Juan Carlos Fernández Rincón
La poesía de Gabriel y Galán
Cuando muere Gabriel y Galán, los poemas de su autoría eran los más leídos en España. Unamuno, en la primera evocación tras el obituario, dijo acerca de su legado: “No ha pasado Galán por la tierra como callada sombra; deja cantos de consuelo para los pobres soñadores del sueño de la vida. En estos cantos nos queda el alma de su alma. Se la dio su pueblo y a su pueblo vuelve”. El poeta dejó cuatro hijos: Jesús, Juan, Esteban y Mª Purificación, los dos últimos fallecieron de modo prematuro.
La obra poética del autor es conservadora en estructura y temática: durante su realización José María defendió la tradición, la familia, el dogma católico, se aparta así del modernismo que estaba surgiendo, siguiendo con única sensibilidad social, la vida pueblerina. La poesía de Gabriel y Galán desde 1898 se vuelca hacia el paisaje, pueblo y la aldea. La voluntad de acercarle la poesía y su mojadura en el mundo campesino, lo va a poner de relieve con la constitución de fragmentos fáciles de fondo ético-moral:
“Sabrás que me he metido a predicador rural: hago unas coplas que yo llamo sermones, casi todas en verso, que recito y declamo los días festivos desde el balcón del Ayuntamiento. Son una vulgaridad estupenda, pero los que me oyen lloran, ríen, se entusiasman y aprenden verdades morales: los hago más buenos, que es mi propósito; digo a todos que vivan unidos y que renieguen de la política que es una mentita inmensa…” Carta escrita a Mariano Miguel del Val.
El poeta, a veces hace un maravilloso retrato de los humildes labriegos que faenan en vastas dehesas, las preocupaciones e inquietudes de las gentes sencillas, las duras condiciones de vida que soportan, la fortaleza y resignación con que se enfrentan a ellas, los momentos de sana alegría que eclosionan en fiestas públicas y privadas, los castos amoríos entre pastores y zagalas, la ingenuidad y ternura de la infancia, la honda espiritualidad religiosa del pueblo llano, y, en suma, las propias vivencias paterno-conyugales que Gabriel y Galán en su apartado retiro extremeño, configuran un magnífico fresco realista de la España rural de finales del siglo XIX y comienzos de la siguiente centuria, y sobre todo conviene destacar su audacia y eficacia en el intento de dignificar la región y las gentes más miserables del país.
Tuvo una época en el que estuvo sumido en un estado de ánimo que hoy tildaríamos de depresivo -como queda patente en el pseudónimo de «El Solitario», que eligió para suscribir las epístolas enviadas desde Piedrahita, en el que se aferró aún más a su inmovilismo espiritual y estético y se refugió en sus profundas convicciones religiosas, heredadas de su madre y destinadas a convertirse en otra de las principales señas de identidad de su obra (sobre todo, en sus primeras composiciones poéticas). Esta religiosidad sencilla y primaria, al tiempo que fortalecía su innata sensibilidad, le impidió caer en los postulados ideológicos defendidos.
José María no era uno de esos hombres de gran espectáculo que, en cuanto los enfoca el reflector de la fama cuidan del maquillaje y de los gestos y componen la figura para que la posteridad, y aún los contemporáneos, puedan admirarlos en apostura gallarda. Por el contrario le molestaba esa luz excesiva de lo que consideraba vano renombre, y procuraba defenderse de su brillo y de sus rayos, lo mismo que cuando le agobiaba el furioso sol del verano extremeño, arrimándose a la cosas humildes y amigas: el chozo, la ermita, la encina, el fresco sosiego de las vidas oscuras, que eran, además, los elementos y seres que animaban su obra poética. Es, además, un intelectual de sensibilidad muy fina, ya que sufrió esas depresiones de la tristeza y esas inquietudes del desasosiego espiritual, que no dejaron de serlo nunca aunque, por ajustar el tono al disfraz, sustituyese la palabra culta por la frase felicísima y expresiva del «jormiguillo que le jormiguea».
Gabriel y Galán fue uno de los primeros autores que denunció la miseria de la comarca de Las Hurdes a partir de los poemas ‘La jurdana’ y ‘A Su Majestad el Rey’, ambos de 1904. El segundo de ellos tenía por objeto sensibilizar a Alfonso XIII, entonces de visita en Salamanca: «Porque infama la negrura / de la siniestra figura / de hombres que hundidos están / en un sopor de incultura / con fiebre de hambre de pan». Posteriormente el monarca señaló que fue a través de ambas poesías como tomó conciencia del problema de un territorio que aún tardaría en visitar hasta 1922.
