Oct 011988
 

María del Henar del Río Sánchez.

Estoy entre vosotros, en este emotivo acto de homenaje a don Juan Tena Fernández, en la apertura de los décimo séptimos Coloquios Históricos de Extremadura, con el grato cometido de prestar mi voz a su pluma, y esto, con el cariño de Hija de la Congregación por él fundada.

Quiero honrar su memoria, sencillamente transmitiendo su mensaje, desde la intimidad de este artístico Patio tan querido por él.

Su mensaje, que… es antiguo como antiguos son los legajos y pergaminos que, en la soledad y silencio del Archivo Municipal de esta Noble Ciudad fueron descubriéndole, día a día, los secretos que celosamente habían guardado durante siglos.

Su mensaje, que… es nuevo, por la excepcional circunstancia del momento presente, en este año de gracia, 1988.

Mensaje de Sacerdote-Historiador: dos vocaciones enfocadas hacia lo eterno (en frase del Conde de Canilleros).

Dos vocaciones que, en Don Juan Tena, se han complementado de tal modo que uno de los cauces por los que ha discurrido su misión apostólica como Sacerdote, ha sido su pluma de Historiador.

Sacerdote-Historiador … Apóstol en múltiples facetas, de las que yo elijo hoy una muy concretas la faceta mariana de su apostolado, en su buen hacer como Historiador de Trujillo; porque tengo para mí que ser trujillano encierra, entre otras muchas cosas, ser amante de la Virgen, Nuestra Señora.

Este es el quicio en que se asienta mi modesto trabajo:

– Veo al Historiador cómo sigue documentalmente y cómo plasma en sus obras, con entusiasmo patente, el rico acerbo mariano de Trujillo.

– Lo veo y… permitidme que juzgue providencial que el 1988, primer centenario del nacimiento de este hijo de Trujillo, enamorado de la Virgen, coincida precisamente en Año Mariano.

Por eso, para honrar su memoria en este acto de homenaje, quiero prestar mi voz a su pluma cuando cuenta y cuando canta el amor de Trujillo a la Virgen Nuestra Señora.

Nada diré de mi cosecha; pondré mi pobre argamasa entre los sillares de sus palabras textuales; transcribiré, en lo posible, sus frases, y lo haré desde la cercanía de quien ha visto el correr de su pluma a impulsos de un ideal mariano, al dictado de la fe, que encuentra en los fondos documentales, en expresión paulina, obsequio razonable a esa misma fe.

Mi punto de partida no podía ser otro que su obra Historia de Santa María de la Victoria -Patrona de Trujillo-, maravilloso sartal de datos documentados, formando la trama de ameno relato y que descubre la entraña mariana de nuestro Pueblo. Nuestro, digo, porque lo es de vosotros, trujillanos por derecho de cuna, y lo es de quienes nos sentimos trujillanos, por ese derecho de ciudadanía que adquiere el corazón cuando paga su tributo de amor a un Pueblo, y este es mi caso.

A este modesto trabajo de síntesis, por imperativo de las circunstancias, he tenido que dar un título, y es: “la pluma de un historiador en la ruta mariana de su pueblo”.

¡TRUJILLO!

Embrujo especial tiene esta Ciudad para cada Historiador: «Poema Épico, tallado en piedra», es para Rosa Arciniega; «Antología del Arte», para el Conde de Canilleros; «Museo de Heráldica», para Juan Carlos Rubio Masa; «CIUDAD EMINENTEMENTE MARIANA» -para Juan Tena Fernández.

Transcribo sus palabras: «Fue Trujillo Ciudad eminentemente mariana. Su encendido amor a María Santísima tiene, desde lejanos centenios, pregoneros fieles, en sus maravillosos templos y en la ingente mole de su Castillo, y en las siete puertas de sus viejas murallas, y en los dinteles de sus casonas, y en las solemnidades de los ciclos litúrgicos, y en la hogareña vida de sus habitantes, y en las legendarias empresas de sus santos y guerreros, y en las luminosidades de sus teólogos y de sus hombres de ciencia…

En las calles y en las ermitas de sus campos, de día y de noche, el alma trujillana vivió presa de ideales trascendentales por María Santísima, glorificada y alabada siempre bajo diversas advocaciones, de las que es apoteosis y gloriosa cumbre la Asunción de la Madre de Dios, en cuerpo y alma, a los Cielos…

