Oct 011979
 

Patricio Guerin Betts.

A los Coloquios Históricos de Trujillo podemos ofrecer este año algunos datos sobre un Alcalde Mayor de Cáceres, procedente de Cantabria.

Nace en Mazcuerras, pueblo importante dentro del antiguo Valle de Cabezón y muy poblado. En 1 de septiembre, 1653, testó su abuelo paterno, el abogado Pedro de Hoyos, casado con María Isabel de Hoyos. Fueron padres de Nicolás el licenciado Bernardo de Hoyos y María Gómez. Su padre testa en 1661 y muere en Mazcuerras el 5 de enero 1662. Tenían también dos hijas, Ángela y María. Estudió Nicolás en la Universidad de Valladolid, donde obtuvo el título de bachiller en cánones en marzo de 1682. Se casó en Santillana el 5 de abril,1684, con doña Catalina Antonia de Valdivielso, hija de Andrés y de Catalina de Mier. Fue nombrado abogado el 19 de noviembre de 1687. En 21 de junio, 1688, fue designado alcalde de Sahagún y Carrión y ejerció el cargo hasta el 18 de noviembre de 1691. Durante su mandato fue canonizado San Juan de Sahún.

Mientras le fueron naciendo los hijos: Ángela María y Josefa en Santillana en 1685 y 1688 respectivamente. María Antonia en Mazcuerras en l686. Juan Manuel nació en Sahagún en 1690. José Andrés en Mazcuerras el 14 de marzo, 1692 y finalmente Pedro Nicolás en Mazcuerras el 17 de enero de 1694.

Consta por el testamento de Pedro Nicolás, fechado en Mazcuerras en 16 de abril, 1754, que su padre fue Alcalde Mayor de Cáceres y por otro documento del archivo de la familia Cabeza (Cóbreces) que fue enterrado en la iglesia de San Juan Bautista de dicha Villa en 24 de marzo, 1696 y lo avala el escribano de Cáceres, Juan Vega Muriel, que estuvo presente en el entierro. Llevaron el féretro D. Diego de Aponte y Zúñiga, Caballero de Alcántara, regidor perpetuo de Cáceres y Señor de la torre de Arjaiz; Joaquín de Ovando, Caballero de Calatrava, Gonzalo de Carvajal, un don Juan y don Fernando de Contreras.

Es solamente una constancia, pero en la historia de Cáceres es importante. El alcalde es el alma de la población que preside, en este caso de la Villa. Era un alcalde ya experimentado por su mandato en Sahagún y Carrión, que son también poblaciones repletas de historia.

Entre sus hijos merece especial mención Pedro Nicolás, nacido según hemos dicho, en Mazcuerras. Este Pedro Nicolás Hoyos: Calderón de la Barca fue sobrino de don Francisco Valdivielso, conde de San Pedro del Álamo, marqués de Aguayo y mariscal de Campo, el cual a su vez fue albacea del alférez Real Juan Blanco, natural de Lozana, parroquia de San Juan de Berbio, concejo de Piloña (Oviedo).

El Conde delegó sus poderes en Pedro Nicolás y éste gastó prácticamente sus mejores energías en erigir la fundación de Infiesto, que aún subsiste. Tras muy grandes dificultades la escritura de fundación se redactó en 13 de noviembre de 1740 ante Julián de Pumarada y Vendujo, escribano de Oviedo. En una relación jurada de 19 de marzo, 1741, cuenta Hollos los pasos que tuvo que dar para conseguir la fundación. Aparte de la documentación existente puede verse sobre la Obra Pía de Piloña el libro del mismo título publicado por Manuel Rodríguez Salas en La Coruña en 1962.

No decimos más y no decimos menos. Hemos hecho mención de un alcalde de Cáceres, tema muy propio de Extremadura. Los fuera aportamos datos que ordinariamente traemos de fuera, pero que tienen relación con Extremadura. Todo está relacionado. Como dijo en un libro el P. Merton, ningún hombre es una isla y añadimos, ninguna nación, ninguna provincia, ninguna ciudad ni pueblo. Todo tiene su razón de ser y se debe tener todo en cuenta. La historia local es lo más fácil hasta cierto punto y lo que más justa, pero enseguida se extiende. Para entender lo uno, hay que conocer lo otro y las mutuas interdependencias.

Oct 011976
 

Patricio Guerin Betts.

