Nov 212022
 

   Antonio González Cordero

 

 

  1. INTRODUCCIÓN

Tal vez la palabra “parerga” parecería la más adecuada para el título, a tenor del enunciado de esta comunicación, pues ante la heterogeneidad de lo abordado, no resulta difícil pensar que nos encontramos ante una investigación donde se abordan noticias inconexas e insignificantes de la arqueología local. Nada más lejos de la realidad, pues los cuatro capítulos en los que hemos dividido nuestras pesquisas, siguen un hilo conductor, hilvanado a través de un conjunto de expresiones simbólicas relacionadas con la sacralidad, en una época en la cual, comienza a establecerse el carácter de la romanización religiosa en los espacios rurales del área céltica Hispania. Se ajusta, además, a un reducido marco geográfico articulado por el río Tajo, una estrecha franja de terreno donde convergen los términos municipales de Berrocalejo, Valdelacasa y Peraleda de San Román, que es lo mismo que decir la intersección de tres comarcas: el Campo Arañuelo, La Jara y Los Ibores.

 

No son esos, sin embargo, los únicos puntos en común, pues todo aquello que se va a analizar, forma parte de uno de esos espacios naturales remotos y fronterizos, legitimados por una tradición, donde la respuesta emocional que despertó en la antigüedad, hace pesar en su idoneidad para experimentar el contacto con entidades espirituales o divinidades.

 

Desafortunadamente, esta condición, ha sido la causa de que tanto objetos como arquitecturas que han querido reflejar el aspecto evocativo de diversos cultos, hayan padecido de alguna manera el menoscabo de su integridad, y ya sea por el tiempo o la incuria humana, la cuestión es, que en algún momento sufrieron daños irreparables, haciéndoles perder el valor que en su estado prístino tuvieron, en la mayoría de los casos, porque fueron objeto de un maltrato intencionado. En suma, vamos a tratar de unos fragmentos de historia en apariencia deslavazados que, soslayando el aspecto estético, aún son capaces de ofrecer una información muy interesante, capaz por sí misma de contribuir extraordinariamente a la constatación de unas prácticas religiosas en estas comarcas del rincón nororiental cacereño, en un momento en el que comenzaron a experimentar la sustitución paulatina de las expresiones religiosas indígenas, por otras fórmulas de religiosidad ligadas al panteón romano y la peculiar interpretatio que se produjo entre ambas tradiciones religiosas, algunas de cuyas expresiones quedan aquí reflejadas.

 

  1. UN VERRACO EN EL RÍO GUALIJA (PERALEDA DE SAN ROMÁN).

El primero de los objetos, o mejor cabría decir monumento del cual vamos a hablar, es una nueva figura zoomorfa perteneciente a la serie de esculturas popularmente conocidas como “verracos”, en este caso adjetivada de forma bastante más acertada que en ocasiones precedentes, porque la imagen esculpida representa a un suido, que dicho sea de paso son las imágenes dominantes en la cuenca del Tajo. Fue descubierta de forma casual en el año 2019, cuando se registró uno de los mayores descensos del nivel del agua en el pantano de Valdecañas[1] (Fig. 1).

Antes de la construcción de la presa de Valdecañas, este paraje formaba parte de una rica vega regada por el río Gualija, aprovechada seguramente por los habitantes de un asentamiento vetón acodado en la desembocadura del río, más tarde por los romanos e indígenas que poblaron Avgvstobriga y ya en la Edad Moderna por los colonos que retornaron a este lugar, fundando sobre la anterior, el pueblo de Talavera la Vieja. Norias y pozos repartidos por cada uno de los huertos, dan idea de la importancia que el tramo final de este afluente del Tajo tuvo que desempeñar entre los habitantes de la zona, debiendo de sumar a su capacidad agrícola, el valor del agua en las tablas del río para la ganadería, tanto la local, como la trashumante, pues una rama de la Cañada Occidental Soriana desdoblada por Berrocalejo, cruzaba el Puente del Conde para dirigirse hacia este punto, pasando al pie de la estatua del verraco tras descender por el carril Palomera, cuyo último tramo aún muestra un sólido enlosado. Después, cruzaba el río Gualija por el puente del Búho, ponía rumbo hacia el de las Veredas en Bohonal de Ibor, remontaba las quebradas del Descuernacabras, proseguía hacia el río Almonte, y tras franquearlo, el ganado se desplegaba por los ricos pastos de la penillanura Trujillana, si es que no continuaba el viaje hacia el sur, en pos de las tierras centro-orientales de la provincia de Badajoz.

 

Añadimos estos detalles, pues uno de los puntos más recurrentes en la investigación sobre el destino y significado de los verracos, es precisamente la vinculación que muchos de ellos muestran con las cañadas ganaderas. En este caso, si pudiéramos demostrar la antigüedad de este trazado, la presencia de la escultura constituiría un poderoso argumento en favor de quiénes lo han esgrimido en alguna ocasión[2].

 

También habría que probar, que el sitio donde se encuentra la imagen, fue el de su ubicación original. Al respecto, los arañazos de rejas de arado en uno de los laterales de la escultura, pueden resultar esclarecedores, pues constituyen una prueba de que en un momento determinado la figura cayó de costado, quedando cubierta por una pequeña capa de tierra[3], hasta que el estorbo que suponía para el arado, movió a los propietarios del terreno a averiguar si podían apartarla, ya que se trataba de la única roca existente en esa parcela.

 

No llegamos a imaginar lo sucedido realmente, pero es muy posible que tras descubrir que no se trataba de una vulgar peña, la noticia se extendiera y muy pronto fuera objeto de una mutilación en el lateral derecho. La causa, es tan conocida por lo repetida, como lamentable, y debe sus estragos a la creencia en los tesoros escondidos, sobre los cuales han corrido ríos de tinta y que tiene a estas esculturas como uno de sus referentes legendarios. Podríamos poner como ejemplo el verraco de Alcaudete de la Jara[4], con una brecha similar en su costado, o la figura exhibida en la plaza de Segura de Toro, con varias partes ensambladas, porque alguien pensó que en su interior se escondían piezas de oro y para extraerlas no tuvo otra idea que dinamitar la escultura. Párrafos de la obra de Publio Hurtado sobre -Supersticiones Extremeñas- refieren casos parecidos y así nos dice que “En otros muchos sitios se ha dado por indudable la existencia de tesoros, y se han formado numerosas y aún potentes compañías para buscarlos, recordando entre ellos el del Cerro del Verraco de Pasarón, destrozado por esta causa; el que había en la dehesa del Berrocal en Plasencia, donde había un toro petrificado con un letrero entre las astas que decía a donde mira el toro está el tesoro…”,[5]. No haría falta añadir más, pues a la vista está que, llegado al núcleo de nuestra escultura, el ínclito cantero que dio en tirar de cincel, al no encontrar las riquezas soñadas, abandonó la tarea, y allí quedó la efigie arrumbada, y con el tiempo, cubierta de nuevo por la tierra, pasó desapercibida, sin que ninguno de los propietarios de aquellas fincas, volviera a dar noticia cabal de su existencia. En su alumbramiento posterior tiene mucho que ver la construcción del pantano, pues los ascensos y descensos del agua embalsada como consecuencia de los periódicos estiajes, desencadenaron procesos de solifluxión[6], los cuales acabaron por arrastrar el manto arcilloso superficial, destapándola de nuevo.

 

Su erección en este lugar, para nosotros no cabe la menor duda que tiene que ver con la existencia de una pequeña población vetona, recientemente localizada al norte del castillo de Alija y a 1720 m en línea recta del punto del hallazgo. Es un asentamiento con un emplazamiento clásico, es decir, en la horquilla que forman la desembocadura de dos ríos, en este caso el Tajo con su afluente el Gualija. La dimos a conocer partiendo del descubrimiento de otra figura de verraco[7], dando por supuesto que otros tres encontrados en Talavera la Vieja[8], también procedían del mismo lugar, desde el cual fueron acarreados para erigirlas sobre algún sepulcro de la necrópolis oriental de la ciudad, pues allí se encontraron y aún permanecen, debajo del barro acumulado en el lecho del arroyo de la Ruiza, donde servían de pasaderas en un improvisado pontón.

 

La escultura, carente de naturalidad, fue esculpida sobre un bloque de granito y sus medidas, 170 cm de longitud desde el morro a los cuartos traseros y el alzado de 140 cm, dan idea de que se trata de una figura de gran tamaño, aunque en esta última medida queda también comprendido el pedestal prismático sobre el que se levanta, dejando un vano de separación entre dicha peana y el cuerpo del animal. La postura de la figura es estática, diseñada para ser contemplada principalmente desde una perspectiva lateral, contribuyendo a su rigidez, el anclaje casi vertical de sus patas unidas en un solo bloque y sin resaltar su forma en las uniones. No obstante, se percibe un esfuerzo por parte de su escultor por diferenciar ciertos rasgos anatómicos, articulando la imagen a base de volúmenes geométricos, es decir, trabajando el cuerpo sobre un cilindro, la cabeza sobre un tronco de cono y el rectángulo para las patas y el plinto. Así, la labra de las extremidades, exageradamente anchas, restan naturalismo y aportan ese estatismo tan clásico en este tipo de imágenes, si acaso, las patas anteriores colocadas en un ángulo ligeramente adelantado y con los brazuelos levemente resaltados, subrayarían el único detalle cinético.

Uno de los pocos aspectos de su anatomía que se han trabajado, es el espinazo, el cual destaca en este caso sobre el lomo de la figura en forma de gruesa banda rectangular alargada y horadada por una línea ordenada de cazoletas, mientras que, de forma más anárquica, estas cavidades salpican desde la grupa hasta el inicio del morrillo y prácticamente entero todo el costado izquierdo. Los ojos están también representados con dos sencillas cavidades semiesféricas y la boca significada con una ancha hendidura, mientras en el hocico alargado y algo romo, apenas se insinúan las fosas nasales con dos orificios muy desgastados.

 

La escultura sostiene algunos paralelos con otros ejemplares de su especie. La cabeza, por ejemplo, es muy parecida a la del ejemplar nº 3 del Castro de las Cogotas clasificada con el número 111 en el catálogo catalogado por R. Manglano[9], a la del Toconal en Carrascalejo[10], a algunas piezas segovianas[11], a un ejemplar abulense incrustado en la muralla de Ávila[12],  e incluso a la de Valdelacasa[13]. En el alzado del cuerpo y volumen corpóreo, al de la Vega de los Caballeros en Puebla de Montalban[14], y, sobre todo, al verraco de la Oliva en Villar del Pedroso[15], escultura con la que llega casi a coincidir con la exagerada altura de las patas. Con respecto al tamaño, el verraco del Gualija se encuentra entre la docena de figuras de mayor tamaño de la Península, que salvando el excepcional ejemplar de Villanueva del Campillo con 243 cm, tienen unas dimensiones que oscilan entre los 117 cm de la imagen de Villardegua de la Ribera y los 161 de San Miguel de Serrezuela 1, incluyendo en estos parámetros a los célebres toros de Guisando en el Tiemblo.

 

La familiaridad con otras imágenes de la Jara cacereña y sobre todo del núcleo abulense, es bastante ilustrativa en lo que concierne al estilo de imágenes de gran porte sobre peana y morrillo sinuoso, detalles que en conjunto si no sirven para fijar un punto de origen muy concreto, al menos reconocen en extenso al Valle del Amblés como el epicentro del que emanan estos conceptos estéticos tan particulares de la plástica vetona, por lo general, escasamente abierta a otras posibilidades, al contrario de lo que  sucede en los territorios meridionales, claramente influidos por la escultura ibero-turdetana.

 

En recientes trabajos de investigación[16] ya comentamos algunas de las opiniones vertidas acerca del papel desempeñado por estas figuras, sin que la falta de unanimidad, paradójicamente no deje de ser el argumento más importante para reparar en su condición polisémica, siendo los diferentes lugares donde hacen aparición, el principal respaldo de cada una de esas propuestas. En este sentido, se ha destacado la función apotropaica, es decir la de cumplir una finalidad protectora que la imagen extiende por su territorio circundante sobre personas, ganado e incluso poblados, su probada función funeraria en algunos casos, hitos limitáneos, etc. En el caso del Gualija, debemos entenderla además de como un símbolo de ocupación del territorio, alertando, tanto de la presencia de un enclave cercano, como de la posesión de unas tierras, no sólo con un valor añadido basado en la presencia de una vega, ricos manantiales y un cauce de agua permanente, sino por esa posible relación con rutas camineras antecedentes de una importante cañada ganadera. La presencia de cazoletas en la cara sepultada, dan pábulo a la idea de que además tenían una consideración sagrada, y sobre su imagen recaía la costumbre de impetrar, siendo estas marcas el reflejo de una costumbre heredada de tiempo ancestral, donde este ejercicio gráfico amparaba distintas nociones que no se apartaban de la condición sacra que la piedra tenía como paradigma de perdurabilidad.

 

Si prestamos atención al territorio donde se localiza la escultura, sus congéneres ocupan un área de especial densidad, pues tanto en la parte toledana como cacereña, ya sea en el Campo Arañuelo como en el solar jariego, hay muy pocas localidades (Fig. 2) donde no se haya producido algún hallazgo de este tipo[17]. El nuevo ejemplar, contribuye a destacar aún más un sector especialmente denso en torno a las dos orillas del río Tajo, en el tramo comprendido entre los vados de Azután y Alarza, básicamente un territorio dominado por espacios adehesados, donde los núcleos poblacionales vetones se limitan a dos asentamientos contiguos al Tajo [18], Alija y Puente Pino. Ambos yacimientos tendrían categoría de oppidum, el resto, apenas poseen vestigios que no hagan pensar en ocupaciones efímeras o en el caso de Castros II en una atalaya-santuario[19]. La distribución de esculturas por el contrario parece indicar que una parte importante de la población se repartía por el territorio formando pequeñas unidades, en su mayor parte dedicadas a la cría y cuidado del ganado, sin que hasta este momento se pueda establecer con seguridad si se trataba de un trasiego estacional. La falta de otra referencia a la propiedad dentro de estos paisajes era bien sustituida por estas imágenes, verdadero distintivo étnico de la cultura vettona. A escala provincial el nuevo verraco incrementa la lista de imágenes que hemos damos por seguras, pues no son pocas las que han sido confundidas con caprichos rocosos o con un elemento singular de la arquitectura doméstica romana[20].

