Oct 011978
 

Angel Paule Rubio.

21 de Septiembre de 1978

El amor de un padre fundado en lo material, no es amor. Traspasar lo caduco es el verdadero amor.

En un cruce de carreteras y a cien metros se levanta un edificio donde los niños canturrean, saltan y brincan cuál corzos lejos de la mirada feroz de la bestia salvaje. Estamos hablando no menos ni más que de esos muros donde la cultura, la educación y el aprender a conducirse por el camino o los caminos del Señor, cobijan a las cándidas almas de un par de centenares de corcillos encantadores.

Un patio central, unas palmeras, macho y hembra con amarillos dátiles apetecidos al extremo por los pícaros niños. Un naranjo, dos castaños de Indias, un gigantesco pino de dimensiones colosales con fresca sombra en los calurosos días de verano. Acacias, dos eucaliptos de olorosas hojas, que sirven de remedio para aliviar la tos de los recién nacidos bebes.

Cuatro casas, donde habitan cuatro profesores de los siete que componen esta Graduada.

En el centro del recinto, presidiendo día y noche, año tras año, una estatua. Un hijo de este pueblo. Un soldado vigilante. Nada escapa a su mirada. Inmutable, sereno, con destino cumplido, con misión gloriosa, con olor a santidad. Un mártir de la Patria.

Al fondo, una sierra. Dios Padre se llama. Parece que en otra ocasión diera nombre a la Sierra de Gata. Por allí holló con sus encallecidos y descalzos pies la egregia figura de San Pedro Alcántara. Hasta encontramos un paraje, que todos conocemos, como la Mata del Santo. Fue un día cansado de caminar con una cruz pesada sobre los hombros, sin fuerzas para continuar cayó en un éxtasis de amor, nuestro santo, San Pedro.

Una campiña de milenarios olivos dan sudor y pan a este pueblecito, que aunque todos lo conocemos, la Historia lo ha designado con el nombre de Villanueva de la Sierra.

Aquí vivía una de tantas familias incultas, sin apenas de letras, pero, eso sí, honrada y con amplios horizontes como los horizontes de las familias cristianas , perdidos en las inmensidades de lo infinito.

Esa está formada por un padre: Ambrosio Rubio, una madre, María Gallego y un hijo, Inocencio.

Este único hijo, nació en esta Lidia un 16 de septiembre de 1899.

El tiempo transcurre con el consabido cariño paternal. Poco tiempo dura esta paz. Dios llama a la madre, cuando Inocencio era pequeñín. Padre e hijo se amaron más entrañablemente y mutuamente en la esencia del amor. Así creció hasta convertirse en mozo, aunque no grande de estatura si de virtudes. Llegó la fecha de cumplir el servicio militar. Por estatura no alcanzaba la talla. Pero el tallador Benito Galindo, no sabemos razones, tal vez, como suele decirse, un golpe bajo, hizo que el mozo se estirase y fuera mozo soldado.

Ya es soldado. Cariño y posición social y no menos económica del padre le hicieron soldado de cuota de segunda. Estos sólo servían a la patria tres meses y seis meses en dos años sucesivos.

Fue destinado al Regimiento de Infantería Segovia No. 75, de guarnición en Cáceres. Alí encontró a un buen amigo, estaba de furriel del Regimiento, José Simón, superviviente.

Un permiso le trajo a su pueblo natal. Aquí y mientras se celebraba un acabijo en un molino aceitero llamado del Río, recibió la noticia de marcharse a Cáceres, ya que su Regimiento iba a marchar hacia Africa. La fiesta terminó como destruida por un fulminante rayo. El permiso había cumplido sin cumplir. Maleta, dinero, provisiones y sobre ancas de caballo a tomar el tren en la estación más próxima, para llegar cuanto antes a su destino. Otro soldado en iguales circunstancias de Pozuelo de Zarzón, llamado Urbano le acompañó, apellidado Plaza, quien le propuso quedarse en Cáceres escondidos debajo de un vagón. Él se negó y partió. Patriótico gesto. Urbanos se quedó en Cáceres en la Plana Mayor y con la banda de música, que la guerra no necesitaba.

