Juan Francisco Arroyo Mateos.
Méritos mas que suficientes del extremeño pastor de la Virgen Gil Cordero para poder ser en breve beatificado por el Papa; como lo fue recientemen- te en Méjico su muy semejante Heraldo de Nª! Sª! de Guadalupe el indio Juan Diego.
¿Quién es Gil Cordero? Fue aquel vaquero extremeño, al que se le apare- ció la Virgen María en el año 1.326, a orillas del río Guadalupe, en una de las estribaciones de la sierra de Villuercas, de la provincia de Cáceres (España).
Como la Madre de Dios hizo su aparición junto al referido río Guadalupe, de ahí surgió el nombre de la nueva advocación mariana de Ni! Si! de Guadalupe.
El devoto Gil, máxime después de la aparición, vivió cristianísimamente, llegando a morir en olor de santidad. Baste por ahora esta breve idea.
Y ¿Quién era Juan Diego? Es aquel indio mejicano también muy piadoso, al que a sí mismo se le apareció más tarde la Santísima Virgen, el 9 de di- ciembre de 1.531, en el cerro de Tepeyac, cuando se dirigía a la ciudad de Méjico para asistir a la Santa Misa.
De algún modo María Santísima, quizás por eso de que Hernán Cortés y muchos de los que le acompañaron en la conquista y evangelización meji- cana eran extremeños, quiso ser conocida con la denominación de Ni! Si! de Guadalupe, demostrando que era la misma Virgen María que se apare- ció mucho antes en España, en donde había realizado y continuaba obran- do numerosos y grandes portentos como el de la batalla del Salado, en que tras invocarla el Rey Alfonso XI y prometer edificarle un buen templo (que luego lo declaró de Patrimonio Real) si le ayudaba a la contienda, logró derrotar fácilmente a 400.000 moros; perdiendo él solamente a 20 de sus soldados.
Juan Diego, que también tuvo éxito en aquello que le encomendó la Vir- gen, debido a los milagros que esta efectuó para convencer inicialmente al obispo de entonces, primero que hubo en Méjico, Fray Juan de Zumárraga, pudo ver igualmente el Santuario, pequeño en un principio, que enseguida se construyó a Nª Sª de Guadalupe, en dicho país.
Fue Juan Diego muy ejemplar Católico hasta su muerte, motivo por el que hace poco que, en Mayo de 1.990, el Papa Juan Pablo 11, en su visita a la nación Azteca, le ha concedido el honor de los altares, procediendo a su beatificación.
NECESARIAS DEDUCCIONES
De todo lo cual podemos inferir que existen relevantes hechos históricos que deben unir muy fraternalmente a Extremadura y a toda España con América y de modo especial con la nación mejicana.
Nos referimos ahora de manera más particular a lo de rendirse Veneración a la Santísima Virgen, tanto en nuestra tierra, como en todo Iberoamérica, bajo la conocida y ya muy extendida advocación a N~ Si! de Guadalupe.
Sin embargo echamos de menos que el español Gil Cordero, tan semejante a Juan Diego en cuanto a llevar a feliz término la misión que le confió el Cielo y además en su buen tenor de vida cristiana hasta su óbito, no haya sido aún beatificado.
Esto se debe a que en España no se presentaron todavía las propicias opor- tunidades ni ha habido, por ello, la necesarias diligencias de la Jerarquía eclesiástica, como no obstante las hubo desde hace tiempo para que la segunda estancia del actual Papa en Méjico se viera honorificada con un suceso que a todos iba a agradar profundamente como fue la beatificación de Juan Diego.
De donde puede sacarse la inevitable consecuencia de lo muy justo que es abordar, desde hoy mismo, trabajos eclesiales y seglares que reclamen y consigan-también en breve la beatificación de Gil Cordero, quién por ha- ber venido antes a la vida y haber promovido asimismo antes el culto a Ni! Sª de Guadalupe, tiene sobre el consabido y devoto indio mejicano, varias precedencias naturales e históricas que exigen en justicia no retardar ya demasiado la merecida y desde ahora añorada beatificación.
MÉRITOS SOBRENATURALES DE GIL CORDERO
Poco o nada se sabe acerca de la niñez y juventud de este fidelísimo vi- dente, que hubiera pasado completamente ignorado en la historia de no
haberlo elegido María Santísima como persona con suficientes dotes para llevar a cabo lo que le encomendó.
Las vacas que guardaba y alimentaba Gil Cordero no eran de otro amo, sino de su propiedad, aunque no sepamos si fueron muchas o pocas.
Quizás sus padres gozaban de una situación desahogada, que les impelía a estar muy agradecidos a Dios y, por esto, se cultivarían y practicarían en la familia todas las virtudes cristianas, descollando la de un gran amor y de- voción a la Virgen María.
Lo cierto es que Nuestra Señora, que conoce bien el fondo de los corazo- nes y las disposiciones buenas y malas de cada Alma, escogió al ganadero Gil Cordero, entre muchas personas de su tiempo, para su gran designio Guadalupense, cumplido el cual, siguió aquel observando una perseveran- te buena conducta católica, porque, como lo ha hecho constar el autor José Pallés en su Año de María, fundándose en otros escritores antiguos:
«El pastor Gil – dice – se donó junto con su familia al servicio de Nuestra Señora de Guadalupe, y que desde entonces fue llamado por todos Gil de Santa María de Guadalupe, apellido que adoptó con singular contento y satisfacción, muriendo algunos años después empleado en el servicio de la Madre de Dios, y siendo enterrado en aquel mismo templo (construido donde le indicó la Virgen), en cuya edificación y celebridad tan directa parte tuvo. Podemos tener por seguro que goza de la bienaventuranza eter- na, pues no es otro el premio que da el Señor a los que en vida se han es- merado en publicar las Glorias y en extender la devoción y culto a su bendita y misericordiosa Madre).