Su nacimiento y familia
José María Gabriel y Galán nació el 28 de junio de 1870 en Frades de la Sierra, pequeño pueblo de la provincia de Salamanca que en aquellos tiempos formaba parte de Castilla la Vieja y en la actualidad, Salamanca es una de las nueve provincias que componen la autonomía de Castilla y León (España). Sus padres fueron Narciso Gabriel y Bernarda Galán, y se dedicaban al cultivo de la tierra y la ganadería en terrenos de su propiedad, dos de las producciones típicas del campo charro salmantino. Su economía era la propia de quienes se dedicaban a la labranza y al cuidado de los animales por aquellos años finales del siglo XIX. Su infancia la pasa en su pueblo natal y allí en su escuela aprende las primeras letras. Su madre era gran aficionada a la poesía, e insufló la atracción de sus cinco hijos por la composición lírica.
Su hermana Carlota define así a la familia: «Padre no paraba en casa, con sus ires y venires, y aquel desacarreo que se traía el pobre, que me acuerdo de haberles oído decir a sus amigos, por embromarle, que si dormía con las espuelas puestas…
Cuando llegó, a cada momento, fuimos dejando la casa. Primero, el mayor, Baldomero, de muchas luces el pobre; sacó plaza en abogados del Estado, y lo destinaron a Zamora; luego Enriqueta, que quedó más cerca, en La Maya, a donde se la llevó su marido, que tenía allí una buena labor; más tarde el pobrecito José María, el más revoltoso de todos y el ojito derecho de mi madre, a la que traía en andas y volandas.
Como paraba poco en casa, porque desde que terminó los estudios ya no volvimos a tenerle de quieto, cuando caía por aquí era como si entrase el viento por todas las puertas y ventanas; pero un viento que a mi pobre madre la ponía como nueva y hasta le aliviaba la jaqueca que siempre padecía…; la misma jaqueca que me tocó a mí en la herencia, como mejora».
Yo me casé aquí, y aquí he vivido, la única que quedó en el pueblo de los cinco. Finalmente el pequeño Luis, se las buscó por su cuenta e iba y venía de vez en cuando por casa.
Su madre, como ya dijimos aficionada a la poesía escribía recordando a sus hijos:
En tres provincias están
las flores que yo crié;
mientras más dure la vida
con llantos las regaré.
Un clavel tengo en Zamora,
en Piedrahita una dalia,
en Frades dos alelíes
y una azucena en La Maya.
¡Piedrahita de mi vida,
Maya de mi corazón,
Zamora del alma mía,
como llamáis mi atención!
¡Como podré yo vivir
teniendo en Zamora el alma,
en Piedrahita la vida
y el corazón en La Maya!
Estudios y primeros pasos en la poesía .
Pasa su infancia en su villa natal asistiendo a su escuela, y a los quince años se traslada a Salamanca para cursar los tres primeros años de Magisterio en la Escuela Normal, datando de esa época sus primeros versos. A primera hora oye su misa en San Martín entre unas cuantas mujeres que suspiran y rezan, asomando apenas sus arrugadas caritas por el embozo de los negros y afelpados mantones; consume en un santiamén el bebedizo del desayuno, que refuerza con alguna raja de sabrosos embutidos de matanza, renovado en oportunos envíos de la madre previsora; y con sus libros oprimidos bajo el sobaco, envuelto en su capa española de coloradas becas, marcha camino de sus clases.
El cuarto curso (1888-1889) lo realiza en la Escuela Normal Central de Madrid, esa ciudad le va a producir un gran rechazo, la termina tildando en algunas cartas como Modernópolis. Obtenido el título de magisterio se le destina a Guijuelo, a unos 20 km de su ciudad natal (1889-1892) y posteriormente a Piedrahita (Ávila) (1892-1898). Su estado de ánimo es bajo (firma las cartas a sus amigos como El Solitario), definiéndose como un hombre de carácter melancólico, sensible y de profundas convicciones religiosas (recibidas de su madre), que ya se perciben en sus poemas.
A punto estuvo Galán de quedarse, como la mayor parte de sus camaradas de escuela, en el primer tramo de la enseñanza oficial, pues siendo segundón y teniendo ya el primogénito en los estudios de Salamanca, aprendiendo las leyes, se inclinaba el amo Narciso a retener a José María junto así, para que aliviase de los muchos afanes y trabajos que le costaban sus negocios… Y aquí la intervención del maestro, que encariñado con su alumno predilecto, con la gracia con que repetía los poemas y por el empuje que iba tomando su entendimiento, se lo disputó al padre, tirando de él como de cosa propia, hasta que, de tanto alabar las facultades del mozuelo y su feliz disposición para los trabajos de la inteligencia, consiguió que el labrador enterizo quebrase de su propósito, dando, por lo menos, su licencia y sus cuartos para poner a prueba la vocación y las luces que el maestro elogiaba como algo extraordinario.
