Rafael Luis Carballo López.
INTRODUCCIÓN.
La historia de la educación abarca amplias facetas más o menos estudiadas; más o menos conocidas, como pueden ser, entre otras muchas, las leyes, la organización académica, los manuales escolares. Estudios de los cuales, tanto a nivel nacional como autonómico, podemos encontrar amplia y diversa bibliografía.
Pero es la historia más particular, más próxima al alumno; esa historia de la educación en Extremadura, cercana a cada comunidad educativa particular, la que vamos a exponer en este trabajo; y lo vamos a hacer, mirando directamente al docente, enfocando nuestra atención en la figura del maestro; más concretamente, centrándonos en la maestra, en el agente femenino de la educación.
Ni que decir tiene que la mujer ha ejercido y ejerce un papel sumamente relevante dentro de la profesión docente, destacando por encima de la figura masculina en cuanto al número de personas que a esta profesión, a este arte, encaminan sus vidas.
Sin embargo, ese papel destacado ha quedado históricamente relegado a un segundo plano, por detrás de la figura masculina, en cuanto al reconocimiento público del que han sido objeto; escaso reconocimiento nunca motivado por falta de méritos, que sobradamente reconocemos y atribuimos, sino más bien por la apatía con la que durante lustros, la sociedad ha dado la espalda al valor social del papel de la mujer.
Y ese escaso porcentaje quedó nuevamente revalidado cuando realizamos el estudio sobre la denominación de los centros de enseñanza de la provincia de Badajoz.
Nuestro campo de investigación se centra, por tanto, en los centros educativos de Badajoz y su provincia.
Del más de medio millar de centros de enseñanza de toda la provincia, ciento veinticinco llevan nombres de algún personaje extremeño de nacimiento o adopción; y de estos, tan sólo diez llevan el nombre de una mujer, de una extremeña. Nuestro análisis quiere profundizar un poco más en la figura docente femenina y así, a modo comparativo, constatamos como la figura del docente masculino pacense aparece en la denominación de cerca de una treintena de centros en toda la provincia; mientras que el número de centros con nombres de maestras extremeñas en la provincia pacense es tan sólo de cinco.
Este exiguo porcentaje pone de manifiesto, una vez más, el escaso prestigio que, a través de su denominación, los centros educativos de la provincia de Badajoz dan a la figura femenina extremeña. Postura motivada, sin duda, como ya hemos matizado, por el escaso reconocimiento social que se daba a las mujeres en las fechas, ya lejanas, en las cuales estos centros obtuvieron su denominación actual.
Pero ¿Quiénes son esas cinco destacadas maestras? En su momento, durante el proceso de investigación que concluyó con la publicación del libro[1] en el que basamos este particular análisis, dar respuesta a ésta y similares preguntas fue una ardua tarea motivada por el escaso y en ocasiones nulo conocimiento que en los centros existe sobre la vida y obra de las personas de la que reciben su nombre.
Hoy, solventada la incógnita, rescatamos aquí los relatos biográficos de esas cinco maestras, todas ellas, comprometidas con el tiempo que les tocó vivir, mujeres sabedoras de la trascendental importancia que la educación tiene para el desarrollo futuro de los pueblos; y lo hacemos con la convicción plena de que estas cinco mujeres representan a toda una generación de maestras que, aun no teniendo placa en la puerta de ninguna escuela, son acreedoras de esa deuda en forma de gratitud que la sociedad ha contraído con ellas.
Este es por tanto un trabajo de historia y de historias, cinco historias singulares que juntas forman parte de la historia de la educación en Extremadura; una tierra que ha aportado a la Historia con mayúsculas numerosos personajes universales; pero también, una Extremadura de mujeres y hombres sencillos, como estas maestras, las cuales, en sus pequeñas poblaciones y en su día a día, han ido forjando, casi desde el anonimato, no solo su biografía particular, sino además, la historia de sus pueblos y ciudades; y por tanto, la historia más particular de esta tierra extremeña. Maestras que con su huella pedagógica, cincelada hoy a modo de recuerdo en las placas de las puertas de los colegios de Badajoz, bien merecen un puesto en los anales de la historia de la educación en Extremadura.
Cinco relatos biográficos de maestras que formaron a varias generaciones de hijos de esas localidades; docentes que dejaron huella para la eternidad; como decía el historiador y filósofo norteamericano Henry Adams cuando afirmaba que, “el maestro deja una huella para la eternidad, nunca puede decir cuando se detiene su influencia”; y por otro lado, maestras cuyo legado de valores pedagógicos, con el paso de los años, con el transcurrir del tiempo, ha caído en el olvido en los centros a los que dan nombre y hoy apenas las conoce nadie, cumpliéndose así las palabras del Premio Nobel Santiago Ramón y Cajal, cuando afirmaba “… concluida la ardua labor seremos olvidados como la semilla en el surco; pero algo nos consolará al considerar que nuestros descendientes nos deberán parte de su dicha y que, gracias a nuestras iniciativas, el mundo, es decir, aquella minúscula parte de la naturaleza, objeto de nuestros afanes, resultará un poco más agradable e inteligible”.
