Oct 012009
 

 Francisco Vicente Calle Calle

 Nuestra intención es estudiar en esta ponencia la imagen de Plasencia y de varias comarcas vecinas en algunos relatos de viaje escritos por viajeros franceses durante los siglos XVIII-XIX, completando de alguna manera los estudios que sobre otras comarcas y ciudades de Extremadura hemos hecho en estos Coloquios y en otros foros1.

En primer lugar, resulta curioso constatar que de la docena de autores que hemos estudiado en otros trabajos sólo tres, Alfred Jouvin, Alexandre Laborde y Jean—Charles Davillier, dedican algunas páginas al territorio objeto de nuestro estudio.

He aquí unas breves notas biográficas sobre estos viajeros:

Alfred JOUVIN, (¿?). En 1762 publicó, en París y en 8 tomos, la obra Le voyageur d’Europe, cuyo segundo volumen está dedicado íntegramente a España y Portugal2.

Alexandre-Louis-Joseph, conde de LABORDE, (1774-1842) fue arqueólogo, político y también un gran viajero. Es uno de los viajeros más conocidos gracias a su Voyage pittoresque et artistique de l’Espagne (1806-1820), monumental obra en la que se recogen, acompañados de magníficos grabados, los principales monumentos de la España de la época. Aunque citaremos algunos fragmentos del Voyage pittoresque…, seguiremos principalmente la traducción de otra de sus obras titulada Itinerario descriptivo de las provincias de España y de sus islas y posesiones en el Mediterráneo3.

Jean-Charles DAVILLIER (barón de) (1823-1883). Experto en cerámica y alfarería, coleccionista de loza hispano-morisca y enamorado de España. En 1862 emprendió un largo viaje, acompañado por Gustave Doré, que dio como resultado una serie de artículos que fueron apareciendo en la revista Le tour du monde de 1862 a 1873, y que fueron publicados en un solo volumen en 1874 bajo el título de L’Espagne4.

Curiosamente, para un viajero anónimo del siglo XVII, la ciudad que hoy forma la cabeza de la diócesis no figura entre las ciudades principales de Extremadura:

“Las principales ciudades (de Extremadura) son: Badajoz, capital de esa provincia; Mérida, Trujillo, Alcántara, Alburquerque, Jerez y Llerena5”.

En cambio, Alexandre Laborde sí la incluye en la introducción a lo que el denomina “la provincia de Extremadura”:

“Extremadura es una de las grandes provincias de España. (…) Comprehende 3 obispados, que son: Badajoz , Plasencia, y Coria, (…). Las principales poblaciones son, Badajoz, que es la capital, Plasencia, Coria, Mérida, Medellin, Truxillo, Xeréz de los Caballeros, Llerena, Alburquerque, Alcántara, Za- fra, Cáceres, Olivenza, y otras6”.

En este texto de A. Laborde podemos comprobar la importancia que Plasencia tiene dentro del conjunto de la provincia de Extremadura ya que no sólo aparece citada entre las ciudades importantes, sino que además figura como cabeza de uno de los tres obispados de la región.

Esta situación señera se debe, además de a ciertos factores históricos, a su posición geográfica ya que Plasencia se encuentra situada estratégicamente en un cruce de caminos. Si observamos el mapa del obispado de Plasencia del año 1797 levantado por el geógrafo D. Tomás López (fig. 1) podemos ver cómo de Plasencia salen numerosos caminos, 8 en concreto, de los cuales los más importantes serían el camino de la Plata (nº 7), el camino del Puerto, hacia Villar de Plasencia, que hoy conocemos como “Camino Viejo” (nº 2), el de Malpartida hacia Almaraz, donde se unía al Camino Real de Madrid a Lisboa, tras atravesar el río Tiétar por la Barca de la Bazagona (nº. 5) y el camino a Trujillo que cruzaba el Tajo por el Puente del Cardenal (nº 6).

Por estos caminos llegan nuestros autores a la ciudad del Jerte: Alfred Jouvin, que viene desde Salamanca, recorre la Vía de la Plata y al llegar a la altura de Villar de Plasencia se desvía para coger el denominado “Camino Real o del Puerto”. Tras visitar la ciudad, la abandonará en dirección a Trujillo. Para ello cruzará el puente del mismo nombre y cogerá el camino de Malpartida para a continuación desviarse hacia el Tajo, que atravesará por el Puente del Cardenal.

Por Malpartida también pasa A. Laborde, aunque procedente de Almaraz. Tras visitar la ciudad seguirá su ruta hacia el norte, por el Camino Real y la Ruta de la Plata, tal y como había hecho Alfred Jouvin, pero en sentido inverso. Llegará hasta los límites de la provincia de Salamanca y desde allí se dirigirá a Coria (Ver mapa).

Jean-Charles Davillier llega a Plasencia procedente de Cáceres, es decir, recorre el tramo de la Ruta de la Plata que separa estas dos ciudades. Una vez visitada la ciudad, saldrá de ésta por el llamado Puente Nuevo en dirección a La Vera.

Independientemente de las dificultades que entrañaba el viajar por cualquier camino de la época7, en general, los tres autores estudiados señalan la gran diferencia de paisajes que existen entre Plasencia y los territorios que hay que atravesar para llegar hasta ella, excepción hecha de la ruta por La Vera y del tramo de la Ruta de la Plata que une Plasencia con la provincia de Salamanca.

Según Jean-Charles Davillier, desde el sur, hay que atravesar “un acciden- tado país8”.

El camino de Trujillo también es árido como podemos leer en A. Jouvin:

“Después de haber pasado el río a la salida de Plasencia, encontramos un país desierto lleno de montañas y de multitud de arenales, de lo que fuimos bien advertidos por nuestro conductor, que nos aconsejó hacer provisión de una botella de cuero que llaman bota, llena de ese buen vino que habíamos bebido en aquella posada, puesto que durante cinco largas leguas no encontraríamos nada más que el puente de Almaraz, donde hay dos o tres casas, pero en las que entonces no había nadie9.

Una cierta sensación de escasez de población y de terrenos cultivados, aunque sin llegar a la desolación del camino de Trujillo, también se desprende recorriendo el camino desde Almaraz a Plasencia:

“Á la salida de Almaraz se dexa el camino de Portugal, y atravesando campiñas cubiertas de encinas y pastos con pozos y lagunas de trecho en trecho, se llega a la villa de Toril dexando a la izquierda el lugar de Cerrajon (Serrejón), y á la derecha los de Saucerila (Saucedilla), y de Casa-texada (Casatejada). Á dos leguas se pasa por una barca el rio Tietar10, en cuyas riberas se ven encinas verdes y blancas, robles, y alcornoques: sigue luego un terreno todavía mas inculto, por el qual se llega á Malpartida. (…) Su salida es poco agradable, y solo encuentra la vista con algunos arbustos. Todavía sigue un terreno mas árido, hasta llegar á las cercanías de Plasencia, donde el suelo recobra su vigor, y fertilidad (p. 389)”.