¡No se puede decir más! porque, aunque todavía el Sumo Pontífice no ha- ya beatificado a Gil Cordero, este párrafo antiguo demuestra que fue «ca- nonizado» enseguida por las gentes o pueblo, que tiene mucha importancia eclesial según aquello de: «Vox populi est vox dei» la voz del pueblo es la voz de Dios. También un semejante comportamiento popular pudo influir mucho en la orden de beatificación de Juan Diego, ya que el pueblo mejicano lo consideraba como hombre santo. ¡Ojalá, por tanto, España igualmente consiga pronto lo mismo respecto a uno de sus hijos, Gil Cordero, que tan olvidado viene estando inmerecidamente!.
COMO SE APARECiÓ EN EXTREMADURA LA VIRGEN DE
GUADALUPE
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Los historiadores no titubean en afirmar que Gil Cordero era natural de la extremeña ciudad de Cáceres, aún cuando por circunstancias que
ignoramos, atendiera su rebaño muy lejos, es decir, «junto al castillo de Halia, correspondiente a la jurisdicción de Talavera».
Por allí estaba en el campo, cuando una vaca se separó de las otras tan precipitadamente que muy pronto la perdió de vista y empleó tres días en buscarla, caminando hasta muy cerca de la fuente del río Guadalupe, des- de donde ya se disponía a regresar, viéndose contrariado en sus esfuerzos.
Pero quiso la «Divina Providencia» que al mirar él la vegetación exuberan- te de la montaña en que se hallaba, descubriese a pocos pasos, inespera- damente, la res que se le había extraviado. acercose presto a la misma; más la encontró ya muerta.
Sin embargo, queriendo aprovechar su piel, se dispuso a extraérsela empe- zando por practicar en el pecho del animal una incisión en forma de cruz. Pero, jOh maravilla inaudita! porque entonces la vaca se levantó instantá- neamente viva y sana.
Gil Cordero, se sobrecogió de temor no sabiendo como explicar éste pro- digio. Y todavía sin haber salido aún de su asombro, se vio envuelto en rayos de una luz intensísima. Procuró entonces averiguar el punto de don- de procedía esa luz misteriosa, y otorgósele la gracia de ver que irradiaba desde una refulgente y bellísima Matrona, que lo miraba con un Amor y Dulzura indescriptibles.
MENSAJE CELESTIAL
Poco después la hermosísima Señora empezó a hablar a Gil Cordero di- ciéndole que Ella era la Madre de Dios y que había sido quien devolvió la vida a la vaca. Prometiéndole por ella grandes ganancias (gracias y mila- gros), para demostrarle que la aparición o visión no era fruto de su fantasía. Le ordenó que viajase a Cáceres e intimara allí al clero y pueblo de la ciu- dad, invitándolos a que se dirigieran con respeto y reverencia al lugar don- de Gil había encontrado la vaca muerta y que, una vez que hubieran llegado, cavasen junto a unas cercanas y grandes piedras puesto que en- contrarían allí una Imagen suya o que la representaba a ella. Agregole, por último que era de su voluntad el que a dicha imagen se le erigiera un tem- plo en aquel mismo sitio; templo este que andando el tiempo alcanzaría tan gran renombre que su fama se extendería no sólo a toda España sino de uno a otro confín de mundo entero; y dicho esto, desapareció la visión.
Con referidos acontecimientos quedó como aturdido de emoción y alegría el venturoso vaquero, quien no tardó en volver a su rebaño que, junto al castillo de Halias, dejó al cuidado de otros compañeros; ya en presencia de estos, les expuso todo lo ocurrido, que naturalmente en un primer
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momento se resistieron a creer; pero que luego se dieron por vencidos «cuando Gil les mostró la vaca y la cicatriz de la incisión que le hizo en el pecho para despellejarla»,
Comenzó así a cumplirse una de las promesas de la Virgen, al aludir que por la vaca obtendría Gil grandes ganancias: que lo creyeran, etc.; porque luego aquellos le animaron a que marchara a la capital de la provincia para obedecer enteramente a la Madre de Dios.
No nos estamos saliendo del tema principal al recordar estas cosas, ya que estos y otros sucesos emparentados con la conducta de Gil Cordero ayu- dan a conocer las buenas disposiciones de su alma, a fin de que se pueda entender mejor lo justo que sería alcanzar cuanto antes su beatificación, como ya se hizo con el indio Juan Diego, pues ambos han tenido compor- tamientos paralelos y muy fieles a las consignas de la Virgen.
GIL SE DESPLAZA A LA CIUDAD CACEREÑA
El asunto no era para demorarlo. muy pronto Gil Cordero viajó a Cáceres para obedecer a la Virgen María testimoniando sobre cuanto había visto y oído. Lo imaginemos cuando llegó a su casa, que todavía puede recordar- se o saberse cual era por lo que dejó publicado, hace ya unos tres o cuatro siglos, el historiador [oan Solano, según veremos más adelante.
Observó que había ocurrido algo triste y del todo imprevisto, porque en- contró a su esposa no risueña, sino «sumergida en un mar de lágrimas, por- que durante aquel tiempo se le había muerto un hijo», al que dentro de pocas horas iban a dar sepultura.
Gil trató de ofrecerle consuelo, contándole lo que había sucedido e invi- tándola esperar en la que puede hacer obras sorprendentes; razón por la que invocaron a la Virgen y le encomendaron el luctuoso suceso.
Así las cosas, llegó el momento de sacar el difunto a la entrada de la vi- vienda. Muchos familiares, vecinos, amigos y conocidos estaban allí pre- sentes. Y no tardó en verse venir a los sacerdotes (el párroco, algún coadjutor y quizás otros más) para asperjar el cadáver y rezar las primeras oraciones, tras de lo que el finado sería conducido a la iglesia y después al cementerio, tal y como se venía haciendo hasta hace pocas décadas en nuestro siglo, antes del Vaticano 11.
