Oct 011973
 

Eleuterio Sánchez Alegría.

(Capítulos entresacados de su libro inédito «La última página de la historia de Carlos V: Yuste», escrito en Trujillo en 1958, IV centenario de la muerte del emperador)

I – LA SIERRA DE GREDOS
Elogio que de ella hace el Doctor Marañón

Dícese que allá por el año 1525, cuando Carlos V andaba preocupado por el sitio de Pavía, le arremetieron de pronto unas fenomenales fiebres que pusieron en guardia a sus médicos y entonces fue cuando recibió el consejo de que abandonase Valladolid e instalarse su Corte en Madrid. De hecho, don Carlos, el gran Quijote viviente, deshacedor de entuertos, siempre en guerra, «huésped de todas partes, viviendo palacios prestados,» no tomó ninguna determinación de momento, pero aquella insinuación no se echó en saco roto y así vemos que su hijo del rey don Felipe, a la muerte de la princesa María, resuelve trasladar la corte a Madrid el año 1545, el mismo año que el Papa Paulo III convoca el Concilio de Trento. Con una visión muy certera aquellos médicos de la España imperial habían intuido o experimentado ya la salubridad de nuestra futura capital, de aquel «Madrid, castillo famoso, que al rey moro aliviaba el miedo».

Así, pues, el descubrimiento de los aires puros y sanos de las sierras cercanas a Madrid ya estaba hecho en los esplendorosos siglos de oro, si bien ahora estén de moda el ponderar sus excelencias, con motivo de los deportes de sky y montañismo. De hecho, desde el principio de nuestro siglo XX se vienen cotizando y elogiando ambas sierras. La de Guadarrama, al ser más accesible a los madrileños, se convirtió pronto en el obligado centro de excursionismo. Algo más tarde lo fue también la de Gredos, esa formidable «columna vertebral de la tierra castellana», como con certera frase de médico diría el Dr. Goyanes, esclarecido especialista de la terapéutica del cáncer.

Parece que la promoción de esta Sierra se debe a la iniciativa de nuestro elegante y caballeroso rey don Alfonso XIII, empezando por crear el gran «coto nacional» de caza mayor y desde aquellas deliciosas alturas a donde ascendió decidido, según nos relata el marqués de la Vega Inclán, «considero con patriótica clarividencia que no tan sólo con ocasión de deportes, sino también desde otros muchos puntos de vista debía esta región privilegiada ser objeto de grande atención, de estudio y de intensa divulgación.»

En consecuencia, sobre la base del Sindicato de Turismo de Hoyos del Espino se fueron creando sucesivamente otros muchos sindicatos, que han sabido orientar el turismo en aquella zona, fomentando los deportes y acondicionando dignos hospedajes, que culminaron en el magnífico Parador Nacional de Turismo, situado en el delicioso paraje de un macizo central de la Sierra, a unos 1650 metros de altura y a poca distancia del río Tormes, acotado ahora para pesca de truchas, con sus cuarenta y dos habitaciones de todo confort, constituye el alojamiento ideal para disfrutar de la calma y el aire limpio de las grandes alturas y hasta para cazar allí la «capra hispánica.»

Guadarrama por ser más accesible fue muy pronto un centro de excursionismo por parte de los madrileños. Gredos tardó más en serlo, pero el gran interés que en ella puso ya de antiguo la Comisaría Regia del Turismo, luego el Patronato y ahora la Dirección General de dicho Ministerio, sea hoy en lugar favorito de muchos españoles, para pasar allí unas vacaciones y son ya bastantes los extranjeros que la frecuentan.

Y es que Gredos es algo extraordinario -nos dirá el Dr. Marañón- es la suma de todas las cosas sanas y admirables que encierra el clima de montaña, en todos sus aspectos y en todas sus altitudes. En ninguna parte del mundo se dan reunidos bajo un cielo tan maravillosamente azul, con un sol tan constante y hermoso, la dulzura de los valles templados de Arenas de San Pedro, los climas aún suaves, pero más tónicos y fuertes de la región de Piedrahita y Barco de Avila, y por fin toda la gradación de alturas, con toda la gradación de flores, que termina en las regiones empenachadas por las nieves perpetuas…»

Es preciso que sepamos cómo es éste tesoro y que cerca está de nosotros. Aún ahora, sin medios de comunicación fáciles, bastan dos horas de automóvil para llegar a los lugares de Guisando, sagrados para los españoles, donde empieza la bravía región; más allá está la comarca del Tiétar, de tan inmejorable clima y vegetación, que causa verdadera sorpresa a los que por primera vez la visitan.

