Oct 011988
 

Ramón Núñez Martín.

Presentación

Con este trabajo literario pretendo contribuir de algún modo aunque sea modestamente a dar a conocer a un extremeño universal, uno de los hijos más ilustres de Trujillo y uno de los descubridores más grandes de la tierra, tal vez el más grande después de Cristóbal Colón. Un escritor actual especializado en esta figura histórica, Alberto Vázquez de Figueroa, arrebatado de entusiasmo, ha hecho de él este juicio de valor: «Orellana es el más indomable de los hombres y el más desconocido de los héroes».Con esas palabras quiso hacer mejor elogio y a la vez expresar su trágico destino.

Hace ya bastantes años, en un mes de mayo, andando por una de las calles de Trujillo, me encontré con el famoso antropólogo, escritor y explorador Dr. Reberte, que había pasado bastantes años pateando varios países de América del Sur. Acompañado de su esposa vino a visitar Trujillo para conocer sobre el terreno el pueblo natal de Orellana, con vistas a preparar un programa de televisión sobre él, en la sección que llevaba sobre el tema: “Las Rutas de los Conquistadores”. Le acompañé a visitar varios monumentos y entre ellos la casa donde nació el héroe del Amazonas situada en la Calle de las Palomas y que por entonces todavía no estaba restaurada. En las horas que pasé con él me hizo muchas preguntas sobre Orellana y sobro el famoso Dominico Trujillano Fray Gaspar de Carvajal que le acompañó en sus descubrimientos y que escribió el libro “Diario de una expedición». Algunas de esas preguntas pude contestarlas pero otras no. Esto me estimuló a adquirir cuantos datos pudiera sobre nuestro descubridor, por quien siempre he sentido una profunda admiración.

Ante la proximidad de la celebración del Centenario del Descubrimiento de América, se impone el que en Trujillo demos a conocer a los hombres insignes que intervinieron en aquella gesta en donde se derrochó audacia y heroísmo.

Este trabajo va ha tener tres partes que responden a tres aspectos de la personalidad de Orellana: primero, su interesante biografía; segundo, su gesta heroica; y, tercero, su mensaje trascendental y aleccionador.

PRIMERA PARTE

Una biografía interesante

Francisco de Orellana Bejarano Pizarro y Torres de Altamirano. Este es su nombre y apellidos completos. Como se puede advertir, sus apellidos descubren con toda claridad la grandeza de su espíritu trujillano y extremeño. Sus padres fueron: Francisco de Orellana y Francisca Torres y el hijo también Francisco.

Sólo tuvieron este hijo en el matrimonio. La madre, al enviudar muy joven, contrajo matrimonio en segundas nupcias con Cosme de Chaves, perteneciente a una de las más ilustres familias de esta ciudad. Parece que en la infancia y en la juventud conoció la contradicción; pero en la prueba precisamente es donde se forjan los grandes caracteres. Los rasgos principales que los historiadores han señalado de su carácter son estos: tenía una voluntad de roble, una imaginación de fuego, una gran agilidad mental y, ayudado por sus principios cristianos, era todo un caballero en su recto proceder. Como buen extremeño nunca supo retroceder ante las dificultades. Jamás se dio por vencido. Era, además, un hombre animoso, optimista, alegre cien por cien. Si no hubiera sido así, imposible que hubiera salido airoso en la gran aventura que llevó a cabo. Nació en Trujillo. De esto no hay duda alguna, nadie lo discute. Sobre la fecha de su nacimiento, aunque no se tienen datos precisos, todos los historiadores calculan que fue sobre 1511. Hay certeza histórica de que nació en una casa solariega perteneciente a sus padres situada en la calle de las Palomas, radicada en la Villa, una de las zonas más antigua de Trujillo. No hay todavía ninguna inscripción que indique que en referida casa nació un trujillano universal. Una familia peruana, Carton-Loaysa, que tiene sus raíces en Trujillo, ya que sus antepasados del siglo XVI eran de aquí, han comprado esta casa hace unos años, realizando en ella una acertada restauración, rescatando en el exterior su viejo estilo. Parece que tienen acordado poner en la portada una lápida conmemorativa en la que se indique que en esta casa nació el descubridor del Amazonas.

