Aunque el tema de esta charla sea «WElLlNGTON y EXTREMADURA»,
forzoso me será hablar ni únicamente de Wellington ni únicamente de Ex-
tremadura. Tendré que hacer referencia aunque sea rozándolos, a Portu-
gal, Salamanca, Talavera, Madrid, Burgos o Vitoria. y tendré que hablar
también de aquellos personajes, que tuvieron que ver con Sir Arthur, bien
como aliados, bien en su contra, y ya sean estos Mariscales franceses o
españoles afrancesados.
y aunque en la convocatoria de estos Decimononos Coloquios Históricos
de Extremadura se refieran temas relacionados con el V Centenario y la
Hispanidad, el mío me parece muy bien traído, porque Wellington es el
autor de la «españolidad» de la Península, ya que fue él quien llevó a cabo
la «limpieza» (no se me ocurre otra palabra) de franceses por estos ibéricos
pagos.
El Motín de Aranjuez de Marzo de 1.808 tuvo imprevisibles secuelas. En
primer lugar, la caída en desgracia de un extremeño de campanillas, el Sr.
Codoy, don Manuel, que había estado muchísimo tiempo al frente de la
Dirección del Estado, viéndose desprovisto, entre otras menudencias, de la
indemnización por el magnífico Soto de Roma, donado más tarde a We-
Ilington. la proclama del Alcalde de Móstoles se conoce ya en Badajoz el
día 4 de Mayo, que ya es volar las noticias. Y sucedieron cosas bastante de
preocupar: en Sevilla, se suprimen los festejos anunciados para la onomás-
tica del Rey, el 30 de Mayo, como todos sabemos; el 31, en Cáceres, apa-
recen pasquines a la puerta de la Audiencia con una escondida amenaza
de insurrección, que dio lugar a la creación de una junta de Gobierno; en
Plasencia, hay alborotos y se grita: «mueran los traidores afrancesados»; en
Olivenza, se protesta vivamente por el intento de trasladar a Badajoz la
Artillería; en Fuente de Cantos, está apuntito de ser asesinado un cura por
haber alojado en su casa al Conde de Tilly, personaje importante de Sevilla.
En definitiva, en junio de 1.808, toda Extremadura se había lanza-
do en bloque contra los franceses. Incluso se declaró la guerra, pero ésta
tardo bastante en llegar a Extremadura.
Las juntas revolucionarias habían pedido ayuda a Inglaterra y ésta envía
tropas al mando de Sir Arthur Wellesley (no sería Duque de Wellington
hasta más tarde, y además le hicieron Duque de Wellington de Talavera, y
más tarde de Elvas).
De los nueve hijos que Dios les concedió a los condes de Morrington, Ar-
thur es el cuarto. La verdad es que el nombre era Colley, pero lo cambian
por Wesley, que parecía más fino, yen 1.797, su hermano Henry lo trans-
forma en Wellesley, que era ya el colmo de la finura. Arthur había nacido
en Dublín un buen día de marzo de 1.769. Como todos los chicos bien de
aquellos tiempos, acude a Eton, donde muestra poquísimo interés y le
mandan con un profesor particular a Brighton, con los mismos resultados.
En Francia, sigue los cursos de la Escuela Militar de Angers, ingresando en
el ejército inglés como abanderado el 7 de marzo de 1.787. Siendo de fa-
milia con posibles, no le fue difícil subir en la milicia, sin que se distin-
guiera particularmente. Teniente Coronel en 1.793, hace sus primeras
armas en Bélgica, con lejos de donde más tarde derrotaría a Napoleón,
entiéndase Waterloc.
(Estaba de guarnición en Ostende y recibió órdenes de ir a embarcar en
Amberes, para, atravesando Holanda, ir con las tropas anglobelgas a Dina-
marca. En Baste I saca a relucir sus características prudencia y tenacidad.
Vence a los daneses sin dificultad en Kiage. Era teniente coronel cuando
va a la India, realizando buenos servicios y mostrándose partidario de la
independencia de aquel país).
