Oct 162023
 

 

 

 

 

 

 

Manuel Jesús Ruiz Moreno

  

  1. INTRODUCCIÓN.

Paulino García Toraño en su estudio “El rey don Pedro el Cruel y su mundo” anota que la rebelión de la nobleza castellana contra el rey don Pedro no fue tanto por el bien del reino como por sus propios intereses particulares. Recoge el testimonio del cronista López de Ayala quien expresaba que “el propio e primer movimiento (de los nobles) fue por intereses e ambición e codicia e no por buen orden ni regimiento en el reino”. Suceso que no era nuevo en la historia de España, citando los casos de rebeliones nobiliarias también durante los reinados de su abuelo Fernando IV y de su padre Alfonso XI. Pero García Toraño hace constar una particularidad del levantamiento que  se produjo ante Pedro I, y es que mientras en épocas pasadas la rebelión se produjo por un número muy limitado de nobles, en este caso fue un hecho mayoritario[1].

Fueron varios los aspectos que alegó la nobleza para intentar anular al monarca castellano. Entre ellos, el principal fue la necesidad de una conducta digna, del rey, en cuestión de su matrimonio y futura sucesión al reino. Dado que había repudiado a su legítima esposa la princesa francesa doña Blanca, tres días después de la boda. Postura que don Pedro asumió por dos motivos: el primero, que seguía viviendo amancebado con su amante María de Padilla, y el segundo, que había obtenido la confesión de la reina doña Blanca de que el reino de Francia no podía pagar la dote estipulada para su boda. Con este desprecio marcó la postura del reino de Francia, y con ello el apoyo de los franceses[2] al bastardo don Enrique, poco tiempo después[3]

Abierta la confrontación entre ambos candidatos al trono castellano, y después de una serie de cercos a las principales plazas fuertes por parte de unos y otros, tras la caída de Toledo (1355) y Toro (1356) en manos del rey Pedro I, don Enrique perdió toda esperanza de vencer y se retiró con algunos allegados a Francia, donde pasó a servicio del rey francés Juan. La enemistad con Francia y con el Papa, hacían caer al reino castellano de Pedro I en la órbita de la alianza con Inglaterra y con Navarra, cuyo rey, Carlos II, estaba preso del francés. Además, como señala Luis Suárez Fernández en su estudio sobre las guerras de Castilla y Aragón en el siglo XIV, Navarra necesitaba de los puertos castellanos de Guipúzcoa para mantener sus comunicaciones con el territorio de Normandía, del que era señor también el rey Carlos II[4].

El reino de Aragón, de Pedro IV el Ceremonioso, había mantenido una política de cautela en este enfrentamiento, observando los movimientos de las fuerzas del reino de Castilla. Los aragoneses eran conscientes del superior potencial de los castellanos, en cuanto a su mayor población y mayor riqueza. Situación de inferioridad que se fue agravando a medida que la corona catalano-aragonesa sufría una desintegración por el modelo feudal imperante, mientras Castilla iba concentrando en el rey todo el poder del estado. Por ello, la política del rey de Aragón se orientó a evitar la confrontación directa y aprovechar las dificultades internas de Castilla, provocadas por las luchas de sucesión. De tal manera que en ocasiones apoyaba a un bando y en otras al contrario. Con este fin, pretendía sacar provecho de las diferencias entre unos y otros. Esta forma de dirigir las relaciones con los castellanos comenzó con Pedro I de Aragón y se mantuvo con sus sucesores. Llegando a su máximo apogeo con el rey Pedro IV, quien no escatimó, incluso, en aliarse con el reino de Granada en contra de su vecino castellano[5].

Julio Valdeón, en su estudio Pedro I el Cruel y Enrique de Trastámara, anota que el apoyo francés que recibió Enrique II para luchar contra su hermano Pedro I, se vio fortalecido por la llegada al trono francés de Carlos V. El cuál en lucha contra los ingleses precisaba la ayuda de la flota castellana. Como Pedro I era aliado de Inglaterra, optó por apoyar a Enrique con la intención de que sustituyera al rey Pedro, y por ello envió las Compañías Blancas bajo el mando de Beltrán du Guesclin, y financiadas por Francia, la Corona de Aragón y el Pontificado. También recabó Enrique la ayuda de los castellanos exiliados en el reino de Aragón, y de otros castellanos descontentos con el brusco comportamiento que el rey Pedro tenía con ellos, tal como indica el cronista Pero López de Ayala. Con todos estos refuerzos en primavera de 1366 se dispuso a tomar el trono de Castilla[6].

El pretendiente al trono, don Enrique, entró por la frontera entre Aragón y Castilla cabalgando a lo largo del rio Ebro, asediando y tomando Calahorra. Su fácil triunfo hizo que sus fuerzas se autoconvencieran de que el rey Pedro no podría derrotarles y animado por ello se autoproclamó rey de Castilla y León el 16 de marzo de 1366, en su campamento, cercano a la población que acababan de tomar. Después de un intento infructuoso de tomar Logroño, las fuerzas del rey Enrique se dirigieron hacia Burgos, tomando otras poblaciones menores a su paso. En Burgos se encontraba el rey Pedro, que informado de las fuerzas con que venía su hermano decidió no presentar batalla, y abandonó la ciudad a su suerte, acompañado por algunos nobles de su confianza, entre ellos el cronista López de Ayala, dirigiéndose hacia Toledo. Los burgaleses, una vez huido el monarca don Pedro, enviaron una embajada al rey Enrique para negociar su rendición. Tras el acuerdo pertinente, el rey Enrique entró en la ciudad en la que fue recibido con mucho agrado por sus habitantes. Momento a partir del cual, empezó a recibir muchos emisarios de ciudades y villas, así como caballeros e hidalgos en señal de sumisión y cooperación con su causa[7]. En Burgos fue donde se celebraron los actos solemnes de la coronación oficial del nuevo rey de Castilla y León, don Enrique, el 5 de abril de 1366, en el monasterio de La Huelgas. Una vez tomado el poder y controlando la meseta norte, a decir de Valdeón, se dirigió hacia Toledo para controlar todo el resto del reino. De nuevo, don Pedro no quiso enfrentarse con su hermano y huyó a Sevilla. Don Enrique entró en Toledo, en el que se sucederían nuevos reconocimientos de personalidades y representantes que se sumaban a su causa, entre ellos el cronista Pero López de Ayala y el maestre de la orden militar de Santiago, Garcí Álvarez de Toledo. De allí, Enrique se dirigió hacia Sevilla, pero al igual que en Burgos y Toledo, el rey Pedro huyó de nuevo, en esta caso hacia Portugal, buscando su apoyo[8].

El rey portugués lo recibió con cortesía pero viendo el cariz que tomaban los acontecimientos, declinó prestar ninguna ayuda y solo le facilitó el paso a sus tierras de Galicia, que todavía le eran fieles. Las fuerzas de Enrique tomaron Sevilla sin resistencia y capturaron el tesoro real que había embarcado en una galera por el rio Guadalquivir, unos 36 quintales de oro y numerosas joyas. La mayor parte del reino se inclinaba ante la corona de Enrique, pero todavía existían partidarios del rey Pedro, que  en algunas poblaciones importantes se resistían a ceder ante el nuevo rey. Vista la situación de triunfo, el rey Enrique decidió licenciar a parte de sus fuerzas mercenarias de las Compañías Blancas, pagando sus servicios y enviándoles para sus tierras. Aconsejado por sus allegados, el rey Pedro se dirigió a pedir ayuda a Inglaterra, embarcando para Bayona y llegando en agosto de 1366, población en poder de los ingleses. Enrique aprovechó la ocasión para realizar una ofensiva contra las plazas fuertes de Galicia que apoyaban al rey Pedro. Después de unos duros enfrentamientos, Lugo, centro principal de los petristas, cayó en poder del rey Enrique. A partir de entonces, aunque se mantuvieron algunas poblaciones todavía a favor del rey Pedro, Enrique pasó a ser el rey efectivo de los reinos de Castilla y León. Y con dicho poder comenzó a reinar, aplicando el consenso, y el agradecimiento con donaciones, tanto a los nobles que le habían apoyado, como a las ciudades y villas que estaban a su favor [9].

Una vez en el territorio de la Francia controlado por los ingleses, Pedro I fue recibido por Thomas Felton, senescal de Aquitania, que le escoltó hasta Burdeos, ciudad en la que estaba el Príncipe Edurdo III, apodado el Principe negro, por el color de su armadura. Tras los acuerdos de Libourne los ingleses colaborarían en dar asistencia militar a Pedro I para luchar contra Enrique, y como pago de sus servicios además de un pago en metálico, recibirían ciertos territorios castellanos, como el señorío de Vizcaya. El rey de Navarra también se unió con los aliados castellano-ingleses, y prometió no poner impedimentos al paso de los ingleses por su reino, a cambio de una cantidad y la entrega por parte castellana de Vitoria y Logroño, a lo que había que sumar una salida al mar de su reino por Guipúzcoa[10].

En enero de 1367, diez mil combatientes veteranos de las guerras contra los franceses atravesaron el reino de Navarra en busca de las fuerzas de Enrique. Para asegurar el avance sin problemas del cuerpo expedicionario, el Principe negro envió algunas avanzadillas para reconocer el terreno, una de ellas bajo el mando de Thomas Felton [11]. Dicho grupo, a decir de Valdeón partió de Pamplona hacia Logroño. En el mes de marzo el ejército de los aliados castellano-ingleses  se encontraban jugando al gato y al ratón con las fuerzas del rey Enrique, pues sus aliados franceses, que aún quedaban en sus filas, experimentados por la eficacia de las tácticas inglesas en batalla. le aconsejaron hacer una guerra de guerrillas con un hostigamiento continuo, cerrándole el acceso desde las tierras de Burgos y la Rioja. Pero otros caballeros aconsejaban entrar en batalla cuanto antes, para evitar que empezasen a levantarse poblaciones en favor de su hermano[12].

Paulino García Toraño indica que las fuerzas de Enrique se dirigieron a los altos de Zaldiarán  y envió a un destacamento bajo el mando de su hermano don Tello, junto con el Marqués de Villena, a los que siguieron las fuerzas de Pero González de Mendoza, Pero Moñiz, maestre de Calatrava, Juan Ramírez de Arellano, el comendador de Santiago, el mariscal Audrehem, el Begue de Villaines y otros muchos caballeros para hostigar el avance de los aliados[13].

Sorprendidas las tropas de Felton, éstos se refugiaron en un otero junto a Ariñez a una legua de Vitoria, los castellanos vencieron a los ingleses, y tomaron algunos prisioneros. Tas lo cual las fuerzas de don Tello regresaron a su campamento de Zaldiarán[14].

Imagen 1 Las fuerzas de reconocimiento inglesas son vencidas en Ariñez por los hispano-franceses. Cortesía de los grupos de recreación histórica Fronteros de Extremadura y Caballeros y Damas de la Orden de Calatrava

Para Martínez Canales, lo ocurrido en Ariñez sembró la desconfianza de la superioridad militar de las tropas al servicio del rey don Pedro, por lo que el príncipe de Gales ordenó un despliegue de sus fuerzas al sur de Vitoria esperando el avance de don Enrique. Pero dicho avance no se produjo y las fuerzas petristas buscaron otro camino para llegar a Burgos[15].

Las tropas de don Enrique vigilaban estos movimientos, y pensando en cortar el avance del ejército del rey don Pedro, estableció su campamento entre Nájera y Navarrete,  en la zona del caserío de Aleson, defendiendo el puente que permitía cruzar el río Najerilla con vistas a impedir el avance sobre Burgos. Allí fue donde ambos ejércitos se encontraron[16].