Documentalmente no consta donde fue bautizado porque las partidas de bautismo no comenzaron a inscribirse hasta el 1542. Lo más posible es que fuera bautizado en la Iglesia de Santa María la Mayor o en la de Santiago, de esta ciudad, que son las iglesias más cercanas a la casa de su nacimiento.

Aquí en Trujillo pasó su niñez y siendo todavía muy joven, allá por el año 1526, manifestó su deseo de marchar al Nuevo Mundo, cuando tenía unos dieciséis años. Había oído hablar de Obando, de Hernán Cortés y de Pizarro; y en vez de marchar a Flandes o a Italia, decidió partir para América. Como uno de tantos, en un día cualquiera, salió de Trujillo Francisco de Orellana, dejando atrás el cariño de una madre y delante el infinito. En esta ocasión, el que partía no era nada; cuando volviera años más tarde podría serlo todo.

Podríamos considerar su vida de soldado de España en América y de gran descubridor, como un drama en tres actos, teniendo al final un trágico y fatal desenlace.

Acto primero

Embarcado, hacía América llega a Nicaragua-Panamá. Algunos historiadores dicen que estuvo en México algún tiempo con Hernán Cortés, pero de su estancia en la Nueva España no se sabe nada digno de mención. Se va después al Perú, reclamado por su pariente Francisco Pizarro y toma parte activa en esta empresa heroica. Se cubre de honor en Lima, en el Cuzco y Puerto Viejo. En esta última Ciudad, que se fundó en 1535, se quedó de asiento. Disfruta de una saneada hacienda y adquiere prestigio entre los españoles por su recto juicio, desprendimiento y llaneza. Sostendrían por entonces veinticinco años. Llega el rumor a sus oídos de que el Marqués D. Francisco Pizarro está sitiado en el Cuzco y que Hernando Pizarro, en Lima, atraviesa momentos difíciles. Él no podría permanecer impasible. Improvisa una mesnada de ochenta hombres, compra una docena de caballos y vuela en su socorro. Los indios no pudieron resistir a su bravura y quedó dominada la sublevación, capitaneada por Manco Tapa Yupanki. En ayuda de Hernando participa después en batalla de las Salinas. El marqués lo recompensa nombrándole capitán general de Santiago de Guayaquil, que él fundó, y de Puerto Viejo.

Acto segundo

Comienza Orellana la gran aventura del descubrimiento del Amazonas donde se cubrió de gloria. Era el año 1541. Al año siguiente, a finales de 1542, realiza la hazaña que le ha hecho inmortal, se propone regresar a España con la finalidad de dar cuenta a Rey de su descubrimiento. Tenía treinta y dos años. Una furiosa embestida de la mar océano, puso en peligro su vida al naufragar la nave donde venia. Se salva milagrosamente, teniendo necesidad de desembarcar en uno de los puertos de la nación hermana. Al enterarse el Rey portugués de la categoría de este personaje le retiene quince días tratando con promesas y alagos de ganarle para su causa aprovechando sus valiosos descubrimientos y servicios. Pero no conoce la nobleza del español. Tal propuesta es dignamente rechazada como corresponde a un caballero español. Se presenta en Valladolid, donde estaba Carlos V, quien lo recibe con gran gozo, escuchando admirado la narración de su hazaña. Después viene a Trujillo, a su ciudad natal, para visitar a sus familiares y amigos.

Acto tercero

El trece de enero de 1544 el Príncipe Felipe -en nombre del Emperador- y Orellana, firman el concierto y las capitulaciones. El original se conserva en Archivo de Indias. Queda nombrado Gobernador y Capitán General de las partes Amazónicas que se han de llamar Nueva Andalucía. La expedición, como es natural, tarda algún tiempo prepararse. Mientras tanto se casa en Sevilla con Ana de Ayala, natural de Córdoba y que fue fiel esposa y compañera inseparable en su segunda expedición. Por sus propios medios y sin ayuda material alguna por parte del Rey consigue construir cuatro barcos y recluta a cuatrocientos hombres, cifra a todas luces, insuficiente para un proyecto tan ambicioso como era conquistar la selva amazónica, extensión tan grande como toda Europa.