El 1 de agosto desembarca Wellington en Figueira y se entera de que debía
ponerse a las órdenes de Dalrymple, lo que no le hace maldita gracia. Sin
esperar a Spencer, que se reuniría más tarde con él y con 9.000 hombres,
ni a More, que desde Suecia venía con otros 10.000, se aventura camino
de Lisboa y se encuentra con Soult. Este buen señor se llama Nicolás Juan
de Dios, había nacido en Saint-Amans-Ia-Bastide el 21 de marzo de 1.769,
casi al mismo tiempo que Wellington. Su padre era notario Sir Arthur le
obliga a retirarse a Torres-Ved ras. Tras un refriega en Cólica el día 7, le
vence otra vez en Vimeiro. Dalrymple decide no perseguirle y el francés le
envía un emisarío para ofrecerle una capitulación honorable, no por gene-
rosidad, sino porque era incapaz de contener a la población lisboeta, y,
sobre todo, porque temía atravesar toda España, en franca hostilidad, pues,
tras la derrota de Bailén los franceses se replegaban hacia el Ebro. Se firma
el célebre Convenio de Cintra que en Inglaterra no gusto lo que se dice
nada, siendo ambos procesados y Wellington absuelto.
El 22 de abril, vuelve a Portugal, eligiéndolo como base de operaciones,
con el descontento tanto de sus oficiales como de los mismos portugueses.
Entonces se dirige contra nuestro buen amigo Soult, del que ya sabemos
algo, y que, no sin rnerecerlo había ascendido rápidamente. En el sitio de
Génova cae prisionero de los austríacos, recobrando la libertad tras la ba-
talla de Marengo. En 1 .802 se entusiasma con el Imperio, como antes se
había entusiasmado con la República, lo que le valió luego el título de Du-
que de Dalmacia, porque Bonaparte, en esto de dar títulos me recuerda
muchísimo a alguien que ya murió. Soult estaba en Oporto y Wellington le
empuja hacia Lugo. Entonces, Sir Arthur deja Portugal y por el valle del
Tajo, se encamina a reunirse con Cuesta.
No hay que confundirlo con otros Cuesta, cuatro guerrilleros de Torrecillas
de la Tiesa y que eran Feliciano, Francisco, Felix y Antonio, que sólo tiene
diez años cuando se incorpora a la banday se lanza por estos campos
nuestros, y que se salvó de milagro al esconderse detrás de un árbol, sien-
do así que la zona estaba plagada de franceses. Feliciano Cuesta Se dedi-
caba a la instrucción y el manejo de las armas de su cuadrilla, y les dio
bastantes disgusto a los galos: en Egido de la Cumbre, Puerto de Santa
Cruz, Cerradiera, Plasencia, Navalmoral, Valverde de la Vera, el puente de
Almaraz, o Garganta de Olla.
Quién a nosotros nos interesa es el General Gregorio García de la Cuesta,
que había nacido en La Lastra (Santander) en 9 de mayo de 1.741, Y murió
en Palma de Mallorca el día de Nochebuena de 1.811, a consecuencia de
la Batalla de Talavera (no se si hablar de ella); se decía que ni siquiera po-
día montar a caballo. Estuvo en América y en Gibraltar; Capitán General
de Castilla la Vieja en 1.808. Era lo que se dice un hueso: adusto, irreflexi-
vo y malhumorado y casi nadie le veía con buenos ojos, ni siquiera
Castaños.
Fijó su residencia en Badajoz, y llamó a las tropas que estaban en Zala-
mea. Ahora se había establecido en Jaraicejo y luego en Deleitosa. Debido
a que los franceses volvían de Talavera, por el Tajo, envía una avanzadilla
hacia Trujillo, que rechaza a los franceses hacia el puerto de Miravete.
EllO de julio se celebra la entrevista en Casas del Puerto, donde no se po-
~~n de acuerdo. Mientras Cuesta quería hacer frente a los franceses, We-
lungton se preocupaba más de asegurarse una línea de retirada.
!r~s la derrota de Soult en Portugal, Víctor estaba ya en Plasencia el 19 de
Julio. Cuesta tenía su ejército en el Puerto de Miravete, el día 20. Por su
parte, el ejército inglés, antes de ir Wellington a Casas del Puerto, había
entrado en Extremadura por Zarza la Mayor, con dirección a Plasencia..
