”.

 

No era el único español que agrupaba en torno a sí a estos grupos de descontentos. Otros miembros de la oligarquía como Juan Fernández de Rebolledo o Hernando de Luque también lo hacían, simpatizando con los rebeldes peruanos, aunque más por intereses mercantiles que políticos[19].

Estos descontentos, junto a los señores de indios debían ser la base de la insurrección. Pero, dentro del alzamiento se quería actuar dentro de una cierta legalidad. Lo primero que se planteaban era nombrar alcaldes ordinarios para que con el apoyo de los descontentos armados “prendiesen al señor gobernador”. El objetivo no está claro porque hay contradicciones entre los testigos. No está claro si pretendían matar al gobernador y a su alguacil mayor o si pretendían enviarlo “a Lima o a Castilla” con varios regidores como declaro Pedro Márquez.

Pero, lo cierto es que el gobernador actuó con rapidez prendiendo a los principales cabecillas de la conspiración. Tanto los conspiradores como el gobernador tenían muy presente en su mente los hechos ocurridos en el Perú. Para colmo, Tapia estaba muy vinculado a Gonzalo Pizarro, pues, de hecho no sólo era paisano sino, como dijeron numerosos testigos, “deudo” de dicha familia[20].  Además era pariente o allegado de Pedro Alonso de Hinojosa, capitán general que fue de Gonzalo Pizarro[21]. De hecho, en una incursión del general Hinojosa a Panamá, enviado por Gonzalo Pizarro en 1545, había encontrado, como no, el apoyo y la simpatía incondicional del trujillano. Incluso en la entrada de los hermanos Hernando y Pedro de Contreras, hijos del gobernador de Nicaragua Rodrigo de Contreras, el trujillano se mantuvo al margen y no defendió la ciudad como hicieron otros miembros de la élite. Muchos testigos le echaron en cara al trujillano que se ausentase de la ciudad en vez de empuñar las armas en su defensa. Era obvio, que Gómez de Tapia llevaba años en la oposición política. Los insurrectos decían que Blasco Núñez de Vela, virrey del Perú, “se había perdido por otro tanto y lo habían muerto y que Su Majestad había mandado que cesase la libertad de los indios y que liberarlos era quitarles de comer a los españoles”. Además, muchos testigos, al igual que el propio gobernador, estaban convencidos de que los conspiradores serían capaces de llevar a efectos sus planes. Y lo tenían tan claro porque no hacía tanto tiempo que había ocurrido en el Perú. Por ejemplo, el 25 de enero de 1551 Martín de los Reyes declaro lo siguiente:

“A la décima pregunta dijo que sabe que en Indias ha habido muchas alteraciones por causa de los hombres que en ellas están que son muy atrevidos y de mal vivir los que no tienen y que los tiene por de calidad que por cumplir su voluntad acometerán cualquier cosa y que esto es público y notorio”[22].

 

Pero lo cierto es que no hacía falta remontarse al Perú. En la misma Panamá las intrigas de la élite encomendera habían obligado a los gobernadores precedentes a claudicar. Tanto Sancho de Clavijo, como Álvaro de Sosa y Rafael de Figuerola, gobernadores del istmo, sufrieron varios intentos de asesinatos y vieron peligrar sus vidas en diversas ocasiones[23].

Por fortuna, el gobernador consciente de la delicada situación a la que se enfrentaba, actuó con suma rapidez, deteniendo a Gómez de Tapia y a sus compinches. Es seguro que los conspiradores, al menos en esta ocasión, no se hubiesen quedado sólo en palabras. De no haberlos apresado a tiempo la conspiración podía haber triunfado porque una buena parte de la élite política y económica simpatizaba con la causa. Pedro Márquez fue sometido a torturas “sentándolo en un burro y potro de madera que está hecho para dar tormentos a los delincuentes donde le ataron los brazos y piernas con cordeles”. A Gómez de Tapia, por ser de los principales de la ciudad se le encerró en la cárcel hasta que por sentencia del 30 de enero de 1552 se ordenó su envío a España para que lo juzgasen los oidores del Consejo.

Como ya dijimos en páginas precedentes, nunca llegó a comparecer porque falleció de camino. No obstante, dentro de lo que cabe tuvo la suerte de enfermar en su ciudad natal, muriendo en compañía de sus familiares.

 

4.-CONCLUSIÓN

         La conspiración de Gómez de Tapia, guarda un notable paralelismo con la protagonizada por Gonzalo Pizarro en el virreinato del Perú. Pero este paralelismo no se produjo por casualidad porque Tapia y Pizarro no sólo eran paisanos, sino que había entre ellos una amistad y una simpatía tal que el primero estuvo implicado en la causa rebelde del segundo. De hecho, cuando Pedro Alonso de Hinojosa, mano derecha de Gonzalo Pizarro, fue a Panamá en 1545 en busca de apoyos, el trujillano Gómez de Tapia se convirtió en su principal aliado. Es decir, Gómez de Tapia conocía perfectamente la rebelión protagonizada por su paisano. Y ni siquiera el fatal desenlace de Gonzalo Pizarro, que Gómez de Tapia, conoció de primera mano, sirvió para disuadirlo de su intento de rebelión.

El trujillano sabía bien que era factible una marcha atrás en la promulgación de las Leyes Nuevas. Y lo sabía porque conocía bien los hechos ocurridos en el Perú, la muerte de Blasco Núñez de Vela y, pese a la derrota y al ajusticiamiento de su paisano Gonzalo Pizarro, la derogación de las Leyes Nuevas en el Perú.

Probablemente, la rebelión protagonizada por Gómez de Tapia en Panamá no fue sangrienta por la rápida actuación del gobernador Sancho de Clavijo. Los insurrectos estaban determinados a deponer al gobernador, hacer justicia y pedir al juez de residencia entrante la derogación de la ley.

El fatal destino de Gonzalo Pizarro no disuadió a Gómez de Tapia lo que provocó que tuviera un final igualmente trágico. No deja de ser curioso que dos de los alzamientos más importantes contra las Leyes Nuevas estuviesen protagonizados por sendos trujillanos. Ambos tuvieron suficientes recursos para llevar una existencia holgada, sin embargo decidieron vivir en el filo de la navaja. Ambos se convirtieron en baluarte de los encomenderos descontentos de sus respectivas regiones. Y finalmente, ambos tuvieron un destino más o menos trágico, acorde con la situación límite en la que quisieron vivir.

Y para acabar, quisiera plantear una reflexión: no deja de ser curioso que dos de los alzamientos más importantes contra la supresión de las encomiendas de indios estuviesen protagonizados por sendos trujillanos. Ambos tuvieron suficientes recursos para llevar una existencia holgada, sin embargo decidieron vivir en el filo de la navaja. Ambos se convirtieron en baluarte de los encomenderos descontentos de sus respectivas regiones. Y finalmente, ambos tuvieron un destino más o menos dramático, acorde con la situación límite en la que quisieron vivir. ¿Por qué Trujillo dio en el siglo XVI hombres de estas características? Es una pregunta para la que no tengo una respuesta clara. Probablemente, las luchas nobiliares de Extremadura en general y de Trujillo en particular fueron el caldo de cultivo idóneo para el surgimiento de este tipo de hombres luchadores, inconformistas y rebeldes.

 

 

 

 

 

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THOMAS, Hugh: Quién es quién de los conquistadores. Barcelona, Salvat, 2001

 

 

 

APÉNDICE DOCUMENTAL

 

APÉNDICE I

 

Sentencia dada por la justicia de Panamá contra Gómez de Tapia, natural de Trujillo, Panamá, 30 de enero de 1552

 

“Y después de lo susodicho, a treinta días del dicho mes de enero del dicho año de mil y quinientos y cincuenta y dos años, habiendo visto lo susodicho el señor licenciado Estrada, teniente del dicho señor gobernador en esta dicha ciudad y atenta la calidad de la causa y la provisión Real de Su Majestad que su merced del señor gobernador tiene de este oficio en que por ella se le manda que, cuando le pareciere que convenía enviar alguna persona de este reino ante Su Majestad con causa justa lo haga, según más largo se contiene en la dicha provisión Real. Y por excusar los inconvenientes que podrían ocurrir si se hubiese de aguardar a proseguir esta causa ordinariamente y porque le parece que conviene al servicio de Su Majestad y ejecución de su Real justicia dijo que la remitía y remitió la causa, proceso y persona del dicho Gómez de Tapia a Su Majestad y a los señores de su Real Consejo de Indias para que el dicho Gómez de Tapia y proceso sea embarcado en el primer navío que saliere del puerto de la ciudad de el Nombre de Dios, entregando al maestre de él para que lo lleve a buen recaudo con prisiones y se obligue de lo entregar a los jueces y oficiales de Su Majestad de la Contratación de Sevilla para que de allí lo envíen con el recaudo que les pareciere que va seguro ante Su Majestad al dicho su Real Consejo de Indias para que visto el dicho proceso y causa manden proveer justicia y lo que más convenga a su Real servicio y para ello se den cartas requisitorias en forma para que lo susodicho se cumpla y haya efecto. Testigos Diego Herreros y Lázaro del Águila, estantes y residentes en esta dicha ciudad, y firmolo (sic) el licenciado Estrada y yo Rodrigo Méndez, escribano de Su Majestad y de la gobernación de este reino de Tierra Firme a lo que dicho es presente fui y de ello doy fe y que va cierto y verdadero e hice aquí mi signo en testimonio de verdad. Rodrigo Méndez escribano de Su Majestad”.

(AGI, Justicia 354, N. 2, 1ª pieza).

 

APÉNDICE II

 

Interrogatorio presentado a petición de Gómez de Tapia, enfermo en Trujillo.

 

“Sebastián Rodríguez, en nombre de Gómez de Tapia, vecino de la ciudad de Panamá, dice que el gobernador de la provincia de Tierra Firme y su término le mandaron que se presentase con cierto proceso personalmente ante los del vuestro Real Consejo o ante los oficiales de la casa de la Contratación de Sevilla. Y él se presentó ante los dichos oficiales, los cuales le mandaron que dentro de cincuenta días se presentase ante los del vuestro Real Consejo personalmente so ciertas fianzas que para ello dio.

Y viniendo de camino para esta vuestra corte, adoleció en la ciudad de Trujillo de calenturas continuas y está en la cama muy malo y a punto de muerte como consta y parece por esta información que presenta a cuya causa no se pudo venir a presentar dentro del dicho término de los dichos cincuenta días hasta que esté bueno y convalecido para poder venir a esta vuestra corte a se presentar ante los del vuestro Real Consejo. Y mandé dar su cédula para los dichos oficiales de Sevilla para que por razón de no se haber presentado dentro de los dichos cincuenta días no molesten a los dichos sus fiadores que dio para que se presentara dentro del dicho término y para ello es. Sebastián Rodríguez.

En Trujillo, a veintinueve de diciembre del año de mil quinientos y cincuenta y dos, ante el licenciado Ayora, corregidor de Trujillo, y en presencia del escribano de la ciudad de Trujillo, Diego de Morales, pareció en nombre de Gómez de Tapia, Diego Hernández, vecino de Trujillo, y presentó el poder que le otorgó Gómez de Tapia dado en Trujillo el día veintinueve del mes de diciembre del año de mil quinientos y cincuenta y dos. Y dijo que viniendo de camino Gómez de Tapia camino de la corte que, en Trujillo, le sobrevino una enfermedad grave de que estoy en la cama con harto temor de la vida. El veintinueve de diciembre se comenzó una información sobre el tenor. Se tomó juramento del doctor Marcos de Orellana, médico vecino de la dicha ciudad, y dijo que ha visto al dicho Gómez de Tapia echado en cama el cual tiene unas calenturas de colora y flemas y con gran flaqueza de riñones y abundancia de flemas y otra vez ha tenido piedra de vejiga y riñones  y cae en una enfermedad que se llama estrangurria[24],  está muy flaco y descarnado y tiene poca gana de comer y hay temor de su vida si la enfermedad persevera y que por esto, según regla de medicina, no le conviene meterse en camino.

Testigo García Rodríguez médico (firma como García Rodríguez, bachiller); declaró este testigo que tiene muchas calenturas y muchas flemas y flaqueza de riñones y piedra y es muy perjudicial a su vida ponerse en camino.

Blas de Herrera, vecino de Trujillo, declaró que hoy veintinueve de diciembre lleva seis días con gran flaqueza que hay riesgo de su vida si sigue el camino porque ningún día le falta calentura.

El testigo Pedro Hernández de Ontiveros, criado del dicho Gómez de Tapia, declaró lo mismo a esta pregunta.

(AGI, Justicia 354, N. 2, 1ª pieza).

 

 

APÉNDICE III

 

Testimonio de Alonso de Tapia, albacea testamentario del difunto Gómez de Tapia.

 

“Muy poderosos señores: Alonso de Tapia, vecino de la ciudad de Trujillo, como albacea testamentario de Gómez de Tapia, ya difunto, vecino de la ciudad de Panamá que es en Tierra Firme, dice que Sancho de Clavijo, gobernador de la dicha provincia hizo cierto proceso contra el dicho Gómez de Tapia y juntamente con él le envió preso a la Casa de la Contratación de Sevilla para que de allí le enviasen a este vuestro Real Consejo y los oficiales de la dicha casa sobre fianzas le mandaron que se presentase en vuestro Real Consejo dentro de cincuenta días y viniendo de camino cayó malo en la ciudad de Trujillo y por causa de su dolencia por vuestra alteza le fue prorrogado el dicho término otros treinta días más so ciertas fianzas las cuales él dio que son éstas que presento y durante el dicho término el dicho Gómez de Tapia falleció y pasó de esta presente vida como consta por este testimonio que presento. Suplico a Vuestra Alteza mande dar por libres a los fiadores que dio así en la ciudad de Sevilla como en Trujillo y porque se vean los agravios e injusticias que el dicho gobernador hizo al dicho Gómez de Tapia el cual fue causa de su muerte y se vea su inocencia y estar sin culpa y él en su nombre quiere seguir el dicho negocio suplica se le mande dar el dicho proceso para que lo vea un letrado y diga y alegue lo que le conviene y para ello. Sebastián Rodríguez.

En la villa de Madrid a diez días del mes de febrero del año de mil quinientos y cincuenta y tres, Sebastián Rodríguez, en nombre de Alonso de Tapia, albacea testamentario de Gómez de Tapia, los del Consejo mandaron que se le de un traslado del proceso.

En Trujillo, a dieciséis días del mes de enero del año de mil quinientos y cincuenta y tres, ante el licenciado Bautista de Ayora, juez de residencia  y corregidor de Trujillo y su tierra  y en presencia de Francisco de Amarilla, escribano publico, parecieron presentes Pedro Barrantes y Alonso Ruiz, vecinos de la ciudad de Trujillo, y dijeron que por cuanto el señor Sancho de Clavijo, gobernador de la ciudad de Panamá y su alcalde mayor  mandaron a Gómez de Tapia, vecino que era de Panamá y natural de Trujillo se presentase ante los señores oficiales de la Casa de la Contratación de la ciudad de Sevilla en cierto término y por cierta pena y el dicho Gómez de Tapia en cumplimiento de lo a él mandado había venido de la dicha ciudad de Panamá a la de Sevilla y se había presentado a te los oficiales de la Casa y los dichos oficiales le mandaron que dentro de cincuenta días se presentase ante los oidores del Real Consejo de Indias y para ello diese fianzas de diez mil ducados de oro que en el dicho término se presentaría  pero enfermó y los oidores del Consejo de Indias le dieron un nuevo plazo de treinta días pasados los cincuenta primeros”.

(AGI, Justicia 354, N. 2, 1ª pieza).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EL ALZAMIENTO DEL TRUJILLANO GÓMEZ DE TAPIA:

UN PARALELO DE GONZALO PIZARRO EN PANAMÁ

(RESUMEN)

 

En esta comunicación estudiamos la figura del trujillano Gómez de Tapia. El aporte es significativo para la historia de Trujillo y de América por dos motivos: primero, porque se sabían cosas de Gómez de Tapia pero la historiografía desconocía que nació y murió en Trujillo.

Y segundo, porque protagonizó un alzamiento contra las autoridades reales de Panamá, similar al que en su día protagonizó el también trujillano Gonzalo Pizarro, aunque de mucho menor alcance. En esta ocasión, y después de la experiencia peruana, las autoridades estuvieron atentas y cortaron la rebelión antes de que consiguiesen hacerse con un mayor número de adeptos y de recursos.

Tanto los rebelados como las autoridades tuvieron muy presente la experiencia de lo protagonizado en Perú por Gonzalo Pizarro.

 



[1] La idea parte de documentos del mismo siglo XVI, pues, en el parecer de Yucay ya se le acusaba de tal idea. Incluso, afirma que el emperador lo habría hecho de no ser por la sensata intervención de Francisco de Vitoria, quien al parecer le pidió que no las abandonase pues “se perdería la cristiandad. No obstante, algunos estudiosos dudan de que realmente el padre Las Casas le hubiese aconsejado a Carlos V el abandono de las Indias. Sobre dicha polémica puede verse la obra de GUTIÉRREZ, Gustavo: Dios o el oro en las Indias. Lima, Instituto Bartolomé de Las Casas, 1990, págs. 65-68 y 86-87.

[2] Una buena transcripción de las mismas se encuentra en MORALES PADRÓN, Francisco: Teoría y leyes de la Conquista. Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1979, págs. 428-440.

 [3] MIRA CABALLOS, Esteban: El indio antillano: repartimiento, encomienda y esclavitud. Sevilla, Muñoz Moya, 1997, pág. 349.

[4] EUGENIO MARTÍNEZ, María Ángeles: Tributo y trabajo del indio en Nueva Granada. Sevilla, E.E.H.A., 1977, pp. 32 y ss.

[5] BENZONI, Girolamo: Historia del Nuevo Mundo. Madrid, Alianza Editorial, 1989, pág. 124.

[6] SARABIA VIEJO, Mª Justina: Don Luis de Velasco, virrey de Nueva España, 1550-1564. Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1978, pág. 478.

[7] Véase a este respecto LOHMANN VILLENA, Guillermo: Las ideas jurídico-políticas de la rebelión de Gonzalo Pizarro. Valladolid, 1977.

[8] LÓPEZ DE GÓMARA, Francisco: Historia general de las Indias, T. I. Barcelona, Ediciones Orbis, 1985, pág. 268.

[9]NAVARRO DEL CASTILLO, Vicente: La epopeya de la raza extremeña en Indias, Granada, Gráficas Solinieve, 1978; BERMÚDEZ PLATA, C.: Catálogo de pasajeros a Indias, Sevilla, 1940-1946. HURTADO, Publio: Los extremeños en América. Sevilla, 1992.

[10]Junto su nombre y a su destino, Panamá, figura un dato erróneo, pues cifra su óbito en 1571 cuando en realidad lo hizo en 1553. SÁNCHEZ RUBIO, Rocío: La emigración extremeña al Nuevo Mundo. Exclusiones voluntarias y forzosas de un pueblo periférico en el siglo XVI. Madrid, Enclave 92, 1993, pág. 729

[11] Nada tiene que ver con Andrés de Tapia, leonés nacido en 1496 amigo personal de Cortés, con quien estuvo en la conquista del imperio azteca e incluso en la fallida campaña de Argel. Véase, por ejemplo, MAÑUECO BARANDA, Tello: Diccionario del Nuevo Mundo. Todos los conquistadores. Valladolid, Ámbito, 2006, págs. 299-300. Tampoco parece tener relación con el placentino Alonso de Tapia que partió rumbo a las Indias el 18 de agosto de 1517. THOMAS, Hugh: Quién es quién de los conquistadores. Barcelona, Salvat, 2001, pág. 264.

[12] Casi todos los datos de su biografía proceden del proceso contra Gómez de Tapia, tramitado por el fiscal de la audiencia de Panamá, 1552. AGI, Justicia 354, N. 2, 1ª pieza.

[13] Vid. SCHÄFER, Ernesto: El Consejo Real y Supremo de las Indias, T. II. Salamanca, Junta de Castilla y León, 2003, pág. 482.

[14] Así lo declaró Cristóbal Pizarro en Trujillo el 10 de febrero de 1553. AGI, Justicia 354, N. 2, 1ª pieza. Los Tapia de Trujillo tenían su enterramiento en la iglesia de Santiago, donde se conservan varios sepulcros de distintos miembros de esta linajuda familia.

[15] MENA GARCÍA, Mª del Carmen: La sociedad de Panamá en el siglo XVI. Sevilla, Diputación Provincial, 1984, págs. 351-352.

[16] Al igual que ocurre con Gómez de Tapia, tampoco Pedro Márquez aparece en los catálogos clásicos de emigrantes españoles o extremeños a las Indias. Ni tan siquiera aparece citado en el extenso catálogo de emigrantes extremeños del quinientos de la ya citada profesora Sánchez Rubio.

[17] Los datos están extraídos de su propia declaración en el interrogatorio que le practicó el fiscal en Panamá el 29 de diciembre de 1551. AGI, Justicia  354, N. 2, 1ª pieza.

[18] Declaración de Sancho de Tofiño, mercader, estante en la ciudad de Panamá.

[19] MENA GARCÍA: Ob. Cit., pág. 304.

[20] Eso declaró, por ejemplo, Juan de Reinaga, natural de Bilbao. Juan de Lares, en cambio, afirmó que había oído decir que era “pariente de deudos de Gonzalo Pizarro”.

[21] Prácticamente así lo declararon todos los testigos. Juan Tocino, Martín Delgado y Martín de los Reyes lo afirmaron claramente. El malagueño Rodrigo de la Fuente preciso aún más al decir que Tapia era “pariente cercano del general Pedro de Hinojosa”.

[22] Otro testigos, Juan de Umana, escribano público de la ciudad se expresó en términos similares: “A la décima pregunta dijo que sabe que la mayor parte de la gente que han estado mucho tiempo en Indias son diabólicos, informales y atrevidos para cometer cualquier cosa por lo que de ellos ha conocido y visto”.