 

  1. FREY MELEN SUÁREZ , CLAVERO DE ALCÁNTARA.
  2. Frey Melen Suarez es citado por Torres y Tapia en su Crónica de la Orden de Alcántara como procedente de la familia de los Sotomayor, apoyando a don Enrique desde su coronación como rey de Castilla en Burgos, siendo citado en los documentos como “Clavero de Alcántara, Tiniente de Maestre[17].

Melen Suárez aparece como Clavero bajo el maestrazgo de D. Frey Suero Martínez, nombrado maestre en 1356, como se cita en la crónica de Torres y Tapia[18].  Melen también se muestra como Clavero siendo maestre don Gutierre Gómez de Toledo, nombrado en 1362 [19]. Y de don Pedro Muñiz de Godoy, elegido como Maestre en 1366, al haber sido destituido don Martín López de Córdoba, partidario del rey don Pedro, por algunos Caballeros de la Orden, en consonancia con los requerimientos de don Enrique, Don Pedro Muñiz asumió en ese momento el maestrazgo de Alcántara, con el de Calatrava, que ya poseía[20]. Pero los alcantarinos partidarios de don Martín López protestaron ante el papa Urbano V, lo que provocó según Novoa Portela, en su trabajo Los maestres de la Orden de Alcántara durante los reinados de Alfonso XI y Pedro I, que el Papa decidiera que la Orden de Alcántara fuera administrada por el Clavero, Frey Melen Suárez, hasta que todo se aclarara. Dice la Crónica de Torres y Tapia que “No podía el Maestre cuidar por su persona del gobierno de ambos Maestrazgos, y para que asistiese al de la Orden de Alcántara nombró por su teniente a D. Melen Suarez, Clavero de ella”[21].

Don Melen Suarez es mencionado en la Colección Diplomática Medieval de la Orden de Alcántara, de Bonifacio Palacios Martín en un fragmento del Cuaderno de Cortes (7 de febrero de 1367), en el que se hace una petición para confirmar los privilegios otorgados por Alfonso XI a los alcantarinos en las Cortes de Valladolid.  La Orden quedaba protegida bajo el amparo del nuevo rey, de tal manera, que si alguien les causase algún daño o perjuicio, recibirían todo el daño y menoscabo efectuado “doblado[22].

Torres y Tapia afirma que Melen Suárez “se halló en la batalla de Naxara” y dice: El rey don Enrique (…) formó campo y ordenó su ejército, que era tambièn muy lustros y había en el muchos y muy grandes Caballeros de los Reynos de Castilla, Francia y Aragón, y entre ellos estaba don Melen Suárez, Clavero de Alcántara, con otros de ella que seguían la voz del Rey D. Enrique, la Cronica por yerro le llama Martín[23]. También  la Crónica de la Orden de Alcántara de Rades y Andrada indica que en dicha batalla se hallaron del lado del rey don Enrique el maestre don Pedro Muñiz y los suyos, entre ellos el clavero don Melen Suárez[24].

Seguramente del lado contrario podríamos encontrar al maestre de Alcántara depuesto, don Martín López de Córdoba, ya que Molina Molina, en su estudio sobre don Martín, indica que éste acompañó al monarca don Pedro al exilio para tomar parte en las negociaciones con el Príncipe Negro en Bayona, ciudad en la que, para garantizar el cumplimiento de los tratados, dejó como rehenes a su esposa y a sus hijas, junto con las del monarca[25].

  • LAS DISPOSICIONES DE AMBAS FUERZAS ENFRENTADAS

Según narra la crónica de Ayala, el rey don Enrique tenía su Real (campamento) asentado detrás del rio Najerilla, de tal manera que éste se presentaba como un obstáculo ante el posible avance de las fuerzas de rey don Pedro y su aliado el príncipe de Gales, Pero como rasgo de caballerosidad, para no contar con esta ventaja, don Enrique mandó pasar el río y se dispuso a presentar batalla en la otra orilla, con gran pesar por parte del cronista López de Ayala, por echar a perder esa ventaja ante el enemigo. Mientras tanto, las fuerzas del rey don Pedro partieron de Navarrete para entablar combate con las de don Enrique. Durante estos movimientos previos de ambas formaciones, narra Ayala que algunos jinetes, junto con las gentes de San Esteban del Puerto, con su pendón, desertaron del ejército de don Enrique y se pasaron al de don Pedro[26].

Fuller señala que los ingleses solían disponerse para los enfrentamientos en el siglo XIV de la manera siguiente: “ tres “batallas” o divisiones, dos desmontadas, al frente, con un intervalo entre ambas, y otra a retaguardia, montada o dispuesta a montar, y mantenida de reserva. Los arqueros formaban a los flancos de las dos primeras “batallas”[27].

            En la batalla de Nájera, el cronista López de Ayala comenta que las fuerzas del rey don Pedro y sus aliados se posicionaron de la siguiente manera: en la avanguarda (primera línea) a pie, venía don Juan Duque de Lancaster, hermano del Príncipe, junto con Mosen Juan Chandos, Mosen Rayul Camois, Mosen Hyugo de Caureley y “otros muchos Caballeros e Escuderos de Inglaterra e de Bretaña, que eran tres mil omes de armas, muy buenos omes, é muy usados de guerras usados de guerras”.            En su ala derecha venía el Conde de Armiñaque y otros grandes caballeros hasta dos mil lanzas (caballería pesada), y en el otro ala del Cabdal de Buch, y otros caballeros y escuderos de Guinea, Alemania y otros lugares con otros dos mil hombres de armas (caballería pesada). Detrás de los hombres a pie venía el rey don Pedro, don Jaime, rey de Nápoles, el Príncipe de Gales y el pendón del rey de Navarra, que junto al resto de caballeros sumaban tres mil lanzas (caballería pesada). Estimando el cronista Ayala, que las fuerzas aliadas del rey don Pedro, presentes en la batalla, en total serían “diez mil omes de armas, é otros tantos flecheros”, y traían en sus escudos y sobrevestas, cruces de San Jorge sobre fondo blanco[28].

La nueva táctica inglesa de hacer combatir a sus hombres de armas a pie, en un momento en el que la carga de caballería pesada seguía siendo imperante en Europa fue debida al intento de contrarrestar las derrotas que éstos habían acumulado en las batallas contra los escoceses a principios del siglo XIV. Bannockburn, en opinión de Michael Prestwich, en su estudio “El desafío a la caballería: el arco largo y la pica, 1275-1475”, fue la derrota devastadora que obligó a los ingleses a cambiar su táctica de carga con caballería pesada. Pero de acuerdo con el citado autor, este cambio no consistió únicamente en copiar la formación defensiva de los lanceros escoceses, los “schiltrom”, sino en una evolución hacia una posición defendida por los hombres de armas a pie y apoyada por los arqueros. Este sistema básico se convirtió en la forma clásica de combatir de los ingleses durante los siguientes cien años[29] .

Geoffrey Parker anota, en su “Historia de la Guerra”, que el papel de los arqueros en esta táctica tenía un papel muy importante, que consistía en el lanzamiento de una lluvia de flechas ante el avance del enemigo, fuera éste a caballo (Crecy), o a pie (Poitiers), de tal modo que enflaquecieran las filas atacantes y disminuyesen su moral antes de alcanzar las filas inglesas. Allí les esperarían los hombres de armas, bien entrenados y armados, quienes absorberían el ataque, ya debilitado previamente por los arqueros, aguantando su embestida y tomando la iniciativa[30]. En lo que denominamos en nuestro estudio El Hacha de armas en la batalla de Aljubarrota, la “táctica del Yunque y los martillos”[31].

Imagen n.º 2. Arquero recreacionista con arco largo. Fotografía propiedad del autor

Para Montgomery fue en Inglaterra el primer lugar donde se observó la primacía de las formaciones de infantes frente a las cargas de caballería, de la mano del rey Eduardo I, quien asumió el arco largo de origen galés como arma principal de apoyo de los hombres de armas ingleses. El efecto de este arco fue observado por los ingleses en las guerras contra Gales, aprendiendo que el primer movimiento de  las fuerzas antes de entrar en batalla debía ser el lanzamiento de una lluvia de flechas con el fin de destruir la cohesión del avance del enemigo[32].

En los ejércitos españoles (castellano, aragoneses, navarros y portugueses), al igual que en los franceses primaba todavía el uso de la carga de caballería pesada, para derrotar al enemigo. Pero vistas las victorias de los ingleses en Crecy (1346) y Poitiers (1356), los franceses se adaptaron al modo de combatir de los ingleses y aconsejaron al rey don Enrique que dispusiera una fuerza de hombres de armas a pie para luchar contra los ingleses, utilizando además a los jinetes (caballería ligera), que era la caballería más numerosa en las fuerzas de don Enrique, para hostigar a las tropas inglesas antes y durante la batalla, en un papel un tanto similar al de los arqueros ingleses[33].

De la disposición de las fuerzas hispano-francesas, el cronista Pedro López de Ayala, comenta que “El Rey Don Enrique ovo su consejo, é dixenrole, que pues los contrarios venían todos a pie, que era bueno tener esta ordenanza” Por lo que ordenó la disposición de sus fuerzas de la siguiente manera: de pie en la delantera, los mercenarios franceses de Beltrán Du Guesclín, junto a algunos caballeros castellanos, navarros y aragoneses, entre ellos cita a “Men Suárez, Clavero de Alcántara”, a su lado los caballeros de la orden de la Banda, portando su pendón el propio cronista López de Ayala, haciendo un total de 1.000 hombres a pie[34].

Imagen 3. Caballero de Alcántara junto a los de la Banda dispuestos en formación de linea a pie. Cortesía del grupo de recreación Fronteros de Extremadura.

En el ala izquierda se posicionaron las fuerzas a caballo de don Tello, hermano del rey, junto con los hombres de don Gómez Pérez de Porres, Prior de San Juan y otros nobles hasta sumar mil de caballo, en los quales avia muchos caballeros armados. En el ala derecha se situaron fuerzas a caballo comandadas por el don Alfonso, Marqués de Villena, don Pero Moñiz de Godoy Maestre de Calatrava, y los Comendadores mayores de Santiago, don Ferrand Osores y don Pero Ruiz de Sandoval, el número de integrantes de la misma serían según la crónica otros mil hombres, en la que iban muchos armados, es decir habría jinetes (caballería ligera)la mayoría, y hombres de armas (caballería pesada). En el grupo de en medio se situó el rey don Enrique, con el conde don Alfonso, su hijo, junto a muchos caballeros y escuderos de Castilla y de León, y muchos Ricos omes e Fijos-dalgos de Aragon, en un número de mil quinientos a caballo. Ayala afirma que en total, el ejército del rey don Enrique contaba con 4500 hombres entre los que luchaban a pie y a caballo, a los que hay que sumar algunas partidas de escuderos de pie, de las Montañas, Guipúzcoa, Vizcaya, Asturias, pero que fueron de poco provecho en la batalla, porque “toda la pelea fue en los omes de armas”[35].

Etxeberría Gallastegi, en Fazer la guerra, describe el papel de la caballería ligera (jinetes) y como había sido heredado de las luchas fronterizas contra el reino de Granada. Forma de combatir que no solo se llevaba a cabo en la Península Ibérica, también los húsares hungaros y los estradiotes venecianos combatían de igual manera. Esta caballería contaba con hombres menos armados que la pesada y no tenían entre sus misiones principale,s el entrar en un cuerpo a cuerpo con el enemigo. Su imagen habitual era la de un jinete arrojando jabalinas y hostigando al enemigo con una gran movilidad sobre el terreno. Para  Etxeberría, “la caballería ligera era relevante tanto al inicio como al final de las batallas. Sus funciones podrían resumirse en escaramucear, ocupar posiciones clave y perseguir al enemigo derrotado”. Aunque en ocasiones si podrían haber formado escuadrones mixtos, respaldando a los hombres de armas. Presumiblemente, según  Etxeberría, sería la caballería pesada la encargada de entrar en contacto con el enemigo y romper sus líneas, mientras los jinetes irían detrás para aprovechar la ruptura de las filas enemigas[36].