Y en ese triunfo cifró Trujillo… su amor a María, por quien gavilló laureles en la tierra y por quien conquistaron sus hijos, al cerrar los ojos a este mundo, el Reino de los Cielos…

Y por esto la llamó a boca llena, con los labios rebosantes de gratitud, Santa María de la Victoria…

Quien intente biografiar a cuantos fueron esplendor y ornamento de Trujillo no podrá escribir estas vidas sin traer a dulce relato el acendrado amor de los trujillanos a la Virgen Nuestra Madre…

Ni la vida de Trujillo, política, económica, cultural, o cualquiera sea su proyección, puede escribirse sin traer a colación cuanto esta legendaria Ciudad honró siempre a María Santísima…» (Hasta aquí Don Juan).

Espigo ahora en su obra «Historia de Santa María de la Victoria», que es la historia del nacimiento de Trujillo. Pasó por alto sus orígenes pueblo celtíbero, villa matriz del Imperio Romano, tierra donde echa raíces la Nobleza Goda, y trofeo, al fin, de las conquistas del agareno Muza.

Dando, en el tiempo, un salto de cinco siglos, sigo al Historiador, que nos sitúa en 1231, ante el Santo Rey Fernando III y, en la Imperial Toledo asistimos a la histórica entrevista del Monarca con el Maestre de Alcántara, Don Arias Pérez,

Un año más tarde, lucirá en Trujillo la aurora de su definitiva liberación.

Transcribiendo al insigne Historiador Don Clodoaldo Naranjo Alonso, describe Don Juan el amanecer del memorable día 25 de enero de 1232, después de habernos pintado la dramática situación de las tropas cristianas que rodean la muralla, defendida tenazmente por los musulmanes. Según la transcripción, vemos en oración, no lejos del fragor de la lucha, al Obispo Don Domingo, y asistimos al hecho portentoso: “… Invocando a la Divina Madre como auxilio de los cristianos, cerraron estos de nuevo contra los muros, al tiempo que un vivo resplandor sobre la muralla los alentó con visión sobrenatural, en la que todos reconocieron a la Celestial Señora que confortaba a sus hijos…».

Y junto al hecho milagroso, el hecho humano: la ayuda sobrenatural haciendo posible la audacia, más propiamente, el heroísmo del hombre.

Testigos mudos son esas puertas abiertas por la intrepidez de un cristiano que, desde dentro, hace posible la irrupción de los que saben que la villa es ya suya, porque tienen buena valedora en el Cielo.

Desde aquel día, la memoria de Fernán Ruiz Altamirano irá ya unida a la victoria de los Conquistadores. Y, si a la puerta de entrada se la llamará Arco del Triunfo, también será llamada Puerta de Fernán Ruiz; y allí «… una Imagen de la Santísima Virgen en artística hornacina cobijada por un tejaroz y practicada en el paño mural que se alza sobre esta puerta…» mantendrá viva la llama del amor de los trujillanos a Nuestra Señora, como viva manteníase la llama de la lámpara que, durante siglos, ante su Imagen lució.

El Escudo de Armas de la Ciudad se nos presenta, como obsequio a esta Divina Señora: «… En campo de plata, una Imagen de Nuestra Señora de la Victoria con el Niño Jesús en los brazos, puesta encima de muralla almenada y acostada de dos torres, todo de gules y mazonado de plata, el cual fue confirmado por el Santo Rey Don Fernando III de Castilla…

Es el hecho portentoso de la liberación hito señero que inicia la Historia de Oro de este glorioso Pueblo…».

El símbolo de la Cruz deja de ser suplantado por la Media Luna; la mezquita árabe, purificada con agua y sal por el obispo Don Domingo antes de retornar a Plasencia, es consagrada a María Santísima en el Misterio de su Asunción a los Cielos, «… testimoniando de este modo la gratitud del Ejército Cristiano a la Soberana Reina de Cielos y Tierra por su milagrosa intervención en la Conquista de Trujillo…

Santa María la Mayor es el testimonio secular de la epopeya más grande de la Ciudad, y evocación perenne, a través de las vicisitudes de los tiempos, del amor agradecido de los trujillanos a la Virgen Bendita, su siempre bienhechora y excelsa Madre.