Su padre, poco dado a bagatelas literarias, acabó por reconocer para sus adentros, que se daba buena maña para coplero, el diantre del chico. De sus primeras poesías siendo aún muy joven y que denota su religiosidad está dedicada al Nazareno de su pueblo:
Cuando pasa el Nazareno
de su túnica morada,
con la frente ensangrentada,
la mirada de Dios bueno
y la soga al cuello echada,
y el pecado me tortura,
las entrañas se me anegan
en torrentes de amargura,
y las lagrimas me ciegan
y me hiere la ternura.
El amor a la vista. Piedrahita.
Seis años en Piedrahita; desde el mes de mayo de 1892, en el que llegó animoso y fortalecido, huyendo como del demonio, de las tentaciones y gruñidos de Guijuelo, hasta que, en noviembre de 1898, se evadió, definitivamente, de la pedagogía y de la escuela hacia campo abierto, donde le esperaban los días fecundos y venturosos. Seis años como seis surcos; tan iguales y monótonos, que apenas si se distingue uno del otro. Entró con mal pie en la frondosa y abundante villa, en cuya plaza pública se levantó cadalso, a los pocos días de su llegada, para que pudiera estremecerse el maestro nuevo ante la vieja y terrible estampa española del ajusticiado en garrote vil.
Aunque algo extraordinario tenía que suceder. Lo presentía cuando escribía a sus amigos enviándoles, con noble envidia, sin mezcla de pesar por el bien ajeno, aquella felicidad conyugal de la que hablaban, y, sobre todo, aquel humano engreírse, sin darse cuenta, porque el amor les pagaba, enviándoles sus angelotes más rollizos… «Cuando veo a mis amigos viviendo y gozando cada uno con lo suyo, siento una envidia tan grande por no poder hacer yo lo propio, que llegan momentos en que estoy a punto de echarme a la calle y, sin respetar estado ni condición, sin nada, decir de un golpe al primer palo con faldas que me encuentre: ¿Usted quiere ser mi novia?
Pues sí señor, ¡el maestro tiene novia!… Para encontrarla no ha sido preciso el atrevimiento escandaloso a que pensaba arriesgarse si llegara el caso. No se ha plantado en la calle, con el sombrero daleado y el aire donjuanesco, para colmar, con una declaración súbita y fogosa, las ocultas ansias de fulanita o menganita, que encendían velas rizadas al San Antonio guapín del Convento de la Monjas para que inflamase el frío corazón del maestrito en favor de la gentil devota.
El amor le esperaba donde él le había citado; no, por cierto en el casino, entre la música y el frívolo bullicio de las reuniones dominicales; ni en la plaza, donde paseaba el señorito a la salida de misa de la doce; ni si quiera en el parque de la Duquesa, donde, después de todo, le hubiera encontrado mejor dispuesto para el tono confidencial y resbaladizo del primer diálogo peligroso… Le esperaba, con la serenidad que él apetecía, rodeado de todo lo que amaba, como una nueva Ceres de sus campos y labores, que embelleciese aún más, con su presencia, la hermosura de los montes y los prados. Y José María se fue acercando a ella, paso a paso, con algún temor que se desvaneciese como un sueño la figura que le aguardaba, sonriente y tranquila, mirando hacia castilla desde el cerro donde se asienta la ermita del Cristu Benditu.
Como intentamos contar en 1893 conoce a Desideria García Gascón “mi vaquerilla” como solía llamarla cariñosamente quién vivió entre los años 1874-1954, ella nacida en el seno de un hogar de terratenientes, se casaron y el Poeta va a experimentar un cambio radical en su vida; que se va acentuando a partir de su boda, que se celebró un 26 de enero de 1898 en Plasencia- Cáceres. Allí estaba, junto a él, con su traje de seda y su velo de desposada, la vaquerita querida:
Alma blanca, más blanca que el lirio;
frente blanca; más blanca que el cirio
que iluminaba el altar del Señor.
De ella llegó a decir el poeta; que era la felicidad soñada, la esposa presentida, la mujer que buscó y el ángel, al cabo, encontrado y de la que todos podemos decir, por nuestra cuenta, que la debemos gratitud y admiración muy hondas porque fueron sus manos suaves las que aliviaron de sus quebrantos al decidido maestrito y disiparon con el blando aleteo de sus honestas caricias las inquietudes que le roían el ánimo, y fue su amor, atrayente y amable, dulce y seguro, fecundo y tranquilizador, el que desvió a su destino triunfal el indeciso rumbo de una vocación, que comenzaba a extraviarse entre las brumas peligrosas.