  1. ¿UN LUGAR SACRO?

El lugar al que nos vamos a referir a continuación[21], tiene probabilidades de ser interpretado como un espacio numinoso o sagrado reservado a una divinidad a modo de –loca sacra- o fanum, pues constituye el ejemplo de una tradición muy antigua, basada en el culto a determinados lugares de la naturaleza, donde ciertas rocas se consagran mediante la realización de inscripciones o plasmando en ellas una serie de grabados. Se ubica sobre una peña centrada al fondo de una vaguada en el ribero de Berrocalejo, junto al Arroyo de la Veguilla, cuyo nacimiento ha sido obturado por una charca de reciente construcción. Se encuentra aislada de otras rocas, en un entorno dominado por el berrocal granítico fuertemente alterado por la erosión, formando un paisaje donde destacan conjuntos de bloques redondeados, en forma de seta, piedras caballeras, torreones graníticos y otras formas, a veces fuertemente tafonizadas.

 

Su hallazgo se debe mucho a la casualidad, pues tuvo lugar cuando intentábamos acceder al río Tajo por uno de los escasos lugares donde el vivaqueo de los arroyos, ofrece la posibilidad de asomarse a la orilla de dicho río, pues en esta zona, su curso viene encajado, la mayor parte de las veces, con sus paredes cortadas en forma de abruptos acantilados.

 

La roca tiene forma abombada, con una oquedad en la parte superior probablemente causada por la intervención humana, que valoraremos más adelante. Pese a todo, aún resulta lo suficientemente sugestiva para especular sobre su significado, tal y como se deduce de la inscripción tallada en su plano cenital, siendo visible el signario de las letras [DIV..], las cuales parecen corresponder al adjetivo DIVI. Muy interesante resulta el hecho de que dichas letras no sean el único añadido a la roca, pues alrededor se reparten algunas cazoletas de distinto formato, y que la de mayor tamaño y profundidad sea en torno a la cual parece girar el trazo de la inscripción. La superficie de la roca se presenta ligeramente orientada hacia el norte, con las letras profundamente grabadas con un instrumental indeterminado, pues el carácter porfiroide del granito es proclive a una fácil abrasión (Fig. 3).

 

Estas cazoletas no son de origen natural, al contrario, su factura es artificial y obedece a una costumbre que tiene mucho de ritual, pues entre las distintas manifestaciones recogidas, por ejemplo, en el catálogo de arte rupestre del Campo Arañuelo-Ibores-Jara[22], su realización siempre abriga una intencionalidad, la cual hemos visto reconocida en áreas habitacionales, espacios de interés económico, lugares de tránsito, ámbitos funerarios y en lugares ceremoniales o como hitos limitáneos.

 

Solo en el término e Berrocalejo hay consignados 41 registros de arte rupestre, donde están presentes mayoritariamente estos singulares grabados[23], siendo este valle, junto a los vecinos del Ribero y Vallejondo (El Gordo), uno de los parajes del término donde los encontramos formando composiciones de especial complejidad, pues a las clásicas concavidades semiesféricas se suman zigzags, círculos con desagües, halteriformes, cazoletas hemisféricas, largos surcos comunicantes e incluso algún zoomorfo. Esta roca en concreto, presenta una docena de cazoletas de distinta magnitud repartidas por su superficie, proliferando en las partes más elevadas y sobre el borde de la roca, en torno a dos oquedades de mayor diámetro y profundidad, estas últimas separadas por una hendidura en el centro, de manera que se agrupan en torno a ellas dos subconjuntos de cazoletas de menores dimensiones.

 

La relación simbiótica de cazoletas e inscripción, no creemos por tanto que sea casual, es evidente que el grabador buscó la interferencia entre ambas, tal vez a sabiendas del valor de las primeras como un aditivo frecuente en lugares investidos de cierta sacralidad. Lo cierto, es que este código gráfico monopolizó gran parte de las expresiones rupestres a lo largo de toda la prehistoria reciente, desde el Neolítico hasta la Edad del Hierro, último periodo donde las veremos aparecer aún con gran profusión sobre el lomo de las esculturas de verracos, como hemos tenido ocasión de comprobar, pero es muy probable que en la época en la que se añade la inscripción, su polivalente significado sea ya prácticamente desconocido y que únicamente perviva como símbolo asociativo a lugares con entidad sacra o como signos habituales, en lugares donde se ha llevado a cabo un ritual deprecatorio. Queremos decir con ello, que quien fusionó la inscripción con estos grabados lo hacía con una intencionalidad manifiesta, añadiendo el letrero DIVI con el propósito de realzar el carácter sacro de este lugar.

 

Todo esto, resultaría un ejercicio absolutamente hipotético, si no tuviéramos ejemplos prácticamente idénticos en el monte de As Canles en (Caneda, Pontevedra). En concreto, dos inscripciones casi idénticas separadas por medio centenar de metros, ubicadas en dos oteros, del Couto y del Gallo, pertenecientes a la localidad antes referida. Estudiada a lo largo de varios trabajos[24], en los cuales, a pesar de desconocer el sentido exacto de la imprecación, el hecho de utilizar un término latino constituía el argumento más convincente para adscribir el titulus a la época romana, si bien sus investigadores consideran que la expresión no correspondía exactamente con la normativa epigráfica latina, pues este término aparece casi exclusivamente como una forma de resaltar  una cualidad en las inscripciones dedicadas a emperadores y miembros de la familia imperial a partir de Augusto. Piensan los autores mencionados, que lo más verosímil es que se trate de “una expresión indígena revestida de formas latinas”[25], de ahí que su interpretación haya que hacerla desde el punto de vista de un individuo cuya faceta religiosa aún emulsiona aspectos de la religión local, con las concepciones religiosas romanas producto de la interpretatio, la cual consiste en aceptar a los dioses y rituales clásicos, pasándolas por el tamiz evocador de la autoctonía religiosa.

 

No obstante, aunque esta palabra DIVI aparece rara vez fuera del contexto epigráfico de la familia imperial, también se utilizó para referirse a un conjunto de dioses de la Roma republicana nominados como Divi Novensiles, deidades pertenecientes a las más antiguas tradiciones religiosas de Roma, a las cuales se dirigían sus cultores a través de una plegaria. La más conocida es la pronunciada por el cónsul Publio Decio, recogida por Tito Livio[26] con ocasión de las guerras samnitas. En esta ocasión se trató de una ofrenda extrema o devotio por la cual dicho personaje hacía voto de sacrificar su propia vida a los dioses ctónicos o del inframundo. Según otras fuentes, los Novensiles son dioses antiguos que han adquirido el estatus numinoso[27] de divus o deificados por sus propios méritos, entre esos divi por ejemplo, se encontraban Hércules, Rómulo, Esculapio, Liber y Eneas. Desde este punto de vista, la autoría de la inscripción también podría atribuirse a un individuo de origen romano, y al contrario de lo que se argumentaba en la propuesta anterior, sincretizaría las formas rituales autóctonas sugeridas por la presencia de los grabados en la roca, para introducir una dedicatoria que tendría evidentemente una esencia votiva[28].

 

Muy interesante nos parece, que las inscripciones de los dos oteros gallegos, se acompañen también de un grupo de cuatro rocas grabadas, “tres de las cuales contienen cazoletas y un reducido número de cruces inscritas y otra que presenta, además de estos motivos, óvalos divididos por líneas paralelas y transversales, círculos simples y un antropomorfo”[29], pues viene a reforzar nuestra idea de, que en las localidades mencionadas, existió un lugar de indudable naturaleza cultual, aunque a su vez asumiera el papel secundario de agente delimitador o hitacional dentro del territorio. La continuidad en el Ribero de Berrocalejo hacia otras rocas de gran complejidad insculturada[30], podría arrojar luz sobre los principios que rigieron una construcción ritual de estas características. Vemos pues que no son coincidencias, sino el atisbo de estructuras monumentalizadas, a través de las cuales se pretendía delatar la importancia simbólica del sitio, aunque estas formas de entender el paisaje por pueblos cuya historia rebasa con holgura los dos milenios, resulta prácticamente inaprensible. No obstante, de lo extendido de su práctica, dan idea otros lugares, sobre todo de la geografía occidental peninsular, donde la conjunción de grabados rupestres e inscripciones se repite, aunque estas últimas acogen expresiones de lo más diverso.

 

Uno de estos casos es la Fonte da Tigela[31], llamada así por hallarse asociada también a una cazoleta de gran tamaño conectada a varios surcos. Otro de los sitios es el Cabeço das Fraguas, un yacimiento destacado por una inscripción en lengua lusitana y por “reunir aspectos de la religiosidad indígena” alrededor del cual se reparten varios conjuntos de cazoletas cuyo destino parece haber sido el de reforzar los límites naturales del santuario[32], el cual se abandonaría a finales del s. I d.C. En el Penedo das Ninfas, Correia[33] igualmente hacen acto de presencia cazoletas y canalillos en la parte superior de la roca y, las inscripciones dedicadas a la diosa indígena Munidi, inducen a pensar que la misma estaría imbuida de alguna connotación simbólica en época anterior al texto epigráfico. Es interesante anotar igualmente, como en este mismo lugar se produce una asociación entre el locus propiamente dicho y un manantial o humedal como ya ocurriera en Berrocalejo. Otros ejemplos de convivencia de cazoletas e inscripciones donde pudieron revivirse prácticas ceremoniales, los encontramos bien referenciados en la tesis de Mª J. Santos Correia, siendo este aspecto especialmente recurrente en lugares como el santuario de Mogueira, otro emplazamiento liminal a orillas del Duero[34].

 

Otras rocas sin manifestaciones rupestres en su superficie, pero con la invocación a alguna divinidad son relativamente frecuentes, abundando sobre todo en el oeste peninsular, con un protagonismo ejercido por divinidades muy diversas, a Iovi, lo encontramos en el Coto de San Trocado en Orense[35] y sin ir más lejos en la Fuente de la Higuera de la localidad cacereña de Torreorgaz a la divinidad indígena Laneana[36], etc. Un detalle curioso que atesora la inscripción de Berrocalejo es que carece de un teónimo explícito, una situación documentada en algunos santuarios y también en rocas que han venido a desempeñar una función cultual, posiblemente porque la peña elegida se encontraba en el témenos de la divinidad invocada. Es pues bastante complejo, si no imposible especular sobre en qué divinidad recaería la advocación, aunque en el caso gallego, la doble concurrencia de la inscripción en oteros vecinos ha conducido a relacionar dicha expresión cultual con una posible devoción al “Lug plural, gemelar”[37], con la sospecha de que la ermita de San Xusto construida a los pies del otero tuviera como fin el de encubrir el culto a esta divinidad prerromana. Advierten además los autores, que el texto grabado demarcaría el espacio más sagrado de lo que sería un amplio santuario al aire libre, datado por lo menos desde la I Edad del Hierro a la época romana, según se deduce del amplio estudio realizado sobre los petroglifos de esta comarca gallega, un sitio notable, además, por la presencia de zonas húmedas, pero vacía de poblamiento, identificándose de nuevo esta fisonomía con el paisaje de la roca de Ribero 1.

 

Todos estos rasgos permitían conocer su contexto sagrado, señalando especialmente algunas -peñas sacras-, como entes animados por un espíritu vital o numen sacro, lo cual ayudaría a explicar “los fenómenos de interpretatio con divinidades del mundo clásico y su cristianización posterior en un proceso de adaptaciones de los ritos y cultos, hasta la práctica desaparición de esa visión ancestral del paisaje Sacro[38]. La eliminación en la roca del Ribero1 de parte de la inscripción, cortada por la mitad de su tercera letra, podría en este caso tratarse de un artero intento de damnatio memoriae, cuyo objetivo consistía en eliminar todo rastro de paganismo, un argumento más en favor de las transformaciones cargadas de fervor religioso, sobre todo, entre la población cristiana asentada en la zona desde época hispano visigoda, o la población mozárabe que le sucede, como demuestra la existencia del cercano vicus de Peñaflor.

 

  1. TRES ALTARES VOTIVOS.

De los estudios de epigrafía llevados a cabo en Extremadura, incluso los corpora epigráficos que han abordado una catalogación pretendidamente exhaustiva, se han descartado toda una serie de soportes cincelados a propósito, aparentemente para recibir una inscripción. Son monumentos que, sin el menor atisbo de intencionalidad gráfica, se han interpretado habitualmente como piezas de cantera anepígrafas, un término a nuestro juicio erróneo, pues es muy probable que un porcentaje muy alto hubieran sustentado una inscripción pintada, tal vez sobre una capa estucada, la cual se ha desprendido con el paso de los siglos, sobre todo si tenemos en cuenta que la mayoría de los epígrafes que conocemos se han encontrado al aire libre, en unas condiciones poco favorables para su conservación.

 

Hay muchos casos en el mundo romano donde el pincel sustituye al cincel, a veces incluso las inscripciones eran resaltadas con pinturas para acentuar el letrero y mitigar posibles deslices en un cincelado apresurado. Tampoco es infrecuente que aras anepígrafas alternen con otras grabadas en el mismo lugar, recordamos a propósito el templo de las Piedras Labradas de Jarilla[39], el de Santa Lucía del Trampal[40], a los cuales cabe añadir por vecindad con la provincia cacereña los del santuario consagrado a Vaelicus en Postoloboso[41], o el santuario a pie de monte del Cabeço das Fraguas[42]. En esos lugares y en otros muchos más que agrandarían el espacio distributivo de las estelas anepígrafas, las modalidades que adoptaron los soportes lapidarios, probablemente alternaron las dos fórmulas para rotular un texto, si es que no ocurrió como explica Mª Paz García Bellido con las de Santa Lucía del Trampal, entre las cuales, si bien considera que algunas son de epígrafe perdido, otras carecen con seguridad de él, aunque llevan molduras y decoraciones resaltando el valor de la ausencia.[43]

 

La elección de una u otra modalidad, sumada a las circunstancias especiales que rodean a las estelas ágrafas, ha determinado en muchos casos, que un determinado texto llegara o no hasta nuestros días, o el silencio de un monumento bastara simplemente como gesto intencionado de dejar constancia del voto cumplido por parte de un cultor ante la divinidad invocada. Este el caso de tres aras votivas que a continuación vamos a describir encontradas en la orilla derecha e izquierda junto al río Tajo.