Estas sensaciones contrastan con las que sienten los viajeros que vienen del Norte o que recorren La Vera:

Del camino del Norte, descrito por Alfred Jouvin, queremos destacar la repetición de la palabra río y otros términos relacionados con el agua, ya que producen en el lector de la sensación de recorrer una tierra muy fértil.

“Pasamos a la salida de Montemayor el río que corre entre pequeñas colinas, que son muy agradables y de grandes viñedos, en donde vimos montecillos bajos que no tenían otra cosa más que una cierta planta muy olorosa y muy corriente en varios sitios de España, que llaman jara, y los franceses llaman bálsamo de Andalucía, porque su olor tiene mucha relación con ésa, y no su altura ni la hoja, que es untuosa y de olor de incienso.

Seguimos a la Abadía, pueblo con un castillo sobre un río que viene de las montañas que teníamos a mano izquierda. Las costeamos para ir a El Villar, pueblo que forma un valle, que teníamos a mano derecha, en el cual desagua otro pequeño río que vimos a la salida de El Villar, cuando se sube a una alta montaña, en el alto de la cual está Santa María del Portuas (…).

Desde encima de ese alto vimos a mano izquierda un largo valle regado de un río que pasa por delante de Plasencia [El río Jerte y su valle], y a mano derecha dejamos aquel en que se juntan esos dos pequeños ríos susodichos, que por bajo de la ciudad de Plasencia se vierten en aquel que vemos más grueso a mano izquierda [El río Ambroz]; de suerte que descendiendo de esa montaña nos encontramos entre las viñas un largo acueducto, que lleva las aguas desde una montaña vecina a la ciudad de Plasencia, adonde llegamos (p. 835)”.

La misma sensación de frescura y verdor se desprende en la descripción que Jean-Charles Davillier hace de La Vera.

“La Vera de Plasencia (este es el nombre que se da a la fértil comarca que se extiende al oeste de la ciudad11) se considera con justicia como uno de los lugares más favorecidos de la Península. Este fue el camino que tomamos para ir al célebre lugar donde se retiró y murió Carlos V, el Monasterio de Yuste, uno de los rincones más agradables de España. Encontramos en él verdor, cosa poco corriente en varias provincias de España, límpidos arroyos y hermosos árboles seculares. En los pueblos que atravesábamos, las viejas casas, adornadas de balcones de madera, y el pintoresco traje de las mujeres, nos recordaron ciertos cantones de Suiza y del Tirol12.

Pero sin lugar a dudas el lugar más privilegiado de todos es la ciudad de Plasencia.

1.  LA CIUDAD DE PLASENCIA

Nuestros tres autores hablan de la ciudad en distintos términos. El más prolijo es Alexandre Laborde, el más sencillo Alfred Jouvin, mientras que Jean- Charles Davillier es el que aporta más elementos que podemos definir como “anecdóticos”. Nosotros hemos intentado agrupar los datos que nos proporcionan sobre la ciudad siguiendo un esquema compositivo que en ocasiones es utilizado, con ligeras variaciones, por A. Laborde para describir las distintas ciudades que vistita. Según Miguel Ángel Pérez Priego “(…) ese esquema, a nuestra manera de ver, procede de la antigua tradición retórica y es el que catalogan algunos textos, como los Excerpta rhetorica del siglo IV, en el apartado de laudibus urbium. Sustancialmente, conforme allí se recomienda, la descripción debe atender a los siguientes aspectos:

a la antigüedad y fundadores de la ciudad a su situación y fortificaciones

a la fecundidad de sus campos y aguas a las costumbres de sus habitantes a sus edificios y monumentos

a sus hombres famosos

para todo ello, en fin, se encarece el uso de la comparación, como era propio de todo el género epideíctico13)”.

Jean-Charles Davillier es el único de los tres viajeros que hace referencia a la antigüedad y los fundadores de la ciudad:

“Plasencia es una ciudad muy antigua que se llamó Ambroz. Alfonso VI, rey de Castilla y de Toledo, cambió su nombre en el siglo XII, como lo demuestra una carta cuyo texto ha sido conservado: …Cui Plasencia, ut Deo placeat, nomen imposui”. (p. 367)14.

En cuanto a su situación y fortificaciones he aquí lo que nos dicen nuestros tres autores:

Tanto Alfred Jouvin como Alexandre Laborde, señalan que se halla en las montañas:

“Plasencia es una ciudad de Castilla la Vieja, situada en las montañas, sobre una eminencia, (…)” (p. 622)

Veamos el texto de A. Laborde:

“PLASENCIA se halla en medio de las montañas, en un estrecho valle bastante fértil que se extiende en su longitud nueve leguas, regado por el rio Xerte, que rodeándola en parte forma como una península hermoseada con un agradable paseo” (p. 387)

Jean-Charles Davillier:

“Plasencia, (…), es una pequeña ciudad que se considera como una de las bonitas de España. Está situada sobre un ribazo, desde donde la vista alcanza las cumbres de la alta sierra de Béjar, coronada de nieves” (p. 425)

De las fortificaciones, Jouvin menciona el alcázar y Davillier las murallas, que compara con las de Ávila:

“(…) hay un castillo grande y fuerte, dotado de varios torreones, hechos de gruesas piedras de cantería, que está por donde nosotros llegamos

La ciudad está rodeada de murallas de la Edad Media, que hacen un efecto muy pintoresco y que nos recordaron las de Ávila, modelo en su género15”.

Fecundidad campos y aguas:

“Sus jardines, plantados de árboles frutales y regados por las límpidas aguas del Gerte, todo hace de Plasencia una residencia de las más agradables para aquellos a quienes gusta la naturaleza riente y tranquila”. (Davillier. p. 386).

Laborde señala que “los alrededores de esta ciudad son agradables por la parte del río Xerte, cuyas laderas están plantadas de alamedas deliciosas16”. (p. 425)*

El capítulo más amplio es el que los autores dedican a edificios y monumentos. El más breve es A. Jouvin quien, además de citar el acueducto junto al castillo, la iglesia de San Martín y la catedral, que “si (…) estuviese acabada, sería tan bella como la de Salamanca”, señala que “(…) las calles son largas y estrechas; pero eso no impide el que sean hermosas y estén llenas de algunos comerciantes y obreros que hacen paños y sargas finas. [Además] hay una gran plaza, cuyo centro está adornado con una hermosa fuente17”.

