Oct 011986
 

Manuel Vivas.

Es bien cierto y de reconocida importancia el hecho del descubrimiento de América patrocinado por España; quizá parezca incluso nimiedad subrayarlo a estas alturas cuando el mundo entero inicia esa suerte de novenario que acabará en la conmemoración del V Centenario de aquella efeméride.

No obstante de esa importancia es aun mayor para nosotros la de otro fenómeno en el que España y concretamente Extremadura son verdaderos sujetos protagonistas: la invención de América.

Mucho se habla de “América descubierta” sin reparar en esto que, aquí y ahora, nos gustaría subrayar: “América inventada”.

Dicho lo que precede nos encontramos en condiciones de enunciar la tesis de esta ponencia: es fundamental para entender Iberoamérica y su historia tener en cuenta que más que un descubrimiento es una invención patrocinada por España y Extremadura en gran parte. También es fundamental esto para establecer una comprensión de Extremadura, de su pasado y su presente. Deberemos tener en cuenta la intrahistoria de ambos espacios históricos para formular la pregunta por su identidad y autenticidad actuales.

A continuación desarrollamos esta tesis.

Ante todo es necesario explicar el sentido del término invención; de él queremos despejar el sentido peyorativo e idealista. Con ese vocablo no designamos ningún idealismo histórico, sino, antes bien, nos introducimos en una de las realidades radicales de la historia. Y ésta por dos motivos que brevemente apuntamos:

  1. Porque “invención” tiene su raíz en la “vida” del pueblo, en su intrahistoria. Un pueblo vivo, con vida, tiene su intrahistoria.
  2. En segundo lugar y consecuencia de lo anterior, la invención engloba el fenómeno de singular importancia hoy en día denominado inculturación y que desde el Renacimiento, cuna de la razón histórico-política, hasta nuestros días ha sido punto obligado de análisis. Recordemos a este respecto las penetrantes introspecciones de nuestros intelectuales de este siglo, mucho de los cuales, además, tuvieron que viajar a Latinoamérica y demás continentes.

No obstante, el sentido de invención no es totalmente idéntico al de inculturación; como todos ustedes saben hay inculturación cuando dos o más culturas entran en contacto de un modo u otro. No toda inculturación es, empero, al final, invención; con este término denotamos un resultado procesal, es decir, se instaura un proceso desde el final de la inculturación. O, dicho con otras palabras que creemos más precisas, se inaugura un destino, un tiempo en el que hay tiempo.

Cuando, por tanto, hablamos de América inventada designamos la realidad de una cultura, que de un modo u otro entró en contacto con otro modo de entender la vida -otra cultura, la occidental- creándose así una determinada intrahistoria -la vida de Latinoamérica y su gente- destinada con el paso del tiempo a florecer en una personal historia con sentido y personalidad propias.

Pero todo esto, que hemos dicho necesita unas aclaraciones. La intrahistoria designa, como todos ustedes saben, la vida, con mayúsculas, de un pueblo con su gente, sus costumbres, como muy bien dice nuestro Chamizo “con sus sentires y quereres”. De esta intrahistoria surge la proyección universal de ese pueblo, su inscripción en el devenir del mundo; en una palabra, su historia.

Iberoamérica es aun tierra joven; quinientos años desde su descubrimiento son aun pocos. No ignoramos su historia precolombina y menos aun su valor; pero tenemos que admitir, en aras del realismo histórico, el hiato que supuso la conquista y posterior colonización. Así lo han visto pensadores de aquella tierra como el mexicano Vasconcelos. Recordemos por un momento su libro titulado “La raza cósmica”. Latinoamérica tiene una vocación universal que le viene dada, según el filósofo, por la nueva raza -el mestizaje- forjada en aquella tierra. Pero esto es muy problemático. La intrahistoria exige la identidad, la originalidad de un pueblo; otra obra del mismo Vasconcelos, su “Tratado de Metafísica” expone el pensamiento de la más pura ortodoxia tomista. ¿Cómo pues, desarrollar esa identidad iberoamericana desde caracteres profundos del pensar que vienen dados desde el Occidente europeo? ¿Dónde está y cómo florecerá esa personal y original historia de Latinoamérica, qué debe surgir de esa vida autóctona que ya se da y que aquí, sin pretender agotar la riqueza del término, estamos denominando intrahistoria? ¿Cómo surgirá esa historia que forjará la identidad de un pueblo, que en cuanto historia le otorgará un destino histórico, es decir un tiempo en el que hay tiempo histórico?

Podemos pensar esto que decimos a niveles incluso fáctico-políticos: ¿es compatible la identidad Latinoamericana con una configuración sociopolítica en un sistema típicamente griego y occidental como es la democracia? Huelga decir que esta pregunta no supone ninguna forma de implícita legitimación de las dictaduras en A. Latina existentes.

Con todo esto podemos formular la cuestión de la identidad de Latinoamérica. ¿Dónde encuentra aquella región su identidad y como la desarrolla?

