Oct 312024
 

Jacinto J. Marabel

 

  1. La Historia es una ciencia caótica.

 

La teoría del caos sostiene que una ínfima modificación de las condiciones iniciales en sistemas dinámicos generará grandes y complejas diferencias en su comportamiento futuro, imposibilitando la predicción de variables a medio y largo plazo. Su plasmación gráfica es el atractor del Lorenz, descubierto por casualidad en 1963 por el meteorólogo Edward Norton Lorenz tras salir de su despacho para tomar un té y dejar el ordenador realizando cálculos con ecuaciones para predecir el tiempo atmosférico. Al regresar, la pantalla le mostró una figura tridimensional, compuesta por líneas elípticas, semejante a las alas de una mariposa, que nada tenía que ver con lo que andaba buscando.

 

Sin embargo, el análisis posterior de los resultados que mostraba la pantalla planteaba novedosas y sorprendentes respuestas a algunos de los interrogantes enunciados por Laplace y Poincaré en los siglos anteriores, por lo que el paradigma comenzó a tomar forma. Durante la década siguiente, Lorenz se esforzó en difundir sus teorías entre la comunidad científica internacional, que únicamente comenzaron a popularizarse tras la reunión anual de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia de 1972, en la que participó impartiendo una ponencia titulada «Predictibilidad: ¿Puede el aleteo de una mariposa en Brasil generar un tornado en Texas?». Tres más tarde, el científico James York introdujo por primera vez el término «caos» en un estudio que extendía esta rama de la matemática a otras disciplinas como la física, la medicina, la economía e, incluso, las ciencias sociales, y la teoría quedó fijada.

 

Conforme con sus premisas, los acontecimientos históricos no desarrollan un patrón lineal, fijo y constante. Los sucesos no siguen una concatenación racional y predecible, sino que dependen de múltiples circunstancias, coyunturas eventuales e inciertas, imposibles de clasificar o reglar. La Historia, en este sentido, sería una ciencia caótica: si el aleteo de una simple mariposa en la selva amazónica alcanza a formar un tornado en Texas, la acción de un indio iroqués en la cuenca del Ohio puede originar consecuencias impredecibles sobre una pequeña y pacífica población de la Raya extremeña. Por tanto, como veremos a continuación, no sería descabellado afirmar que aquella acción, el casus belli que a juicio de la mayor parte de los historiadores desató la Guerra de los Siete Años entre las potencias europeas, tuvo una serie de efectos y repercusiones inesperadas para los habitantes de Valencia de Alcántara, en el año 1762.

 

  1. España en la Guerra de los Siete Años.

 

La Guerra de los Siete Años tuvo su origen en las discrepancias suscitadas entre Francia y Gran Bretaña durante el proceso de demarcación de fronteras en América del Norte. El precario equilibrio en el que se desenvolvían las relaciones entre ambas potencias quebró tras un incidente aislado en el verano de 1754, y, al igual que la mariposa de Lorenz, en un remoto lugar de ultramar, prendió la mecha que dos años más tarde iba a involucrar a los países europeos en un conflicto armado a lo largo y ancho del planeta.

 

La variable que provocó en esta ocasión el incremento exponencial e imprevisible de los acontecimientos tuvo mucho que ver con la inexperiencia de un joven oficial al servicio de la Corona británica, llamado George Washington. El gobernador de Virginia Robert Diwiddie lo envió al frente de una compañía de milicianos para que explorara las cada vez más frecuentes incursiones francesas en el lago Eire y en la cuenca del Ohio.

 

El 28 de mayo de 1754, después de una serie de enfrentamientos, Washington se atrincheró en una zona boscosa bajo dominio francés, situada entre los ríos Youghiogheny y Monongahela. El capitán Joseph Coulon de Villiers, señor de Jumonville, encargado de vigilar el lugar, se presentó con un pliego de propiedad que mostró al virginiano, exigiéndole que levantara el campamento y regresara tras la línea del frente. Mientras lo leía, Tanaghrisson, jefe de los indios iroqueses que acompañaban a Washington, le abrió el cráneo con su tomahawk. De inmediato, los soldados británicos secundaron la acción abriendo fuego sobre la escolta que acompañaba al capitán Villiers y los franceses tuvieron que batirse en retirada.

 

Las leyes no escritas del Arte de la Guerra protegían a los parlamentarios, pero los indios iroqueses se regían por códigos de honor muy distintos a los europeos. Washington entendió rápidamente que aquel asesinato a sangre fría conllevaba una declaración de guerra y decidió replegarse con sus hombres hasta un reducto situado en retaguardia, llamado Fort Necessity. Allí resistió el asedio francés hasta que, el 4 de julio de 1754, justo veintidós años antes de la Declaración de Independencia, el que estaba llamado a ser el primer presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, entregó las armas. A lo largo del año siguiente, apoyados por sus aliados indígenas, los franceses se apoderaron del valle del Ohio y lograron algunas victorias sobre las milicias de las colonias, mientras la superioridad de la Armada británica le permitió apoderarse de varios mercantes franceses y bloquear el comercio de ultramar.