Consagración del poeta
A partir de ese instante, la vida del joven poeta experimenta un cambio radical; abandona su dedicación de maestro en la escuela de Piedrahita, y se traslada al pueblo cacereño de Guijo de Granadilla, en donde se encarga de la dirección y administración de una gran dehesa extremeña denominada «El Tejar», propiedad del tío de su esposa. Encuentra así, la calma que necesita el espíritu sensible de nuestro poeta: la dedicación al cultivo del campo y del alma. Debido al sosiego que esta nueva ocupación le proporciona, y debido también a su sensibilidad y sus dotes de agudo observador, se dedica a escribir lo que le inspira el nuevo entorno en el que se desenvuelve. Poesías de pura raigambre racial, retratan las vidas de los humildes labriegos que trabajan y habitan en la dehesa; de los pobladores de aquellos pequeños núcleos rurales extremeños; de los amoríos entre los pastorcillos y las jóvenes zagalillas…
En ese pueblo nace su primer hijo (Jesús, 1898), lo cual le inspira para componer la poesía «El Cristu Benditu» con la que inicia sus famosas EXTREMEÑAS en las que el empleo de la lengua vernácula, «el castúo», aroma y vivifica la musa del poeta. En esa poesía refleja el autor la vida es que pasó en su primera juventud y el gran cambio hacia la alegría que experimenta con su nuevo empleo y el nacimiento de su hijo. La observación minuciosa de las gentes pueblerinas de los alrededores, le lleva a decir un día a un amigo: «…las gentucas de las aldeas, al par que cosas buenas, tienen miserias y roñas morales que repugnan al estómago más fuerte, se necesita mucha calidad y mucha paciencia para vivir entre ellas…» En otra ocasión confiesa a un amigo, a través de la correspondencia epistolar: «…yo no tengo más amigos, en sentido estricto de la palabra, que uno de mis criados.
El Cristu Benditu
¿Ondi jueron los tiempos aquellos,
que pue que no güelvan,
cuando yo jui presona leía
que jizu comedias
y aleluyas tamién y cantaris
pa cantalos en una vigüela?
¿Ondi jueron aquellas cosinas
que llamaban ilusionis y eran
a’specie de airinos
que atontá me tenían la mollera?
¿Ondi jueron de aquellos sentires
las delicaezas
que me jizun llorar como un neni,
de gustu y de pena?
¿Ondi jueron aquellos pensaris
que jacían dolel la cabeza
de puro lo jondus
y enreäos que eran?
Ajuyó tuito aquello pa siempre,
y ya no me quea
más remedio que dilme jaciendo
a esta vía nueva.
¡Ya no güelvin los tiempos de altoncis,
ya no tengo ilusionis de aquellas,
ni jago aleluyas,
ni jago comedias,
ni jago cantaris
pa cantalos en una vigüela!
Esta es parte de una de su maravillosa poesía del Cristu Benditu.
“El castúo”, fragancia y conforta la musa del poeta. Gabriel y Galán se inspira del “deje andaluz” de su fascinado maestro Medina para así emprender el componer en este dialecto extremeño. Ese poema fue dado a conocer a Don Miguel de Unamuno, quién era entonces catedrático de Lengua y Literatura Griega de la Universidad de Salamanca, por el hermano del Poeta, Baldomero Gabriel y Galán (1868-1926), quién era abogado del Estado, columnista de prensa y también un destacado aficionado a la poesía. Unamuno considera muy rico el fragmento y, en general, comienza a apreciar la obra de Gabriel y Galán, valorando lo que iba a suponer la defensa y ejemplo del casticismo.
Ya desde que escuchó, en su misa de casamiento, la bella admonición canónica con aquel: «Mirad hermanos, que celebráis el casamiento del matrimonio para la conservación del género humano, porque se instituyó primero para tener sucesión, y que procuréis herederos, tanto de vuestros bienes cuanto de vuestra fe, religión y virtud, Dios os dé pequeños ángeles que alegren vuestra casa, y encanten vuestra vida». El lazo del matrimonio, sin ellos, es rosa de terciopelo sin aroma, amor sin objeto; vida sin estímulos, egoísta vida, sin sacrificios; soledad desconsoladora y triste, sin besos de ángeles cuando la frente se arruga, sin caricias que consuelen cuando la garra del dolor se clava y se desgarra la fibra más delicada del sentir, sin manos que, jugando y sin saberlo, limpien el ingrato sudor del trabajo, que es la levadura amarga del pan que comemos los pobres. Su vida anterior no fue, en lo hondo, sino un aprendizaje de la paternidad.