A mediados de 1545 embarca para el Amazonas, en San Lúcar la Mayor; pero nunca segundas partes fueron buenas. Esta no fue tan afortunada como la primera. La suerte se volvió adversa. En aquellas bocas del río a que hace referencia fray Gaspar, se alza la ciudad de Belén del Pará, que es como la puerta del Amazonas. Después de luchar contra los indios salvajes y contra la furia de los elementos, no le queda más que un barco y cien hombres. Pero Orellana jamás se rinde y, al fin, no le queda más que una barca y diez hombres y su esposa. Unas fiebres malignas le causan la muerte. En un sitio desconocido de la inmensa amazonia hay una tumba perdida en la selva: la de Francisco de Orellana. Allí sus restos esperan la resurrección. El clásico latino decía: “los dioses mueren jóvenes”. Él murió a los 35 años, más de la edad de Cristo. De él podemos decir que murió joven pero hizo muchas cosas.

SEGUNDA PARTE

La gesta histórica

Según el juicio de algunos historiadores, con razón se ha considerado a esta empresa del descubrimiento del Amazonas, como una de las aventuras más bellas y más salvajes de América. Fue llevada a cabo por un grupo relativamente pequeño de españoles aguerridos y tenaces (cincuenta y siete en total), acaudillados por un inteligente y valeroso capitán Francisco de Orellana.

Tenemos que conocer que este suceso, esta gloria del descubrimiento del Amazonas, pertenece en buena parte a Trujillo. Y si digo esto no es para envanecernos sino para estimularnos y ser dignos de estos hombres que fueron nuestros antepasados. Fue un trujillano el que proyectó esta empresa: Gonzalo Pizarro. Otro trujillano fue el que convirtió este proyecto tan arriesgado en hermosa realidad: Francisco de Orellana. Trujillano fue también el historiador que habiendo tomado parte en la aventura, la refirió después con exactitud y amenidad en su libro “Diario de la Expedición». Su autor, el dominico fray Gaspar de Carvajal. Que sepamos, intervinieron también en aquella gesta dos trujillanos más, hombres de confianza de Orellana. Sus nombres: Antonio Muñoz y Juan de Arévalo.

Fue Gonzalo Pizarro el primero que planeó esta aventura soñando con el descubrimiento del país de la canela y tal vez con el tesoro del Dorado, mito o leyenda muy extendida entre los indios. Residía Gonzalo en Quito (Ecuador), mientras que Francisco de Orellana, pariente suyo, residía en Guayakil, ciudad fundada por él en 1537. Dicen los que la conocen, que es una de las ciudades más grandes del Ecuador y una de sus puertas más importantes. ¿Origen del nombre? Guaya era el cacique de estas tierras y Kil su esposa; y dice la historia que al ser vencidos por los españoles no pudieron soportar la derrota y, de común acuerdo, determinaron llenos de vergüenza, quitarse la vida. Orellana, en su honor, dio el nombre de los dos esposos a la ciudad por él fundada: Guayakil.

