Jesús Bermejo Bermejo.
La historia de nuestro protagonista parte en algún lugar próximo a las playas actuales de Catia La Mar (Venezuela) un 3 de enero de 1563[1].
I
Las maderas del “San Juan Bautista” se desconcertaban en el forcejeo crujiente de los continuos virajes por la acción de la mar, furiosa hoy al perpetrar sobre su manto el rumbo trazado; como si un titán de las profundidades presagiase el destino de sus navegantes, a pesar del sol húmedo del caribe, profano para aquellas pieles morenas, encaminadas a sus nuevas vidas en el Nuevo Mundo.
Bartolomé Dalmao[2], vecino de La Cumbre (Extremadura), hijo de Bernardo de Salas y Elvira Dalmao; viajaba con su señor, Diego García de Paredes, el responsable de que, por fin, pudiera conocer las Américas de la que continuamente se hablaba en los corrillos de las tabernas trujillanas, entre el silbido de los campos cumbreños, en la raíz de los peldaños, recién puestos, del rollo de su pueblo.
El vigía había avistado tierra hacía unas horas, la tripulación se arremolinaba en cubierta, a la vez que arranchaban[3] los aparejos. El cumbreño no veía la hora de pisar aquella playa misteriosa, donde se apreciaba los canticos y bailes de indígenas, según los más expertos, en señal de bienvenida.
El conquistador, aunque condescendiente, tenía clara su posición y las tareas de sus criados[4], formadores del séquito de ayudantes en el andar de la nueva vida que le esperaba en Popayán, como recién nombrado Gobernador, en el territorio de lo que, actualmente, es Colombia. Como tenía previsto continuar su viaje por tierra, pensó en visitar a su amigo Luis de Narváez, y continuar reguero de visitas por El Tocuyo, Trujillo, Mérida, Pamplona y otras plazas americanas donde había participado en su fundación y conquista.
Aunque precavido, la teatral bienvenida que demostraban los indios parecía evidenciar la pacificación y sometimiento de estos a los nuevos gobernadores españoles y colonias de familias europeas afincadas para poblar cristianamente esas tierras.
Tras terminar de estibar[5] en cubierta, nuestro protagonista se reunió con su señor.
- ¿puedo pediros el favor de acompañaros al desembarcar?
Bartolomé podía preguntar si mesura ya que, durante todo los días de servicio, que ya habían sido muchos, había cogido cierta confianza y cariño con el hijo del conocido “Sansón de Extremadura”, quien sabía agradecer el carácter aventurero del cumbreño y la, siempre, predisposición para protegerle de peligros y estar junto a él en todo momento.
- Lo siento pero hoy no, se trata solo de una visita de cortesía y debemos ir caballeros armados, pues trataremos temas de interés y averiguaremos si esos indios no han intentado rebelarse desde mi partida.
Consciente del entusiasmo e impaciencia de nuestro protagonista, el trujillano puso una mano sobre su hombro y prosiguió.
- Antes de terminar el día, desembarcaremos todos para continuar viaje a Popayán, ya tendrás tiempo de conocer lo bueno y malo de los paisajes que nos esperan.
Sobre un bote y junto a seis marineros se aposentaron Diego García de Paredes, Alonso Zapata y Francisco de Las Casas. Mientras los veía alejarse lentamente Bartolomé suspiraba al cielo porque había incumplido su primera promesa el día que fue con su señor al Monasterio de Guadalupe para bendecir la travesía: había prometido estar con el nuevo Gobernador en el momento de pisar tierra al otro lado del gran océano.
Habría que hacer un inciso en esta historia y retrotraerse unos años atrás, hasta 1561, Diego García de Paredes, como maestre de campo, persiguió y dio muerte a Lope de Aguirre, explorador y conquistador español, culpable de múltiples asesinatos selectivos al erigirse líder de una expedición para la búsqueda de El Dorado y de encabezar, a su vez, una rebelión contra la monarquía española.
