Oct 011989
 

Antonio Fernández Márquez y Rocío Sánchez Rubio.

La Sección de Inquisición del Archivo General de la Nación de la ciudad de México, alberga una interesante documentación relativa a los procesos seguidos por el Santo Oficio en la jurisdicción de Nueva España[1]. Entre las causas que se guardan en esta Sección figuran algunas que se mantuvieron contra extremeños emigrados a Indias; la tipología de “delitos” que se imputan al puñado de extremeños es variada: blasfemias, injurias a Dios y al Santo Oficio, proposiciones heréticas, bigamias, amancebamientos, prácticas adivinatorias, tener ascendencia morisca o judía… En general, los procesos responden al fin último de la institución inquisitorial, a su cometido más primario: velar y mantener los principios de la doctrina y moral católica castigando severamente los delitos contra la fe y sancionando a quienes mostraban un comportamiento relajado.

Para nosotros -interesados en el proceso migratorio que llevó a miles de extremeños al Nuevo Mundo durante el siglo XVI[2]-, la importancia de esta documentación radica en la información que contiene sobre los emigrados. Por sus características peculiares esta fuente sirve a nuestro interés desde un doble plano:

 

1.- La aparición en los procesos de testigos perfectamente nominalizados e identificados nos permite incrementar en múltiples ocasiones la nómina de emigrantes extremeños conocidos, la pérdida total o parcial de fuentes en las que se consignaban las salidas a América[3] ha dado lugar a vacíos informativos para algunos periodos de emisión migratoria, lo que dificulta poder alcanzar un conocimiento exacto del volumen de emigrados. En parte, estas deficiencias se palian con conjuntos documentales como el de la Sección de Inquisición puesto que nos han aparecido como testigos e incluso condenados individuos de quienes no teníamos noticias ni de su viaje ni de su estancia en el Nuevo Mundo. Por lo tanto, esta fuente complementaria nos sirve para el análisis cuantitativo de la emigración.

 

2.- En sus declaraciones los testigos vierten valiosas referencias sobre sí mismos y sobre los presuntos infractores, dan datos de su existencia vital, de sus logros materiales y del comportamiento mantenido en suelo americano. El manejo de esta fuente rescata del anonimato a un conjunto de extremeños, les otorga nombre y apellidos, lugar de origen, actividad profesional, situación social y económica, tiempo de estancia y núcleo de asentamiento de América. Datos que son sumamente válidos para el estudio cualitativo.

 

En las páginas que siguen hemos analizado el proceso que se lleva a cabo contra Alonso Ramiro de Hinojosa, natural de la ciudad de Trujillo y residente en Puebla de los Ángeles (Nueva España). Se le juzgará por bígamo, por casar en segundas nupcias cuando aún vivía su primera mujer[4].

La documentación de esta causa la componen el alegato acusador, la declaración de una docena de testigos y el acusado, tres cartas remitidas desde España por familiares de otros tantos testigos y el fallo del tribunal con la condena que se impone.

 

 

LA DELACIÓN.

 

La frecuencia en la aparición de procesos seguidos contra presuntos bígamos entre la documentación de la Sección de Inquisición denota que esta práctica tuvo un especial arraigo en América. A favor de los infractores jugaba el alejamiento de la Península, la enorme extensión del continente americano y el recurso de cambiar de nombre con el fin de evitar su identificación; para contrarrestar estos factores la Inquisición disponía de una amplia red de familiares del Santo Oficio y contaban con la colaboración de los ciudadanos que no dudaban en delatar y acusar a sus convecinos.

 

Por lo que oy y entendí de las dichas personas

entiendo que es casado otra vez en esta çibdad y por

descargo de mi conçinçia y no incurrir en la descomunión

deste Santo Ofiçio doy notiçia desto para que por mandado

de F.S. se provea y haga lo que convenga[5].

 

En estos términos concluía el 20 de marzo de 1590 la acusación que Cristóbal Fernández de Vivar, originario de Trujillo y vecino de la ciudad de México, realizada contra Alonso Ramiro por doble matrimonio. La alegación firmada de su puño y letra abría la causa que la Inquisición de esta ciudad investigaría durante algo más de un año.

Los emigrantes del siglo XVI mostraron una clara tendencia a agruparse por lugares de origen a la hora de asentarse en suelo americano, buscaban la proximidad de familiares, amigos y antiguos convecinos manteniendo una estrecha relación entre ellos[6]. Entre los trujillanos desplazados al Nuevo Mundo también se da esta circunstancia, de hecho, la delación efectuada por Cristóbal surge a raíz de unas reuniones mantenidas por algunos de ellos. La secuencia de los hechos que nos presenta aquel es como sigue.

Encontrándose en cierta ocasión en casa de Andrés Hernández junto con Juan de Salinas y Alonso Pablos, todos naturales de Trujillo, oyó hablar de un Fulano Ramiro que había pasado a aquella tierra “por çierta mocedad y travesura que avía hecho”, por lo que “andava en la çibdad de los Ángeles escondiéndose de la gente de Trugillo”; el dicho Ramiro era hombre casado en España. Bastante tiempo después de haber asistido a esta conversación, Cristóbal contactaría personalmente con él al coincidir ambos en visitar al mencionado Andrés. Para entonces, Alonso Ramiro ya había contraído matrimonio en América por lo que –a menos que su primera mujer hubiera muerto- estaba incurriendo en bigamia. Comprobará que esta situación de doble matrimonio era conocida por algunos de los trujillanos que residían en la ciudad  de México y se extraña de que nadie diese “notiçia dello en esta Inquisiçión”. Determinado a ser él quien acabara con aquella infracción moral quiso cerciorarse de la condición civil de Alonso antes de su paso a Indias y procedió a escribir a su madre en Trujillo para le informara “si el dicho Ramiro hera casado allí”. La respuesta afirmativa de la madre[7] precipitó la acusación.

 

 

EL DELATOR

 

Pero ¿quién era ese trujillano que no tiene reparo alguno en denunciar a uno de sus paisanos ante la temida Institución inquisitorial? De no haber mediado dicha denuncia probablemente no habríamos sabido de su existencia, puesto que en ninguna de las fuentes manejadas que se custodian en el Archivo General de Indias aparece registrado como pasajero ni aún siquiera como peticionario de licencia para poder pasar al Nuevo Mundo. En principio únicamente contábamos con los datos que en el proceso aparecen referidos a él; la posterior consulta de los protocolos notariales de Trujillo dieron algo más de luz acerca de su identidad.

Cristóbal era el mayor de los dos hijos vivos del matrimonio formado por Gonzalo Fernández de Vivar –ya difunto en 1589- y Juana Rodríguez Barroso, amos naturales y vecinos de Trujillo[8]. Debió de cursar algunos estudios puesto que sabía leer y escribir[9], dotes que le valieron para acceder a ser oficial de Su Majestad en la Contaduría de la ciudad de México. Desconocemos la fecha exacta de su paso a América, pero si nos guiamos por la carta de poder que en 1593 envía a Trujillo[10], donde indica que hace 16 años que sirve a Su Majestad como contador, su salida de la Península hubo de producirse con anterioridad a 1577. Tenía algunas propiedades en su ciudad natal, pues en carta fechada el 16 de julio de 1589 su madre le notifica: “Las çercas no las venderé ni enxenaré hasta que vos vengais[11]. Mantuvo, a pesar de la distancia, un continuo contacto con sus familiares y con las personas que se encargaban de sus intereses económicos en España mediante el envío recíproco de cartas en las flotas que anualmente se dedicaban al transporte de mercancías y pasajeros entre la Península y el Nuevo Mundo[12]. Ocasionalmente mandó dinero –en algún caso importantes sumas- y otros artículos (joyas, cueros, dos piezas de damasco de colores, seis piezas de tocas, un cristo…)[13]. Ello denota que Cristóbal había conseguido un cierto éxito económico con el ejercicio de sus funciones como contador real, éxito del que hace partícipes a sus familiares mediante el envío de estas remesas, aunque parte de las cantidades remitidas debían imponerse en “rentas, censos sobre heredades de hierbas y sobre ciudades, villas y lugares[14].

Este emigrante trujillano, al igual que muchos otros debió considerar su estancia en América como temporal, en sus planes figuraría a buen seguro amasar una importante fortuna para poder regresar a su tierra natal de ahí que proceda a invertir sus ahorros en España. En efecto, el regreso se produjo, puesto que en 1589 le encontramos Trujillo[15]. No parece probable que esta visita responda al deseo manifestado por su madre nueve años antes cuando en la carta aludida le dice: “Si vos tuviéredes seis o ocho mil ducados os aría casar vuestro hermano con una muger muy de bien y muy muchacha y muy rica y muy hermosa”. La joven en cuestión era viuda, sobrina de un perulero y tenía, continúa la madre en su carta, “su casa llena y sus negras que la sirven y estase con su tío”. Durante el siglo XVI, no es extraña la aparición de matrimonios entre personas relacionadas con la emigración a Indias, incluso cuando algunas de ellas no llegó a pisar nunca aquel continente sino que resulta ser heredera de un emigrante con fortuna. En ocasiones los matrimonios se llevaban a cabo mediante poderes sin que los contrayentes hubieran llegado a verse; con estos emparentamientos los “nuevos ricos” surgidos en América afianzaban su posición económica.

Más bien, la presencia de Cristóbal en Trujillo respondería a un interés por ascender social y económicamente, por conseguir de Su Majestad mercedes. Prácticamente en toda la documentación que hemos encontrado referida a él hay alusiones en este sentido. En la ya reiterada carta de la madre se expresa “hijo, grande pena es la que me dio en que no os llebaron ese recado que enbiasteis a pedir a la corte”. También en la carta de poder mencionada que Cristóbal envía a Trujillo en 1593 encargaba a las personas a quienes encomienda sus asuntos ir a la Corte para solicitar del Rey mercedes de tierras, solares y otras cosas así como de cargos y oficios; en otro documento de 1595[16] vuelven a constar alusiones en este sentido. Por último en 1598, cuando se encuentra como estante en Trujillo, hace nueva carta de poder a favor del clérigo Álvaro García Calderón, residente en Madrid para que éste “le pueda obligar en la cantidad de hasta cien ducados en reales ante cualquier justiçia de S.M.[17].

Como vemos al menos durantes diez años anduvo este trujillano persiguiendo los favores del Rey, esta reivindicación bien pudiera tener alguna conexión con la denuncia que presentó en el Santo Oficio contra Alonso Ramiro de Hinojosa. Como ya expresamos él justifica la delación en base a descargar su conciencia y en no ser excomulgado, con su acto demuestra ser un ciudadano ejemplar que cumple con la justicia. Quizás no sea exagerado afirmar que su comportamiento respondió a un intento por hacer méritos, él mismo afirma en su declaración que había mandado pedir a España información de otras personas que podrían haber infringido las leyes de Indias. Así en la carta que le envía a su madre consta lo siguiente: “a lo que decís del higo de Mari González Micael es morisco de solar de padre y madre”. La condición morisca de este muchacho le convertía también en potencial víctima de los actos delatores de Cristóbal puesto que la legislación de Indias prohibía terminantemente el paso a América de individuos cuyos ascendientes habían formado parte de esta minoría[18]. Esta denuncia no llegó a producirse, al menos no figura entre los procesos inquisitoriales del Santo Oficio de la ciudad de México que hemos consultado.

 

EL ACUSADO

 

Ramiro Alonso de Hinojosa en su declaración ante el Tribunal de la Inquisición en julio de 1591 dijo ser hijo de Catalina Martín de Carvajal y de Alonso Ramiro y confesó haber tenido dos hijos de Catalina González, mujer con quien estuvo amancebado. Declara haber permanecido en casa de su padre hasta los 25 años de edad aproximadamente marchando después a Portugal donde residió algunos años, al cabo de los cuales regresó de nuevo a Trujillo. En esta ciudad permaneció durante cinco años más antes de desplazarse a Sevilla. Encontrándose en la capital andaluza afirma que una vecina de Trujillo le notificó que Catalina González, madre de sus hijos había muerto y “avrá çinco años” que se embarcó “por vía de las yalas” hasta América[19].

En su estancia en suelo americano trabajó durante dos años en las minas de Pachuca y más tarde en una panadería de México. A finales de 1588 contrajo matrimonio con Ana Pérez, viuda natural de Segovia[20] y al año siguiente marchó a China llevando su hacienda, que ascendía a 600 pesos, y la invirtió en mercaderías (un fardo de mantas, loza y ropa de damasco). En el momento de realizarla declaración hacía poco tiempo que había regresado de este viaje.

Aunque el testimonio de Ramiro resulta muy sustancioso por la información que contiene la verdad es que calló de forma deliberada algunos episodios de su vida, expresa verdades a medias al relatar otros y mintió descaradamente en aquellos por los que iba a ser procesado y, a buen seguro, sancionado duramente por el Santo Oficio. Las declaraciones de los testigos de la causa nos han permitido conocer con mayor profundidad la vida de este trujillano.

Sus padres fueron justamente quienes él cita, pero elude decir que era bastardo, hijo de madre soltera, pues su padre no estaba casado con Catalina Martín de Carvajal, que fue quien le dio a luz, sino con Teresa González[21]. Es cierto que residió algún tiempo en Portugal pero no menciona el motivo que le llevó a cruzar la frontera y asentarse en el país vecino; será un testigo recién llegado a México desde Trujillo quien lo expone:

 

Debido a una muerte se ausentó a la raya de Portugal

donde estuvo mucho tiempo y obtenido perdón se vino

otra vez a Trujillo a casa de su madrastra Teresa

González[22].

 

Habla de su paso a Indias pero no menciona, por temor seguramente a incurrir en el delito de amancebamiento, que lo hizo en compañía de una mujer casada llamada Isabel García quien a su vez era “bastarda de un clérigo[23].

Junto a esta información que completa en gran medida la declaración de Alonso Ramiro los testigos ofrecen otra serie de datos que si bien no van a afectar en nada el discurrir de la causa si nos sirven para caracterizar aún más al procesado en sus primeros años de vida.

Alonso vivió en la calle de la Lanchuela, en una casa que era propiedad de su padre[24], fue parroquiano de la Iglesia de San Martín y ejerció en Trujillo el oficio de vaquero de los ganados de don Rodrigo de Orellana y más tarde fue arrendador de los montarazgos de dicha ciudad[25]. Una hermana suya emigró también a Indias asentándose en Mérida (Yucatán)[26].

Pero momento es de adentrarnos en la presunta infracción de este hombre. Como hemos señalado, Alonso no dijo haber casado con Catalina González tan sólo confesó su amancebamiento con ella y el nacimiento de dos hijos –Alonso y María- de dicha relación.

La declaración de los testigos dará una versión distinta de los hechos. Alonso Pablos afirmó que “estaba casado con Catalina González, hija de Alonso Garçía”; Juan de Salinas dice que casó “hará diez y seys años con una hija de Alonso Garçía curador”; Diego Mateos, además de ratificar la existencia del matrimonio e indicar que hicieron “vida maridable” durante trece años, manifiesta que el hijo mayor tiene doce años y que en el momento de partir Alonso de Trujillo dejó a su mujer casada y con cuatro hijos. Este testigo, con su declaración, corroboraba la información que el denunciante, Cristóbal Fernández de Vivar, había recibido de su madre cuanto ésta le notificaba que Alonso “dexó quatro (hijos) dos enbras y dos machos”. Todos los testimonios apuntaban a señalarle como culpable de bigamia, pero nosotros aún quisimos hacer una última comprobación en el archivo de la parroquia de San Martín de Trujillo (en adelante Archivo Parroquial de San Martín). La búsqueda de su partida de matrimonio fue infructuosa puesto que las inscripciones que se conservan son posteriores a 1586 y según los testigos Alonso debió contraer matrimonio diez años antes. Por el contrario, el rastreo de los libros bautismales despejó la incógnita. Hallamos cuatro partidas de bautismo –dos varones y dos hembras- en la que constaba como padre “Alonso Ramiro y Catalina Gonçalez, su muger”; las más recientes aludían a Alonso y María, mientras que las otras dos, fechadas en diciembre de 1578[27] y en noviembre de 1580[28], se referían a Juan e Inés respectivamente. Esta documentación atestiguaba de manera definitiva la existencia del primer vínculo matrimonial del procesado y demostraba la veracidad de las manifestaciones de los testigos.

Dejando ya de lado el pasado borrascoso del acusado –aunque desde luego debió de jugar un importante papel en su decisión de marchar-, algunas de las noticias que hasta el momento hemos presentado hacen entroncar a este hombre con otros muchos extremeños y españoles que como él optaron por abandonar sus lugares de origen en busca de un futuro más prometedor. Debido a su origen trujillano la emigración a América no debió ser un hecho novedoso para él[29], puesto que a lo largo del siglo XVI esta ciudad se destacó por su emisión migratoria[30]. Centenares de trujillanos emprendieron durante la centuria del Quinientos el largo camino con la esperanza de alcanzar una existencia regalada.

Al igual que ocurrió con su delator, el paso de Alonso al Nuevo Mundo no aparece consignado en los asientos del Archivo General de Indias. Si su salida se realizó cumpliendo las disposiciones legales impuestas por el Consejo de Indias, este trujillano haría información de su persona para conseguir la licencia real e, igualmente, dado que era hombre casado y pretendía marchar en solitario, necesitaría un permiso de su mujer y se le habría exigido el depósito de una fuerte suma de dinero en concepto de fianza que perdería en el caso de no regresar al cabo de un periodo de tiempo determinado o de no reunir a su familia en aquellas tierras. Evidentemente, ninguna de estas opciones está en la línea del comportamiento de Alonso en su periplo americano por lo que no sería extraño que realizara el viaje de manera ilegal[31]. Pero la actitud mostrada por nuestro personaje no puede serle imputada de manera exclusiva, si bien hubo un gran número de emigrantes que mantuvieron una estrecha relación con sus lugares de procedencia mediante contactos epistolares[32] envíos de remesas de dinero y visitas periódicas, también es frecuente la aparición de esposas de emigrantes que quedaban abandonadas y con la ausencia de sus maridos sufren enormes necesidades y padecimientos para sacar adelante a sus hijos. Sin embargo, pese a que Alonso se desentendió de su familia[33] su mujer supo hacer frente al problema y en el momento del proceso contra su marido:

 

“…Estava tan rica que no podría el Alonso Ramiro

juntar ni acauladar en quatro años tanto caudal como

ella tiene porque tiene el trato de amasar y tiene una

piara de puercos que guardan dos hijos”[34].

De condición humilde a juzgar por los oficios desempeñados en su ciudad natal y por su adscripción a la Parroquia de San Martín, su viaje hasta América debió considerarlo como un camino hacia el enriquecimiento puesto que su reseñada condición trujillana le habría hecho presenciar el regreso de convecinos que tiempo atrás habían marchado pobres y ahora volvían en la opulencia. Su interés por conseguir de forma rápida fortuna le llevó a ejercer las dos actividades que, aunque desconocidas por él, podrían permitirle acceder en poco tiempo a las riquezas soñadas: el trabajo en minas y el comercio de manufacturas orientales. Desde los primeros momentos de la Conquista se desencadenó la fiebre de los metales preciosos, el volumen de las remesas de oro y plata enviadas a la Península fue en aumento durante años[35] dando lugar a comentarios acerca de lo inagotable de los filones americanos. La dedicación a la actividad comercial[36], pese a los peligros evidentes de las travesías[37], se convirtió en un negocio sumamente rentable para sus practicantes. La ausencia en suelo americano de una actividad manufacturera capaz de satisfacer la demanda de ciertos productos unido a la abundancia de riquezas en aquellas tierras disparó los precios. Tal y como hizo Alonso Ramiro de Hinojosa, muchos emigrantes, que con anterioridad no habían mostrado una vocación comercial, ante esta coyuntura propicia no dudarán en invertir sus ahorros en el tráfico de mercancías esperando obtener suculentos beneficios.