Laborde primero sitúa a la ciudad desde el punto de vista de su importancia como centro de poder religioso y civil y, a continuación, enumera los principales monumentos que son la iglesia de los Dominicos, la catedral y el palacio del Marqués de Mirabel, más el acueducto, que ya se encuentra “en los alrededores de la ciudad”:

Es silla episcopal sufragánea de la de Santiago18, y en otro tiempo poderosa, pues 1a historia nos presenta á su obispos combatiendo con los moros mas de una vez. Su diócesis tiene 174 parroquias; es residencia de un corregidor, y alcalde mayor. En esta ciudad hay 7 iglesias parroquiales, 7 conventos, y muchas capillas u oratorios19

La iglesia de los dominicos, que tiene una hermosa fachada de orden compuesto, es de una nave grande del género gótico, con un altar mayor de buena arquitectura. En la capilla de San Juan está el sepulcro de Martín Nieto, cuya estatua armada y de rodillas, está tan llena de gracia, nobleza y expresión, que se mira como uno de los mas insignes monumentos, después de la restauración de las artes20.

En la iglesia catedral, fabricada también de granito, se distingue fácilmente el gusto de los diferentes siglos y épocas en que ha sido construida. En el presbiterio está el sepulcro de Don Ponce de León, obispo de esta iglesia, executado con bastante gusto. El medio del altar mayor ocupa una Asunción de la Virgen de escultura, con grupos de ángeles y apóstoles, y otras varias estatuas distribuidas en varias partes del altar; obra excelente del famoso estatuario español Gregorio Hernandez. La sala capitular contiene entre otras buenas pinturas, el desposorio de Santa Catalina, á la manera de Rubens; el nacimiento de Jesucristo de Diego Velazquez; y un San Agustín, del Españoleto.

La casa del marqués de Miravel es el principal edificio de esta ciudad y no es lo más precioso el patio rodeado de dos órdenes de pórticos uno sobre otro, sino una gran colección de antigüedades que se conservan en una de sus galerías, donde entre varias urnas, cabezas, bustos, aras é inscripciones, se observa una cabeza y un pie colosales, de Tiberio, calzado de borceguí; una cabeza de Cárlos Vº, de mármol, de León Leoni, y de su hijo Pompeyo, y un bello busto de Antonio Pio.

(…) También es digno de observarse el bellísimo aqüeducto, de mas de 80 arcos, que conduce el agua á la ciudad de dos leguas de distancia21.

Jean-Charles Davillier, menos propenso que A. Laborde a hablar de los monumentos principales de la ciudad, quizás por su espíritu más romántico, se centra en la catedral y sobre todo en las tallas de la sillería y la leyenda en torno al conocido como Ícaro Placentino:

“La catedral, aunque ha llegado a nosotros sin terminar, es un hermoso monumento que pertenece a la época de tránsito entre el estilo ojival y el renacimiento. Observamos entre otras partes interesantes las tallas en nogal de la sillería del coro. Estas sillas, en número de sesenta, están adornadas con motivos de animales fantásticos, figuras extrañas y ciertos detalles más que profanos y que nos habrían asombrado mucho en una iglesia de no haber visto otros ejemplos de estas singulares libertades.

El autor de estas tallas vivía a principios del siglo XVI, y se cuenta a este respecto una leyenda de las más extrañas referida en un libro impreso en 1610. Como Dédalo, quiso intentar atravesar los aires volando, y para conseguir mejor su propósito comenzó por adelgazar, disminuyendo poco a poco su alimento, que sólo consistía en pájaros, con la esperanza—decía él—de convertirse él mismo en pájaro. Siempre que comía un volátil tenía cuidado de separar la carne y las plumas y de pesarlas muy exactamente para tomar nota de sus pesos respectivos. Sus experiencias le enseñaron que hacían falta cuatro onzas de plumas para sostener un cuerpo que pesase dos libras. Después de haberse pesado, puso aparte la cantidad de plumas que según sus cálculos correspondían a su propio peso, y después de haberse untado el cuerpo con una cola que había preparado para fijar las plumas, reservó las mayores para sus brazos, que debían servirle de alas.

En este singular traje se lanzó un buen día desde lo alto del campanario de la catedral. Todos los habitantes de Plasencia le vieron tomar vuelo y elevarse en los aires. Parece ser que planeó algún tiempo por encima de la ciudad, pero, nuevo Icaro, no pudo sostenerse mucho tiempo en el aire. Sus fuerzas se agotaron en seguida, las alas cesaron de agitarse y fue a caer a un cuarto de legua de la ciudad, en una pradera llamada Dehesa de los Caballos, donde encontra- ron su cuerpo inanimado22”.

Nada en concreto dicen nuestros autores sobre los hombres famosos y las costumbres de los habitantes de Plasencia. Nosotros supliremos estas carencias con dos citas: La primera es de A. Ponz, quien hace un breve elenco de las principales familias placentinas, y la segunda es del padre Jerónimo Román sobre los naturales de esta ciudad:

“No se le puede negar á Plasencia, y á su Obispado haber sido madre de varones de esclarecida fama, y no pocos han salido de las ilustres familias de Monroyes, Zúñigas, Nietos, Paniaguas, Chaves, y otras muchas. De los Carvajales ha habido tres Obispos de Plasencia, cuya fama extendida por el mundo, es muy superior á sus alabanzas, particularmente la de D. Juan de Carvajal, creado Cardenal por Eugenio IV, de quien fue muy querido23”.

Sobre los naturales de esta ciudad dice el Padre Jerónimo Román “Es la gente desta ciudad naturalmente belicosa, de grandes ánimos, y como sus antepasados siempre se curaron en guerras, porque fueron los conquistadores de mucha gente de la estremadura, y guardaron esta ciudad, de aqui les quedó por mucho tiempo seguir vandos y parcialidades, que es en cierta manera vnos pequeños ractros de las guerras antiguas, y como la tierra es regalada, y de muchos entretenimientos, de aqui es que era poco deuota, y en estremo viciosa, como lo suelen ser todas las que están en fronteras, como los de los marinos y costas del mar. Y quando Dios quiso hacerles merced de remediarlos, heruia en disensiones, abrazauase con vandos, ardia en particulares odios, mucho mas sabian de la espada, casco y rodela que de Dios y de su saluacion. Entre estas parcialidades se les conocieron algunos buenos respectos de agradecimiento, buenos entendimientos, y tenaces de lo que una vez aprehenden (…)24”.

