Felipe Parrón Fernández.
En la presente edición de los Coloquios Históricos de Extremadura tengo por pretensión hablar de algo relacionado con la ponencia que ya hubiera presentado en anterior edición; pero habrán observado, queridos amigos, que el título es totalmente diferente, puesto que el pasado era «LA SERRANA DE LA VERA UNA LEYENDA MEDIEVAL CON VARIAS VERSIONES», y el presente es «UN EXTREMEÑO Y SU PEQUEÑA HISTORIA»; pues bien, todo se debe a que la mayor parte de este trabajo, voy a dedicarla más al autor, compositor y poeta, D. Felipe Jiménez Vasco; y en cuanto a lo escrito por él, referente a tan famosa mujer, como lo fue la tal Serrana, lo conoceremos al final; pero al hablar, como ya dijera en otra ocasión de esta cerril e indómita salvaje, me veo obligado a hacerlo sobre lo que fuera la morada final del Cesar Carlos I.
Antes de seguir adelante, voy a decir algo sobre lo que fue y sigue siendo D. Felipe Jiménez Vasco, empezando por decir que nace en Cuacos de Yuste (Cáceres), en el año 1.908:
A los quince años de edad, da comienzo a sus estudios de música, disciplina que cultiva hasta dominar piano, órgano, acordeón y guitarra.
Dedicado al estudio de las letras destacase pronto al publicar sus primeros trabajos en tiempos de la Dictadura de José Antonio Primo de Rivera, en un periódico llamado Nuevo Día que dirigía Narciso Madral Vaquero, y que se puede ver en el archivo de la Diputación Provincial de Cáceres debidamente encuadernado.
Está en posesión de un gran número de diplomas recompensas y trofeos de España y del Extranjero, habiéndose traducido muchos de sus poemas al Danés, de cuya nación es miembro de la Societé Royales des Anticuaires du Nord, de la Real Academia de la Historia del Norte de Copenhague, título este último, otorgado por S. M. el Rey Frederik IX de Dinamarca.
Es autor de más de un millar de artículos sobre la Vera, y entre sus libros de poemas, cuyo arte cultivó con preferencia, destacan «ECOS DE EXTREMADURA», «AL COMPÁS DE MI LIRA», «GOTAS DE ROCIO», «LA NATURALEZA CANTA», y un breve tratado de historia, titulado «COMO NACE UN MONASTERIO Y MUERE UN CESAR», en donde se comprendían la época y vicisitudes por las que pasan los llamados «Hermanos de la pobre vida», para edificar el monasterio de Jerónimos, levantado a la distancia de dos Kms. de Cuacos, seis de Aldeanueva de la Vera y diez de Jaraíz de la Vera; en el año 1.402, en dónde vino a morir el más grande emperador de la Cristiandad.
Felipe Jiménez Vasco, es miembro de la administración de Justicia, cargo que sabe hacer compatible con sus afanes literarios, que por su prodigalidad en radio, revistas y periódicos han hecho de el uno de los populares en el campo de las letras.
Ha organizado corales, conjuntos musicales y coros folklóricos a los que él mismo puso letra y música.
«COMO NACE UN MONASTERIO Y MUERE UN CESAR» ha sido reeditado con el título de «YUSTE Y LA SERRANA DE LA VERA», acabándose su impresión, en los talleres de la Imprenta Romero de Jaraíz de la Vera, el día doce de Julio de 1.974; claro, que al cambiar de título, le une un capítulo más; producto de su fogosa fantasía, sobre la mujer de la cual ya hable en otra ocasión.
Dice Felipe, antes de dar comienzo a su mini-libro, como así le vamos a llamar ahora, lo siguiente; «Antes de entrar de lleno en el primer capítulo de este opúsculo que te ofrezco se hace necesaria una breve explicación que disculpe el humilde estilo de esta narración que me propongo hacer sobre la fundación de Yuste, sus vicisitudes y contrariedades, así como de los hechos más salientes y trascendentales acaecidos con motivo de la llegada a este cenobio del gran Cesar Carlos I de España y V de Alemania, y de su vida en este remanso de paz hasta su muerte.