 

[23] MENA GARCÍA: Ob. Cit., pág. 304.

[24] Según e diccionario de la R.A.E. también llamada estangurria que es una “micción dolorosa, gota a gota, con tenesmo a la vejiga”.

Oct 012006
 

Esteban Mira Caballos.

I.- INTRODUCCIÓN

Como no podía ser de otra forma, la conquista de América se llevó a cabo con una dramática violencia. Se utilizaron técnicas terroristas de forma sistemática para amedrentar a los indios que eran muy superiores en número, hubo matanzas sistemáticas de caciques y no pocos casos de extrema crueldad.

Pero nadie debe rasgarse las vestiduras. Desde la antigüedad clásica hasta pleno siglo XX la irrupción de los pueblos “superiores” sobre los “inferiores” se vio como algo absolutamente natural y hasta positivo. El colonialismo se justificó no como una ocupación depredadora sino como un deber de los pueblos europeos de expandir una cultura y una religión superior. Hasta muy avanzado el siglo XX, con la promulgación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), no ha habido realmente una legislación protectora de los pueblos indígenas[1]. Aún hoy, el genocidio sobre los indios guatemaltecos o brasileños sigue siendo una praxis recurrente, en medio de la indiferencia mundial.

E. G. Bourne comparó la actuación de Roma con Hispania, a la de los españoles con América. Y aunque lo hizo con el objetivo de elogiar a España lo cierto es que ambos acontecimientos generaron una gran destrucción física y cultural. Y es que el “colonialismo Imperialista”, utilizando terminología de Max Weber, ni lo inventó España ni empezó con la conquista y colonización de América, sino en la Antigüedad.

Pero, incluso, mucho antes, en el Neolítico, se dio lo que Marshall D. Sahlins ha llamado la “ley del predominio cultural”[2]. En realidad era más bien una praxis. Ésta provocó que los grupos neolíticos desplazaran a los nómadas a lugares inhóspitos y aislados, abocando a muchos de ellos a su extinción.

Así, pues, llamémosle “ley de predomino cultural”, “capitalismo imperialista” o de cualquier otra forma, pero la realidad es que el sometimiento de unos pueblos a otros ha sido una constante en la Historia. Y por si fuera poco, el siglo XX ha sido el más genocida de la historia de la Humanidad. Aún hoy, algunos gobiernos de países Hispanoamericanos practican políticas cuanto menos etnocidas con sus comunidades indígenas. Las violaciones de mujeres han sido un fenómeno recurrente en todas las guerras de conquista hasta el mismísimo siglo XX. Conocidas son las violaciones de alemanas por los soldados soviéticos en la II Guerra Mundial o las del ejército servio en los Balcanes en tiempos mucho más recientes. Y ello, porque en medio del horror de la guerra el hombre puede ser capaz de lo peor.

En este trabajo vamos a analizar un documento inédito, localizado en el Archivo General de Simancas, fuente inagotable de información al igual que el de Indias. Dicho manuscrito nos aporta bastantes datos sobre el cacereño Alonso de Cáceres, caso prototípico del conquistador y, sobre todo nos permite aportar más luz a la cuestión del etnocidio indígena[3]. Sale a relucir también la figura del protector fray Tomás Ortiz, un extremeño no menos controvertido que el propio Cáceres.

El litigio tiene tanto más interés cuanto que no abundan entre la documentación española los juicios específicos a españoles por el asesinato de indios. Y ello muy a pesar de que fue la propia Reina Isabel “La Católica” la que los convirtió, hacia 1500 en vasallos de la Corona de Castilla[4].

Hace algunos años estudiamos el primer proceso específico por malos tratos a los indios instruido en el continente americano[5] y nos quedaron no pocas interrogantes sobre la evolución posterior de este tipo de pleitos. Por eso, este juicio de 1531 nos permite analizar la evolución de estos litigios entre 1509 y 1531. Preguntas como ¿se continuaron utilizando testigos indios en los juicios?, ¿qué autoridad fue la competente para juzgar los casos de indios?, ¿se siguieron apelando estos casos a instancias superiores en el reino de Castilla?. Son preguntas a las que intentaremos dar respuesta en las páginas que siguen.

2.-¿POR QUÉ SE JUZGÓ EL ASESINATO DE ESTE INDIO?

Una de las primeras cuestiones que se nos plantean en este momento es por qué en plena vorágine conquistadora, donde perecieron directa o indirectamente miles de indios, se planteó una cuestión tan puntual como la muerte de un aborigen. Un desgraciado indígena del que ni tan siquiera salió a relucir su nombre, tan sólo un par de testigos mencionaron que creían que era propiedad de un español llamado Saavedra o de San Martín. Y todo ello en un entorno tan difícil como ese, donde la resistencia de los indios y la rivalidad entre los propios españoles desdibujaban la sutil línea que separaba lo legal de lo ilegal. Asesinatos de indios, saqueos, pillajes y violación de derechos humanos se daban continuamente en esos momentos en todas las gobernaciones de Tierra Firme, en Santa Marta, en el golfo de Urabá, en el río Grande y en Cartagena, donde las entradas de saqueos de los españoles eran continuas.

Para empezar, debemos establecer una doble división, entre indios de paz o guatiaos e indios de guerra, que los primeros colonos indianos tuvieron muy clara. Aunque el concepto “guatiao”, de origen taíno, implicaba un compadrazgo entre dos indios o entre un español y un indio[6] lo cierto es que, pasados unos años tras la conquista, los españoles atribuyeron al término una conceptualización más amplia. Sencillamente, se utilizó como sinónimo de indios de paz en contraposición al indio Caribe o de guerra[7].

Pues, bien, supuestamente era a estos indios de paz a los que afectó durante las primeras décadas de la colonización toda la legislación protectora. Desde 1503 se podían combatir y capturar indios Caribes y, desde 1506 esclavizar a aquellos nativos que hubiesen sido rescatados a los propios aborígenes[8]. Y todo esto se mantuvo así hasta las Leyes Nuevas de 1542 en que se dispuso que los indígenas no se pudiesen esclavizar bajo ningún concepto, ni siquiera por guerra o rebelión. Asimismo, a los que estuviesen sometidos a esclavitud con anterioridad se compelió a sus propietarios a que mostrasen título de legítima propiedad.

Pero, en plena vorágine conquistadora, que supuso la muerte de infinidad de aborígenes, muchos de ellos por enfermedades pero no pocos también por las atrocidades del grupo dominante habría que preguntarse: ¿por qué en esta ocasión si fue juzgado y condenado el español que los cometió?

Pues, bien, nos ha bastado indagar un poco en el contexto histórico de Santa Marta para comprender la realidad. La costa de Tierra Firme fue descubierta por el sevillano Rodrigo de Bastidas quien, hacia 1525, fundó la localidad de Santa Marta. Tras la muerte violenta de Bastidas hubo varios gobiernos interinos y de poca duración hasta que el 20 de diciembre de 1527 el burgalés García de Lerma firmó una capitulación que le confería la gobernación y la capitanía general de Santa Marta[9]. La situación era crítica tanto por la belicosidad de los indios -buena parte de ellos alzados- como por las rivalidades entre los propios españoles que provocaron la muerte del mismísimo Bastidas. En este contexto la Corona decidió asignar al gobernador burgalés unos poderes excepcionales para restablecer el orden en dicha demarcación territorial. Lerma tuvo siempre dos obsesiones: una, expulsar de su gobernación a posibles rivales españoles, y otra, enriquecerse, él y sus deudos, con razias para capturar esclavos en el golfo de Urabá y en los límites de la vecina gobernación de Cartagena[10]. Incluso, llegó a pedir en 1532 que no nombrase gobernador de Cartagena idea que obviamente fue rechazada por la Corona, cuando Pedro de Heredia fue nombrado para dicha gobernación.

Y curiosamente el encausado, Alonso de Cáceres, era regidor de Santa Marta, miembro de la élite local y mantenía una agria enemistad con García de Lerma. La oportunidad le debió parecer única al burgalés para quitarse del medio a un poderoso rival. El acusado, un despiadado esclavista con muchos asesinatos de indios a sus espaldas igual que el propio Lerma, se defendió inútilmente afirmando que el indio acuchillado no era un guatiao sino un esclavo capturado en buena guerra. Y probablemente no le faltaba razón, pero de guerra o de paz, este crimen en particular -uno entre cientos- sí iba a ser juzgado y todo el peso de la ley -que hacía muy esporádicas apariciones- caería sobre él.

3.-EL PROTECTOR DE INDIOS FRAY TOMÁS ORTIZ

Las diligencias las inició, a primero de abril de 1531, el protector de indios de Santa Marta, que era nada más y nada menos que el extremeño fray Tomás Ortiz. Resulta cuanto menos curioso que un religioso que se había distinguido por su odio hacia los indios, en particular hacia los cumanagotos, y que además estaba duramente enfrentado con el creador de la institución, fray Bartolomé de Las Casas, ostentara el cargo de protector. Incluso, se da la circunstancia de que varios testigos declararon que el protector había azotado a este indio con anterioridad por alzarse contra los españoles. Miguel Zapata, testigo presentado en su defensa por Alonso de Cáceres, afirmó que, siendo informado el protector de lo que el indio había hecho contra los españoles “le dio muchos palos con una macana que si no le rogaran que no le diera más lo acabara de matar”[11]. Merece la pena que nos detengamos en la figura, un tanto peculiar, de este dominico. Y digo peculiar porque, en honor a la verdad, también debemos reconocer que su posicionamiento fue excepcional dentro de su Orden, donde personajes de la talla de fray Antón de Montesinos, fray Pedro de Córdoba y el padre Las Casas entre otros muchos, habían alzado su voz en defensa de los indios, aunque fuese en el desierto, como aseveraba el propio Montesinos.

Fray Tomás Ortiz era un dominico profeso en el convento de San Pablo de Sevilla y natural de Calzadilla de los Barros (Badajoz)[12]. Al parecer, fue éste el primer dominico que, encabezando a un grupo de correligionarios, llegó a la Nueva España[13]. A mediados de 1520, tras un alzamiento de los indios en Chichiribichi y en Cumaná -en la actual costa venezolana-, varias misiones dominicas, que habían sido mandadas establecer por fray Pedro de Córdoba y el propio fray Bartolomé de Las Casas, fueron arrasadas y sus moradores asesinados. El propio fray Tomás Ortiz se libró de una muerte segura porque el azar quiso que, cuando sucedieron los hechos, no se encontrase en dicho cenobio. Con el dolor de lo acontecido en su corazón se personó en España y, hacia 1525, ante el Consejo de Indias, leyó un acalorado informe atribuyendo a los indios cumanagotos los peores calificativos imaginables. Habían pasado casi cuatro años desde los sucesos pero el tiempo transcurrido no fue suficiente para aplacar los ánimos exaltados del dominico que utilizó contra los indios calificativos como caníbales, traidores, vengativos, haraganes, viciosos, ladrones, etcétera. Y la conclusión de todo ello no podía ser mas contundente: “Éstas son las propiedades de los indios, por donde no merecen libertades”[14]. Esta disidencia de la línea oficial dominica debió debilitar mucho la firme posición que en defensa de los indios habían sostenido otros dominicos de grata memoria. Y las consecuencias prácticas de esos planteamientos neo-aristotélicos fue el retraso, hasta 1542, de la prohibición de esclavitud del indígena, esbozada ya en sus líneas fundamentales por la Reina Católica a principios del quinientos.

El informe del extremeño levantó duras críticas dentro de su propia Orden, sobre todo de fray Bartolomé de Las Casas que nunca le perdonó estas palabras[15], y en tiempos recientes por la historiografía lascasista. Efectivamente, ya en nuestro siglo Giménez Fernández aportó datos para demostrar las actividades económicas del dominico extremeño. Incluso, utilizando una cita de Bernal Díaz del Castillo, llega a decir que cuando llegó a México en 1526 como vicario general de la Orden, sus mismos compañeros decían que “era más desenvuelto para entender negocios que no para el cargo que tenía”[16].

Pese a que Fernández de Oviedo lo calificó de “gran predicador”[17] parece evidente que fray Tomás Ortiz no era el mejor de los candidatos para ocupar la protectoría, cargo que ostentara por primera vez su gran enemigo Las casas. Un puesto creado para proteger a unos indios a los que fray Tomás Ortiz no parecía profesarles un especial aprecio. También es cierto que una persona así era la única que García de Lerma podía aceptar en una tierra de frontera, donde el pillaje, la ambición, las envidias y los asesinatos eran moneda de uso frecuente.

Según Giménez Fernández, el 25 de enero de 1531 fray Tomás Ortiz fue revocado del cargo de protector de Santa Marta[18], pero lo cierto es que hasta abril de ese mismo año estuvo entendiendo en el pleito, en calidad de protector. Desconocemos hasta que año ejerció el cargo de protector en Santa Marta, porque la única referencia que tenemos es que en enero de 1540 desempeñaba ese puesto un tal Juan de Angulo[19].

Pese a lo dicho, debemos reconocer que en este pleito concreto el dominico se atuvo a la legalidad vigente. Por ello, instruyó el caso y, una vez que supo que se trataba de una causa penal -cumpliendo la legalidad vigente- lo dejó en manos del gobernador. Las atribuciones del protector de indios eran justo las mismas que por aquel entonces tenía el protector de Cuba, fray Pedro Ramírez, es decir: la facultad para nombrar visitadores y la instrucción y fallo de procesos por una cuantía inferior a los cincuenta pesas de oro y diez días de privación de libertad. En causas merecedoras de una multa de menor cuantía o en delitos de sangre el protector se debía limitar a informar al gobernador para que, en colaboración con las autoridades judiciales, dictaran sentencia[20].

4.-EL ENCAUSADO: EL CONQUISTADOR ALONSO DE CÁCERES

Si particular era el acusador no menos especial era la figura del encausado. Un extremeño que pasa por ser un prototipo del conquistador de primera generación. Un tipo ambicioso que, como tantos otros -Pizarro, Cortés, Balboa, Soto, etc.- llegó a enfrentarse violentamente con otros Adelantados y Conquistadores que tenían objetivos similares a los suyos. Ello provocó que, en apenas dos décadas, fuera participando sucesivamente en la conquista de Santa Marta, Cartagena de Indias, Honduras y Perú, acabando sus días en la región de Arequipa, a varios miles de kilómetros de donde empezaron sus ambiciones expansionistas. Pero, si entre los españoles destacó por su ambición, con respecto a los desdichados aborígenes se mostró cruel y despiadado, lo cual se puede verificar en las múltiples y dramáticas jornadas de saqueos y pillaje que protagonizó.

Sabemos muy poco de sus orígenes, ni de su vida en su Cáceres natal antes de su partida a América. El problema radica en que su nombre es tan común que al menos tres homónimos partieron de Cáceres rumbo al Nuevo Mundo en el primer cuarto del siglo XVI[21].

En cambio, sí que sabemos la fecha de su nacimiento que debió ocurrir en 1506 o en 1507, pues, en 1533 declaró tener 26 años, mientras que tres años después, es decir, en 1536, manifestó tener 30[22].

Queda claro, pues, que no tiene nada que ver con el encomendero y miembro de la elite local que encontramos desde principios del quinientos asentado en la villa de Lares de Guahaba en la Española, ni con el contador de Panamá que murió en la década de los treinta. En 1515 tenemos constancia de que un Alonso de Cáceres fue a las órdenes de Pedrarias Dávila, a la conquista de Castilla del Oro, y nada tiene de particular que fuese el regidor ya citado de Lares de Guahaba[23]. Por ello, sospechamos que los dos homónimos de la Española y de Panamá sean la misma persona.

Retomando el hilo de nuestro conquistador, es decir, del reo Alonso de Cáceres, lo encontramos en Santa Marta, participando con el gobernador García de Lerma en numerosas entradas en la zona del Río Grande. Al final, la codicia de ambos les llevó a un duro enfrentamiento entre ellos que terminó, tras este juicio que ahora analizamos, con la expropiación de sus bienes y el destierro del primero.

Tras su expulsión de Santa Marta decidió ir a la vecina gobernación de Cartagena de Indias. Allí, se hizo amigo del gobernador, Pedro de Heredia, con quien participó activamente en las entradas de Abreva y en el descubrimiento y sometimiento de la zona del río del Cenú. En esta gobernación volvió a tener un papel muy activo en su conquista, derrotando al belicoso cacique Yapel. Luego, tras descubrir el río Cauca, se dirigió en compañía del hijo del gobernador, a la zona del río Catarapá, donde fundaron la ciudad de Tolú, en la actual Colombia.

Pese a sus éxitos bajo las órdenes de Pedro de Heredia, nuestro funesto y ambicioso personaje no olvidó su odio hacia su antiguo jefe. Por ello, allí fraguó su venganza contra García de Lerma al remitir al Rey una información en la que le acusaba de hacer entradas hasta el río Magdalena que pertenecía a Cartagena, capturando esclavos, haciendo malos tratamientos a los indios y provocando el alzamiento del resto[24]. Resulta cuanto menos curioso que Alonso de Cáceres que había ayudado activamente a Lerma en esas mismas entradas pocos años atrás y que tenía a sus espaldas una condena por un delito de sangre con un indio lo acusase de lo mismo por lo que él había sido juzgado. Era la manifestación clara del odio y del desprecio que sentía por la persona que consintió y avaló su desterró. Pese a ello, es obvio que García de Lerma tenía más o menos los mismos valores que su enemigo Cáceres por lo que hizo oídos sordos a todas estas quejas y continuó sometiendo a sangre y fuego los territorios colindantes a su gobernación, pues nunca renunció a su expansión.

En Cartagena de Indias el cacereño consiguió amasar otra fortuna, y ello a pesar de que, tras la expropiación de sus bienes en Santa Marta, tuvo que empezar de cero. Este nuevo enriquecimiento se debió en gran parte a la gran cantidad de oro que obtuvo del saqueo del cementerio indígena del Cenú. De esta forma, tardó muy poco en encumbrase de nuevo entre la élite económica y política de la gobernación. De hecho, en 1537, lo encontramos nada menos que de regidor del cabildo de Cartagena de Indias, junto a Alonso de Montalbán y Gonzalo Bernardo de Somonte[25], mientras que poco después figuraba como titular de la encomienda de Tameme[26]. Pero, sus ansias de poder y de dinero eran tales que terminó nuevamente enfrentado con el gobernador, en esta ocasión con Pedro de Heredia. Así, el 6 de marzo de 1539 Pedro de Heredia presentó una probanza en la que lo incluía entre sus enemigos capitales. Y ello, en respuesta a unos testimonios en su contra que él y otros conquistadores habían alegado en su juicio de residencia. El gobernador intentó demostrar que esas acusaciones vertidas contra él se debieron a la promesa del licenciado vadillo de repartir entre todos ellos 200.000 pesos de oro[27].

Pero, cuando todo este cruce de acusaciones ocurría en Cartagena ya no debía estar allí Alonso de Cáceres, pues, desde finales de 1537, lo tenemos localizado en la conquista de la gobernación de Honduras, en compañía del conquistador salmantino Francisco de Montejo. Como es bien sabido, el salmantino había firmado una capitulación con el Rey en 1537 por la que se le nombraba gobernador de esta demarcación centroamericana. Convencido Montejo de las dotes bélicas de Alonso de Cáceres, le encomendó la pacificación del Valle de Comayagua, donde fundó en ese mismo año el pueblo de Santa María[28]. Al parecer, en recompensa por los eficaces servicios prestados se le otorgaron las encomiendas de los cacicazgos de Arquín, Inserquin y Tomatepec[29].

Pero tampoco estas prebendas fueron suficientes para asentar al intrépido conquistador que, pocos años después, lo volvemos a encontrar luchando en otra lejana región. Nada menos que en territorios del antiguo imperio Inca, luchando primero contra Almagro, y posteriormente, contra el insurrecto Gonzalo Pizarro[30]. En recompensa por sus servicios, hacia 1541, recibió la encomienda de los indios Arones Yanaquihua, asentados en los pueblos de Granada, Antequera y Porto[31]. Ocho años después, concretamente en 1549, le fueron entregados en encomienda los indios del poblado de San Francisco de Pocsi que, en 1561, tributaban anualmente la nada despreciable cifra de 3.600 pesos[32]. En Arequipa ostentó el cargo de Corregidor pero, según Publio Hurtado, poco después fue nombrado Adelantado de Yucatán extremo que de momento no hemos podido verificar por ninguna fuente primaria.

Así, pues, en Arequipa perdemos el rastro de nuestro intrépido y despiadado conquistador. Probablemente, uno más de tantos otros españoles que se vieron implicados en la vorágine de la conquista.

5.-EL PROCESO

El proceso tuvo dos partes bien diferenciadas: la primera en que inició las pesquisas el protector de indios fray Tomás Ortiz y, cuando tuvo la certeza de que era una causa penal, acatando la legislación, pasó el proceso al gobernador, iniciándose así la segunda parte del juicio.

Los hechos se desencadenaron en enero o febrero de 1531 cuando, en una entrada que los españoles hicieron a la provincia del Río Grande, en la gobernación de Santa Marta, Alonso de Cáceres mató a un indio supuestamente de paz. La fecha exacta de la campaña y del asesinato no la conocemos, pues, lo más que concretan algunos testigos es que ocurrió “en un día de los meses de enero o febrero”. Una vez que el protector de indios tuvo noticia de la muerte de un indio por Alonso de Cáceres comenzó las gestiones para juzgar los delitos.

