Dic 162020
 

 

Jacinto J. Marabel Matos.

 

Resumen

El año 1810 se presentaba aciago para los intereses de los ejércitos españoles, batidos y reducidos en las inmediaciones de Ocaña el 19 de noviembre de 1809. Los franceses iniciaron la conquista de Andalucía sin oposición y el 1 de febrero entraron en Sevilla, de donde poco antes había salido la Junta Central para buscar refugio en Cádiz. En esta última fue posible organizar la reconquista, establecer unas Cortes y aprobar una Constitución, gracias a que, en última instancia y con el mariscal Victor pisándole los talones, el duque de Alburquerque consiguió poner a salvo al Ejército de Extremadura para reforzar su guarnición. Nuestra región por el contrario quedó a merced de los franceses, que rápidamente pusieron cerco a la plaza de Badajoz y que, con más presteza aún, tuvieron que levantar cuando los batallones del brigadier Rafael Menacho rompieron sus líneas para sumarse a la defensa. Si bien la primera de las acciones ha sido celebrada hasta la saciedad, nada o casi nada se sabe de la segunda, pese a que su importancia no desmerece a nuestro juicio ninguna de las grandes gestas que se escribieron durante la Guerra de la Independencia. De ahí que el objeto del presente trabajo trate de poner de relieve la misma.

 

Estado de la guerra y de las operaciones militares a comienzos del año 1810.

El año 1810 se presentaba aciago para los intereses de los ejércitos españoles, batidos y reducidos en las inmediaciones de Ocaña el 19 de noviembre de 1809. La Junta Suprema Central había puesto todas sus esperanzas en esta batalla después del fracaso de la campaña de Talavera, primera operación conjunta con los aliados británicos y portugueses en el intento de recuperar Madrid, por lo que cursó órdenes para distraer el mayor número de tropas posible de los ejércitos de Castilla y Extremadura con el objeto de agruparlas en la ofensiva que iba a protagonizar el Ejército de La Mancha.

En una estrategia realmente poco meditada, a principios de otoño la Junta Central había conseguido formar la masa de hombres que creía suficiente para asestar el golpe definitivo a los tres Cuerpos del ejército francés que protegían la capital de Reino: un total de cuarenta y cinco mil infantes que, apoyados por cinco mil jinetes, el 23 de octubre de 1809, puso al mando de la persona equivocada. Este no era otro que el inexperto teniente general Juan Carlos Areizaga, cuyos sucesivos nombramientos fueron debidos a la ascendencia del clan Palafox, que “sin hacerse una idea de qué ejército mandaba, ni de conocer a sus mandos divisionarios y del estado mayor” [1], tuvo que ponerse al frente de la mayor fuerza operativa reunida hasta la fecha y marchar al campo de combate en menos de una semana. Y como cabía esperar, la devastación fue completa:

 

“El resultado de la batalla dirigida por el general Areizaga fue desastroso. La desbandada fue tan grande que transcurrieron dos meses antes de que se pudieran reunir 20.000 hombres en Sierra Morena. Murieron entre cuatro y cinco mil hombres. Fueron hechos más de trece mil prisioneros. Cuarenta cañones cayeron en manos enemigas. Las pérdidas de municiones, víveres y pertrechos fueron inmensas. Varias columnas de prisioneros capturados en la batalla fueron conducidos a Francia como si fueran un vil rebaño de reses que con indiferencia se lleva al mercado. Fueron tratados con dureza y muchos de ellos, jóvenes y de constitución débil, murieron de puro cansancio”[2].

 

Aquel inmenso ejército quedó reducido a menos de veinte mil hombres que, una vez recuperados los dispersos, se dedicó a cubrir el paso de Sierra Morena, atrincherado en un frente demasiado extenso, doscientos kilómetros entre Almadén y Villamanrique, para ser defendido con garantías. Así pues, en el mes de enero de 1810 los franceses tenían expedito el camino para invadir Andalucía y reducir la maniobrabilidad de los ejércitos españoles a la periferia. Napoleón, que había derrotado a los austriacos en Wagram el verano anterior, puso sus miras de nuevo en la Península y detrajo treinta mil hombres del Ejército del Rin para terminar de completar la conquista. No era exagerado pensar por tanto que la suerte de España pendía de un hilo, el mismo que en Extremadura parecía haber sido cortado pocos meses antes. Pues en efecto, los británicos, que se habían retirado del teatro de operaciones en agosto para pasar el otoño acampados en las inmediaciones de Badajoz, tratando de recuperarse de una epidemia de fiebre amarilla que asoló sus filas, decidieron cruzar la frontera a finales de diciembre para enrocarse tras el sistema defensivo que habían construido en Torres Vedras, al norte de Lisboa, desguarneciendo la región por completo[3].

El Ejército de Extremadura, aquejado aún de las severas derrotas sufridas el año anterior en Mesa de Ibor, Medellín y Talavera, que habían cercenado notablemente su capacidad operativa, quedó destinado a labores de observación sobre los puentes de Almaraz y del Arzobispo. Su comandante, el capitán general Gregorio García de la Cuesta, había sido cesado por la Junta Central, presionada por las maniobras orquestadas entre los hermanos Wellesley y el embajador plenipotenciario Bartholomew Frere, cuyos escritos, dados a conocer con posterioridad, revelaban las preferencias de los aliados por “el duque de Alburquerque, que no tendría mayor ambición que la de mandar un cuerpo de tropas españolas que solicitase V. tener unido al ejército británico o situado a sus inmediatas órdenes, y dispuesto para cualquier empresa separada que V. juzgase oportuna”[4].

El candidato británico acabaría triunfando finalmente frente al sucesor natural de Cuesta, su segundo en el mando, el teniente general Francisco Ramón de Eguía, después de que este fuera nombrado comandante del Ejército del Centro y marchara al cuartel general de La Carolina llevándose el grueso de las tropas, nada menos que veinte batallones de infantería y siete de caballería[5], los mejores de los que disponía, para dejar en los alrededores de Trujillo tan sólo diez mil hombres bajo el mando interino del mariscal de campo Luis Alejandro Bassecourt[6]. El duque de Alburquerque, un general de caballería cuyo única acción meritoria había consistido en tomar un convoy de avituallamiento el año anterior, asumió el mando de las tropas extremeñas a mediados de octubre y estableció el cuartel general en Deleitosa, prevenido por la Junta Central para realizar una diversión en favor del Ejército del Centro cuando este decidiera su avance hacia Madrid[7]. Sin embargo, las fuerzas muy superiores desplegadas por los franceses en el margen derecho del Tajo le forzaron a mantenerse en esta posición, en la que recibiría los partes de las derrotas de Ocaña y de Alba de Tormes.

En esta última, sucedida el 26 de noviembre, apenas una semana más tarde que el desastre de Ocaña, la caballería del general François Étienne Kellerman, II Duque de Valmy, había sorprendido y arrollado al Ejército de la Izquierda comandado por el teniente general Diego Vicente María de Cañas y Portocarrero, VII duque del Parque, que hubo de buscar refugio en la Sierra de Gata cediendo el control de toda la meseta castellana a los franceses. El 24 de diciembre de 1809, escribió a la Junta Central desde San Martín de Trevejo, justificando que la posición que ocupaba en los límites nuestra región, obligado por:

 

“El movimiento que ha ejecutado el Ejército Británico dejando en descubierto parte de esta Provincia de Extremadura, y poder con mi Ejército ocurrir a las miras que el enemigo intente ejecutar sobre este país, cuya defensa me interesa muy particularmente, y al propio tiempo estar con la mayor atención a las fuerzas que tienen en Castilla, y poder acudir a cualquiera de los dos puntos que intenten invadir, en el día de ayer he ejecutado el movimiento que se manifiesta en la adjunta nota de acantonamientos”[8].

 

De este modo, los restos del Ejército de la Izquierda quedaron guarnicionados en San Martín de Trevejo, donde fue emplazado el cuartel general, con la vanguardia situada entre El Payo, Peñaranda y Navasfrías, la I División en Acebo, la II División en Hervás, la III División entre Perales y Villasbuenas, la V División en Hoyos, la caballería entre Villarubias y Robleda, y la artillería entre Acebo y Hoyos[9]. Sobre ellos, el VI Cuerpo que manda de forma interina el general Jean Gabriel Marchand ocupaba Castilla a la espera de los refuerzos del VIII Cuerpo del general Jean-Andoche Junot, duque de Abrantes, que entraría en España a finales de febrero de 1810 procedente de Bohemia y avanzaría por la cornisa cantábrica hasta situarse en los límites de Galicia. Al otro lado del Tajo, frente a las tropas del duque de Alburquerque, se situaba el II Cuerpo de del mariscal Jean de Dieu Soult, duque de Dalmacia, que cedió pronto el testigo al general Jean Louis Reynier, para sustituir al mariscal Jean Baptiste Jourdan en el mando coordinado de los ejércitos franceses que proyectaban la invasión de Andalucía. En cuanto a esta, la estrategia general preveía tres grandes columnas que debían partir desde el corazón de La Mancha: por la derecha, el I Cuerpo del mariscal Claude-Victor Perrin, duque de Belluno, debía avanzar desde Almadén hasta Santa Eufemia y Belalcázar, mientras el V Cuerpo del mariscal Édouard Mortier, duque de Treviso, reunido en Santa Cruz de Mudela, haría lo propio por el camino real hasta Sevilla, seguido por la izquierda y desde Villanueva de los Infantes por una tercera columna formada por el IV Cuerpo del general Horace-François-Bastien Sebastiani.

En este punto, mediados del mes de enero de 1810, el duque de Alburquerque había dividido sus ya de por sí reducidas tropas entre Trujillo y Don Benito, con objeto de vigilar las posibles avenidas de los enemigos desde los caminos de La Mancha, aunque temiendo quedar copado por los cuerpos franceses que se le aproximaban, en los días sucesivos comenzaría a tomar una serie de controvertidas decisiones que acabarían por dejar desguarnecidas las provincias extremeñas en beneficio de la ciudad de Cádiz.

Algunos autores consideran que dicha decisión resultó crucial para el devenir del conflicto, pues gracias a ella pudo defenderse la plaza, reorganizar el maltrecho ejército español y planear la reconquista, sin dejar de pasar por alto la celebración de las sesiones constituyentes que posibilitaron la ulterior aprobación de un texto constitucional. Sin embargo, con frecuencia se olvida que todos estos logros probablemente no habrían sido posibles con los franceses asentados en Badajoz, dominando Extremadura y cerrando el frente que cercenó la conquista de Portugal, impidiendo que los ejércitos españoles, británicos y portugueses, maniobraran a sus anchas por este vasto territorio, esencial para el conjunto de las operaciones que se desarrollarían durante los meses sucesivos en el suroeste peninsular. Precisamente, una acción que habitualmente suele pasar desapercibida a la mayor parte de los historiadores se convirtió, a nuestro juicio, en la clave de bóveda que permitió mantener el control de Badajoz y Extremadura en manos de los patriotas durante el resto del año. Y su protagonista sin duda fue el brigadier Rafael Menacho y Tutlló.

 

El duque de Alburquerque y el Ejército de Extremadura.

José María Miguel de la Cuerva y de la Cerda, futuro XIV duque de Alburquerque y tres veces Grande de España, nació en Madrid el 27 de diciembre de 1775. En 1803, a la muerte de su padre Miguel de la Cueva y Enríquez de Navarra, capitán general de Aragón y gentil hombre de Cámara con Carlos III y Carlos IV, heredó también los títulos de IX conde de Pelezuela de las Torres, XIV de Ledesma, XIV de Huelma y XVI de Siruela, V marqués de la Mina y XV de Cuellar, XIV señor de los estados de Mombeltrán, Pedro Bernardo y otros, señor de las casas y mayorazgos de la Cueva, Velasco, Guzmán Dávalos, Spínola y Santillán, caballero de Santiago y comendador de la orden en Villona. El 13 de junio de 1799 se casó con Escolástica Gutiérrez de los Ríos y Sarmiento, hija del VI conde de Fernán Núñez, con la que no tuvo hijos. Un par de años antes, el 25 de julio de 1797, había nacido María de los Dolores de la Cueva y Larrosa, hija natural del Duque con Paula Larrosa, mujer soltera de padres ilustres, fallecida tras el parto. Fue reconocida en 1805 sin derecho a suceder, por lo que a la muerte del Duque se inició un intrincado pleito que en 1830 concluyó a favor de Nicolás Osorio y Zayas, hasta entonces XVI marqués de Alcañices, continuando la línea nobiliaria que ha perdurado hasta nuestros días.

Hasta el momento no se ha hallado un retrato fidedigno del duque de Alburquerque, pese a que siempre podemos contar con la elogiosa descripción que, en su acostumbrada inventiva, realizara Adolfo de Castro para su Historia de Cádiz, del que llegó a escribir que:

 

“Nadie contemplaba en su semblante la imagen del terror, sino de la confianza. Parecía que con las plumas de su sombrero, agitadas por su inquietud más que por el viento, llamaba a la victoria. Era el duque pequeño de cuerpo, extraordinariamente blanco, rubios el cabello y bigote; una majestuosa inquietud en su mirada revelaba el ardimiento de su espíritu, y una voluntad inalterable. El alma había retratado su genio en su rostro con unos pinceles y colores que no se permiten a la elocuencia”[10].

 

Como otros nobles de su tiempo, el duque de Alburquerque acarreó una carrera militar temprana y meteórica. El 4 de mayo de 1792 ingresó como capitán agregado en el regimiento de caballería de Dragones de la Reina, con el que participó en la Guerra del Rosellón. El 10 de mayo de 1793 ascendió a teniente coronel y el 13 de enero de 1794 a coronel. El 5 de junio de 1795 fue nombrado brigadier y el 8 de octubre tomó el mando del regimiento de Dragones de Lusitania, aunque finalizado el conflicto quedó un tiempo en Algeciras, donde tuvo relaciones con la mencionada Paula Larrosa, para pasar luego de embajador a Lisboa y más tarde a Madrid, una vez muerto su padre, quedando al cargo de los intereses del título. Pero cuatro años más tarde volvería a incorporarse al Ejército, en esta ocasión como agregado al estado mayor de expedición que, al mando del teniente general Pedro Caro y Sureda, III marqués de la Romana, partió para unirse a las tropas del mariscal Jean-Baptiste Bernadotte, Príncipe de Pontecorvo y futuro rey de Suecia, en la campaña de Pomerania.

Es conocido el periplo de estos hombres, que lograron eludir la vigilancia francesa tras tener noticias del Levantamiento del 2 de mayo, para regresar a España en las embarcaciones dispuestas por el gobierno británico y sumarse a la revuelta en Asturias, en agosto de 1808. En junio, adelantándose a todos ellos y dando muestras de la carencia disciplinaria y carácter independiente que desplegaría en no pocas ocasiones a lo largo del conflicto, condescendiente con los militares de carrera y condicionado quizás por su pertenencia a la grandeza de España, “con una tendencia a intentar justificar y glorificar sus actuaciones al tiempo que una crítica persistente hacia sus superiores”[11], el Duque regresaría a Valencia, asediada por el mariscal Bon Adrien Jeannot de Moncey, duque de Cogegliano, donde una vez conjurado el peligro la Junta Suprema de la Provincia le confíó el mando de la vanguardia de su Ejército.

El 31 de diciembre de 1808 fue nombrado mariscal de campo y se incorporó al Ejército del Centro que mandaba el teniente general Pedro Alcántara Álvarez de Toledo, XIII Duque de Infantado, el cual le ordenó formar una división volante con varios destacamentos de infantería y caballería. Pero cuando aquel cayó en desgracia tras la batalla de Uclés y el mando del Ejército del Centro pasó al teniente general José de Urbina y Urbina, III Conde de Cartaojal, resurgió el carácter autárquico del Duque y comenzó a operar sin esperar órdenes. El 18 de febrero maniobró con su división para sorprender en las inmediaciones de Mora un convoy escoltado por el 20º regimiento de dragones, haciéndose con parte de los bagajes del general Alexander Elisabeth Michel Digeon, pero cuatro días más tarde el IV Cuerpo de Sebastiani le alcanzó en Consuegra, obligándole a retirarse a Ciudad Real. Incomprensiblemente y aunque había desperdiciado el tiempo en una serie de movimientos inanes, el 4 de marzo de 1809 la Junta Central le concedió la Gran Cruz de Carlos III y el ascenso a teniente general, revistiendo al Duque con la legitimidad necesaria para que tratara de convencer al Conde de Cartaojal y uniera sus fuerzas al Ejército de Extremadura, que comenzaba a agruparse en torno a Don Benito para frenar al I Cuerpo del mariscal Victor, por entonces dueño de dos terceras partes de la región. Sin embargo, únicamente consiguió autorización para pasar con su división al ejército que comandaba el capitán general Gregorio García de la Cuesta, pues “molesto con su subordinado, que ya había demostrado, y continuaría haciéndolo, su difícil carácter y su escasa obediencia a otros mandos superiores, el Conde de Cartaojal ordenó al Duque partir a Extremadura con tan solo siete batallones de infantería y un regimiento de caballería”[12].