La búsqueda del éxito económico a menudo conllevaba una cierta movilidad; antes de proceder al asentamiento definitivo los emigrantes probaban suerte en distintos lugares, iban y venían de un lado a otro ejerciendo trabajos y participando en negocios. Pachuca, Puebla de los Ángeles y México, amén del viaje a China, son los escenarios donde se desenvolvieron las actividades de Alonso en su corta estancia americana.

 

 

LA CONDENA.

 

El Santo Oficio de la Inquisición fallará causa contra Alonso Ramiro atendiendo a los siguientes cargos:

 

“se vino a estas partes y como mal cristiano que

siente y usa mal del sacramento del matrimonio, estando

biva la dicha su primera y legítima muger se casó segunda

vez en esta cibdad (…) para averse de casar segunda vez

pretendió engañar y engañó al provisor diziendo hera

soltero y libre de matrimonio”.

 

Las faltas que se le imputaban se hacían acreedoras de sanción ejemplar. Doscientos azotes, destierro a las galeras de S. M. como remero sin sueldo durante cinco años e imposibilidad de regresar a tierras americanas fue el castigo que recayó sobre el trujillano poniendo fin al largo proceso iniciado meses atrás.

 

En nuestro trabajo hemos intentado recrear la existencia de dos trujillanos marcados por distinto signo y cuyo único nexo de unión fue su participación en la emigración de América. Cristóbal mantuvo una actitud siempre acorde con la legalidad vigente; en las distintas facetas de su vida muestra un comportamiento ortodoxo, por el contrario Alonso llevó una vida desordenada desde su juventud. Pero ambos responden a los estereotipos de emigrantes, las acciones particulares de uno y otro se repitieron a menudo durante la presencia hispana en el Nuevo Mundo y esto justamente lo que hay que valorar, sus casos ganan en interés al convertirse en representantes o modelos de conjuntos migratorios más amplios.

 



[1] Diversos estudios analizan el asentamiento de esta institución en aquel virreinato. GREENLEOF, R.: “La Inquisición en Nueva España. Siglo XVI” (traducción de Carlos Valdés). México, F.C.E., 1981; “Inquisición y sociedad en el México colonial”, Madrid, Porrúa, 1985; SOLANGE, A.: “Inquisición y sociedad en México 1571-1700”, México, F.C.E., 1988.

[2] En la actualidad Rocío Sánchez Rubio se encuentra elaborando su tesis doctoral “Emigración extremeña al Nuevo Mundo: excusiones voluntarias y forzosas de un pueblo periférico en el siglo XVI”.

[3] Básicamente nos referimos a los asientos de pasajeros, que han sido publicados a modo de catálogos: “Catálogos de Pasajeros a Indias”, tomos I-VII, 1509-1599, Madrid, 1930-86.

[4] Archivo General de la Nación de Mexico (en adelante A.G.M.). Sección “Inquisición”, tomo 184, expediente nº 11.

[5] A.G.N. “Inquisición” t. 184, exp. 11. Acusación de Cristóbal Fernández de Vivar (20 marzo 1590).

[6] En las fuentes coloniales es perceptible la aparición de nombres de personas procedentes del mismo pueblo o región. Véase BOYD BOWMAN, P.: “La emigración extremeña a América”, Revista de Estudios Extremeños, tomos XLIV, nº 11, Badajoz, Diputación Provincial, 1988, pág. 605.

[7] A.G.N. Inquisición, t. 184, exp. 11. Carta desde Trujillo de Juana Rodríguez Barroso a su hijo Cristóbal Fernández de Vivar en la ciudad de México (16 julio 1589).

[8] Archivo Municipal de Trujillo (en adelante A.M.T.). “Protocolos”, leg. 53, fol. 969. Carta de poder de Cristóbal Fernández de Vivar emitida desde México (24 septiembre 1593).

[9] En su familia debió existir una cierta preocupación por la formación intelectual. El hermano de Cristóbal, Juan Fernández de Vivar, era licenciado.

[10] Véase nota 8.

[11] Véase nota 7.

[12] “escriví luego a mi padre”, “una carta (…) reçebí” A.G.N. “Inquisición”, t. 184, exp. 11. Declaración de Cristóbal Fernández de Vivar.

[13] A.M.T. “Protocolos”, leg. 53, fol. 969, leg. 57, fols. 153 v. y 228.

[14] Véase nota 8.

[15] A.M.T. “Protocolos”, leg. 62, s/f.

[16] A.M.T.”Protocolos”, leg. 53, s/f.

[17] Véase nota 15.

[18] “Ninguno nuevamente convertido a nuestra Santa Fe Católica de moro o judío, ni sus hijos puedan pasar a las Indias sin expresa licencia nuestra”. Recopilación de las Leyes de las Indias. Madrid, 1973.

[19] Su salida de la Península se produciría en torno a 1585.

[20] En el expediente del Proceso figura la información que Alonso Ramiro realizó a México para poder casarse, está fechada en noviembre de 1588.

[21] A.G.N. “Inquisición”, t. 184, exp. 11. Declaración de Juan de Salinas (19 enero 1591) y de Diego Mateos (15 julio 1591)

[22] Ibidem, declaración de Diego Mateos.

[23] Ibidem, declaración de Diego Mateos.

[24] Ibidem, declaración de Alonso Pablo (14 marzo 1591).

[25] Ibidem, declaración de Juan de Salinas (19 enero 1591).

[26] Ibidem, declaración de Bartolomé Jiménez Franco (2 marzo1591).

[27] “En diez y siete días del mes de diciembre de 1578 años baptizé a Juan, hijo de Alonso Ramiro y Catalina González, su muger. Fueron padrinos Diego de Aguilar, clérigo, y Leonor Rodríguez de Aguilar, su madre, veçinos desta ciudad”. Archivo Parroquial San Martín de Trujillo (en adelante A.P.S.M.). Libros de Bautismos, tomo II, fol. 81.

[28]En seis días del mes de noviembre de 1580 baptizé a Ynés, hija de Alonso Ramiro y Catherina González, su muger, fueron padrinos Juan Garçía de Rugero, tierra de Setúbale, y Francisca Ximénez, veçinos de Trujillo”. A.P.S.M. Libros de Bautismos, tomo II, fol. 98 v.

[29] Una hermana suya residía en Yucatán y le unía algún lazo de parentesco con Juan de Salinas, testigos del proceso.

[30] Trujillo ocupa el tercer puesto tras Sevilla y Toledo como ciudad que aportó mayor número de emigrantes durante la centuria del Quinientos. BOYD-BOWMAN, P. Op. cit., pág. 614.

[31] Existió una amplia gama de vía para pasar ilegalmente a Indias. Véase PIETERS JACOBS, A.: “Pasajeros y polizones. Algunas observaciones sobre la emigración española a las Indias durante el siglo XVI”. Revista de Indias, vol. XLIII, julio-diciembre, 1983, nº 172, págs. 439-481.

[32] OTTE, E. “Cartas privadas de emigrantes a Indias”. Sevilla, Junta de Andalucía, 1988.

[33] “Nunca le escribió carta ninguna”. A.G.N. “Inquisición”, t. 184, exp. 11. Declaración de Diego Mateos.

[34] Ibidem. Declaración de Bartolomé Jiménez Franco. También en la carta de la madre al delator se alude a ello: “es muger onrrada y gana muy bien el comer”.

[35] HAMILTON, E.: “El tesoro americano y la revolución de los precios en España, 1501-1650”. Barcelona, Ariel, 1975. LORENZO SANZ, E.: “Comercio de España con América en la época de Felipe II”, dos tomos, Valladolid, Diputación Provincial, 1979.

[36] Para un conocimiento exhaustivo de los intercambios comerciales en todos sus órdenes véase LORENZO SANZ, E.: Op. cit.

[37] Al estado de la mar y a las deficiencias de los navíos se unía la presencia de piratas y corsarios ávidos por hacerse con las riquezas que los galeones españoles transportaban.

Oct 011989
 

Francisco Encinas Cerrillo.

Así le define el historiador peruano Rómulo Cúneo-Vidal, al Estandarte con que entraron las tropas del Emperador de España, Carlos V, que man­daba el Adelantado Francisco Pizarro, en el Cuzco, capital del imperio de los Incas, en 1533.

Aquí se recogen sus datos históricos y se propone que Trujillo, cuna de Pizarro, solicite del Mu­nicipio de Caracas, donde se encuentra depositado, una copia del mismo y pueda ondear el 12 de Octubre de 1992 -y años sucesitos en esa fecha- en el Pa­lacio de la Conquista, en la fiesta a la Hispanidad que deberá celebrarse en Trujillo, ciudad «Cuna de la Conquista»

El Concejo Municipal de Caracas conserva las más antiguas re­liquias ligadas a su fundación y emancipación. Entre esos valiosos objetos, se encuentran otros que forman parte del patrimonio nacional, entre los que figura el Estandarte con el que, desplegado, en­traron los castellanos en el Cuzco, capital de los Incas, a las ór­denes de Francisco Pizarro como adelantado de las tropas del Empe­rador español Carlos V, el 16 de noviembre de 1533. “E1 Pendón de la Conquista” le llama el historiador peruano Rómulo Cúneo-Vidal en el capítulo que dedica a este tema, en su obra «Vida del Conquistador del Perú don Francisco Pizarro”. Este pendón o estandarte había sido bendecido en la Iglesia de la Merced de Panamá, el 27 de diciembre de 1530.

Terminada la ocupación de la ciudad de los emperadores azte­cas y la conquista del Perú, Francisco Pizarro determinó depositar aquella noble enseña en la iglesia, que antes había sido Templo del Sol y convertido en templo cristiano, donde permaneció en el olvi­do, pues no vuelve a hablarse de él hasta siglos después, has­ta el mes de enero de 1825 en que el general José Antonio Sucre, vencedor de Ayacucho, le encontró entre otras banderas que habían pertenecido a ciertos batallones realistas españoles, disueltos a raíz de la capitulación del virrey La Serna, al final de aquellas acciones independentistas. El general victorioso, encontró en el Pendón de Pizarro un digno presente con que agasajar a su jefe el general Bolívar, ordenando le fuera remitido quien, posteriormente, le cedió al Municipio de Caracas, datos que han sido recogidos por el académico y escritor venezolano E. Machado en un folleto que ha sido publicado con el titulo de «E1 estandarte de Pizarro. Autenti­cidad de esta valiosa reliquia histórica existente en el Concejo Municipal de Caracas».

En dicho estandarte, permanecen palpitantes el recuerdo de tres generaciones, correspondientes a tres épocas gloriosas, según Car­los Marchante Alonso, al que también seguimos: su pasado indígena, la conquista de América y la emancipación de la familia americana. A las que podíamos agregar una cuarta, que es el reencuentro de esa familia, ligada por lazos de sangre, idioma y religión, que hoy al unísono se preparan para rememorar los vínculos que les une y que saldrán a relucir en el próximo V centenario.

Es curioso que trescientos años después de que entraran las tropas de Francisco Pizarro en el Cuzco, en nombre del emperador de España, entrara el general Sucre, vencedor en Ayacucho, en a­quella histórica capital, como mensajero de la libertad del Perú y de América. Edificios públicos, archivos, material bélico, ban­deras y todo cuanto perteneció al gobierno colonial, fue puesto a su disposición, en señal de agradecimiento del pueblo peruano por los servicios prestados en favor de su independencia. Viendo en el estandarte, que se le dijo que era el de Pizarro, una dignísima o­frenda, le desprendió de su posible condición de despojo de guerra y le remitió a Colombia, a su jefe el Libertador, quien a su vez le puso a disposición de la municipalidad de Caracas. El citado historiador, Cúneo-Vidal, al que seguimos en este escrito, hacía elogiosos comentarios de la gran satisfacción que sintió cuando vio aquella nobilísima reliquia, cuando fue llevada a Lima, por la embajada venezolana, con motivo de las fiestas celebradas en el primer centenario de la victoria de Ayacucho.

 

(Lám. 1. El Pendón de la Conquista, como se conserva en Caracas.)

 

Lo que se conoce como el Estandarte de Pizarro, es un pendón o gonfalón, como los que se usaban en los siglos XV y XVI, que en algunas ciudades se sacaban en las fiestas y solemnidades y de los que eran portadores alguna alta dignidad nacional, de ahí el nombre de gonfaloneros que se les dio a los que tenían el privile­gio de llevar y ondear tan distinguida insignia. Su modalidad y características responden a las que se usó en los estandartes de su clase, a saber: el cuerpo de damasco sobre fondo carmesí, recamadas en plata y oro con las armas reales bajo corona sostenidas por el águila bicéfala entre las dos columnas clásicas, todo ello dentro de una vistosa ornamentación plateresca.

Para describir este Estandarte, hay que remontarse a tiempos pasados, en la época en que se encontraba intacto en el Cuzco, an­tes de que fuera parcialmente mutilado por la mano del hombre y por el tiempo. Nos describen el primer pendón de Pizarro así: “Bordado en rico damasco de color grana, del que no quedan sino peque­ños fragmentos. Le componen dos grandes cuadros, uno por cada ca­ra, formados de arabescos del siglo XV, con medidas de 127 centíme­tros de altura y 115 de ancho, ambos de raso amarillo y blanco, retocados de azul y con bordados en hilo de oro. Uno de estos ara­bescos se conserva casi en su totalidad, mientras que del otro so­lamente quedan algunos retazos. En el centro de uno de los arabes­cos, había un círculo de 80 centímetros de diámetro, en el que es­taban bordadas las armas de Carlos V, en aquellos años de 1533, a saber: el escudo de Castilla (dos leones, dos castillos y la dia­dema imperial), rematado por dos cabezas de águila que llevaban sendas coronillas. Del círculo central se conservan los dos leones y uno de los castillos, como así las dos cabezas de águila, pero la coronilla que tenía la de la izquierda ha desaparecido. Por la otra cara, aparece el patrón de las españas, el apóstol Santiago, jinete en fogoso caballo lanzado a la carrera, espada en alto y en actitud de acometer a las mesnadas agarenas”.

El estandarte que llevó Francisco Pizarro a la conquista del Perú fue hermano, por su hechura y simbolismo, del que el empera­dor Carlos V donó a la imperial villa de Potosí, el cual -según los historiadores- fue el que don Juan de Austria llevó en la flo­ta que combatió y venció en Lepanto.

Cuando el estandarte llega a Caracas en 1826, los odios po­líticos contra España aún no habían desaparecido, hasta el extre­mo de que en la primera fiesta cívica que celebró la capital después de recibir tan valiosa prenda, fue arrastrada por las calles de la ciudad, queriendo demostrar así el odio que conservaban contra sus antiguos mandatarios. De ahí los deterioros causados en el estandarte, que han restado valor a su estado primitivo, in­dependiente sufrido por el paso de los siglos. Dieciocho años más tarde, en 1842, cuando los restos mortales de Bolívar llegaron a su tierra natal, el pendón fue colocado con veneración al pie del mausoleo que Guardaban las cenizas del Libertador. Pasados otros treinta años, este recuerdo histórico de la conquista, fue colo­cado al lado de la enseña oficial de España y escoltado por la bandera venezolana. Y en 1967, con motivo del IV centenario de la fundación de Caracas, 434 años después de la conquista del Cuzco, la prensa venezolana y todos los medios de comunicación de aquella nación, se ocupaban con cantos elogiosos recordando que el pendón de Pizarro era una pieza importante de museo en el Salón de la Presidencia del Concejo Municipal de Caracas, donde se encuen­tra depositado.

Pero hemos de remontarnos al mes de octubre de 1957 en que Trujillo viviría hermosos actos de confraternidad con la nación venezolana, en cuya fecha se conmemoraba el IV centenario de la fundación de la ciudad de Trujillo de Venezuela. Previamente, en junio de 1956, había llegado a nuestra ciudad una comisión diri­gida por el hermano Nectario, de la Doctrina Cristiana, haciendo gestiones ante nuestras autoridades locales para comenzar con los preparatorios de los actos a celebrar. Solicitaban, se les facilitara una copia de las banderas que el fundador del Trujillo venezolano, el trujillano Diego García de Paredes (hijo del que fuera fabuloso personaje del mismo nombre, también nacido en Trujillo, conocido por los sobrenombres de Sansón de Extremadura y Hércules de España, tal era su fuerza) había arrebatado a Lope de Aguirre y que habían sido traídas a Trujillo por su encargo, para que fueran deposi­tadas en la tumba de su padre. Abierta la tumba del Sansón extre­meño, no fueron encontradas dichas banderas, que se creían habían sido depositadas en su interior, hecho que de antemano se presuponía, sino que habían sido colocadas sobre ella, donde habían permanecido hasta 1809, en que fueran destruidas por las tropas de Napoleón cuando la invasión francesa, entre los muchos destro­zos que causaron en nuestra ciudad. A cambio les fue ofrecido el escudo heráldico de la familia Paredes, con gran simbolismo histórico, que existía en la finca Torre de la Coraja, que pertene­ció a la familia, grabado en Granito del berrocal trujillano y labrado en el siglo XV. En octubre de 1957 se celebraron en nues­tro Trujillo importantísimos actos conmemorativos del IV centena­rio de la fundación del Trujillo venezolano, con asistencia de nutrida representación de la diplomacia y de la cultura de aquel país, de la de nuestra nación, de nuestra región, provincia y de nuestra ciudad, sellándose en aquellos actos, cordiales lazos fraternales entre Venezuela y España, especialmente entre los dos Trujillo. Además fueron obsequiados con una estatua de Diego Gar­cía de Paredes, gemela de la que existe en la hornacina de la es­calinata central de nuestro Palacio Municipal, obra y donación desinteresada del gran escultor extremeño Juan de Ávalos. Tras muchos años de alejamiento, volvía a resurgir la cordura con la llamada de la sangre y las dos naciones hermanas se fundían en a­pretado y entrañable abrazo, quedando unidas las dos homónimas ciudades y aunque lejanas en el espacio, quedaron íntimamente li­gadas en el afecto. La estatua del Trujillo venezolano, tenía previamente destinados preciosos jardines donde ser admirado y recordado su titular, pero la que se quedó en nuestra ciudad, aún continúa escondida en su hornacina, deteriorada su escayola, es­perando su transformación en bronce y un espacio más adecuado don­de lucir, bien en nuestra hermosa Plaza Mayor o en la placita de nuestro recinto amurallado que se le dedicó en el homenaje que se le hizo en aquellas fechas, en la que naciera y por la que co­rriera y jugara en su juventud antes de emprender la tarea que le aguardaba en tierras americanas y donde pueda ser conocido por multitud visitante de nuestra ciudad.

Don Carlos Marchante Alonso, en su escrito «El Estandarte de Pizarro», del que hemos obtenido abundante material para el nues­tro, nos dice en elocuente frase:«¡Cuántos contrastes! En la pri­mera de estas épocas todo fue hijo de la pasión; en la segunda, la Gloria de lo pasado que rendía su homenaje a la gloria de lo presente; en la última, la reconciliación de la familia, los re­cuerdos históricos de todas las épocas, sintetizando un mismo origen glorioso y el abrazo fraternal que ahoga todos los resentimientos y confunde todas las glorias… El estandarte de Piza­rro no es un botín de guerra; es un recuerdo de familia, es un orgullo de raza, es una época inmortal, es el símbolo de unión entre dos grandes pueblos de igual origen y comunes glorias». Y termina su bello y elocuente escrito, que reproducimos para conocimiento de todos los trujillanos, por su gran contenido: «Gloria también a Trujillo, cuna del conquistador, donde debía conservarse una reproducción del histórico Estandarte para que en los días solemnes ondease en el balcón principal del palacio de sus descendientes».