 

El ara de Berrocalejo. (ETR89: 39º49´8,46” N y 5º20´41,8” W)

Se trata de un ara de granito decorada en el coronamiento por tres molduras redondeadas simples que recorren todo el contorno, a las cuales, sucede el fuste con el neto sin inscripción, y un pie en forma troncocónica invertida para su inserción en un hueco tallado con propósito de exhibirla en pie[44]. No se aprecia si tuvo fóculo en la parte superior, al estar excesivamente apretada entre los mampuestos de un muro. (Fig. 4A)

 

La altura total es de 91,05 cm dividida en los 23 cm que ocupan las molduras superiores, los 44 del fuste y los 24 del pie; su anchura en el fuste es de 24 cm y 27,5 cm en el lateral. Actualmente, se encuentra empotrada en la pared de una cerca, frente a una vivienda particular ubicada en la periferia de la población. Tiene un fácil acceso, pues dejando a la izquierda la pared de la piscina municipal, y una vez recorridos 230 m desde la entrada a este recinto, el ara se puede contemplar a media altura en posición horizontal invertida.

 

En derredor de este altar votivo no encontramos restos a los cuales asociarlo, por lo que, especulando sobre su procedencia, por cercanía, podría haber sido acarreada desde unas ruinas localizadas en la finca de Bercenuño, a izquierda de la carretera en dirección Valdeverdeja, un extenso asentamiento romano donde avistamos un contrapeso de prensa olearia, sillares, fragmentos de opus caementicium, etc. Podría incluso proceder del mismo lugar en el que se asienta Berrocalejo, con lo cual, el posible fanum destinado al culto a una divinidad, habría desaparecido bajo las viviendas de la población. O como última alternativa, que la hubieran acarreado desde Peñaflor, lugar referente como cantera de la población, desde su fundación misma.

 

Esta última posibilidad es quizá la más factible, pues son varios los altares de este tipo y no los epígrafes funerarios, que han sido descubiertos entre sus ruinas, especialmente en el entorno de la mole de piedra granítica que da nombre a este lugar, cuya investigación, en pos de una explicación a la presencia de estos altares, deparó el hallazgo de una serie de piezas de gran singularidad arquitectónica, cuyo estudio también abordaremos en estas páginas.

El ara del Valle de San Román (Peraleda de San Román) (ETR89: 39º43´34,88” N y 5º24´51,45” W).

Este altar se encuentra depositado en el Museo de la Fundación Antonio Concha a donde llegó, procedente del valle de las Minas en Peraleda de San Román. En este lugar hay restos de al menos dos núcleos poblacionales asentados desde el Bajo Imperio[45] hasta la etapa Hispano-Visigoda, pero la pieza en cuestión, se encontraba bastante separada de ambos, muy cerca de uno de los pozos para la ventilación de una mina de galena y malaquita, cuyo filón principal se agotó en el siglo pasado. Servía de jamba en un portillo y dado que está tallada en granito, un material ajeno al lugar del hallazgo, debemos suponer que fue transportado hasta allí, permaneciendo hasta el presente, no muy lejos de su emplazamiento original, pues el sitio, es un otero que ofrece unas condiciones paisajísticas excelentes, dominando un valle dividido al medio por el río Gualija. La explotación temprana de las minas por los romanos, cuya principal veta cruzaba por delante mismo del altar, y las canteras de caliza que atesora el valle, podrían hipotéticamente encontrarse en relación con el cultor que levantó este monumento (Fig. 4B).

 

Mide 79 cm de altura, de los cuales 24 corresponde a un ático con tres molduras, 43 al fuste y 12 a una base acabada en una moldura y un soporte prismático. El neto, ligeramente convexo, tiene unas medidas que oscilan entre los 36, 28 y 34 cm de ancho por 40 cm de grosor. Está realizada en granito de grano medio y color grisáceo y en el coronamiento un foculum rectangular encajado entre dos pulvinos. Como curiosidad, sobre cada pulvino posee tres cavidades equidistantes y muy someras a modo de cazoletas.

 

El ara del Castrejón (Valdelacasa de Tajo) (ED50: 39º47´39,8” N y 5º 21´00,0” W).

Con este nombre se conoce a un lugar dentro de la demarcación municipal de Valdelacasa de Tajo, donde tuvo lugar el hallazgo de este altar cuando en 1987 realizábamos la catalogación de este yacimiento para la Carta Arqueológica de la Comarca, si bien esta quedó inacabada debido a sucesivos cambios en la administración (Fig. 4C).

 

El ara, de estar completa, presentaría el aspecto tripartito clásico bien proporcionado, aunque en este caso, debido a una fractura en la base, se ha visto mermada de esta cualidad. El fuste se presenta liso con una banda de transición escalonada por dos listeles y un ático coronado en medio por un frontón triangular y dos pulvini a ambos lados.

 

Mide 67 cm de altura, de los cuales 26 corresponde al ático y 41 al fuste; 36 cm tiene de ancho por 33 cm de grosor. Está realizada en granito de grano medio y color parduzco. Se conserva in situ, entre las ruinas de un asentamiento al cual hemos aludido en alguna ocasión con motivo del hallazgo de cerámicas de la Edad del Bronce en sus laderas y una muralla de la misma época[46], e incluso la existencia de indicios de algún templo cristiano, tal vez visigodo, delatado por un umbral con barroteras.[47] Se ha documentado además la presencia de una cupa solidae completa, a la que hay que sumar al menos otra más, denominada cupae sectile, cuya construcción depende del ensamble de varias secciones de piedra semicirculares del mismo tamaño. Del último ejemplar, se han documentado cinco piezas, tres en estado fragmentario de apenas un cuarto de semicírculo y dos segmentos completos, uno de ellos con un hueco en la parte superior reservada para las libaciones. A partir de sus medidas, 89 cm de longitud, 58 cm de altura y 39 cm de grosor, podemos conjeturar que se trataba de un único ejemplar, a no ser que para otros hubieran empleado el mismo módulo. Su tamaño ocupa un rango intermedio entre las cupa solidae localizadas en Coria, Cáceres, Trujillo, Idanha a Velha o Mérida y ciertos ejemplares veratos recientemente publicados con dimensiones de hasta 150 cm de base por 95 cm de altura y entre 38 y 40 cm de espesor[48]. Dimensiones que, por cierto, tienen porte monumental, lo cual exigiría de cierto nivel adquisitivo por parte de quienes las encargaban, pues proyectos de esta índole debían de encontrarse al alcance de muy pocos.

 

En el mismo lugar hay varios elementos decorativos más, entre ellos una placa de granito con una media luna grabada en hueco relieve y una lastra del mismo material de más de un metro de longitud con varias molduras en el borde. Conjeturamos que pudieron pertenecer igualmente al podio de uno de los monumentos funerarios allí levantados, tal vez en el siglo III, fechas en las cuales las cupae alcanzan su mayor difusión, aunque no es el límite tajantemente establecido de su proliferación.

 

No deja de resultar extraño que un lugar tan apartado de la circulación, nada apto para la agricultura ni otra explotación que no sea la de apacentar ganados, la caza o la pesca, presente una colección de trabajos tan singulares, cuando además, el análisis de sus arquitecturas domésticas manifiesta un grado de pobreza evidente, limitando, por ejemplo, el uso de sillares tallados a las jambas de sus puertas y algún refuerzo en las esquinas, si bien, la presencia de teja con diseños a peine, haría referencia al epígono de su ocupación, ocurrido durante la etapa hispano visigoda. En este periodo es posible que se desmantelaran las estructuras anteriores para aprovecharlas en nuevas construcciones, desfigurando lo que en su etapa romana se había conformado como un espacio señalado por construcciones excepcionales, sobre todo si tenemos en cuenta el tamaño de los propios sillares y los depurados trabajos de cantería.

 

En nuestra opinión, se trató de un enclave monumentalizado, tal vez porque allí daba en atribuírsele una relación fenoménica de carácter religioso de origen prerromano. El propio carácter ágrafo del altar se podría explicar de varias formas, pero como conjetura plausible, también podría corresponder al de una deidad innominada como Estrabón recogía entre los celtíberos y otros pueblos prerromanos[49].

 

Como hemos podido apreciar los altares sin epígrafes, no son raros de encontrar en esta zona, donde podemos apuntar otros ejemplares inéditos descubiertos en el castillo de Castros (Villar del Pedroso), en el castillo de Alija (Peraleda de San Román), y ya un poco más lejos en la propia Avgvstobriga o en la Cañada de los Judíos (El Gordo)[50], si bien, las piezas mencionadas de las dos últimas localidades, son más pequeñas que las que nos ocupan, y no descartamos que estas hubieran formado parte de un santuario doméstico de carácter privado. El tamaño reducido de los altarcillos puede, también obedecer al deseo de facilitar su transporte. A diferencia de la pieza de Castrejón, podríamos estar ante un elemento de culto de raíces indígenas, que en su momento ocupó un lugar en el interior de una de las estructuras levantadas en este lugar, destruido por las sucesivas reocupaciones. Como último apunte añadir, que habida cuenta de la dispar morfología de este y los otros dos altares, es bastante probable que no procedan de la misma oficina lapidaria.

 

  1. ¿UN TEMPLO EN PEÑAFLOR?

El topónimo de Peñaflor hace referencia a una enorme roca aplomada sobre el ribero del Tajo en término de Berrocalejo, a cuya sombra se cobijaron gentes muy diversas, al menos desde la Segunda Edad del Hierro hasta la Alta Edad Media. Materiales diseminados en torno a la peña, acreditan ocupaciones prácticamente ininterrumpidas a lo largo de más de un milenio, las cuales fundamentalmente buscaron desde el punto de vista estratégico, la defensa de la población asentada, la vigilancia de este tramo del río, además de lo que hipotéticamente vamos a proponer, acerca de un establecimiento destinado al culto en época romana y tal vez prerromana.

 

El lugar posee algunas referencias historiográficas[51], pero a pesar de estas llamadas de atención, ningún trabajo se ha ocupado del sitio en extenso y en profundidad, pues se hubiera topado, entre la maraña de construcciones domésticas de corrales y apriscos de un extenso poblado, y tras la explanada defendida por un grueso muro junto a la Peña que da nombre al sitio, con un conjunto de materiales pétreos atrapados entre las rocas del ribero pertenecientes a otro tipo de construcciones, las cuales, hipotéticamente vinculamos con la existencia de un ámbito sacro de indudable origen romano. Conjeturamos, además, que los mismos, en razón al uso al cual se prestaron, fueron literalmente desmantelados y arrojados por la pendiente hasta el río Tajo, aunque esta operación pudo pasar por una fase intermedia de reciclaje durante el periodo islámico, teniendo que ver su disgregación con el posterior derribo.

 

En cualquier caso, la dispersión de restos constructivos, sillares, capiteles, basas, fustes de columnas, quicialeras, umbrales, etc., señala, dada la cercanía a la explanada antes mencionada, que el emplazamiento del edificio o edificios a los que sirvieron, no debían de encontrarse muy lejos, pues cuesta pensar que piezas de hasta casi media tonelada de peso, hubieran sido acarreadas hasta allí, tan solo con la idea de lanzarlas por el precipicio (Fig. 5 y Fig. 6)

 

Hemos intentado documentar los restos más significativos con el interés puesto en demostrar que nuestra hipótesis no carece de fundamentos. Para ello se han medido, fotografiado todo el material cincelado y cartografiada su derrama, pensando en averiguar no solo su lugar de procedencia, sino en arrojar algunas respuestas acerca de las características del edificio/os para el cual se proyectaron a través del estudio de sus módulos y tipología.

 

Hay que quedar claro en primer lugar que el paisaje de Peñaflor presenta unas características comunes al de Castrejón, con la diferencia que este ha sido peor tratado por la tala abusiva de enebros destinados a los hornos de miera y las encinas como combustible. Por lo demás, se define como un espacio salpicado por morras graníticas, muy quebrado, con apenas espacio para una pobre agricultura de secano u otra actividad distinta de la ganadería, al menos ninguna que propiciara la acumulación de capital suficiente para acometer el trabajo de piezas de semejante envergadura. Las numerosas construcciones dispersas, sugieren que el poblamiento más visible correspondió a una aldea tardoantigua, la cual alcanzó su apogeo en época altomedieval, dejando como prueba de su existencia, un importante número de edificios y corrales anexos adaptados a las irregularidades del terreno separados por callejas, cuyo trazado, busca siempre las partes bajas del relieve. Se aprecia en estas construcciones, un trabajo intenso de cantería, cuya mejor faceta se orienta a la labra de sillares perfectamente escuadrados para su inserción en las jambas de las puertas y esquinas. Algún fuste, basa y capitel, también forman parte de la anárquica dispersión de elementos constructivos, la mayoría de ellos descontextualizados y poco coherentes con la arquitectura tardía, contribuyendo todo ello a acrecentar nuestras sospechas sobre la existencia en el entorno de uno o varios edificios aún más antiguos y de superior calidad.

 

Para no dispersarnos, nos ceñiremos exclusivamente a los materiales acumulados en una estrecha franja de la escarpa asomada al Tajo, junto a la Peña, donde salvo el miliario de Maximiano[52], otro fuste y un elevado número de sillares, enterrados en lo que parecen los cimientos de un edificio, se concentra el grupo de piezas arquitectónicas más sobresalientes[53]. En esencia se trata de piezas pertenecientes a una o varias construcciones trabajadas por canteros, cuyo registro se puede resumir en tres tipos de aparejo: redondeado (basas, fustes y capiteles), cuadrado (sillares, umbrales y dinteles), y mixto (capiteles y fustes adosados a jambas).

