Abr 232014
 

Manuel Jesús Ruiz Moreno.

Cumplimos este año los 780 años de la reconquista definitiva de Trujillo (1233-2013). La fecha de la reconquista cristiana de Trujillo, en el siglo XIII, sigue siendo objeto de debate.

Los investigadores, que han estudiado esta etapa de la historia, refieren dos años distintos para el momento que se pudo llevar a cabo este hecho.

Algunos historiadores han indicado que esta ciudad pasó definitivamente a manos cristianas el 25 de enero de 1232, mientras que otros refieren que fue el 25 de enero, pero de 1233.

En este pequeño trabajo de investigación se va a recoger los diversos pareceres y opiniones de los principales estudiosos del tema y sus argumentos para poder mostrar un poco de luz sobre este asunto.

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Lámina 1.- Fotografía cortesía de D. Silverio Fernández.

 Entre los autores que afirman que la conquista de Trujillo se llevo a cabo en 1232 tenemos:

D. Alonso de Torre y Tapia,  en la “Crónica de Alcántara”, dice: “… juntaron todas sus armas el maestre D. Arias Pérez y combatieron Trujillo, pero duró poco el asedio, pues el dia de la conversión de San Pablo, 25, de el mes de enero, año 1232, entraron triunfantes el Obispo y el Maestre. Cuenta este hecho Juan de Mariana que se hallo escribiendo los anales de la Santa Iglesia de Toledo, y yo en unos memorables antiguos de cosas de esta orden” (Torres y Tapia. 1999: 25)

 

D. Clodoaldo Naranjo Alonso, en su trabajo «Trujillo, sus hijos y monumentos«, comenta basándose en las Crónicas de Torres y Tapia que: “En el año de 1227 el maestre de la Orden de Alcántara, don Arias Pérez Gallego quiso acrecentar los méritos de su Orden y puso los ojos en la conquista de Trujillo, consiguiendo apoderarse de la población y que los moros se replegasen al castillo, así trancurrieron dos meses en el asedio, ante la venida de los refuerzos musulmanes de las poblaciones cercanas, la prudencia le aconsejó retirarse” (Naranjo Alonso. 1983: 72). Continuando poco después que: “A la conquista de Trujillo en enero de 1232 concurrió el maestre de Santiago don Pedro González Mengo; el del Temple, don Pedro Alvárez Alvito de las provincias de Castilla y León, según Zapata; el de los Hospitalarios representados por don Gonzalo Pérez, que años adelante fue Comendador Mayor; y el obispo de Plasencia con su gente, conquistando el 25 de enero de 1232 la ciudad” (Naranjo Alonso. 1983: 77)

 

D. Gervasio Velo y Nieto, en su investigación «Castillos de Extremadura«, afirma que: “En 1232, congregáronse los freires de Santiago, Alcántara y el Obispo de Plasencia don Domingo y con un gran golpe de soldados de a pie y de a caballo, sitiaron la ciudad que fue tomada el 25 de enero de dicho año, según los Anales toledanos” (Velo y Nieto. 1968: 559).

 

D. Juan Tena Fernández, en su estudio «Trujillo histórico y monumental«, dice: “La definitiva liberación fue el dia 25 de enero del año 1232” (Tena Fernández. 1988: 14).

 

D. Miguel Muñoz de San Pedro (Conde de Canilleros), en su publicación «Extremadura«, comenta que: “los tanteos reconquistadores, iniciados por Alfonso VIII, tuvieron realidad definitiva el 25 de enero de 1232” (Muñoz de San Pedro. 1981: 291).

 

D. Luis Suarez Fernández, en el Tomo VI de “La Historia de España, la consolidación de los Reinos Hispánicos (1157-1369)” escribe que: “ En todos los frentes, las tropas reales y concejiles tuvieron el concurso de las Órdenes Militares, que tomaban en exclusiva sectores completos y ordenaban en sus nuevas conquistas bastiones formidables. Tales fueron Trujillo (enero de 1232) y Montiel (1233) para la Orden de Santiago” (Suarez Fernández. 1988: 59)

 

D. Marcelino Cardalliaguet Quirant, en su «Historia de Extremadura«, afirma que : “Trujillo fue reconquistada en 1232 por el Maestre de la Orden de Alcántara D.Arias Pérez y el Obispo de Plasencia D. Domingo” (Cardalliaguet Quirant. 1988: 93)

 

Dª María de los Ángeles Sánchez Rubio en su estudio «El concejo de Trujilo y su alfoz en el tránsito de la Edad Media a la Edad Moderna«, refiere que: “…la conquista de Trujillo en 1232” (Sánchez Rubio. 1993: 73)

 

Dª Carmen Fernández-Daza Alvear en «La ciudad de Trujillo y su tierra en la baja Edad Media» apoyándose en los anales Toledanos de Fr. Alonso Fernández (pag 62 y 63) expresa: “ la conquista de Trujillo se dio en tiempos de Fernando III, el 25 de enero de 1232 y en ella participaron las Órdenes militares de Alcántara, Santiago, el Temple y el Obispo de Plasencia, don Domingo” (Fernández-Daza Alvear. 1993: 99).

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 Lámina 2- Fotografía cortesía de D. Silverio Fernández.

 La fuente principal en la que se apoyan los especialistas que dan por bueno el año de 1232 son los “Anales toledanos”, que expresan «prisieron a Trugiello dia conversion Sancti Pauli, en janero, era MCCLXX” que convertido al calendario actual correspondería con 1232.

Por el contrario, otros investigadores, bebiendo en otras fuentes afirman que la operación de sitio y conquista comenzó en los últimos meses de 1232, tomándose la ciudad el 25 de enero de 1233.

D. Francisco García Fitz, en su estudio “Las relaciones políticas y guerras entre castellano-leoneses y el Islam”, anota que:» En enero de 1233 los efectivos de las Órdenes Militares y del obispo de Plasencia tomaron Trujillo, sin que Ibn Hûd, caudillo andalusí asentando en Murcia y de tendencias antialmohades, pudiera evitarlo, a pesar de que en dos ocasiones se puso en camino contra los asediantes” (García Fitz. 2002: 179)

 

D. Derek W. Lomax, en su investigación “La Reconquista» dice que: ”el maestre de Calatrava, Gonzalo Yañez, y el obispo de Plasencia, Adán, tomaron Trujillo, el 25 de enero de 1233, y aunque Ibn Hûd, mandó un ejército de socorro, no se atrevió a atacarles” (Lomax. 2006: 187)

 

D. Enrique Rodríguez-Picavea en su trabajo «Los monjes guerreros en los reinos hispánicos»  expresa que: “el maestre Gonzalo Yañez, junto con el Obispo de Plasencia, capturó la estratégica plaza de Trujillo en 1233, según la Crónica Latina de los Reyes de Castilla (pag 87)” (Rodríguez-Picavea. 2008: 189).

 

D. Gonzalo Martínez Díez, en su estudio, “La cruz y la espada. Vida cotidiana de las Órdenes Militares españolas”, comenta que: “una hueste formada exclusivamente por caballeros de las Órdenes militares y algún vasallo del Obispo de Plasencia marchó sobre  Trujillo y puso cerco a la plaza en los meses de verano, se defendieron con denuedo durante más de medio año, pero a no recibir ningún auxilio externo se vieron obligados a capitular y entregar la ciudad el 25 de enero de 1233”(Martínez Díez.2002: 94)

 

D. Francisco Ansón, en su publicación “ Fernando III. Rey de Castilla y León” afirma que: “Fernando III a finales de 1232 conquistó Trujillo” (Ansón. 1998: 140)

 

Dª Ana Rodríguez Lopez, en su estudio “La consolidación territorial de la monarquía feudal castellana”, escribe que: “la conquista de Trujillo se llevó a cabo en 1233 fundamentalmente por los santiaguistas y por los hombres del Obispo de Plasencia” (Rodríguez López. 1994: 294)

 

D. Flocel Sabaté, en su “Atlas de las Reconquista”, comenta: “el avance cristiano se dirigió sobre el antiguo reino de Badajoz del mano de las OO.MM. Que entre 1233 y 1235 se hicieron con Trujillo -con la participación del Obispo de Plasencia-, Medellín, Santa Cruz, Magacela y Hornachos” (Sabaté. 1998: 41).

 

Dª. María Jesús Viguera Molins, en su estudio «Trujillo en las crónicas árabes«, afirma que: “Según el diccionario de lugares al-Himyari, compilado en el s.XIV, la toma de Trujillo por los cristianos ocurrió en rabi I de ese año / 16 diciembre 1232 – 14 enero de 1233”. (Viguera Molins. 2002: 207)

 

D. Manuel Terrón Albarrán , en su obra «Extremadura musulmana» , dice que: “Trujillo cayó el dia de la conversión de San Pablo de 1233 según fija el Cronicón Cordubense, aunque los toledanos señalan el 1232. Coinciden los aludidos cronistas cristianos con el geógrafo musulmán al-Himyari que dice que esta acción tuvo lugar en Rabi I del 630 H que debemos corregir a Rabi II que corre desde el 15 de enero al 12 de febrero de ese año (1233)” (Terrón Albarrán. 1991: 213)

 

El mismo autor, en su ponencia: “En torno a los orígenes de la tierra de Trujillo (1166-1233). Síntexis y reflexiones” se ratifica en su afirmación: “el 25 de enero de 1233, el dia de la conversión de San Pablo, las milicias de Plasencia con su obispo Domingo a la cabeza y los caballeros de Santiago y Alcántara  recuperan definitivamente Trujillo” (Terrón Albarrán. 2005: 300).

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 Lámina 3. Fotografía cortesía de Forjadores del tiempo CC. by-nc-sa.

 Todos estos autores se habían apoyado en las siguientes fuentes:

  • la Crónica latina de los reyes de Castilla” que dice que la ciudad se tomó en el invierno de 1232-33.
  • El “Cronicón cordubense” de Fernando Salmerón que puntualiza que se tomó en 1233.
  • Ls escritos del geógrafo musulmán al-Himayari, quien indica que esta conquista tuvo lugar en el 630 H, correspondiente con el invierno de 1232-1233.

También hay algunos autores que citan las dos fechas, como es el caso del profesor D. Carlos de Ayala Martínez, en su estudio “Las Órdenes Militares hispánicas en la Edad Media” afirma que: “En el invierno de 1232 el maestre de Alcántara, junto con el Obispo y la milicia concejil de Plasencia conquistaron Trujillo. La Crónica Latina atribuye la conquista de Trujillo a la Orden de Calatrava y la sitúa una año después”. (Ayala Martínez. 2003: 433).

¿De dónde puede provenir entonces la confusión?.

La solución a este desacuerdo viene dada de la mano de D. Julio González, en su investigación «Reinado y diplomas de Fernando III» , en la que afirma que: “Trujillo cayó en poder de los cristianos el 25 de enero de 1233”·, y que el dato aportado por los anales Toledano: “prisieron a Trugiello dia conversion Sancti pauli en janero era MCLXX” es solo parcialmente correcto, porque le falta una unidad. (MCCLXX_ ) = (1232), sería (MCCLXXI) = (1233).

Razón por la cual este año de 2013, festejaríamos los 780 años de la Reconquista de Trujillo.

Bibliografía

– Ansón, Francisco. Fernando III. Rey de Castilla y León. Ediciones Palabra. Madrid 1998

– Ayala Martínez, Carlos. Las Órdenes militares hispánicas en la Edad Media. Marcial Pons        Ediciones, 2003

– Cardalliaguet Quirant, Marcelino. Historia de Extremadura. Biblioteca popular extremeña.       Universitas Editorial. 1988

– Fernández-Daza Alvear. Carmen. La ciudad de Trujillo y su tierra en la baja Edad media. Junta de      Extremadura. 1993

– García Fitz, Francisco. Relaciones políticas  guerra. La experiencia castellano-leonesa frente al            Islam, siglos XI-XIII. Universidad de Sevilla. 2002

– González, Julio. Reinado y diplomas de Fernando III. Publicación del Monte de Piedad y Caja de      Ahorros de Córdoba. 1983

– Lomax, Derek W. La Reconquista. Biblioteca Historia de España. RBA. 2006

– Martínez Diez, Gonzalo. La cruz y la espada. Vida cotidiana de las Órdenes militares españolas,         Plaza & Janes 2002

– Muñoz de San Pedro, Miguel. Extremadura (la tierra en la que nacían los dioses). Caja de Ahorros      y Monte de Piedad de Cáceres. 1981

– Naranjo Alonso. Clodoaldo. Trujillo sus hijos y monumentos. Espasa-Calpe. Madrid 1983

– Ramos Rubio, José Antonio. El castillo de Trujillo. Fundación palacio de Alarcón. 2008

– Rodríguez López, Ana. La consolidación de la monarquía feudal castellana. CSIC. Madrid 1994

– Rodríguez-Picavea, Enrique. Los monjes guerreros en los reinos hispánicos. Editorial la Esfera de       los libros, 2008

– Sabaté, Flocel. Atlas de la Reconquista. Ediciones Península.1998

– Sanchez Rubio, María de los Ángeles. El concejo de Trujillo y su alfoz en el tránsito de le Edad           Media a la Edad Moderna. Edita. Universidad de Extremadura. 1993

– Suarez Fernandez, Luis. La historia de España. La consolidación de los reinos hispánicos (1157-         1369). Tomo VI.

– Tena Fernández, Juan. Trujillo histórico y monumental. Ediciones Religiosas Hijas de la virgen de       los Dolores. 1988

– Terrón Albarrán. Manuel. Extremadura musulmana. Badajoz 1991

En torno a los orígenes de la tierra de Trujillo (1166-1233). síntexis y reflexiones. Actas            Congreso la Tierra de Trujillo desde la época romana a la Baja Edad media. Trujillo 2005

– Torres y Tapia, Alonso de. Crónica de Alcántara. 1763

– Velo y Nieto, Gervasio. Castillos de Extremadura. Madrid 1968

– Viguera Molins, María Jesús. Trujillo en las crónicas árabes. Actas Congreso Trujillo medieval.           Real Academia de Extremadura de las Letras y de las Artes. 2002

 

 

Nov 232013
 

 Manuel Jesús Ruiz Moreno.

1.- Introducción

             Paseando por la parte antigua en compañía de mi familia, llegamos hasta el Arco del Triunfo. Mi hijo Rodrigo me preguntó que escudos eran los que se apreciaban sobre el arco. Le contesté que eran de las principales familias que conquistaron Trujillo en 1232. De izquierda a derecha el león de los Bejarano, los roeles de los Altamirano y la cruz de los Añasco. A lo que el me indicó que debía haber algún error porque el león de los Bejarano le acabamos de ver en su alcázar y miraba para el otro lado. La contestación de mi hijo me dejó perplejo, pero era verdad, acostumbrado a admitir sin pararme a pensar lo que los estudiosos  sobre el tema habían escrito sobre dicho escudo, no me había fijado que realmente el león de los Bejarano tiene el cuerpo rampante, con las manos levantadas, apoyada en las patas y orientado hacia la izquierda del observador, la derecha del escudo, como mandan las normas heráldicas. Pero el “león del arco del Triunfo” adoptaba la misma forma pero orientado hacia la derecha del observador en lo que se denomina “león contornado”. Podía ser un error del cantero, pero vamos a estudiar otras opciones posibles.

            Los escudos de armas de los guerreros y caballeros del siglo XII comenzaron a decorarse con motivos diversos para que su dueño pudiera ser identificado tanto en en los combates como en las justas y torneos. Emilio Male afirmaba que la iconografía medieval proporcionaba la mayoría de las figuras utilizadas en los escudos de armas y que éstos seguían una aritmética “sagrada”, en la que todo estaba regulado: elementos dimensiones, distribuciones, etc. (Messía de la Cerda y Pita. 1990: 16). Pero con el correr del tiempo, el escudo dejó de cumplir su misión principal: identificar al caballero en la lucha, para aparecer en las fachadas de sus casas y palacios con el fin de decorar y representar las alianzas de sus dueños. A finales del XV y principios del XVI las reglas de la heráldica se relajan y el artista encargado de diseñarlos se preocupa más por crear una obra original según su inspiración que de seguir los moldes clásicos  (Messía de la Cerda y Pita. 1990: 26).

            También ocurría que en ocasiones algunos canteros ignoraban las reglas que marcaban la heráldica y modificaban o giraban las figuras de los escudos según el lugar que ocuparan en un edificio para armonizar su contemplación, como aparecen en muchos de nuestros monumentos, sobre todo en la representación de “escudos partidos”, en los que se repite los motivos de los cuarteles 1º y 3º y 2º y 4º como el escudo que se aprecia en la fachada del convento de la Coria (Imagen 1). O los que se muestra en la Imagen 2 donde se observa que los leones del escudo superior de los cuarteles 2º y 3º están enfrentados cuando deberían mirar los dos hacia la derecha, lo mismo que el león que se observa en el escudo de la izquierda que está contornado.

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Imagen 1: Escudo en la Fachada del Convento de la Coria

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Imagen 2: Escudos fachada Palacio en Cáceres,

             Pero vamos a plantear aquí una nueva hipótesis de estudio e intentar aportar algunos datos que nos han permitido apuntar a que el escudo atribuido al apellido de los  Bejaranos, podría no pertenecer directamente a esta familia, sino a otra que también formaba parte de ese linaje: el de los Bonilleja.

 

2.- El escudo de la Puerta del Triunfo

 

            Comencemos buscando la información histórica sobre esta puerta.

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Imagen 3: Escudo de la Puerta del Triunfo

            Atendiendo a las investigaciones de Dª Carmen Fernández-Daza Alvear, la puerta del Triunfo o de Fernán Ruiz debe su nombre a que, según la tradición, cuando la ciudad fue sitiada por los cristianos en 1232, ésta fue la primera puerta que cedió y por la que se pudo recuperar la ciudad para los cristianos. En su parte interior puede observarse una hornacina en la que se venera una imagen de la Virgen de la Victoria, Patrona de Trujillo y bajo cuya intercesión, según cuenta la leyenda, pudo ser liberada la ciudad. A los lados de la hornacina se muestran los escudos de los linajes que según las fuentes participaron en la conquista de la villa, estos son de derecha a izquierda: Añascos, Altamiranos y Bejaranos (Fernádez-Daza. 1993: 52).         

            D. Clodoaldo Naranjo, expone en su libro: “Trujillo, sus hijos y monumentos” que poco después de la conquista de Granada por los Reyes Católicos, la reina Isabel mandó reconstruir este arco, y colocar sobre sus sillares, en la parte que da al exterior, el escudo de los reinos de Castilla y Aragón, a las que se agregó la granada, símbolo del reino recién conquistado. En la parte interior se colocó una hornacina que recordara la ayuda milagrosa de la Virgen en la conquista de la ciudad. Flanqueando la misma, tres escudos de los linajes-bando que según las tradiciones orales más contribuyeron a la reconquista de Trujillo: Roeles de los Altamiranos, león rampante de los Bejarano y cruz trebolada de los Añascos (Naranjo,1983: 78).

            Esa misma asociación de escudos y familias podemos encontrarla en un manuscrito del siglo XVII, custodiado en el archivo de los Condes de Canilleros, y publicado en la revista de genealogía, nobleza y armas Hidalguía nº 127 en la que se dice que estos blasones pertenecían a los Altamiranos, Bejaranos y  Añascos (Lodo de Mayoralgo, 1974)

            Del mismo sentir son Ordax y Pizarro, quienes en su libro “El patrimonio artístico de Trujillo (Extremadura)” afirman que en la Puerta del Triunfo campean los escudos de Orellana, Añasco y Bejarano ( Andrés Ordax y Pizarro Gómez, 1987 : 31).

             Opinión contraria es la del Padre Tena, para quien los tres escudos que aparecen en la Puerta del Triunfo, restaurada por los Reyes Católicos son: “las del antiguo Reino de León, de la orden de Santiago y de los Altamiranos” (Tena. 1988: 483).

            Edward Cooper en su estudio sobre castillos señoriales de la Corona de Castilla, dibuja los tres escudos existentes en el arco del Triunfo, identificando el de los Altamiranos y Añascos, pero sobre el primero de la izquierda (el del león) no se pronuncia, aunque niega la afirmación de Tena, de que dicho escudo pudiera ser el del Reino de León (Cooper, 1991: 552).

            Cordero Alvarado puntualiza en su libro “Trujillo. Guia Monumental y Heráldica”, que el escudo que estamos estudiando pertenece a los Bejarano, pero advierte que el león está contornado (cuerpo girado hacia la derecha del observador), achacándolo quizás a algún error del cantero (Cordero Alvarado. 1996 : 91)

            Hasta ahora la información más generalizada que nos ha llegado es que dicho escudo debió pertenecer a los Bejarano pues junto a los Altamiranos y Añascos fueron las familias principales que estuvieron en la conquista de Trujillo en 1232.

             Pasemos a datar la construcción de dicho arco.

            La mayoría de los autores afirman que se hizo, o se modificó y/o restauró el ya existente en tiempos de los Reyes Católicos, momento en el cual se colocó el escudo de la monarquía en la parte exterior de dicha puerta.

            Para Sanz Fernández en su estudio “Paisaje, percepciones y miradas urbanas de una ciudad del Renacimiento, Trujillo”. La puerta de Fernán Ruiz o del Triunfo presenta una abertura recta con arcos ojivales sin clave y su construcción induce a pensar que debió ser construido a finales del siglo XIV o principios del XV (Sanz Fernández, 2009 : 239).