Este -y no otro- ha sido el motivo que nos ha animado a traer a estos Coloquios el tema que nos ocupa. Cada vez está más próxima la fecha de un nuevo centenario del Descubrimiento de Amé­rica, con el que nos encontramos plenamente identificados, pues como nacidos en esta tierra, sentimos el compromiso de que su con­memoración alcance el mayor esplendor y relieve, deseando unir la nuestra a otras muchas más voces que se alzarán y se harán escu­char en este sentido, atendiendo la invitación que se nos hace a través de estos Coloquios, por tratarse de hechos históricos so­bre Extremadura y relacionados con Trujillo, ciudad en que se ce­lebran y tanto tuvo que decir en el descubrimiento, colonización y evangelización de aquellas naciones americanas; hechos tan re­levantes que se la cita como: «Vientre egregio que gestó el Nuevo Mundo», «Ciudad de los destinos americanos» y como «Cuna de la Conquista», de excepcional significación, con tanta importancia e influencia en el puente espiritual que se creó entre España y América a partir de 1492.

Y aunque en el escrito que ofrecíamos el año anterior a es­tos Coloquios, que titulábamos «Trujillo ante el V Centenario del Descubrimiento», hacíamos una serie de interesantes peticiones -declaraciones de derechos- para nuestra ciudad en las que nos reiteramos en su plenitud, este tema nos obliga a nuevas sugeren­cias, cuyas peticiones las hacemos llegar a través de este Centro de Iniciativas Turísticas, organizador de estas tareas y el más idóneo para que por su conducto se hagan llegar a nuestra Corpo­ración Municipal y se materialicen en hechos positivos. Propone­mos se gestione del Gobierno de Venezuela -o del Municipio de Ca­racas- una reproducción del Pendón o Estandarte de Pizarro, allí depositado. Que se solicite del Museo del Ejército -o donde proce­da- copias de las espadas de Francisco Pizarro, de las de sus her­manos Hernando, Juan y Gonzalo, de la de Diego García de Paredes -nuestro Sansón de España-, de la de su hijo el fundador del Tru­jillo venezolano, de la del descubridor del río Amazonas Francis­co de Orellana y, en fin, de la de cuantos trujillanos universali­zaron a Trujillo, a España y a América. Solicitar de aquellas na­ciones con ciudades con el nombre de Trujillo, de las que fueran fundaciones por trujillanos o en las que tuvieran una destacada actuación, toda clase de recuerdos de su paso por ellas: banderas, estandartes, corazas, lanzas, trajes de aquella época, libros his­tóricos, ornatos religiosos de arzobispos y obispos trujillanos que ejercieron su ministerio sagrado en aquellas diócesis, etc. con que crear o incrementar el Museo de América en Trujillo.

Consideramos necesario instituir, con un estudio serio y pro­fundo, en nuestra ciudad, a nivel regional, la fiesta de la Hispa­nidad a partir del 12 de Octubre de 1992, de modo permanente, con la presencia de autoridades nacionales y americanas representando a las 20 naciones descubiertas en 1492, las más representativas de nuestra región, provincias y de nuestra ciudad. Celebrar en esa fecha una procesión cívica partiendo de nuestro Palacio Municipal, en vistosa comitiva, en la que formen parte banderas, estandartes, soldados del siglo XV, pajes, espadas, uniformes de época y cuantos recuerdos recibidos de Hispanoamérica merezcan ser incluidos, para dirigirse al Palacio de la Conquista, en nuestra histórica y monumental Plaza Mayor, desde cuyo balcón esquinado sea ondeado el Pendón de la Conquista por la autoridad máxima que presida tan importantes actos, dándole a conocer a la multitud pre­sente, y bajo la mirada del propio Marqués de la Conquista, Francis­co Pizarro, de la de su esposa doña Inés Yupanqui Huaylas, de la hija de ambos Francisca Pizarro Yupanqui (la primer familia hispa­noamericana) y de la del esposo de esta -y tío suyo- Hernando Pi­zarro, cuyos bustos en granito les perpetúa en los intercolumnios del mismo balcón.

Terminados los actos oficiales, banderas, estandartes, espa­das y todos los objetos que han servido para engrandecer la proce­sión cívica, pasarían al Museo de América de Trujillo, donde perma­necerían debidamente custodiados hasta la fiesta del año siguiente, aunque podría ser visitado por los numerosos forasteros que lle­garían a nuestra ciudad deseosos de conocer en Trujillo la historia de América.

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José María Domínguez Moreno.

I. EL LOBO EN EL MUNDO ANTIGUO EXTREMEÑO

Hace aproximadamente 600.000 años, en la llamada época Villa­franquiense, encontramos al lobo consolidado, es decir, en el mismo estado biológico que presenta en la actualidad. Durante la época glacial esta especie registra una expansión considerable y coloniza, sin que las oscilaciones climáticas lo detengan, todo el Hemisferio Norte. En diferentes yacimientos arqueológicos co­rrespondientes al período comprendido entre el Neolítico y fina­les de la Edad del Bronce han aparecido restos de lobos. Por lo que respecta al Extremadura, la prueba más antigua de su existencia la tenemos en la Cueva de Maltravieso (Cáceres), donde se localizaron molares de esta especie. Tales piezas dentarias debieron ser utilizadas con sentido profiláctico, mágico o simple­mente decorativo. Nada nos obliga a pensar que el lobo formara parte de la dieta alimenticia, incluso esporádicamente, de quie­nes habitaron el solar extremeño en los períodos prerromanos. De este modo nos encontramos que en la Cueva del Conejar, fechada en los últimos siglos del segundo milenio antes de Cristo, no se hallaron restos de lobos, aunque sí de otros animales salvajes: bóvidos (Bos primigenius), ciervo, conejo, liebre, gato montes (Felis silvestris), tejón y zorro. Tampoco las excavaciones realizadas en el Castro de Medellín han proporcionado restos de lobos entre los representantes de la fauna salvaje, que aquí se muestra escasa pero variada: ciervo, jabalí, cabra montesa, conejo, liebre, sisón y perdiz. Bien es cierto que en esta época en la Baja Extremadura se observa una auge de la ganadería en detrimento de la actividad cinegética, y el perro comienza a ju­gar un importante papel en relación con los animales domésticas, tanto de carea como de defensa del rebaño de los ataques del de­predador. En el ya citado yacimiento de Medellín los restos óseos de perros (eanis familiaris) son ligeramente inferior en número a los de vacas y cabras/ovejas, superándolos incluso en los niveles X, XIII y XIV.

Esta ausencia de restos lupinos en Extremadura no se corres­ponde con la importancia que el lobo tiene en la España prerromana y, por ende, en nuestra región. Su presencia va más allá de lo puramente ecológico, adentrándose en el terreno cultual. E1 lobo es tótem, objeto de culto en sí mismo y se inserta en el sistema de creencias peninsulares. En el yacimiento ibérico da «Pozo Moro», cerca de Albacete, se esculpieron tres cabeza se fe linos aullando, cabezas que, al decir de Almagro Gorbea, corras ponden a lobos ( ). t1 hecho de que «Pozo Moro» sea un monumento turriforme funerario nos lleva a vincular al lobo con el mundo de ultratumba. Su carácter funerario nos lo confirma el que sea una piel de lobo la que cubre un sarcófago hallado en Illiturgui y que la cabeza de esta animal aparezca como motivo central de las dos páteras de Tivisa. En la primera de éstas so acompaña de otros animales estrechamente relacionados con los dioses inPerna les, como son el jabalí, el águila y el gato montés (). Todo apunta a que la cabeza del lobo no es más que un símbolo de otro dios infernal. El sentido fúnebre del lobo entre la población prerromana peninsular no difiere de otras áreas del Mediterráneo, donde esta animal, al igual que el león, procura la defensa de la tumba.

Una explicación o interpretación sólo en parte diferente a la anterior es la que se desprendo del análisis que García Bellido hace de la estela funeraria de Ponga (Asturias), en la que se va a un lobo persiguiendo a un ciervo. Para este prehistoriador el lobo es la reencarnación del muerto que en el más allá sigue perpetuando las actividades cinegéticas que practicó en vida. En toda la plataforma euroasiática, durante la Protohistoria, el ciervo, entre otras prerrogativas, fue considerado «animal fune­rario y guía de los muertos». El primer aspecto se evidencia con claridad meridiana entre las poblaciones indígenas penínsulares. Por lo que atañe a la Lusitania, tal aseveración nos la con­firma el jarro ritual de la Colección Calzadilla (Badajoz), ha­llado en una tumba del siglo VI a. C., cuya parte superior termina en cabeza de ciervo, así como una estela funeraria del siglo III en la que aparece una cierva con su cría. La persecución de un ciervo, como el artista reflejó en la estela de Ponga, supone una mutación del cazador, un paso de lo profano a lo sagrado, la elevación a un estadio superior. En dicha estela se había produ­cido una metempsicosis, una reencarnación del muerto en lobo. Tras el seguimiento el difunto se sublima, adquiriendo nuevamen­te la forma humana. Esta segunda mutación se presenta en el ca­rro votivo de Mérida: el difunto humanizado es el centro de una escena cinegética de ultratumba. Ahora es jinete que persigue, ayudado por dos perros, a un jabalí. Idéntico motivo hallamos en una estela funeraria procedente de Lara de los Infantes (Burgos), que de ninguna de las maneras escapa al sentido de la caza fúne­bre.

A la idea de la metempsicosis puede aludir una vieja creencia de la región, que en el invierno de 1985 recogí en Pedroso de Acím, según la cual los lobos fueron creados y escondidos en el centro de la tierra. Como ya estuvieran cansados de cazar en el subsuelo, «le pidieron permiso a Dios pa salir, y Dios dijo: salir. Y los lobos salieron y desde entonces están corriendo por el mundo. Sólo se quedaron dentro de la tierra dos lobos que de­bían de ser mu vagos, que estaban dormíos sin cazar, y allí es­tán. Cuando llega un terremoto es cuando se despiertan y por eso se mueve la tierra, qu’es porque ha pasao alguna pieza cer­ca y es cuando se mueven».

Pero más que en la anterior narración, mejor se observa la me mamorfosis en una leyenda localizada en Casar de Palomero, con­cretamente en la ermita de la Cruz, que se ubica en el llamado Puerto del Gamo. En dicho santuario se celebraba una misa previa a una batida en la sierra de Altamira. En el instante de la con­sagración un gamo, al que perseguía una manada de lobos, cruzó la puerta de la ermita. El celebrante ya había sido alertado por los aullidos y, como viera dentro al animal, gritó que cerraran la puerta para así atrapar aquella pieza que había caído en su propia trampa. Antes de que ningún cazador reaccionara, el gamo, temiéndose lo peor, estaba de nuevo en el monte. «Entonces va el cura que se olvía de la hostia de consagrar y se pone a voces que si el fuera lobo ya vería el gamo. Decir eso cuando está la hostia es una maldición, asín qu’el cura se queó lobo. Echó a correr dtrás del gamo y los dejó sin acabar la misa. Hasta que no cace al gamo y se encuentre a un cura diciendo misa no se quita de lobo y se hace cura otra vez».

Esta leyenda de Casar de Palomero, al igual que otras paralelas del País Vasco, Cataluña y centro-Europa, quizás quepa relacionarla con los aspectos míticos de ultratumba reseñados más arriba. El tema de la caza fúnebre no se encuentra detenido por la frontera del tiempo, ya que perviven, en la propia heráldica regional, como ocurre con el escudo de armas de Arroyo de la Luz. En él se representa a un jinete persiguiendo a un jabalí. Este animal y el caballo ostentan un carácter netamente funerario.

E1 paralelismo entre algunas fiestas extremeñas y otras clásicas, aunque de origen más remoto, relacionadas con el lobo salta a la vista. Las lupercaliasconstituyen todo un ejemplo. Tenían lugar cada 15 de febrero y en ellas unos jóvenes, tras recibir el «espíritu del lobo» mediante unos rituales que se ejecutaban en la cueva Lupercal, corrían entra la multitud y con látigos de piel de machos cabríos golpeaban a las mujeres. Este animal ha­bía sido muerto junto con un perro. Tal celebración tiene partes concordantes con distintos festejos extremeños.

Vayamos a Navaconcejo, un pueblo de la Vera de Plasencia. Ca­da 28 de enero asistimos a una ceremonia que guarda grandes semejanzas con la descrita. Eltaraballo es un hombre vestido con extraños ropajes, que antiguamente eran pieles de animales que se sacrificaban para este fin. Asiste a los actos religiosos de San Sebastián, sufriendo en todo momento un apedreamiento a base de nabos y de nueces. El taraballo persigue a sus atacantes, a los que golpea con un látigo. El tamborilero es su acompañante. Di­cen que antiguamente los furibundos ataques no sólo magullaban al taraballo, sino que destrozaban el tamboril. Cada año era ne­cesario fabricar uno nuevo, para el que utilizaban la correspon­diente piel de perro.

Las lupercalias y el taraballo tienen suficientes aspectos comunes como para hacernos incluir a esta fiesta de Navaconcejo entre las eminentemente pastoriles. Las fechas de ambas celebrado nos se insertan dentro de un mismo ciclo. Incluso nos atrevería­mos a señalar una coincidencia en el tiempo antes de que la religión cristiana asimilara esta ceremonia paganizante a la festividad de San Sebastián. En ambas celebraciones habían de sacrifi­carse animales caprinos para que sus pieles fueran utilizadas como vestuario de los actuantes en el ritual. También la fustiga­ción con el látigo es común. Por último, queda por señalar la inmolación de un perro en las lupercalias, perro que también se hacía morir en Navaconcejo. La muerte de este animal se presenta en esta localidad cacereña con un fin concreto: usar su piel pa­ra parche de tambor.

Desconocemos la finalidad de la muerte del perro en los rituales romanos. Sin embargo, el sacrificio de tal animal especi­fico nos proyecta unos objetivos primarios que, por lo que res­pecta a Roma, ha sido objeto de todo tipo de especulaciones de las que deben hacer partícipes a los primitivos rituales del ta­raballo. Señalaremos algunas. El perro fue en la antigüedad un elemento augural de acontecimientos desgraciados, y su muerte tendría por objeto el eliminar las fuerzas negativas del hecho que predice. Para Plutarco la inmolación del perro, viéndo­la desde una perspectiva purificadora, tendería a congraciarse con el lobo, al que se camelaba con la muerta de su peor enemigo. Este carácter purificatorio de la ciudad lo encontramos entre los bhotiyas de Juhar, en el Himalaya occidental. Es costum­bre coger un perro, llevarlo al pueblo, emborracharlo, hartarlo de dulces y soltarlo, para después atraparlo nuevamente y matar­lo a pedradas y a palos. Con ello creen que la enfermedad o la desgracia estarán alejadas de la población durante un año. En la región de Breadalbane el perro era agasajado a la puerta y expulsado, no sin antes lanzarle la correspondiente imprecación. «Cualquier muerte de personas o pérdidas de ganado que acontezca en esta casa hasta fin de año caerá sobre vuestra cabeza».

No tenemos la menor duda en afirmar las profundas raíces pas­toriles del taraballo y la vinculación del perro a este mundo, así como la necesidad de su muerte como sacrificio propiciatorio que impida el ataque del lobo. Quizás convenga recordar que no están lejos los días en que los despojos de un perro se utiliza­ban en Extremadura para alejar a la sanguinaria fiera. Me cantaban en Serradilla que cuando moría un perro carea los pastores solían colgarlo cerca del aprisco durante dos noches seguidas para que los lobos, al verlo, «creyeran» que había sido ahorcado en castigo por no saber defender el rebaño. Lógicamente los lobos; ya no se acercarían por allí al estimar que sus vidas corrían peligro, puesto que el resto de los perros habían aprendi­do del supuesto escarmiento. Los pastores de las dehesas extremeñas, aunque mis informantes la consideran una costumbre traída por los trashumantes castellanos, hacían pastar sus ganados al ritmo del toque del tamboril. En Torrejoncillo me aseguraban que con el tan-tán las ovejas comían más tranquilas y que, al tener el tambor los parches de piel de perro, el insistente sonido no permitía que los lobos se acercaran a la manada. Este mismo tambor, generalmente de piel de perro, se empleaba en Las Hurdes para la defensa del “bicho” tanto por pastores como por caminan­tes:

 

«Los lobos tienen hambre y bajan al valle para devorar el ganado. Al infeliz sacristán la han comido siete cabras, a dos pasos del aprisco. Los jóvenes de las aldeas inmediatas, que acu­den a la clase de adultos de la escuela, for­man receloso pelotón, batiendo un tambor para ahuyentar con sus ruidos a las fieras».

 

Otra fiesta eminentemente pastoril es la que se hace en Pior­nal en honor de San Sebastián. Este mártir romano tiene todas las trazas de haber sustituido a una antigua divinidad protectora de la ganadería. La figura central del festejo es el jarram­plas. El persona­je se viste con camisa y pantalón de color blan­co, de los que se han prendido cintas de diferentes colores. Al igual que e1 taraballo, este hombre piornalego se cubría antigua mente con pieles de cabra. La cabeza se la encapucha con una ca­reta de ojos de mochuelo terminada en un cono muy puntiagudo, de la que salen dos cuernos arqueados que casi tocan sus puntas. Al pecho lleva un tambor fabricado de madera de roble y con parches de piel de perro. El día 19 hace una colecta por las calles del pueblo. El día 20, tras los actos religiosos, el jarramplas su­fre toda una lluvia de nabos, que encaja sin inmutarse y sin de­jar de tocar el tambor. Detengámonos en algunos puntos im­portantes:

 

– El aspecto del jarramplas.- Se trata de un ser bucráneo, un animal caprino, simbolizador de las fuerzas vivifica­doras y fertilizadoras de los rebaños.

 

– La cuestación.- Ya hemos visto que aparece unida a buen número de fiestas relacionadas con el lobo: Polonia, Bélgica, Juhar, Brealdabane, País Vasco, Aldeanueva del Ca­mino…

 

– El tambor.- Su fabricación exige la muerte de un perro. Su sonido aleja simbólicamente a quienes arrojan proyectiles contra el jarramplas, ya que en la práctica las únicas armas ofensivas que posee son las cachiporras. Desde es­ta perspectiva los enemigos del jarramplas estarían im­buidos de la fuerza maléfica del lobo, lo que supondría una inversión del simbolismo respecto de otras versiones que identifican a la fiera sanguinaria con la figura en­mascarada.

 

Hemos dejado para el final otra fiesta o celebración extreme­ña cuyo carácter ganadero es más pronunciado y cuyo parentesco con los viejos rituales, como laslupercalias, resulta más evi­dente. Se trata de las carantoñas, festejo que la localidad de Acehuche también celebra en honor de San Sebastián, santo que en Extremadura, por lo expuesto más arriba, asume un papel de pro­tector de todo lo vinculado con el mundo pastoril y ganadero. El aglutinante de las ceremonias de Acehuche es el tamborilero, que llaga la víspera desde alguna población de la comarca y es recibido en olor de multitudes. Las carantoñas son ocho personas adultas, siempre varones, que van enteramente vestidos de piel y llevan en la mano una vara de acebuche a la que dan el nombro de cuchillo o tárama. Estas figuras anónimas marchan en la procesión dando la cara al santo, al que amenazan con el cuchillo y lo di­rigen un enigmático gu. Es el mismo grito que utilizan en todo momento para espantar a los niños que se les aproximan. Termina­da la manifestación religiosa aparece la carantoñina, semejante a las carantoñas, aunque más pequeña, a lea que éstas dan de co­mer. Cuando las carantoñas «danzan» frenéticamente comienza a sonar el tamboril y a escucharse disparos de fogueo. Estas, asusta das, se revuelcan por el suelo. Seguidamente hace acto de presencia la vaca-tora que acaba ahuyentando a las carantoñas, con lo que concluye el festejo.

Para los naturales de Acehuche estos rituales constituyen la dramatización de la hagiografía de San Sebastián. Ojeen que tras ser asaeteado el soldado romano, sus verdugos lo abandonaron en el campo. Unas fieras se disponían a atacarlo cuando se interpu­so un toro y las hizo huir. Esta versión recuerda en parte la leyenda del obispo Ataulfo, que fue arrojado a un toro acusa­do del delito de sodomía, pero el animal lo respetó e incluso de pósito en sus manos los cuernos; es decir, con su acción re conocía la potencia genésica del eclesiástico proyectada hacia el mundo animal. El carácter fertilizador del toro es comúnmente aceptado en toda la cultura mediterránea, que en el caso de Ace­huche se observa de una manera muy clara. Pero la cuestión fertilizadora aquí se une o, mejor aún, secunda a unos rituales purificatorios.