De gran importancia para los Coloquios Históricos Religiosos de Extremadura ha de ser cuanto se refiera a Alcántara. Tratase de un punto estratégico en la Reconquista y que dio nombre definitivo a una de las más importantes Ordenes militares.

Sobre Alcántara han escrito varios extensamente. Nosotros queremos dar a conocer al presente una obra de más de cuatrocientas páginas, acaso ignorada por muchos. Lo cierto es que no se cita en la bibliografía del artículo del Diccionario de Historia Eclesiástica de España de D. W. Lomax, tan reciente.

Sin embargo, ahí está la obra escrita con la competencia y seriedad propias del padre Roberto Mufiiz, autor de la Médula Cisterciense, que consta de nueve tomos y el séptimo va dedicado entero a la historia de Alcántara.

Tan desconocido como será para muchos, tan conocido y apreciado es de los que nos ocupamos de la historia de la Orden cisterciense en España. Antonio Dionisio Muñiz: Rodríguez nació en Sabugo (Avilés) el 9 de octubre de 1739 y fue bautizado el mismo día por D. Antonio Muñiz. Hijo de José y Ana. En 3 de mayo 1755 tomó el hábito en el monasterio cisterciense de Matallana, y cambió el nombre por el de Roberto. De sus estudios no tenemos datos, aunque por aquella época es casi seguro que cursaría filosofía en el colegio del monasterio de Meirá y luego pasaría a Salamanca o Alcalá. Lo que sí consta es que se apreciaban sus dotes, ya que fue designado sucesivamente abad de Rioseco, Sacramenia y San Martín de Castañeda. Fue, además, Examinador Sinodal del arzobispo de Sevilla y confesor en las Huelgas de Valladolid y de Burgos. Todos estos cargos suponen cierto grado de cultura, si bien no tienen relación directa con la historia. De su afición y estima de la misma son prueba manifiesta esos nueve tomos de la Médula, especialmente el último, que es, nada menos, que la Biblioteca Cisterciense Española. El padre Muñiz hubo de morir alrededor de 1803, algo prematuramente.

MEDULA HISTÓRICA CISTERCIENSE -TOMO VII- ORIGEN, PROCESOS, MÉRITOS Y PRERROGATIVAS DE LA INCLITA MILICIA DE ALCÁNTARA DE LA ORDEN DE CISTER. Valladolid, 1789.

Lo dedica a su paisano Jovellanos. Muñiz era muy asturiano y en Asturias había mucho amor a la cultura y a la investigación científica. Además Jovellanos era alcantarino. La dedicatoria está firmada en el colegio de San Martín de Castañeda en 10 de marzo, 1789.

En la Introducción Muñiz indica que en el tomo anterior de la Médula había prometido tratar de Alcántara. Mientras en 1763 y no mientras sino algunos años antes habíase publicado la obra de Torres y Tapia, pero bien advierte Muñiz que fue con ciento treinta y dos años de retraso y que en aquella época ni estaba tan adelantada la crítica, ni tan fáciles de adquirir las noticias y que desde luego que no era plagiario, como advertirá el lector. Se queja de que no le han franqueado noticias quienes fácilmente lo hubiesen podido hacer, las cuales hubiesen concurrido al mayor lustre de la Orden de Alcántara.

Divide la obra en títulos y estos en capítulos. Bajo el primer título trata de la fundación, confirmación, unión con la Orden cisterciense, toma de posesión de Alcántara, descripción del Convento entre otras cosas. En el segundo habla de los castillos, lugares y Villas que fue adquiriendo, de los monasterios y hospitales en cuya fundación influyo. De las monjas. De las cartas de hermandad.

El tercero está dedicado a los méritos de la Orden. Aquí procede por orden de los diversos reinados hasta la incorporación a la corona. El cuarto es sobre las gracias y prerrogativas de la Orden. Unas son de origen pontificio: otras provienen de los reyes. Finalmente hay un tratado genealógico de los Maestres. A partir de la página 361 a la 402 hay un apéndice de escrituras de indiscutible valor histórico. Termina la obra con un índice alfabético.

Muñiz sin duda leyó y aprovechó todo lo anterior a él. Escribe en un momento en que se va depurando el sentido crítico. Sobre su obra no sabemos que se haya trabajado, por eso conviene darla más a conocer, a fin de que los estudiosos no se pierdan esta fuente importante. Aparte el rigor histórico con que escribe, tiene un estilo ameno. Donde empieza a hablar directamente de Alcántara es en la página 55. El mismo dice que va a dar una sucinta noticia de la situación de la Villa y fábrica de su puente. Cita entre otros a Ponz. La descripción del Convento es de gran interés, por revelar cuál era su estado en esta época.

