Oct 011978
 

Angel Paule Rubio.

21 de Septiembre de 1978

El amor de un padre fundado en lo material, no es amor. Traspasar lo caduco es el verdadero amor.

En un cruce de carreteras y a cien metros se levanta un edificio donde los niños canturrean, saltan y brincan cuál corzos lejos de la mirada feroz de la bestia salvaje. Estamos hablando no menos ni más que de esos muros donde la cultura, la educación y el aprender a conducirse por el camino o los caminos del Señor, cobijan a las cándidas almas de un par de centenares de corcillos encantadores.

Un patio central, unas palmeras, macho y hembra con amarillos dátiles apetecidos al extremo por los pícaros niños. Un naranjo, dos castaños de Indias, un gigantesco pino de dimensiones colosales con fresca sombra en los calurosos días de verano. Acacias, dos eucaliptos de olorosas hojas, que sirven de remedio para aliviar la tos de los recién nacidos bebes.

Cuatro casas, donde habitan cuatro profesores de los siete que componen esta Graduada.

En el centro del recinto, presidiendo día y noche, año tras año, una estatua. Un hijo de este pueblo. Un soldado vigilante. Nada escapa a su mirada. Inmutable, sereno, con destino cumplido, con misión gloriosa, con olor a santidad. Un mártir de la Patria.

Al fondo, una sierra. Dios Padre se llama. Parece que en otra ocasión diera nombre a la Sierra de Gata. Por allí holló con sus encallecidos y descalzos pies la egregia figura de San Pedro Alcántara. Hasta encontramos un paraje, que todos conocemos, como la Mata del Santo. Fue un día cansado de caminar con una cruz pesada sobre los hombros, sin fuerzas para continuar cayó en un éxtasis de amor, nuestro santo, San Pedro.

Una campiña de milenarios olivos dan sudor y pan a este pueblecito, que aunque todos lo conocemos, la Historia lo ha designado con el nombre de Villanueva de la Sierra.

Aquí vivía una de tantas familias incultas, sin apenas de letras, pero, eso sí, honrada y con amplios horizontes como los horizontes de las familias cristianas , perdidos en las inmensidades de lo infinito.

Esa está formada por un padre: Ambrosio Rubio, una madre, María Gallego y un hijo, Inocencio.

Este único hijo, nació en esta Lidia un 16 de septiembre de 1899.

El tiempo transcurre con el consabido cariño paternal. Poco tiempo dura esta paz. Dios llama a la madre, cuando Inocencio era pequeñín. Padre e hijo se amaron más entrañablemente y mutuamente en la esencia del amor. Así creció hasta convertirse en mozo, aunque no grande de estatura si de virtudes. Llegó la fecha de cumplir el servicio militar. Por estatura no alcanzaba la talla. Pero el tallador Benito Galindo, no sabemos razones, tal vez, como suele decirse, un golpe bajo, hizo que el mozo se estirase y fuera mozo soldado.

Ya es soldado. Cariño y posición social y no menos económica del padre le hicieron soldado de cuota de segunda. Estos sólo servían a la patria tres meses y seis meses en dos años sucesivos.

Fue destinado al Regimiento de Infantería Segovia No. 75, de guarnición en Cáceres. Alí encontró a un buen amigo, estaba de furriel del Regimiento, José Simón, superviviente.

Un permiso le trajo a su pueblo natal. Aquí y mientras se celebraba un acabijo en un molino aceitero llamado del Río, recibió la noticia de marcharse a Cáceres, ya que su Regimiento iba a marchar hacia Africa. La fiesta terminó como destruida por un fulminante rayo. El permiso había cumplido sin cumplir. Maleta, dinero, provisiones y sobre ancas de caballo a tomar el tren en la estación más próxima, para llegar cuanto antes a su destino. Otro soldado en iguales circunstancias de Pozuelo de Zarzón, llamado Urbano le acompañó, apellidado Plaza, quien le propuso quedarse en Cáceres escondidos debajo de un vagón. Él se negó y partió. Patriótico gesto. Urbanos se quedó en Cáceres en la Plana Mayor y con la banda de música, que la guerra no necesitaba.

Esto ocurría un 22 de agosto de 1922. Ya está en Africa. El lucha mientras el padre sufre. Pasaron unos días. Se aproxima el fin. El 4 de septiembre del mismo año moría a balazos, cuando su convoy se dirigía desde Melilla a Casabona. Los moros atacaron al convoy sin que pocos pudieron escapar. Fue un combate heroico, duro, según fuentes fidedignas. El lugar fue el Zoco Had de Melilla. Los moros se apoderaron de esta posición estratégica, que permaneció en sus manos hasta unos dos meses más tarde. Cuando pudo ser rescatada la posición una fosa común en Zoco de Viniseca ocultó a los valientes soldados. Fue su paisano, escribiente de la Compañía, quien notificó la muerte a su padre, Juan Corchero. Al conocer su padre lo ocurrido, con delirante pasión quiso marchar a Africa para recoger el cadáver de su hijo. No era fácil. Imposible diríamos en aquel entonces poder ir a Africa. Amigos y familiares, le indicaron que escribiera a su paisano y amigo Juan Corchero para que le indicara situación y forma del viaje. Al conocer esta decisión Juan le contesta, con el único fin de que no se pusiera en camino: «El cadáver de su hijo se ha retirado y esta debidamente enterrado por los camilleros de la Compañía.