Hacia primero de abril de 1531, recibió juramento de cuatro testigos españoles que estuvieron presentes en la citada campaña. Curiosamente, y aunque hubo también múltiples testigos indios, el protector tan solo interrogó a cuatro españoles. Y es que, aunque en un pleito similar ocurrido en 1509 sí hubo testigos indios, lo cierto es que en años posteriores desgraciadamente se suprimió esta costumbre. Y aunque, según Lewis Hanke, los Jerónimos de la Española recibieron órdenes para que el testimonio de un indio valiese como el de un español, salvo que «un juez real ordenase lo contrario», todo parece indicar que esta medida no llegó a tener aplicación práctica[33]. Ya en el juicio de residencia tomado al licenciado Altamirano en Cuba hacia 1525 se afirmaba que no era costumbre tomar juramento a los indios en los juicios porque eran “incapaces” y no sabían “qué cosa es juramento”[34]. De todas formas, encontramos pleitos posteriores en los que aparecían algunos testigos indios: en 1555 en el pleito por la libertad de una india llamada Isabel, propiedad de Beatriz Peláez, vecina de Jerez de la Frontera, declararon nada menos que tres indios: Juan, propiedad de Benito de Baena, María Rodríguez, india libre desposada con Juan Rodríguez y Esteban de Cabrera, de 84 años que servía en una casa de la collación de San Julián[35]. También en un pleito similar, llevado a cabo en Sevilla en 1575 se utilizó como testigo a un indio llamado Juan[36].

Sea como fuere, lo cierto es que en los pleitos dirimidos en América o no se utilizaron o se hizo pero con muchas limitaciones. De hecho, el 26 de abril de 1563, la audiencia de Lima dispuso que el testimonio de dos indios varones o de tres indias valiese como el de un español mientras que, poco más de una década después, el virrey Toledo dispuso que el testimonio de seis indios equivaliese al de un español[37].

Los entrevistados fueron García de Setiel, Juan Tafur, Diego Pizarro y Lope de Tavira, todos ellos testigos presenciales de lo ocurrido. Sus testimonios fueron bastante similares, puesto que se plantean los hechos desde el mismo punto de vista. La entrada, al parecer, se dirigió exactamente a un pueblo de indios que, según Juan Tafur, los españoles bautizaron como Pueblo del Río Deseado[38].

Según afirmaron todos ellos, en esa expedición padecieron mucha escasez de agua. Del desdichado indio en cuestión ya hemos dicho que ningún testigo supo decir ni tan siquiera su nombre español. Tan sólo, López de Tavira acertó a decir que era propiedad de un español llamado “San Martín”, extremo que repitió un testigo llamado Gómez de Carvajal al aseverar que era un nativo que se había dado “a San Martín o a Saavedra”[39].

Al parecer, el indio portaba “una arroba de carga y más una cadena con su candado de hierro, que pesara a su parecer hasta ocho o diez libras, al pescuezo”[40] . Tras caminar cinco o seis leguas sin encontrar el tan ansiado elemento líquido el desventurado indio comenzó a “desmayar”, cosa que le ocurrió al menos en dos ocasiones. Con la mala suerte de que la segunda vez no fue capaz de incorporarse, acudiendo García de Setiel con una caña delgada para darle “ciertos azotes”. Sin embargo, Diego Pizarro, testigo presencial, afirmaba que no fueron exactamente “ciertos azotes” sino una buena ristra de “puñadas y de palos”[41]. Seguidamente el indio se incorporó y cogió un palo para atacarle. En ese momento, Alonso de Cáceres, que estaba viendo todo lo sucedido desde la retaguardia, acudió con su caballo, se bajó de él, y le cortó la mano primero para acuchillarlo después. López de Tavira tan solo introduce un matiz con respecto a los otros testigos: afirma que cuando llegó Alonso de Cáceres junto al indio le empezó a dar “con el regatón de la lanza” y que, tras ello, el indio atacó a Cáceres con el palo y entonces fue cuando se bajo del caballo el español y cometió el atentado[42]. Sea de una forma u otra, lo cierto es que, como resultado de esas brutales heridas el pobre indio murió pocos minutos después.

El protector de indios, comprobando el dramático calado de los hechos, traspasó el caso, mediante escribano público, al gobernador, “descargando su conciencia” y objetando su carácter de religioso. Ahora, bien, tuvo la precaución de dejar encarcelado al reo pese a las quejas de éste, una situación en la que continuó cuando asumió el caso el gobernador.

Es importante destacar que se verifica nuevamente algo de lo que ya teníamos constancia, es decir, que los protectores no podían juzgar causas criminales. Y así, por ejemplo, en el nombramiento como protector de fray Vicente Valverde el 14 de julio de 1536 se afirmaba lo siguiente:

“Otrosí, el dicho protector o las tales personas que en su lugar enviaren puedan hacer y hagan pesquisas e informaciones de los malos tratamientos que se hicieren a los indios y, si por la dicha pesquisa mereciere pena corporal o privación las personas que los tuvieren encomendados y, hecha la tal información o pesquisa la envíen al nuevo gobernador y, en caso que la dicha condenación haya de ser pecuniaria pueda el dicho protector o sus lugartenientes ejecutar cualquier condenación hasta cincuenta pesos de oro y dende abajo , sin embargo de cualquier apelación que sobre ello interpusieren. Y asimismo, hasta diez días de cárcel y no más, y en lo demás que conocieren y sentenciaren en los caos que puedan conforme a esta nuestra carta sean obligados a otorgar el apelación para el dicho gobernador y no puedan ejecutar por ninguna manera la tal condenación”.[43]

Lerma, tras verificar los hechos entrevistando a dos testigos, Gómez de Carvajal y García de Lerma, que dijeron prácticamente lo mismo que los interrogados por el protector, tomó la decisión de delegar el caso en su teniente, Francisco de Arbolancha, alegando que estaba muy ocupado “en muchas cosas tocantes a Su Majestad”. Se le hizo saber por medio de escritura notarial en la que se le dieron todos los poderes para que fallara el proceso con la máxima brevedad posible.

Y ante Arbolancha comparecieron de inmediato dos buenos amigos de Cáceres, Diego de Carranza y Gonzalo Cerón que dieron fianzas de que Alonso de Cáceres permanecería recluido en las casas de morada del último. Realizados todos los trámites, a partir del 20 de junio de ese mismo año de 1531, el teniente de gobernador con la ayuda del alcalde mayor, Vasco Hernández de la Gama, y del fiscal general, Alonso Gallego, prosiguió el proceso.

El fiscal solicitó ese mismo día, a la vista de los hechos, la pena de muerte para el reo y pidió asimismo la vuelta del presunto asesino a la cárcel Real “hasta tanto que la causa se determine”[44].

Y ese mismo día comenzó la defensa del encausado Alonso de Cáceres. Para ello, se le tomó declaración a él mismo y a varios amigos suyos que el mismo propuso, a saber: Hernando de Santa Cruz, Hernando Páez, Miguel Zapata y Pedro Cortés. El acusado, obviamente, no negó el asesinato, su defensa se basó en intentar demostrar que el indio en cuestión no era guatiao, sino un indio esclavizado en buena guerra. De hecho, afirmó que llevaba “una cadena al pescuezo porque era de un pueblo donde mataron el caballo de Carvajal y, cuando lo tomaron, el mismo protector le dio muchos palos, (que) casi lo mató…”[45]. Y probablemente tenía razón en esta alegación, pues todos los testigos comentaron lo de la cadena en el cuello y, algunos, incluso, aseveraron que estaba marcado con el hierro de Su Majestad. Se trataba probablemente de un indio esclavo, porque ni la fiscalía ni los testigos negaron este extremo.

El segundo de los argumentos esgrimidos por Cáceres en su defensa resultó mucho menos creíble. Él decía que lo mató “para no dejarlo ir a su pueblo que estaba de guerra con los cristianos”[46]. Las justicias no creyeron esta alegación, pues, era evidente, que el indio encadenado y debilitado por el excesivo trabajo no suponía ningún peligro para sus verdugos.

El pleito fue ágil y rápido, pues, el 11 de julio de 1531 el alguacil mayor estaba ya haciendo el inventario de los bienes de la casa de Alonso de Cáceres, que fueron depositados en la de Diego de Carranza[47].

La sentencia de la justicia de Santa Marta no se hizo esperar y fue dictada el viernes 12 de julio de 1531. Después de relatar públicamente los capítulos enviados por Su Majestad a García de Lerma en relación al buen trato que se debía dispensar a los indios “como vasallos libres”, se dictó el veredicto. Al final se le perdonó la pena capital, como era de esperar, pero se le condenó a lo siguiente:

Primero, al destierro de Santa Marta y su provincia “por todos los días de su vida”. Segundo, a la pérdida de su oficio de regidor. Tercero, a la pérdida de todos los indios esclavos y de repartimiento que tuviese en Santa Marta, y también del oro “y otras cosas” que le hubiesen rendido”. Y cuarto y último, a la confiscación de todos sus bienes, que una vez liquidados se reintegraría la mitad para el fisco, una cuarta parte para la iglesia, y la cuarta parte restante para gastos y reparos públicos[48].

El condenado intentó apelar a la audiencia de Santo Domingo pero no se le permitió. Al parecer desde la segunda década del quinientos se decretó que los pleitos de indios no se apelasen a castilla[49]. Los resultados parecen evidentes, en tan solo cincuenta días se había instruido y fallado un pleito de estas características. Todo un éxito para la larga y tediosa administración de justicia.

6.-CONCLUSIÓN

Este proceso nos permite conocer muchos detalles sobre la dureza y la brutalidad extrema vivida en la Conquista de América. La Conquista pudo ser una gesta en cuanto a que un puñado de españoles exploraron y conquistaron varios miles de kilómetros cuadrados. Pero no es menos cierto que para el mundo indígena en general fue un verdadero drama. Un drama que la bienintencionada legislación propiciada desde la Corona no pudo frenar.

De todas formas, nadie debe alarmarse por esto, pues, se trata de un capítulo más en la historia universal, donde el más fuerte siempre se impuso sobre el débil. Y hay un caso muy significativo: tras la llegada de los españoles, los taínos antillanos fueron exterminados en apenas cincuenta años. Pero si los españoles no llegan a Descubrir América, muy probablemente los indios Caribes, más belicosos que los taínos, hubiesen acabado con ellos en pocas décadas.

Por lo demás este caso nos ha permitido verificar algunos aspectos que no teníamos claros, a saber: en primer lugar, que las leyes de protección de los indios se cumplían de forma muy puntual y excepcional. Aunque, es cierto que las epidemias causaron el mayor número de bajas, no lo es menos que miles de indios fueron esclavizados y asesinados en la Conquista de América. Así, pese a que Isabel la Católica los consideró legalmente “súbditos de la Corona de Castilla”, tan solo un puñado de españoles fueron condenados por tales crímenes.

En segundo lugar, queda nuevamente verificado que las atribuciones del protector de indios eran muy limitadas y se restringían prácticamente a una labor de vigilancia y de información a las autoridades civiles, gobernadores y audiencias. Por tanto, que se hiciese o no justicia dependía exclusivamente de la buena voluntad de las autoridades civiles -oidores, alcaldes mayores, gobernadores o, en su caso, capitanes generales-. Y no solían hacerlo porque, obviamente, solían estar implicados en el proceso de la conquista, que no era otra cosa que la imposición violenta de unos sobre los otros. Además, como hemos podido comprobar en el caso de fray Tomás Ortiz O.P. o en el de otros protectores, como fray Miguel Ramírez en Cuba, no siempre se nombraba a las personas más adecuadas para dicho cargo.

Y en tercer y último lugar, se vuelve a verificar que los pleitos de indios desde muy temprano se fallaban en primera y última instancia en las Indias sin posibilidad de apelarlos a la Península. No era gran cosa, pero la medida dio algunos frutos, permitiendo instruir y fallar en menos de dos meses algunos delitos de sangre con los infelices indígenas.

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NOTAS:

[1] ANAYA, S. James: Los pueblos indígenas en el derecho Internacional. Madrid, Ed. Trotta, 2005, pág. 11.

[2] MARSHALL, D. Sahlins: Las sociedades tribales. Barcelona, Labor, 1984, pág. 12.

[3] Pleito e información por la muerte de un indio, Santa Marta, 1531. AGS, Diversos de Castilla 45, N. 16, fols. 146-160. (En adelante se citará solo como Pleito…, seguido del folio).

[4]Ya en la temprana fecha de 1500 dispuso que los indios enviados por el Almirante a Castilla se devolviesen a sus lugares de origen. Pero en las instrucciones dadas a Nicolás de Ovando, el 16 de septiembre de 1501, se mostró mucho más explícita, al pedir que los indios fuesen convertidos a la fe católica y que fuesen bien tratados «como nuestros buenos súbditos y vasallos, y que ninguno sea osado de les hacer mal ni daño». KONETZKE, Richard: Colección de documentos para la Historia de la formación social de Hispanoamérica (1493-1810). Madrid, CSIC, 1953, págs. 4-5. De esta forma la Reina se adelantaba cuarenta y un años a las famosas Leyes Nuevas en las que Carlos V prohibió la esclavitud del aborigen, atendiendo a que eran «vasallos nuestros de la Corona de Castilla”. Sobre la cuestión puede verse mi trabajo: “Isabel la Católica y el indio americano”, XXXIII Coloquios Históricos de Extremadura. Trujillo, 2004.

[5] MIRA CABALLOS, Esteban: “El pleito Diego Colón-Francisco de Solís: el primer proceso por malos tratos a los indios de la Española (1509)”, Anuario de Estudios Americanos, T. L, N. 2. Sevilla, 1993, (págs. 309-343). La reproducción íntegra del texto del proceso se encuentra en mi obra: Las Antillas Mayores, 1492-1550. Ensayos y documentos. Madrid, Iberoamericana, 2000, págs. 157-195.

[6] El concepto guatiao es de origen taíno y, según José Arrom, equivalía al compadrazgo castellano, pues, “mediante el sacramento del bautismo padres y padrinos quedan unidos en indisoluble relación…”. ARROM, José: Aportaciones lingüísticas al conocimiento de la cosmovisión taína. Santo Domingo, Fundación García-Arévalo,

1974, pág. 16). Por su parte, él filólogo Emiliano Tejera, lo definió como un “cambio de nombre entre dos personas, como prenda de amistad”. TEJERA, Emiliano::Palabras indígenas de la isla de Santo Domingo. Ciudad Trujillo, Editora del Caribe, 1951, pág. 245.

[7] En una probanza sobre la captura de indios caribes, realizada en junio de 1519, y conservada en el Archivo de Indias hay infinidad de pruebas de la utilización de este término para designar a los indios de paz. Por ejemplo, el testigo Francisco de Vallejo, alcalde ordinario de la ciudad de Santo Domingo, declaró a la tercera pregunta que en la isla Trinidad había tanto indios Caribes como guatiaos. Por su parte Juan Ferrer, piloto de la carabela La Concepción, declaró a la pregunta octava que los “indios guatiaos tienen mucha guerra con los caribes y se capturan mutuamente (y) que los caribes se comen a los guatiaos y los guatiaos someten como esclavos a su servicio a los Caribes”. Probanza realizada sobre la captura de indios caribes, Santo Domingo, 17 de junio de 1519. AGI, Justicia 47, N. 1, R. 3.

[8] Un excelente resumen de toda esta legislación inicial puede verse en EUGENIO MARTÍNEZ, María Ángeles: “La esclavitud indígena, impulsora de las pesquerías de perlas. Nuestra Señora de los Remedios”, Real Academia de la Historia, T. III. Madrid, 1992, págs. 616 y ss.

[9] Sobre estos aspectos puede verse la obra de GÓNGORA, Mario: Los grupos de conquistadores en Tierra Firme (1509-1530). Santiago, Universidad de Chile, 1962. Aunque estudia una época posterior también incluye datos de interés el libro de MIRANDA VÁZQUEZ, Trinidad: La gobernación de Santa Marta (1570-1670). Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1976.

[10] Las incursiones de los gobernadores de Santa marta en la vecina demarcación de Cartagena de Indias se prolongó al menos hasta mediados del quinientos. Al respecto véase GÓMEZ PÉREZ, María del Carmen: Pedro de Heredia y Cartagena de Indias. Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1984, págs. 106-110.

[11] Declaración de Miguel Zapata, testigo presentado por Alonso de Cáceres. Pleito…, fol. 149v.

[12] GIMÉNEZ FERNÁNDEZ, Manuel: Bartolomé de Las casas, T. II. Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1984, pág. 1044.

[13] MENDIETA, fray Gerónimo de: Historia eclesiástica Indiana. México, Editorial Porrua, 1980, pág. 363.

[14] Lo acontecido en Chichiribichi fue relatado con sumo detalle por el Padre Las Casas en la Apologética. Un buen resumen puede verse en GIMÉNEZ FERNÁNDEZ: Ob. Cit, págs. 1044-1045. En cuanto al texto leído ante el Consejo por fray Tomás Ortiz se encuentra extensamente extractado en ANGLERÍA, Pedro Mártir: Décadas del Nuevo Mundo. Madrid, Ediciones Polifemo, 1989, págs. 440-441. También, lo recoge en sus partes esenciales LÓPEZ DE GÓMARA, Francisco: Historia General de las Indias, T. I. Barcelona, Orbis, 1985, , pág. 304.

[15] Los calificativos que utiliza el sevillano padre Las Casas son muy duros, entre ellos el de “indignatísimo contra todas aquellas gentes”. GIMÉNEZ FERNÁNDEZ: Ob. Cit., pág. 1044.

[16] Ibídem.

[17] FERNÁNDEZ DE OVIEDO; Gonzalo: Historia General y Natural de las Indias, T. IV. Madrid, Atlas, 1992, pág. 240.

[18] GIMÉNEZ FERNÁNDEZ: Ob. Cit., pág. 1044.

[19] Instrucciones al protector de indios de Santa Marta Juan Angulo, Madrid, 26 de enero de 1540. AGI, Contratación 5787, N. 1, L. 2, fols. 110v-112r.

[20] Instrucciones al protector de indios fray pedro Ramírez, Ocaña, 10 de mayo de 1531. AGI, Santo Domingo 1121, L. 1, fols. 83r-83v.

[21] NAVARRO DEL CASTILLO, Vicente: La epopeya de la raza extremeña en Indias. Mérida, autoedición, 1978, pág. 149.

[22] GÓMEZ PÉREZ: Ob. Cit., págs. 137 y 319.

[23] Alguna referencia esporádica al contador de Panamá encontramos en MENA GARCÍA, María del Carmen: La sociedad de Panamá en el siglo XVI. Sevilla, Diputación Provincial, 1984, pág. 343.

[24] BORREGO PLA, María del Carmen: Cartagena de Indias en el siglo XVI. Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1983, pág. 32.

[25] GÓMEZ PÉREZ: Ob. Cit., pág. 98.

[26] BORREGO PLA: Ob. Cit., pág. 470.

[27] IBÍDEM, pág. 342.

[28] HURTADO: Ob. Cit., pág. 91.

[29] IBÍDEM.

[30] Ibídem.

[31] PUENTE BRUNKE, José de la: Encomienda y encomenderos en el Perú. Sevilla, Diputación Provincial, 1992, pág. 412.

[32] Ibídem, Pág. 422.

[33] HANKE, Lewis: La lucha por la justicia en la conquista de América. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1949, pág. 132.

[34] MIRA CABALLOS: Ob. Cit., pág. 317.

[35] Pleito por la libertad de la india Isabel y de su hija Juana, residentes en Jerez de la Frontera, Sevilla, 1555. AGI, Justicia 1164, N. 6, R. 1.

[36] Pleito por la libertad del indio Diego, esclavo de Rodrigo Alonso, vecino de Sevilla, Sevilla, 1575. AGI, Justicia 928, N. 8.

[37] HANKE: Ob. Cit., pág. 459

[38] Declaración de Juan Tafur, 1531. Pleito por la muerte de un indio en Santa Marta. AGS, Diversos de Castilla 45, N. 16, fol. 142r. (en adelante se citará solamente como Pleito…).

[39] Declaración de Lope de Tavira y de Gómez de Carvajal. Pleito…, fol. 142r. y 142v-143r

[40] Declaración de García de Setiel. Pleito…, fols. 141r-141v. López de Tavira lo único que acertó a decir del indio fue que era propiedad de un español llamado “San Martín”. Fol. 142r.

[41] Declaración de Diego Pizarro. Pleito…, fols. 142r-142v.

[42] Declaración de Lope de Tavira, Pleito…, fol. 142r.

[43] MORALES PADRÓN, Francisco: Teoría y leyes de la Conquista. Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1979, pág. 388.

[44] Declaración del fiscal Alonso Gallego. Pleito…, fol. 145r.

[45] Declaración del acusado Alonso de Cáceres. Pleito…, fol. 145v.

[46] Ibídem.

[47] Pleito, fols. 151v-152r.

[48] Sentencia

[49] MIRA CABALLOS: Ob. Cit., pág. 314.

Oct 012005
 

Esteban Mira Caballos.

Universidad de Sevilla

1.-INTRODUCCIÓN

Todavía hoy es posible encontrar entre los vetustos legajos del Archivo General de Indias algún documento totalmente novedoso e inédito. El presente artículo se fundamenta precisamente en uno de esos hallazgos, a saber: el inventario de los bienes confiscados al capitán Gonzalo Pizarro en Extremadura. Un manuscrito que se conserva en dicho repositorio sevillano, en una sección todavía poco explorada como es la de Contaduría, concretamente en el legajo 1.050.

El documento tiene tanto más valor cuanto que se pensaba que Gonzalo Pizarro, ajusticiado en 1548, no había tenido tiempo material de remitir sus caudales a la Península. Su vida, tan corta como intensa, estuvo muy ocupada, primero, en la conquista del estado Inca, y después, en la disputa con los almagristas y en las Guerras Civiles. Es más, se sospechaba que el grueso de los capitales de los Pizarro fue repatriado por Hernando mucho más tarde. Efectivamente, se pensaba que fue éste quién recuperó el control sobre los capitales del Perú en los 38 años que transcurrieron desde 1540, en que fue confinado en el Castillo de la Mota, pero con cierta libertad de acción, hasta su fallecimiento en Trujillo hacia 1578. Y aunque es cierto que gracias a su longevidad -murió centenario-, pudo recuperar una parte de la fortuna de los Pizarro, no es menos cierto que una parte de ella había sido remitida por Gonzalo y por él mismo con anterioridad a su apresamiento en España.