            Tenemos noticias de las remodelaciones que sufrió dicho arco desde principio del siglo XVI, una de ellas en 1508 (Sánchez Rubio, 1993: 77). Trabajo encargado al morisco Gutierrez de Soto (Sánchez Rubio, 1994: 377). Fecha en la que también se arreglaron sus portillos de madera según las actas de acuerdos A.M.T. Leg 9 carpeta I, f,53r. Otras fechas apuntadas por Sanz Fernández son 1509-1514 y 1620 (Sanz Fernández, 2009 : 241).

            Visto las afirmaciones anteriores podríamos dar por valida la hipótesis general de que a finales del siglo XIV y principios del XV se pudieron hacer obras de remodelación en la puerta del Triunfo, y que los escudos que allí se observan pudieron ser colocados por aquellas fechas. Escudos de los tres linajes-bando que gobernaban Trujillo en aquel tiempo, como luego veremos y tras los cuales se adherían el resto de familias que habían participado en la reconquista de Trujillo en 1232.

 3.- Los Bejarano

             De los Bejarano, la “Guia de Trugillo” de Federico Acedo comenta que fueron Señores de Orellana de la Sierra, y progenitores de los Marqueses de Sofraga. Su antigüedad se remonta a los tiempos del rey portugués Alfonso Enríquez, estando Fernando González Bexaranos, a su servicio en la conquista de la ciudad de Bexa el 29 de noviembre de 1162.  Ciudad de la que tomó el apellido que se perpetuó entre sus descendientes. Sigue Acedo argumentando que la participación de los Bejarano en la conquista de Trujillo debió de estar fuera de toda duda, mostrando como prueba de ello que su escudo se encuentra al lado de los Altamirano, en el arco de Fernán Ruiz, puerta por la que entró el ejército cristiano (Acedo. 1913: 18).        Para Fernández-Daza, los Bejarano no se asentaron en la ciudad después de su conquista, y siguieron al resto de las tropas cristianas en su reconquista hacia el sur. En Badajoz protagonizaron algunas luchas con otro bando rival, los Portogaleses, reyertas de las que salieron vencidos y por la que algunos de sus miembros huyeron hacia Trujillo (Fernádez-Daza. 1993: 167). Población en la que según Manuel Morales debieron haber perdido sus privilegios de conquista, dejando sus propiedades a cargo de otras personas (Morales. 1966: 104). Al volver a Trujillo emparentaron con los Añascos, quienes les cedieron la mitad de sus derechos de gobierno, en los que habían participado a partes iguales Altamiranos y Añascos hasta entonces. Entre las familias que en el siglo XV formaban el linaje Bejarano podemos encontrar a los Vargas, Carbajal, Paredes, Loaisa, Ramiro, Campo, Cabezas, Bonilleja, Bote, Sandoval y Valverde entre otras (Fernádez-Daza Alvear 1993: 167)    

 

4.- Las armas de los Bejarano y de los Bonilleja

 4.1.- Descripción

            Las Armas de los Bejaranos según se se refleja en  el Nobiliario español de Atienza sería: “en campo de plata un león rampante al natural y cuatro cabezas de dragones de sinople lampasados de gules, movientes de los cuatro ángulos del escudo” (Atienza. 1959: 235).

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 Imagen 4: Escudo de los Bejarano en la techumbre de la escalera de acceso al Ayuntamiento de Trujillo

            El mismo escudo de los Bejarano es descrito en el “Nobiliario de Extremadura”  de Adolfo Barredo de Valenzuela y Ampelio Alonso de Cadenas: “En plata un león rampante, de gules y cuatro cabezas de sierpe de sinople linguadas de gules movientes de los cantones”  mismo escudo con que blasona a los Bonilleja.

            Descripción que varia en los manuscritos del siglo XVI  de  Hinojosa y Tapia, que coinciden al señalar el blasón de los Bejarano como león grande en medio de cuatro cabezas de onzas (Muñoz de San Pedro. 1952: 235). Como realmente se puede observar en las numerosas representaciones de dicho blasón que se encuentran en los monumentos de Trujillo. Escudo que según el manuscrito de Tapia, compartían tanto Bejaranos como Bonillejas con quien también estaban a la hora de los repartos de cargos municipales (Muñoz de San Pedro. 1952: 237).

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Imagen 5: Escudo de los Bejarano, situado en la portada de su alcázar

            El escudo de los Bonilleja aparece definido por Naranjo Alonso en su libro “Trujillo. Sus hijos y monumentos”, como un león grande en medio de cuatro cabezas de onzas pero el león contornado, es decir con el cuerpo orientado hacia el lado derecho, al contrario que el que se muestra en el de los Bejarano (Naranjo Alonso. 1983 : 269).

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Imagen 6: Escudo de Sancho de Bonilleja situado en su sepulcro

 4.2.- Elementos del escudo

             La principal figura que se muestra en el escudo de los Bejarano es el león, según el trabajo de Luís Valero de Bernabé y Martín de Eugenio, sobre el análisis de las características generales de la heráldica gentilicia española y de las singularidades heráldicas existentes entre los diversos territorios históricos hispanos, el león es uno de animales considerados como Reyes del Bestiario Heráldico, exactamente el rey de los animales terrestres, en oposición al águila como reina de los cielos. Como rey ocupa normalmente el centro del escudo cubriendo la mayor parte del mismo. Su color natural es el oro o el gules (rojo). Su posición es la de alzado en posición erecta que parece recordar a un hombre combatiendo y no a un animal, descansando sobre la patas posteriores y las garras delanteras levantadas en actitud amenazante, la derecha más alta que la izquierda. Su cabeza se dibuja de perfil, por lo que solo se le ven un ojo y una oreja. Su boca está abierta con la lengua fuera. Su cola suele estar muy desarrollada y se la dibuja siempre en posición alzada, unas veces casi recta y otras con el extremo doblado hacia el dorso del animal formando la letra S, terminada en una borla de pelos. Esta posición que se denomina como “rampante”, es su posición heráldica natural, por lo que si no se dice nada, ésta será su postura  con la que se le presente.  El león no es un animal de la fauna europea, pese a ello es una de las figuras animales más representados en las armerías. Ello puede ser debido a la idea de nobleza y dominio que se asocia con este animal. El Marqués de Avilés lo considera símbolo de la soberanía, la autoridad, la magnanimidad y la vigilancia, denotando al caballero clemente que perdona a los que se le humillan y destruye a los que se le resisten. El símbolo del léon es adoptado por príncipes y caballeros que se destacan por sus actos de valentía, en contraposición con el águila del poder imperial. La figura del León fue introducida en la Península ibérica por el rey Alfonso VII de León, que tras proclamarse emperador, hizo grabar un león en sus monedas en una fecha cercana al 1135. Costumbre que será seguida por sus sucesores para las armas parlantes del reino de León. Figura que también fue exportada al reino de Aragón, tras intentar apoderarse de dicho reino a la muerte de Alfonso I. Prueba de ello es el símbolo del León de la ciudad de Zaragoza. Aunque la posición de rampante es la más habitual, pueden darse excepcionalmente otras posturas, en cuyo caso es necesario precisarlas (Valero de Bernabé y Martín de Eugenio. 2007: 136).  Es el caso del león de los Bonilleja del que se dice que es contornado, es decir que todo él o solo su cabeza mira hacia el lado siniestro del escudo.

            Los dragones, son el otro animal que es descrito por algunos autores como representado en el escudo de los Bejarano. Más concretamente sus cabezas, cuatro saliendo de las esquinas del escudo y mirando hacia el interior. El dragón  según el trabajo de Luís Valero de Bernabé y Martín de Eugenio es un monstruo fabuloso cuyo origen podemos encontrarlo en oriente, en su opinión, pese a tener un aspecto  aterrador aspecto, no era considerado como un animal nocivo para los hombres, sino benéfico y tutelar. Era una criatura que estaba al servicio de las divinidades como guardián de lugares sagrados. Hay constancia de que el dragón fue el emblema del Imperio Chino, también fue utilizado por los mongoles y por las legiones romanas de Trajano. Después de las invasiones Bárbaras de Europa su utilización decayó hasta que volvió a introducirse en Europa por los Cruzados que regresaban de Tierra Santa (Valero de Bernabé y Martín de Eugenio. 2007: 250). Esta afirmación merece la pena matizarse porque en el tapiz de Bayeux en el que se narra la conquista de Inglaterra por los normandos de Guillermo “el Conquistador” en 1066, ya aparecen dragones como emblemas preheráldicos dibujados en los escudos de los guerreros normandos.

            En el mundo cristiano el dragón era considerado como la representación de los sarracenos a los que se enfrentaban los cruzados. Oponiéndose al león y al águila símbolos de muchos de los caballeros cristianos, por ello el dragón perdió su carácter tutelar y benéfico que tenía para Oriente y se convirtió en la personificación de las fuerzas del mal a las que el caballero cristiano se enfrentaba, mostrándose en sus escudos como el dragón vencido y con su cabeza cortada o con la boca abierta atravesado por una lanza a imitación de San Jorge, el matador de dragones. Este patrón de la Caballería, debe su origen en Capadocia a finales del siglo III, quien según nos relata la leyenda salvó a una dama en tierras de Libia, de ser devorada por un dragón que asolaba dicha comarca. Dicho relato, para algunos autores, se basa en la personificación de un guerrero que fue capaz de enfrentarse a los enemigos naturales que el hombre tenía en la zona media de Etiopía, con todos ellos se formó un ser de fábula, el dragón, con cabeza, patas y cola de cocodrilo, cuerpo de hipopótamo, y dorso espinoso de la perca gigante de rio. Su hazaña sería traída a Europa por los cruzados. En la heráldica su esquematización hace que la escena del caballero montado a caballo e hiriendo al dragón en la boca se convierte en una banda a cuyo extremo se representa la cabeza del dragón (Valero de Bernabé y Martín de Eugenio. 2007: 250).

            En la otra descripción del escudo de los Bejarano aparecen cuatro cabezas de onza en lugar de las cabezas de dragón. Para  Luís Valero de Bernabé y Martín de Eugenio la onza es un felino de piel con manchas que se representa de perfil, es símbolo de bravura y fiereza pero con un aspecto peyorativo. No está claro si la onza representa al lince o a la pantera . Según Martín de Riquer en su estudio sobre la heráldica Castellana en tiempos de los Reyes Católicos identifica la onza con el lince.

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Imagen 7: Escudo de los Bejarano en la casa “del Cerrojón” en la calle Domingo Ramos

 

4.3.- Razonamientos de los elementos del escudo

             Para Clodoaldo Naranjo la razón de las cabezas de dragones en el blasón de los Bejarano se debe a que durante el reinado de Alfonso XI, en el que se llevo a cabo la conquista de Algeciras, participaron las fuerzas de concejo de Trujillo, como así aparece en la Crónica de Alfonso XI. Destacando por su valentía en las operaciones desarrolladas en dicho cerco, con capitanes como Alvar García Bejarano, Alonso García de Vargas, su cuñado, Álvaro Ferrández y Alfonso Ferrández Altamirano, siendo premiados con la gracia de llevar las cabezas de dragón en sus blasones, y ese es el motivo de que las lleven los Bejarano, Vargas, Bonillejas y Mendozas de Trujillo. (Naranjo Alonos. 1983: 125) .

            En los manuscritos de Tapia y de Diego y Alonso de Hinojosa, por el contrario, se relata que las armas de los Bejarano deben su origen a que un caballero Bejarano, estando en Cortes observó como otros señores faltaban el respeto al rey, quien los amonestaba diciéndoles que debían guardarle las formas porque le debían sumisión, haciéndoles ver que entre la posición de uno como señor y de los otros como vasallos había por lo menos unas onzas (medida de peso) de diferencia. Ante la desobediencia continuada de los nobles, el Bejarano saco la espada diciendo que no solo había onzas entre uno y otros, sino hasta quintales, y acabó con los irrespetuosos. En agradecimiento a su lealtad el rey le recompensó, dándoles por armas el león acosado por las onzas (animales, por el juego de palabras homónimas). (Muñoz de San Pedro. 1952: 235)

POR MOTIVOS TÉCNICOS NO SEOFRECE ESTA IMAGEN 

Imagen 8: Escudo de los Bejarano en el escudo partido de Diego García de Paredes

“el Sansón” en la iglesia de Santiago (Trujillo)

5.- Los Bonilleja

 

            Como se comentaba en la introducción de este pequeño estudio, el escudo que campea en la puerta del Triunfo pudiera no ser directamente el del apellido Bejarano, sino el de uno de las familias que conformaba este linaje-bando, los Bonilleja. Sancho de Bonilleja, pudo ser el jefe del linaje Bejarano durante la época en la que se reconstruyó la puerta del Triunfo, y podría haber puesto en él su blasón como cabeza de la familia.

            En opinión de Naranjo Alonso los Bonilleja son una de las familias más principales de Trujillo, pero de muy difícil catalogación por los numerosos enlaces que realizó con la nobleza local. Se cree que los Bonilleja provienen de Sancho Jiménez de Vargas “el Capitán”, cuyo tercer hijo se le denominaba “Ferrán Martínez de Truxillo, que casó en Medellín y fue la cabeza de los Vargas de Medellín y de Mérida. A finales del siglo XV hay dos primos Sancho Ximénez de Vargas y Sancho de Bonilleja que son representantes de los regimientos que tuvieron los Vargas en la ciudad de Trujillo, siendo éste último, Sancho de Bonilleja, según opina Naranjo Alonso, uno de los primeros de este apellido y que fundó el mayorazgo en unas heredades que adquirió en Trujillo. Sancho casó con doña Isabel Álvarez de Torres, tuvo por hijos a Francisco de Bonilleja y a Tomás de Bonillleja. Éste último debió se suceder a su padre en el mayorazgo, pues parece como regidor ocupando un cargo que ya había ocupado Sancho años antes. Termina Naranjo diciendo que no sabe decir cual fue su casa solariega pues su blasón se confunde con los Vargas-Bejarano, alterando estos escudos y utilizándolos en algunos casos indistintamente (Naranjo Alonso. 1983: 269) .

            El origen del apellido Bonilleja, nos es desconocido, para algunos vienen de “Bonus”, bueno, pero estudiando el diccionario de Apellidos españoles podemos encontrar alguna pista, en dicho trabajo observamos que el apellido Bonilla es un apellido bastante frecuente y repartido por toda España procede del tóponimo Bonilla, denominación que toman de dos poblaciones Bonilla (Cuenca) o Bonilla de la sierra (Ávila). Siendo este vocablo, según Coromines, de origen árabe buna él-läh, que viene a significar “la notable fortificación” (Faure, Ribes y García. 2002: 159). Por lo que podemos deducir que el apellido Bonilleja pudo venir derivado de Bonilla, viniendo a significar algo así como una “bonilla pequeña”, o una “pequeña pero buena fortificación”.

            Con el término Bonilleja aparecen citadas  unas casas de campo en el estudio de Pascual Madoz “Diccionario Geográfico – histórico – estadístico de España y sus posesiones de Ultramar. Situado en el Término de Torrecillas de la Tiesa, aproximada mente un kilometro al este del alto denominado Mingabrielón.

            Cortijo de la Bonilleja que también aparece en el cancionero de Torrecillas de la Tiesa: “… Aramos las Bonillejas, también los Almaracejos y vamos pa la casilla, derechos al Descansadero” (http://www.torrecillasdelatiesa.org)

            Las enciclopedias en España antes de l´Encyclopédie de Alfredo Avar Ezquerra  hacen referencia a  Fernando Pizarro y Orellana, caballero de Calatrava,del Consejo de su Majestad en el Real de las Ordenes, Comendador de Vetera, señor de la villa de la Cumbre, Manchuela y Bonilleja,  fallecido el 21 de enero de 1652. Según la documentación aportada por D.Luis Vazquez Fernández en su estudio sobre las segundas nupcias de don Fernando Pizarro y Orellana (1628) indica que en el memorial del inventario de bienes que dicho señor llevo a los esponsales aparece la dehesa de Bonilleja, comprada al señor don Luis de Paredes,  vinculada a su mayorazgo (Váquez Fernández. 2002: 578)

            Busquemos por tanto datos que puedan corroborar nuestra hipótesis principal sobre el escudo del arco del Triunfo.

              Siguiendo los estudios de María del Carmen Fernández-Daza apoyados en las crónicas del siglo XVI de Hinojosa y Tapia, son tres los linajes que dominan la ciudad en el siglo XV: los Altamirano, Añasco y Bejarano. En un principio se entiende por linaje el conjunto de tres generaciones (abuelo, padre e hijo) concepto que con el tiempo desarrollan ramas, con lo que la palabra linaje pasa a ser la denominación de las familias que tienen antepasados comunes. En el Trujillo del XV, el término linaje ha evolucionado ampliándolo al clan familiar, unidos en un linaje concreto dominante que es el que le da el nombre, aunque cada uno de ellos pueda llevar otras denominaciones. Fernández-Daza Alvear sigue matizando que el linaje también llega a entenderse como bando. Clarificando las afirmaciones anteriores, expondremos que al linaje Altamirano, pertenecían las familias: Altamirano, Orellanas, Chaves, Calderones, etc. Al de los Bejaranos: Bejaranos, Vargas, Carvajales, Paredes, Loaisas, Bonillejas, Botes, etc. y a los Añascos: Pizarros, Escobares, Tapias, Barrrantes, etc. Resaltando como curiosidad que en el linaje Añasco, el apellido Añasco ha desaparecido en el siglo XV (Fernández-Daza Alvear. 1985: 422).

            La representación del Rey, en el Trujillo del siglo XV, recae sobre el corregidor, y los regidores. Cargos que se elegían el 30 de noviembre , festividad de San Andrés, por dos años, no pudiéndose volver a presentar hasta pasados seis años, y que se reparten entre los parientes mayores o jefes de los tres linajes principales (Altamirano, Añasco y Bejarano) (Fernández-Daza Alvear. 1985: 427).

            En la documentación aportada como anexo por María de los Ángeles Sánchez Rubio en su libro “El concejo de Trujillo y su alfoz en el tránsito de le Edad Media a la Edad Moderna”, aparece Francisco de Bonilleja como regidor en 1462-64, Sancho de Bonilleja en 1482-84, en 1488-90, en 1492-94 y en 1502-04. Tomas de Bonilleja regidor de 1496-98 y 1505-1506, y Núñez de Bonilleja de 1504-06 (Sánchez Rubio, 1993: 221).

            El 6 de febrero de 1470 aparece nombrado Gonzalo de Bonilleja en un deslinde y amojonamiento entre Trujillo y Montanchez AMT. 6.1 (Sánchez Rubio, 1992: 82)

            El 26 de octubre de 1483 Sancho de Bonilleja confirma una concordia entre el concejo de la ciudad de Trujillo y el Monasterio de Guadalupe sobre los debates de la Veguilla y sus límites, la caballería de Navalvillar, etc AMT. Leg 4.9 (Sánchez Rubio, 1992: 111).

            El 26 de marzo de 1490, vuelve a aparecer Sancho de Bonilleja confirmando un Mandamiento del concejo de la ciudad de Trujillo al concejo del lugar de Herguijuela para que envíen diez hombres con Pedro de alonso de Orellana para realizar los mojones entre ejido de Herguijuela y la heredad de los Ballesteros. AMT Leg. 3.1.(Sánchez Rubio, 1992: 168).

            El 28 de junio de 1490,  Sancho de Bonilleja es nombrado como participante en la redacción de una petición a los Reyes Católicos para que confirmasen las ordenanzas sobre los salarios de algunos oficios del concejo AMT. Leg 3.1 (Sánchez Rubio, 1992: 170).

            Consta en una sentencia de 1493 dada por el corregidor de Trujillo, Alvaro Porras, sobre una reclamación que realizaron los vecinos de Berzocana a los herederos de García de Valverde sobre la heredad del Tinadon que los señores Sancho de Bonilleja, Diego de hinojosa y Juan de las Casas era regidores de la ciudad de Trujillo AMT. Leg. 3.1 (Sánchez Rubio, 1992: 191).

            El 24 de marzo de 1494 consta que Sancho de Bonilleja intervino como regidor y vecino de Trujillo en el intercambio de unas cercas en ele ejido de Trujillo entre el concejo de la ciudad y Juan García Escudero AMT Leg 3.1. (Sánchez Rubio, 1992: 200).

            El 30 de noviembre de 1494, Sancho de Bonilleja vuelve a intervenir en calidad de regidor del linaje Bejarano en la elección de cargos concejiles de la ciudad AMT leg 5.15 (Sánchez Rubio, 1992: 205).

            El 21 de junio de 1497 Tomas de Bonilleja aparece como regidor en una carta de censo sobre unas casa de la fortaleza que Inés González tomaba del concejo de la ciudad por 100 mrs. Al año. AMT leg 3.1 (Sánchez Rubio, 1994: 14). Así como de otra carta de censo el 21 de julio de 1497 de unas casas que Mohamed Zegallon tomaba del concejo de la ciudad por 200 mrs. y 4 gallinas al año (Sánchez Rubio, 1994: 16). Y una mas del 21 de julio de 1497 en el que Abrahan de la Plaza, moro, toma de unas casas por la misma cantidad (Sánchez Rubio, 1994: 17).