 

La primera guerra mundial estaba en marcha. Como la mariposa que batía sus alas en la teoría del caso, un hacha iroquesa había prendido la chispa a más de 6.000 kilómetros de allí, en la Vieja Europa, dando lugar a un conflicto que acabó extendiéndose por tres Continentes y a un nuevo paradigma geopolítico, que marcaría las últimas décadas del Antiguo Régimen.

 

  1. La Guerra Fantástica.

 

España no solo permaneció neutral en las primeras fases del conflicto, sino que ensayó una tercera vía geopolítica con los estados no alineados. El gabinete del marqués de la Ensenada buscó la alternativa a los dos bloques hegemónicos siguiendo las indicaciones de Fernando VI, hasta que la caída en desgracia del Secretario de Estado, sustituido por Ricardo Wall y Devereux, y la muerte del rey en 1759, al que sucedió su hermanastro Carlos III, primogénito de Felipe V con su segunda esposa, Isabel de Farnesio, la política española comenzó a inclinarse definitivamente hacia el lado francés.

 

El 15 de agosto de 1761, Pablo Jerónimo de Grimaldi y Étienne-François de Chosieul, ministros plenipotenciarios de ambos países, firmaron en París el Tercer Pacto de Familia, ampliando y completando los dos anteriores. Con su ratificación el 20 de agosto por Luis XV y cinco días más tarde por Carlos III, la diplomacia gala logró que España irrumpiera de manera extemporánea en la Guerra de los Siete Años, en la lúcida expresión del profesor Miguel Ángel Melón, con el «propósito, que no escapaba a muchos y de ahí el recelo que suscitaba, de convertir a la corte madrileña no solamente en aliada, sino en satélite de Francia»[1].

 

Gran Bretaña hizo lo propio con Portugal y los dos países ibéricos se vieron envueltos en un combate ilusorio e irreal, sin apenas muertos, en una Guerra Fantástica, tal y como la calificaría la historiografía lusa[2], relegada a un rincón olvidado en los libros de Historia. Al país vecino se le combatió por mar y tierra. España conquistó la colonia de Sacramento y, después de amagar con un paseo triunfal hasta Lisboa, se contentó con invadir las provincias limítrofes y retirarse sin provocar daños. Por su parte, los portugueses, que mantuvieron en todo momento una actitud defensiva, consiguieron un único logro sobre el territorio español: el asalto y saqueo de la plaza de Valencia de Alcántara.

 

Fue una victoria pírrica, practicada siguiendo las pautas de las incursiones o razias sobre el territorio enemigo, periclitadas ya por entonces en el Arte de la Guerra, que no cumplió los objetivos planeados y tras la que regresaron rápidamente a sus posiciones de base. En realidad, no hubo tiempo para más. El conflicto fue breve. El Tratado de París, firmado el 10 de febrero de 1763, puso fin a la Guerra de los Siete Años y a su derivada Fantástica, estableciendo un nuevo tablero geopolítico al otro lado del Atlántico.

 

Gran Bretaña se erigió en la principal beneficiada, con La Florida española y toda la vasta región que se extendía entre el Misisipi y los Apalaches bajo su dominio, mientras que, en compensación por la contribución militar, los franceses cedieron a los españoles La Luisiana. España y Gran Bretaña se convirtieron de este modo en las dos únicas potencias europeas con intereses territoriales en América, aparcando por el momento sus diferencias y dando por finiquitada la Guerra Fantástica, el conflicto que las había enfrentado sobre el territorio portugués.

 

  1. La legitimación del conflicto y el Ejército de Prevención.

 

Los británicos exigieron conocer los términos del Tercer Pacto de Familia. España se negó y Jorge III firmó el inicio de las hostilidades el 2 de enero de 1762. Carlos III respondió el 17 de enero dictando el Decreto del rompimiento y declaración de guerra a los ingleses[3]. El 13 de mayo, William Pitt, que había llevado a su país a la desastrosa Guerra del Asiento contra España, convenció a los comunes para que participaran en la revancha contra España: «no pretendo que carguemos a Portugal sobre nuestros hombros, sino que más bien plantarla sobre sus piernas y ponerle una espada en la mano» [4], dijo, antes de conseguir la partida de un millón de libras que necesitaba para organizar la ayuda militar británica.

 

Por entonces, los españoles ya daban por hecho que Gran Bretaña mandarían un Cuerpo Expedicionario a Portugal. El 16 de abril, los pliegos de los espías informaban sobre las movilizaciones de cuatro batallones tomados de los regimientos que guarnicionaban Belle Isle, en la bretaña francesa, junto a otros dos procedentes de unidades acuarteladas en Irlanda, un batallón de granaderos, un destacamento de caballería formado por el 16º Regimiento de Dragones Ligeros del coronel John Burgoyne y ocho compañías de artillería al mando del coronel James Pattison[5].

 

Aunque aún no existía, de iure, una proclamación de guerra contra España, el envío de tropas por parte de Gran Bretaña, enemigo ya declarado de aquella, la legitimaba para iniciar las hostilidades en suelo portugués. Comenzaba así una guerra preventiva de consecuencias imprevisibles, para la que nuestro país se había preparado tras el ultimátum que representaba del Tercer Pacto de Familia. En este sentido, el 2 de febrero se había constituido un Ejército de Prevención, mandado organizar «con destino a obrar donde convenga à la defensa del Estado, y Costa de estos Reynos»[6], cuyo mando recayó en el cacereño teniente general Nicolás de Carvajal y Lancáster.