El Duque se encontró finalmente con Cuesta el 25 de marzo en Villanueva de la Serena, recordándole, sin dejar de perder la ocasión de criticar a su anterior jefe, que habría llegado antes “si el general Conde de Cartaojal me hubiese dejado hacer el movimiento que deseaba, y a que he tratado de persuadirle, por cuantas razones me han presentado las circunstancias”[13]. Sin embargo, el furor guerrero del que se vanagloriaba el Duque debió quedar muy pronto atenuado, puesto que tres días más tarde y teniendo ocasión de demostrarlo, acabaría jugando un papel muy secundario en la batalla de Medellín, formando con la caballería en el ala derecha española, junto a la III División del mariscal de campo Francisco de Paula Gómez de Terán, IV Marqués del Portago, ambas divisiones a su vez bajo el mando directo del teniente general Eguía, en una posición similar a la que desarrollaría posteriormente en la batalla de Talavera, también en el flanco derecho y cubriendo la vanguardia del brigadier José de Zayas.

Aunque hasta el momento del duque de Alburquerque no se había destacado mandado tropas, los aliados británicos comenzaron a verlo como futuro fiel colaborador del proyecto de generalísimo de los ejércitos, al que aspiraban, bajo el mando único del teniente general Arthur Wellesley, por lo que forzaron su promoción ante la Junta Central en detrimento de Cuesta. El 19 de agosto de 1809, en una de las últimas cartas que remitirá al gobierno español antes de ser nombrado Secretario de Estado de Asuntos Exteriores en el gabinete de Spencer Perceval, el aún embajador Richard Wellesley, escribió que:

 

“Innumerables incidentes han hecho ver la imposibilidad de esperar que se forme algún sistema de esfuerzos unidos en los ejércitos aliados, ni ningún grado de acuerdo o cooperación, ni ninguna asistencia de las tropas de España en favor del Ejército británico, si el mando del Ejército español queda en mano del General Cuesta.

 

A estas consideraciones, es mi público deber el posponer todo motivo de delicadeza y sentimiento de pesar para el oficial cuyo nombre he hecho mención. Por lo tanto y sin reserva, suplico a V.E. que haga presente al Supremo Gobierno, que en respuesta a sus preguntas creo necesario declarar que aplaudiré la sabiduría y el espíritu público del Gobierno de España, si procede sin demora a hacer una arreglo para el mando en jefe del Ejército español que pueda dar lugar a una perspectiva más favorable de unión, cordialidad y energía en la continuación de la guerra”[14].

 

Y es que, como el general Cuesta refirió en su Manifiesto, ya por entonces los británicos habían decidido que el mando más proclive a sus intereses era sin duda el que estaba destinado a ejercer el duque de Alburquerque:

 

“Su amigo y corresponsal, el cual, entre otros varios conductos, se valió de este para satisfacer su desmedida ambición. Ningún español creerá que el tal Duque haya podido hacer sombra a la Junta Central por su nacimiento ni por sus riquezas, lo primero porque hay en la nación muchos de igual y mayor clase, y lo segundo porque es el más pobre de todos, y apenas le bastan sus rentas para subsistir con moderación. Mucho menos se creerá que haya podido excitar mis celos por su reputación y popularidad entre las tropas, pues es bien notorio que ni la ha tenido, ni la ha merecido. Su falta de probidad le ha arrastrado en varias ocasiones a denigrar la conducta de sus generales en jefe con noticias y relaciones ajenas de toda la verdad dirigidas a Frere, a fin de labrar su fortuna sobre mi ruina”[15].

 

Pues en efecto, bajo esa pátina entendible de resentimiento, los hechos acabarían por refutar las amargas palabras de Cuesta, aunque por lo pronto y tras la marcha de Eguía con lo más granado del Ejército de Extremadura, los restos de esta tropa, unos diez mil hombres, quedaron a cargo del candidato británico, el duque de Alburquerque. Poco después, tal y como se ha apuntado, el 23 de octubre de 1809 la Junta Central hubo de nombrar apresuradamente comandante en jefe del Ejército del Centro al teniente general Juan Carlos de Areizaga, ya que Eguía renunció al mando en espera de la ansiada Secretaría de Estado y Despacho Universal de Guerra, que ejercería a partir del 1 de febrero de 1810, una vez disuelta la Central en beneficio de la Regencia.

Así pues, destinado Areizaga al frente del Ejército del Centro, el siguiente paso de la Junta Central fue encomendar al duque de Alburquerque la misión de cruzar el Tajo por Puente del Arzobispo, para intentar atraer la atención del I Cuerpo del mariscal Victor desplegado en Talavera, en un maniobra coordinada con las tropas españolas que avanzaban en dirección a Madrid. Pero aunque el Duque operó de este modo en primera instancia, muy pronto, el 25 de octubre de 1809 y tras unas breves escaramuzas, fue obligado por los franceses a repasar de nuevo el Tajo, desde donde asistiría inoperante al despliegue de la campaña, al cabo de la cual y una vez derrotado el Ejército del Centro, el 2 de diciembre de 1809, se replegó definitivamente al cuartel general de Deleitosa a la espera de nuevas órdenes.

Estas, las emitidas por la Junta Central en los días sucesivos, no fueron todo lo precisas que requería la comprometida situación en la que se hallaban los ejércitos españoles. El duque de Alburquerque trató de interpretarlas siempre a su favor, justificando el conjunto de decisiones que derivaron en la evacuación de las tropas que con tanto esfuerzo habían levantado y sufragado los extremeños, con una serie de cartas cruzadas con el entonces Secretario de Estado y Despacho Universal de Guerra, el teniente general Antonio Cornel, transmitiéndole las últimas órdenes efectuadas por la Junta Central antes de su disolución[16], que posteriormente serían adjuntadas al manifiesto que publicó en el exilio de Londres el 20 de noviembre de 1810, tratando de justificar su conducta frente a la Junta de Cádiz[17].

En base a este manifiesto, pueden seguirse de manera sucinta la serie de marchas y contramarchas que protagonizaron las tropas del Ejército de Extremadura, evacuando la región y dejándola expuesta a los franceses, para salvar la plaza de Cádiz, donde finalmente consiguieron entrar a uña de caballo. Este episodio comenzó el 24 de diciembre de 1809, cuando el duque de Alburquerque emitió recibo del oficio registrado en el cuartel general de Don Benito por el que se le informaba que el mariscal Victor se encontraba en Almagro y el mariscal Mortier en Ciudad Real, donde habían reunido más de cincuenta mil infantes dispuestos a invadir Andalucía. De inmediato, la Junta Central le ordenó adelantar parte de los dos mil hombres que tenía acantonados en las inmediaciones de Trujillo hasta Almadén, mientras que el resto deberían quedar vigilando los puentes de Almaraz y Arzobispo, y retroceder en caso de ser necesario para guarnicionar la plaza de Badajoz, “pues apenas tiene cuatrocientos hombres útiles”. De inmediato, el Duque acordó desplazar a La Mancha los batallones de Voluntarios Catalanes y Voluntarios de Madrid que estaban guarnicionados en Trujillo, aunque a los pocos días, el 7 de enero de 1809, acabó evacuando el resto de tropas retrasándolas hasta Mérida, donde ya se hallaban tres batallones de infantería y la mayor parte de la caballería, dejando al descubierto y al albur de las incursiones francesas toda la provincia de Cáceres.

El 13 de enero, Cornel le informó que los enemigos se habían puesto en marcha hacia Despeñaperros, ordenándole realizar un movimiento en espejo para situarse en su flanco derecho. El Duque situó entonces el cuartel general en Campanario y mandó tropas hacia Castuera, para vigilar la posible entrada del enemigo en la región por el camino que venía de Saceruela a Garbayuela y Esparragosa de Lares, mientras destacaba la artillería a Santa Olalla para cubrir el paso de puerto del Culebrín. Pero el 15 de enero comprobó que por el camino de La Mancha tan sólo habían entrado unos pocos escuadrones de caballería, que abrían paso a doscientos infantes, ya que el grueso de las tropas enemigas emplazadas en Almadén, bajaban finalmente en paralelo a los límites de la provincia, por Santa Eufemia y Belalcázar, hacia la localidad de Hinojosa. Las columnas francesas continuaba su marcha imparable hacia Andalucía, barriendo a su paso la división del brigadier Tomás de Zeraín, emplazada al sur de Almadén, que hubo de retirase ante la superioridad numérica del enemigo por el camino de Sevilla, acompañada de la división que el brigadier Francisco Copons había situado a la entrada de Puertollano.

Manteniendo la distancia, el Duque de Alburquerque replegó así mismo sus tropas en paralelo al avance de las enemigas, de tal modo que el 18 de enero situó el cuartel general en Maguilla, advirtiendo que la retirada del brigadier Zeraín había sido aprovechada por los franceses para introducir un cuerpo de caballería entre ambos. Como resultado de este movimiento, las avanzadas de la caballería enemiga le acabaron cortando el paso hacia Azuaga, mientras el grueso de los escuadrones discurrían libremente a su espalda, entre Cabeza del Buey, Castuera, Campanario y Zalamea, amenazando con envolverle. El mariscal Victor, cuya caballería había tomado sin oposición las comarcas de la Siberia y la Serena, comenzó a reunir un fuerte contingente de infantería en Hinojosa, tomando el control de las vías que comunicaban con Andalucía a través de las localidades de Guadalcanal y Cazalla de la Sierra.

El Duque de Alburquerque, al que no le quedaba otro remedio que continuar desplazándose hacia el sur, dudó entonces si los enemigos tomarían uno u otro camino, por lo que escribió a la Junta Central proponiéndole la defensa del cantón de Santa Olalla. A este fin adelantó una división hacia la localidad, a la vez que, tratando de evitar que la caballería francesa cargara sobre su retaguardia, ordenaba al brigadier Rafael Menacho, que había dejado acantonado en Mérida con cuatro batallones, que “marche a Campanario para llamar la atención del enemigo hacia Agudo, no descuidando verse envuelto, y que si llegado el caso ve preciso retirarse, lo haga hacia Badajoz”, operación que mandó apoyar al brigadier Juan Senén de Contreras, manteniendo no obstante abiertas las comunicaciones de enlace con el grueso del ejército de Extremadura. Pero la Central, que estimaba muy arriesgadas estas maniobras, le ordenó por el contrario que los brigadieres Senén de Contreras y Menacho bajaran a reunirse con el resto de fuerzas que marchaban hacia Andalucía.

Sin embargo, haciendo caso omiso a dichas prevenciones, el Duque decidió dejar atrás ambos destacamentos, ocho batallones con algo más de cuatro mil efectivos que quedarían cortados para siempre en Extremadura, sin posibilidad de alcanzar al grueso del Ejército que se replegaba ya a marchas forzadas sobre las estribaciones de la Sierra Norte de Sevilla. De tal modo que el 20 de enero, situado sobre Guadalcanal, reconocía que sus fuerzas apenas alcanzaban los ocho mil infantes y seiscientos jinetes, y que los franceses le triplicaba en número. En este momento el Duque se encuentra en una encrucijada: no puede enfrentarse a un enemigo superior, pero tampoco puede retener demasiado tiempo una eventual posición artillera en el alto del Culebrín, que quizás hubiera garantizado con el atrincheramiento de los cuatro mil hombres que había dejado atrás, por lo que la solución se la ofrece en bandeja el Secretario de Guerra, Antonio Cornel, que el 21 de enero le ordenó marchar en dirección a Córdoba, uniéndose en la sierra con los dispersos que había logrado reunir el brigadier Zeraín, junto con el batallón nº 4 de los Voluntarios de Sevilla y dos compañías de escopeteros que, procedentes de Ayamonte y Marbella, seguían la misma ruta.

Pero ese mismo día la columna del I Cuerpo del mariscal Victor alcanza Montoro y Torre del Campo, las brigadas de los generales Honoré Gazan y Michel Brayer, pertenecientes al V Cuerpo del mariscal Mortier, convergen en Despeñaperros cortando las comunicaciones entre el cuartel general del Ejército del Centro, emplazado en La Carolina, y las órdenes dictadas por el gobierno de la Junta Central situada en Sevilla, y el IV Cuerpo del general Sebastiani desaloja las tropas del brigadier Gaspar Vigodet en Montizón, apoderándose de veinticinco piezas de artillería. El 22 de enero los franceses atraviesan Bailén sin oposición y, mientras el grueso de las fuezas continúan hacia Andújar, una columna toma el camino de Jaén, aprisionando y poniendo en fuga a su paso a la mayor parte de los conscriptos que formaban en las unidades del Ejército del Centro[18].

El 23 de enero el mariscal Victor entraba en Córdoba, mientras el general Sebastiani hacía lo propio en Jaén antes de seguir hacia Granada. Ese mismo día cundió el pánico en Sevilla, por lo que la Junta Central decidió evacuar de madrugada la capital de Andalucía. No obstante, creyendo aún posible su defensa con los restos del ejército de Extremadura, ordenó al duque de Alburquerque, situado en Pedroso de la Sierra, que tomara las tropas de los brigadieres Zeraín y Copons, reunidas en Constantina, y partiera de inmediato a hacer frente a las avanzadas francesas que asomaba ya por la ruta de Córdoba. Sin embargo, la actuación del Duque sería otra bien distinta, porque dirigiéndose en primer lugar a Cantillana, en lo sucesivo trataría de rehuir el combate con los franceses para continuar la marcha hasta la plaza de Cádiz, con objeto poner a buen recaudo los restos del otrora Ejército de Extremadura, ya que, según trató de justificar más tarde:

 

“Conociendo que el enemigo no podía menos de haber ya ocupado Córdoba; y sabiendo que se hallaba la Junta Central en huida, determiné continuar mi movimiento pasando el río Guadalquivir por las barcas del mencionado pueblo; y situando mis tropas en los términos que dejo expuesto en el Manifiesto, me dirigí con un ayudante hasta las cercanías de Écija, donde se hallaban los enemigos, con el objeto de cercionarme de sus fuerzas y movimientos; esto, y la superioridad de aquellas me obligaron a marchar sobre Cádiz para defenderlo, que sola la fortuna, el valor y sacrificios de la caballería pudieron conseguir”[19].

 

Aunque en su Manifiesto, el duque de Alburquerque parece arrogarse la autoría de aquel proyecto, lo cierto es que la idea debió ser autorizada previamente por la Junta de Sevilla en los días posteriores a la disolución de la Central, tal y como refirió Francisco de Saavedra, en el ínterin presidente de aquella:

 

“La Central se acabó de marchar el 23 en la noche y el 24 rompió un furioso motín desde el amanecer. La Junta de Sevilla, a fuerza de exhortaciones y oportunas providencias, logró contener al pueblo, que se tranquilizó sin que hubiese ocurrido desgracia, robo ni desorden de magnitud. Se envió cuanto pudo a Cádiz, se tomaron medidas para la conservación de los restos de tropa que quedaban en varias partes de la Península y se dispuso con mucho arte y sigilo la grande obra de socorrer la Isla de León desguarnecida, con el pequeño ejército del duque de Alburquerque, compuesto de 10.000 hombres, que debía anticiparse a marchas forzadas a los franceses que, según su mismo plan, que cayó en manos de la Junta, se dirigían a toda prisa a ocupar aquella, tal vez única posición, aunque entonces poco conocida. El asunto lo tratamos primero a solas el Duque y yo, después lo confirmó la Junta y él lo ejecutó con una rapidez, una precisión y un espíritu que en algún modo lo constituyeron el salvador de la patria”[20].

 

Como apuntaba Saavedra, la marcha de los miembros de la Junta Central prendió el motín de la mañana del 24 de enero. Ese día, partidarios del intrigante Eugenio Palafox Portocarrero, VII conde de Montijo, y del no menos taimado Francisco de Palafox, hermano del héroe de Zaragoza, sublevaron a los sevillanos y forzaron la liberación de ambos, presos en la Cartuja. La Junta de Sevilla se declaró suprema de la nación, nombrándose como presidente de la misma al propio Saavedra y como vocales al marqués de la Romana y al teniente general Eguía, junto a los mencionados Montijo y Palafox, y comenzó a dictar órdenes, “con facultades amplias para disponer en toda la península lo perteneciente al ramo militar. Al marqués de la Romana se le dio el mando del Ejército que hoy tiene, y al conde de Montijo se le autorizó con plenitud de facultades para reunir y armar gentes en todo el reino”[21].