Esto ocurría un 22 de agosto de 1922. Ya está en Africa. El lucha mientras el padre sufre. Pasaron unos días. Se aproxima el fin. El 4 de septiembre del mismo año moría a balazos, cuando su convoy se dirigía desde Melilla a Casabona. Los moros atacaron al convoy sin que pocos pudieron escapar. Fue un combate heroico, duro, según fuentes fidedignas. El lugar fue el Zoco Had de Melilla. Los moros se apoderaron de esta posición estratégica, que permaneció en sus manos hasta unos dos meses más tarde. Cuando pudo ser rescatada la posición una fosa común en Zoco de Viniseca ocultó a los valientes soldados. Fue su paisano, escribiente de la Compañía, quien notificó la muerte a su padre, Juan Corchero. Al conocer su padre lo ocurrido, con delirante pasión quiso marchar a Africa para recoger el cadáver de su hijo. No era fácil. Imposible diríamos en aquel entonces poder ir a Africa. Amigos y familiares, le indicaron que escribiera a su paisano y amigo Juan Corchero para que le indicara situación y forma del viaje. Al conocer esta decisión Juan le contesta, con el único fin de que no se pusiera en camino: «El cadáver de su hijo se ha retirado y esta debidamente enterrado por los camilleros de la Compañía.

El padre un poco consolado porque se temía que las fieras y el olvido dejaran en el campo el cadáver de su hijo, le envió 200 pta para que le pusiera una losa esculpida. Nada era verdad. Los moros permanecieron allí unos dos meses y los cadáveres se putrefactaban en los campos en espeluznante contemplación. Sólo se salvó de esta situación el Comandante del convoy D. Francisco Javier Quiroga Nieto, que no consintiendo un voluntario, que el cadáver de su Jefe fuera destrozado, no por las alimañas, sino por los enemigos, sabiendo el lugar exacto donde se encontraba y con grave peligro hizo una arriesgada operación de rescate en una noche sin luna. Quien me cuenta esta hazaña, me dice: «Un soldado casi sin talla, en una oscura noche se trajo hasta las tropas españolas, unas veces arrastrando, otras alumbró el cadáver de su comandante, hombre dos veces más alto y más grande que él».

Según un testigo presencial, un soldado de Arroyo de la Luz, apellidado Flores, los cadáveres en el momento de la retirada estaban descompuestos y enterrados en una fosa común.

El dolor del padre le llevó a pensar que su capital debería corresponder a los camilleros que recogieron el cadáver de su hijo.

Se interesó por la dirección de estos y donó su capital en partes iguales entre Cirilo Flores de Talaván y Antonio Contreras de Ciudad Real.

El entonces Juez, Macario Rubio, ofició a ambos por dos veces para que vinieran a hacerse cargo de la herencia correspondiente. Ambos sorprendidos por esta decisión, considerada como chistosa, se decidieron venir. Era verdad. El Juez entregó la herencia. El Sr. Contreras vivió de bar en bar, de venta en venta, hasta que disipó lo correspondido. No así Cirilo Flores, que hoy, superviviente, vive con el capital y del capital que nos ocupa.

Nadie había retirado aquellos cadáveres. No había lápida ni inscripción.

La mentalidad de un hombre de campo, rudo y sin letras, escudriñó al máximo las posibilidades para el bien de su hijo. Un monumento sin par, como símbolo externo. Una fortuna espiritual, como símbolo de eternidad.

Lo primero lo quedó plasmado en una genial estatua. Un bronce colosal. Lo segundo quedó hecho realidad al gravar sus fincas donadas por siempre en una cantidad suficiente para pagar el estipendio de un funeral cada año el día de su muerte y un Padrenuestro en todas las misas de los domingos y días festivos del año. Cosa que se viene realizando.

Sólo una finca escapó de este reparto. Aquí al lado de la Laguna y en el recinto del Egido, mandó levantar el monumento ya precitado. Aquí está presenciando la entrada y salida de los niños del Grupo Escolar.

El monumento es colosal, no en lo grande, sino en lo exacto, en la técnica, en el estilo. Es un fiel retrato.