 

La estrategia española preveía seguir las directrices del plan de invasión de Portugal trazado por el brigadier Mateo Cron en los albores de la Guerra de Sucesión de Polonia, cuando Austria, Prusia y Rusia mantuvieron conversaciones para apoyar las aspiraciones del infante Manuel al trono polaco. La retirada definitiva de su candidatura, en favor del elector Federico Augusto de Sajonia, evitó la ejecución del plan en el marco del Primer Pacto de Familia, que paradójicamente se retomabas ahora en desarrollo del Tercero.

 

En líneas generales, el proyecto recogía la invasión del país vecino a través de la comarca de Tras-ó-Montes, cuyas plazas fuertes fronterizas debían ofrecer escasa o nula resistencia al Ejército de Prevención. Conquistada la comarca, se avanzaría hacia Oporto mientras una parte del ejército tomaba Almeida, asegurando las comunicaciones con Castilla a través de Ciudad Rodrigo. Desde aquí podría marcharse luego, siguiendo la orilla derecha del Tajo, hasta Lisboa, tomando las regiones del centro y del Alentejo portugués, antes de tomar la capital del reino y poner fin a la guerra[7].

 

Además de un numeroso ejército, el éxito de las operaciones exigía el conocimiento previo y detallado tanto de la orografía, ríos y vías de comunicación portuguesas, como del sistema de plazas fuertes levantado al otro lado de lado de la frontera. Los mapas habían sido actualizados en 1761 por los ilustrados Pedro Rodríguez de Campomanes y José Cornide de Folgueira, tras recorrerse de arriba abajo el país vecino[8], mientras que el director de ingenieros Pedro Moreau se había encargado de revisar el informe sobre las estructuras defensivas de la Raya realizado por el brigadier Antonio Gaver en 1754[9].

 

En este estado de cosas y expresada la voluntad definitiva de José I de romper las conversaciones, mandando expulsar a los embajadores, el 1 de mayo de 1762 las tropas del Ejército de Prevención abandonaron sus acuartelamientos en los alrededores de Zamora y marcharon hacia el noroeste, formado en tres columnas mandadas por los tenientes generales Lanzós, Cevallos y Funes, respectivamente.

 

El 4 de mayo, la columna de Funes entró en Constantim y siguió hacia Miranda del Duero, que tomó el 9 de mayo, mientras que Lanzós y Cevallos, que el 5 de mayo habían tomado el camino de Carbajales por Alcañices, se dirigieron a sitiar Chaves y Braganza, capital del Alto Duero[10]. La primera cayó el 22 de mayo, abandonada por su guarnición junto a 43 piezas de artillería, provocando la rendición al día siguiente de Torre de Moncorvo y, finalmente, el 13 de mayo, la de Braganza, tras la tibia oposición ejercida por su gobernador, que impidió tomarla dos semanas antes.

 

Obligado por los acontecimientos, José I firmó la declaración de guerra contra España el 18 de mayo[11]. Poco más tarde, el coronel Alejandro O’Reilly McDowell partía de Chaves con la vanguardia, compuesta por el Regimiento de Infantería Ligera de Cataluña, el batallón de los Voluntarios de Aragón y cuatro escuadrones que desbrozaban el camino hacia Vila-Real[12], la capital de Trás-os-Montes, que sería tomada sin problemas el 30 de mayo, completando el dominio español sobre el noroeste de Portugal. Sus habitantes juraron obediencia a Carlos III y O’Reilly siguió adelante, con el objetivo de reconocer el camino hacia Oporto.

 

Una embosca con paisanos armados, que se saldó con dos soldados muertos y cuatro heridos por parte española, y cuarenta y seis muertos, con veintiocho heridos, por la contraria, les hizo desistir de continuar. Los heridos fueron hechos prisioneros y conducidos a Chaves, donde la columna de O’Reilly entró finalmente el 2 de junio, «a las 5 de la tarde, habiendo caminado doce leguas en 24 horas»[13].

 

Aquella escaramuza sorprendió a Carvajal, que no esperaba encontrar resistencia hasta las inmediaciones de Oporto. La mayor parte de los generales temían que se tratase de una avanzadilla de las fuerzas británicas enviadas para defender sus intereses comerciales en Oporto, cuando lo cierto es que estas tropas apenas habían desembarcado aún en Lisboa, por lo que en un Consejo de Guerra decidieron suspender el avance a la espera de los 8.320 efectivos franceses prometidos, que debían apoyar la invasión al mando del Príncipe de Craon Charles Juste de Beauvau. Una guarnición mantendría la plaza adelantada de Chaves, sosteniendo las comunicaciones con el Ejército, mientras el grueso de las tropas basculaba hacia Ciudad Rodrigo para poner cerco a Almeida.

 

  1. La declaración de guerra y el saqueo de Valencia de Alcántara.

 

Los españoles invadieron las regiones de Trás-o-Montes y Alto Duero sin una declaración formal de hostilidades, por lo que la proclamación de guerra de José I, dada a conocer el 23 de mayo, obligaba finalmente a Carlos III a dictar la suya. Esta fue firmada el 11 de junio y, nueve días más tarde, Luis XV se sumó a ella. Los franceses habían maniobrado hábilmente para arrastrarnos a un conflicto que el Tercer Pacto de Familia les obligaba a secundar.