El duque de Alburquerque debió tomar partido por la Junta de Sevilla, desautorizando la legitimidad que aún ostentaba la Junta Suprema Central. Los miembros de la misma, tuvieron conocimiento de la sublevación el 25 de enero, apenas pudieron recalar en el Puerto de Santa María[22], cuando el plan para guarnicionar Cádiz con las tropas del Ejército de Extremadura ya había sido decidido. Comenzó así una carrera contra reloj que tuvo su inicio el día 26 de enero, cuando entró en Sevilla la caballería del duque de Alburquerque escoltando la artillería que había bajado por la carretera de Santa Olalla y el Ronquillo. El 27 de enero se unieron en Carmona a la infantería, que finalmente había cruzado el Guadalquivir por la barca de Cantillana. El 28 de enero partieron todos juntos hacia Utrera y el 29 de enero alcanzaron Alcantarilla, la misma jornada en la que el mariscal Victor intimaba la rendición de Sevilla, que abrió las puertas al rey José para que desfile con todo su séquito a las cuatro horas del día siguiente[23]. El 30 de enero, el Ejército de Extremadura se sitúa en Cabeza de San Juan, el 31 de enero en Jerez de la Frontera, donde la caballería permanecerá tres días asegurando el repliegue de todas las unidades, el 1 de febrero en el Puerto de Santa María, el 2 de febrero las avanzadas cruzan el puente de Suanzo, sobre la ría de Sancti-Petri, y el 4 de febrero, las tropas completan el repliegue terminando de entrar todas en la Real Isla de León[24].

Era este un ejército exhausto y famélico que, no obstante, fue recibido con aplausos y vítores por el pueblo gaditano:

 

“Entregado casi únicamente a sus vecinos armados. ¡Y qué espectáculo ve Cádiz, Cádiz poseída de gratitud, de compasión! Parte de aquellas tropas llegan sin calzado y con los uniformes en jirones. Un regimiento, destinado a alojarse en el cuartel de la Bomba, no quiere atravesar la ciudad, sino que tomando desde Puerta de Tierra por la muralla, desciende por el puesto de guardia de San Felipe y continúa por la Alameda. Así evitan presentarse por medio de la población en el estado lamentable en que todos vienen. Rendidos al cansancio por las forzadas marchas en senderos poco practicables para acortar camino, vienen a Cádiz muchos rezagados. La languidez cadavérica se ostenta en sus semblantes. Muchas señoras que desde los balcones ven a estos infelices, los llaman a sus puertas y les ofrecen vinos, caldos y otros alimentos: algunas salen a las calles mismas para socorrer a los que rinden a la fatiga y no pueden dar un paso”[25].

 

Pisándole literalmente los talones, el mariscal Victor estableció el cuartel general en el Puerto de Santa María, a donde también llegó el 16 de febrero el rey José Napoleón, para intimar la rendición de la plaza. Ante la negativa, los franceses comenzaron a estrechar el cerco. La defensa corrió a cargo del duque de Alburquerque, que el 2 de marzo había sido nombrado capitán general de Andalucía, así como gobernador político y militar de la plaza. Desde el primer momento, redobló los esfuerzos para fortificar y poner en correcto estado de defensa la misma, exigiendo a la Junta de Cádiz, que gestionaba los almacenes de aprovisionamiento y las aportaciones económicas de los aliados británicos, el cargo de las pagas, equipamientos y uniformes que se les debían a sus tropas. Fue precisamente a raíz de estas exigencias cuando comienzan una serie de desencuentros con la Junta de Cádiz, compuesta mayoritariamente por comerciantes gaditanos y presidida por el teniente general Francisco Javier Venegas, segedano y sobrino del anteriormente citado Francisco de Saavedra, miembro ya por entonces del Consejo de Regencia, que trató de medir en vano para tomar luego una decisión salomónica: el 20 de febrero nombró a Venegas gobernador de Nueva España y el 3 de abril de 1810 al Duque embajador en Londres, donde moriría nueve meses más tarde[26].

Como por lo común suele suceder, las exequias acarrearían un reconocimiento póstumo de su figura, puesto que, pese a que ya el 13 de enero de 1811 el diputado extremeño Manuel Mateo Luján había propuesto a las Cortes que declarasen Benemérito de la Patria a quien, a su juicio “salvó la nación, y si existimos es por él y por su Ejército, y si esta provincia puede decir soy libre, lo debe al Sr. duque de Alburquerque y a su Ejército valeroso”[27], este moriría el 18 de febrero siguiente, a los treinta y siete años de edad, sin llegar a alcanzar tamaño honor. El 18 de agosto de 1811 su cadáver expatriado arribó al puerto de Cádiz a bordo del navío británico HMS Asia, y día 22 de agosto fueron depositados en un sepulcro abierto en la Iglesia del Carmen, próximo al que contenía los restos del almirante Gravina[28]. A partir de aquí se sucedieron los homenajes, singularizando la gesta del Ejército de Extremadura en su marcha hasta Cádiz en la Cruz de Distinción aprobada el 5 de junio de 1815 a propuesta del marqués de Castelar[29], mientras que el agradecimiento particular quedó patentizado en el anverso de la medalla conmemorativa del centenario de la Constitución de 1812, en la que figura una representación ecuestre del duque de Alburquerque. Según el Real Decreto de creación firmado por José Canalejas, esta última condecoración sería otorgada, junto a los miembros de la Familia Real, Príncipes, Embajadores, Diputados y Senadores, a los descendientes directos de los militares más destacados de la Guerra de la Independencia, citando expresamente, además del duque de Alburquerque, a los generales Venegas, Blake, Lacy, Álava y Menacho[30]. Razón de más para ocuparnos de este último.

 

  • La Fuga de Menacho.Finalizada la guerra en los Pirineos, bajó a Extremadura con su batallón en labores de vigilancia de la frontera con Portugal, aunque poco tiempo después tuvieron que embarcar para guarnicionar Mallorca, amenazada en aquel tiempo por la flota británica. En 1801 regresarían a Badajoz para participar en la Guerra de la Naranjas, y al cabo de la misma ingresó en el recién creado batallón de Voluntarios de Campomayor con empleo de sargento mayor, acuartelándose en San Roque de Cádiz hasta junio de 1808, en el que al frente de medio batallón se unió al Ejército de Andalucía que comanda el teniente general Francisco Javier Castaños. Se destacó en la batalla de Bailén, tras la que sería ascendido a coronel efectivo, así como en los combates de Cascante y Tarancón. Después de la batalla de Uclés se incorporó con su unidad al Ejército del Centro y participó con la división del duque de Alburquerque en el ya referido ataque al convoy francés de Mora, el 18 de febrero de 1809, así como en la retirada de Consuegra, sucedida cuatro días más tarde.Como se recordará, el Duque se encontraba en Guadalcanal el 20 de enero, habiendo dejando atrás al brigadier Menacho con instrucciones precisas para dirigirse a Campanario, al objeto de tratar de atraerse las tropas francesas que rodeaban Agudo, a la vez que ordenaba al brigadier Senén de Contreras, situarse más al sur, probablemente sobre Berlanga o Llerena,[34] con los tres batallones a su cargo, uno de Voluntarios de Mérida, otro de Voluntarios de la Serena y el 2º batallón de Voluntarios de la Patria Leales de Fernando VII, manteniendo el enlace con el grueso del Ejército de Extremadura emplazado sobre la Sierra Norte de Sevilla. Las fuerzas que se dejaron atrás sumaban una División, en la orgánica de entonces formada por entre siete y once batallones, distribuida en dos secciones al cargo de los brigadieres Menacho y Senén de Contreras, por lo que, consciente del peligro de perderlas, la Junta Central escribió al duque de Alburquerque ordenándole reagruparlas. Pero era demasiado tarde: la caballería francesa alcanzó Azuaga, irrumpiendo entre ambas y rompiendo las comunicaciones con el grueso del Ejército de Extremadura. El 8 de febrero, la caballería ligera del general André Briche cortó el paso a la sección del brigadier Menacho a la altura de Santa Marta, obligando a los cuatro batallones españoles a girar a su izquierda para tomar el camino de Feria, en cuyas inmediaciones varios destacamentos de dragones les acabarían dando alcance la mañana siguiente. Esta misma jornada, 9 de febrero de 1810, el mariscal Mortier llegaba a Zafra, donde establecería el cuartel general, mientras la infantería continuaba a marchas forzadas hacia Badajoz. De tal modo, que el 10 de febrero, “a las nueve y diez de la mañana[38], los franceses se presentaron ante la capital de Extremadura con intención de completar una línea de circunvalación que debía extenderse desde el Cerro de San Miguel, pasando por el de San Gabriel el Viejo y el de las Mayas, hasta la Picuriña.
  1. No habían encontrado oposición desde que salieron de Sevilla y esperaban no hallarla tampoco al instar la rendición de la plaza, por lo que, antes incluso de asentar los campamentos, resultaron sorprendidos cuando los portillos se abrieron y comenzaron a salir a grupos de paisanos armados, junto a las partidas de escopeteros y tiradores a los que el día 3 de febrero las Junta Suprema de Extremadura había prohibido reunirse con el grueso de las tropas del duque de Alburquerque[39], que se fueron a por ellos, embistiéndoles con furia. Así lo recogió el Diario de Mallorca, en su edición de 12 de abril de 1810, precisando que:
  2. En efecto, a partir del 21 de enero resulta muy difícil precisar los movimientos que realizaron ambas secciones en retaguardia. Según parece, el brigadier Menacho llegó a adelantarse hasta Almadén para contener durante un tiempo la entrada de los franceses, tratando luego de alcanzar Santa Olalla del Cala para reunirse con la retaguardia del Duque[35]. Sin embargo, entre una y otra localidad hay varias jornadas de distancia, por lo que los batallones debieron quedar cercados en las inmediaciones de esta última a finales de enero. Con los franceses cortándoles el paso y amenazando con envolverles, el brigadier Menacho decidió replegar las tropas y marchar en defensa de Badajoz, plaza fronteriza de primer orden, que se encontraba desguarnecida y a merced de los enemigos, que dominaban ya por entonces la mayor parte de la región[36]. Al norte, el día 9 de febrero de 1810, el mariscal Ney había salido de Salamanca con doce mil hombres para dirigirse a Ciudad Rodrigo, la cual pensaba rendir fácilmente. Poco antes, el 2 de febrero y en un movimiento espejo, “el mariscal Mortier sale de Sevilla con cuatro brigadas de infantería y una de caballería en reconocimiento de la plaza de Badajoz, capital de Extremadura y frontera de Portugal”[37].
  3. De nuevo en Extremadura, participó en la batalla de Medellín, tras la que sería ascendido a brigadier, y en el asedio al conventual santiaguista de Mérida, el 16 de mayo de 1809, donde sería herido de gravedad en el muslo izquierdo por un proyectil[33]. A resultas del mismo, guardaría dos meses de reposo y no participaría en la batalla de Talavera, aunque sí en las diversas acciones que tendrían lugar en Puente del Arzobispo, protegiendo el repliegue de las tropas británicas hasta Trujillo. A finales de verano, el brigadier Menacho quedó a cargo de cuatro batallones, el 1º y 2º del regimiento de infantería ligera de Osuna, el 2º batallón de Voluntarios de Sevilla y el batallón de los Voluntarios de Zafra, encomendados a vigilar las posibles avenidas de franceses desde la orilla derecha del Tajo. Sus movimientos se encuadran dentro de la estrategia general trazada por la Junta Central con anterioridad a la batalla de Ocaña, según se ha expuesto, quedando en retaguardia y a expensas de las órdenes que irían llegando del duque de Alburquerque cuando este marchó en paralelo a la columna de tropas francesas que se dirigían a invadir Andalucía.
  4. Rafael Menacho y Tutlló nació en Cádiz el 22 de mayo de 1766. Una completa biografía fue publicada en 1912 por Emilio Cróquer Cabezas[31], por lo que, a título personal y habiéndonos ocupado en numerosos trabajos de su figura[32], baste una breve reseña de su hoja de servicio para recordar la trayectoria militar del personaje. Así, Rafael Menacho ingresó en 1784 como cadete en el regimiento de infantería de línea de Vitoria, con el que, una vez renombrado como Valencia, participó en el Sitio de Ceuta de 1791 en grado de teniente. En octubre de 1793 se incorporó con el tercer batallón al frente oriental de la Guerra del Rosellón, resultando gravemente herido de metralla en el brazo izquierdo cuando cubría la retirada de las tropas en Argeles. Pasó tres meses convaleciente en el hospital habilitado en la fortaleza de San Fernando de Figueras, y una vez recuperado solicitó el empleo de capitán de granaderos en el recién creado batallón de Cazadores Voluntarios de la Corona, al que pasó con grado de teniente coronel. Al frente de esta unidad organizó partidas de somatenes, distinguiéndose particularmente en las batallas de Montesquieu, donde fue herido en la rodilla por un proyectil, y la Muga, en la que rechazó el ataque del enemigo al frente de una columna que comandó personalmente.

“Salieron como leones los paisanos y otras partidas de guerrilla, a recibirlos provocándolos y desafiándolos con voces y otros ademanes, bajaron los franceses, se acercaron los valientes defensores de Badajoz, y se trabó la lid, que duró hasta las oraciones, hora en que se retiraron los enemigos, dejando en el campo muchos muertos, tercerolas, fusiles y caballos: al día siguiente comenzó igual pelea a las ocho de su mañana, y estando en ella se presentó a la guerrilla más avanzada un parlamentario que traía dos pliegos, uno para la Junta, y otro para el Gobernador.

 

Se dio parte de ello a la Junta y al Gobernador, y respondieron este y aquella que no querían oír las patrañas y embustes de los franceses, y mandaron que no se les recibiesen los pliegos, que no se admitiese jamás parlamentario alguno, y que si otra vez volvía a presentarse, se le recibiese a tiros; así se le contestó al parlamentario, oído lo cual se retiró, continuó el fuego, que duró hasta la noche, por haberse también retirado los enemigos con igual pérdida que la del día anterior.

 

En la noche de este día no pudiendo contenerse nuestras valientes guerrillas, y esforzados paisanos, atacaron al enemigo en su propio campamento, y lo hicieron huir vergonzosamente, dejando en él un botín que prueba hasta la evidencia lo precipitado de su fuga, pues entre otros muchos efectos se hallaron sombreros de oficiales, mantillas de caballos, bastones con puño de oro, y una porción de caballerías atadas. Este es el hecho, la verdad, y la resolución de los habitantes de Badajoz, que así se han defendido, y hecho huir a los vencedores de Austerlitz, de Jena y Marengo, y así lo serán siempre que vuelvan, y mientras haya un viviente en esta Plaza[40].

 

En la acción se destacó especialmente el artillero Manuel Fariñas, quien:

 

“Habiendo observado desde su baluarte una columna enemiga a una distancia proporcionada, hizo la puntería con tal acierto y tino, que consiguió desbaratarla, quedando en el campo por despojo del metal asolador de diez a doce enemigos. (Fue ciertamente esta granada que mató siete dragones franceses). Casi igual efecto tuvo otro tiro que disparó en la tarde del mismo día. Estos hechos dignos de transmitirse a la posteridad más remota, entusiasmaron de tal modo a los espectadores, que no satisfechos con celebrar los artilleros con repetidas aclamaciones, los gratificaron en los términos que cada cual podía. El coronel D. Francisco Arena tuvo la generosidad de gratificarlos con cuatrocientos mil reales. Tales son los heroicos sentimientos que animan los corazones de los dignos hijos de la Patria y habitantes de Badajoz”[41].

 

La salida fue todo un éxito y sus participantes acabarían mereciendo el reconocimiento de toda la nación[42], pero los franceses logaron emplazar “un cañón en sitio capaz de internar las balas dentro de la ciudad y aunque logró su intento en muy pocas de las muchas que disparaban, se les obligó en breve a retirarse de aquel punto”[43]. El mariscal Mortier estaba determinado a rendir la plaza y continuó bloqueándola gracias a la superioridad numérica del V Cuerpo. Probablemente, Badajoz no habría resistido mucho tiempo, desguarnecida de su Ejército y con la mayor parte de la región dominada por los franceses, pero un acontecimiento inesperado vendría a cambiar muy pronto la realidad de los hechos, ya que dos noches más tarde, las tropas del brigadier Menacho, que habían rechazado las cargas de caballería francesa en Feria para buscar refugio en las estribaciones de la Sierra de Monsalud, irrumpieron por sorpresa, rompiendo el cerco establecido por el enemigo y entrando a reforzar la guarnición de la plaza.

Aunque no existe un relato fidedigno de aquella hazaña, Adolfo de Castro reconstruyó el episodio sirviéndose de las licencias literarias que le eran propias, para dejar escrito que, el 10 de febrero de 1810 y hallándose rodeado de franceses en Salvaleón, el brigadier Menacho ordenó a tres tamborileros que subieran a otros tantos cerros distantes y encendieran hogueras para confundir al enemigo[44]. Una vez hecho esto, apremió a la infantería para que se dirigiera a marchas forzadas hacia Badajoz y, como relató posteriormente el teniente coronel Cayetano Olarra, comandante del 2º batallón de Voluntarios de Sevilla: “en dos días no comió la división rancho alguno, y en veinte y cinco horas no hizo un alto: quedaron medio reventados y desfallecidos de los tres cuerpos que se componía la división muchos; pero la retirada tan arriesgada y pronta se alabó en los papeles de Badajoz”[45].