El tamboril de piel de perro, los disparos de fogueo y el bu­cráneo alejan a las carantoñas, agentes maléficos para la ganado ría y enemigos de San Sebastián, heredero de una deidad purifica dora. La vaca-tora, reflejo de las virtudes del santo, se hace única dueña da la situación. Acto seguido era costumbre, hasta finales del pasado siglo, que las jóvenes del pueblo, las llama­das regaoras, bailaran en torno al bucráneo. Las danzas de las mujeres al lado de una figura de toro con el fin de propiciar la fertilidad son conocidas en el arte prehistórico de la Península y en algunas prácticas taurinas imbuidas de religiosi­dad que se mantuvieron en Extremadura hasta el siglo XVIII, como es el caso del «toro de San Marcos”. Tras la purificación del espacio y la simbólica transmisión de la potencia genésica del bucráneo la vida puede resurgir tanto en el plano humano co­mo en el animal. Ahora podemos comprender la aparición última en el festejo de Acehuche de dos personajes, hoy olvidados, el ga­lán y la madama, que ejecutaban una serie de escenas eróticas supuestamente orientadas a la procreación.

 

E1 parentesco entre el motivo heráldico de Arroyo de la Luz y los del carro de Mérida y la estela funeraria de Lara de los In­fantes saltan a la vista, y en nuestra opinión deben enmarcarse todos dentro del mismo contexto.

Profundicemos aún más en la vertiente cultural. En el Raso de Candeleda (Ávila), a escasos kilómetros de la provincia de Cáce­res, han aparecido diecinueve aras votivas dedicadas a la divinidad indígena Uaelico. El radical celta uailos significa lobo y la zona del hallazgo sigue denominándose Portoloboso. Todo apun­ta a que nos encontramos ante el santuario a una divinidad lupi­na o protectora del lobo, con una segura influencia sobra una importante área de la Alta Extremadura, habida cuenta de que las fuentes antiguas señalan a la ganadería como una de sus principales riquezas. Se cuenta también con la existencia de un dios nocturno, semejante a Sucellus (el que golpea bien) de los galos, que sostiene un martillo y se cubre con una piel de lobo. Un bronce de este dios fue localizado en Puebla de Alcocer (Badajoz) y su presencia, según los estudios de S. Lambrino, se manifiesta sobre todo en la Lusitania. Los antiguos heraldos hispanos cubríanse con pieles de lobo en señal de sumisión. Conocido es el caso del mensajero que los nertobriguenses enviaron al cónsul Metelo, el cual iba tocado con semejante distintivo en prueba de paz. Es decir, pone por testigo al dios infernal, el posible Sucellus, bajo cuyo atributo se acoge, del cumplimiento de la palabra dada. Los dioses infernales velan el cumplimiento de alian­zas y de pactos entre los pueblos. También ellos castigan a los que infringen los acuerdos. Así los lusitanos, al ser engañados por Galba y aniquilados en el año 150 a. C., no dudan en recurrir a los dioses, garantes de las promesas del romano.

Una divinidad subterránea, señora de los difuntos es Ataecina. Su culto se extendía por buena parte de lo que hoy son las dos provincias extremeñas si hacemos caso de las inscripciones a ella dedicadas que han aparecido en Mérida, Medellín, Herguijuela, Ibahernando y Salvatierra de Santiago. Entre sus exvotos, fechados hacia los siglos II-I a. C., destaca el jinete hallado en Torrejoncillo, que seguramente representa al «cazador fúnebre» ya humanizado. Con la diosa Ataecina están relacionadas unas ca­bras de bronce, encontradas en la citada población y en Aliseda, y que actualmente se exhiben en el Museo Arqueológico de Cáceres. Semejantes animales debieron sacrificarse en los rituales a esta diosa de ultratumba para buscar su propiciación y su defen­sa del lobo.

 

 

II. LAS FIESTAS DEL LOBO.

 

Ni la arqueología ni la epigrafía nos han proporcionado dates relacionados con las ritualizaciones en torno a las divinidades lobunas. Sin embargo, por medio del folklore actual extremeño podemos rastrear algunas viejas prácticas, aunque su luz nos lle­gue a través de un método comparativo.

Tenemos constancia que en el mundo indoeuropeo se desarrolla un culto fundamentado en las creencias de los pueblos de econo­mía agrícola y pastoril. Algunas de sus ceremonias trascienden a una época muy posterior. Roma celebró sus fiestas llamadas Palilia o Parilia en el mes de abril en honor de la divinidad pastoril Palas. Los pastores encendían, a distancias iguales, tres hogueras y saltaban por encima de ellas. Las ovejas que pa­saban por las cenizas quedaban purificadas y preservadas del lo­bo. En Ahigal y en otras localidades de la comarca de la Tierra de Granadilla nos topamos con actuaciones que recuerdan ese viejo ritual. En la noche de San Juan se encienden hogueras de romero a las puertas de las casas, que son saltadas para pre­venir a sus moradores de la sarna y de otras enfermedades de la piel. Por la mañana los animales domésticos son paseados sobre sus cenizas para librarlos del ataque del lobo y de otras alima­ñas.

En Etruria sobre las brasas de un fuego solsticial en honor de la diosa Feronia danzaban descalzos los Hirpi Sorani, nombre que cabe traducir por lobos de Soracte. Este rito conmemoraba cada año la invasión de Soracte por una manada de lobos que arrebató de la pira una parte de la carne que los habitantes habían ofrendado a un dios infernal. Algunos estudiosos hallan ciertos paralelismos entre la actuación de la secta de Soracte y otras celebraciones solsticiales más recientes. Dejando a un lado la costumbre de andar por las brasas de los jóvenes de San Pedro Manrique (Soria), nos fijaremos en las posibles conco­mitancias que con aquella parecen tener los rituales que el 23 de junio lleva a cabo la Hermandad del lobo verde, en Jumièges (Normandía, Francia), que a su vez guarda semejanzas con ciertas prácticas del Valle del Alagón. Tal cofradía, cada año, elegía un jefe, al que daban el nombre de «lobo verde» y vestían con unos raros atuendos. Por la noche se encendía una gran hoguera y alrededor de ella el lobo verde y sus hermanos, cogidos de la mano unos a otros, giraban en torno al fuego tras el que sería lobo verde al siguiente año. Este intentaba escapar golpeando a sus perseguidores con una vara. Una vez apresado, simulaban arrojarlo a la hoguera.

La práctica normanda nos abre nuevas perspectivas para una mayor comprensión del primitivo significado del «capazo» u ho­guera solsticial del norte de Cáceres. El hecho de que en la ma­yoría de las poblaciones del ya citado Valle del Alagón sea el mayordomo de la festividad de San Juan, con periodicidad anual, un elemento indispensable en la realización del fuego y, al mis­mo tiempo, la pervivencia de juegos estivales, como el marro de las cadenas, con un mecanismo persecutorio idéntico al empleado en la caza del lobo verde, nos hacen ver en ellos vestigios de la extinguida celebración de un rito parecido y que sería muy conveniente tener en cuenta, a la hora de profundizar en la religión primitiva de este área. Con todo, observamos una dife­rencia muy significativa. Mientras que en la ceremonia de Sorac­te parece que se hace una ofrenda a los propios lobos para apaciguarlos y ganarse su respeta para con los animales, en los rituales francés y cacereño la víctima expiatoria, aunque simbólica­mente, es un lobo, lo que nos manifiesta más aún su carácter to­témico.

Los festejos de Etruria conectan con los que en Polonia y Bulgaria se celebraban en honor del lobo. Se les invocaba y se los invitaba a un banquete, ya que se creía que estos animales ahu­yentaban a los malos espíritus. Por Navidad grupos de cantores cubiertos con sus pieles pedía el aguinaldo por las casas. El último apartado de la costumbre recuerda abundantes prácti­cas carnavaleras de Extremadura. En Aldeanueva del Camino algu­nas pandillas de jóvenes se tapaban con pieles de estos animales y portaban otra piel rellena de paja, como si se tratara de un lobo recién cazado. De esta guisa hacían la correspondiente cuestación. Con el dinero recaudado, más las aportaciones de cada uno, compraban un macho cabrío, que guisaban y comían en un pra­do junto al río Ambroz. Previamente colocaban una maza de carne cruda al lado del agua para que se la comieran los lobos, ya que «gracias a ellos, según decían, los mozos se habían podido zam­par el resto del macho». De la piel del cabrón hacían largas ti­ras, que cada joven llevaba anudada al cuello durante los días de carnaval y, pasados éstos, mandaba la costumbre atarlas a la puerta de las majadas o apriscos. Fue creencia general en el pueblo que el joven lograba un pronto casamiento y que el ganado no sería atacado por el lobo. En esta misma línea de fiestas en ho­nor del lobo se inscribe la del Otsabilko, carnavalera y de cuestación, que se celebra en el País Vasco.

Oct 011989
 

Marcelino Cotilla Vacia.

«Cuando mi indocto afán me lleva y fija

a estudiar en el papa nuestra historia,

no sé si me entusiasme o si me aflija[1]«.

 

Así clama la voz de Carolina, quien gracias a un análisis completo de la historia hispánica, deja entrever en su obra lírica los sinsabores y regocijos de aquella e intenta trasplantarlos al presente. Y es precisamente en ese acto, que pretende no tener en cuenta el desgaste de los siglos y los derroches, donde se produce el choque más brusco. La mítica Edad de Oro española, que coincide en Carolina con el reinado de los RR.CC., y hasta las primeras insurrecciones anticastellanas en Portugal, que harán al país vecino definitivamente en 1668, contrasta duramente con la realidad que le ha tocado vivir a la poetisa. Realidad que, no obstante, no le impide soñar con una vuelta al pasado:

 

“virtudes brota en manantial fecundo,

            Corteses manda a conquistar el mundo,

            que descubren por ella los Colones;[2]

 

Como en un paisaje urbano de los creados luego por Azorín, entre sus versos se pasean Santa Teresa, Pizarro, el Cid, Cortés, Isabel la Católica, el emperador Carlos V o confluyen en el interior de la catedral sevillana las gloriosas figuras de Pedro el Cruel, Herrera, Rioja, Zurbarán y Murillo[3]. Insiste en personajes extremeños; además de los mencionados, se dan cita, entre otros, Espronceda, Donoso Cortés y el erudito Arias Montano[4].

La oposición entre pasado como Edad de Oro y presente desolador parece ofrecer una relación de base con la señalada por Ruiz-Fábrega entre “el pasado infantil, inocente y feliz de la voz poética” y “el dolor y la angustia que acompaña a la maduración biológica y social del  individuo humano”[5].

Salta a la vista una peculiaridad más cuando Carolina decide rememorar hazañas históricas; y ello, nuevamente, por su sensibilidad femenina, como ya advierte su amigo Emilio Castelar. Porque la extremeña “delante de los monumentos del género no recuerda la grandeza de los conquistadores, primera idea que asaltaría a un hombre; no, recuerda los torrentes de lágrimas y sangre que ha costado esa gloria, las infinitas madres que en los combates habrán perdido a sus hijos, pedazos de su corazón”[6].

Así, en el trágico año de 1848, tuerce la mirada hacia la humanidad que se duele y, aún más, hacia lo más tierno de esa humanidad:

 

“…¿Oíste los gemidos

            de las llorosas madres abrazadas

            a los jóvenes cuerpos, divididos

            por el golpe mortal de las espadas?”[7]

 

Pero Carolina no es una nostálgica que viva aferrada a las glorias del pasado. Su matrimonio con el secretario de la Legación norteamericana en Madrid le va a permitir vivir muy de cerca las convulsiones políticas que se van produciendo durante el reinado de Isabel II. Su amistad con la mismísima reina es reconocida por todos sus biógrafos. A través de las palabras de Torres Cabrera, Isabel Pérez González  estudia las valiosas intercesiones de la poetisa ante la soberana para librar a presos de una inevitable condena a muerte[8].

Por su parte, Federico Gutiérrez ha sacado hace poco a la luz un libro donde se demuestra hasta qué punto Carolina se halla cercana a la Corte. “Llegamos a 1860. El 7 de enero, casi como un regalo de Reyes -¡y qué regalo!- de manos del arzobispo Claret va a recibir Horacio Perry el Bautismo, y los dos, Horacio y Carolina, la solemne Bendición nupcial en la Misa de Velaciones”[9]. Hablamos nada más y nada menos que de San Antonio Mª Claret, confesor de la reina por esos días.

Alberto Castilla  narra con todo detalle la inestimable intervención de Carolina en el conflicto del “Black Warrior”, que pudo significar una ruptura de las relaciones diplomáticas en 1854 entre España y Estados Unidos, donde ya existía el debate de la conveniencia o no de declarar la guerra para la adquisición de la isla de Cuba[10].

Merece la pena también recordar el aliento épico con que Gómez de la Serna cuenta su intervención en las revueltas de 1866: “Los políticos comprometidos y perdidos, entre ellos Castelar, que ha sido condenado a garrote vil, se refugian en casa de Carolina Coronado, pues su esposo está en funciones de la embajada de los EE.UU., y cuando las tropas del gobierno quieren penetrar en el portal detrás de ellos, Carolina atraviesa en el umbral la bandera de las listas y las estrellas y les dice retadora: ¡Pasad sobre esta bandera si os atrevéis!”[11].

De sus versos emana toda la cultura de la sociedad burguesa española del siglo XVI. Aparecen salones de baile y encuentro social:

 

“Ya más no la veremos

            del gran salón arrebatada pluma,

            girar por sus extremos,

            con su belleza suma,

            envuelta en el cendal de blanca espuma”[12].

 

Se dedican muchos versos al Liceo Madrileño, que tan bien la acogió desde el primer instante[13]. Al de Badajoz[14], e incluso al “Hermano” de La Habana[15].

Pero lo más destacable de su producción poética por entonces se enmarca, ante todo, en una crítica feroz a la pérdida de valores en la sociedad española, materialista y atea como la de Europa en general. Se podría hablar incluso de “anti-futurismo” ante los supuestos adelantos tecnológicos que empañan sus deseos de volver a la naturaleza donde sólo el individuo puede ser feliz, como ya entendía Rousseau. Su escepticismo ante la “ciencia” es harto evidente:

 

“¿Quién sabe si en la inmensa contextura

            de planetas y soles ignorados,

            de creaciones y seres increados,

            la Ciencia no es la Ciencia, es la locura?…”[16].

 

Se lamenta, mucho antes que Machado, de ese español “de charanga y pandereta”, “de vacío en la oquedad de la cabeza”, que cierra las universidades e inaugura escuelas de tauromaquia, como con la ley de Fernando VII en 1830:

 

“¡Bien tus nobles misiones adivinas,

            te escapas a las cátedras latinas

            y en las plazas de toros te atrincheras!”[17].

 

Las luchas políticas que sufre el país a lo largo de todo el siglo le afectan desde su más temprana edad. Su abuelo Don Fermín Coronado, liberal convencido,“que había ocupado algunos puestos públicos en la región tras el regreso al trono del Deseado, había sido objeto de encarnizadas persecuciones y fue, al fin, víctima de los absolutistas”. Del mismo modo, siguiendo siempre las noticias de Alberto Castilla, hay que advertir que “en los momentos más oscuros y represivos de la ominosa década, a los cuatro años de incorporado a su trabajo, víctima de intrigas políticas, el padre de Carolina, Nicolás Coronado, fue encarcelado en Badajoz”[18]. Por eso se quejan de la clase de libertad de la que ha disfrutado su familia, e incluso ella misma:

      “Negra e inodora fue para los míos

            cuyos años sombríos

            vagando tras sus pétalos tronchados,

            con pertinaz constancia,

            las horas de mi infancia

            y triste juventud han amargado…”[19].

 

Carolina, ferviente defensora de los derechos de la mujer, y –en consecuencia- de la legitimidad del trono para Isabel II, no podía ver con buenos ojos las injustas guerras carlistas. Dice Manso Amarillo que el batallón de voluntarios de Badajoz, enviados contra los carlistas “que luchó defendiendo la libertad, lo hizo bajo una bandera bordada por Carolina”. Este autor añade que el reconocimiento del hecho fue, además, público[20].

Este anticarlismo muestra su más aguda crítica en el poema “A Cabrera”, donde se ataca la que para la poetisa es cínica postura del antiguo general carlista, partidario desde 1875 del nuevo rey Alfonso XII:

 

“¿La libertad, Cabrera,

            la libertad hollada

            por ti en los patrios lares

            emblema, hoy, de tu honor?

            ¿La paz?… ¡Quién lo dijera!

            Tú que nuestros hogares

            incendiabas, Demonio,

            ¿de España hoy redentor?” [21].

 

La extremeña, consciente del retraso de la nación frente a las potencias europeas, que utilizan a España como juguete de sus maniobras políticas a gran escala, pregunta con dolor:

 

“¿Qué hace la negra esclava, canta o llora?

            tú, Europa, la gran señora,

            que a tu servicio espléndido la tienes,

            responde: ¿llora, canta,

            o dormida a tu planta

            apoya ora en tus pies sus tristes sienes?” [22].

 

De Europa le llegan importados de España los males (revoluciones, guerras…) y se hacen notar levemente las mejoras. Como indica Noel Valis, “el año crítico es sin duda el 48, cuando el espíritu revolucionario (y contrarrevolucionario) corre explosivamente por toda EuropaVarios poemas de Carolina atestiguan el carácter trascendente de aquel período que también quedó grabado en la memoria por una grave crisis económica y agrícola manifestada en el gran hambre y las malas cosechas. Luego el desastre se complica por una nueva invasión del terrible cólera asiático. Aunque en España los fervores revolucionarios no se sienten tanto como en Francia, llegan las vibraciones. La reacción antirrevolucionaria no se dejó de esperar pronto en todas partes” [23]. Esos poemas llevan títulos tan significativos como “El año de la guerra y del nublado”“La aurora de 1848” o “Las tormentas de 1846” [24].En ellos el espíritu lírico de Carolina muestra una preocupación constante, de tono apocalíptico, no sólo por la destrucción que la guerra puede acarrear, sino además por las repercusiones de esa destrucción sobre el paisaje, su hasta entonces último refugio:

 

“Pero será también, lirio florido,

            cielo de claro sol que te has nublado?

            ¿Será que de las balas el ruido

            por tu serena atmósfera ha tronado?

            ¿Será que en vez de lluvia, sangre ha sido

            la que regó tu valle sosegado?” [25].

 

Su amistad con la reina no le va a impedir quejarse de la intolerancia política que ésta demuestra en los últimos años de reinado. No hay que olvidar aquello de:

 

“Las que a su trono venden,

            las que a su patria ofenden

            no son reinas, mujeres, ni españolas” [26].

 

Asimismo, una década después, en 1875, se encarga de marcar la ironía con la que nace la supuesta Restauración. Desterrada Isabel II, después del “nunca más” de Prim, se le permite reinar al hijo de aquélla, Alfonso XII. Carolina, digo “Sirio”, se enfrenta a él:

 

“¿Es tu madre y no puede ella a Castilla

            volver, ni a sus hogares?

            ¿Y llaman rey al hijo que mancilla

            los sacrosantos lares?” [27].

 

Su condición de esposa de diplomático norteamericano le permite, como ya he dicho, evitar mayores incomodidades en el conflicto del “Black Warrior”. Carolina, ya en su “refugio” lisboeta, recibe sucesivamente las noticias de los desastres ultramarinos de Cuba y Filipinas. Todo aquello por lo que había luchado se derrumba ahora. Si hay alguien que siente de veras, y en su propia carne, esas pérdidas es, por supuesto, Carolina, que se adelanta y se define por sí misma frente al grupo de jóvenes del 98. De auténtica elegía romántica hay que calificar el poema “Barco fúnebre”. Tal cota alcanza su fervor patriótico que llega a considerar a los marinos caídos en el cerco de Baler, la última resistencia española en Filipinas, como santos “mártires del honor”, porque, a pesar de todo:

 

“ellos en el Oriente han consagrado

            la majestad de la española raza” [28].