El objetivo fundamental de este artículo es, pues, demostrar con la solidez que nos proporciona la base documental, que los Pizarro comenzaron a invertir sus caudales en su Trujillo natal desde muy poco después de su llegada al área Andina. De hecho, al menos desde 1534 encontramos el envío a Trujillo de ingentes partidas de numerario, las primeras de ellas invertidas personalmente por Hernando durante su estancia en España. Efectivamente, el 21 de noviembre de 1534 escrituró en Trujillo, ante el escribano Florencio de Santa Cruz, la compra de la suerte de Valverde, propiedad de Francisco de Solís y de Elvira de Mendoza, vecinos de Cáceres, por un precio de 190.000 maravedís. Otras muchas escrituras fueron formalizadas en años sucesivos, y en especial, en 1538, por Juan Cortés, regidor de Trujillo. A este último se le denomina en la documentación como “hacedor de Gonzalo Pizarro”, palabras elocuentes que dicen mucho sobre su cometido. Sabemos que, en Perú, los Pizarro le entregaron unos 16.000 castellanos de oro para que los invirtiera en Trujillo o en los alrededores. Pero no era el único delegado o “hacedor” de los Pizarro, pues Alonso Álvarez, Juan de la Jara, Luis de Camargo y Juan de Herrera también participaron en la gestión de su fortuna. No en vano, este último declaró haber recibido, en la posada cuzqueña de Gonzalo y Juan Pizarro, ¡nada menos que 40.000 ducados! y que, a su llegada a Sevilla, los entregó, cumpliendo órdenes expresas, a Juan Cortés. Pero, es más, incluso Juan Pizarro, muerto prematuramente en Cuzco hacia 1536, tuvo tiempo de mandar diversas partidas a Trujillo. Así, además de los 40.000 ducados que remitió a medias con su hermano Gonzalo, se menciona otra partida de “25.000 o 26.000 castellanos”, así como otras cantidades de oro en diversas remesas que el declarante Juan Cortés no acierta a concretar de memoria.

Insisto que llama poderosamente la atención como, inmediatamente después de obtener los primeros botines de guerra, sin esperar ni un suspiro, los Pizarro lo remitieron a su tierra para transformarlos en rentas con las que disfrutar de una vida holgada en el futuro. Ello no denota otra cosa que el verdadero deseo de estos conquistadores de primera generación que no era otro que regresar ricos a su tierra natal. Aunque Gonzalo Pizarro, al igual que sus hermanos Juan y Francisco, murió en tierras del Perú, parece evidente que su deseo siempre fue el de regresar a su añorada patria chica, un sueño que por desgracia para ellos solo pudo ver cumplido, después de no pocas vicisitudes, Hernando.

En lo referente a las inversiones de capitales indianos en España en general y en Extremadura en particular están apareciendo en los últimos años decenas de trabajos monográficos. Tradicionalmente se había pensado que el dinero indiano, bien, salió al extranjero para pagar las guerras españolas en Europa, o bien, se invirtió en objetos suntuarios y en fundaciones de memorias, sin una trascendencia significativa en la economía del común de la ciudadanía. Ya en 1978 el profesor Vázquez de Prada, advirtió la posibilidad de que una parte de los caudales indianos, los de los pequeños comerciantes y propietarios, hubiesen entrado “en el circuito de una economía productiva”[1]. Pues, bien, en un reciente estudio sobre la inversión de caudales en Extremadura se ha demostrado definitivamente la importancia que estos caudales indianos tuvieron en la precaria economía de la Extremadura rural[2].

Y en el caso particular de la ciudad de Trujillo también contamos con un excelente estudio monográfico que analiza los documentos de Bienes de Difuntos del Archivo de Indias[3]. En cualquier caso, en dicha sección no había documentación de los Pizarro, por lo que no están contabilizadas estas inversiones. La importancia de este dinero indiano fue tal que su huella ha quedado inmortalizada en piedra a través de edificios, como el imponente Palacio de la Conquista.

2.-GONZALO PIZARRO: DE HÉROE A VILLANO

No vamos a trazar aquí una biografía completa del capitán Gonzalo Pizarro, primero, porque desbordaría con creces la extensión de esta ponencia y, segundo, porque no es nuestro objetivo en estos momentos. Además, existen cientos de obras, tanto históricas -Cieza de León, Inca Garcilaso, Poma de Ayala, López de Gómara, Fernández de Oviedo, etc.- como recientes, en las que se trata extensamente la biografía de los Pizarro[4]. Por tanto, nos limitaremos en estas líneas a hacer una breve síntesis de lo más importante de su biografía para a continuación analizar sus inversiones.

Gonzalo Pizarro nació en Trujillo en una fecha indeterminada, en 1511 para unos o en 1513 para otros, localidad en la que permaneció hasta que, en 1529, su hermano Francisco, ya nombrado “gobernador, capitán general, adelantado y alguacil mayor del Perú”, se personó en ella[5]. Allí, consiguió arrastrar con él a sus hermanos, Hernando, Juan y Gonzalo, estos dos últimos siendo tan solo unos adolescentes de entre 15 y 18 años. Al parecer, la situación económica de estos en Trujillo era poco holgada, pues, no en vano, se decía que eran entonces “tan orgullosos como pobres”[6].

Una vez en los reinos del Perú, Gonzalo trabajó activamente con sus hermanos en la conquista y pacificación del incario. Tras la conquista de la capital, Cuzco, quedó como lugarteniente de su hermano Hernando. Unos años después, tuvo un papel muy destacado en la derrota de los indios de Manco Inca Yupanqui quienes, en 1537, intentaron recuperar su ciudad imperial. Al parecer uno de los motivos que impulsaron al Inca a atacar a los españoles fue el desprecio con el que era tratado por el menor de los hermanastros del Adelantado, Juan Pizarro, quien incluso se atrevió a quitarle a su mujer principal, la princesa Inquil Coya[7]. Este momento de confusión fue aprovechado por Diego de Almagro y su hueste para hacerse con el control de la ciudad. Y ello, porque siempre sostuvo que Cuzco caía dentro de la gobernación de Nueva Toledo que él tenía asignada. Por ello, marchó rápidamente “con los de Chile” sobre ella, atravesando el duro desierto de Atacama. En la capital incaica cogió por sorpresa a Hernando Pizarro, prendiéndolo tras una breve refriega. Desde este momento dio comienzo en Perú un período, sangriento y oscuro, de más de una década que se conoce con el nombre de las “Guerras Civiles”[8]. Tradicionalmente, se ha culpado a los Pizarro de ser los causantes de este caos. Sin embargo, Morales Padrón, ha llamado la atención sobre la responsabilidad de Diego de Almagro, antiguo socio de Francisco Pizarro, a quien los cronistas califican de hombre codicioso, mentiroso, burdo, fanfarrón, y deslenguado[9].

Tras largas negociaciones entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro, Hernando fue liberado. Pero, en vez de marchar a España como había prometido, proyectó su venganza sobre el Adelantado de Nuevo Toledo. Para ello, emprendió una campaña bélica contra él a quien derrotó cerca de Cuzco, en el paraje conocido como el campo de las Salinas, allá por abril de 1538. Poco menos de tres meses después, Hernando -al parecer, sin el conocimiento, ni la aprobación de sus hermanos- tomó una decisión que a la postre resultaría fatal para él mismo y los suyos, el ajusticiamiento del Adelantado. Y ello muy a pesar de que, poco tiempo atrás, su vida fue respetada por el que en ese momento era su víctima. En esta ocasión es el historiador Manuel Ballesteros quien disculpa su actitud, afirmando que se vio obligado a ello, al pensar que hasta que no muriese no habría paz. De hecho, cuando fue ajusticiado en prisión ya tenía noticias Hernando que se estaban concentrando en Cuzco una gran cantidad de amigos del reo, temiendo una revuelta de consecuencias insospechadas[10].

Cierto o no, la verdad es que desde este momento comenzaron toda una serie de venganzas en cadena que a la larga terminarían con la caída en desgracia de la familia Pizarro: Francisco, el Adelantado y Marqués de la Conquista, murió asesinado, Hernando fue confinado durante más de veintidós años en el Castillo de la Mota y, finalmente, Gonzalo acabó siendo ejecutado en la plaza pública.

Francisco Pizarro adoptó al hijo de Almagro, llamado del mismo modo, quien al final, como es bien sabido, se convirtió en su propio verdugo. Efectivamente, Diego de Almagro “El Mozo” terminó asesinando al trujillano, convirtiéndose en el nuevo gobernador. Al grito de ¡viva el Rey y mueran los tiranos!, los almagristas entraron en las dependencias del Adelantado, defendido tan solo por unos pocos leales que murieron con su señor, y lo asesinaron de un espadazo en el cuello, saqueando, acto seguido, su palacio. Para investigar estos hechos el Rey envió a Vaca de Castro, quien tras un proceso acabó condenando a muerte a Almagro. Curiosamente, padre e hijo terminaron corriendo la misma suerte, uno ajusticiado por Hernando Pizarro y el otro por el representante Real.

Pero, a estas alturas Gonzalo Pizarro no se iba a conformar con otra justicia que no fuese la suya. Ni quería a Diego de Almagro “El Mozo” ni tampoco a un gobernador como Vaca de Castro, impuesto por la Corona. Por ello, como heredero de su hermano, empezó una guerra sistemática y total para proclamarse único gobernador del Perú. A partir de 1544 se enfrentó al primer virrey del Perú, Blasco Núñez de Vela, que había llegado en enero de ese año a las costas de Nombre de Dios y pretendía aplicar el texto de las Leyes Nuevas. Si no aceptó al gobernador Vaca de Castro muchísimo menos iba a consentir a un virrey, que además pretendía aplicar una nuevo corpus legal era absolutamente impopular entre los viejos conquistadores. Por ello, el alzamiento de Gonzalo Pizarro gozó inicialmente de muchas simpatías entre los españoles del Perú y eso le llevó a vencer fácilmente al virrey en la batalla de Quito, concretamente en el llano de Añaquito, el 18 de enero de 1546. No hay acuerdo entre los cronistas sobre si el virrey fue muerto en la propia contienda -decapitado por un esclavo-, o si fue efectivamente ajusticiado después. Lo cierto, es que Gonzalo Pizarro se vio en enero de 1546 como dueño de todo el virreinato, incluido Panamá que ofreció su adhesión.

Pero, las cosas no podían quedar así y Gonzalo lo sabía, no solo por haber matado a un representante Real sino por haber desafiado al Emperador. López de Gómara llega a decir, incluso, que pensó en proclamarse rey del Perú y que los encomenderos reivindicaban la tierra como suya, por haber derramado su sangre en su conquista:

“Unos decían que no darían al Rey la tierra si no les daba repartimientos perpetuos; otros, harían rey a quienes les pareciese, que así habían hecho en España a Pelayo y Garci Jiménez; otros, que llamarían a los turcos si no daban a Pizarro la gobernación del Perú y soltaban a su hermano Fernando Pizarro; y otros, en fin, decían que aquella tierra era suya, y la podían repartir entre sí, pues la habían ganado a su costa, derramando en la conquista su propia sangre”[11].

Y tan claro lo tenía el extremeño que en principio permaneció en Cuzco a la espera de una gran batalla que finalmente nunca llegaría porque sus propios compañeros, viendo lo que se venía encima, comenzaron a desertar. Entre 1546 y 1547 se libró la Guerra de Huarina en la que el trujillano se debió enfrentar a un antiguo compañero, Diego Centeno y a algunos otros capitanes desertores. La guerra fue dura y costosa en vidas humanas. Por aquel entonces, unos y otros libraban ya una guerra a muerte, venciendo finalmente las tropas de Gonzalo Pizarro que prendieron a Centeno y dejaron a “muchos de sus capitanes y gente muertos y presos”[12].

Pese a la victoria, el enviado Real, Pedro de La Gasca, no tuvo muchas dificultades para ir sumando adeptos hasta el punto de dejar a Gonzalo Pizarro prácticamente aislado. En realidad, la llamada guerra de Jaquijahuana, no consistió más que en una serie de escaramuzas en las que el trujillano prácticamente se entregó. Cuentan los cronistas que Gonzalo le pregunto a uno de los pocos capitanes que permanecieron fieles, el barcarroteño Juan de Acosta, “Juan ¿qué haremos?”, a lo que éste respondió: “irnos a Gasca”, a lo que añadió Gonzalo: “vamos, pues; moriremos como cristianos”[13]. López de Gómara nos dejó una descripción muy realista de su ejecución, donde se palpa la crudeza y el dramatismo del momento:

“Sacaron a Gonzalo Pizarro a degollar en una mula ensillada, atadas las manos y cubierto con una capa. Murió como cristiano, sin hablar, con gran autoridad y semblante. Fue llevada su cabeza, y puesta en la plaza de los Reyes, sobre un pilar de mármol, rodeado de una red de hierro, y escrito así: Ésta es la cabeza del traidor Gonzalo Pizarro, que dio batalla campal en el valle de Xaquixaguana contra el estandarte real del Emperador, el lunes 9 de abril de 1548”[14].

El alzamiento de Gonzalo Pizarro ha sido interpretado desde muy distintos puntos de vista. Se ha dicho que su movimiento fue la versión americana del alzamiento de las Comunidades de Castilla. Y probablemente hay mucho de cierto en ello, pues, parece claro que la derrota del extremeño, como la de los Comuneros en Villalar, supuso el afianzamiento del poder y de los intereses Reales. Con posterioridad, ningún español, salvo el loco Lope de Aguirre, se atreverá a desafiar los designios del Rey.

3.-LA EXPROPIACIÓN DE SUS BIENES

Como es bien sabido, el desafío de Gonzalo Pizarro acabó con su ejecución pública y con la confiscación de todos los bienes. Por ello, la Corona emprendió una larga serie de gestiones encaminadas a averiguar qué propiedades y qué caudales había dejado el trujillano en España. De la información y el inventario que se hizo se demuestran varias cosas:

Para empezar, queda muy claro que los hermanos Pizarro -Juan, Hernando y Gonzalo- remitieron fabulosas sumas de dinero a Extremadura en un corto período de tiempo. Estas remesas llegaron muy mermadas a Trujillo y una parte ni tan siquiera llego a ser invertida. Y ello, por varios motivos, a saber:

Primero, por los costes del traslado aunque no se especifican en la documentación que hemos manejado. En este documento solo se menciona el dinero que llegó a Trujillo y el que se invirtió. Pero está claro que entre los impuestos, el flete, los registros y el pago de escribanos y factores debió consumirse un porcentaje de ese caudal.

Segundo, hay indicios para pensar que entre tanto intermediario y sin la presencia directa de los hermanos Pizarro, no poco dinero se quedó en el camino. De hecho, los mismos factores se muestran imprecisos en algunas afirmaciones, aunque declaran tener por escrito “la cuenta y razón”. Vagamente dicen que, tanto en el monasterio de Guadalupe como en la casa de la Zarza, había “mucho dinero y oro”.

Y tercero, una parte del capital quedó sin invertir, e incluso, lo que se iba cobrando de las rentas no se reinvirtió. Y en este sentido diremos que, tanto Juan de Herrera como Juan Cortés, tenían en su poder importantes sumas de numerario de los hermanos Pizarro, unas procedentes del Perú y destinadas a la inversión y otras cobradas ya de las rentas de las inversiones realizadas en los años anteriores. Además, Juan de Herrera declaró que recibió orden de Hernando para dar a su hermana Francisca Rodríguez, 900.000 maravedís de los que, cuando la Corona le requirió, solo pudo devolver 187.000.

Asimismo, llama poderosamente la atención el hecho de que no se mencione ninguna partida remitida por el Adelantado Francisco Pizarro. En la década de los treinta los Pizarro hicieron numerosos envíos de capital a Trujillo, pero, en ninguno de ellos aparece el conquistador del incario como propietario. De todas formas, en su testamento, fechado en la Ciudad de los Reyes, el 5 de junio de 1537, declara tener en España 37.000 pesos de oro que había tomado prestados el Rey[15]

Por lo demás, queda claro en el expediente que los únicos bienes confiscados fueron los de Gonzalo Pizarro, aunque también se inventariaron los de su hermano Hernando, incluida su casa de la Zarza con todas sus pertenencias. Dicha relación de las pertenencias de Hernando se realizó el 18 de mayo de 1549. Pero si solo se confiscaron los bienes de Gonzalo, ¿por qué se inventariaron los de su hermano Hernando? Pues, bien, la Corona tenía sobradas razones: en primer lugar, porque no pocas partidas fueron remitidas al alimón por ambos, sin que los mismos receptores en Trujillo tuvieran la certeza de qué cantidad pertenecía a uno y a otro. Y en segundo lugar, porque Hernando fue acusado de cobrar las rentas de su hermano que, desde su alzamiento, pertenecían a la Corona.

Por todo ello, la Corona lo condenó a pagar de su erario nada menos que 2.190.877 maravedís, cantidad que se estimó se había embolsado cobrando las rentas de su difunto hermano. Y realmente, no le faltaba razón a la Corona, pues, de hecho, nos consta que estando ya Gonzalo Pizarro proscrito y en guerra con la Corona, Hernando seguía recaudando las rentas de su hermano. Así, por ejemplo, Juan de la Jara declaró haber cobrado más de 636.000 maravedís del juro que Gonzalo Pizarro tenía sobre las alcabalas de Mérida, dando cuenta de ellos a Juan Cortés, que actuaba en nombre de Hernando Pizarro. Pero el problema fue que en un primer inventario la Corona solo consiguió recuperar 1.710.348 maravedís, por lo que debieron esperar las rentas de otros años para saldar la deuda pendiente.

Ya veremos en páginas posteriores como, Hernando, consciente del control que se ejercía sobre sus cuentas, desvió parte de las rentas a favor de su fiador, Juan Cortés. Pero, la Corona no se dejó engañar y condenó a éste a abonar 1.193.698 maravedís que se había quedado de las rentas de los Pizarro. Por ello, el 13 de junio de 1549 firmó, ante el escribano de Trujillo Francisco de Ovalle, una escritura de obligación por la que tres paisanos suyos, Juan Pizarro de Orellana -Regidor del concejo al igual que él-, Martín Alonso y Juan Vicioso se comprometieron a satisfacer la cantidad, quedando libre de toda culpa.

CUADRO I
BIENES Y RENTAS INCAUTADAS A GONZALO PIZARRO

TIPO DE RENTA O PROPIEDAD UBICACIÓN CAPITAL INVERTIDO
(LUGAR Y FECHA DE LA COMPRA)
RENTA ANUAL TOTAL COBRADO
(AÑOS)
Juro sobre la ciudad de Trujillo Trujillo 21.000 21.000 (1549)
Lo pagó Martín Alonso, vecino de Trujillo Trujillo 48.952 (1549)
100 vacas y un sexmo en las dehesas de la Jarilla y Çafrilla Medellín 634.200 (Trujillo, 11-IV-1538) 18.550 18.550 (1549)
8 vacas de renta de hierba en Torre de Caños y Frexneda Medellín 219.300 6.000 6.000 (1549)
27 vacas de hierba en la heredad de la Caballería Medellín 337.000 (Trujillo, 20-V-1537) 10.100 10.100(1549)
17 vacas de hierba en la dehesa de la Caballería Medellín 200.000 (Trujillo, 20-V-1538) 6.360 6.360 (1549)
Juro sobre las alcabalas de Mérida Mérida y su partido 4.776.187 (Trujillo, 3-V-1542) 159.206 636.824 (1543-1546)
Juro por 1.500 pesos de oro de los que se sirvió el Rey Málaga 675.000 (Valladolid, 15-IX-1537) 22.500
Alcance de Juan Cortés por rentas de Gonzalo Pizarro 274.385 (1549)
82 vacas y un doceavo (sic) y medio de hierba en la dehesa del Cuadrado Medellín Entre 26.447 y 41.000 dependiendo del año 364.943 (1550-1560)

Las cifras presentadas en este cuadro son muy reveladoras. La suma de las inversiones conocidas de Gonzalo Pizarro, entre 1534 y 1542, asciende a 6.862.687 maravedís. Pero, a dicha cantidad habría que añadir dos partidas más de las que conocemos la renta pero no el capital invertido. La primera de ellas, la que en 1549 pagó Martín Alonso no tenemos más referencias, pero suponiendo que sencillamente fuera un préstamo habría que sumar al menos esos 48.952 cobrados. Y la segunda, 82 vacas y un doceavo de renta de hierba en la dehesa del Cuadro de Medellín. El cálculo es fácil, comparando con lo que costaron las 17 vacas de la dehesa la Caballería también de Medellín, cuyas vacas de hierba se alquilaban a un precio similar a la del Cuadrado, daría un precio de compra de 964.705 maravedís. En definitiva, en nombre de Gonzalo Pizarro se invirtieron entre 1534 y 1542 un total de 7.876.344 maravedís. Es decir, ¡en tan sólo ocho años!, una inversión superior a los 17.500 pesos de oro, poco menos de cinco millones de euros de hoy.

El grueso de las inversiones se hicieron en juros, pues, el total invertido ascendió a 5.472.187, lo que supone el 69,47 por ciento del total. El juro más cuantioso fue el formalizado, el tres de mayo de 1542, sobre las alcabalas de la ciudad de Mérida que ascendió a 4.776.187 maravedís. Su renta anual se elevaba nada menos que a 159.206 maravedís. El juro de Málaga, de mucha menor cuantía, pues, rendía 22.500 maravedís anuales, no fue una elección de los factores de los Pizarro sino sencillamente una apropiación de la Corona de 1.500 pesos de oro.