Tras romper las líneas francesas la madrugada del 12 de febrero de 1810, las tropas españolas comenzaron a entrar por la puerta de la Trinidad entre las aclamaciones de los vecinos[46]. Fray Laureano Sánchez Magro, prior del convento de los dominicos y testigo privilegiado de los sucesos de la Guerra de la Independencia en la capital de Extremadura, dejó escrito que:

 

“La noche del día cuatro del bloqueo, el valiente general Menacho entró con su división en la ciudad, burlando la vigilancia y esmero del enemigo para hacerla prisionera. Alborozado Badajoz con este refuerzo, se excedió en prodigar a los soldados los más abundantes socorros para reforzarlos de las necesidades padecidas cuatro días que anduvieron errantes por los campos. No hubo corporación ni persona distinguida que no les hiciese alguna expresión y hasta los conventos de religiosas cuidaron de obsequiarlos. Colocados en los sitios oportunos para la defensa de la plaza, eran muchas las mujeres que le proveían de abundante comida y bebida mientras los hombres se empleaban graciosa y esforzadamente en los trabajos de fortificación. El valor y el heroísmo de Badajoz contuvo el progreso de las conquistas del enemigo que, jactancioso, aseguraba su rendición a los ocho días y la ocupación de Lisboa a los quince”[47].

 

El brigadier Menacho, que iba cerrando la columna:

 

“No traspuso las puertas sino después que lo hizo el último carro. Venía a pie con el grupo que cubría la retaguardia. Al cruzar los umbrales de la ciudad se desmayó en brazos del marqués de la Romana. Sólo entonces advirtieron los soldados que de la bota de Menacho se desbordaba la sangre. Había recorrido tres leguas con el muslo izquierdo atravesado por una bala de fusil”[48].

 

La gesta fue recogida en algunos diarios de la época[49] e incluso se compuso una partitura para forte-piano, el “Himno a Badajoz vencedora”, del antiguo inquisidor Francisco José de Mollé, director del Patriota Andaluz y futuro capellán de honor de Fernando VII[50], con pretensiones de que la misma fuera recordada para la posteridad, puesto que sin duda y gracias esta acción el peligro de invasión había sido desterrado. El mariscal Mortier fue forzado a levantar el sitio, no sin antes y como contó la Gazeta de la Regencia, intimar la rendición de Olivenza al día siguiente:

 

“Pero recibieron la contestación que merecían y se retiraron sin intentar cosa alguna a las dos horas, tomando la dirección por Valverde, que es por donde habían ido. Tienen mucha deserción: el día 14 se vieron trece que estaban descalzos y miserables, y raro es el día que no se pasan algunos. Ha llegado hasta Campomayor y Yelves un cuerpo numeroso de tropas inglesas y portuguesas al mano de los generales Hill y Beresford; y quizás de resultas de esto los enemigos, que el 15 se hallaban en Talaverilla, Lobón, Arroyo y Mérida, han hecho movimiento, y dejando una corta guarnición en Mérida, se han situado pro la mayor parte en Zafra, los Santos, Feria y Burguillos”[51].

 

Sin embargo, pese a levantar el cerco de Badajoz, el V Cuerpo del mariscal Mortier no se retiró de las inmediaciones de la plaza hasta bien entrado el mes de marzo, en el que acabaría replegándose al cuartel general de Zafra, desde donde en los días sucesivos hostigaría las posiciones establecidas por Senén de Contreras en Jerez de los Caballeros y Burguillos[52]. A fecha de 15 de febrero, los estados militares franceses reflejaban un total de 11.519 infantes y 5.544 jinetes delante de Badajoz. Poco antes, el 6 de febrero de 1810, el duque del Parque fue nombrado Capitán General de Canarias, por lo que el marqués de la Romana tomó el mando interino del Ejército de la Izquierda en tanto la Regencia confirma finalmente el nombramiento realizado por la Junta de Sevilla[53]. Su primera acción al mando fue la del 19 de febrero en las inmediaciones de Valverde, cuando las tropas españolas sorprendieron a la brigada de dragones del general Charles-Victor Woirgard, al que dieron muerte, pese a que según las fuentes francesas ciento veinte españoles fueron hechos prisioneros, dejando otros tantos muertos sobre el campo de combate[54].

En el mes de marzo de 1810, el Ejército de la Izquierda consiguió reorganizar finalmente las divisiones, con el añadido de las secciones de Menacho y Senén de Contreras procedentes del Ejército de Extremadura, para intentar controlar el vasto territorio que abarcaba desde la Sierra de Francia a la de Aracena y que:

 

“Teniendo por eje de sus operaciones a Badajoz, giraban sobre él para marchar por su frente, o para retroceder, para pasar a la izquierda, o para transportarse a la derecha, conforme lo exigían las circunstancias.

 

Los enemigos que este ejército tenía a su vista, eran los cuerpos de ejércitos franceses 2º y 5º mandados por Reynier y Mortier. El primero tenía su cuartel general en Mérida, y sus operaciones tan pronto eran siguiendo el curso del Guadiana, como en dirección al Tajo, como marchando hacia Andalucía. El segundo tenía su cuartel general al parecer en Sevilla, y sus operaciones se verificaban en el intervalo, en el camino real de Extremadura hasta Badajoz, y en las direcciones de Fregenal y Llerena, unas veces esto dos cuerpos operaban con relación entre sí, otras aisladamente.

 

El objeto del marqués de la Romana en este período fue guarnecer el grupo de plazas que había en la frontera de Portugal, conservar, aumentar y organizar su ejército al abrigo de ellas, formar la derecha del ejército anglolusitano, cubrir la frontera de aquel reino y proporcionarse los víveres necesarios”[55].

 

El territorio extremeño sobrevivió al año 1810 en precario equilibrio, amenazado constantemente por los destacamentos enemigos, gracias a que pudo conservarse la plaza de Badajoz como cuartel general y centro de operaciones del Ejército de la Izquierda. Posiblemente el resultado de la invasión de Portugal habría resultado favorable a los franceses si estos hubieran conseguido dominar la región, rindiendo su capital a mediados de febrero, dejando expedido el suministro de tropas y provisiones desde Sevilla. Y probablemente el destino de España también hubiera sido otro. Los historiadores aseguran que lo fue en el caso de Cádiz, que habría tenido que claudicar ante las tropas del mariscal Victor si el Ejército de Extremadura no hubiera entrado a tiempo para reforzar sus defensas. Sin embargo, pese a que dicha acción continúa siendo celebrada con multitud de trabajos, conferencias y exposiciones, la gesta del brigadier Menacho, que entró asimismo a tiempo para reforzar la plaza de Badajoz, amenazada por las tropas el mariscal Mortier, sigue siendo desconocida incluso para la mayor parte de los especialistas dedicados al estudio de la Guerra de la Independencia.

Esta fue una de las principales razones por las que, en el 210 aniversario de aquel hehco, quisimos rendirle tributo en Salvaleón, localidad desde la que partió la noche del 10 de febrero de 1810 para defender la capital de Extremadura. La iniciativa, que contó rápidamente con el apoyo entusiasta e incondicional de su alcaldesa y del grupo de recreadores de La Albuera, se celebró en presencia del Vicepresidente de la Diputación Provincial y de representantes del estamento militar, en medio de una gran expectación, llegando incluso a fletarse autobuses para el público procedente de Badajoz. Sin duda, su éxito aventura nuevas ediciones en las que poder consolidar este atractivo turístico de primer orden, en cuanto medida efectiva de sostén demográfico y desarrollo rural, con el que ya cuentan otras localidades extremeñas como Casas de Miravete, Romangordo, Miajadas, Arroyomolinos de Montánchez o La Albuera, cuya batalla es Fiesta de Interés Turístico Regional desde el año 2000. Todas ellas, junto a otras que pudieran sumarse en el futuro, deberían constituir el embrión de la Ruta Destino Napoleón en Extremadura, uno de los más exitosos Itinerarios Culturales del Consejo de Europa, galardonados con el Premio Carlos V de la Academia Iberoamericana de Yuste el pasado año, como generador de recursos económicos para las poblaciones que lo acogen. Un deseo que habría que hacer realidad a la mayor brevedad posible.

 

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[1] VELA SANTIAGO, Francisco. Ocaña 1809. Guerreros y Batallas. Editorial Almena. Madrid, 2012; pág. 20.

[2] MORENO ALONSO, Manuel. “Jovellanos y el colapso de la Junta Central en Sevilla”. Minerva Baeticae. Boletín de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, nº 40. Sevilla, 2012; pág. 351.

[3] Vid. MARABEL MATOS, JACINTO J. “Fiebre y Sábanas: el otoño de Wellington en Badajoz. I”. XLV Coloquios Históricos de Extremadura. Asociación Cultural Coloquios Históricos de Extremadura. Trujillo, 2017; págs. 283-302; “Fiebre y Sábanas: el otoño de Wellington en Badajoz. II”. XLVI Coloquios Históricos de Extremadura. Asociación Cultural Coloquios Históricos de Extremadura. Trujillo, 2018; págs. 409-425.

[4] GARCÍA DE LA CUESTA, Gregorio. Manifiesto que presenta la Europa el capitán general de los Reales Ejércitos Don Gregorio García de la Cuesta, sobre sus operaciones militares y políticas desde el mes de junio de 1808 hasta el día 12 de agosto de 1809, en que dejó el mando del Ejército de Extremadura. Miguel Domingo. Palma de Mallorca, 1811; pág. 80.

[5] Dichas unidades habían sido integradas en el Ejército de Extremadura para la campaña de Talavera, pasando después al Ejército del Centro bajo el breve mando de Eguía, que el 3 de febrero de 1810 tomaría posesión de la Secretaría de Estado y Despacho Universal de Guerra.

[6] Gazeta de México, de 25 de noviembre de 1809.

[7] GÓMEZ VILLAFRANCA, Román. Extremadura en la Guerra de la Independencia. Memoria Histórica y Colección Diplomática. Uceda Hermanos. Badajoz, 1908; págs. 267 y 268.

[8] Ibídem; págs. 286 y 287.

[9] La IV División del teniente general Nicolás Mahy había quedado cortada al norte, entre Galicia y el Bierzo, mientras que un total de seis batallones quedaron guarnicionados en Ciudad Rodrigo bajo el mando de su gobernador Pedro Quijano, sustituido a finales de año por el brigadier Herrasti. CABANES ESCOFET, Francisco Javier. Explicación del Cuadro Histórico-Cronológico de los movimientos principales y acciones de los Ejércitos en la Península, durante la Guerra de España contra Bonaparte. Viuda e Hijos de Antonio Brusi. Barcelona, 1822; págs. 64 y 65.

 

[10] DE CASTRO Y ROSSI, Adolfo. Historia de Cádiz y su Provincia, desde los remotos tiempos hasta 1814. Imprenta de la Revista Médica. Cádiz, 1858; pág. 695. Probablemente la descripción fuera utilizada por Ramón Rodríguez Barcaza para “La Junta de Cádiz en 1810”, óleo pintado en 1867 que se conserva en el Museo de la ciudad, para la representación idealizada del Duque de Alburquerque, que ocupa el centro de la composición estrechando la mano de uno de los miembros de la Junta.

[11] GUERRERO ACOSTA, José Manuel. “El Duque de Alburquerque y la retirada del Ejército de Extremadura a la Isla de León”. Revista de Historia Militar, nº extra 1. Instituto de Historia y Cultura Militar. Ministerio de Defensa. Madrid, 2011; pág. 20.

[12] LÓPEZ FERNÁNDEZ, José Antonio. La batalla de Medellín 1809. Guerreros y Batallas nº 74. Almena, Madrid, 2011; pág. 32.

[13] SAÑUDO BAYÓN, Juan José. “Campaña y batalla de Medellín, 1809”, en CALERO CARRETERO, José Ángel y GARCÍA MUÑOZ, Tomás (Coord.) Actas de las Jornadas de historia de las Vegas Altas. Medellín-Don Benito, 26 y 27 de marzo de 2009. Sociedad Extremeña de la Historia. Badajoz, 2009; pág. 134.

[14] CANGA ARGÜELLES, José. Documentos pertenecientes a las observaciones sobre la Historia de la Guerra de España que escribieron los señores Clarke, Southey, Londonderry y Napier. Volumen I. Imprenta de Calero. Madrid, 1835; pág. 165.

[15] GARCÍA DE LA CUESTA, G. Manifiesto…, Ob. cit.; págs. 82 y 83.

[16] El 1 de febrero de 1810 la Junta Suprema Central de España e Indias dio paso a un Consejo de Regencia, en el que además del general Castaño, Francisco de Saavedra y Antonio Escaño, formaron parte, al menos sobre el papel, los extremeños Pedro de Quevedo y Quintano y Esteban Fernández de León. Su función no era otra que la de preparar las Cortes Constituyentes que finalmente fueron reunidas en Cádiz en septiembre de ese mismo año, una vez elegidos en julio los representantes de las distintas provincias conforme a la Instrucción de 1 de enero de 1810. La labor de los doce diputados extremeños quedó recogida en GOMEZ VILLAFRANCA, Román. Los Extremeños en las Cortes de Cádiz. Arqueros. Badajoz, 1912.

[17] Vid. DE LA CUEVA Y DE LA CERDA, José María. Manifiesto del Duque de Alburquerque acerca de su conducta con la Junta de Cádiz y arribo del ejército a su cargo a aquella plaza. Imprenta de Juigné. Londres, 1810.

 

[18] LAPÈNE, Édouard. Conquête de L’Andalousie. Campagne de 1810 et 1811 dans le Midi de L’Espagne. Anselin et Pochard. Paris, 1823; pág. 17.

[19]DE LA CUEVA Y DE LA CERDA, J. M. Manifiesto del Duque…, Ob. cit; pág. 70.

[20] GÓMEZ IMAZ, Manuel. Sevilla en 1808. Servicios patrióticos de la Suprema Junta en 1808 y relaciones hasta ahora inéditas de los regimientos creados por ella. Imprenta de Francisco de Paula Díaz- Sevilla, 1908; pág. 257.

[21] CALVO DE ROZAS, Lorenzo. Reglamento que dio al Consejo Interino de Regencia la Suprema Junta Central. Imprenta Real. Cádiz, 1810; pág. 4.

[22] MORENO ALONSO, M. Jovellanos y el colapso…, Ob. cit; pág. 377.

[23] Justo a tiempo para asegurar su defensa, entraron también Cádiz ochocientos escopeteros procedentes de Gibraltar, seguidos de tres batallones ingleses y un regimiento portugués de infantería. LAPÈNE, É. Conquête…, Ob. cit; pag. 18. Según Guerrero Acosta, “los últimos en entrar serían los elementos de caballería de retaguardia, como el regimiento de Calatrava, que mantuvo su último combate contra las tropas francesas en Puerto Real a primera horas de la tarde del mismo día 5, y en la venta del Arrecife”. GUERRERO ACOSTA, J.M. El Duque de Alburquerque…, Ob. cit; pág. 27.

[24] Las unidades del Ejército de Extremadura que entraron en Cádiz estaban compuestas por los regimientos de caballería de Calatrava, Villaviciosa, Voluntarios de España, Cazadores de Sevilla, Perseguidores de Andalucía, Perseguidores de Lusitania, Montaña de Córdoba y Príncipe desmontados; la Vanguardia formada por los batallones Ligero de Campomayor, Ligero de la Reina, Línea de Trujillo, Provincial de Ciudad Rodrigo; I División formada por el 4º batallón de Reales Guardias de España, Imperial de Toledo 1º y 3º Batallón de la Patria; II División formada por el 2º batallón de Voluntarios de Cataluña, 2º batallón de Voluntarios de Sevilla, Leales de Fernando VII, Batallón de estudiantes de Toledo y Provincial de Sigüenza; y III División formada por el 2º Batallón de Reales Guardias de España, Murcia, Irlanda, Voluntarios de Madrid, Guadix, Valencia y Canarias. CABANES ESCOFET, Francisco Javier. Explicación…, Ob. cit; págs. 69 y 70.

[25] DE CASTRO Y ROSSI, Adolfo. Cádiz en la Guerra de la Independencia. Cuadro Histórico. Librería de la Revista Médica. Cádiz, 1862; págs. 50 y 51.

[26] Blanco White, a quien el duque de Alburquerque honró ”con la más íntima amistad desde poco después de su llegada a Londres, comunicándole sus más íntimos sentimientos”, publicó un extracto del manifiesto y de la controversia suscitada con la Junta de Cádiz, asegurando que había sido políticamente asesinado a raíz de las furiosas injurias vertidas por esta. BLANCO WHITE, José María. El Español. Tomo II. Imprenta de Juigné. Londres, 1810; pág. 415.

[27] Diario de las discusiones y actas de las Cortes, de 13 de enero de 1811.

[28] El Redactor General, de 21 de agosto de 1811.