 

Observa el carácter invertebrado de España, acosada no sólo desde el extranjero, sino desde el peligro mismo que imponen los regionalismos:

 

      “…y hoy vemos a esa España hecha pedazos,

            de su grandeza y de su honor rompiendo

            los seculares y gloriosos lazos.

            ¡Antilla del Sajón!… Ya lo estáis viendo,

            y vemos en la clara fantasía,

            Galicia a Portugal su ser uniendo;

            ¡Navarra para Francia!… Al mediodía

            las islas al inglés, y con su amparo,

            ¡de Marruecos la hermosa Andalucía!…

            Y Cataluña, el luminoso faro

            que alumbra nuestros mares con sus ojos,

            quedando para dar reflejo claro

            de la patria a los míseros despojos…”[29].

 

A estas preocupaciones, compartidas ya por muchos autores a finales de siglo, se une su antigua preocupación por la abolición de la esclavitud en la isla de Cuba, que, como española, no puede albergar ese atentado permanente contra la libertad. Cuba es España y, por lo tanto:

 

“…no puede haber esclavos en España” [30].

 

Sintonizando con esa simbología de la barca en la poesía coronadiana que señala Manso Amarillo[31], la propia isla de Cuba, por su contorno geográfico confronta por sí mismo ese pasado español, glorioso, de galeras, con el presente, de barquillas solitarias en medio del océano, expuestas a la garras del “águila del norte”.

Las soluciones a tanta desintegración nacional pasan por un nuevo imperialismo hispánico, presente ya en su poesía temprana. Por ello, le hace decir al Emperador Carlos:

“¿Veis que avasallo al indio, al castellano,

            alemán y al romano,

tanta de mi corona es la grandeza?” [32].

 

Esta universalización de lo español le lleva a clamar ante las potencias europeas por la invención del submarino:

 

“…¡que no fue sólo conquistar un mundo;

            han hecho la conquista del profundo!” [33].

 

Y conecta inevitablemente con ese iberismo o paniberismo del que nos habla Alberto Castilla[34]. Portugal y España deben caminar juntos en esa regeneración de un imperio que comparte un mismo mar. Desde Lisboa exclama Carolina:

 

“Os oigo desde aquí, desde aquí os veo,

            y de vosotros hablo con las olas

            que me dicen con lenguas españolas

            vuestro afán, vuestra fe, vuestro deseo” [35].

 

Carolina está convencida de que uno de los principales errores históricos de España es haber ido olvidando su entrega a Dios. Por eso ataca el materialismo ateo imperante y aboga por un restablecimiento del catolicismo en la conciencia nacional:

 

“Dios, sólo Dios, de nuestra propia saña

            a España salvar puede” [36].

 

Curiosamente un agnóstico como Ganivet también entiende que la regeneración de la patria debe sustentarse en el catolicismo, por más que sea “como tradición hecha desde un punto de vista no católico” [37].

Para la poetisa la existencia de una ciencia, que aspira a ser nacional, debe pasar por la condición ineludible de no oponerse a la religión. Como luego Menéndez Pelayo, ella cree en “una filosofía que haga posible el encuentro moderno entre “religión” y “ciencia”; la fidelidad al catolicismo tradicional con la adhesión a la modernidad científica” [38].

Una generación no visible aún desde su perspectiva decimonónica debe traer esa nueva ciencia que regenere verdaderamente España:

 

            “A esta generación nuestra que existe

            no alcanzará a salvar ya la venida

            de aquellos del espíritu doctores

            que han de aliviar del genio los dolores” [39].

 

Sus versos anteceden incluso ese anhelo por el carácter inmortal del espíritu poético que canta Bécquer con su insistente “habrá poesía”, espíritu poético que también debe subsistir en esa generación próxima:

 

“Misterios hay que el universo ignora,

            y si nos atan invisibles lazos

            no hay ciencia ni poder ni humanos brazos

            que rompan esta ley dominadora” [40].

 

La regeneración de la patria afecta, sobre todo, a la historia de la vida cotidiana o “intrahistoria”, por utilizar el concepto unamuniano. Intrahistoria cantada, como no, en el ámbito de su querido paisaje extremeño, que retiene como ninguno esa fragancia de tradición que debe renovar España. Extremadura es la riqueza física y espiritual de la nación, y todavía sin explotar:

 

“Yo no vi de ese paisaje

            sino el rincón por su extremo;

            mas no hay duda que es supremo

            cual su tinta su pincel;

            pues, el lugar más salvaje

            de nuestra bella comarca

            forma, en los valles abarca,

            a España rico dosel” [41].

 

No quisiera finalizar sin referirme, al menos de paso, a un punto fundamental en la escala de valores coronadiana de esa regeneración de España. Se trata de la regeneración de la mujer española. Y es que esa “esclava feudal y del moro”, como dice en cierta ocasión[42], ha llegado incluso al escalafón más alto de la política: la monarquía. Por eso Isabel II será en momentos de exaltación la madre reina a la que ya me he referido en otra ocasión. Y por eso el nacimiento de una“Princesa de Asturias” le inspira versos como estos:

 

“Dios ha querido, en su saber profundo,

            que de reinas fecundo

            fuera este siglo con que al sexo abona,

            y de reinas envía

            la bella dinastía

            y es de reinas, por siglos, la corona” [43].

 

Para mayor profundización en la escritura femenina y feminista de Carolina Coronado remito, por último, a los importantes estudios de Kirkpatrick (“Waterflower: Carolina Coronado’s Lyrical Self-Represetation” [44]) y Valis y Maier (“The language of Treasure: Carolina Coronado, Casta Esteban and Marina Romero” [45]).

 

 

 

 

Antes de acabar, quisiera agradecer tanto al profesor Don Antonio Viudas Camarasa como al C.I.T. la oportunidad que me han brindado para exponer mis trabajos en estos “Coloquios Históricos de Extremadura”. Y, por supuesto, la amabilidad y orientación bibliográfica que para dichos trabajos me ha proporcionado el Sr. Don Mariano Fernández-Daza y Fernández de Córdoba, director de la valiosísima biblioteca de la Institución Cultural “Santa Ana” de Almendralejo.



[1] CORONADO, Carolina: Obra poética. Dos volúmenes, Edición preparada por Gregorio Torres Negrera para la ERE. Mérida, 1993. La cita corresponde al poema “A Publio”, págs. 847-849, vs. 1-3.

[2] “A Hernán Cortés”, ed. cit., pág. 700-702, vs. 50-52.

[3] “En la catedral de Sevilla”, ed. cit., pág. 703-706, vs. 57-72.

[4] “A la memoria del sabio Arias Montano, ed. cit., pág. 965.

[5] La obra poética de Carolina Coronado (1820-1911). Tesis doctoral inédita. Universidad Complutense. 1978. Dirigida por el profesor D. Francisco Ynduráin. Biblioteca del Complejo Cultural “Santa Ana” de Almendralejo.

[6] “Doña Carolina Coronado”, Discursos y ensayos. Madrid. Aguilar. 1964. Págs. 231-245.

[7] “Las tormentas de 1848”, ed. cit., págs. 813-817, vs. 65-68.

[8] Carolina Coronado. Etopeya de una mujer. Badajoz. Diputación Provincial. 1986.

[9] GUTIÉRREZ, Federico: San Antonio Mª Claret y Extremadura. Madrid. 1994.

[10] Carolina Coronado de Perry. Madrid. Ediciones Beramar. 1987, págs. 131-135.

[11] Mi tía Carolina Coronado. Buenos Aires. Emecé. 1942, pág. 112.

[12] “En la muerte de una amiga”, ed. cit., págs. 368-370, vs. 21-25.

[13] El poema más significativo es quizás el titulado “Se va mi sombra, pero yo me quedo”, ed. cit., págs. 536-539. En conexión con el: “A los poetas de Madrid”, págs. 543-548.

[14] “Al Liceo de Badajoz”, ed. cit., págs. 759-762.

[15] “Al Liceo de La Habana”, ed. cit., págs. 784-786.

[16] “El fantasma rojo: a Emilio Cautelar”, ed. cit., págs. 841-844, vs. 69-72.

[17] “Sobre la construcción de nuevas plazas de toros en España”, ed, cit., págs. 824-826.

[18] Op. cit. (1987).

[19] “A Quintana”, ed. cit., págs. 661-664, vs. 91-96.

[20]Carolina Coronado. Su obra literaria. Badajoz. Diputación Provincial.

[21] “A Cabrera”, ed. cit., págs. 751-754, vs. 9-16.

[22] “A España”, ed. cit., págs. 773-777, vs. 1-6.

[23] Introducción a las Poesías de Carolina Coronado. Madrid. Castalia y el Instituto de la Mujer. 1991. Págs. 7-44.

[24] Ed. cit., págs. 803-817. En la línea de éstos puede ser interpretado el siguiente, “La aurora boreal”, págs. 818-823.

[25] “Las tormentas de 1848”, ed. cit., págs. 813-817, vs. 49-54.

[26] En Alberto Castilla, op. cit. (1987), que lo toma de Adolfo de Sandoval.

[27] “Amarguras”, ed. cit., págs. 963-964, vs. 21-24.

[28] “Barco fúnebre”, ed. cit., págs. 885-856.

[29] “Vates, la muerte que cercana vemos”, ed. cit., págs. 499-502, vs. 67-79.

[30] “A la abolición de la esclavitud en Cuba”, ed. cit., págs. 839-840, v. 12.

[31] Op. cit., pág. 154.

[32] “Al emperador Carlos V”, ed. cit., págs. 715-718, vs. 79-81.

[33] “Al triunfo del submarino español”, ed. cit., pág. 775, vs. 13-14.

[34] “Portugal en la obra de Carolina Coronado”. Cuadernos del Aldeeu. Noviembre de 1993, vol. IX (2), págs. 181-190.

[35] “Soneto de Carolina excusando la coronación que le ofrecen sus paisanos”, ed. cit., págs. 397-398, vs. 9-12.

[36] “Amarguras”, ed. cit., págs. 963-964, vs. 33-34.

[37] ABELLÁN, José Luis: “La crisis contemporánea II (1875-1939)”, en Historia crítica del pensamiento español, vol. VII. Barcelona. Círculo de Lectores. 1992, pág. 257.

[38] ABELLÁN, José Luis: “La crisis contemporánea I (1875-1939)”, col. cit. vol. VIII, pág. 406.

[39] “A… el canto ahogado”, ed. cit., págs. 947-948, vs. 53-56.

[40] “Una poetisa del siglo XIX a un poeta del mismo siglo”, págs. 450-452, vs. 25-28.

[41] “A Herminia”, ed. cit., págs. 376-379.

[42] “En el castillo de Salvatierra”, ed. cit., págs. 301-306, v. 6.

[43] “Al siglo de las reinas. Al nacimiento de la Princesa de Asturias”, ed. cit., págs. 787-791.

[44] En “Las Románticas: Women Writers and Subjectivity in Spain, 1835-1850”, Berckeley, University of California Press, págs. 208-243.

[45] “In the Femenine Mode. Essays on Hispanic Women Writers”. Eds. Noel Valis y Carol Maier Lewisgurg. Pennsylvania/Londres: Bucknell University Press, págs. 246-272.

Oct 011989
 

Francisco Cillan Cillan.

Tomemos la carretera radial que viene a Extremadura, ya en la provincia de Cáceres, a 17 km. de Trujillo, en dirección a Badajoz, casi sin darnos cuenta estaremos en la cima de un puerto natural, divisorio de dos vertientes. Atrás queda la ondulosa cuenca del Tajo. Al fondo se divisan las llanuras inmensas del Guadiana. A un lado y a otro, sierra y atalaya, granito y pizarra. A muy pocos metros, agazapado, dejando ver sólo la espadaña de su torre y algunas casas modernas que lo delatan, se encuentra Puerto de Santa Cruz, una pequeña villa de 483 habitantes[1]. Vigía permanente ¿quién sabe desde cuándo? Mario Roso de Luna[2] en investigaciones realizadas a principio de siglo en la zona, obtiene descubrimientos protohistóricos en la Sierra. Dentro del término, 33,93 km2, múltiples son los restos celtíberos y romanos: los Cotos, en la cara sur. Pozo Nuevo, a 3 km., en dirección a la Atalaya. El mismo pueblo[3]. En la cara norte, el inmortal Santa Cruz, prerromano, romano, visigodo y como no árabe. Una de las cinco villas con que cuenta el obispado de Plasencia en su fundación, 1189[4]. Béjar, Almonfragüe, Trujillo, Santa Cruz y Medellín. Cuatro de ellas fortificaciones árabes en el camino del Tajo al Guadiana,  por esta zona.

Crucial es la Sierra en esa época, desde los primeros momentos, bereberes y muladíes la toman por refugio natural. Más tarde los almohades se adueñan de su cima. El Califa Abu-al-Mumin la fotifica en el 1148, para que sirva de guardián del camino que por la ladera iba[5].

El Cid portugués, Geraldo Sempavor, la reconquista, 1164-68, cediéndola muy pronto al rey leonés[6].

Castellanos y leoneses se disputan su conquista final. “Entre el nacimiento del Ayuela y el del Búrdalo, divisorio de las cuencas del Tajo y del Guadiana por esta parte, siempre fue un hervidero de moros contra los que actuaban tan pronto las huestes de Castilla como las de León[7].

Ha de ser don Pedro Yañez, de la Orden de Alcántara, con la ayuda de los Caballeros de Santiago de la parte de Mérida y los de Trujillo y otras villas, los que el 28 de agosto de 1234 la reconquisten definitivamente. Después de que hayan caído Trujillo, 25/1/1232 y Medellín, 1234[8].

Podríamos decir que toda la Sierra es un museo arqueológico, recuerdo de las diferentes civilizaciones que por ella han pasado. Deteriorado por las guerras, el tiempo y las exacciones indiscriminadas. Aún quedan restos importantes, testimonio de aquellas épocas.

En años sucesivos, toda ella, aparece como lugar de caza mayor para los reyes, donde abundan osos, jabalíes y lobos[9].

No cabe duda que el Puerto debe su nombre y su razón de ser a la situación geográfica.

En unos tiempos ocuparía el enclave actual. Época romana –conducción de agua sobre canales hechos en la roca y múltiples lápidas-[10]. En otros, por razones de defensa, ocuparía zonas más altas, la Sierra. O más alejadas, Valhondo. Que estuvo poblado este valle no cabe duda, en 1433, se le concedió el Señorío a Alonso García de Vargas, antepasado de los Vargas Carvajal, caballero del rey don Juan II de Castilla, que ganó para Trujillo la confirmación de título de Ciudad[11].

Sea como fuere hasta 1559 es una aldea pedánea de Trujillo, una de las 25 que componen su antiguo sexmo, con muy pocos habitantes. Es el reinado de Felipe II, las arcas de la corona están menguadas. Hay que hacer los preparativos para la batalla de San Quintín. Las campañas del duque de Alba en Italia y tantos otros frente. Para colmo de males una pertinaz sequía asola a la Península. El Rey se ve obligado a vender algunas de sus propiedades. De nuevo le toca al sexmo Trujillo. Seis lugares se desmembran: La Cumbre, Plasenzuela, Puerto de Santa Cruz, Santa Marta, Torrecilla, Guijo y Avilillo, estos dos últimos hoy han desaparecido.

Don Juan de Vargas y Carvajal compra el Puerto, para su hijo don Diego, este lo convierte en villa exenta de Trujillo, a pesar de la oposición de los vecinos que no aceptan el vasallaje de un señor particular, por lo que pleitean durante varios años.

Su nieto don Juan de Vargas y Carvajal en el 1638 lo eleva a condado. Queda como primer Conde del Puerto y Señor de Valhondo.

En el siglo XVIII a los Condes del Puerto se les concede el título de Duques de San Carlos[12].

Recuerdo de esa época queda el nombre de una plaza, la del Conde y dos escudos labrados sobre la roca que forman la pila del caño.

El Puerto ha sido espectador obligado del paso de tropas en campañas tan importantes como la anexión de Portugal y la Guerra de la Independencia. Eltopónimo de una calle, en las afueras del pueblo, nos indica el lugar donde estuvo alojada una compañía del ejército francés, calle “del Campamento”.

Dos talismanes tiene el Puerto: la Sierra y la carretera.

El primero, poderoso toten protector que “parte las tormentas, sirve de pararrayo natural y evita fuertes granizadas[13]. En el que el campesino pone sus ojos incluso para hacer sus predicciones meteorológicas. “Si Gregorio se pone la capa / no te dejes la tuya en casa[14]

O le sirve de refugio natural, por las múltiples cuevas que alberga. Se cuenta que durante la Guerra Civil en ellas se cobijaron mujeres y niños, mientras los hombres, apostados en las cunetas de la carretera, hacían frente a una posible invasión.

O la cita en sus canciones, en festividades tan entrañables como la Navidad:

La Nieblina ehtá en la Sierra

y no deja de mear

agüela ábreme la puerta

si me quiereh convidar

yo no quiero higo cocosoh

ni bellotah con ventanah

lo que quiero eh un choricito

para almorzar a la mañana

Naranjita china

rueda de limón

la Virgen María

doncella y parió.

 

La carretera, sobre ella se extiende el pueblo, en su mayor parte. Ha sido durante muchos años lugar de concentración y paseo de la juventud. No olvidemos que es su razón de ser. Los quintos en sus canciones expresan sus sentimientos.

Adioh carretera

adioh carnaval

loh quintoh d’ogaño

se loh llevan ya.

 

En la actualidad, Puerto de Santa Cruz, como otros muchos pueblos de la Provincia, tiene un porcentaje muy elevado de gente mayor, ya jubilada. El resto son campesinos y un número pequeño de profesiones liberales.

Sus habitantes de carácter pacífico, amable y hospitalario, reciben el gentilicio de portenchos.

Tres son las fiestas que tradicionalmente se vienen celebrando en el Puerto.

Las tres tenían su razón de ser en épocas anteriores.

 

La de invierno, San Blas, es el 3 de febrero. Ha terminado la recolección de la aceituna. Es época de descanso. “Los santos llevan alforjas”. El día antes había que “echarse la cayá”. El Santo es protector de los males de garganta, tradicionalmente así lo ha entendido el pueblo. Son múltiples los exvotos que cuelgan de su altar. Los quintos lucían los cordones y cintas de múltiples colores, previamente, al cuello o en el ojal de la chaqueta. Por la noche, acompañados de panderetas engalanadas, recitaban sus canciones.

Pandereta, pandereta

yo te tengo que romper

que a la puerta de mi novia

no quisihteh tocar bien.

 

Aún les quedaban fuerzas para seguir los bailes y canciones dos días más.

 

La de primavera es San Marcos, tradicionalmente el 25 de abril. En su honor se celebran las ferias de ganado dos días antes. La ermita está en Valhondo.

Si el año ha venido seco hay que ir a pedirle agua: ¡San Marcos, llena los charcos!

Si no hay tal necesidad, las menos veces, es un merecido día de descanso en la vida del campesino. Hay que ir a comerse “los bollos” y los “huevos cocidos” junto a su Santo Protector, en un rincón lleno de belleza natural.

Se engalanan las caballerías con mantas multicolores. Se hacen carreras en una explanada junto a la ermita. Los mozos presumen de tener la mejor cabalgadura. Las apuestas se multiplican, nadie se da por vencido. San Marcos es una fecha, durante el año, para saber cuál es la que más corre.

En la actualidad se celebra el último domingo de abril. Los coches han sustituido a las caballerías. Al final de la jornada es obligado ir a Santa Cruz. En un acto de amistad, se dan los últimos tragos a las botas que aún les quedan vino. Después se regresa al pueblo.

