Oct 011976
 

Ángel Paule Rubio.

Difícil cuestión representa encontrar el origen del actual nombre de Hurdes. Puede derivar de Illas Zafurdas, nombre que aparece en un deslinde hecho por Alfonso XI. Otros opinan que deriva del latín urces, que significa brezo, por ser esta región pródiga en este arbusto. No menos son los que buscan su origen en el río Jordano, Jurdano o Jurdán. Puede ser válida esta denominación pensando que los serranos aspiran la h y pronuncian Jurdes aunque escribieran Hurdes.

Esta Comarca perteneció al señorío de Granadilla. Poblada de pastores y ganaderos, muy ligada al yugo albercano, a pesar de que la Alberca perteneció también al mismo señorío. El 22 de julio de 1531 se sacudía de la opresión albercana con el pago de 7.500 maravedises y 75 pares de perdices. No por ello cesaron los litigios que se sometieron a la justicia de la Chancillería de Valladolid, de Granadilla con su Alcaide Mayor y el Obispo de Coria juntamente con el duque de Alba. El paso de los tiempos terminó con la separación de estas tierras a favor de las dos provincias limítrofes. Las Batuecas a Salamanca y Hurdes a Cáceres: 30 de noviembre 1833.

Las Hurdes comprenden una extensión de 47.000 Has. en cinco municipios. Con una población de 7.000 hurdanos.

Su topografía es como nudo caprichosos de pliegues y valles hundidos. Ríos silenciosos, viejos, que para moverse se tuercen y retuercen buscando con codicia la salida, que algunas veces se reduce a un tajo de labios con sonrisa de madonna. Puertos ásperos, caminos serpenteantes casi invisibles, por donde apenas cabe un borriquillo hurdano o la mula de poca alzada.

Allí y allá se escucha el tintinear de las esquilas de cabras, que, comiendo jaras, brezos y tomillos, van de roca en roca como extraordinarios saltimbanquis. Un poco a la abrigada y mirando al sol, se escucha el zunzunear de las abejas, que liban el néctar de las flores de rica y variada flora. Miel negra, de riquísimo paladear.

Una de las cinco arterias fluviales es el río de los Ángeles. A un Km. de este río, se forma una magnífica cascada, que se llama del Chorro de la Mancera, de 100 metros de altitud. Difícil acceso. Pizarras verticales ferruginosas. Belleza indescriptible. Un poco más allá, un torrente más alto, serpentea, cae y vuelve a caer, hasta cinco veces sobre gigantescos aludes pizarrosos, llegando al fin con espumosa frescura a una profunda fosa que el caer ha excavado cual pico de minero.

No lejos de aquí, se encuentra el Gasco. Alquería con sabor arcaico, viejo en su más rancia solera. A un tiro de piedra: el volcán. Así dicen los naturales. Un hombre enjuto, hablador, me cuenta muchas cosas. Me lleva a su casa y me enseña piedras labradas toscamente en forma de cruz. Cójalas, me dice, pesan muy poco. Son del volcán. Miro hacia arriba y contemplo el picacho y las piedras de las laderas. Pertenecen a los periodos cámbricos, silúrico, devónico. Son pizarras azules, grises y rojizas, que junto a la cresta se hacen silíceas ferruginosas, parece, más bien, se trate de piedra pómez.

Muchas hipótesis hay al respecto. ¿Volcanes, fundiciones, emanaciones gaseosas?. Los expertos no afirman, dudan. Queda la incógnita.

A dos Km. el Cottolengo. Enfermos incurables. Parturientas prolíferas. Hablo con una y me dice: 0nce veces he venido hasta aquí. Se está muy bien. Monjas y lego, jóvenes muchachas de toda clase social son las que desinteresadamente atienden a estas criaturas desvalidas. Asomado a la terraza del conjunto, se divisan elevadas montañas. Río de transparentes aguas donde peces y bañistas juegan en armonioso vaivén. Cielo apretujado, poco cielo.