Insignes historiadores y conspicuos literatos han abordado el tema con magistrales plumas y no pocos han deslizado entre las páginas de la Historia conceptos inexactos e insultantes catalinarias contra los hijos de Cuacos que solo tuvieron delicadezas y consideraciones para los fundadores del monasterio, para la comunidad allí enclaustrada y para el emperador Carlos, injusticias que en estas breves líneas me propongo publicar con dolorida pluma.
Mi interés constante por Yuste, su historia y el deseo de presentar ante mis conterráneos un resumen sencillo y vicisitudinario de los hechos más salientes de la fundación del monasterio, y de la estancia en el mismo del Cesar hasta su muerte, hiciéronme publicar en la prensa un resumen de estos hechos, que son los que, sin mas arreglo, he vertido en estas páginas, sin anfibologías ni metáforas, en atención a esta sencilla gente de mi tierra, en honor de las cuales he escrito este resumen tras una labor de búsqueda en archivos, librerías de viejos manuscritos y algún que otro incunable encontrado entre montañas de legajos apolillados y cubiertos de polvo secular y complicada caligrafía.
Osados y poco escrupulosos novelistas y escritores mitomaníacos no sintieron reparo en usar el egregio nombre del Cesar o el insigne y valeroso de Jeromín (Convertido después en D. Juan de Austria) para urdir novelas cuyo pasaje eran aceptados por la plebe como verídicos hechos, de tal forma, que ha de costar mucho trabajo el desterrar esas creencias, una de las cuales consistía en pintar a Jeromín -Cuando vivía en Cuacos tenía solo de diez a once años de edad ya que su nacimiento acaeció en 1547- enamorado de una tal Magdalena, con cuya familia vivía, por ser amigo de un hermano de ésta, con el cual llegó a tener un duelo a causa del odio de su abuelo (un antiguo comunero de Castilla) que odiaba al Cesar y sus familiares en los cuales había jurado vengar la muerte del hijo del viejo y padre del amigo que tenía por nombre Conrado.
El Emperador llego casualmente al castillo, muy cercano al monasterio, evitó el duelo y convenció al comunero que ninguna culpa había tenido en aquellas muertes. ¿No resulta muy peregrino todo esto?.
Hablando de Yuste, Felipe dedica estos versos al pórtico del mismo:
Descúbrete pecador
y reclina tu cabeza
ante la augusta grandeza
del Cesar Emperador
Que este sagrado recinto
de puerta al mundo cerrada
fue la última morada
del invicto Carlos V.
En la lid no tuvo calma
su espada nadie venció
cuando morir se sintió
vino aquí a salvar su alma.
En la última victoria
sin espada ni arcabuz
cambió el cetro por la cruz
solo por ganar la gloria.
En cuanto a lo que nuestro amigo Felipe habla sobre la legendaria Serrana, también lo vamos a conocer ahora:
Allá por los años de Maricastaña, cuando en la Vera no existía ni con mucho el celebre monasterio de Yuste, y las sierras estaban pobladas de vetustos robles y castaños seculares, había en lo alto de una sierra desde dónde se divisan los pueblos de Jaraíz, Garganta la Olla y Cuacos, una pequeña ermita llamada de San Salvador, que unida a una mísera edificación hecha de piedra y barro, servía de morada y retiro espiritual a un puñado de cenobitas que retirados del mundo hacían oración en aquellos apartados lugares, viviendo casi de las limosnas que recogían de los pueblos cercanos y que conducían sobre sus espaldas cubiertas escasamente con raído y burdo sayal.
Tras largas noches de vigilia y duros cilicios, estos pobres anacoretas que en las horas de descanso de la oración cultivaban un pequeño huerto no muy lejano a la ermita, vieron extrañados cómo junto al altar alguien había dejado una especie de cesta, repleta de conejos, tórtolas y perdices que aún sangraban por sus recientes heridas, ninguna de las cuales parecía hecha por arma de fuego, desconocida entonces en esta tierra.