Un recuerdo, un homenaje que, a través de estas líneas, a través de estos cinco relatos biográficos, queremos hacer extensible a todas esas maestras extremeñas anónimas que a lo largo de la historia, con su saber hacer pedagógico, con su arte de enseñar, construyeron un mejor futuro para varias generaciones de extremeños.
RELATOS BIOGRÁFICOS
María Josefa Rubio López – Colegio Público María Josefa Rubio – Esparragalejo -Badajoz-.
Nace el día 6 de mayo de 1896 en Olivenza -Badajoz-. Hija de Manuel Rubio y de Cándida López.
Comienza los estudios en su localidad natal y desde allí pasa a Badajoz, donde cursa estudios de magisterio. A los diecisiete años ya ejercía como maestra nacional interina en la localidad de San Benito -Badajoz- y posteriormente, también siendo interina, recorre varias localidades de Extremadura; entre ellas, Alconchel, Cheles, San Vicente de Alcántara, Santa Marta, Esparragalejo.
En su destino de Esparragalejo, lugar donde su primera estancia duró aproximadamente año y medio, conoció a quien se convertiría en su esposo, Francisco Sánchez, de profesión labrador; contrayendo ambos matrimonio en Olivenza en 1925.
Una vez aprobadas las oposiciones de magisterio es trasladada a Galicia, donde imparte, durante tres años, clases en la localidad de San Pedro de Sarandon -La Coruña-.
Tras este periodo regresa a Extremadura, ya con plaza en propiedad, y lo hace a la localidad de Jola -Cáceres-, lugar donde permanece tres años.
En 1933 solicita y obtiene traslado a la localidad de Esparragalejo, donde toma posesión de su plaza de maestra.
Tres años después de regresar a la localidad de su esposo estalla la Guerra Civil española y durante el conflicto, Doña María Josefa Rubio, tiene que impartir clases por las mañanas a las niñas y por las tardes a los varones.
Durante este periodo de su estancia en Esparragalejo, fue nombrada secretaria de la Sección Femenina y Subsidio al Excombatiente.
Una vez finalizada la Guerra Civil, vivió en una casa propiedad del Ayuntamiento de Esparragalejo; allí daba clases, en el doblado[2] de la misma, a un total de noventa alumnos, lecciones impartidas en condiciones bastante inadecuadas y con una gran carencia de materiales apropiados para tal fin.
Por las mañanas, en esos espacios poco adecuados para la misión de enseñar[3], Doña María Josefa Rubio, daba clases de lectura y matemáticas y durante las tardes, impartía clases de materias como costura y religión, siendo auxiliada por sus hijas Cándida y Antonia.
Al cabo de los años se construyeron locales destinados a las escuelas, por ello, se solicitaron más maestros por la autoridad local competente en aquella época, llegando a Esparragalejo, tres nuevos docentes. En ese momento, María Josefa Rubio, ejercía de maestra y directora del grupo escolar.
Entre las actividades que esta maestra organizaba destacaba el teatro que, además de su finalidad educativa, tenía el objetivo de recaudar fondos con el fin de adquirir libros y material para las escuelas.
En 1966, a la edad de setenta años, Doña María Josefa Rubio se jubila, siendo homenajeada por sus compañeros, por sus antiguos alumnos y por todo el pueblo de Esparragalejo, por la gran labor desarrollada; así como, por haber logrado impartir la enseñanza a tres generaciones de esparragalejanos.
María Josefa Rubio López, falleció en Esparragalejo en 1988, a los noventa y dos años de edad.
Carmen González Guerrero. Colegio Público Carmen González Guerrero. Los Guadalperales -Badajoz-.
Nace en Los Santos de Maimona -Badajoz- el 5 de mayo de 1923, en el seno de una familia[4] humilde, siendo la menor de cuatro hermanos. Su padre, Juan González Luna, fue jornalero, y su madre, Carmen Guerrero Reyes, era modista.
Desde pequeña muestra un gran interés a la hora de estudiar y adquirir nuevos aprendizajes. Tanto fue así que, como anécdota, contaremos aquí que, cuando sus padres le encargaban comprar churros, su parte la ahorraba para comprar material escolar, diciendo en casa, para no preocuparlos, que los churros suyos se los había comido por el camino.
