Oct 011980
 

José María Basanta Barro.

Curso escolar 1888-1889 en la Escuela Normal Central, instalada la madrileña calle Ancha de San Bernardo, en el caserón que actualmente ocupa el Instituto «Lope de Vega». Comenzado ya el curso, se incorporó a las clases un muchacho gallego que dará fe de esta historia, Casto Blanco Cabeza, quien no tardó en tener a su lado, además de Julio Veiga, hijo del autor de la famosa «Alborada gallega», a otros dos paisanos: Táboas, estudiante infatigable y Cabanelas, alto, fornido, que se conformaba con atender a los profesores. Pronto se acrecentó el grupo con un salmantino: José Mª Gabriel y Galán.

Casto y Galán estrecharon la amistad en muy poco tiempo. Juntos actuaron para salvar la vida de un niño atacado de viruela, al que Galán atendió durante nueve días en una sórdida buhardilla. En pelea concertada en el Campo del Moro, lugar entonces abandonado, Casto defendió a Galán castigando con sus puños a un ofensor. Desde aquel día, Galán frecuentó la casa donde vivía Casto, la de Julio Veiga que, además, era un excelente violinista. Su profesor, Monasterio, le había confiado un Stradivarius, para que con él preparase el concierto que el Conservatorio ofrecía al finalizar el curso.

En aquella tertulia también se escribían y recitaban versos; pero era frecuente esta disputa:

-Que toque Julio, (decía Galán)
Y Julio respondía:
-Que hable Galán

Acababan por actuar todos, sin dejarse desear; mas lo bueno dura poco y la tertulia tuvo que suspenderse, porque había que preparar los exámenes con la antelación necesaria para saltar la barrera que suponía, sobre todo, la asignatura de Legislación, por la severidad que imponía el catedrático. Sólo Táboas estaba impuesto en esta materia y se decía que, de tantos paseos con el libro en la mano, había hecho un ancho surco en las baldosas de su habitación. Casto, Galán y Cabanelas compraron una cafetera de diez tazas, se encerraron en la habitación del salmantino y, durante un mes, sólo asistieron a una corrida de toros. Cabanelas utilizó su ímpetu para poder llegar a la taquilla de  plaza y, con las prisas, le dieron una entrada de más; ante la posibilidad poderla devolver, Galán decidió dársela a una niña que les había vendido naranjas.

Llegados los exámenes, Casto Blanco y Gabriel y Galán eran los más comprometidos por su condición de maestros por oposición, de Narón y Guijuelo respectivamente. Estaban estudiando con permiso especial de sus lectores y el Director de la Normal tenía que comunicarles los resultados. Dirigía la escuela don Jacinto Sarrasí, buen pedagogo, que tuvo gran influencia sobre Gabriel y Galán.

Táboas fue de los primeros en examinarse y abandonó Madrid en seguida. Sus amigos fueron a despedirle a la estación del Norte y alguien allí quería bronca. Como siempre, Galán les hizo cara; pero Cabanelas resolvió la situación porque, según Casto: «de una sola guantada, tumbó a cinco o seis personas en el santo suelo».

Finalizaron los exámenes el día 17 de Junio y de cincuenta alumnos oficiales, sólo nueve aprobaron el grado Normal, entre ellos, todos los amigos. Sólo Julio Veiga se quedaría en Madrid, para actuar ya en la orquesta de la Sociedad de Conciertos, que entonces dirigía Tomás Bretón, porque Galán, autorizado por su padre, iría con Casto para conocer Galicia y ver el mar. Casto fue a Segovia a despedirse de unas parientes y allí esperó a Galán para hacer juntos el viaje. Era el lunes, 26 de Junio de 1889, un año antes había entrado en servicio la variante segoviana del ferrocarril Madrid-La Coruña, línea inaugurada en 1884.

Ya en el tren, los dos amigos volcaron sus almas en una conversación apretada de noticias, hasta que Galán se quedó dormido y Casto tuvo ocasión de estrenar su carácter de anfitrión velándole el sueño durante todo el viaje. Al despertar, la primera atención de Galán fue hacia la condición salvaje de la naturaleza gallega y su extensa gama de verdores. En La Coruña, estuvieron en la casa de don Darío García, maestro y gran amigo del padre de Casto. Era poeta y Casto le alababa mucho una oda: «El valle de San Saturnino», que calificaba como clásica. Su hijo, Antonio García Ramírez, también hacía versos, motivo suficiente para ser, también, inseparable de Galán. Preparaba el ingreso en la Armada.

