Francisco Vicente Calle Calle.
Una de las razones por las que surgió este trabajo fue la lectura del excelente libro de Bartolomé et Lucile Bennassar, Le voyage en Espagne. Anthologie des voyageurs français et francophones au XVIe au XIXe. siècle[1]. Aunque los autores citan algunos textos sobre nuestra región, los autores señalan que Extremadura es “le parent le plus pauvre de cette littérature de voyage[2]”. A pesar de ser cierta esta afirmación, sobre todo si comparamos los testimonios que los viajeros franceses dejaron sobre nuestra región con los que dedicaron a otras, todavía es posible encontrar un aceptable número de relatos sobre Extremadura.
Nuestra intención es, en este caso, el estudiar la imagen de Trujillo y de algunas tierras vecinas en estos relatos de viaje, completando de alguna manera los estudios que sobre otras comarcas y ciudades de Extremadura hemos hecho en otros foros[3].
He aquí para empezar unas breves notas biográficas sobre estos viajeros:
Anónimo 1700
“Del anónimo de este viaje no hay más referencias que las que nos da en su advertencia el librero de Amsterdam Jorge Gallet, que lo publicó en 1700.
Aunque la expedición se celebró algunos años antes, su publicación no se hizo hasta esa fecha; (…). El autor de este relato estuvo en España y en Portugal, y, con posterioridad, en Alemania, en Francia y en otras partes[4]”.
Étienne de SILHOUETTE (1709-1767)
Hijo de un recaudador de impuestos de Limoges, nació en esta ciudad en 1709. Desde muy joven visitó además de Francia, Inglaterra, Italia, España y Portugal. Fue consejero del Parlamento de Metz y controlador general de Finanzas en 1757, gracias al apoyo de Mme de Pompadour. Murió en Brie-sur-Marne en 1767.
Su Relation d’un voyage de Paris en Italie, Espagne et Portugal, du 22 avril 1729 au 6 février 1730, fue publicada en 1770[5].
Alfred JOUVIN.
Pocos datos biográficos tenemos de este sacerdote que nació en la ciudad francesa de Roquefort. En 1762 publicó, en París, y en 8 tomos la obra Le voyageur d’Europe, cuyo segundo volumen está dedicado íntegramente a España y Portugal[6].
Alexandre LABORDE, (1774-1842).
Hijo del rico banquero de Bayonne, el marqués Jean-Joseph de Laborde, de origen español, viajó muy pronto a España y, a los veinticinco años, acompañó, en noviembre de 1800, a Lucien Bonaparte, embajador del Primer cónsul ante Carlos IV, en calidad de agregado. También visitó Austria, Holanda e Italia. Apasionado pedagogo, viajó a Inglaterra en 1814 para estudiar la enseñanza mutual y el método Lancaster que intentó propagar en Francia. Liberal, fue elegido diputado varias veces (1822-1827, 1830-1841) y fue también prefecto del Sena con Louis-Philippe.
Si hoy día sigue siendo conocido, es gracia a su obra de arqueólogo en Francia (Les Monuments français classés chronologiquement, 1816-1826) y más todavía en España. Cuando acompañó a Lucien Bonaparte, él mismo se hizo seguir por un grupo de dibujantes con los que recorrió la mayor parte del país (excepción hecha de las provincias del Noroeste). Como también era artista, dibujó y midió los monumentos árabes y cristianos de la Edad Media y los del Renacimiento, y dio así una suma monumental de España que sigue siendo importante porque mucho de aquellos monumentos han desaparecido. Se trata del Voyage pittoresque et artistique de l’Espagne, en cuatro grandes in-folio, publicado de 1806 a 1820. También intentó escribir un Itinerario descriptivo de España (1808), que quedó inacabado, aunque sí redactó el capitulo dedicado a Extremadura[7].
Jean-Charles DAVILLIER (barón de) (1823-1883).
Experto en cerámica y alfarería, coleccionista de loza hispano-morisca, amigo de los pintores Mariano Fortuny y Raimundo de Madrazo, y enamorado de España. Viajó en numerosas ocasiones a nuestro país. En 1862 emprendió un largo viaje, acompañado por Gustave Doré, que dio como resultado una serie de artículos que fueron apareciendo en la revista Le tour du monde de 1862 a 1873, y que fueron publicados en un solo volumen en 1874 bajo el título de L’Espagne[8].
Eugène DEMOLDER, (1862-1919)
Escritor belga de expresión francesa fue abogado, juez, crítico de arte y novelista. En 1904 visitó España, dejando testimonio de su recorrido por nuestro país en un relato de viajo titulado L’Espagne en auto (1904[9]).
Además de estos autores, citaremos otros viajeros coetáneos para completar o matizar algunas de sus informaciones.
Tras haber conocido un poco más a nuestros guías, veamos qué dicen en sus escritos de nuestra ciudad y de sus tierras aledañas.
Trujillo es una de las principales ciudades de Extremadura, tal y como podemos apreciar en esta enumeración hecha por un viajero anónimo del siglo XVII:
“La Extremadura de Castilla puede tener sesenta leguas de larga sobre cuarenta de ancha. Tiene al norte León y Castilla la Vieja; al levante, Castilla la Nueva; al sur, Andalucía, y al poniente, Portugal.
(…)
Las principales ciudades son: Badajoz, capital de esa provincia; Mérida, Trujillo, Alcántara, Alburquerque, Jerez y Llerena; estas ciudades no tienen nada de notable, de no ser que la mayor parte fueron construidas para los soldados romanos por las legiones en recompensa de sus servicios[10]”.
Algo parecido hace Alexandre de Laborde en su introducción a lo que el denomina “la provincia de Extremadura”:
“Extremadura es una de las grandes provincias de España. (…) Su longitud es dé 50 leguas de N. á S., y su latitud de 40 de E. á O. Tiene al reyno de León al N. á Castilla la Nueva al E. al reyno de Sevilla al S. y á Portugal al O.