Gracias a sus aptitudes para los estudios, su maestra, hizo lo posible para que se le otorgara una beca y pudiera estudiar bachillerato y una carrera. A pesar de que se le concedió la beca, ella contribuiría en los gastos impartiendo clases particulares, a lo largo del curso escolar, y trabajando como telefonista, durante los veranos, en el balneario de El Raposo.
En 1939 aprueba el examen de ingreso en el Instituto Nacional de Segunda Enseñanza de Badajoz. Allí hasta 1945 cursa bachiller[5]; posteriormente estudia magisterio con un expediente inmejorable.
Cuando termina la carrera comienza trabajando como maestra interina por pueblos de toda la provincia de Badajoz; entre ellos, en Cortegana, Bienvenida, Benquerencia.
Fue en el primero de los pueblos mencionados, Cortegana, donde conoció a Isidro Nieves de la Rosa, con quien contraería matrimonio, fruto del cual tendrían dos hijas.
En aquella época estuvo también en algunas escuelas, como la de La Campiña de La Varse, de difícil desempeño. Esta era una escuela unitaria con una gran cantidad de alumnos matriculados, pero en la cual, por su situación, el número de alumnos que asistían a las clases eran muy variables. Para llegar a la escuela, los niños, tenían que recorrer grandes distancias, incluso cruzar un río, por ello, dependiendo de las condiciones meteorológicas, en numerosas ocasiones no todos podían llegar hasta allí.
Trabajó durante doce años en la provincia de Soria, con destino en Fuentearmegil. No obstante, de septiembre a noviembre de su primer año, por un error, tuvo que dar clases en la localidad Soriana de Leria, un pueblo de muy difícil acceso y desaparecido poco después, en el cual, solo tenía un alumno. Dadas estas condiciones decidió, con la conformidad de los padres del niño, llevárselo al municipio de Yanguas de lunes a viernes, donde ella residía, dándole las clases en su casa; regresando el alumno, durante los fines de semana, a Leria, a su domicilio familiar.
En noviembre de ese mismo curso empezó a trabajar, por fin, en Fuentearmegil, donde impartiría clases, también, en una escuela unitaria, hasta el fin de su estancia en Soria. En aquella época era muy frecuente que, en pueblos tan pequeños, las niñas no continuarán con los estudios una vez finalizada su etapa escolar. Sin embargo, Doña Carmen, habló con numerosos padres para convencerles de la importancia de la educación y animarles para que sus hijas siguieran estudiando, consiguiendo así que, algunas alumnas, fueran más allá de la educación primaria.
Tras aquellos doce años regresó a su tierra, ejerciendo en la localidad de Los Guadalperales -Badajoz-, donde trabajó hasta su jubilación.
Su vida no destaca por un hecho relevante, sino por el día a día en el trato con sus alumnos y sus familiares, por su entrega, por su servicio; por su disponibilidad para ayudar a solventar problemas, ya no sólo culturales, sino cualquier tipo de situación que estuviera en sus manos; en ella, en Doña Carmen, las gentes del pueblo podían encontrar un ser cercano y comprometido con su entorno.
Antonia Eulalia Pajuelo Díaz. Colegio Público Eulalia Pajuelo. Campillo de Llerena -Badajoz-.
Nace en Badajoz, hija de Juan Pajuelo y Julia Díaz fue la mayor de cuatro hermanas -Eulalia, Rosa, María y Teresa-. Desconocemos la fecha de nacimiento. Estudió magisterio en su ciudad natal y aunque tampoco tenemos fechas exactas de los años de su formación, si nos constan datos relevantes de su obra, de su labor docente en Campillo de Llerena, pueblo pacense, cuyo colegio lleva hoy su nombre.
Doña Eulalia Pajuelo, como era conocida en esta localidad, llegó a Campillo, procedente de Garlitos, sobre el año 1920 allí, sus comienzos no fueron fáciles; su trabajo como maestra lo desarrollaba en un local con unas condiciones muy poco favorables para tan ardua labor, como reflejó el anónimo cronista de Campillo el 10 de julio de 1924 en el Correo de de la Mañana[6]. En ese mismo periódico, el 15 de junio del mismo año, aparecía una crónica, en la cual, se ensalza públicamente la labor de Doña Eulalia y sus dotes para la enseñanza[7].
La lucha de esta maestra no solo se centraba en que sus alumnas adquiriesen los conocimientos básicos de la cultura, sino que lo hicieran en unas circunstancias adecuadas para tal fin; por ello, gracias a sus esfuerzos, consiguió que trasladaran la escuela a un local que sin dejar de ser impropio, no hay que dejar de destacar que las alumnas tenían que llevar sus propias sillas; aun así, era algo más apropiado para tal fin. También esta maestra consiguió recaudar algún dinero para paliar estas y otras deficiencias.