En los talleres Mr y Ferrero, Fundidores de Madrid, se realizó esta estatua. Tamaño natural. Vestido de soldado. Con fusil y machete. Posición: descanso. Arrugueces en el pantalón Botoandora. Polainas. Expresividad en el rostro. Perfecto parecido en sus facciones. Venas de las manos abultadas. Nudillos perfectos. A pesar de que en el pie del bronce dice M. Rubirón 1927. La tradición del pueblo, el estilo, todo, dice que de Benlliure. Costó 35.000 pta.

Esta obra está sin catalogar. Creo merece un minucioso estudio artístico. Bellas Artes tiene la palabra. La inauguración del monumento se realizó con gran brillantez. Las primeras autoridades provinciales tuvieron la gentileza de enaltecer esta figura. Gobernador militar, Civil y Obispo. Oratoria sagrada, civil y militar, exaltaron las virtudes de un patriota, el amor de un padre y el homenaje de un pueblo. Fiesta religiosa y como no, profana. Se repartió dos litros de aceite y un pan a cada persona que asistió al acto. Su padre Ambrosio, emocionado, lloraba de tristeza y alegría, un sol y sombra, un amanecer y un atardecer.

Pensemos, contemplemos y profundicemos en la psicología de este padre que nos puede servir de enseñanza. Hoy que tanto se habla, se estudia, acerca de las personalidades históricas, del conocer la mentalidad del ayer, aquí tenemos recogido una breve síntesis, un pensamiento, un hombre sin letras pero con agudeza en el futuro, conocer y esperanza en el más allá, su mejor herencia.

Oct 011976
 

Ángel Paule Rubio.

Difícil cuestión representa encontrar el origen del actual nombre de Hurdes. Puede derivar de Illas Zafurdas, nombre que aparece en un deslinde hecho por Alfonso XI. Otros opinan que deriva del latín urces, que significa brezo, por ser esta región pródiga en este arbusto. No menos son los que buscan su origen en el río Jordano, Jurdano o Jurdán. Puede ser válida esta denominación pensando que los serranos aspiran la h y pronuncian Jurdes aunque escribieran Hurdes.

Esta Comarca perteneció al señorío de Granadilla. Poblada de pastores y ganaderos, muy ligada al yugo albercano, a pesar de que la Alberca perteneció también al mismo señorío. El 22 de julio de 1531 se sacudía de la opresión albercana con el pago de 7.500 maravedises y 75 pares de perdices. No por ello cesaron los litigios que se sometieron a la justicia de la Chancillería de Valladolid, de Granadilla con su Alcaide Mayor y el Obispo de Coria juntamente con el duque de Alba. El paso de los tiempos terminó con la separación de estas tierras a favor de las dos provincias limítrofes. Las Batuecas a Salamanca y Hurdes a Cáceres: 30 de noviembre 1833.

Las Hurdes comprenden una extensión de 47.000 Has. en cinco municipios. Con una población de 7.000 hurdanos.

Su topografía es como nudo caprichosos de pliegues y valles hundidos. Ríos silenciosos, viejos, que para moverse se tuercen y retuercen buscando con codicia la salida, que algunas veces se reduce a un tajo de labios con sonrisa de madonna. Puertos ásperos, caminos serpenteantes casi invisibles, por donde apenas cabe un borriquillo hurdano o la mula de poca alzada.

Allí y allá se escucha el tintinear de las esquilas de cabras, que, comiendo jaras, brezos y tomillos, van de roca en roca como extraordinarios saltimbanquis. Un poco a la abrigada y mirando al sol, se escucha el zunzunear de las abejas, que liban el néctar de las flores de rica y variada flora. Miel negra, de riquísimo paladear.

Una de las cinco arterias fluviales es el río de los Ángeles. A un Km. de este río, se forma una magnífica cascada, que se llama del Chorro de la Mancera, de 100 metros de altitud. Difícil acceso. Pizarras verticales ferruginosas. Belleza indescriptible. Un poco más allá, un torrente más alto, serpentea, cae y vuelve a caer, hasta cinco veces sobre gigantescos aludes pizarrosos, llegando al fin con espumosa frescura a una profunda fosa que el caer ha excavado cual pico de minero.