El resto de la renta se invirtió en vacas de hierba, que era una forma de participación en la propiedad de una dehesa que se tasaba en una cantidad de maravedís al millar, cuya oscilación dependía de la productividad de la dehesa[16]. Casi todas estas inversiones en fincas rústicas se hicieron en tierras de Medellín, donde las dehesas eran más productivas que las del término de Trujillo. Las rentas de Gonzalo Pizarro en Extremadura superaban ampliamente los 250.000 maravedís anuales.

Pero, aunque fue Gonzalo quien más capitales remitió en esos años iniciales, tampoco Hernando se quedó corto, como podemos observar en el cuadro II que ofrecemos a continuación:

CUADRO II
BIENES Y RENTAS INCAUTADAS A HERNANDO PIZARRO

TIPO DE RENTA O PROPIEDAD UBICACIÓN CAPITALINVERTIDO RENTA ANUAL TOTALCOBRADO
Una casa La Zarza
Tres quincenos de un cuarto de la heredad de Toledillo
18 vacas y 3 cuartos de renta de hierba en la heredad de Torre Virote Medellín De 2.835 a 11.340 dependiendo del año 58.239 (1550-1560)
34 vacas y tres cuartos de renta de hierba en las heredades de Torre de Caños y Frexneda Medellín 15.150 167.150 (1549-1560)
La mitad de medio quinto de la heredad de Aguas Viejas Trujillo 1.360 14.960 (1550-1560)
La parte de la heredad de Malpartida que fue de Ana Ramira Trujillo 3.536 (1549), 4.000 (1550-1560) 43.536 (1549-1560)
Un tercio y quinto de la suerte de Valverde y de Ana Elvira de Mendoza, su mujer, vecinos de Cáceres. 190.000 (Trujillo, 21-XI-1534) No se carga nada
30 vacas de renta de hierba en la heredad de La Sierra de Hortiga (sic) Medellín De 5.984 a 8.824 según año 44.120 (1549-1560)
15 vacas de hierba en la heredad La Cabeza del Caballo Medellín De 3.007 a 5.150 según año 49.646 (1549-1560)
12 vacas y media en la dehesa de la Jarilla Medellín 3.125 34.375 (1549-1560)
19 vacas y un quinto de hierba en la dehesa del Novillero Medellín De 3.952 a 14.250 según año 132.682 (1549-1560)
Un quinceno y un cuarto de la dehesa de Guadalperal[17], que es en los Aguijones Trujillo 3.750 41.250 (1549-1560)

Calcular las inversiones y las rentas que obtenía Hernando Pizarro es mucho más difícil, sencillamente porque la documentación se muestra mucho más parca a la hora de aportar cifras concretas. En cualquier caso, sí parece claro que las inversiones de Hernando fueron notablemente inferiores a las de su hermano. Asimismo, los beneficios anuales ascendían a tan solo 53.931 maravedís, lo que más o menos es la quinta parte de las rentas de que gozaba Gonzalo. Ahora bien, habría que preguntarse ¿por qué las inversiones que aparecen de Hernando Pizarro son muy inferiores? En principio, parece extraño, pues, fue precisamente él quien estuvo en España, gestionando los capitales y contactando con los representantes en la Península. Hay que tener en cuenta que desde 1540 estuvo en España y que, aunque confinado en el castillo de la Mota, tuvo total libertad para actuar, como se desprende de las declaraciones de sus factores. A nuestro juicio es muy probable que interviniera a través de sus agentes para desviar u ocultar una parte de sus inversiones.

Sea como fuere, lo cierto es que como el dinero que se le confiscó no fue suficiente para saldar su deuda, el secuestro de sus rentas continuó unos años más. Por ello, se volvió a hacer una completa relación de los réditos proporcionados por las fincas rústicas suyas y de su difunto hermano Gonzalo, entre 1560 y 1565. El objetivo no era otro que saldar definitivamente la deuda con la Corona.

CUADRO III
RENTAS DE LAS PROPIEDADES DE HERNANDO Y GONZALO PIZARRO (1560-1565)

PROPIEDAD LOCALIDAD ARRENDADOR AÑOS CANTIDAD
Casas principales Trujillo
Casas de la Zarza La Zarza, término de Trujillo Se pide que se cobre de Hernando “o de otra cualquier persona que hubiera vivido allí” 1560-1565
82 vacas y un doceavo y medio de vacas de renta de hierba en la dehesa del Cuadrado Medellín Juan de Godoy, vecino de Medellín 1560-1565 213.497
18 vacas y tres cuartos de renta de hierba en la heredad de Torre Virote Medellín Alonso Hernández Moral 1560-1565 36.720
34 vacas y tres cuartos de renta de hierba en Torre de Caños y Frexneda Medellín 1560-1565 80.000
La mitad de medio quinto en la heredad de Aguas Viejas Trujillo 1561-1565 2.720
Parte de la heredad de Malpartida Trujillo 1560-1565 20.000
30 vacas de renta de hierba en la heredad de Sierra de Hortiga Medellín 1560-1565 52.560
15 vacas de renta de hierba en la Cabeza del Caballo Medellín 1554-1563 15.660
5 vacas de renta de hierba en una heredad 1563-1565 8.160
12 vacas y media de renta de hierba en la dehesa de la Jarilla Medellín 1560-1565 20.625
19 vacas y un quinto de renta de hierba en la dehesa el Novillero[18] Medellín 1557-1565 68.602
Un quinceno y un cuarto de la dehesa de Guadalperal en los Aguijones Trujillo 1560-1565 16.904
TOTAL DEL CARGO 535.448[19]

Contabilizadas tan solo las rentas de las dehesas en las que tenían participación los dos hermanos, obtenemos la nada despreciable cifra de 535.448 maravedís, es decir, 107.089 maravedís anuales. Una cifra equivalente aproximadamente a unos 60.000 euros de hoy anuales pero en una época donde circulaba muchísimo menos dinero.

De todas formas, pagados los escribanos y los sueldos de Gonzalo de Sanabria y de algunas rentas que no se pudieron finalmente cobrar el total quedó reducido a 461.044 maravedís que la Corona se apropió para dar por saldada su deuda.

Sumando el total de inversiones de Gonzalo Pizarro -7.876.344- con las de su hermano Hernando -1.699.116- tenemos un total de 9.575.460 maravedís, tan solo en el período comprendido entre 1534 y 1549, es decir, en quince años[20]. Si a esa cifra sumamos los 37.000 pesos de oro que dijo Francisco Pizarro en su testamento que tenía en España, tenemos 27.924.576. De ahí resulta que la inversión anual en esos años súpero ampliamente el millón y medio de maravedís. Pero, ponderemos los datos; según Luis Vicente Pelegrí, a Cáceres llegaron entre 1541 y 1689 -en 148 años- 1.374.616 reales, es decir, unos 46.736.944 maravedís[21]. Por tanto, podemos decir que los Pizarro en tan solo quince años invirtieron más de la mitad de todo lo invertido en Cáceres en siglo y medio. Los datos son muy elocuentes. Pero, veamos más, entre 1574 y 1688 llegaron a Trujillo unos 9 millones y medio de maravedís[22], cifra muy inferior a la invertida por los hermanos Pizarro en tan solo quince años.

Podemos concluir que los hermanos Pizarro invirtieron en Trujillo y sus alrededores bastante más que el resto de los indianos de Trujillo en todo un siglo. Una inversión considerable para una ciudad pequeña y poco capitalizada como era Trujillo antes de que los Pizarro comenzaran su azarosa gesta indiana.

APÉNDICE I

Cuenta de las partidas que han sido “secuestradas” a Gonzalo Pizarro.

Cuenta de los maravedís y otras cosas que fueron depositadas en el dicho Gonzalo de Sanabria por el licenciado Luis Gutiérrez, siendo juez de comisión por su majestad para secuestrar los bienes que fueron de Gonzalo Pizarro que fue condenado por las alteraciones que cometió en el Perú contra el servicio de Su Majestad y sus bienes aplicados a su cámara y fisco y lo que el dicho juez secuestro y depositó en el dicho Gonzalo de Sanabria, según consta y parece en el proceso de la causa que pende en el consejo de las Indias de Su Majestad de que se hace cargo al dicho Gonzalo de Sanabria es como se sigue:

CARGO: Primeramente se le hace cargo al dicho Gonzalo de Sanabria de veintiún mil maravedís que por el dicho proceso parece que declaró. El mismo que, por febrero del año pasado de 549, los debía la ciudad de Trujillo a Gonzalo Pizarro y él los había de pagar por la dicha ciudad por otros 21.000 maravedís de juro que el dicho Gonzalo Pizarro y Juan Cortés, vecino y regidor de la dicha ciudad, tenía en su nombre sobre la dicha ciudad que se habían habido de un Juan de Herrera, vecino de Trujillo, los cuales dichos 21.000 maravedís mandó el juez al dicho Gonzalo de Sanabria que los retuviese en sí y él cometió de lo cumplir y lo firmó de su nombre y así se le hace cargo de ellos.

En 11 de marzo del dicho año de 1549 entregó el dicho Juez y recibió el dicho Gonzalo de Sanabria de Martín Alonso, vecino de Trujillo, y en su nombre de Alonso Sanz, 48.952 maravedís.

Ítem, se le hace cargo al dicho Gonzalo de Sanabria para el dicho año de 549 de 18.550 maravedís. Que pertenecían al dicho Gonzalo Pizarro en cada un año por una escritura de compra que le fue entregada que vendió Alonso Sánchez Moreno, vecino de Medellín, en nombre de Rodrigo Portocarrero, vecino de la dicha villa, a Juan Cortés en nombre del dicho Gonzalo Pizarro para él y sus herederos de cien vacas y un sexmo de vaca en las dehesas de la Jarrilla y Çafrilla, término de Medellín por precio de 634.200 maravedís, horros de alcabala, que pasó el contrato ante Francisco de Amarilla, escribano, vecino de Trujillo a once de abril de 1538 años. Rentan las sesenta y siete vacas y un sexmo de vaca en la Jarrilla, 14.585 maravedís y las veintitrés vacas y media restantes 3.965 maravedís, horros de alcabala, que los primeros paga Nuño de Saavedra, vecino de Villanueva, a fin de mayo de cada año y, los otros, Diego López o Juan de Tovar, vecinos de Badajoz a primero de mayo de cada año, horro de alcabala. Así, que se le cargan por mayo del dicho año de 549 los dichos 18.550 maravedís.

Ítem, se le hace cargo al dicho Gonzalo de Sanabria de seis mil maravedís, que pertenecían al dicho Gonzalo Pizarro en cada un año por otra escritura de venta (que) se la entregó, que vendió Álvaro de Alburquerque y doña Ana de Vargas, su mujer, vecinos de Medellín, a Luis de Camargo, vecino de Trujillo, de seis mil maravedís de hierba. Y el dicho Luis de Camargo los traspasó en el dicho Gonzalo Pizarro y en Juan Cortés, en su nombre, los cuales son en Torre de Caños y Frexneda, por precio de 219.300 maravedís. Págalos Diego López de Ribera, vecino de Villacastín, los cuales cobró por mayo del dicho año de 549.

Ítem, se le hace cargo al dicho Gonzalo de Sanabria de diez mil cien maravedís que pertenecieron al dicho Gonzalo Pizarro por otra escritura de venta que otorgó Francisco Malaver, vecino de Mérida, por sí y en nombre de doña María de Sandoval, su mujer, de 27 vacas de hierba en la heredad de la Caballería, término de Medellín, por precio de trescientos treinta y siete mil maravedís, horros de alcabala, al dicho Gonzalo Pizarro que rentan los dichos diez mil cien maravedís, cada año, horros de alcabala. Págalos Alonso Álvarez, a primero de mayo que paso el contrato de venta ante Francisco de Amarilla, escribano, vecino de Trujillo, a 20 de mayo de 1538 años, los cuales cobró por mayo de dicho año de 549.

Ítem, se le hace cargo al dicho Gonzalo de Sanabria de seis mil trescientos sesenta maravedís que pertenecían al dicho Gonzalo Pizarro, por otra escritura de venta que vendió en dicho Francisco Malaver, vecino de Mérida, por sí y con poder de Inés de Chávez, vecino de Mérida, a Luis de Camargo, en nombre de Gonzalo Pizarro y para él ,de diecisiete vacas de renta de hierba en la dehesa de la Caballería con cargo de cuatrocientos mil maravedís de censo que en ellas tenían Cristóbal de Mendoza y Juan Carrillo, vecinos de la Puebla de Alcocer. Costaron doscientos mil maravedís horros de alcabala, rentan los dichos seis mil trescientos sesenta maravedís, horros de alcabala. Págalos el dicho Alonso Álvarez a primero de mayo de cada año, paso el contrato ante Francisco de Amarilla, escribano de Trujillo, a veinte de mayo de 1538, los cuales cobró por mayo del dicho año de 1549.

Ítem, entregó el dicho juez al dicho Gonzalo de Sanabria un traslado de un privilegio perteneciente a Gonzalo Pizarro, por Juan Pizarro, su hermano, de 159.306 maravedís y medio, situados en Mérida y su partido, por 4.776.187 maravedís, de que su mujer se mandó servir, contados a razón de treinta mil el millar y que hubo de gozar de ellos Gonzalo Pizarro desde primero de enero de 1542 en adelante. Hizo escritura a tres de mayo de 1542. Fue degollado Gonzalo Pizarro el 10 de abril de 1548. No lo cobró.

Ítem, entregó el dicho juez al dicho Gonzalo de Sanabria otro traslado de un privilegio perteneciente al dicho Gonzalo Pizarro por sí mismo de 22.500 maravedís de juro, situados en la ciudad de Málaga por 1.500 pesos de que Su Majestad se mandó servir de la hacienda del dicho Gonzalo Pizarro, a razón de treinta mil maravedís el millar, y hubo de gozar de ellos desde el uno de enero de 1538 en adelante. Hecho en Valladolid, a quince de septiembre de 1537.

Ítem, se le hace cargo al dicho Gonzalo de Sanabria de 274.385 maravedís que en nueve de mayo de 1549 depositó el dicho juez en él por la cuales fue ejecutado Juan Cortés y él los recibió en su poder y se dio por contento de ellas, por ante Francisco de Ovalle, escribano.

Ítem, se le hace cargo al dicho Gonzalo de Sanabria de unas casas principales que el dicho Hernando Pizarro tiene en el lugar de la Cerca que en él fueron depositadas por bienes del dicho Hernando Pizarro para efecto que Su Majestad fuese pagado de lo que el dicho Hernando Pizarro debe que había cobrado de los bienes del dicho Gonzalo Pizarro, su hermano.

Ítem, se le hace cargo de veintitrés vacas de hierba de renta que el dicho juez depositó en él, pertenecientes al dicho Hernando Pizarro, en la dehesa que dicen del Cuadrado, término de Medellín. Y en la misma dehesa, otras cuarenta y seis vacas y un doceavo de vaca, y en la misma dehesa, otras trece vacas y medio doceavo de vaca que son todas ochenta y dos vacas y un doceavo y medio. De estas vacas cobró Gonzalo de Sanabria, por mayo de 1550 que se cumplió un año y fue la primera paga que él cobro, 26.447 maravedís, porque así estaban arrendadas antes. Esta misma dehesa estuvo arrendada desde mayo de 1550 hasta mayo del año siguiente de 1551 en 29.274 maravedís. Que estuvieron realmente tres años hasta 1553 arrendadas a Antonio Núñez y a Pedro Enríquez, vecinos de Medellín, hacen un total de 87.822. Esta misma dehesa de Cuadrado estuvo arrendada en 1554 por 29.274 maravedís. Esta misma dehesa se arrendó hasta el año 1555 por 16.400 maravedís. Se arrendó por tan poco porque nadie la quería arrendar y se arrendó muy tarde y, por no perder el arriendo, con la condición que, en los años sucesivos, sería por 41.000 maravedís. Estuvo arrendada cinco años más, por 41.000 maravedís el año, total 205.000 maravedís.

Ítem, se le hace cargo al dicho Gonzalo de Sanabria de tres quincenos de un cuarto de toda la heredad de Toledillo que fue de Diego de Orellana, hijo de Hernando de Orellana, que el dicho juez depositó en él, perteneciente al dicho Hernando Pizarro.

Ítem, se le hace cargo al dicho Gonzalo de Sanabria de dieciocho vacas y tres cuartos de renta de hierba que el dicho juez depositó en el dicho Gonzalo de Sanabria, perteneciente al dicho Hernando Pizarro que son en la heredad de Torre Virote, término de Medellín. De estas vacas cobró el dicho Gonzalo de Sanabria, por mayo del año siguiente de 1550, 2.835 maravedís, conforme al arrendamiento. Esta misma dehesa estuvo arrendada cuatro años más, al mismo precio, total 11.340 maravedís. Desde 1554 se arrendó de nuevo por 7.344 maravedís por seis años; total cobrado: 44.064 maravedís.

Ítem, se le hace cargo al dicho Gonzalo de Sanabria, por vacas de hierba que tenían en las heredades de Torre de Caños y Frexneda, en término de Medellín, que pertenecieron a Hernando Pizarro, se arrendó por once años en 1550, total cobrado 167.150 maravedís.

Ítem, se le hace cargo al dicho Gonzalo de Sanabria de la mitad de medio quinto en un quinto de la heredad de Rui Gil que dicen de Aguas Viejas, en término de Trujillo, que el dicho juez depositó en él por bienes pertenecientes al dicho Hernando Pizarro. Esta parte de dehesa ha valido en cada uno de los once años que se cuentan hasta mayo de 1560, 1.360 maravedís que todos los once años hacen 14.960 maravedís.

Ítem, se le hace cargo a Gonzalo de Sanabria de la parte de la heredad de Malpartida, en término de Trujillo, perteneciente al dicho Hernando Pizarro que fue de una Ramira, mujer que fue de Cristóbal de Arévalo, que el dicho juez deposito en Gonzalo de Sanabria. Esta parte de dehesa valió el primer año, que se contó desde mayo de 1549 hasta mayo de 1550, 3.536 maravedís. Después, la arrendó el dicho Gonzalo de Sanabria a razón de cuatro mil maravedís por año que se cumplieron todos once años por mayo de 1560. Valió todo 43.536 maravedís.

Ítem, se le hace cargo al dicho Gonzalo de Sanabria de un tercio y quinto de la suerte de Valverde que fue de de Francisco de Solís y de doña Elvira de Mendoza, su mujer, vecinos de Cáceres, que el dicho juez depositó en él por bienes pertenecientes al dicho Hernando Pizarro, por 190.000 maravedís, horros de alcabalas, por venta el veintiuno de noviembre de 1534 ante Florencio de Santa Cruz, escribano de Trujillo, por ello no se carga nada.

Ítem, se le hace cargo al dicho Gonzalo de Sanabria de treinta vacas de renta de hierba en la heredad de La Sierra de Ortiga, en el término de Medellín, que el dicho juez deposito en Gonzalo de Sanabria por bienes de Hernando Pizarro cada año cobró, desde mayo de 1549 hasta mayo de 1550, 5.984 maravedís. Hasta 1551 otros 5.984. Otros cuatro años más a 7.449 maravedís por año 29.796 maravedís. Y otros cinco años más a 8.824 maravedís por año, resultan un total de 44.120 maravedís.

Ítem, se le hace cargo al dicho Gonzalo de Sanabria de quince vacas de renta de hierba en la heredad que dicen la Cabeza del Caballo, en término de Medellín, que el juez depositó por bienes de Hernando Pizarro. Cobro por renta de un año, de mayo de 1549 hasta mayo de 1550, 3.007 maravedís.

Ítem, se le hace cargo al dicho Gonzalo de Sanabria de 3.726 maravedís. Que valieron las 15 vacas de Cabeza del Caballo en 1550 hasta mayo de 1551. Y el año siguiente valieron 3.720 maravedís, y el siguiente 3.113 maravedís. Se arrendó siete años más, a razón de 5.150 maravedís, lo que hacen un total de 36.050 maravedís.

Ítem, se le hace cargo a Gonzalo de Sanabria de doce vacas y media de renta de hierba en la dehesa de la Jarilla, término de Medellín, que el juez deposito por bienes de Hernando Pizarro y cobró por renta de un año desde mayo de 1549 a mayo de 1550, 3.125 maravedís. Y hasta 1560 otros diez años cada uno a 3.125. Total de los once años 34.375 maravedís.

Ítem, se le hace cargo de diecinueve vacas y un quinto de vaca de renta de hierba en la dehesa del Novillero, término de Medellín, que depositó en Gonzalo de Sanabria por bienes de Hernando Pizarro, de Mayo de 1559 hasta 1560, 16.220 maravedís. Dos años siguientes ídem. Los tres años en total 48.660 maravedís. Otro año más solo valió 9.690 maravedís. Y dos años más hacen los tres 29.070 maravedís. Ítem, valió la dehesa del Novillero desde mayo de 1555 a mayo de 1556 3.952 maravedís porque se alquiló tarde. Y la misma, el año siguiente, 8.250 maravedís. Tres años más, a 14.250 maravedís cada año, hacen un total de los tres años de 42.750 maravedís.

Se le hizo cargo a Gonzalo de Sanabria de un quinceno y un cuarto de la dehesa de Guadalperal, término de Trujillo, que era de Hernando Pizarro. Se arrendó por diez ducados durante diez años montando los dichos diez años 41.250 maravedís.

En Trujillo a veinte de mayo de 1549 depositó el dicho licenciado Luis Gutiérrez, juez, en Gonzalo de Sanabria 5.500 reales que valen 187.000 maravedís. Que recibió de Francisca Rodríguez, hermana de Hernando Pizarro, que los pagó por el dicho Hernando Pizarro en cuenta de los 2.190.877 maravedís que pareció ha recibido de la hacienda de Gonzalo Pizarro, su hermano. Total de esta partida 187.000 maravedís.

Por manera que suma y monta en el dicho cargo que esta hecho al dicho Gonzalo de Sanabria, como se contiene en estos tres pliegos de papel en que va escrito, 1.558.598 maravedís. El cual dicho cargo el dicho Gonzalo de Sanabria juró a Dios nuestro señor que todo es cierto. Ítem se le hace cargo a Sanabria de 151.750 maravedís, que eran de Gonzalo Pizarro, total 1.710.348 maravedís.