La enumeración y aclaración de las dignidades y Encomiendas y prioratos es otra buena aportación. Ante todo había el Maestre, luego el Prior del Sacro Convento, seguido por el Comendador mayor. En cuarto lugar el clavero, después el sacristán y por fin el Prior de Magacela, que usaba mitra y báculo. Casi parecía una jurisdicción como la de la abadesa de Las Huelgas de Burgos. Páginas 114 y 115, catálogo alfabético de las Encomiendas. En la 121 empieza otra lista alfabética de los castillos, lugares y Vullas adquiridos. Termina en la 129.

En la pagina 132 estudia la relación de la Orden de Alcántara con Trujillo y se adhiere a la tesis de que la ciudad, al ser tomada a los moros en 1185, ciudad o castillo o lo que fuese, fue donada al Maestre de Alcántara por el rey Alfonso VIII. Pocos años más tarde se volvió a perder.

Menciona el colegio Imperial fundado por Carlos V en Salamanca para los de Alcántara con ocho plazas. Dice que él mismo es testigo de la inalterabilidad de las constituciones de este colegio. Informa que a solicitud de la Orden se habían fundado otros colegios en Jurisdicción suya, nada menos que tres en la Villa de Alcántara, que enumera y varios más y asimismo hospitales.

Pasa después a referir el origen de las monjas alcantarinas, a partir de 1520. Parece que hubo solo dos monasterios, el de S. Pedro de la Villa de Brozas, fundado en 1570 y anteriormente el de Sancti-Spiritus en la misma Alcántara.

En la página l51 trata de las hermandades de la Orden de Alcántara. Y cita a su paisano Campomanes: «Dos fines tenían estas alianzas: uno para guardar entre sí la recíproca correspondencia que les era precisa… y otro fin consistía para defender sus bienes de las injustas ocupaciones…» Y es un gran ejemplo que Dios quiera imiten hoy quienes tienen algún influjo sobre el pueblo, para que se busque al bien común y no la mutua destrucción.

Sobre los méritos de la Orden en orden a promover la reconquista, ya muy adelantada, no cabe duda que ésta y las otras Ordenes Militares contribuyeron notablemente. El P. Muñiz, como era su deber en una obra histórica alega méritos con datos.

Explica, por ejemplo, cómo no intervino Alcántara en la batalla tan importante de Las Navas de Tolosa. Alcántara estaba más bien bajo la égida del rey de León y defendían la misma causa, pero en otro terreno. Refiere Muñiz cómo los de Alcántara tomaron en 1229 Cáceres, Montánchez y Mérida.

En el reinado de San Fernando, Alcántara intervino en la reconquista de Trujillo en 25 de enero de 1232. El Maestre de Alcántara, animado con este éxito siguió adelante y conquistaron Magacela y Zalamea. También tomaron parte en la conquista de Jerez. Y sería largo de contar todo lo que refiere Muñiz sobre la acción bélica de estos alcantarinos, todo lo cual referirá con la documentación que tuvo al tiempo de escribir y que examinaría con el espíritu crítico que entonces cabía y al cual se refiere expresamente más de una vez.

No es mucha la bibliografía que cita, tampoco habría mucha más. En cuestiones cistercienses es un experto y aún en plan de Historia no es del todo un principiante.

Lo triste fue que llegaron tiempos de división civil, un rey y otro posible rey. Había que decidirse por uno o por otro. Muñiz cuenta todas estas vicisitudes.

Y de todos los privilegios de esta Orden de Alcántara, tal como los refiere Muñiz no quiere hablar. Mi intención ha sido llamar la atención hacia esta obra, probablemente desconocida para la mayor parte de los participantes en estos Coloquios y cualquiera de ellos sabe lo que supone componer con seriedad dentro de lo que permita la época, en este momento fines del siglo XVIII, una obra de cuatrocientas cuarenta y tres páginas y que tengo una grandísima satisfacción en dar a conocer, parte como historiador a historiador y parte como cisterciense a cisterciense.

Abadía de Viaceli, Cóbreces, 17 de junio 1976

Oct 011971
 

Patricio Guerin Betts.