Comprehende 3 obispados, que son: Badajoz, Plasencia, y Coria, (…). Las principales poblaciones son, Badajoz, que es la capital, Plasencia, Coria, Mérida, Medellin, Truxillo, Xeréz de los Caballeros, Llerena, Alburquerque, Alcántara, Zafra, Cáceres, Olivenza, y otras[11]”.
La situación señera que ocupa Trujillo en Extremadura se debe, además de a ciertos factores históricos, a su situación geográfica ya que se encuentra estratégicamente situada en un cruce de caminos. Si observamos este mapa del obispado de Plasencia del año 1797 levantado por el geógrafo D. Tomás López podemos ver cómo de Trujillo salen numerosos caminos, 7 en concreto (Fig. 1)
De estos siete caminos que aparecen en el mapa sólo tres son los utilizados por nuestros autores para venir hasta Trujillo: el camino que unía Trujillo y Plasencia, el que llevaba de Trujillo a Guadalupe y el camino Real de Madrid a Lisboa, el más importante y, por ello, el más transitado.
Los dos primeros caminos los utilizó Alfred Jouvin que venía de Plasencia y se dirigía a Guadalupe. He aquí su descripción de los mismos, a partir de las tierras más cercanas a Trujillo:
“Después de haber pasado el río a la salida de Plasencia, encontramos un país desierto lleno de montañas y de multitud de arenales (…) puesto que durante cinco largas leguas no (se encuentra) nada más que el puente de Almaraz[12], donde hay dos o tres casas, pero en las que entonces no había nadie.
No he visto puente mejor construido que éste que se encuentra sobre el río Tajo, entre dos rocas, de las que está fabricado. No sé si le dan otro nombre que el de Almaraz, porque no lo encuentro en ningún mapa, desde donde subimos y hallamos algunos pastores al borde de una fuente, que tenía por taza un trozo de corcho, de la que nos servimos para acabar de beber lo que había en nuestra bota. A continuación subimos por bosques, desde donde bajamos a Las Corchoelas, pueblo y castillo, donde comimos (…) Continuamos nuestro viaje a la salida de ese pueblo de Las Corchoelas por bosques hasta el pueblo de Torrejón, y después pasamos un río que corre por una gran pradera rodeada por ese mismo bosque, para ir a Aldea del Obispo (…) (también) tuvimos que pasar un río próximo a Trujillo. (…) (En este lugar) Era donde debíamos tomar el camino de Santa María de Guadalupe por lo más corto; pero allí hubiésemos hallado muchas montañas que atravesar, que evitamos bajando desde Trujillo al puente, para pasar a continuación un llano de tres leguas largas hasta Santa Cruz, pueblo al pie de una montaña que es la última de la sierra de Guadalupe, donde se encuentra Santa María de Guadalupe, que teníamos a mano izquierda, donde pasamos por Alcollarín, y costeando el pie de esas montañas, nos encontramos en Zorita, después Logrosán,(…)[13]”.
El otro camino utilizado para llegar a Trujillo es, como ya señalamos, el muy transitado Camino Real de Madrid a Lisboa. He aquí las leguas que había según Alexandre de Laborde entre Almaraz y Miajadas, seguidas de la descripción de los accidentes, lugares y monumentos más importantes del Camino: (Figs. 2 y 3)
Almaráz, villa. | 1 |
Rio Tajo. | |
Puente de Almaráz. | 3/4 |
Venta nueva. | 1 |
Casas del Puerto. | 1 |
Jaraycejo, villa. | |
Rio Almonte, puente. | 2 |
Puerto de Miravete, algunas casas. | 1 1/2 |
TRUXILLO, ciudad. | 2 |
Puerto de Santa Cruz. | 3 |
Una rambla sin puente | |
Miajadas, villa. | |
Rio Burdaló, puente. | 3 |
Al cabo de hora y media se entra en Almaráz, pequeña villa, cuya población apenas llega á 1000 habitantes, y tiene una iglesia parroquial, cuya portada adornan 4 columnas dóricas. A tres quartos de legua de esta villa se pasa el Tajo por el famoso puente de Álmaráz construido en la época mas brillante de la monarquía española, siendo por su belleza y solidez comparable con las mejores obras de los romanos. (…). Á un lado se ven las armas de la ciudad de Plasencia, al otro las del rey, y mas abaxo una inscripción[14].
Á una legua del puente de Almaráz se encuentra la Venta Nueva[15], y á igual distancia las casas del puerto[16]: atravesadas las montañas al cabo de dos leguas se llega á Jaraycejo, villa que apenas cuenta hoy 9000 habitantes, y que tiene una iglesia parroquial, y un convento de religiosas, siendo la residencia de un vicario general del obispo de Plasencia.
Al salir de esta villa se pasa el rio de Álamonte, por un puente de 9 arcos[17], internándose después el camino por unas montañas escabrosas que son la continuación de las famosas de Guadalupe. Al cabo de dos horas se llega al Puerto de Miravete, paso arriesgado, y expuesto antiguamente á latrocinios[18]. Se va baxando en seguida, y después de dos leguas se halla á Trujillo. (…)
Dexando á Truxillo se pasan 3 leguas de montañas, y en ellas el Puerto de Santa Cruz; luego se atraviesa la rambla de Perales, por lo común sin agua, pero arriesgada en tiempo de lluvias, tres horas después del Puerto de Santa Cruz, y se llega á Miajadas, villa pobre, atravesando por un puente el rio Burdalo. (…)[19]”.
Jean-Charles Davillier también llega a Trujillo procedente de Madrid. Lo mismo que a Laborde, le impresiona el Puerto de Miravete:
El puerto de Miravete, adonde después fuimos a parar, es un desfiladero que tuvo antaño muy mala fama y siempre se pasaba con miedo. Desde este elevado punto, muy favorable en efecto, a las expediciones de los bandoleros, empezamos a formarnos una idea de los despoblados o dehesas de Extremadura, inmensa extensión de llanuras que se pierden de vista sin que aparezca, leguas y leguas, el más pequeño pueblo en el horizonte.