En un reguero de saqueo y muerte, Aguirre cae sobre Barquisimeto. Las tropas de Diego García de Paredes, alertadas por Pedro Alonso Galeas, un desertor de la expedición natural de Almendralejo (Badajoz), parten desde Mérida, Trujillo (ciudades de Sudamérica) y El Tocuyo hacia Barquisimeto para detenerlo y ajusticiarlo.
El 26 de octubre de aquel año cae muerto este tirano de un disparo de arcabuz. Su cuerpo fue descuartizado y sus restos comidos por los perros con la excepción de su cabeza, que fue enjaulada y expuesta como escarmiento en El Tocuyo; y sus manos, que fueron llevadas a Trujillo y Valencia (en la actual Venezuela)[6].
Tras el vencimiento de Lope de Aguirre, Diego García de Paredes partió hacia España a solicitar recompensas por los servicios prestados a la corona; es por eso que le fue concedida la Gobernación de Popayán; y tras una breve estancia en su Trujillo natal, en Extremadura, parte hacia aquellos territorios junto a su lugarteniente Gabriel de Ávila y toda su comitiva, entre los que se encontraba nuestro protagonista: Bartolomé Dalmao.[7]
El cumbreño estaba entusiasmado con el conquistador y con la aventura de seguirle en sus hazañas; lo sabía todo de él; en parte a las leyendas que tantas y tantas veces le contaba su padre sobre historias que se rumiaban por La Cumbre, recientemente comprada por otro caballero, Pedro Barrantes, que, junto a Francisco Pizarro, había traído fortuna y gloria de este mundo que se abría, en esos momentos, a sus ojos.
A pesar de su edad, rondaba los 30 años[8], Dalmao soñaba el deseo de todo nuevo colono llegado a tierras vírgenes; en su interior palpitaba el fervor de quien ansía desbrozar la maleza que impide el porvenir tantas veces insuflado en los comentarios de su pueblo, o en Trujillo, donde presentó su cédula en la que se justificaba la “limpieza de sangre”[9], también avalada por el que sería su señor, anteriormente aleccionado por el favor del nuevo dueño de La Cumbre, aquel caballero, originario de Alcántara, que había regresado rico y había sabido hacerse renombrar en la historia[10].
Ya en la playa, Bartolomé, junto al resto de los ocupantes del “San Juan Bautista”, observaba las siluetas desembarcar del bote ante la comitiva indígena, que danzaba en señal bienvenida, ensalzada por una figura ataviada con colores chillones, un casco en forma de hoja de hacha en la cabeza y grandes plumas brillantes a su espalda.
- Ese debe ser Guarauguta– recordó entusiasmado el cumbreño.
El cacique Guarauguta había reinado en aquella zona mucho antes de la llegada de los españoles, por lo que, hasta el momento, siempre se había mostrado hostil, pero la pacificación de la zona por el conquistador trujillano, junto con otros compañeros como Juan de Villegas y Luis de Narváez, ayudaron a “bajarle los humos” y, aparentemente, mantenerse pacífico, al menos, esa era la insinuación que daba cuando los caballeros pusieron pie en la blanca arena de Catia, bajo un sol abrasador en el verano caribeño.
- Gente venida de mar, amigos de Mareiwa[11], enemigos antes y amigos ahora, venid a banquete en vuestro honor.
Guarauguta, sonriente, dio la bienvenida a los recién llegados y desde el barco se oyó un júbilo entronizando a la avanzadilla, la emoción en Bartolomé era colosal.
Sentados en el Bohío[12], García de Paredes preguntó por su amigo Narváez.
- En San Francisco está, enseguida van a buscarlo, pero, hombres barbudos, comed, bebed en señal de paz.
Desde el barco no se veía nada, el sol de la tarde cegaba cada vez más, el cumbreño tenía las ropas empapadas en sudor, la madera de cubierta parecía que se iba a deshacer como mantequilla. Al rato vio a un grupo de indios transportar algo grande envuelto en una vela de barco.