Wellington entra allí el día 8. En vista de los graves problemas de inten-t
dencia, escribe a Q’donnell, Ayudante del ejército de Extremadura, dicién-,
dole que o bien no había medio de transporte o bien no se le quería
abastecer. En su carta hay una cierta amenaza. «Todo país en el cual se
halla en campaña un ejército está obligado a proveerlo de estos medios. Si
el pueblo de España no puede o no quiere proveer a éste de lo que necesi-
ta, será menester que se pase sin sus servicios». Ante esto, la Junta Central
decide que sean las Juntas de Badajoz, Plasencia y Ciudad Rodrigo las en-
cargadas del suministro.
Mientras tanto, los franceses habían reconquistado el puente de Almaraz, y
Cuesta decide volarlo. Dicho puente, construido en tiempos de Carlos I se
llamaba de Albalat, hasta que el pueblo fue incendiado y pasó a llamarse
como lo conocemos hoy. En la voladura murieron ahogados 26 operarios y
hasta el ingeniero; hasta 1.845 no se reconstruyó costando la broma me-
dio millón de pesetas. Esta voladura no dejó de ser acertada desde el punto,
de vista militar, pero tuvo malas consecuencias para el futuro, pues se en-
torpecieron muchísimo las comunicaciones con el resto de Extremadura.
El pobre Cuesta había dejado protegidos los pasos del Tajo, y se encontra
ba con el problema del hambre, cosa que también tenían los franceses
Iban hacia Peraleda y Mesas de Ibor, cuando los franceses vadean el río
sorprenden a la tropas españolas, que por una falta del Duque de Albur-
querque, se dispersan.
La misión encargada al ejército de Extremadura era bastante desproporci ,
nada: controlar la línea del Tajo, guarnecer Badajoz y enlazar con el resto’
de los ejércitos de la Mancha. El único objetivo serio era Portugal. En Ex-
tremadura se había conseguido reunir unos 20.000 hombres, al mando del
Marqués de la Romana, y tenía como puntos de apoyo las plazas fronteri-]
zas con Portugal y la proximidad de los ingleses. Montier, una vez tornada,
Sevilla, se presenta en Extremadura y pide nada menos que la rendición de,’
Badajoz, recibiendo una respuesta más que dura y se retira a Llerena, que’
no se sabe bien si era la Ara, o Regina Turdulorum, recuperada a los moros.’
por los Caballeros de Santiago, y residencia otrora del Infante de Aragón ..
don Enrique, hermano de Alfonso X. EllO de agosto (San Lorenzo) se dio í
allí la batalla y los imperiales, siguiendo su costumbre, saquean la ciudad.
En verano de 1.810, el ejército de Extremadura se queda sin la ayuda de
Hill. Wellington, para compensar esta baja, entrega al Marqués de la Ro-.
mana la plaza de Campo Mayor y una brigada de portugueses. Sin embar-
go, a parte de hostigar a los franceses y descontentar a la tropa, no hizo
nada que valiera la pena. Queriendo agilizar la guerra, sale de Badajoz y
ataca con otras fuerzas a los imperiales, que retroceden hasta Zafra. Pero
más tarde atacan en Canta el Gallo y los extremeños se repliegan en AI-
mendralejo, y lo hijos de la «doce France» vuelven a ocupar Zafra. A pesar
de todo, circunstancias diversas hicieron que las tropas galas estuvieran
desperdigadas por todo el territorio nacional.
El desarrollo de los acontecimientos en Portugal exige la partida de We-
Ilington, quien deja al cuidado del asedio de Badajoz a Beresford.
(Wellington, al entrar en Extremadura aspiraba a recibir de un modo oficial
la jefatura de las operaciones; se convocó una sesión extraordinaria de las
Cortes, quienes se niegan y acaban por hacerla al año siguiente, dándole
la jefatura suprema de las fuerzas españolas).
A principios de enero de 1.811, Soult parte de Sevilla con una importante
caballería y una artillería y una caballería que tampoco era una bagatela,
camino de Extremadura. Procedentes de Toledo, llegan unos 3.500 hom-
bres que se establecen en Trujillo, pero tienen que retroceder para cubrir la
línea del Tajo por las correrías de un guerrillero llamado Don Julián
Sánchez.
El ejercito creado por Bonaparte para Portugal, tenía su 2º Cuerpo en Méri-
da, al mando de Massena. Este señor, que se llamaba Andrés, nació en
Niza el 6 de mayo de 1.756. Se quedó huérfano siendo casi un niño. A los
trece años, sin permiso de nadie se enrola en un navío mercante hasta que
en 1.775 entra voluntario en el ejército de Italia, batalla de Wagram … Na-
poleón le llamaba «L’enfant chéri de la Victoire», y era particularmente feo.
