Oct 011993
 

Manuel Vivas Moreno.

Hemos querido dedicar nuestra comunicación en este Foro de los XXII Coloquios Históricos de Extremadura a una suerte de introducción al estudio, que a lo largo de este curso pretendemos llevar a cabo, sobre la obra de Luís Chamizo, poeta extremeño, nacido en Guareña (Badajoz) el siete de Noviembre de 1894[1]. Es fácil, pues, adivinar de donde proviene el impulso a estudiar la obra de nuestro autor: la proximidad del centenario de su nacimiento; pero, sobre todo, la importancia que concedemos tanto a la poesía como al teatro de Chamizo nos obliga a prestarle una mínima atención.

Se preguntarán ustedes el motivo, incluso el sentido, que las reflexiones que aquí intentaremos desarrollar tienen en el marco de unos coloquios «históricos».Entendemos, empero, que entre historia y cultura se da una relación intrínseca: no hay lo primero sin lo segundo y la cultura es el auténtico, por único, pesebre de la historia. Aludimos con lo dicho, a lo que Gadamer ha denominado «el problema de la conciencia histórica»[2], situando como evidente el axioma del historiador de que el norte de su investigación, más que la mera curiosidad es la «comprensión». La historia, más que la mera narración de lo que sucedió, es la comprensión de lo sucedido, auténtica génesis de lo que denominamos «ideas y creencias» (digamos con Ortega) y que determinan la «vida» de un pueblo. Un pueblo que, tiene su comprensión de la historia y la cristaliza en sus textos, en sus escritos. No tenemos otro medio de acercarnos a la Historia, sino a través de la hermenéutica del texto[3]: bien sea escrito, artístico u oral. En cualquier caso se trata de la transmisión de la «tradición» que genera tanto el prejuicio[4] -legítimo- con el que un pueblo entiende su pasado y desde el que proyecta su futuro.

Pues bien, este es el sentido de la investigación sobre Luís Chamizo: un poeta que ha entendido su poesía, además de como un solemne ejercicio literario, como una meditación sobre lo que denominaremos «intrahistoria»[5] extremeña. Meditación cultural no exenta, por lo demás, del espíritu de la época.

En las antípodas, pues, de la celebre visión que Unamuno manifiesta en su obra «Por tierras de Portugal y España»[6] referente a la pasividad supuesta del extremeño, pasividad cuasi «existencial» tal y como la retrata Unamuno, Chamizo entiende al extremeño y a su tierra como auténtico caldo de cultivo de la historia. Así, en el pasado, los extremeños fueron embajadores de Occidente y en el presente, el de Chamizo, asumen reflexivamente el «progreso», palabra desde la que se ha entendido contemporáneamente la historia.

Pero hemos dicho que ese «progreso» se asumen «reflexivamente»; es decir, lejos de la asunción inconsciente de nuevos valores, que haría del extremeño un mero «esnobista», Chamizo propone la defensa de los valores culturales extremeños -comenzando por su dialecto propio- y el diálogo desde ellos con lo «nuevo»auténtica categoría de nuestro autor para entender esa asunción cultural de la que hablamos.

No todo el progreso -auténtico mito paradójicamente generado por la racionalidad ilustrada- es, consecuentemente, «bueno»el tren del progreso, tal será la metáfora de Luís Chamizo, «chirría» alguna que otra vez sobre los raíles de la historia, y, cuando imprevistamente tiene que «frenar» saltan chispas. Se da una genuina comprensión de la naturaleza humana y del tortuoso y hasta contradictorio camino que debe seguir -y que de hecho sigue- para profundizar en lo que constituye el auténtico progreso: la humanización del hombre. Este debe sentirse humano, en su doble naturaleza de fuerte e indigente (pareciera Chamizo haber leído el discurso de Diotima a Sócrates, expuesto magistralmente por Platón en El Banquete respecto de la naturaleza de Eros) el hombre deberá portarse ya desde su nacimiento -su nacencia, como veremos- agradecido con la tierra: con su tradición desde la que deberá dialogar con «lo nuevo»: con el tren de la historia que le invita al progreso.

Cuando un hombre carece de «intrahistoria» se convierte fulminantemente en una «nada»; es, pues, necesario «El miajón de los castúos»[7], la entraña, el jugo de lo extremeño, que se realiza desde el propio nacimiento. La nacencia, la entrañable poesía que describe el nacimiento del «chiriveje» extremeño es contundente en sus últimos versos: «Asina que nacio besó la tierra,/que, agraecía, se pegó a su cuerpo;/ y jué la mesma luna/ quien le pagó aquel beso…/¡Qué saben d’estas cosas/ los señores aquellos!».

Los «señores» son los señoritos del pueblo, no tanto por la diferencia de clase -indudablemente denunciada por Chamizo- como por su lejanía respecto de lo extremeño, entendiendo por tal, «lo castuo»: es la denuncia a quienes «asumen» -en falsa asunción- la historia exterior, sin la necesaria para Chamizo permanencia de una serie de valores fundamentales: la tierra, la lengua, la cultura propia, las costumbres, la religión; parece, incluso, que la «raza» juegue un papel importante en la visión de Chamizo.