En el bohío, mientras los españoles bebían y comían, el grupo indígena entró cargado con un extraño paquete; esa era la señal, al momento, deshicieron las fuertes telas y apareció ante ellos el cadáver putrefacto de Luis de Narváez.
- ¡¡Traición!!- gritó Alonso Zapata.
En ese instante, una multitud de indios se abalanzó sobre los conquistadores quienes, echando manos a las espadas, entablaron encarnizado combate.
Mucha gente del barco se tiró al agua en auxilio de la avanzadilla, Bartolomé se apresuró a bajar un bote junto con otros tripulantes y soldados; las voces de angustia y muerte vomitaban desde la orilla. En medio de todo, las espadas en alto, un marinero herido en un brazo se apresuró a la playa y comenzó a nadar hacía los españoles. Fue en ese momento donde el cumbreño vio el cuerpo mutilado de su señor, junto al resto de caballeros, mientras el cacique Guarauguta expulsaba su rabia cubriendo su rostro con la sangre de los caídos.
Lanzas y flechas sobrevolaban entorno al marinero herido que había conseguido huir, por fortuna consiguió llegar al bote.
- ¡¡Nooooo, nooooo!!- nuestro protagonista se desahogaba mientras daba estocadas al mar con su espada ante el ritual amenazante de los indios, aglomerándose en torno a la playa, enjuagando su soberbia al alzar el cadáver de Diego García de Paredes como una alegoría a su victoria.
Bartolomé, envuelto en lágrimas, no paraba de gritar. La desesperación de los españoles se incrementaba al no poder hacer nada; de la selva a la playa, continuamente, salían indios armados y los triplicaban en número. Por mucha pólvora que usasen, desembarcar suponía un suicidio.
Mientras izaban la vela y marchaban, los ocupantes del “San Juan Bautista” veían como los caribes empalaban a los muertos, poniéndolos en alto para, con sus arcos, utilizarlos de diana.
Días después, el barco, con bandera a media asta, desembarcaba en el puerto de Borburata (Puerto Cabello). Nuestro hombre nunca habría supuesto que al pisar, por fin, tierra, tras cumplir su sueño de cruzar el océano, las primeras sensaciones que experimentaría fueran las de tristeza y rabia.
Uno de los compañeros del cumbreño, Juan de Altamirano, que también iba de criado del conquistador, le preguntó:
-¿Qué vas a hacer ahora Bartolomé, habrá que buscar quehacer en las Indias, no?
– No creo que vaya a Popayán- sentenció suspirando- el destino no nos quiere allí todavía, me quedaré por aquí y veré como puedo vengar a nuestro señor.
Tiempo después, las tropas del capitán Gómez de la Peña derrotaron a Guarauguta, también en las cercanías de la playa de Catia. Sobre la arena, entre palmerales agitándose al viento, uno de los soldados masculló al grupo la noticia de tierras en propiedad para los que se establecieran en la “Nueva Segovia de Barquisimeto”, leguas adentro, fundada años antes por Juan de Villegas. A Bartolomé Dalmao, natural de La Cumbre, en Extremadura, la idea hizo que se le iluminaran las pupilas y, junto a los que estaban allí, empezó a cruzar miradas cómplices de asentimiento.
II
Aquí podría haber terminado mi trabajo, pero la búsqueda incesante de documentación sobre mi pueblo me está dando enormes sorpresa. El descubrimiento de Bartolomé Dalmao me dejó estupefacto; mi primera impresión fue duda, principalmente por el apellido, porque, a día de hoy, no es nada común y, que yo sepa, no queda ningún Dalmao o Almao en La Cumbre; pero teniendo en cuenta la época, puede que hubiera varios Dalmao descendientes, junto a, por ejemplo, Ortiz o Trenado (apellidos que si están patentes en el pueblo), de aquellos procedentes del reino de Aragón que se establecieron durante la reconquista en nuestras tierras para siempre.