Pero resultó entonces que, a punto de iniciarse el rito funerario, se abrió de repente el ataúd (pues suponemos estaría ya cerrado hasta con llave) y re- sucitó el niño fallecido, parecidamente al hijo de la viuda de Naín, del Evangelio aunque aquí se debió a un milagro alcanzado por la intercesión de la antes invocada Nuestra Señora de Guadalupe.
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Muy grande, como es de suponer, fue la admiración y asombro de todos los concurrentes del clero y simples fieles; circunstancia esta que aprove- chó Gil Cordero para exponer todo lo que antes le había ocurrido también de manera prodigiosa y para manifestar lo que la Virgen Santísima solicita- ba a los cacereños.
CÁCERES CREYÓ AL MENSAJERO DE NUESTRA SEÑORA
Se prestó fe a las palabras de Gil Cordero, pues la cosa no era para menos, y no tardaron luego en trasladarse al lugar de la aparición guadalupense algunas personas de alto relieve social y no pocos fervorosos católicos, v.g. : una comisión eclesiástica; etc.; etc ..
y llegados que fueron al sitio señalado, se cavó por donde lo había indica- do la Virgen, y al poco rato encontraron la entrada a una cueva, en la que ya hacía seiscientos once años que había sido ocultada una imagen de María Santísima, la cual se hallaba tan hermosa y bien conservada como si en aquel momento acabaran de depositaria allí.
Junto a la imagen se encontró una campana, que quizás era la de su ante- rior santuario en tierras andaluzas.
Además había un pergamino, en el que se narraba la historia de aludida Efigie Mariana.
La exposición de júbilo de los vecinos de Cáceres presentes allí – dice José Pallés – no es para descrita; «puede solo imaginarsela un pueblo tan cató- lico y mariano como lo es la España. En el colmo de su dicha, aquellos fieles sacaron en triunfo de la cueva y recibieron con aclamaciones de en- tusiasmo y lágrimas de gratitud y amor a la que iba a ser la Celestial pana- cea de todos sus males».
QUISIERON LLEVARLA A CÁCERES
Cáceres es una gran privilegiada de Ni! Si! de Guadalupe, porque, en el mensaje que dio a Gil Cordero, la Virgen no mencionó a Toledo, aunque después y quizás contraviniendo el más exacto cumplimiento de la volun- tad de Dios, la autoridad eclesiástica toledana se adueñase del santuario – monasterio guadalupense; ni aludió a Plasencia, en cuya diócesis, como ocurre todavía estuviera enclavada esa zona de Guadalupe, siendo por entonces Obispo de Plasencia Don Domingo, tercero de éste nombre que estuvo de prelado desde el año 1.295 al 1.336, según lo deducimos de lo que historifica el Padre Benedictino Gregario Argáiz, del siglo XVII; ni se refirió a la noblísima capital de Ciudad Real, ni menos aún mentó a la muy apartada aunque extremeña ciudad de Badajoz.
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María Santísima solo habló de Cáceres e hizo un llamamiento únicamente al clero y ciudadanos de Cáceres para que se responsabilizaran de todo lo concerniente a su imagen, una vez encontrada, y de la construcción de un templo para ella.
Por esa época de las Apariciones de Nª Sª de Guadalupe que, como diji- mos, ocurrieron en el año 1.326, era Obispo cauriense Don Alonso o Al- fonso que, según el Padre Argáiz, estuvo al frente de la Diócesis desde el 1.282 al precisamente 1.326, sucediéndole Don Pedro Méndez de Soto- mayor, que ocupó la sede episcopal al menos por el 1.329 al 1.331, en que tuvo ya otro sucesor. No sabemos si referido Obispo de 1.326 murió antes o después de la Aparición.
Si falleció antes, vacó la Sede episcopal por cuando se apareció la Virgen. Lo cierto es que una competente Comisión Diocesana, como ya insinuába- mos, salió desde Cáceres al lugar de la Aparición para enterarse de todo y obrar luego lo que se estimara oportuno.
Los muchos cacereños que habían concurrido al sitio que les indicó Gil Cordero, consiguiendo encontrar la citada imagen de María Santísima, enardecidos sin duda por haber mencionado la Virgen muy exclusivamen- te a Cáceres, a su clero y vecindario, quisieron llevar la Imagen a Cáceres y allí eregirle el Santuario, sobre todo en el siglo en el que Cáceres no te- nía como Patrona a la Virgen de la Montaña, pues esto solo llegó a ser rea- lidad por el año 1.600, que fue por cuando vivió el emérita Francisco de Paniagua, que es quien introdujo la veneración o culto a Nª Sª de la Mon- taña, muriendo él en 1.636.
Pero Gil Cordero se opuso a estas pretensiones, argumentando que la Vir- gen claramente le manifestó que su voluntad era que se edificara un tem- plo allí mismo donde apareció y fue encontrada la santa Efigie. Entonces todos obedecieron a este designio mari ano.
Tampoco ahora divagamos del fin primordial que nos propusimos, porque en esto último que acabamos de exponer se atisba meridianamente la gran fidelidad de Gil Cordero a lo que la Virgen le reveló y mandó, virtud esta, que unida a otras tan excelsas o más que las que practicó en Méjico Juan Diego, le hacen así mismo también al español y extremeño pastor Gil, acreedor de la oportuna Beatificación.
CONSTRUCCIÓN DEL SANTUARIO Y CONCESiÓN DE MlJCHAS GRACIAS
Obedientes «los ciudadanos de Cáceres» a la voluntad de la Madre de Dios, le erigieron una ermita en donde fue encontrada su imagen,
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colocando esta allí. y ya sabemos como esta pequeña iglesia, sobre todo a partir de lo que luego hizo el Rey Alfonso XI en agradecimiento, etc., por su triunfo en la batalla del Salado, llegó a ser, merced además a otras apor- taciones posteriores, la gran Basílica – Monasterio que hoy día podemos todos contemplar.