Doña Eulalia no era una mujer de ideas políticas definidas, pero si era una persona profundamente religiosa, hasta el punto de negarse en una ocasión a retirar el crucifijo colgado en la pared de su escuela. También era una amante del teatro, creó una compañía infantil con la cual represento varias obras en el pueblo.
Su personalidad, su carácter fuerte y su sentido del deber, llevaban a esta maestra a que, cuando alguna de sus alumnas faltaban a clase, se presentase en sus casas y se interesase por el motivo de tal ausencia, enfrentándose a los padres y reprochando su falta de responsabilidad si consideraba que el motivo de la ausencia no era suficientemente justificado. En este sentido, destacar su lucha por garantizar y convencer a las familias del derecho de las niñas a la educación.
Doña Eulalia, como tantos maestros de aquella época, dedicaba su tiempo, más allá de la jornada escolar, a sacar adelante a aquellas niñas que tenían mayores dificultades.
Tras más de una década en Campillo, el curso de 1934 fue el último que Doña Eulalia impartió clases en esta población pues, el curso siguiente, se trasladaría a Badajoz. Nunca perdió el contacto con Campillo de Llerena así, en el verano de 1936 acompañada de una amiga, decide pasar unos días de vacaciones en Campillo. Durante su estancia estalla la Guerra Civil, su amiga decide regresar a Badajoz, pero ella cree encontrarse más segura en el pueblo que durante tantos años había sido su casa y así lo hace, se queda en Campillo. Esta sería una trágica decisión, pues allí, es detenida junto con el párroco Baltasar de la Cruz y Cruz y otros treinta y siete feligreses y, tras varios días de cautiverio, en la madrugada del 24 al 25 de agosto es trasladada, en un camión descubierto, a Higuera de la Serena donde fue fusilada y enterrada. Poco tiempo después, sus restos fueron trasladados a Campillo e inhumados en la Ermita del Divino Señor, donde permanecerían hasta los años sesenta, fecha en la cual, fueron trasladados a un panteón construido en la Iglesia Parroquial[8]. Nunca fue entendida esta muerte entre los vecinos de la localidad pues, Doña Eulalia, fue una persona muy querida y respetada por todos por su entrega y abnegación.
Isabel Casablanca Casablanca. Colegio Público Isabel Casablanca. Villagonzalo -Badajoz-.
Nace el 9 de julio de 1942 en Villagonzalo -Badajoz-. Hija de Antonio Casablanca, de profesión agricultor, y de Rosa Casablanca; es la pequeña de tres hermanas.
Inicia sus estudios en el Colegio Sagrada Familia de Las Josefinas en Badajoz y posteriormente cursa estudios de magisterio en la escuela La Inmaculada Concepción en Granada donde, en 1961, obtiene el Titulo de Maestra[9].
Comenzó muy pronto a ejercer la que era su vocación y profesión, la enseñanza. Aprobó las oposiciones y trabajó durante algún tiempo en Guareña -Badajoz- y más tarde en su pueblo natal Villagonzalo donde también, tiempo después, ejercería como directora.
Con la entrada de España en la Unión Europea, obtiene un premio por un trabajo de aula sobre esta temática; este premio, le permite viajar con sus alumnos a Palma de Mallorca.
Fue muy querida en su pueblo, no solo por su trayectoria profesional como docente de varias generaciones, sino además, por su labor social, participando en numerosas actividades; entre ellas, como catequista de niños de primera comunión.
Isabel Casablanca Casablanca, falleció en Villagonzalo el 18 de Octubre de 1987.
A propuesta de sus paisanos, el Excelentísimo Ayuntamiento de Villagonzalo, en sesión ordinaria del día 20 de diciembre de 1989 cambia el nombre del Colegio Público Pío XII pasando a llamarse, desde esa fecha, Colegio Público Isabel Casablanca.
María Josefa Barainca Fernández-Nespral. IES María Josefa Barainca. Valdelacalzada -Badajoz-.
Nace en Badajoz el 30 de noviembre de 1917. Hija primogénita de Casimiro Barainca, dentista de profesión[10], y de María Fernández-Nespral[11], de cuyo matrimonio nacieron otros cuatro hijos.
En Badajoz, María Josefa Barainca, realiza toda su formación. Allí cursa los estudios primarios, los de bachillerato y los estudios de magisterio; terminando, estos últimos, en 1935.
Al comienzo de la Guerra Civil, para evitar la tragedia que claramente se adivinaba, las familias Barainca y Fernández-Nespral, deciden su traslado a la vecina ciudad de Elvas en Portugal, hasta que se apaciguase la situación en Badajoz.
Junto a su familia, María Josefa Barainca, se traslada a vivir a la cercana ciudad portuguesa donde alquilan una casa que, por sus dimensiones y estructura, pueden compartir con independencia con la familia Fernández Chiralt.