 

La intervención no resultaba baladí, puesto que el objetivo era asegurarse un valioso elemento de intercambio en las negociaciones de paz emprendidas por Gran Bretaña. En estas circunstancias, la ayuda del cuerpo de refuerzo francés se demoró y la marcha del Ejército de Prevención sobre Lisboa quedó comprometida. Carvajal, un militar curtido en los campos de combate de media Europa, alegó una oportuna enfermedad al conocer la noticia y pidió ser relevado.

 

Ricardo Wall lo sustituyó por el teniente general Pedro Pablo Abarca y Bolea, conde de Aranda, de cuarenta y tres años, más político que militar. Aranda salió rápidamente de Varsovia y el 28 de junio ya estaba en Madrid. Por entonces, las fuerzas portuguesas tenían también quien las mandase: se trataba de Wilhelm Friedrich Ernst Schaumburg-Lippe-Bückeburg.

 

El 28 de mayo legó a Londres, procedente de Alemania, porque Jorge III lo había reclamado para que dirigiese al ejército portugués en la Guerra Fantástica[14]. Schaumburg aceptó[15], el monarca le otorgó la calidad de noble británico, le impuso la Orden del Baño, «por haber nacido en Inglaterra» [16], y luego embarcó hacia Lisboa para hacerse cargo de las operaciones. Arribó el 3 de julio de 1762, y siete días más tarde fue nombrado mariscal general de los ejércitos por el rey José I[17].

 

En Portugal se hizo acompañar del duque Adolf Friedrich de Mecklemburg-Strelitz, hermano de la reina Carlota de Gran Bretaña, para que dirigiera el cuerpo de caballería, además de su primo el capitán Ferdinand de Lippe-Biesterfeld como ayuda de campo y del coronel Johann Heinrich Böhm como primer edecán. El resto de su Estado Mayor estaba formado por el brigadier John Crauford, destinado a ejercer de cuartel maestre general, y del teniente general João de Lencastre, duque de Aveiro y gobernador del Alentejo, al que se le encomendó la comandancia de la infantería.

 

El teniente general James O’Hara, que albergaba el deseo de alcanzar el mariscalato tras haber sido enviado al frente del cuerpo expedicionario, dimitió al conocer el nombramiento de Schaumburg y su lugar lo ocupó el teniente general John Campbell. Las tropas británicas estaban ya en Portugal: el 6 de mayo desembarcaron los batallones de infantería procedentes de Irlanda, mientras que el resto lo harían el 16 de julio[18]. La caballería arribó entre medias, el 9 de julio, y estaba compuesta de cuatro compañías del 16º Regimiento de Dragones Ligeros, comandado por el coronel John Burgoyne.

 

Burgoyne, que tuvo un protagonismo esencial en esta historia, pasó a los anales militares como un general mediocre. En enero de 1763 regresó a Gran Bretaña con las tropas que habían participado en la campaña de Portugal para centrarse en su carrera política y, seis años más tarde, fue nombrado gobernador de Fort William, villa situada al noroeste de Escocia.

 

En 1776, tras las revueltas de Boston, el Parlamento le ascendió a teniente general al servicio del gobernador de Massachusetts Thomas Gage. En 1777 tomó el mando de las tropas y dirigió la expedición de 1777 contra las Trece Colonias, conduciendo a sus hombres al desastre de Saratoga, la batalla que decidió a España y Francia a intervenir en la guerra y apoyar al Ejército continental, decantando el conflicto a favor de este. Más de 6.000 soldados fueron hechos prisioneros y Burgoyne tuvo que regresar a Gran Bretaña, donde un consejo de guerra le desposeyó de sus cargos y lo expulsó del ejército. El año anterior había muerto su primera mujer, Charlotte, por lo que Burgoyne, retirado de la vida pública, desposó a la actriz Susan Caufield, con quien tendría cuatro hijos, y se dedicó a escribir obras de teatro. Murió en Preston, el 4 de agosto de 1792 y fue enterrado en el claustro de la Abadía de Westminster.

 

Recordado y vilipendiado por la derrota de Saratoga, el mayor triunfo militar de Burgoyne fue, sin duda, la toma de Valencia de Alcántara. Había desembarcado con su regimiento en el puerto de Lisboa el 19 de julio, para marchar luego a reunirse con los batallones del 83º y 91º Regimientos de Infantería de Línea, acuartelados en las inmediaciones de Abrantes[19].

 

Schaumburg, consciente de las conversaciones a favor del armisticio general iniciadas por Gran Bretaña y Francia, había mandado establecer el Ejército Combinado a la derecha del Tajo, en una línea que iba de Satarém a Castelo Branco, manteniendo el cuartel general en Abrantes, con el objetivo de controlar los escasos avances que se preveían y la unión del ejército español que, eventualmente, pudiera invadir el Alentejo, con el que se disponía a tomar la plaza fuerte de Almeida por entonces[20].