2. DIFERENTES ITINERARIOS DESDE PLASENCIA

Tras estos breves apuntes sobre la ciudad, nuestros autores salen de la misma pero por rutas diferentes: Laborde va hacia el norte por el camino de la Plata para subir hasta la Abadía y luego bajar en dirección a Coria; Davillier va hacia el este, hacia La Vera, para visitar Yuste y desde allí dirigirse a Almaraz, donde cogerá el Camino Real a Madrid. A. Jouvin, sale por el sur en dirección a Trujillo. Veamos estos itinerarios que nos acercan un poco más a las comarcas que limitan con Plasencia, aunque antes de ver estas dos rutas citaremos la descripción que Laborde hace de Malpartida, población situada en el camino desde Almaraz a Plasencia y veremos también cuál es la ruta seguida desde el sur por Jean-Charles Davilier, a partir de Casar de Cáceres:

“Malpartida: Este lugar tiene 1300 habitantes, y está bastante bien construido: su iglesia parroquial es de granito de una cantera vecina llamada de los cinco hermanos. Forman su magestuosa fachada dos cuerpos de arquitectura, de orden corintio25. Su salida es poco agradable, y solo encuentra la vista con algunos arbustos26”.

3. CAMINO DESDE CÁCERES HASTA PLASENCIA SEGÚN EL RELATO DE JEAN-CHARLES DAVILIER

“Algunas horas después de haber atravesado el pueblo de Casar de Cáceres llegamos a Cañaveral, donde pasamos la noche. Cerca de aquí estaba el famoso puente de Alconétar27, por el que pasaba la vía romana de Salamanca a Mérida. Este es el mismo puente que el de Mantible, del cual hablaba Don Quijote, y que se hizo famoso por la aventura de Fierabrás, que sucedió en tiempos de Carlomagno. El puente de Mantible, que estaba formado por treinta arcos de mármol blanco, estaba defendido—dice el historiador de Carlomagno—por el gigante Galafre, que antes de haber sido vencido por Fierabrás exigía de los cristianos por derecho de pasaje treinta parejas de perros de caza, cien jóvenes doncellas, cien diestros halcones y cien caballos ricamente enjaezados, con herraduras que pesaban cada una un marco de oro fino28.Vimos cerca de Cañaveral vestigios de la vía romana. Algunos arcos del puente de Alconétar se alzan aún en la orilla derecha del río29”.La ruta de A. Laborde desde Plasencia a Coria subiendo hasta la Abadía:

“Al salir de Plasencia se halla una legua de mal camino siguiendo la cañada en que está aquella ciudad30; súbese despues una colina bastante cubierta de árboles, y a la baxada se encuentra con el territorio llamado Tras-sierra31, que conduce á Villar; vese á lo lejos una cordillera que se extiende desde la Peña de Francia hasta la montaña de Jalama en la frontera de Portugal, distinguiéndose también las del Gamo, y de los Ángeles. Villar es una aldea de agradable posición, recomendable por la abundancia, y excelencia de las aguas, y por las inscripciones romanas que conserva en las paredes de muchas casas32. Sus cercanías están llenas de castaños, y de árboles frutales; todavía se ven allí vestigios de un aqüeducto, por el qual los romanos conducían el agua á Caparra. Hállase despues Aldea nueva que cuenta 1500 habitantes, y está sobre la ladera de una montaña cubierta de castaños. Aquí se pasa el rio Ambroz por dos puentes, uno á la entrada, y otro a la salida de la aldea, de los quales el último se llama de la Doncella; costeando el rio se descubre á la derecha el puerto de la Gumilla (Lagunilla), y se llega á Abadía, aldea perteneciente al duque de Alva, cuyos jardines están adornados de soberbias fuentes, bustos, y estatuas de mármol antiguas y modernas33. Poco después se pasa segunda vez el Ambroz por un mal puente, y se presenta un convento de franciscanos, y á media hora se descubre una columna miliaria asolada, y se llega á la Granja; desde esta aldea hasta Caparra se van siempre atravesando bosques de verdes encinas, y de robles; y se dexa á la izquierda el lugar de Villería (Villoria), ya la derecha el de la Zarza.

Caparra, (la Ambracía de los romanos) es un lugar despoblado, y conserva preciosas reliquias de los monumentos que construyeron aquellos. Estaba situada en una eminencia en la orilla del rio Ambroz, que se pasa por un hermoso puente de 4 arcos de construcción romana: actualmente esa reducido a una mala aldea, cuyo antiguo suelo cubren ruinas interesantes34.

Síguese atravesando bosques de encinas verdes hasta Oliva, villa de cerca de 240 habitantes, patria del poeta Juvenco, y después se encuentran en la llanura las aldeas de Carcaboso y Aldeguela, la quál estuvo un tiempo abandonada y casi destruida, pero se reedificó, y de dia en dia. se va repoblando. En seguida se pasa el rio Xerte por un buen puente de 7 arcos35, y sé sube a la villa de Galisteo que es de 1200 habitantes. Toda esta ruta ofrece rastros de la despoblación, y de la voracidad del tiempo, que al mismo paso sirven de pábulo á los amantes de la antigüedad; los quales llegan hasta Coria casi sin sentir la travesía de 4 leguas, entretenidos en observar las muestras que quedan de la grandeza romana, inscripciones, columnas miliarias, y trozos de via militar (pp. 387-389))

Ruta desde Plasencia a Yuste y Cuacos según el relato de Jean-Charles Da- villier.

La Vera de Plasencia36

“… Divisamos a lo lejos el Monasterio de Yuste37, en medio de los bosques, al pie de la Sierra de Tormantos, en la vertiente del Cerro del Salvador.

El Monasterio de Yuste (…), se llama así por un arroyo del mismo nombre que desciende de la vecina sierra. El 3 de febrero de 1557 llegó Carlos V a su último retiro, donde murió el 21 de septiembre del año siguiente. (…) El emperador no vivió nunca con los frailes, como tantas veces se ha dicho, sino en un pabellón bastante amplio que había hecho construir para él y que estaba al lado del convento. Su alcoba, la misma en que exhaló el último suspiro, daba a la iglesia, y podía, cuando estaba enfermo, oír misa desde su cama y asistir a los oficios sin encontrarse entre los religiosos. El pabellón de Carlos V, sin ser tan suntuoso como un palacio, estaba amueblado con cierto esmero. Cuadros del Ticiano y de otros maestros, tapicerías donde el oro, la plata y la seda formaban variados dibujos, bellos relojes y otros objetos de arte de diferente clase embellecían la morada imperial.

De todo esto, sólo queda el recuerdo, pues el Monasterio de Yuste, antiguamente muy rico, ha tenido que sufrir mucho, tanto de la incuria como del fuego y de la guerra38. El único recuerdo que encontramos allí del poderoso emperador es un ataúd de madera, que según se dice contuvo su cuerpo hasta que lo trasladaron al panteón del Escorial39.