En la dorada pátina de los viejos sillares de este templo magnífico, y en la traza románica de sus bóvedas y pilastras, entrelazados gallardamente los elementos latinos y orientales, y en el renacentismo de su coro, y en los primores de luz y colores de sus pinturas cuatrocentistas enmarcadas en trilobadas filigranas góticas, está escrita la gesta titánica y gloriosa de quinientos diecinueve años en que Trujillo luchó por su verdadera libertad, consiguiéndola en 1232 por la protección visible de María Santísima…

Santa María la Mayor compendia y abarca los blasones de gloria de esta vieja Ciudad de Trujillo: es este templo su historia, y ante la pila de su baptisterio, ejemplar rico de estilo gótico, más de una vez hemos sentido el escalofrío misterioso, que corre por todo el cuerpo al recordar las figuras-ingentes de aquella pléyade de santos y héroes que en ella recibieron, mediante las aguas lustrales del primer Sacramento, el hábito de la fe de Cristo que llevaron a países ignotos…

Trujillo, bajo las bóvedas de Santa María la Mayor, rememorará las páginas de su Historia, escritas con la luz de fe católica, con sangre de mártires y de héroes y cobijadas bajo el manto de la Virgen de la Victoria”.

La vida cristiana de Trujillo, profundamente sellada por la devoción mariana desde el siglo XIII, tiene un centro material de convergencia: el templo de Santa María; y un testimonio secular de agradecida veneración la Imagen de Nuestra Señora, colocada por el Concejo de la Ciudad en el Arco o Puerta del Triunfo.

«… A la Puerta del Triunfo acudían el 15 de agosto, Festividad de la Asunción de María Santísima, todos los años, el Concejo, los Cabildos eclesiásticos, los Religiosos de todos los Conventos y el Pueblo, en piadosa Procesión que salía de Santa María, antes de Misa, y a donde regresaba, después de haber cantado ante estos vetustos muros, con entrañable fervor, el «Ave, Maris Stella…”.

Y, este «Puente de devoción» Santa María -Puerta del Triunfo-, continuó sin interrupción durante doscientos noventa y nueve años, es decir, desde 1232 hasta 1531.

«… A partir de 1531 en que se esculpió la Imagen de la Virgen y se le dio el nombre de Virgen de la Victoria, colocándola en la Capilla de la Torre del Homenaje en el Castillo, la Procesión se dirigió a la Fortaleza…

La Ermita de San Pablo, levantada en una de las plazas del Castillo, es otro monumento del amor de los trujillanos a Santa María de la Victoria; construida en el siglo XIV… fue puesta bajo la advocación del Santo Apóstol, según documento que data de 1618, «… por cuanto en veinticinco días del mes de enero, día de la conversión del Apóstol San Pablo, con particular milagro, la Virgen Nuestra Se ñora se apareció con su Hijo en los brazos y dio la victoria a los cristianos…».

Pétreas reliquias de piedad mariana y rezumando historia de siglos, son los templos trujillanos custodiados por la solidez de la muralla:

Iglesia de Santiago, con la Imagen de la Señora en el Escudo de Armas (posiblemente el más antiguo de la Ciudad) por cimera de tu fachada principal; con la Imagen de la Virgen Coronada, peregrina desde su histórica ermita.

Iglesia de Santiago, la primera en recibir a quien, camino de Santa María, franquea la muralla por el Arco que lleva tu nombre y en cuyo frontón, muralla adentro, se encuentra la imagen más antigua de la Patrona de Trujillo.

Iglesia de la Vera Cruz, templo donde corazones de héroes invocaron a Santa María de la Antigua a quien, en tierras del Nuevo Mundo, ofrendaron la primicia de sus poblados en las costas del Urabá.

Iglesias veteranas de Trujillo: Santa María, Santiago, Vera Cruz, San Andrés; huellas patentes de la vida cristiana de un Pueblo cobijado en el amor de la Madre de Dios.

Y cuando este pueblo crece, la vieja fe de sus gentes levanta templos nuevos, y el acorde mariano se hace más sonoro:

Pionera de estos templos extramuros, la Iglesia Parroquial de San Martín pregona el patronazgo del Concejo, ya en su primera fábrica del siglo XV, con las Armas de la Ciudad Nuestra Señora de la Victoria entre dos torres.