Nuestro poeta, fue pues, un intelectual de sensibilidad muy fina, ya que sufrió esas depresiones de la tristeza y esas inquietudes del desasosiego espiritual, que no dejaron de serlo aunque, por ajustar el tono de disfraz, sustituye la palabra culta por la frase felicísima y expresiva del «jormiguillo que le jormigue».
Nace el 27 de febrero de 1901, su segundo hijo y en septiembre de ese año, fue convocado por la Universidad de Salamanca, para participar y celebrar en unos Juegos Florales celebrados en el Teatro Bretón de Salamanca, va a ser su consagración como poeta, arranca siendo galardonado con la flor natural por su composición «El ama», que se encontraba inspirado en su madre, por la reciente muerte. El ya Rector de la Universidad de Salamanca; Miguel de Unamuno, desde el año anterior, presidió el jurado junto a otros catedráticos compuesto por; Santiago Sebastián Martínez, Decano de la Facultad de Filosofía y Letras, Luis Rodríguez Miguel Catedrático de Lengua y Literatura Española y el escritor Francisco Fernández Villegas Zeda.
José María, luego de desasirse de los admiradores, que le estrujaron en acompañamiento nutridísimo, hasta dejarlo en su hospedaje, y de desprenderse de aquella prenda geométrica que tanto le mortificaba y deslucía, dio en pensar la más bella aventura de su vida… Y sin que nadie lo supiese, sin aguardar al nuevo día, que ya se colgaba con mano impaciente de los flecos de la noche venturosa, montó a caballo, galopando, como un jinete de Durero, escoltado por el recuerdo de la muerte, a lo largo del camino desierto… Llevaba sobre el corazón la flor natural, que acababa de brindarle la fama sonriente y sumisa; y en llegando a Frades se encerró en la capillita del cementerio, para contarle sabe Dios qué cosas a su madrecita, dejando sobre la losa de granito aquel beso de pétalos suaves con el que la gloria mundana quiso desvanecer, sin lograrlo, al virtuoso labrador de Guijo.
Gabriel y Galán intenta e inicia el mantener correspondencia e intercambios con el rector de Salamanca, Miguel de Unamuno. Desde ese momento es notable para la época como ese ambiente ideológico que se encontraba considerablemente polarizado en la Salamanca de 1900 y el enérgico conflicto de Unamuno con quién era el obispo de Salamanca, Tomás Cámara y Castro, llamado el padre Cámara (1885-1904), el mismo estaba decidido a que fuera destituido de la autoridad de la Universidad, generando eso una situación compleja para al poeta acerca de la base de los intentos sucesivos de llegar a instrumentar su obra por parte de ambos.
Una vez consolidada la amistad con D. Miguel de Unamuno, sobre todo a través de cartas, éste le propone que escriba una novela o algo diferente, a lo que el poeta de Guijo se echa las manos a la cabeza » ¡Escribir yo una novela!, exclama con humildad alarmada. Menester será decirle a usted, quien soy, literariamente, para que no vuelva usted a darme sustos como ése. Nada, no; soy ningún… -iba a decir Unamuno, pero fuera muy descarado y de mala forma el elogio-: no soy capaz de escribir una novela, que pudieran llamar mediana, los que entienden. Aunque más tarde si lo intentó escribiendo la primera narración en prosa, bajo el título de El Tío Glorio, que se publicó el 18 de noviembre de 1901 en la hoja literaria de El Adelanto.
Tras ser el gran triunfador en los Juegos Florales de Zaragoza, Sevilla, Lugo y en el exterior, en Buenos Aires. Su fama se acrecienta y en el año 1902, es el lapso en el que publican sus dos primeros volúmenes; “Poesías y Castellanas”, al Ateneo de Madrid fue invitado para dar su primer gran recital poético que como era de esperarse concluyó con un sonoro éxito.
José María Gabriel y Galán visita Cáceres
Hay en las calles cacereñas aires de Navidad. Las populares zambombas de barro rojo, no dejan de sonar, es diciembre de 1902, con temperaturas máximas que no llegan a los 10 grados y la mínima ronda los 0 grados. Es 27 del mes de diciembre y sábado.
Un viajero, entre no muchos, descabalga del tren y pone, por primera vez en su vida, las plantas
sobre tierra de la ciudad de Cáceres. Equipaje corto, porque piensa en una visita corta; nada más que el deseo de conocer personalmente a alguno de los hombres que tanto ha contribuido a extender su fama. En un traqueteante “coche de estación”, tirado por caballos y mulas, el viajero recorre el largo camino que media entre la estación (hoy el barrio conocido como Los Frates) y las primeras calles cacereñas, no mucho mejor pavimentadas entonces que las de su Guijo de Granadilla.