Arnold Blumberg, en “The jinetes”, anota que el arma característica del Jinete era la jabalina para lanzarla contra el enemigo, para ello necesitaba un uso efectivo del caballo con “la monta a la jineta” a un nivel superior al que se requería para “la monta a la brida” de la caballería pesada. El jinete solía llevar dos jabalinas, la primera se lanzaba a la mayor distancia posible contra la caballería pesada del enemigo, ataque que provocaba la inmediata carga de los hombres de armas a caballo, tras lo cual, se giraba  y en plena cabalgada de huida se daba la vuelta y asaeteaba a sus perseguidores que no esperaban esta respuesta. Contaban además con mulas de carga cerca de sus posiciones para reemplazar las jabalinas utilizadas. Para el citado autor la combinación de hombres de armas y jinetes proporcionaba una potencia de fuego de lanzamientos de jabalinas, previa al choque de la caballería pesada, lo que implicaría no solo la pérdida de algunos combatientes enemigos, sino el quebranto de su moral, y la ruptura de su formación de ataque, desorganizándolos, antes del choque con los hombres de armas propios. Por lo general, según Blumberg, la táctica de los jinetes no era tanto acercarse y cargar contra sus oponentes como el de cabalgar alrededor de sus flancos y retaguardia, acribillándolos con sus jabalinas, para luego cargar cuando su formación y cohesión se hubieran desmoronado[37].

 

  1. LA BATALLA DE NÁJERA

Dice la crónica de Ayala que los hombres de armas, a pie, de don Enrique iniciaron el avance hacia la vanguardia del duque de Láncaster y Mosen Juan Chandos. “E tan recio se juntaron los unos con los otros, que a los de la una parte, e a los de la otra cayeron las lanzas en tierra: e juntaronse cuerpos con cuerpos, e luego se comenzaron a ferir de las espadas e hachas e dagas”. Para animarse, las tropas de don Pedro y del Príncipe de Gales gritaban: ¡Guiana! ¡San Jorge!. Mientras los de don Enrique: ¡Castilla! ¡Santiago![38].

Imagen 4 Recreación enfrentamiento entre las fuerzas de don Pedro y don Enrique. Cortesía del grupo de recreación Fronteros de Extremadura.

 

Froissart dice que: «En el primer encuentro de esta batalla hubo grandes arrojamientos de lanzas y estocadas, y durante mucho tiempo estuvieron en esas situación, antes de que pudieran entrar en uno u otro lado. Allí hubo grandes hechos de armas y muchos derribados, que nunca más se levantaron”. Y sigue Froissart comentando que la mayoría sostenían las lanzas con las las dos manos y así arremetían con ellos unos con otros, y otros combatían con espadas cortas y dagas. Al principio franceses y aragoneses aguantaron muy bien y combatieron con gran valor, y los buenos caballeros de Inglaterra resistieron con gran esfuerzo[39]

Sigue narrando Ayala, que las fuerzas de vanguardia del Príncipe de Gales empezaron a retroceder, con lo que los de don Enrique pensaron que vencían y se animaron más en el combate [40].

Tom Lewis indica que los hombres de armas que luchaban a pie se dispondrían en

lineas, que serían relevadas por otras posteriores cada 10 o 15 minutos. Ya que según unas pruebas realizadas con recreacionistas, por la Universidad de Leeds, evaluando el esfuerzo que realizaban, con replicas de la indumentaria y armas que pudieron llevar los combatientes en el siglo XIV, se mostraba que los hombres que recreaban a los hombres de armas con su blindaje de chapas, gastaban el doble de energía en sus movimientos y lucha contra el contrario, que los pobremente protegidos por prendas con menos poder de resistencia a los impactos[41].

Para Tom Lewis el objetivo general de los comandantes medievales era romper la linea enemigas. Atacar al enemigo no solo de frente sino también por el costado o la retaguardia era el medio más idóneo para superar la resistencia del enemigo. Lewis indica que era común situar en la primera línea, a los combatientes más fuertemente armados y con mejores defensas de placas, con armas tales como lanzas (acortadas), espadas y escudos, y hachas de armas. Habiendo una cierta competencia entre ellos por demostrar quienes eran los más valientes. Normalmente después se encontrarían los soldados con armas de asta, tales como billhook y glaives, menos blindados, posiblemente brigantinas, gambesones y cotas de malla, lo que implicaría una mayor velocidad en el ataque y en la retirada, al abrigo de sus hombres de armas que aguantarían la respuesta de los contrarios. Algunos autores sugieren que ambas lineas: hombres de armas y combatientes con armas de asta, se podrían encontrar mezclados, pero en opinión de Lewis, esto parece poco probable, pues a parte de que se estorbarían mutuamente al manejar armas distintas con movimientos de esgrima diferentes, el enemigo atacaría prioritariamente a los combatientes peor defendidos por su blindaje, lo que implicaría su retroceso y por ello la rotura de la línea del frente[42].

Imagen 5. Combatiente armado con un billhook. Cortesía grupo de recreación Fronteros de Extremadura.

 

Froissart continúa narrando el combate“Os digo que allí fue mi señor John Chandos muy buen caballero y bajo su estandarte realizó grandes hechos de armas combatiendo a sus enemigos y retrocediendo. Una de las veces avanzó tanto que fue empujado y derribado al suelo. Sobre él calló un gran hombre castellano llamado Martín Fernández que entre los españoles tenía fama de intrépido y valiente. Trató por todos los medios de matar a mi señor John Chandos y lo tuvo debajo de él en gran calamidad. Entonces el susodicho caballero echó mano a un cuchillo que llevaba en el cinto. Lo sacó e hirió tanto al tal Martín en la espalda y en los costados que lo hirió de muerte mientras estaba sobre él, y luego lo echó a un lado”. Anota Froissart que en las filas del rey Enrique había buenas “gentes de armas”, y que estos “combatieron valientemente con lanzas, visarmas, flechas y espadas[43].

Imagen 6. Los combates cuerpo a cuerpo solían terminar con la lucha con dagas. Cortesía grupo de recreación Fronteros de Extremadura.

 

Martínez Canales, en su Nájera 1367, hace constar que debió ser utilizado este momento para que la caballería del rey don Enrique situada en los flancos atacase a sus contrarios y mantuvieran el frente, pero las fuerzas de caballería del ala izquierda del ejército hispano-francés, mandadas por don Tello, dudaron y no se incorporaban a la lucha, momento que aprovecharon las fuerzas inglesas, del mismo flanco para cargar y atacarle, y “el e los que con el estaban non los esperaron, e movieron del campo a todo romper huyendo”. Viendo la retirada de este flanco, y que no podían alcanzar a los que huían, los ingleses“tornaron sobre las espaldas de los que estaban de pie en la avanguarda del Rey Don Enrique, que peleaban con la avanguarda del Príncipe”, donde estaba el pendón de la Banda, hiriéndoles por las espaldas “e comenzaron a prisa a matar dellos[44].

En el ala derecha de don Enrique las cosas no iban mejor, Castillo Cáceres en su estudio sobre esta batalla nos indica que en el enfrenamiento entre caballerías, las fuerzas del Marqués de Villena, también fallaron, y los que no cayeron muertos o prisioneros, huyeron, por lo que los ingleses se dedicaron a atacar por la espalda a los hispano-franceses que combatían a pie, por los dos flancos, de tal manera que fueron cercados por el enemigo y nadie podía socorrerlos[45].

Imagen 7. Hombres de armas enfrentándose. Cortesía de The Medieval Things.

En la batalla de Nájera los flancos de los hombres de armas luchando a pie estaría defendido por la caballería de don Tello y del Marqués de Villena, pero al huir ambas fuerzas, los hombres de armas quedaron flanqueados por los ingleses en un movimiento de tenaza que fue su perdición.

Viendo el desarrollo de la batalla, Iain Dickie anota que, el rey don Enrique se dispuso a salvar a sus hombres de armas a pie, lanzando una carga de caballería desde su posición en la retaguardia, pero aunque lo intentó hasta tres veces, en su caballo armado de loriga, no consiguió liberarlos de las tenazas de los enemigo[46]. Ya que los arqueros ingleses, que apoyaban a las fuerzas anglo-españolas, les hicieron retroceder, al igual que a la infantería de apoyo de don Enrique, entre la cual Froissart anota la presencia de honderos: “Españoles y catalanes llevaban hondas con las que lanzaban piedras hundiendo yelmos y bacinetes. Así hirieron y mataron a muchos hombre. Hubo un gran ataque de lanzas y mucho hombres murieron y fueron derribados al suelo”. Pero después de la respuesta, por parte de los arqueros ingleses éstos también dejaron de mantener el orden y también huyeron[47].

Tom Lewis indica que aunque fueron mejorando las protecciones de los hombres de armas y de sus monturas, para hacerlas casi invulnerables a las flechas, no toda la superficie podía ser protegida. Narra como en la batalla de Poitiers, los caballeros franceses aprendieron de su derrota en Crecy, y blindaron a su caballería pesada contra los arqueros ingleses, pero éstos, al observar la poca eficacia de sus flechas contra la carga frontal de los caballos, cambiaron de posición para flanquear y disparar sobre los cuartos traseros de los caballos, que estaban menos protegidos, consiguiendo su objetivo de desbaratar la carga francesa. Aún así la carga de caballería no fue eliminada como factor a tener en cuenta durante el siglo XIV, y mantuvo un papel primordial como tropa de choque, capaz de hacer una aparición repentina, pillando desprevenidos a los enemigos, con un efecto devastador[48].

Aunque los arqueros habían reducido el dominio de la caballería pesada en los campos de batalla europeos, no lo había anulado, la efectividad de los jinetes era aun suficiente para mantenerlos como factor desequilibrador. Pese a ello, durante mucho tiempo bastó con observar que el contrario tenia arqueros para que los hombres de armas descabalgasen y se dispusieran a luchar a pie, con sus caballos situados en la retaguardia, lo suficientemente cerca para montar en caso de lanzar un contraataque de caballería pesada y perseguir a los enemigos derrotados.

Anota Froissart que la columna y la tropa que mejor y con mayor obstinación combatió, por parte de los hispano-franceses “fue la de mi señor Bertrand du Guesclin, pues allí estaban auténticas gentes de armas que combatían y se vendían con todo su leal poder, y allí se realizaron grandes hechos de armas” y continua “ al final, la columna de mi señor Bertrand du Guesclin fue destruida y murieron y fueron apresados todos los que allí estaban”[49].

 

Imagen 8. Caballero de Alcántara enfrentándose a un hombre de armas inglés. Cortesía grupo de recreación Fronteros de Extremadura.

 

El resto de las tropas de don Enrique huía en desbandada hacia la ciudad de Nájera intentando atravesar el rio, Froissart comenta que: “hubo allí gran horror y grandes efusiones de sangre, muchos muertos y muchos ahogados, pues la mayor parte saltaban al agua, que era rápida, negra y horrible, pues preferían morir ahogados que muertos con la espada”, continúa Froissart que “esta derrota fue muy grande y horrible, y sabed que sobre todo el rio hubo muchos muertos”, y que según había oído contar “en Najera se veía el agua roja de la sangre de hombres y caballos que allí murieron”[50].

La persecución llegó hasta la villa de Nájera, siendo en esta retirada muertos muchos de los hombres a caballo de don Enrique. En Nájera vieron como las fuerzas de don Pedro empezaron a rodear la ciudad, por lo que todos los que pudieron, intentaron huir de la misma. El rey Enrique tenía su caballo cansado, por lo que para evitar que fuera capturado, el escudero Ruy Fernández de Gaona, natural de la tierra de Alava, que montaba un “caballo ginete” (ligero), se lo cedió para que escapara de Nájera, camino de Soria[51].