Valores históricos religiosos de Extremadura.- Muchos sin duda, y los más llamados a estudiarlos son los hijos de la propia tierra.

Sucede, sin embargo, que los historiadores y sobre todo, los investigadores, tenemos cierto instinto policiaco, y nuestra misma labor nos exige seguir la pista de los historiados.

«Tras el polvo de su sandalias». Sí; a mi me toca en este momento seguir las huellas de unas sandalias episcopales, desde Leyre, donde me encuentro hasta Badajoz, en cuya catedral descansan los restos mortales del inmortal fray Ángel Manrique.

El dicho «inmortal», y en el título puse «coloso» aunque este epíteto no se me ocurrió a mí sino que lo recojo de una carta que hace tiempo me escribió un sacerdote erudito, que me exhortaba a seguir estudiando la persona de Manrique, «porque es un coloso«. Y aquí en esta semana monástica, un monje de gran nombradía, enterado de este trabajillo actual, me declaró con espontaneidad que Manrique era una gran figura poco estudiada.

Desconocido desde luego no lo es. Sus Annales Cistercienses han llevado su nombre más allá de las fronteras.

En nuestros tiempos, y con ocasión del tercer centenario de su muerte (1649-1949) le dedicó un trabajo muy documentado y concienzudo el que hoy es digno abad de Santa María de Viaceli, Cóbreces, provincia de Santander (1-. El Ilmo. fray Angel Manrique Obispo de Badajoz (1577-1649) en Collectanea Ordinis Cisterciensium Reformatorum nº3 de julio 1950 y nº2 de 1951, pags. 195-207, y 128-139).

Después me tocó entrar en la lid personalmente, ante todo con mi conferencia en santa María de Huerta en 1962 con ocasión del octavo centenario del Monasterio y que fue publicada en Celtiberia con el título de «fray ángel Manrique» (Celtiberia núm. 23 páginas 131-138 1962). Con la misma ocasión del centenario la revista «Cistercium» dedicó un número extraordinario a la ilustre abadía y a mí me ocupó exponer ampliamente la muy interesante genealogía hasta entroncarle con los mismos fundadores de dólares de Huerta. Agregue otro par de artículos en Cistercium: In cunabulis, y El curso de Meira (XVI, 1974 núm. 90, páginas 24-35.) bajo el título genérico de «Estudio y semblanza». El plan era vasto, pero la revista tenía sin duda gran cantidad de material, y se paralizó el trabajo. Únicamente un sueltecito en 1965 «Un insigne error» Cistercium XVII (marzo-abril 1965 pags. 85-88) en defensa de Manrique y de la verdad que es lo primero que debe preocupar a todo historiador.

También en otra revista de gran prestigio tuve ocasión de hablar de Manrique por extenso. Se trata de «Miscellanea Comillas» donde se reeditó (6) por tercera vez un «Memorial» de Manrique a las Iglesias de Castilla en 1624 acerca de la contribución que pedía el rey. Iba precedido de una larga introducción. Lo comentó D. Alberto Echevarría, profesor de la Universidad de Salamanca, en un periódico de dicha ciudad, y recientemente en un librito acerca de los antiguos alumnos de Salamanca. Envié una separata al actual señor obispo de Badajoz, y me contestó que le habían gustado mucho varios puntos del Memorial.

Un tercer exponente de las gestas de Manrique es el Padre Agustín Romero, monje de Santa María de Huerta, en Cistercium(7- Cistercium XIV marzo-abril, 1962; nº80, pags 71-82) El titulo es «El obispo Manrique a través de algunas de sus cartas». Precisamente es el tema que interesa más respecto a estos Coloquios, si bien para comprender a ese obispo pacense hay que estudiarle desde atrás.

He sentido mucho no poder acudir a Trujillo por las fechas designadas para estos Coloquios, pero para continuar mis investigaciones quedan otras muchas y estas ocasiones son las que mueven las voluntades e impulsan a trabajar. Entre tanto sólo puedo presentar a los asistentes y a los interesados en los Coloquios: una vez más a Manrique tal y como le conocemos hasta ahora. No serán nuevos los datos, pero sí la presentación, que será preparado ad hoc.