“El poeta Galán” (lo de José María Gabriel y Galán vendría con los años), ha hecho entrada en Cáceres, donde a nadie conoce por sus rasgos físicos y donde nadie puede identificarle personalmente. Pero este “poeta Galán”, que hace poesía con olor a pueblo, y al cual leer –los que saben leer- y repiten de oídas los que no, es “demasiado alguien” para que la capital no se estremezca de emoción con su venida. Se apagan por un momento las zambombas, y los villancicos se hielan.
-¡¡GALÁN está en CÁCERES!!-
Y mientras Cáceres se prepara para rendirle calurosos homenajes, el poeta acompañado, sólo por los recién conocidos, como eran Ibarrola, Grande Baudesson, Hurtado y alguno más, pide que lo primero que quiere es subir a rezarle a la Virgen de la Montaña, en su Santuario.
Era un día quejumbroso de diciembre ceniciento
Cuando yo subí la cuesta de la mística mansión:
El que aquella cuesta sube con angustias de sediento,
Baja rico de frescuras el ardiente corazón.
Era un día de diciembre. La ciudad estaba muerta
Sobre el árido repecho calvo y frío del erial;
La ciudad estaba muda, la ciudad estaba yerta,
Sobre el yermo fustigado por el hábito invernal.
Los palacios y las torres de los viejos hombres idos
En el carro de los tiempos de las glorias y el honor
Dormitan indolentes, indolentemente hundidos
De seniles impotencias en el lánguido sopor.
Me caían en la frente doloridos pensamientos
De esta trágica y oculta mansa pena de vivir;
Me pesaban en el alma los mortales desalientos
De las pobres almas mudas, fatigadas de sentir.
Era un día de amarguras cuando yo subí la cuesta
De la alegre montañuela que veía yo a mis pies
Desde aquella blanca ermita que asentaron en su cresta
Como nido de palomas en pimpollo de ciprés.
Horizontes que pusieron en las niñas de mis ojos
La visión de la desnuda muda tierra en que nací;
Tierras verdes de las siembras, tierras blancas de rastrojos,
Tierras grises de barbechos… ¡Patria mía yo te vi!
¡Madre mía, madre mía! Cuando aquella tarde brava
Yo subía por la cuesta de tu mítica mansión,
Como el látigo del viento que la cara me cruzaba,
flagelaba el de la pena de mi sensible corazón.
¡Madre mía!, me contaron unos buenos caballeros,
Moradores de tu hidalguía y amadísima ciudad,
Que son tuyos sus amores, y son suyos tus veneros,
Copiosísimos y santos de graciosa caridad.
Me contaron episodios de la bella historia tuya,
Dulcemente convivida con tu amante pueblo fiel;
Me dijeron que era tuyo; me dijeron que eras suya,
Que te daban bellas flores, que les dabas rica miel.
Que el que suba aquella cuesta y en el pecho lleve agravios,
Turbias aguas en los ojos y los hombros dura cruz,
Baja alegre sin la carga, con dulzuras en los labios,
Con amores en el pecho y en los ojos mucha luz.
¡Madre mía lo he gozado! Los dulcísimos instantes
Que mis penas me tuvieron de rodillas ante Ti,
Fueron siglos de exquisitas dulcedumbres deleitantes
Que los ríos de tus gracias derramaron sobre mí.
Bellísima cacereña,
Hija del sol que te baña:
¡La Virgen de la Montaña
Te guarde niña trigueña!
Te habrán dicho los espejos
Que son tus labios muy rojos,
Que son muy negros tus ojos,
Que fuego son tus reflejos.
Y yo, que te adoro tanto;
Yo, que te quiero más bella
Que la loca reina aquella
De esta manera te canto:
¡Que angelical ermitaña
Tuviera en ti, cacereña
Para su ermita risueña
La Virgen de la Montaña!
Sube, preciosa ermitaña
Que algo que no da Natura
Se lo dará a tu hermosura
La Virgen de la Montaña.
Y yo que vivo buscando
Bellas cosas de cantar,
Tal visita al recordar,
Suelo decir suspirando:
¡Será un cielo aquella sierra
Cuando, levantando el vuelo,
visiten a la del cielo
las vírgenes de la tierra!…
Esto escribiría, después, en un poema dedicado a la Patrona de la ciudad cacereña y dedicada a su querido amigo el virtuoso sacerdote D. Germán Fernández
Esta, podría ser la crónica de la primera visita que nuestro poeta más importante realizó a Cáceres, ciudad y en la que, al siguiente día acudió a todos los sitios porque, entre otras cosas, todos quieren verle y oírle. Visitó el Casino de Artesanos, también apareció por el baile de La Concordia, finalizando ese día 28, en el Ayuntamiento, en el que sesenta personalidades cacereñas le tributaron el homenaje oficial.