Fragosa y Martilandrán. Uno y otro al lado de mi mirador. Chozas con tejados de helechos y jaras, o bien lanchas superpuestas. Paredes de piedra y barro, sin ventanas ni tragaluz. Estacionamiento, pobreza, incultura. Pero también alborea la luz de la civilización. Una casa moderna, confortable. Pregunto y me dicen: Es de uno que ha venido del extranjero. Sí el hurdano es amante de su terruño y allí van a parar los sudados ahorros de los que vienen de Alemania, Suiza, Francia. Allí levantan junto a la choza vieja, su vivienda nueva.

No siempre en la alquería había cementerio. Este se encontraba en la Parroquia. Sus difuntos iban, si eran pequeños en canastas y si mayores en escalera de mano sobre lomos de borriquillo. Dije, iban. Mejor, los llevaban. Y en el camposanto de la Parroquia recibían cristiana sepultura. Hoy ha cambiado. Se ven minúsculos dormitorios eternos en todas las alquerías, como el de Riomalo de Abajo, de forma triangular, donde creo solo hay un enterramiento.

Hablé con los hurdanos. Sus costumbres ancestrales las oí de sus labios. Supersticiosos. Con formas mágicas para curar enfermedades. Remedios caseros. La torbisca atada al rabo del animal cura la diarrea. Orégano, higos pasos y uvas, todo mezclado, curan la gripe. La piedra blanca colgada del pecho a las mujeres que no podían amamantar a sus hijos.

Su alimentación era muy sencilla. Castañas, que llaman pilongas, verduras propias, no importadas, algún cabritillo, miel, carne de cerdo. No lo compran, lo producen. Esto aliñado con un buen vaso de vino, da al hurdano el calor de la vida.

Esta alimentación uniforme, las aguas limpias y carentes de minerales. Lejos la influencia del mar. No hay yodo. Producen enfermedades: El bocio, cretinismo, fiebres palúdicas, son las enfermedades más corrientes. Sabios doctores de la medicina, vinieron a estudiar estas enfermedades, aquí al corazón hurdano. Todo va quedando en el olvido. La mujer trabaja como el hombre. Cría hospicianos (antigua industria). Se casa pronto, 15 a 16 años. Tienen muchos hijos. Suplen el bienestar material con el producido por el amor sexual. De la barba rala, sin energía para salir, que nunca lo hacía por todo el rostro, hasta el muchacho de hoy con su tupida perilla y luengo bigote. De esa mujer enclenque, de vejez prematura, hasta la muchacha fuerte, bien parecida, que abandona su tierra para ir a servir de asistenta, o en algunos casos, los menos, empleada de fábrica.

También las Hurdes es cambiante. Misiones pedagógicas la recorren llevando cultura. Se lo merecen. Hombres hospitalarios, que comparten su pan con el viajero, con el desconocido. No importa quien. Lo suyo es de todos. Me contaban y lo digo: la mujer hurdana bebe más alcohol que el hombre. ¿Puede ser el alcohol juntamente con la falta de yodo la causa del cretinismo? Su recatada vida, su paz entre montañas, el sedante correr de las aguas ha hecho del hurdano un hombre satisfecho, carente de agresividad. Nunca se oyó la palabra criminalidad.

No ha mucho, asistía a una reunión presidida por un Padre Franciscano, que por primera vez llegaba a Las Hurdes. Dirigiéndose a mí, me dice: «Esto es la antesala del Cielo» Aquella historia o leyenda, verdad o falsedad, o de todo un poco, que estos mensajeros de Dios habían leído, se había disipado en parte o en mucho por aquellos egregios pastores de la Iglesia: Porras y Atienza de la Diócesis de Coria, o el Obispo Jarrín de la de Plasencia, fundador de la sociedad benéfica «La Esperanza de las Hurdes».