 

Almeida capituló el 27 de agosto y la noticia llegó a la Corte española al día siguiente, donde ,«se celebró con galas y luminarias; y en el mismo se cantó el Te Deum en la Colegiata de S. Idelfonso y en la capilla del Real palacio de esta villa» [21]. Carlos III estaba feliz; aún no sabía que Valencia de Alcántara había sido asaltada y que sus habitantes habían jurado lealtad al rey portugués.

 

En efecto, para resarcirse del arsenal que, a todas luces, iba a perder en Almeida, Schaumburg había enviado una columna a Valencia de Alcántara con la misión de tomar el polvorín y los cañones que, según sus espías, había reunido aquí los españoles para sostener la inmediata invasión del Alentejo[22].

 

Pero los espías se equivocaron: arsenal no existía y los diarios británicos que publicitaron la acción se encargaron de cambiar el relato, asegurando que la operación buscaba apropiarse del gran almacén de boca que los españoles custodiaban en Valencia de Alcántara. Sin embargo, el número de efectivos empleados, así como la falta de carros y bueyes para trasladar los víveres, desmentían también esta versión que, inexplicablemente, ha terminado por prevalecer entre los historiadores[23].

 

Puesto al frente de la misión, Burgoyne salió de Castelo Branco con los jinetes de su regimiento el 23 de julio y esa misma tarde cruzó el Tajo por Vila Velha de Ródão. En la orilla izquierda les esperaban once compañías de granaderos portugueses y seis británicas que, procedentes de Abrantes, custodiaban dos obuses y dos cañones de campaña destinados a bombardear Valencia de Alcántara. El destacamento siguió el camino de Nisa y continuó hasta la freguesía de Alpalhão, que alcanzó a las ocho de la mañana del 25 de julio. Aquí se les unió el coronel Charles Rainsford, ayudante de campo en el Estado Mayor del cuerpo expedicionario y comandante de ingenieros, que había estudiado los caminos y los planos de las fortificaciones enemigas.

 

Schaumburg había ideado su plan a mediados de julio, con el objetivo de tomar Valencia de Alcántara y distraer efectivos del sitio de Almeida. Sin embargo, al tiempo que Burgoyne se reunía con Rainsford, el gobernador de Almeida pedía parlamentar. La rendición de la plaza era inminente, por lo que el Ejército de Prevención se encontraba en disposición de avanzar sobre la orilla derecha del Tajo, comprometiendo la operación y haciendo inútil las prevenciones de Schaumburg.

 

En cualquier caso, Burgoyne, que ignoraba por completo estos acontecimientos, no estaba en disposición de cumplir con la fecha que aquel había fijado el asalto, el 26 de julio. Su columna había tardado dos días en cubrir los 25 kilómetros que separaban Vila Velha de Alpalhão, debido a la dificultad de arrastrar las piezas de artillería entre las escarpadas veredas de la Sierra de San Mamede. Los hombres estaban exhaustos y aún quedaba alcanzar Castelo de Vide, localidad situada a 12 kilómetros de la frontera, desde donde habría de lanzarse el ataque definitivo sobre Valencia de Alcántara.

 

En una difícil decisión, Burgoyne decidió arriesgar: abandonó la artillería y envió a los dragones desmontados en avanzadilla hacia Castelo de Vide, subiendo a los granaderos británicos a lomos de los caballos azabaches. Los portugueses, que estaban igual o más cansados que sus camaradas, tuvieron que continuar a pie, por lo que, mientras que aquellos llegaron a la villa sobre la diez de la noche, estos lo hicieron a las dos de la madrugada y la acción tuvo que ser pospuesta[24].

 

En la localidad se les sumó la guarnición, formada por un centenar soldados, una partida de 58 jinetes y 40 paisanos armados, con lo que Burgoyne marchó hacia Valencia de Alcántara el 26 de julio, a la puesta de sol. Los espías le habían informado que no existían patrullas regulares de vigilancia y que, en todo caso, las descubiertas se realizaban sin alejarse mucho de la plaza. Su guarnición, además, no había establecido piquetes avanzados ni barricadas u obstáculos en los caminos, manteniéndose fija en la plaza de la villa[25].

 

Valencia de Alcántara era defendida por 282 fusileros del batallón de milicias provinciales de Sevilla, que tenía cinco compañías al mando del coronel Nicolás del Campo guarnicionando la plaza[26]. El batallón había entrado en Badajoz el 18 de julio, tras más de un año fuera, de donde salió el 12 de agosto con destino a las guarniciones de San Vicente y Valencia de Alcántara[27].

 

De las comunicaciones entre ambas plazas, así como de las descubiertas y patrullas de observación sobre la Raya, se ocupaba el Regimiento de Dragones de Belgia, que había dejado diez jinetes para apoyar la guarnición de esta última. Burgoyne no lo sabía, pero su comandante, el brigadier Miguel de Irumberri y Balanza, se encontraba muy próximo, sobre el camino de San Vicente, con 19 jinetes y 40 provinciales, realizando maniobras de observación sobre la campiña[28].