No lejos de aquí, se encuentra el Gasco. Alquería con sabor arcaico, viejo en su más rancia solera. A un tiro de piedra: el volcán. Así dicen los naturales. Un hombre enjuto, hablador, me cuenta muchas cosas. Me lleva a su casa y me enseña piedras labradas toscamente en forma de cruz. Cójalas, me dice, pesan muy poco. Son del volcán. Miro hacia arriba y contemplo el picacho y las piedras de las laderas. Pertenecen a los periodos cámbricos, silúrico, devónico. Son pizarras azules, grises y rojizas, que junto a la cresta se hacen silíceas ferruginosas, parece, más bien, se trate de piedra pómez.

Muchas hipótesis hay al respecto. ¿Volcanes, fundiciones, emanaciones gaseosas?. Los expertos no afirman, dudan. Queda la incógnita.

A dos Km. el Cottolengo. Enfermos incurables. Parturientas prolíferas. Hablo con una y me dice: 0nce veces he venido hasta aquí. Se está muy bien. Monjas y lego, jóvenes muchachas de toda clase social son las que desinteresadamente atienden a estas criaturas desvalidas. Asomado a la terraza del conjunto, se divisan elevadas montañas. Río de transparentes aguas donde peces y bañistas juegan en armonioso vaivén. Cielo apretujado, poco cielo.

Fragosa y Martilandrán. Uno y otro al lado de mi mirador. Chozas con tejados de helechos y jaras, o bien lanchas superpuestas. Paredes de piedra y barro, sin ventanas ni tragaluz. Estacionamiento, pobreza, incultura. Pero también alborea la luz de la civilización. Una casa moderna, confortable. Pregunto y me dicen: Es de uno que ha venido del extranjero. Sí el hurdano es amante de su terruño y allí van a parar los sudados ahorros de los que vienen de Alemania, Suiza, Francia. Allí levantan junto a la choza vieja, su vivienda nueva.

No siempre en la alquería había cementerio. Este se encontraba en la Parroquia. Sus difuntos iban, si eran pequeños en canastas y si mayores en escalera de mano sobre lomos de borriquillo. Dije, iban. Mejor, los llevaban. Y en el camposanto de la Parroquia recibían cristiana sepultura. Hoy ha cambiado. Se ven minúsculos dormitorios eternos en todas las alquerías, como el de Riomalo de Abajo, de forma triangular, donde creo solo hay un enterramiento.

Hablé con los hurdanos. Sus costumbres ancestrales las oí de sus labios. Supersticiosos. Con formas mágicas para curar enfermedades. Remedios caseros. La torbisca atada al rabo del animal cura la diarrea. Orégano, higos pasos y uvas, todo mezclado, curan la gripe. La piedra blanca colgada del pecho a las mujeres que no podían amamantar a sus hijos.

Su alimentación era muy sencilla. Castañas, que llaman pilongas, verduras propias, no importadas, algún cabritillo, miel, carne de cerdo. No lo compran, lo producen. Esto aliñado con un buen vaso de vino, da al hurdano el calor de la vida.

Esta alimentación uniforme, las aguas limpias y carentes de minerales. Lejos la influencia del mar. No hay yodo. Producen enfermedades: El bocio, cretinismo, fiebres palúdicas, son las enfermedades más corrientes. Sabios doctores de la medicina, vinieron a estudiar estas enfermedades, aquí al corazón hurdano. Todo va quedando en el olvido. La mujer trabaja como el hombre. Cría hospicianos (antigua industria). Se casa pronto, 15 a 16 años. Tienen muchos hijos. Suplen el bienestar material con el producido por el amor sexual. De la barba rala, sin energía para salir, que nunca lo hacía por todo el rostro, hasta el muchacho de hoy con su tupida perilla y luengo bigote. De esa mujer enclenque, de vejez prematura, hasta la muchacha fuerte, bien parecida, que abandona su tierra para ir a servir de asistenta, o en algunos casos, los menos, empleada de fábrica.