El Obispo Porras con su entusiasmo desbordante acometió la restauración religiosa y social, limpiando amarguras seculares. Siglos después, otro prelado, el Obispo Jarrín, de la Diócesis de Plasencia dio un nuevo impulso que llegó a la máxima restauración con el Obispo Segura, quien asentó en dos puntos básicos su labor pastoral: La Eucaristía y la Virgen. Con este carácter sobrenaturalizador, las Hurdes se levantan y andan. «Dilexit» diría el Cardenal Segura. Amor necesitaban los hurdanos y amor les dio.

Pastor cariñoso y bueno, que en aquellas memorables asambleas eucarísticas de Mestas, Nuñomoral y Pinofranqueado llegó a aromatizar el ambiente de un fervor religioso que todavía se respira en el habitat hurdano.

Todo va en marcha preparando el camino al Rey Alfonso XII que el día 20 de junio de 1922 se dirigía en un emocionante viaje hacia Las Hurdes. Le acompañaban el Duque de Miranda, los doctores Marañón y Varela y el fotógrafo Campua. Los doctores que le acompañaban tuvieron que visitar a numerosos enfermos, repartir quinina, y hasta una cesárea, que hizo nacer un niño que fue bautizado con el nombre de Alfonso y quien más tarde daría la bienvenida al Príncipe Juan Carlos en su visita a Las Hurdes, hoy Rey. El rey estudió esta comarca, ojo avizor, creando el Patronato de Las Hurdes, que con eficacia y acierto está convirtiendo aquella mancha de la Geografía Española en una zona llena de vida y esperanza.

Se cuenta entre los hurdanos, que bajo el sol abrasador el Rey sintiera necesidad de refrescar su cuerpo. Campua hizo la foto. El rey con el brazo sobre el hombro de Marañón, desnudo, se bañó en el agua del río. Marañón lo hizo en calzoncillos por respeto al Rey.

Hoy el Plan Hurdes, va levantando el telón de la ignorancia, creando escuelas, misiones culturales, repoblando los estériles campos, abriendo carreteras, comunicando a los pueblos con teléfonos luz eléctrica en todas las alquerías y un apretado programa de realizaciones que en fecha próxima hará que el hurdano se sienta feliz, a gusto y contento en la tierra que le vio nacer.

Termino con una copla hurdana que me ha enseñado mi madre, anciana de 85 años y que su vida, mejor su infancia, la pasó entre hurdanos con un sacerdote, tío suyo, que le enseñó muchas y que las recuerda con cariño: No conozco, ni ella, su autor. Me dice que fue un hurdano.

Lo sé jurdanilla,
si no lo supiera, no vendría
toítas las noches, gateando
por riscos y sierras.
Na mas que pa verte y hablarte siquiera
pero tengo en el alma una pena
que me la envenena.

Hices que te casas, que por otro me ejas,
porque él es rico y yo soy un probete.
Yo lo quiero saber de ti mesma.
Imelo, no me tengas empachao, que por
duro y amargo que sea, mas amargo es la via
viviendo con este rescoldo que el alma me quema.

Primero te mato y me mato, que vel que otro
sea, el que se mire en la luz de tus ojos
negros como teas, y se pinte con el carmín
de tus labios, que paecen cerezas
y te estreche ese cuerpo de corza bravía,
jecho solo pa andar en la sierra.

Antes que el sol pinte del risco a la cresta,
ya estoy yo en el huerto, Jurdana de la Jondonera,
cava que te cava, riega que te riega,
ensartando cantares y coplas al tintín del caer
el agua en las peñas, haciendo una espuma que se
colorea con to los colores, cuando el sol acaricia
la cresta. Lo mismito que tu que te pones
cuando te jablo, encarná de vergüenza.

Pa ti será el huerto, Jurdana de Jondonera,
pa ti sera el huerto Jurdana, na mas que tu quieras.