De las tropas que luchaban a pie, Ayala comenta que fueron muertos Garci-Laso de la Vega, Suer Perez de Quiñones, y otros hombres de armas hasta alcanzar una cifra de 400. Mientras que fueron presos el propio cronista Pero López de Ayala, el Conde don Sancho, hermano del rey, Mosen Beltran de Claquin, el Mariscal de Audenehan, el Vesgue de Villaines, Juan Ramírez de Arellano, don Garcí Álvarez de Toledo, Maestre que fuera de Santiago, y Melen Suarez, Clavero de Alcańtara. De los de a caballo, el cronista menciona que fueron presos el Conde de Denia y Pero Moñiz Maestre de Calatrava[52]

En su huida, don Enrique llegó hasta Francia, donde recibió el apoyo del duque de Anjeu, hermano del rey de Francia, y tras entrevistarse con él en la villa de Aguas-muertas, pudo conseguir “piezas de moneda de oro, para venir a Castilla” a reclamar su trono. Contrató Compañías para la lucha y cabalgó hacia Castilla. En Calahorrra se le unieron algunos de sus antiguos compañeros de armas que habían luchado con él en Nájera, “y andaban por el reino de Castilla, fasta seiscientas lanzas”, entre ellos Juan Ramírez de Arellano y don Melen Suarez “Teniente lugar de Maestre de Alcántara”. Después de tomar varias ciudades como Dueñas, León y cercar Toledo, la respuesta del rey don Pedro fue clara, sea alió con el rey de Granada y atacaron las poblaciones adictas al rey don Enrique, tomando y arrasando Jaén y Úbeda. El rey don Pedro partió de Sevilla para levantar el cerco de Toledo, y en el camino se enfrentó en la villa de Montiel con las fuerzas del rey don Enrique, donde fue vencido y asesinado por don Enrique.

 

  1. FREY MELEN SUÁREZ , MAESTRE DE ALCÁNTARA.

Torres y Tapia afirma que tras la batalla de Nájera, Melen Suárez “ fue uno de los que quedaron preso”. Una vez libre, y habiendo vuelto a Castilla el rey don Enrique tras la derrota en Nájera, fue uno de los 600 hombres que le salieron a recibir, para continuar la guerra contra el rey don Pedro, estando presente al lado de don Enrique en la batalla de Montiel, en la que fue vencido y muerto el rey don Pedro I[53].

Don Melen Suárez fue elegido Maestre en 1369, según Torres y Tapia, muerto el rey don Pedro y siendo ya rey de  Castilla don Enrique. Este nombramiento fue apoyado por el nuevo rey, quien presionó la elección de tan buen servidor suyo, al haber participado, don Melen, en la guerra de sucesión contra su hermano don Pedro. Pero alguna desaveniencia debió ocurrir entre el Maestre y el nuevo rey, cuando poco tiempo después, se pasó al bando del rey don Fernando de Portugal, quien muerto el rey don Pedro, alegaba que tenía derecho al reino de Castilla y León y comenzó una guerra contra el rey don Enrique. Durante la misma el Maestre don Melen Suárez conquistó la mayor parte de las fortaleza y castillos de la frontera para beneficio del rey portugués. La Crónica de Alcántara de Rades y Andrada hace constar que al final, algunos comendadores y caballeros de la Orden se rebelaron contra su mandado y se pusieron a las órdenes del rey don Enrique, recuperando las posesiones en mando de los partidarios del rey de Portugal. Finalmente Melen Suarez tuvo que exiliarse a Portugal donde el rey le prometió el maestrazgo de la Orden de Avis, por sus servicios, según relata la Crónica de Torres y Tapia[54].

 

[1] GARCÍA TORAÑO, Paulino. El Rey don Pedro el Cruel y su mundo. Marcial Pons. Madrid 1996. p 133 y ss.

 

[2] GARCÍA TORAÑO, Paulino. Opus cit. Pág 133

 

[3] VALDEÓN, Julio. Pedro I el Cruel y Enrique de Trastámara ¿la primera guerra civil española?. Aguilar 2002. P 65 y ss.

[4] VALDEÓN, Julio. Opus cit. Pág 135 y ss.

[5] GARCÍA TORAÑO, Paulino. Opus. cit. Pág 219 y ss.

[6] VALDEÓN, Julio. Opus cit. Pág 121 ss.

[7] GARCÍA TORAÑO, Paulino. Opus cit. Pág 395.

[8] VALDEÓN, Julio. Opus cit. Pág 143 y ss.

[9] VALDEÓN, Julio. Opus cit. Pág 149 y ss.

[10] VALDEON, Julio. Opus cit. Pág 165 y ss.

[11] RUIZ MORENO, Manuel Jesús . Ariñez 1367. Almena. Madrid 2020. p 10

[12] ALDEÓN, Julio. Opus cit. Pág 169 yy ss.

[13] GARCÍA TORAÑO, Paulino. Opus cit. Pág 435 y ss.

[14] CASTILLO CÁCERES, Fernando. Análisis de una batalla: Nájera 1367. Instituto de Historiade España. Facultad de Filosofía y Letras. Buenos Aires 1991. Pág 122 y ss.

[15] MARTÍNEZ CANALES, Francisco. Nájera 1367. Una batalla internacional en la Guerra Civil Castellana. Almena. Madrid 2004. p 57 y ss

 

[16] MARTÍNEZ CANALES, Francisco. Opus cit. Pág 69.

[17] TORRES Y TAPIA, Alonso. Crónica de la Orden de Alcántara. Tomo II. Madrid 1763. p 121

[18] TORRES Y TAPIA, Alonso. Crónica de la Orden de Alcántara. Tomo II. Madrid 1763. p 92

[19] TORRES Y TAPIA, Alonso. Crónica de la Orden de Alcántara. Tomo II. Madrid 1763. p 98

[20] TORRES Y TAPIA, Alonso. Crónica de la Orden de Alcántara. Tomo II. Madrid 1763. p 120 y ss.

[21] NOVOA PORTELA, Feliciano. Los Maestres de la Orden de Alcántara durante los reinados de Alfonso XI y Pedro I, HID 29 (2002). p 333 y ss

 

[22] PALACIOS MARTÍN, Bonifacio. Colección Diplomática Medieval de la Orden de Alcántara. De los orígenes a 1454. Fundación San Benito de Alcántara. Editorial Complutense. 2000. p 462.

 

[23] TORRES Y TAPIA, Alonso. Crónica de la Orden de Alcántara. Tomo II. Madrid 1763. p 125

 

[24] RADES Y ANDRADA. Francisco. Crónica de la Orden de Alcántara. Fol 30.

 

[25] TORRES Y TAPIA, Alonso. Crónica de la Orden de Alcántara. Tomo II. Madrid 1763. p 109 y ss

 

[26] [26] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas de los reyes de Castilla. Crónica de rey don Pedro Tomo I. Madrid 1779. p 440 y ss

 

[27] FULLER, J.F.C. Batallas decisivas del mundo occidental. Tomo I. Ediciones Ejército. Madrid 1979. p 524

 

[28] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas de los reyes de Castilla. Crónica de rey don Pedro Tomo I. Madrid 1779. p 442 y ss

 

[29] PRESTWICH, M. El desafío a la caballería: el arco largo y la pica, 1275-1475. La guerra en la Edad Media. Akal 2010. p 160 y ss

 

[30] PARKER, Geoffrey. Historia de la guerra. Akal 2010. p 92 y ss

 

[31] RUIZ MORENO, Manuel Jesús. El Hacha de armas. La táctica inglesa del yunque en la batalla de Aljubarrota. Revista Aequitas, número 16, 2020 . p 102

 

[32] MONTGOMERY. Historia del Arte de la Guerra. Aguilar S.A. 1969. p 205 y ss

 

[33] RUIZ MORENO, Manuel Jesús . Ariñez 1367. Almena. Madrid 2020. p 63 y ss

 

[34] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas de los reyes de Castilla. Crónica de rey don Pedro Tomo I. Madrid 1779. p 442 y ss

[35] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas de los reyes de Castilla. Crónica de rey don Pedro Tomo I. Madrid 1779. p 443 y ss.

 

[36] ETXEBERRIA GALLASTEGI, Ekaitz. Fazer la guerra. Estrategia y táctica  militar en la Castilla  del siglo XV. CSIC, Madrid 2022. p 294 y ss

[37] BLUMBERG, A. The Jinetes. Mounted warriors of medieval Spain. Medieval warfare. Vol.III. Issue 1. A Medieval cold war in Sapin: The war of the two Peters. Karwansary Publishers. P 18 y ss.

 

[38] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas de los reyes de Castilla. Crónica de rey don Pedro Tomo I. Madrid 1779. p 453 y ss

 

[39] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas de los reyes de Castilla. Crónica de rey don Pedro Tomo I. Madrid 1779. p 454.

[41] LEWIS, Tom. Medieval military combat. Casemate 2021. p 107.

 

[42] LEWIS, Tom. Opus cit. Pág 107.

[43] AA.VV. (Victoria Cirlot y J.E. Ruiz Domenec) Crónicas de Froissart. Ediciones Siruela. Madrid 1988. p 330 y ss

 

[44] MARTÍNEZ CANALES, Francisco. Nájera 1367. Una batalla internacional en la Guerra Civil Castellana. Almena. Madrid 2004. p 74 y ss

 

[45] CASTILLO CÁCERES, Fernando. Análisis de una batalla: Nájera 1367. Instituto de Historia de España. Facultad de Filosofia y Letras. Buenos aires 1991. p 137

 

 

[46] DICKIE, Iain. Nájera, 1367. Batallas Medievales 1000-1500, Tikal . P 155 y ss.

 

[47] AA.VV. (Victoria Cirlot y J.E. Ruiz Domenec) Crónicas de Froissart. Ediciones Siruela. Madrid 1988. p 331

 

[48] LEWIS, Tom. Medieval military combat. Casemate 2021. p 68 y ss.

 

[49] AA.VV. (Victoria Cirlot y J.E. Ruiz Domenec) Crónicas de Froissart. Ediciones Siruela. Madrid 1988. p 332

 

[50] AA.VV. (Victoria Cirlot y J.E. Ruiz Domenec). Opus cit.  Pág. 334 y ss.

 

[51]MARTÍNEZ CANALES, Francisco. Nájera 1367. Una batalla internacional en la Guerra Civil Castellana. Almena. Madrid 2004. p 80 y ss

 

[52] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas de los reyes de Castilla. Crónica de rey don Pedro Tomo I. Madrid 1779. p 456 y ss

 

[53] TORRES Y TAPIA, Alonso. Crónica de la Orden de Alcántara. Tomo II. Madrid 1763. p 120 y ss.

[54] TORRES Y TAPIA, Alonso. Opus cit. Pág. 121 y ss.

Ago 272015
 

Manuel Jesús Ruiz Moreno.

I.- Introducción

De la reconquista de Trujillo, no tenemos datos suficientes para asegurar que ocurrió realmente. Solo sabemos lo que de ello nos cuentan las fuentes de forma bastante escueta:

“La Crónica latina de los reyes de Castilla” dice que la ciudad se tomó en el invierno de 1232-33. El “Cronicón cordubense” de Fernando Salmerón puntualiza que se tomó en 1233. Y los escritos del geógrafo musulmán al-Himayari, indican que esta conquista tuvo lugar en el 630 H, correspondiente con el invierno de 1232-1233.

Existe otra fuente que hace remontar la reconquista de la población un año antes, los “Anales toledanos”, que expresan «prisieron a Trugiello dia conversion Sancti Pauli, en janero, era MCCLXX” que convertido al calendario actual correspondería con 1232.