 

Burgoyne concentró sus fuerzas en la aldea de Pitaranha, desde donde partieron en dos columnas antes de la medianoche. La primera, compuesta por las once compañías de granaderos lusos al mando del mayor Henry Lawes Lutterell, iba precedida de los 58 jinetes portugueses y 25 dragones ligeros, escoltado en los flancos por la guarnición de Castelo de Vide y los paisanos armados, y tenía como misión rodear la villa por el norte para tomar el puente. El grueso de la caballería, al mando del mayor Hugh Somerville, seguiría a este destacamento para establecer piquetes en los caminos de Alcántara y San Vicente, bloqueando la plaza y atentas a la llegada de auxilios. La segunda columna, formada por las seis compañías de granaderos británicos al mando del mayor William Johnstone Pulteney, continuó hacia el este, con el objetivo de tomar la puerta de San Francisco.

 

Burgoyne, que se puso al frente de esta columna, encontró abandonado el antiguo convento de San Francisco, situado apenas a 4 kilómetros de la villa. Dejó una compañía asegurando la retirada y continuó adelante, preocupado por la tenue línea de luz que comenzaba a aparecer por el horizonte. Con gran contrariedad, advirtió entonces:

 

Que mis guías me habían engañado respecto a la distancia a cubrir. En Pitaranha me aseguraron que dispondría de una hora más de oscuridad, persuadiéndome para no salir antes de la aldea y evitar las patrullas que se retirarían al caer el día. Al contrario de lo que esperaba, comenzaba a amanecer rápidamente y el sol se habría levantado antes de que pudiera poner un pie en la localidad.

Entonces, consideré oportuno abandonar mi primera disposición y mandé avanzar a los Dragones Ligeros, que con una enérgica carga aún podrían sorprender o, en el peor de los casos, bloquear las avenidas principales. Sin embargo, no fue necesario, puesto que el teniente Lewis, al frente de 40 hombres y moderando el galope, consiguió entrar en la villa espada en mano[29].

 

Según la versión española:

 

La centinela de nuestro piquete, quando vio entrar a los enemigos, aviso con el tiro, a fin de abandonar su puesto, y mató a un dragón de la vanguardia de los contrarios. Nuestra gente, aunque sorprendida, procuró unirse; y D. Nicolás del Campo, el coronel del rejimiento de milicias de Sebilla con algunos pocos oficiales, que se le pudieron juntar, defendieron las banderas desde las cinco hasta las nueve de la mañana, que forzaron la puerta los enemigos con tres compañías de granaderos[30].

 

En su informe, Burgoyne afirma por el contrario que los provinciales fueron reducidos, muertos o hechos prisioneros, antes incluso de que pudieran organizarse y hacer uso de las armas, por lo que la plaza de entrada quedó expedita y las calles aledañas ofrecieron muy poca resistencia a los dragones ligeros:

 

Mientras el grueso del regimiento se agrupaba en la plaza, algunos grupos desesperados intentaron un ataque, pero todos perecieron o fueron capturados. Los únicos disparos que nos ofendían procedían de las ventanas, y este comenzó a disminuir cuando llegaron los granaderos. Obligado a no otorgar cuartel a quienes persistían en ello, conseguí que un sacerdote recorriera la villa anunciando que mandaría incendiarla por las cuatro esquinas, a menos que todas las puertas y ventanas fuesen instantáneamente abiertas de par en par. Pero antes de que hubiesen recorrido una sola calle, los habitantes se dieron cuenta de su error, y todo quedó en calma.

Desplegué a los dragones en la campiña para que capturaran a todos los que habían logrado escapar y trajeron a un buen número de hombres y caballos. Una partida compuesta de un sargento y seis dragones se batieron con un teniente y 25 jinetes, los mataron a todos y trajeron sus caballos, junto con gran cantidad de prisioneros que hicieron por el camino.

 

Créame, mi Lord, que esto no es una exageración de su coronel, sino un hecho real. Hice prisionero al mariscal de campo don Michael de Irunibeni y Kalanca (sic), su ayuda de campo, un coronel con su edecán, 2 capitanes, 17 suboficiales y 59 soldados. Se han tomado además tres banderas, junto a gran cantidad de armas y munición, que ha sido destruida[31].

 

Esta última acción de caballería a la que se refiere un tanto exageradamente Burgoyne es en la que estuvo implicado Irumberri, que acudió al auxilio de la plaza cuando «oyó desde el paraje en que estaba, que en el pueblo se disparaban tiros, se restituyó a él aceleradamente con las tropas que tenía y acometió con 19 dragones y 40 milicianos a 60 caballos ingleses, obligándolos a retirarse. Pero habiendo acudido mayor número de enemigos, y herido el referido Brigadier de un balazo, le cogieron prisionero de guerra»[32].

 

En cuanto a estos, las fuentes también difieren: el cronista Hernández de Tolosa aseguraba que después de hacerse con «el arca del Regimiento, que tenía más de 15.000 pesos, ropa y baúles de oficiales, llevándose banderas; y saqueando las casas más principales de la villa», llevaron cautivos al brigadier Miguel de Irrumberri, el coronel Nicolás de Campo, el ayudante mayor Lorenzo de Córdoba, el capitán Adrián Pierra, los tenientes Mateo Argullo, herido, Felipe Valencia y Luis Valderrama, los subtenientes Martín Bolaños y Joaquín Gutiérrez, los sargentos Eustaquio García, Basilio Bentus y Manuel Corchero, y 44 soldados, incluidos dos tambores, sumando un total de 57 hombres[33], mientras que el Mercurio Histórico únicamente menciona a los comandantes, además del capitán Antonio Suazo, muerto en la refriega, elevando por el contrario la cifra de prisioneros a 78 hombres, 54 provinciales y 23 dragones, además de un capitán de las milicias urbanas de Valencia de Alcántara[34].