 

Entre los fustes de columna hemos constatado la presencia de cinco formatos (108 cm de longitud x 45 cm de diámetro; de 91 cm de longitud x 42 cm de diámetro; de 74 cm de longitud x 45 cm de diámetro; de 90 cm de longitud x 38 cm de diámetro; de 94 cm de longitud x 29 cm de diámetro; de 76 cm de longitud x 35 cm de diámetro). Son enteramente lisas, sin agujero de inserción en el centro de las mismas. El diámetro de las columnas oscila como ya sucediera en el templo del Collado de la Lobosilla entre los 30 cm y los 75[54] (Fig. 5.6, 5.7, 5.8; Fig. 6.1, 6.4, 6.7, 6.12)

 

Tres capiteles y tres basas, ambos de orden toscano (Fig. 5.9; Fig. 6.9). El capitel más interesante se adosa a una pilastra y posee una moldura convexa justo debajo del ábaco y un filete antes del cuello de la columna (Fig. 7); el segundo, forma un cuerpo único junto con el sumoscapo, el ábaco de lados lisos y bajo él un equipo con una decoración a modos de volutas enroscadas previo al equino semicircular (Fig. 5.12). Las basas son sencillas, compuestas de ábaco y equino, salvo en un caso caracterizado por la duplicación de la escocia entre dos toros, pero sin la presencia de un zócalo cuadrado que pudo montarse sobre el piso tallado por separado. La tercera es muy simple de 55 cm de longitud, 13 de los cuales corresponden a la basa propiamente dicha por 34 cm de diámetro.

 

Los sillares como obra de fábrica trabajados para distintos encajes, son mucho más diversos. Hay módulos paralelepipédicos, es decir, hay sillares almohadillados, con sus caras totalmente regularizadas y algunos en los que se ha operado un trabajo para adaptarlo a un lugar preciso en paredes o suelos. Entre los primeros tenemos formatos de 84 cm de longitud x 67 cm de altura y 43 cm de grosor; 86 cm de longitud x 44 cm de altura y 40 cm de grosor; 75 cm de longitud x 45cm de altura y 59 cm de grosor; 45 cm de longitud x 33,5 cm de altura y 48 cm de grosor con un almohadillado en un lateral;125 cm de longitud x 39 cm de altura y 44 cm de grosor; cm de longitud x cm de altura y cm de grosor; 67 cm de longitud x 46 cm de altura y 53 cm de grosor; 80 cm de longitud x 32 cm de altura y 40 cm de grosor; 156 cm de longitud x 39 cm de altura y 46 cm de grosor; 94 cm de longitud x 46 cm de altura y 46 cm de grosor; 43 cm de longitud x 34 cm de altura y 39 cm de grosor (Fig. 5.2, 5.3, 5.4, 5.5). Entre aquellos con alguna angulosidad, almohadillado o quicio en su labra, el tamaño es también variable, pues se trata de piezas ajustadas (Fig. 6.3 y 6.8). Destacan especialmente un umbral de 150 cm de longitud x 42 cm de altura y 42 cm de grosor; con el gorrón labrado para el giro del gozne y un surco para la guía e inserción de la hoja de la puerta (Fig. 5.1).

 

Esta variación de tamaños de piezas en una obra que no es de revestimiento, lo documentamos igualmente en el templo de Jarilla, oscilando sus medidas entre los 80 y 90 cm de longitud, los 40 cm de altura y los 50-55 cm de grosor, aunque igualmente encontramos piezas de mayores y menores dimensiones preparadas para su articulación en ese aparejo normalizado.

 

Con todos estos datos, es evidente que no podemos describir cómo sería la estructura final del edificio/os, pues ni siquiera conocemos la ubicación exacta, ni las características de su planta/s, aunque de continuar con la tradición de los templos rurales levantados en esta parte de la Lusitania, los ejemplos a imitar, por el parecido que entre todos ellos guardan, serían el de Alcántara, Jarilla, el Collado de la Lobosilla o Fuentidueñas[55]. Con todos concuerda no solo en la factura de sus restos edilicios, sino en muchas de las características paisajísticas de sus enclaves.

 

Uno de los detalles arquitectónicos acreedor de estas similitudes, es una pieza con el fuste adosado a una jamba (Fig. 8). Su longitud o altura es de 123 cm de longitud x 50 cm de ancho (28 cm el pilar y 22 el fuste adosado) y 48 cm de grosor. Esta pieza, tal vez formó parte del marco de una puerta, y de ser acoplada a otra porción semejante, alcanzaría unas proporciones considerables, prácticamente los 2,50 m, rebasando fácilmente los tres metros si añadimos la basa y el capitel complementarios. Dicha altura tendría su referencia en la puerta del templo de Alcántara que alcanza los 2,56 m de altura[56], aunque en este templo para el montaje de la columna se emplearon cuatro tambores en un lado y cinco en otro, igualmente adosados a los sillares de las jambas. Esta composición evita que especulemos sobre la altura total que alcanzaría la teórica puerta del edificio de Peñaflor, no obstante, si se trata de un remedo de la obra alcantarina, como es nuestra sospecha, no debería de haber grandes diferencias entre ambas, cuando, además, las basas y capiteles localizados son prácticamente idénticos.

 

Con el de Alcántara también coincide en su edificación a orillas del río Tajo, y si el primero, tal y como parece, fue un templo votivo construido en la cabecera del puente dedicado a los dioses de Roma y a la gloria del Cesar, hay que decir que los restos constructivos de Peñaflor, también se encuentran en relación con otro puente espectacular conocido como del Conde de las Mirandas, distante poco menos que 500 metros. Volado uno de sus arcos en 1809 para impedir el paso de las tropas francesas, esta obra, de 111 metros de largo por 35 m de alto, fue reconstruida a finales de la Edad Media y principios de la Edad Moderna, tal y como reflejan muchos detalles, entre otros las marcas de cantero labradas en el intradós de sus arcos, pero ciertas partes fundacionales y la doble rosca de uno de los arcos, son posiblemente de una fábrica mucho más antigua[57]. Podríamos proponer la hipótesis, por tanto, de que en este lugar se levantó un puente anterior al actual, arrasado tal vez en alguna riada, cuya función era la de poner en comunicación Avgvstobriga con Caesarobriga. La presencia de un miliario dedicado a Maximiano ahonda en dicha posibilidad, sobre todo, cuando las millas marcadas en el mismo coinciden con la distancia a la ciudad toledana.

 

Otro argumento a considerar en favor de la existencia de un santuario en Peñaflor es la abundancia de monumentos epigráficos votivos[58], de los cuales el único que aún permanece in situ, es el ático fragmentado de un ara de gran tamaño, con una decoración muy original en el coronamiento compuesta por dos pulvinos dispuestos en los laterales y dos frontones emparejados a los que siguen una moldura, el listel y el inicio del neto (Fig. 9). Otro epígrafe mencionado en las Relaciones Topográficas [59], es según Santos una estela funeraria de mármol dedicada por Ivlia Felicitas, pero el coronamiento adornado por un ático triangular con dos pulvinos laterales, no resulta muy habitual para esa función. De otras dos piezas se hace eco A. Moraleda[60], una corresponde a un fragmento de altar con una serie de molduras paralelas en la parte superior y la otra supuestamente estaba dedicada a Júpiter, aunque en la foto que aporta Santos[61] la dedicatoria a esta divinidad no parece tan clara. Todas se hallaron en la vecindad de los restos arquitectónicos, y según sus descripciones, alguna incluso formaba parte del recinto amurallado que rodea una parte de la peña. Sobre la procedencia de otras lápidas hay cierta prevención, en concreto acerca de un ejemplar al parecer originario del “castillo de Peñaflor”[62], erróneamente atribuido a Valdeverdeja[63],  localidad a donde fue trasladado. Otras inscripciones documentadas en la zona se encuentran en la misma situación, pero es imposible asegurar su procedencia.

 

Peñaflor por otra parte posee una fuerza paisajística innegable, con su atalaya natural cortada a pico entre el arroyo epónimo y el río Tajo, en medio de un paisaje escabroso y poco propicio para una instalación urbana de cierto rango, sino más bien todo lo contrario, de ahí que nuestra propuesta sopese la existencia de una construcción sacra, algún edificio/s al servicio de determinadas ceremonias cultuales y litúrgicas, llamado a desempeñar el papel de santuario extraurbano de Avgvstobriga, sintonizando en este sentido con el de las Piedras Labradas de Jarilla, para el cual se ha subrayado tanto la cercanía de la ciudad de Capera, como el paso de una importante calzada romana, aspecto de especial relevancia, pues idéntica situación se repite en relación al santuario de Ataecina en Alcuéscar  y al puente de Alcántara.

 

Gómez y Esteban[64], señalan, asimismo, otra serie de posibles santuarios en Baños de Montemayor, Nuestra Señora de Tebas en Casas de Millán, Santa Marina de Ahigal, Fuente Santa de Galisteo, El Palancar en Pedroso de Acin[65], etc, cuya existencia se intuye a través de pequeños altares dedicados a divinidades, la mayoría de las veces relacionadas con las propiedades curativas de las aguas, es decir, ausente de toda estructura conocida, pero emplazados en parajes apartados y prestos a ser interpretados como indicios de santuarios prerromanos vinculados a lo fenoménico de la naturaleza.

 

Más argumentos para reforzar nuestra presunción lo prestan el hallazgo junto a la Peña de dos exvotos[66]. El primero tiene 4,6 cm de longitud, y reproduce la imagen de un toro, con cinco cinchas atadas a la altura del vientre (Fig. 10). Ha sido fundido en plomo empleando para ello un molde bivalvo. Tiene las patas cortadas a la altura de las corvas y ligeramente dobladas, quizá para apoyarlo en una peana. Su estilo, bastante tosco y popular, recuerda a alguna de las imágenes de la estatuaria vetona, y aunque el cinchado de la imagen es inédito, podría corresponder a algún tipo de acto ritual o festivo relacionado con el culto a este animal o a la divinidad que representa[67].

El segundo exvoto, o mejor dicho fragmento, es una pezuña de cabra fundida en bronce y con un vástago o pernio en el apoyo para ser incrustada igualmente en una placa o pedestal del cual fue arrancada bruscamente (Fig. 11.1). El estudio más reciente nos remite a unos treinta ejemplares concentrados fundamentalmente entre la región extremeña y el distrito alentejano[68], por lo común interpretados como exvotos alusivos a la diosa indígena Ataecina. Su distribución sobre el mapa ha servido para definir un “área cultual y ritual característica en el Suroeste de la antigua Hispania[69] complementario de ese otro mapa con epígrafes dedicados a esta diosa que también recibió culto durante la época romana, asimilada a Proserpina, una diosa del inframundo, protectora de los bosques, del ganado y de las aguas.

 

 

El descubrimiento de este fragmento en Peñaflor, certifica que su culto se extendía hasta este rincón de la Lusitania y aunque el santuario principal parece que radicó en la ciudad onubense de Arucci, actual Aroche,  no impidió la extensión de su culto a otros santuarios como el de Santa Lucía del Trampal en Alcuéscar donde se recuperaron 14 inscripciones[70]  o el de la Zafrilla en Malpartida de Cáceres, de donde proceden dos exvotos que conservaron una placa con dedicatoria a la diosa[71]. Su presencia aquí, constituye otro argumento añadido a nuestro intento por demostrar la existencia de un lugar de culto en época romana, enmascarando probablemente un santuario aún más antiguo, pues hay cerámicas de factura prerromana que así lo acreditan, muy similares a las del castro vetón de Alija. En cuyo caso, las escaleras talladas en la roca de la Peña, que siempre hemos atribuido a su función como atalaya, podrían ser entonces parte integral de una arquitectura repetida en otros santuarios rupestres del occidente hispano, alguno con las resonancias espectaculares de Ulaca, pero por lo general mucho más modestos como demuestra un estudio llevado a cabo recientemente sobre algunos ejemplos extremeños[72].

 

Muy interesante, en relación con este sitio es una reflexión de Mª. P García-Bellido[73] acerca de cómo se encaminan las inscripciones a Ataecina hacia territorio vetón, de tal forma que hacen pensar en Ataecina como “una divinidad vettona, cuyo culto se expande a partir del núcleo del Tajo, donde reiteradas veces es invocada su divinidad por su nombre, sin ningún epíteto necesario para su identificación, precisamente porque allí está su sede”. Pone como ejemplo el hallazgo en territorio Augustobrigense y su periferia de las tres únicas inscripciones dedicadas a la divinidad, sin epítetos ni toponímicos, testimonios que podrían señalar a este territorio como lugar de origen de su culto. Esta cuestión sigue siendo objeto de debate, pues incluso la identificación del santuario principal en la ciudad de Turobriga no parece del todo segura, como se ha intentado poner de manifiesto en un trabajo reciente[74], proponiendo situar el solar del enclave en las inmediaciones de Santa Lucía del Trampal cuya evocación respondería al topónimo de Turibriga brindado por los testimonios epigráficos, especialmente los de este lugar. En cualquier caso, esto no obsta para que la celebridad de la divinidad adorada en este santuario, insistentemente mencionado en las inscripciones, tenga que ceñirse exclusivamente a una sola localidad.

 

Otros elementos que proporcionan información interesante sobre este lugar son, un entalle de factura romana tallado sobre un ágata oscura, con una imagen hueco grabada de un individuo encendiendo un pebetero[75]. En el ejemplar de la foto (Fig. 11.2), la calidad de su trabajo no es muy buena, el trazo es tosco e inseguro y el modelado de la figura es esquemático con los detalles poco definidos. Probablemente data de los siglos II o III d.C., cuando se popularizaron como elemento decorativo, pasando a formar parte de un repertorio figurativo muy amplio. Otros objetos procedentes del yacimiento de Peñaflor, son el extremo de un torque de bronce, seguramente ofertado como exvoto, una pulsera del mismo material y un variado monetario que abarca desde la época de Augusto, en concreto de finales del s. I a.C., hasta Valentiniano III a mediados del siglo V[76]. Estas fechas teóricamente podrían dar una medida de duración del supuesto santuario, pero la continuidad poblacional en el sitio, podría no ajustarse al momento en el que cesa la actividad devocional.

 

  1. CONCLUYENDO

El panorama que hemos trazado, a través de la investigación de una serie de objetos y lugares de culto, adoración o invocación a una divinidad, coincide con una etapa en la que se produce la sustitución y asimilación paulatina de las formas de vida de los pueblos prerromanos. La religión es precisamente una de las manifestaciones que más cambios experimentaron, afectando en gran medida a los primitivos lugares imprecatorios, muchos de ellos emplazados en plena naturaleza, sin apenas estructuras arquitectónicas que los delataran. La llegada de los romanos supuso la transformación de muchos de estos sitios, dando lugar a la aparición de edificios y a la acumulación de vestigios e inscripciones, que nos sirven para conocer cómo se fue operando este proceso de conciliación entre las divinidades locales y las procedentes del mundo romano.