 

La fiesta de verano es “San Bartolo”, el 24 de agosto, patrón del pueblo. Se ha terminado la recolección de los cereales. Vienen unos días de menor trasiego, hasta que comience la otoñada y la sementera. “La otoñá verdadera / por San Bartolomé las aguas primeras / sino por La Morena”.

Durante tres días se hacen verbenas en la Plaza del Caño. Son fechas de encuentro de numerosos hijos que emigraron en décadas anteriores.

 

Una nueva fiesta está tomando auge en estas últimas décadas: “la Romería del lunes de Pascua”.

Encuentro de amistad de tres pueblos: Villamesía, Abertura y el Puerto. Se pasa el día en una finca junto al cruce de Abertura, en un punto equidistante de los tres a 4 km.

Lo nuevo va aparcando a lo tradicional, quizás en un tiempo no muy lejano éstas y otras fiestas sustituyan a aquellos que tuvieron su razón de ser. Lo mismo que el viajero que por la Nacional V deja atrás este agreste lugar, no se detiene a pensar en su historia.

 

 

 

 



[1] Padrón 1986.

[2] ROSO DE LUNA, Mario: “Excavaciones en la Sierra de Santa Cruz”. Revista de Extremadura. Tomo III y IV, 1901 y 1902.

[3] ROSO DE LUNA, Mario: “Nuevas inscripciones romanas en la región norbense”. Boletín de la R.A. de la H., 1.05. Revista de Extremadura. Tomo VIII, 1906.

[4] Fray Alonso Fernández: “Historia y Anales de la Ciudad y Obispado de Plasencia”. Cáceres, 1923.

[5] C. FLORIANO, Antonio: “Estudio de la Historia de Cáceres, desde los orígenes a la reconquista”. Oviedo, 1957, pág. 98.

[6] C. FLORIANO, Antonio: Op. cit. Pág. 115 a 124.

[7] C. FLORIANO, Antonio: “Estudio de la Historia de Cáceres, el fuero y la vida medieval siglo XIII”. Exmo. Aytto. de Cáceres. Pág. 163.

[8] Datos que toman, entre otros, NARANJO ALONSO, Clodoaldo: “Trujillo y su tierra. Historia Monumento e Hijos Ilustres”. Trujillo, 1923.

FLORIANO, Antonio: Op. cit. Todos ellos lo toman del cronista de Alcántara Torres Tapia.

[9] Alfonso XI de Castilla y León, 1312-1350. “Libro 3º de Montería”, cap. 20.

[10] Un camino de la Sierra recibe el nombre de calle de las Varas, en ella se puede apreciar el alineamiento de estas piedras y su longitud aproximada a dicha medida.

[11] NARANJO, Cloroaldo: Op. cit. Vol. I, pág. 451-452.

CORCHÓN GARCÍA, J.: “Bibliografía Geográfica Extremeña” Badajoz, 1955. Dice que hubo un “poblado romano en la dehesa de Valhondo”, pág. 479.

[12] NARANJO, Clodoaldo: Op. cit. Edt. 1983, pág. 258.

Los Condes del Puerto pasan a ocupar cargos relevantes en Perú y Chile. A don Fermín de Carvajal y Vargas, Conde del Puerto, se le concede el título de Duque de San Carlos. Fue el abuelo del Duque de San Carlos, favorito de Fernando VII.

[13] MADOZ, Pascual: “Diccionario Geográfico Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de ultramar”. Tomo III. Madrid, 1849, pág. 279.

[14] El Risco de San Gregorio es el pico más alto de la Sierra, 844 m. Mapa de la Dirección General del I. G. y Catastral. Nº 731. 1ª Edición, 1946.

Oct 011989
 

Gregorio Carrasco Montero.

Un amigo -simpático seglar cáustico- definía siglo y comportamientos españoles ante hombres de Iglesia con esta fórmula clara y contundente: “Cincuenta años con el incensario delante de los curas; cincuenta años con la estaca detrás de los curas”. Más elegantemente un famoso columnista en diario de tirada nacional y el 16 de julio pasado, formulaba lo mismo así: «Conocidas son las fases de la tajada hispana: “La verborrea convincente, la exaltación de la amistad, los cantos regionales, el tuteo de la auto­ridad y el insulto al clero».

Hoy, sin las exteriorizaciones tan agrias de antaño, se vomitan también en algunos púlpitos laicos los lodos de muchos nauseabundos y retorcidos subconscientes hinchando globos de fallos reales cuando existen. O des­caradamente manejando con técnicas actualizadas de difusión dudas, sos­pechas o calumnias.

Entre dentelladas y arañazos pretenden robar, más de lo que parece, pro­piedad, honor, gloria y esplendor de una cultura e historia en cuyos ámbitos la Iglesiaestá con derecho propio, ya por trabajos personales ­de dos hombres y mujeres, ya por acogida, dirección y aliento a persona­jes que rompieron portillos en campos científicos y abrieron nuevos es­pacios en la historia encauzando a ellos medios y hasta donaciones que a ella mismas recibiera.

Traigo a esta edición de 1989 de los Coloquios Históricos de Extrema­dura, más que la figura, el recuerdo de un cura de aldea, uno de tantos miles de desconocidos, que desde una perspectiva histórico cultural, con­tribuyeron a levantar o conservar templos -uno de los pocos monumentos­ referenciables de nuestros pequeños pueblos-, acrecieron día tras día archivos, adquirieron esculturas, pinturas, orfebrería. Y además de su dedicación ministerial encontraron tiempo y forma de hacer pequeñas cora­les, dirigir preceptorías descubriendo inteligencias y ayudando desinte­resadamente con el propio pecunio o son gratuitas clases particulares. En todo eso, y mucho más, quedaron muchos desvelos y trabajos, a veces incomprensiones y serios disgustos y, entre tanto, sus nombres en el no­venta y nueve por ciento quedaron patinados por el olvido.

LOCALIZACIÓN

Cerca de la margen izquierda del Tajo, entonces a su aire, lamiendo a trechos algún que otro granito y otras veces rompiendo con su ímpetu la abundantísima pizarra de sus márgenes en esta zona, hoy amansado por sujetarlo la presa de Oriol, donde las llanuras brocenses-alcantarinas se quiebran un tanto, se descuelga suavemente por no menos suave ladera un pueblecito del llamado Priorato de la Orden de Caballería de Alcántara. Actualmente con unos cuatrocientos habitantes y que en tiempos de más movimiento demográfico sobrepasó el millar.

Aquí, según el rectorologio que tiene la parroquia, -uno de los pocos completos que he podido ver y manejar- rigió el curato desde el 17 de marzo de 18228 hasta el 7 de junio de 1847 un sacerdote que aprovechó todos los ratos y mete ya la palabra hoy políticamente manoseada, del ocio que proporciona una aldea, escribe él, para transcribir y legar a la posteridad noticias y datos de la pequeña historia de no menos peque­ño pueblo, como es la Villa de Mata de Alcántara.

El nombre del cura rector de Ntra. Sra. de Gracia de la Villa de Mata en los libros parroquiales no aparece con la denomina­ción de Mata de Alcántara hasta el año de 1874 sin que hayamos podido conocer las razones de la actual nominación. El nombre, digo, tiene re­sonancias roqueñas por Pedro. A su apellido otros dieron importancia y lus­tre en historia y literatura.

Pedro Quílez -en ningún documento firmado por él aparece su segundo apellido- abre así uno de los libros parroquiales: «1834. Libro Tercero de Desposados y Velados de la Iglesia Parroquial de Ntra. Sra. de Gracia de la Villa de Mata, siendo Cura Rector de dicha Iglesia Pedro Quílez”. Este sencillo texto de apertura está en el primer folio con numeración romana, con grafía y dibujos de estupendo pendolista enmarcado todo en una espe­cie de cartela en cuya parte superior tiene en latín frase con sabor paulino: «Qui matrimonio jungit imaginem suam befacit et qui no jungit melius facit».

 

 

PERSONALIDAD

 

En el folio XV al referir una transacción con D. Juan Valero, adminis­trador de Correos de Brozas, de una casa que el adquirió en 1831, así co­mo de una huerta y viña, por otros bienes que dicho Sr. tiene en la Villa de Tobarra, cerca del pueblo de mi naturaleza, dice, en el Reino de Mur­cia, sabemos que era de aquellas tierras. En el folio 30 de idéntica enu­meración y en una especie de autoconfesión de lo poco que ha podido hacer en los cinco primeros años de su ministerio en este curato, nos da la razón de ello, descubriendo al mismo tiempo algo de su personalidad.

«Nueve años cumplidos -afirma- llevo en esta parroquia cuando quedan expresadas estas noticias. Los cinco primeros nada hice por mis ausencias y permanencias de Catedrático y Vicediirector del Real Colegio de Humanidades de Cáceres”. Por lo que se ve que no era un D. Nadie. “Y por el viaje –continua– que hice a Murcia a visitar a mis hermanos».

En este tiempo, confiesa también, estuvieron la Iglesia y sus rentas así como la casa del curato en el abandono que las dejó mi antecesor D. Joaquín Nogués de Orbezúa, apellidos que tampoco tienen nada de extremeños.

Por los 30 folios que escribió desde el principio del Libro de Matrimo­nios, los 7 que en la misma forma pone en el libro de Defunciones Nº 5, ambos manejados por mi y las que escribiera en el Libro Sexto de Cuentas de Fábrica, que no he podido ver, podemos deducir que fue un hombre activo, amante de las tradiciones e historia de los sitios que sirvió, defensor de los derechos de sus parroquia, detallista y minucio­so, buscador de razones legales, costumbres inveteradas, escrupuloso en el cumplimiento de las cargas que dimanan de sus cargos o prebendas.

Facetas, pienso, que son exponentes, de una rica personalidad y de una práctica humildad.

Pedro Quílez iniciaba así el folio 11 del Libro III de Desposados: “Noticias sobre el beneficiado curado e Iglesia de la Mata entresacadas de va­rias visitas y hojas sueltas que podido reunir de algunos libros del archivo que quedaron rotos y perdidos en la Guerra de la Independencia de Napo­león».

Así, una vez más de las muchísimas que hemos encontrado, no obstante el historiador francés Pierre Vilar, se demuestra que los soldados de la Ilustraciónacababan, allí donde llegaban, con toda cultura y lustre a base de incendios, roturas y robos de tallas, pinturas, libros. Nosotros, los extremeños, sabemos que arramblaron hasta con los libros de cocina. El destrazamiento de un apartado archivo parroquial en una idea sin valor estratégico es claramente demostrativo de lo afirmado.

Ante la extrema pobreza del curato y en una exposición que hace al Prior del Sacro y Real Convento de S. Benito de Alcántara dice «que examinó y reconoció el estado de cuentas de las rentas de Fábrica de la Iglesia, Co­fradías y del mismo curato y vio que todas ellas estaban reducidas a la más completa nulidad a consecuencia de las calamidades y trastornos públi­cos que desgraciadamente nos han aflixido».

¿Podemos valorar hoy lo que supuso tanto vandalismo en pequeñas parro­quias como ésta? Yo no temo en afirmar que no han vuelto a levantar cabe­za. Bastaría para probarlo contemplar actualmente el estupendo retablo ma­yor, que si alguien de fuera, y pronto, no lo remedia terminará desaparecien­do.

Después de la pincelada del archivo con libros rotos y hojas sueltas de libros perdidos, imagino a este hombre de hace más de siglo y medio como un cura rural, con talante de monje en un sencillo -mas bien pobre- escritorio y con paciencia benedictina recogiendo folios sueltos y pegando los trozos rotos de otros que varios de sus antecesores -pasado el vendaval napoleónicos- se limitaron a amontonar en algún cajón de viejo armario. Todavía hay que agradecer que no se desentendieran de ellos en alguna pira anticultura. Así este cura de aldea pudo sacar datos y noticias que personalmente juzgó importantes.

Y la primera que nos da lo hace con este tenor: “Primeramente consta que esta Iglesia y Lugar eran por los años de mil cuatrocientos una calle o arrabal de la inmediata Villa de Alcántara y estaba servida la Iglesia por un religioso de la Orden de S. Benito hasta que por los años de mil quinientos se hizo parroquia y se le asignaron nómina y derechos parroquiales que en principio fueron sumamente escasos hasta que por solicitud de don frey Diego Morillo y Velarde se aumentaron”.

Quizás resulte interesante entresacar algo de la detallada enumeración de instituciones que contribuyen y con cuánto al sostenimiento del templo, cul­to y Personal.

 

1.- La Real Mesa Maestral de Alcántara contribuye en cada un año con 1214 reales y 10 maravedís. Se cobran de cuatro en cuatro meses por medio de un recibo de 404 reales y 26 maravedís. Al fin de año un testimonio del ayuntamiento de la Villa acreditando haber servido el cura a su parroquia.

 

2.- La Encomienda de Belvís y Navarra contribuye al curato en cada un año con 476 reales y 6 maravedís. Se cobran por S. Miguel. Muy propio de zona ganadera.

 

3.- La Encomienda de la Clavería paga en cada un año 104 reales y 6 maravedís.

 

4.- El Sacro y Real. Convento de S. Benito de Alcántara paga en cada un año 112 reales y 24 maravedís. Pero de ellos se descuentan 11 reales y13 maravedís, que el curato pa­ga a S. Benito en cada un año, dando y recogiendo los correspondientes recibos.

 

5.- El Ayuntamiento o el Fondo de Propios de esta Villa paga en cada un año 84 reales y 2 maravedís por las hierbas de la dehesa titulada El Campillo que siendo en lo antiguo propia del curato se incorporó a la dehesa Boyal de esta Villa para que toda ella correspondiese a los Propios, quedando el cura que dio el consentimiento para la incorporación y sus sucesores apercibir los citados reales y maravedís. Se le concede también derecho a entrar en igual parte con el alcalde, los regidores, el procurador y escribano en la bellota que se recoge en los cuartos que a pluralidad devotos se elig­en entre los partícipes. También en los aprovechamientos de leñas. El Cam­pillo lo dejó al curato Juan Alonso a mediados del Siglo XVI.

El caos producido por el paso, cuasi exterminador de los soldados de Napo­león, las ventas realizadas por el Crédito publico de tierras de las Cofra­días y las permisiones autorizadas por el Privado Godoy -así lo cita siem­pre Quílez- debió ser tan grande que algunas de las Cofradías se han pasa­do 19 años y otras hasta 21 sin presentar cuentas y la Santa Visita jamás lo ha procurado. Se han perdido, añade, los vales del Crédito Público y lo mismo las escrituras. La gente, se queja, por unas o por otras razones se desentiende.

Añade que para arreglar estas situaciones han intervenido con decretos y normas los Priores del Priorato de Alcántara frey D. Juan Gallegos y Peñafiel, Prior Espadero, Prior Fajardo y Vargas. Por la pobreza que tiene el curato Quílez ha tenido que acudir para que el Prior le autorice a disfru­tar las pocas rentas y censos que puedan tener las cofradías existentes en la pequeña población y lo autoriza el prior don frey Gregorio Vizuete y Carrasco.

A pesar de las pesquisas y esfuerzos de Pedro Quílez, como se ha visto, poco pudo arreglarse y la queja por él mismo apuntada ha desembocado en la no existencia de Cofradías en la actualidad y a duras penas haber conservado la casa del curato o parroquial hoy.

 

 

COFRADIAS

 

Desde el folio VI al XX da noticias pormenorizadas de las Cofradías, que con vida raquítica, existían todavía en su época. Tremendamente metódico no se limita a enumerarlas. Después del título de cada una hace la reseña en tres apartados: a) Derechos – b) Obligaciones – c) Notas.

Prescindo de los dos primeros apartados por ser, en general, comunes a las de otros pueblos o parroquias. Recalco el apartado tercero porque denota su preocupación para que se conozcan los libros de cada cofra­día. En ellos se contienen los dos primeros apartados. Además de los derechos y obligaciones Pédro Quílez -¿Cuánto tiempo dedicaría?- hace en el tercer apartado un elenco de las posesiones o participa­ciones que en tierras tienen las cofradías con los limites de cada una de ellas y en lo que podemos ver también toponimia, motes populares, dueños foráneos con sus cargos etc.

Leemos relación y apuntaremos curiosidades cuando hubiere lugar. Pero an­tes expresar lo que creo va siendo una necesidad. Yo creo que ya tendría que estar en la calle una tesis doctoral sobre las cofradías de esta región que demuestre todo lo que de culto, asistencias a menesterosos, curiosida­des, música, autos sacramentales, folklore, y otros elementos culturales que se cocieron en el seno de las mismas. Creo que muchos que se aho­gan o se babean con tanta cultura quedarían pasmados de la que generaron estas cofradías en las más humildes y alejadas aldeas. No se trataba, no, de meras devociones de incultas mujercitas, porque, además, la mayoría de las mismas estaban dirigidas por los hombres.

Y pasamos a la enumeración de las que Quílez referencia.

Habla, mejor escribe, de S. Antón. Dice: “que no tiene cofradía y que cree que no la tuvo en la antigüedad, pero sí desde tiempo inmemorial un petito­rio que se celebra el 17 de enero”.

 

1.- Cofradía del Dulce Nombre de Jesús: Tiene dos libros I (1675-1771) y II (1772-1817). Otro se ha perdido.

 

2.- Cofradía de S. Pedro Apóstol: Sólo de ésta ha visto un cuaderno que em­pezó en 1710.

 

3.- Cofradía de Ntra. Sra. del Rosario: Tiene tres libros. I (de 1600 -1705), II (de 1706 -1757) y III (1758-1806).

 

4.- Cofradía de S. Gregorio: Solo unos manuscritos que han visto muy de­sordenados, sin libro (sic). Entiendo que querría decir sin encuadernar, y dice que cree que nunca existió libro alguno de ésta.

 

5.- Cofradía do Ntra. Sra. del Carmen: Tenía antiguamente unas tierras cercadas llamadas Huertas de Aldeas, que se vendieron en tiempos del Privado Godoy. Tiene un solo libro que comenzó en 1796 y concluyo en 1821.

 

6.- Cofradía de la Vera Cruz: Tiene una especial obligación, además de las co­munes a toda cofradía. El 16 de julio se hacía una procesión que llegaba hasta la Cruz de Piedra que está en la tierra de entrada de Alcántara. Allí se adoraba la Cruz de Procesión. El cura rector leía los cuatro Evangelios supongo que serían las cuatro perícopas con las que cada uno de los cua­tro evangelistas narra la Crucifixión de Jesús. Tenía un libro de 1754-1821.

 

7.- Cofradía de San Sebastián: Tenía tres libros. El I perdido o quemado, el II (1615-1740) y el III (1741-1821). Teniendo en cuenta la duración, más de un siglo de cada libro que él conoció podemos concluir que bata ya existía a finales del siglo XV.

 

8.- Cofradía del Santísimo Sacramento: El Crédito Público vendió tierras de esta Cofradía en tiempos del Privado Godoy a principios de si­glo. Tenía tres libros: I (1614-1631), II (1632-1750) y III (1750- 1829).

 

9.- La Cofradía de S. Lorenzo: Le toca a Pedro Quílez asegurar con ………… ……………………..(OJO: LA FOTOCOPOIA QUE SE CONSERVA DE ESTA PONENCIA ESTÁ CORTADA) cofradías, fábrica y curato.

La de San Lorenzo, patrono de la Villa, y quisiera por ello, se ha defendido me­jor y ha tenido mayor liquidez. Por esto es objeto, escribe, de ambición de la Mesa Maestral de Alcántara, escudada añade, en la ignorancia, descuido y abandono de los Mayordomos de ella y de los Párrocos de la Mata, ha llevado o llamado (no se entiende bien) al acervo común de partícipes a pesar de las Reales Ordenes de los Reyes D. Carlos III y D. Carlos IV declarando que los diezmos que producen y devengan los sembrados en las tierras de las Co­fradías de la V. de la Mata corresponden a las mismas Cofradías, así como corresponden a la fábrica de la iglesia y a los párrocos de la misma Mata los Diezmos que producen sus respectivas tierras y se siguen cobrando en el día. Aunque, continua, en el año pasado de 1835 hicieron una nueva tentati­va para quitarlos, a lo cual me resistí a pesar de lo delicado de las circunstancias, y con efecto, porque la iglesia y el curato siguen cobrando los diezmos. Y se ve que los de las Cofradías se los limaron.