Como, aun así, seguía con la duda, constate con varias fuentes la pequeña reseña de este cumbreño que cruzó el océano Atlántico hacia el Nuevo Mundo, una tierra por descubrir en aquellos años.
En el Catalogo de Pasajeros a Indias, en el volumen IV se cita: Bartolomé Dalmao, vecino de La Cumbre (Extremadura), hijo de Bernardo de Salas y de Elvira Dalmao, viajó a Popayán en 1563, como criado de Diego García de Paredes.
No lo confundamos con el famoso Diego García de Paredes, el “Sansón Extremeño”, este no cruzó el angosto mar a las Américas; se trata de su hijo, de igual nombre, quien se pasó la vida intentando emular al padre y, tal y como cuenta el relato, murió de forma trágica junto a los dos caballeros citados que iban con él.
Observando desde la lejanía el fatal desenlace, la comitiva de personas hidalgas, amigos y parientes que acompañaban a Diego García de Paredes, no pudiendo hacer nada por su señor, continuó viaje hasta atracar en Borburata, probablemente en Puerto Cabello (que se llama así en honor a un contrabandista de aquella época llamado Andrés Cabello, apellido muy de la zona de Trujillo), donde dieron declaraciones de lo sucedido al alcalde Lope de Benavides.
Desconocemos las causas por la cual el cumbreño no prosiguió viaje a Popayán, sino que se quedó a vivir en la “Nueva Segovia de Barquisimeto”[13]. Cuando llegó en 1563, la ciudad acababa de mudarse a su cuarto asiento, puesto que sus habitantes tuvieron problemas en los dos primeros, debido a los indígenas y al terreno; en cuanto al tercer asiento, tras los desastres ocurridos con Lope de Aguirre, los ciudadanos de Barquisimeto determinaron mudarse de nuevo al considerar el lugar como “maldito” y también, como relata Fray Pedro Aguado “como hoyándose la tierra y levantándose algunos vientos recios anduvieron por el pueblo muy continuos e insufribles polvos que les echaba a perder la roa y les causaba algunas enfermedades y muy gran fastidio, después que estuvieron allí algunos días y fue ido el Gobernador Pablo Collado, que había dado consentimiento en este mudamiento del pueblo, acordaron mudarse a otra parte, en tiempo que gobernaba aquella tierra un caballero llamado Alonso de Manzanedo”[14].
Sobre una meseta, a orillas del río que le da nombre, la actual Barquisimeto se desarrolló a partir del trazado y después de haber marcado un lugar principal para su iglesia, cabildo y los solares de sus vecinos.[15]
Como toda ciudad de la conquista española de América, quedaron patentes en Barquisimeto los principales símbolos: La Iglesia y el Obispado, representando el poder religioso; el Cabildo, Justicia y Regimiento, representando el poder real; y como centro neurálgico, la Plaza Mayor, donde el primer acto que se celebró fue clavar la cruz y alzar el “rollo” que era de madera; hecho que haría recordar a Bartolomé Dalmao a la plaza de su pueblo, La Cumbre, que posee, todavía hoy, rollo de granito, con los escudos de los Barrantes y Ulloas.
Es por ello que, en el plano de la Nueva Segovia de Barquisimeto de 1579, junto a la Plaza Mayor, en la calle de Damas, estaba el solar de Bartolomé Dalmao que establece su origen: La Cumbre (Extremadura) y su edad: 40 años[16].
Allí comenzó a actuar como hombre noble y se casó con la hija de Esteban Mateos, su vecino.
En 1567 se unió a la expedición de Diego de Losada que partía desde el Tocuyo para la conquista de los territorios de los indios caracas, cuyo cacique era el indio Guaicaipuro, conquista que ya había sufrido numerosos intentos y fracasos.
El 25 de marzo de ese año tuvo lugar la batalla de San Pedro, en la que Guaicaipuro al mando de 10.000 guerreros sufrió una dura derrota a manos de los españoles comandados por Diego de Losada.