También las Hurdes es cambiante. Misiones pedagógicas la recorren llevando cultura. Se lo merecen. Hombres hospitalarios, que comparten su pan con el viajero, con el desconocido. No importa quien. Lo suyo es de todos. Me contaban y lo digo: la mujer hurdana bebe más alcohol que el hombre. ¿Puede ser el alcohol juntamente con la falta de yodo la causa del cretinismo? Su recatada vida, su paz entre montañas, el sedante correr de las aguas ha hecho del hurdano un hombre satisfecho, carente de agresividad. Nunca se oyó la palabra criminalidad.

No ha mucho, asistía a una reunión presidida por un Padre Franciscano, que por primera vez llegaba a Las Hurdes. Dirigiéndose a mí, me dice: «Esto es la antesala del Cielo» Aquella historia o leyenda, verdad o falsedad, o de todo un poco, que estos mensajeros de Dios habían leído, se había disipado en parte o en mucho por aquellos egregios pastores de la Iglesia: Porras y Atienza de la Diócesis de Coria, o el Obispo Jarrín de la de Plasencia, fundador de la sociedad benéfica «La Esperanza de las Hurdes».

El Obispo Porras con su entusiasmo desbordante acometió la restauración religiosa y social, limpiando amarguras seculares. Siglos después, otro prelado, el Obispo Jarrín, de la Diócesis de Plasencia dio un nuevo impulso que llegó a la máxima restauración con el Obispo Segura, quien asentó en dos puntos básicos su labor pastoral: La Eucaristía y la Virgen. Con este carácter sobrenaturalizador, las Hurdes se levantan y andan. «Dilexit» diría el Cardenal Segura. Amor necesitaban los hurdanos y amor les dio.

Pastor cariñoso y bueno, que en aquellas memorables asambleas eucarísticas de Mestas, Nuñomoral y Pinofranqueado llegó a aromatizar el ambiente de un fervor religioso que todavía se respira en el habitat hurdano.

Todo va en marcha preparando el camino al Rey Alfonso XII que el día 20 de junio de 1922 se dirigía en un emocionante viaje hacia Las Hurdes. Le acompañaban el Duque de Miranda, los doctores Marañón y Varela y el fotógrafo Campua. Los doctores que le acompañaban tuvieron que visitar a numerosos enfermos, repartir quinina, y hasta una cesárea, que hizo nacer un niño que fue bautizado con el nombre de Alfonso y quien más tarde daría la bienvenida al Príncipe Juan Carlos en su visita a Las Hurdes, hoy Rey. El rey estudió esta comarca, ojo avizor, creando el Patronato de Las Hurdes, que con eficacia y acierto está convirtiendo aquella mancha de la Geografía Española en una zona llena de vida y esperanza.

Se cuenta entre los hurdanos, que bajo el sol abrasador el Rey sintiera necesidad de refrescar su cuerpo. Campua hizo la foto. El rey con el brazo sobre el hombro de Marañón, desnudo, se bañó en el agua del río. Marañón lo hizo en calzoncillos por respeto al Rey.

Hoy el Plan Hurdes, va levantando el telón de la ignorancia, creando escuelas, misiones culturales, repoblando los estériles campos, abriendo carreteras, comunicando a los pueblos con teléfonos luz eléctrica en todas las alquerías y un apretado programa de realizaciones que en fecha próxima hará que el hurdano se sienta feliz, a gusto y contento en la tierra que le vio nacer.

Termino con una copla hurdana que me ha enseñado mi madre, anciana de 85 años y que su vida, mejor su infancia, la pasó entre hurdanos con un sacerdote, tío suyo, que le enseñó muchas y que las recuerda con cariño: No conozco, ni ella, su autor. Me dice que fue un hurdano.

Lo sé jurdanilla,
si no lo supiera, no vendría
toítas las noches, gateando
por riscos y sierras.
Na mas que pa verte y hablarte siquiera
pero tengo en el alma una pena
que me la envenena.

Hices que te casas, que por otro me ejas,
porque él es rico y yo soy un probete.
Yo lo quiero saber de ti mesma.
Imelo, no me tengas empachao, que por
duro y amargo que sea, mas amargo es la via
viviendo con este rescoldo que el alma me quema.