Logra algunos éxitos pero pronto se le tornan los hadas y al principios del
año siguiente se dedica a preparar la retirada. O sea, que su paso por Espa-
ña fue bastante efímero.
Soult asedia Olivenza, que tras 11 días resistiendo, se rinde el 22 de enero.
y nuestro viejo conocido se dirige a Badajoz.
(Badajoz, antiguamente ocupada por los vetones y celtas lusitanos, se lla-
mó Baled–Aix y también Batalios, y era parte de Mérida. El gobernador
Sabur–el–Almair lo convierte en reino a primeros del siglo XI. Pasaré por
alto algunas vicisitudes, desde que el rey Alfonso LX de León se la quitó a
Fernando 11 de Aragón (que por cierto era su suegro) ocurrieron en ella.
Muchos años después, Felipe 11 mandó por allí al Duque de Alba y tam-
bién don Juan de Austria hizo alguna visita).
El 26 de enero estaban allí delante los franceses, y las obras del asedio em-
piezan el 28. Las salidas que hacían los sitiados y la crecida del Rivillas
destruyen parte del trabajo de los franceses. La ciudad estaba defendida
por ocho baluartes que reforzaban la muralla. Parte de ella estaba bordea-
da por el Guadiana y su afluente el Rivillas. Y había otras tres obras defen-
sivas: dos, los fuertes de la Picuriña y Pardaleras, y la otra el fuerte de San
Cristóbal, a la derecha del Guadiana. La guarnición llegó a alcanzar 9.000
hombres y la mandaba el mariscal de Campo Rafael Menacho que era
valentísimo.
Mendizábal, al frente de aproximadamente 15.000 hombres, tres obras
defensivas: dos, el fuerte de La Picuriña y el de Pardal eras, y la otra, el
fuerte de San Cristóbal, a la derecha del Guadiana. La guarnición llegó a
alcanzar 9.000 hombres y la mandaba el Mariscal de Campo Rafael Men-
cho, que era valentísimo.
Mendizábal, al frente de aproximadamente 15.000 hombres decide soco-
rrer la Plaza. el 6 de febrero, estas tropas se habían situado en las alturas
de San Cristóbal, al otro lado del Guadiana. Sin tomar en cuenta las ins-
trucciones que le habían dado, decide reforzar la guarnición con parte de
sus tropas, u, conseguido esto, organiza una salida para destruir las obras
de los franceses. Esta operación tiene lugar el día 7 y tras un éxito inicial
acabó en catástrofe, perdiéndose muchos hombres.
Poco después, Mendizábal deja la ciudad con sus 9.000 hombres, eva-
cuando también a los enfermos y demás gente inútil. Soult, por su parte,
seguía con las obras del sitio, construyendo una segunda paralela próxima
al Pardaleras, que se conquista el día 11, aunque sin las ventajas que se
esperaban. Pero está allí el problema de la presencia del ejército de Men-
dizábal, en los aledaños. Así que había que darse prisa. El general español,
sin atender los consejos de Wellington, descuida la vigilancia y acaba
siendo sorprendido. Aunque destruye el puente sobre Gévora, confiando
en lo aventado que iba el río, descuidó los vados.
En la noche del 18 al 19 de febrero, los franceses vadean el Guadiana,
aguas arriba de la ciudad. El 19 por la mañana estaban preparados a la
derecha del Guadiana dispuestos a pasar el Gévora. Había una niebla es-
pesa, que favorecía la operación, y se rehuye el ataque frontal. Por la dere-
cha el general Latour–Mauburg, con la caballería, flaquea el ala izquierda
española poniéndola en fuga y descuidando, descubriéndola, la
retaguardia.
Por el otro lado, la infantería ataca al mando del General Girard, que con-
sigue interponerse entre San Cristóbal y el lado derecho de los españoles,
dejando a Mendizábal en el medio. La caballería huye y aunque se intenta
hacer dos cuadros con la infantería, la resistencia era imposible. Penetra-
dos por varios sitios, se disgregan desordenadamente. En este desastre
hubo cerca de mil muertos y más de dos mil prisioneros, además de la pér-
dida de armas y bagajes.