Los tres amigos recorrieron la ciudad de La Coruña y, sin duda, al forastero le sorprenderían las amplias galerías, a las que doña Emilia Pardo Bazán llamaba «quitapesares». Orzán es palabra que en gallego significa trueno y fue allí donde José María Gabriel y Galán vio cumplida su ilusión de ver el mar, bravo mar, tronando contra los acantilados. Como contraste y en el ocaso, el silencioso y lento hundimiento del sol en el horizonte, hecho que a las legiones del romano Décimo Junio Bruto produjo «religioso horror»; pero que a Gabriel y Galán le inspiró una preciosa octava real que recitó en alta voz mientras la puesta ocurría, pero que no pudo reproducir. Sin duda estaba sólo destinada para aquel bello instante.

Ver el mar antes de morir fue el anhelo de Rosalía de Castro y la llevaron a la ría de Arosa, a Puerto Carril, por donde entonces entraban y salían los emigrantes gallegos a América. Tornó alegre a Padrón la poetisa, para fallecer muy pronto. Para vivir, al menos unos quince años más, parecía que Galán quiso también ver el mar, para tomar sus dimensiones y dárselas al alma. Lo hizo en un país que vivía un renacimiento literario, con aires del Norte, historia, melancolía y gran amor a la tierra. Rosalía habría de ser la primera en romper la métrica que se usaba, impulsada por la cadencia, como reflejo de su gran sentido musical.

Y el mar nuevamente para Galán en la travesía desde La Coruña a El Ferrol, por el Portus Magnus Artabrorum y a bordo del vapor «Hercules», en el que se distinguían dos clases de pasajeros: los de proa, los más movidos y los de popa, que lo eran muy poco menos, porque es cierto el refrán marinero: «Quien pasa la Marola, pasa la mar toda» y Galán pasó ante aquella gran peña, en cuyas inmediaciones, las aguas de tres rías luchan con el mar abierto.

Ya en El Ferrol, visita obligada a la novia de Casto, en cuya casa fueron muy bien acogidos y más galerías en las fachadas de las casas, quizá las primeras, porque su origen parece estar en las cristaleras de los grandes galeones. Ciudad neoclásica, con calles trazadas a cordel, Ferrol es también ciudad de poetas. Allí encarnó Alberto Camino el alma regional bastantes años antes que Rosalía y Aurelio Ribalta la unió al paisaje. A doce kilómetros del Ferrol está San Saturnino, donde Don Alberto, padre de Casto, ejercía su profesión de maestro nacional y allí llegaron a descansar los dos amigos. Antonio llegó a los pocos días, para pasar con Casto el día del santo, 1 de Julio; pero también para las fiestas de la Visitación de Nuestra Señora, el 2 de Julio, conocida allí como Santa Isabel, patrona del lugar. A las fiestas acudieron también muchas jóvenes ferrolanas, incluidas las novias de Antonio y Casto. Todas reían las continuas ocurrencias de Galán y lo calificaban de «muy burlón» y, en efecto, supo burlar la aseveración de José Mª Pemán: «No olvidemos que Ferrol, San Fernando y Cartagena dibujan triángulo de nuestra defensa naval y nuestra derrota amorosa. Los hijos e hijas de estas «bases» o capitanías generales, se casan unos con otros desde los tiempos de Carlos III. Eso produce ya, por selección y herencia, una raza de «puras sangres» de la estrategia erótica y la captura matrimonial».

Hicieron una excursión a caballo para visitar los arsenales ferrolanos, que estaban en continua construcción naval y ya en la fase de los buques de acero. Se botó el cañonero «Mac Mahón» y estaba en gradas el crucero protegido «Alfonso XIII». También a caballo, se acercaron a los castillos ruinosos de Narahío y Moeche, aureolado éste por la trágica leyenda de Vasco, el joven trovador muerto por el padre de su amada.

Oyeron buena música en el palacio de los marqueses de San Saturnino y duques de la Conquista, título éste del Reino de Nápoles. Tras el palacio se veía un robledal que ya Madoz señalaba entre las alamedas más frondosas y en ella se adentraba un camino pulcro, que siempre se me antojaba recién barrido y por el que gustaba pasear en coche la marquesa, doña Natividad Quindós de Villarroel, Camarera Mayor de la Reina María Cristina, y madrina de pila de Alfonso XIII, que se aposentó en este palacio alguna vez.