Y en ferviente letanía plástica, los siglos van dejando su ofrenda de amor a la Virgen, en la talla de sus maderas y en la pintura de sus lienzos.

Bella Parroquia de San Martín, que cada año recibes bajo tus bóvedas a la Augusta Patrona de la Ciudad, en su salida triunfal de la Fortaleza, para ser apoteósicamente aclamada «honra y prez del blasón de Trujillo». Aclamación que, cada año, es eco del magnífico pregón mariano que fue la oración del Pueblo en masa, en la Coronación Canónica de esta Augusta Patrona, la Virgen Santísima de la Victoria.

En la gloriosa jornada de la Coronación, y en la no menos gloriosa de la Proclamación del Dogma de la Asunción de María a los Cielos, ¡Parroquia de San Martín! el amor mariano de los Hijos de Trujillo, en aclamación de multitud incontenible entre tus muros, hizo de la grandiosa Plaza Mayor la continuación de tu templo y de tu altar.

¡Benditos templos extramuros, testigos todos de la oración ferviente de los Trujillanos a la Madre de Dios!

Valor de eternidad en la caducidad de lo que fueron, pregonan la Parroquia de Santo Domingo, la Iglesia de Jesús a la Iglesia de la Sangre de Cristo.

Y… majestuoso y desafiando tempestades en el devenir de los siglos, el maravilloso Templo de San Francisco. En él depositó Santa María la Mayor la Sagrada encomienda de su diario culto parroquial, cuando creció la Ciudad aledaña a La Villa, y cuando el tiempo agrietó los muros de la Parroquia Madre.

Iglesia de San Francisco, reliquia de la fe, en el arte. Su fábrica, presidida por el majestuoso Escudo de la Ciudad, que es tanto como decir: presidida por la Virgen Santísima de la Victoria.

De puertas adentro y como espejo del alma trujillana…, la maravillosa talla de la Piedad o del Descendimiento, como se la llama en Trujillo, obra (dice Don Juan citando al Marqués de Lozoya) del cincel de Gregorio Hernández; con un mundo de recuerdos de la Semana Santa de Trujillo a través de los siglos.

Iglesia de San Francisco, el amor a la Virgen, plasmado con reiteración filial en la madera y en el lienzo, y gozoso cobijo de dos imágenes de Nuestra Se ñora, peregrinas desde sus ermitas ya inexistentes.

¡Bellas ermitas de los campos de Trujillo… levantadas por la fe y el amor mariano!

Ermita de la Coronada, que los Caballeros Templarios levantaron cerca del Magasca, en honor a la Virgen de la Coronada, cuya escultura bizantina, “sentada, de tipo mayestático, con el Niño Jesús sobre las rodillas, correspondiente al período del siglo XII al XIII” se encuentra hoy en la Iglesia de Santiago.

Ermita de la Coronada, a donde el Concejo, el Clero y el Pueblo acudían en Procesión, cada año, desde Santa María la Mayor, en la Fiesta de las Candelas.

Una de sus campanas “… que alea en sus labios y garganta más plata que bronce, y que guarda y evoca en la sigla de sus símbolos y en la leyenda en ella grabada, proezas de los Caballeros Templarios, por tierras truxillenses…” fue obsequiada en 1728 a la Ermita de Nuestra Señora de Belén (en el hasta esa fecha llamado Valle de Papalbas).

En el paraje del berrocal, hoy llamado Cerca de la Luz, más allá de Papanaranjas, existió una pequeña ermita con su imagen románica. Virgen de la Luz o de la Candelaria, hoy en San Francisco. Ermita de Nuestra Señora de la Luz, que dio nombre al primer Convento que los Franciscanos fundaron en Trujillo.

De otra ermita nos habla Don Juan con especial cariño: la Ermita de la Virgen de la Piedad: “… Las páginas de la historia de esta Virgen y esta Ermita son muchas en los fondos documentales del rico Archivo Municipal…”. La levantó Trujillo por los días de 1500, en el ángulo que forman las carreteras de Madrid y Logrosán, y fue demolida en los aciagos de principios del siglo XIX.