La primera explicación que hay que dar es bastante radical. Fr. Ángel Manrique al nacer y al ser bautizado parece otro distinto, ya que se llama «Pedro de Medina «Santo Domingo, y es que fue hijo de un regidor de la ciudad de Burgos, llamado D. Diego de Medina Cisneros, y de doña María Santo Domingo Manrique. El nombre propio lo cambiaria al entrar en religión, por el de Ángel, y el apellido Manrique lo hubo de llevar como condición indispensable para poder ingresar en el colegio de Los Manrique de Alcalá de Henares, fundado por D. García Manrique, tío de su madre . Un episodio famoso e importante de su niñez fue que conoció a Santa Teresa de Jesús, y esta le echo la bendición y pronosticó que había de ser importante en la iglesia de Dios.

Comenzó a estudiar en edad bastante temprana puesto que a los 13 años ya estaba en el colegio de los Manrique de Alcalá. Aquí trabó grandísima amistad con los cistercienses de Santa María de Huerta, que cursaban estudios en la Universidad Complutense. Tal vez estaría aun vivo el recuerdo de las relaciones entre los Manrique y Huerta. El caso es que el joven Pedro de Medina cobró más cariño al claustro cisterciense que al colegio y fue a tomar el hábito al cenobio soriano. Muy grande debía ser el prestigio de Huerta, o su capacidad educativa, para que de aquella sola tanda de novicios saliesen tres futuros obispos cistercienses. Cual de una crisálida sale una mariposilla, así el estudiante frustrado de Alcalá, al cabo de un año de noviciado salió a estudiar filosofía al colegio del monasterio cisterciense de Meira. Era un curso filosófico de tres años. De fray Ángel consta que por su precocidad, le sobraba mucho tiempo del estudio, para dedicarlo a la piedad.

Todavía muy joven marchó a Salamanca, que seria su residencia durante muchos años. Tales progresos hizo en el estudio, que ya en 1605 puede publicar su obra «La Laurea Evangélica«, dedicada a su madre; en 1610, «El Santoral Cisterciense», del cual hace una gran alabanza el erudito fr. Lorenzo de Zamora que encuentra la doctrina muy sana y católica junto con la delicadeza de ingenio y erudición. El 7 de noviembre de 1613 obtiene el titulo de «Maestro en Teología» Con ello ganaba puntos la Universidad de Salamanca, al granjearse un joven profesor competentísimo, ejemplar, afable y constante. Seguramente sus primeras lecciones serían para los estudiantes del colegio de la Orden.

El año 1615 obtiene la cátedra de Escoto; en 1618, la de Santo Tomás, y en 1621 la de Filosofía Moral y el título de «Maestro en Artes».

Cargos monásticos tampoco le faltaron, como fue el de abad del colegio cisterciense de Salamanca, durante cuatro trienios. Entonces demostró talento matemático y administrativo, al trabajar en la fábrica del edificio colegial en menos tiempo mas que varios de sus predecesores juntos, y construir la célebre escalera del aire, enigma para el también inteligentísimo y célebre Caramuel.

Fue consiliario y definidor de su Congregación, y finalmente general reformador desde 1626 a 1629. Terminado este importante empleo volvió a la cátedra, y en 1630 obtuvo la de Vísperas. En 1636 fue nombrado predicador del Rey. Su Majestad quedó muy satisfecho de sus servicios, porque decía la verdad sin ofender. También predicó en varias ciudades; entre ellas, Barcelona, Burgos y Santiago. Tan castiza era su dicción que mereció ser incluido en el «Diccionario de Autoridades de la Lengua». A fines de 1638 obtuvo la cátedra de Prima de Teología. También este año publicó el primero de los 4 gruesos tomos de los «Annales» Cistercienses reeditado recientemente por la Gregg Press, a un precio muy elevado, índice del valor que se les atribuye. Al publicar el último tomo, -ya era obispo de Badajoz y tenía reunidos datos para otros tres; pero ya le fallaba demasiado la vista, que nunca tuvo buena. Antes en 1633 el abad de Morimond le había nombrado prior de Calatrava, y si no lo llegó a ser de hecho, fue por la oposición de los frailes a que ocupase tal dignidad un cisterciense.

Por monumental que fuese la obra de los Annales, es solo una parte de su labor literaria en latín y en castellano. Además de las obras ya citadas, hay un «Sermón en la beatificación de S.Ignacio de Loyola», Salamanca, 1610; –«Meditaciones para los días de la Cuaresma«. Salamanca, 1612- Sermones varios. Salamanca, 1620; «Apología por la mujer fuerte», Salamanca, 1620; «Historia y vida de la venerable Madre Ana de Jesús Bruselas», 1632, obra bastante voluminosa y escrita por encargo de la infanta doña Isabel Clara Eugenia; Memorial al señor Felipe IV, sobre el nombramiento de Prior de Calatrava, 1634; Respuesta al Rey sobre seis puntos concernientes a la Concepción de nuestra Señora, 1643, y Pontificale Cisterciense, Salamanca, 1610.