Francisco de Orellana era un joven héroe de poco más de 30 años, natural de Trujillo, como ya se ha dicho. Él llevaba cuatro años de gobernador en Guayakil, pero aquella vida tranquila y sosegada no se había hecho para él. Le hervía la sangre joven en sus venas y se sentía con vocación de aventurero, de descubridor. Le dio ocasión de realizar sus sueños la noticia que le llegó de que su primo Gonzalo Pizarro proyectaba una empresa nueva para descubrir y conquistar el país de la canela. Y Orellana le ofreció su colaboración personal, poniendo a su disposición su hacienda y espada. Quedó todo concertado. Pero cuando días más tarde Orellana fue a Quito para unirse con Pizarro, este ya había partido hacía la selva hacía días. ¿Qué hará Orellana? Debió producirle una profunda decepción. Debió suponer una prueba muy fuerte. Había renunciado a la gobernación de Guayakil. Había vendido sus propiedades para incorporarse a la empresa con cincuenta caballeros y ahora resulta que Gonzalo ha partido hacia la selva. Otro cualquiera se hubiera desazonado, pero él como buen extremeño, no tiene marcha atrás y por eso decide seguir adelante. Está en Quito. Dicen que Quito es hoy una ciudad colonial encantadora y una de las más hermosas del continente, teniendo la gloria de ser la ciudad descubridora del Amazonas. En esta ciudad hay un monumento que conmemora este hecho glorioso y en él un busto en bronce de Orellana en el que se puede leer esta inscripción: «De aquí partió Francisco de Orellana hacía el descubrimiento de nuestro gran río, el Amazonas». Orellana, lleno de ilusión y de espíritu emprendedor, intentó dar alcance a los hombres de Pizarro, encontrando en los indios salvajes una gran resistencia. Comenzó su etapa atravesando un hermoso valle. Se topará después de meterse en una selva impenetrable, con grandes alturas, de 4.000 metros, con grandes extensiones heladas o coronadas de nieves. Por aquí están situados los volcanes de Cotopaxí y Callambre.

Pizarro y los suyos, unos cinco mil hombres, iban bien equipados; llevaban rebaños de animales, ovejas, caballos, etc. La primera fase de su aventura resultó bien. Lograron avanzar y no fueron molestados por los indios de la selva pero después, al ir avanzando por la jungla, se encontraron ante las mismas puertas del infiero. Anduvieron por la selva casi un año perdidos pasando toda clase calamidades.

Fray Gaspar de Carvajal, fraile dominico, paisano de Orellana, como cronista de la expedición, nos ha dejado en un libro una narración muy documentada e interesantísima, de todo lo que se referente a esta aventura. Sufrieron tantas bajas que quedaron reducidos a la mínima expresión.

Orellana se encuentra ahora ante el paso de los Andes, la misma puerta de la amazonía que son unos 7.000 kilómetros de agua desde los Andes hasta el Atlántico. Orellana tuvo que pasar por la Altísima con sus 5.000 metros de altitud y el monte más gigante de la cordillera andina, el Sangay, el más temible y hermoso volcán que domina una gran extensión. A continuación viene el gran desnivel, una bajada desde los 4.000 metros a los 800 metros, encontrándose al fin en la laguna de Papayasca. Las gentes de Pizarro se encontraban en las cumbres del alto Coca, con toda razón llamado el río maldito. Fue aquí en donde tuvo lugar la separación entre los dos primos. Gonzalo Pizarro y Francisco de Orellana. Gonzalo Pizarro, el fracasado en esta ocasión, no por falta de valor, que lo demostró lo mismo que sus hermanos en el campo de batalla, sino a causa de su mala suerte, las circunstancias que se atravesaron en su camino, el hambre y demás sufrimientos que lo hicieron regresar a Quito con unos cuantos supervivientes. Iban medio desnudos; los quiteños, al saberlos, les ofrecieron ropas, pero ellos no las quisieron. Entraban llorando de vergüenza. Allí fue cuando se eclipsó la estrella de Gonzalo Pizarro.