A unas quince leguas alzábase a nuestra izquierda, la agreste Sierra de Guadalupe, famosa por su monasterio de monjes Jerónimos, (…)[20]”.
A continuación señala:
“Nos acercábamos a Trujillo. Antes de llegar a él pudimos comprobar la exactitud de este refrán español:
Por doquiera que a Trujillo entrares
Andarás una legua de berrocales”.
Estos berrocales también los ve el belga Eugène Demolder, aunque el venga desde el sur y en automóvil por la carretera de Extremadura, futura Nacional V[21].
Un pueblo sucio, de mal aspecto: Miajadas. (…) Después, el llano se hace cada vez más pedregoso. Se diría que un volcán ha escupido escorias sobre el país. Montes de rocas cierran el horizonte, parecen aullar contra el cielo. La tierra es gris, azufrada. Pasamos por aldeas rupestres, donde gentes semisalvajes salen de cabañas de negros adobes. El sol desciende lentamente, ilumina trágicamente esa provincia desolada, llena de rencor, árida, y cuyos raros habitantes parecen ellos mismos más duros que su región. Como se hace tarde, nos decidimos a detenernos en Trujillo (…)
Tras pernoctar en Trujillo, sigue su camino hacia Madrid:
Abandonando Trujillo al día siguiente por la mañana, íbamos hacia Navalmoral de la Mata. Un cielo azul pálido, bonito. Al principio la carretera está bien, pero pronto la hallamos llena de piedras, y los camineros, avisados, han puesto en los bordes grandes piedras que nos obligan a seguir por las ingratas rodadas y a tener que machacar la grava. ¡Qué martirio para los neumáticos! Se ven entregados a un despellejamiento vivo, que se diría inventado por el Santo Oficio.
Después de haber pasado Almonte, alcanzamos las montañas: la sierra de Guadalupe que se trata de cruzar. Una muralla inmensa. La atacamos por circuitos en las laderas de colinas vertiginosas. El auto en su esfuerzo recobra su ronquido de campana grande. Después de muchas vueltas y de bruscos cambios de dirección, ¡las cumbres! Planeamos. (…)[22]”.
Estos viajeros cuyos testimonios acabamos de leer se acercan a nuestra ciudad utilizando medios de locomoción diversos: Alfred Jouvin, llega a Trujillo a lomos de mulas que habían alquilado en Plasencia[23]; Alexandre de Laborde y Jean-Charles Davillier utilizan la diligencia; Eugène Demolder el automóvil. En cuanto a los otros viajeros que mencionan de una manera u otra Trujillo, como son el anónimo de 1700 y Étienne de Silhouette no sabemos con exactitud qué medios utilizaron, aunque, dada la época en que viajaron, debió de ser sobre todo de tracción animal, bien a lomos de mulas, bien a caballo o bien a bordo de algún carruaje como la diligencia señalada por Laborde y Daviller.
La diversidad de medios de locomoción nos sirve de punto de partida para hablar de otro tipo de diversidad como es la de los motivos que movían a estos viajeros a emprender sus viajes.
La variedad de motivos, unida a la propia personalidad de cada viajero, trae consigo la variedad en la manera de expresar el testimonio de la visita. Como vamos a tener ocasión de comprobar a continuación, la visión que cada autor nos da de Trujillo varía claramente de un autor a otro.
Así, vamos a encontrarnos descripciones de la ciudad reducidas a la más mínima expresión como es la que hace el viajero anónimo de 1700:
“Llegaron a Trujillo, que es un ducado perteneciente al rey. La ciudad es pequeña, situada en las montañas”.
Tampoco Alfred Jouvin, más preocupado por ir a Guadalupe y a Medellín para ver si allí el Guadiana se perdía bajo tierra, se extiende demasiado en la descripción de la ciudad:
(…) Trujillo. Si ese pueblo estuviera cerrado por murallas, pasaría en tamaño y belleza a varias ciudades, por la cantidad de gente que hay allí, y de ricos mercaderes que allí se ven en la plaza Mayor, en lo alto de la cual aparece el castillo muy alto y fuerte”.
En cambio, Étienne de Silhouette, Alexandre de Laborde y Jean-Charles Davillier, sí van a darnos descripciones más o menos detalladas de la ciudad. Estos tres autores tiene una característica en común y es el hecho de que todos ellos son viajeros instruidos, aunque con notables diferencias en cuanto su formación y manera de describir la ciudad.
Para hacer la descripción de Trujillo, y de otras ciudades que visitan, los tres parten de un esquema compositivo más o menos fijo. Según Miguel Ángel Pérez Priego“(…) ese esquema, a nuestra manera de ver, procede de la antigua tradición retórica y es el que catalogan algunos textos, como los Excerpta rhetorica del siglo IV, en el apartado de laudibus urbium. Sustancialmente, conforme allí se recomienda, la descripción debe atender a los siguientes aspectos:
- a la antigüedad y fundadores de la ciudad (urbium laudem primum conditoris dignitas ornat),
- a su situación y fortificaciones (de specie moenium locus et situs, qui aut terrenus est aut maritimus et in monte vel in plano),
- a la fecundidad de sus campos y aguas (tertius de fecunditate agrorum, largitate fontium),
- a las costumbres de sus habitantes (moribus incolarum),
- a sus edificios y monumentos (tum de his ornamentis, quae postea accesserint),
- a sus hombres famosos (si ea civitas habuerit plurimos nobiles viros, quorum gloria lucem praebeat universis);
para todo ello, en fin, se encarece el uso de la comparación, como era propio de todo el género epideíctico (in his quoque faciemus breviter comparationem[24])”.
El primero de los viajeros que usa este esquema, aunque de manera muy simplificada es Étienne de Silhouette ya que de los seis puntos del esquema de losExcerpta rhetorica sólo emplea 4:
2. su situación y fortificaciones.