Tras este éxito, Soult bloquea la Plaza por la derecha del Guadiana y ase-
gura con puentes la comunicación con ambos lugares. Pese a la derrota,
los ánimos de los sitiados no decaen y rechazan nuevas propuestas de ren-
dición que les hace Mortier. Porque ahí estaba Menacho, hombre donde
los haya y que supo serio hasta que muere el 4 de marzo mientras miraba
una salida de sus tropas, por una bala de artillería. Le sucede José de Imaz,
quien no tenía ni con mucho la talla que hacía falta. conminado a rendir-
se, convoca la reunión, un consejo de guerra más bien, y, a pesar de votar
él mismo en contra, entrega la ciudad el 10 de agosto. El día 11 los galos
entran a Campo Mayor para socorrerlo, sin saber que ya estaban en manos
francesas.
Beresford, antes de dirigirse a la reconquista de Badajoz, toma Olivenza. El
9 de abril intimó a su rendición, siendo rechazada por el comandante fran-
cés. Del asedio se encarga Cole, mientras Beresford se situaba en Albuera,
para cortar la comunicación con los franceses que estaban en Llerena.
Castaños, por su parte, se dedicaba a incordiar a los galos por la derecha
del Guadiana, llegando en sus correrías hasta el mismo Almendralejo. Oli-
venza resiste a los ingleses una semana. El 15 de abril, cae y se hacen 370
prisioneros. El ejército inglés pasó el Guadiana por u puente de barcas,
construido en Juromenha, y se concentra en Santa Marta.
Wellington lleva a Elvas el 22 de abril, y establece el plan de operaciones
para la recuperación de Badajoz. Pensaba, y no sin razón, que constituía
una inmejorable base par atacar Andalucía, y pensaba otro sí que Soult
haría lo imposible por conservarla.
La misión de asediar Badajoz se le encomendó a las tropas angloportugue-
sas, mientras las españolas harían operaciones de cobertura e información.
El General Blake salió de Cádiz el 16 al frente de una expedición que ha-
bía desembarcado en Ayamonte y en Extremadura ya, se le unen las fuer-
zas de Ballesteros. Y el 7 de marzo, el cuerpo expedicionario se
encontraba situado en Fregenal y Monesterio, unos 12.000 hombres. Cas-
taños no pudo reunirse con Wellington en Elvas por una crecida del río.
Si Arthur envió un plan de operaciones. Las tropas españolas tenían las
siguientes misiones:
a) Blake tomaría posiciones en torno a Jerez de los Caballeros
b) Ballesteros ocuparía la zona de Burguillos del Cerro, Zafra destacando
avanzadas hasta Fregenal y Monesterio
e) La caballería del 52 ejército de Castaños, se apostaría en Llerena, para
vigilar el camino de Guadalupe, y comunicar con Balleseros por Zafra
d) Castaños proporcionaría una división para el asedio de Badajoz, mante–
niendo el resto de la infantería en Mérida
e) En caso de avance francés, todas las fuerzas deberían reunirse en la AI–
buera, que era el centro de los caminos a Andalucía
A comienzos de mayo empieza Beresford el asedio.’ En la noche del 15
queda concluida la operación. Se señaló el fuerte de San Cristóbal como
objetivo del principal ataque. El gobernador Phillppon, que era muy exper-
to en estas lides, deshace los ataques de los ingleses sin dificultad.
Al acercarse los enemigos, Beresford, había ordenado el sitio. En una reu-
nión de generales en Valverde de Leganés, se decide presentar batalla a los
franceses en la Albuera, sitio que tenía unas condiciones como campo de
estas contiendas. La batalla tuvo lugar el 16 de mayo. Los aliados eran
unos 25.000, entre españoles, ingleses y portugueses, mandados por Casta-
ños, Blake y Beresford, mientras que de parte francesa había 27.000 a las
órdenes de Soult. Tres veces rompen los franceses la línea y tres veces son
rechazados y derrotados, retirándose a Llerena. En Albuera se hicieron 600
prisioneros y se capturaron varias piezas. Con motivo de esta victoria, se
crea el 12 de marzo de 1.815 la llamada Cruz de la Albuera, consistente en
una Cruz de San Andrés de aspas triangulares con llamas de esmalte rojo
entre los brazos, igual que el de la Cruz, y en el centro un escudo donde
figura la cifra de Fernando VII sobre esmalte blanco; en la orla, la palabra
Albuera, y remata la cruz una corona de laurel; la cinta es carmesí con
dos filetes azules y negros, separados, Esta batalla fue bastante curiosa:
Soult creía que los españoles estaban lejos del campo de batalla, inicia un
ataque de franco para desarticular la línea angloportuguesa, e impedir que
los españoles se incorporasen. Muy astuto él, amaga un ataque por el cen–
tro, mientras que el grueso de las tropas efectúan un movimiento envolven–
te, al principio inadvertido, cayendo luego sobre la derecha de los aliados.