A finales de 1936 toda la familia regresa a su vivienda en Badajoz, incorporándose entonces como enfermera voluntaria y Madrina de Guerra, junto a sus tías Nati y Mercedes y su hermana Carmina.
La localidad pacense de Castilblanco fue su primer destino[12] como maestra interina; allí toma posesión el 2 de abril de 1940 y estuvo hasta el 31 de julio de 1942. De ese destino, María Josefa Barainca, recordaba “Estaba recién acabada la guerra civil española cuando tomé posesión de mi primer destino. Encontré unos niños llenos de hambre y miseria a los que importaba más un pedazo de pan que cualquier enseñanza. La tarea pues, era difícil pero con un poco de imaginación y un mucho de constancia mi escuela tenía vida”[13].
Una vez aprobada las oposiciones obtuvo destino, como maestra provisional, en Torre de Miguel Sesmero -Badajoz-, donde permanece un año y cinco meses, hasta diciembre de 1943. De allí pasa al sur de Badajoz, a Jerez de los Caballeros, también como provisional, estando en este destino dos años y nueve meses, hasta que, como propietaria definitiva, es trasladada a Valverde de Leganés -Badajoz-, tomando posesión y cesando simultáneamente en este destino, para regresar a Jerez de los Caballeros en donde, por no haber sido desplazada, permaneció un año más.
En octubre de 1947 fue destinada a La Dehesilla, en la provincia de Cádiz, donde permanece hasta junio de 1950.
Con el objetivo de acercarse a su tierra y a su familia, solicita regentar una de las nuevas escuelas que el Instituto Nacional de Colonización iba a crear en los pueblos nuevos del Plan Badajoz[14]. Para ello, tuvo que asistir en Madrid a un cursillo de orientación agrícola, después del cual fue destinada, en junio de 1950, a La Vara y El Condado, dos fincas que el Instituto Nacional de Colonización iba a transformar de tierras de secano, improductivas, desérticas e inhóspitas en verdaderos oasis de vida. Unos años después, en 1954, este lugar ya tenía su nombre propio Valdelacalzada.
De este destino, la Señorita Mari, como era conocida en el pueblo decía “si necesitados estaban los niños y escuelas de mis primeros destinos, los de éste no lo estaban menos. Eran familia venidas de numerosos pueblos de la provincia y de otras provincias alejadas de la nuestra. Solo traían lo indispensable para poder instalarse en unas viviendas prefabricadas -barracones-, en tanto se construían las verdaderas y definitivas. Habían dejado el pueblo que les vio nacer, familias y amigos, en donde el horizonte era escaso, sobre todo para los hijos, para venirse a unas tierras extraordinarias por su fertilidad”. “Los dos maestros que llegamos entonces y el sacerdote fuimos muy bien acogidos. La escuela, habilitada a tal efecto una casa en construcción, estaba a reventar de niñas, a veces pasaban del centenar. El horario era imposible de respetar a veces, si pretendía llegar a todas y cada una de ellas”[15].
Durante todos esos años de destino en Valdelacalzada, realiza muchas actividades socio-culturales con los niños y las familias; entre ellas, trabaja el huerto escolar y el teatro. Primero ejerce en una escuela unitaria de niñas; y con la llegada de la EGB, se dedica a enseñar en lo que se conocía como segunda etapa. Siempre dio un ejemplo de constancia, fortaleza, amor y dedicación a todos en medio de las muchas dificultades de la época. Con su esfuerzo, consiguió que muchas alumnas continuaran estudios de bachillerato y enseñanza superior; sobre todo, estudios de magisterio, vocación que ella, con su ejemplo, les infundió.
Allí en Valdelacalzada, la Señorita Mari, permaneció hasta el 31 de agosto de 1977, fecha en la cual, por motivos de salud, se traslada a Badajoz dejando en este pueblo una honda impronta de su magisterio.
Ya obtenido destino en la capital, trabaja primero en el Colegio Público Lope de Vega y más tarde, obtiene su último destino, hasta su jubilación en 1983, en el Colegio Público Santa Marina.
Por su labor docente y su entrega personal, María Josefa Barainca, obtuvo diversos galardones; entre ellos, en 1973 le fue otorgado por el Ministro de Agricultura el ingreso en la Orden Civil del Mérito Agrícola, en la categoría de Lazo. También tuvo varios reconocimientos educativos como los Votos de Gracia que le otorgó el Consejo de Inspección en diciembre de 1982. En 1983, le fue solicitado por sus antiguos alumnos; por distintas asociaciones de padres; por los claustros de los Colegios Públicos Adolfo Díaz Ambrona de Valdelacalzada y Santa Marina de Badajoz; y por la Jefatura Provincial del Instituto Nacional de Reforma y Desarrollo Agrario, la Concesión de la Medalla de Alfonso X el Sabio al Mérito Docente.