Después de un corto paseo, llegamos a Cuacos, el pueblo más próximo a Yuste y cuyo nombre ha adquirido una cierta notoriedad, tanto a causa de la estancia en él de Don Juan de Austria, siendo niño, bajo el nombre de Jerónimo como por las humillaciones que los habitantes se atrevieron a hacer con el hijo de Carlos V y con el mismo emperador. Ya se apoderaban de una de sus vacas, ya robaban las truchas reservadas a su mesa. Se cuenta incluso que un día llegaron a tirar piedras al futuro vencedor de Lepanto, que había trepado a un cerezo del pueblo.

Salimos de Yuste al clarear el día, pues para coger en Miravete la carretera de Talavera de la Reina teníamos que atravesar una comarca de las más salvajes, en donde volvimos a encontrar el recuerdo de Carlos V. Cuando se dirigía hacia Yuste, la carretera estaba en tan mal estado que tuvo que mandar exploradores para que pudieran pasar él y su comitiva. Y después de haber franqueado un paso de montañas por el que íbamos a subir nosotros, se dice que exclamó divisando la Vera de Plasencia: No pasaré ya otro en mi vida, sino el de la muerte40”.

La impresión que se tiene tras leer los testimonios de estos viajeros es que Plasencia y las comarcas que la rodean, sobre todo las que se encuentran al norte de la misma, son, tal y como señala Laborde en su Voyage pittoresque, unos parajes privilegiados que ofrecen un contraste maravilloso con lo restante de Extremadura”.

Curiosamente, ningún viajero se adentra en el Valle del Jerte, quizás por el escaso interés artístico o histórico que sus poblaciones tenían para ellos. Sin embargo, se alaba, como hemos visto, sus límpidas aguas así como la fertilidad del terreno. A ello se refiere también Laborde en su Voyage pittoresque cuando señala que “Hay también otros distritos que disfrutan de un cultivo dirigido con mas celo é inteligencia, como cerca (…) de Plasencia y su vega, en cuyas montañas se ven viñas, olivos, morera., limoneros azamboas y otros árboles frutales”.

Más adelante explica cómo los habitantes de la cañada de Béjar cultivan las tierras en bancales, tal y como se continúa haciendo hoy día en el Valle o en La Vera:

“En la cañada de Béjar se entregan los habitantes á la agricultura con actividad, á pesar de los obstáculos que les presenta el terreno de montañas, colinas y ramblas, formando lo campos otros tantos terraplenes levantados unos sobre otros; de modo que al verlos se cree uno transportado á las montañas de Valencia; ofreciendo estos parages privilegiados un contraste maravilloso con lo restante de Extremadura”.

4. ANÉCDOTAS Y CURIOSIDADES

Además de estas informaciones, los viajeros que recorrieron estas tierras anotan en sus diarios algunos detalles curiosos sobre la manera de vivir de los habitantes. Por ejemplo, A. Jouvin lleva para el camino vino blanco que compra en una posada de Plasencia en “una botella de cuero que llaman bota. Este recipiente, de uso tan corriente entre nosotros, era sin embargo una novedad para los viajeros de la época así como para sus lectores, tal y como se deduce de la descripción dada por A. Jouvin del mismo. Descripción que puede ser completada por esta de otro viajero francés, el capitán Chalbrand , que estuvo en España durante la Guerra de la Independencia, y que vio una bota por vez primera en una venta en la provincia de Valladolid:

“El vino estaba en una bota, odre de piel de macho cabrío. Prepararon ellos mismos su comida en la sartén de los muleros; se sentaron a la mesa, amos y sirvientes; y todos comieron con buen apetito, picando por turnos de la sartén y bebiendo de la misma bota, pero a la catalana, es decir cogiendo la bota con una mano, y elevándola de manera que caiga el líquido en la boca sin que los labios toquen el brocal. El uso de vasos es desconocido en el campo y en los albergues de este país: es muy curioso ver a un grupo de Españoles bebiendo así mientras comen, uno detrás de otro, a chorro. Son tan duchos en este ejercicio, que, incluso levantando la bota lo más alto que les permite el brazo, no dejan caer una gota sobre el rostro o sobre las ropas41”.

 También A. Jouvin deja constancia de la costumbre de dormir al raso en las tórridas noches de verano al hablar del calor que hace en las cercanías de Torrejón el Rubio, camino de Trujillo:

“Como los calores son excesivos (…) ordinariamente se duerme en lo alto de una galería o de una terraza para encontrar allí el fresco y algún poco de viento, que comienza a levantarse al ponerse el sol, pues sin eso sería imposible vivir en España, y principalmente en Portugal y en Extremadura (…)42

Para terminar citaremos una anécdota que le ocurrió a mismo Jouvin en el mismo camino

“y allí nos ocurrió una divertida historia.

Es que descansábamos en una habitación, después de haber comido, donde el huésped y algunos de sus vecinos se distraían juntos, por ser día de fiesta, cuando aquel caballero que me acompañaba sacó de su maleta el mapa del  país para examinar la situación de los alrededores y por dónde habíamos de pasar, viendo lo cual se mostraron curiosos de saber lo que aquello era y a qué fin llevábamos ese papel que nos mostraba todas las partes de España, las ciudades, los pueblos, los castillos y los ríos, con el atrevimiento de querernos encerrar en el cuarto; lo que dio deseo a ese caballero, compañero mío, de tomar sus armas y maltratar a aquellos insolentes; a lo que por remedio juzgué a propósito con algunas palabras amables, de rogarles nos hicieran hablar al señor o al cura del pueblo, con lo cual hicieron venir al cura, el cual, después de haber sabido el insulto que esos campesinos nos habían hecho, nos vino a encontrar en aquel cuarto, rogándonos les excusáramos, burlándose de su ignorancia, visto que, como nos dijo, jamás habían salido de dos leguas de su pueblo.

Habíamos visto también en España gentes de gran saber, y hasta un general de la Artillería, que jamás había visto mapas geográficos, y por eso nos tomaban por brujos, después de haberle enseñado un mapa del reino de España, cuando le decíamos la distancia de un lugar a otro, las ciudades, los ríos, la situación del país y de los pueblos que había sobre el camino, por ejemplo, de Sevilla a Zaragoza. Por eso es por lo que no aconsejaré jamás a nadie enseñar a ningún español el mapa del país cuando por él viaje, por miedo a ser tomado por espía y detenido.