Primero te mato y me mato, que vel que otro
sea, el que se mire en la luz de tus ojos
negros como teas, y se pinte con el carmín
de tus labios, que paecen cerezas
y te estreche ese cuerpo de corza bravía,
jecho solo pa andar en la sierra.

Antes que el sol pinte del risco a la cresta,
ya estoy yo en el huerto, Jurdana de la Jondonera,
cava que te cava, riega que te riega,
ensartando cantares y coplas al tintín del caer
el agua en las peñas, haciendo una espuma que se
colorea con to los colores, cuando el sol acaricia
la cresta. Lo mismito que tu que te pones
cuando te jablo, encarná de vergüenza.

Pa ti será el huerto, Jurdana de Jondonera,
pa ti sera el huerto Jurdana, na mas que tu quieras.

Villanueva de la Sierra, Septiembre 1976

Ángel Paule Rubio

Difícil cuestión representa encontrar el origen del actual nombre de Hurdes. Puede derivar de Illas Zafurdas, nombre que aparece en un deslinde hecho por Alfonso XI. Otros opinan que deriva del latín urces, que significa brezo, por ser esta región pródiga en este arbusto. No menos son los que buscan su origen en el río Jordano, Jurdano o Jurdán. Puede ser válida esta denominación pensando que los serranos aspiran la h y pronuncian Jurdes aunque escribieran Hurdes.

Esta Comarca perteneció al señorío de Granadilla. Poblada de pastores y ganaderos, muy ligada al yugo albercano, a pesar de que la Alberca perteneció también al mismo señorío. El 22 de julio de 1531 se sacudía de la opresión albercana con el pago de 7.500 maravedises y 75 pares de perdices. No por ello cesaron los litigios que se sometieron a la justicia de la Chancillería de Valladolid, de Granadilla con su Alcaide Mayor y el Obispo de Coria juntamente con el duque de Alba. El paso de los tiempos terminó con la separación de estas tierras a favor de las dos provincias limítrofes. Las Batuecas a Salamanca y Hurdes a Cáceres: 30 de noviembre 1833.

Las Hurdes comprenden una extensión de 47.000 Has. en cinco municipios. Con una población de 7.000 hurdanos.

Su topografía es como nudo caprichosos de pliegues y valles hundidos. Ríos silenciosos, viejos, que para moverse se tuercen y retuercen buscando con codicia la salida, que algunas veces se reduce a un tajo de labios con sonrisa de madonna. Puertos ásperos, caminos serpenteantes casi invisibles, por donde apenas cabe un borriquillo hurdano o la mula de poca alzada.

Allí y allá se escucha el tintinear de las esquilas de cabras, que, comiendo jaras, brezos y tomillos, van de roca en roca como extraordinarios saltimbanquis. Un poco a la abrigada y mirando al sol, se escucha el zunzunear de las abejas, que liban el néctar de las flores de rica y variada flora. Miel negra, de riquísimo paladear.

Una de las cinco arterias fluviales es el río de los Ángeles. A un Km. de este río, se forma una magnífica cascada, que se llama del Chorro de la Mancera, de 100 metros de altitud. Difícil acceso. Pizarras verticales ferruginosas. Belleza indescriptible. Un poco más allá, un torrente más alto, serpentea, cae y vuelve a caer, hasta cinco veces sobre gigantescos aludes pizarrosos, llegando al fin con espumosa frescura a una profunda fosa que el caer ha excavado cual pico de minero.

No lejos de aquí, se encuentra el Gasco. Alquería con sabor arcaico, viejo en su más rancia solera. A un tiro de piedra: el volcán. Así dicen los naturales. Un hombre enjuto, hablador, me cuenta muchas cosas. Me lleva a su casa y me enseña piedras labradas toscamente en forma de cruz. Cójalas, me dice, pesan muy poco. Son del volcán. Miro hacia arriba y contemplo el picacho y las piedras de las laderas. Pertenecen a los periodos cámbricos, silúrico, devónico. Son pizarras azules, grises y rojizas, que junto a la cresta se hacen silíceas ferruginosas, parece, más bien, se trate de piedra pómez.

Muchas hipótesis hay al respecto. ¿Volcanes, fundiciones, emanaciones gaseosas?. Los expertos no afirman, dudan. Queda la incógnita.