Después la Virgen, no dejándose vencer en generosidad, «empezó a derra- mar tan liberalmente los tesoros de sus inauditas misericordias sobre todos cuantos con fe la imploraban que el número – y fama le da – grandeza de los milagros, extendiéndose por toda España, puso en el caso al Rey (Alfonso XI) de encargar al Cardenal Don Pelayo Gómez Barroso, Arzobis- po de Toledo por entonces, que se trasladara a Guadalupe, y abriese una información jurídica, sobre dichos milagros; información que, esclarecien- do y autorizando más la verdad – dice José Pallés – , contribuyó poderosa- mente a hacer más célebre la Santa Imagen de María, y mayor la confianza que en ella tenían los devotos».
Tan afamada era la Virgen de Guadalupe, que el nombre de esta advoca- ción mariana se difundió extraordinariamente por América hasta el punto de dársele como ya expusimos, la denominación de Ni! Si! de Guadalupe a la misma Madre de Dios, aparecida en Méjico a Juan Diego, extendiéndo- se mucho su culto por todo el nuevo mundo.
ANTECEDENTES DE LA IMAGEN GUADALUPANA
Dijimos que junto a la imagen fue encontrado un pergamino en el que «seis siglos atrás habían escritos los piadosos sevillanos – dice José Pallés – la historia de la venida (de dicha Efigie Mariana) a España y el culto que recibieron hasta la irrupción de los moros en la capital andaluza».
Estas palabras indican que la imagen de Ni! Si! de Guadalupe procedía de Sevilla. Más, ¿Cómo llegó a esta ciudad?
Se trata de una historia muy relacionada con tres grandes santos: San Gre- gorio Magno, San Leandro, arzobispo de Sevilla, y el hermano de este San Isidoro.
La cosa ocurrió de esta manera: San Gregorio y San Leandro viajaron a Constantinopla por asuntos concernientes a la Religión de Cristo. Allí se encontraron y se conocieron, llegando a hacerse muy íntimos amigos.
Terminada su misión en Constantinopla fue cuando al regresar San Grego- rio, que todavía no era Papa, fue elegido para Sumo Pontífice, mientras que San Leandro continuó en Sevilla, en calidad de Arzobispo, su gran labor contra los arrianos o en pro a la fe verdadera.
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Quiso San Gregorio desde un principio saber lo que pensaban y oír los consejos de las más altas personalidades de la iglesia y, por esto, invocó en Broma una especie de Sínodo, al que invitó a San Leandro, quien por su ciencia y santidad sería el mejor consejero que podría tener.
Pero, como por entonces había en España problemas muy graves que ne- cesitaban de la presencia de San Leandro, éste no podía acudir a Roma, optando, sin embargo, por que fuera, en su lugar, su hermano San Isidoro, que era no menos ilustre que él en santidad, prudencia y saber.
El resultado fue que el Papa estimó tanto a San Isidoro que, después de haber despedido a los otros altos dignatarios de la iglesia tras oír su dicta- men, quiso aún retenerlo por algunos días junto a sí.
Llegó, por fin, el momento de la Despedida y entonces, deseoso de hacer un presente a su amigo San Leandro, entregó a San Isidoro:
1º Un ejemplar de El Libro de los Morales que dedicó al Arzobispo hispa- lense; obra esta que es una admirable comentario sobre el libro de lob y que escribió San Gregorio precisamente por deseos e insinuación de San Leandro.
2º Muchas e inapreciables reliquias de santos mártires, etc., que segura- mente perduran en la Catedral hispalense.
3º y en particular, o especialmente, una prodigiosa Imagen de Santa María Santísima, que para este efecto sacó de su oratorio privado, en donde tier- namente era venerada por tan gran Pontífice. Fue la Efigie mari ana que más tarde llegaría a ser mundialmente conocida con el nombre de Nª Sª de Guadalupe.
IMAGEN DE ORIGEN APOSTÓLICO
Muy contento y agradecido se mostró San Isidoro con referidos regalos, pensando sobre todo en lo mucho que se habría de alegrar su hermano Leandro.
Poco después, acompañado de los sacerdotes de su séquito, se dispuso a venir a España en un barco mercante. Al principio el mar estaba en com- pleta calma; pero, porque ello entraba en los planes de Dios para que se estimar la Imagen de NiI Sil, quiso el Señor que se levantara una gran tem- pestad que pusiera en gravísimo peligro la embarcación. San Isidoro y sus acompañantes comprendieron la necesidad de invocar a la Virgen diri- giendo sus oraciones a la Imagen que llevaban en su compañía. Y, ¡Oh prodigio! pues inmediatamente se serenó el mar embravecido, como cuan- do Cristo obró igual milagro ante los Apóstoles.
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Más aún, para que nadie creyera que se trataba de una casualidad, hizo el Altísimo que la nave quedase envuelta en muy fúlgidos resplandores, que terminaron por infundir gran respeto gratitud y asombro en los corazones de todos los viajeros.
¿Qué misterios no encerraría esta imagen de la Santísima Virgen María? ¿Quién se la habría dado antes a San Gregorio? ¿Cuál era su más remota procedencia? .
A este respecto es sumamente extraordinaria la noticia que ofrece el dic- cionario español Espasa abreviado, pues dice: «Esta preciosa imagen de Maria, pequeña y morena, tiene por autor según algunos, a San Juan Evan- gelista que la copió directamente de la Virgen».