Otros de los aspectos fundamentales de la obra de Chamizo -quizá el fundamental- sea el lenguaje[8]. Mucho podríamos decir aquí respecto del uso de vocablos, formas gramaticales, expresiones, metáforas, etc. Pero sólo queremos aludir a un aspecto que nos parece fundamental: el empleo del «castuo» como elemento transmisor del sentimiento de Chamizo no sólo constituye un alarde por parte del autor referente a su conocimiento tanto de vocabulario como de expresiones populares, sino que, ante todo, supone el ejercicio supremo de dignificación no sólo de un lenguaje, sino de un sentir y un entender genuinos extremeños. Hacer poesía en castuo supone hacer poesía de lo extremeño y a lo extremeño. Y todos debiéramos saber llevar con tal dignidad nuestro origen y nuestra cultura.

Mucho más podríamos seguir diciendo de Luís Chamizo y de su obra; pero entendemos que es suficiente para estos diez minutos de que estatutariamente disponemos. Seguiremos, Dios mediante, hablando de nuestro autor en próximos encuentros. Permítanme, para acabar, una pequeña síntesis: la obra de Chamizo supone una genuina comprensión del hombre en riguroso diálogo con su tierra, esto es con su cultura; diálogo desde el cual se comprende a sí mismo y se realiza. Este diálogo se denomina intrahistoria y sólo desde ella se puede hablar con propiedad de la «historia» y de su progreso.


NOTAS:

[1] Utilizamos para nuestro estudio la edición de las Obras Completas de Luís Chamizo en Universitas Editorial, Badajoz, 1982. El estudio introductorio y biográfico, las notas críticas y el glosario terminológico que llevan la firma de Antonio Viudas Camarasa es fundamental para la correcta comprensión de la obra de Chamizo.

[2] Puede leerse a este respecto la obra de Hans-Georg Gadamer, El problema de la conciencia histórica, Tecnos, Madrid 1993. Los presupuestos desde los que abordamos la comprensión de la historia son, en consecuencia, aquellos que provienen de la hermenéutica existencial heideggeriana (cfr. Ontologie. Hermeneutik der Faktizität) y de la comprensión posterior que Gadamer lleva a cabo. (cfr. por ejemplo, Wahrheit und Methode).

[3] Nótese que significamos de esa manera un límite serio a la investigación histórica: aquel que viene dado por la propia subjetividad del historiador, condicionada, al tiempo, por la «subjetividad histórica» de la época en la que vive e investiga. Algo, por lo demás, puesto de manifiesto por Diltey y, posteriormente, por el ya mencionado aquí Gadamer.

[4] El «prejuicio» es legítimo por cuanto es el detonante de la «tradición», concepto que ha de entenderse aquí dentro del marco filosófico ya explicitado por nosotros.

[5] Casi debiéramos hablar de «protohistoria» para connotar aquello que entendemos como motor de la genuina historia. Así, para Chamizo, sin esa asunción de la historia propia -en el sentido de genuina propiedad– por parte de un pueblo (sin la asunción de valores y tradiciones propias) no se dará el diálogo propio y fructífero con la historia. La poesía de Chamizo es, en este sentido, una auténtica reflexión sobre de la historia.

[6] Huelgan mayores referencias a la citada obra del Rector de Salamanca. Lamentamos, en todo caso, la incomprensión manifestada por Unamuno.

[7] Obra magistral de nuestro autor, puede considerarse como verdadero exponente de la visión de Chamizo tanto de la poesía como de lo extremeño: no se trata de poetizar sobre algo concreto sino sobre aquello que constituye la esencia de lo extremeño. Por ejemplo, «la nacencia» no lo es de nadie en concreto, sino del«chiriveje».

[8] Obviamente no entendiendo a Chamizo como una suerte de «paleógrafo» de lo extremeño. Aludimos simplemente al conocimiento y correcto uso, que Chamizo manifiesta en su obra, de las variantes dialectales y fonéticas que del castellano se dan en Extremadura.

Oct 011987
 

Manuel Vivas Moreno.

El descubrimiento de América conllevó un despliegue del pensamiento utópico en la renacentista Europa. A partir de ese dato se puede calificar la invención de América por parte de nuestro continente como «invención antropológica». América es, pues, inventada como hogar de lo humano, como escenario de la concreta realización de un determinado fenómeno: la humanización, valga la redundancia, de lo humano.

Según todo esto, «inventada» significa criterio de humanización y, a la vez, -siendo esto lo importante- significa que América es portadora de un destino que la autodetermina… o, mejor dicho, “que se confunde con su íntima, oculta y tan largamente presentida realidad última».

Queda de este modo América caracterizada como «La Utopía», el porvenir; este porvenir americano no es, empero, el caracterizado por Hegel en sus «Lecciones sobre Filosofía de la Historia», según el cual América es la tierra del futuro. El futuro no existe en Hegel: decir eso y decir que América no ha recibido aún la visita del Espíritu de la Historia (léase del mundo, el espíritu absoluto), es lo mismo.