 

Los ejemplos que acabamos de exponer resumen muy bien una de las circunstancias en las cuales se desenvolvió este proceso conocido como sincretismo, palabra tras la cual muchas veces se oculta la pervivencia de ritos y dioses de gran arraigo entre la población indígena, a los cuales se adorna posteriormente con los clásicos elementos de la devotio romana. Este pudo ser nuestro caso, cuando no solo se procedió a la homologación de un santuario de tradición indígena, sino a la de todo un territorio, que, a juzgar por una concentración tan significativa de restos en un área relativamente pequeña del mapa, debía gozar de un especial significado, sostenido desde la prehistoria reciente por el alto número de grabados rupestres y el simbolismo de alguno de los monumentos desplegados por su territorio[77].

 

La pervivencia del santuario en época romana, debe pues su emplazamiento a un lugar al cual acudían sus cultores indígenas, de la misma manera que otros se dirigían hacia el santuario de Peñalba de Villastar[78], el Collado de los Jardines en Sierra Morena, Los Altos del Sotillo en Castellar de Santiesteban o a los de Santa Cruz de la Sierra[79],  por mencionar un ejemplo cercano. Dicho sea de paso, todos eran lugares de culto extraurbanos y en algunos casos servían para articular el poblamiento de una determinada zona o bien una serie de vías naturales o pecuarias que enlazaban directamente con ellos, favoreciendo la cohesión, legitimación y consolidación de un territorio.

 

Tenía pues este lugar un carácter rural, detalle asimilado a los otros santuarios cacereños relacionados párrafos atrás, con los que hemos visto coincidir en muchos aspectos, pero si a los materiales analizados nos remitimos, cabe pensar en la existencia de varios edificios de porte mayestático, pues el módulo de columnas, sillares, basas y capiteles tallados en el granito local así aconseja considerarlo. Algunos incluso hemos visto que presentan especial concordancia en sus elementos con las aediculae de Alcántara o Jarilla, por lo que no es descabellado plantear que tras esta intención de solidez y perdurabilidad descollara un edificio en particular, cuya definición más exacta sería la un delubrum [80], muy parecido o con algunas características del primero, si nos atenemos al detalle de las columnas toscanas de la entrada apiladas en tambores y embutidas en sillares.

 

No nos parece sin embargo prudente especular acerca del lugar como una de las sedes veneradas de Ataecina, pues las pruebas disponibles aún siguen siendo escasas, y con parecidos argumentos el lugar podría haber estado consagrado a una divinidad innominada indígena, a la cual nos remite ese conjunto de altares ágrafos que en un altísimo porcentaje se dispersan por los alrededores y cuya advocación, en cualquier caso, estaría revestida de un carácter naturalista. Este extremo no tendría nada de sorprendente, pues es un entorno apropiado, donde se conjugan el bosque, el agua, las elevaciones rocosas y las evocadoras formas del roquedo granítico, como condiciones necesarias dentro de los paisajes sagrados, para incitar a la veneración del lugar instituido en un auténtico locvs sacrvm libervs. Es por eso que no resulta tampoco extraña la presencia de una roca en el nacimiento de un arroyo con la inscripción DIVI, que tal vez marca los límites del témenos, de la presencia de aras anepígrafas, o una serie de construcciones que de otra forma no se entenderían, además de los exvotos. Estos últimos, testimonios de excepción en lugares sagrados, serían entregados por los fieles u oferentes como forma de venerar a la entidad residente y dejar constancia de su invocación.

La pervivencia de este enclave, ligado normalmente al interés y mantenimiento de las comunidades donde se ubican, tal vez asociado al control del territorio y a la fijación de sus límites, tienta a relacionarlo primero con el poblado vetón de Alija, a cuya visual no escapa, y posteriormente a la ciudad romana de Avgvstobriga, donde la presencia del elemento indígena seguía siendo muy importante si tenemos en cuenta la epigrafía. Este municipio romano perduraría hasta el final del siglo V, estableciéndose un paralelo en el registro monetario de ambos lugares. La continuidad en el uso de espacios sagrados ancestrales no supuso ningún inconveniente para la autoridad romana, de hecho, hay constancia incluso de la reutilización consciente de este tipo de lugares dedicados a los cultos locales tradicionales e incluso determinados megalitos[81].

 

Desconocemos si tras el posterior abandono, su destrucción fue tal vez una expresión más de la intolerancia de algunos cristianos asentados en la zona u obedeció a la presencia de una comunidad islámica débilmente testada en los alrededores de la Peña, la cuestión es que no se limitaron a desmantelar los edificios, sino a destruir su esencia pagana despeñando por el acantilado todos los elementos susceptibles de haber colaborado en la construcción de lo que presumimos fueron estructuras erigidas en un espacio sagrado, sin dar opción a la perpetuación como espacio religioso cristianizado.

 

Sea como fuere, esta modesta aportación pretende tan solo llamar la atención sobre un yacimiento extraordinario, conocido desde hace casi cuatro siglos si tenemos en cuenta las referencias al mismo en las Relaciones Topográficas de Felipe II, pero nunca explorado lo suficiente pese a las extraordinarias circunstancias que le rodean y a las que también puedo adscribir un asentamiento Alto Medieval de grandes proporciones y una extensa necrópolis de tumbas excavadas en la roca que hasta ahora no había mencionado. Si con todo ello puedo estimular la curiosidad de quienes estén en mejor disposición que yo para su estudio, quedaré plenamente satisfecho y a buen seguro quien emprenda ese camino, no quedará defraudado.

 

 

 

ÍNDICE DE FIGURAS

 

 Fig. 1. Imagen del Verraco del Gualija (Peraleda de San Román) con sus dimensiones.

Fig. 2. Mapa de distribución de la escultura zoomorfa –Verracos- en las comarcas de la Jara y el Campo Arañuelo: 1, Peraleda de la Mata; 2,3,4 Talavera la Vieja; 5, 6 Peraleda de San Román; 7, Berrocalejo; 8, 9 Valdelacasa de Tajo; 10 al 16 Villar del Pedroso; 17, Carrascalejo; 18 Valdeverdeja; 19, Lagartera; 20, Calzada de Oropesa; 21, Chozas; 22 El Bercial; 23 al 26 Torralba de Oropesa; 27, Alcaudete de la Jara; 28, Alcolea de Tajo; 29 Aldeanueva de Barbarroya; 30, 30, 32, Las Herencias; 33-34, Torrecillas de la Jara; 35 al 40 Talavera de la Reina.

Fig. 3. Peña del Ribero 1 (Berrocalejo) con inscripción y grabados de cazoletas.

Fig. 4. A: Ara en una pared camino de Bercenuño (Berrocalejo); B Ara del Valle de San Román (Peraleda de San Román). C: Ara de Castrejón (Valdelacasa de Tajo).

Fig. 5. Piezas trabajadas en el entorno de Peñaflor: 1, umbral; 2 y 3 sillares almohadillados; 4 y 5 sillares; 6, 7 y 8 fustes de columna; 9 y 10 basas de columna; 11, columna adosada a una pilastra; 12: capitel.

Fig. 6. Piezas trabajadas en el entorno de Peñaflor: 1, fragmento de fuste de mármol; 2, fragmento de opus caementicium; 3, quicialera; 4 y 5 fustes de columna; 6, sillar; 7, fuste de columna; 8, entalle para un sillar; 9, basa de columna; 10, canal; 11, fuste adosado a una pilastra; 12, fuste de columna.

Fig.7: Capitel localizado entre las ruinas de Peñaflor (Berrocalejo).

Fig. 8: Pieza con el fuste adosado a una jamba localizado entre las ruinas de Peñaflor (Berrocalejo).

Fig. 9. Ático de un ara fragmentada. Peñaflor (Berrocalejo).

Fig. 10. Exvoto de un toro procedente de Peñaflor (Berrocalejo) Museo de la Fundación Antonio Concha.

Fig. 11. Detalle de una pezuña de cabra de un exvoto fragmentado y entalle sobre ágata de color oscuro. Procedentes de Peñaflor (Berrocalejo). Museo de la Fundación Antonio Concha.

NOTAS

[1] Una referencia al hallazgo la hicimos en una publicación reciente (GONZÁLEZ CORDERO, Antonio y ÓLIVER MIGUEL-VELA, David: Santa Cruz de la Sierra, de la prehistoria a la Historia. Navalmoral de la Mata 2021, pg. 69, y su noticia nos llegó a través de D. Rubén Ortega, funcionario del ayuntamiento de Peraleda de San Román, que amablemente nos proporcionó los datos para su localización. Posteriormente dimos noticia a la Dirección Gral. de Patrimonio, para que procediera a su catalogación y recuperación. Noticias posteriores han dado pie a que esta imagen sea recogida en un inventario actualizado de estas imágenes (MANGLANO VALCÁRCEL, Gregorio. R.; RUANO, Lucía; GARCÍA JIMÉNEZ, Rosario y BERROCAL-RANGEL, Luis: “Sobre verracos vetones. Nuevas esculturas zoomorfas de la edad del Hierro en la meseta occidental”. CUPAUM, 47/2. Madrid 2021, pg.  252).

[2] En la obra de V. Paredes (PAREDES GUILLÉN, Vicente: Historia de los Framontanos Celtíberos. Plasencia 1888.) uno de los principales valedores de esta hipótesis, se aboga por esta posibilidad, aludiendo especialmente en su obra, a las vías pecuarias en esta parte del mapa cacereño y toledano.

[3] La presencia de gran cantidad de sedimentos de origen aluvial alrededor del verraco, nos hacen suponer, que, tanto en su derribo, como en su posterior cobertura, pudo colaborar una extraordinaria riada.

[4] LÓPEZ MONTEAGUDO, Guadalupe: Esculturas Zoomorfas Celtas de la Península Ibérica. Madrid 1989, nº 193.

[5] HURTADO, Publio: Supersticiones extremeñas. Reed. a partir de la Revista de Extremadura años 1901-1902. Huelva 1989, pg. 152.

[6] Por solifluxión o reptación se entienden los desplazamientos de masas de tierra a causa de la plasticidad y fluidez adquirida por el terreno cuando absorbe gran cantidad de agua.

[7] GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “La herencia de los vettones en el Campo Arañuelo y la Jara cacereña”. XXIV Coloquios Histórico—Culturales del Campo Arañuelo. Navalmoral de la Mata 2018, pgs. 139.141.

[8] HERMOSILLA Y SANDOVAL, Ignacio: Noticia de las ruinas de Talavera La Vieja. Memorias de la Real Academia de la Historia. Madrid 1796, pgs. 345-348.

[9] MANGLANO VALCÁRCEL, Gregorio R.: Los verracos un patrimonio arqueológico singular en el ámbito de la Península Ibérica. Estudio de los contextos de aparición y procedencia, identificación funcional y valoración patrimonial. Tesis Doctoral Inédita.  https:// repositorio.uam.es/ handle/10486/661762. Madrid 2013.

[10]RAMÓN Y FERNÁNDEZ-OXEA, José: “Nuevas esculturas zoomorfas prehistóricas en Extremadura”. Ampurias XII. Barcelona 1950, pg. 60.

[11] ÁLVAREZ-SANCHÍS, Jesús R.: Los Vettones, Bibliotheca Archaeologica Hispana (BAH). Vol. 1, Madrid 1999, pgs. 104, 2 y 106,5.

[12] LÓPEZ MONTEAGUDO, Guadalupe: Esculturas Zoomorfas Celtas.., Ob. cit., Lam. 7, Cat. Nº. 21.

[13] Ibid. Lam. 54.

[14] Ibid. Lam. 71.

[15] RAMÓN Y FERNÁNDEZ-OXEA, José (1950): Nuevas esculturas zoomorfas.., Ob. cit., pg. 61

[16] GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “La herencia de los vettones.., Ob. cit., pgs. 137-174.; GONZÁLEZ CORDERO, Antonio y ÓLIVER MIGUEL-VELA, David: Santa Cruz de la Sierra.., Ob. Cit.

[17] GÓMEZ DÍAZ, Rafael y SANTOS SÁNCHEZ, Marcelino: “Esculturas zoomorfas de Talavera y sus comarcas”. Homenaje de Talavera y sus tierras a D. Fernando Jiménez de Gregorio. Talavera de la Reina 1998, pgs. 71-96; PACHECO JIMÉNEZ, César y MORALEDA OLIVARES, Alberto: “Un nuevo ejemplar de escultura zoomorfa en la zona toledana: el verraco de Lagartera”. Lusitanos y vettones. Los pueblos prerromanos en la actual Beira Baixa-Alto Alentejo-Cáceres. Memorias, 9. Cáceres 2009, pgs. 141-145; GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “La muerte también tenía un precio: ritos y costumbres en torno a la muerte en los primeros siglos de nuestra era en el noreste cacereño”. XVII Coloquios Histórico-Culturales del Campo Arañuelo. Navalmoral de la Mata 2011, pg. 226; GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “El tiempo entre tinieblas. Ob. cit., pgs. 133-174; LÓPEZ MONTEAGUDO, Guadalupe: Esculturas Zoomorfas..Ob. cit; ÁLVAREZ-SANCHÍS, Jesús R.: Los Vettones, Bibliotheca Archaeologica Hispana (BAH). Vol. 1, Madrid 1999; MANGLANO VALCÁRCEL, Gregorio R.: Los verracos un patrimonio.., Ob. cit;  RAMÓN Y FERNÁNDEZ-OXEA, José: “Nuevas esculturas zoomorfas.., Ob. cit; MANGLANO VALCÁRCEL, Gregorio R.; RUANO, Lucía; GARCÍA JIMÉNEZ, Rosario y BERROCAL-RANGEL, Luis: “Sobre verracos vetones…, Ob. cit., pgs. 237-260.

[18] Alija (Peraleda de San Román), Isla del Arroyo de las Buitreras (El Gordo), Los Castrejones (Valdeverdeja), Castros II (Villar del Pedroso), Puente Pino (El Bercial). Más alejados quedan los de arroyo Manzanas, el del cerro de Torrejón y los del planalto verato: Castillejos de Aldeanueva de la Vera, Castrejón de Villanueva de la Vera, El Raso de Candeleda, etc.

[19] GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “La herencia de los vettones en el Campo Arañuelo y la Jara cacereña”. XXIV Coloquios Histórico—Culturales del Campo Arañuelo. Navalmoral de la Mata 2018, pgs.137-174.