DATA: en 11 de mayo de 549 dio por descargo el dicho Gonzalo de Sanabria 4.245 maravedís que, por libramiento firmado de el licenciado Luis Gutiérrez y refrendado de Francisco de Ovalle, escribano, fecho en Trujillo a 11 de mayo de 1549, pagó a Diego de la Canal, escribano, los cuales le mando pagar por los días que él dice que se ocupó como escribano en el negocio del dicho secuestro para que llevo comisión. Hay carta de pago del dicho escribano.

En 15 de mayo de 1549 da por descargo el dicho Gonzalo de Sanabria 3.200 maravedís que, por libramiento del dicho juez, refrendado del dicho escribano, fecho a 15 del dicho mes de mayo, pagó al dicho Francisco de Ovalle, escribano, por ciertas escrituras que le mandó pagar para poner en los procesos. Hay carta de pago.

APÉNDICE II

Los bienes que por el proceso se averiguan que son de Gonzalo Pizarro y que pertenecen a Su majestad, son los siguientes:

Declara Luis de Camargo por su dicho que Gonzalo Pizarro tenía sobre las alcabalas de Mérida y su partido 159.206 maravedís. De juro por carta de privilegio de Sus Majestades y éste dice que lo cobro Juan de la Jara, vecino de Trujillo y que él lo cobro uno o dos años.

Declara Juan de Herrera, vecino y regidor de Trujillo, en su dicho, que Juan Cortés, vecino y regidor de la dicha ciudad, trajo del Perú a estos reinos 16.000 castellanos de buen oro que eran de Gonzalo Pizarro y de Juan Pizarro y que el oro era tan subido y venía de allá en tan bajos quilates que se ganaba el cuarto en ello y que esto había recibido y tenía el dicho Juan Cortés, hacedor de Gonzalo Pizarro.

Asimismo, declara el dicho Juan de Herrera que él mismo recibió en el Perú, en la posada de los dichos Gonzalo Pizarro y Juan Pizarro, otras partidas que por ellos cobró al pie de 40.000 ducados poco más o menos y que luego como llegó a Sevilla se lo entregó al dicho Juan Cortés porque esta orden traía de los dichos Gonzalo y Juan Pizarro.

Ítem, que por la vía de Portugal había sabido que se había traído mucho oro del dicho Gonzalo Pizarro.

Ítem, que se decía que en el monasterio de Guadalupe había mucho dinero y oro; y lo mismo en la casa que Hernando Pizarro hizo en la Zarza.

Ítem, declara que tenía en la dicha ciudad unas casas y 21.000 maravedís de juro a razón de 21.000 maravedís el millar por 1.300 castellanos que el mismo Juan de Herrera debía al dicho Gonzalo Pizarro.

Juan Cortés, vecino y regidor de Trujillo, declara que trajo cierta cantidad de oro en barras y otras piezas. Declara que Juan Pizarro envió en veces cierta cantidad de oro de lo cual él tenía la cuenta y razón.

Ítem, que están en poder de Juan de Herrera cuatrocientas y tantos mil maravedís que eran de Juan Pizarro y que éste pedía que se le pagasen las costas que hizo en traer hasta Sevilla 25 o 26.000 castellanos que eran de Juan Pizarro.

Halla el juez, entre las escrituras de Juan Cortés, dos privilegios originales de Gonzalo Pizarro, uno de 159.206 maravedís de juro, situado en Mérida, y otro de 22.500 maravedís de juro, a 30.000 maravedís el millar, situado en Málaga.

Declara Juan Cortés que recibió de Juan de Herrera 30.000 ducados poco más o menos y que de estos recibió el licenciado Suárez de Carvajal, del consejo de las Indias, hasta 29.000 ducados para Su Majestad y que Francisco de Zavala recibió el dicho dinero.

Ítem, que el dicho Juan de Herrera le dio otros 900.000 maravedís. Y que él las dio y pagó a Francisca Rodríguez, hermana de Gonzalo y Hernando Pizarro, porque lo mandó así Hernando Pizarro y que en poder de Juan de Herrera quedaron otros cuatrocientos y tantos mil maravedís, conforme a una carta ejecutoria firmada del contador.

Declara Juan de la Jara que, desde el año de 43 hasta el año de 46, que son cuatro años, cobró 149.000 y tantos maravedís de juro del partido de Mérida, que el privilegio está hecho a Gonzalo Pizarro y que lo mismo cobró los años siguientes de 44 y 45 y 46 y que todos cuatro años montó 636.000 y tantos maravedís, de que dice él que dio cuenta a Hernando Pizarro y a Juan Cortés en su nombre.

Declara Juan Pizarro de Orellana, vecino y regidor de Trujillo, que vio que Juan Pizarro y Gonzalo Pizarro enviaron con Juan Cortés 20.000 castellanos poco más o menos, no se acuerda cuánto era de Gonzalo y cuánto de Juan.

Año pasado de 45 manda que se notifique a Juan Cortés y Alonso Álvarez, procuradores del dicho Hernando Pizarro, para que dentro de tres días trajesen ante el juez los dichos maravedís donde no que mandaría hacer ejecución en los bienes del dicho Hernando Pizarro. Constituyese por depositario Juan Cortés de los bienes muebles que se hallaron en una casa que el dicho Hernando Pizarro tiene en el lugar de la Zarza, a 18 de mayo de 1549 años, conforme al inventario que de ellas hay en el proceso y así dice que los recibe inventariados.

Manda el juez que, conforme al auto de ejecución que tiene mandado hacer en los bienes de Hernando Pizarro por lo que debe y es a su cargo de los bienes del dicho Gonzalo Pizarro, se pregonen por primer pregón en Trujillo, a 19 de mayo de 1549 años, los bienes muebles que están inventariados y depositados en Juan cortes que se hallaron en la casa de la Zarza.

Ítem, la dicha casa de la zarza.

Ítem, 23 vacas de hierba de renta en la dehesa del Cuadrado, término de Medellín. Ítem, en la misma dehesa otras 46 vacas y una doceava. Ítem, en la misma dehesa, otras 13 vacas y medio doceavo de vaca.

Asimismo, en la dehesa de Toledillo, tres quincenos de cuarto de toda la dicha heredad de Toledillo que fue de Diego de Orellana, hijo de Hernando de Orellana.

Ítem, 18 vacas y tres cuartos de renta de hierba en la heredad de Torre Virote, término de Medellín.

Ítem, 34 vacas y tres cuartos de vaca de renta de hierba en las heredades de Torre de Caños y Fresneda, término de Medellín.

Ítem, la mitad de medio quinto en un quinto de la heredad de Ruy Gil que dicen de Aguas Viejas.

Ítem, la parte de la heredad de Malpartida que fue de Ana Ramira, mujer de Cristóbal de Arévalo.

Ítem, un tercio y quinto de la suerte de Valverde y de Ana Elvira de Mendoza, su mujer, vecinos de Cáceres.

Ítem, 30 vacas de renta de hierba en la heredad que dicen la Sierra de Hortiga, término de Medellín.

Ítem, en la heredad que dicen la Cabeza de Caballo, término de Medellín, quince vacas de renta de hierba.

Ítem, doce vacas y media de renta de hierba en la dehesa y heredad de la Jarilla, término de Medellín.

Ítem, en la dehesa del Novillero 19 vacas y un quinto de vaca de renta de hierba, en término de Medellín.

Ítem, un quinceno y un cuarto en la dehesa del Agua da Peral, que es en los Aguijones.

Ítem, 8 vacas de renta de hierba en la heredad de Torre de Caños, término de Medellín.

Los cuales dichos bienes mandé pregonar para que, del valor de ello, fuese pagado Su Majestad de lo que se le debía por el dicho Hernando Pizarro, y estos, después, quedaron depositados en el dicho Gonzalo de Sanabria.

El juez depositó en Gonzalo de Sanabria, depositario, 5.500 reales que recibió de Francisca Rodríguez, hermana de Hernando Pizarro, por bienes propios del dicho Hernando Pizarro en cuenta de los 2.190.977 maravedís que pareció haber recibido de la hacienda de Gonzalo Pizarro. Y Gonzalo de Sanabria se constituye por tal depositario en Trujillo, a 20 de mayo de 1549[23].

Da Juan Cortés por fiadores de depositarios de los 1.193.698 maravedís en que fue condenado por la sentencia del juez en sus cargos a Juan Pizarro de Orellana, vecino y regidor de la ciudad de Trujillo, y a Martín Alonso y a Juan Vicioso, vecinos de la dicha ciudad, y a cada uno de ellos, insolidum, para que pagaran llanamente la dicha condenación a quien por Su Majestad o por los señores de su Consejo de Indias o por otro juez fuere mandado. Otorgose la obligación en forma ante Francisco de Ovalle, escribano, en Trujillo, a 13 de junio de 1549.

El juez condenó a Hernando Pizarro y el Consejo lo confirmó por su sentencia en 1.862.570 maravedís, que cobró en la ciudad de Sevilla de los frutos del juro perteneciente a Juan Pizarro como va ya declarado en la glosa de los cargos de Juan Cortés.

Ítem, el Consejo condenó al dicho Hernando Pizarro por su sentencia en 400.000 maravedís que pareció por un conocimiento que Juan Cortés recibió en nombre de Hernando Pizarro de Juan de la Jara que en él le libró el dicho Hernando Pizarro, los cuales había cobrado el dicho Juan de la Jara del juro que el dicho Gonzalo Pizarro tenía en la ciudad de Mérida y su partido.

La resolución que hace el juez en el proceso de las condenaciones que hizo durante su comisión dice que fue condenado y mandado ejecutar el dicho Juan Cortés.

APÉNDICE III

Cuenta de las rentas de los bienes de Gonzalo y Hernando Pizarro que cobró Gonzalo de Sanabria entre 1560 y 1565.

Cuenta con el dicho Gonzalo de Sanabria, vecino y regidor de Trujillo, de los maravedís que ha recibido del depósito que en él está hecho, por mandado de los del Consejo de Indias de los bienes pertenecientes a Gonzalo Pizarro que fue condenado por las alteraciones que cometió en el Perú desde el día 20 de noviembre de 1560 que con él se feneció la otra cuenta hasta el 22 de septiembre de 1565 en que se fenece ésta, con Alonso Martín, su criado, en su nombre y por virtud de su poder que para la fenecer tuvo, ante diego de Morales, escribano de Trujillo, a 15 de septiembre de 1565 de lo que el dicho Gonzalo de Sanabria recibió de los bienes de Gonzalo Pizarro.

CARGO: primeramente, se le hace cargo al dicho Gonzalo de Sanabria que tiene en su poder depositadas unas casas principales que eran de Hernando Pizarro que están en Trujillo que el licenciado Luis Gutiérrez depositó en el dicho Gonzalo de Sanabria para efecto que Su Majestad fuese pagado del dicho Gonzalo Pizarro, su hermano.

Ítem, se le hace cargo de 82 vacas y un doceavo y medio de vaca que en él están depositados de los bienes que son en la dehesa que dicen del Cuadrado, término de Medellín, que estuvieron arrendadas un año, desde mayo de 1560 hasta mayo de 1561, a razón de 500 maravedís la vaca cada año, a Juan de Godoy, vecino de Medellín, por arrendamiento ante Diego de Morales, escribano de Trujillo, el 12 de enero de 1555. Suman un total de 41.041 maravedís.

Otrosí, se le hace cargo al dicho Gonzalo de Sanabria de 43.114 maravedís de arrendar lo anterior a 525 maravedís la vaca por un año que comenzó en mayo de 1561 hasta mayo de 1562 . Otros tres años más, hacen un total de 129.342.

Otrosí, se le hace cargo al dicho Gonzalo de Sanabria de 7.344 maravedís por 18 vacas y tres cuartos de renta de hierba que estaban depositas en Gonzalo de Sanabria que son de la heredad de Torre Virote, término de Medellín, y estuvo arrendado a Alonso Hernández Moral por un año que comenzó en 1560 hasta 1561. Otros cuatro años más a razón de 7.344 anuales hacen 29.376 maravedís.

Otrosí, se hace cargo al dicho Gonzalo de Sanabria de 42 vacas y tres cuartos de vaca de renta de hierba a 16.000 maravedís anuales por cinco años que hacen un total de 80.000 maravedís.

Otrosí, se le hace cargo al dicho Gonzalo de Sanabria de la mitad de medio quinto en un quinto de heredad en la dehesa de Aguas Viejas, término de Trujillo, desde mayo de 1561 hasta mayo de 1565, montan veinte reales que valen 6.800 maravedís.

Se le hace cargo al dicho Gonzalo Sanabria de la parte de la heredad de Malpartida, en término de Trujillo, que fue de Ana Ramira, arrendada durante cinco años, desde mayo de 1560 hasta el mismo mes de 1565, hacen un total de 20.000 maravedís.

Se le hace cargo por la renta de 30 vacas de renta de hierba en la heredad que dicen la Sierra de Ortiga, término de Medellín, por un año desde el día de San Miguel de 1560 a 1561. Total 9.000 maravedís. Ítem, se le hace cargo de 10.890 maravedís por el arriendo de 30 vacas en la misma heredad, de 1561 a 1562. Otrosí de 32.670 maravedís por la renta de las dichas 30 vacas por otros tres años desde 1562 a 1565.

Otrosí, de 15 vacas de renta de hierba en la Cabeza del Caballo, término de Medellín, lo cual se depositó; total 15.660 por nueve años de alquiler de 1554 hasta 1563.

Otrosí, se le hace cargo al dicho Gonzalo de Sanabria de 8.160 maravedís de cinco vacas por dos años desde San Miguel de 1563 hasta 1565.

Otrosí, 7.500 maravedís de 10 vacas y media en la dehesa de la Jarilla, término de Medellín, por dos años.

Otrosí, 13.125 maravedís por 12 vacas y media en la heredad de la Jarilla, por tres años desde San Miguel, de 1562 hasta 1565.

Otrosí, se cargan al dicho Gonzalo de Sanabria 19 vacas y un quinto de vaca de renta en la dehesa del Novillero, término de Medellín, por seis años, desde San Miguel de 1557. Total 14.437 maravedís.

Otrosí, 14.437 maravedís por la dicha heredad, desde 1561 a 1562.

Otrosí, otros 13.243 maravedís de 19 vacas y un quinto arrendadas en la dehesa del Novillero por otro año de 1563 a 1564. Otrosí, 13.242 maravedís por otro año más de 1564 a 1565.

Otrosí, se le hace cargo de un quinceno y un cuarto de dehesa de Guadalperal que es en los Aguijones, término de Trujillo, arrendada por un año desde mayo de 1560 al mismo mes de 1561 por 3.750 maravedís. Otros 3.750 maravedís por otro año. Y otro año 1.572 maravedís. Otro año 3.832 maravedís. Y otro año 4.000 maravedís.

Suma el total del cargo que se le hace a Gonzalo de Sanabria 540.723 maravedís.

DATA: recíbense en cuenta al dicho Gonzalo de Sanabria los maravedís que ha dado y pagado que ha gastado en la cobranza de la hacienda de su cargo en la manera siguiente:

Primeramente se le reciben y pasan en cuenta al dicho Gonzalo de Sanabria 1.020 maravedís por obrar las rentas en Trujillo que pagó a Pedro de Toledo. Otrosí, 3.060 al mismo por tres años más. Otros 1.190 por otro año.

Otrosí, 780 maravedís a los escribanos que han escriturado los arrendamientos de las dehesas.

Otrosí, 14.437 maravedís que dejó de cobrar de las 19 vacas y media del Novillero porque el año fue estéril.

Otrosí, 3.750 maravedís que se dejó de cobrar de Guadalperal.

Otrosí, 50.000 maravedís del salario de Gonzalo de Sanabria, desde 1561 a 1565. Otrosí, 5.440 maravedís que se pagaron a Alonso Martín, su criado, por los viajes desde Trujillo a la corte.

Monta la data 79.679 maravedís. Monta el total 461.044 maravedís.

En la villa de Madrid, a uno de octubre de 1565 los señores del Consejo Real de las Indias, habiendo visto las cuentas que Alonso Martín ha dado en el dicho Consejo en nombre de Gonzalo de Sanabria, vecino de la ciudad de Trujillo, de lo que han rentado los bienes que en el dicho Gonzalo de Sanabria están depositados por mandado del dicho Consejo que se secuestraron para ser Su Majestad pagado de lo que se le debe de los bienes que le fueron adjudicados de Gonzalo Pizarro, que fue castigado en las provincias del Perú por las alteraciones que cometió contra el servicio de Su Majestad, dijeron que por cuanto en la partida de las casas que están secuestradas de los dichos bienes en el lugar de la Zarza, término de la dicha ciudad de Trujillo, de que no pone apercibimiento ni alquiler alguno en cinco años y que los cobre de Hernando Pizarro, o de otra cualquier persona que hubiera vivido allí. Y, en lo del Novillero, hay pleito en la ciudad de Granada, en la Chancillería.

(AGI, Contaduría 1050).


NOTAS:

[1] VÁZQUEZ DE PRADA, Valentín: Historia económica y social de España, T. III. Madrid, 1978, pág. 709.

[2] De hecho, se estima que, entre 1541 y 1689, llegaron a Cáceres y a Castuera más de dos millones y medio de reales. Eso supone una media de más de diecisiete mil reales anuales para ambas localidades. Pero no olvidemos que, a finales del siglo XVI, Cáceres no llegaba a los siete mil habitantes, mientras que Castuera estaba en torno a los mil quinientos. Se trata, pues, de unas cantidades de dinero que a lo largo de casi siglo y medio supusieron una inyección considerable de numerario. PELEGRÍ PEDROSA, Luis Vicente: El botín del Nuevo Mundo. Capitales indianos en Extremadura. Sevilla, Muñoz Moya, 2004, pág. 217.

[3] PELEGRÍ PEDROSA, Luis Vicente: “Caudales y legados indianos en los bienes de difuntos de Trujillo”, XXVII Coloquios de Históricos de Extremadura. Trujillo, 1998, págs. 449-468.

[4] Pese a que los materiales tanto documentales como impresos son abundantísimos, lo cierto es que sobre Gonzalo Pizarro no se ha realizado una biografía definitiva. Aún así existen algunas monografías como las de CARDENAL IRACHETA, Manuel: Vida de Gonzalo Pizarro. Madrid, 1953 y CUNEO VIDAL, Rómulo: Vida del conquistador del Perú don Francisco Pizarro y de sus hermanos Hernando, Juan y Gonzalo Pizarro Martín Alcántara. Barcelona, s/a. Imprescindible es también la colección documental publicada por PÉREZ DE TUDELA BUESO, Juan: Documentos relativos a Pedro de La Gasca y a Gonzalo Pizarro. Madrid, Real Academia de la Historia, 1964.

[5] GONZÁLEZ OCHOA, José María: Quién es quién en la América del Descubrimiento. Madrid, Acento, 2003, pág. 315.

[6] KIRKPATRICK, F. A.: Los conquistadores españoles. Madrid, Austral, 1986, pág. 107.

[7] GONZÁLEZ OCHOA: Ob. Cit., pág. 319.

[8] MORALES PADRÓN, Francisco: Historia del Descubrimiento y conquista de América. Madrid, Gredos, 1990, pág.503.

[9] Ibídem, pág. 507.

[10] BALLESTEROS GAIBROIS, Manuel: Francisco Pizarro. Madrid, Biblioteca Nueva, 1940, págs. 283-284.

[11] LÓPEZ DE GÓMARA, Francisco: Historia General de las Indias, T. I. Barcelona, Orbis, 1985, pág. 252.

[12] CIEZA DE LEÓN, Pedro: Crónica del Perú. Madrid, Sarpe, 1985, pág. 38.

[13] HURTADO, Publio: Los extremeños en América. Sevilla, Gráficas Mirte, 1992, pág. 142.

[14] LÓPEZ DE GÓMARA: Ob. Cit., T. I, pág. 268.

[15] VÁZQUEZ FERNÁNDEZ, Luis: Tirso y los Pizarro. Aspectos histórico-documentales. Kassel, 1993, págs. 151-152.

[16] Véase la obra de PELEGRÍ PEDROSA: El botín del Nuevo Mundo…, págs. 154-155.

[17] En otro lugar del documento se denomina como dehesa del Agua da Peral.

[18] En lo referente a esta dehesa se menciona que hay pleito apelado a la Chancillería de Granada.

[19] Este total es el que hemos calculado nosotros sumando todos los ingresos reflejados en el cuadro. Sin embargo, en el documento aparece como cifra total del cargo 540.723, es decir, 5.275 maravedís más. Por más que revisamos el documento fue imposible cuadrar las cuentas, probablemente porque el escribano omitió algún ingreso.

[20] Hemos calculado la inversión de Hernando Pizarro ponderando sus rentas con las de que obtenía su hermano y la cantidad que éste invirtió.

[21] PELEGRÍ PEDROSA: El botín del Nuevo Mundo…, pág. 217.

[22] PELEGRÍ PEDROSA: Caudales y legados indianos…, pág. 463.

[23] El documento apostilla al margen lo siguiente: “al final, Francisca fue absuelta y se le devolvieron los dichos 5.500 reales”.

Oct 012004
 

Esteban Mira Caballos.