Sus razones tendrían estos investigadores, pues, si se conocen las grandes habilidades de referido Santo para escribir el Cuarto Evangelio, el Apoca- lipsis y tres Epístolas neotestamentarias de gran contenido bíblico, pudo también ser mucha su destreza para esculpir imágenes, sobre todo si tuvo o contó hasta con cierta ayuda angélica, porque recordemos que viviendo todavía María Santísima, vino esta milagrosamente a Zaragoza para visitar al Apóstol Santiago, hermano de Juan, y le entregó la imagen de Nuestra Señora del Pilar, que traída desde Efeso en donde residían con San Juan Evangelista, pudo esta asimismo, posible y fundadamente, haber labrado ambas imágenes: la del Pilar y la de Guadalupe.
LAMENTABLE EXTRAVÍO
Muchos cacereños leerían el pergamino que se halló junto a la imagen de Ni! Si! de Guadalupe explicando la historia y, tras de ello, acordaron dárse- lo al muy devoto Alfonso XI, el de la batalla del salado; pero con tan mala fortuna que a este, tan ajetreado en sus luchas contra la morisma, se le ex- travió, lamentándolo el enormemente,. Tampoco nadie se quedó con una copia e ignoramos que después, durante tantos siglos, haya sido encontra- do; motivo por el que el monasterio de Guadalupe seguirá careciendo de dicho escrito o documento de importancia y valor incalculable. Menos mal que se recordaban sus datos esenciales o no faltarían otras fuentes de consulta; gracias a lo que a podido continuar sabiéndose lo más principal de lo que le atañe a la bendita imagen Guadalupense.
DEVOCiÓN DE LOS ESPAÑOLES A LA VIRGEN DE GUADALUPE
Debió ser bastante conocida la historia y prodigios obrados por Ni! Si! de Guadalupe y, por esto, los Españoles le han profesado desde un principio
gran devoción, muy evidente y cierta es esta afirmación en cuanto a lo que afecta a las más altas dignidades de la patria, seguramente por recordar el rotundo triunfo que la Virgen guadalupana otorgó al rey Alfonso XI en la aludida batalla del salado. Se sabe, por ejemplo, que el santuario extreme- ño de Ni! Sª de Guadalupe fue el preferido de los reyes católicos. dicese que Isabel la católica lo visitó diez veces, la primera a los trece años, y que ambos reyes acudieron a darle las gracias por la pacificación de sus reinos. Don Fernando murió precisamente en el camino, cuando iba a visitar Gua- dalupe. Don Juan de Austria, después de la victoria de Lepanto, envió al santuario el final de la nave capitana turca, demostrando esto que él se encomendaría a la Virgen de Guadalupe, a la que por esto, cabe atribuirle el éxito de la batalla de Lepanto, como antes la del Salado. Felipe 11 le hizo varias visitas y le regaló su escritorio de plata, del que, adaptándolo, fabri- case su gran Sagrario. Cristóbal Colón, en su segundo viaje, dio a una de las islas descubiertas el nombre de Sta. María de Guadalupe y, en una oca- sión, peregrinó al monasterio para cumplir una promesa que hizo en mo- mentos muy graves en que su barco o nave estuvo próximo a hundirse durante una gran borrasca. Interminable sería la lista de destacadísimas personas que han profesado y continúan teniendo una gran devoción a la Virgen en su advocación de Nª Si! de Guadalupe. Pues se ha llegado a de- cir que, en siglos pasados, los santuarios mari anos más famosos y concurri- dos fueron el del Pilar de Zaragoza, el de Loreto en Italia y el de Guadalupe en Extremadura (España).
PROYECCiÓN MUNDIAL
Sabido es que, en el descubrimiento de América, su evangelización y con- quista de algunos territorios a sus aborígenes, participaron una inmensidad de extremeños, quizás más que de ninguna otra región española: Pizarro, Hernán Cortés, Núñez de Balboa, franciscanos del convento de Belvís de Monroy, etc .. Y muy curioso, hubo un párroco, Don Adrián, quien por la década de los cincuenta de este siglo XX, demostró y siguió probando que incluso Cristóbal Colón era extremeño, esgrimiendo para ello fuertes argu- mentos, que indicaban que fue natural de Oliva de la Frontera (Badajoz). Tal vez encontró su Partida de Bautismo u otras cosas que ayudaban a identificarlo y no confundirlo con nadie, aun cuando sus padres y abuelos procedieron de Génova (Italia), pero no él. Convendría estudiar mejor este evento.
Ahora bien, siendo tan numerosos los extremeños que tomaron parte en los avatares y civilización del Nuevo Mundo, lo lógico es pensar que no olvidaron a Nª Si! de Guadalupe, sino que continuaron teniéndole
devoción, tratando de extender por doquier su honor y culto, edificándole templos y designando con el nombre de Guadalupe a no pocas poblacio- nes, etc., sucediendo esto mismo, un poco más tarde, en las Islas Filipinas.
Un detalle histórico y elocuente es el que Hernán Cortés se decidió a en- viar, para la Virgen de Guadalupe de España, una lámpara y un metálico escorpión de oro macizo, porque esto da a entender que siempre tenía en el pensamiento a Nª Sil de Guadalupe, a la que se encomendaría en sus actuaciones guerreras, de las que por salir victorioso, cumplió así la pro- mesa que seguramente antes hizo.
Por otra parte, como después la Virgen se apareció oportunamente a Juan Diego y se autocalificó como Nª Sª de Guadalupe (aunque esto no lo sabe- mos con certeza; pero que así fue denominada por la Iglesia y por los fie- les), contribuyó ello, tras la subsiguiente gran devoción del pueblo mejicano, a que la advocación de «Virgen de Guadalupe» tuviera fama o resonancia en toda América y en todas las naciones civilizadas de los otros continentes.