Y aludiendo al viaje que hiciera por la Sierra de Gredos, en compañía del cirujano y biólogo Goyanes, autor de interesantes estudios sobre la región, escribía:«Hemos podido convencernos de las excepcionales condiciones sanitarias de la Sierra y sus valles, por su orientación, sus condiciones climatológicas, su hidrología, sus alimentos, etc. Todo allí es saludable y lo será más cada día, a medida que se multipliquen los medios de comunicación y con ello mejoren las condiciones de vida de los pequeños pueblos serranos, muchos de ellos casi totalmente aislados hasta hace poco tiempo.»

Y para especial satisfacción de los madrileños, añadía lo siguiente: «Las excepcionales condiciones sanitarias de Madrid, que todos los médicos hemos podido comprobar tanto en las circunstancias habituales como bajo los azotes epidémicos, se deben en gran parte a la proximidad de las dos grandes Sierras, Guadarrama y Gredos, que como pulmones colosales purifican sin cesar el aire que respiramos los habitantes de la ciudad, supliendo con la fuerza de su pureza y bien ayudado por el sol, las faltas de higiene, la escasa alimentación, los defectos del subsuelo y todas las circunstancias que serían desastrosas en otra ciudad lóbrega y mal aireada.»

Por tratarse de una autoridad tan grande cual es la del Dr. Marañón y por la relación misma que tiene con el tema que estamos tratando de las predilecciones de Carlos V por Yuste, copiaremos aquí el final de ese su elogio médico a la Sierra de Gredos: «la pedagogía moderna se da cuenta de todo lo que ha perdido en bondad el hombre al apartarse de la naturaleza. En ella está no sólo la salud del cuerpo sino la del corazón… Un proverbio antiguo de la India dice que «es una muerte absoluta irse de la vida sin haberse compenetrado con la verdad eterna de la vida.» Y esa verdad no ha de buscarse en el trajín de las ciudades, sino en el pleno campo, donde la propia vida se incorpora al ritmo universal y en donde, sin imágenes y sin templos, se encuentra en todas partes a Dios.»

II – LA VERA Y EL VALLE DE PLASENCIA
Elogio de la región

En enero de 1605 salía a la luz en Madrid la «Primera parte del Ingenioso Hidalgo D. Quijote de la Mancha» aparecía en Tarragona una «Segunda parte», debida al Licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, nada afecto a Cervantes, a quien ultraja en el prólogo. Era este autor, sin embargo un ilustre dominico, conocido hombre de letras y natural de Tordesillas. Años más tarde, en el 1627, publicaba una muy documentada e interesante obra: «Historia y anales de la ciudad y obispado de Plasencia.» De su libro I y capítulo V recogemos, pues, el siguiente fragmento, que tan alta idea nos da de esta doble región que tiene por espina dorsal la Sierra de Gredos:

«La Vera y Valle son de los sitios más deleitables, amenos y fértiles que hay en España y aún en Europa y Asia. Y si los griegos creyeron que estaban en España los campos Elíseos, habitación de los dioses y premio de los varones justos, a ninguna tierra se podían atribuir con mayor fundamento que a la Vera y Valle de Plasencia.Homero escribió que los campos Elíseos estaban en estos reinos. Y lo refiere Estrabón… Este gravísimo autor escribe una relación de los fénices, por la cual consta que Homero estuvo en España, el cual afirma no haber hallado entre todas las tierras de Europa y Asia, donde nació y se crió, provincia más a propósito de este paraíso gentílico que la meridional de España, donde experimentó que había con realidad y verdadera existencia la amenidad y Delicias que los poetas fingen de la corte de los dioses. Eforo escribió que en España ninguno andaba de noche, porque los dioses paseaban la tierra; y así, los que caminaban, se quedaban donde les cogía la noche. Pues si los antiguos pusieron el paraíso gentílico y los campos Elíseos en la parte meridional de España, por sus delicias y amenidades, a ninguna otra viene más a propósito ni con mayor propiedad que a esta tierra de Plasencia y su Vera y Valle, que, cayendo en la parte meridional, excede en abundancia de regalos de diferentes géneros que produce la tierra y en los aires y en las aguas saludables, que todo sustenta, deleita y causa recreación.»