 Imagen 9

Figura 9. Escudo de los Bejarano en lápida sepulcral en la iglesia de Santa María

            El 21 de julio de 1497 vuelve a aparecer Tomas de Bonilleja en una carta de censo sobre un molino en el río Magasca que Alonso Martín Tripa tomaba del concejo de la ciudad por 13 fanegas de harina de trigo cada año (Sánchez Rubio, 1994: 18)

            El 25 de agosto de 1497, Tomas de Bonilleja en su papel de regidor firma una carta de censo de unas casa que García de Paredes, curtidor, toma del concejo de la ciudad por 460 mrs cada año AMT Leg 3.1.(Sánchez Rubio, 1994: 19).

            El 12 de febrero de 1498, Tomas de Bonilleja como regidor de la ciudad está presente en la carta de arrendamiento de un pedazo de tierra de la caballería de Navalvillar por el concejo de este lugar, quien se obliga a pagar al concejo de Trujillo 200 mrs durante 20 años. AMT.  Leg 3.1.(Sánchez Rubio, 1994: 21).

            El 5 de marzo de marzo de 1498 y el 3 de agosto de 1498, se repiten las participaciones de Tomas de Bonilleja como regidor de la ciudad.

 Imagen 10

            Figura 10. Escudo de los Bejarano en lápida sepulcral en la iglesia de Santa María

             En unas cartas de poder del concejo de la ciudad de Trujillo, de fecha cercana al 21 de abril de 1500, sobre el cobro de diezmos de las hiebas, se nombran como testigos a Mencia Alvarez de Canpo, mujer que fue de Francisco de Bonillleja y a Tomas de Bonilleja. AMT Leg. 3.1 (Sánchez Rubio, 1994: 31).

            En una escritura de 20 de abril de 1503 de venta de unas casas que el concejo de la ciudad de Trujillo compra a Pedro de Hinojosa, Jimena Álvarez, García de Arévalo, Teresa Sánchez y Diego de Malpartida aparece nombrado Diego Alonso de Bonilleja (Sánchez Rubio, 1994: 65).

            El 9 de septiembre de 1503, se cita a Sancho de Bonilleja en una Real provisión de los Reyes Católicos al corregidor de Trujillo para que envie al Consejo Real información sobre las obras efectuadas en la fortaleza de esta ciudad, las cuentas que se han gastado y su parecer sobre quien deberían hacerse cargo de su realización. En la que se dice que García de Vargas y Sancho de Bonilleja habían labrado e reparado torres y casas fuertes cerca de dicha fortaleza que son muy perjudiciales para la defensa de la misma (Sánchez Rubio, 1994: 73).

            Sancho de Bonilleja sigue cubriendo la plaza de regidor en 1504, apareciendo nombrado en unas diligencias de 6 de mayo de 1504, redactadas por el bachiller Juan Osorio para averiguar la verdad de las quejas presentadas ante los reyes sobre los derechos excesivos llevados a los dueños de ganados en el paso de las barcas de Albalat. AMT: Leg. 8.12 (Sánchez Rubio, 1994: 85). De igual manera Sancho de Bonilleja es nombrado en una Real Provisión de 10 de septiembre de 1504 de los Reyes Católicos dirigida al corregidor de Trujillo para que no consienta que los alguaciles, cuando van a los lugares del término, lleven los derechos doblados alegando que son de concejo AMT Leg. 8.17 (Sánchez Rubio, 1994: 101).

            Tomas de Bonilleja es nombrado como corregidor de Trujillo en una Ordenanza de 9 de junio de 1505, mandando que no se concedan nuevas vecindades a personas de fuera que arrienden dehesas en Trujillo y su tierra, ante los daños que realizan en los montes AMT Leg. 3.1 (Sánchez Rubio, 1994: 109).

            María del Carmen Fernández-Daza Alvear apunta en su trabajo sobre la participación de Trujillo en la guerra de Granada que los Reyes Católicos pidieron fuerzas a sus Concejos, entre ellos al de Trujillo. Todos los caballeros debían acudir con su montura y armas. Las noticias de la participación de Trujillo en estas campañas se conservan en el archivo en las Actas Concejiles de la ciudad, abarcando desde 1485 a 1487. Los caballeros podían acudir personalmente con su montura y armas o contribuir con dinero, repartiéndose el número de lanzas según la importancia económica del caballero en la ciudad (Fernández-Daza Alvear. 1986: 351). En el Tomo 19 de los acuerdos del Concejo de Trujillo, se hace relación de los repartimientos de las cien lanza que los Reyes Católicos pidieron como tropas para la guerra de los moros el 17 de agosto de 1485. Entre ellas aparece Luis de Chaves como personaje más importante de la ciudad junto a García de Vargas facilitando tres lanzas, Francisco de Bonilleja junto a Juan de Carvajal un lanza por mitad, y Sancho de Bonilleja e Alonso de Castro una lanza, Sancho dos tercios y Alonso uno. Cantidad similar a la que dispusieron los caballeros de Torrecillas o de Cañamero (Escobar Prieto 1904: 495)

            En el alarde de 1502 estudiado por Miguel Ángel Ladero Quesada se muestra que el linaje-bando de los Bejarano estaba representado por Juan de Vargas con quien vivían 11 escuderos, seguido por Sancho de Bonilleja con 3 (Ladero Quesada. 2004: 164).

            La última referencia a un miembro de la familia Bonilleja la encontramos en unos protocolos notariales en los que se cita al regidor don García de Bonilleja ya su mujer, doña Leonor de Herrera, quienes poseían tres esclavos, y que en 1632 realizan carta de ahorría para ellos. (Periañez Gómez. 2005: 473).

            Observando las lineas genealógicas de los Bonilleja, observamos que tiene enlaces con las principales familias que gobiernan la ciudad, con los Vargas con los que mantienen lazos de parentesco desde sus inicios, y se apoyan mutuamente en el gobierno de la ciudad, como botón de muestra indicar que en las elecciones del 30 de noviembre de 1498 Tomás de Bonilleja como regidor saliente del linaje de los Bejarano, elige a Juan de Vargas como su sucesor en los cargos del Concejo (Fernández-Daza Alvear. 1985 : 431). Con la familia del Luis Chaves el Viejo, máxima autoridad de la ciudad  a finales del siglo XV. Al haberse casado doña Francisca Calderón “la gorda” hermana de Sancho de Bonilleja con Martín Chaves “el tuerto” tercer hijo de Luis de Chaves “el Viejo” muerto en el cerco de Trujillo en 1476. Y por otro lado con la alianza con los Torres con el matrimonio de Leonor González Bonilleja, hermana también de Sancho de Bonilleja con Diego de la Torre, personaje que poseía la casa fuerte que lindaba con la puerta del Triunfo.

 6.- Situación de los escudos de los Bonilleja

             Aparte de la posibilidad de que el escudo de la puerta del Triunfo perteneciera a la familia de los Bonilleja, si tenemos constancia de la existencia de un escudo de los Bonilleja en la ciudad de Trujillo, en el enterramiento de Sancho de Bonilleja y su mujer Isabel Álvarez de Torres, situado junto a la capilla de los Vargas, en  la iglesia de Santa María la Mayor.

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            Figura 11. Sepulcro de Sancho de Bonilleja y su mujer Isabel Álvarez de Torres

             León de los Bonilleja que pudo llegar a ser utilizado indistintamente por algunos miembros de la familia Bejarano como el león contornado que también aparece en una estela sepulcral en el suelo de la iglesia de Sarta Maria la Mayor, en la que se muestra junto a los apellidos Torres y Pizarro, y según mi opinión pudiera pertenecer a Pedro de Orellana Señor de Orellana de la Sierra.

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Figura 12. Lápida sepulcral posiblemente de Pedro de Orellana

             Este Pedro de Orellana era  hijo de Juan de Orellana “el Ciego” conocido como Juan Vargas, 8º señor de Orellana de la Sierra, también llamada Orellana la Nueva u Orellanita, para distinguirla de Orellana la Vieja perteneciente a los Altamiranos (Lodo de Mayoralgo. 1974: 834). El sepulcro de Juan de Orellana “el Ciego” podría ser el que se encuentra a la derecha del altar, sirviendo de muro divisorio con el arranque de la escalera a la torre románica de la iglesia de Santa María. Adornado con tres escudos de la forma de los Bejarano (león rampante con las onzas) Y que según los estudios sobre la Iglesia de Santa María la Mayor de Trujillo de José Antonio Ramos Rubio, muestra en el fondo de la arcada una inscripción grabada ya casi borrada que dice: “AQUI YACE SEPULTADO EL NOBLE IVAN DE ORELLANA SEÑOR DE ORELLANA DE LA SIERRA EL QVAL MANDO HASER ESTE ENTERRRAMIENTO I ALTAR. ACOBOSE EL AÑO DE MILL I QUINIENTOS I VIENTE I DOS AÑOS”

            Pedro de Orellana era hijo de Ines de Torres Pizarro, de quien heradaría las 5 torres de los Torres y el oso con el pino de los Pizarro, que también se muestran en el escudo que adorna su estela sepulcral. Ines de Torres Pizarro era hija de Isabel García Calderón y de Cristobal Pizarro “el cabezudo”, siendo Cristobal hermano de Isabel Álvarez de Torres, mujer de Sancho de Bonilleja.

            León “Bejarano” que también fue utilizado por alguno de los Bonilleja como el que se muestra en la lápida sepulcral de Francisco de Bonilleja y de su mujer Mencia Álvarez de Ocampo, y que mando hacer su hijo Tomas de Bonilleja, y que probablemente también sirve de lápida para su enterramiento y el de su mujer, que según este escudo debió pertenecer a la familia Golfín. Por eso se presenta a la derecha del escudo (izquierda del observador) las armas de los padres de Tomás (el león de los Bonilleja, en este caso el de los Bejarano y las tres fajas de los Ocampo) y las de su mujer (cuartelado de lises y castillos).

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Figura 13. Lápida sepulcral de Francisco de Bonilleja y su mujer Mencia Álvarez de Ocampo, mandada poner por su hijo Tomas de Bonilleja

             Leones rampantes o contornados que sirven para representar a la familia Bejarano ligada a los Bonilleja – Vargas, de manera indistinta. De este modo se comprenden la existencia de las imágenes de los dos leones; el  “león Bejarano” acompañado del “león de los Bonilleja” que aparece guardando el altar del linaje Bejarano que se haya en la iglesia de Santa Maria la Mayor en Trujillo, en el muro del Evangelio. Enterramiento y altar mandado hacer por Diego García de Orellana, señor de Orellana la Nueva, terminada en 1522 según se lee en las inscripciones que se conservan (Barriocanal lópez y Gallego domínguez. 2001: 32). Y que según mi opinión pudiera ser el enterramiento o de Diego García de Orellana (3º señor de Orellana la Nueva), padre de Juan de Orellana “el Ciego” (el del sepulcro de al lado) casado con Isabel de Vargas, hija de Alonso García de Vargas y Teresa Gonzalez Ramira, nieta de Sancho Jiménez, del que también descienden los Bonilleja, y comparten escudos, según Tena Fernández. Este enterramiento de Diego García de Orellana sería realizado posteriormente pues en su testamento realizado en 1492 deja encargado que depositen su cuerpo en la sepultura de su bisabuelo Alvar García Bejarano (1º señor de Orellana de la Sierra), en la iglesia de Santa María la Mayor de Trujillo, situada  a mano derecha del altar mayor por cima de la sacristía junto con las gradas del altar mayor (Adámez Díaz, 2005: 177).

Imagen 14

 

Figura 14. Altar del linaje Bejarano que se haya en la iglesia de Santa Maria la Mayor

             Ejemplo de los dos leones (Bejarano y Bonilleja) que también podemos observar decorando las terminaciones de una balaustrada de un balcón de una casa que los Bejarano tenían en la Plaza Mayor de Trujillo

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Figura 15. Balaustrada de balcón de una casa que los Bejarano tenían en la Plaza Mayor

             Un último apunte recogido del trabajo de D. José Ramos Lozano sobre la Heráldica trujillana en interiores en el que cita un escudo de los Bonilleja en la calle Nueva nº 88 pintado en cantería en una pared orientada al sur, y del que no hemos podido obtener imagen (Lozano Ramos. 1995: 234).

7.- Conclusión

 

            Con los datos anteriores y con los aportados en el apartado de la bibliografía hemos obtenido esta cadena de descendencia, listado que hay que tomar con las respectivas reservas pues proceden de memoriales, manuscritos y tratados cuyos datos en la mayoría de los casos no pueden ser cotejados con otras fuentes, incluso en algunos casos dan informaciones contradictorias:

             El primer Bonilleja en Trujillo citado en los documentos consultados es Francisco de Bonilleja posiblemente casado con Mencia Álvarez del Canpo, cuyo lápida sepulcral aparece en la iglesia de Santa María la Mayor (Trujillo). Su escudo lleva un león en su forma natural como el de los Bejarano, y debía haber muerto en una fecha cercana al 1500 según consta como viuda Mencia Álvarez del Canpo en el documento anteriormente citado.

            Existe en 1470 un Gonzalo de Bonilleja, del que no he podido obtener mas datos, que pudiera ser hermano de Francisco o quizás su padre.

         Francisco de Bonilleja tuvo varios hijos (ignoro el orden de descendencia):

–        Juan Alonso de Bonilleja

–        Francisca “la gorda” en ocasiones mencionada como Francisca Calderón, que casó con Martín Chaves “el tuerto”, tercer hijo de Luis Chaves “el viejo” y María de Sotomayor. Y que tuvo un hijo que se llamó Luis Chaves de la Calzada

–        Leonor González de Bonilleja, que casó con Diego de Torres, señor de las casas que lindan con la puerta del Triunfo. De la unión de Leonor y Diego tuvieron a Francisco de Torres, quien casó tres veces. Con Juana López de Tapia, con Catalina de Orellana y con Elvira de Carvajal. De esta última tuvo a Francisco de Carvajal, Inés, Juana González y Gonzalo de Torres, también llamado Gonzalo Hernández de Torres, quien casó con Ana de Orellana.

–        Sancho de Bonilleja, el personaje más importante de la familia a finales del XV y a quien pudiera deberse el escudo de la puerta del Triunfo. Casó en segundas nupcias con Isabel Álvarez de Torres, hija de Francisca Pizarro y nieta de Álvaro Pizarro. Isabel era hermana de Beatriz de Torres que casó con Tomás de Bonilleja. Isabel también era hermana de Diego Pizarro, Francisca y Cristobal Pizarro “el Cabezudo”, éste último casó con Isabel García Calderón, que era hermana de Inés de Calderón e hijas de Alvaro Calderón (regidor de Trujillo en 1462). Del matrimonio de Cristobal Pizarro “el cabezudo” e Isabel García Calderón nació Ines de Torres Pizarro quien casó con Juan de Orellana “el ciego” también conocido como Juan de Vagas (8 señor de Orellana de la Sierra), fruto de este matrimonio nació Pedro de Orellana, señor de Orellana de la Sierra y cuya lápida sepulcral pienso que sería la que está en la iglesia de Santa María la Mayor (Trujillo) en la que campea el “León de los Bonilleja”(contornado) junto a las armas de su mujer (las cinco torres de los Torres, y el arbol con los osos de los Pizarro).

–      También aparece citado en los documentos de aquella época Tomás de Bonilleja, padre de Francisco de Bonilleja, pero no hay datos que aseguren si fue hermano o hijo de Sancho de Bonilleja de su primer matrimonio, si es que hubo descendencia. Tomás aparece como regidor en los tiempos en que no lo es Sancho, y hay constancia de un Tomás de Bonilleja casado con Beatriz de Torres, hermana de Isabel Álvarez de Torres, mujer de Sancho de Bonilleja. Lo que nos indica que en caso de ser el mismo personaje, los hermanos Bonilleja se casaron con las hermanas Torres, o que el sobrino se casó con su tia, caso que me parece menos favorable, pero que también ocurrió en alguna ocasión como el enlace del que se hace eco el Conde de canilleros en su estudio sobre Diego García de Paredes, hijo, en el que indica en una nota que Lope Pizarro casó con su tia doña Juana de Loaisa, y tuvieron a Alvaro Pizarro  que fue marido de Juana de Aragón, hija del duque de amalfi, dando vida a los Piazarro-Aragón, luego marqueses de Piedras Albas (Muñoz de San Pedro, 1957: 63). Clodoaldo Naranjo opina que Tomás era el primogenito de Sancho, pero la estela sepulcral que se ha comentado anteriormente de Francisco de Bonilleja y su mujer me hace pensar que probablemente Tomás de Bonilleja fuera hermano de Sancho de Bonilleja, por eso Tomás puso a su hijo el nombre de su padre, Francisco.

Y por eso en las elecciones del 30 de noviembre de 1494 para los cargos del concejo, Sancho de Bonilleja, regidor saliente, apoyó a Francisco de Loisa y Gonzalo do Campo para que le sucedieran en su cargo como regidores pertenecientes a la familia Bejarano. Probablemente Gonzalo do Campo fuera familia de Sancho por su madre Mencia Álvarez del Canpo.

           Sancho de Bonilleja casado con Isabel Ávarez de Torres tuvieron a Francisco de Bonilleja y a Juan.

           Francisco de Bonilleja casó con Isabel Mendez, hija de Diego mendez y María Altamirano, fruto del matrimonio de Francisco e Isabel fueron:

–      Sancho de Bonilleja (que llevaba el nombre de su abuelo) casado con María de Torres el 23 de agosto de 1551. María de Torres era hija de Gonzalo de Torres y Ventura González de Bonilleja, que era viuda de Francisco de Rueda, lo que nos hace pensar que había alguna linea más de los Bonilleja, aparte de la que estamos describiendo. Sancho y Maria tuvieron a Francisco de Bonilleja y Gonzalo de Torres

–      Francisco de Bonilleja, que podía estar fallecido alrededor de 1569

–      Gonzalo

–      Diego Mendez de Bonilleja, casado con Catalina Mendez de la Torre (que aparece ya viuda en 1570), de cuya unión tuvieron a Francisca y a Francisco de Bonilleja y Torres e Isabel Méndez de Bonilleja Altamirano también citada como Isabel Méndez de Orellana

           Francisco de Bonilleja casó con Isabel (fallecida hacia 1526) con quien tuvo a García de Bonillejas, María de Torres, Leonor, Isabel, Antonia e Inés.

           Isabel Méndez de Bonilleja Altamirano casó con alonso de Tapia Altamirano

 

           Visto lo anterior creemos haber aportado los datos suficientes para poder plantear como hipótesis factible que el escudo del Léon que campea en la puerta del Triunfo en Trujillo, pudiera pertenecer a los Bonilleja. Sancho de Bonilleja, pudo ser el jefe del linaje Bejarano y persona influyente en el gobierno de la ciudad de Trujillo, durante la época en la que se reconstruyó la puerta del Triunfo, y sería su blasón el que campeara en dicho arco y no el propio del apellido Bejarano, esto es un león grande en medio de cuatro cabezas de onzas (panteras o linces) pero el león contornado, es decir con el cuerpo orientado hacia el lado derecho, al contrario que el que se muestra en el de los Bejarano.

          

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Manuel Jesús Ruiz Moreno.

1.- Antecedentes

No hemos encontrado documentos que atestiguen la presencia de los freires truxillenses en la batalla de Alarcos, pero las circunstancias que se desprenden del estudio de lo acontecido en aquella época, nos permite considerar la afirmación de esta posibilidad. Comencemos pues de la mano de la Crónica Latina, hilo conductor que nos va a servir para intentar hacer una aproximación a los hechos:

 “Había ya edificado Plasencia, ciudad populosa y rica, y había ganado a los sarracenos la muy protegida fortaleza de Alarcón. Comenzó entonces a edificar la villa de Alarcos, y sin acabar todavía el muro, y no suficientemente afianzados los pobladores del lugar, declaró la guerra al rey marroquí, cuyo reino era entonces floreciente y considerado poderoso y fuerte por los reyes vecinos. Envió, pues, el rey de Castilla al arzobispo toledano don Martín, de feliz memoria, hombre discreto, benigno y generoso, que de tal manera era querido por todos que de todos era considerado padre. Llevó el arzobispo consigo hombres animosos y valientes y una multitud de soldados y hombre de a pie, con los que devastó gran parte de la tierra de moros de aquende el mar, expoliándola de muchas riquezas  y de una infinidad de vacas, ganado y jumentos.”

Terminadas las treguas en el verano de 1192, los embajadores cristianos, enviados por el rey Alfonso VIII a la corte almohade, propusieron condiciones inaceptables para la renovación de las mismas, lo que venía a significar una declaración de guerra (GARCÍA FITZ,1998: 333). Según el Bayan, esta actitud de los castellanods podia deberse, a que pensaron que el emir abu Yusuf Yaqub estaba con las “manos atadas” al tener que ocuparse de sofocar una revuelta en Ifriquiya (RUIZ GOMEZ, 1995: 164), la actual Trípoli, en el extremo del imperio almohade (MARTINEZ VAL:1996, 94). Según Huici Miranda, la terrible sangría en hombres y dinero que causaba al imperio almohade las rebeliones de los almorávides mallorquines y de las tribus nómadas en Africa, debilitaron de tal modo la capacidad ofensiva del Miramolín que mermaban considerablemene la ayuda que éste podía prestar a los musulmanes andaluces (HUICI MIRANDA, 1956:158). Aprovechando esta debilidad, en el verano de 1194, a finales de verano en opinión de Martínez Diez (MARTÍNEZ DIEZ, 1995: 75), el rey castellano envía una hueste, para que hicieran el mayor daño posible en el territorio musulmán. Estas tropas estaban bajo el mando del arzobispo de Toledo, don Martín de Pisuerga, con muchos nobles caballeros y peones, a quienes acompañaban algunos caballeros de la Orden de Calatrava, y podemos pensar que también freires de Trujillo, al tener algún destacamento preparado, para las cabalgadas a territorio musulmán, en la fortaleza de Ronda. Villa toledana que estaba en poder de los truxillenses desde que les fuera donada el 5 de abril de 1188 por el rey Alfonso VIII.