[29] El entonces segundo jefe del Ejército de Extremadura propuso una cruz de distinción, cuyo diseño acompañaba, recordando para la posteridad la acción. “La cruz, conforme al diseño presentado, consiste en cuatro brazos, cada uno de los cuales tiene tres puntas o aspas, esmaltadas en blanco las de los extremos, y la intermedia en azul celeste claro y oscuro por mitad, dividida esta por un filete de oro, y en su remate tiene un globito del mismo metal, menos en la del brazo superior que lleva una corona ovalada de laurel; y todos cuatro rematan en un escudo ovalado en que se representan pintadas en tierra las columnas de Hércules, una porción de mar, una nave en actitud de naufragar, y el horizonte con algunos celajes, y en su reverso se encuentra un ojo en oro mate del que salen varios rayos; leyéndose en el exergo de la cara principal del escudo el lema sobre azul celeste claro Salvó la nave que zozobraba; y en el reverso Al duque de Alburquerque y su ejército; debiendo llevarse en el ojal de la casaca o chaqueta pendiente de cinta blanca con filetes de azul celeste oscuro en sus canto y centro, compuesto cada uno de la séptima parte de su ancho”. Circular del Ministerio de la Guerra nº 221. Colección de las Reales Cédulas, Decretos y Órdenes de su Majestad el Señor Don Fernando VII, desde 4 de mayo de 1814. Imprenta de Esteban, Valencia, 1814; págs. 340-341.

[30] Real Decreto de 16 de julio de 1910. Gazeta de Madrid, de 19 de julio de 1910.

[31] CRÓQUER CABEZAS, Emilio. Noticia genealógica y biográfica del mariscal de campo, ilustre gaditano, defensor de la plaza de Badajoz, Rafael Menacho. Tipografía Comercial. Cádiz, 1912.

[32] Valga por todas la biografía novelada MARABEL MATOS, Jacinto J. Indomables. Historia del general Menacho y el cerco de Badajoz. Diputación Provincial de Badajoz. Badajoz, 2020.

[33] Vid. MARABEL MATOS, Jacinto J. “El coronel Storm de Grave y el sitio de Mérida de 1809”. XLIII Coloquios Históricos de Extremadura. Asociación Cultural Coloquios Históricos de Extremadura. Trujillo, 2015; págs. 313-334.

[34] El brigadier Juan Senén de Contreras escribió un manifiesto dando cuenta de la mayor parte de las operaciones protagonizadas por las tropas bajo su mando hasta 1810, en el que precisamente se omiten las referidas a los meses de enero y febrero. SENÉN DE CONTRERAS, Juan. Epítome de la historia militar del general Don Juan Senén de Contreras, Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos de S.M.C. el Señor Don Fernando VII. Londres, 1810. Por otra parte y dado que la Gazeta de la Regencia de España e Indias se comenzó a publicar el 1 de marzo de 1810 y la Gazeta de Madrid servía a la propaganda del régimen josefino, resulta muy difícil articular las operaciones militares durante este período.

[35] CRÓQUER CABEZAS, E. Noticia Genealógica…, Ob. cit; pág. 13.

[36] La importancia de Badajoz como plaza fuerte de primer orden sería destacada en las Cortes de Cádiz, cuyos diputados reconocieron tan “solo Barcelona, Cádiz, Pamplona, Badajoz y Ceuta como plazas de primer orden; las hay de segundo orden y hay puntos fortificados que se pueden llamar fortalezas genéricamente, y también hay castillos y fuertes a quienes se les da vulgarmente el nombre de plazas, y tienen también sus comandantes con el título de gobernadores”. Diario de Sesiones de las Cortes de Cádiz, de 8 de enero de 1811.

[37] LAPÈNE, É. Conquête…, Ob. cit; pág. 20. Una vez conquistada Andalucía, la estrategia francesa pasaba por barrer el flanco derecho, tomando las dos principales fortificaciones amuralladas de la frontera como antesala de la inminente invasión de Portugal. El 12 de febrero, el mariscal Ney intimó la rendición de Ciudad Rodrigo, pero el gobernador Pérez de Herrasti se opuso a la misma y ordenó una salida que sorprendió a los franceses. Estos, después de castigar a la población con fuego de obuses, abandonaron el cerco al día siguiente debido a la fatal de medios. Volverían el 25 de abril, con un tren de sitio adecuado con el que consiguieron rendirla definitivamente. PÉREZ DE HERRASTI, Andrés. Relación histórica y circunstanciada de los sucesos del sitio de la plaza de Ciudad Rodrigo, en el año 1810. Imprenta de Repullés. Madrid, 1814.

[38] Diario Mercantil de Cádiz, de 27 de febrero de 1810.

[39] GÓMEZ VILLAFRANCA, Román. Extremadura en la Guerra…, Ob.cit; págs. 185 y 186.

[40] Diario de Mallorca, de 12 de abril de 1810.

[41] Diario Mercantil de Cádiz, de 10 de marzo de 1810.

[42] En el Museo del Ejército se conserva una bandera, probablemente perteneciente al batallón de tiradores de Badajoz de la Leal Legión Extremeña, que se formó poco después con la mayor parte de los paisanos que habían participado en la salida. MARABEL MATOS, Jacinto J. John Downie, el Quijote escocés que blandió la espada de Pizarro. XLVIII. Coloquios Históricos de Extremadura. Asociación Cultural Coloquios Históricos de Extremadura. Trujillo, 2019. En la bandera, bajo la Cruz de Borgoña, pendía en cinta dorada un león rampante de oro en campo de azur, rodeado de palmas y delante de un cañón montado con su cureña, sosteniendo en la diestra una espada desnuda y en la izquierda un clipo que rezaba “Al valor”; todo ello coronado de laurel bajo el lema “Badajoz. Año 10”. VV.AA. Catálogo General del Museo de Artillería. Tomo IV. Imprenta de Eduardo Arias. Madrid. 1917; pág. 246

[43] SANCHEZ MAGRO, Laurenao. Sucesos históricos de la capital y pueblos de Extremadura en la Revolución del año 1808. Editora Regional de Extremadura. Mérida, 2013; pág. 91.

[44]En esta situación y “aunque faltaba aliento a la vida y respiración a la esperanza de sus soldados, él supo reanimar su valor con la vehemencia de sus palabras. Parecía que Menacho dictaba y que los soldados escribían sus razones allá dentro del alma. Mandó a tres tamborcillos que subieran solos a otros tantos cerros distantes, apenas empezaba la noche y que encendieran tres hogueras. Creyendo los franceses que a aquella parte se habían trasladado las tropas españolas, acudieron a cercarlas. Menacho desfiló por el flanco izquierdo, y a marchas forzadas se dirigió a Badajoz a la una de la noche”. DE CASTRO y ROSSI, A. Historia de Cádiz… Ob. cit; pág. 744.

[45] El Redactor General, de 29 de octubre de 1812.

[46] CAMBIASO Y VERDES, Nicolás María. Memorias para la biografía de la Isla de Cádiz. Volumen II. Imprenta de León Amarita. Madrid, 1830; págs. 164 y 165.

[47] SÁNCHEZ MAGRO, Laureano. Sucesos históricos… Ob. cit; pág. 91.

[48] BUGUELLA DE TORO, José María. Antología de su obra. Diputación Provincial de Granada. Granada, 1976; pág. 236

[49] Vid. Gazeta de la Regencia, de 23 de marzo de 1810 y Diario de Mallorca, de 13 de abril de 1810.

[50] DE MOLLÉ, Francisco José. Himno a Badajoz Vencedora, el 11 de febrero de 1810. Imprenta de Quintana. Cádiz, 1810. Podía adquirirse en casa de Font y Closas, en la calle de San Francisco de la capital gaditana, al precio de quince reales de vellón, según la Gazeta de la Regencia de 22 de junio de 1810. Si bien pronto hubo de ser devaluada, pues en El Conciso, de 6 de octubre de 1810, se anunciaba ya a tres reales.

[51] Gazeta de la Regencia, de 29 de mayo de 1810.

[52] Después de entrar en Badajoz, el brigadier Senén de Contreras repartió dos mil hombres entre ambas poblaciones, donde convenientemente atrincherado rechazaría los días 14 y 15 de marzo de 1810 las fuerzas francesas. SENÉN DE CONTRERAS, J. Epítome…, Ob.cit; pág. 24.

[53] Nombramiento del Marqués de la Romana como jefe del Ejército de la Izquierda y Capitán General de Castilla La Vieja. Gazeta de la Regencia, de 17 de abril de 1810.

[54] Journal de L’Empire, de 7 de mayo de 1810. La acción tuvo como protagonista a Catalina Martín López de Bustamante, sobrina de El Caracol, que fue recompensada con el grado de alférez de caballería, conllevado además el sueldo, fuero y distintivo correspondiente. GÓMEZ DE VILLAFRANCA, R. Extremadura en la Guerra…, Ob. cit; pág. 21.

[55] CABANES ESCOFET, Francisco Javier. Campaña de Portugal en 1810 y 1811, traducida del francés al castellano y aumentada con varias notas. Imprenta de Collado. Madrid, 1815; pág. 60.

Dic 222014
 

Jacinto J. Marabel Matos

Asesor Jurídico.

Consejo Consultivo de Extremadura

En 1809 y durante treinta días trescientos hombres resistieron el asalto de un ejército de más de cinco mil infantes. Entre las ruinas del Conventual Santiaguista de Mérida y dirigidos por el coronel holandés Adriaan Willem Storm de Grave, esta pequeña guarnición se enfrentó a la vanguardia del Ejército de Extremadura comandada por el  brigadier José de Zayas, que encontró en el paso del Guadiana su particular Termópilas.

Muy poco se sabe de aquel heroico hecho de armas, aunque a nuestro juicio resultara crucial  para comprender el desarrollo de gran parte de las operaciones militares de la Guerra de la Independencia en Extremadura. Las defensas de Badajoz, brillantemente ejecutadas por Menacho y Philippon, así como las sangrientas  batallas de Medellín y La Albuera, ensombrecieron otros notorios sucesos de este conflicto en nuestra región, como el combate de Mesa de Ibor o la defensa de la plaza de Mérida, ambos  esenciales para la estrategia desplegada por las tropas francesas durante la campaña de 1809.

Desde que Herodoto legara para la Historia la heroica e inmortal resistencia desplegada por Leónidas y sus espartanos, cuando han sucedido otros de estos escasos actos de valor colectivo, la literatura de los respectivos países donde se han producido los ha elevado e incorporado al grado de mitología nacional.

Por citar tan sólo alguno de los más conocidos, rápidamente acude a la memoria el ejemplo de El Álamo, trasladado y extendido al imaginario colectivo occidental por la hegemonía cultural estadounidense que, a mi juicio y durante las últimas décadas, ha socavado gran parte de las conciencias nacionales. En este caso existen reiteradas versiones cinematográficas en las que los estadounidenses han reinterpretado su versión de la batalla de El Álamo, ocurrida en San Antonio de Béjar y en la que  doscientos secesionistas texanos resistieron hasta el límite las acometidas del ejército mexicano[1]. El 6 de marzo de 1836, después de trece días de resistencia, más de cuatro mil soldados del general López de Santa Anna asaltaron a sangre y fuego la antigua misión española; sufrieron novecientas bajas que no les sirvieron para ganar esta guerra y el sacrificio de las milicias texanas se convirtió en símbolo de su independencia. En la actualidad El Álamo es el monumento más visitado de Texas.

Otro ejemplo, paradigma del valor y la resistencia colectiva consignado en los anales de la historia militar británica, fue el conocido combate de Saragarhi, librado el 12 de septiembre de 1897, paradójicamente no por súbditos de Su Majestad, sino por sus entonces aliados sijs. La UNESCO declaró esta batalla entre los ocho mayores ejemplos de valentía colectiva de la humanidad. El hecho fue que aquel día, 21 sijs se enfrentaron a más de diez mil pastunes de las tribus orakzai y afridi lashkars en la aldea de Saragarhi, situada en el macizo del Hindukush, a escasos kilómetros de la actual frontera con Pakistán. En este punto y para controlar la accidentada orografía, el ejército británico se vio obligado a construir un torreón fortificado que sirviera de enlace y comunicación con las dos guarniciones adelantadas de los fuertes Lockhart y Gulistan, defendidos por cinco compañías del 36º regimiento de infantería de Bengala. En la torre de Saragarhi, un pequeño destacamento a las órdenes del sargento Havildar Ishar Singh, resistió durante siete horas el asalto de diez mil pastunes sabiendo que no iban a recibir refuerzos; pero vendieron cara su muerte y dejaron sobre el terreno más de quinientos enemigos. La Corona británica les concedió a título póstumo el más alto reconocimiento que nunca más ha vuelto a otorgar por una sola acción destacada y, en aquel lugar, un memorial recuerda desde entonces a los héroes del orgullo nacional sij.

Más allá de la cultura anglosajona y en precario equilibrio de ser engullida por ésta, el panteón de los héroes extremeños no es menor. Buena parte del mismo lo ocupan los conquistadores, muchos de ellos anónimos, que formaron parte de la epopeya americana, baste recordar a Hernán Cortés y los suyos en la Noche Triste. Pero antes y después los ejemplos son numerosos.

De entre los más cercanos se me ocurre destacar al capitán Francisco Neila y Ciria, natural de la localidad pacense de Santa Marta. El conocido como Héroe de Cascorro, defendió al mando de sus ciento setenta hombres la aldea de dicho nombre, situada a 63 kilómetros de Puerto Príncipe, en Cuba. Rodeados de cinco mil insurrectos a las órdenes de Máximo Gómez, “el Chino Viejo” y sufriendo el fuego tres piezas de artillería, resistieron durante trece días, hasta que el 4 de octubre de 1896 llegó una columna de refuerzo. Milagrosamente tan sólo hubo cuatro muertos y diecisiete heridos, pero la mayor parte de la guarnición enfermó de disentería, tifus, malaria o sarna, y muchos murieron tras ser evacuados[2]. A pesar de la heroicidad, apenas se recuerda su gesta.

Tras estos ligeros apuntes, debemos volver a la Guerra de la Independencia Española, donde sin duda hubo ocasión para muchos actos de valor semejantes a los anteriores. Sin embargo, en este trabajo queremos destacar especialmente el del coronel  Adriaan Willem Storm de Grave, un holandés que luchó al lado de los franceses durante el conflicto y al que, precisamente por pertenecer a un pequeño contingente aliado, ninguno de los grandes historiadores que escribieron sobre el mismo le dedicaron unas líneas. Por el contrario y a nuestro juicio, su acción merecería un capítulo importante en el desarrollo de la Guerra de la Independencia Española.

Así, hay que señalar que el transcurso de los primeros meses de 1809 había dejado aniquilado al Ejército de Extremadura. La victoria de Medellín permitía al ejército francés continuar el camino real hasta Sevilla prácticamente sin oposición alguna. Sin embargo, el mariscal duque de Belluno, Claude-Victor Perrin, detuvo la marcha de sus tropas  acantonándolas en la comarca de Tierra de Barros hasta tener noticas del mariscal duque de Dalmacia, Nicolas Jean de Dieu Soult, que debía avanzar desde Galicia conquistando Portugal.  Ambos debían converger en Badajoz, pero mientras el I Cuerpo de Victor había alcanzado su objetivo, el II Cuerpo de Soult continuaba en Oporto. Ambos mariscales tenían dificultades en comunicarse, puesto que la columna móvil del general  William Carr Beresford, dispuesta a lo largo de la frontera, interceptaba los correos.

Esta situación era muy peligrosa para Victor, puesto que su flanco derecho se encontraba desprotegido, el izquierdo amenazado por el Ejército de La Mancha y el frente, que tras Medellín parecía expedito, ocupado ahora por el recompuesto Ejército de Extremadura, de tal manera que las avanzadas hostigaba a los franceses  a la altura de Fuente de Cantos[3]. Por tanto, lo más razonable era acantonar las tropas a la espera de información precisa y estableció el cuartel general en Mérida, con guarniciones adelantadas en Tierra de Barros, contentándose durante el mes de abril y gran parte de mayo de 1809, “a gallardear ante Badajoz, a saciar torpes apetitos en los pueblos pequeños y a continuar sus movimientos progresivos tanto como les fuese posible, corriéndose por Alcántara hasta Alburquerque y por Mérida hasta Almendralejo[4].

IMAGEN 1

 Vista de Mérida desde el margen izquierdo del río Guadiana. LABORDE, Alexandre. “Vue génerale de Mérida.” (Planche CXLV). Voyage Pittoresque et Historique de L’Espagne. Tomo I. Segunda Parte. Paris, 1811.

Durante este tiempo, el territorio ocupado entre ambos ríos extremeños era sostenido por las plazas de Mérida, cuartel general de la avanzada, y Trujillo, que mantenía abierta las comunicaciones con Madrid a la espera de nuevas órdenes. Éstas llegaron cuando el rey José supo que un ejército angloportugués dirigido por Arthur Wellesley, que había desembarcado en Lisboa el 22 de abril, se dirigía a enfrentarse a Soult a la altura de Oporto, donde sería derrotado el 12 de mayo. Como Beresford cerraba la posibilidad de una retirada hacia el este, el mariscal Victor debía realizar una diversión para atraerlo hacia Alcántara y evitar que el II Cuerpo fuera exterminado.