María Josefa Barainca Fernández-Nespral, de estado civil soltera, falleció en Badajoz el 27 de marzo de 1992.
EPÍLOGO.
Hasta aquí los cinco relatos biográficos de estas extremeñas, educadoras de profesión, maestras que forman parte de la historia de la educación de Extremadura; mujeres que, en un momento histórico concreto y en ambientes de dificultad, con gran escasez de recursos, influyeron tanto y tan positivamente en sus contextos que, el pueblo, en palabras de Santiago Castelo “para perpetuar su memoria entre las futuras generaciones, quiso honrarlas en el lugar más destacado, como no puede ser otro que la puerta de la escuela; y sin embargo, en muchas ocasiones ha sido lugar de olvido”.
Mujeres que en algunos momentos ejercieron su profesión en condiciones distintas a las de sus colegas masculinos y con connotaciones diferenciadas, no sólo durante su ejercicio profesional sino ya incluso desde mucho antes, desde su formación.
Docentes que tuvieron que atravesar muchas vicisitudes de carácter político y socio-económico, llegando a convertirse en seres apasionados que soñaron con regenerar a un pueblo en muchas ocasiones sumido en la penuria cultural, yendo más allá de un currículo rudimentario de alfabetización y cálculo.
Maestras que regentaron la autoridad cultural de la Extremadura rural. En todas ellas concurrían actitudes de un componente ético importante, conducta intachable, entrega, servicio; en una palabra, vocación, actitud para ayudar a resolver los problemas de un pueblo; las dificultades de unas gentes quienes, sobre todo en aquellos años de mitad del siglo pasado, encontraron en el maestro, en la maestra un ser cercano comprometido con su micro sociedad rural.
Mujeres, pedagogas, luchadoras, educadoras, cinco docentes que, hoy por hoy, hasta estas fechas son las únicas en la provincia de Badajoz que tienen el honor de ceder sus nombres para la denominación de centros de enseñanza; mujeres que, por tanto, ostentan, el merecido reconocimiento de ser Maestras con Escuela.
[1] Este estudio “Maestras con escuela”, hasta ahora inédito, está basado en el trabajo de investigación que referenciamos: CARBALLO LÓPEZ, Rafael Luis: Tras la placa de la escuela. Personajes extremeños tras la denominación de los centros de enseñanza de la provincia de Badajoz. Pinceladas biográficas. Badajoz, Tecnigraf Editores 2013.
[2] Con este término, en Extremadura se conoce al piso superior de la vivienda, desván. Normalmente de poca altura, muchas veces menor que la de una persona de pie. Suele tener el techo inclinado según la inclinación de la cubierta y aunque el piso bajo esté cubierto mediante bóveda, el doblado no la posee.
[3] Me vienen a la memoria las palabras de Luis Bello Trompeta en su Viaje por las escuelas de Extremadura. Ed. Rescate, Badajoz, 1994. Edición de E. Lemus“¿Cómo pueden encerrar tantas horas en cuartos húmedos, sin luz ni aire, a unas criaturas que no han hecho daño a nadie y a unas pobres maestras cuyo único delito consiste en haber aceptado los innumerables sacrificios que exige su carrera?”
[4] Registro Civil de Los Santos de Maimona. Sección de nacimientos tomo 46, folio 476.
[5] Archivo Histórico Provincial de Badajoz. Expediente de bachillerato nº 20.847.
[6] “Una de las causas del hastío y la indolencia de la vida pueblerina, acaso la principal y la más fuerte de todas, es sin duda alguna el lamentable olvido, el cruel abandono, la incuria y apatía con que suelen ser tratados, mirados y regidos los que en ellos viven. El alejamiento por parte de quien tiene el deber de mirar y cuidarse de su vida intima, de su vida espiritual, o la incapacidad para regirlos, contribuyen de poderosa manera a perpetuar ese letargo intelectual, esa anulación cerebral, esa anestesia del alma que por espacio de muchos años ha sido el sello distintivo, “la marca”, digámoslo así de pueblos como este de Campillo de Llerena, donde el eterno olvido por parte de casi todos le ha impedido vivir como merece quien vive en pleno siglo XX. Vivir y trabajar a “lo inconsciente” sin preocuparse de pensar, sin saber que el hombre debe saber algo más que el manejo de la hoz y la mancera, es vivir tan atrasados, tan lejos de la realidad de la vida de nuestro siglo, tan distanciados de la cultura y el progreso, que quien así vivía bien pudiera decirse que estaba dormido. Y esto es lo que sucedía en este pueblo, en este pueblo que despierta afortunadamente merced al poderoso impulso de una sola voluntad, gracias a la constancia y el taxón de la cultísima y distinguida maestra nacional, que por bien de todos le cupo en suerte tener: Doña Eulalia Pajuelo Díaz -así se llama nuestra maestra-. Es el alma y la vida de este resurgimiento que se inicia entre nosotros al amparo de sus incomparables dotes pedagógicas, de su clara inteligencia, de su férrea voluntad para todo lo que significa amor al trabajo y al estudio, para todo lo que sea velar por la vida intelectual, por la única y verdadera vida humana.