 

Los británicos, según el parte oficial de bajas, registraron 5 muertos, el teniente Burk, un sargento y 3 soldados, así como 21 heridos, dos sargentos, un tambor y 18 soldados, además de 10 caballos muertos y 2 heridos[35]. La acción no le salió gratis a Burgoyne, que se llevó a varios paisanos como rehenes para asegurarse la asistencia a los heridos que dejaba atrás, además de una contribución por no quemar la ciudad y sus conventos, no encontró los famosos cañones que andaba buscando. Tampoco los almacenes de boca ni el forraje para las monturas que publicarían más tarde las gacetas. Quizás por eso, una columna marchó hacia La Codosera, que fue saqueada esa misma tarde[36].

 

La noticia alcanzó Badajoz, de donde salió inmediatamente un destacamento en busca de la columna de Burgoyne. Aranda, por su parte, interpretó el movimiento sobre Valencia de Alcántara como parte de un plan de Schaumburg para tomar la frontera y el 5 de septiembre, por lo que ordenó adelantar las fuerzas de los mariscales de campo Carlos de la Riva Agüero y Marcos de Mendoza, «para preservar la frontera de Estremadura por la parte de Alcántara de las entradas, que los enemigos amenazan hacer por aquella parte»[37].

 

Luego levantó el campamento de Aldea Nova y marchó a Cerdeira, seguido del Ejército. El 7 de septiembre, las tropas de Riva Agüero conquistaron Salvaterra do Extremo mientras las de Felipe Cagigal tomaban el castillo de Segura. El 15 se unieron al Ejército en Penamacor, donde se hicieron con «9 cañones de bronce, y 13 de hierro de varios calibres; 3 morteros para granadas, 3 petardos, 120 cajones de balas de fusil, 3.500 balas de artillería, otros varios efectos, y muchas municiones y víveres»[38]. Tres días más tarde, las tropas españolas tomaban Castelo Branco, asegurando la frontera, además, con Vila Velha de Rodao y Sarceda, tomadas el 29 de septiembre, y obligando a Schaumburg a replegarse las líneas hasta Abrantes[39].

 

La operación para hacerse con el presunto arsenal de Valencia de Alcántara, además de un fracaso, había provocado que el Ejército de Prevención terminara de tomar la frontera. Los intereses de ultramar evitaron que pudiera marchar hacia Lisboa, como era su principal objetivo. El 13 de agosto, La Habana se rindió a una escuadra británica, y a esta pérdida siguió Manila, que capituló el 24 de septiembre, abandonada prácticamente por su guarnición.

 

La devolución de ambas plazas, introducía una nueva premisa en la composición del armisticio que, siguiendo el ejemplo de Francia, se había prestado a negociar España. Las embajadas de unos y otros consensuaron los preliminares y, el 10 de febrero de 1763, el Tratado de París puso fin a la Guerra de los Siete Años, junto a su derivada ibérica España renunció a pescar en los bancos de Terranova y cedió a Gran Bretaña el comercio del palo de Campeche, junto al territorio de La Florida, que Francia compensó a su vez entregándole La Luisiana.

 

En cuanto a Burgoyne, el 2 de septiembre, el rey José I le hizo entrega de un anillo de diamantes en gratitud por su acción.  Al  Primer Ministro británico, en cambio, no debió parecerle tan magnífica y, en medio de las conversaciones de paz, desaconsejó el ascenso que solicitaba junto al informe en el que relataba el asalto a Valencia de Alcántara[40]. El coronel tendría que buscar el pedestal de la gloria a la que aspiraba en otro lugar. Quizá cerca de aquellos parajes donde el tomahawk de un iroquí había dado inicio a la Primera Guerra Mundial. Nunca se sabe dónde puede batir sus alas la mariposa.

 

  1. Bibliografía.

 

ALMON, John. Anecdotes of the life of the Right Hon. William Pitt, Earl of Chatahm. Vol. I. Longman. Londres, 1810.

 

BARRINGTON DE FONBLANQUE, Edward. Life and Correspondence of The Right Hon. John Burgoyne, General, Statesman, Dramatist. MacMillan. Londres, 1876.

 

HINDE, Robert. The Discipline of the Light-Horse. Owen. Londres, 1778

 

LATINO COELHO, José María. Historia Militar e Política de Portugal, desde os fins do XVIII seculo até 1814. Vol. III. Imprenta Nacional. Lisboa, 1891.

 

MELÓN JIMÉNEZ, Miguel Ángel. España en la Guerra de los Siete Años. La campaña imposible de Portugal y el Ejército de Prevención (1761-1764). Silex. Madrid, 2022.

 

PEREIRA SALES, Ernesto Augusto. O conde de Lippe em Portugal. Minerva. Vila Nova de Famalicão, 1936.

 

HERNÁNDEZ TOLOSA, Leonardo. Libro de Noticias sacado por Don Leonardo Hernández Tolosa, presbítero, vecino de esta ciudad. Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes. Trujillo, 1992.