“Trujillo está situada en las montañas en la falda de una colina”
1. la antigüedad y fundadores de la ciudad.
“se cree que es la antigua Turris Julii, construida por Julio César”
6. sus hombres famosos.
“Es ilustre porque allí nació Francisco Pizarro, que descubrió y conquistó Perú”
5. sus edificios y monumentos.
“y se puede ver el palacio de Pizarro que da a la plaza. Los exteriores están adornados, pero con un gusto gótico. Se ven también las ruinas de un viejo castillo construido por los moros[25]”.
Alexandre de Laborde, mucho más meticuloso en su Itineraire descriptif, vuelve a basar su descripción en el mismo esquema aunque mucho más desarrollado:
1. la antigüedad y fundadores de la ciudad.
“TRUXILLO, ciudad antigua, conocida según unos antes de la fundación de Roma, por Scalabis, y según otros es la Castra Julia de Plinio, y últimamente la Tur Gellum del arzobispo Don Rodrigo. Fue memorable en tiempo de los moros, en donde permanecieron 520 años hasta que fue reconquistada en 1233 por las tropas de las órdenes militares, y el obispo de Plasencia”.
2. su situación y fortificaciones.
“Situación. Está situada sobre una montaña, ocupando sus alturas y los lados del mediodía. Puede dividirse en tres partes: el castillo, la ciudad antigua, y la nueva. El castillo que está en la parte mas elevada, era en otro tiempo muy fuerte, y provisto de muchas cisternas, de las quales existen algunas, con un depósito de agua manantial, adonde se baxa por una escalera espiral. La segunda parte es la ciudad antigua, pero de construcción posterior al castillo, y está circuida de murallas, guarnecida de torres muy altas, y de una plaza de armas. Sus casas tienen torres, cerbatanas; almenas, troneras y saeteras y están adornadas del blasón de sus dueños. La tercera parte es la ciudad nueva, de una construcción mucho mas moderna, y se extiende hacia el mediodía por la falda de la colina hasta la llanura, siendo sus calles muy regulares”.
5. sus edificios y monumentos
6. sus hombres famosos
“Hay en Truxillo 5 parroquias, 4 conventos de religiosos, 4 de religiosas, un beaterio, 4 hospitales, un corregidor y un alcalde mayor y unos 4000 habitantes.
Tiene una plaza notable por su belleza y regularidad; es quadrada, y está circuida de pórticos, con arcos y columnas de los órdenes toscano, dórico y jónico.
La iglesia parroquial de San Martín, que está en la misma plaza, construida de piedra de sillería, conserva buenas pinturas, una de San Pedro y otra de la Adoración de los Reyes, enviadas desde Roma por el cardenal Gaspar Cervantes de Gueta. La iglesia de San Jayme tiene una bella estatua de este santo apóstol, de Gregorio Hernández. En la de Santa María se encuentra el sepulcro de Diego García de Paredes, hijo de esta ciudad. También es patria de Francisco Pizarro, conquistador del Perú. El hermoso salón de la casa del ayuntamiento, contiene pinturas bastante buenas; entre otras la que representa a Alonso Perez, de Guzman el bueno, en el acto de ver asesinar á su hijo, desde los muros de Tarifa”.
Por último, tenemos la descripción de la ciudad hecha por Jean-Charles Davillier que, como veremos, es el que adapta más libremente el esquema retórico señalado, debido a la influencia que el romanticismo y los relatos de autores que como Prosper Mérimé, Théophile Gautier o Alexandre Dumas habían ejercido en él. Este espíritu romántico hace que se centre más en hablar de las hazañas de personajes como Pizarro y de Diego García de Paredes, que en la descripción de la ciudad propiamente dicha, que para él no es más que “una pequeña ciudad de cuatro a cinco mil almas, que, aparte de sus dos iglesias, no ofrece más que algunas ruinas muy pintorescas, testimonio de su pasado esplendor” y que se puede visitar perfectamente en las dos horas que para allí la diligencia.
La importancia concedida a cada apartado queda reflejada claramente en el número de palabras que lo componen. De las 888 palabras que forman el texto dedicado por Davillier a Trujillo:
unas 151 componen la descripción de la ciudad.
unas 276 son para Pizarro y los conquistadores.
unas 459 se refieren a Diego García de Paredes y sus hazañas.
En la breve descripción de Trujillo sólo se mencionan las casonas palaciegas de Pizarro y de algún que otro hidalgo que siguiendo el ejemplo del Celoso extremeñode Cervantes, volvió rico a su ciudad natal tras haber hecho las Américas. Según Davillier la mayoría de estas casas nobles se encuentran “en la ciudad alta, llamada la Villa, (…) [donde vieron] también una antigua torre que se dice dio nombre a Trujillo (Turris Julia)[26]”. Asimismo cita la visita que hicieron a las iglesias de la Concepción y de Santa María. En la primera de ellas, quizás llevado por su espíritu romántico, sitúa a la tumba de Pizarro, confundiéndola con la de Gómez Sedeño de Solís. Según Davillier: “El conquistador del Perú, revestido de su armadura, está representado de rodillas, en actitud de orante, como conviene a un jefe cuyas crueldades necesitan el perdón celeste[27]”.
No es este ni el único error ni el único juicio de valor que aparece en las referencias que Jean-Charles Davillier hace de Pizarro. Antes había señalado que el conquistador se había embarcado en uno de los navíos de Cristóbal Colón, cuando en verdad, Pizarro se embarcó a principios de 1502 en uno de las naves de Nicolás de Ovando, gobernador de las Indias. Y de las breves líneas que le dedica se colige que a pesar de las aventuras y hazañas increíbles que realizó, su imagen es, más bien, la de un capitán “codicioso, embustero y cruel”.