Gracias a ella y su constante labor, podemos decir que el analfabetismo, ese tan frecuente como doloroso mal de nuestros pueblos, va poco a poco desapareciendo aquí, proporcionándonos a los que disfrutamos del incomparable don de entender lo escrito en nuestra lengua, el sabroso placer de ver leer a una niña que apenas si tiene edad para ello, mientras nos duele el alma de saber que la mayoría de los padres de ellas siguen -por lo que a la lectura se refiere-, en el mismo estado que los animales de que se sirve para cumplir con sus rudas faenas del campo. Sin sentir la verdadera vocación que selecciona y escoge nuestras almas para los fines que nacieron; sin pensar en esa vocación de nuestra maestra, es difícil pensar y encontrar tanto amor, tanto celo, tanto entusiasmo, tanto tesón, tanta voluntad y tanta resistencia física y moral para cumplir como esta nuestra doña Eulalia sabe cumplir constantemente, prodigándose, multiplicándose, excediéndose inclusive en el cumplimiento de sus deberes de enseñanza, que bien pudiera decirse que derrama amor al trabajo intelectual y derrocha energías en favor de este pueblo tan necesitado, que percatado plenamente de su fecunda labor, la quiere y la respeta, como la protectora de las inteligencias que nacen en las mujeres de mañana. Condenados por el abandono de quien tenga la misión de proporcionar escuelas a la moderna, a soportar generación tras generación, locales de escuelas que en cualquier pueblo culto y celoso del saber de sus hijos los rechazarían para caballerizas; teniendo que soportar locales para escuelas sucios, antihigiénicos, pequeños, y por viejos y mal cuidados, ruinosos; sin material docente alguno en la escuelas de niñas, y esta dada en un desván a falta de un local adecuado y propio, sin más atractivo, en fin, para la enseñanza que su cultura y afición por ella, sabe nuestra maestra estimular tanto la afición al saber en sus niñas, que la que va a recibir sus lecciones vuelve siempre y vuelve preocupada, obsesionada por las cosas que de su profesora aprende diariamente. Con el fin enaltecedor de allegar recursos para proporcionar asientos para sus alumnas, asientos que no tiene esta escuela de niñas, con el inagotable deseo en ella de hacer más agradable la difícil misión de enseñar, con la preocupación única de cumplir con sus deberes docentes, tratando de proporcionarse para sus niñas y su escuela lo que el Estado tiene o debiera de tener la misión de dar, no omite medio alguno ni desperdicia ocasión hasta habernos proporcionado el placer de poder aplaudir la numerosa compañía infantil de teatro que ella ha creado, dirigido y enseñado.
Días atrás hizo representar por su compañía dos exquisitas obras teatrales, donde no solo los niños, sino los hombres ya mayores, pueden aprender lo que es la virtud y el sacrificio por el bien ajeno, lo que es nuestra religión, fundamento del cariño y base única, firme y potente, del bien de una sociedad.
Una de las obritas representadas se titula Fabiola.
En ella, que se remonta a los lejanos tiempos de las persecuciones cristianas por los emperadores romanos, acopla con su talento artístico de tan maravillosa manera los trajes de las niñas a las necesidades de la época, en que el autor desarrolla su obra, que sin galantería ni exageración podemos asegurar que no falta un detalle.
En ella lucen a porfía sus infantiles galas, tanto materiales como intelectuales, las niñas… Todas tan bien ataviadas, tan posesionadas de sus papeles, tan dominadoras de la obra, que aun a los más desconfiados de estos éxitos infantiles les hicieron pensar en lo mucho que es y vale una buena voluntad cuando cae en inteligencias que prometen tanto como las de las niñas antes mencionadas, pues fiando toda su labor a la naciente memoria, pudieron cumplir sus propósitos sin tener que lamentar ni la más leve equivocación, ni la omisión más insignificante. Fue un éxito rotundo, clamoroso; uno de los mil y mil motivos con que este pueblo cuenta ya para testimoniar de una manera perpetua la enaltecedora labor de su maestra, el bien que para todos va vertiendo a manos llenas, fomentando tan buenas costumbres y preparando las almas de sus discípulas para las dificilísima y espinosa labor de ser madres de un pueblo… Si con este pequeño elogio de los infinitos merecimientos de tan altruista y laboriosa maestra consiguiera al fin llevar a su ánimo el convencimiento de la gratitud de este pueblo; si alcanzara con ello la satisfacción que da el deber cumplido, procurando estimular más y más la meritísima obra que ya ha empezado de sacar de la ignorancia a quien en ella vivía, más por la culpa ajena que por la propia culpa, sería la única satisfacción a que aspira esta modestísima cronista, que, en el anonimato quiere disculpar su atrevimiento…”. Periódico El Correo de de la Mañana nº 3.224,10-VII-1924.