En ese mismo siglo XVII, y concretamente en el año 1667, volvía a repetir al pie de la letra estos mismos conceptos -cosechados total o parcialmente en la «Historia General» de Rodrigo Méndez de Silva- el escritor jarandillense Azedo de la Berrueza, quien haciendo mención de esto, inicia el primer capítulo de sus «Amenidades, florestas y recreos de la provincia de la Vera alta y baja de Extremadura».

Un juicio más al día y también más imparcial, por tratarse de un extranjero, es el que nos da el francés Lucas Dubreton, en su estudio «La fin de Carles Quint», publicado en la «Revue de deux monedes», núm. 19, París, 1956: «La Vera de Plasencia parece un edén que se prolonga sobre los bordes del Jerte: jardines, árboles frutales y esta impresión de fertilidad, de naturaleza exuberante, nos acompaña a través de los innumerables vericuetos del camino que asciende a la Sierra. Después vienen las rocas salpicadas de robles… Aquí y allá olivares pálidos, cuyas hojas verdes, de verde metálico, contrastan con el gris de la tierra, atravesada de venas rojas que realzan el tono. Pocos pueblos. La atmósfera cristalina ahoga el paisaje sin destruir perspectivas. A lo lejos el perfil azulado de las montañas, con reverberaciones de nieve… En verdad que los románticos se equivocan, al afirmar que el emperador de ambos mundos se enterró en esta Tebaida; aquí existe una soledad sin desesperanza, sin ruptura con el siglo…»

III – COMISIÓN IMPERIAL QUE VISITA LA VERA DE PLASENCIA

1.

Después de los elogios antedichos a la Sierra de Gredos, a la Vera y el Valle de Plasencia, a nadie extrañara que una Comisión imperial, encargada «ex professo» por el emperador de que le buscarse en España un lugar ameno y de clima saludable, adonde retirarse a algún monasterio, eligiese preferentemente este paraje cacereño. Sin embargo, los que conozcan el delicioso Monasterio de Piedra, que es acaso la más grande maravilla de la naturaleza que hay en España, o el también admirable y extraordinario monasterio de Monserrat, se preguntarán por qué razón se prefirió entre todos a este extremeño, inferior incluso al de Guadalupe, ya que era un hogar tradicional de nuestros Reyes.

La respuesta no es nada fácil y aún se complican con otras cuestiones relacionadas con este mismo tema. Pero por de pronto sentemos el hecho de que Yuste fue preferido a todos los demás monasterios tan hermosos, que, aún entre los mismos frailes Jerónimos, había en España.

Se dice que allá por el año 1543 llegó la referida Comisión imperial a Plasencia y les gustó mucho la ciudad, por cierto, pero como el mandato del emperador era que le proporcionasen un lugar de verdadera quietud y apartamiento, desistieron de todo intento de buscarle allí alojamiento en el palacio del marqués de Mirabel, tan amigo del César, o en cualquiera de las muchas mansiones señoriales de tan hermosa ciudad, cuya «Isla» formada por el río Jerte tanto enamoraba a Felipe V, hasta el punto de que durante su breve estancia allí se generalizó la frase de «La Corte en la Isla y la Isla en la Corte».

Lo curioso es que dicha Comisión había recorrido ya bastantes tierras de Andalucía y Baja Extremadura y parece que estuvieron a punto de elegir para los planes del emperador un convento de franciscanos en Salvatierra de los Barros, que, si hubiéramos de creer a Pascual Madoz, «fue construido a expensas de don Carlos, con el designio de acabar en él sus días». Carlos V ciertamente fue muy amigo de los franciscanos y sabemos que tenían por confesor a uno de ellos, llamado fray Colapio y que con ocasión de la Dieta de Worms se esforzó lo que pudo por conseguir de Lutero una retractación de sus errores, si bien fue vano su intento.

Desde luego, a un hombre sincero y noble como nuestro emperador no es de extrañar que le agradase este estilo de frailes, que se caracterizan más que otros por su pobreza y humildad. Pero por lo demás no tenemos datos suficientes para el hecho de que don Carlos edificase un convento a sus expensas, cuando él anduvo siempre en continuas peticiones de dinero a los procuradores en Cortes y que tanto le regatearon, según hemos visto. No obstante, afirmamos que no repugna tal suceso o confesemos nuestra ignorancia sobre este asunto. El caso es que la Comisión imperial decidió no aceptar tal convento como última morada del César Carlos, alegando que el clima era muy riguroso. Suponemos que aludirían al verano.