El camino llevaba a un recodo del río Jubia en su recorrido de veintitrés kilómetros, el rincón conocido como el «Pozo de los donceles». Allí recitaba e improvisaba Gabriel y Galán y cuando más emocionados tenía a los amigos, quebraba el trance con un !Ay!, !Ay!, !Ay! grotesco. Casto afirma: Tenía entonces Galán dieciocho años y fue allí donde se revelaron sus excepcionales dotes de artista. Allí, bajo la tupida bóveda de aquel bosque inmenso de seculares robles… fue donde se abrieron de par en par los pétalos de la flor de  su inspiración». Allí compuso las dos primeras partes del poema «Mañanas y tardes» y la balada «Fuente vaquera». A Casto le dedicó un «Adiós» diferente al que actualmente figura en sus obras completas.

El día 22 de Julio fue la emocionada despedida de los amigos, porque Galán presentía que no se volverían a ver, como así sucedió, aunque se escribieron hasta la muerte de José María, que también tuvo amplio eco en Galicia. Su amigo Juan Neira Cancela, a quien ha dedicado «Nocturno montañés», pronunció una conferencia en Orense muy sentida: «Detuviérase Gabriel y Galán, en calma, en esta ribera abundosa, o en las gargantas de nuestras cordilleras, y ribera y cordilleras hubieran sido engarzadas en el oro de sus cuerdas».

Cuando Vales Failde quiere ensalzar el ambiente familiar creado por Rosalía de Castro, escribe: «al ama, que había sabido construir un hogar modelo de sociedad, heril y que bien merecía que un Gabriel y Galán lo cantase». El recuerdo de la estancia de Galán en San Saturnino motivó que, hace años, se propusiera dar su nombre a una escuela hogar recién dotada.

Los años dieron al poeta la perspectiva suficiente para poder sintetizar su arte en estas palabras escritas a un amigo: «Yo también soy un enamorado de la Naturaleza, y son mis dichas mejores sentirla todo lo hondo que puedo así en la montaña de Galicia, como en el amplio horizonte de mi patria chica, Castilla, y en el montaraz paisaje de esta aldea de Extremadura donde vivo»

Oct 011980
 

José María Basanta Barro.

Prácticamente desde los anteriores Coloquios, quedé emplazado para tratar sobre los corresponsales de Reyes Huertas, aproximadamente, trescientas personas que le escribieron algo más de mil cartas,

A la hora de la verdad, cuando el tiempo apremia, se me revelaron dos cosas. En primer lugar, que es necesario hacer una mejor clasificación formal de esta correspondencia y que resultaba muy difícil hacer la necesaria selección. La, primera cuestión hizo imposible la deseada impresión en la que constase el número de cartas de cada uno y los años que comprenden. En cuanto a la selección, opté por escoger según texto y oportunidad ahora.

Me pareció conveniente un orden cronológico y solamente citar que la primera carta está escrita en el año 1919 y la última en 1952, a fin de agilizar el texto.

Es Francisco Valdés, escritor que parece haber hecho roto de sinceridad con Reyes Huertas: «Concluyo de leer su última novela «La sangre de la Raza» (cuyo envío, en unión de «Lo que está en el corazón», agradezco a Vd. cordialmente). Son estos, los regalos que más estimo: los libros dedicados.

He de decir a usted que cuando tenga espacio publicaré parte de un capítulo en «La Semana». Y haré una crítica (o como se llame) para un periódico, a ser posible de Madrid. Hace tiempo que tengo abandonada mi colaboración (gratuita) en los periódicos madrileños, y no se si habrá dificultades para reanudarla. Tengo ahora bastante fiebre literaria  y voy a emprender, nuevamente, mis abandonadas tareas de escritor.

Yo he de poner algunos reparos a su novela. Precisamente porque la considero una buena novela, es por lo que precisa reparos. Vd. habrá observado que los libros que más se elogian son los peores, y lo contrario.

De todas suertes, felicito a Vd. por haber llegado a una altura como escritor, de la cual yo le creía muy distante. Ha sido para mí, pues, una «revelación» la lectura de «La sangre de la Raza». Y es que la ignorancia es siempre la que nos equivoca…. Reciba mi más sincera felicitación».