Aquellos pobres mendicantes, creyendo ver la voluntad de Dios que de esta forma les proporcionaba el condumio necesario para sus escasos estómagos, lo comieron con verdadera fruición, hasta dejar limpios los huesos de aquella caza providencial que la mano de Dios les había proporcionado.
Ya casi habían olvidado las delicias de este hecho insólito cuando un buen día en que regresaban de sus constantes merodeos casi sin nada que poder llevarse a la boca, vieron cómo de un corpulento castaño que daba sombra al santuario pendía una ristra de conejos y liebres, con algunas palomas y perdices, atadas por el cuello con una cuerda vegetal.
No fue menos la alegría de estos pobres eremitas al ver aquellos manjares que habían de solucionarles el problema de su pitanza de tan difícil solución para ellos diariamente; y así hasta tres veces se repitió este hecho que ellos siguieron considerando milagroso, ya que nadie solía acercarse por aquellos contornos tan llenos de profundos arroyos y malos pasos.
Quiso la casualidad que un día en que todos habían ido por esos pueblos de Dios en busca de algún cuscurro de pan con que alimentarse, uno de aquellos solitarios regresara antes de la hora prevista, ya porque su carga fuera menos pesada, o bien por alguna otra circunstancia que la historia omite. El caso es que estando colocando en la despensa el zurrón vio acercarse a la capilla una mujer de tez tostada por el sol y duras facciones, que vistiendo zamarra y falda de piel de oveja, adornaba su cintura con gran surtido de aves que colgaban atadas por el cuello y en bandolera, con una descomunal honda hecha con correas de la misma piel.
No fue pequeño el sobresalto de aquel hombre al ver como aquella mujer de fuerte complexión y porte de amazona, dejando su caza sobre las ramas del viejo castaño, regresa a buen paso por la estrecha vereda que conducía al pueblo de Piornal. Si grande fue el asombro del pobre cenobita mudo testigo de estas escenas, no lo fue menos del resto de los ascetas a su regreso de los pueblos.
Contado por el penitente con toda clase de detalles, no salían de su asombro, y reunidos en capítulo, decidieron averiguar la protección de tan extraña protectora, por si se trataba de la hija de algún magnate de aquellos contornos al que conviniera hacer una visita de cumplido y darle las gracias por tan gran favor.
Elegido quien había de llevar a cabo las pesquisas, nombramiento que recayó en el penitente que la viera llegar a la ermita, este vistiose de campesino, y deambulando día tras día por vericuetos y escarpadas pudo al fin dar con aquella mujer que, sentada a la puerta de una cueva, le llamaba a grandes voces.
Sintió miedo el falso campesino, al ver la cara lasciva y gestos libidinosos que hacía para atraerle. Quiso correr, pero ya era tarde. Aquella endemoniada mujer al ver perdida su presa, pone sobre su terrible honda una enorme piedra, y después de darla varias vueltas alrededor de su cabeza la dispara hacia el desgraciado curioso al cual dejó por muerto a merced de las alimañas que durante la noche merodeaban por aquellos contornos.
Sólo un milagro pudo hacer que el desgraciado eremita llegara casi arrastrando hasta el santuario de San Salvador, y contar a los asustados compañeros los extraños sucesos, muriendo al poco rato a consecuencia de la herida terrible de su cabeza.
Uno de los pastores que acudió al entierro, al ser informado de tan extraño suceso, manifestó; «Esa mujer es la terrible Serrana de la Vera que tiene su morada en estas montañas, alimentándose de caza y matando a cuantos hombres tienen la desgracia de caer en sus manos».
Dicen que ésta y no otra fue la causa de que aquellos hermanos de la pobre vida bajaran hasta Cuacos, y al socaire de estas montañas, fundaran lo que al correr de los años había de llamarse el Real e Imperial Monasterio de Yuste.
Acabamos de conocer un poco la personalidad de un extremeño, que ama de verdad a su tierra, en su historia y en lo que concierne en el campo de las letras.
Felipe Jiménez Vasco, es a actualmente el secretario del juzgado de Jaraíz de la Vera, y es el hombre a quien tengo el honor de presentar personalmente.
Felipe Parrón Fernández
ARDISA, 11 de Abril de 1.977