Después de pasar el Guadalquivir, llegaron hasta las puertas de Sevilla, causando terribles estragos por las ricas campiñas andaluzas, regresando cargados de botín. Las noticias que tenemos de la parte que correspondió a los caballeros de Calatrava hablan de 300 cautivos y muchos ganados y bienes  (MARTÍNEZ DIEZ, 1995: 76).

Tenemos constancia de que por esas fechas, concretamente el 11 de junio de 1194, el Rey Alfonso realiza una nueva donación al magistro Gómez, de la Ordini Turgellensi y a sus fratres, de  una casa y unas tiendas en Toledo. Con esta cesión podemos suponer que el rey casellano quería fortalecer los esfuerzos de los truxillenses, y continuar involucrando a las ordenes militares en la defensa y ampliación de la frontera castellana a costa del enemigo musulmán.

Siguiendo en esta política, de confiar la defensa de la frontera a las órdenes militares, el rey Alfonso VIII, entrega a la Orden de Santiago la fortaleza de Alarcón, el 18 de octubre del mismo año (HUICI MIRANDA, 1956:160).

Con ese mismo fin, un año después, el 6 de marzo de 1195 el monarca castellano concede, al convento de los freires de Truxello, un privilegio de donación de la villa y castillo de Trujillo, de Albalat – a orillas del río Tajo-, la fortaleza de Santa Cruz cerca de Trujillo, sito en un monte arduo, y otros dos castillos de los cuales uno se llama Cabañas y el otro Zuferola Además, para la manutención y sostenimiento de dichos castros y villas les asigna tres mil ducados (TORRES TAPIA,1763, I, 108).

Con esta ultima donación la primera linea de la frontera castellano-musulmán queda guarnecida por los “los penitentes de Santa María”, denominación con que eran referidos los combatientes de las Ordenes Militares en algunas crónicas musulmanas (DEREK W. 1965: 10):  La Orden de los freires truxillense en el flanco oeste, instaladas en sus fortalezas en torno a Trujillo, y Ronda (Toledo); los fratres de Avila, asentados desde 1171 en el  castillos de Bolobres, junto al Tajo, cara a la tierra de frontera recorrida por los almohades  (GONZÁLEZ, 1974: 365); la Orden de San Juan de Jerusalén en el castillo de Consuegra, donado el 6 de agosto de 1183; los Calatravos en el centro guardando los accesos a Toledo y la Orden de Santiago, desde su convento principal en Uclés guardando el flanco oriental del reino castellano (MARTÍNEZ DIEZ,1995: 75)

Podemos suponer que tras el buen comportamiento en combate de los freiles trujillanos, en las expediciones del año anterior, Alfonso VIII accede a darles el espaldarazo final, y a considerarles una fuerza más en la defensa de la frontera castellana

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2.- Preparación de la Campaña

Todas las fuentes, están de acuerdo en señalar que la expedición almohade contra el reino castellano, fue la respuesta a las cabalgadas cristianas ordenadas por el rey de Castilla (GARCÍA FITZ, 1998: 333).

Conocido el probable destino de la proxima campaña almohade, el rey castellano se preparó para la misma, desde el invierno de 1994. En noviembre de ese año se entrevistó con el rey de León en Toledo. Donde posiblemente se decidieron las fuerzas de cooperación de los dos reinos en la próxima campaña. Poco tiempo después, también se concertaría la ayuda del monarca navarro (GARCÍA FITZ, 1998: 333). Los apoyos religiosos también se mostraron de la mano de Celestino III. El 10 de julio de 1995 expide una bula en la que expresa su satisfacción por los preparativos que se estaban realizando  para la lucha contra el musulmán (HUICI MIRANDA, 1956:160).

Los almohades, después de obserar la debilidad de la fornter andalusí por las cabalgadas cristianas, se decidieron a desviar el objetivo del ejercito que tenían ya reclutado para sofocar la revuelta en Ifriquya, y enviarlo contra el reino castellano de Alfonso VIII (GARCÍA FITZ, 1998: 333).

2.1.- Composición de las fuerzas musulmanas

“Cuando el rey marroquí Abdelmún el tercero, lo supo,  se dolió en su corazón; salió al punto de Marrakech, reunió gran cantidad de soldados y de hombres de a pie, y pasó el mar”

Se desconoce el número de soldados musulmanes que participaron en esta campaña.  Las cifras obtenidas en las cróniscas no son fiables, los números suelen ser retocados en los textos, con intenciones diversas. Pero se estima en unos 20.000 hombres: 15.000 peones y 5.000 de a caballo. Lo que si podemos constatar con mayor precisión es la composición de las mismas. Las fuerzas del ejercito almohade provenían de todos los confines de su imperio y ello daba lugar a una gran heterogeneidad: de origenes, costumbres y destrezas bélicas. Que en ocasiones eran demasiado dispares, lo que podía comportar una escasa efectividad. En palabras de Ardant du Picq: “Cuatro valientes que no se conozcan, no acudirán con tranquilidad a atacar un león; pero otros cuatro, la mitad de valientes, que se conozcan perfectamente y estén seguros de su solidaridad y de su aptitud, lo harán con total decisión” (ARDANT DU PICQ, 1988: 74)

Martínez Val, en su estudio sobre la batalla de Alarcos, hace una relación de la procedencia de las fuerzas almohades, entre ellas cita: La tribu de los Hintata, bajo el mando directo del Gran Visir Abu Yahia; Los andaluces tributarios mandados por Ibn Sanadid, apreciados por estar familiarizados con las técnicas de lucha de los cristianos españones. Según Álvaro Soler, la caballería andalusí era una caballería pesada, semejante a la cristiana, todo lo contrario que la caballería árabe, que era ligera y montada a la jineta, mientras que la andalusí montaba a la brida (VARA THORBECK,1999: 212). Las tropas árabes, guiadas por Yamun ben Riyah, serían, después de los almohades, el segundo grupo del ejército musulmán. Formadas por árabes beduinos con una fuerte organización tribal, y que combatían utilizando la práctica del “torna fuye” con gran coraje pero muy indisciplinadas. Eran los árabes magníficos jinetes con lanza y espada y constituyeron, tanto en Alarcos como en la Navas, las fuerzas de choque de los almohades, y como tales sus bajas eran elevadas.(VARA THORBECK,1999: 212). Los Guzz son mencionados frecuentemente entre los integrantes de las fuerzas almohades en la península ibérica, como guerreros turcos o kurdos especialistas en el tiro con arco a caballo (Molénat, 2005: 553). Según el estudio sobre el arabismo Algoz (Al Guzz) contenido y uso, realizado por Felipe Maillo Salgado, no pasó desapercibida para los cristianos la existencia de los guzz, dada su forma de combatir mediante aquellos arcos, anteriormente jamás utilizados por los musulmanes, y cuyas mortíferas flechas se harían sentir en sus filas; de ahí que enseguida existiese la necesidad de una palabra que diera cuenta de aquella nueva realidad. La palabra guzz (en plural agzaz o guzziyyun) pasaria a ser algoz, término con el que se les denominaria ya en los Anales Toledanos Primeros en 1213. Palabra que pasaria enseguida a otras lenguas romances de Europa a través del castellano.

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Por último, podemos constatar la presencia de los voluntarios de Abu Yazir, alistados cuando el Miramolín almohade pasaba por el norte de Marruecos, con destino a la Península. Estos voluntarios eran los musulmanes más fervorosos que acudían a ciertos puestos fronterizos denominados rabitas, y alli dedicaban su vida a la oración y a combatir los enemigos de su religión, constituyendo los adalides y exploradores del ejército musulmán (VARA THORBECK,1999: 212). En ocasiones su falta de experiencia militar propició su martirio, como en el caso de las Navas. Como decía el poeta al-Mutanabbi: “Las armas todo el mundo las puede llevar, pero no es león todo el que tiene garras” (LÓPEZ PAYER y ROSADO LLAMAS, 2002: 55) Además, el ejercito musulmán contaba con las mesnadas cristianas del poderoso caballero castellano Pedro Fernández de Castro, desnaturados desde el año anterior, al firmarse el tratado de Tordehumos, que ponia paz entre los reinos de Castilla y León (MARTÍNEZ VAL:1996, 103)

“Llegó a Córdoba y, pasando el puerto de Muradal con gran rapidez, se extendió sobre la planicie del castillo que ahora se llama Salvatierra”.

En la reconstrucción del itinerario que realizaron las tropas musulmanas en esta campaña, Huici Miranda  refleja que el califa Ya´qub al-Mansur cruzó el estrecho el 1 de junio de 1195. El dia 8 se encuentra ya en Sevilla, partiendo hacia Córdoba el 22, población a la que llegó el 30 de junio. Después de descansar tres dias, el martes 4 de julio, los almohades parten hacia el puerto de Muradal (HUICI MIRANDA, 1956:138).

2.2.- Composición de las fuerzas castellanas

“El glorioso rey don Alfonso, cuando supo la llegada del moro Almiramamolín, así se denominaba a los reyes marroquíes, mandó a sus vasallos que le siguieran con toda rapidez. Él, como león rugiente que se estremece ante la presa, precedía a los suyos y con enorme rapidez llegó hasta Toledo. Se detuvo allí algunos días en espera de los grandes de la tierra, de sus nobles vasallos y de la multitud de pueblos que le seguían”.

Rades y Andrada recoge una versión en la que, conocida la entrada del Miramolín por el Rey don Alonso, éste salió a recibirle con menos gente de la necesaria, sin aguardar a muchos Grandes de Castilla que venían con gente a servirle. Aunque otras fuentes, recogen que la confianza del triunfo de las tropas castellanas sobre los almohades era compartida de un modo general por sus súbditos, de tal manera que el cronista al-Dabbi anota la observación, de que fueron con el Rey muchos comerciantes judíos con abundacia de dinero para comprar los futuros prisioneros y el botín, y hacer grandes negocios en su reventa (HUICI MIRANDA, 1956:159).

En la Península Ibérica, al igual que en Tierra Santa, cuando los musulmanes emprendían una gran incursión de depredación o lanzaban una invasión, la mejor manera de repelerla era promulgar el arrière-ban y poner una hueste en campaña. (ROJAS, 2006: 100). Siguiendo este pensamiento, Alfonso VIII, conocedor de los movimientos almohades, realizó un llamamiento general y congregó a sus vasallos en Toledo: los grandes magnates con sus mesnadas, las milicias de los concejos y los caballeros de las ordenes militares, “soldados consagrados por votos” como los llama el-Halim, entre las que con bastante certeza podríamos encontrar a los milites de Trujillo, junto a los de Santiago, Calatrava y Évora.

Las huestes de las Órdenes Militares presentaban características muy admiradas por los monarcas cristianos: Su carácter de fuerzas permanentes, su disciplina para la aceptación y el cumplimiento de las ordenes dadas, y el conocimiento tanto del medio fronterizo como de las tácticas utilizadas por el adversario musulmán, les hacia ser el prototipo de soldado ideal. Motivo por el cual, frecuentemente, les fueron encomendadas las misiones más difíciles y arriesgadas (GARCIA FITZ, 2005:192). Como botón de muestra, citar que en las operaciones llevadas a acabo para la conquista de Sevilla el rey don Fernando dispuso que la Orden de Santiago se situara en una posición vital pero muy arriesgada, al otro lado del rio, para proteger la flota que efectuaba el cerco a la población (GONZÁLEZ, 1951: 192). Dermuger señala también, otro factor a tener en cuenta, como era su capacidad de disponibilidad y movilización inmediata. En el ataque a Burriana, por el Rey de Aragón, las únicas fuerzas que llegaron en la fecha señalada al lugar convocado, fueron los contingentes de las Órdenes, las milicias de los nobles y de los Concejos llegaron dos dias después. Razón por la cual, las tropas reclutadas por las órdenes militares, junto con las mesnadas de la Casa Real, siempre fueron consideradas como las fuerza más duras dentro de los ejercitos cristianos (DERMUGER, 2005: 159).  El profesor Carlos de Ayala precisa que las huestes que podían aportar las órdenes militares tenían una variada procedencia, con diferente valía militar, armamento, equipamiento e incluso motivación (DE AYALA MARTÍNEZ, 2003: 411):

El conjunto de los hermanos combatientes, caballeros o sargentos, constituían el “convento” (DERMUGER, 2005; 150). Este grupo de freires de convento, aunque minoritario dentro de la Orden, constituían la elite social y militar, y presentaban la preparación y equipamiento militar más completo (DE AYALA MARTÍNEZ, 2003: 411).

Desconocemos el número de efectivos que se dirigirían hacia Alarcos,  porque tampoco tenemos noticias de cuantos miembros pertenecerían a las distintas órdenes militares que operaban en la Península Ibérica a finales del siglo XII. Aún así podemos intentar hacernos una idea aproximada con las informaciones recogidas sobre los hermanos  de convento del Temple, en la mitad del siglo XII, en el reino de Jerusalén. Número que se aproxima a unos trescientos caballeros y cerca de 1000 sargentos. A estas partidas hay que sumar: los caballeros que sevían por un periodo de tiempo estipulado, y los contingentes de mercenarios. El profesor Rojas entiende que cifras similares debían contabilizarse en el condado de Trípoli y en el principado de Antioquia. Obteniendo la conclusión de que a finales del XII, en Tierra Santa debían estar guarnecida por unos seiscientos caballeros templarios  y unos dos mil sargentos (ROJAS, 2006: 96). Otros datos que también pueden servirnos para extrapolar resultados, son las noticias de los requerimientos del rey de Aragón para la defensa de la frontera valenciana en 1287: 30 templarios, 30 hospitalarios y 20 calatravos. Y en 1303, el rey Jaime II pidió 100 templarios, 60 hospitalarios, 30 calatravos y 20 santiaguistas para una expedición contra los musulmanes de Granada. (DERMUGER, 2005: 159).

Al margen de estas fuerzas, ligadas orgánicamente a las Órdenes, también podían contar  con otros efectivos que, sin pertenecer a la institución ni haber pronunciado los votos, se encontraban vinculados a ella por diversos lazos, entre ellos podemos encontrar:

Los Siervos, caballeros villanos y peones, que las órdenes militares reclutaban entre las localidades que estaban bajo su jurisdicción y que se integraban en sus huestes en cumplimiento de las obligaciones militares recogidas en los fueros locales.

Fratres ad terminem” que eran caballeros y peones seglares que se vinculaban a las órdenes, temporal y voluntariamente, al calor de las indulgencias papales que equiparaban el servicio militar, en dichas intituciones, con la participación en la Cruzada a Tierra Santa. Se sabe que ya existían en la cofradía militar de Belchite (1122) y en los primeros tiempos en la Orden del Temple, experiencia que en esta última milicia pasó a un segundo plano, aunque no desapareció, frente a la idea de entrega perpetua (GARCÍA-GUIJARRO RAMOS, 1995: 72).

García Fitz señala, que no se agotaba aquí la capacidad de reclutamiento de las Órdenes Militares. Desde los primeros momentos de su existencia, tenemos noticias de que las órdenes se apoyaron en la contratación de fuerzas de pago. Cuando el maestre de Santiago lideró a 280 caballeros durante el asedio de Sevilla, previsiblemente sólo una parte de los caballeros serían freires de la Orden y el resto seglares estipendiados (DERMUGER, 2005: 159). En otros casos, la condición de mercenarios, aparece claramente reflejado por el cronista, en una cabalgada que los Santiaguistas efectuaron en 1240, por tierras de Almendralejo, Rades y Andrada no duda en indicar que junto a los freires había “gente de sueldo” que actuaron con ellos (GARCIA FITZ, 2005:188).

Por último, y como indica De Ayala, menos frecuente, debió ser la utilización de otros elementos como los perros de presa, que según la tradición recogida por el cronista  Rades, debieron acompañar a los calatravos en sus cabalgadas desde Zorita, y que, eran muy apreciados porque además de aterrorizar a las víctimas con sus ataques, causaban un importante número de bajas entre ellas. Esta sería la razón del nombre de la encomienda de Zorita de los Canes. (DE AYALA MARTÍNEZ, 2003: 411):

Mostrada pues, los distintos tipos de elementos bélicos que las ordenes militares podían aportar, observamos que aún no siendo un fuerza determinante, desde el punto de vista numérico, dentro de los ejércitos convocados por los reyes cristianos, su cualificación militar y su experiencia, los hacian ser muy estimados. Asumiendo frecuentemente cometidos propio de los actuales “soldados de las fuezas especiales” de los ejércitos actuales. Misiones relacionadas con la rapidez y la eficacia en su intervención, tales como: labores de cobertura de las columnas de ejércitos en marcha, cierres de retaguardia, tareas de escolta y evcuación, acciónes-sorpresa, vigilancia de caminos y puntos estratégicos, etc. (DE AYALA MARTÍNEZ, 2003: 597)  Por ello no es de extrañar que siempre formaran parte de las tropas reclutadas por los monarcas en todas las expediciones de gran envergadura (GARCIA FITZ, 2005:197). Los fuentes manejadas nos permiten afirmar que en Alarcos se dieron cita: el maestre de Calatrava don Nuño Pérez de Quiñónez con sus caballeros; el maestre de Santiago don Gonzalo Rodríguez con los suyos; y el maestre de la Orden portuguesa de Évora don GonÇalo Viegas con sus freires. Nada se dice sobre la presencia de los Truxillenses en la batalla, aunque numerosos autores dan por sentado su presencia en la misma (LÓPEZ FERNÁNDEZ: 175 y MARTÍNEZ VAL:104). Es deducible su participación por los siguientes motivos: En primer lugar, los truxillenses disponian de una base operativa en Ronda (Toledo), desde la que rapidamente alguna hueste pudo unirse a la convocaria real, en segundo lugar, y recordando el celebre dicho: “es de buen nacido el ser agradecido”, dadas las ultimas donaciones efecuadas: la villa de Trujillo y los puntos fuertes para el control de su territorio (Albalat, Cabañas, Santa Cruz y Zuferola), apenas cuatro meses antes de la batalla, parece más que razonable pensar que una fuerza considerable dentro de la Orden, aunque quizas poco significativa con respecto al número de efectivos aportados por Calatrava y Santiago, estuviera presente en esta confrontación. La Kalenda de Uclés, muestra las “importantes” pérdidas de los suyos en la batalla, dice que murieron diecinueve freires de Santiago, por lo que podemos hacernos una idea de cual debió ser la aportación de los truxillenses, si sus mas veteranos compañeros santiguistas se duelen de la perdida de 19 freires… Quizás el número de efectivos truxillenses aportados  sería similar a los que presentó los freires de Evora, cuya presencia en Alarcos se atestigua por lo escrito en el  Chronicon Coimbricense (VERISSIMO SERRAO, 1979: 172)

2.3.- Estrategia de Alfonso VIII

“De allí condujo sus campamentos a Alarcos, donde acampó con el firmísimo propósito que después de sucedido se supo: combatir con Almiramamolín, si rebasaba, camino de Alarcos, el lugar llamado El Congosto, que era considerado el límite del reino de Castilla, pues prefería exponer su vida y reino a tan gran peligro y someterse a la voluntad de Dios luchando con el susodicho rey de los moros, que era considerado el más poderoso y rico de todos los sarracenos, a permitirle traspasar cualquier palmo del terreno de su reino. Por esto tampoco quiso el glorioso rey de Castilla esperar al rey de León, que marchaba en su ayuda y que se encontraba ya en tierras de Talavera, por más que este consejo le dieran hombres prudentes y expertos en cosas de guerras”.

A la vista de las crónicas, García Fitz opina que desde las primeras noticias del paso del califa a la Península, el monarca castellano estaría dispuesto a arriesgar su suerte en una batalla campal, si los musulmanes traspasaban el puerto del Congosto. García piensa que las razones que le pudieron hacer tomar esta estrategia tan directa, para acabar con dicha amenaza militar, sería su excesiva confianza en sus propias huestes (GARCIA FITZ, 1998: 333). El rey Alfonso VIII haría suya la frase: “La victoria no depende del número de soldados, pues la fuerza llega del Cielo” (I, Macabeos, 3, 9) y con total deteminación se dirigiría a enfrentarse con el musulmán.