Doctor en Historia de América

Antes de entrar en el desarrollo de una comunicación sobre la política indigenista de Isabel la Católica es ineludible comenzar hablando de la clásica y voluminosa obra que el profesor Rumeu de Armas dedicó a la temática[1]. Y aunque parezca difícil corregir las palabras del maestro, lo cierto es que, tras la aparición en las últimas décadas de nueva documentación y de novedosos ensayos sobre la cuestión, es posible puntualizar y matizar algunas de las ideas que en esta obra se plantearon. A la Reina Católica le tocó vivir un contexto histórico difícil, pues, tuvo que hacer frente a asuntos muy delicados. Afirman sus detractores -casi siempre de forma anacrónica- que hay tres puntos oscuros en su biografía, a saber: en primer lugar, su actuación en la Guerra Civil por la sucesión de Enrique IV y especialmente el trato dado a Juana la «Beltraneja», esposa de Alfonso V. En segundo lugar, la expulsión de los judíos que hoy se ve como una de las más crueles decisiones tomadas por la Reina Católica. Probablemente, afirma Tarsicio de Azcona, si Isabel levantase la cabeza aduciría razones que hoy día, después de varios siglos, no alcanzaríamos a comprender[2]. Y en tercer y último lugar, su permisibilidad con la institución de la esclavitud, pese a que todas las instituciones, incluida la Iglesia, la toleraban y, en ocasiones, hasta la justificaban.

Nosotros en este trabajo queremos tratar precisamente de esta última cuestión, es decir, de la actitud de la Reina ante la esclavitud, centrándonos específicamente en la de los indios americanos.

1.-LA POLÍTICA INICIAL Y EL INFLUJO DE LAS BULAS PONTIFICIAS

Habida cuenta de la facilidad para declarar esclavos a los indios podemos decir que, desde los primeros tiempos, estuvieron expuestos a la posibilidad de embarcarlos para tierras castellanas, formando parte del botín de guerra los españoles. Así, pues, desde el regreso de Colón de su primera aventura descubridora se comenzaron a traer indios a la Península, aprovechando una situación de vacío legal. Realmente estaba aún por definir el status social del nativo americano. Efectivamente, en los primeros años se dio -por circunstancias obvias- una política vacilante o dubitativa por parte de la Corona que favoreció la esclavitud del indio, e incluso, su traslado forzado a tierras castellanas[3]. Concretamente el Almirante genovés, al regreso de su primer viaje, trajo consigo varios presentes a los Reyes entre los que figuraban una decena de indios, de los que tan sólo seis llegaron a la Corte, pues el resto no sobrevivió a la travesía[4]. Supuestamente su traída respondía exclusivamente a la necesidad que tenía Colón de autentificar su llegada a las Indias. Sin embargo, según el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, eran algo más que todo eso, pues ya el Almirante había pensado en ellos para que «aprendiesen la lengua, para que cuando aquestos acá tornasen, ellos e los cristianos que quedaban encomendados a Goacanagarí, y en el castillo que es dicho de Puerto Real, fuesen lenguas e intérpretes para la conquista y pacificación y conversión de estas gentes»[5].

Por otro lado, parece ser que el Almirante no era el único que embarcó aborígenes, pues nos consta que otros marineros, como Alonso Pardo o Juan Bermúdez, también los traían[6]. Estos nativos fueron vistos en Sevilla por Rafael Castaño y Diego de Alvarado, afirmando de ellos que llevaban en la cabeza «diademas de oro»[7].

Como es de sobra conocido, en un primer momento este tráfico fue aceptado por la Reina Isabel, que tácitamente atribuyó a estos desdichados indios el mismo status que habían gozado los musulmanes de Al-Ándalus hasta 1492. Por ello, ordenó sin el menor trauma su venta en los mercados peninsulares[8]. Pero no era éste el único referente, pues, existía un caso similar y casi coetáneo en el tiempo, es decir, el de los guanches canarios. Varios centenares de ellos fueron deportados a Castilla entre finales del siglo XV y principios del XVI[9], siendo vendidos en distintas ciudades de Andalucía Occidental. Incluso se sabe que en Sevilla, junto a la Puerta de la Carne, llegó a haber una nutrida colonia[10].

Está claro, pues, que la postura inicial de la Reina no debió sorprender a nadie, pues no hizo otra cosa que prolongar una política que llevaba vigente varios siglos.

No obstante, el padre fray Bartolomé de las Casas atribuyó la decisión tomada por los Reyes Católicos a la influencia que ejerció sobre ellos Cristóbal Colón, al convencerlos de la importancia económica que tendría el envío a Castilla de aquellos aborígenes tomados en «buena guerra». En las líneas siguientes mostramos textualmente las palabras del fraile dominico:

«Y los reyes le respondieron que todos los que hallase culpados los enviase a Castilla, creo yo que por esclavos como en buena guerra cautivos, no considerando los reyes ni su Consejo con qué justicia las guerras y males el Almirante había hecho contra estas gentes pacíficas, que vivían en sus tierras sin ofensa de nadie, y de quien el mismo Almirante a Sus Altezas, pocos días había, en su primer viaje, tantas calidad de bondad, paz, simplicidad y mansedumbre había predicado. Al menos parece que debiera de aquella justicia o injusticia dudar, pero creyeron solamente al Almirante y como no hubiese quien hablase por los indios ni su derecho y justicia propusiese, defendiese y alegase, (como abajo parecerá más largo y claro), quedaron juzgados y olvidados por delincuentes…»[11].

Desde 1495 la actitud de la Reina comenzó a cambiar. El dieciséis de abril de 1495 dispuso que los quinientos indios enviados por Colón se vendiesen solo fiados, mientras «letrados, teólogos y canonistas» decidían si podían ser o no esclavos[12]. Pese a todo, justo nueve meses después seguía sin haber acuerdo, pues, el trece de enero de 1496 los Reyes dispusieron que se le entregasen a Juan de Lezcano cincuenta indios para que sirviesen en galeras pero con las garantías suficientes de que, si finalmente eran libres, los devolviese[13].

Pero, ¿a qué se debió este nuevo talante? En los años inmediatamente posteriores al Descubrimiento se produjo un hecho clave, es decir, la concesión de las bulas pontificias. La Reina, preocupada por las reivindicaciones portuguesas, optó por acudir a Roma para respaldar la ocupación. Como dice Rumeu de Armas, en 1493, cuando se negociaron las bulas Inter Caetera, fue cuando se afirmó el carácter misional de la expansión española[14]. Realmente, resultaba incompatible la sumisión a esclavitud del indígena y los acuerdos pontificios de evangelización. Si la Corona de Castilla esclavizaba al aborigen dejaría de cumplir su pacto con la Santa Sede y las bulas de concesión quedarían en papel mojado.

No obstante, debemos decir que en los siguientes años no hubo una decisión definitiva lo que permitió que continuase el trasiego de indios. De hecho, en 1496 regresó Colón a España, trayendo consigo treinta indios que vendió en la Península a mil quinientos maravedís la pieza. Asimismo, en 1499, arribaron a Cádiz Américo Vespucio y Alonso de Hojeda con doscientos treinta y dos nativos que vendieron sin ningún problema en el mercado de esclavos gaditano.

2.-EL PROYECTO ESCLAVISTA DE CRISTÓBAL COLÓN

En un primer momento el Almirante tuvo una visión idílica de los indios. Es bien conocida la respuesta que le dio a unos indios taínos cuando les dijo que los españoles habían ido a esas tierras para evitar que los temibles indios Caribes les hiciesen daño. Pero tardó poco en darse cuenta de la importancia económica que esa mano de obra indígena tenía. Al parecer, en esta ocasión, como en tantas otras, Colón adoptó una conducta similar a la que tradicionalmente habían tenido los portugueses. Como es bien conocido, estos integraron durante décadas de expansión la idea de la esclavitud del infiel con su conversión[15]. Sea como fuere lo cierto es que, como afirma Tarsicio de Azcona, esta posición economicista y sin escrúpulos del Almirante contrastó y entró en conflicto con la que sostenía al respecto Isabel la Católica[16]. Pero tampoco debemos olvidar que la factoría colombina, ideada exclusivamente por el Almirante, era una empresa absolutamente económica, no religiosa, ni muchísimo menos política. En el mismo «Diario de a bordo» de su primera aventura descubridora reflejó esta circunstancia en los términos siguientes:

«Esta gente es muy símplice en armas, como verán Vuestras Altezas de siete que yo hice tomar para les llevar y aprender nuestra habla y volverlos, salvo que Vuestras Altezas cuando mandaren puédenlos todos llevar a Castilla o tenerlos en la misma isla cautivos, porque con cincuenta hombres los tendrá(n) todos sojuzgados, y les hará(n) hacer todo lo que quisiere(n)«[17].

Muy poco después, en una carta escrita a Santángel, el quince de febrero de 1493, le decía que entre las riquezas de las nuevas tierras estaban «los esclavos, cuantos quieran cargar y serán de los idólatras»[18]. Tan sólo unas semanas después dirigió una misiva en los mismos términos a los Reyes Católicos.

Pero lo cierto es que Colón no quiso esperar la respuesta de los Reyes y, sin autorización para ello, organizó en 1494 un incipiente tráfico de esclavos indios que pretendía remediar la ausencia de otras riquezas prometidas. Durante varios años estuvo enviando indios a la Península, obteniendo beneficios económicos.

Pese a esos ingresos extras a finales del siglo XV la situación era especialmente difícil. La factoría colombina se enfrentaba a varios problemas que comprometían seriamente su continuidad y que, finalmente, la llevaron al fracaso. La dificultad era sobre todo económica porque la factoría se encontraba al borde de la quiebra técnica, aunque también había un descontento social y político fruto del desencanto de los colonos. El Almirante no se resignó e intentó buscar soluciones a ambas cuestiones. Por un lado para frenar el descontento social, introdujo los repartimientos de indios, iniciados tímidamente en 1496 y de forma más intensiva en 1499[19]. Con esta medida quería solventar el peligroso desánimo de los colonos.

No obstante, el principal problema era sin duda el económico. Urgía conseguir ingresos con los que abastecer a las nuevas colonias. Para ello pensó obtener unos ingresos inmediatos exportando a España, por un lado, el palo brasil, abundante en algunas zonas de la Española y usado como colorante textil, y por el otro, esclavos indios. Más concretamente planeó traer unos cuatro mil indios a Castilla que, según sus cálculos, le reportarían unos beneficios superiores a los veinte millones de maravedís. El plan lo explicó en los siguientes términos:

«…De acá se pueden, con nombre de la Santa Trinidad, enviar todos los esclavos que se pudieren vender y brasil; de los cuales… me dicen que se podrán vender cuatro mil que a poco valer, valdrán veinte cuentos… Y cierto, la razón que dan a ello parece auténtica porque en Castilla y Portugal y Aragón e Italia y Sicilia y las islas de Portugal y de Aragón y de Canarias gastan muchos esclavos, y creo que de Guinea ya no vengan tantos, y que viniesen, uno de estos vale por tres, según se ve…»[20].

Según escribió el padre Las Casas, el Almirante llegó a escribir en una carta que esta venta de indios no la planeaba con afán de codicia sino «con propósito que, después que fuesen instruidos en nuestra santa fe y en nuestras costumbres y artes y oficios, los tornarían a cobrar y los volver a su tierra para enseñar a los otros»[21]. Obviamente, la cantidad de indios implicados en el proyecto era tal que cuesta creer que la motivación fuese misional y no lucrativa. Pero, ¿toleraría la Reina este proyecto esclavista?, obviamente no, como veremos detalladamente en las líneas que vienen a continuación.

3.-LA REINA CONVIERTE A LOS INDIOS EN VASALLOS

A finales del siglo XV el riesgo de que las Indias se convirtiesen en un inmenso mercado de esclavos con destino al Viejo Continente era muy elevado por el fracaso económico de la factoría colombina. Desde luego hubiese sido la solución más rápida al problema de inviabilidad económica al que se estaban enfrentando las colonias.

Por fortuna la Soberana, inauguró una política de protección del indio que a medio o largo plazo evitó la trata masiva de indios[22]. Así, pues, la Reina Católica, lejos de aceptar este proyecto, determinó por una Real Provisión, fechada en Sevilla, el veinte de junio de 1500, que los indios que se encontraban en Andalucía, enviados por Colón, se pusiesen en libertad y se devolviesen a sus «naturalezas» en el Continente americano[23]. Sin duda este Real Cédula supuso un auténtico hito en la historia social de Hispanoamérica.

Pero, ¿a qué se debió este nuevo cambio de actitud de la Soberana? Al parecer la Reina, muy influida por su confesor, el Cardenal Jiménez de Cisneros, quedó profundamente impresionada por el desembarco de dos naves, de Ballester y de García Barrantes, que arribaron abarrotadas de indios. Según el padre Las Casas la Reina Isabel al conocer la noticia se interrogó crispadamente: ¿Qué poder tiene mío el Almirante para dar a nadie mis vasallos?[24]

Por otro lado, existía un conocido precedente, el de los guanches canarios. Al parecer, tras unos primeros años en los que fueron sometidos a servidumbre, desde 1477, se prohibió su esclavitud[25]. Ahora, con el indio americano, la cuestión era saber si eran hombres o no, de ello dependía su trato jurídico[26].

Pero la Reina Católica no sólo los consideró personas, sino, lo que es más importante, súbditos de la Corona de Castilla. Ésta es una de las claves en la evolución del tratamiento jurídico del indio que, a nuestro juicio, no ha sido suficientemente destacada. En las instrucciones, dadas a Nicolás de Ovando el dieciséis de septiembre de 1501 se recogía perfectamente esta nueva situación jurídica del indio. Concretamente pretendía un doble objetivo, a saber: primero, que los indios fuesen convertidos a la fe católica con lo que, por un lado se cumplía con lo dispuesto en las bulas Alejandrinas, y por el otro, contribuía a la consolidación de la soberanía en los nuevos territorios[27]. Y segundo, que fuesen bien tratados «como nuestros buenos súbditos y vasallos, y que ninguno sea osado de les hacer mal ni daño»[28]. De esta forma la Reina se adelantaba cuarenta y un años a las famosas Leyes Nuevas en las que Carlos V prohibió la esclavitud del aborigen, atendiendo a que eran «vasallos nuestros de la Corona de Castilla»[29].

Pero nuevamente cabría interrogarse ¿qué implicaciones directas tuvo este status de súbditos castellanos?. Pues bien, dos muy evidentes: una, la sustitución de los repartimientos por las encomiendas. Y otra, el inicio del proceso de supresión de la esclavitud del indio.

A.- DEL REPARTIMIENTO A LA ENCOMIENDA

Como es bien sabido, en 1496 se introdujeron los repartimientos y continuaron de manera más o menos ininterrumpida en los siguientes años. Pero desde su condición de súbditos castellanos se planteó un serio problema. Esta situación jurídica era absolutamente incompatible con sus repartos, como si fueran esclavos, entre los españoles. Por ello, el nuevo gobernador de las Indias, frey Nicolás de Ovando recibió instrucciones expresas en 1501 para que procediese a la supresión de los repartimientos. Sin embargo, en vista de que los indios no querían servir si no era de forma obligada, en diciembre de 1503, tras más de un año y medio de supresión, se reinstauraron los repartimientos. La Reina lo aceptó, pero incluyendo algunos matices. Fundamentalmente, intentó compatibilizar su reparto con el mantenimiento a nivel legal de su libertad como vasallos de la Corona de Castilla. Pero, eso no fue posible porque los españoles una vez que recibían sus indios de repartimiento los sometían a esclavitud como habían hecho durante décadas en la Reconquista de España.

Isabel no tuvo mucho tiempo más para legislar una nueva situación para el indio. Sin embargo, la concesión del status de súbditos de su Corona y las recomendaciones de buen trato a los aborígenes sentaron las bases de una legislación protectora del indio.

Pues, bien, en 1505, coincidiendo con el repartimiento general de indios de la Española, Nicolás de Ovando dejó de repartir indios a secas y comenzó a concederlos en régimen de encomiendas[30]. El viejo gobernador actuó sin autorización expresa sencillamente porque, tras la muerte de la Reina en 1504, se daba un interín donde el gobierno ovandino fue prácticamente autónomo.

En realidad existía una verdadera problemática social porque el término repartimiento estaba vacío de contenido legal. Nicolás de Ovando, que era encomendero mayor de la Orden de Alcántara, conocía perfectamente esta problemática y también su posible solución a través de la encomienda. Se trataba de una institución que conocía a la perfección pues, no en vano, en la Orden de Alcántara se concedían tierras en encomienda con las personas que vivían en dicha demarcación. Éstas estaban sometidas a la supervisión en última instancia del comendador mayor de la Orden[31]. Así, a través de visitadores se evitaban los abusos de los poseedores de la encomienda sobre sus vasallos, incentivando el poblamiento.

Desde luego, lo que está fuera de toda duda es que la implantación de la encomienda por Ovando no respondió a un capricho personal. Más bien al contrario, pues, como escribió García Gallo, se debió a una reacción deliberada para solventar una problemática política, social y económica[32]. Existían serias razones, casi todas de orden económico, para trasladar a los nuevos territorios esta señera institución castellana. En primer lugar, mientras el repartimiento quedaba fuera del control real la encomienda era plenamente dirigida por la Corona. Efectivamente, después de hacer un repartimiento era muy difícil convencer a los españoles de que devolviesen lo que ellos creían que se les había entregado legalmente. En cambio la encomienda no presentaba esta problemática porque era una regalía regia. Sólo a la Corona correspondía decir quién recibiría una encomienda, con cuántos indios y, finalmente, por cuánto tiempo. De hecho en las instrucciones dadas a Diego Velázquez en 1522 quedó muy clara esta idea al pedir que se repartiesen los nativos en régimen de encomiendas «porque los tengan mientras fuere la voluntad nuestra»[33].

La facultad de encomendar indios la podía delegar la Corona en el repartidor pero en cualquier caso estaba sujeta en todo momento a su estricta supervisión. De hecho la Corona en 1509 pidió a Diego Colón que en materia de encomiendas le consultase siempre «porque de otra forma seguirán muchos inconvenientes»[34]. Incluso la encomienda, institución tradicionalmente defendida por la élite, podía llegar a resultar incómoda para ésta por el control regio que implicaba sobre la fuerza productiva. Por este motivo, Lucas Vázquez de Ayllón, que no se caracterizó nunca por el buen trato hacia sus indios, cuando fue a poblar la Florida solicitó que no se estableciese la encomienda[35]. El motivo que alegó fue la protección del indio, sin embargo, es probable que pretendiese más bien un control personal de la mano de obra indígena sin las incómodas ingerencias externas. Aunque el proyecto de poblamiento de la Florida fracasó por la prematura muerte de Vázquez de Ayllón, se trata posiblemente de la primera vez que un encomendero de la élite negaba la validez de la institución para regular el sistema laboral indígena.

En segundo lugar la encomienda implicaba un respeto por el vasallaje real del indio a diferencia de lo que había ocurrido durante la época de Cristóbal Colón y del pesquisidor Bobadilla. No obstante en diciembre de 1503, en ese ambiguo sistema de repartimiento, se estableció ya una supuesta libertad del indio que sólo la encomienda garantizaba.

Y en tercer y último lugar la encomienda regulaba las relaciones de reciprocidad existentes entre el encomendero y el encomendado. De hecho la encomienda, de forma similar a lo que ocurría en la Castilla bajomedieval, no consistió más que en la entrega de cierto número de aborígenes a un español para que, a cambio de beneficiarse de los servios personales, los tutelase e instruyese en la fe[36]. En sus planteamientos teóricos intentó aunar nada menos que tres intereses regios, a saber: primero, cumplir con su compromiso de evangelización de los indígenas, segundo, saldar su deuda con los conquistadores, entregándoles indios en remuneración por sus esfuerzos[37], y, tercero, satisfacer sus propios intereses económicos. Los Reyes de España se mostraron, pues, dentro de una «vital contradictio in terminis» entre dos polos antagónicos, la libertad y la conversión del indio por una parte y su explotación como fuerza de trabajo en las minas por la otra[38]. En este sentido, y siguiendo a Höffner, la Corona estuvo guiada por tres principios básicos: la conversión de los indios, su trato humano y la obtención de los máximos ingresos posibles[39]. Desgraciadamente, el primer objetivo no alcanzó el resultado esperado, el segundo se logró demasiado tarde, y, finalmente, el tercero, sí tuvo y con creces el fruto deseado por la monarquía española.

B.-DE LA ESCLAVITUD A LA LIBERTAD

Ya hemos dicho que en 1495 ocurrió un hecho de gran trascendencia. La Reina quería preservar al indio mientras se tomaba una decisión definitiva sobre la cuestión. Pero, como acababan de llegar varios centenares de indios y no había posibilidad de devolverlos a sus lugares de origen de inmediato, la Soberana tomó una decisión muy peculiar: autorizó su venta, pero sin cobrar ninguna cantidad al comprador porque «sea fiado», mientras se resolvía la cuestión de su libertad[40].

Tras tomar esta decisión, se mandó pregonar la Real Provisión en algunas ciudades de España, pidiendo, asimismo, la devolución a sus «naturalezas» de los indios esclavos repartidos por el Almirante y traídos a la Península. Unos trescientos indios que había mandado traer el Almirante a la Península quedaron al menos legalmente en libertad. Por desgracia, tan sólo se logró reunir a varias decenas de ellos, que se embarcaron en la flota que llevó al pesquisidor Francisco de Bobadilla a la Española[41]. Nada tiene de particular que las principales medidas en favor del indio se tomaran entre principios de 1500 y febrero de 1502 cuando sabemos que los Reyes residieron casi todo el tiempo en Andalucía, entre Sevilla y Granada[42].

El padre Las Casas, por su parte, insinuó que tal disposición afectó sólo a los indios traídos por Cristóbal Colón, al considerar la Reina que los habían capturado injustamente. A continuación reproducimos el texto de fray Bartolomé de Las Casas que nos parece sumamente aclaratorio:

«Yo no sé por qué no más de estos 300 indios que el Almirante había dado por esclavos mandó la Reina tornar con tanto enojo y rigor grande, y no otros muchos que el Almirante había enviado y el Adelantado, como arriba puede verse; no hallo otra razón, sino que los que hasta entonces se habían llevado, creía la Reina, por las informaciones herradas que el Almirante a los Reyes enviaba, que eran de buena guerra tomados…»[43].