Por fortuna, los tiempos han cambiado y, no sólo nos atrevemos a ver los mapas de aquellos viajeros sino que también leemos los escritos que nos legaron y que nos permiten, a través de sus miradas lejanas, conocernos un poco más.

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1 Francisco Vicente CALLE CALLE, “Desempolvando viejos caminos y viejos mapas por el Campo Arañuelo”, en Casatejada, Revista Anual de Cultura, nº 47, septiembre 2007, pp. 39-42; “Trujillo visto por algunos viajeros de lengua francesa” en Actas de los XXXVII Coloquios Históricos de Extremadura celebrados en Trujillo del 18 a l24 de septiembre de 2006, Indugrafic Artes Gráficas, Badajoz, 2007, pp. 369-390; “La ciudad de Badajoz en los textos de algunos viajeros franceses”, en Actas del VIII Congreso de Estudios Extremeños, 2007, pp. 1454-1470; “Las tierras de la diócesis de Coria-Cáceres vista por algunos viajeros franceses de los siglos XVII-XX”, en Revista de Estu- dios Extremeños, 2007, I, pp. 319-340; “Viajeros de lengua francesa por el Campo Arañuelo y La Vera durante los siglos XVII-XX”, Actas de los XII Coloquios Históricos-Culturales del Campo de Arañuelo, pp. 29-67; “Alusiones al Quijote en los textos de algunos viajeros franceses por Extrema- dura”, en Actas de los XXXVI Coloquios Históricos de Extremadura Extremadura celebrados en Trujillo del 19 al 25 de septiembre de 2005, Indugrafic Artes Gráficas, Badajoz, 2006, pp. 115-125; CALLE CALLE, Francisco Vicente y ARIAS ÁLVAREZ, María de los Ángeles, “Extremadura en los relatos de viajes de viajeros franceses (1698-1894)”, en Guadalupe, nº 779-780, año 2003, pp. 32-43. Sobre los viajeros franceses en España ver, Bartolomé et Lucile BENNASSAR, Le voyage en Espagne. Anthologie des voyageurs français et francophones au XVIe au XIXe. siècle, Paris, 1998. (En adelante lo citaremos como VE). También se puede consultar la introducción a la obra Viaje por España del Barón J.-Charles DAVILLIER, Madrid, 1949, pp. VII-XL. Sobre los viajeros europeos en Extremadura entre 1750 y 1850, se puede consultar el artículo de Pilar ROMERO DE TEJADA, “La visión de Extremadura en los viajeros europeos”, en Antropología Cultural en Extremadura, Actas de las I Jornadas de Cultura Popular celebradas en Cáceres del 18 al 21 de marzo de 1987, Mérida, 1989, pp. 779-790. Algo parecido puede verse en el artículo que la Gran Encicl pedia Extremeña consagra a los viajeros; tomo 10, voz: viajeros.

2  Nosotros seguimos la edición que aparece en GARCÍA MERCADAL J., Viajes de extranjeros por España y Portugal, tomo III, 1999, Junta de Castilla y León, Consejería de Educación y Cultura, pp. 622-630. En adelante VEEP.

Itinerario descriptivo de las provincias de España y de sus islas y posesiones en el Mediterráneo (1816). trad. libre de Mariano de Cabrerizo y Bascuas, Valencia, 1816. Hemos respetado la grafía de la época en que se hizo la traducción. El libro original fue escrito en 1808.

4  Cf. Barón J.-Charles DAVILLIER, Viaje por España, Madrid, 1949. Además de estos dos autores, citaremos otros viajeros coetáneos para completar o matizar algunas de sus informaciones.

ANÓNIMO, en VEEP, tomo V, p. 56.

6  Cf. Itinerario…, ed. cit., pp. 386.

7   Sobre los transportes y caminos en esta época, ver las referencias generales ofrecidas en María Dolores MAESTRE, Doce viajes por Extremadura (en los libros de viajeros ingleses desde 1760 a 1843), Plasencia, 1995, Imprenta La Victoria, pp. 25-27, 551-583. Como haremos bastantes referencias a este libro, a partir de ahora lo citaremos como VI. Ver también Jesusa VEGA, “Viajar en España en la primera mitad del siglo XIX: Una aventura lejos de la civilización”, en Revista de Tradiciones Populares, LIX, 2, 2004, pp. 96-97; 111-117.

8  Cf. op. cit., p. 367.

9  p. 623. Se trata en realidad del puente del Cardenal. Sobre este camino he aquí lo que dice el inglés dice Richard Roberts, que pasó por allí en diciembre de 1860: “Nuestro siguiente lugar era Trujillo, a una distancia de sesenta millas. El camino discurría por una de las partes menos pobladas de la escasamente poblada Extremadura, a través de paisajes que difería totalmente de cualquier otro que habíamos visto. Al alcanzar la cima de los altos que encierran el valle del Jerte por el sur examinamos con detenimiento una región donde se ha dejado a la Naturaleza enteramente a su albedrío y se puede cabalgar un día entero de verano sin ver nada más quizás que un solitario grupo de casas o ninguna otra señal de la presencia permanente del hombre. Una ondulante sucesión de colinas suavemente redondeadas, recordándonos en su contorno las «ondulantes praderas del Lejano Oeste» según las describen los viajeros, se extendía delante de nosotros durante muchas leguas revestidas con una extensión de jaras que, en algunas direcciones, parecía interminable mientras que más lejos la propia mano de la Naturaleza había dispuesto las masas de alcornoques y encinas, con los que el campo más despejado estaba salpicado, al estilo de un parque inglés. Una quietud perfecta reinaba por todas partes en esta vasta soledad dándole un punto de grandeza al paisaje cuyas características generales nunca se podrían reproducir en ninguna otra situación. La acción del sol en esta extensa superficie de jaras llenaba el aire con una fragancia deliciosa como si la tierra estuviese enviando hacia el Cielo una incesante nube de incienso en honor de su Creador Todopoderoso. Algunas veces nuestro camino transcurría por una gran extensión de arena y piedras, prolongándose durante millas como una carretera por donde, durante los aguaceros de la estación lluviosa, un torrente podría haber seguido su caprichoso curso”. Citado por Jesús A. MARÍN CALVARRO, Viajeros ingleses por Extremadura (1760-1910), (Volumen II), Diputación de Badajoz, Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura, Diario Hoy, Plan de Fomento de la Lectura de Extremadura, Badajoz, 2004, (Viajes a Extremadura), pp. 119-120.