MENSAJE DE LA VIRGEN EN MÉJlCO
Fue – recordemos – a los diez años y casi cuatro meses del dominio de los españoles en las provincias mejicanas, cuando en un sábado, a nueve de Diciembre, se le apareció la Virgen al consabido Indio Juan Diego en el pequeño cerro de Tepeyac, el año 1.531.
No nos detenemos en detalles descriptivos, sino que nos ceñimos a lo más esencial, como fue el mensaje que le dió María Santísima diciéndole:
«Sábete, hijo mio muy querido, que yo soy la siempre Virgen María, Madre de Dios Verdadero, autor de la vida, criador de todo, y señor del cielo y de la tierra, el cual está en todas partes; y es mi deseo que se me labre un templo en este sitio donde como Madre Piadosa, y tuya, y de tus semejan- tes, mostraré mi clemencia amorosa, y la compasión que tengo a los natu- rales, y de aquellos que me aman y buscan, y de todos los que solicitaren mi amparo, y me IIamaren en sus trabajos y aflicciones. Aquí oiré sus lágri- mas y ruegos para darles consuelo y alivio; y para que tenga efecto mi vo- luntad, has de ir a la ciudad de Méjico, y presentándote al Obispo que allí reside, le dirás que yo te envio, y cómo gusto de que se me edifique un templo en este lugar. Referirasle cuanto has visto y oído, y ten por cierto que te agradeceré lo que por mi hicieres, ensalzándote y haciéndote famo- so. Has oido, hijo mio, mi deseo; vete en paz, y pon todo el esfuerzo que pudieres».
Escuchando este requerimiento de María Santísima, Juan Diego se dispuso a cumplirlo yendo a visitar al Obispo de Méjico P. Fray Juan de Zumárra- ga, quien, en otra segunda comparecencia, terminó por decirle que solici- tara a la Virgen alguna prueba, por que él pudiera conocer que quien se le aparecía era la auténtica madre de Dios.
y en efecto, Nuestra Señora exhortó a Juan Diego que subiera a lo alto del cerro y cogiese las rosas que allí encontrara, para que, depositadas y en- vueltas por su capa, las presentase al Prelado. Así lo hizo el vidente, que- dando luego el Obispo completamente impresionado al contemplar unas rosas tan lindas, lozanas y frescas, impregnadas todavía de rocío. Pero su asombro llegó al colmo, cuando además observó que en la capa o tilma donde se le ofrecieron las flores, había quedado estampada como por obra de los Ángeles, la imagen de la Santísima Virgen. Piénsese además que era impropio que en Diciembre hubiera rosas …
No necesitó más milagros el Obispo, sino que grata e inmensamente sor- prendido por lo que acababa de ver, creyó que se trataba de una verdade- ra aparición de la Madre de Dios, procurando rendir veneración a la hermosísima pintura de María que le regalaba el Cielo.
Enterado el pueblo mejicano de estos sucesos, se construyó pronto un tem- plo en el lugar indicado por la virgen; el templo que cada vez fue siendo mejor y mucho más amplio hasta edificarse la muy grandiosa y actual Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe de Méjico, de mirada desde afuera se asemeja a un gran manto de la Virgen, deseándose que cobije no solo a la nación Azteca, sino a toda América de la que también fue nom- brada Patrona Celestial.
IMPORTANTíSIMOS PRONUNCIAMIENTOS
Si casi solo se atiende a la parte final del citado Mensaje a Juan Diego, pu- diera no reflexionarse acerca de lo que se dice al principio del mismo, cuando la Virgen habló sobre la divinidad de Jesucristo, proclamándolo Dios verdadero en contra esto de los muchos herejes arrianos y sus seme- jantes, como los actuales Testigos de lehová y otros sectarios anticristianos. Ahora bien, de esa verdad se deriva otra, que es la de ser María Santísima Madre verdadera de Dios, ya que Cristo al hacerse hombre sin dejar de ser Dios mediante el misterio de la Encarnación obrado en el Seno Virginal de María, nació luego de esta en cuanto Dios y hombre verdadero, motivo por el cual la Virgen fue hecha Madre de Dios, que es como ella también se autoproclamó en ese mismo mensaje de Méjico. Además los calificati- vos de Autor de la Vida, Criador de Todos, Señor del Cielo y de la Tierra, y
. Ente Divino que está en todas partes, reafirman la misma verdad sobre la
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divinidad del Salvador, quien, en unión del Padre y del Espíritu Santo, lo creó todo, que como decir que el mundo o naturaleza toda no siempre existió sino desde cuando Dios sacó de la nada todas las cosas. Por otra parte, María Santísima, se autodefinió «la siempre Virgen», o sea, que fue Virgen antes del parto, en el parto y después del parto, enseñando con esto que otra de sus singulares prerrogativas es la de su Virginidad perpetua. Fijémonos, por último, en lo de agregarse que Cristo, por ser Dios, está en todas partes; atributo este que habla bien claro sobre la infinita inmensidad de Dios, que todo lo ve para premiar oportunamente a los buenos y casti- gar a los malos, puesto que es un Dios justo y remunerador.
HÁGASE TAMBIÉN JUSTICIA A GIL CORDERO PROCURÁNDOSE SU BEATIFICACIÓN
Estamos tratando de todos muy brevemente y por esto hemos omitido refe- rir que la Virgen curó instantánea o milagrosamente a un tío de Juan Die- go, que estaba tan grave que ya había solicitado le administrasen los últimos sacramentos. Sin duda que este nuevo prodigio reforzaría cada vez más la fe del buen indio, quien supo mantenerse siempre ya tan virtuoso, que se le juzgó posteriormente merecedor de la eclesial honra de ser Beato.
Ahora bien, ¿no ocurrió mucho antes semejantemente lo mismo en Extre- madura con Gil Cordero, tras el milagro de la resurrección súbita de uno de sus hijos en Cáceres, cuando ya el clero se disponía a recitar las preces fúnebres para enseguida conducir el cadáver a la iglesia para hacerle las exequias y después lIevarle al cementerio?