[20] Se han interpretado erróneamente, la pieza de la pileta de los Moriscos (RÍO-MIRANDA ALCÓN, Jaime e IGLESIAS DOMÍNGUEZ, Mª. Gabriela: “Hallazgo de un nuevo verraco en el término de Ahigal”. Ahigal Revista Cultural. 13. Ahigal 2003, pgs. 4-7), tres piezas del Berrocalillo de Plasencia (RÍO-MIRANDA ALCÓN, Jaime e IGLESIAS DOMÍNGUEZ, Mª. Gabriela: “El castro vetón del Berrocalillo (Plasencia)”. Ahigal. Revista Cultural, 16. Ahigal 2003, pgs. 4-11), dos de Villar del Pedroso, una del Bercial de San Rafael (GÓMEZ DÍAZ, Rafael y SANTOS SÁNCHEZ, Marcelino: “Esculturas zoomorfas.., Ob. cit., pgs 73 y 90, Fig. 29 y 30), el número 4 de Mirueña de los Infanzones (MANGLANO VALCÁRCEL, Gregorio R.: Los verracos un patrimonio.., Ob. cit., nº 200) y la más reciente ubicada en el Pico del Gordo, cercano a Plasencia (CÁCERES ESCUDERO, Yonatán: “El hallazgo de un nuevo verraco en la provincia de Cáceres y su contextualización arqueológico-geográfica”. Revista de Estudios Extremeños, LXXVI, 2. Badajoz 2021, pg. 43). Esta última descrita como un verraco que ha sufrido una mutilación, pues conserva el cuerpo de forma rectangular y dos protuberancias prismáticas que en teoría corresponderían a las patas, son a nuestro juicio piezas identificadas en cocinas romanas que desempeñan la función de morillos (RÍO-MIRANDA ALCÓN, Jaime: “¿los raros monumentos sepulcrales? No tan raros”. Cuadernos Caparenses, 12. 2015, pgs. 2-23.).

[21] Ribero 1: ETR89: 39º47´34,77´´N y 05º20´22,41´´W. Alt. 390,59 msnm.

[22] GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “Pinturas y grabados rupestres postpaleolíticos en el Campo Arañuelo. El papel de las cazoletas como parte de un código común”. XXVII Coloquios Histórico-Culturales del Campo Arañuelo. Navalmoral de la Mata 2021, pgs. 245-299.

[23] Berrocalejo: Arroyo del Ribero 1, 2, 3; Canchales 1, 2, 3, 4, 5; Ribero 1, 2, 3, 4; Canchal Cuervo; Arroyo del Conde 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8; Cueva Jumá; Canchal Merido; La Miera 1, 2, 3, 4; Nebrosa 1, 2, 3, 4, 5; Volvedero1, 2, 3, 4, 5, 6, 7; La Mata 1, 2. El Gordo: Ribera de Vallejondo 1, 2, 3, 4, 5.

[24] SANTOS ESTÉVEZ, Manuel; PARCERO OUBIÑA, César y CRIADO BOADO, Felipe: “De la arqueología simbólica del paisaje a la arqueología de los espacios sagrados”, Trabajos de Prehistoria, 54, 2. Madrid 1997, pg. 70; SANTOS ESTÉVEZ, Manuel y GARCÍA QUINTELA, Marco V.: “Arte rupestre y santuarios”. SEMATA, 14. Edic. Castiñeiras M. A y Díez, F. Santiago de Compostela 2003, pg. 71; SANTOS ESTÉVEZ, Manuel: “Petroglifos y paisaje social en la prehistoria reciente del noroeste de la Península Ibérica”. TAPA, Trabalhos de Arqueoloxia e Patrimonio, 38. Santiago de Compostela 2007, pg. 169; GARCÍA QUINTELA, Marco V. y SANTOS ESTÉVEZ, Manuel: Santuarios de la Galicia Céltica. Arqueología del Paisaje y Religiones Comparadas en la Edad del Hierro, Abada Editores, Madrid 2008, pg. 82.

[25] SANTOS ESTÉVEZ, Manuel: “Petroglifos y paisaje social.., Ob cit., pg. 69.

[26] Tito Livio VIII, 9. Historia de Roma desde su fundación. Ab Urbe condita. Obra completa. Madrid.

[27] Numen es un término latino para «divinidad», presencia o voluntad divina.

[28] Las inscripciones votivas de época romana guardan una relación intrínseca con un sentimiento de devoción de la comunidad, o bien del individuo que la realiza, con una deidad en concreto, ya sea entre otros casos como una vía para agradecer a un determinado dios algún acontecimiento beneficioso que haya ocurrido, bien para buscar la protección de individuo o de varios (puede ser incluso una familia o una comunidad), como un gesto obligado por la propia divinidad o como una promesa. Es decir, que en principio las inscripciones votivas de la época romana hay que asociarlas con las creencias religiosas populares (PÉREZ PARRA, Inmaculada C., y GARCÍA BAREA, Juan M.: “Inscripciones votivas del yacimiento de Ocurri en la provincia de Cádiz: un ejemplo de devoción política durante la etapa imperial”. Contribución a las Ciencias Sociales. 2011. Puede consultarse en: https://www.eumed.net/rev/cccss/12/ppgb3.htm.

[29] SANTOS ESTÉVEZ, Manuel: “Petroglifos y paisaje social.., Ob cit., pgs. 163-166.

[30] GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “Las mieras de Berrocalejo y Peraleda de San Román. De falsos grabados y oficios del pasado”. XXIII Coloquios Histórico-Culturales del Campo Arañuelo. Navalmoral de la Mata 2016, pgs. 148-149, Fig. 5 y 6.

[31] CURADO, Fernando P.: “Inscriçao rupestre da Aldeia da Ponte (Sabugal)”. Ficheiro Epigrafico, 22. Coimbra 1987, pg. 99.

[32] Correia Santos, Mª. João: Santuarios rupestres de la Hispania indoeuropea (Tesis Doctoral), Universidad de Zaragoza 2015, pg. 843 y CORREIA SANTOS, Mª. João y SCHATTNER, Thomas G.:  “O Santuário do Cabeço das Fráguas através da arqueologia”. Actas da Jornada Porcom, Oilam, Taurom. Cabeço das Fráguas: o santuário no seu contexto (Guarda, 23 de abril), Iberografias: Revista de Estudos Ibéricos, 6. Guarda 2010, pgs. 89-108.

[33] Ibid. Pg. 903.

[34] Ibid. Pg. 1063.

[35] ÁLVAREZ GONZÁLEZ, Yolanda; LÓPEZ GONZÁLEZ, Luis F. y LÓPEZ BARJA, Pedro: “Dos inscripciones inéditas del Castro de San Cibrán de Las (San Amaro-Punxín, Orense)”.  Paleohispanica, 4, 2004: 235-244; DE BERNARDO STEMPEL, Patricia y GARCÍA QUINTELA, Marco V.: “Población trilingüe y divinidades del Castro de Lansóriga (NW de España)”, Madrider Mitteilungen, 49, Mainz 2008, pgs. 255-291.

[36] CALLEJO SERRANO, Carlos: “Aportaciones a la epigrafía romana del campo norbense”, Boletín dela Real Academia de la Historia, CLVII, Real Academia de la Historia, 156-157. Madrid 1965, pg. 21.

[37] GARCÍA QUINTELA, Marco V. y SANTOS ESTÉVEZ, Manuel: Santuarios de la Galicia.., Ob. cit, pg. 82.

[38] ALMAGRO GORBEA, Martín; ESTEBAN ORTEGA, Julio; RAMOS RUBIO, José A. y DE SAN MACARIO SÁNCHEZ, Óscar: Berrocales sagrados de Extremadura. Orígenes de la religión popular de la Hispania céltica 2021, pg. 94.

[39] DE ALVARADO, Manuel, GARCÍA-HOZ, Mª Concepción y GONZÁLEZ COR­DERO, Antonio: “El templo romano del Collado de Piedras Labradas (Jarilla, Cáceres)”, en J. Mangas y J. Alvar (eds.), Homenaje a José M.ª Blázquez, Madrid, 1998, vol. V, pgs. 1-19.

[40] ABASCAL PALAZÓN, Juan M.: “Las inscripciones latinas de Santa Lucía del Trampal (Alcuéscar, Cáceres) y el culto de Ataecina en Hispania”. AEspA, 68. Madrid 1995, nºs 32-43.

[41] FERNÁNDEZ GÓMEZ, Fernando: “El santuario de Postoloboso (Candeleda, Ávila)”, Noticiario Arqueológico Hispánico, 2, Madrid 1973, pgs. 169-270.

[42] Correia Santos, Mª. João: Santuarios rupestres.., Ob. cit., pg. 855.

[43] Acerca de los altares anepígrafos de Santa Lucía del Trampal Mª Paz García y Bellido, ve posible que las mismas sean testimonios de “otro pueblo que rendía culto en el santuario de la divinidad del lucus, pero cuyo ritual conllevaría usos ágrafos”. No se trataría por tanto de ausencia epigráfica, sino de la presencia de otras formas de culto en un santuario de fronteras. Un caso de diferente culto en el mismo santuario, además del atestiguado por las dedicaciones a una divinidad Dea Domina Sancta halladas en el mismo lugar. (García-Bellido Mª. Paz: “Lucus Feroniae Emeritensis”. AEspA, 74. Madrid 2001, pgs. 62 y 63).

[44] Fue descubierta por Juan Antonio Sánchez Díaz, a quien agradecemos que nos lo comunicara. Actualmente se está gestionando su traslado para acomodarla en el aula municipal.

[45] Las monedas de este yacimiento son de la época de Constantino II (337-340) y Valentiniano I (364-375). Se encuentran depositadas en el Museo de la Fundación Antonio Concha.

 

[46] GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “La Edad del Bronce en el Campo Arañuelo”. XXI Coloquios Histórico-Culturales del Campo Arañuelo. Navalmoral de la Mata 2015, pg. 127.

[47] GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “El tiempo entre tinieblas…, Ob. cit., pg.170.

[48] GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “Raros monumentos funerarios romanos en Aldeanueva de la Vera”. Revista Pencona, 17. Aldeanueva de la Vera 2021, pgs. 16-19.

[49] Estrabón, Geographicá III, 4, 16.

[50] GÓMEZ PANTOJA, Joaquín L. y GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “La grande casquería lusitana. Nuevos y olvidados epígrafes de Augustobriga”, Gerión 38/2. Madrid 2020, pg. 509.

[51] Relaciones Topográfica de los pueblos de España, hechas por Felipe II (1568). Lo más interesante de ello escogido por D. Juan Ortega Rubio. Berrocalejo, 140-141.  En tres escuetas líneas se dice además que “junto a la ribera del Tajo hay un sitio que se llama Peñaflor, donde se ven muchas ruinas de edificios antiguos y piedras labradas”. En el Diccionario Geográfico de Pascual Madoz, tomo IV. Madrid 1848, pg. 288, reitera lo mismo y en alusión a Peñaflor dice: “la peña, cerca de la cual y en su contorno se descubren algunos vestigios de antiguos edificios y fortificaciones de época romana y sarracena”.

[52] MORALEDA OLIVARES, Alberto: “Aportaciones al estudio de la epigrafía romana de la Extremadura Oriental”. Homenaje a Fernando Jiménez de Gregorio. Toledo 1988, pg.  99; SANTOS SÁNCHEZ, Marcelino: Historia de Berrocalejo de Abajo. Talavera de la Reina 1994, pg. 96; GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “El puente del Conde. Berrocalejo-Peraleda de San Román”. IV Coloquios Histórico-Culturales del Campo Arañuelo. Navalmoral de la Mata 1997, pg. 15.

[53] Hemos detectado también la presencia de mármoles en un estado de fragmentación imposibilita reconocer el tipo de piezas que conformarían. En el castillo de Alija ocurre algo parecido y la causa puede estar en el aprovechamiento de este material en hornos, para una vez cocido, utilizar la cal resultante en la construcción.

[54] DE ALVARADO, Manuel, GARCÍA-HOZ, Mª Concepción y GONZÁLEZ COR­DERO, Antonio: “El templo romano.., Ob. cit., pg. 5

[55] MÉLIDA ALINARI, José R.: Catálogo monumental de la provincia de Cáceres. Madrid 1924, Lam XXXIII; DE ALVARADO, Manuel, GARCÍA-HOZ, Mª Concepción y GONZÁLEZ COR­DERO, Antonio: “El templo romano., Ob. cit.; GARCÍA Y BELLIDO, Antonio: “Parerga de arqueología y epigrafía hispano-romana IV”. Archivo Español de Arqueología, 44. Madrid 1971, pgs. 137-152. Este último opina que la parte romana de la aedicula de Fuentidueñas (Plasencia), fue el basamento de una torre sepulcral romana. Una reflexión apresurada que no tuvo en cuenta la existencia en un cercado anexo de aras anepígrafas y frente a la construcción, la presencia de una fuente, ya cegada, que el dueño de la finca aseguraba poseer propiedades termales y la ausencia en los alrededores de un asentamiento al que el pretendido uso funerario prestara su utilidad.

[56] FEIO ÁLVAREZ, Karim: “El templo de Alcántara, ejemplo singular de cantería romana”. Huerta, S. y López F. (eds.). 2013. Actas del Octavo Congreso Nacional de Historia de la Construcción. Madrid, 9-12 de octubre de 2013. Madrid 2013, pg. 277.

[57] GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “El puente del Conde.., Ob. cit., pgs. 7-30.

[58] Colecciones lapidarias votivas se conocen en Jarilla, La Lobosilla y Fuentidueñas, mientras que, en Alcántara, la colecta lapidaria se circunscribe a la monumentalidad del puente.

[59] Relaciones Topográfica de los pueblos de España, hechas por Felipe II (1568) y en el CIL II 3078b; CIL II 5341 et add. p. XLV. Según Santos (1995: 100) esta inscripción y un verraco fueron vendidos a D. Luis de la Llave que los conservó en su domicilio de Talavera de la Reina, de hecho, aparecen mencionados en un libro sobre esa localidad (FERNÁNDEZ SÁNCHEZ, Ildefonso: Historia de la muy noble y leal ciudad de Talavera de la Reina. Madrid 1896, pgs. 60 y 61). Santos no fue capaz de localizar la inscripción, pero por lo que averiguó Gómez-Pantoja, esta se halla depositada en el MAN (GÓMEZ-PANTOJA, Joaquín L.: “Inscripciones latinas de la raya entre Extremadura y Castilla”. Hispania Antiqua, XVII. Valladolid 1993, pg. 333.