Ángel Marina, poeta guadalupense: «Pobre enfermo, recluido en este rincón, cuna y sepulcro de nuestras glorias extremeñas, hasta mí llegaron los ecos de la fama pregonando los méritos de una novela original de uno de los más. asiduos colaboradores, de la revista «Guadalupe», por estar entonces sin poder levantar la cabeza de la almohada no la pude encargar enseguida, pero en cuanto pude levantarme la pedí y las esperanzas de que era una novela de enjundia no se vieron fallidas, antes bien para mí ha sido de esas ocasiones, tan raras en la vida, en que la realidad supera a la esperanza. Aquella evocación de Medina cuando dirige su vista hacia las Villuercas!. Aquel final tan hermoso cuando el protagonista cae de rodillas rezando el padrenuestro… ¿Para qué seguir?. Únicamente le digo que para mí es un orgullo muy grande, muy grande, «La Sangre de la Raza», para mí es una gloria que Antonio Reyes Huertas sea extremeño».

Unos años después, al leer «Agua de turbión» le diría: «Que hoy es usted el amo del cotarro en Extremadura en estas cosas, pues no hay siquiera quien se le acerque a muchas leguas… Así como Galán descubrió el venero de poesía de la Alta Extremadura Vd. ha descubierto el filón de las tierras llanas y lo que ya extrae son lingotes de oro puro».

Cuando se armó revuelo en torno a «La ciénaga», R. Miral le incita desde la Escuela Normal de Badajoz: «Y debe Vd. seguir en el camino emprendido, aunque tenga que vencer insuperables obstáculos y taponarse los oídos para no oír a los perros que ladran a la luna».

Don Marcos Mesonero Nieto, profesor de Matemáticas en el Seminario de Plasencia y luego Rector, le dice: «Sus obras gustan aquí mucho y los ejemplares que yo tengo están continuamente en movimiento».

El pintor Eugenio Hermoso le dice, desde Madrid, algo que tiene actualidad vigente: «Muy de veras le agradezco su carta y la atención de remitirme un ejemplar de su bella obra, que me encanta, («Agua de turbión»), siendo para mí muy honroso el contarme entre el número de sus amigos y el estar unido a usted por el común sentimiento de amor a Extremadura que para nada entibia el amor delirante a España».

Antonio Silva Núñez, catedrático de Física y Química y Director del Instituto de Cáceres y gran amigo de Reyes Huertas: «He leído muchas críticas de «Fuente Serena», algunas de ellas me han parecido «bien, pero encuentro falta algo, pues la parte sentimental poética, así como la social, no se tratan con la extensión debida, lo primero, acaso, porque como dice Unamuno «la más pura poesía humana es inaccesible a quien no haya pasado en su vida por crisis mística más o menos efímera» y en cuanto a la segunda, por ser muchos los que no quieren ver que el problema social nos envuelve por completo…»

Desde Guadalcanal, opina el poeta Luís Chamizo: «…las dos novelas, o, mejor dicho, las dos partes de la novela, («Agua de turbión» y «Fuente serena»), me deleitaron y emocionaron. Las descripciones, sobre todo son maravillosas. Nadie como Vd. llega a la entraña de nuestra tierra y nos la muestra tal cual es, con solo unas pinceladas de supremo artista… no es la trama, tratándose de sus novelas, lo que yo busqué sino el poema de la Tierra que, desde «La Sangre de la Raza» nos viene Vd. dando en cantos vigorosos… »

Pedro Romero de Mendoza le escribe, desde Cáceres: «pienso que las tres últimas obras de usted debían estar en todos los hogares de Extremadura». «Hay en ellas mucho que aprender».

Antonio Rodríguez Moñino se escribía con Reyes Huertas desde los quince años de edad, es a los diecisiete cuando le dice: «Muy bonita (la comedia «Fuente Serena»), muy bien acoplada la novela. Aunque soy poco práctico en esas cosas, no vacilaría en augurarle un éxito pleno… a pesar de nuestros intelectuales de altos vuelos y bajas alas… En el Centro (antigua tertulia del Ateneo), cada vez se trabaja menos y se charla más… Por el Avance de la Bibliografía de Solano, me han dado la magnífica recompensa de trescientos reales. Hablo así porque en reales resulta más grande el número…» El Padre Constantino Bayle: «Blasón de almas», «Agua de turbión», «Fuente serena» !que buenos ratos me dieron! Merecía Vd. que esas Diputaciones le levantaran una estatua, mas que por su arte soberano, por el amor a Extremadura hecho vida en sus páginas».