El padre un poco consolado porque se temía que las fieras y el olvido dejaran en el campo el cadáver de su hijo, le envió 200 pta para que le pusiera una losa esculpida. Nada era verdad. Los moros permanecieron allí unos dos meses y los cadáveres se putrefactaban en los campos en espeluznante contemplación. Sólo se salvó de esta situación el Comandante del convoy D. Francisco Javier Quiroga Nieto, que no consintiendo un voluntario, que el cadáver de su Jefe fuera destrozado, no por las alimañas, sino por los enemigos, sabiendo el lugar exacto donde se encontraba y con grave peligro hizo una arriesgada operación de rescate en una noche sin luna. Quien me cuenta esta hazaña, me dice: «Un soldado casi sin talla, en una oscura noche se trajo hasta las tropas españolas, unas veces arrastrando, otras alumbró el cadáver de su comandante, hombre dos veces más alto y más grande que él».

Según un testigo presencial, un soldado de Arroyo de la Luz, apellidado Flores, los cadáveres en el momento de la retirada estaban descompuestos y enterrados en una fosa común.

El dolor del padre le llevó a pensar que su capital debería corresponder a los camilleros que recogieron el cadáver de su hijo.

Se interesó por la dirección de estos y donó su capital en partes iguales entre Cirilo Flores de Talaván y Antonio Contreras de Ciudad Real.

El entonces Juez, Macario Rubio, ofició a ambos por dos veces para que vinieran a hacerse cargo de la herencia correspondiente. Ambos sorprendidos por esta decisión, considerada como chistosa, se decidieron venir. Era verdad. El Juez entregó la herencia. El Sr. Contreras vivió de bar en bar, de venta en venta, hasta que disipó lo correspondido. No así Cirilo Flores, que hoy, superviviente, vive con el capital y del capital que nos ocupa.

Nadie había retirado aquellos cadáveres. No había lápida ni inscripción.

La mentalidad de un hombre de campo, rudo y sin letras, escudriñó al máximo las posibilidades para el bien de su hijo. Un monumento sin par, como símbolo externo. Una fortuna espiritual, como símbolo de eternidad.

Lo primero lo quedó plasmado en una genial estatua. Un bronce colosal. Lo segundo quedó hecho realidad al gravar sus fincas donadas por siempre en una cantidad suficiente para pagar el estipendio de un funeral cada año el día de su muerte y un Padrenuestro en todas las misas de los domingos y días festivos del año. Cosa que se viene realizando.

Sólo una finca escapó de este reparto. Aquí al lado de la Laguna y en el recinto del Egido, mandó levantar el monumento ya precitado. Aquí está presenciando la entrada y salida de los niños del Grupo Escolar.

El monumento es colosal, no en lo grande, sino en lo exacto, en la técnica, en el estilo. Es un fiel retrato.

En los talleres Mr y Ferrero, Fundidores de Madrid, se realizó esta estatua. Tamaño natural. Vestido de soldado. Con fusil y machete. Posición: descanso. Arrugueces en el pantalón Botoandora. Polainas. Expresividad en el rostro. Perfecto parecido en sus facciones. Venas de las manos abultadas. Nudillos perfectos. A pesar de que en el pie del bronce dice M. Rubirón 1927. La tradición del pueblo, el estilo, todo, dice que de Benlliure. Costó 35.000 pta.

Esta obra está sin catalogar. Creo merece un minucioso estudio artístico. Bellas Artes tiene la palabra. La inauguración del monumento se realizó con gran brillantez. Las primeras autoridades provinciales tuvieron la gentileza de enaltecer esta figura. Gobernador militar, Civil y Obispo. Oratoria sagrada, civil y militar, exaltaron las virtudes de un patriota, el amor de un padre y el homenaje de un pueblo. Fiesta religiosa y como no, profana. Se repartió dos litros de aceite y un pan a cada persona que asistió al acto. Su padre Ambrosio, emocionado, lloraba de tristeza y alegría, un sol y sombra, un amanecer y un atardecer.

Pensemos, contemplemos y profundicemos en la psicología de este padre que nos puede servir de enseñanza. Hoy que tanto se habla, se estudia, acerca de las personalidades históricas, del conocer la mentalidad del ayer, aquí tenemos recogido una breve síntesis, un pensamiento, un hombre sin letras pero con agudeza en el futuro, conocer y esperanza en el más allá, su mejor herencia.

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