En un momento de la ponencia hemos señalado el poco tiempo trascurrido entre el descubrimiento y nuestros días. Latinoamérica necesita aun tiempo; todavía está configurándose. Su historia espera a su determinación propia. No obstante tiene una identidad determinada, propia, que asegura el reconocimiento universal de aquella tierra: su búsqueda de identidad, su lucha en su autodeterminación personal, muchas veces ensangrentada por diversos motivos, como por ejemplo la ambición de poder de determinadas áreas de nuestra tierra. España debiera fomentar la propia determinación de aquel pueblo, que lucha por conseguir su historia, es decir, su libertad.

Pero, ¿que dice todo esto respecto de Extremadura?

Señalábamos al principio que Extremadura con el resto de España había patrocinado la invención de América de la que hemos venido hablando. Podemos hacer ahora una comparación con la situación extremeña. Extremadura es vieja. Tanto como el resto del continente en el que se asienta. Los romanos, tanto en Emérita Augusta como en Turgalium nos dejaron su testimonio.

Cabe sin embargo una pregunta: ¿Dónde está la historia de Extremadura? ¿Sobre qué se alza el sentido de su historia y de su pasado colonizador?

Parece que la pregunta contradice todo lo que llevamos dicho. Solo Extremadura patrocinó la invención de América parece que debiéramos pensar a Extremadura plena de sentido. Sin embargo no es tan sencillo el problema por lo que nos vemos obligados a llevar la cuestión a la intrahistoria. Extremadura forja la vida de los extremeños; en ella se da la vida propia de toda intrahistoria. ¿Pero a dónde conduce esa vida? Quiero leer un texto amargo pero sincero -no digo verdadero- de don Miguel de Unamuno; la cita está tomada de su famosa y seguramente por todos ustedes leída obra “Por tierras de Portugal y España”. Dice así:

“emprendimos el retorno dejando allí, entre dehesas, entregado a la modorra y al juego a este hermoso pueblo de Trujillo, digno de tener otra alma.

¿Cambiará esta hermosa tierra extremeña y sabrán sus hijos sacudirse el paludismo espiritual, cien veces más dañino que el del cuerpo, esa ciega y loca y embrutecedora pasión del juego y elevarse a otro nivel de la vida?, ¿Alboreará al fin en esos espléndidos campos la verdadera civilización que avanza sin cesar en casi todo el resto de España?”.

Hasta aquí las palabras de Unamuno.

A Extremadura hay que pensarla, hay que vivirla para otorgarle su vocación personal y universal, para otorgarle su historia.

Es posible la decepción de Unamuno; el vio el decaimiento de una tierra tal y como la vemos hoy nosotros. Extremadura necesita un destino que sólo los que en ella nacen y mueren pueden otorgarle.

Según Pedro Laín Entralgo “la vida humana es siempre vida histórica” porque “a su lado la vida en la intrahistoria es también vida histórica, porque el mundanal ruido de la historia llega siempre a la aldea más aldea, y porque poto de antiguos hábitos históricos son, los que perduran en el presunto existir intrahistórico del campesino más campesino”[1]. Tiene evidentemente razón el director de la Real Academia cuando dice que la intrahistoria es de algún modo historia, si por esta última entendemos acontecer. Pero no vamos a discutir un problema que nos llevaría a sutiles consideraciones filosóficas.

Sí queremos subrayar, en cambio, que según Laín Entralgo, Extremadura y Latinoamérica desarrollarían su vida sin más, siendo ésta histórica. Pero esto conllevaría a la larga el concienciar una historia sin destino, es decir, la historia se limitaría a ser un cúmulo de hechos, algo meramente puntual.

Latinoamérica, aun sin historia, pero en una búsqueda de destino que ya lo es y que, por lo tanto, goza de su propia personalidad. Extremadura, una tierra con historia puntual, sobre la que pesa la pregunta de su destino. ¿Se forjan su destino propio los extremeños? Es doloroso decir que no, pero no se puede responder afirmativamente. El modo de sacudirse ese “paludismo espiritual” que tan drásticamente señalaba Unamuno y que a todo extremeño enfada en un primer momento es conferir a Extremadura un destino. ¿Cómo?

Si bien y ya con esta reflexión termino que éstos son unos coloquios históricos; en ellos se hace historia de Extremadura. Pero ¿qué significa hacer historia de Extremadura? Esta pregunta y aquella inmediatamente anterior que formulábamos -¿cómo conferir destino?- son la misma cuestión. Hacer Historia de Extremadura es hacer la Extremadura histórica, es conferir un destino a esta tierra no sólo de agua sedienta. Hacer historia no es sólo saber archivística, no es la memorización de datos sino sobre todo concepción de sentido, porque historia es siempre y sobre todo historia del sentido. Hacer historia de Extremadura significa crear en Extremadura un tiempo histórico, significa en definitiva inventar Extremadura. Mientras no tengamos un destino seremos espiritualmente palúdicos. Hagamos la historia de Extremadura, es decir, hagamos la historia para Extremadura. Configuremos nuestro destino propio y universal, salgamos de este conformismo que jóvenes de Trujillo señalan como característica peculiar de nuestra tierra y de su gente. Inventemos pues, nuestro entorno y nuestra historia. Seremos entonces extremeños.


NOTAS:

[1] LAÍN ENTRALGO, Pedro: “La adhesión del señor Cayo”, en: diario El País, 6 de septiembre de 1986.

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