“… Blanca Ermita que la religiosidad de los trujillanos edificó a la vera del camino por donde iban de Extremadura a Castilla, Capitanes de los Tercios Españoles… y Hombres de Letras…

La Virgen y la Ermita de Nuestra Señora de la Piedad son un canto del gran poema de la fe cristiana y del amor mariano, y de los valores raciales del pueblo de Trujillo…”.

Desapareció la Ermita; “… pero no desapareció ni su Virgen guapa de la Piedad (hoy en San Francisco), ni el amor de los corazones trujillanos a esta Bendita Madre…».

Fondos documentales del Archivo Municipal hablan, en el siglo XVIII, de la «Ermita que en Trujillo está edificada a gloria de Santa Maria de Guadalupe, Madre y Señora de la Hispanidad y de Extremadura… Estaba en el Campillo y era aneja y propiedad del Convento de San Antonio…

… En otros días, plegarias encendidas de amores a la Virgen de Guadalupe, allí salieron de numerosos pechos trujillanos…».

En las proximidades del atrio de la que fue Parroquia de Santo Domingo, «… por la banda del poniente, están hoy las ruinas de la que fue Ermita de Nuestra Señora de Loreto…», levantada a finales del XVI o principios del XVII.

Con lujo de datos documentados habla nuestro Historiador de la Ermita de Santa Ana: «….Sobre el dintel de su típica portada bajo las insignias episcopales está el Escudo de Armas de los Lasso de la Vega…, linaje del piadoso Obispo de Plasencia, por voluntad del cual y a cuyas expensas se levantó en 1731».

Monumento de piedad mariana en la relación de Madre a Hija Santísima. El tributo de la Madre fue la campana trasladada a Santa María la Mayor. «… El pueblo la llamaba la Santa Ana…

Bella Ermita de Santa Ana, en los linderos de los Prados de San Juan y de la fraga del áspero berrocal, levanta sus muros señera y grácil, junto al emotivo Humilladero…».

Humilladero que «en el siglo XVI edificó el amor de los trujillanos a su Virgen de la Victoria,» y de cuyos cimientos quedan restos, cerca de la Ermita. «… Fue levantado en el Cerro de Santa Ana, por donde se abría el camino de Sevilla, ruta de los peregrinos del honor, que a Bugía y a Argel y a Granada y a América marchaban, apoyados en el bordón de su fe y su amor a España. Al salir de Trujillo, hincaban sus rodillas, descubrían sus cabezas y rezaban oración de despedida a la Virgen de la Victoria, suplicando la bendición protectora de la Madre Santísima, a quien aprendieron a amar acunados en el halda de aquella otra mujer, también su madre, que los trajo al mundo…».

En uno de los arrabales de la Ciudad, la Ermita de la Virgen del Rosario es fruto de esta devoción mariana, que los frailes blancos del Convento de Santa Catalina fomentaron entre los piadosos campesinos de las Huertas de Valfermoso.

Los huertanos de Valfermoso levantaron una ermita «como exvoto a la Virgen del Rosario por las almas de los difuntos… Prevaleció la piedad del sufragio y dio al arrabal el nombre de Huertas de Animas…».

También la Ermita de San Lázaro con el Santísimo Cristo de la Salud, a quien profesa Trujillo predilecta veneración, lleva impreso el sello de la pie dad mariana de los trujillanos.

No solo es la Imagen de la Virgen del Buen Fin, en una de las hornacinas de su ábside, sino ese testimonio vivo de amor a Jesús y a su Madre Santísima, que es la Cofradía canónicamente erigida en 1924, con el título del Santísimo Cristo de la Salud y de la Virgen de la Victoria.

La vida trujillana, marcada por el amor a la Virgen, a través de los siglos, la resume Don Juan en estos bellos párrafos: «… No solamente en su Templo de Santa María la Mayor, y en la presidencia de sus Concejos (cuando estos se celebraban a campana tañida, según lo habían de uso y costumbre en el atrio de la Iglesia), y en el Escudo de Armas, y en el pendón azul y blanca; de la Ciudad, y en sus ricas libreas, y en las orlas de sus privilegios, y en el sello de sus documentos, y en las fábricas de su patronato, y en los edificios de su propiedad ostentaba Trujillo su amor a la Virgen Santa, su Patrona. En las puertas principales de la Ciudad la imagen bendita de la Señora velaba por sus hijos, y ante Ella ardía de noche una lámpara, y recibía de día las plegarias amorosas de los que salían y entraban. Unos pequeños retablos incrustados en huecos perpendiculares a la clave del arco de la puerta, eran asiento de la Imagen querida de María Santísima…».