A dos Km. el Cottolengo. Enfermos incurables. Parturientas prolíferas. Hablo con una y me dice: 0nce veces he venido hasta aquí. Se está muy bien. Monjas y lego, jóvenes muchachas de toda clase social son las que desinteresadamente atienden a estas criaturas desvalidas. Asomado a la terraza del conjunto, se divisan elevadas montañas. Río de transparentes aguas donde peces y bañistas juegan en armonioso vaivén. Cielo apretujado, poco cielo.

Fragosa y Martilandrán. Uno y otro al lado de mi mirador. Chozas con tejados de helechos y jaras, o bien lanchas superpuestas. Paredes de piedra y barro, sin ventanas ni tragaluz. Estacionamiento, pobreza, incultura. Pero también alborea la luz de la civilización. Una casa moderna, confortable. Pregunto y me dicen: Es de uno que ha venido del extranjero. Sí el hurdano es amante de su terruño y allí van a parar los sudados ahorros de los que vienen de Alemania, Suiza, Francia. Allí levantan junto a la choza vieja, su vivienda nueva.

No siempre en la alquería había cementerio. Este se encontraba en la Parroquia. Sus difuntos iban, si eran pequeños en canastas y si mayores en escalera de mano sobre lomos de borriquillo. Dije, iban. Mejor, los llevaban. Y en el camposanto de la Parroquia recibían cristiana sepultura. Hoy ha cambiado. Se ven minúsculos dormitorios eternos en todas las alquerías, como el de Riomalo de Abajo, de forma triangular, donde creo solo hay un enterramiento.

Hablé con los hurdanos. Sus costumbres ancestrales las oí de sus labios. Supersticiosos. Con formas mágicas para curar enfermedades. Remedios caseros. La torbisca atada al rabo del animal cura la diarrea. Orégano, higos pasos y uvas, todo mezclado, curan la gripe. La piedra blanca colgada del pecho a las mujeres que no podían amamantar a sus hijos.

Su alimentación era muy sencilla. Castañas, que llaman pilongas, verduras propias, no importadas, algún cabritillo, miel, carne de cerdo. No lo compran, lo producen. Esto aliñado con un buen vaso de vino, da al hurdano el calor de la vida.

Esta alimentación uniforme, las aguas limpias y carentes de minerales. Lejos la influencia del mar. No hay yodo. Producen enfermedades: El bocio, cretinismo, fiebres palúdicas, son las enfermedades más corrientes. Sabios doctores de la medicina, vinieron a estudiar estas enfermedades, aquí al corazón hurdano. Todo va quedando en el olvido. La mujer trabaja como el hombre. Cría hospicianos (antigua industria). Se casa pronto, 15 a 16 años. Tienen muchos hijos. Suplen el bienestar material con el producido por el amor sexual. De la barba rala, sin energía para salir, que nunca lo hacía por todo el rostro, hasta el muchacho de hoy con su tupida perilla y luengo bigote. De esa mujer enclenque, de vejez prematura, hasta la muchacha fuerte, bien parecida, que abandona su tierra para ir a servir de asistenta, o en algunos casos, los menos, empleada de fábrica.

También las Hurdes es cambiante. Misiones pedagógicas la recorren llevando cultura. Se lo merecen. Hombres hospitalarios, que comparten su pan con el viajero, con el desconocido. No importa quien. Lo suyo es de todos. Me contaban y lo digo: la mujer hurdana bebe más alcohol que el hombre. ¿Puede ser el alcohol juntamente con la falta de yodo la causa del cretinismo? Su recatada vida, su paz entre montañas, el sedante correr de las aguas ha hecho del hurdano un hombre satisfecho, carente de agresividad. Nunca se oyó la palabra criminalidad.

No ha mucho, asistía a una reunión presidida por un Padre Franciscano, que por primera vez llegaba a Las Hurdes. Dirigiéndose a mí, me dice: «Esto es la antesala del Cielo» Aquella historia o leyenda, verdad o falsedad, o de todo un poco, que estos mensajeros de Dios habían leído, se había disipado en parte o en mucho por aquellos egregios pastores de la Iglesia: Porras y Atienza de la Diócesis de Coria, o el Obispo Jarrín de la de Plasencia, fundador de la sociedad benéfica «La Esperanza de las Hurdes».