En la ciudad de Cáceres se le recuerda todos los 6 de enero, con un recital y un concurso de poesías, junto a la estatua instalada en el Paseo de Cánovas de la capital, donde también, no falta nunca Pepe Extremadura cantando «El Embargo», una de sus poesías más reivindicativas y más maravillosa.
Su vida en Guijo de Granadilla
De él dijo Luis Chamizo: “Es Galán el creador egregio de una poesía extremeña que, en el cauce limpio de jugosa y pintoresca tabla, arrastra las notas típicas del vivir lugareño en nuestra región. Nuestros campos, costumbres y tipos rurales pasan por el alma delicada de Galán, adquiriendo la gracia luminosa y serena de un corazón que supo amarlos”.
La Zona del Guijo de Granadilla también quiso homenajear a su famoso vecino otorgándole el título de Hijo Adoptivo, que la villa le concedió el 13 de abril de 1903.
De aquella ajetreada vida que no le gustaba y en aquella paz de Guijo se acordó el poeta cuando habló, en verso, a los hombres de su lugar, al recibir ese título que siempre consideró el más honroso de los que se le concedieron. Para celebrarlo acudieron al ya famoso rincón extremeño los hombres sencillos que poblaron aquellas aldeas, y ante todos ellos, que llenaban la plaza, aclamándole con entusiasmo cariñoso, limpio -como el trigo de renta- de niebla y de gusano y de mala semilla, dio salida franca a su contento, sintiéndose invadido de felicidad que él buscaba y tenía por única y verdadera: la que orea y vivifica las almas, porque nace de lo más hondo del corazón, destilada por la bondad y el amor. Aquella fiesta si que le alegró de veras, porque no descubría entre la rústica muchedumbre al crítico ni al doctor que se lucían o se peleaban a su costa.
Una fiesta que es más bella
porque en ella no hay pasiones,
ni hay ruines miras de ella,
ni luchas ni divisiones.
Veros reunidos
me causa el mayor placer.
¡ Siempre en paz y siempre unidos
os quisiera a todos ver !
Esta poesía, que es más larga la compuso para este acontecimiento, titulada «Solo para mi lugar». Como comentamos anteriormente; Gabriel y Galán a partir de los poemas ‘La jurdana’ y ‘A Su Majestad el Rey’, fue uno de los primeros prosistas que denunció la indigencia de la comarca de Las Hurdes ambos los realizó en el año 1904. Alfonso XIII, estaba de visita en Salamanca y el Poema segundo de ellos tenía por objeto sensibilizarlo:
“Porque infama la negrura,
de la siniestra figura
de hombres que hundidos están
en un sopor de incultura
con fiebre de hambre de pan”.
Posteriormente el monarca señaló que fue a través de algunas de sus poesías, fue como tomó conciencia del problema de un territorio que aún tardaría en visitar (1922).
En cuanto a sus ideas políticas cuentan que eran carlistas, -el carlismo es una corriente política española de carácter completamente conservador y legitimista, derivó del absolutismo español y surgió durante la primera mitad del siglo XIX, en franca oposición al liberalismo-, y colabora con la «Buena Prensa», que era la prensa católica, conocida.
La muerte del poeta
Si mal andaba el poeta de salud moral, revuelta y avinagrada por las injusticias y amarguras que contemplaba a su alrededor, no era más boyante la de su organismo físico, entorpecido por trastornos que cada vez se acusaban más agudos y frecuentes… Las que él llamaba «localizaciones reumáticas» en una de sus cartas de 1897, debieron extenderse e intensificarse en la primavera de 1904, por ser ésta la única explicación razonable de aquella inesperada y única maniobra defensiva del ya paciente enfermo, que se decidió a probar las encarecidas virtudes terapéuticas de las termas de Montemayor, aconsejadas por un médico que decía ser amigo, de cuyo balneario debió de regresar antes del 28 de agosto, ya que en esa fecha estuvo presente en el homenaje a su amigo Bejarano.
Quien fuese el culpable, que Dios se lo haya perdonado; por escrito por el mismo Galán llegó a decir que los chorros o los baños de Montemayor le sentaron malamente. Estamos ya en octubre, y en armonía con la melancólica estación, que ya sufre, desnuda y aterida, la bocanada fría de noviembre, el poeta escribe, desganado, en párrafos que se fatigan en el primer punto, como faltos de aliento, detalle significativo en su estilo, que trepaba por las oraciones largas igual que si subiese un alto repecho… «Yo he tomado este año baños en Montemayor -escribe a un amigo-. Tengo algo de gastralgia. Lo atribuyo a disgustos, exceso de trabajo, irregular método de vida, etc.»