Juan Diego y Gil Cordero han sido pues dos almas muy afines, o que han desempeñado parecidísimos cometidos en sendas Apariciones de Ni! Si! de Guadalupe, observando luego ambos, un buen comportamiento católico hasta su muerte.
¿No merecerá paralelamente por tanto, también Gil Cordero el oportuno y pronto Honor de su beatificación?
Cuando en lo básico (buena vida y santa muerte) todo fue perfecto, lo de- más puede ser muy fácil de conseguirse, si la Jerarquía Eclesiástica pone sin demora las debidas diligencias, como lo hizo respecto a Juan Diego para realzar la segunda visita del Papa a Méjico y para ofrecer al pueblo mejicano el estímulo hacia una ejemplar vida católica y de gran devoción a la Virgen, como el que ha supuesto ver elevado al honor de los altares a uno de sus paisanos. Así pues, lograr la Beatificación de Gil Cordero podrá también ser fácil si deberás se trabaja en ello.
NUEVOS DATOS ESCLARECEDORES
El muy culto loan Solano, del siglo XVII escribió cierta obra, uno de cuyos apartados temáticos lo tituló así: «EI pastor Santo, a quien se le apareció la santísima imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, fue natural de Céceres».
En estas pocas palabras vease cómo Gil Cordero tuvo ya fama de Santo desde tiempos muy remotos y también cómo constaba que era natural de la ciudad de Cáceres.
Después añade textualmente: Esta proposición (de ser Gil Cordero natural de Cáceres) es asentada en historias y tradiciones; y en Cáceres tan sabida, que se le conserva hoy su pobre casa en la calle de los Caleros y sobre la puerta un escudo de piedra, con un ramo de azucenas, por ser estas parti- cular símbolo de la Serenísima Reina de los Ángeles, y un águila pasada por el pecho. Y aunque este Santo Varón (debido a no estar aún beatifica- do ni canonizado) no está capaz de sagrados cultos; pero no se puede ca- llar esta dicha (de considerarlo Santo el pueblo), por haber sido el fundamento de tantas (gracias o favores) como ha recibido el mundo, por la invención (prodigioso hallazgo) de tan inmenso tesoro (la imagen de Ni! s~ de Guadalupe).
Agrega el mismo escritor que lo primero que la Virgen habló a Gil Cordero fue lo siguiente: «Toma tu vaca, y lIévala al hato con las otras, y vete luego para tu tierra, y dirás a los Clérigos lo que has visto. (Este vaquero – insiste en un paréntesis el propio joan Solano – era natural de Céceres). E decir/es has de mi parte, que te envio Yo allá, y que vengan a este lugar, donde ahora estás, y que caben donde estaba tu vaca muerta, debajo de estas pie- dras, y fallarán ende (- encontrarás alli +-) una imagen mia. Cuando la sa- caren di/es que no la muden ni la lleven de este lugar, donde ahora está; más que hagan una casilla (ermita), en que la pongan».
Aclara que la esposa de Gil Cordero se llamaba Mencia Ramos y que cuando trató de consolaría por la muerte del hijo, lo hizo diciéndole: «No te desconsueles, que quien tuvo mano para dar vida a la vaca muerta, po- drá dársela también a este muchacho difunto». Tras de lo que hincándose de rodilla, y con fervorosa oración y tiernas lágrimas, nacidas más de la confianza que del desconsuelo pidió a Nuestra Señora la vida de su Hijo, por crédito de su embajada (para que lo creyesen a él en cuanto les comu- nicaba de parte de la Virgen); y se lo ofreció para que le sirviese perpetua- mente en el sitio y lugar en que Ella se le había aparecido.
Terminada esta oración, fue cuando «en presencia de muchos que habían concurrido al entierro, y de los Clérigos y ministros de la Parroquia, que
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habían llegado para llevar al cuerpo del difunto, el muchacho – dice loan Solano – cobró vida, aliento y habla; y en presencia de todos pidió a su padre con instancia que lo llevase luego al Santo Lugar, donde se le había aparecido la Reina de los Cielos».
Según ya dijimos, Gil Cordero aprovechó esta ocasión para dirigirse a la gente, explicándoles el suceso principal, cosa que hizo con las siguientes frases:
«Venerables sacerdotes y devoto pueblo. No sin misterio ha escogido la Reina de los Ángeles, un rústico pastor, para crédito de sus maravillas; para que se conozca que su grandeza estriba en sf misma; y que no hace apre- cio de las personas autorizadas del siglo, porque el crédito tenga más segu- ridad en la verdad del cielo, que en los testimonios de la tierra. Yo soy un pastor rudo y sin letras. Ya lo sabéis, pues soy vuestro vecino. pero por este camino debéis levantar más la esperanza, pues ni mi autoridad fuera sufi- ciente para empeña ros ni mi talento para persuadiros. Tened por cierto que la Reina de los Ángeles fue servida demostrarme un Tesoro, que no se ha- llará en las venas y minerales del Oriente. El cielo mismo se enriquece con mirar/a; ¿Qué no tendrá quien la posee? su voluntad es que se la fabriquen por ahora un decente hospedaje (santuario) y se sirve de que seáis vosotros los testigos y los obreros. Dichoso pueblo, a quien la santfsima virgen es- coge para que le fabrique casa, pudiendo elegir a otros más vecinos. Voso- tros y yo somos los más interesados por más favorecidos. Vamos, vamos a obedecerla, que ffo en su clemencia, que muy presto saldréis de la duda y tocareis con vuestras manos la verdad».
Después, oportunamente, Gil Cordero y su familia marchándose a residir junto a la primitiva iglesia o ermita que se construyó para la imagen en- contrada, siendo así los primeros habitantes o ciudadanos de la luego cada vez mayor puebla de Guadalupe.