Y crece la admiración de Don Juan cuando habla del retablo de las Casas Consistoriales. A este respecto hace notar que «… la imagen de la Asunción era para los trujillanos, igual a la de su Patrona la Virgen de la Victoria, y en el día 15 de agosto de cada año celebraba su gran fiesta …» (lo que avala con la transcripción de numerosos acuerdos del Concejo, que datan del siglo XVI).

Al hablar del citado retablo dice: «… Tabla bellísima de la Asunción de Nuestra Señora, y de riquísimo valor artístico…» Transcribe el documento original que data de 1593: «… la pintó Pedro de Mata en gran perfección, y es retrato sacado de la Imagen de Nuestra Señora la Mayor de Roma, que retrató el Bienaventurado San Lucas a la Madre de Dios …».

Y abundando en testimonios de piedad mariana del pueblo trujillano, dice: «… Satisfago la piedad de quien esto lea, citando muy deprisa la Misa celebra da todos los días de Ayuntamiento, en el Altar de Santa María en la Sala de Sesiones de las Casas Consistoriales, hoy Ayuntamiento Viejo… y… Véanse aquellos libros capitulares en cuyo primer folio campea la laude Ave María Purísima, y léanse aquellos juramentos de los Corregidores y Regidores antes de posesionarse de su cargo, de profesar y defender hasta la muerte la Concepción sin pecado original de la Virgen María…».

Esponja el corazón ver cómo las mismas calles de la Ciudad se hacen Altar. Cita acuerdos del Concejo, de 1580, sobre la lámpara que, ante Santa María de la Victoria, todas las noches ardía en los pasadizos del Ayuntamiento, o Cañón de la Cárcel.

De 1585 datan los acuerdos que hablan del alumbrado de la Virgen del Reposo, en el exterior del ábside de la Iglesia Parroquial de San Martín, en la Plazuela que lleva el nombre de esta advocación de Nuestra Señora.

A otro retablo callejero, como a testimonio de piedad mariana, dedica nuestro Historiador bellísimos párrafos: al Retablo o Capilla de Nuestra Señora de la Guía, adosado al ábside de la Iglesia de San Francisco: «… Más de cincuenta imágenes de la Virgen de la Guía se cuentan hoy desde Galicia a Cádiz y desde Barcelona a Murcia… Veneradas estas imágenes en pleno camino, militares, trajinantes y viajeros a lejanas tierras, se encomendaron a la que es camino y guía en los ásperos senderos de la vida…

En los tiempos medievales nace esta piadosa práctica en España y desde tan lejanos días, Trujillo, peregrino por todos los paralelos, en afanes de gloriosas empresas, busca en la Virgen María seguro amparo y protección maternal… Cuando los trujillanos salían por cualquiera de las siete puertas de su Villa para jornadas cortas o largas; pero especialmente para las de muchos meses y aun años, en que se ocuparían en arduos trabajos para coronar de laureles, a golpe de heroísmos, a su Pueblo y a España, imploraban la bendición de Nuestra Señora de la Guía…

Históricamente este es el origen, rico en sentimientos ancestrales, de esta Imagen tan querida por el alma trujillana…

Es tradición que cuenta con más de cuatrocientos años, que Francisco Pizarro, firmadas en Toledo, el 26 de julio de 1529, las Capitulaciones sobre el descubrimiento del Perú, no teniendo cosa de valor material con que testimoniar su gratitud a la Reina, le hizo donación de la imagen de Nuestra Señora de la Guía, que él siempre llevó consigo por tierras y mares del Nuevo Mundo. Para Pizarro, aquella imagen valía más que todas las perlas y que el oro peruviano… Aquella imagen había sido para Pizarro confidente en sus penas, y su consuelo y aliento en sus magnas empresas. Para él, aquella bendita imagen era parte entrañable de su vida…».