Orellana, volvió victorioso a causa de su valor indomable, pero también con su buena estrella, siguió adelante hasta dar cima a su proyecto. Fray Gaspar de Carvajal lo refirió muy bien en su crónica. Pizarro dejó marchar a Orellana. Se hizo un barco para navegar por aquel río, que tenía media legua de ancho, para ir a buscar comida, ya que era muy grande la necesidad. Después de navegar cincuenta leguas, al no encontrar comida, decidieron volver y Orellana le dijo a Pizarro que deseaba seguir el curso del río, y que allí le esperasen tres o cuatro días y que si no venían no hiciesen cuenta de ellos. Y así, nuestro descubridor, con cincuenta y siete hombres, se fue río abajo y de momento se vieron en gran necesidad, teniendo que comer suelas de zapato. Por fin encontraron indios y comida, y a los nueves días de haber abandonado a sus compañeros, pudieron alimentarse. ¿Y porqué no volvieron a ayudar a sus compañeros? se preguntan algunos. La respuesta es muy fácil: porque no pudieron. Se encontraban en el bajo Coca o uno de sus afluentes, el Napo, y comenta fray Gaspar: «Aunque quisiéramos volver aguas arriba no era posible por la gran corriente y así acordamos que cogiésemos lo que al capitán y a todos nos parecía de dos males el menor; porque, una de dos, o seguir adelante río abajo o morir». Hablar de la traición de Orellana hacia sus compañeros, es tener un desconocimiento total del alto Amazonas, que con toda razón es llamado el infierno verde. Donde hoy está situado el pueblo de Rocafuerte, en la misma frontera de Perú y de Ecuador, es donde Orellana tomó la decisión: no volver al punto de partida por no poder hacerlo. Así se hizo costar en un documento redactado por el escribano de la expedición y firmado por todos. De haber regresado no hubiera vuelto vivo ninguno.

Orellana, sin embargo, para tranquilizar más su conciencia y agotar también los medios de acudir en ayuda de los que quedaban atrás, prometió dar cien ducados de oro a los seis soldados que salieran con comida a socorrer a Gonzalo Pizarro. Pero nadie se atrevió, a sabiendas de que iban a una muerte segura. Orellana no tenía otra posibilidad nada más que seguir adelante.

Los indios Aucas que se encontraron a los largo de 500 kilómetros a la orilla del río Napo, salieron en canoas a ofrecer comida a los españoles; perdices más grandes que las de España, tortugas y peces. El capitán Orellana se lo agradeció muy gentilmente, dándoles de lo que tenía y ellos quedaron muy contentos de su buen trato. Estos indios eran blancos, altos y fuertes y muy pacíficos, aunque después, por el abuso de los exploradores de caucho, se volvieron guerreros.

Estamos en enero de 1542, Orellana y sus huestes eran los primeros que iban a atravesar el Nuevo Mundo de Oeste a Este. Descansan, preparan la embarcación y siguen navegando río abajo. Orellana era un gran caudillo lleno de humanidad y de sentimientos cristianos y ordenó a los suyos que no hicieran la guerra a los indios, sino en caso necesario en extremo para defenderse. Y recomendaba que se les tratase con suavidad y amor.

Van pasando los días y el río Napo se va ensanchando más y más; y de pronto aparece ante sus ojos el cauce del gran río: el Amazonas. Allí, en la confluencia del Napo y del Marañón, es donde aparece ante sus ojos atónitos este espectáculo sublime.

Día histórico éste. El 11 de febrero, fiesta de Santa Olalla, cuando divisaron los orígenes del gran río, cuyo descubrimiento les iba a hacer famosos en la historia. Aquello, más que un río parece un brazo de mar. Baja furioso y con tan grandes avenidas que da espanto verlo. Su profundidad es de 130 metros y es navegable en la mayor parte del curso. Pero lo más impresionante no es su caudal y su anchura, sino su longitud, los 7.000 kilómetros cuadrados de la amazonia. El viaje de Orellana navegando por el Amazonas fue subyugante, heroico; comían patos salvajes, codornices, conejos amazónicos. En las márgenes del río se ocultaba el caimán negro, la gran serpiente acuática anaconda y la pequeña y ferocísima piraña abriendo su boca llena de dientes como sierras, es muy sanguinaria y parece odiar al mundo.