El erudito cacereño Don Publio Hurtado le dice; «Me asfixia el incienso; además de que su juicio de Vd., aunque peque de severo, es más estimable que un bombo de cualquier crítico improvisado».

La nostalgia de otro Profesor de Matemáticas, también de Reyes Huertas, en el Seminario de San Atón, de Badajoz, don Marcos Suárez Murillo: «He cumplido ya sesenta años y sobre mi mesa, fuera de los libros de la Moral y del rezo, no conservo mas que la Biblia, el Quijote y el «Ejercicio de perfección y virtudes cristianas» del P. Alonso Rodríguez. Pero siento diariamente la nostalgia de los artículos, de las estampas, de las acuarelas de Reyes Huertas, que paraban un momento en mi pupitre y se alejaban para siempre en las hojas volanderas del periódico. ¿Para siempre?… ¿Es posible que perdamos los extremeños todo ese patrimonio literario, que es nuestro, tanto como tuyo, porque te dimos para formarlo nuestra vida, nuestro carácter, nuestros campos, nuestros horizontes, nuestra alma, para que tu los perpetuases con tan perdurable y divina gloria?».

Alegría por la nueva edición de sus obras y Don José López Prudencio la aprovecha para recordar: «Tengo, en cambio, la satisfacción de que mi iniciativa de cultivar el huerto regional -en todos los terrenos del arte- no ha sido infecunda. Usted, Hermoso, Covarsí, Rodríguez Moñino y tantos y tantos más lo confirman ya victoriosa, espléndida y gloriosamente».

Manuel Monterrey, poeta pacense y un gran amigo de Reyes Huertas: ¡Como quieres que no te haga callos en la mano y en los dedos tu portaplumas si, como dices muy bien, es el remo del forzado en las galeras!…»

Una opinión del pintor Adelardo Covarsí: «En efecto, tu escribiendo, describiendo, eres un consumado pintor. Tus obras, cada día más admirables, reflejan la visión certera que tienes de Extremadura. Sus campos y su gente viven con extraordinario vigor en tus novelas, parece que es un pintor, dotado de condiciones para reflejar con la pluma tantas y complejas impresiones, el que las escriba. Yo me recreo leyéndolas y a veces, muchas, me digo al saborear algún pasaje: He aquí un cuadro».

Arturo Gazul, que se definía como «cronista crónico» y, quizás, el mejor amigo de Reyes Huertas: «Leí el bellísimo cuento o estampa «Mi albarillo galano». En este trabajo literario resaltan todas las cualidades que reúnes para el cultivo del género: es un pequeño «capo lavoro» No es posible más sentido del arte, de equilibrio sensitivo y de gracia narradora… Me rebosan estos elogios del alma. En ellos no hay influencia de amistad».

En otra carta le dice; «Yo tengo la satisfacción de haber contribuido con el grano de arena de mi modesta labor literaria a acrecentar la conciencia de nuestra regionalidad, de la que habéis sido paladines tú, López Prudencio, Chamizo, Hermoso y Covarsí».

Desde Madrid, José María López Lozano; «Somos millares los lectores que tenemos que agradecerle ese mensaje de belleza y de bondad que ha sabido enviarnos con sus libros»… Y en otra, carta: «Abusando de su confianza, hoy me atrevo a enviar a Vd. el primer libro de poemas de un muy querido amigo y paisano de Coria, Alfonso Albalá Cortijo, que el mismo autor le dedica («A Reyes Huertas, patriarca de las letras extremeñas, que es igual que decir universales, con la admiración y el respeto de discípulo»).

El escritor cacereño Vicente González Ramos le escribía con motivo del homenaje de 1952; «Le adjunto un artículo que he publicado en «Extremadura» (Se titulaba «De D. Antonio y de Antonio»). Perdóneme Vd. si con él le hago pasar un mal rato. Pero en estas líneas está mi corazón. Todo un pasado de mi vida que hace derramar lágrimas. Su hijo Antonio era buenísimo, el mejor de la partida». Y a aquel hijo enfermo iba a visitarlo diariamente Vicente González Ramos, sólo él y un capellán de la Legión, que le ayudó a bien morir. Un elemental deber de gratitud me ha hecho terminar con esta alusión a tan buen amigo de la familia.

No es ciertamente literaria esta correspondencia, es una comunicación interesante entre los escritores extremeños de varias generaciones que sabían que tendrían siempre contestación de Reyes Huertas. Completar algunos de estos epistolarios sería bueno, porque siempre se halla en primer plano Extremadura. He dicho

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