¡SANTA MARIA, MADRE DE DIOS!

El eco de esta invocación tiene resonancias seculares en los templos, en las ermitas, en las calles…

¡Santa María, Madre de Dios repite esa gloriosa pléyade de Familias Religiosas que, en el decurso de los siglos, encuentra en Trujillo solar para sus Monasterios, viveros de piedad y joyeles de arte:

Hijos de Santo Domingo, en el Convento de la Encarnación (y antes en el de Santa Catalina).

Hijos de San Pedro Nolasco, en el Convento de la Merced.

Hijos del Poverello de Asís, en los Conventos de Nuestra Señora de la Luz, San Francisco y de la Magdalena.

Y… ¡Santa María, Madre de Dios! han repetido en su Vida Apostólica, ya en nuestro siglo, los Hijos de San Agustín, los Hijos de San Juan Bautista de La Salle, los Hijos de San Antonio María Claret.

Coro de alabanzas a la Madre de Dios son los Monasterios de Monjas, en Trujillo, «bendición de la Virgen a la Ciudad…».

Convento de la Concepción Jerónima, conocido por «Santa María Monja», foco de devoción mariana, irradiada en Trujillo y su comarca con el culto a la Patrona de Extremadura.

Hijas de Santa Beatriz de Silva, en el Convento de la Concepción (más conocido por «Santa Clara») de las que dice el Historiador: «… ha cuatrocientos años son heraldos y angelicales anuncios de lo que María Inmaculada ama a Trujillo y Trujillo a Ella…».

Descalzas del que fue Convento de San Antonio, de la primera Regla de Santa Clara, fundación que nace con la especial protección de la Madre de Dios.

Hijas de Santo Domingo, que custodian en su Convento de San Miguel el tesoro de arte, obra de Gregorio Hernández, la Virgen Dolorosa, legado del Convento de la Encarnación, que la llamó «Virgen del Mayor Dolor».

¡Santa María, Madre de Dios! es aclamación que resonaba ya en los Claustros Monacales del Trujillo del Siglo XV.

Y… a la Madre de Dios aclaman a partir del siglo XVII, los Institutos de Vida Apostólica en Trujillo:

A la Inmaculada Concepción invocó durante dos siglos, hasta su extinción en el XIX, la Institución benéfico-docente fundada en esta Ciudad por Sor María de Jesús Serrano, en su Colegio de Huérfanas.

A María Inmaculada aclamaron las Religiosas Josefinas Trinitarias en el Hospital de la Concepción Inmaculada.

A la Reina del Monte Carmelo invocan las Hijas de Santa Joaquina Vedruna.

A Nuestra Señora de los Desamparados, las Hijas de Santa Teresa de Jesús Jornet.

A María, Madre de la Iglesia, las Hijas de la Madre Matilde del Sagrado Corazón.

Y… a la Madre de Dios, Madre de los Dolores, aclamaron desde principios de siglo, dos almas gemelas, dos trujillanos, dos apóstoles de la devoción a María:

Antonia María Hernández Moreno y Juan Tena Fernández. Piedad mariana florecida en un nuevo Instituto Religioso, «Hijas de la Virgen de los Dolores», que hoy repite la aclamación de sus Padres Fundadores.

Ya… al hilo de la última mención y retomando el comienzo de este modesto trabajo, termino con una reflexión en voz alta:

Con su obra de Sacerdote Fundador de una Congregación trujillana, que tiene a la Virgen por Titular; con su pluma de Historiador de un Pueblo, que de la protección de la Virgen nace; con su obra y con su Pluma, Don Juan Tena Fernández nos repite hoy a todos: «TRUJILLO ES CIUDAD EMINENTEMENTE MARIANA».

BIBLIOGRAFÍA:

  • TENA FERNÁNDEZ, Juan: Francisco Pizarro. Trujillo: Tip. Sobrino de B. Peña. Trujillo, 1925.
  • TENA FERNÁNDEZ, Juan: Historia de Santa María de la Victoria. Serradilla: Patrona de Trujillo. Editorial Sánchez Rodrigo, 1930.
  • TENA FERNÁNDEZ, Juan: Trujillo Histórico y Monumental. Alicante: Artes Gráficas. 1967.

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