Este retrato de Pizarro contrasta en cierto modo con el de Diego García de Paredes, un héroe cuyas “hazañas (…) dignas realmente de los tiempos fabulosos sobrepasan con mucho todo lo que se cuenta de los héroes de la mitología”. Por ello es digno de figurar en las Crónicas antiguas como la Crónica del Gran Capitán, impresa en Alcalá de Henares en 1584, o el mismísimo Quijote. Davillier no sólo cita pasajes de estas obras para poner de manifiesto la grandeza del héroe extremeño, sino que también refuerza la leyenda con datos más menos objetivos como son la existencia no lejos de Trujillo un pozo de treinta pies de anchura que, según se dice, franqueó de un solo salto el héroe extremeño y la presencia de media armadura que pertenecía a García de Paredes en la Armeríade Madrid[28].
Tras este breve análisis podemos comprobar que Jean-Charles Davillier sólo utiliza los dos últimos apartados de los seis del esquema clásico, es decir, los referentes a sus edificios y monumentos (5) y a sus hombres famosos (6), siendo notable la diferencia de extensión entre el quinto y el sexto, a favor de este último.
Lejos de estos esquemas clásicos se halla la última de las descripciones de Trujillo que vamos a estudiar, la del belga Eugène Demolder. Este escritor belga de expresión francesa que, como ya señalamos, fue abogado, juez, crítico de arte y novelista, nos ha dejado una descripción de Trujillo digna de figurar en una antología de nuestros mejores escritores de la generación del 98. Como veremos, en ella vuelven a aparecer las iglesias, los palacios, el recuerdo de los tiempos gloriosos de la Conquista, pero, ¡qué diferencia con los textos anteriores! Sólo con leer el título del capítulo y las primeras frases del mismo vemos la distancia que lo separa del texto de Davillier:
“Nuestra diligencia paró allí durante dos horas. Este era el tiempo que necesitábamos para visitar una pequeña ciudad de cuatro a cinco mil almas, que, aparte de sus dos iglesias, no ofrece más que algunas ruinas muy pintorescas, testimonio de su pasado esplendor”. (Davillier)
“XXVI. Trujillo. La plaza, la fuente y la iglesia. La samaritana. Dos señoras goyescas. La ciudad de los conquistadores. Cena en la fonda. Un cómico español.
Como se hace tarde, nos decidimos a detenernos en Trujillo -pequeña localidad encantadora y tranquila-, donde encontramos una fonda familiar y limpia, del mejor aspecto”.
La descripción de Demolder, cargada de poesía, se va desarrollando lentamente articulada en torno al paso del tiempo y la caída de la noche sobre la ciudad. Es la hora del crepúsculo y esa hora invita al paseo tranquilo, que contrasta con el recorrido de sólo dos horas de Davillier o el paso todavía más apresurado de los otros viajeros. Es esa tranquilidad del paseo la que permite captar a un viajero sensible como es Demolder los pequeños detalles de la ciudad como son las campanadas del reloj de una iglesia que da las horas, el chorro de agua de un pilón que solloza, el vuelo y el crotorar de las cigüeñas, el paso por la plaza de una piara de cerdos, “pequeños odres taimados”, todo ello bajo una luz ambarina.
Junto a estos detalles, el viajero percibe también a los habitantes de esta ciudad, no los grandes conquistadores de antaño, sino los que la pueblan hoy día con sus quehaceres rutinarios, héroes no ya de la Historia sino de la intrahistoria: una joven aguadora que es comparada con la samaritana de los Evangelios; dos señoras en un balcón semejantes, al igual que el lugar en el que se encuentran, a otras mujeres que aparecen en algunos cuadros de Goya; una niña campesina que descansa de acarrear una pesada cesta en un banco de piedra; todo de nuevo envuelto en un aire de nostalgia y paz que continúa en el interior de la posada en la que se aloja, en la que reina una perfecta armonía entre huéspedes y anfitriones.
No queremos seguir desmenuzando y “destrozando” el texto de Demolder que publicaremos como anexo. Es un verdadero texto literario que nos da una visión completamente diferente de Trujillo, una visión en la que parecen resonar aquellos versos de Juan Ramón Jiménez:
Y va cayendo la sombra
Dulce y grande, en paz, con esos
Rumores lejanos que
Se escuchan desde los pueblos.
Tras leer estos testimonios, hemos podio comprobar, que Trujillo a pesar de no ser visitada por todos los viajeros franceses que recorrieron nuestra región entre los siglos XVIII y XX, si es una de las ciudades extremeñas más visitadas. Ello es debido, sobre todo, a su situación estratégica en un cruce de caminos por el que pasan rutas tan importantes como son el Real Camino de Madrid a Lisboa con su continuación, la carretera de Extremadura.
Trujillo también atrae por su historia y su monumentalidad aunque la atención que los distintos autores le prestan varía en función de sus propios intereses, del tiempo que dediquen a la visita o de su formación.
De entre los diversos testimonios que hemos recogido nos han llamado la atención, a parte del magnífico texto de Eugène Demolder, los textos de Étienne de Silhouette, Alexandre de Laborde y Jean-Charles Davillier, ya que los tres basan sus descripciones de la ciudad en un esquema de la retórica clásica, aunque adaptándolo cada uno a su estilo. Esto es interesante porque nos permite no sólo conocer la ciudad desde diferentes puntos de vista, sino también porque nos permite comparar cómo adaptan los distintos autores un mismo esquema compositivo a sus necesidades y gustos.
En cuanto al texto de Demolder, ya hemos dicho que lo mejor es leerlo sin hacer demasiados comentarios. Sin embargo, hay que señalar que descripción consagrada a Trujillo, puede ser considerada como una excepción dentro del relato del eviaje de Demolder por Extremadura ya que es una de las pocas localidades extremeñas citadas por el viajero belga que merece unas páginas de elogio y no sólo la ciudad sino también sus habitantes. Baste señalar que los habitantes de Almendralejo son descritos como bandoleros despiadados que desean que el coche de Demolder caiga en barranco; Miajadas es “un pueblo sucio, de mal aspecto”, habitado por “palurdos” que amenazan a los viajeros; también los habitantes de Navalmoral tienen una actitud agresiva hacia los viajeros que tienen que salir a toda velocidad esquivando a la multitud que rodea el coche que se había detenido a echar gasolina en casa de ¡un farmacéutico!