En las fuentes del río Trompetas se hallan las sesenta ciudades del Amazonas que dan nombre al río. En el diario de la expedición cuenta fray Gaspar, que llegando un seis de mayo a un poblado de las márgenes del Amazonas se detuvieron para buscar comida. En esos poblados no eran los jóvenes sino los viejos los que luchaban. Vieron a una gran multitud en canoas que se acercaban a ellos en plan de guerra. Ellos tuvieron que juntar los dos bergantines para defenderse mejor con los arcabuces y las ballestas. Atravesaron un momento difícil, pero lo superaron, adquiriendo reservas de comida para el viaje. Más adelante narra fray Gaspar la llegada de la expedición al río Negro y el extraño descubrimiento que hicieron de maquetas representando las ciudades de las amazonas, a las que los indios rendían un culto idolátrico.

Entran los de Orellana y se encuentran una tribu de indios pacíficos, donde a hallaron comida. Les manifestaron que eran tributarios de las amazonas; y a preguntas del capitán de quiénes eran estas mujeres guerreras, les contestaron que ellos eran súbditos suyos y les dieron toda clase de detalles. El jefe se llamaba Cocorí. Disponía de mucho oro y plata para el culto al Sol. No permitían vivir con ellas a ningún varón. Y como preguntase Orellana como podían ellas subsistir por mucho tiempo, les dijeron que cuando tenían necesidad de engendrar iban a la caza de hombres papa poder perpetuar la especie entre ellas, arrojando de su seno a los varones.

Las mujeres guerreras eran grandes y rubias, y peleaban armadas de arcos y flechas; y este fue el motivo de que dieran el nombre de Amazonas al gran río que con mucha más razón debió llamarse río Orellana. Y así fueron sucediendo muchos episodios, que por no hacer demasiado extenso este trabajo no se dicen, hasta llegar al Atlántico, en donde desemboca el río inmenso.

Algunos, en las tierras de América, llaman a Orellana el quijote de los Andes. Ciertamente él no fue el Quijote del mito creado por Miguel de Cervantes, pero si fue en realidad un Quijote que hizo cosas increíbles dadas las grandes dificultades que tuvo que vencer. Él fue un prodigio de audacia «Audaces fortuna juvat» («La fortuna ayuda a los audacia»). Él y todo lo suyo puesto al servicio de un gran ideal: la grandeza de España.

TERCERA PARTE

Un mensaje trascendente y aleccionador

Todas las vidas de los grandes hombres, dentro de sus limitaciones y defectos, contienen un mensaje, encierran una lección viva. También de la biografía de este trujillano excepcional, gran figura histórica, enmarcada en la primera mitad del siglo XVI, tenemos mucho que aprender.

Él, desde su vida ejemplar, limpia, alegre, abnegada, y heroica, nos habla, o mejor dicho, nos transmite sin hablar un mensaje a los españoles, a los hispanoamericanos, a los extremeños y a los trujillanos de hoy; a la juventud de ahora y de siempre.

Podemos preguntarnos: ¿Si Orellana volviera a la vida, que nos diría? Esto nos da pié para sumergirnos en una profunda reflexión. Estoy convencido de que sus palabras, llenas de ponderación y de sentido de trascendencia, resultarían muy interesantes y producirían unas sacudidas muy fuertes en aquellos que las escucharan.

Nos dirían que la humanidad actual no necesita en nuestro siglo tanto descubrir nuevas tierras, como atender al hombre. Y que no es tan importante dominar las cumbres casi inaccesibles de los Andes o explorar las selvas impenetrables de la amazonia, en la que consistió su gesta heroica, como descubrir y explorar los grandes valores que están todavía ocultos en la interioridad de la persona humana. Nos podría recordar que estamos en el siglo del humanismo y que éste es sin duda uno de los signos de los tiempos. Pero cuidado, que este humanismo tiene dos vertientes: la del materialismo y la del espiritualismo cristiano; Cristo y Marx se disputan el mundo.

En España, nos diría que es preciso descubrir nuevos horizontes y dominar metas ambiciosas en el orden de la ciencia, de la cultura y de la investigación, al servicio siempre de la comunidad humana. No son descubridores sino investigadores lo que necesita hoy nuestra patria para ponerse al nivel de otras naciones europeas. No enterremos el talento que Dios ha puesto en cada uno. Tratemos de negociar con él.