Por ello, después de un gran trabajo y frecuentes enfrentamientos con los indios, Losada y su gente acamparon en la confluencia de los ríos El Valle y Guaire, a la altura de Bello Monte, y el 25 de julio de 1567 fundaron la ciudad de Santiago de León de Caracas.[17]
La historia cuenta como a partir de esa pequeña fundación comenzó a surgir la que hoy se conoce como la capital de Venezuela. Es un orgullo saber que entre los conquistadores que erigieron la ciudad con Diego de Losada se encontraba el cumbreño Bartolomé Dalmao, donde fue uno de los primeros Regidores[18] y donde firmó, junto con los otros cabildantes, el primer reparto de tierras el 8 de abril de 1568.
Años más tarde, volvió a la Nueva Segovia de Barquisimeto, tal y como se señala en el plano de la ciudad de 1579; verificamos su firma en 1587, cuando era Gobernador y Justicia Mayor en El Tocuyo; y volvemos a saber de él en 1591 cuando fue Alcalde de la Santa Hermandad en Barquisimeto[19].
Ilustración 1.- Firma de Bartolomé Dalmao
Observamos en nuestro protagonista a una clase social, la de los conquistadores, pobladores y fundadores de los territorios donde se asentaban, que ostentaban los principales cargos y poseían tierras y gente; constituyendo la aristocracia que iba a imperar en Sudamérica durante siglos y cuya hacienda se nutría, principalmente, de las Encomiendas[20].
Estas eran formas de propiedad territorial en Barquisimeto, guiadas por la relación que se establece entre la ocupación de la tierra para fines de explotación agrícola y pecuaria y como mecanismo de distribución de la fuerza de trabajo indígena que sobrevive al impacto inicial de la conquista.
Bartolomé Dalmao poseía Encomienda en San Miguel de Acarigua, formada por indios coyones y ajaguas, cuyo sacerdote de la doctrina era el licenciado Juan Bernardo de Quirós[21]; y Encomienda de los valles de los ríos Barquisimeto y Río Claro, formada por indios ajaguas, cuyo sacerdote de la doctrina era Antonio Luis de Urquiolaegui.
Pero es curioso apreciar como los principales pobladores, que cumplían las funciones más importantes de la ciudad como alcaldes y regidores, que habían fundado ciudades y conquistados territorios, que hubiesen disfrutado de los palacios más suntuosos de haber estado en España y hubiesen gozado del prestigio de los poderosos, vivían en viviendas hechas de “a manera de pajares” según el estilo de los indígenas, mientras se establecía el repartimiento de la población tal y como indicaban las Cedulas Reales.
Algunos documentos de 1575 prueban y mencionan a gente principal de Barquisimeto viviendo todavía en casas de barro y madera como el que poseía Cristóbal Gómez o “bohíos” como el de Bartolomé Dalmao.
Los hijos, nietos y biznietos del grupo fundador de esta ciudad fueron los que empezaron a construir casas con techos de tejas y paredes de piedra, hecho que nos otorga la oportunidad de comprobar las diferencias en cuanto a la mentalidad y estilo de vida de nobles e hidalgos entre un continente y otro.
III
Lejos de estereotipos convencionales, con preciso rigor histórico, encontramos a un hombre extraordinario y polifacético: criado, soldado, conquistador, fundador y poblador de ciudades, regidor, alcalde, encomendero… el perfil de aquellos que marcharon sobre un territorio virgen para escribir la historia que nos muestra la senda que dejaron y que traspasaron a sus hijos y nietos
En el caso de nuestro protagonista, su hijo Baltasar Matías de Almao, que se casó con Jerónima Ramírez Ribera, hija del capitán Alonso Ramírez y de Doña María Ribera, fundó el pueblo de San Antonio de Berrio; logrando la reducción de los indios guamonteyes, que se encontraban en los montes del Valle de Acarigua, sin necesidad de recurrir a la violencia. Los redujo al sitio de Tucuragua, fundando allí el pueblo en 1616. Pero aquejado de unas fiebres tuvo que ser sustituido por el alférez José Suarez quien maltrató a los indios, provocando que huyeran por lo que el asentamiento se deshizo; a pesar de los intentos y empeño de Baltasar Matías de Almao que pagaba tanto a la iglesia como el salario del sacerdote de su propio peculio. Almao también fundó otros pueblos en el sitio de Sugure y la misión de Cojedes, que fueron base para la fundación de pueblos misioneros de la Vicaría de San Carlos.