Terminaremos nuestra comunicación sobre Trujillo visto algunos viajeros de lengua francesa con estas palabras de Alexdre de Laborde:
“(…) delante de la antigua ciudadela de Trujillo, que fue dada a la familia de Pizarro con el nombre de la Conquista que todavía hoy lleva, se perdona al orgullo nacional el exaltarse, y se la da espontáneamente el mismo homenaje que el poeta guerrero Ercilla daba a la memoria.
De aquellos Españoles esforzados
Que la cerviz de Arauco no domada
Pusieron duro yugo por la espada[29]“.
Anexo. Texto de Demolder
Después (de Miajadas), el llano se hace cada vez más pedregoso. Se diría que un volcán ha escupido escorias sobre el país. Montes de rocas cierran el horizonte, parecen aullar contra el cielo. La tierra es gris, azufrada. Pasamos por aldeas rupestres, donde gentes semisalvajes salen de cabañas de negros adobes. El sol desciende lentamente, ilumina trágicamente esa provincia desolada, llena de rencor, árida, y cuyos raros habitantes parecen ellos mismos más duros que su región.
XXVI. Trujillo. La plaza, la fuente y la iglesia. La samaritana. Dos señoras goyescas. La ciudad de los conquistadores. Cena en la fonda. Un cómico español.
Como se hace tarde, nos decidimos a detenernos en Trujillo -pequeña localidad encantadora y tranquila-, donde encontramos una fonda familiar y limpia, del mejor aspecto.
Aguardando la hora de la cena, nos paseamos. Una iglesia pequeña, encima de unas callejuelas que suben, guijarrosas, da las horas; enfrente, el teatro; representan esa noche. Sin embargo la villa está muy tranquila. Se diría que nadie tiene deseos de salir. Trujillo está lejos de todo. Está muerto, bien muerto.
El sol desciende lentamente. Delante de la fonda, sobre la plaza donde han establecido un jardín, con bancos y un pilón con un chorro de agua que solloza, pasan en fila, completamente solos, cerditos negros, que han ido a hociquear por el llano abrupto. Trotan alegres, con los ojillos malignos, pequeños odres taimados. Uno de ellos, despertado, atraviesa la plaza con el fin de reducir su camino. Llegan por grupos galopantes, ejecutan un ruido de granizo sobre las piedras de la calle. Nadie los guía y gruñen de alegría ante la idea de que sacuden las orejas lejos de los porqueros.
En e1 fondo de la plaza se alzan una pequeña fuente y una iglesia abandonada; ésta, sin carácter debe su belleza a las cigüeñas: han establecido sus nidos en lo alto de los cimbalillos, y se han hecho una percha de las bolas de piedra que adornan los altos del templo. Los bellos pájaros crotoran con el pico, riñen entre sí, vuelan con la cabeza para abajo y las patas estiradas, añadiendo las rarezas del biombo japonés al viejo estilo español. Poco a poco, al obscurecerse el día, todo se ambarina, la iglesia, los pájaros; los nidos son bermejos; los tejados de la pequeña ciudad se impregnan de un oro fluido. Y en esa luz, a lo largo de las paredes encaladas de cal amarilla, una mujer, descalza, se dirige a la fuente, con el cántaro bajo el brazo. Joven, ágil, abraza la pilastra de fundición que le llega a la garganta y, alzada sobre sus dedos, enseñando sus tobillos y el nacimiento de una pierna morena, envolvente como una liana, mantiene bajo el grifo el cántaro que se llena lentamente, mezclando un ruido cristalino con el seco latido del pico de la cigüeña. Luego, en el silencio de la pequeña ciudad que se adormece, la pobrecilla se va pensativa y lenta, apoyando el jarro sobre su cadera, bella como fue Rebeca, la samaritana, o Marsyane*, poetizada por esa noche de nostalgia y por la gracia sencilla y salvaje de su gesto.
Y como si quisieran ellas también verse magnificadas por ese hermoso crepúsculo, dos señoras, en la casa que forma esquina con la carretera, cerca de la iglesia, aparecen en su balcón -un largo balcón, una especie de paseo, que tiene finos barrotes paralelos, tal como se ven en algunos cuadros de Goya- Han abierto una de las maderas azul marino, cerca de la cual florece un laurel rosa, y, soñadoras, se inclinan sobre el camino donde la noche va a caer. Llevan trajes blancos y negros, bastante largos, y su elegancia hace pensar en los sepias anticuados de Constantino Nuys.
Deliciosas, destacan, sobre la pared color crema, siluetas desconocidas que la luz desfalleciente orla con un nada de claridad. Miran por encima de Trujillo, en el poniente, las ruinas de un viejo castillo que las cigüeñas llenan de un rumor melancólico y monótono, y parecen respirar el silencio lleno de oro de la ciudad como se huele el perfume exasperado de una bella rosa de té, buchada de claridades.
Entre tanto, una niña campesina de diez años viene a sentarse sobre un banco de piedra, cerca de nosotros, y deja su cesta demasiado pesada. Cruza las manos, contempla vagamente la gran fachada de la iglesia.
Prisionera en esa vieja ciudad lejana, que antaño proporcionó a Perú los conquistadores célebres, que fue inmensamente rica de los tesoros del Nuevo Mundo, y tuvo palacios, duques y condes, todas esas mujeres, la maja del aro, las señoras del balcón, la niña parecen soñar con algún pasado fabuloso que les recuerda ese día moribundo sobre la pequeña ciudad. ¿Dónde está el amor que ellas han soñado, o en nada?