Aún pensando en la gran confianza del rey en sus tropas, no debemos olvidar que Alfonso tenía larga experiencia en enfrentamientos con los musulmanes y sabía lo que implicaba una batalla campal y la siempre incertidumbre de su resultado o, por decirlo con las palabras de un testigo directo de las Navas de Tolosa “ la dudosa suerte del combate” (GARCIA FITZ, 2005: 72) Por muy seguro que se encontrase de que Dios estaba de su lado, sabía que en caso de derrota, el precio que pagaría él y sus tropas podría ser muy alto: Sufrimiento físico, heridas, cautiverios, ruina y quizás su propia muerte. García Fitz expresa que se desconoce cual era el porcentaje real de bajas en una batalla campal, pero por los cálculos de algunos especialistas no parece exagerado pensar que, entre prisioneos, heridos y muertos, la mitad de una fuerza derrotada en campo abierto podía quedar aniquilada (GARCIA FITZ, 2005: 74)

Pero, pese a la conclusión tan fundada del profesor García, yo me inclino más por la explicación que aporta Ruiz Gómez en su trabajo sobre la batalla de Alarcos; según el cual, el rey castellano pudo saber, desde el primer paso de los musulmanas en la Península, su probable objetivo: Toledo. Y pudo prepararse con cierto tiempo para el enfrentamiento. Y aunque previamente, a su marcha, tuvo contactos con los reyes de Navarra y León, en los que se tratarían los apoyos militares que ambos monarcas facilitarían al castellano, lo cierto es, que Alfonso VIII tendría sus dudas sobre sus verdaderas intenciones. No sabemos si el castellano se anticipó en su partida a la llegada del leonés, o éste se demoro a propósito en el encuentro en el que debia reunirse con Alfonso, pero lo cierto es que en el ultimo instante, Alfonso VIII decidió no esperar los refuerzos leoneses y partir solo con sus hombres. La desconfianza puede que tuviera sus razones cuando nada mas terminar la campaña en derrota para los castellanos; los reyes de León y Navarra, aprovecharon para atacar desde sus respectivas fronteras al maltrecho reino de Castilla. (RUIZ GÓMEZ, 1995, 164)

Varias fueron las posibilidades que se le plantearon al monarca castellano ante la campaña de castigo que se le venía encima. Pero entre ellas, Alfonso VIII pensó que aunque la más expuesta, presentar batalla era la mejor de todas, y puesto a ello, preferiblemente salir al encuentro de los almohades en algún punto avanzado de la frontera, como anteriormente habia hecho su predecesor Alfonso VI, frente a los almorávides en Zalaca (1086). Porque aunque fuera derrotado, Toledo no se vería amenazada. Pues, como dice Ruiz Gómez, una derrota allí no pondría en peligro la capital del reino ni las ricas vegas del Tajo, territorio que siempre podrían servir de apoyo en retaguardia. (RUIZ GÓMEZ, 1995, 164)

Un último hecho, nos puede acercar a los pensamientos del monarca antes de decidir presentar batalla en Alarcos. En 1172, durante el cerco de Huete. García Fitz describe que cuando el califa almohade Abu Yaqub Yusuf cercó la villa de Huete, al poco tiempo debido a diversas causas, la presencia de un ejercito de socorro entre otras, tuvo que levantar el asedio y dirigirse hacia Cuenca. Las tropas del rey castellano, enviadas para socorer la plaza cercada, les siguieron, y en las inmediaciones de esta última ciudad, las dos fuerzas quedaron una frente a otra, separadas por el río Júcar. Durante toda la noche ambas fuerzas se mantuvieron vigilantes y, al dia siguiente se desplegaron para dar batalla. Pero el choque que no se produjo, porque finalmente los cristianos abandonaron el campo de batalla y regresaron a sus tierras. García explica que posiblemente la iniciativa de evitar el enfrentamiento partiera del rey castellano, al haber conseguido ya su objetivo que era el levantamiento del cerco sobre Huete, y no precisaba arriesgarse a una batalla campal. Después de lo escrito podemos pensar que aunque Alfonso VIII salió presto a la batalla, también podria estar en su mente el recuerdo de lo acontecido en Huete y que pudiera ser que solo con ver el ánimo y la rapidez con que los cristianos se prestaban en presentar batalla, los almohades se lo pensasen dos veces y dieran media vuelta dirigiendo su campaña hacia otro territorio.

La crónica de Calatrava describe el camino seguido por los castellanos hacia Alarcos: “Llegado el Rey al castillo de Guadalerza, se juntó con su ejercito don Gonzalo Rodríguez Maestre de Santiago, y tambien sus caballeros; y en Malagón se junto don Nuño Perez de Quiñónez Maestre de Calatrava, con los suyos. De allí fueron a la villa de Alarcos: y los moros habian ya entrado hasta Caracuel; de manera que vinieron a dar la batalla junto al castillo de Alarcos

Los freires truxillenses destacados en Ronda pudieron unir sus fuerzas a las del monarca castellano, a su salida de Toledo. Aunque el grueso de las fuerzas se enviarían desde la “casa madre” de Trujillo.

Estas fuerzas probablemente seguirían el cauce del guadiana hasta llegar a Malagón, lugar donde se unirían a los freires de Calatrava, para juntos incorporarse a la hueste real. Derek W. Lomax indica que desde los primeros momentos de existencia de las Ordenes militares, éstas se organizaron para colaborar en el campo de batalla. Tenemos noticias de que en 1178, los freires del Temple, del Hospital y de Santiago se reunieron en Salamanca y concordaron que en cada campaña militar se hallarían juntos tanto en la primera fila de la batalla como en la última, a menos que el rey lo prohibiese (LOMAX, 1965: 43). O´Callaghan añade que acuerdos similares fueron realizados en 1188 entre Calatrava y Santiago (O´CALLAGHAM:1996. 611). Por lo que no es de extrañar, que las milicias de obediencia cistercienses se agruparan bajo el mando de la Orden que aportase mayor número de miembros a la batalla, en este caso la de Calatrava.

Mientras el Rey Alfonso bajaba hasta Alarcos, cuenta Al-Bayan, que los calatravos enviaron exploradores desde Calatrava la vieja y los castillos vecinos, para informarse del avance enemigo, pero los adalides de la vanguardia almohade los sorprendieron y acabaron con todos ellos.

3.- La Batalla

“Llegó Almiramamolín al lugar llamado El Congosto entre el castillo de Salvatierra y Alarcos, y acampó allí”

Una vez en el Congosto, el 13 de julio, Julio González, tras estudiar las fuentes disponibles, opina que al-Mansur, convocó un consejo de guerra con los jefes de las distintas partidas del ejército almohade. El caíd aconsejó desdoblar el numeroso ejército, y dar el mando de la vanguardia, con la enseña califal, al jeque almohade de su más confianza, para que los castellanos lo confundiese con al-Mansur; y el califa quedase en la retaguardia, con el ejército de reserva, ocultos y en lugar próximo a la batalla para acudir en socorro en el momento oportuno (GONZÁLEZ, 1960: 957).

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3.1.- El campamento cristiano

Una vez llegado a Alarcos, las tropas cristianas procedieron a intalarse, pero no lo hicieron en la Villa, ni en el castillo. Julio González describe el Alarcos de aquellas fechas, con una pequeña fortaleza de dimensiones modestas, incapaz de albergar grandes ejércitos. Situada sobre una colina de 680 metros de altitud y una población en su ladera cuya muralla estaba sin terminar. González añade que tiene constancia de que Alfonso VIII no puso su campamento en el castillo, ni en la villa sino que se detuvo para esperar al musulmán “frente a Alarcos” (GONZÁLEZ, 1960: 957). Francis Gutton es de la misma opinión y dice que Alfonso VIII se situó cerca del castillo en lo alto de la colina (GUTTON, 1955: 35). Colina que podemos identificar como el cerro del Despeñadero, estribación de la misma cadena montañosa sobre la que se levantaba Alarcos y situado al Este de la misma (MUÑOZ RUANO y PÉREZ DE TUDELA VELASCO, 1993)

3.2.- El campamento musulmán

Según el estudio de Muñoz Ruano, y Pérez de Tudela, el ejército musulmán dividido en  vanguardia y retaguardia cubrió en tres dias las dos jornadas que le separaban de Alarcos, donde aguardaba las fuerzas de Alfonso VIII. En su opinión, los musulmanes dilataron el tiempo de su camino, debido a que la retaguardia acampaba en los mismos espacios en los que lo había hecho la vanguardia la noche anterior. De ese modo, y según el relato de Bayan: la madrugada del dia de la batalla, el ejército musulmán abandonó de madrugada los campamentos, dejando alli la impedimenta, y avanzó situándose en el valle, frente a la colina que ocupaba el rey de Castilla. a una distancia “de dos flecha o mas cerca”, lo que nos indica que el campamento almohade debió instalarse en un lugar distante de la colina en la que estaban asentados los castellanos (MUÑOZ RUANO y PÉREZ DE TUDELA VELASCO, 1993). Martínez Val es de la opinión, que el campamento almohade debió estar situado en las cercanías de lo que actualmente es la aldea de Poblete (MARTÍNEZ VAL:1996 112).

3.3. Primeros movimientos

Según los estudios llevados a cabo por Martínez Val, en los dias 15 y 16 de julio los almohades marcharon desde el Congosto hasta las cercanías de Alarcos. El visir habría llegado a las proximidades de Alarcos la tarde del 16, sin que los cristianos hiciesen ningún movimiento ofensivo contra las fuerzas que estaban acampando. Martínez apunta que pudieran estar esperando las mesnadas de los Lara, y del rey de León, que parece ser que se encontraba ya en Talavera de la Reina (MARTÍNEZ VAL:1996, 116).

“Cuando el glorioso rey de Castilla lo supo, ordenó a todos los suyos que a primera hora de la mañana salieran armados al campo para luchar contra el rey de los moros, pues creía que ese mismo día el rey de los moros se presentaría al combate. Los castellanos, al llegar la mañana, salen al campo preparados para luchar, si hubiese enemigo contra quién blandir las armas. Pero los moros descansaron ese día preparándose para el siguiente, deseando al mismo tiempo eludir a sus enemigos de forma tal que, fatigados ese día por el peso de las armas y por la sed, se encontraran al siguiente menos aptos para la batalla: como así sucedió, pues el glorioso rey de Castilla y su ejército, después de esperar al enemigo en el campo desde el amanecer hasta después del mediodía, cansados del peso de las armas y por la sed, volvieron a los campamentos pensando que el rey de los moros no se atrevía a luchar con ellos”.

El 17 de julio, Alfonso VIII presentó batalla, pero el visir no la aceptó, pues esperaba las fuerzas del califa que venian en el ejército de retaguardia. De acuerdo con el plan trazado en dias anteriores, este segundo cuerpo habría culminado su marcha al atardecer de ese mismo dia, sin que los cristinos se percataran de su llegada. De modo que podemos comprobar la veracidad de las crónicas, cuando expresan la poca información sobre el número de combatientes musulmanes al que realmente se enfrentaban los castellanos (MUÑOZ RUANO y PÉREZ DE TUDELA VELASCO, 1993).

No conocemos la disposición de los distintos contigentes cristianos que formarían, esperando la llegada del bando musulmán, pero puede presumirse que las enseñas de las Ordenes Militares ondearían en el centro de la primera linea. Enseñas que según el profesor Ayala Martínez, serían el elemento más importante en la diferenciación de los freires de estas milicias (DE AYALA MARTÍNEZ, 2003:384).

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 Señas rectangulares “mas luengas que anchas” según se definen en las Partidas. Documentalmente tenemos constancia de que los templarios no obtuvieron permiso para coser la cruz roja sobre su capa hasta 1147, y que Calatrava, y Alcántara tuvieron que esperar su autorización hasta 1397 y 1411, respectivamente (DE AYALA MARTÍNEZ, 2003:384).

Caso aparte sucede con los de Santiago, en cuya Crónica, redactada por Rades y Andrada se detalla que sus caballeros fundadores pusieron sobre sus pechos la señal de la cruz, a manera y forma de Espada, a la cual el vulgo sin razon llamaban “Lagarto”, y por tener forma de Espada antigua, también se les conocía como Orden de Santiago de la Espada o “Spatarii”, denominación que a juicio de Lomax podrían ya recibir desde 1191 (LOMAX, 1965: 93). Pero en opinión de Dermuger, es improbable que ni los templarios ni las demás ordenes militares no intentaran diferenciarse mediante algún emblema, normalmente una cruz, desde poco tiempo después de sus fundaciones (DERMUGER, 2005: 227). Tenemos constancia de que en los siglo XII – XIII dichas señas de identidad eran los suficientemente distintivas como para ser reconocidas fácilmente en el campo de batalla. Lo que quizás es poco probable que dicho emblemas fueran tan llamativos como se mostrarían siglos después. Emblemas con la cruz latina, con los cabos rematados en florones trifoliados (MENÉNDEZ PIDAL DE NAVASCUÉS, 1999: 386), sobre fondo blanco, en las milicas cistercienes: cruces negras para Calatrava, que luego cambiaría a roja (DERMUGER, 2005: 231); verde para los Truxillenses (RUIZ MORENO, 2009) y roja para los de Evora que cambiaría a verde en 1385 tras la vitoria de los portugueses sobre los castellanos (DERMUGER, 2005: 230). Los de Uclés llevarían el pendón de Santiago, junto a los estandartes blancos con una cruz latina roja cargada de cindo veneras, dispuestas en el centro y en cada uno de los cabos de la cruz, tal y como aparece en la ilustración 205 del Códice de las Cantigas.

Pero volviendo a la batalla, parece ser que estas prisas por entrar en combate el 17 de julio, presentan todavía ciertas dudas. El texto de la Cónica Látina deja ver la indecisión de los castellanos que, desplegadas sus fuerzas en el campo de batalla, se limitan a esperar el ataque enemigo y a retirarse cuando éste no se produce, sin que en ningún momento piensen en avanzar sobre el campamento musulmán (RUIZ GÓMEZ, 1995: 164). El recuerdo de la acontecido en Huete, como se explicó en lineas anteriores, pudiera rondar la mente de los castellanos, y éstos se volvieron a sus campamentos pensando que los almohades no se atrevían a presentar batalla.

3.4. La batalla

El lugar donde ocurrió el enfrentamiento, no está suficientemente claro, y se hace imposible reproducir con certeza todos los movimientos de las tropas que en ella se dieron cita. Pero podemos intentar una aproximación de la mano del exhaustivo estudio de las fuentes cronísticas realizado por Huici Miranda. El autor que mas concreta el espacio donde se pudo desarrollar el encuentro es Martínez Val para quien, el campo de batalla podria encontrarse en una superficie de nueve kilómetros cuadrados delimitada por: los cerros de Alarcos y del Despeñadero (base de las fuerzas cristianas) en el norte; por el sur la linea horizontal delimitada por la actual población del Poblete, en cuyo vértice derecho encontramos el topónimo Cabeza del Rey, alto de 695 metros, lugar donde podría haberse asentado el campamento almohade; por el este el camino romano; y al oeste el rio Guadiana, muy pantanoso a esta altura de sus curso (MUÑOZ RUANO y PÉREZ DE TUDELA VELASCO, 1993). En el centro de esta superficie se encuentra un pequeño cerro de 647 metros de altitud, cerca de lo que actualmente se denominan casas de Villadiego, que pudo ser utilizado para ocultar las reservas musulmanas a los ojos de los cristianos. Rawd al Qitar hace referencia detallada a esta colina a cuyo resguardo se organizó el contrataque de la retaguardia musulmana. Este factor, según Martínez, pudo ser decisivo para la victoria final de los almohades (MARTÍNEZ VAL:1996 112)

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“Pero el rey de los moros ordenó a los suyos que se prepararan para la batalla alrededor de media noche y muy de mañana aparecieron súbitamente en el mismo campo que el rey castellano había ocupado el día anterior”.

Huici Miranda traduce la crónica de Al-Bayan y narra como después de recibir las órdenes “dejaron en el campamento la impedimenta y marcharon todos los soldados con lentitud, cada cábila con su insignia, hasta cerca del enemigo. Entonces tomaron sus posiciones y se quedaron como edificios solidos” (HUICI MIRANDA, 1956: 203).

Martínez Val describe la situación de las distintas fuerzas del ejército almohade, basándose en las crónicas de Rawd al-qirtas. Este Orden de Combate seguía un esquema racional básico. Disposición de la que tenemos constancia escrita en las Partidas alfonsíes: Delantera (vanguardia), medianera (centro), costaneras (alas) y zaga (retaguardia).

La delantera era la que encabezaba la formación y entraba primero en combate. En alarcos fue ocupada por los arqueros a caballo, de los Aghaz o Guzz situados en la primera linea de la vanguardia, mientras los arqueros a pie ocupaban la segunda (MARTÍNEZ VAL:1996 114).

El cuerpo central o medianera formado por el núcleo de tropas, el más numeroso y potente, seguía a la delantera en la batalla. Sería ocupado por el visir Abu Yahya, con su cabila de Hintata, portando la enseña califal (MARTÍNEZ VAL:1996 114). La disposición que seguramente se adoptó en este cuerpo aparece descrita en la obra Fighting Techniques of the Medieval world, y seria la siguiente: En primer lugar encontraríamos una o varias fila de lanceros, arrodillados y protegidos por sus escudos, con el extremo de sus lanzas clavado en el suelo y las puntas amenazando al enemigo para aguantar y rechazar la caballería del oponente. Tras ellos, en pie, una segunda fila de hombres con lanzas más ligeras y jabalinas, que dispararían por encima de los lanceros. Detrás de éstos, con bolsas con piedras: los honderos. Soler del Campo destaca que entre los hallazagos en los restos de Alarcos, se han encontrado bolas de hierro de dos centímetros y medio de diámetros, muy pesumiblemente utilizada como munición (SOLER DEL CAMPO, 2006: 78). En último lugar encontraríamos a los arqueros, que en este caso se habían situado inicialmente en la vanguardia, para aumentar su alcance y derribar cuantos caballeros y monturas castellanas fuera posible, y así disminuir el choque de la carga de caballeria pesada con la que los cristianos solían iniciar las batallas. Una vez efecuado la descarga pasaban rapidamente a ocupar su sitio en el cuerpo central desde el que seguirían hostigando la ofensiva del enemigo. La enorme superioridad en armas arrojadizas de las tropas de almansur es confirmada en la Primera Crónica General cuando al hablar del asalto a Plasencia en la expedición del año siguiente dice que: “combatio la torre muy de recio con muchos ballesteros que nunca quedaban nin de dia nin de noche” (HUICI MIRANDA, 2000: 367).

Las costaneras, normalmente caballería, protegían los flancos para evitar los movimientos envolventes del enemigo. No existe acuerdo entre los dos cronistas principales, de la composición de las costanera: mientras que Rawd al-qirtas dice que los andaluces y los zeneta ocuparon el ala derecha y los magribies la izquierda, Al- Bayan, afirma que en el ala derecha estaban los voluntarios con una mezcla de tropas de la zaga y de soldados poco aguerridos, los cuales fueron los que empezaron a ceder ante el empuje cristiano (HUICI MIRANDA, 1956: 152).

Y por último en la posición más retrasada estaba la zaga (del árabe al-saqa), liderada por el califa, que emboscado a cierta distancia, esperaba con las reservas preparadas para ser utilizadas en el momento mas oportuno de la batalla. (MARTÍNEZ VAL: 1996 114).

“Se originó un revuelo en los campamentos de los cristianos, y lo que suele suceder con frecuencia, la imprevista presencia de los moros produjo en los enemigos estupor y temor al mismo tiempo”

Julio González destaca, que la presencia del ejercito musulmán perfectamente formado, cuando ya los cristianos no esperaban tener que combatir, fue un factor muy adverso y por ello el consiguiente desconcierto inicial (GONZÁLEZ, 1960: 962).

Siguiendo el relato de Al-Bayan, antes de iniciarse el combate el emir árabe se puso a recorrer las filas musulmanas exhortando con suras coránicas a los combatientes y esforzando sus corazones (HUICI MIRANDA, 1956: 204). En opinión de Alvira Cabrer, los rituales preparatorios durante los siglos XI-XIII, formaban parte esencial de las actividades del guerrero antes de entrar en batalla. Gracias  a ellos, muchos podían superar o, al menos, afrontar el “schock” psicológico derivado de una lucha cuerpo a cuerpo en campo abierto (ALVIRA CABRER, 2002: 242).

“Saliendo de los campamentos rápidamente y sin orden, marchan al campo”

Huici Miranda detalla que, según las crónicas, una vez pasado el efecto sorpresa, el ejército cristiano, que estaba en lo alto de la colina de Alarcos, al lado del castillo, se lanzó al ataque. Martínez Val puntualiza que la pendiente del cerro del Despeñadero, donde estaría asentado el campamento castellano, es poco apta para bajarla en formación de carga, a galope tendido, por lo abrupto  y pedregoso de la misma. Por ello piensa que probablemente las fuerzas cristianas bajaron al llano, donde una vez formadas, iniciarían el ataque (MARTÍNEZ VAL: 1996 116).

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No seria ajeno el rey castellano al conocimiento de que el resultado de una batalla no era la consecuencia exclusiva del valor personal y de la habilidad del guerrero, sino de la colocación de los ejercitos sobre el terreno, y del modo de abordar el ataque y los movimientos de las tropas (GARCIA FITZ, 1998: 385). Pero también sería consciente que establecido el contacto, solo quedaba luchar con la máxima ferocidad y confiar en la bravura de sus hombres y en su mejores armas (GARCIA FITZ, 1998: 398). Pudiera ser, que este factor fuera el que “nublara el juicio” del rey castellano para aceptar la batalla ofrecida por los almohades en Alarcos. Superioridad en armamento, que años después fue reflejada en el relato de la batalla de las Navas, que el arzobispo de Narbona envió al capítulo del Císter, y en el que señalaba que las armas de los cristianos, tanto de a pie como de a caballo eran muy superiores a las de los musulmanes (GARCIA FITZ, 1998: 400). Después de lo escrito, no parece tan probable que los cristianos una vez superado el efecto sorpresa, se presentaran sin orden a la batalla, rapidamente si, pero repitiendo el orden de combate adoptado el dia anterior cuando los musulmanes no quisieron enfrentarse a ellos.

Sobre dicha disposición nada sabemos. Pero a tenor de los movimientos narrados en las crónicas, Martínez piensa que se dispondrían en tres cuerpos: La vanguardia, al mando de Don Diego López de Vizcaya, formado por la caballería pesada, en la que los caballeros de Calatrava ocuparían el centro de la primera linea; teniendo a su izquierda a los de Santiago y Truxillenses (Pereiro, dice él) y a su derecha a los caballeros de las mesnadas conejiles y señoriales del fonsado del todo el reino.