La solución a este desacuerdo viene dada de la mano de D. Julio González, en su investigación «Reinado y diplomas de Fernando III» , en la que afirma que: “Trujillo cayó en poder de los cristianos el 25 de enero de 1233”·, y que el dato aportado por los Anales Toledanos: “prisieron a Trugiello dia conversion Sancti pauli en janero era MCLXX” es solo parcialmente correcto, porque le falta una unidad. (MCCLXX_ ) = (1232), sería (MCCLXXI) = (1233).

Trujillo se reconquistaría, por tanto el 25 de enero de 1233, en plena descomposición del Imperio almohade, cuya capital se encontraba en Marrakech.

La espectacular victoria de los cristianos en la batalla de las Navas de Tolosa, aceleró el ya progresivo desmoronamiento del Imperio almohade. Facilitando el levantamiento de los gobernadores andalusíes contra los norteafricanos, y su proclamación como poderes locales, en lo que se conoce como las terceras taifas. Estas pequeñas entidades, en principio independientes, fueron incorporándose bajo las banderas de uno de los tres poderes principales que emergieron en al-Andalus, cuyos intereses particulares les hacían combatir, tanto contra los cristianos, como contra otros musulmanes. Entre ellos el de Ibn Hud, quien desde Murcia, se proclamó emir de los musulmanes en 1228, pero reconociéndose súbdito del califa de Bagdad, y enarbolando por ello su estandarte negro como señal de sumisión al mismo. Tras vencer a los ejércitos que, los gobernadores almohades, enviaron para sofocar la rebelión, las poblaciones de Córdoba, Sevilla, Almería, Granada y Málaga le reconocieron como emir. Solo se mantuvieron rebeldes a este nuevo poder las zonas de Valencia, Niebla (Huelva), y otras poblaciones de menor importancia (VIDAL CASTRO, 2012: 23). También reconocieron a Ibn Hud en el reino de Badajoz, de forma concreta Mérida y Trujillo (GONZÁLEZ, 1983: 314) El cronista musulmán el “Bayan” dice de Ibn Hud, que había pertenecido al ejercito regular de Murcia, y que sus antepasado tuvieron cargos importantes en el gobierno de esta región, mientras que la “Crónica latina de los Reyes de Castilla” afirma que era un almogavar, plebeyo, pero decidido y valiente que lideró uno de los movimientos antialmohades de la zona (HUICI MIRANDA, 1957: 469) . Este tagri o frontero debía mucho de su prestigio en la hazaña que realizó al arrebatar a los cristianos el castillo de Sanfiro, situado al este de Murcia de manos de los cristianos. Con sus hombres trepo con escalas de cuerda a las murallas, eliminaron a los centinelas y tomaron por sorpresa el castillo. Poco a poco fue acaudillando mayor número de hombres, al principio entre los fronteros andalusíes de peor fama, gentes malvadas que vivían como salteadores y bandidos, y que no respetaban ningún credo para realizar sus fechorías. Posteriormente el éxito en sus algaradas contra las fuerzas almohades le hizo aumentar el número de adeptos, hasta tal punto de erigirse como el libertador del pueblo andalusí (GONZÁLEZ, 1983: 310)

Como nuevo señor de casi todo el al-Andalus, Ibn Hud, comenzó a oponerse a las conquistas de los cristianos, pero la suerte que había tenido en los enfrentamientos contra los almohades, en este caso no le sonrió contra sus vecinos del norte, y no tuvo éxito al intentar frenar sus avances. El rey de León, con la ayuda de los freires de Santiago se apoderó de la mayor parte del territorio de Badajoz (HUICI MIRANDA, 1957: 478). Mérida y Montánchez caerían en poder de Alfonso IX en 1230, donando, esta última, a la Orden de Santiago (NAVAREÑO MATEOS, 1983:172). Ibn Hud reunió un ejército para oponerse al avance leonés, pero fue derrotado en batalla campal cerca del castillo de Alange. A consecuencia de esta victoria cristiana los musulmanes abandonaron el castillo de Elvas, y muchos otros próximos, ante el miedo a no poderlos defender. Algunos cronistas como Jiménez de Rada opinan que primero fue la batalla de Alange y luego la caída de Mérida. Parece ser, según cuenta la Crónica Latina, que la fortaleza de Elvas fue tomado por unos “frates” portugueses que habían participado en la batalla de Alange y que encontraron la ciudad vacía y con las puertas abiertas. Este momento de pánico general fue aprovechado por Alfonxo IX para asediar en abril la ciudad de Badajoz y tomarlo en pocos días, según la crónica Tudense (GONZÁLEZ, 1983: 314) . Por su parte el rey Fernando de Castilla, por las mismas fechas estaba en plena campaña para intentar tomar Jaén, habiendo arrasado el año anterior sus campos y despensas en un movimiento preparatorio para ablandar la resistencia de la plaza, pero pese a hacer mucho daño a sus murallas con los ingenios que llevó, y que según la Crónica de Castilla “tiraban muchas piedras”, levantó el cerco a los tres meses, en septiembre de 1230, ante la imposibilidad de tomar la ciudad. Fue durante su regreso cuando recibió la noticia de que su padre, el rey de León, Alfonso IX había muerto y que la corona leonesa se mostraba ante él. En 1231, el rey Fernando, ya monarca de Castilla y León, envió una expedición a la baja Andalucía. Ibn Hud le hizo frente en el rio Guadalete cerca de Jerez de la Frontera, y allí las fuerzas musulmanas sufrieron una severa derrota. Los castellanos regresaron con un gran botín. A esa expedición le siguieron otras, el 8 de diciembre, cuenta el Bulario de Santiago que cayeron cinco caballeros santiaguistas en una de estas algaradas a territorio musulmán. Todas estas derrotas frente a los cristianos no hacían sino desprestigiar el poder de Ibn Hud, y las poblaciones bajo su dominio comenzaron a levantarse frente a su autoridad, en Arjona otro, frontero Muhammad ben Nasr, se proclama emir el 18 de abril de 1232 y tomó el color rojo para sus enseñas reconociendo al soberano de de Túnez como su señor (GONZÁLEZ, 1983: 316).

De una manera similar en el año 629 (octubre de 1231 a 18 de octubre de 1232) se levanta el pueblo en Sevilla, contra su gobernador, hermano de Ibn Hud, ofreciéndole el poder de la ciudad a uno de los personajes de mas prestigio de Sevilla, Abu Merwan Ahmend el Baggi, pero este no lo aceptó haste el año 630 (19 de octubre de 1232 a 7 de octubre de 1233). En un proceso parecido, en julio de 1232, también se independiza del poder del murciano, la población de Arjona (Jaén), bajo el mando de Ibn Nasr a las que se unió Jaén y Córdoba. Y con el fin de contrarrestar el poder de Ibn Hud ambos líderes rebeldes unieron sus fuerzas en una alianza. El murciano se dirigió y sitio Sevilla en el año 631 (7 de octubre de 1233 a 26 de septiembre de 1234), pero durante el asedio acudió en auxilio de Sevilla el de Arjona, y juntos vencieron a Ibn Hud. En una acción traicionera, Ibn Nasr, aprovechó la ocasión y capturo a el Baggi , dándole muerte en abril de 1234, entrando en Sevilla como nuevo señor, pero su gobierno fue efímero, porque al mes de ocuparla, los sevillanos se sublevaron y aceptaron de nuevo la autoridad de Ibn Hud. Camino de sometimiento que siguieron después las poblaciones de Carmona y Córdoba, que también se habían sublevado. En junio-julio de 1234 el señor de Arjona y el de Murcia firmaron treguas (GONZÁLEZ, 1983: 318).

La razón de comentar los sucesos anteriores viene por la necesidad de conocer el panorama que se presentaba en Trujillo y el resto de poblaciones bajo el gobierno de Ibn Hud entre 1232 y 1234.

Según los datos que disponemos de las crónicas y que resume, el profesor García Fitz, en su estudio “Las relaciones políticas y guerras entre castellano-leoneses y el Islam”, anota que:» En enero de 1233 los efectivos de las Órdenes Militares y del obispo de Plasencia tomaron Trujillo, sin que Ibn Hûd, caudillo andalusí asentando en Murcia y de tendencias antialmohades, pudiera evitarlo, a pesar de que en dos ocasiones se puso en camino contra los asediantes” (GARCÍA FITZ. 2002: 179).

Fuerzas de socorro que a decir de Julio González, apoyándose en los textos de Al-Himayari, salieron de Sevilla (GONZÁLEZ, 1983: 316). “En el año 630/18 octubre de 1232-6 octubre 1233, los cristianos fueron contra Trujillo y lo cercaron, acudió contra ellos Muhammad. Ib Hud, deseando aprovechar la oportunidad de atacarles (por sorpresa), pero no pudo, y se dirigió a Sevilla, cogiendo allí provisiones para llevarlos a Trujillo, entonces recibió la noticia de que los cristianos la habían conquistado y regresó a Sevilla. La toma de Trujillo por los cristianos ocurrió en rabi I de ese año (630)/16 diciembre 1232-14 enero 1233” (VIGUERA MOLINS, 2002 : 207).       Pero si en esas fechas Sevilla no era fiel al emir Ibn Hud, malamente podría enviar tropas en auxilio de Trujillo. Sabiendo además que el rey Fernando III había enviado fuerzas en diciembre de 1232 contra Úbeda, ciudad que no era muy importante, pero tenía una posición estratégica para la defensa de Baeza y Quesada, en poder de los cristianos desde 1226 y 1231 respectivamente. Y que Úbeda cayó en julio de 1233, cuando los sitiados comprobaron que no podían recibir refuerzos ninguno, por parte de Ibn Hud, ni de ningún otro de los señores musulmanes de la zona (GONZÁLEZ, 1983: 319). Si Úbeda, mas cercana a las poblaciones dominadas por el emir murciano no pudo recibir refuerzos, cuanto mas difícil sería el recibirlos Trujillo, situada en el límite del emirato de Ibn Hud y por tanto ¿de dónde vendrían las fuerzas de socorro que citan las crónicas?. Es una pregunta que se nos queda en el aire.

 

2.- Estructura defensiva de Trujillo en 1233

 

Es difícil precisar que estructuras defensivas de Trujillo se encontraban construidas en el momento de su reconquista. Los especialistas en castellología disienten en cuanto a la datación cronológica de determinados elementos arquitectónicos que hoy podemos observar.

Mientras que para algunos autores tras la conquista cristiana no debieron efectuarse modificaciones importantes en la estructura y trazado tanto de la cerca amurallada que rodea la villa, como de la fortaleza, y las obras realizadas se limitarían, en su mayor parte, a la conservación de lo existente y las mayores ampliaciones se debieron llevar a cabo durante los siglo XIV y XV (SANCHEZ RUBIO,1993: 69). Para otros, tanto el castillo como la muralla experimentan, ya a partir de 1233 reformas y se amplían su perímetro de forma muy significativa (PIZARRO GÓMEZ, 2007: 26)

Tenemos noticias de que Trujillo es la cabeza de una Cora en el siglo X. La construcción inicial de la alcazaba islámica pudiera asociarse al grupo de fortalezas con estructura de planta cuadrangular o rectangular con ocho torres, cuatro en los ángulos, semejantes al Vacar (Córdoba) Lora (Málaga) Bujalance (Córdoba) ó Linares (Jaén) .(PAVÓN MALDONADO. 1999, 185). Dichas torres, que defenderían el adarve, normalmente deberían superar en dos o tres metros la altura de los muros, aunque Pavón Maldonado destaca que las torres construidas en el periodo de los siglos IX y X, eran macizas y su altura no debía sobrepasar demasiado el nivel del paso de ronda. Por lo que observando la altura de las existentes en las alcazaba de Trujillo, y de no haber sido desmochadas durante su azarosa existencia, este dato pudiera informarnos sobre su posible datación cronológica (MORENO LÁZARO. 2004: 51)

La parte más antigua de dicha alcazaba se ha podido fechar gracias a una lápida árabe encontrada en el mismo, en la que Francisco Codera pudo leer: “En el nombre de Dios clemente / misericordioso …/ Mohamed, hijo de Soleiman, compadézcase (de él) Dios … y este (fue) dia jueves, año ocho cuatrocientos” (408/1018) (PAVÓN MALDONADO. 1967: 196).