Sin embargo con este plan se arriesgaba también la supervivencia del I Cuerpo, puesto que la marcha hacia la frontera entrañaba descuidar la retaguardia y la posibilidad de ser copado por el recompuesto Ejército de Extremadura. Pero no había otra alternativa: las tropas de Victor también podían llegar a ser destruidas, aisladas y rodeadas de fuerzas muy superiores en número, si el II Cuerpo de Soult sucumbía al norte de Portugal. La única posibilidad era una distracción para facilitarle la retirada hacia España. Es decir, había que ganar tiempo.

A su vez, tiempo era lo que necesitaba Victor para mantener a los españoles en la orilla izquierda del Guadiana. Debía fijar las posiciones del ejército de Cuesta mientras realizaba la incursión hasta Alcántara. La plaza de Mérida era indefendible, pero permitía que una pequeña guarnición resistiera algunos días estorbando el paso del río. Quizás eso era todo lo que bastaba, por lo que reuniendo al grueso de sus tropas, emprendió la marcha hacia el oeste, dejando un ridículo destacamento de sus aliados de la Confederación del Rin en Mérida, al  mando del coronel holandés Storm de Grave.

Durante treinta días la suerte de dos Cuerpos de la Grande Armée estuvo en manos de trescientos hombres encerrados en la centenaria alcazaba emeritense. Esta guarnición, formada en su mayor parte por holandeses, sostuvo una heroica resistencia que permitió al Duque de Belluno realizar satisfactoriamente su diversión sobre Alcántara. Poco tiempo después, una vez reunidos en Talavera ambos Cuerpos franceses, los mariscales Victor y Soult estuvieron en disposición de frenar el avance sobre Madrid de los ejércitos angloportugueses y españoles. El resultado hubiera sido muy distinto si estos últimos hubieran conseguido cruzar a la orilla derecha del Guadiana y amenazar la retaguardia del I Cuerpo.

Sin embargo, la minúscula guarnición de Mérida extremando una resistencia sobrehumana, consiguió fijar las posiciones del ejército español el tiempo suficiente para que sus aliados franceses pudieran reorganizarse y pasar a la ofensiva. Su gesta, similar a los escasos ejemplos que se han dado en la Historia, fue silenciada y relegada al olvido por quienes glosaron la Guerra de la Independencia Española, en uno u otro bando, acciones menos honrosas de sus ejércitos[5]. Todos ellos tienen una deuda que saldar con Adriaan Willem Storm de Grave.

El coronel holandés era un curtido veterano de las campañas napoleónicas con una larga estirpe castrense en sus genes y casi cuarenta años de servicios[6]. Había entrado en España con un regimiento de infantería de línea del Rey de Holanda a mediados de octubre de 1808. Este contingente, enviado por Luis Napoleón a solicitud de su hermano, se puso al mando del general David Hendrik, barón de Chassé[7] y estaba formado por el primer batallón del segundo regimiento de infantería holandés y el segundo batallón del cuarto. En total 1723 infantes, a los que se añadieron 204 artilleros con el respectivo tren de campaña. El rey de Holanda auxilió además a los ejércitos franceses, durante la Guerra de la Independencia Española, con cuatro escuadrones del tercer regimiento de húsares formados por 493 efectivos[8].

Estas fuerzas fueron integradas en la llamada División alemana, sumándose a los contingentes del Gran Ducado de Baden, que aportó su cuarto regimiento de infantería de línea además de una compañía de artillería montada, el Ducado de Nassau, que dispuso su segundo regimiento y un escuadrón, el Principado de Fráncfort que envió un batallón, y el Gran Ducado de Hesse-Darmstadt, con su cuarto regimiento y una compañía de artillería a caballo. Bajo el mando del general Leval, los alemanes formaron las dos primeras brigadas de la división y los holandeses la tercera, integrándose en el IV Cuerpo que dirigió, formalmente hasta finales de marzo de 1809,  el mariscal duque de Danzig Francois Joseph Lefebvre[9].

El coronel Storm de Grave tuvo un destacado protagonismo en todos los combates librados por la División alemana, desde la batalla de Zornoza a la ocupación de Bilbao, donde los holandeses fueron acusados de saqueo y otros crímenes de guerra. Si bien no constan testimonios directos de sus acciones, puesto que el coronel no llevó un memorádum que reflejara su estancia en España, conocemos ciertos detalles a través de la memoria que consignó su hijo mayor, Antonie Johan Pieter, que estuvo a sus órdenes como teniente del mismo batallón[10].

La obra de éste, publicada tres años después de la muerte de su padre y dedicada a su memoria, pertenece al género de los diarios escritos por veteranos de guerra habituales entre los combatientes del conflicto peninsular y, como en gran parte de ellos, el rigor histórico se entremezcla con capítulos repletos de tópicos e interpretaciones subjetivas sobre los usos y costumbres españolas. Sin embargo, la primera parte del libro supone una fuente fundamental para conocer el desarrollo de las operaciones en las que intervino el contingente holandés.

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 2. Retrato anónimo de Adriaan Willem Storm de Grave. 3. Uniformes de oficial, fusilero y granaderos de los regimientos de infantería de línea del Rey de Holanda. El uniforme del coronel Storm de Grave era similar al del oficial aquí representado, perteneciente al segundo regimiento de infantería de línea. KNÖTEL, Richard. “Die Holländische Armee unter Köning Ludwig”. Uniformenkunde. Lámina XXXIII. Tomo V. Berlin, 1890.

No obstante, hay que señalar que Antonie Johan Pieter Storm de Grave fue separado de su regimiento para servir como ayudante del general Leval, por lo que las primeras acciones de la campaña de Extremadura por el control de los puentes del Tajo no fueron glosadas por el joven. Por el contrario, el capítulo undécimo de su obra recoge el diario del asedio sufrido por Mérida, tal y como fue escrito por el coronel cuando, a finales de junio de 1809 ambos se reencontraron en Toledo y “mi padre puso en mis manos parte de la verdadera historia de esta batalla, anotada en su diario, el resto la conseguí a través del mayor Schönstadt, el meritorio oficial que le servía en aquellos momentos como ayudante[11].

Estos papeles, consignados en su literalidad en el mencionado capítulo undécimo, no forman un diario al uso como el que legaron los comandantes de ingenieros o de artillería franceses que defendieron cercos semejantes[12]. En realidad se trata de un sucinto informe de la defensa de la plaza llevado a cabo cada jornada. Hay días en los que no sucede nada y nada se consigna, y otros, decisivos para el desenlace, despachados en escasas líneas. Sin embargo, no cabe reprocharle al coronel que detallara cada una de las operaciones de defensa o de los movimientos del enemigo, puesto que a buen seguro tenía ocupaciones más urgentes que cubrir. Por ello, para superar ciertas lagunas, hemos creído conveniente completar el diario con las escasas referencias que algunos de sus contemporáneos dedicaron al capítulo del sitio de Mérida.

En primer lugar, Berthold Andreas Daniel Schepeler, quien dedica unas líneas a la heroica defensa del coronel holandés en su obra sobre la Guerra de la Independencia Española, certificando la veracidad del diario[13].  También algunos apuntes, tomados de Franz Xaver Rigel, oficial del regimiento de Baden que tuvo conocimiento del episodio a través de sus camaradas de la División alemana que formaron parte de la guarnición de la plaza[14]. Por último,  Johannes Bosscha, quien consagrará un importante capítulo de su obra sobre los héroes del panteón nacional holandés, al coronel Adriaan Willem Storm de Grave[15].

Éste, destacado recientemente en la batalla de Medellín[16], había sido acantonado junto a la mayor parte de la brigada holandesa en Trujillo. Aquí, el general Chassé recibió la orden de enviar a Mérida un destacamento de ciento cincuenta hombres que, encabezados por el coronel Storm de Grave llegaron a su destino el 25 de abril[17]. Los franceses se encontraban entonces muy ocupados reparando las defensas de la plaza: “Sus fuertes muros, habían sido reforzados recientemente con un profundo y amplio foso, así como doble empalizada, además de seis cañones, [Mérida fue] suficientemente suministrada de proyectiles, madera, sacos de arena, lana e hilo[18].

Unos días más tarde, el Duque de Belluno reunió al grueso de sus tropas y el 11 de mayo inició los preparativos para marchar hacia Alcántara. Un pequeño destacamento de la División alemana fue escogido para defender el paso del Guadiana mientras tanto, por lo que el jefe del Estado Mayor General del I Cuerpo, Jean Baptiste-Pierre Semellé[19], envió una carta al comandante de los holandeses con las siguientes instrucciones:

«Señor Coronel,

El Cuerpo del Ejército dejará Mérida para realizar una incursión en Alcántara. Mañana por la noche, las tropas de vanguardia cruzarán hacia el margen izquierdo del Guadiana y, al día siguiente, deberá ejecutar las órdenes que le han sido asignadas. A partir del día 13 por la mañana asumirá el mando de la guarnición. Deberá procurar que los hombres no abandonen la fortaleza y que, aquellos que deban salir a la ciudad, lo hagan con la completa seguridad de no correr ningún riesgo; sólo se podrá salir para buscar provisiones”[20].

12 de mayo. Las tropas francesas evacúan Mérida, dejando algunos heridos al cuidado del cirujano de tercera clase Carel George Eduard Mergell y trescientos veintitrés soldados para su defensa: de estos, ochenta y siete holandeses, entre los que destacan además del coronel Storm de Grave, el teniente Schaestaedt ayudante mayor de éste, los capitanes Van de Nyvenheim y Van Liebergn, así como los tenientes Herckenrath y De Mohr; setenta y tres hombres de una compañía del regimiento de Nassau dirigidos por el teniente Keim; treinta y dos del regimiento de Hesse-Darmstadt dirigidos por el teniente Kullman; ochenta del regimiento de Baden y treinta y cuatro del batallón de Fráncfort, además de diecisiete artilleros franceses al mando del capitán Hugon, que contaban con seis piezas de artillería[21].

Inmediatamente, los observadores españoles informaron al general Cuesta que Victor, “misteriosa y apresuradamente fue desalojando las posiciones que tenía en Tierra de Barros con dirección a Mérida, de donde también salió con presteza el mismo día 13[22].

El general Cuesta ordenó adelantar hasta Fuente del Maestre el cuartel general de Monesterio. Además, envió a la caballería del Marqués de Monsalud a Lobón y a la vanguardia del ejército, comandada por el brigadier José de Zayas, cuya valerosa participación en la batalla de Medellín como coronel al frente de una columna de granaderos del regimiento le valió la promoción al generalato,  hasta las mismas puertas de Mérida, situando su centro de operaciones en Calamonte.

13 de mayo. Tras la salida de los franceses, la guarnición se dedicó a hacer acopio de alimentos y madera.

14 de mayo. El general Zayas adelantó un fuerte destacamento hasta la orilla  izquierda del Guadiana: “Al tener noticia de estos hechos, la población se amotinó y un soldado holandés recibió seis puñaladas de uno de los habitantes, aunque afortunadamente sus heridas no fueron de consideración[23].

15 de mayo. El ejército de vanguardia consiguió reagrupar unos 10.000 soldados de infantería y caballería al otro lado del río. Muy pronto, la mayor parte de los efectivos comenzaron a atravesar el Guadiana mediante pontones y, antes de caer la noche, los españoles tomaron Mérida a tambor batiente. La guarnición, cercada en el Conventual Santiaguista, recibió a un emisario intimando la capitulación:

 “Abandonado por el Exercito Francés, solo puede V.M. esperar su salvación en la generosidad que caracteriza a la Nación Española. La humanidad y el sacrificio inútil, que con sus cortos medios de defensa V.M. puede ofrecerle, intima a V.M. se rinda en el término de un quarto de hora a las armas Españolas. Si V.M. contra todas mis esperanzas se obstina en sostenerse, declaro a V.M. Señor Comandante, que al primer cañonazo disparado no deberá esperar otras condiciones, que las que deben concederle hombres tan justamente provocados, la muerte.

Quartel Gral. de Mérida, 15 de Mayo de 1809.

  1. Josef de Zayas, Comandante de la Vanguardia del Exercito de Extremadura”[24].

La respuesta, en francés, no se hizo esperar:

El Caballero Storm de Grave, Coronel al servicio de Su Majestad el Rey de Holanda, Comandante de la fortaleza de Mérida.

Sr.

Sería indigno de ostentar el nombre de soldado e indigno de la confianza que S.E. Monseñor Duque de Belluno ha depositado en mí, que rindiera cobardemente la plaza que mis camaradas y yo hemos jurado defender y resistir hasta el límite de nuestras fuerzas.

Reciba testimonio de mi mayor estima[25].

16 de mayo. Con los primeros rayos de Sol, los españoles abrieron fuego desde el margen izquierdo del Guadiana con cuatro piezas de artillería y un obús. Tras sostener un intenso bombardeo durante toda la mañana, a mediodía se envió de nuevo al parlamentario para que instara la rendición incondicional:

Al Señor Comandante de las tropas Francesas encerradas en el convento de san Gerónimo (sic).

Señor Comandante,

La consideración, que debo a este lastimoso pueblo, que tan mal tratado a sido de las tropas Francesas, a suspendido por un momento mis operaciones; pero biendo que contra todos los limites, que prescribe el derecho de la humanidad, trata de resistir, sacrificando a esos desgraciados intimo en diez minutos rinda las armas al Excercito Español, siendo esta última comunicación, que pueda haber entre los dos.

Soy con consideración de V.M. el atento servidor.

Quartel Gral. de Mérida, 16 de Mayo de 1809. 

  1. Josef de Zayas”[26].

A las tres de la tarde y por toda respuesta, la guarnición abrió fuego de artillería contra una batería que los españoles trataban de establecer en el cerro de San Albín, destinada a enfilar el sector oriental de la muralla de la alcazaba. Durante una hora, la lluvia de proyectiles que cayó sobre esta posición no pudo estorbar que finalmente se establecieran en la altura dos piezas de campaña que, de inmediato, respondieron al fuego del Conventual. El intenso bombardeo de ambas partes concluyó a las seis de la tarde, cuando uno de los cañones del cerro de San Albín salió ardiendo y los españoles tuvieron que volver al margen izquierdo del río. No obstante, la artillería había cumplido su cometido, derrumbando por este lado parte de la muralla de la alcazaba y abriendo una brecha por la que podían pasar hasta doce hombres de frente. El asalto, por tanto, era practicable[27].

Sin embargo, las bajas de los defensores fueron escasas y tan sólo contaron un muerto y dos heridos. Durante toda la noche parte de la guarnición estuvo ocupada en las tareas de desescombro y de reparación de la brecha, mientras el resto establecía un camino cubierto para enlazar con los corrales del ganado y con el huerto. Además, abrieron aspilleras en la parte que daba a la ciudad, para responder al fuego que se les hacía desde los edificios más próximos, especialmente desde la torre de la iglesia, donde se habían apostado tiradores que continuamente hostigaban el Conventual[28].

17 de mayo. Aquel día cesó el fuego de los españoles. El general Zayas estableció una tregua para recibir a dos edecanes del mariscal Victor, que trataron de persuadirle para que levantara el cerco informándole sobre la retirada de las tropas austriacas y el avance imparable de Napoleón en Europa. Los españoles no se dejaron convencer y respondieron a los emisarios que la Grande Armée sería derrotada muy pronto en el Danubio, por lo que las tropas de la Confederación del Rin que sostenían la defensa de Mérida, libres de su compromiso con los franceses, abandonarían la plaza para regresar a sus respectivos territorios[29].

18 de mayo. Los españoles intentaron establecer cuatro piezas de campaña en el puente romano, pero una salida que se hizo desde la plaza les obligó a retroceder. Este mismo día, a las cinco de la tarde, inician de nuevo una aproximación, que también es rechazada por la descarga de fusilería que se le hace desde la muralla de la alcazaba. Más éxito tuvieron los tiradores apostados en los tejados próximos al Conventual, pues gracias al fuego sostenido durante todo el día, lograron silenciar la artillería de los defensores. Al final de la tarde y debido a las fuertes rachas de viento, se ordenó a los hombres que hostigaban el Conventual desde las alturas que bajaran de los tejados. Gracias a su esfuerzo, se consiguió establecer nuevamente la batería del cerro de San Albín.

19 de mayo. A las tres de la tarde, los españoles dirigieron todas sus baterías contra la plaza. Los recientes informes señalaban que Victor regresaba de su expedición a Alcántara con el grueso de las tropas, por lo que era urgente instar la capitulación de la plaza[30]. Se inició un intenso fuego desde la otra orilla, con tres piezas de campaña y dos obuses de ocho pulgadas, desde la ciudad con otros tres obuses, y desde el Cerro de San Albín, con los tres cañones restantes. Pero el resultado no fue completamente satisfactorio, puesto que las construcciones adyacentes al recinto defensivo impedían que los proyectiles impactaran contra los muros. Tan sólo se lograron algunos daños de consideración en la torre del claustro, abriendo grietas en la cara este y en la meridional. Los defensores tuvieron cinco heridos.