En nuestra opinión el dominico se equivocó en esta ocasión. Como ya hemos dicho, está claro que la prohibición no fue tajante y que consentía la posesión de indios justamente esclavizados. Sin embargo, no sólo se refería a los indios enviados por el Almirante sino a todos aquellos que se hubiesen capturado sin justos títulos. De hecho, la disposición de 1500 fue ratificada tácitamente en la Capitulación de Alonso de Hojeda, firmada el veintiocho de julio de 1500, y en la de Cristóbal Guerra del once de noviembre de 1501[44]. Y poco después, el dos de diciembre de 1501, se volvió a expedir una Real Cédula en esta ocasión absolutamente contundente, al pedir que se pusiesen en libertad los indios traídos y vendidos por Cristóbal Guerra «siendo los dichos indios nuestros súbditos«[45].

La disposición sentó un importante precedente en la protección del indio ya que en casi todas las capitulaciones firmadas desde 1500 se incluyó una cláusula, prohibiendo la traída de indios esclavos a España, exceptuándose, a partir de 1504, los de las islas «que se dicen caníbales»[46]. Todavía en otra capitulación, firmada en 1520 con el licenciado Serrano para poblar la isla de Guadalupe, se especificaba que los aborígenes que encontrase fuesen libres porque así fue «la intención de la Católica Reina mi Señora…»[47].

Por tanto, queremos insistir que la prohibición de 1500, aunque no afectó a los indios esclavizados justamente, constituyó un hito importantísimo en la historia social de Hispanoamérica y como tal debe ser recordada. La Soberana Católica, pese a sus titubeos, sentó las bases de una brillante política de protección de los naturales que a medio y largo plazo evitó su trata con destino a la Península.

A pesar del importante adelanto la suspensión de la trata no fue total porque, de momento, se permitió la posesión de indios en tierras castellanas siempre que su servidumbre estuviese fundamentada en un «justo título»[48]. De esta forma se crearon los resquicios legales suficientes como para que su esclavitud continuase durante décadas. Concretamente se legislaron tres excepciones por las que sí se podían esclavizar: una, que fuesen indios antropófagos (1503), que se hubiesen obtenido en buena guerra (1504), que fuesen esclavos ya por otra tribu (1506)[49].

Por ello, la praxis supuso una realidad bien distinta a la teoría legal. La ley en muchos casos se acataba pero no se cumplía. Así, en 1501 Cristóbal Guerra trasladó a un nutrido grupo de indios esclavos a España, declarando las autoridades su inmediata puesta en libertad[50]. Efectivamente se trataba de unos trescientos nativos que previamente había capturado en la isla de Bonaire y que fueron vendidos en Cádiz, Jerez, Córdoba y Sevilla, «y algunos de ellos están en su poder y de otras personas»[51].

No sabemos exactamente cuántos de estos indios fueron confiscados y devueltos en la flota del Comendador Mayor frey Nicolás de Ovando, aunque todo parece indicar que fueron pocas decenas.

4.-LA REHABILITACIÓN DE SU TRÁFICO

Esta suspensión de la trata decretada por Isabel la Católica y aparentemente fundamentada en razones de conciencia pudo haber sido definitiva, al menos durante el resto de su reinado, y no lo fue. Realmente, desconocemos los motivos que llevaron a la Soberana a modificar en parte su actitud y permitir -aunque, eso sí, con muchas limitaciones- la reanudación de la trata. Creemos que se trata de uno de los puntos más oscuros de todo el reinado de Isabel y que pone a prueba su bien sabida integridad ética. Es posible, como sostiene Tarsicio de Azcona, que nuevamente se dejara arrastrar por unos «titubeos» propios de una época inicial en la que aún no estaba claro el mundo americano y su problemática.

En cualquier caso, y continuando con la evolución jurídica de la trata, ya en unas instrucciones otorgadas al Almirante el catorce de marzo de 1502 se introdujo el primer resquicio legal a la prohibición de embarcarlos para la metrópolis. Pese a que en tal documento se incluyó un capítulo reiterando su libertad lo cierto es que dispusieron también que si algún indio quería ir «de su propia voluntad», para ser lengua, que lo pudiesen traer.

Pero, el año de 1503 iba a deparar disposiciones realmente dramáticas para el futuro inmediato del indio. Para empezar, la Reina, mediatizada por las informaciones que recibía sobre unos indios antropófagos, decretó por una Real Provisión, fechada el veintinueve de agosto de 1503, la esclavitud del indio Caribe. Como tales esclavos se especifica la posibilidad de llevarlos consigo sus propietarios a donde quiera que fueran, incluida la propia España. Obviamente, esta disposición abrió la posibilidad de esclavitud para cualquier indio, pues, sus dueños, con un cierto influjo sobre el veedor de Su Majestad podían fácilmente hacerlos pasar por caribes.

Evidentemente, desde agosto de 1503 quedó reabierto el tráfico de nativos con destino a la Península. Y ya a finales de 1503, se ampliaron aún más las posibilidades de este lucrativo comercio. Más exactamente se autorizó su traída -tanto en el caso de ser libres como esclavos- con la única condición de que el gobernador expidiese una carta certificando que el indio iba voluntariamente. Dado el interés del documento lo reproducimos parcialmente a continuación:

«Yo vos mando que si los dichos indios e indias o algunos de ellos quisieren venir con los dichos cristianos, de su propia voluntad, a estos dichos mis reinos les deis lugar que lo puedan hacer, que yo por la presente les doy licencia para ello y a cualesquieras maestres y capitanes y pilotos y personas para que los puedan traer con tanto que cada uno de los dichos indios que así vinieren traigan fe de vos el dicho gobernador o de otro cualquier gobernador que después de vos hubiere en esas dichas Indias, sin que por ello caigan ni incurran en pena alguna…»[52].

Además de la debida autorización, en el caso de ser indios libres, era necesario depositar una fianza como garantía de que serían devueltos al regreso de España[53]. Esta Real Orden de diciembre de 1503 supuso la reanudación en toda su extensión del tráfico de esclavos indios con destino a la Península. Además, las condiciones no se cumplieron, pues se embarcaban sin la requerida autorización del gobernador y con informaciones falsas sobre su supuesta venida voluntaria.

A partir de 1504 la trata se acentuó por la muerte de la Reina que pese, a sus indecisiones políticas y jurídicas sobre el indígena americano, había reiterado hasta la saciedad su intención de que fuesen bien tratados. El padre Las Casas captó perfectamente esta situación cuando escribió:

«Los mayores horrores de estas guerras…comenzaron desde que se supo en América que la Reina Isabel acababa de morir… porque Su Alteza no cesaba de encargar que se tratase a los indios con dulzura y se emplearan todos los medios para hacerlos felices»[54]

Muy poco después, comenzaron a llegar a tierras españolas centenares de indios procedentes de la Española y concretamente de las provincias insurrectas de Higüey y Xaragua. Al parecer el principal responsable de estos envíos fue el capitán Juan de Esquivel que los consignó a un socio suyo residente en Sevilla, llamado Timoteo de Vargas[55].

En muchos documentos se reconoce que se estaban trayendo multitud de indios a Castilla «escondidamente» sin testimonio del gobernador. En todo momento se reitera que bajo ningún concepto se traigan sin el testimonio del gobernador -o posteriormente de la Audiencia o del virrey- que dejase fuera de dudas la decisión voluntaria y libre del indio de venirse a Castilla con su dueño -si era esclavo- o con su encomendero -si era encomendado-. Así, por ejemplo, en una real cédula, fechada el veintiuno de julio de 1511, se pidió al Almirante Diego Colón que no consintiese que se trajesen indios, «sin expresa licencia nuestra so pena de veinte mil maravedís»[56]. Al año siguiente se reiteró tal disposición prácticamente en los mismo términos, disponiendo que el que incurra en tal delito debía ser condenado a perder el indio en cuestión y a abonar mil maravedís, «la mitad sea para la mi cámara y la otra mitad se dé la una parte al acusador que lo acusare y la otra al juez que lo sentenciare y ejecutare…»[57].

Las disposiciones de 1511 y 1512 demuestran que los indios se traían sin licencia de las autoridades. Pero, daba lo mismo porque con autorización o sin ella, lo cierto es que tan sólo había una realidad: que el indio era forzado a ir a Castilla.

5.-CONCLUSIÓN

Pese a su política indigenista a veces dubitativa, la labor de la Reina Isabel La Católica fue decisiva en la supresión a medio plazo de la esclavitud.Verdaderamente marcó hito en la historia social de Hispanoamérica.

Efectivamente, Cristóbal Colón quiso establecer todo un negocio esclavista con el indio americano pero la Reina, muy influida por su confesor, el Cardenal Cisneros, se opuso a esta realidad. Es cierto que esta suspensión de la trata decretada por Isabel la Católica, y aparentemente fundamentada en razones de conciencia, pudo haber sido definitiva y no fue así. Realmente desconocemos los motivos que llevaron a la Soberana a permitir con posterioridad y bajo algunas condiciones su trata. Es posible que en esta ocasión se dejara arrastrar por unas dudas propias de una época inicial en la que aún no estaba claro el mundo americano y su problemática.

De hecho, en una de las cláusulas del codicilo que redacto la Soberana tres días antes de su muerte, concretamente el veintitrés de noviembre de 1504, pidió a sus herederos que evitasen que los indios sufriesen agravios y que fuesen bien tratados. De esta forma, utilizando palabras de Rumeu de Armas, se posicionaba del lado de los que defendían la “acción misional», como los dominicos de la Española, frente a la “conquista evangelizadora» que defendieron la mayor parte de los colonos[58].

Las palabras de su testamento sentaron un precedente fundamental en la política de la Corona española con respecto al aborigen americano: que los indios, como súbditos que eran, no recibiesen agravios y que fuesen tratados adecuadamente. Son palabras que se repetirán treinta y ocho años después en las famosas Leyes Nuevas de 1542 que terminó aboliendo definitivamente -al menos en teoría- la esclavitud del aborigen.


NOTAS:

[1] RUMEU DE ARMAS, Antonio: La política indigenista de Isabel la Católica. Valladolid, Instituto Isabel la Católica, 1969.

[2]AZCONA, Tarsicio de: Isabel la Católica. Vida y reinado. Madrid, La Esfera de los Libros, 2002, pág. 474.

[3]Véase a este respecto RUMEU DE ARMAS: La política indigenista…, págs. 127 y ss.

[4]LÓPEZ DE GOMARA, Francisco: Historia General de las Indias. T I. Barcelona, Editorial Ibérica S.A., 1985, pág. 50. Según Fernández de Oviedo fueron “nueve o diez» los indios que Cristóbal Colón trajo, de los cuales uno falleció en la mar, y dos o tres dejó dolientes en la villa de Palos, siendo los seis restantes los que viajaron a la Corte de los Soberanos Católicos. FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Gonzalo: Historia general y natural de las Indias. T. I. Madrid, Editorial Atlas, 1992, Cap. VI, p. 29.

[5]FERNÁNDEZ DE OVIEDO: Historia General y Natural…, T. I, Cap. VI, p. 28.

[6]En el caso de Juan Bermúdez sabemos que se embarcó con Colón de nuevo en su segundo viaje sin que llevase consigo los indios que inicialmente trajo a la Península. Pleitos Colombinos, T. III. Sevilla, E.E.H.A., 1984, p. XXVI.

[7]IBIDEM, p. XXVI.

[8]MIRA CABALLOS, Esteban: Indios y mestizos americanos en la España del siglo XVI. Madrid, Iberoamericana, 2000, pag. 44.

[9]Incluso en la segunda década del siglo XVI se planteó la posibilidad de deportar masivamente a la Península a los guanches rebeldes, idea que afortunadamente no prosperó. CASTRO ALFIN, Demetrio: Historia de las islas Canarias. De la prehistoria al descubrimiento. Madrid, Editora Nacional, 1983, pág. 212.

[10]IBIDEM.

[11]LAS CASAS, Bartolomé de: Historia de las Indias. México, Fondo de Cultura Económica, 1951 T. I, pág. 439.

[12]KONETZKE, Richard: Colección de documentos para la historia de la formación social de Hispanoamérica, 1493-1810, Vol. I. Madrid, C.S.I.C., 1953, pág. 3. Citado también en GIMÉNEZ FERNÁNDEZ, Manuel: Bartolomé de las Casas, T. II. Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1984, pág. 461.

[13] KONETZKE: Colección de documentos…, pág. 3. También en RUMEU DE ARMAS, Antonio: «La libertad del aborigen americano», Estudios sobre política indigenista española en América, T. I. Valladolid, 1975, págs. 66-67.

[14] RUMEU DE ARMAS: La política indigenista…, pág. 129.

[15] IBÍDEM, pág. 131.

[16] AZCONA: La política indigenista…, pág. 506.

[17] COLÓN, Cristóbal: Diario de a Bordo. (Ed. de Luis Arranz). Madrid, Historia 16, 1985, pág. 94.

[18] GIMÉNEZ FERNÁNDEZ: Fray Bartolomé de Las Casas, T. II. Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1953, pág. 460.

[19] Sobre esta cuestión puede verse mi trabajo: El indio antillano: repartimiento, encomienda y esclavitud (1492-1542). Sevilla, Muñoz Moya, 1997, pp. 96-100.

[20] Citado en SACO, José Antonio: Historia de la esclavitud de los indios del Nuevo Mundo seguida de la historia de los repartimientos y las encomiendas,T. I. La Habana, Cultural S.A., 1932, pp. 106-107.

[21] LAS CASAS: Historia de las Indias…, T. II, pág. 327.

[22] KONETZKE: Colección de documentos…, pág. 452.

[23] CODOIN, Serie II, T. 38, p. 439. KONETZKE: Colección de documentos, pág. 4.

[24] Citado en DEIVE, Carlos Esteban: La Española y la esclavitud del indio. Santo Domingo, Fundación García-Arévalo, 1995, pág. 69.

[25] SUÁREZ, Luis: Isabel I, Reina. Barcelona, Ariel, 2002, pág. 386.

[26] IBÍDEM, pág. 383.

[27] RUMEU DE ARMAS, Antonio: La libertad del aborigen americano…, T. I, págs. 49-50. Véase también al respecto el trabajo de GONZALES MANTILLA, Gorki: «La consideración jurídica del indio como persona: el Derecho Romano, factor de resistencia en el siglo XVI», enhttp://www.sisbib.umsm.edu.pe/bibvirtual, pág. 257.

[28] KONETZKE: Colección de documentos…, págs. 4-5.

[29] MORALES PADRÓN, Francisco: Teoría y Leyes de la Conquista. Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1979, pág. 434.

[30] El término encomienda lo encontramos por primera vez en dos documentos fechados en 1509, es decir, en el pleito Ovando-Tapia en una carta escrita por frey Nicolás de Ovando en Lisboa el 9 de noviembre de 1509. En el primer instrumento se afirmaba que cuando el licenciado Becerra arribó a la Española en 1506 el Comendador Mayor le «encomendó» los indios del cacique Ortiz. Y en el segundo documento el Comendador Mayor pedía que no se le quitasen los indios y naborías de casa que tenía en encomienda en la isla Española. Véase MIRA CABALLOS: El indio antillano…, págs. 79-80.

[31] TORRES Y TAPIA, Alonso de: Crónica de la Orden de Alcántara, T. II. Madrid, 1786, pág. 592.

[32] GARCÍA GALLO, Alfonso: «El encomendero indiano», Revista de Estudios Políticos, Nº 35. Madrid, 1951, pág. 141.

[33] Citado en MIRA CABALLOS, Esteban: «El sistema laboral indígena en las Antillas (1492-1542). Cuadernos de Historia Latinoamericana, Nº 3. Münster, 1996, pág. 17.

[34] Citado en UTRERA, fray Cipriano: Polémica de Enriquillo. Santo Domingo, Editora del caribe, 1973, pág. 130.

[35] Capitulación con el licenciado Lucas Vázquez de Ayllón, Valladolid, 12 de junio de 1523. DEL VAS MINGO, Marta Milagros: Las Capitulaciones de Indias en el siglo XVI. Madrid, Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1986, págs. 194-195.

[36] OTS CAPDEQUÍ, José María: Instituciones sociales de la América Española en el período colonial. La Plata, Biblioteca de Humanidades, 1934, págs. 18-19.

[37] La Corona se vio en la obligación de recompensar a los conquistadores que habían arriesgado sus bienes y sus propias vidas en la toma de los nuevos territorios. Así, por ejemplo, en una carta del licenciado Gaspar de Espinosa al Rey, fechada en 1530, le exponía la imposibilidad de quitarles los indios al licenciado Salmerón en Pacora (Panamá) porque le fueron dados en «remuneración de lo que sirvió en la conquista, pacificación, población y descubrimiento de aquella tierra, costa y Mar del Sur…».Carta del licenciado Gaspar de Espinosa a Su Majestad, Santo Domingo, 10 de abril de 1530. AGI, Santo Domingo 49, R. 1, N. 3.

[38] CALVO BUEZAS, Tomas: «Interacción de los hispano-indios en la Florida y en el Caribe desde el punto de vista antropológico y cultural». La influencia de España en el Caribe, Florida y La Luisiana (1500-1800). Madrid, 1983, pág. 162. Este aspecto puede verse también en CASTAÑEDA DELGADO, Paulino: «Un capítulo de ética indiana española: los trabajos forzados en las minas». Anuario de Estudios Americanos, T. XXVII, Sevilla, 1970, págs. 817 y ss.

[39] HOFFNER, J.: La ética española del Siglo de Oro. Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1957, pág. 212.

[40] Real Cédula al obispo de Badajoz, Madrid, 16 de abril de 1495. AGI, Patronato 9, R. 1. fol. 85v. Transcrita en FERNÁNDEZ DE NAVARRETE, Martín: Colección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo XV, T. I. Madrid, B.A.E., 1954, pág. 402. También en KONETZKE: Colección de documentos…, págs. 2-3.

[41] Según Carlos Esteban Deive, veintiuno de ellos los tenía depositados Alonso de Torres en Sanlúcar de Barrameda, de los que tan sólo se embarcaron diecinueve, pues uno estaba enfermo y otra decidió quedarse de su propia voluntad en tierras peninsulares. Continúa este mismo historiador que otros indios fueron entregados a fray Francisco Ruiz para su devolución a las Indias. Y finalmente otros diecisiete fueron depositados en poder del tesorero de Granada Lope de León, el veintiocho de mayo de 1501 a la espera de su reembarco para las Indias. DEIVE: La Española y la esclavitud del indio…, pág. 70.

[42] RUMEU DE ARMAS: La política indigenista…, pág. 101.

[43] LAS CASAS: Historia de las Indias…, T. I, pág. 173.

[44] GIMÉNEZ FERNÁNDEZ: Historia General y Natural…, T. II, pág. 464.

[45] KONETZKE: Colección de documentos…, págs. 7-8.El subrayado es nuestro.

[46] Capitulación otorgada a Juan de Escalante, Granada, cinco de octubre de 1501. Capitulación otorgada a Alonso de Hojeda, Medina del Campo, treinta de septiembre de 1504. Capitulación otorgada a Juan de la Cosa, Medina del Campo, catorce de febrero de 1504. Capitulación otorgada a favor de Diego de Nicuesa, Burgos, ocho de junio de 1508. RAMOS, Demetrio: Audacia, negocios y política en los viajes españoles de descubrimiento y rescate. Valladolid, Casa Museo de Colón, 1981, págs. 459-460, 474-475, 480-481, 500-501.

[47] Más exactamente en la cláusula noventa se especificaba lo siguiente: «Y porque la intención de la Católica Reina mi Señora y mía, es que los indios naturales de las Indias sean como lo son libres y tratados e instruidos como nuestros súbditos naturales y vasallos por la presente vos encargamos y mandamos que los indios que al presente hay o hubiere de aquí adelante en la dicha isla de gente, tengáis mucho cuidado que sean tratados como nuestros vasallos e industriados en las cosas de nuestra fe, sobre lo cual vos encargo la conciencia». Capitulación con el licenciado Serrano para poblar la isla Guadalupe, Valladolid, nueve de julio de 1520. DEL VAS MINGO: Las capitulaciones de Indias…, pág. 177.

[48] GIMÉNEZ FERNÁNDEZ: Bartolomé de Las Casas…, T. II, pág. 464.

[49] RUMEU DE ARMAS: La política indigenista…, pág. 141.

[50]Real Cédula al Corregidor de Jerez de la Frontera, Écija, dos de diciembre de 1501. AGI, Indiferente General 418, L. 1, fols.70-70v. KONETZKE: Colección de documentos…, págs. 7-8. Real Cédula a Gonzalo Gómez para que deposite los indios en la persona de Juan de la Haya los indígenas que compró a Juan Guerra, Écija, dos de diciembre de 1501. AGI, Indiferente General 418, L. 1, fols. 71-71v.

[51]IBÍDEM.

[52]Real Cédula a frey Nicolás de Ovando, Medina del Campo, veinte de diciembre de 1503. AGI, Contratación 5009.

[53]En el juicio de residencia del gobernador de Cuba, Diego Velázquez, un testigo declaró que Manuel de Rojas dio licencia a un vecino llamado Juan Velázquez para llevar un indio a Castilla pero que, en cambio, desconocía si le había pedido fianza de devolverlo como era usual. Juicio de residencia tomado a Diego Velázquez, 1524. Declaración de Pedro de Jerez a la pregunta Nº 24. AGI, Justicia 49, Pieza 1ª, f. 64v.

[54]Citado en AZCONA: Isabel la Católica…, pág. 307.

[55]GIL, Juan: Las cuentas de Cristóbal Colón«, Anuario de Estudios Americanos, T. XLI. Sevilla, 1984, p. 477.

[56]KONETZKE: Colección de documentos…, pág. 29.

[57]Real Cédula a Diego Colón, Burgos, doce de agosto de 1512. AGI, Indiferente General 419, L. 4, fols. 9-9v.

[58]RUMEU DE ARMAS: La política indigenista…, pág. 141.

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