En el siglo XII Trujillo es considerada como una villa o ciudad de mediano tamaño. El geógrafo el Idrisi en su Geografía de España (acabada en 1154) , describe en su visita, que Trujillo era una villa grande tal que parecía una fortaleza y sus muros están sólidamente construidos, con bazares bien provistos (TERRÓN ALBARRÁN. 1991: 313).

Descripción que nos permite deducir que no sólo es que tuviera una fortaleza, o alcazaba, si no, que el conjunto de la villa, esto es, el recinto de la cerca, que el observó, estaría en tan buen estado que todo ello le pareció una fortaleza.

En cuanto al Albacar, mientras Pavón Maldonado opina que ya debía estar en pie en el siglo XII (PAVÓN MALDONADO, 1999: 99), otros autores piensan que si bien la puerta principal de dicho albacar si pudiera ser contemporánea con la alcazaba, posiblemente no todos los lienzos existentes en la misma puedan ser tan antiguos, siendo en su mayoría de época posterior.

Reforzando el perímetro se construyeron dos torres albarranas en la alcazaba (s. XII- XIII, aunque otras opiniones se inclinan hacia una contemporaneidad con la alcazaba); y una coracha, o torre avanzada, en el albacar de construcción quizás un tanto posterior a las anteriores. El término “albarrana”, a decir de Pavón Maldonado, viene de la palabra barrani que significa exterior, correspondiendo con la situación más alejada de dichas torres del lienzo de la muralla. Las torres albarranas de la alcazaba actualmente están unidas al resto de la muralla por dos pasarelas, ahora metálicas y fijas, en su tiempo serían de madera y móviles, o quizás pudieron estar unidas al adarve por unos pequeño arcos como en el caso de la coracha, que podían destruirse en caso de ser tomadas al asalto. Estos elementos defensivos, en opinión de Torres Balbás, son exclusivos de las fortificaciones hispano-árabes, y no existen fuera de la península ibérica. Su misión era aumentar el flanqueo contra los atacantes, además tenían la ventaja de que si el enemigo las tomaba, bastaba romper el puente de unión para dejarlas aisladas (MORENO LAZARO. 2004: 52).

La coracha además de cumplir como torre albarrana, impedía el cerco total del recinto asediado por parte de las fuerzas asaltantes.

Probablemente las torres albarranas serían construidas después de la caída de la ciudad en manos almohades en 1196. Pensemos que, aunque probablemente los freires truxillenses estuvieron al cargo de la fortaleza desde su fundación, alrededor de 1180, solo serían dueños legales, de toda la villa con la alcazaba incluida, desde su donación, por Alfonso VIII el 6 de marzo de 1195, hasta aproximadamente mayo de 1196, poco más de un año, durante el cual además sufrían las pérdidas de personal de la Orden, en la batalla de Alarcos ocurrida el 19 de julio de 1195. Tiempo probablemente insuficiente para abordar obras defensivas de gran envergadura.

Tras la toma de Trujillo por los almohades, en la campaña de 1196, esta villa quedará en primera línea frente a los contraataques y cabalgadas de los cristianos, por lo que nos inclinamos a pensar, que fue bajo su dominio cuando se procedió a reforzar las defensas de la ciudad. Recordemos que en esta campaña (1196) las tropas almohades parten de Sevilla alrededor del 15 de abril y podemos conocer su ruta devastadora a través de los Anales toledanos: “ Prisó el Rey de Marruecos a Montanias e Santa Cruz e Turgiello e Placença e vinieron por Talavera e cortaron el Olivar e ermos Santa Olaia e Escalona e lidiaron Maqueda e non la prisieron e vinieron cercar Toledo e cortaron las viñas e los arboles”. También sabemos que no muchos meses después, concretamente el 15 de agosto de ese mismo año, Plasencia será recuperada por los cristianos, a decir de Julio González en su estudio sobre Alfonso IX de León, pero no así Trujillo.

Imagen 1. Los cristianos planean el asalto Trujillo. Fotrografia cortesia de Asunción Ruiz Moreno

  Lam 1. Los cristianos planean el asalto a Trujillo.

Fot. Cortesía de Asunción Ruiz Moreno.

Razón por la cual, no sería aventurado pensar que la plaza de Trujillo se convirtiera en uno de los objetivos vitales para la ofensiva cristiana tanto de los castellanos, por haber sido territorio suyo; como de los leoneses, que también la consideraban en su zona de expansión, prueba de ello es la donación que Alfonso IX de León realizó a la Orden de Santiago en mayo de 1229, en la que se obligaba a entregar a la susodicha Orden los castillos de Trujillo, Santa Cruz, Montánchez y Medellín cuando consiguiera conquistarlos a los musulmanes (GONZÁLEZ, 1944: 205). Motivo que implicaría un aumento de las defensas de esta plaza con los elementos fortificados añadidos. (albarranas, aljibes en la alcazaba, etc.) Esta opinión entraría dentro de los razonamientos de los trabajos de Torres y Balbás, para quien las torres albarranas más antiguas serían de época almohade, mientras que presentaría discrepancias con los pareceres de Lafuente y Zozaya, quienes, basándose en criterios arquitectónicos, fechan la torres albarranas de Trujillo de finales del siglo IX.

El resto de las defensas que podemos encontrar actualmente en el recinto de la alcazaba, son de época muy posterior: el Baluarte que presenta en el lado oeste, entre una de las torres albarranas de la alcazaba y la puerta principal del albacar pudiera ser del siglo XVI (VELO y NIETO.1968: 599). Así como una pequeña barrera o antemural que defendían: el lienzo oeste del albacar, el lienzo este de la alcazaba, y parte del albacar, que presentan aspilleras de palo y orbe para el uso de armas de fuego.

 

3.- Medios técnicos de expugnación que se pudieron emplear en la toma de Trujillo

 

Evaluados los elementos defensivos que pudieran encontrarse en pie, en el momento del cerco de 1233, pasemos a estudiar los métodos técnicos de expugnación que pudieron utilizar los cristianos para tomar la villa.

No se conoce que se emplearan maquinas de expugnacion en la conquista de Trujillo, los cronistas son parcos en darnos información sobre la misma. No se nombra ningún tipo de “machinis validas”, y posiblemente no debieron utilizarse en gran número o su eficacia fue simplemente de apoyo.

Aunque el pensamiento popular y las películas de Hollywood han mostrado, de manera un tanto espectacular, el poder de las ingenios bélicos utilizados en los asaltos, como los arietes, torres de asalto y trabuquetes (catapultas de contrapeso), a la hora de la verdad, tales maquinas tenían una eficacia bastante limitada, y mas bien trataban de superar o compensar la inferioridad que sentían los atacantes frente a las murallas de los defensores. Estos paramentos no solo ofrecían protección a los cercados, sino que también les presentaba un control en altura sobre el acercamiento de los asediantes, y sobre todo un efecto psicológico muy importante frente a los atacantes. Por ello, la mayoría de las máquinas empleadas buscaban a minimizar esa ventaja, de ahí que los diseños de las distintos “ingenios” permitiera vencer alguna de estas dificultades (GARCÍA FITZ, 2005: 225)

Los tratadistas medievales aconsejaban el uso y la preparación de ingenios de guerra, y en algunos casos, hasta contemplaban la posibilidad de conmutar la pena de muerte a un condenado, si estando el rey en un asedio que se esperaba largo y costoso, el reo pudiese aportar un ingenio o una maestría que permitiese tomar aquel lugar, pero no dejaban de ser conscientes de que su uso era escaso y solo efectivo cuando se trataba de atacar castillos y villas pequeñas, en las que su utilización, si permitía derribar muros y torres, y aun casas y matar hombres, pero no en villas grandes. En estos casos las máquinas de asedio podían contribuir a su conquista, provocando un desasosiego y miedo a los cercados, de manera que el terror les podía llevar a entregar la población sin tener que iniciar un asalto a la misma, pero sus efectos eran mas morales que reales, y no se podía tomar ninguna fortaleza, ni siquiera las menores, a no ser que los atacantes fueran muchos y mejores que los defensores (GARCÍA FITZ, 1998: 234).

Imagen 2. Los cristianos se ponen bajo la protección de la Virgen. Fotografia cortesia de Asunción Ruiz Moreno

  Lám 2. Los cristianos se ponen bajo la protección de la Virgen.

Fot. Cortesía de Asunción Ruiz Moreno.

El primer paso era aproximarse a las murallas. Los sarzos, gatas y viñas, eran grandes casetones de madera, cubiertos con pieles para intentar ralentizar su incendio, y que permitían el acercamiento de los asaltantes a los pies de las murallas, a salvo de los proyectiles lanzados contra ellos por los defensores, con el fin de realizar una mina o trabajos de socavación que les permitieran derribar las murallas, o proteger un ariete (GARCÍA FITZ, 2005: 224). Máquinas que son mencionadas frecuentemente en la Primera Crónica General de España, en el ataque a Lora, Alcalá del Río y Sevilla, en 1247, por las fuerzas de Fernando III (SÁEZ ABAD, 2007: 219). Las fuerzas cristianas pudieron emplear gatas en el asedio a Trujillo, pero mas bien como medio de acercamiento para cubrir a un número de arqueros o acercar a algunos guerreros a los pies de la muralla con el fin de situar escalas con las que penetrar en el recinto fortificado, dado que la cimentación sobre roca de la mayoría de las torres y del perímetro amurallado, hace inviable, o de una enorme laboriosidad la realización de cualquier minado.

Una vez que los asaltantes hubieran llegado a las cercanías el muro, y excluida la opción de minado, se planteaban dos opciones para superarlo: acceder al camino de ronda de las murallas y/o torres mediante torres de asalto o escalas, o derribar los muros o puertas, para entrar en el interior de la fortaleza (GARCÍA FITZ, 2005: 225). Las escalas podían fabricarse de madera o de cuerda y se colocaban directamente sobre la muralla para acceder a la misma, era un operación muy peligrosa, y que se llevaba un alto coste en vidas de los atacantes, porque salvo que si hiciera de forma encubierta, los asaltantes eran un blanco fácil para los defensores, por ello solamente solían realizarse en un ataque generalizado para dificultar el presentarse como diana de los arqueros y ballesteros enemigos, o a la sombra de una torre de asalto, que se situase próxima a la muralla y permitiese colocar en su parte superior una serie de tiradores de apoyo que limpiaran las murallas de defensores con sus saetas y virotes (SÁEZ ABAD, 2007: 122).