2.

Mas hay una realidad evidente y es que en torno a las dos Sierras de Guadarrama y Gredos, o no muy lejos de ellas, desde el siglo XVI se han construido todos los palacios, residencias de nuestros Reyes, Austrias y Borbones, y en efecto allí están bien airosos y galanos El Escorial, La Granja, Ríofrío, Arenas de San Pedro, Aranjuez, Boadilla del Monte, El Pardo, Toledo, y finalmente Madrid, capital de España… ¿Es que se percataron de las excelencias de las Sierras bajo el aspecto de salubridad, belleza natural, razones políticas de procedencia por ser el centro geográfico de la nación u otros motivos?. Toledo, por supuesto, ya había sido escogido desde muy antiguo como Corte de España, si bien ello obedece probablemente a razones estratégicas: ser el punto clave entre las dos Castillas, León y demás reinos.

En verdad, muchas son las cuestiones que se plantean y que nos llevarían muy lejos de nuestro propósito. Pero sirva lo apuntado para sugerir una razón más en pro de Yuste, lugar apartado es cierto, aunque no muy lejos prácticamente de Madrid y situado en la misma línea de Guadarrama y Gredos, pero además saludable, frondoso y ameno como el primero. Y por serlo, gustó a la Comisión delegada y todavía más al emperador.

Ya en el año 1667 afirmaba lo siguiente Gabriel Azedo de la Berrueza y Porras: «Se retiró, inspirado de Dios que le regía, dejando los tráfagos del mundo, a vida más quieta y sosegada; para lo cual, por consejo de sus astrólogos y grandes de su Corte, eligió para su descanso, dentro de nuestra España, la tierra de mejor cielo, más sana, más apetecible, amena y recreable que hay en toda Europa, que es fertilísima provincia (= región) de la Vera, donde sus tranquilos y suaves aires son puros y sanos y sus aguas regaladas».

Y en una visión que peca de exceso de extremeñísmo -el autor ya supone que se le tachen de «explosión de orgullo extremeñista»- nos dirá también en 1950 Elías de Tejada, catedrático de Derecho en la Universidad de Sevilla:

«… Si, como he dicho en otra parte, Felipe II viene a ser la retribución de Villalar y representa la encarnación cabal de las austeridades castellanas, Carlos V es el hombre que recoge el brío genial de Extremadura. Felipe fue el prototipo de rey castellano, intransigente hasta el fanatismo, adusto hasta lo hermético, dueña de sí mismo hasta lo estoico, enamorado paladín de una idea imposible ni más ni menos que su legítimo hermano Don Quijote; al paso que Carlos V viene desde Flandes para poseer toda su vida el sentido alegre y juvenil, andariego y afanoso de los conquistadores. A los versos del capitán Guzmán en la «Soldadesca» de Torres Naharro corresponden las jornadas del saco de Roma; a sus campañas de Argel y de Alemania, con indomable capacidad andariega, la indomable capacidad andariega de los conquistadores; Bárbara de Blomberg es la hermana de doña Marina: sus pecados y sus virtudes dan en los típicamente extremeños. Por su tempero espiritual, ya que no por su nacimiento, o su universalismo sin mengua de su ardoroso riesgo individualista, por todos sus pecados y por todas sus virtudes, Carlos de Gante es, más que emperador de Alemania, el único e incomparable gran rey de Extremadura.

No fue azar de la fortuna el que le trajo morir, ya viejo y gastado, a estos campos de Yuste. Su cansancio es de nuestro pueblo. Cuando se retira de la escena política porque a la hora de los arrebatos heroicos ha sucedido la de los planteamientos calculistas, Extremadura se retira del orbe americano porque también pasó la oportunidad para la creación individual y heroica.

Su agotamiento corresponden al agotamiento de Extremadura, su destiempo a nuestro destiempo. Su hora fue la nuestra en tanto grado, que, al enterrarse de su vida en la floresta de Yuste, dio un símbolo de enterramiento histórico de nuestra patria extremeña». («Tres escritores extremeños», Cáceres, 1950)

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