La aguadora desaparece en su callejuela, la niña ha vuelto a coger su cesto, y las dos señoras, cogiéndose por el talle, el corazón lleno de confidencia, vuelven a entrar graciosamente, y cierran la madera. La noche cae.
Volvemos al albergue. Un comedor embaldosado de rojo y blanco, coquetón; cuarto de campesinos acomodados de Provenza. Cenamos frente a frente con un actor español, muy hablador, que se fabrica cigarrillos entre plato y plato, y con un viajante que ha tenido una discusión con su cochero y está por ello sumamente emocionado. Las gentes de la casa están deliciosas con nosotros; sirven con mil atenciones pan de almidón y una tortilla con aceite. El viajante come con sumo gusto.
XXVII. Hacia Navalmoral de la Mata. Almonte y la sierra de Guadalupe. La de Gredos (…).
Abandonando Trujillo al día siguiente por la mañana, íbamos hacia Navalmoral de la Mata. Un cielo azul pálido, bonito. Al principio la carretera está bien, pero pronto la hallamos llena de piedras, y los camineros, avisados, han puesto en los bordes grandes piedras que nos obligan a seguir por las ingratas rodadas y a tener que machacar la grava. ¡Qué martirio para los neumáticos! Se ven entregados a un despellejamiento vivo, que se diría inventado por el Santo Oficio.
Después de haber pasado Almonte, alcanzamos las montañas: la sierra de Guadalupe que se trata de cruzar. Una muralla inmensa. La atacamos por circuitos en las laderas de colinas vertiginosas. El auto en su esfuerzo recobra su ronquido de campana grande. Después de muchas vueltas y de bruscos cambios de dirección, ¡las cumbres! Planeamos. Delante de nosotros, en el fondo de un embudo gigantesco, un pueblo de tejados oscuros, campos, bueyes bastante pequeños, como pulgones. A lo lejos, colosal, la sierra de Gredos, de un azul transparente, diáfano: se diría un trozo de cielo que se hubiera obscurecido”.
NOTAS:
[1] Bartolomé et Lucile BENNASSAR, Le voyage en Espagne. Anthologie des voyageurs français et francophones au XVIe au XIXe. siècle, Paris, 1998. (En adelante lo citaremos como VE). Sobre los viajeros franceses en España también se puede consultar la introducción a la obra Viaje por España del Barón J.-Charles DAVILLIER, Madrid, 1949, pp. VII-XL. Otro resumen sobre los viajeros franceses en España lo encontramos en la obra de Paulette GABAUDAN, El romanticismo en Francia (1800-1850), Salamanca, 1979, pp. 283-304. Sobre los viajeros europeos en Extremadura entre 1750 y 1850, se puede consultar el artículo de Pilar ROMERO DE TEJADA, “La visión de Extremadura en los viajeros europeos”, en Antropología Cultural en Extremadura, Actas de las I Jornadas de Cultura Popular celebradas en Cáceres del 18 al 21 de marzo de 1987, Mérida, 1989, pp. 779-790, en el que, entre otras cosas, se recogen los nombres de los principales viajeros extranjeros que visitaron la región durante la Ilustración y el Romanticismo, así como los principales temas por ellos tratados. Algo parecido puede verse en el artículo que la Gran Enciclopedia Extremeña consagra a los viajeros; tomo 10, voz: viajeros.
[2] Cf. VE, p. 390.
[3] Cf. Francisco Vicente CALLE CALLE, “Viajeros de lengua francesa por el Campo de Arañuelo y La Vera durante los siglos XVII-XX”, Actas de los XII Coloquios Históricos-Culturales del Campo de Arañuelo, pp. 29-67; “Alusiones al Quijote en los textos de algunos viajeros de lengua francesa por Extremadura” Actas de los XXXIV Coloquios Históricos de Extremadura, Trujillo, 2005, pp. 115-125; CALLE CALLE, Francisco Vicente y ARIAS ÁLVAREZ, María de los Ángeles, “Extremadura en los relatos de viajes de viajeros franceses (1698-1894)”, en Guadalupe, nº 779-780, año 2003, pp. 32-43.
[4] Nosotros seguimos la edición que aparece en J. GARCÍA MERCADAL, Viajes de extranjeros por España y Portugal, tomo IV, 1999, Junta de Castilla y León, Consejería de Educación y Cultura, p. 495. En adelante VEEP.
[5] Seguimos el texto que aparece en VE, pp. 392-393.
[6] Seguiremos el texto que aparece en VEEP, tomo III, pp. 623-624.
[7] Itinerario descriptivo de las provincias de España y de sus islas y posesiones en el Mediterráneo (1816). trad. libre de Mariano de Cabrerizo y Bascuas, Valencia, 1816. Hemos respetado la grafía de la época en que se hizo la traducción. El libro original fue escrito en 1808. Citaremos las páginas 387-389.
[8] Barón Jean-Charles DAVILLIER, Viaje por España. Ilustrado por Gustavo Doré. Prólogo y notas de Arturo del Hoyo. Estudio crítico-biográfico, tituladoGustavo Doré por Antonio Buero (3 tomos), Madrid, 1949, Ediciones Castalia, tomo 2, pp. 586-591.
[9]. En VEEP, VI, pp. 725-729.
[10] ANÓNIMO, en VEEP, tomo V, p. 56.
[11] Cf. Itinerario descriptivo…, ed. cit., p. 386.
[12] Hace bien A. Jouvin en dudar ya que el puente que cruzaron es el llamado puente del Cardenal, que sí está en el camino entre Plasencia y Trujillo y cerca del pueblo y el castillo de las Corchuelas, como bien explica A. Ponz, quien señala además que “desde el puente se va a las Corchuelas, lugar en el que hay un palacio arruinado”. La Editorial Universitas publicó en 1983 en su colección Biblioteca Popular Extremeña dos tomos (3, 4) con el recorrido del insigne geógrafo A. Ponz por la región extremeña bajo el título Viajar por Extremadura (I y II). Cuando citemos esta obra lo haremos de la siguiente manera: primero citaremos el tomo de la edición original, así como las cartas y los párrafos correspondientes; a continuación, vendrán el volumen (I o II) y las páginas correspondientes de la edición moderna. Por lo tanto la referencia de la cita que hemos mencionado sería: Op. cit., Tomo Séptimo, Séptima, 7-18. Op. cit., Vol. I, pp. 152-159.