10  Quizás la barca que había en La Bazagona, ya que en el mapa que acompaña al texto aparece la venta de La Bazagona.

11  En realidad, la comarca de La Vera se encuentra al este de este de Plasencia.

12  “Los pueblos de la que propiamente se llama la Vera de Plasencia, empezando desde poniente á oriente, son los siguientes, según un práctico de la tierra me dixo: Piornal, Barrado, Garguera, Arroyomolinos, Pasarón, Gargatalaolla, Xarandilla, Gujo de Xarandilla, Xaraiz, Cuacos, Robledi- llo, Aldea nueva de la Vera, Viandar, Villanueva, y el Osar”. Cf. A. PONZ, Viajar por Extremadura. En cuanto a este libro, señalar que la Editorial Universitas publicó en 1983 en su colección Biblioteca Popular Extremeña dos tomos (3, 4) con el recorrido del insigne geógrafo por la región extremeña bajo el título Viajar por Extremadura (I y II). Cuando citemos esta obra lo haremos de la siguiente manera: primero citaremos el tomo de la edición original, así como las cartas y los párra- fos correspondientes; a continuación, vendrán el volumen (I o II) y las páginas correspondientes de la edición moderna. Por lo tanto he aquí la referencia de la cita anterior: Op. cit., Tomo Séptimo, Carta Sexta, 20. Op. cit., Vol. I, pp. 139. En la actualidad, Piornal y Barrado están englobados en la Mancomunidad de Municipios del Valle del Jerte.

13  Cf. Miguel Ángel PÉREZ PRIEGO, Viajeros y libros de viajes en la España medieval, Madrid, 2002, pp. 14-15

14  Sin embargo, fue Alfonso VIII quien fundó Plasencia en marzo de 1189. “Según testimonio del célebre arzobispo de Toledo D. Rodrigo Jiménez de Rada en su célebre «Historia contemporánea de los hechos», Plasencia fue conquistada a los moros por Alonso (sic) VIII en 1180… En el privilegio de fundación fechado en marzo de 1189, se dice que «para honor de Dios, en el lugar que antiguamente se llamaba Ambroz, se edifica una ciudad con el nombre de Plasencia, para que agrade a Dios y a los hombres “VT PLACETA DEO ET HOMINIBUS” (…)». Cf. M. LÓPEZ SÁNCHEZ-MORA, Las catedrales de Plasencia, Plasencia, 1971, p. 7, en V. I., pp. 410-411, nota 89.

15  Cf. Viaje por España, ed. cit., pp. 606..

16   “(…) entre [las] cuales es una isla bien arbolada, formada por un rio, que Xerete se llama, y gózala más que nadie Don Favian de Monroyo, que es un caballero de muchas partes, el cual tiene allí una huerta y su casa a la orilla del rio, cosa de ver, con una barca para pasar. La cual casa nuestro pelegrino vio muy despacio por medio de una señora que con benignidad correspondió con su deseo. Á la entrada halló un cenador muy bien aderezado con azulejos, y un poco más adelante una dama ó ninfa en carnes, muy hermosa, que estando de rodillas por todas partes echaba agua, y más adelante una dama hecha un réspice finem la cual tenia una serpiente, y un Cupido y una bivora, que todas tres habian instado, el fin. A nuestro pelegrino dióle gusto la metáfora, y en el escudo de las armas fijó esta copla que le hizo:

«Ninfa que habéis fenecido,

pues tenéis esa serpiente,

y bivora, y á Cupido,

dezi cuál os ha mordido más áspera y duramente.

Que segun vuestra hermosura

es grande y vuestro valor, no se atreviera ventura

á llevar tanta cordura si no fuera por Amor.»

Y disimuladamente acabó de ver el jardin, y halló un circulo ladrillado de azulejos de Talayera, y una reina que, de rodillas, por muchas partes esparcía agua; y una glorieta que tiene (es bien de arcediano) que cae sobre el rio con mucha frescura. Demás desto tiene mucha jardinería; la cual viendo llegó el señor della, y acarició á nuestro pelegrino. Este con su compañero volvióse á embarcar para volver a la ciudad, en la cual le acontecieron muchas cosas notables (…)”. Cf. Bartolomé de Viallabalba y Estaña, en citado por A. RODRÍGUEZ MOÑINO, en “Extremadura en el siglo XVI. Noticias de viajeros y geógrafos (1395-1600), Revista de Estudios Extremeños, 1-4, 1954, pp. 342-343.

17 pp. 228.

18 Al igual que el resto de las diócesis extremeñas, la diócesis de Plasencia pasó a ser sufragánea de la de Toledo a raíz del Concordato de 1851.

19 pp. 287.

20  Según A. Ponz, D. Martín Nieto, fue Baylío de la Orden de S. Juan de las Nueve Villas y Comen- dador de Yébenes; fundó la capilla en la que se encuentra el sepulcro, y murió, según dice el epitafio, el 29 de julio de 1597. cf. op. cit., Tomo Séptimo, Carta Quinta, 68. Op. cit., Vol. I, p. 114. Sobre la iglesia y el convento de los Dominicos ver AA. VV., La España Gótica (14). Extremadura, pp. 245-247.

21  Cf. pp. 378. Este acueducto, conocido popularmente como “los Arcos”, fue construido imitando el estilo romano en 1574. Cf. José Antonio SÁNCHEZ DE LA CALLE, Plasencia. La Perla del Valle del Jerte, Montijo, 1994, Editora Regional de Extremadura, (Cuadernos populares, 49), p. 23. Todas estas noticias que hemos señalado sobre Plasencia, aparecen mucho más ampliadas y detalladas en A. PONZ, Op. cit., Tomo Séptimo, Cartas Quinta y Sexta, 39-96 y 1-8. Op. cit., Vol. I, pp. 95-134.

22  Cf. Viaje por España, ed. cit., p. 606. El libro impreso en 1610 es el libro VI de los comentarios a Virgilio del Padre Luis de la Cerda, citado por A. PONZ, quien, a su vez, recoge diferentes versiones de la leyenda. Cf. Op. cit., Tomo Séptimo, Carta Sexta, 1-8. Op. cit., Vol. I, pp. 130-134.

23  Este Prelado fue el que costeó el todavía hoy llamado Puente del Cardenal, en el Camino desde Plasencia a Trujillo. Los otros dos Carvajales famosos fueron, D. Bernardino de Carvajal, sobrino del anterior y D. Gutierrez de Carvajal. Cf. A. PONZ, Op. cit., Tomo Séptimo, Carta Quinta, 92. Op. cit., Vol. I, pp. 127-128.

24   Cf. P. Jerónimo ROMÁN, citado por A. RODRÍGUEZ MOÑINO, en “Extremadura en el siglo XVI. Noticias de viajeros y geógrafos (1395-1600), Revista de Estudios Extremeños, 1-4, 1954, p. 398.