Esta Cofradía, sigue, tiene derecho a reclamar de la Real Caja de Amorti­zaciones los intereses anuales que devengan los capitales de las fincas que e1 Crédito Público le vendió en tiempos del Privado Godoy a principios del siglo. Se vendió entonces el olivar que está dentro de la Dehesa Boyal y dentro del olivar la iglesia principal de S. Lorenzo, destechada hace tiem­po. Allí se hacían las funciones o fiestas del santo. Acudían no solo los feligreses de la Mata, también de otros muchos pueblos por la devoción gran­de que tenían al Santo. Era fiesta, añade, muy celebrada según me han referido muchas personas que asistieron a ella.

En derredor de la ermita se ven -todavía hoy- unos artesones de piedra en los que dicen que hacían muchas ensaladas para convidar a los forasteros. Arruinadala Iglesia de S. Lorenzo, su talla se trajo a la ermita de S. Pe­dro, que está subiendo al Calvario en el camino de Villa del Rey. Arruinada también ésta, ambas tallas se trasladaron al templo parroquial y hoy no exis­ten ninguna de las dos. Con amarga impotencia consigna Quílez la siguiente frase explicativa de latrocinios y expolios: “tuvo S. Lorenzo otras tierras que han desaparecido para el Santo, no para otras personas».

Cada mes tenía esta cofradía una celebración en honor del Santo. Y tres 1ibros, I (1622-1674), II (1675-1770) y III (1770-1821).

 

10.- Cofradía de las Benditas Ánimas: Dos libros: I (1674-1766) y II (1767-1827).

 

Motes y otros datos.- Con relación a los motes el tiene su filosofía particular. Dentro de sus noticias sostiene que las partidas se deben ano­tar con letra clara poniendo, además del nombre y apellido, el mote o mal nombre que tenga el sujeto porque en los pueblos de poco vecindario es más común atenderse por los apodos que por los nombres propios.

Traemos solo algunos, no sin advertir que se podría hacer algún trabajo de ese tipo. Sería en esta Villa suficiente con los 19 largos años que sirvió Quílez el curato. Sin que haya sido por nuestra parte exhaustiva la búsque­da de los papeles que de él hemos manejado referimos los siguientes, casi todos de varones.

Pedro (Perico Risas), Pedro (tío Coleto), Antonio (Puchelata).

Mario (el Vela), Juan (Cuenca Chica), Manuel (el tío Pelo Colorado), Pedro (Perico Mata), Esteban (el Cristo), Pedro (el Ranchero), Bernardo (el tío Marinas), Juan (el Amores), Francisca (la Capillina), Blas (el tío Dolo), Pedro (el Rey), Antonio (el tío Malote ), Rosalía (la Boquica), Patricio (el Churro).

 

 

OTRAS CURIOSIADNDES.

 

Calle del reloj porque en ella hay, escribe, un reloj de piedra figura­do en un canchal.

Calle Grano del Oro por un encuentro que del precioso metal hubo en ella. Salto del Gitano, y es curioso que este topónimo se da en más tramos del Tajo y con la misma dignificación. Allí está lo que llama la lancha tri­lladora en la que se majaban las mieses y está tan cerca del Tajo que muchas veces las aguas la cubren.

Gregorio Calleja, soldado del Regimiento de Aragón murió en Aderno (Sicilia) en 1726 y deja herederos a sus dos tíos y estos ceden a la Cofradía de las Benditas Ánimas.

Capellán poseedor de una capellanía que fundó el Lic. Diego Fernández Santiago, presbítero, es Manuel Rino, de 18 años, vecino de Alcántara y es­tudiante de Gramática.

Como litigantes por otra capellanía están el anterior y Claudio Corchado de 11 años.

Vivió la supresión de las Ordenes Militares y en la Tabla de misas que tiene como carga el párroco de la Mata lo consigna al anotar una de ellas y dice: «de la extinguida Orden de Alcántara».

 

 

RECTOROLOGIO

 

También le tocó a Pedro Quílez hacer la apertura del libro 54 de Difun­tos en el mismo año 1834. La hace de forma parecida a como ya indicamos hizo en el libro de testimonios. En la cartela de ahora cita un versícu­lo del Salmo 114: “Placebo Domino in regione vivorum”.

Sus ocho primeros folios los dedica a transcribir especialmente, aunque no exclusivamente, noticias y costumbres de los entierros y funerales de dicha Villa, cuyos derechos, indica, están reconocidos y aprobados por Santa Visita que en 1550 hizo el Ilmo. Sr. Don Frey Claudio Manrique de Lara, prior del Sacro y Real Convento de San Benito de Alcántara y otras a que dicho Sr. se refiere. Pero en éste me confirma en mis sospechas, no sólo en relación con la Guerra de la Independencia, sino de las Guerras con Portugal que, a juzgar por los datos que voy recorriendo y fueron en nuestros pueblos y campos, más o menos fronterizos, a base de muchos robos e incendios.

Pero vayamos a lo que dice en la apertura: «Noticias pertenecientes a los entierros o funerales que de tiempo e inmemorial costumbre se hacen a los difuntos en esta Iglesia Parroquial de Ntra. Sra. de Gracia de la Vi­lla de la Gata. Consta y parece de dicha visita y de algunas hojas suel­tas de otros libros de Visitas anteriores que estaban en el Archivo, rotas y desordenadas, sin duda por los trastornos de los tiempos, Guerra con Portugal y por la Guerra de la Independencia Nacional contra Napoleón Bonaparte, en que desamparados los pueblos y errantes las gentes por los campos se entregaron sus tropas al pillaje y a la destrucción de cuantas cosas quedaban en las casas; y afín por noticias fidedignas que he tomado de personas muy antiguas y conocedoras de este particular que las oyeron…”.

Pero además del valor archivo lógico que tiene este libro sacramental y de lo que arriba hemos apuntado pienso que es importantísimo lo que se halla en el folio VII y es un estupendo Rectorologio -Catálogo lo llama él- que es uno de los más completos que he podido ver, gracias a los curas que le sucedieron y lo han continuado.

Él lo inició con traba­jo y pesquisas en los libros parroquiales y, claro, pone su fecha de pose­sión: 17 marzo 1828 y su cese en el 7 de junio de 1847.

Lo comienza diciendo: “desde 1535 hasta 1540 fue cura uno que se firma Ju­lián. Existen en este elenco apellidos que, como ya indiqué, poco tienen de extremeños. La razón es que los curas del priorato no se nombraban de entre los diocesanos sino entre eclesiásticos que pertenecían a la ra­ma clerical de la Orden Militar. Muchos tienen que ver con linajes que re­poblaron las tierras reconquistadas y que llegaron de las manos de reyes leoneses y castellanos y movidos por tierras, prebendas y títulos. Citamos algunos: frey Pedro de Valenzuela, frey Juan de Avellaneda, frey Don Fernando de Obando y Toledo, el Bachiller Juan de Álava, frey Don Alonso Flores, el Bachiller Diego de Salamanca, el Lic. Don Juan Díaz Mo­rato, el Lic. Pedro Gayoso, el Lic. Pedro Habela Núñez, frey Don Die­go a e la Vega y Cárdenas, frey Don Manuel Feliciano de Silva Figueroa y Pantoja, frey Don Felipe Bravo y Cabrera, frey don Antonio de la Serena, frey Don Caraciolo Barrantes, Don Ramón de Mata Palacios, frey Diego Morillo y Velarde, D. Joaquín Nogués y Orbezúa.

Apellidos que parecen estar esperando una misteriosa y clamorosa convo­catoria para solemne Cónclave de Maestres, Comendadores Mayores y Priores de la Orden de Caballería de Alcántara para que con «sus hopalandas que deslumbraron media historia de España a una con la carga dorada de sus apolillados apellidos» frase de mi amigo y hermano en el sacer­docio ya fallecido, Sánchez Prieto, urgieran, continuo yo, con, sus sabores teológicos, políticos, históricos y estratégicos el impulso hacia adelante que, nás que nunca está necesitando 1a zona del antiguo Priorato de la Or­den Militar de Caballería de Alcántara.

Oct 011989
 

Juan Francisco Arroyo Mateos.

Hay ciudades españolas, cuyo primer núcleo urbano se debió a antiguos colonizadores orientales: griegos, fenicios, cartaginenses, etc., cuando se acercaron a la Península Ibérica y se decidieron a residir en ésta, ocurriendo ello mucho antes que llegase la dominación romana. Así sucedió con Coria, Ambracia (Plasencia), Mérida y bastantes más, que existieron desde tiempos muy remotos, aunque los romanos, tras conquistarlas, las romanizaran con murallas acueductos, nuevos edificios y hasta poniéndoles nuevo nom­bre romanizado.

Pero, en cuanto a Badajoz, los datos que hemos encontrado señalan que la fundaron directamente y desde un principio los mismos romanos denominándola PAX AUGUSTA, puesto que, según opinión del erudito benedictino Fray Gregorio de Argáiz, del siglo XVII, pusiéronse sus cimientos en tiempos de Augusto César, una vez que se terminó la guerra de Cantabria y hubo paz universal por todo el mundo.

Sus fundadores serían -dice- algunos soldados de Roma, que le dieron el nombre de Pax no sólo por esa gran paz de entonces, sino además por el tratado o acuerdo de paz que por aquella época efectuaron o firmaron Augusto César, Marco Antonio y Marco Lépido, al dividir entre los tres el gobierno del Imperio Romano. Al calificársela de Pax Augusta naturalmente se hacía alusión a César Augusto, entonces principal emperador.

Este nombre primitivo de PAX explica por qué a todo lo relacionado con Badajoz se lo califica de PACENSE.

La posterior y actual denominación de llamarse Badajoz a la ciudad se debe a la inva­sión de los Bárbaros, los Árabes, etc. con sus distintos idiomas, puesto que lo mismo ocurre con nombres de muchas otras ciudades, pareciéndose, por ejemplo, muy poco el nombre de Cáceres al antiguo de Castra Caecilia, que tuvo esta otra población.

Conviene, sin embargo, advertir que por aquella misma época antigua hubo otra ciudad a la que llamaron PAX JULIA, que correspondió a la población portuguesa conocida hoy por Beja, que pertenecía a la antigua provincia de Alemtejo.

Mencionamos esto, porque no han faltado quienes han equivocado PAX AUGUSTA con PAX JULIA, creyendo que esta última denominación es la que pertenecía a Badajoz. Es un error en el que incurrieron, entre otros, el insigne escritor Morales y el prelado pacense Fray José de la Cerda, quien en algunos libros que escribió sobre “Verbo Incarnato”, se inti­tulaba “Obispo de Pax Julia”.

Concluyamos, por tanto, diciendo que el verdadero nombre antiguo de Badajoz fue el de PAX AUGUSTA y no el de PAX JULIA.

 

 

CIUDAD EVANGELIZADA MUY PROBABLEMENTE POR SANTIAGO APÓSTOL Y HASTA POR SAN PABLO

 

Badajoz, como es sabido, está situada en las márgenes del río Guadiana, junto a la frontera con Portugal, y dícese que es una ciudad que creció mucho desde un principio, siendo una buena prueba de esto lo de haber sido sede episcopal desde los comienzos del Cristianismo en nuestra Patria.

Ahora bien, cuando Santiago el Mayor, apóstol de Jesucristo, vino a España, es lógi­co deducir que visitaría principalmente los mayores núcleos de población, de modo que, al enterarse que Pax Augusta o Badajoz era una ciudad de bastante importancia, eviden­temente desearía y gestionaría todo lo necesario para acercarse a evangelizarla .

De hecho, en el año 65 de la Era Cristiana, según el Cronista y Abad Liberato, hubo en Badajoz dos martirios muy significativos. Uno fue el de la egregia dama Santa Regi­la y otro el de su no menos destacado o conocido padre San Aristóbulo. Las palabras de Liberato son éstas: “Aristobulus hoc tempore (año 65) celebratur inclitus Martyr Pace Augusta, Hyspaniae urbe idibus Martij. Ibidem Sancta Regila nobilissima faemina pro Christi Fide horribiliter comburitur”. Dice, pues, en sustancia,eso mismo, es a saber, que Aristóbulo sufrió glorioso martirio en Badajoz en uno de los días de marzo del año 65, cosa que también aconteció con la muy noble mujer Santa Regila, la cual, por su Fe en Cristo aceptó valientemente ser arrojada y luego horriblemente consumida por el fuego.

De donde se colige que, si esto ocurrió en el año 65, es porque algunos años atrás fue predicado el Evangelio en Badajoz por una o más personas de gran carisma apostólico que llegaron a engendrar gran Fe en los catequizados, llegando, por ello, a deducir el Padre Argáiz que: “Predicó en Badajoz el Apóstol Santiago, pues dejó tan segura la Fe en Santa Regila; y la devoción en los de Badajoz con San Aristóbulo su padre”.

Eran tiempos de muchos viajes apostólicos, porque quienes evangelizaban, se ve en el bíblico libro de los Hechos de los Apóstoles, se desplazaban continuamente a muy distintas y a veces muy lejanas poblaciones , regiones y naciones.

Recordemos ahora lo que San Pablo escribió a los Romanos, diciéndoles: “Espero veros al pasar, cuando vaya a España, y ser allá encaminado por vosotros, después de haber gozado un poco de vuestra conversación” (Rom., XV, 24).

San Clemente Romano; el Canon o Fragmento Muratoriano; San Jerónimo; San Gregorio Magno; San Isidoro; San Hipólito; San Atanasio; San Cirilo de Jerusalén y otros Santos Pa­dres e historiadores hablan de lo muy verdadera o real que fue la aludida venida de San Pablo a nuestra Patria, especificando San Juan Crisóstomo que: “Terminado el bienio de su prisión en Roma, se fue a España, marchó luego a Judea, y volviendo a Roma fue ajus­ticiado por orden de Nerón” (In Epist. ad Heb. Prefacio, l).

Menéndez Pelayo refiere que es tradición que el Apóstol desembarcó en Tarragona, como con gran regocijo lo celebran los tarraconenses. Pero San Pablo no vino a España para so­lamente predicar en la citada ciudad catalana. Sin duda se informaría sobre cuáles eran las cinco, diez o más poblaciones importantes de la Península Ibérica en aquel tiempo y, oportunamente, las iría visitando en plan de evangelizarlas, aunque se detuviese muy po­cos días en algunas de ellas, porque contaba con discípulos y cada vez iba aumentando el número de éstos, que le suplían en sus ausencias, además de acompañarlo otros de muy distintas procedencias.

Es, tanto, muy probable que le indicaran la ciudad de Pax Augusta, como digna de su visita apostólica, y que esta visita la hiciera en compañía de su discípulo San Pa­blo Sergio, Arzobispo Narbona, pues véase lo que dice, ya hace siglos, escribió el historiador Hauberto, refiriéndolo al año 63. Dice: “Paulus Apostolus ad Hyspanias se contulit. Praedicat in cunctibus civitatibus Hyspaniarum in societate Pauli, Narbonae Episcopi”. Palabras, que traducidas vienen a significar que San Pablo acercóse a las Españas y en éstas predicó en todas sus ciudades (principales, se sobreentiende), acompañándole Pa­blo, obispo de Narbona (Francia).

Mas, ¿no era Pax Augusta o Badajoz una de las más destacadas poblaciones? Luego hay gran fundamento para pensar que en Badajoz predicó el Apóstol de las Gentes, según tam­bién dedujo esto mismo el Padre Argáiz.

 

 

PRIMEROS OBISPOS PACENSES HASTA EL SIGLO IV

 

No sucede con la Diócesis de Badajoz lo que con la de Coria-Cáceres, porque de esta última son conocidos los nombres de casi todos los Obispos de la antigüedad, a partir del primero de todos que fue San Pío Mártir, según puede saberse consultando la obra “La soledad Laureada”, del Padre Argáiz, que trata de la historia de todas las diócesis españolas y portuguesas desde sus comienzos o tiempos más remotos.

Ignórase qué Obispos pacenses hubo hasta el año 283, en que ya se dice que regentó la Diócesis de Badajoz o Pax Augusta el prelado San Leónido, del que se pondera que desco­lló en letras y santidad. Existe, por consiguiente, una gran laguna histórica que impi­de conocer los nombres de obispos anteriores desde por cuando evangelizaron la ciudad probabilísimamente el Apóstol Santiago, según dijimos, y hasta San Pablo y su discípulo San Pablo Sergio, de Narbona. Por otra parte, esos primeros siglos fueron de constantes persecuciones contra los cristianos, lo cual obligaría a que muchas sedes episcopales estuvieran vacantes por largos años y hasta décadas, etc.

A San Leónido, le sucedió, en el año 284, el prelado Esteban. Era la época de los emperadores romanos Diocleciano y Maximiano, que tan grandes persecuciones hicieron contra todos los seguidores de Cristo, y por esto no faltaron entonces algunos mártires que mu­rieron en Badajoz. Entre éstos figuran San Orencio y San Vincencio, recordados por San Gregorio de Illíberi en su Catálogo, núm. 122. Y además San Víctor (diácono) con su pa­dre (cuyo nombre no se declara) y su madre Santa Aquilina, de los cuales hizo referen­cia el Obispo Aquilino en su Santoral o Catálogo propio y Vincencio Beluacense en su Espejo Historial. Hubo además otros mártires compañeros, cuyos nombres se silenciaron.

 

 

PECULIARIDADES PACENSES OCURRIDAS DESPUÉS HASTA EL SIGLO V

 

Empecemos por agregar que, una vez llegado el año 300, ocupó la sede episcopal de Pax Augusta o Badajoz  el nuevo Obispo San Verísimo, que terminó también por ser mártir al poco tiempo, sucediéndole en el cargo San Apringio, quien igualmente sufrió más tarde el martirio, aunque llegó a gobernar la diócesis hasta el año 330. El Hispalense Hauber­to le da el nombre parecido de Apragio . Fue un martirio que se presenta un tanto inexplicable, porque ya habían cesado las persecuciones romanas al hacerse dueño del Imperio Romano el Emperador Constantino, y por esto se piensa que lo causaron los arrianos, que eran quienes todavía siguieron hostigando a la Iglesia verdadera.

A San Apringio le sucedió el prelado Domicio, hasta el año 337, que es cuando el epis­copado pacense pasó al posterior obispo Sinderedo, quien regentó la Diócesis hasta el 367, teniendo entonces como sucesor a Isidoro I, cuyo cargo concluyó en el 384.

Dice el Hispalense que a Isidoro I le siguió el prelado Bencio  hasta el año 389. Pero el Padre Argáiz opina que en esto hay error, porque no se trata de ningún Bencio, sino de un obispo llamado Pontius, que fue nada menos que San Poncio Paulino, monje de San Agustín, que posteriormente pasó a Italia, para ser Obispo de Nola, en la provincia de la Campania, conociéndosele después como San Paulino de Nola. Pondera el Padre Argáiz la gran gloria u honor que esto supone para Badajoz, ya que dicho Santo fue antes obis­po pacense que obispo de Nola. Y añade que llevó a Italia los cuerpos de los mártires Vincencio y Orencio, quedándolos luego en Ebreduno. ¿Estará acertado?… Este asunto es de mucha importancia y conviene haberlo hecho recordar por si acaso es posible todavía recuperar esos restos de Santos españoles…

 

 

NUEVOS OBISPOS PACENSES HASTA EL SIGLO VI

 

Téngase presente que San Paulino de Nola (353-431) nació en Burdeos(Francia); pero que, en su primer periodo de vida dedicada a la vida profana del mundo, se casó con una española llamada Terasia, llegando luego a ser Cónsul del Imperio Romano.    Sin embargo en un segundo periodo, optaron ambos de común acuerdo por separarse lícita y santamente para dedicarse cada uno a la vida religiosa consagrada a Dios, arribando él poco más tarde al sacerdocio y no mucho después al episcopado, si es cierta la apreciación del Padre Ar­gáiz, quien lo supone, como ya dijimos, primeramente obispo de Badajoz hasta que muy pronto se marchó o lo trasladaron a Nola (Italia) con el mismo cargo de obispo, sobresa­liendo allí en toda clase de obras buenas, incluso literarias, terminando por tener el heroico gesto de venderse por esclavo para libertar al hijo de una viuda, cuando se pro­dujo en esas latitudes la invasión de los Bárbaros.