La retaguardia en la que quedarian los infantes para proteger la retirada de los caballeros y los posibles ataques al campamento cristiano. Y una reserva de caballería a las órdenes del propio  rey Alfonso, que esperaría cerca del castillo  el momento oportuno de entrar en acción (MARTÍNEZ VAL: 1996 114).

Según Martín Alvira: “La caballería pesada se organizaba en “unidades tácticas” que maniobraban coordinadamente en combate. La más básica era el conrois o conreix, formado por 20-24 hombres a caballo que entrenaban y combatían juntos en torno a un pendón y un caudillo. Un número variable (seis o mas) de estos conrois coordinados formaba el haz o batalla, la unidad más importante y característica en la Edad Media (ALVIRA CABRER, 2002: 286). En esta formación, en un campo de batalla de un kilómetro de anchura podían desplegarse unos 2.000 caballeros, pues el orden adoptado era muy cerrado, se contaba el dicho de que si se lanzase un guante entre los caballeros así formados, no debía caer a tierra (VARA THORBECK, 1999: 244). La caballería así dispuesta extendería un frente similar al mostrado por el enemigo, pues de de no ser así, tras el choque y ceder el punto atacado, las alas del enemigo se quedarían sin frente y tenderían converger y colocarse a la retaguardia de los caballeros atacantes, convirtiendo a los perseguidores en perseguidos (ARDAN DU PICQ, 1998: 162). George Bernard Sahw en su obra Arms and the Man explica que una carga, incluso sobre el terreno más conveniente, rara vez era ejecutada por toda la linea al mismo tiempo; al enemigo se llegaba en sucesión, por distintos puntos de la línea, unos más avanzados que otros. Por ello era de la mayor importancia que los destacamentos que llegasen antes al enemigo formasen un masa compacta, y que se lanzasen como un solo hombre, para así poder abrirse paso a través de él (BENNET, 2000: 236). Era también conveniente no repetir una segunda carga sobre un mismo punto, para evitar tropezar con los hombres y caballos muertos (VARA THORBECK, 1999: 244).

En lo referente al papel que desempeñaba la infantería, García Fitz piensa que desde un punto de vista táctico la función que los peones de los ejercitos cristianos podía presentar en la retaguardia, no era en absoluto despreciable. Aunque su papel primordial era el de salvaguardar el bagaje o la posición del dirigente militar durante la lucha, su disposición en orden cerrado daba seguridad y confianza a la carga de los caballeros, pues sabían que en caso de retirada, los infantes les protegerían. García sigue opinando que aunque el papel de los peones, quede silenciado en los documentos, en algunas ocasiones, pudieron tener tambien una función similar a la que tenía en las fuerzas musulmanas, en las que además de mezclarse con los jinetes durante las ofensivas, podían ser ellos las que iniciaran el ataque (GARCIA FITZ, 1998: 381).

El primer ataque corrió a cargo de los cristianos que, ante la amenazadora presencia del ejército musulmán, se lanzó desde su posición dominante en sucesivas oleadas (MUÑOZ RUANO y PÉREZ DE TUDELA VELASCO, 1993). Era un cuerpo constituido por caballeros, cubiertos de hierro (GONZÁLEZ, 1960: 962). En formación de haces, y alineados al frente, unos junto a otros. Ello proporcionaba una importante ventaja psicológia: el efecto devastador que la visión de la línea enmallada de caballeros podía tener sobre la moral del enemigo (GARCIA FITZ, 1998: 386). Básicamente las cargas de caballería pesada tenía una función rompedora de los cuadros enemigos, pero puede que no tanto, para establecer el contacto, como hacer que éstos huyeran del campo de batalla. La clave era la intimidación. El hombre ha experimentado en todas las épocas un gran temor a ser pisoteado por los caballos y este temor ha derribado mil veces más soldados que el choque real, siempre mas o menos evitado por el propio caballo. (ARDAN DU PICQ, 1998: 78). Si la carga resultaba efeciva las posiciones de las fuerzas atacadas se desorganizaban y sus lineas era traspasadas por los atacantes, convirtiéndose en una masa inarticulada de guerreros (GARCIA FITZ, 1998: 386). Lo que ocurría a continuación no es necesario decirlo… era una carniceria (ARDAN DU PICQ, 1998: 74). Comenta Martín Alvira: “que las primeras unidades tenían la misión de “fijar” al enemigo, ya que manteniendo al enemigo inmóvil se garantizaba la eficacia de las siguientes cargas. Si no se producía la ruptura, el combate se convertía en mêlée, sucesión de cargas y contracargas de caballeros agrupados que utilizaban espada y otras armas cortas. Los ataques se repetían hasta la derrota de los defensores o hasta que el cansancio y las bajas aconsejaban la retirada (ALVIRA CABRER, 2002: 286).

“miden sus armas, y en la primera línea de los cristianos caen importantes hombres: Ordoño García de Roda y sus hermanos, Pedro Rodríguez de Guzmán y Rodrigo Sánchez, su yerno, y bastante otros muchos. Se despliegan los árabes para perdición del pueblo cristiano. Una innumerable cantidad de flechas, sacadas de los carcajes de los Partos, vuelan por los aires, y, enviadas hacia lo incierto hieren con golpe certero a los cristianos.”

Vista la forma de ejecutar las cargas de caballería y sus efectos, volvamos a la batalla, donde quedamos a la caballería enlorigada de los freires y de los nobles, lanzándose contra las fuerzas musulmanas. Llegados a este punto las crónicas se desdicen unas a otras sin que realmente podamos conocer con exactitud que sucedió en aquella jornada. La opinión de Rawd al qirtas es que la caballería castellana ejecutó tres cargas, pero solo la última fue efectiva, teniendo que retroceder en las dos anteriores sin que precise la razón. Recordemos que frente a la carga de los caballeros cristianos y delante del cuerpo central musulmán de los Hintata del visir, se había situado un cuerpo de vanguardia formado por dos elementos: el primero en el que estaban los Guzz, arqueros a caballo; y otro detrás, en el que se habrían situado arqueros a pie. Podemos pensar que en la primera  carga, los Guzz les harían frente con su clásico tornafuye, es decir  con constantes acometidas y rápidos movimientos, sin orden aparente, con el objetivo de desordenar sus formaciones cerradas. La velocidad de estos jinetes y sus movimientos erráticos creaba una gran confusión, evitando el encuentro directo y descargando una lluvia de flechas sobre las lineas de la caballeria castellana, matando e hiriendo a hombres y caballos (SOLER DEL CAMPO, 2006: 81), Tenemos testimonios de la misma táctica empleada por los turcos selyúcidas en la primera cruzada: “Ellos rodeaban a todos los nuestros y lanzaban tan gran cantidad de saetas  que ni la lluvia o el granizo hubiesen producido oscuridad tan grande, que muchas destrozaban a nuestros hombres y sus caballos. Cuando las primeras filas de los turcos habían vaciado sus carcajes, se retiraban hacia atrás y comenzaban la siguientes. A esta fase de preparación sucedía la acción decisiva: “los turcos vieron que nuestra gente y sus caballos tenían muchos heridos y grandes daños, colocaron rapidamente sus arcos en el brazo izquierdo, bajo los escudos y atacaron muy cruelmente con su mazas y espadas“ (CONTAMINE, 1984: 75) Visto lo anterior podemos pensar que posiblemente, esa primera carga tuvo que ser abortada por los Guzz y la retirada fue la orden a seguir en las filas cristianas. No sabemos si los Guzz, después de entrar en combate, se replegarían hacia las abiertas llanuras que se abrían al este del campo de batalla o, por el contrario, se mantendrían en el campo de batalla, con su táctica con ataques fingidos y de evitar el choque lanzando andanadas de flechas tal y como se describe en la Crónica Latina: “vagando los árabes para la destrucción del pueblo cristiano”. Pero lo cierto es que efecuadas su maniobra de distracción, dejaron de ocupar la vanguardia almohade, quedando ahora, en primera linea los arqueros, que tras disparar unas series de saetas, se replegarían inmediatamente detrás del cuerpo central, desde el que volverían a disparar a discrección, junto a los lanzadores de jabalinas y honderos, sobre los caballeros cristianos que mantuvieran la carga.

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Julio González indica que ya al ver como los cristianos se les echaban encima, los pregoneros del visir gritaron a los suyos la orden de resistencia, y ésta fue la consigna general en todo su ejército (GONZÁLEZ, 1960: 962). En algunas crónicas, estos dos ataques se condensan en uno solo, pero el resultado es el mismo. El desanimo y la frustración de los caballeros cristianos, todavía a caballo, debió ser enorme, al ver caer a sus compañeros sin haber podido efectuar ningún choque con las fuerzas enemigas. Bajas que tampoco debieron ser muy cuantiosas, dadas las protecciones que llevarían los caballeros. En la batalla de Arsuf, durante la tercera cruzada, las tropas del Rey Ricardo llevaban una gambeson (chaqueta acolchada) y cota de malla tan gruesa que los cronistas árabes cuentas que sus flechas no les hacían ningún efecto, pudiendo verse soldados que parecían erizos, con entre una y diez flechas clavadas que seguían su camino en la fila. Pero lo cierto es que la multitud de proyectiles lanzados algo si tuvo que “adelgazar” las filas cristianas, y si no en número, si probablemente en moral, porque Rawd al-qirtas dice de esta carga, que aunque fue tan espectacular como la primera, también fracasó (HUICI MIRANDA, 1956: 160)

La carga de caballería, como señala Maurice Keen: “con la lanza sujeta bajo el brazo, por debajo del hombro, capaz de penetrar las cotas de malla, era la forma ideal de enfrentamiento entre los cuerpos de caballería, pero no existen pruebas de que esta forma de manejar la lanza no fuese ya conocida en el siglo XI, y en todo caso, sería inútil contra la infantería. Lo más probable es que esta técnica de manejar la lanza fuese solo una de las posibilidades disponibles para los jinetes. Los normandos en los tapices de Bayeux aparecen lanzando sus lanzas o golpeando con ellas, no porque no hubiesen aprendido aún las “nuevas técnicas”, sino porque aparecen atacando a la infantería en formación cerrada. Cuando Ana Comnena escribió que “un celta (cruzado) a caballo resulta invencible” estaba refiriéndose no a un tipo particular de técnica en el manejo de la lanza, sino al hecho de que el escudo y la armadura del caballero le hacían casi invulnerable a las flechas.  La caballería que actuaba sola, no tenía ninguna posibilidad ante una infantería bien disciplinada. Los caballos son demasiado vulnerables ante un muro de lanzas. Sólo cuando la formación se rompe era posible realizar con éxito un carga” (KEEN, 2005:109). Podemos deducir entonces, que las retiradas de las cargas de los haces de caballería castellanos, sin llegar al contacto con el enemigo, pudiera formar parte de una táctica similar al “tornafuye” de los musulmanes, movimiento que también sabemos que era empleado por la caballería casteallana (MARTÍNEZ VAL: 118). Repliegue casi obligado, al observar las firmes formaciones del centro almohade. Con esta simulación de retirada se buscaba que  los cuadros de infantes iniciaran un contraataque desordenado, que los hiciera perder su ferrea defensa y poder batirlos en campo abierto. Hipótesis, que coje mas fuerza, al leer al cronista el Rawd ad-qirtas, cuando dice que la caballería cristiana avanzó en perfecto orden, y bajó hasta casi tocar las puntas de las lanzas musulmanas con los pechos de los caballos, pero retrocedieron antes de chocar con los infantes musulmanes ((HUICI MIRANDA, 1956: 154). Solo al ver que fallaba esta táctica y juramentados en morir en el intento, los castellanos efectuarian una carga suicida, al tercer intento, que esta vez si consiguió efectuar el choque contra el centro musulmán utilizando el binomio jinete caballo a modo de proyectil. De tal manera que, aunque los caballos fueran heridos o muertos, los boquetes que crearían al caer entre las filas de lanceros podría ser utilizados por los demás jinetes para penetrar en las filas musulmanas y desbaratar su formación (VARA THORBECK, 1999: 244). El choque contra el centro de la “medianera” fue duro y los castellanos hicieron mella. Las cargas de los haces de caballeria se repetían una y otra vez. Los castellanos atacaban en forma que parecía un torrente sucediendo a otro y unas olas a otras, todo eran ataques furiosos y griterio. (GONZÁLEZ, 1960: 962).

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“Se lucha con fuerza por ambos bandos. El día pródigo en sangre humana, envía moros al tártaro y traslada cristianos a los eternos palacios”.

El choque debió ser tremendo, los caballeros cristianos consiguieron llegar hasta las banderas califales, pero el visir que las defendía no huyó y resistió heroicamente alcanzando el martirio con mucho de los suyos. Al ver que todo se convertía en una refriega entre caballeros y peones, y viendo perdida la baza de la carga, en ese frente, los castellanos decidieron desviar las nuevas embestidas hacia el ala derecha musulmana, donde hizo gran daño entre la fila de los voluntarios (MUÑOZ RUANO y PÉREZ DE TUDELA VELASCO, 1993).  Se dice que la confusión se apoderó de la genta baja que comenzó a huir, y la suerte de la batalla parecía empezar a ponerse del lado castellano (GONZÁLEZ, 1960: 962).

No sabemos la razón de la elección del ataque sobre el ala derecha, los dos cronistas no se ponen de acuerdo sobre que tropas realmente ocupaban esta posición (andaluces, según Rawd al-quitas; voluntarios y soldados poco aguerridos, dice Al-Bayan) lo cierto es que ni unos ni otros tenían fama de bravos, considerándolos a todos como malos combatientes, sin ardor ni resistencia (MARTÍNEZ VAL:1996, 118). De todas formas, conviene también apuntar, que siempre se ha recomendado, en la lucha de la caballeria contra los infantes desplegados en linea, las cargas por el flanco, con los caballos en hilera y las armas terciadas y apuntando hacia la derecha, siendo las que más bajas producen, ya que el jinete solo puede golpear a su derecha y de esta forma es la unica que todos pueden golpear (ARDAN DU PICQ, 1998: 164).  Lo que explicaría el giro hacia la izquierda de los haces de caballería, para cargar de frente contra el ala derecha musulmana, pero “erosionando” en su cabalgada hacia ella, la primeras filas del cuerpo central que quedarían a su derecha, lado en el que llevarían sus armas ofensivas: lanza o espada.

Viéndo el sultán, como se tornaba la situación, tomó la iniciativa para contrarrestar el empuje cristiano. Un cronista afirma que ordenó a sus cortesanos que se preparasen; mientras él se adelantaba sin la zaga para alentar a los que peleaban y exhortarlos a caer sobre el enemigo. Su presencia y ejemplo enardecieron a los musulamenes, que atacaron decididos (GONZÁLEZ, 1960: 962). Sería entonces cuando el sultán dio las ordenes oportunas de contrataque y comenzó un doble movimiento envolvente a la caballeria cristiana. Por un lado: de la derecha cristiana por el ala izquierda musulmana, dirigido a lo largo del rio Guadiana, hasta los mismos escarpes del Castillo; y por otro los Guzz que se habían mantenido replegados al este, atacaron por el flanco a las fuerzas castellanas  que estaban masacrando el ala derecha musulmana (MARTÍNEZ VAL: 1996, 118).

La vanguardia castellana, de mucho menor número de combatientes, que el resto del ejercito almohade, envuelta de esa forma, quedo malparada. Los musulmanes se movían con soltura y les rodearon, lanzando tal nube de saetas sin apuntar que inflingían a los cristianos heridas ciertas (GONZÁLEZ, 1960: 962).

Raw ad Qirtas cuenta que: “la muerte se cebaba en los cristianos, y cuando arreció el estrago entre los infieles y se persuadiron de su ruina, volvieron las espaldas, huyendo a la colina en la que estaba Alfonso, para defenderse en ella, pero se encontraron con que el ejército musulman se habia puesto entre ellos y la colina y volvieron sus pasos hacia la llanura, cayeron de nuevo sobre ellos los árabes, voluntario , hintatas, agzaz y arqueros que los arrrollaron y exterminaron si dejar ni uno

A Federico de Prusia, le gustaba decir que: “ tres hombres situados en la retaguardia del enemigo, valían mas que cincuenta colocados frente a é”. En ocasiones, el efecto moral lo era todo.

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La opinión de Ambrosio Huici es que, dadas las contradicciones de los cronistas, no podemos saber con seguridad, si fue el arrojo personal de al-Mansur el que hizo mantenerse las líneas almohades y pasar al ataque; o si bien, como parece mas probable, mientras los castellanos se esforzaban en vano o con flojedad en hacer volver las espaldas al enemigo, las muchas fuerzas que aún tenía en reserva al-Mansur emprendieron movimientos envolvente por sus alas que pusieron finalmente en fuga a los cristianos. La versión portuguesa de la Crónica general pretende justificar la ineficacia del ataque de la caballería castellana alegando el resentimiento de don Diego López de Haro y de los castellanos porque el rey los había equiparado con los de la Extremadura (HUICI MIRANDA, 1956: 160). La crónica de Calatrava lo refiere así: “Los Hijosdalgo y Ricoshombres que con el fueron, algunos estaban muy agraviados del Rey, por haber dicho que valían tanto para la guerra los Caballeros de Extremadura, como los Hijosdlago de Castilla. Por esto muchos de los Hijosdalgo hizieron menos de lo que pudieran en esta jornada, porque quisieron ver como le iba al Rey sin ellos, con los caballeros Extremeños”.

“El noble y glorioso rey, viendo a los suyos caer en la batalla, se adelanta y, metiéndose en medio de los enemigos, abate virilmente, con los que le asistían, muchos moros a derecha e izquierda”

La tercera fase de la batalla fue impuesta por el giro que tomaban los acontecimientos. Alfonso VIII viendo caer a los suyos, se dispuso a dar el golpe definitivo lanzándose al combate con las reservas que tenía (GONZÁLEZ, 1960: 962).

Para ello, y siguiendo el razonamiento del estudio de Juan Muñoz Ruano y Mª Isabel Pérez de Tudelo Velasco, el rey castellano, junto a sus últimos caballeros, giraría hacia su derecha amparados por el castillo de Alarcos y bajando la ribera del rio, intentaría el ataque al flanco izquierdo musulman en un intento de liberar, de la tenaza en la que se encontraba, su caballeria. Pero enterado el miramolín, éste avanzó con la reserva almohade y acometió a la de don Alfonso. Cuando el castellano se preparaba para cargar sobre los musulmanes, oyó tambores y trompetas a su derecha: eran los estandartes almohades con la seña blanca del califa al frente. Cuando salió de su sorpresa comenzó su turbación. La lucha se hizo general y la confusión fue enorme (GONZÁLEZ, 1960: 962). Reserva musulmana, que, parece ser, Alfonso desconocía totalmente, y de ahí su sorpresa. El cronista cuenta que al oir el rey castellano, los tambores que conmovían la tierra, y las trompetas que llenaban con sus ecos montes y valles, levantó la vista y preguntó que era aquello, a lo que un musulmán le contestó que era el Miramolín, que se acercaba con el grueso de las tropas, y que hasta entonces solo había luchado con las avanzadas de su ejército (HUICI MIRANDA, 1956: 156).

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La Crónica de Calatrava continua el relato de la siguiente manera: “El Rey viendo tanta perdición, se metió en lo mas rezio de la batalla, diciendo de que quería morir en ella y no volver con tanta afrenta a Toledo.

“Pero dándose cuenta los que le asistían más de cerca que no podrían sostener a la innumerable multitud de moros, puesto que ya muchos de los suyos habían caído en el combate -pues había durado la batalla mucho tiempo y el sol había calentado al mediodía en la festividad de Santa Marina-, le suplicaron que se alejase y preservara su vida ya que el Señor Dios se mostraba airado con el pueblo cristiano. Pero no quería oírlos y prefería acabar la vida con muerte gloriosa a retroceder, vencido, de la batalla. Los suyos, dándose cuenta que el peligro era inminente para toda España, lo apartaron del combate, casi de mala gana y a regañadientes”.

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El Monarca luchaba valerosamente; pero la victoria pertenecía ya al infiel. Se salvó gracias a una estratagema: con algunos caballeros se precipitó dentro de la fortaleza, como para encerrarse en ella, pero salió enseguida por la puerta opuesta, camino de Toledo (GUTTON, 1955: 35) sin más compañía que veinte jinetes (LOMAX, 2006: 157)

Llegó, pues, a Toledo con pocos soldados, doliéndose y gimiendo por la gran desgracia que había acontecido. Diego López de Vizcaya, noble vasallo suyo, se refugió en el castillo de Alarcos, donde fue asediado por los moros, pero por la gracia de Dios, que lo reservaba para grandes cosas, mediante la entrega de algunos rehenes, pudo salir y, siguiendo al rey, llegó a Toledo a los pocos días.