El hijo de este, el Capitán Juan de Salas, que toma el apellido de su bisabuelo, Bernardo de Salas, que se quedó en La Cumbre y nunca fue a Venezuela, padre de Bartolomé Dalmao, casado con Doña Úrsula de Castillo fue otro de los grandes conquistadores de Barquisimeto.
Intentando rescatar el pueblo de San Antonio de Berrio, que fundó su padre, el nieto de Bartolomé Dalmao, fundó San Antonio de Choro en 1657, aquí Salas hizo gestiones para llevar al pueblo a un grupo de misioneros capuchinos. Mientras la Diócesis de Caracas tramitaba este asunto, se construyó la Iglesia. En 1658 seis religiosos capuchinos llegaron a San Antonio de Choro desde Sevilla, que fueron recibidos por el nieto de nuestro protagonista y un buen número de indios, unos 1200[22].
En recompensa por sus servicios el capitán Juan de Salas volvió a recibir la misma encomienda que tuvo su padre Baltasar Matías de Almao en el valle de Acarigua, la cual había sido considerada vacante por defecto de confirmación real y que ya había pertenecido, también, a su abuelo.
Otros hijos de Bartolomé Dalmao fueron Bartolomé Dalmao y Aguilar, Ángela de Almao, María de Almao e Isabel de Almao[23].
IV
La Historia y su investigación es, muchas veces, aquella vereda no pisada durante siglos y que nos cuesta discernir. Volver sobre ella y sacarla a la luz evidencia un interés especial, que se atreve a poner sobre el mapa del tiempo la conquista y la historia de todo el continente Sudamericano, hecho que constituyó un pilar fundamental y del que fue principal ariete nuestra tierra, Extremadura, y dentro de ella, la tierra de Trujillo, la cual experimentó la primera y gran corriente de emigración a otros territorios en busca de prosperidad y riqueza.
Pero las hojas de los archivos y los documentos se cierran, son almacenados y la historiografía oral va extinguiéndose, poco a poco, marcada por los acontecimientos que la relegan y la memoria, que se torna olvidadiza con los siglos.
Es por ello por lo que siento especial orgullo al rescatar a Bartolomé Dalmao, natural de La Cumbre, mi pueblo, un hidalgo venido a menos que se embarcó como criado de Diego García de Paredes hacia Popayán (Colombia) pero que el tétrico destino de su señor hizo que formara parte de la historia de Venezuela para siempre, reflejado su nombre y su hazaña en numerosos documentos históricos y ahora, gracias a este trabajo, recordado aquí, en Trujillo, la ciudad conquistadora que, durante los siglos XV y XVI parió a innumerables hijos e hijas que marcharían para transformar y escribir las páginas de generaciones que forman y formaran parte, para siempre, de todo el continente americano.
Bibliografía:
ROMERA IRUELA LUIS y GALBIS DIEZ MARÍA DEL CARMEN. “Catálogo de Pasajeros a Indias. Archivo General de Indias”, Sevilla, Volumen IV, 1560-1566.
IGLESIAS AUNIÓN PABLO. “Estatutos de Limpieza de Sangre y requerimientos en el Trujillo del siglo XVI”. Coloquios Históricos de Extremadura.
AVELLAN DE TAMAYO NIEVES. “La Nueva Segovia de Barquisimeto”. Academia de la Historia. 1998.
NECTARIO MARIA, H. y MUÑOZ DE SANPEDRO, M. “El Gobernador y maestre de Campo Diego García de Paredes, fundador de Trujillo de Venezuela”. Madrid, 1957.