El no haber sido nombrado en fecha más temprana para alguna sede importante fue debido en gran parte a su desgana. Bien le hubiese gustado al Rey y a alguno de sus magnates tenerle cerca en Madrid para consultarle muchas cosas; pero Manrique no quería que le envolviesen y prefería estar a distancia. Por otra parte debía tener mucho cariño y apego a la Universidad Salmantina donde llegó a ser «Princeps Studiorum», y al colegio-abadía de su Orden.

Ya de viejo a los sesenta y ocho años consiguieron algunos de sus amigos, muy a disgusto suyo, que fuese nombrado obispo de Badajoz, y como dije en mi conferencia de Huerta: «A los sesenta y siete años bien cumplidos le llegó a Manrique la mayor de las distinciones, el nombramiento de obispo de Badajoz. Bien podía parecer una medida cruel, si es que el nombrado hubiese de tomar en serio las obligaciones anejas a esta dignidad, como en efecto lo hizo Manrique.»

Mientras se le enviaban de Roma las bulas, se pasó otro año casi entero, y así fue un anciano de 68 años el que se presentó en Badajoz para tomar las riendas del gobierno eclesiástico en el otoño de 1645. Viejo según el cuerpo, joven y vigoroso en el espíritu.

Es edificantísimo ver como el aristócrata, el teólogo, el historiador, la lumbrera de España, según le llamó Diana en carta escrita a Caramuel, este venerable anciano reside en la diócesis, y no solo en la capital, sino la mayor parte del tiempo en todos los rincones de ella sucesivamente, y cuando llegan las grandes festividades y conmemoraciones, Manrique escribe el Cabildo desde los puntos más remotos con exquisita cortesía para excusar su ausencia, y manifestar su unión espiritual con sus colaboradores mas íntimos.

No contento con recorrer la diócesis en todas las direcciones, tuvo arrestos para convocar un sínodo a fines de 1648, último año de su vida. Don Juan de la Guerra, canónigo magistral, nos describe al obispo Manrique en 1646 «armado de la pluma» en medio de las tropas a las cuales arengaba, ya en privado, ya en público, convertido casi en Ordinario Castrense, ya que Badajoz rayaba con Portugal, teatro de la guerra entre españoles y portugueses. Pese a esta situación y después de cumplir con las obligaciones de fiel pastor, Manrique hallaba tiempo para dar los últimos toques al cuarto tomo de sus Annales, que habrían de servir según el citado magistral, para animar a todos a cumplir con su deber.

Badajoz fue la ultima etapa de la vida de fr. Ángel Manrique, la más gloriosa pero también la más laboriosa. Sin duda Dios quería consumar la obra de santificación y por eso dejados atrás Burgos, Alcalá, Huerta y Salamanca se afanó en tierras extremeñas por cultivar la porción del campo del Señor a él encomendada. Y este es el ocaso inmortal del coloso. Ya no teoriza el que grande y excelente teorizador había sido. Obrar, trabajar, dar ejemplo cumplir esmeradamente su ministerio pastoral. De esto fue testigo la Extremadura de aquellos tiempos que se admiró y conmovió cuando los monjes de Santa María de Huerta, que también tenían motivos para conocer y para amar y admirar a fr. Ángel Manrique, pidieron sus restos mortales. La respuesta negativa estaba fundada en que sus restos eran los restos de un Santo. Y fue sepultado en la capilla del Sagrario de la S.I.Catedral de Badajoz, lo cual debe servir para que los habitantes de la capital y de la diócesis le consideren presente, porque un ocaso inmortal excluye la muerte.

Non omnis moriar, se debe decir de todo aquel que muere en gracia de Dios; pero más especialmente de estos colosos, que se deshacen en aras del bien de los demás, y con ello reciben una bendición especial de Dios, la bendición do permanencia. Ese sol que veis rubicundo esconderse tras la montaña o deslizarse en el mar, no ha desaparecido, se ha ocultado silenciosamente, majestuosamente, pero aún tiene que haceros mucho bien.

Fr.Patricio GUERIN BETTS.OCSO.

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