Lo cierto es que a este San Poncio Paulino o al Bencio, de quien habla el Hispalense (siempre que no se trate de una misma persona), le sucedió en la sede episcopal pacense el nuevo prelado Sinderedo II, que vivió al menos hasta el año 411, que es por cuando los Alanos empezaron a invadir la región peninsular ibérica de Lusitania.

A Sinderedo II siguióle Sertorio, cuyo pontificado duró hasta el año 444, que fue ya un tiempo en que los Alanos se apoderaron de Extremadura y, por ende, de   Badajoz.

Tuvo Sertorio por sucesor a San Severino, quien estuvo al frente de la Diócesis pa­cense hasta el año 453; siguiéndole el obispo Escolano hasta el 477; nombrándose poco después para sucederle a Celoso, cuyo episcopado se prolongó ya al año 500.

Se eligió luego para regir la Diócesis a San Apricio lI, que es calificado de Es­critor, Doctor y Santo, ya que publicó algunas cosas sobre el Cantar de los Cantares y el Apocalipsis, cobrando una fama extraordinaria,  porque hicieron mención de él San Isidoro de Sevilla, Tritenio y otros muchos autores. Duró su labor pastoral hasta el año 533, sucediéndole el prelado Donato, cuyo cargo no concluyó hasta el 556.

Este año de 556 es muy fatídico, porque, tras la muerte de Donato, y según procedimientos que ignoramos, entró a ocupar la sede episcopal pacense un tal Johano, que profesaba el arrianismo. Pero menos mal que la orden Religiosa de San Benito venía por entonces extendiéndose por toda España, surgiendo de ella monjes muy doctos y santos, que por esto eran promovidos para la dignidad episcopal en numerosas Diócesis, impidiéndose de esta manera el nombramiento de obispos malos o herejes y corrigiéndose además la labor nefasta que ya algunos de ellos habían perpetrado.

 

 

SANTO PRELADO QUE SUCEDIÓ AL OBISPO PACENSE ARRIANO

 

Muerto ya el obispo arriano Johano, quedó la Diócesis como destrozada espiritualmente , por predicar éste una Fe distinta de la tradicional que profesaban los fieles; pero providencialmente le sucedió San Ursón, monje benedictino francés, el cual pasó para Espa­ña, una vez que, al parecer para suplirle, marchó a Francia otro destacado monje procedente de Italia, conocido por el nombre de San Mauro. Ambos eran contemporáneos de San Benito.

Ocurrió todo esto por el año 546; y San Ursón primeramente empezó su labor apostólica en Asturias, llegando a fundar varios monasterios, pues era un tiempo de gran expansión de la orden benedictina.

Era, además, mucho lo que San Ursón entonces predicaba teniendo ordinariamente por compañero al sus apostolados al Abad San Leubacio, que parece era natural de la región asturiana.

Tuvo muchos discípulos en Asturias, uno de los cuales fue San Senoch, cuya santidad la reconoció en tal grado la, Iglesia, que, después de su partida a la eternidad, estaba man­dado rezar ciertas preces litúrgicas el día 24 de octubre, para tributársele culto.

Dando por concluida su labor apostólica en la demarcación asturiana, viajó San Ursón a Extremadura, en donde también realizó tales obras y tanto por ellas fue conocido, que, vacando el Obispado de Badajoz tras el óbito del infortunado Johano, fue nombrado para él. Una vez puesto a desempeñar el cargo, sus trabajos fueron semejantes a los del Arzobispo emeritense San Mausona, porque la herejía arriana se había extendido por toda la región extremeña. San Gregorio Turolense escribió una biografía de San Ursón, a la que faltan algunos datos importantes, de los que, sin embargo, da cuenta otro escritor de por entonces que fue Marco Máximo. Era, pues, grande el prestigio del aludido Prelado.

A San Ursón le siguió en la sede prelacial pacense Palmacio, quien, entre otras cosas, asistió al Concilio de Toledo que se celebró en el año 589. Tuvo luego por sucesor Pal­macio a Gabano (quizás Gabino-piensa el Padre Argáiz), que, por lo visto, había sido antes obispo de Ampurias. Ocurría esto por el año 590, y sucedióle Lauro, al que algunos denominan Laureano, el cual muy pronto asistió al Concilio toledano que tuvo lugar ese mis­mo año 590.

 

 

OBISPO PACENSE QUE ATENDIÓ A SAN FULGENCIO EN LA HORA DE SU MUERTE

 

Fue este mismo obispo Lauro quien, por ser íntimo amigo de San Fulgencio, lo llamó és­te para que acudiera a asistirlo en los últimos momentos de su vida. Este gesto honró mu­cho sin duda al referido prelado pacense, al tratarse de un personaje o santo tan extraor­dinario como lo era San Fulgencio, que había sido obispo de Écija y de Cartagena. Acudió también incluso el Rey Recaredo II, hijo de Sisébuto, lo cual habla nucho de la gran per­sonalidad de San Fulgencio. Sucedieron estas cosas en el año 622.

Todos morimos, y al referido obispo Lauro le tocó pasar a mejor vida muy pocos años después, siguiéndole pronto en el cargo episcopal Lucio, quien sólo duró hasta el 627; tomando a continuación el timón de la diócesis pacense Modario, que logró asistir al IV Conci­lio de Toledo celebrado en el 633.

Muerto después Modario, nombrose para sucederlo a Tbeoderedo, que llegó con vida has­ta el año 645. Hizo propósito de asistir al VII Concilio de Toledo; pero, tal vez por su delicada salud no pudo concurrir; y esto le obligó a enviar como delegado o suplente su­yo a un sacerdote llamado Constancio, según se entiende por estas palabras escritas en una, de las Actas de referido Concilio: «Constantius Presbyter, Agens vicem Domini mei Tbeoderedi, Episcopi Pacensis Ecclesiae, haec statuta definiens susbcripsi”.

Siguióle el prelado Joan II, del que se sabe que empezó a regir la diócesis en el año

647, ignorándose cuántos vivió después; pero sí se sabe que tuvo como sucesor a Adeoda­to, que al parecer era Monje de San Benito procedente del Monasterio Agalicense de Tole­do; viniendo  a la diócesis de Badajoz tras haber sido inmediatamente antes obispo de Cabra. Asistió al Concilio toledano del año 653 y al de Mérida del 666. Fue por este tiempo o año 677, por cuando hubo ciertas reformas en cuanto a límites o territorios que i­ban a corresponder a cada diócesis. Para suceder a Adeodato se eligió a Joan III, quien asistió a los concilios toledanos de los años 681; 684; 688 (siendo éste ya el quintodécimo) y al del 693, en todos los cuales firmó: Ioannes, Pacensis Ecclesiae Episcopus, subscripsi.

Entró seguidamente a pastorear la diócesis pacense, después de Joan III, el erudito Abad Benedicto, OSB. Ello aconteció como un premio otorgado por el Arzobisro de Toledo San Julián, pues, conociendo éste lo muy impuesto que estaba en letras y santidad el ci­tado monje Benedicto, le encomendó que junto con el diácono Inocencio y el subdiácono Cons­tantino, viajaran a Roma para presentar al Papa los escritos Apologéticos que había orde­nado y compuesto en defensa y declaración de la Fe que tenía España y del modo de hablar­se en ésta en lo tocante al Misterio de la Santísima Trinidad. Todos tres varones comi­sionados eran muy doctos y santos. Hicieron bien lo que se les encomendó. Y oportunamen­te después fue cuando Benedicto fue nombrado para Obispo de Badajoz; Inocencio para 0­bispo de Dumio; y Constantino para Obispo de Idania, tras llegar éstos también antes al sacerdocio. Eran tiempos, en que el Arzobispado de Toledo tenía jurisdicción sobre diócesis enclavadas en la parte lusitana de Portugal, y ello explica estos dos últimos nombra­mientos, en los que tanto influyó la entonces Sede Primada de toda la Península Ibérica,

A Benedicto, cuando ya falleció, sucedióle Pedro, que también fue Monje, y su ponti­ficado perduró hasta el año 700. Muy pronto iban a llegar tiempos difíciles por causa de la invasión de los árabes. Una prueba clara es que el prelado sucesor de Benedicto en Badajoz terminó siendo Mártir de Cristo. Su nombre era Julián y sufrió el martirio en el año 714. Había sido también miembro de la Orden Benedictina y es dado a conocer con la denominación de San Julián, Monje y Mártir.

 

 

ÉPOCA EN LA QUE BADAJOZ FUE SEDE DE UN REY ÁRABE

 

No hemos podido saber qué obispo sucedió inmediatamente a San Julián Mártir en Bada­joz; pero sí se conoce el nombre del prelado que rigió la diócesis pacense después del fallecimiento de ese aludido y desconocido sucesor suyo. Se llamaba Isidoro II, que se dis­tinguió por haber escrito un libro o Cronicón, en el que narraba sucesos de por entonces o dificil etapa histórica del por el año 754. Llegó a vivir hasta la época del rey Don Alfonso el Cato, porque escribió cosas relacionadas con este Rey, ocurridas el año 821. El padre Argáiz tiene la impresión de que vivió retirado en algún convento de Asturias, de los que designaban los reyes para cobijar a los Obispos desterrados, porque todo lo que escribió se refería a ellos y a las batallas en que los moros eran atacados, o las que soportaban los cristianos. Un detalle singular de entonces fue que los árabes ensalzaron mucho a Badajoz, porque la eligieron como Ciudad en la que residiera su Rey Alçaman, quien no tardó mucho en ser muerto por Alfonso el Casto en uno de los combates, en que también perecie­ron muchos árabes, allá por el año 825.

En la ya pobre Iglesia de Badajoz dominada por los invasores africanos, sucedió a Isidoro II el prelado Ángelo, al que Jorge Cardoso lo calificó honoríficamente de Escritor, porque verdaderamente escribió obras, que se guardaron por mucho tiempo en el Monasterio de Alcobaza hasta que fueron llevadas a El Escorial. Piensa el Padre Argáiz que este obispo precedió quizás a Isidoro II, y, en esta suposición, pudo ser ese prela­do incierto que hubo después de la muerte de San Julián Mártir.

Eran entonces tiempos muy difíciles para la Iglesia debido a la dominación sarracena. Por eso, durante varios lustros pudo no haber obispos al frente de la diócesis de Bada­joz hasta por el año 905, en que se habla de la elección del monje Theudeguto para el Obispado pacense. Una cosa digna e referirse es que poco antes, es decir, por el año 893, los árabes cambiaron el nombre a Badajoz por el de Bocalgaze, según lo dejó reseñado el ilustre Don García de Layla. El de Paz Augusta fue, pues, nombre que ya desapare­cía…

Se fueron extremando las dificultades, por esto, hasta el año l000 no parece que hubiera más de unos cuatro obispos pacenses: Daniel, que fue monje; Lisímaco, idem de
lo mismo; cosa que cabe decir también de Prilula y de Daniel II. En cuanto a Lisímaco po­siblemente vivió por el año 840. Y respecto a Prilula hay indicios por los que se sospecha fue mártir por enero del año mil, pues hay una frase latina que viene a decir que: “Murió Prilula Pescador (apostol u obispo) herido (martirizado). Regocíjase ya él en el Cie­lo con resplandeciente alegría, gozando de la visión de Dios”. Fue, por tanto, otro Santo pacense…

Añadiremos que personas tan cultas como el P. Argáiz no han logrado averiguar los nom­bres de más obispos que sucedieran al referido Daniel II, en Badajoz, durante unos doscientos años, porque fueron dos siglos en que la ciudad fue invadida unas veces por los cristianos y otras por los moros hasta que definitivamente la conquistó el Rey de León Alfonso IX, que juntamente se apoderó de Mérida, Montánchez y Cáceres.

 

 

BREVE RECUENTO DE OTROS OBISPOS ANTIGUOS QUE RIGIERON LA DIÓCESIS DE BADAJOZ

 

Resulta imposible continuar deteniéndonos en cada obispo pacense, pues no lo permite la índole sintética de nuestro trabajo ni las fuentes en que nos informamos, que casi só­lo es la obra Soledad Laureada del Padre Argáiz (siglo XVII), que tiene varios tomos. Desde ahora mismo, nos concretaremos, por tanto, a ofrecer casi sólo nombres de otros prelados de Badajoz, indicando el año en que empezaron a desempeñar su cargo y aquella otra fecha en que cesaron por fallecimiento o por traslado a otras demarcaciones eclesiásti­cas. Según esto, he aquí nombres de todavía muchos dignatarios episcopales, que subsi­guieron a los que ya hemos mencionado:

Don Fray Pedro Pérez, de la Orden de San Francisco (1254-1266); Fray Lorenzo Suárez, ignorándose a qué Orden perteneció, pudiendo ser dominico (1267-1279); Don Gil (1284-1285); Don Juan (1286-1287); Don Alonso (1288-1289); Don Gil Colona (1289-1304?); Don Bernardo (1305­-1311?); Don Fray Simón de Sosa, O.F.M. (1313-1324); Don Bernardo II (1326-1330); Don Joan (1331-1332); Don Fernando Ramírez (1332-1333).

Siguióle de inmediato Don Juan (1334-1335); Don Fernando II (que fue promovido a Jaén por el 1341); Don Vicente Estébanez (1341-1344); Don Fray Pedro Tomás, Carmelita (1345-1349); Don Joan García Palomeque (1350-1355); Don Fray Alonso de Vargas, OSA (1355 al 1357, en que partió para Osma); Don Fernando (1391-1398); Don Fray Felipe de Herrera, que no cesó hasta el 1404; Don Pedro Thenorio, del que no se dan fechas exactas; Don Fray Gonzalo, que fue obispo por el 1407; Don Fray Diego de Badán o Badarán, O.F.M. (1410-1414); Don Joan de Morales, O.P.(1415-1443); Don Lorenzo Suárez de Figueroa (1447-1456); Don Fray Pedro de Silua y Thenorio, O.P.(1460-1478); Don Gómez Suárez de Figueroa (1478-1485); Don Pedro Ximénez de Prexamo (1487-1489); Don Bernardino de Carvajal Cardenal (1489-1495); Don Joan Ruiz Medina (1495 al 1496, en que fue nombrado para Cartagena).

Le sucedió prontamente Don Joan Rodríguez de Fonseca (1497 al 1499, en que fue destinado a Córdoba); Don Alonso Manríquez (1499 hasta el 1509, cuando también fue enviado para idem); Don Pedro Ruiz de Mora (1517 al 1520, en que fue trasladado a Palencia); Don Fray Bernardo de Mesa, O.P., calificado de Obispo de Toniópoli y de Cuba, que permaneció hasta el 1524; Don Pedro Sarmiento, que fue prelado pacense por el año 1525; Don Pedro Manso, natural de Oña, que fue obispo en Badajoz hasta el 1526; Don Jerónimo Suárez (1532-­1545); Don Francisco Navarra (1545 al 1556, año de su promoción a Valencia); Don Cris­tóbal Roxas (1556 al 1563, en que fue destinado a Córdoba); San Juan de Ribera(1563 al 1569, en que se lo trasladó a Valencia); Son Diego de Simancas (1569 al 1578, cuando se lo nombró para obispo de Zamora); Don Diego Gómez de la Madriz (1578-1601); Don Andrés de Cór­doba(1601-1611); Don Joan Beltrán de Guevara (1611-1614, en que marchó para Santiago de Compostela); Don Fray Pedro Ponce de León, obispo de Zamora, que aunque nombrado para la ciudad pacense no llegó a tomar posesión de ésta; Don Cristóbal de Lobera, que estu­vo en Badajoz hasta el año 1617, en que pasó a la diócesis de Osma; Don Pedro Fernández de Zorrilla, quien en el año 1627 fue trasladado para obispo de Pamplona; Don Fray Joan  Rocho Campofrío, de la Orden de Alcántara, que fue obispo de Zamora, y disfrutó de esta dignidad luego en Badajoz hasta el 1631, en que fue adjudicado para la Diócesis de Coria, en donde oportunamente falleció; Don Gabriel Ortiz de Sotomayor, del que no se ofrecen fechas; Don Fray José de la Cerda, O.S.B.(1640-1644); Don Fray Ángel Manrique, O.S.B. (1645-1650); Don Joan de Alarcón (1651-1656); Don Diego López de la Vega (1665-1666); Don Diego del Castillo, de quien no se dan fechas; Don Gabriel Esparça, que estuvo en la Diócesis hasta el 1662, en que se lo destinó a Salamanca; Don Fray Joan de Valderas, O. de M., que regentó la diócesis pacense hasta el 1667, trasladándoselo      a la de Jaén; Don Fray Fran­cisco Rois, Monje de San Benito de la Congregación del Císter, que fue promocionado a Gra­nada, en donde todavía residía por el año 1675. Y Don Francisco de Lara (1673 hasta no sabemos qué año); pero que aún vivía en el 1675 y desempeñó además el muy responsable cargo de Inquisidor de la Suprema.

El Padre Argáiz ya no da más nombres de obispos pacences. Vivió él por la década de estos últimos que quedan sucintamente reseñados. Algunos de estos prelados aludidos fueron extraordinarios en sabiduría y santidad. Recordemos sólo que hemos hecho mención del gran San Juan de Ribera, aunque todavía no se le conociera por gran Santo canonizado.

 

EPISCOPOLOGIO Y SANTORAL COMPLETO DE LA DIÓCESIS DE BADAJOZ

 

Para no hacernos interminable omitimos por ahora seguir investigando sobre Obispos y Santos Pacenses que ha habido modernamente desde por el año 1675. Estas otras investiga­ciones podrán resultar fáciles por los muchos libros relativamente recientes que luego se han escrito. Y entonces, cuando estén ellas concluidas, se podrá tener un elenco completo, en lo posible, acerca de estas tan destacadas personas históricas de la Diócesis y provincia de Badajoz.

En cuanto al Santoral, por lo que se refiere a otras personas que hayan sido canonizadas des­pués de San Juan Ribera (quien por haber sido obispo de Badajoz, se lo puede considerar pacense, aunque naciera en otra diócesis española), casi se lo puede estimar ultimado con sólo añadir San Juan Macías, O.P., (poco ha canonizado en esta última mitad del si­glo por Pablo VI) y todas esas almas catalogadas por la Iglesia como sólo todavía Venerables o Beatos.

¿Cuántos, en resumen, podemos decir, con grande o no despreciable fundamento histórico, que han sido hasta ahora los Santos de la Diócesis de Badajoz?

Creemos que, como suficientemente conocidos o conoscibles a través de serios cronis­tas o historiadores, se encuentran los siguientes: Santa Regila; San Aristóbulo; San Leáónido; San Orencio; San Vincencio; San Víctor; Santa Aquilina; San Verísimo; San Apringio; San Poncio Paulino; San Severino; San Apringio; San Ursón; San Julián mártir; San Juan de Ribera; y San Juan Macías; amén de otros muchos más, como cuando a veces se habla de com­pañeros mártires, que entonces éstos pueden ser cinco, diez, veinte o más héroes santos.

¡Qué pena, sin embargo, que se los tenga en olvido y no se los recuerde de muchas ma­neras, litúrgica y extralitúrgicamente, para que los fieles y ciudadanos pacenses se sien­tan estimulados a invocarlos, honorificarlos como se merecen e imitarlos para alcanzar estar también algún día con ellos en el Reino de los Cielos!

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