El Obispo Porras con su entusiasmo desbordante acometió la restauración religiosa y social, limpiando amarguras seculares. Siglos después, otro prelado, el Obispo Jarrín, de la Diócesis de Plasencia dio un nuevo impulso que llegó a la máxima restauración con el Obispo Segura, quien asentó en dos puntos básicos su labor pastoral: La Eucaristía y la Virgen. Con este carácter sobrenaturalizador, las Hurdes se levantan y andan. «Dilexit» diría el Cardenal Segura. Amor necesitaban los hurdanos y amor les dio.

Pastor cariñoso y bueno, que en aquellas memorables asambleas eucarísticas de Mestas, Nuñomoral y Pinofranqueado llegó a aromatizar el ambiente de un fervor religioso que todavía se respira en el habitat hurdano.

Todo va en marcha preparando el camino al Rey Alfonso XII que el día 20 de junio de 1922 se dirigía en un emocionante viaje hacia Las Hurdes. Le acompañaban el Duque de Miranda, los doctores Marañón y Varela y el fotógrafo Campua. Los doctores que le acompañaban tuvieron que visitar a numerosos enfermos, repartir quinina, y hasta una cesárea, que hizo nacer un niño que fue bautizado con el nombre de Alfonso y quien más tarde daría la bienvenida al Príncipe Juan Carlos en su visita a Las Hurdes, hoy Rey. El rey estudió esta comarca, ojo avizor, creando el Patronato de Las Hurdes, que con eficacia y acierto está convirtiendo aquella mancha de la Geografía Española en una zona llena de vida y esperanza.

Se cuenta entre los hurdanos, que bajo el sol abrasador el Rey sintiera necesidad de refrescar su cuerpo. Campua hizo la foto. El rey con el brazo sobre el hombro de Marañón, desnudo, se bañó en el agua del río. Marañón lo hizo en calzoncillos por respeto al Rey.

Hoy el Plan Hurdes, va levantando el telón de la ignorancia, creando escuelas, misiones culturales, repoblando los estériles campos, abriendo carreteras, comunicando a los pueblos con teléfonos luz eléctrica en todas las alquerías y un apretado programa de realizaciones que en fecha próxima hará que el hurdano se sienta feliz, a gusto y contento en la tierra que le vio nacer.

Termino con una copla hurdana que me ha enseñado mi madre, anciana de 85 años y que su vida, mejor su infancia, la pasó entre hurdanos con un sacerdote, tío suyo, que le enseñó muchas y que las recuerda con cariño: No conozco, ni ella, su autor. Me dice que fue un hurdano.

Lo sé jurdanilla,
si no lo supiera, no vendría
toítas las noches, gateando
por riscos y sierras.
Na mas que pa verte y hablarte siquiera
pero tengo en el alma una pena
que me la envenena.

Hices que te casas, que por otro me ejas,
porque él es rico y yo soy un probete.
Yo lo quiero saber de ti mesma.
Imelo, no me tengas empachao, que por
duro y amargo que sea, mas amargo es la via
viviendo con este rescoldo que el alma me quema.

Primero te mato y me mato, que vel que otro
sea, el que se mire en la luz de tus ojos
negros como teas, y se pinte con el carmín
de tus labios, que paecen cerezas
y te estreche ese cuerpo de corza bravía,
jecho solo pa andar en la sierra.

Antes que el sol pinte del risco a la cresta,
ya estoy yo en el huerto, Jurdana de la Jondonera,
cava que te cava, riega que te riega,
ensartando cantares y coplas al tintín del caer
el agua en las peñas, haciendo una espuma que se
colorea con to los colores, cuando el sol acaricia
la cresta. Lo mismito que tu que te pones
cuando te jablo, encarná de vergüenza.

Pa ti será el huerto, Jurdana de Jondonera,
pa ti sera el huerto Jurdana, na mas que tu quieras.

Villanueva de la Sierra, Septiembre 1976

El contenido de las páginas de esta web está protegido.