Cuando se percataron de las intenciones verdaderas del francés, se rees-
tructuran las líneas. Las fuerzas de Zayas resisten el primer empuje, resis-
tencia que resultó ser capital par el desarrollo de la batalla. Esto desniveló
la ventana numérica de los galos, y al descubrir su inferioridad, deciden
limitarse a conservar sus posiciones, sin más historias de ofensiva, para
acabar retirándose.
Wellington había llegado días antes de Salamanca, y prepara en Elvas, el
segundo sitio de Badajoz.
Ya desde 1812 se produce un cambio en el asunto de la guerra, pasando la
iniciativa definitivamente a manos aliadas. a finales de 1811, Bonaparte se
vio obligado a retirar tropas de España para organizar la calamitosa cam-
paña de Rusia, que no la ganó el General Invierno, como él pretendía, sino
el General Kutusov. Esto fue lo que habían aprovechado los aliados. We-
Ilington asedia y conquista Ciudad Rodrigo con brutalidades por parte de
los ingleses, que se repetirían en Badajoz. Wellington distribuye sus fuer-
zas de modo que pudieran prevenir cualquier acción de parte de los fran-
ceses para socorrer a la ciudad. Una parte de los aliados se sitúa en los
Santos de Maimona, Zafra y LLerena. Las tropas de Hill, acantonadas en
Alburquerque, se adelantan hasta Mérida y Almendralejo, colaborando
también el ejército de Extremadura. El ataque comienza el día 16.
Phillippon, que ya he dicho que era un buen ingeniero, había perfecciona-
do las defensas, pero a diferencia de la vez anterior, la esperanza de reci-
bir ayuda era minúscula. Por ello, a los defensores (5.000, por más señas)
no les quedaba otro remedio que retrasar el avance de los trabajos de los
asaltantes. El 19 de marzo una salida por parte de la guarnición origina
algún desperfecto y se confunde algo a las tropas. A pesar de ello y de que
llovió copiosamente los días 20 y 25, Y el puente de barcas se hizo poco
menos que trizas, el asedio progresa indefectiblemente. A finales de mes,
los ingleses se apoderan del reducto de La Picuriña, desde donde se podía
batir el baluarte de la Trinidad, que ofrecía mejores perspectivas por estar
defendido más defectuosamente.
Mientras tanto, Soult había organizado una fuerza de auxilio desde Sevilla,
poca gente en realidad; y teniendo en cuenta que Marmont, Agusto Federi-
co Luis Viesse, que había nacido en Chatillon, el 20 de julio de 1774, y
que ya había conocido a Sir arthur en la aciaga batalla de Los Arapiles,
tenía otros problemas y no colaboró en el asunto, hacía más que dudoso el
éxito de la operación.
Y llega por fin el momento. A primeros de abril, las brechas estaban ya
practicables. Se decide atacar por tres puntos: por el Castillo, por la Trini-
dad y por Santa María. el ataque empieza el 6 por la noche. Se intenta pe-
netrar por las brechas y se organiza una carnicería, ya que los galos,
empleando toda suerte de artilugios y recursos bélicos, logran detener a los
asaltantes, con considerables bajas. Cuando parecía que este ataque frontal
iba a dar al traste con la operación, el éxito de las acciones de diversión
consolidaron la maniobra, contando también con diversos ataques entre
Pardaleras y el Guadiana, y Badajoz se conquista, se reconquista, sería
más exacto. En efecto, tras penosos esfuerzos y sacrificios, se escalaron el
baluarte de San Vicente y el Castillo. Los franceses, amenazados por la
espalda, se rindieron. Phillippon se refugió en el fuerte de San Cristóbal y
al día siguiente capituló. Prueba de la violencia de esta lucha es que mien.
tras los franceses tuvieron unas 800 bajas, los ingleses perdieron cerca de
5.000, la mayoría en el asalto a las brechas.