En los principios de siglo, nuestro premio Nóbel Ramón y Cajal, expresaba, no sin cierta amargura: «Cuantos ríos se pierden en el mar y cuantos talentos en la ignorancia». La primera parte, afortunadamente, ha dejado de constituir un problema; basta tender la vista por nuestra piel de toro para ver una red extensísima de pantanos que han multiplicado la riqueza nacional. No podemos decir lo mismo en cuanto a la segunda parte. ¡… cuántos talentos en la ignorancia! A pesar de lo conseguido, todavía queda una selva virgen en gran parte sin explorar. Por ese motivo ¡cuántas energías perdidas y cuántos progresos malogrados!

Estas riquezas del espíritu -el cultivo de las inteligencias y la formación de las voluntades- pueden ser una esperanza, nuestras futuras minas de oro o de uranio y nuestros mejores pozos de petróleo.

A Extremadura en concreto nos diría que no está necesitada ahora de tener hijos que sean grandes luchadores en el campo de batalla, conquistadores como ellos lo fueron en el siglo XVI, sino gentes resueltas, animosas, constates, que se lancen a la conquista de grandes singladuras para el progreso y desarrollo de nuestra región extremeña. Podría decirnos también que Extremadura necesita sentido de creatividad, imaginación y sobre todo saber conjuntar sus fuerzas para crearse grandes ideales y presentar realizaciones que merezcan la pena. Pero para esto hay que desterrar el maldito individualismo tan característico de esta región y que ha sido antes y ahora la raíz de nuestra decadencia. Ya en el siglo XVI había una décima que comenzaba con estos versos: «Espíritu desunido / domina en los extremeños». Tratemos de procurar este sentido de comunidad, de espíritu de equipo, que es de los que Extremadura está necesitada a todas luces para robustecer su personalidad y realizar la tarea histórica a que ha sido llamada.

Podemos pensar, con razón, que ha llegado la hora de Extremadura.

Orellana, en fin, diría a nuestra juventud de ahora que hay que poderse a trabajar en serio para descubrir los grandes tesoros de espiritualidad, sabiduría y amor ocultos en el libro de Dios que es la Biblia, en la doctrina segura del Concilio Vaticano II, en los principios y orientaciones del Magisterio de la Iglesia, y en la vida y escritos de los hombres ejemplares que nos precedieron para que con estos guías infalibles puedan liberarse de las seducciones del mal y aprender a tener un sentido de trascendencia y de belleza moral en la vida. Que se esforzaran en hacer un mundo nuevo, un mundo mejor que el actual.

Este es el mensaje que se desprende de la vida de uno de nuestros más grandes descubridores, de una de las figuras de más limpia y brillante ejecutoria que tiene méritos sobrados para arrebatar a nuestra juventud y que es todo un símbolo de heroísmo para ellos. Él fue un cristiano convencido y sin arredrarse ante las dificultades, supo proceder de una manera digna. Confiaba mucho en Dios y así se explica su fortaleza y valor que iba en cabezada ante los peligros y con su ejemplo arrastraba a los suyos. Tenía mucha caridad y eso le llevaba a preocuparse de que nada faltara a los que estaban a sus órdenes. Y para los enfermos, más que un capitán, era un padre.

Era un hombre generoso y desprendido. Sólo el hecho de haber renunciado a ser Capitán General de Guayakil para lanzarse a la desconocida hazaña del descubrimiento del Amazonas entre los mil peligros presentidos por él, nos habla de su excepcional talla humana. Por todo lo cual el podría pisar fuerte, teniendo autoridad moral para hacer suya la frase famosa del gran poeta francés Paul Claudel: «La juventud no se ha hecho para el placer», es decir para el vicio, la frivolidad, la venganza o el odio; «La juventud ha sido dada por Dios para el heroísmo», para emplearla íntegramente en causas nobles, en el cultivo de la belleza y de la libertad y el vivir en el amor, estando dispuestos a sacrificar la propia vida como hiciera con generosidad admirable nuestro ilustre paisano Francisco de Orellana,“el Quijote de los Andes”.

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