Villanueva de la Sierra, Septiembre 1976

Ángel Paule Rubio

Difícil cuestión representa encontrar el origen del actual nombre de Hurdes. Puede derivar de Illas Zafurdas, nombre que aparece en un deslinde hecho por Alfonso XI. Otros opinan que deriva del latín urces, que significa brezo, por ser esta región pródiga en este arbusto. No menos son los que buscan su origen en el río Jordano, Jurdano o Jurdán. Puede ser válida esta denominación pensando que los serranos aspiran la h y pronuncian Jurdes aunque escribieran Hurdes.

Esta Comarca perteneció al señorío de Granadilla. Poblada de pastores y ganaderos, muy ligada al yugo albercano, a pesar de que la Alberca perteneció también al mismo señorío. El 22 de julio de 1531 se sacudía de la opresión albercana con el pago de 7.500 maravedises y 75 pares de perdices. No por ello cesaron los litigios que se sometieron a la justicia de la Chancillería de Valladolid, de Granadilla con su Alcaide Mayor y el Obispo de Coria juntamente con el duque de Alba. El paso de los tiempos terminó con la separación de estas tierras a favor de las dos provincias limítrofes. Las Batuecas a Salamanca y Hurdes a Cáceres: 30 de noviembre 1833.

Las Hurdes comprenden una extensión de 47.000 Has. en cinco municipios. Con una población de 7.000 hurdanos.

Su topografía es como nudo caprichosos de pliegues y valles hundidos. Ríos silenciosos, viejos, que para moverse se tuercen y retuercen buscando con codicia la salida, que algunas veces se reduce a un tajo de labios con sonrisa de madonna. Puertos ásperos, caminos serpenteantes casi invisibles, por donde apenas cabe un borriquillo hurdano o la mula de poca alzada.

Allí y allá se escucha el tintinear de las esquilas de cabras, que, comiendo jaras, brezos y tomillos, van de roca en roca como extraordinarios saltimbanquis. Un poco a la abrigada y mirando al sol, se escucha el zunzunear de las abejas, que liban el néctar de las flores de rica y variada flora. Miel negra, de riquísimo paladear.

Una de las cinco arterias fluviales es el río de los Ángeles. A un Km. de este río, se forma una magnífica cascada, que se llama del Chorro de la Mancera, de 100 metros de altitud. Difícil acceso. Pizarras verticales ferruginosas. Belleza indescriptible. Un poco más allá, un torrente más alto, serpentea, cae y vuelve a caer, hasta cinco veces sobre gigantescos aludes pizarrosos, llegando al fin con espumosa frescura a una profunda fosa que el caer ha excavado cual pico de minero.

No lejos de aquí, se encuentra el Gasco. Alquería con sabor arcaico, viejo en su más rancia solera. A un tiro de piedra: el volcán. Así dicen los naturales. Un hombre enjuto, hablador, me cuenta muchas cosas. Me lleva a su casa y me enseña piedras labradas toscamente en forma de cruz. Cójalas, me dice, pesan muy poco. Son del volcán. Miro hacia arriba y contemplo el picacho y las piedras de las laderas. Pertenecen a los periodos cámbricos, silúrico, devónico. Son pizarras azules, grises y rojizas, que junto a la cresta se hacen silíceas ferruginosas, parece, más bien, se trate de piedra pómez.

Muchas hipótesis hay al respecto. ¿Volcanes, fundiciones, emanaciones gaseosas?. Los expertos no afirman, dudan. Queda la incógnita.

A dos Km. el Cottolengo. Enfermos incurables. Parturientas prolíferas. Hablo con una y me dice: 0nce veces he venido hasta aquí. Se está muy bien. Monjas y lego, jóvenes muchachas de toda clase social son las que desinteresadamente atienden a estas criaturas desvalidas. Asomado a la terraza del conjunto, se divisan elevadas montañas. Río de transparentes aguas donde peces y bañistas juegan en armonioso vaivén. Cielo apretujado, poco cielo.