20 de mayo. A la vista de los escasos resultados, el general Zayas ordenó el repliegue hasta el cuartel general de Calamonte, confiando a tres escuadrones de caballería las labores de observación y enlace.

21 de mayo. Reagrupadas las tropas españolas más allá del margen izquierdo del Guadiana, la jornada transcurrió sin novedades,

22 de mayo. A las once de la mañana, un destacamento de cincuenta dragones franceses consiguió burlar el cerco. La caballería española los persiguió hasta la entrada del puente romano, pero la descarga de fusilería que se les hizo desde la alcazaba les obligó a retirarse. Los dragones entraron en la plaza con una carta dirigida al coronel:

Cuartel General de Torremocha, 21 de mayo de 1809.

Sr. Coronel

Hemos recibido noticias de vuestra defensa de Mérida. El Ejército se encuentra a tan sólo un día de marcha, por lo que recibiréis auxilio en caso extremo. Por otro lado, podéis estar tranquilo de las maniobras del enemigo, pues no son más que meras distracciones y es  incapaz de  pasar al ataque.

Deberá realizar un informe detallado de lo ocurrido en Mérida desde el día de nuestra partida; en el mismo deberá incluir toda la información sobre el cerco del enemigo y las posiciones que ocupa en estos momentos. Esta información es necesaria para que su Excelencia decida sobre las operaciones de auxilio a la plaza.

El General en Jefe del Estado Mayor General, Semellé.

P.D.: Un regimiento de dragones se encuentra en Mirandilla, para mantener las comunicaciones y tomar el relevo.

Al señor Coronel Storm de Grave, Comandante de la fortaleza de Mérida»[31].

23 de mayo. La jornada transcurrió sin novedades. La caballería española se limitó a recorrer el margen izquierdo del  río, vigilando los movimientos de la plaza. Un soldado de la compañía de Baden desertó.

24 de mayo. El mariscal duque de Belluno envió un parlamentario al general Cuesta para negociar el levantamiento del cerco, sin ningún resultado.

25 de mayo. A las diez en punto de la mañana, el general Zayas al frente de trescientos jinetes realizó un reconocimiento del terreno. Por la tarde, las tropas españolas comenzaron a tomar posiciones al otro lado del Guadiana.

26 de mayo. Bien entrada la noche, un fuerte destacamento de españoles avanzó hacia el puente romano. El coronel Storm de Grave comisionó a Pacheco, miembro de la Junta nombrada por los franceses el 3 de mayo[32], para que se entrevistara con el general Zayas. Pacheco y su familia, según el diario del holandés, eran las personas más íntegras y gentiles que uno pudiera encontrarse[33], y debió lograr su misión, puesto que el enemigo acabó retirándose.

27 de mayo. Esa noche, el comandante de la plaza permitió que una delegación de la Junta Suprema de Extremadura accediera al Conventual. Habían solicitado reunirse con los comisionados juramentados para resolver sobre la legitimidad de ambos ejecutivos.

28 de mayo. En el cuartel general de Torremocha, el duque de Belluno estaba preocupado por el abastecimiento de las tropas y así se lo hizo saber al mariscal Jourdan. La región había sido arrasada y no encontraba alimentos para los soldados, ni forraje para los caballos. Los imperiales, impedidos de avanzar hacia Andalucía, veían amenazado su flanco derecho por el ejército angloportugués, por lo que decidieron abandonar el valle del Guadiana urgentemente, pues “en toda la provincia de Extremadura, tan sólo la parte de Plasencia y Coria pueden proporcionar las necesidades del I Cuerpo por unos pocos días; el resto, en toda la extensión que abarca la orilla izquierda del Tajo, está completamente agotada y casi desierta[34].

Sin embargo, Victor necesitaba otra vez ganar tiempo para reunir el grueso de las tropas y evacuar la región hacia el norte. El mariscal Jourdan está de acuerdo con estos planes, pero consideraba que “si a la fortaleza de Mérida le es posible resistir diez o doce días, no habría ningún problema para continuar ejecutando el movimiento de Alcántara; pero si [Victor] estima que la fortaleza sucumbiría antes de recibir auxilios, entonces sería mejor evacuar inmediatamente la plaza[35].

Finalmente decidió que Mérida podía resistir otros diez días.

29 de mayo. A las siete de la mañana, los efectivos posicionados en la plaza iniciaron una escaramuza contra el Conventual que no obtuvo resultado alguno. Media hora más tarde, el general Zayas se aproximó a la orilla izquierda, posicionando el resto de la vanguardia frente a la alcazaba de Mérida. Esa noche, distintos destacamentos de caballería ocuparon la plaza.

30 de mayo. Al medio día, más de cinco mil infantes y jinetes completaron el cerco sobre el Conventual. El coronel Storm de Grave comisionó de nuevo a Pacheco con dos cartas dirigidas al general Cuesta. Se estableció una tensa tregua de dos días a la espera de respuesta y los efectivos se retiraron más allá del puente romano. Mientras tanto, los observadores habían informado que algunos escuadrones de dragones del general Latour-Maubourg acantonados en Mirandilla y Aljucén para apoyar la posible evacuación de Mérida, se encontraban desprotegidos y aislados del resto de regimientos. El general Zayas, a la cabeza de la vanguardia situada en Calamonte, inició esa noche junto a ochocientos jinetes, un movimiento envolvente en busca de los dragones franceses.

31 de mayo. Al amanecer, la caballería de Zayas rodeó Mirandilla dispuesta para cargar, pero los dragones ya no se encontraban en la localidad. Más suerte tuvo el destacamento enviado a Aljucén, donde los escuadrones franceses fueron sorprendidos y reducidos por los españoles[36].

1 de junio. A las tres de la tarde, un emisario del general Cuesta fue recibido en el Conventual con la respuesta remitida con Pacheco. Llevaba dos cartas dirigidas al mariscal Victor y un periódico en español con noticias de la derrota de Soult en Oporto y de la incursión del ejército de Wellesley en España. Envalentonados, algunos destacamentos vuelven a tomar las calles de Mérida.

2 de junio. El día transcurre sin novedades.

3 de junio. Aparecen impresos por toda la ciudad en los que se alienta a desertar del bando francés en cinco idiomas, incluidos holandés y alemán. El comandante de la plaza ordenó quemarlos todos, pero no pudo evitar que dos días más tarde desertara un hombre de su propia compañía.

4 de junio. El juramentado Pacheco fue enviado de nuevo a parlamentar con el general Cuesta, pero éste se negó a recibirle. Se encontraba proyectando junto al estado mayor y dos coroneles británicos que debían dirigir las operaciones, el asalto definitivo al Conventual Santiaguista[37].

5 de junio. La jornada pasó sin incidencias destacadas.

6 de junio. Nuevamente los españoles intentaron establecer las piezas de artillería en la entrada del puente romano, pero desde la alcazaba se realizó una descarga de fusilería que les obligó a retirarse. En su lugar, un escuadrón de caballería se posicionó al final del mismo preparado para cargar. Esa noche desertaron otros dos soldados de la compañía de Nassau.

7 de junio. A las cuatro y media de la mañana se inició el que debía ser el ataque definitivo para tomar el Conventual. Una columna de infantería cruzó el río y ocupó las calles de Mérida mientras se producía el asalto a la brecha de la alcazaba. Durante las casi diez horas que duró el intercambio de descargas, tan sólo resultaron heridos dos defensores[38]. Finalmente, los españoles se replegaron a las dos de la tarde llevándose las reservas de trigo y harina de los almacenes situados en el recinto de la alcazaba[39]. La caballería, que había rodeado la plaza y tomado el alto de Alcuéscar, cubrió la retirada.

A partir de entonces y ante la inanidad de los asaltos, las fuerzas de Zayas se dedicaron a esperar que, ante la falta de alimentos, los defensores forzaran la capitulación.

8, 9, 10 y 11 de junio. Los días transcurren sin novedades[40].

12 de junio. Desertó uno de los dragones que había burlado el cerco días antes. Ante la falta de alimentos, el coronel ordenó una salida de cuarenta hombres para que se aprovisionaran en un molino cercano. Aunque fueron recibidos con una fuerte descarga, finalmente lograron su propósito y regresaron con varios sacos de harina.

A las nueve de la noche se recibió la orden de evacuar Mérida:

Cuartel General de Torremocha,  11 de junio de 1809.

Sr. Comandante, 

Tengo el honor de informarle que, de conformidad con las órdenes del Mariscal Duque de Belluno, deberá evacuar la fortaleza de  Mérida la noche del 12 al 13.

Le remito las  disposiciones adoptadas por su excelencia:

Diecisiete carros serán necesarios para sacar las piezas hasta Mirandilla. Mañana, doce de junio, el General Latour-Maubourg con cuatro regimientos de dragones y el noveno de infantería ligera llegará a Mirandilla. Esa noche partirán, por lo que usted deberá desalojar la guarnición de Mérida con los diecisiete carros durante la noche del 12.

Mientras los artilleros cargan las piezas de campaña, la guarnición deberá destruir las obras de defensa para procurar que la plaza quede desguarnecida.

Tan pronto como las piezas y la munición estén listas, deberá informar al General Latour-Mauborug y ponerse en marcha hacia Albalá. Aquí, el General le dará las instrucciones precisas.

Deberá tomar todos los víveres que se encuentren en la fortaleza y ocultar los preparativos de la marcha al enemigo; para ello se evacuará de forma rápida y silenciosa.

Tengo el honor, etc.

El General en Jefe del Estado Mayor General, Semellé”.

13 de junio. A las cuatro de la mañana, la guarnición salió de Mérida habiendo destruido o arrojado al Guadiana todo aquello que pudiera servir al enemigo. A una legua de la plaza les esperaban cuatro regimientos de dragones que harían de escolta. Cuando tan sólo había transcurrido media hora, apareció un destacamento de caballería española que, de inmediato, fue puesto en fuga por una carga de los dragones. Por la tarde llegaron a Albalá, donde los holandeses recibieron nuevas órdenes del ya próximo cuartel general de Torremocha para que continuaran la marcha hasta Trujillo, donde les esperaba una compañía de su regimiento[41].

17 de junio. Una vez reunido el destacamento holandés en Trujillo, el coronel Storm de Grave asumió el mando y emprendió la marcha hacia hacia Almaraz, donde debían reunirse con el grueso de la División alemana que defiendía el paso del puente[42]. A los pocos kilómetros, el teniente Holtius-Lans y sus veintidós fusileros, fueron sorprendidos y rodeados en una aldea por doscientos campesinos armados: trece de los holandeses fueron torturados y asesinados, mientras que los otros nueve pudieron escapar en un descuido de los asaltantes, dejando atrás todas sus pertenencias[43].

Después de una marcha ininterrumpida de tres días, los holandeses se agruparon con su regimiento. Tras ellos seguirían el grueso de las tropas francesas que comenzaban a  agruparse para hacer frente a los españoles en Talavera. Días después de esta trascendental batalla, el coronel recibirá la noticia de su ascenso a general de brigada y la siguiente carta elogiando su comportamiento:

«Cuartel General de Daimiel, 21 de agosto de 1809

Mi valeroso Coronel Storm de Grave,

Desde el momento en que la División Alemana se reunió con el resto del Cuerpo del Ejército, ésta ha continuado la marcha. Esta circunstancia me ha impedido trasmitirle la carta que su Excelencia el Duque de Belluno me ordenó escribirle, trasladándole el impresionante testimonio y satisfacción que ha tenido su comportamiento en este Cuerpo y, especialmente, en lo relativo a Mérida, donde destacó. Reciba el agradecimiento de su Excelencia:

Sr. Coronel,

El comportamiento que ha mantenido al frente de las tropas holandesas en el sitio de Mérida, está por encima de toda alabanza. Abandonados a sus propios recursos, consiguió  defender con valor y tenacidad la plaza.

El Mariscal Duque de Belluno, Comandante en Jefe, comunicó a Su Majestad el Rey de España y de las Indias, que habéis servido en esta circunstancia de excelente manera; en consecuencia su Excelencia tiene el agrado de comunicarle una información que será de su satisfacción.

El Mariscal eleva en el informe a su Majestad el reconocimiento de los capitanes Nyvenheim, Liebergen y Hugon, así como el de los tenientes Herkenrath, Mohr y Schönstadt, su excelente asistencia en la defensa de la fortaleza de Mérida, para que haya obtenido este fin.

Tengo el honor tenerle en completa estima,

El General en Jefe del Estado Mayor General, Semellé”[44].

Sin embargo, pese al reconocimiento del mariscal Victor, la memorable defensa de Mérida pronto sería relegada en el transcurso de las grandes operaciones militares de la Guerra de la Independencia Española. Por esta razón, el hijo del coronel Storm de Grave creyó necesario glosar esta gesta y dedicar un capítulo completo de su obra a “narrar la heroica defensa de unos pocos valientes, que resistieron durante treinta días abandonados y sin recursos, recibiendo una lluvia diaria de proyectiles, frente a un ejército de cinco mil hombres[45].

Este episodio, que forma parte de la historia de nuestra región, merecería al menos una inscripción en el propio Conventual Santiaguista de Mérida, evocando la gesta de estos hombres en un edificio tan emblemático como el que en la actualidad ocupa la sede de la Presidencia del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Extremadura.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Bibliografía.

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STORM DE GRAVE, Antonie Johan Pieter. Mijne herinneringen uit den Spaanschen veldtogt, gedurende de jaren 1808 en 1809. Amsterdam, 1820.

 

 

[1] Esta historia fue muy pronto llevada al cine y, ya en 1915, Christy Cabanne dirigió Mártires de El Álamo. A este trabajo siguió, en 1952, la película de Budd Boetticher El desertor de El Álamo y, en 1960, la más reseñable El Álamo, dirigida y protagonizada por John Wayne. Existen otras menores y más recientes como la de 1983, Última noche en El Álamo, de Eagle Pennell, la de 1987, El Álamo: trece días para la gloria, de Burt Kennedy, y la más reciente de 2004, El Álamo: la leyenda dirigida por John Lee Hancock.

[2] La determinación del capitán Neila y sus héroes de Cascorro, quedó reflejada en la nota remitida a los insurrectos cubanos cuando les intimaron rendirse, contestándoles al respecto que había “admitido al parlamentario que me envía V.d porque creía que habiéndose desvanecido todas vuestras ilusiones de triunfar, y aprovechando la bondad de España, veníais a acogeros al indulto. Nosotros no nos rendimos nunca” MELÉNDEZ TEODORO, Álvaro. Apuntes para la Historia Militar de Extremadura. Cuatro Gatos. Badajoz, 2008; p. 528.

[3] El general Cuesta cuenta que “después de la batalla me retiré, envuelto en un fuerte temporal que sobrevino en aquel momento, herido y estropeado, con los restos del ejército, a Monesterio, último pueblo de Extremadura sobre el camino real a Sevilla; y a pesar de los defectos de aquella posición, de la proximidad del enemigo, y de las insinuaciones de la junta central para que estableciese mi cuartel general en Santa Olalla, tuve la constancia de mantener el puesto dentro de la provincia de Extremadura, para que no desmayasen los leales y bizarros extremeños, extendiendo mis avanzadas hasta Fuente de Cantos a fin de observar al enemigo.” GARCÍA DE LA CUESTA, Gregorio. Manifiesto que presenta á la Europa el capitán general de los Reales Egércitos Don Gregorio García de la Cuesta, sobre sus operaciones militares y políticas desde el mes de junio de 1808 hasta el día 12 de agosto de 1809, en que dejó el mando del Egército de Estremadura. Mallorca, 1811; p. 40.

[4] GÓMEZ VILLAFRANCA, Román. Extremadura en la Guerra de la Independencia Española. Memoria Histórica y Colección Diplomática. Badajoz, 1908; p. 121

[5] Pese a todo, hay que señalar que el episodio de la defensa de Mérida se encuentra recogido en la historia del 125º regimiento de infantería de línea francés, ordinal con el que fue renombrado el segundo regimiento del Rey de Holanda comandando por Storm de Grave, cuando Napoleón decidió integrar en la Grande Armée los ejércitos de este país, ante la negativa de su hermano Luis a aportar efectivos para combatir a Gran Bretaña. Al mismo hemos acudido para corroborar los datos que se contienen en el diario del coronel. ROULIN, Louis Léon Christophe. Historique du 125ème régiment d’infanterie.  Orleans, 1890; pp. 80-83.