[60] MORALEDA OLIVARES, Alberto: “Aportaciones al estudio.., Ob. cit., pg. 99.

[61] SANTOS SÁNCHEZ, Marcelino: Historia de Berrocalejo.., Ob. cit., pg. 98.

[62] FITA, Fita: “Inscripciones romanas de Vascos y Valdeverdeja”. BRAH, 2. Madrid 1882, pgs. 244-246.

[63] GÓMEZ-PANTOJA, Joaquín L.: “Inscripciones latinas.., Ob. cit., pg. 331.

[64] GÓMEZ SANTA CRUZ, Julio y ESTEBAN ORTEGA, Julio: “Divinidades y lugares de culto vetones y romanos en el Noreste de la provincia de Cáceres”. Norba, 23. Cáceres 2010, pg. 54.

[65] En 1985 tuvimos la fortuna de fotografiar un ara, arrinconada en un lateral del claustro nuevo, inédita al tratarse de otro ejemplar sin inscripción.

[66] Tanto el exvoto del toro como la pezuña de cabra se exhiben en las vitrinas del Museo de la Fundación Antonio Concha.

[67] Recientemente nos legó una fotografía de una figura de idéntica factura y material, vendido a un particular como exvoto ibérico. https://www.todocoleccion.net/monedas-ibericas/exvoto-toro-iberico-plomo~x203514400.

[68] En esa relación no se contabiliza la cabrita de bronce que Amalio Maestre e Ibáñez presentó a la Exposición Universal de París de 1867 junto a otros objetos procedentes de las minas de Plasenzuela. Sobre dichas minas redactó un informe en colaboración con Ramón Rúa Figueroa, sobre el estado de las minas que la sociedad “Palacios y Golondrinas” explotaba en Plasenzuela (Cáceres). Madrid, 1857, 2 pgs. Los materiales antiguos encontrados en dichas minas, fueron presentados a la Exposición Universal de París en 1867, junto a otros que A. Maestre había reunido como colección particular. (Exposición Universal de París, 1867, Catálogo General de la Sección española. Editado por la Comisión Regia. Imprenta general de CH. Lahure. París 1867, pg. 371).

[69] ALMAGRO GORBEA, Martín: “Las cabritas de bronce de la diosa Ataecina”. Estudos Arqueológicos de Oeiras, 24. Câmara Municipal. Oeiras 2018, pgs. 397-436.

[70] ABASCAL PALAZÓN, Juan M.: “Las inscripciones latinas.., Ob. cit.

[71] FERRER SOLER, Albert: “Exvotos iberorromanos de Malpartida de Cáceres dedicados a la deidad Turibrigensi Adaecina”. A.E.A. Madrid 1948, pg. 288 y BELTRÁN LLORÍS, Miguel: Estudios de Arqueología cacereña. Cáceres 1973, pg. 26.

[72] ALMAGRO GORBEA, Martín; ESTEBAN ORTEGA, Julio; RAMOS RUBIO, José A. y DE SAN MACARIO SÁNCHEZ, Óscar: Berrocales sagrados.., Ob. cit.

[73] GARCÍA-BELLIDO, Mª. Paz: “Lucus Feroniae.., Ob. cit., pg. 65.

[74] SABIO GONZÁLEZ, Rafael: “Turibriga. La ciudad perdida de Ataecina”. Revista de Estudios Extremeños, LXXVII, 1. Badajoz 2021, pgs. 21-51.

[75] Los entalles son pequeñas piedras talladas con un bajo relieve en la parte superior que normalmente van engastadas en un anillo, aunque también se han encontrado engastadas en otro tipo de ornamentos personales o en placas. Los motivos decorativos son muy diversos: rostros, figuras, especialmente de divinidades, animales, símbolos. Este en concreto lo había encontrado un vecino, quién nos permitió fotografiarlo, pero dado lo apresurado del momento, el retrato se efectuó en condiciones que no fueron las idóneas, sin lentes de aproximación que pudieran dar mejor idea de los detalles.

[76] SANTOS SÁNCHEZ, Marcelino: Historia de Berrocalejo.., Ob. cit., pg. 99.

[77] GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “Del Epipaleolítico a la Edad del Cobre en el Campo Arañuelo”. XXVI Coloquios Histórico-Culturales del Campo Arañuelo. Navalmoral de la Mata 2020, pg. 191. GONZÁLEZ CORDERO, Antonio: “Pinturas y grabados rupestres.., Ob. cit., pgs. 245-299.

[78] ALFAYÉ VILLA, Silvia: “Santuarios celtibericos”. Celtiberos, tras la estela de Numancia. Soria 2005, pg. 230.

[79] GONZÁLEZ CORDERO, Antonio y ÓLIVER MIGUEL-VELA, David: Santa Cruz de la Sierra.., Ob. cit.

[80] Quizá sea más correcta la palabra delubrum o fanum que templum, pues en el sentido vitrubiano, la última palabra por lo común no se refiere al edificio, sino a un recinto sagrado.

 

[81] GARCÍA SANJUÁN, Leonardo; GARRIDO GONZÁLEZ, Pablo y LOZANO GÓMEZ, Fernando: “Las piedras de la memoria (II). El uso en época romana de espacios y monumentos sagrados prehistóricos del Sur de la Península Ibérica”. Complutum, 18. Madrid 2007, pg. 124.

Nov 222021
 

   Antonio González Cordero

  

RESUMEN:

 

Las peculiares circunstancias de Talavera la Vieja, la antigua Augvstobriga romana, sumergida desde hace ya casi sesenta años, han impedido una investigación a fondo del yacimiento, aunque gracias a los ocasionales descensos del nivel del agua del pantano de Valdecañas, y a los potentes arrastres hacia el interior de la cuenca de grandes volúmenes de lodo, numerosas estructuras y monumentos que permanecían enterrados, han vuelto a ver la luz, facilitando con ello su estudio. Entre los lugares que aún no se conocían, estaban las necrópolis, donde se han identificado un número importante de enterramientos, a través de los cuales, hemos podido conocer la variabilidad de sus prácticas funerarias, siendo las sepulturas rectangulares con cubiertas de tejadillo a doble vertiente, las cistas cuadrangulares y los mausoleos de planta rectangular, los más destacados ejemplos. También hemos podido atestiguar la celebración de banquetes funerarios, tanto por la presencia de restos de comida en el exterior de las tumbas, como de tubos de libación, ambos probablemente sirvieron de elementos de señalización del sepulcro, junto a los numerosos epígrafes y otros tipos de elementos objeto de estudio en el presente trabajo.

  

  1. INTRODUCCIÓN.

 

Los estudios sobre Talavera la Vieja se han multiplicado en los últimos veinte años[1], rindiendo un postrer homenaje a quienes habitaron este lugar, ahora desolado campo de ruinas, en cuyo laberinto de cascotes, se mezclan lo viejo con lo nuevo, sin posibilidad a veces de separar aquello que formó parte del sustrato romano, orientalizante o del Bronce Medio, los tres periodos de ocupación reconocidos, cuyas bruscas interrupciones, de forma premonitoria, parecían anticipar lo que también ocurriría en el siglo XX. Arrasada, expoliada e incluso dinamitada, tan solo ofrece retales de su historia a quien sepa leer entre líneas, tarea que empecinadamente emprendimos hace más de treinta años, documentando una evolución, siempre a peor, de sus vestigios, y a lo largo de los cuales, la transformación en barro de la tierra que cubría sus ruinas y el posterior corrimiento hacia el interior de la cuenca del pantano, ha permitido la exhumación de numerosos vestigios de ese pasado.

Fig. 1- Ubicación de las necrópolis de Talavera la Vieja sobre fotografía de satélite. Fuente Google Earth Pro.

 

Uno de capítulos aún no tratados, es el de sus necrópolis (Fig. 1), cuya existencia, más que evidente, se intuía a tenor de la abundante presencia de epígrafes funerarios dispersos por toda el área urbana, donde fueron empleados a discreción por los constructores de la moderna Talavera la Vieja, como vulgar mampostería. Su identificación, pese a la suposición inducida por su habitual presencia a la salida de las ciudades, no había podido ser precisada hasta el día de hoy, cuando esos movimientos de tierra a los cuales aludíamos, especialmente agresivos con la periferia urbana, expusieron las partes sobresalientes de los laterales de algunas tumbas y otros indicios lo suficientemente claros, para ubicar al menos dos necrópolis. Ambas se emplazan a oriente y occidente de la población, es decir, en sus extremos, aunque, por otros testimonios de los talaverinos[2], podríamos señalar un tercer núcleo más allá del castellum aquae, de lo que antes se tenía por una torre de la muralla[3], en el camino sur de la ciudad.

 

  1. LA NECRÓPOLIS DE LOS MÁRTIRES.

 

La primera de las necrópolis y más importante por el número y tipo de sepulcros descubiertos, es la que se encuentra en el solar de la ermita de los Santos Mártires Fabián y Sebastián[4]. Su ubicación, extramuros de la Augustobriga romana, coincide con el lugar donde finalizaba el decumano máximo de la ciudad y comenzaba el camino hacia los baños de la Cuadra, muy cerca de la confluencia del río Alija en el Tajo. La huella de esta arteria debió de permanecer tras el abandono de la población, pese a la ruina que minaría los edificios levantados por los romanos, pues a finales del s. XV, y cuando se repuebla con el nombre de Talavera la Vieja, su trazado es respetado, convirtiéndose en la principal arteria de la localidad con el nombre de calle Real. Este eje, tanto en el presente como en el pasado, serviría para vertebrar los barrios de la ciudad, articulados por medio de una gran parrilla, cuyas calles se corresponden igualmente con la parcelación de cada manzana dispuesta por los agrimensores romanos.

Fig. 2- Localización de la ermita de Los Mártires y de la necrópolis oriental de Talavera la Vieja. Foto de 1959. Paisajes Españoles.

 

La verdadera extensión del área de enterramiento es desconocida, pues desde la colmatación del vaso del pantano en 1963, y salvando el incidente que tuvo lugar en 1966, por el cual hubo de ser vaciado completamente, el nivel del agua nunca había descendido por debajo de la cota 291 sobre un nivel máximo de aforo que es de 315 m.s.n.m. Sin embargo, el hecho de que la mayor parte de las tumbas conocidas se deban a los estragos causados por la actividad erosiva del oleaje en sus orillas, nos hace sospechar, que más allá de lo que nos permite contemplar los acusados descensos del estío, la necrópolis, se extendía bajo la ermita hacia el olivar anexo, continuaba hacia la era empedrada de “Tío Sotero Prieto” situada un poco más al norte, y rebasando las tapias  del Corral Concejo, se adentraba en los corrales situados a derecha e izquierda, de esta manera, los viajeros que entraban o salían de la ciudad, se encontraban, como en otras muchas ciudades del mundo romano, una avenida flanqueada por monumentos funerarios. (Fig. 2)

 

Tan solo uno de sus límites parece estar claro, y lo marca el arroyo que lleva por nombre la Ruiza. Es un límite físico, pero a su vez simbólico, pues el arroyo parece servir de imagen del mítico río Aqueronte, en cuya orilla el barquero del Hades esperaba para guiar las sombras de los difuntos hasta el otro lado del río. No es casual, por tanto, que a pocos metros de su orilla acabara el pomerium o espacio urbano construido, dando paso al dominio mortuorio que por extensión era considerado un lugar sagrado e inviolable. No es de extrañar, por tanto, que existiera una planificación urbanística previa en la concepción de ambos espacios, el de los vivos y el de los muertos, circunstancia que a su vez explicaría el carácter hipodámico de la ciudad, reflejado incluso en la construcción moderna.

 

Puede ser una coincidencia, pero este punto fue considerado, asimismo, el límite urbano de la moderna Talavera la Vieja, erigiendo frente a la ermita, en el chaflán de un corral, y entre los caminos de la barca de Alija y el carril de la Palomera, un crucero adornado con una columna de mármol blanco rosáceo, originaria probablemente de las canteras de Borba-Estremoz, permaneciendo allí junto al pedestal que los sustentaba, hasta los años ochenta, cuando la ciudad se convirtió en una improvisada cantera, mientras que los torsos de los verracos y otras piezas singulares, permanecen sumergidas cerca de la pasadera del arroyo de la Ruiza, el cual circunvalaba por el oeste la colina donde se levanta la ermita, delimitando tal y como hemos dicho el área de los enterramientos.

 

Hoy las ruinas de la ermita apenas sugieren lo que fue, pero siglos atrás, tanto el edificio, como los solares anexos, fueron objeto de atención por quienes visitaron “Talaverilla”, atraídos, no por la construcción en sí del edificio, de una arquitectura bastante modesta, típica de las arquitecturas góticas rurales, sino por la reiterada presencia de epígrafes latinos en los alrededores.

 

De sus avatares dan cuenta varios documentos. El más antiguo data de 1571, aproximadamente 80 años después de la reocupación y refundación de esta población, y trata de una carta que el humanista toledano Alvar Gómez de Castro remite al Obispo de Plasencia D. Pedro Ponce de León. En dicho documento habla de una lápida escrita en latín que se hallaba en el interior de la ermita[5], distinta de la que se menciona unos años más tarde en las Relaciones Topográficas de Felipe II[6] y a su vez diferente de aquella otra a la que se alude en un manuscrito del P. Román de la Higuera[7]. En suma, una crecida colecta de epígrafes, muchos de los cuales aparecen en los estudios dedicados al lapidario de este municipio[8].

 

La ermita y sus epígrafes constituyen por tanto uno de los principales alicientes para viajeros y curiosos que recalan en Talavera la Vieja, de ahí, que sin sospechar aun lo que albergaba éste enclave, le dediquen bastantes párrafos, a través de los cuales se puede seguir la historia del edificio y comprender incluso el porqué de su advocación. En este sentido, tenemos la suerte de contar con las descripciones de Hermosilla y Córnide[9], las más importantes sobre las antigüedades que albergaba la población. La primera, es una larga crónica con algunas conjeturas sobre la ubicación de las principales estructuras de la ciudad romana, la segunda, sin embargo, profundiza en unos supuestos orígenes de la villa y su nombre, sin obviar la importancia de las ruinas y reparar en algunos detalles que el anterior académico pasó por alto.