Padecía por todo José María, ¡ triste y noble destino de los corazones delicados ! Y como tenía imaginación, que es como tener otro corazón en la mente, sufría por lo presente, por lo pasado y por lo que el temor le anticipaba de lo venidero…
El 29 de diciembre aparece publicado en un periódico salmantino una de sus últimas poesías, no sabemos si previendo su muerte, aunque, yo más bien creo que bromeando sobre ella:
¡ Quiero vivir! A Dios voy
y a Dios no se va muriendo,
se va al Oriente subiendo
por la breve noche de hoy.
De luz y de sombras soy
y quiero darme a las dos.
¡ Quiero dejar de mí en pos
robusta y santa semilla
de esto que tengo de arcilla,
de esto que tengo de Dios.
Recordando palabras de San Agustín, podemos embalsamar con ellas, a manera de despedida, el recuerdo del cristiano poeta y hombre esencial, de bondad inagotable y generosa: «Si tierra amas, tierra eres; si cielo amas, cielo eres; y si a Dios amas, Dios eres». Dios eras, José María, lengua de Castilla antes de que te despojases de la envoltura carnal, que fue sayal de penitencia sobre tu alma delicada y pura… Reflejo de Dios en aquel su encendido amor por los humildes, en aquel recrearse con la divina obra y en su afán de defenderla frente a los que la profanan y desdeñan; hasta en sus palabras poéticas, que parecen un regatuelo claro en el que abrevan, como un rebaño de cándidas ovejas, las mansas parábolas evangélicas…
El 31 de diciembre de 1904 al finalizar una jornada supervisando las labores del campo comenzó a encontrarse mal y, transcurrida una semana, el 6 de enero de 1905 falleció probablemente a consecuencia de una apendicitis aguda, aunque hay otras versiones del motivo de su fallecimiento. El profundo arraigo del poeta en la población de su comarca se manifiesta en los testimonios de quienes presenciaron el duelo: «Pobres y ricos, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, todos, absolutamente todos, acudieron presurosos a la casa mortuoria para orar ante el cadáver por el eterno descanso de su alma y besar sus pies y manos. Las mujeres llorosas y los hombres entristecidos fueron besando los queridos restos». Ya que el profundo enraízo del poeta en la población y alrededor de su comarca se manifestó en las demostraciones de quienes presenciaron el duelo.
No tenía aún 35 años, no los había cumplido, nuestro joven poeta fallece. Muere, en plena gloria y juventud, era el poeta más leído de España en ese momento. “Era más bueno, sencillo y sincero que sus mismos versos, con serlos éstos mucho…”, afirma Federico de Onís. Ciertamente se apagó un joven prodigio de la narrativa poética española.
En el delirio de su muerte se le oyó recitar versos sueltos de las Coplas de Jorge Manrique.
cómo pasa la vida,
como se viene la muerte
tan callando;
Cuando falleció el poeta, según es la tradición en la región, quisieron llevar sus restos para que estuviesen junto a los de su esposa, otras fuentes hablan de que se quisieron llevar su cadáver a la Capilla de la Universidad de Salamanca, pero los mozos de Guijo de Granadilla, cuando se enteraron de ello, montaron una guardia día y noche con sus viejas escopetas para evitar así, que se llevaran los restos de aquel hombre a quien adoraban. Fue enterrado en Guijo de Granadilla.
Archivo fotográfico
Del libro Libro de «Gabriel y Galán» de Fernando Iscar Peyra (1886-1958). Fotos 1, 2.1, 2.2, 3, 4, y 5
Archivo de la ciudad de Cáceres. Archivo Marchena. Foto 6.1 y 6.2
Archivo Guijo de Granadilla. Fotos 2.3 y 5
Propiedad particular. Foto 8
Propiedad de la Cofradía Virgen de la Montaña. Foto 7
Bibliografía
Libro de «Gabriel y Galán» de Fernando Iscar Peyra (1886-1958). Edición patrocinada por la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Salamanca.
En las páginas de Internet:
Webmaster: Jesús Herrera Peña. (1870-1905). Biografía de Gabriel y Galán.
Biografía y Poemas del Autor Gabriel y Galán por Doris Peña.
Gabriel y Galán. Estudios Conmemorativos en el Centenario de su muerte. Revista de Estudios de Salamanca Nº 52. Año 2005.
Periódico «El Adelanto de Salamanca. Nº 5549 de fecha 28 de diciembre de 1902.
Revista “El Santuario”. Revista divulgativa de la Real Cofradía de Nuestra Señora la Virgen de la Montaña. Nº 21 de fecha, marzo de 2016