[13] Cf. VEEP, III, pp. 623-624.
[14] La inscripción dice así: “Este puente hizo la ciudad de Plasencia, ano de 1552. Reynando en España la Majestad Cesárea de Carlos V Emperador. Fue maestro Pedro Uría”. Cf. A. PONZ, op. cit., Tomo Séptimo, Carta Quinta, 24. Op. cit., Vol. I, p.87.
[15] No es “Venta Nueva”, sino “Venta del Lugar Nuevo”, como bien señala y documenta María Dolores MAESTRE en su obra Doce viajes por Extremadura (en los libros de viajeros ingleses desde 1760 a 1843), Plasencia, 1995, Imprenta La Victoria, p. 208, nota 17. En adelante VI.
[16] El actual municipio de Casas de Miravete.
[17] Se trata del puente en los Montes del Tozo que es descrito en estos términos por el viajero inglés Robert SOUTHEY en sus Letters written during a Journey in Spain (1808): “El puente que cruzamos es muy singular tiene nueve arcos; tres delante y después un contrafuerte que va inclinándose muy gradualmente hasta quedar abierto en el puente y forma un camino a una pequeña isla en la corriente”. Cf. María Dolores MAESTRE, Op. cit., p. 212. Sobre este puente ver A. A. V. V., Monumentos artísticos de Extremadura, Mérida, 1995, Editora Regional de Extremadura, pp. 363-364.
[18] Curiosamente, el puerto de Miravete citado por A. Laborde y que figura en el mapa de la lámina 25 de su obra, está situado al salir de Jaraicejo mientras que según el Diccionario de P. Madoz, el puerto “(…) principia poco después del puente de Almaraz, subiéndose por espacio de una legua y media con suma pendiente en alguna de sus vueltas y bajando al Sur igual espacio con no tanto declive”. P. MADOZ, Diccionario geográfico-estadístico de España y sus posesiones de Ultramar, (tomo III), reimpresión, Zafra, 1989.
[19] Cf. Itinerario descriptivo…, ed. cit., pp. 387-389.
[20] Cf. J.-Ch. DAVILLIER, op. cit., pp. 586-587.
[21] “La carretera de Extremadura, la más importante vía desde Madrid a Badajoz, fue inaugurada en 1854. Atravesaba los pueblos de Calzada de Oropesa, Navalmoral y Almaraz. Cruzaba el Tajo por el puente de Almaraz, reconstruido en 1854”. Cf. José BUENO ROCHA, Navalmoral, 600 años de vida, Navalmoral de la Mata, 1985, p. 209.
[22] Cf. VEEP, VI, pp. 727-728.
[23] “Advertiréis de pasada que se viaja mal en España, sea a causa de los víveres y de las comodidades para viajar, que allí son muy caras, como también por el mal trato de los posaderos que os proporcionan mulas, que es la montura corriente en todo el reino, llevando un hombre que va siempre corriendo en cuya casa habéis alquilado las mulas, que os enseña el camino, no yendo vestido más que de tela y calzado con alpargatas. Encontramos en esta posada mulas para ir a Medellín”.Cf. VEEP, III, pp. 623-624.
[24] Cf. Miguel Ángel PÉREZ PRIEGO, Viajeros y libros de viajes en la España medieval, Madrid, 2002, UNED, (Textos de Educación Permanente. Programa de Enseñanza Abierta), pp. 14-15.
[25] Cf. Étienne de SILHOUETTE, Relation d’un voyage de Paris, en VE, pp. 392-393.
[26] “Quieren los naturales instruidos, que esta ciudad en la antigüedad mas remota se llamase Scalabis, y que despues por una torre, que Julio Cesar mandó hacer, tomó el nombre de Truxillo, pero se cree ser la Castra Julia, que nombra Plinio. El arzobispo D. Rodrigo la llamó Turgellum. El vulgo Truxillano tiene por indubitable que no ha muchos años se leía en cierta piedra de la fortaleza:
Hércules me edificó,
Julio César me rehizo
Sobre la cabeza de zorro
En este cerro Virgillo.
Aunque existiese esta copla, nada probaría para el nombre de Truxillo, pues se conoce lo moderna que es”. Cf. A. PONZ, Op. cit., Tomo Séptimo, Carta Séptima, 32. Op. cit., vol. I, pp. 166-167. Según Antonio M. Castaño Fernández, “El nombre deriva del latín TURGALIUM, evolucionado a Trujillo por mediación de la pronunciación árabe, que palatalizó la consonante velar, como sucede en TAGUS > Tajo (…) La voz latina es presumiblemente de origen prerromano y su significado permanece oculto (…)”. Cf. Antonio M. CASTAÑO FERNÁNDEZ, Los nombres de Extremadura. Estudios de toponimia extremeña, Badajoz, 2004, Editora Regional de Extremadura, Colección Ensayo, 24, p. 340.
[27] Como acabamos de señalar, se trata de la tumba de Gómez Sedeño de Solís, muerto en 1554. Cf. Juan Carlos RUBIO MASA, Trujillo, León, 1988, Editorial Everest, S. A., p. 118.
[28] A este respecto ver Francisco Vicente Calle Calle: “Alusiones al Quijote en los textos de algunos viajeros de lengua francesa por Extremadura”. en Actas de los XXXIV Coloquios Históricos de Extremadura, Trujillo, 2005, pp. 118-120.
[29] Cf. A. LABORDE, Voyage pittoresque et historique de l’Espagne, Paris Didot l’aîné, 1806-1820, p. 130.