25   Curiosamente A. PONZ no pudo visitar la iglesia “por ser ya al caer la tarde”. Sin embargo, cuando se entera de que es una buena iglesia, “[se procura] desde luego noticias de ella, y las sup[o] muy puntuales de sugeto inteligente en la arquitectura”. Dichas noticias, incluida una referencia a la cantera de los cinco hermanos, “(…) de donde se llevó la piedra para hacer el puente del Cardenal que dista seis leguas”, ocupan los párrafos 29-39 del Viage de España, Tomo Séptimo, Carta Tercera. Op. cit., Vol. I., pp. 90-94. Sobre el puente del Cardenal, ver el artículo a él dedicado en la Gran Enciclopedia Extremeña, tomo 3, p. 16.

26 pp. 345.

27  De hecho, en el Diccionario de P. Madoz, el pueblo figura como Cañaveral de Alconétar, llama- do también Cañaveral de las limas. Cf. P. MADOZ, Diccionario…, tomo 5, voz: Cañaveral de Alconétar.

28  A. Ponz no da ningún crédito a esta leyenda, que para él son “errores” propios de criados y peones. Cf. Cf. Op. cit., Tomo Octavo, Carta Tercera, 20. Op. cit., Vol. II, p. 97. Sobre la leyenda de Fierabrás, Carlomagno y la princesa Floripes así como su reflejo en las tradiciones extremeñas, ver

Moisés MARCOS DE SANDE, “Del folklore garrovillano: usos y costumbres”, en Revista de Estudios Extremeños, t. I, 1945, pp. 447-460.

29   Cf. DAVILLIER, J. -Ch. Op. cit., p. 605. Los restos del puente, que datan del siglo II, fueron trasladados de su lugar original a 29 kilómetros de Cáceres, para evitar que fueran sumergidos por las aguas del pantano de Alcántara. En V. I. aparece una fotografía (ilustración nº 8) que muestra la barca de Alconétar y los restos del puente en su ubicación original. Ver Gran Enciclopedia Extremeña, tomo 1, voz: Alconétar, Puente de. En este artículo se señala que en un grabado de Alexandre Laborde del siglo XVIII (sic) aparece el puente con un arco más de los que se han conservado hasta nuestro momento. Según Pascual Madoz, los lugareños llamaban al arco central “Bigotes” y a otro “Andaniña”. Cf. Pascual MADOZ, Diccionario..., tomo I, voz: Alconétar, puente de. El puente de Mantible aparece citado en la primera parte del Quijote, capítulo XLVIII. Sobre la leyenda de Fierabrás, Carlomagno y la princesa Floripes así como su reflejo en las tradiciones extremeñas, ver Moisés MARCOS DE SANDE, “Del folklore garrovillano: usos y costumbres”, en Revista de Estudios Extremeños, t. I, 1945, pp. 447-460.

30   También A. PONZ se queja del estado de este camino: “El camino hasta Villar es en la mayor parte cosa rematada; lo peor es la primer legua: y no sé cómo la ciudad de Plasencia no lo tiene compuesto, ó siquiera no lo ha conservado, pues se conoce, que en tiempo pasado estuvo bueno”. Cf. Op. cit., Tomo Octavo, Carta Primera, 2. Op. cit., vol. II, p. 1.

31  Se llama así “por estar entre él, y el valle de Plasencia (del Jerte) una lata sierra que los divide”,

A. PONZ, Op. cit., Tomo Octavo, Carta Primera, 2. Op. cit., vol. II, p. 2.

32  A. PONZ cita algunas. Cf. Op. cit., Tomo Octavo, Carta Primera, 4. Op. cit., vol. II, p. 3.

33   A. PONZ ofrece una detallada descripción de los jardines, Cf. Op. cit., Tomo Octavo, Carta Primera, 27-42. Op. cit., vol. II,. pp. 18-28. También Bartolomé de Villalba y Estaña es prolijo en su descripción del palacio del Duque de Alba. Cf. A. RODRÍGUEZ MOÑINO, en “Extremadura en el siglo XVI. Noticias de viajeros y geógrafos (1395-1600), Revista de Estudios Extremeños, 1-4, 1954, p. 350.

34  Curiosamente, A. LABORDE no menciona el monumento más famoso de Cáparra, su “famoso arco de trofeo”, como lo define A. PONZ, quien sí dedica unas páginas a la antigua ciudad romana. Cf. Op. cit., Tomo Octavo, Carta Primera, 48-56. Op. cit., vol. II, pp. 31-36.

35  Construido en 1546 por orden del Conde de Osorio Don García Fernández Manrique, según reza en una inscripción que se halla en mitad del puente.

36  El inicio del recorrido lo hemos reproducido un poco más arriba.

37  Una breve historia del monasterio puede leerse en la Gran Enciclopedia Extremeña, tomo 10, pp. 217-220, así como en VI, pp. 151-154; 214-215; 416-425.

38  Parte del monasterio fue destruido por las tropas francesas a mediados del mes de agosto de 1809. Cf. Pedro Antonio de ALARCÓN, Una visita al monasterio de Yuste, en El monasterio de Yuste y la retirada de Carlos V, Jaraíz de la Vera, 1983, Monjes Jerónimos, Imprenta La Verata, pp. 29-30.  39 En febrero de 1574. Cf. Ibid., pp. 42-44.

40  Esta última referencia no es exacta porque para ir desde Yuste a Miravete no hay que pasar por el Puerto de las Yeguas (1500 m. de altitud), que separa el Valle del Jerte de la Vera, y que fue el puerto en el que el emperador pronunció las conocidas palabras mencionadas por J. –Ch. Davillier: “Partió su Majestad de Valladolid por fin de octubre de cinquenta y seys, y pasó un puerto muy áspero que llaman en aquella tierra el Puerto nuevo, que aunque los de Plasencia hizieron quanto pudieron para facilitarle, fue menester en muchos passos difíciles llevarle a manos en una silla. Encareciendo algunos la aspereza del camino, y de tan mal puerto, dixo su Majestad: No passare ya otro en mi vida sino el de la muerte, y no es mucho que tierra tan buena y sana como la de Yuste, cueste cara de alcanzar”. Cf. Fr. José de SIGÜENZA, Historia de la Orden de San Jerónimo. Parte III. Lib. I. Cap. XXXVI. Citado por Luis CORTÉS VÁZQUEZ, Viaje literario al norte cacereño, Salamanca, 1984, Gráficas Cervantes, pp. 50-52.

41   Cf. Capitán CHALBRAND, Les Français en Espagne. Souvenir des guerres de la Péninsule, (1808-1814), Tours, 1856, Ad. Mame et cie, Imprimeurs-Libraires, p. 6.

42  Cf. pp. 622.

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