El empleo de torres de asedio está documentado desde el siglo IX a.C, Para Sáez Abad, su utilización venia a consecuencia de haber fracasado previamente las escalas, porque su coste era muy elevado, el modelo mas simple era una plataforma con tejado y parapeto que guarnecía a los hombres situados en ella, su construcción en madera, obligaba a que en muchos casos no pudieran ser construidas en las cercanías de la población sitiada, por carecer del arbolado necesario, y tuviese que venir desmontadas con las tropas atacantes, o por lo menos las partes fundamentales, acudiendo a la improvisación con el resto. En el asedio de Jerusalén se emplearon las maderas de las construcciones cercanas, y en el de Tiro, desmontaron algunos barcos para utilizarlos en la construcción de una torre de asedio. En ocasiones se colocaba en sus pisos inferiores un ariete basculante para batir las murallas a resguardo de los arqueros y ballesteros contrarios. Estas máquinas se empujaban hasta los muros con la fuerza muscular de sus ocupantes, y si tenían una altura similar a la muralla, al llegar a la misma, se bajaba un portón levadizo que permitía a los hombres que estaban en su interior acceder directamente al camino de ronda de las murallas y entrar en el cuerpo a cuerpo con los defensores. El inconveniente mas serio que presentaba la utilización de este ingenio, es que no había efecto sorpresa, antes de acercarlo a los muros, había que realizar un allanamiento previo del terreno y cegar los fosos que hubiera, a lo que seguía un empuje lento de la estructura hacia su objetivo, lo que permitía que lo asediados tuvieran tiempo para reforzar con las fuerzas necesarias el lugar del lienzo de muralla al que se dirigía la torre de asalto (SÁEZ ABAD, 2007: 126). Sabemos de la utilización de torres de asedio por Alfonso VII en el asalto a Coria (1142) y en Almería (1147) (SÁEZ ABAD, 2007: 220). Desconocemos si en Trujillo se emplearon alguna torre de asedio, pero dada la orografía tan accidentada del terreno, posiblemente las escalas fueron los medios mas utilizados para intentar rebasar las murallas.

El profesor García Fitz nos señala que, una vez que los asediantes habían logrado acercarse a la muralla, podían intentar destruirla sin tener que exponerse a un asalto. Los dos medios principales podían ser o bien los airetes o bien las máquinas de lanzamiento como los trabuquetes. Los arietes solían utilizarse contra la parte más débil de la muralla, esto es las puertas. Estos ingenios básicamente consistían en una viga de madera con una cabeza endurecida, o de metal, manejada por un grupo de hombres, normalmente bajo la estructura de algún tipo de gata o viña que protegía su acercamiento, y cuyo movimiento oscilante, permitía golpear con fuerza sobre la superficie de madera de la puerta hasta derribarla. A pesar de conocer de su existencia y de poder haber sido utilizada en numerosos sitios, las menciones directas a los arietes en los enfrentamientos entre castellano-leonés y musulmanes no es frecuente, García Fitz puntualiza que en pocas ocasiones aparecen citados expresamente, casos contados como en el asedio almorávide de Toledo en 1109, en manos de los norteafricanos; y en el de Alcaraz en 1213 utilizados por los castellanos (GARCÍA FITZ, 2005: 233).

En cuanto a las maquinas de lanzamiento, señalar que existían varios modelos, en función de su tipo de tiro, de su fuerza impulsora, tamaño, etc. Lo que hace una tarea difícil el poder identificar de que tipo fueron las utilizadas en los cercos que se dieron durante el periodo de la reconquista, pues había varios nombres para designar a la misma máquina, incluso maquinas distintas se designaban con la palabra genérica de “un engenno” o “machinas”(GARCÍA FITZ, 2005: 240).   Entre ellas destacaremos el trabuquete, que es la denominación que recibía en los reinos castellano y leonés el trabuco de contrapeso.

Siguiendo a Fernández Mateos, en su estudio sobre los ingenios de guerra, sabemos que desde muy antiguo existieron máquinas de acción parabólica que recibieron diferentes nombres y diseños en función del lugar de utilización y del momento en que se emplearon, así conocemos las denominaciones de: fundíbalo, trabuco, mangaña, almajaneque, o brígola, por citar solo algunas.

Según los estudios de Rubén Sáez, El trabuco es un ingenio derivado del hou-palo chino. La “honda con bastón” ya era conocida en tiempo de los romanos, pero fueron los chinos los primeros en dotarla de una base fija. Estas piezas de tracción humana que recibieron, entre otros, el nombre de mangonel llegaron a Europa a través de los árabes. Las fuerzas cristianas no tardaron en copiar el uso de estos ingenios de los que tanto daño habían sufrido en su enfrentamiento contra los musulmanes. Durante el siglo XII y XIII, las guarniciones de las ciudades hispanas, podrían haber contado con cuerpos de honderos que pudieron haber utilizado este arma, aunque aquí recibirían el nombre del “almajeneques”. Las formas más comúnmente utilizadas de mangonel precisaban del esfuerzo de varios hombres, (20 a 100). En la actualidad se han reconstruido algunos mangonel que pueden disparar proyectiles de 50 kg a 100 m de distancia (SÁEZ ABAD, 2007: 97).

Imagen 3. Los cristianos entran por el arco del triunfo. Fotografia cortesia de Asucnión Ruiz Moreno

   Lám 3. Los cristianos entran por el Arco del Triunfo.

Fot. Cortesía de Asunción Ruiz Moreno.

Una de las primeras ocasiones en el que se tiene constancia, documentalmente, del uso de magonel, fue en el asedio de Lisboa en 1147. Junto a las tropas del rey Alfonso I de Portugal, lucharon contingentes de cruzados holandeses, alemanes, ingleses y normandos que se dirigía a Tierra Santa en lo que se conoció como la Segunda Cruzada. Los anglonormandos construyeron dos ingenios con los que llegaron a disparar 5000 piedras en 10 horas, pero a pesar de ello, las murallas no sufrieron graves daños, lo que permite suponer que estos ingenios debieron ser de tracción y los proyectiles no debieron ser de grandes dimensiones. (SÁEZ ABAD, 2007: 164)

La evolución del trabuco de tracción llegó de la mano del trabuco de contrapeso fijo, cuyo uso se generalizó a finales del siglo XII. Este ingenio funcionaba de forma similar al de tracción manual pero sustituía la fuerza de los brazos por un contenedor relleno de materiales pesados. La forma y denominaciones de estos ingenios variaron de gran manera a lo largo del tiempo. Básicamente se trata de un armazón en el que se apoya una palanca, en el brazo corto se cuelga el contrapeso y en el otro extremo se engancha una honda en la que se situará el proyectil a lanzar. (FERNÁNDEZ MATEOS, 1996: 38)

Para la construcción de estas máquinas se necesitaba gran cantidad de madera. Durante la Cruzada de San Luis se capturaron, en Damieta, 24 trabucos de los sarracenos, que una vez desmontados permitieron construir una empalizada con la que se cercó el campamento entero.

Menéndez Pidal, en su investigación sobre los manuscritos de Alfonso X el Sabio, nos indica la constancia de la utilización de estos ingenios por los almorávides en el sitio de Aledo (1087), y por los cristianos en el de Zaragoza (1118), siendo muy habituales en las operaciones militares llevadas a cabo por Fernando III en Andalucía y Jaime I el conquistador en las campañas de Levante.

En el sitio de Ibiza las tropas cristianas construyeron un trabuco, que solo necesitó tirar 10 piedras para que los defensores rindieran la ciudad.

En la guerra contra Escocia, Eduardo I hizo construir un trabuco que recibió el nombre de “Lobo de guerra”, y que se transportó al asedio de Stirling. El rey estaba tan orgulloso del mismo, que no aceptó la rendición de los escoceses antes de haber demostrado su poder disparando el “lobo” contra las murallas de la ciudad (GRAVETT, 1990: 50)

 

4.- La conquista de Trujillo en 1233

 

Aunque la mayoría de los estudiosos que escriben sobre la conquista de Trujillo, no dan información del tiempo que duro el cerco, pensamos que no sería una operación de pocos días, lo normal es que fuera un trabajo que conllevara su tiempo, y que con anterioridad al asedio podían haberse practicado algaradas de saqueo y destrucción por parte de los cristianos para ir debilitando las fuentes de aprovisionamiento y metiendo miedo en el corazón de los musulmanes que ocupaban la villa. Incluso parece ser que se dio un intento previo de conquista por parte de la Orden de Alcántara que no obtuvo la rendición total de la ciudad y que tuvo que retirarse a esperar un nuevo intento. Lo cuenta D. Clodoaldo Naranjo Alonso, en su trabajo «Trujillo, sus hijos y monumentos» basándose en las Crónicas de Torres y Tapia : “En el año de 1227 el maestre de la Orden de Alcántara, don Arias Pérez Gallego quiso acrecentar los méritos de su Orden y puso los ojos en la conquista de Trujillo, consiguiendo apoderarse de la población y que los moros se replegasen al castillo, así transcurrieron dos meses en el asedio, ante la venida de los refuerzos musulmanes de las poblaciones cercanas, la prudencia le aconsejó retirarse” (NARANJO ALONSO. 1983: 72).

Imagen 4. Los cristianos conquistan la ciudad. Fotrografia cortesía de Asunción Ruiz Moreno

  Lám 4. Los cristianos conquistan la ciudad.

Fot. Cortesía de Asunción Ruiz Moreno.

La expugnación de la villa y la fortaleza de Trujillo ya no podía realizarse “a furto”, por sorpresa, como la realizada por el aventurero portugués Gerardo Sempavor entre 1165 y 1169 junto con las plazas de Evora, Montánchez, Cáceres, Serpa, Jurumella, Santa cruz y Monfragüe por citar algunas de ellas (GARCIA FITZ, 1998: 218). Tiempo en el cual, seguramente Trujillo no pasaría de ser una pequeña población con escasas defensa y una guarnición reducida, en opinión del profesor García Fitz (GARCIA FITZ, 1998: 220). Tras su cesión a la familia de los Castro y su posterior paso a la milicia de los freires de Truxillo, la villa cayó en poder de los almohades, que aprovechando la victoria del año anterior en Alarcos, realizaron en 1196 una ofensiva sobre el frente occidental del reino castellano, arrasándolo y tomando Montánchez, Trujillo y Plasencia. Durante el tiempo que los almohades permanecieron dueños de esta plaza seguramente se realizarían importantes mejoras en su defensa, lo que conllevaría la necesidad de una mayor fuerza de asalto para su conquista. Mejoras a las que habría que sumar el valor de sus defensores que por aquellas fechas, y tras la caída de Cáceres, Montánchez, Mérida, Badajoz, Évora, Andujar, Baeza… convertía a Trujillo en el bastión más septentrional andalusí frente a los reinos de Castilla y León. Y en el que se habrían agrupado los guerreros más duros de que disponía el Andalus por aquellos tiempos, de una forma similar a los calatravos establecidos en Salvatierra que causaban grave quebranto en el territorio musulmán. Soldados musulmanes de Trujillo a los que bien podríamos asignar las mismas cualidades que el geógrafo musulmán el Idrisi, escribiera de los habitantes de esta medina unos cincuenta años antes: “sus habitantes, tanto jinetes como infantes, tenían la fama de ser unos excelentes especialistas en la guerra de guerrillas, efectuando frecuentes correrías contra el territorio cristiano”. Lo que implicaría que son gente acostumbrada a los rigores de la guerra y que no temían enfrentarse a los cristianos. De ahí que aunque los caballeros de Alcántara y sus fuerzas pudieron entrar de alguna manera en la medina, no se verían con fuerzas suficientes para doblegar a la guarnición de la ciudad que se habría refugiado en la alcazaba, con la mayor parte de la población resguardada en el albacar de la misma. El suceso relatado por Naranjo Alonso no es una excepción, es frecuente ver que después de poner cerco a una población e incluso habiendo entrado en alguna parte de la misma, los atacantes deben retirarse. Tenemos el caso del intento en 1138 de Alfonso VII de tomar Coria. El profesor García Fitz explica como después de comenzar con una cabalgada destructiva y una emboscada que tendieron a los musulmanes de la villa, el rey instaló su campamento en las inmediaciones de la fortaleza, y construyeron torres de asedio y otros ingenios con los que iniciaron el asalto a la población, pero pese a las fuerzas empleadas tuvieron que retirarse sin conseguir rendir la ciudad (GARCIA FITZ, 1998: 230). Caso similar fue lo acontecido en Cáceres, Alfonso IX de León, intentó su conquista en varias ocasiones, antes de conseguir su rendición. En noviembre de 1218 el rey leonés Alfonso IX cercó Cáceres durante mes y medio, y cuentan los anales Toledanos que aunque la ciudad no pudo ser tomada, devastaron a fuego e hierro todo el campo, árboles, viñas, sembrados y cuanto había en los alrededores de la ciudad (GONZALEZ, 1944: 190). En la primavera de 1222 volvió a intentarlo, esta vez los leoneses atacaron con máquinas y derribaron algunos lienzos de muralla y ciertas torres lo que les permitió entrar en la ciudad, pero cuando estaban a punto de adueñarse de la misma, los Anales Toledanos cuentan que se presentaron unos diplomáticos al rey leonés y le ofrecieron grandes promesas de dinero si levantaban el cerco, los cristianos debían haber tenido muchas bajas en el asalto, y aunque estaban dentro de la ciudad, no las debían tener todas consigo, cuando el rey acepto la oferta y se retiró sin tomar la ciudad (GONZALEZ, 1944: 197). En 1223, 1225 y 1227 los leoneses volvieron sobre Cáceres, sin ningún resultado positivo, no siendo tomada hasta 1229 (ORTI BELMONTE, 1944: 128).