[7] “No debe quedar en silencio. Si en este pueblo no hay quien quiera dedicar unos momentos a ensalzar públicamente los méritos que adornan a su maestra nacional doña Eulalia Pajuelo, yo, que las cosas de Campillo las siento tan en lo íntimo como las mías propias, pongo en ristre mi ya olvidada pluma, cumpliendo con el deber que todo ciudadano tiene de dar a conocer las virtudes y preclaras cualidades de sus semejantes, para que en su tiempo cada cual recoja el premio de la obra que le está encomendada.
No conozco a la señorita doña Eulalia Pajuelo. No he tenido la satisfacción de hablar nunca con ella. Solo una vez y a distancia, he visto su figura.
Ahora bien: su obra en la enseñanza y su labor educativa la he podido apreciar en todos sus detalles.
Vive por la enseñanza y para la enseñanza, y con voluntad firme y levantados sentimientos labra en el espíritu lugareño de sus niñas, acostumbradas a la indiferencia y al abandono, las más delicadas concepciones de cultura y sensibilidad que las harán en su día la mujer de su casa; educada para el amor y el sacrificio de cuantos tengan la dicha de rodearla.
Con motivo del culto celebrado en la iglesia parroquial las Flores de mayo, la señora maestra ha desplegado una actividad inconcebible. Solamente tocándolo de cerca, se puede apreciar el esfuerzo hecho para llevar a un sin número de niñas de todas las clases sociales, amaestradas en el canto y el recitado como los mismos ángeles del cielo.
¡No cabe más, joven profesora! Aunque el Campillo lo llore, usted debe levantar el vuelo a regiones más elevadas.
Y vosotros, los que tenéis la fortuna de usufructuar esos méritos no hacéis nada demás aureolando su figura.
Vosotros, los que vais al frente de la vida pública, los que ocupáis puestos de preferencia en la dirección de los pueblos, pensad en lo que la ilustración y el progreso representan, en su vecindario, que sumiso acata vuestra falsa jerarquía, pensad en vuestros hijos, educados a la moderna, y entonces sabréis lo que os toca hacer, para que vuestra distinguida maestra no viva desconocida y olvidada”. –Un impertinente – El Correo de de la Mañana nº 3.203,15-VI-1924.
[8] Todos ellos fueron fusilados entre el lugar llamado cerrito y el cementerio de Higuera de la Serena, justamente en el puente. Sus cuerpos se sepultaron en una fosa común, previamente rociados con cal viva. Una vez exhumados del cementerio los trasladaron a todos a la ermita del Divino Señor y posteriormente, el 14 de marzo de 1964, sus restos son trasladados a la Parroquia de San Bartolomé Apóstol.
[9] Hace constar su suficiencia en la Escuela de Magisterio La Inmaculada Concepciónde Granada, de acuerdo con los artículos 101 y 103 del reglamento de escuelas de magisterio. Título de Maestra dado en Madrid el 31 de enero de 1961. Registro especial de la sección de títulos folio 9, nº 99. Ministerio de Educación Nacional.
[10] Descendiente de una saga de dentistas por parte de padre. Su abuelo, Casimiro Barainca Moreno, fue el primer médico odontólogo que se instaló en Badajoz, ya que hasta entonces, las muelas se extraían en las barberías.
[11] Su abuelo materno Faustino Fernández-Nespral Antuña, fue coronel de Carabineros, con una intensa vida militar, habiendo participado en la guerra de Cuba y en numerosas campañas en África.
[12] Todos los destinos están extraídos de la Hoja de Servicios emitida por la Unidad de Personal de la Delegación Provincial de Educación de Badajoz.
[13] Extraído del Curriculum Vitae redactado por María Josefa Barainca.
[14] “Las plazas de maestro de colonización tenían un doble atractivo: primero el material: una casa decorosa y una gratificación especial del I.N.C.; segundo el humano, dado que la eficacia de su labor repercutía enseguida sobre la vida del pueblo y gozaba de cierto respecto y prestigio. Pero en contraposición su magisterio presentaba una faceta también oscura: un sueldo escaso, unas aulas unitarias y un material ridículo”. TRAVER VERA, Ángel Jacinto: Historia cotidiana de Valdelacalzada: crónica, anecdotario y remembranzas, Badajoz, Tecnigraf Editores, 1998.
[15] Extraído del Curriculum Vitae redactado por María Josefa Barainca.