 

 

 

[1] MELÓN JIMÉNEZ, Miguel Ángel. España en la Guerra de los Siete Años. La campaña imposible de Portugal y el Ejército de Prevención (1761-1764). Silex. Madrid, 2022; pág. 48.

[2] PEREIRA SALES, Ernesto Augusto. O conde de Lippe em Portugal. Minerva. Vila Nova de Famalicão, 1936; pág. 47.

[3]Archivo General de Segovia (AGS) Secretaría de Estado de Guerra (SEG), 2.202, 43-3. Citado por MELÓN JIMÉNEZ, M.A. España en la Guerra…, ob. .cit.; pág. 57.

[4] ALMON, John. Anecdotes of the life of the Right Hon. William Pitt, Earl of Chatahm. Vol. I. Longman. Londres, 1810; pág. 312.

[5] Gaceta de Madrid, de 8 de junio de 1762.

[6] Gaceta de Madrid, de 2 de febrero de 1762.

[7] MELÓN JIMÉNEZ, M. A. España en la Guerra…, ob. cit.; págs. 85-86

[8] Cfr. RODRÍGUEZ DE CAMPOMANES, Pedro. Itinerario Real de Postas de dentro y fuera de España. Imprenta de Antonio Pérez Soto. Madrid, 1761; Noticia geográfica del Reino y caminos de Portugal. Imprenta de Joaquín Ibarra. Madrid, 1762. ABASCAL, Juan Manuel y CEBRIÁN, Rosario. Los viajes de José Cornide por España y Portugal de 1754 a 1801. Real Academia de la Historia. Madrid, 2009.

[9] MELÓN JIMÉNEZ, M.A. España en la Guerra…, ob. cit.; págs. 87- 97.

[10] Gaceta de Madrid, de 11 de mayo de 1762.

[11] Publicado el 23 de mayo siguiente, fue reproducido en el Mercurio Histórico y Político, de julio de 1762; págs. 189-192.

[12] Gaceta de Madrid, de 8 de junio de 1762.

[13] Mercurio Histórico y Político, junio de 1762; pág. 171.

[14] London Magazine, mayo de 1762; pág. 282.

[15] Aunque tanto las fuentes españolas y portuguesas se refieren a él como conde de Lippe, que la tradición asocia, incluso, a las famosas condelipas de Lagos, hemos preferido citarlo aquí como Schaumburg en coherencia con el resto de personajes, mencionados por su primer apellido.

[16] Mercurio Histórico y Político, junio de 1762; pág. 116.

[17] LATINO COELHO, José María. Historia Militar e Política de Portugal, desde os fins do XVIII seculo até 1814. Vol. III. Imprenta Nacional. Lisboa, 1891; pág. 67.

[18] Mercurio Histórico, junio y agosto de 1762; págs. 103 y 294, respectivamente.

[19] Mercurio Histórico, julio de 1762; pág. 188.

[20] BARRINGTON DE FONBLANQUE, Edward. Life and Correspondence of The Right Hon. John Burgoyne, General, Statesman, Dramatist. MacMillan. Londres, 1876; pág. 38.

[21] Mercurio Histórico, agosto de 1762; págs. 396-399.

[22] HINDE, Robert. The Discipline of the Light-Horse. Owen. Londres, 1778; pág. 171.

[23] MELÓN JIMÉNEZ, M.A. España en la Guerra…, ob. cit.: pág. 309.

[24] HINDE, R. The Discipline…, ob. cit.; pág. 173.

[25] Ibid.; pág. 174.

[26] MELÓN JIMÉNEZ, M. A. España en la Guerra…, ob. cit.; pág. 309.

[27] HERNÁNDEZ TOLOSA, Leonardo. Libro de Noticias sacado por Don Leonardo Hernández Tolosa, presbítero, vecino de esta ciudad. Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes. Trujillo, 1992; pág. 41.

[28] Mercurio Histórico y Político, septiembre de 1762; pág. 99.

[29] HINDE, R. The Discipline… ob. cit.; pág. 177.

[30] Mercurio Histórico y Político, septiembre de 1762; pág. 99.

[31] HINDE, R. The Discipline… ob. cit.; págs. 178 y 179.

[32] Mercurio Histórico y Político, septiembre de 1762; pág. 99.

[33] Según el mismo, otros 121 soldados, incluidos un coronel y un teniente coronel se habrían dado a la fuga. HERNÁNDEZ TOLOSA, L. Libro de Noticias sacado…, ob. cit.; págs. 46 y 47.

[34] Mercurio Histórico y Político, septiembre de 1762; pág. 99.

[35] HINDE, R. The Discipline… ob. cit.; pág. 169.

[36] HERNÁNDEZ TOLOSA, L. Libro de Noticias sacado…, ob. cit.; pág. 44.

[37] Mercurio Histórico y Político, septiembre de 1762; pág. 100.

[38] Ibid; págs. 101-102.

[39] MELÓN JIMÉNEZ, M. A. España en la Guerra…, ob. cit.; pág. 179-181.

[40] BARRINGTON DE FONBLANQUE, E. Life and Correspondence…, ob. cit.; pág. 44.

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