URDANETA, R. “Diego García de Paredes, conquistador de América”. Madrid, 1956.
OVIEDO Y BAÑOS JOSÉ. “Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela”.
AGUADO FRAY PEDRO. «Recopilación Historial de Venezuela”, Tomo II. (Publicaciones de la Academia Nacional de la Historia, Venezuela)
SIMON FRAY PEDRO «Noticias Historiales de Venezuela”, Tomo II. (Publicaciones de la Academia Nacional de la Historia, Venezuela)
ROJAS REINALDO. “Elites y propiedad territorial en Barquisimeto, provincia de Venezuela, siglo XVIII”. Universidad de Santa María. Caracas. Venezuela.
PASTOR BEATRIZ y CALLAU SERGIO “Lope de Aguirre y la rebelión de los marañones”. Madrid: Castalia, 2011
[1] Según el cronista de Indias fray Pedro Simón, este hecho tuvo lugar, en la bahía de Catia La Mar, en los primeros días de enero de 1563.
[2] En los documentos de la época, los notarios también escribían este apellido como Almao, Dalmao y Armao.
[3] Arranchar: Ordenar, acomodar las cosas a bordo. También preparar el barco para enfrentar mal tiempo.
[4] Los criados no tenían que ser de condición humilde necesariamente; se consideraban criados a todas las personas, hidalgas o no, que viajaran al Nuevo Mundo con los altos funcionarios para ejercer oficios relacionados con su cargo. Recordemos que, con Bartolomé Dalmao, viajaron como criados parientes nobles de Diego García de Paredes como Juan de Altamirano y Alonso de Carvajal.
[5] Estibar: Colocar las cosas ordenadamente y de manera que ocupen poco sitio.
[6] El vencimiento de Lope de Aguirre sucedió en vísperas de San Simón y San Judas, por lo cual se erigió en Barquisimeto una ermita en nombre de estos santos.
[7] Como curiosidad La bandera de Aguirre era un tafetán negro con unas espadas coloradas atravesadas con la palabra escrita “Sigo”. Llevaba cuatro banderas con esta estructura, dos negras, otra amarilla y otra azul.
Cuando en octubre de 1561, en la Nueva Segovia de Barquisimeto, fue vencido por Diego García de Paredes, esas banderas formaron parte del botín de los vencedores: las dos negras se quedaron en Barquisimeto y en el Tocuyo; en cambio, la azul y la amarilla fueron llevadas por Diego García de Paredes ante la tumba de su padre, el famoso “Sansón de Extremadura” en nuestro Trujillo, en Extremadura, la cuales permanecieron allí, según dicen hasta las invasiones napoleónicas.
[8] En el libro de historia de “La Nueva Segovia de Barquisimeto” de Nieves Avellán Tamayo aparece un plano donde se describe un solar propiedad de Bartolomé Dalmao, donde resalta, de nuevo, su procedencia cumbreña y cuenta que, en 1579, este tenía la edad de 46 años. Si esto es cierto, cuando embarcó en 1563 tendría unos 30 años.
[9] Limpieza de sangre es decir, acreditar la naturaleza y calidad social, el no pertenecer a grupos sociales prohibidos. Se realizaba en el lugar de origen y se presentaba en la Casa de Contratación.
[10] Diego García de Paredes y Pedro Barrantes eran viejos conocidos de la conquista del Perú; es muy probable que el nuevo señor de La Cumbre conociera a Bartolomé Dalmao y a su padre Bernardo de Salas, antes incluso de la compra del pueblo, por lo que sospecho que Barrantes pudo intervenir en que Bartolomé conociera a García de Paredes y este le acogiera como criado.
[11] MAREIWA: Según los Waraos, era hijo del trueno. Era el poseedor del fuego, y lo guardaba celosamente en una cueva, lejos de los hombres.