[6] Adriaan Willem Storm de Grave, nació en nació en Hattem, el 13 de octubre de 1763 y murió en Breda el 23 de enero de 1817. Entró al servicio como cadete con diez años de edad en el regimiento que comandaba su padre donde, con diecisiete años fue nombrado capitán. Con este grado participó en la Campaña contra la Convención. En 1788 se casó con Maria Cornelia de Laver (1760-1814), con quien tuvo tres hijos y una hija. Cuando las Provincias Unidas cayeron bajo la influencia francesa, se integró en la División de Daendels y, en 1799 fue nombrado comandante de batallón. Hizo la guerra contra Gran Bretaña y en 1805 ascendió a mayor, comandando el primer batallón del segundo regimiento de infantería de la línea. En 1806 hizo la Campaña de Prusia y, al año siguiente, la de Pomerania, destacándose en el sitio de Straldson. En agosto de 1808 el batallón de Storm de Grave fue movilizado para participar en la Guerra de la Independencia Española. Tras destacarse en la batalla de Zornoza, fue promovido a coronel, cuyo nombramiento se hace efectivo el 10 de diciembre de 1808. En la Campaña Española se destacó fundamentalmente por la defensa del Conventual Santiaguista de Mérida. En agosto de 1809 abandonó España, siendo nombrado general brigada en la División Dumonceau. En 1810 Francia se anexionó definitivamente Holanda y sus regimientos fueron integrados en la Grande Armée; Storm de Grave pasó a desempeñar la prefectura del Ródano y del Loira, hasta que en 1812 fue reasignado de nuevo a la Península, donde participó en las batallas de Salamanca y Vitoria. En esta última fue herido de gravedad en una pierna, por lo que estuvo convaleciente durante algunos meses. Se retiró del servicio, en marzo de 1814 y el 28 de abril de 1815 se casó en segundas nupcias con Susanna Maria Nering Bögel (1783-1827). Al año siguiente fue nombrado teniente general en la reserva. El 23 de enero de 1817 muere en Breda. MOLHUYSEN, Philip Christiaan. Nieuw Nederlandsch biografisch woordenboek. Tomo V. Leiden, 1921; pp. 822-826.

[7] David Hendrik, barón de Chassé. Nació en Tiel, 18 de marzo de 1765, y murió en Breda, el 2 de mayo de 1849). Puede consultarse su biografía en MULLIÉ, Charles. Biographie des célébrités militaires des armées de terre et de mer de 1789 à 1850.Volumen I. Paris, 1851; pp. 304-305.

[8] Este número importante de fuerzas, quedó reducido al  inicio de la campaña de Extremadura, a 1653 hombres, de los cuales 602 holandeses se encontraban hospitalizados en Toledo desde enero de 1809.COSTA DA SERDA, Émile. Opérations des Troupes Allemandes en Espagne, de 1808 a 1813. Paris, 1874; p. 33.

[9] Referencias a la Confederación del Rin y la División alemana. Vid. MARABEL MATOS, Jacinto Jesús. “GroB und Erbprinz (I): Badajoz o el honor de Hesse-Darmstadt”. Revista de Estudios Extremeños. Tomo LXIX nº 3. Diputación de Badajoz, 2013; pp. 1739-1766.

[10] Antonie Johan Pieter Storm de Grave también nació en Hattem, el 12 de agosto de 1788, y murió en Roermond, el 18 de enero de 1864. Hijo primogénito del coronel, se unió al batallón que comandaba su padre el 17 de agosto de 1801. Con él hizo la Campaña contra Rusia, Prusia y Pomerania, así como el sitio de Stralsond. Siguió al primer batallón del segundo regimiento en España. El 11 de febrero de 1809 fue separado temporalmente de su padre para ejercer de ayudante del general Leval, asistiendo a todas las batallas en las que este participó. Cruzó la frontera francesa el 23 de diciembre de 1809 al frente de una columna de 22.000 prisioneros, regresó a Holanda donde fue nombrado ayudante de campo del ya por entonces general Storm de Grave. Ambos vuelven a España y participan en la batalla de Salamanca. Tras la caída de Napoleón en 1814, abandona el servicio y, tras la muerte de su padre, decide publicar los recuerdos de la Campaña Española. Vuelve después al ejército y es nombrado comandante de la sexta región militar, finalmente alcanza el grado de coronel el 1 de febrero de 1863, retirándose en 1875 con este grado. Muere tres año más tarde. Se casó con Caroline Wilhelmine Antoinette van den Heuvel con quien tuvo un hijo, Emile Willem Carel Cornelis. MOLHUYSEN, P.C. Nieuw Nederlandsch…, ob.cit ; pp. 827-828.

[11] STORM DE GRAVE, Antonie Johan Pieter. Mijne herinneringen uit den Spaanschen veldtogt, gedurende de jaren 1808 en 1809. Amsterdam, 1820; p. 138.

[12] Vid. Por todos, LAMARE, Jean-Baptiste Hippolyte. Relation de la deuxième défense de la place de Badajoz en 1812, par les troupes françaises de l’armée du midi en Espagne, contre l’armée anglo-portugaise. Paris, 1821. Relation des sièges et défenses d’Olivença, de Badajoz et de Campo-Mayor, en 1811 et 1812, par les troupes françaises de l’armée du Midi en Espagne. Paris, 1825. Relation des sièges et défenses de Badajoz, d’Olivença et de Campo-Mayor, en 1811 et 1812, par les troupes françaises de l’armée du Midi en Espagne, sous les ordres de M. le maréchal duc de Dalmatie. 2e édition, augmentée d’observations critiques et suivie d’un projet d’instruction à l’usage des gouverneurs des places fortes. Paris, 1837.

[13] El coronel Schepeler fue ayudante del general José de Zayas, con el trabó una gran amistad, tuvo un protagonismo crucial en los acontecimientos, por lo que con seguridad reflejó la opinión del español en su obra. SCHEPELER. Berthold Andreas Daniel. Geschichte der Revolution Spaniens und Portugal und besonders des daraus enistandenen Krieges. Volumen  II. Berlín,1827; pp. 402-403.

[14] RIGEL, Franz Xaver. Der Siebenjährige Kampf Auf Der Pyrenäischen Halbinsel Vom Jahre 1807 Bis 1814. Darmstadt, 1820; pp. 257-268.

[15] BOSSCHA, Johannes. Neerlands Heldendaden te Land, Van de Vroegste Tijden af to op Onze Dagen. Volumen III. Leeuwarden, 1856; pp. 238 – 242.

[16] Según el informe que el mariscal Victor dirige al rey José. COSTA DA SERDA, E. Opérations…, op.cit.; p. 51.

[17] BOSSCHA, J. Neerlands Heldendaden…, op.cit.; pp. 237-238.

[18] RIGEL, F.X. Der Siebenjährige…; op.cit.; pp. 257-258.

[19] Jean Baptiste-Pierre Semellé, nació en Metz el 16 junio de 1773 y murió en el castillo de Urville, cerca de Courcelles-Chaussy, el 24 de enero de 1839. Entró en España como jefe del Estado Mayor del I Cuerpo, con el que hizo toda la Campaña de Extremadura. El 31 de julio de 1811 fue ascendido a general de división, y el 10 de octubre se le asignó al IV Cuerpo del general Sebastiani. En 1812 pasó al ejército de Andalucía y dirigió el sitio de Cádiz hasta el 25 agosto. En enero de 1813 regresó a Francia. Su nombre está grabado en el lado oeste del Arco del Triunfo. Estos apuntes biográficos pueden ampliarse en BÉGIN, Émile Auguste. Biographie de la Moselle. Volumen IV. Metz, 1832; pp. 218-228.

[20] La guarnición, encerrada en la alcazaba, se aisló de la ciudad, por lo que, para contener en la medida de los posible un asalto a sangre y fuego de los españoles, el general también autorizó a retener dentro de la misma a algunos de los más distinguidos habitantes de Mérida. Esta fue la causa que provocó, con toda probabilidad, que el general Zayas no se atreviera a destruir completamente el Conventual Santiaguista donde resistía Storm de Grave y los suyos, y que se despacharan parlamentarios durante casi todo el tiempo que duró el cerco para negociar la salida de los ilustres ciudadanos. En este sentido, el general Semellé otorgó al coronel Storm de Grave plenos poderes para mantener la defensa de Mérida durante todo el tiempo que fuera posible: “Usted, como comandante de la plaza, podrá reclamar paisanos para emplearlos [en los trabajos de la fortaleza]. Trujillo y Mérida son los dos pivotes sobre los que el Cuerpo del Ejército debe maniobrar. Ambas plazas aseguran el suministro de alimentos y municiones, así como el depósito y auxilio de los heridos y enfermos. Así pues, señor coronel, podrá tomar las medidas que considere oportunas para mantener la fortaleza de Mérida que, junto a la de Trujillo, nos permitirá mantener el paso del Guadiana. Se le confía la defensa de la misma, pues Su Excelencia el Mariscal Duque de Belluno está persuadido de no elegir mejor, en tanto le precede la fama en la dirección de las tropas en las distintas batallas en las que ha participado. En cualquier circunstancia adversa, el Cuerpo del Ejército podrá acudir a su auxilio en el tiempo preciso. Tengo el honor de tenerle, mi querido coronel, en la más grande estima. El General en Jefe del Estado Mayor, Séméllé.” STORM DE GRAVE, A.J.P. Mijne…, ob.cit.: pp. 115-117.

[21] BOSSCHA, J. Neerlands Heldendaden…,op.cit; p. 239. Los nombres de los comandantes de las compañías deNassau y Hesse-Darmstadt son aportados por SMITH, Digby. Napoleon’s German Division in Spain. Huntingdon, 2012; pp. 75-76.

[22] GÓMEZ VILLAFRANCA, R. Extremadura…, op. cit.; p. 138.

[23] STORM DE GRAVE, A.J.P. Mijne…, op.cit; p. 116.

[24] RIGEL.F.X. Der Siebenjährige…, op.cit.  pp. 258-259.

[25] ROULIN, L.L.C. Historique…;  op.cit.; p. 83.

[26] RIGEL.F.X. Der Siebenjährige…, op.cit.; p. 260.

[27] STORM DE GRAVE, A.J.P. Mijne…, op.cit; p. 121.

[28]Ibid.; p. 121.

[29] Parece que respecto a este asunto, efectivamente, las interpretaciones de ambos bandos podía derivar del tipo de información que les hubiera llegado de la Campaña del Danubio, pues si bien a mediados de abril de 1809 la iniciativa era de las tropas austriacas, que habían ocupado Baviera comprometiendo seriamente a Berthier, posteriormente, a mediados de mayo y pese a que Napoleón tomó el mando de las operaciones, los franceses fueron derrotados en Aspern y Essling, como Zayas había vaticinado. Sin embargo, la derrota definitiva de los austriacos se produciría, una vez recompuesto el ejército francés, no mucho más tarde, entre el 5 y el 6 de julio de 1809.

[30] El 18 de mayo, las tropas francesas comenzaron a evacuar las posiciones de Alcántara. Como Mérida continuaba cercada, Victor estableció el cuartel general en Torremocha, con guarniciones en Alcuéscar y Montánchez, a medio camino de Mérida y Trujillo. Desde aquí escribió a Jourdan el 21 de mayo: “El propósito de nuestra marcha hacia Álcantara se ha cumplido, porque he conocido que el enemigo ha avanzado hacia nosotros facilitando la situación del Duque de Dalmacia; tras esto tuve que regresar rápidamente al Guadiana para recibir al ejército de Cuesta, que ha tomado el gusto de seguirnos.” DU CASSE, Albert. Mémoires et Correspondance Politique et Militaire du Roi Joseph. Volumen VI. Paris, 1854; p. 163.

[31] STORM DE GRAVE, A.J.P. Mijne…, op.cit; pp. 125-126.

[32] La Junta afín al rey José, que disputaba la legitimidad de la homónima Suprema de Extremadura, estaba formada por los juramentados Rivas, Otazo, Hernández, Berrocal, Pacheco, Cordero y Collado, actuando de secretario Pedro Antonio Carril. Constituida el 3 de mayo de 1809 elevaron el siguiente acta de acatamiento a los ocupantes: “Hace treinta y nueve días que el Ejército victorioso en Medellín tiene su cuartel general en esta ciudad y ocupa la Provincia, y cuando la mayor parte de las demás del Reino se hallan dominadas y han dado su obediencia a V.M., Mérida no debe diferirla ni dar motivo a ser tenida en el número de los pueblos obstinados y rebeldes. Ahora lo manifiesta a V.M. por  medio de esta reverente carta acordada en Junta de los jueces y diputados representantes de la ciudad y pueblos del partidos, reservando enviar un diputado luego que lo permitan las circunstancias, a besar la Real mano de V.M. y si es cierto que Mérida hasta ahora ha sido fiel al anterior gobierno, esto mismo será ante la penetración de V.M. la mejor prenda de que será igualmente fiel y leal a su nuevo Soberano, de cuya paternal beneficencia espera que se digne a tener en consideración, a una capital y partido que ha sufrido extraordinarios sacrificios e irremisibles daños por la dilatada estancia de ejército en este país. Dios guarde la C.R.P. de V.M. dilatados años para restablecer y elevar la Monarquía a su felicidad y gloria se lo rogamos. Mérida, 3 de mayo de 1809. S.A.L.R.P. de V.M. Fue acordado y que se comunicase por su inteligencia y cumplimiento a los pueblos del partido. Rivas, Otazo, Hernández, Berrocal, Pacheco, Cordero, Collado y Pedro Antonio Carril, Secretario.”. GOMÉZ VILLAFRANCA, R. Extremadura…, op. cit.; pp. 209-210. II Parte.

[33] STORM DE GRAVE, A.J.P. Mijne…, op.cit; p. 128.

[34] Carta de Victor a Jourdan desde Torremocha, de 29 de mayo de 1809.   DU CASSE, A. Mémoires…; pp. 178-180.

[35] Carta de Jourdan a Victor desde Madrid, de 1 de junio de 1809. Ibid.p. 184.

[36] MUÑOZ MALDONADO, José.  Historia Política y Militar de la Guerra de la Independencia de España contra Napoleón Bonaparte, desde 1808 a 1814.Tomo II, Madrid, 1833; pg. 185. Maldonado consigna en 400 los dragones franceses situados en Aljucén y 600 los de Mirandilla. No debieron ser tantos, puesto que la acción, poco conocida, fue ensalzada por el propio general Cuesta en su memorial y el número de bajas del enemigo que refiere es mucho menor: “el ataque de Aljucén por el comandante de la vanguardia D. José de Zayas, [resulta] más digno que otros muchos de haberse publicado… pues mató a 50 o 60 de la caballería enemiga, hiriendo a mayor número y quedando dueño del puesto todo el tiempo que juzgó conveniente”. GARCÍA DE LA CUESTA, G. Manifiesto…, op. cit; p. 50.

[37] STORM DE GRAVE, A.J.P. Mijne…, op.cit; p. 130.

[38] Uno de ellos, el capitán Van Liebergen, evacuado junto al resto de heridos, morirá el 12 de julio siguiente en el hospital de Toledo. ROULIN, L.L.C. Historique…, op. cit.; p.84.

[39] La acción es referida por algunos periódicos. Así, en el Atalaya Patriótico de Málaga nº XIX, 17 de junio de 1809, se recoge la noticia recibida desde Zafra el 9 de junio anterior: “Antes de ayer D. Josef de Zayas con un fuerte destacamento vadeó el Guadiana y acometió a los franceses de Mérida obligándolos a encerrarse en el convento, contra el que mantuvo un vivo fuego, mientras se tomaban 600 fanegas de trigo y 100 de harina que los franceses tenían en aquel punto para auxiliar a una división que carecía de bastimentos, y lo cual no pudieron impedir los enemigos”. También GÓMEZ VILLAFRANCA hace mención al episodio cuando señala que el 7 de junio, don Manuel de Soto y Valderrama, informa desde Mérida: “los franceses no bajan a Mérida hace dos días en partidas de descubierta desde Mirandilla, como lo han acostumbrado antes. Esta mañana han venido a Mérida como 1.000 infantes y 500 caballos de la Vanguardia de nuestro Ejército que está en Calamonte, y han extraído de esta ciudad todo el trigo y harinas del Pósito que había de repuesto, encaminándolo para nuestras tropas a aquel punto. En el tiroteo suscitado con este motivo, se sabe de positivo ha sido herido un capitán francés en el mismo Conventual” GOMÉZ VILLAFRANCA, R. Extremadura…, op. cit.; pp. 141-142.

[40] El diario del coronel tan sólo refiere la detención el día 9 de junio de tres paisanos, acusados de haber dado muerte a un soldado, que fueron encarcelados pendientes de ser enviados al cuartel general para enjuiciarlos. STORM DE GRAVE, A.J.P. Mijne…, op.cit; p. 131.

[41] No obstante, el tren de diecisiete vagones con la artillería se queda en Torremocha, al mando del coronel Bouchu. Ibid.; pp. 136-137.

[42] ROULIN, L.L.C. Historique…, op. cit.; p.85.

[43] BOSSCHA, J. Neerlands Heldendaden…,op.cit; p. 234.

[44] STORM DE GRAVE, A.J.P. Mijne…, op.cit; p. 140-143.

[45] Ibid.; p. 138.

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