Muchos cristianos habían caido, el rey estaba huido y no quedaba posibilidad de victoria, por lo que los caballeros supervivientes huyeron como pudieron, produciéndose escenas de pánico, y desbandadas. Era algo sabido y constatado: cuando se empezaba a huir, la mortandad estaba asegurada, pues una vez que volvían las espaldas eran incapaces de defenderse o volver a reunirse. Pese a todo, Ruiz Gómez, es de la opinión, que el número de caballeros que pudo salvarse de la batalla debió ser todavía importante, y que una vez evidente el resultado adverso de la misma, decidieron retirarse y evitar así una destrucción mayor de sus huestes (RUIZ GÓMEZ, 1995: 164). Quizás fue esa la flaqueza de ánimo en el combate, que las crónicas les achacarían posteriomente. Los peones castellanos, por su parte, abandonaron el campamento y se prepararon para la defensa en Alarcos. Diego López de Haro, se refugió en la fortaleza, con la enseña real, para dar tiempo al monarca en su huida. Ya frente al castillo, los almohades intentaron el asalto, y Don Diego realizó una espolada, en parte abortada. Posiblemente el combate se encarnizó al pie de la muralla, lo que atestiguan las excavaciones.

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Pero finalmente se negoció el aman y Don Diego y los demás caballeros que estaban con él pudieron regresar sanos y salvos a Toledo, después de haber dejado unos rehenes. (RUIZ GÓMEZ, 1995: 164).  La intervención del famoso don Pedro, tanto en la batalla con su mesnada, como en la negociación de la rendición de Alarcos fue decisiva (HUICI MIRANDA, 2000: 370). Lucas de Tuy comentaba la inestimable ayuda que el de Castro, había prestado al enemigo en la batalla de Alarcos, señalando que “los godos (cristianos) no fueron prácticamente nunca derrotados por los bárbaros excepto cuando de su parte tenían a otros godos” (LINEHAN, 2008: 59). Sobre las bajas de la batalla, opinan: González Pérez, y Lago, que al igual que en Sagrajas, los victoriosos musulmanes debieron tener mas bajas que los cristianos. En Alarcos, los cálculos le llevan a cifrar las pérdidas totales musulmanes en unos 4.000 hombres, o quizas incluso más. Los cristianos no tendrían más de 2.000 casi todos caballeros, pues la mayor parte de la infantería, 5000, pudieron refugiarse en Alarcos y una parte importante de la caballeria escapar, bien por el valle del Guadiana o bien con Alfonso VIII hacia Toledo (GONZÁLEZ PÉREZ y LAGO, 2004: 77)

El rey de los moros saqueó los espolios; tomó algunas fortalezas como Torre de Guadalferza, Malagón, Benavente, Calatrava, Alarcos y Caracuel, y así volvió a su tierra.

Al igual que ocurría en el Reino de Jerusalén, el número de combatientes con los que se podía contar en un momento dado debía ser insuficiente para cumplir todas las labores que se desprendían de una situación de guerra. Manuel Rojas opina, que no era posible la coexistencia simultánea de una gran ejército, actuando en descubierta, y el adecuado guarnicionamiento de las fortalezas. Cuando el 30 de abril de 1187 el gran maestre templario supo que una columna musulmana cruzaría a través de Galilea decidió atacar a los invasores y convovó a las guarniciones de ciertos castillos. Cuenta un testigo, que en uno de ellos solo quedaron dos hombres enfermos (ROJAS, 2006: 100). Parece razonable, por tanto, la escasa o nula resistencia de los puntos fortificados tomados por los almohades, después de la batalla. Dada la escasez de efectivos, perdidos en Alarcos. Y aunque si bien es cierto, que algo se verían reforzados por las tropas huidas, las condiciones morales no serían las más idóneas para la defensa.

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Rades y andrada cuenta en la Crónica de Calatrava los últimos movimientos de esta campaña: “Tomada la villa y castillo de Alarcos, luego los Moros fueron sobre Calatrava la Vieja, donde estaba el Convento de la Orden, con muy pocos caballeros, que se habian escapado de la batalla de Alarcos y por fuerza y combate ganaron la villa, donde pasaron a cuchillo a todos los Freyles Caballeros y Clerigos, y a muchos otros cristianos porque no quisieron darse luego. Hicieron los Moros enterrar sus cuerpos fuera de la villa, por quitar de ella el mal olor; y por esto cuando los cristianos ganaron otra vez esta villa el Maestre mando edificar en aquel lugar una Hermita con el titulo de Nuesta Señora de los Martires, porque aquellos Caballeros murieron por la Fe de Cristo y hasta hoy le dura este nombre”. Aunque hay noticias de un intento de contrataque cristiano (SEWARD, 2004: 195) entre las ventas de la Zarzuela y Darazutan (hoy venta de Enmedio), en la antigua calzada romana, en un paso que, según Melchor de Villanueva, todavía guarda el nombre de la masacre que allí aconteció: “Puerto de la Matanza”. Según la Crónica de Calatrava: “Vencida la batalla, los Moros siguieron el alcance de los cristianos, que iban huyendo, hasta un portezuelo que está entre las dos ventas de la zarzuela y Darazutan; y allí los cristianos pretendieron defenderse, pelearon por segunda vez; y todos fueron muertos o presos

Las consecuencias de la batalla fueron catastrófica, sobre todo en el Campo de Calatrava. Aún así, Ruiz Gómez piensa que, según los datos obtenidos, todo parece indicar que los castellanos habían calculado tanto la retirada a tiempo como la posibilidad de limitar las pérdidas territoriales posteriores a la línea de los Montes de Toledo, dejando a salvo las ricas tierras del valle del Tajo (RUIZ GÓMEZ, 2003: 234).

Rodríguez-Picavea es de la opinión de que las grandes perjudicadas de la derrota de Alarcos fueron, sin duda, las Órdenes militares: La Orden de Santiago perdió diecinueve freires en la batalla; la de Trujillo, practicamente desapareció al perecer casi todos sus efectivos; pero la más afectada de las supervivientes fue la de Calatrava, que perdió, después de la derrota de Alarcos, la mayor parte de su patrimonio (RODRÍGUEZ-PICAVEA MATILLA, 1994: 99). Perdida, que sufrirían al año siguiente los Truxillenses, a consecuncia de una nueva ofensiva almohade, esta vez por el flanco Oeste del reino castellano: Trujillo y su tierra. Tras perder la mayor parte de sus freires en Alarcos y sin haber podido reponerse, en 1196 perdía todo su “solar”. Por lo que en palabras de Pérez Castañera, “se vio abocada a desaparecer, y sus escasos efectivos pasaron a integrarse en Calatrava” (PÉREZ CASTAÑERA, 2000: 561).

En las Diffiniciones de la Orden y Caballería de Calatrava. Conforme al Capitulo General celebrado en Madrid año MDCLXI, se dice que la mayor parte de los bienes de la Orden de Truxillo recayeron en la Orden de Calatrava, por haberse después incorporado a ella. Y que posteriormente pasaron a la Orden de Alcántara, porque: “ habiéndose ellos entregado a la de Calatrava el año 1196 y dado Calatrava al Pereiro la villa de Alcantara, y todo lo que tenia en el Reyno de Leon el año 1218 entraron estos en aquel acuerdo. De esto se ve lo engañoso que escribieron algunos autores, afirmando que la Orden de Truxillo pertenece a la que antiguamente se llamó del Pereyro y hoy Alcantara, siendo cierto, y constando por muchas escrituras que esta hacienda se incorporo en la de Calatrava primero y que Calatrava la dono al Pereiro con lo villa de Alcántara el referido año 1218”

El martes 7 de agosto, Al-Mansur, entraba en Sevilla celebrando su victoria con una solemne recepción y un desfile militar en  Aznalfarache (HUICI MIRANDA, 2000; 370)

4.- Fotografías y esquemas procedentes de la Reconstrucción de la batalla de Alarcos el 30 de mayo de 2009. Alarcos (Ciudad Real ) propiedad del autor y Battle Honours

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VILLANUEVA DE, Melchor.  Malagón. 1608.

Oct 012008
 

Manuel Jesús Ruiz Moreno.

  1. INTRODUCCIÓN

Los Freires de Truxillo fueron una milicia asentada en la villa del mismo nombre, cuya existencia se documenta en el ultimo cuarto del siglo XII. La ubicación de su convento matriz, cercano a la alberca, nos indica la necesidad de un lugar de oratorio en sus inmediaciones. La iglesia de la Vera Cruz (ac- tualmente denominada iglesia de San Andrés) bien pudo asentarse sobre el solar donde los milites de Truxillo realizaron sus oraciones. En este trabajo se ha estudiado la posibilidad, y posibles consecuencias de esta relación, dando como conclusión una posible enseña que pudo utilizar esta Orden Militar durante su corta existencia.

 

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Oct 012007
 

Manuel Jesús Ruiz Moreno y Fernando Rebollo García.

1.- Introducción

Después de la retirada de Tenochtitlán, actual Ciudad de Méjico, en la “Noche Triste” el 30 de junio de 1520 y de la victoria de Otumba el 7 de julio, Hernán Cortés planificó cuidadosamente el asalto a la capital azteca, que cayó el 13 de agosto de 1521. Durante las operaciones efectuadas en el sitio y toma de la ciudad, los castellanos construyeron, e intentaron utilizar una maquina de tiro denominada trabuco, que no funcionó como se esperaba. En este trabajo se van a estudiar las referencias, que los documentos nos han dejado de dicha maquina para poder reconstruirla, y posteriormente investigar y deducir cuales pudieron ser las causas que impidieron su buen funcionamiento .

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Oct 012005
 

Manuel Jesús Ruiz Moreno.

1. Orden Militar de Trujillo

Las Ordenes Militares nacieron en Tierra Santa con el fin de asistir y proteger a los peregrinos que se dirigían a Jerusalén. La primera Orden creada fue la del Temple. En torno a 1120 ya funcionaban los templarios asegurando el camino de Jaffa a Jerusalén, y poco tiempo después fueron asumiendo mayores responsabilidades en la defensa de los Santos Lugares frente a los musulmanes, llegando a ser uno de las mejores fuerzas de guerreros profesionales, perfectamente adiestrados y prestos para el combate. Pronto fueron secundados por otras órdenes con carácter similar, como los Hospitalarios y los Teutónicos. Pero la lucha contra el Islam no se realizó solamente en Oriente, también existía un frente abierto en la Península Ibérica, por lo que respondiendo a una situación similar de lucha contra el infiel, se crearon una serie de Órdenes Militares hispánicas a imitación de estas Órdenes Internacionales. Entre ellas la Orden de los Caballeros Trujillenses.

Esta milicia pudo en un principio nacer como una cofradía militar alrededor de 1180, y podríamos plantear que su primera misión sería la defensa de Trujillo, población donde asentaría su convento principal. Su origen y función podría haber sido muy similar a la que habrían tenido otras Ordenes Militares que la habían precedido, tales como la de Calatrava, o los Fratres de Cáceres después conocidos como Orden de Santiago. En 1188 encontramos ya a esta milicia organizada como Orden Militar y con la fuerza suficiente para aceptar la custodia de la villa de Ronda, en Toledo. Su valía en combate, haría a los freires trujillenses, poco tiempo después, merecedores de la defensa de una de las fronteras más conflictivas en aquellos tiempos, el territorio de Trujillo. Entre las donaciones efectuadas por el rey Alfonso VIII a esta milicia podemos citar los castillos de Trujillo, Albalat, Santa Cruz, Cabañas y Zuferola. Fortalezas desde las cuales se realizarían frecuentes incursiones contra el territorio musulmán. En 1195 los Caballeros de Trujillo debieron participar en la batalla de Alarcos, devastador enfrentamiento para el ejército castellano en la que los trujillenses debieron sufrir un gran número de bajas. En la lucha debieron comportarse con valentía, porque tras la derrota conservan el dominio sobre las fortalezas donadas anteriormente, lo que nos hace pensar que seguían manteniendo la confianza del monarca castellano.

Durante la expedición almohade de 1196 contra la corona castellana, el territorio de los freires trujillenses es arrasado por los musulmanes. Ante la escasez de efectivos militares, caídos el año anterior en Alarcos, las guarniciones de las plazas trujillanas no estarán en condiciones de resistir, por lo que la evacuación de las poblaciones a su cargo sería la orden a seguir. Una a una fueron tomadas todas las fortalezas ante el ataque imparable de las tropas sarracenas. Protegiendo la retirada es posible que quedaran algunos caballeros con la última misión dada a esta milicia, entorpecer, en la medida de los posible, el avance de las columnas almohades y dar tiempo a que las poblaciones evacuadas pudiera ponerse a salvo; sería en el cumplimiento de éste objetivo donde sacrificarían sus últimos efectivos defendiendo el territorio castellano a ellos asignado.

La opinión de los especialistas sobre esta orden es un tanto dispar; para algunos autores los orígenes de la Orden Militar de los Caballeros de Trujillo fueron distintos a los de la Orden Militar de San Julián del Pereiro (luego O. M de Alcántara) aunque posteriormente pudieron establecerse algún tipo de relación o dependencia entre ellas, que acabaría con la fusión de los trujillanos en la San Julián; mientras que para otros, siempre fueron la misma, recibiendo el nombre de San Julián del Pereiro en el reino de León y de Trujillo en el de Castilla. (MORENO LÁZARO, 2004: 35).

2. Enclaves militares truxillenses en Tierras de Trujillo

En este trabajo solo se han estudiado los enclaves militares situados en la Tierra de Trujillo, cuyos límites antes de finalizar el siglo XIII estaban fijados con claridad, extendiéndose desde el Almonte al Guadiana y del Tamuja al macizo de las Villuercas (BERNAL ESTEVEZ. 1998: 112)

Para el estudio de los enclaves militares que pertenecieron a los freires truxillenses en las tierras de Trujillo, nos vamos a basar en dos documentos dirigidos a dicha Orden Militar:

El primero es una concesión del 5 de Abril de 1188 por parte de Alfonso VIII a Gómez, magistro truxillensi y a todos sus freires, de la localidad toledana de Ronda (Toledo):

“(…) dono et concedo vobis domino Gomez, magistro truxillensi, et omnibus fratribus vestris, presentibus et futuris, Rondam, cum ungressibus, et egressibus, (…)” (TORRES Y TAPIA, I, 1763: 103).

El segundo es un privilegio de donación de fecha 6 de marzo de 1195, en el que el mismo rey concede al convento de los freires de Truxello y a su magistro don Gómez: la villa y castillo de Trujillo, de Albalat -a orillas del río Tajo-, la fortaleza de Santa Cruz cerca de Trujillo, sito en un monte arduo, y otros dos castillos de los cuales uno se llama Cabañas y el otro Zuferola. Estos castillos y villas son dados íntegramente con todos sus términos, heredades y solares, aguas, y pastos. Además, para la manutención y sostenimiento de dichos castros y villas les asigna tres mil ducados anuales impuestos sobre la greda de los montes de Magán de los que les había de hacer pago su Almojarife:

“(…) donationis, et concessionis, et stabilitatis Deo et conventui fratrum de Truxello, presentium et futurorum, et vobis domno Gometio, eiusdem conventus instanti magistro, vestrisque successoribus perpetuo valituram, dono itaque vobis et concedo villam et castellum quod vocant Turgellum; et villam et castellum quod vocant Albalat, situm in ripa Tagi; castellum quoque quod vocant Sanctam Crucem, prope Trufellum, situm in monte Arduo; et alia duo castella, quorum alterum vocatur Cabannas, reliquum vero Zuferola, predictas siquidem villas et castella vobis dono et concedo integre, cum omnibus terminis suis, heretitatibus, solaribus, aquis, pascuis, et cum ingressibus et exitibus, et cum omnibus directuris, et pertinentiis suis, iure hereditario habenda in perpetuum et irrevocabiliter possidenda. Ad munitionem igitur et manutenentiam perpetuam predictorum castrorum et villarum vobis assigno, dono et concedo annuos redditus trium millium auereosum de Greda montis de Magam (…) (TORRES Y TAPIA, 1763, I: 108)

Es probable que los freires truxillenses también ocuparan otros enclaves de menor entidad para la defensa de la zona, tales como torres de vigilancia, que permitiesen controlar visualmente las principales vías usadas por los musulmanes en sus razzias sobre este territorio, pero no tenemos documentos que nos los confirmen. Puestos avanzados como: las Atalayas (promontorio entre Ibahernando y el Puerto de Santa Cruz), el Torreón, los Lagares de Herguijuela, la Peña de Zorita (en el caso de no identificarse con la Zuferola del documento de donación), Logrosán, Cañamero, etc. (estos últimos con castillos o algún tipo de fortificación documentada en años posteriores) pudieron servir para avisar del peligro inmediato del avance musulmán. (RUIZ MORENO. * )

2.1. Convento matriz

El primer documento en el que se tiene noticia de la Orden de Trujillo, es una concesión del 5 de Abril de 1188 por parte de Alfonso VIII a Gómez, magistro truxillensi y a todos sus freires, de la localidad toledana de Ronda

El documento mencionado nos indica que esta Orden tenía su casa principal en Trujillo, su situación en la ciudad podemos encontrarla en el Manuscrito de Tapia, texto recogido en las Crónicas trujillanas del siglo XVI por D. Miguel Muñoz de San Pedro, que la ubica en las casas del mayorazgo de los señores de Orellana la Vieja, cerca de la alberca de la villa. Fernández-Daza la sitúa más concretamente en el edificio que actualmente se conoce como Alcazarejo (FERNÁNDEZ-DAZA ALVEAR, 1193: 98, 130). Aunque basándome en la opinión de D. Clodoaldo Naranjo, el solar de los Señores de Orellana la Vieja estaría situado en el palacio derruido que está situado justo al lado de la alberca haciendo pared con ella, y del que actualmente solo se conservan unos paredones y restos de una torre circular (NARANJO ALONSO, 1929: 363) opinión que comparte Sánchez Rubio (SÁNCHEZ RUBIO, 1993, 74-75). Solar que en un plano antiguo de Trujillo realizado por Coello (sobre 1850) aparece denominado como ruinas del Paular o palacio de Godoy,

Sabemos que la Alberca es considerada de construcción árabe o reformada por ellos, y era utilizada desde muy antiguo para el suministro de agua a la población de la villa (Sánchez Rubio, 1993, 75). La posición del convento matriz de los trujillenses controlando la fuente principal de abastecimiento de agua a la población no debe ser accidental, ya que el dominio sobre el agua se ha venido utilizando desde antiguo como instrumento en el ejercicio de poder en las ciudades de la Castilla medieval (Val Valdivieso, 1993: 66), de la misma opinión es Mazzoli-Guintard, para quien también los abastecimientos de agua en las ciudades del al-Andalus, estarían situados en espacios protegidos y vinculados siempre al poder (MAZZOLI-GUINTARD, 2000: 193)

Pensemos que las principales fuentes de aprovisionamiento de agua en la ciudad por aquellas fechas serían la Alberca para la población de la villa y los aljibes de la Alcazaba para la guarnición de la misma, porque los Aljibes de la Plazuela de los Altamiranos han sido considerados por los especialistas, como de época posterior a la reconquista de la ciudad por los cristianos. Pavón Maldonado opina que serían levantados entre los siglos XIV y XV (PAVÓN MALDONADO, 1992: 288)

No conocemos tampoco el lugar en el que debió estar situada la ermita o iglesia donde los freires truxillenses practicaran sus ejercicios religiosos, pero la denominación antigua de la iglesia de San Andrés situada en sus inmediaciones, pudiera darnos alguna pista. El edificio de la actual iglesia de San Andrés se ha fechado como de 1518 e incluso posiblemente anterior (SÁNCHEZ RUBIO, 1993: 76, 80), no se pretende insinuar que la estructura que se observa fuera la existente en tiempos de los caballeros truxillenses, pero siguiendo a Sánchez Rubio sabemos que el nombre que antiguamente recibía la iglesia de San Andrés fue el de iglesia de la Vera Cruz, denominaciones que fueron intercambiadas en el siglo XIX sin que pueda conocerse la razón (SÁNCHEZ RUBIO, 1993, 77). Podemos plantear como hipótesis que los freires truxillenses construyeron una iglesia junto a su convento bajo la advocación de la Vera Cruz, y que la misma pudiera haber sido emplazada en el lugar que actualmente ocupa la iglesia de San Andrés.

Esta primitiva construcción habría sido destruida o rehabilitada como mezquita, tras la toma almohade de la Ciudad, al aprovechar su proximidad a la fuente de agua de la alberca. Pero la denominación de dicha iglesia pudo no perderse en el recuerdo y bien pudiera haberse conservado en la memoria de los habitantes de Trujillo que escaparon del asalto almohade en 1196, o de los que hubieron de volver a la ciudad bajo dominio musulmán. (Recordemos que la tradición cuenta que la reconquista de la ciudad fue en parte posible a las acciones de un grupo de mozárabes, que habitaban en Trujillo, 36 años después de su perdida por los cristianos, y que dirigidos por Fernán Ruiz de Altamirano, consiguieron vencer, desde el interior, la resistencia de los defensores de una de las puertas de la ciudad, por la que entraron los cristianos para tomar la plaza). Por lo que pudiera ser posible, que tras su reconquista definitiva el 25 de enero de 1232, se iniciara la reconstrucción de la Iglesia de la Vera Cruz en el mismo lugar que ocupaba antes de la ocupación musulmana. (RUIZ MORENO. *)

Situando por tanto el convento de la Orden en el Palacio que domina la Alberca, podríamos interpretar que su posición debería defender uno de los accesos a la ciudad, lo que implicaría una modificación de los lienzos de la cerca que se conservan en la actualidad, y cuyo posible trazado es motivo de un estudio más profundo que sobre la Orden Militar de los Caballeros de Trujillo, estamos llevando a cabo.

Otro dato importante que podemos observar en este primer documento dirigido a la Orden es que, en la fecha en la que se redactó (1188), las fuerzas de los freires truxillenses no debían ser lo suficientemente importantes, o no gozarían todavía de la total confianza del monarca, porque no se les ha concedido la defensa de la villa y castillo de Trujillo, acción que no ocurre hasta 1195. (RUIZ MORENO, 2002: 136).