[12] Bohío: Cabaña circular o casa rústica americana, hecha de madera, ramas, cañas o pajas, sin más abertura que la puerta
[13] Bartolomé Dalmao llegó a Barquisimeto, no conocemos las causas por las que se quedó a vivir allí, aunque hemos de saber que Diego García de Paredes tenía en este territorio las encomiendas de Indios que percibiera por pertenecer al grupo fundador de la ciudad.
[14] Juan de Villegas fundó Barquisimeto en 1551 con el nombre de “Nueva Segovia”, pero el sitio que la fundó no era optimo por hallarse en zona pantanosa que ofrecía condiciones insalubres y en 1556 se mudaron a un segundo asiento, cerca del río Barquisimeto, llamando a la ciudad “Nueva Segovia de Barquisimeto”; después hubo un tercer asiento donde se sucedieron los hechos execrables de Lope de Aguirre y un cuarto donde se encuentra la actual Barquisimeto.
[15] La Iglesia y la Plaza son los únicos vestigios que se conservan de aquel tiempo; los periódicos terremotos, especialmente el de 1812, destruyeron gran parte de la ciudad.
[16] En el cuadro de los vecinos principales y su origen se incluye La Cumbre.
[17] Muchos fueron los intentos, y también los fracasos, de este proceso. Pero no fue sino hasta el año 1567, cuando llegó al valle una expedición proveniente del Tocuyo precedida por el capitán Diego de Lozada, que se logró la fundación de un pueblo con el nombre de “Santiago de León de Caracas”. Santiago por el apóstol tradicional de la reconquista española, que era el santo militar de España, León por el nombre del gobernador de la Provincia para ese momento, Ponce de León, y Caracas porque así se llamaban las tribus indígenas que habitaban esa región. Diego de Henares hizo de agrimensor, al trazar las calles, la plaza, la iglesia y los solares que habían de repartiese los pobladores de la nueva ciudad: Santiago de León de Caracas.
[18] El oficio de Regidor era de mucha honra y dignidad, sus miembros gozaban de relevantes prerrogativas: llevaban bastón de mando como símbolo de autoridad y preeminencia. Los regidores duraban en sus funciones un año, en la Nueva Segovia de Barquisimeto, los Regidores se escogían entre la gente principal de la ciudad, generalmente los descendientes de los fundadores y primeros pobladores, aunque su origen fuera mestizo.
[19] Los alcaldes – cabeza del cabildo- eran elegidos el 1º de enero de cada año, sus funciones eran las de administrar justicia, conociendo en primera instancia todos los asuntos, tanto en lo civil como en lo criminal. Los alcaldes debían saber leer y escribir y ser “personas honradas, hábiles y suficientes”, prefiriéndose a los descendientes de los primeros conquistadores para ejercer el cargo.
[20] A partir de los fundadores y sus descendientes se fue consolidando en la ciudad un grupo de familias que predominarían durante todo el periodo español, siendo mencionadas las de los Sánchez de Oviedo, los Alvarados, los Ruiz de la Parra, los Castillo, Gómez, Mateos, Dalmao, Del Barrio. Estos constituían la minoría de la población siendo los mayoritarios mestizos y criollos, descendientes de españoles.
[21] Esta encomienda pasó a su hijo Baltasar Matías de Almao y a su nieto Juan de Salas.
[22] Juan de Salas murió a principios de 1659 y su obra la continuó el capitán Tomás de Ponte.
[23] Entre los nietos del extremeño se cuentan: Doña Isabel de Almao, casada con el capitán Pedro de Castillo, vecinos de Barquisimeto en 1632. Otros descendientes fueron el capitán Hernando de Quirós y Almao, vecino en 1649; Don Pedro de Quirós y Almao, quien fue licenciado y Presbítero.
Un vecino de Barquisimeto era, en el año 1642, Juan García de La Cruz, nieto de Juan García, de los que acompañaron a Juan de Villegas en la Fundación de la Nueva Segovia de Barquisimeto, y su mujer Doña Ángela de Almao, hija de Bartolomé de Almao.