EL GRAN MILAGRO DE SU CUERPO INCORRUPTO
Pasaron los años y, por fin, llegó para Gil Cordero el día de su fallecimien- to. Más, ¿dónde lo enterraron? responde a esto [oan Solano diciendo que:
«El lugar de su sepultura se ha entendido siempre que fue el de la Epfstola dentro de la Capilla Mayor (del Monasterio de Guedelupe). Y asf lo dijo el Padre Fray Gabriel de Talavera en el tratado primero de sus observaciones, párrafo 20, por estas palabras: «está en una pared de la Capilla Mayor, en el arco por donde se entra a la sacristfa, una pintura ya con el tiempo mal- tratado aunque es de mucho respeto lo que se deja ver. y aquf se cree que está sepultado».
«La pintura – agrega – era un retrato de toda la historia, y venía a ser un epitafio en jeroglíficos, que sin letras contaba lo que pudiera leer el más curioso. Y se debe notar que un sepulcro tan autorizado y suntuoso, que hoy ni años atrás no se dieron si no a personas Reales, se dio – sin embar- go – a un pastor rudo por haber conseguido en el mundo los honores de virtuoso (considerándolo la gente antes y después de su muerte como San- to). Tan a lo real y magnífico quiere ser tratada la santidad. Pero lo que el Padre Fray Gabriel puso por tradición (porque hasta que escribió su histo- ria, que fue en el año 1.546, no había más clara noticia) se vio patente en el año 1.618, con la ocasión de haberse alargado la capilla mayor del santuario».
«Después entonces – sigue diciendo – , derribando aquel arco, adonde es- taba la pintura referida, y adonde se creía que estaba enterrado el Santo Pastor, se halló –efectivamente– su venerable cadáver entero (incorrupto, o no hecho un montón de huesos y cenizas, milagro este extraordinario o raro incluso en grandes santos canonizados, pero que Dios concede a per- sonas de rango humilde, como fue también San Isidro Labrador), después de ciento setenta años de su muerte; envuelto en una sábana con unas puntas y randas coloradas (adornos de encaje hechos en la tela), y sobre el cuerpo – había – algunas flores amarillas, que tocadas se deshacían en polvo. Y unos pergaminos en que estaba escrito lo historiado del santo di- funto; y en ellos le llaman Don Gil de Santa María, en la conformidad que habemos ponderado (porque fue nada menos que el Rey Alfonso XI quien ordenó que se lo denominase de esta manera)».
Añade que después «se volvió a colocar referido cadáver en la misma co- rrespondencia que antes tenía y – por eso – está sobre la puerta donde se sale de la sacristía al Altar Mayor. Toda esta relación última me la escribió – explica – el Padre Fray Juan de Mirandil/a, religioso autorizado de dicha Santa Casa, y me dicen la tiene impresa el Padre Montalvo en el libro que escribió de los Milagros de Nuestra Señora».
Afirma, por último, que vio a una persona que poseía un hueso de un dedo del cadáver de Gil Cordero, que se lo quitó con atrevida confianza durante aludidas obras que fue necesario realizar, pensando aquella que así obten- dría protección y favores, como los que alcanzan venerando Reliquias de Santos canonizados.
Sin un milagro de Dios, todo cuerpo humano se vuelve putrefacto a las veinticuatro hora de su muerte. Conservarlo el señor incorrupto y con olor agradable por mucho tiempo, supone un nuevo milagro cada día, porque bastaría que, en un solo día, dejase Dios de actuar en su acción milagrosa,
para que todo cuerpo (no manipulado o artificialmente embalsamado – se sobreentiende -) empezara y terminara por corromperse.
De acuerdo con este razonamiento, los milagros que Dios ya ha hecho a favor de la beatificación y canonización de Gil Cordero han sido tantos como días hubo en ciento setenta años desde su muerte, que fue cuando se supo que su cadáver permanecía incorrupto.
Ignoramos si después ha querido Dios seguir perpetuando el prodigio; lo cual podrá averiguarse, si con motivo de iniciarse su urgente profeso dio- cesano de beatificación, vuelven a examinarse sus restos, para al mismo tiempo poderse leer la historia que sobre el propio Gil Cordero se escribió en un pergamino que, como queda dicho, se encuentra dentro de su sepulcro.
PUNTO FINAL
Viene ahora, como conclusión, una gran pregunta que es la siguiente: a tenor de todo lo que hemos investigado o referido, ¿tendrá el español Gil Cordero menos motivos para su pronta beatificación y canonificación que los que se hayan tenido en cuenta para beatificar recientemente al mejica- no Juan Diego? .. Luego …
APÉNDICE
Cosas muy parecidas a las expuestas podrían decirse acerca del eremita Francisco de Paniagua, natural del pueblo cacereño de Casas de Millán, porque fue quien introdujo en Cáceres la devoción a Nuestra Señora de la Montaña; cuyos frutos espirituales han sido y siguen siendo inmensos o no menores que si hubiera fundado una Orden Religiosa destinada a fomentar el culto a la Santísima Virgen, ya que a las Santas Patronas se las suele te- ner casi todos los días en el pensamiento, se las reza, se las visita y se las obsequia de otras mil maneras. Por tanto creemos que hombres de estos de talante humilde, sencillo y pobre; pero que, por su amor a la Virgen y su ejemplar comportamiento cristiano, ocasionaron mucho bien espiritual o eterno, como Francisco de Paniagua y Gil Cordero, no desmerecen la oportuna beatificación ni los desvelos que la jerarqufa eclesiástica deba afrontar para ello, como se hace en algunas demarcaciones católicas, des- eosas de ver a sus hijos elevados al honor de los altares, pues en la Iglesia, menos que en ninguna entidad social, no debe haber discriminaciones.
BIBLIOGRAFíA
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