Es una pena que este costoso éxito fuera empañado, cono en Ciudad Ro-
driga; que los ingleses trataron bien a los oficiales pero sometieron a la
ciudad a un saqueo brutal, sistemático y salvaje. Las Cortes deciden «dar
gracias» al ejercito inglés y la Regencia condecora a Wellington. Esto pasa-
ba el 7 de abril.
Un día después Soult llegaba a Villafranca de los Barros, pero al saber lo
ocurrido, retrocede.
El 31 de agosto de 1812, el mariscal conde Penne Vi lIemur anuncia al
Marqués de Monsalud, Capitán General interino de Extremadura, que los
franceses habían evacuado totalmente la provincia.
Tras el fracaso de Wellington a la entrada de Burgos, hay un movimiento
de los aliados, y se cree necesario hacer el mismo camino pero a la inver-
sa. Wellington que había vuelto a Portugal, acuartela sus tropas en una
línea que iba desde Lamego hasta las sierras de Baños y Béjar. Por su parte,
las fuerzas de Extremadura, llegadas con Hill se preparan para pasar el in-
vierno en Cáceres y pueblos de los alrededores.
Se procura evitar choques, pero parecía que los franceses iban a volver
con el consiguiente sobresalto. El 4 de diciembre de 1812, el alcalde de
Trujillo comunica a la Real Audiencia de Extremadura, en Cáceres, que le
habían llegado rumores de que los franceses se habían establecido en
Puente del Arzobispo y Oropesa. La Institución decide no aventurarse y
prepara un traslado a Valencia de Alcántara.
A mediados de mayo de 1813, ingleses y aliados abandonan Extremadura
yendo a encontrarse con el grueso del ejército de Salamanca, a través de
los puertos. En Extremadura, la guerra había terminado, aun cuando mu-
chos extremeños lucharon y murieron en el norte.
Mención especialísima merecen las guerrillas, pero no tengo tiempo para
estas honduras. Las primeras manifestaciones surgieron a finales de 1808,
ante la descomposición del ejército. Se acordó que las municipalidades,
aprovechando los muchos cazadores expertos que hacía por aquí, forma-
sen partidas para molestar al enemigo, impidiendo que se aprovisionasen y
desbaratando en lo posible las comunicaciones en los puntos neurálgicos.
Su propia movilidad les facilitaba la dispersión y la supervivencia, no sólo
porque impedía que el enemigo les capturase, sino por su mayor facilidad
para procurarse alimentos. el norte de Cáceres fue recorrida por el famoso
julián Sánchei y su pandilla, haciendo que los franceses huyeran.
La Batalla de Vitoria, el 21 de junio, pone fin definitivamente a la invasión
francesa en España.
Wellington pide permiso para ayudar a los absolutistas españoles, pero
sabedor de que Fernando VII andaba negociando con Bonaparte
(noviembre de 1813), se une a los liberales, que rechazaban el Tratado de
Valencey. En Francia, vuelve a derrotar en Orthez al incorregible Soult (27
de febrero de 1814).
En mayo, va a Madrid y pide una indemnización por la ayuda inglesa. Tras
unos días en Burdeos para despedirse de sus hombres, llega a Londres,
donde recibe plácemes, la Jarretera y agasajos (en árabe, «yo cené», se dice
«gásaja»)
Al enterarse del desembarco de Napoleón en Francia, se ofrece al Congre-
so. Le nombran Generalísimo y, esta vez, acaba para siempre con Napo-
león en Waterloo, lo que le valió un regalito de cinco millones de pesetas
y todos los países que odiaron a Bonaparte, le condecoraran a porfía.
Tras algunos cargos políticos en que se muestra contrario a las reformas y
los protestantes le echan en cara se partidario de la independencia de los
católicos, su casa llega a ser apedreada y se teme por su vida.
Dos años más tarde, el mismo pueblo le vitoreaba. Le nombran Canciller
de la Universidad de Oxford y ministro de Asuntos Extranjeros en el go-
bierno Peel. en 1838 se inaugura su primera estatua, ecuestre.
EI14 de septiembre de 1852, muere en Welmer Castle (Kent).