Desde aquí podemos abordar el tan traído y llevado problema de la conquista. ¿Tienen algo que ver la invención y la conquista de América? ¿Es que acaso la invención de un determinado sino utópico con el que se ve amenamente dotado un pueblo descubierto conlleva el desenraizamiento de su ancestral antropológico desde los impulsos conquistadores de un pueblo dominante? La pregunta antedicha no halla respuesta sino con otra cuestión que se radicaliza a sí misma: ¿Fue ética la conquista?

De todos es sabido, que la conquista fue ya impugnada por fray Bartolomé de las Casas, que se planteó radicalmente cuestiones de la índole de si, por ejemplo, el carácter de Palabra de Dios de los Evangelios y el carácter de palabra autorizada de la prédica de la Iglesia, bastaban para legitimar moralmente (desde una moral en la cual el apego fiducial estaba garantizado por la personalidad del autor) la actuación de nuestros históricos conquistadores.

Bien es cierto, que se nos puede plantear, dado lo antedicho, una seria objeción crítica: a saber, la que interrogue por el sentido que tiene el plantearse hoy, quinientos años después, una cuestión que sólo sirva para levantar recelos y resentimientos del pueblo hispanoamericano para con los españoles. Es, al mismo tiempo, obvia la tesis que formula lo que se ha dado en llamar Realismo Existencial: deben de estar contentos los actualmente existentes americanos de nuestra conquista por mucha falta de ética que ésta adoleciese, pues, precisamente, gracias a ella los mismos que hoy la condenan existen. Si los españoles no hubiéramos ido a América y no hubiésemos conquistado sus territorios y sus culturas, los actuales mexicanos o colombianos o salvadoreños etc. no existirían.

Pero esto parece que vaya contra la cuestión formulada por nosotros: si tan obvio es lo que acabamos de decir y no discutimos su obviedad, ¿a qué viene plantearse entonces la pregunta por la eticidad de una conquista que pertenece ya a la historia? La cuestión tiene, empero, su sentido: justamente aquel que nosotros, ahora, a poco tiempo del quinto centenario del descubrimiento le queremos dar. Y es necesario hoy más que nunca plantearse en la radicalidad profunda del pensamiento, tamaña cuestión, porque si bien América supo emanciparse desde su autodeterminación de la conquista alcanzando su libertad política como tierra y como pueblo, no es menos cierto que pende aún de su destino el radical problema de América: a saber, aquel que llamamos «América inventada». Es decir, no es el problema de la conquista en sí el que nos interesa, ni siquiera el de la eticidad de la misma nos lo planteamos en sí mismo. Se trata de ver si América, que estaba llamada a ser el sino antropológico que Europa quería casi, aporeticamente, encontrar puede emancipar esa invención que aún se está llevando a cabo.

Según el venezolano Ernesto Mayz, el existenciario constituyente del latinoamericano sería “la expectativa”. Expectativa que debe entenderse como condición de posibilidad de una realización práctica y no como una pasiva espera. Ahora bien, esta expectativa no es aquella expectante de un futuro que no adviene por utópico sino, justamente, la posibilidad de realización de posibilidades concretas de realización de un destino utópico. Es decir, la invención debe hacer que el ser americano no se desenvuelva en una conciencia ahistórica sino justamente en aquella relación de conciencia de pueblo y de historia que crea aquello que llamamos “Destino”, “Historia”.

Sin embargo, la invención que hace a América como utopía, es una de las causas que han impedido el que la América española encuentre su propia identidad a través de un desarrollo histórico evolutivo y progresivo. ¿Por qué? A decir verdad, tampoco la América anglosajona ha encontrado su identidad; peor, ha perdido la posibilidad de toda identidad.

La América española tiene trabajo en reencontrar su identidad por dos causas que, aunque aparentemente vayan juntas, son bien distintas: la primera justamente a causa de la inmoralidad que toda conquista supone; la segunda por el propio devenir del mundo en el que América se ve envuelta. Tendríamos que plantearnos aquí cuestiones referentes a las condiciones de posibilidad que tiene un continente o un pueblo de crearse un destino propio: por ejemplo, parece que la opción por la ciencia significa la opción por Occidente. ¿Es eso compatible con un destino propio? En todo caso debe de madurar América su destino, aguantar en medio de la historia su propia invención y emancipar en cuanto pueda las invenciones que sobre ella los demás pueblos hemos creado. La conquista no fue ética; eso lo reconocemos hoy todos. Pero eso no debe servir para levantar odios, sino para, desde la conciencia de que la libertad es la condición irrenunciable de los pueblos, aguantar el curso de la historia. Para eso sólo hay un método: crear historia. Sólo así América será un invento: el suyo propio. Y sólo así nosotros, los extremeños, sabremos, al tiempo, crearnos nuestro propio destino, aquel que justamente tenemos aun por crear.

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