2.2. Villa y Castillo de Trujillo

Es difícil precisar que estructuras defensivas de Trujillo se encontraban construidas en tiempos de su tenencia por los freires truxillenses. Los especialistas en castellología disienten en cuanto a la datación cronológica de determinados elementos arquitectónicos que hoy podemos observar.

Tenemos noticias de que Trujillo es la cabeza de una Cora en el siglo X. La construcción inicial de la alcazaba islámica pudiera asociarse al grupo de fortalezas con estructura de planta cuadrangular o rectangular con ocho torres, cuatro en los ángulos, semejantes al Vacar (Córdoba) Lora (Málaga) Bujalance (Córdoba) ó Linares (Jaén). (PAVÓN MALDONADO. 1999, 185). Dichas torres, que defenderían el adarve, normalmente deberían superar en dos o tres metros la altura de los muros, aunque Pavón Maldonado destaca que las torres construidas en el periodo de los siglos IX y X, eran macizas y su altura no debía sobrepasar demasiado el nivel del paso de ronda. Por lo que observando la altura de las existentes en las alcazaba de Trujillo, y de no haber sido desmochadas durante su azarosa existencia, este dato pudiera informarnos sobre su posible datación cronológica (MORENO LÁZARO. 2004: 51)

La parte más antigua de dicha alcazaba se ha podido fechar gracias a una lápida árabe encontrada en el mismo, en la que Francisco Codera pudo leer: “En el nombre de Dios clemente / misericordioso …/ Mohamed, hijo de Soleiman, compadézcase (de él) Dios … y este (fue) dia jueves, año ocho cuatrocientos” (408/1018) (PAVÓN MALDONADO. 1967: 196)

En el XII Trujillo es considerada como una villa o ciudad de mediano tamaño. El geógrafo el Idrisi en su Geografía de España (acabada en 1154) (TERRÓN ALBARRÁN. 1991: 313), describe en su visita, que Trujillo era una villa grande tal que parecía una fortaleza y sus muros están sólidamente construidos, con bazares bien provistos. Y que sus habitantes, tanto jinetes como infantes, tenían la fama de ser unos excelentes especialistas en la guerra de guerrillas, efectuando frecuentes correrías contra el territorio cristiano.

Descripción que nos permite deducir que no sólo es que tuviera una fortaleza, o alcazaba, si no, que el conjunto de la villa, esto es, el recinto de la cerca, que el observó, estaría en tan buen estado que todo ello le pareció una fortaleza.

Dicha cerca que protegía la ciudad en el siglo XII no debió modificarse de forma importante durante los siglos venideros, conservando por tanto su primitivo trazado de forma muy similar hasta el siglo XV (Sánchez Rubio, 1993, 69).

En cuanto al Albacar, mientras Pavón Maldonado opina que ya debía estar en pie en el siglo XII, (PAVÓN MALDONADO, 1999: 99) otros autores piensan que si bien la puerta principal de dicho albacar si pudiera ser contemporánea con la alcazaba, posiblemente no todos los lienzos existentes en la misma puedan ser tan antiguos, siendo en su mayoría de época posterior.

Reforzando el perímetro se construyeron dos torres albarranas en la alcazaba (s. XII-XIII, aunque otras opiniones se inclinan hacia una contemporaneidad con la alcazaba); y una coracha, o torre avanzada, en el albacar de construcción quizás un tanto posterior a las anteriores. El término “albarrana”, a decir de Pavón Maldonado, viene de la palabra barrani que significa exterior, correspondiendo con la situación más alejada de dichas torres del lienzo de la muralla. Las torres albarranas de la alcazaba actualmente están unidas al resto de la muralla por dos pasarelas, ahora metálicas y fijas, en su tiempo serían de madera y móviles, o quizás pudieron estar unidas al adarve por unos pequeño arcos como en el caso de la coracha, que podían destruirse en caso de ser tomadas al asalto. Estos elementos defensivos, en opinión de Torres Balbás, son exclusivos de las fortificaciones hispano-árabes, y no existen fuera de la península ibérica. Su misión era aumentar el flanqueo contra los atacantes, además tenían la ventaja de que si el enemigo las tomaba, bastaba romper el puente de unión para dejarlas aisladas. (MORENO LAZARO. 2004: 52)

La coracha además de cumplir como torre albarrana, impedía el cerco total del recinto asediado por parte de las fuerzas asaltantes.

Probablemente las torres albarranas serían construidas después de la caída de la ciudad en manos almohades en 1196. Pensemos que los freires truxillenses solo serían dueños de toda la villa con la alcazaba incluida, desde su donación, por Alfonso VIII el 6 de marzo de 1195, hasta aproximadamente mayo de 1196, poco más de un año, durante el cual además sufrían las pérdidas de personal de la Orden, en la batalla de Alarcos ocurrida el 19 de julio de 1195. Tiempo probablemente insuficiente para abordar obras defensivas de gran envergadura.

Tras la toma de Trujillo por los almohades en la campaña de 1196, esta villa quedará en primera línea frente a los contraataques y cabalgadas de los cristianos, por lo que me inclino a pensar que fue bajo su dominio cuando se procedió a reforzar las defensas de la ciudad. Recordemos que en esta campaña (1196) las tropas almohades parten de Sevilla alrededor del 15 de abril y podemos conocer su ruta devastadora a través de los Anales toledanos: “Prisó el Rey de Marruecos a Montanias e Santa Cruz e Turgiello e Placença e vinieron por Talavera e cortaron el Olivar e ermos Santa Olaia e Escalona e lidiaron Maqueda e non la prisieron e vinieron cercar Toledo e cortaron las viñas e los arboles”. También sabemos que no muchos meses después, concretamente el 15 de agosto de ese mismo año, Plasencia será recuperada por los cristianos, a decir de Julio González en su estudio sobre Alfonso IX de León, pero no así Trujillo, que no será recuperada hasta 1232.

Razón por la cual, no sería aventurado pensar que la plaza de Trujillo se convirtiera en uno de los objetivos vitales para la ofensiva cristiana tanto de los castellanos, por haber sido territorio suyo; como de los leoneses, que también la consideraban en su zona de expansión, prueba de ello es la donación que Alfonso IX de León realizó a la Orden de Santiago en mayo de 1229, en la que se obligaba a entregar a la susodicha Orden los castillos de Trujillo, Santa Cruz, Montánchez y Medellín cuando consiguiera conquistarlos a los musulmanes (GONZÁLEZ, 1944: 205). Razón que implicaría un aumento de las defensas de esta plaza con los elementos fortificados añadidos. (albarranas, aljibes en la alcazaba, etc.) (RUIZ MORENO. *). Esta opinión entraría dentro de los razonamientos de los trabajos de Torres y Balbás, para quien las torres albarranas más antiguas serían de época almohade, mientras que presentaría discrepancias con los pareceres de Lafuente y Zozaya, quienes, basándose en criterios arquitectónicos, fechan la torres albarranas de Trujillo de finales del siglo IX.

El resto de las defensas que podemos encontrar actualmente en el recinto de la alcazaba, son de época muy posterior: el Baluarte que presenta en el lado oeste, entre una de las torres albarranas de la alcazaba y la puerta principal del albacar pudiera ser del siglo XVI (VELO y NIETO.1968: 599).

Contemporáneo también debe ser una pequeña barrera o antemural que defendía el lienzo oeste del albacar, y el lienzo este de la alcazaba y parte del albacar, que presentan aspilleras de palo y orbe para el uso de armas de fuego. (RUIZ MORENO. *)

En fotografías de 1837 se podía observar, incluso, la presencia de un antemural entre las torres albarranas, construcción que hoy se ha perdido (Pavón Maldonado, Madrid 1999, 286)

2.3. Santa Cruz

Del castillo de Santa Cruz el geógrafo musulmán al-Bakri nos cuenta que ya en el año de 834 se levantaba erguido sobre una abrupta y solitaria sierra separada dos leguas de Trujillo, y era tan elevado que no llegaban ni las águilas (TERRÓN ALBARRÁN, 1991: 49). Tuvo Santa Cruz gran importancia militar, como lo acreditan los restos de fortificaciones que se descubren aun en lo más alto del picacho donde debió haber un buen castillo con sus aljibes y fosos capaces para sostener una lucha prolongada. Aunque hoy poco puede observarse de los mismos.

Clodoaldo Naranjo nos refiere sobre ella en su trabajo sobre Trujillo y su tierra que cuando en 1232 se reconquistó Trujillo para la causa cristiana bajo la dirección del maestre de Alcántara don Arias Pérez, todavía la fortaleza de Santa Cruz siguió resistiendo dos años más en poder de los musulmanes, hasta el punto que don Arias tuvo que desistir de sitiarla y reducirla, muriendo a poco de la conquista de Medellín, sin lograr que Santa Cruz cayese en poder de sus caballeros. Esta empresa la realizó su sucesor don Pedro Yánez por cuenta de la Orden e Alcántara el día 28 de Agosto de 1234, con ayuda de los caballeros de la Orden de Santiago y de los concejos de Trujillo y otras villas

2.4. Cabañas

Sobre Cabañas podemos recabar información en el estudio que sobre los castillos, torres y casas fuertes de la provincia de Cáceres realizó Publio Hurtado.

Autor que nos los describe situado en la cúspide de un elevado cerro que domina el pueblecito de Cabañas, del partido de Logrosán, casi inaccesible por su posición topográfica. (HURTADO, 1989: 46) Mogollón añade que esta fortaleza constaba de varios recintos amurallados y escalonados, sobresaliendo la torre del homenaje. (MOGOLLÓN CANO-CORTÉS, 1992: 24) Los elementos defensivos que se aprecian actualmente son posteriores al dominio de los truxillenses.

La fortaleza de Cabañas es muy probable que también se perdiera en la ofensiva almohade de 1196, junto al resto de las plazas de la Orden trujillana. En un privilegio de confirmación de Fernando III de 1220 se hace constar que sus nuevos señores eran los caballeros calatravos. En opinión de Enrique Rodríguez Picavea parece claro que en esta concesión del monarca castellano a la Orden de Calatrava debieron influir las relaciones entre los calatravos y la Orden de Trujillo. Todavía encontramos a Cabañas bajo poder Calatravo en diciembre de 1256 en el que el maestre Pedro Ibáñez concedió a los hombres y mujeres de Cabañas los molinos que hicieron en este lugar, con la condición de dar medio cahíz de trigo a su comendador y de que a su muerte volvieran todos los molinos a poder de la Orden. El final del abadengo de la Orden sobre Cabañas debe ponerse en relación con su proximidad a la villa de Trujillo y su ubicación en el término de este concejo de realengo. Estas circunstancias debieron convencer a Alfonso X para comprar la aldea a los freires calatravos y, en octubre de 1272, venderla al concejo de Trujillo a cambio de 30.000 maravedís y la condición de que derribara los muros del castillo. (RODRIGUEZ-PICAVEA MATILLA. 1994: 155-156) En opinión de Fernández-Daza Alvear la compra de Cabañas más bien parece una donación encubierta por parte de Alfonso X a esta villa por las aportaciones que le hizo para la guerra de Granada. Derechos sobre Cabañas que no debió ejercer y que se perdieron cuando en 1375, el rey Enrique II otorgó la merced de esta posesión a un noble adicto a su causa, el conde de Oropesa, y desgajó definitivamente este territorio del resto del término. (FERNÁNDEZ-DAZA ALVEAR. 1993: 78)

2.5. Zuferola

La identificación de Zuferola no es nada fácil. Más si en el documento de donación ya nos dicen que se encontraba en ruinas: (…) reliquum vero Zuferola (…)

Autores como Fernández-Daza Alvear opinan que pudiera localizarse en la actual dehesa de El Pizarroso entre Trujillo y Jaraicejo, coincidiendo con el punto más elevado de la zona desde donde se puede divisar la fortaleza de Trujillo, y pueden observarse algunos restos de una antigua construcción. Esta suposición además se apoya en la afirmación de un documento de 1353 donde se dice claramente que en el monte pizarroso hay un castillo llamado Çifuruela, que podría ser el Zuferola nombrado (FERNÁNDEZ-DAZA ALVEAR. 1993: 98)

Opinión diferente presenta, Feliciano Novoa para quien este topónimo podría coincidir con cifuruela, un portechuelo que linda con la heredad de Cañadas de la Zarza, en el monte Alcollarín, lugar próximo a Trujillo, que en 1353 se disputaban el concejo de Trujillo y Bartolomé Sánchez (NOVOA PORTELA, 2000: 77). Coincidiendo con dicha localización aparece una “Peña del Castillo” en un mapa de la provincia de Extremadura de don Tomás López del año 1798

Sabemos también de la existencia en el término de Trujillo de restos de defensas musulmanas en la margen izquierda del río Almonte, citada por Madoz en su Diccionario Geográfico, ruinas que se encuentra justamente en la confluencia del río Tozo y el Almonte, próxima a Monroy y a seis leguas noroeste de Trujillo. Conocida en el siglo XVI por Villavieja, nombre que ha conservado la dehesa en que la está enclavada. Azuquen de Villavieja, pero de la cual se ignora el nombre que pudiera tener en el siglo XII. Naranjo Alonso opina que tal vez ésta fortificación pudiera ser Zuferola, Y nos las describe con una muralla lisa y débil que debió proteger la villa con capacidad para unas doscientas casas en su recinto, construida en un posición inexpugnable, pues por tres de sus lados el terreno está elevado casi cien metros sobre el cauce de los dos ríos y casi perpendicularmente cortado todo; el otro lado, único por donde tenía acceso esta población, estaba defendido por tres profundos fosos y una torre entre las dos únicas puertas por donde se entraba a la villa. Muy próximo a ella aun se descubren numerosos sepulcros árabes de construcción ordinaria y sin importancia. Hoy no existen más que algunos alineamientos de paredones en su interior y señales de habitaciones. (NARANJO ALONSO: 78).

Esta misma situación de Zuferola acotada por Naranjo, parece confirmarse en un mapa que se muestra en un trabajo de Cardalliaguet Quirant.

Por último, otra posición que también se ha barajado sería la Peña de Zorita. Pavón Maldonado nos dice que fueron numerosos los castillo conocidos por la naturaleza de su asiento en roca o peña muy saliente, con el término de al-sajra o el diminutivo al-Sujayra – que en ocasiones dio el romanceado zafra de nuestros días (PAVÓN MALDONADO, 1999, 167). Tal y como observamos en las fortalezas de Zafra de Molina o Zorita de los Canes en Guadalajara, asentados sobre un cerro de roca. Vista tal afirmación podríamos deducir que la Peña de Zorita bien pudo ser la Peñuela = Zuferola que buscamos, y cuya situación parece indicarse también en un plano del libro de José Luís Martín sobre los Orígenes de la Orden militar de Santiago.

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FOTOGRAFIAS

img1Caballero truxillense

img2Solar del Convento Principal de la O.M.

img3Solar Convento Caballeros de Trujillo y Alberca

img4Vista desde el oeste del Solar Caballeros Truxillenses

img5Alberca

img6Aljibes de la Alcazaba de Trujillo

img7Aljibes plazuela Altamirano

img8Iglesia de San Andrés

img9Vista del Castillo de Trujillo desde el sureste

img11Vista de las torres albarranas. Castillo de Trujillo

img12Torre adelantada del albacar. Castillo de Trujillo

img12Puertas del albacar. Castillo de Trujillo

img13Vista del Baluarte del Castillo de Trujillo

img14Detalle de aspilleras en el antemural

img15Vista antigua del Castillo de Trujillo desde el oeste

img16Vista actual del Castillo de Trujillo desde el oeste

img17Sierra de Santa Cruz

img18

Ruinas fortaleza de Santa Cruz

img19Emplazamiento del Castillo de Cabañas

img20Castillo de Cabañas

img21Stuación peña de Zorita

img22Peña de Zorita

img23Plano territorio O.M. Trujillo

plano

Oct 012003
 

Manuel Jesús Ruiz Moreno.

El objeto de la presente comunicación es dar una explicación al motivo por el que, en el escudo de los Sanabria, existente en la casa del Águila, aparecen como muebles heráldicos las figuras de los lagartos bajo una losa, figuras heráldicas más propias de otro linaje, como veremos a lo largo de las conclusiones de esta investigación.

img1La “casa del Águila” o “la Casona”, como también se la conoce, se sitúa en Trujillo, en su calle Lanchuela, habiendo sido solar de una rama de los Sanabria. Debe su nombre al águila que aparece en la fachada con las armas familiares de uno de sus antiguos propietarios: don Francisco Antonio Norberto Palomino-Becerra de Toledo y Castilla. Bajo este mismo blasón, y encima de la puerta de medio punto, podemos apreciar un escudo en el que se muestran cuatro lagartos bajo una losa con una cadena por orla. A dicho escudo se refiere el señor Palomino Becerra en su testamento, como el de las armas de sus antepasados, haciéndose mención en el mismo, a la existencia de dos distintas representaciones del susodicho escudo: Por un lado, se describe como cuatro lagartos con las cabezas metidas debajo de una losa y dos becerras al lado izquierdo del mismo escudo, afirmándose que debió hallarse en la iglesia de San Martín, parroquia donde quería ser enterrado el testador, caso de no poderlo ser en la capilla de San Diego de Alcalá en la iglesia de San Francisco, y que según el mismo se apreciaba en una sepultura de sus ascendientes, sita en medio de la Capilla Mayor, concretamente dirigiéndonos a ella, en la tercera losa. La otra representación del escudo la ubica en su “Casa grande” en la calle la Lanchuela, conocida también por la del Águila.

El escudo de una de las ramas de los Sanabria, (para algunos de Gutiérrez de Sanabria) establecida en Trujillo, según el Nobiliario de Extremadura era: “En azur, una “S”, coronada de lo mismo, flanqueada por dos leones rampantes y afrontados de su color”; también señala la existencia de otras ramas de los Sanabria que se asentaron en la misma población, cuyo escudo se describe como: “En oro, cuatro lagartos de sinople, contrapasados y en palo, brochante una losa, de plata. Bordura de gules con una cadena de ocho eslabones, de oro”.

img2Por su parte, don Pedro Cordero Alvarado, en su obra Escudos y monumentos de la ciudad de Cáceres, afirma que en esa ciudad también se asentaron otras ramas de los Sanabria, que llevaban en su escudo tres lagartos (Iglesia de San Juan) o cuatro (Iglesia de Santa María).

Investigando en los armoriales y diccionarios nobiliarios de los apellidos españoles, citados en el apartado bibliográfico, no encontramos relación alguna entre las distintas ramas de los Sanabria y el escudo de los lagartos, pero sí encontramos relación entre el apellido Losada y los referidos lagartos bajo la losa, como ejemplos los descritos por Julio de Atienza en su Nobiliario: “En campo de oro, seis lagartos de sinople, puestos en dos palos; bordura de gules, cargada de ocho aspas de oro”, también cita el de otra rama de los Losada: “En campo de gules, una losa de plata, y debajo de ella, dos lagartos de sinople”. Y así sucesivamente, hasta describir diez blasones distintos de esta familia, de los que seis de ellos tienen como mueble heráldico los lagartos, con breves matices cada uno de ellos, en cuanto al número o posición de los mismos sobre la losa. Pero eso sí, sin encontrar relación alguna, entre el linaje de los Sanabria y el motivo de los lagartos.

¿Cuál es la razón que vincula a los Sanabria con el escudo heráldico de los Losada? Nuestra incógnita podemos despejarla acudiendo a los manuscritos de las Crónicas trujillanas del siglo XVI. En ellos se indica que los Sanabria y los Losada estuvieron emparentados de forma tal, que fueron todos uno, incluso, el mismo manuscrito deja entrever que fue don Juan Rodríguez de Sanabria y de Losada quien pudiera ser la cabeza de esta nueva rama. El escudo de los Sanabria -leones con la letra S- ya mencionado, se unió al de los Losada -los lagartos bajo la losa- y fueron ambos utilizados por algunas de estas familias indistintamente.

Esta puede ser la razón por la que uno de sus descendientes, don Francisco Antonio Norberto Palomino-Becerra de Toledo y Castilla, mencionado al inicio de la presente comunicación y propietario que fuera de la casa del Águila, mostrase como armas de sus antepasados Sanabria los lagartos bajo la losa.

Respecto al origen de este escudo de los lagartos, una publicación de 1887 cuyo autor es don Antonio de Trueba, narra algunas leyendas genealógicas de España, entre ellas la de los Losada; cuenta que este escudo proviene de la tierra de Galicia donde antaño había una montaña muy fértil y con muchos recursos para las poblaciones cercanas, pero a la que nadie podía acercarse pues bajo las losas, que abundaban en la misma, se criaban unos lagartos tremendos, de tal peligrosidad que todo el que se aproximaba era muerto por ellos. Tal situación se mantuvo hasta que dos hermanos de aquella comarca se armaron de valor y decidieron acabar con ellos, para lo cual tomaron dos fuertes lanzas, y uno por uno fueron ensartando a cuantos lagartos encontraban, hasta que no dejaron uno con vida. Aquella hazaña llegó a oídos del rey, quien les felicitó, y premió por su bravura concediéndoles la merced que quisieran. Los hermanos pidieron en propiedad la montaña que habían liberado y un escudo de armas que conmemorase su hazaña, a lo que accedió el rey, siendo ésta la razón de ser de los lagartos del escudo de los Losada.

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