Fragosa y Martilandrán. Uno y otro al lado de mi mirador. Chozas con tejados de helechos y jaras, o bien lanchas superpuestas. Paredes de piedra y barro, sin ventanas ni tragaluz. Estacionamiento, pobreza, incultura. Pero también alborea la luz de la civilización. Una casa moderna, confortable. Pregunto y me dicen: Es de uno que ha venido del extranjero. Sí el hurdano es amante de su terruño y allí van a parar los sudados ahorros de los que vienen de Alemania, Suiza, Francia. Allí levantan junto a la choza vieja, su vivienda nueva.

No siempre en la alquería había cementerio. Este se encontraba en la Parroquia. Sus difuntos iban, si eran pequeños en canastas y si mayores en escalera de mano sobre lomos de borriquillo. Dije, iban. Mejor, los llevaban. Y en el camposanto de la Parroquia recibían cristiana sepultura. Hoy ha cambiado. Se ven minúsculos dormitorios eternos en todas las alquerías, como el de Riomalo de Abajo, de forma triangular, donde creo solo hay un enterramiento.

Hablé con los hurdanos. Sus costumbres ancestrales las oí de sus labios. Supersticiosos. Con formas mágicas para curar enfermedades. Remedios caseros. La torbisca atada al rabo del animal cura la diarrea. Orégano, higos pasos y uvas, todo mezclado, curan la gripe. La piedra blanca colgada del pecho a las mujeres que no podían amamantar a sus hijos.

Su alimentación era muy sencilla. Castañas, que llaman pilongas, verduras propias, no importadas, algún cabritillo, miel, carne de cerdo. No lo compran, lo producen. Esto aliñado con un buen vaso de vino, da al hurdano el calor de la vida.

Esta alimentación uniforme, las aguas limpias y carentes de minerales. Lejos la influencia del mar. No hay yodo. Producen enfermedades: El bocio, cretinismo, fiebres palúdicas, son las enfermedades más corrientes. Sabios doctores de la medicina, vinieron a estudiar estas enfermedades, aquí al corazón hurdano. Todo va quedando en el olvido. La mujer trabaja como el hombre. Cría hospicianos (antigua industria). Se casa pronto, 15 a 16 años. Tienen muchos hijos. Suplen el bienestar material con el producido por el amor sexual. De la barba rala, sin energía para salir, que nunca lo hacía por todo el rostro, hasta el muchacho de hoy con su tupida perilla y luengo bigote. De esa mujer enclenque, de vejez prematura, hasta la muchacha fuerte, bien parecida, que abandona su tierra para ir a servir de asistenta, o en algunos casos, los menos, empleada de fábrica.

También las Hurdes es cambiante. Misiones pedagógicas la recorren llevando cultura. Se lo merecen. Hombres hospitalarios, que comparten su pan con el viajero, con el desconocido. No importa quien. Lo suyo es de todos. Me contaban y lo digo: la mujer hurdana bebe más alcohol que el hombre. ¿Puede ser el alcohol juntamente con la falta de yodo la causa del cretinismo? Su recatada vida, su paz entre montañas, el sedante correr de las aguas ha hecho del hurdano un hombre satisfecho, carente de agresividad. Nunca se oyó la palabra criminalidad.

No ha mucho, asistía a una reunión presidida por un Padre Franciscano, que por primera vez llegaba a Las Hurdes. Dirigiéndose a mí, me dice: «Esto es la antesala del Cielo» Aquella historia o leyenda, verdad o falsedad, o de todo un poco, que estos mensajeros de Dios habían leído, se había disipado en parte o en mucho por aquellos egregios pastores de la Iglesia: Porras y Atienza de la Diócesis de Coria, o el Obispo Jarrín de la de Plasencia, fundador de la sociedad benéfica «La Esperanza de las Hurdes».