Del mismo modo durante el reinado de Fernando III, el impulso conquistador fue uno de los mas exitosos en conquista de territorio al vecino musulmán, pero tuvo que asumir frecuentes fracasos en el asedio de puntos fortificados importantes. En 1225 el rey castellano realizó el primer intento par conquistar Jaén, devastó sus huertas, viñas, sembrados y alrededores, y puso sitio a la población durante varios dias , pero tuvo que levantar el asedio ante la imposibilidad de obtener el éxito en esta empresa. En 1230 lo volvió a intentar, atacando sus muros durante tres meses, pero a pesar de contar en esta ocasión con maquinas de asedio, que tiraban muchas piedras, llamadas trabuquetes por la Crónica de la población de Ávila, volvió a retirarse (GARCÍA FITZ, 1998: 231). El siguiente intento, no fue hasta 1246 en el que, de nuevo, el rey castellano volvió a intentar el asalto a Jaén, lanzando entre tanto razzias esporádicas con el fin de asolar el territorio con vistas a preparar el asalto definitivo En esta ocasión la ciudad después de un sitio de varios meses pidió la rendición (SÁEZ ABAD, 2007: 173).

Aunque no volvemos a tener ninguna noticia sobre los ataques al territorio de Trujillo, es de suponer que las algaradas de devastación se seguirían produciendo. De hecho si tenemos noticias de dos correría de saqueo que se realizaron, una en 1211 por las fuerzas castellanas del infante don Fernando, hijo del rey Alfonso VIII, según relatan los anales toledanos (LOZANO RUBIO, 1970: 113). Y sobre 1220 por parte de tropas leonesas en territorio de Trujillo, de mano de don Sancho Fernández, hermano del rey Alfonso IX. Esta expedición entro y ocupó el castillo yermo de Cañamero, desde donde comenzó a atacar a los musulmanes, pero fue por poco tiempo, porque dicho personaje acabo sus dias en un encuentro mortal, con un oso de la zona (GONZÁLEZ, 1944: 195).

Los principales autores que han abordado el tema de la reconquista de Trujillo, afirman que la población cayo después de un corto sitio, y un asalto “por fuerza” en enero de 1233. Clodoaldo Alonso, lo expresa diciendo que el maestre de Alcántara se dispuso a la conquista de Trujillo en diciembre de 1231, y que la ciudad se tomó en enero de 1232 (NARANJO ALONSO, 1983: 78). Obviamos el problema de las fechas, al saber que el señor Naranjo se apoya en los Anales Toledanos, que dan por valida la fecha de 1232 para la toma de la ciudad. Pero a nuestro entender, nos inclinamos mas por pensar que la conquista de Trujillo debió ocurrir de una manera similar a los ejemplos anteriormente comentados, como Cáceres o Jaén, y que no fue una operación de asedio que durara apenas unos semanas, si no, que fuera precedida de una campaña de destrucción previa para intentar disminuir la resistencia de los defensores de la población, cuando el asedio se hiciera efectivo. Y que éste conllevaría un tiempo, de esta opinión es D. Gonzalo Martínez Díez, en su estudio, “La cruz y la espada. Vida cotidiana de las Órdenes Militares españolas”, quien comenta que: “una hueste formada exclusivamente por caballeros de las Órdenes militares y algún vasallo del Obispo de Plasencia marchó sobre Trujillo y puso cerco a la plaza en los meses de verano, se defendieron con denuedo durante más de medio año, pero a no recibir ningún auxilio externo se vieron obligados a capitular y entregar la ciudad el 25 de enero de 1233” (MARTÍNEZ DÍEZ. 2002: 94)

Naranjo Alonso sigue narrando que tras varios asaltos fallidos por parte de los cristianos al intentar atacar la ciudad por varios puntos de la misma, el Obispo de Plasencia, aconsejó el asalto por un solo punto, la parte mas alejada de la alcazaba, que hoy lleva el nombre del “Arco o Puerta del Triunfo”. Según el citado autor, en los momentos del combate el obispo se puso en oración y encomendó el triunfo de las tropas cristianas a la “Divina Madre”, invocando su protección para sus hijos, la leyenda dice que en ese momento apareció un resplandor sobre la muralla y que esto dio nuevas fuerzas a los cristianos para conseguir superar esta puerta y entrar en la ciudad.

Se apareciese realmente la Virgen o no, es un hecho anecdótico, lo importante es que los combatientes recobraron las fuerzas, posiblemente tras la exhortación del Obispo de Plasencia, de que tenían la protección de “la Señora” y que este estímulo les serviría para dar todo lo que les quedaba.

Es un suceso normal en la batalla que en esos momentos de incertidumbre de la suerte de los combatientes, la moral lo es todo. Durante la primera Cruzada, después de que los cristianos tomaron Antioquia, fueron cercados por las fuerzas musulmanas que venían con retraso para socorrer la ciudad, y los cruzados pasaron de ser sitiadores a sitiados, sus condiciones eran muy duras, pero en un momento dado el encuentro “casual” de una punta de lanza, que atribuyeron a la Santa Lanza que había atravesado el costado de Cristo, les dio tal fortaleza de animo, que salieron el 28 de junio de 1098 a dar la batalla definitiva, fuera del amparo de los muros y atacaron en inferioridad numérica al ejercito turco al que derrotaron (LEHMANN, 1989: 110)

Naranjo opina que además de la intercesión de la Virgen en los corazones de los combatientes cristianos, también se contó con la ayuda de un cristiano valeroso, llamado Fernán Ruiz y que junto a algunos mozárabes de la ciudad logró abrir las puertas a las fuerzas castellanas desde dentro, y permitir el paso a los asaltantes, después el combate se generalizó por todo la medina, parte de la guarnición pudo escapar y sostener la resistencia en la alcazaba, pero al poco tiempo tuvieron que entregarse a discreción (NARANJO ALONSO, 1983: 78).

Otras fuentes, como el “Manuscrito de Tapia”, recogido en las “Crónicas Trujillanas del siglo XVI”, nos dice que Hernán Ruiz de Valverde no era un mozárabe que habitara en la ciudad, sino un caballero que entró de noche en la ciudad, escalando la muralla, y que consiguió abrir las puertas de la villa, y que por esta acción o alguna otra en la que su valentía permitió la entrada de los cristianos en la ciudad, es recordado hasta nuestros días.

Sobre este apunte detalla el profesor García Fitz que dado el enorme peligro que entrañaba la toma al asalto de un punto fuerte para los atacantes, y de una forma mas particular para aquellos que iban dirigiendo dicho asalto, se estableció una serie de incentivos especiales, además de las cuotas que les podía corresponder de botín, premios extraordinarios que son recogidos en las fuentes jurídicas, en las que se premiaba a los que primero entraban en las fortalezas, o sus acciones permitían la toma de las mismas (GARCÍA FITZ, 1998: 240).

Meditando sobre lo narrado, observamos como en la conquista de Trujillo también se dio un acción mixta de un asedio en toda regla y un golpe de mano para hacerse con el control de un acceso, de forma parecida a lo ocurrido en 1236, cuando tropas especializadas en ataques sorpresa, con ayuda de algunos musulmanes descontentos, consiguieron facilitar el asalto a la Ajarquía cordobesa (GARCÍA FITZ, 1998: 220).

Y es que la expugnación a viva fuerza, según los estudios del profesor García Fitz, era posible siempre que hubiera un claro desequilibrio entre las fuerzas enfrentadas, y los atacantes sobrepasaran a los sitiados mediante un ataque masivo. Todo ello contando con el elevado coste en vidas humanas que podía repercutir en las fuerzas asaltantes, aunque ello tenia como ventaja el ahorro de sufrimiento, que siempre implicaba un cerco prolongado y evitar que la fortaleza pudiera recibir refuerzos del exterior (GARCÍA FITZ, 1998: 224).

Loa ataques al asalto, aunque fueron frecuentes en la Península Ibérica del siglo XII y normalmente tuvieron éxito, tanto por parte cristiana (Almería, Lisboa), como por el bando musulmán ( Oreja, Aceca), ya en el siglo XIII, fueron los menos, y en su mayoría tenían por objeto fortalezas de pequeña o mediana entidad como Malagón, Quesada, Priego, Loja. Podemos decir que por norma general, la conquista al asalto en el siglo XIII no fue un suceso habitual, siendo lo normal que la guarniciones capitulasen después de haber calibrado sus posibilidades de resistencia frente a las fuerzas empleadas por los asaltantes y comprobar que no habrían de recibir fuerzas de socorro (GARCÍA FITZ, 1998: 229).

 

5.- A modo de conclusión

 

Apoyándonos en la opinión de los autores consultados y las fuentes de que disponemos sobre la conquista de Trujillo. Podemos concluir que Trujillo en el momento de ser objetivo de las fuerzas castellanas, pudo sufrir durante una temporada algaradas de devastación con el fin de reducir su capacidad de resistencia previa a la acción del cerco. Las tropas castellanas debieron levantar el dispositivo de asedio, probablemente en una fecha cercana al verano de 1232, cuando el apoyo que podría recibir del emir de Murcia, podía ser casi inexistente, dados los graves problemas por los que pasaba Ibn Hud, con las rebeliones de Sevilla, y Arjona, información que seguramente manejasen los cristianos. Los musulmanes de Trujillo, acostumbrados a realizar razzias a territorio cristiano no se achicaron a ver a los castellanos formalizar el sitio de su ciudad, y resistieron con firmeza, pese a los intentos de asalto de las tropas cristianas. Sabemos que Ibn Hud envió fuerzas de socorro para intentar tomar a los asediantes por sorpresa, pero no lo consiguió, por lo que los cristianos debieron forzar el asalto, para evitar verse pillados entre dos fuegos, el de los asediados y los refuerzos. Los cristianos podrían haber efectuado diversos asaltos en distintos puntos del perímetro amurallado de la villa con el fin de despistar la atención de los defensores y obligarles a repartir sus fuerzas por todo el recinto fortificado. En enero de 1233 se planeó una acción sorpresa, mediante la cual una pequeña partida de guerreros, liderados por Fernán Ruiz, fuera desde dentro, o infiltrados desde el exterior, se harían con el control de una de las puertas, la situada mas al occidente, y la mas alejada de la alcazaba, mientras tanto las tropas castellanas se pusieron bajo el amparo de Nuestra Señora La Virgen, a quien invocaría como protectora el Obispo de Plasencia. Dominado el punto de acceso a la ciudad, se procedió al asalto, entrando las tropas cristianas a la ciudad y venciendo toda resistencia dentro de la villa, pero no pudiendo tomar la alcazaba, momento en el que se iniciarían negociaciones, y suponiendo, los defensores, que no podían recibir ayuda, pues desconocían los nuevos intentos del emir de Murcia, de enviar nuevas fuerzas en su socorro, se rindieron el día de la conversión de San Pablo, el 25 de enero de 1233.

 

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