El Obispo Porras con su entusiasmo desbordante acometió la restauración religiosa y social, limpiando amarguras seculares. Siglos después, otro prelado, el Obispo Jarrín, de la Diócesis de Plasencia dio un nuevo impulso que llegó a la máxima restauración con el Obispo Segura, quien asentó en dos puntos básicos su labor pastoral: La Eucaristía y la Virgen. Con este carácter sobrenaturalizador, las Hurdes se levantan y andan. «Dilexit» diría el Cardenal Segura. Amor necesitaban los hurdanos y amor les dio.

Pastor cariñoso y bueno, que en aquellas memorables asambleas eucarísticas de Mestas, Nuñomoral y Pinofranqueado llegó a aromatizar el ambiente de un fervor religioso que todavía se respira en el habitat hurdano.

Todo va en marcha preparando el camino al Rey Alfonso XII que el día 20 de junio de 1922 se dirigía en un emocionante viaje hacia Las Hurdes. Le acompañaban el Duque de Miranda, los doctores Marañón y Varela y el fotógrafo Campua. Los doctores que le acompañaban tuvieron que visitar a numerosos enfermos, repartir quinina, y hasta una cesárea, que hizo nacer un niño que fue bautizado con el nombre de Alfonso y quien más tarde daría la bienvenida al Príncipe Juan Carlos en su visita a Las Hurdes, hoy Rey. El rey estudió esta comarca, ojo avizor, creando el Patronato de Las Hurdes, que con eficacia y acierto está convirtiendo aquella mancha de la Geografía Española en una zona llena de vida y esperanza.

Se cuenta entre los hurdanos, que bajo el sol abrasador el Rey sintiera necesidad de refrescar su cuerpo. Campua hizo la foto. El rey con el brazo sobre el hombro de Marañón, desnudo, se bañó en el agua del río. Marañón lo hizo en calzoncillos por respeto al Rey.

Hoy el Plan Hurdes, va levantando el telón de la ignorancia, creando escuelas, misiones culturales, repoblando los estériles campos, abriendo carreteras, comunicando a los pueblos con teléfonos luz eléctrica en todas las alquerías y un apretado programa de realizaciones que en fecha próxima hará que el hurdano se sienta feliz, a gusto y contento en la tierra que le vio nacer.

Termino con una copla hurdana que me ha enseñado mi madre, anciana de 85 años y que su vida, mejor su infancia, la pasó entre hurdanos con un sacerdote, tío suyo, que le enseñó muchas y que las recuerda con cariño: No conozco, ni ella, su autor. Me dice que fue un hurdano.

Lo sé jurdanilla,
si no lo supiera, no vendría
toítas las noches, gateando
por riscos y sierras.
Na mas que pa verte y hablarte siquiera
pero tengo en el alma una pena
que me la envenena.

Hices que te casas, que por otro me ejas,
porque él es rico y yo soy un probete.
Yo lo quiero saber de ti mesma.
Imelo, no me tengas empachao, que por
duro y amargo que sea, mas amargo es la via
viviendo con este rescoldo que el alma me quema.

Primero te mato y me mato, que vel que otro
sea, el que se mire en la luz de tus ojos
negros como teas, y se pinte con el carmín
de tus labios, que paecen cerezas
y te estreche ese cuerpo de corza bravía,
jecho solo pa andar en la sierra.

Antes que el sol pinte del risco a la cresta,
ya estoy yo en el huerto, Jurdana de la Jondonera,
cava que te cava, riega que te riega,
ensartando cantares y coplas al tintín del caer
el agua en las peñas, haciendo una espuma que se
colorea con to los colores, cuando el sol acaricia
la cresta. Lo mismito que tu que te pones
cuando te jablo, encarná de vergüenza.

Pa ti será el huerto, Jurdana de Jondonera,
pa ti sera el huerto Jurdana, na mas que tu quieras.

Villanueva de la Sierra, Septiembre 1976

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