 

Acerca de la ermita en cuestión, la crónica de Hermosilla, por ejemplo, no hace sino certificar el estado de ruina y abandono en el que se encuentra, es decir, cuando habían transcurridos tres siglos aproximadamente de lo que debió de ser la fecha de su construcción, y dos siglos posteriores a la visita de Alvar Gómez. En el texto, se alude a su estado de la siguiente manera:  «Cerca de la villa empieza á verse por todas partes una infinidad de sillares de piedra berroqueña (de que abunda muchísimo todo el país), los mas de quatro pies de largo, tres de ancho y dos de alto, algunos mayores, algunos con molduras y cornisas, y otros lisos. La puerta y ésquinas de una ermita arruinada, que llaman de los mártires, á la entrada del pueblo, está hecha de estos sillares unidos muy rústicamente al resto del edificio, que es de ladrillo y barro; y aunque ya sin tejado ni techo, conserva quatro arcos góticos de muy mala construccion que lo sostenían. Delante de esta ermita hay un trozo de columna de un pie de diametro y seis de alto, de marmol blanquísimo y de grano tan fino como el de Carrara, con una cruz de hierro«[10]. La descripción se completa con la noticia de varios epígrafes, algunos conocidos, otros inéditos y el hallazgo de sendos fragmentos de esculturas zoomorfas conocidas popularmente como verracos. Es posible que estas figuras pudieran haber sido incorporadas a alguna tumba o monumento sepulcral de la necrópolis en época romana, costumbre nada inhabitual por otra parte, como parece deducirse de los casos en que presentan sobre sus costados epígrafes funerarios, siendo un ejemplo cercano el de la localidad de Villar del Pedroso.

 

En ese estado de decadencia se presentará también a otros ilustres visitantes de la localidad que antecedieron a los académicos antes mencionados, entre ellos Antonio Ponz[11], al propio Ambrosio de Morales[12], que no consigna, al menos que conozcamos, ninguna noticia sobre el particular, además de las respuestas a la encuesta enviada por el Cardenal Lorenzana[13] a las cuales los Vicarios y Curas Párrocos de la época debían de responder.

 

Más de medio siglo después, cuando se redacta el Diccionario Histórico-Geográfico de Pascual Madoz[14], se constata ya el empleo del solar de la ermita como el nuevo cementerio de Talavera la Vieja «…y en las afueras el cementerio construido en una ermita destechada, titulada los Mártires”, interesante circunstancia que se mantiene desde 1870 hasta 1908, fecha en la que con motivo de una inspección, se decreta el traslado del camposanto a una nueva ubicación. El documento alusivo a dicho traslado, fue salvado junto a otros, por el secretario del ayuntamiento D. Julio Brasero Arroyo, cuando se produjo éxodo de sus habitantes. Es en extremo interesante, pues en las alegaciones para su clausura, se dice que el cementerio no reúne las condiciones para los fines a los cuales estuvo destinado, no pudiéndose efectuar a la profundidad debida las inhumaciones por las malas condiciones del terreno, además, dándose el caso de por su poca extensión, al hacer las aperturas de las fosas, se da con restos de cadáveres, algunos de ellos recientes, ofendiéndose los sentimientos de estos habitantes, que ven así maltratados los restos de sus antepasados[15].

 

Suprimido el cementerio viejo, la ermita se cierra a cal y canto para evitar profanaciones. Es entonces cuando se desploman arcos y paredes, hasta llegar al estado de abandono en que la encontramos, conservando tan sólo una parte de los paramentos del lateral izquierdo del edificio, con cuatro pilares laterales en pie y el muro que cerraba la ermita reducida a sus cimientos. Finalmente, la pérdida del mortero que recubría y amalgamaba esos muros, ha puesto al descubierto el alma de la construcción, donde se han hallado embutidos nuevos epígrafes[16] y piezas de granito trabajadas con molduras y boceles propios de edificios de cierta nobleza, tal vez despieces del basamento o la cornisa de uno de los mausoleos que hemos localizado años atrás, a pocos metros del monumento.

 

Parejo a la ruina del edificio y durante más de cincuenta años se ha venido sucediendo en paralelo otro fenómeno si cabe más destructivo, motivado por la actividad erosiva de las aguas que periódicamente inundan esta zona. Consiste este fenómeno en el desplazamiento masivo, lento y por gravedad, de las arcillas del terreno a causa de su plasticidad y fluidez adquirida por éstas cuando se empapan de agua. De este modo, la tierra que envuelve las ligeras pendientes del altozano donde se halla la necrópolis y sin el estorbo que suponen la existencia de muros o construcciones, se han ido deslizando hacia el fondo del pantano, de tal forma, que en los años subsiguientes a los descensos de nivel de las aguas y como si de una excavación se tratara, afloran los tejadillos de las tumbas, tubos de libación y muros de algún mausoleo. A esta circunstancia no es ajeno el resto del embalse, donde el fenómeno de disgregación y transporte de las partículas de tierra hacia el interior de la cuenca ha permitido localizar una decena de asentamiento rurales romanos, visigodos y mozárabes, sepulcros, silos, alfares e incluso tres embalses que datan del apogeo del municipio romano[17] y otros restos aún más antiguos, representativos de las distintas etapas de la prehistoria y de la protohistoria de la comarca[18]

 

Pese al aparente prodigio que para el arqueólogo supone encontrar al descubierto ruinas que sólo una excavación arqueológica habría podido destapar, hay que advertir, que dicho proceso de erosión laminar encierra una perversidad, pues igual que podemos asistir un año al descubrimiento de nuevos vestigios, al siguiente constatar su desaparición, tan es así, que nuestras observaciones son a veces los únicos testimonios de los cuales podemos disponer para la reconstrucción actual de muchos de los yacimiento expuestos. Caso de la necrópolis cuya semblanza nos proponemos trazar.

 

La documentación de muchos de los sepulcros que aquí se mencionan tiene una antigüedad de veinte años, por lo que muchos de ellos ya han sido devorados por la intemperancia de los elementos, aunque estos mismos, como explicamos líneas atrás, han dado lugar a la aparición de otros nuevos y los que sin ninguna duda van a seguir emergiendo.

 

Es lamentable que, en este lugar concreto, es decir, el de la necrópolis, nunca se haya realizado una excavación arqueológica, pese a que todos los indicios apuntaban a que aquí se hallaba una de las áreas de enterramientos más destacadas de la ciudad. La única campaña que en este sentido se puso en marcha fue a la par que se ultimaba el abandono de Talavera la Vieja, es decir hace más de cincuenta años, cuando el equipo de García Bellido planteó algunos cortes en distintas áreas dentro del casco urbano[19]. Las razones por las cuales no se interviene, por ejemplo, la zona de la ermita y en otros lugares señalados, son varias, pero la más poderosa obedece a los dictados políticos del régimen imperante, según la cual no convenía obtener mayores conocimientos de una ciudad que iba a quedar sumergida, por tanto, todo lo que se hizo, y en contra de la opinión de los arqueólogos que intervinieron, simplemente pretendía cubrir las apariencias.

 

Las quince tumbas documentadas hasta ahora, se hallan en una cota cercana a la línea de mínimo descenso del nivel del agua, que es lo mismo que decir, en el punto donde el embate y el ataque erosivo cobra una mayor virulencia, de tal forma, que cada una de las unidades sepulcrales detectadas, parecen acomodarse al óvalo que describe el cerro sobre el que se asienta la necrópolis y en el punto donde cambia con mayor rapidez el grado de buzamiento de la pendiente, aunque esta percepción se debe probablemente a la desigual intensidad con la que se ha ido decapando la zona. La orientación de las tumbas es diversa y aunque predomina la componente Este a Oeste con la cabeza del inhumado supuestamente colocada hacia este último punto cardinal, hay al menos dos sepulcros con orientación Norte-Sur.

 

Entre las tumbas que se han podido documentar, una se hallaba aparentemente intacta, de seis podemos ofrecer una descripción parcial, pues casi todas han visto degradadas alguna de sus partes, de cuatro podemos intuir su existencia gracias a la presencia de tubos de libación visibles a ras de suelo y de otras podemos inferir su presencia merced a las diferentes evidencias conservadas. Predominan las tumbas de tejadillo a dos aguas, hoyos excavados en el suelo entibados con paredes de ladrillo y cubiertas planas, dos estructuras cuadrangulares delimitadas por piezas latericias que suponemos sirvieron de postrer depósito de una incineración, y, por último, un sepulcro que debió de tener el aspecto de un mausoleo, del que sólo permanece la cimentación de cantos rodados que correspondía al basamento.

 

2.1. LOS SEPULCROS.

A título individual los sepulcros[20] presentan las siguientes características tipológicas:

 

1- Tumba de dimensiones medias presenta cubierta de tegulae dispuestas en forma de tejadillo. La pérdida por erosión de parte de un lateral permite incluso contemplar el lecho de la misma a base de tegulae plana. En ese mantillo inferior se hallaron dos ampollas de vidrio conservadas en las vitrinas de la Fundación Concha. Se ignora si el ajuar lo completaban otros objetos. Medidas, 180 X 57 cm. La orientación de la estructura era E – W.

Fig. 3- Ejemplos de tumbas de tejadillo y cubierta plana en la necrópolis del solar de Los Mártires.

 

2- Tumba de dimensiones medias presenta cubierta de tegulae dispuestas en forma de tejadillo con el mismo tipo de piezas tapando pies y cabecera. Se ignora si tuvo ajuar, pues fue expoliada. Medidas, 190 X 55 aprox. La orientación de la estructura era N – S. (Fig. 3.1)

 

3- Tumba de dimensiones medias presenta cubierta de tegulae dispuestas en forma de tejadillo. Se ignora si tuvo ajuar.  178 X 44 cm. La orientación de la estructura era E – W.

 

4- Tumba de dimensiones medias presenta cubierta de tegulae dispuestas en forma de tejadillo con el mismo tipo de piezas tapando pies y cabeza. Se ignora si tuvo ajuar. Dado el estado de degradación del sepulcro no es posible proporcionar medidas. La orientación de la estructura era E – W.

 

5- La sepultura está realizada excavando una fosa de forma rectangular en los depósitos aluviales. Presenta unas dimensiones medias y se halla compuesta por paredes de ladrillos dispuestos horizontalmente formando una hilada y cuya función era la de delimitar la caja de la tumba, con cubiertas planas de tégulas. Se ignora el contenido, pues en apariencia está intacta. Medidas 183 X 68 cm. La orientación de la estructura era N – S. (Fig. 3.2)

 

6- Tumba de dimensiones medias que presenta paredes de ladrillos y la cubierta seguramente de tegulae, a juzgar por los fragmentos que el agua había esparcido por los alrededores. Se ignora si tuvo ajuar. Medidas imprecisas en su longitud porque su mitad aún se halla enterrada, anchura de 86cm. La orientación de la estructura era N – S.

 

7- Tumba de pequeñas dimensiones compuesta por una estructura lateral de ladrillos parcialmente superpuestos. Probablemente estuvo cubierta por tégulas dispues­tas a dos aguas, aunque nada de la superestructura nos ha quedado, al ser la tumba prácticamente destruida por numerosas interfacies. Dado su tamaño, hemos de suponer que alojó un sujeto infantil. Se ignora si contenía algún tipo de ajuar. Medidas: 0,90 X 0,45 m. La orientación de la estructura era N – S.

 

8- La estructura del enterramiento consta de una superestructura conformada a base de una cubierta de tegulae y un tubo cerámico dispuesto verticalmente que asoma apenas 5 cm. por encima del suelo, compuesto por dos piezas tipo ímbrices. La orientación de la estructura era E – W.

 

9- También posee un tubo de libación compuesto por dos piezas tipo ímbrices y la cabecera de una tumba rectangular, donde asoman tégulas hincadas en vertical.

Fig. 4- Tubos de libación de la necrópolis de Los Mártires

 

10- Tubo de libación compuesto por dos ímbrices de distinta medida en el arco. (Fig. 4.1)

 

11- Tubo de libación compuesto por tres ímbrices.

 

12- Tubo de libación fragmentado y lateral de la tumba entibado con materiales latericios y tégulas. (Fig.4.2)

 

Fig. 5- Planta de un mausoleo en la necrópolis de Los Mártires.

13- Restos de la cimentación de un edificio de planta cuadrangular compuesto por un relleno de cantos rodados. La anchura de los muros de la cimentación oscila entre los 70 cm. y los 80 cm. de ancho y recuerda especialmente a los acotados que conservaron este tipo de cimentaciones con una parte del alzado de tapial, presentes en el solar de los Columbarios[21] y en la necrópolis del Albarregas, ambas en Mérida[22]. (Fig. 5)

 

14- Restos de un enterramiento de incineración, del cual únicamente hemos podido documentar un tramo menor de la estructura de la cista, así como parte del interior de la misma, conformada por paredes de ladrillo de 49 X 49 cm. No se conoce el ajuar.

 

15- Cista compuesta por paredes de losetas de barro cocido sin enfoscar de 68 X 63 cm. Se ignora si tuvo ajuar.

 

En paralelo a las tumbas también se han documentado otro tipo de restos, concentrados principalmente en el exterior de las mismas y dentro de manchas oscuras destacadas sobre la greda rojiza dominante en el terreno. Consisten estos restos en cerámicas, huesos de cerdo, cordero y náyades (Margaritifera auricularia), lo cual nos hace pensar que fueron acarreadas hasta allí como parte necesaria de un ritual que incluía el banquete funerario. Reforzaría también esta idea la presencia de los tubos de libación, conductos construidos para las profusiones típicas de las celebraciones periódicas en honor a los difuntos. De estas manchas proceden además los únicos materiales con los que hemos podido contar para aventurar una datación, y aunque la colecta es bastante escasa, resulta muy significativa. Todos tienen en común una procedencia superficial, a excepción de los dos ungüentarios de vidrio, únicos materiales recuperados del interior de una de las tumbas. Consta el depósito de una lucerna y un disco de otra, varios fragmentos de piezas de cerámica y dos trozos de pulseras.

Fig. 6- Lucerna y disco de lucerna procedentes de la necrópolis de Los Mártires. Museo Fundación Antonio Concha.

De la lucerna con volutas en el gollete del pico decorada con una Victoria alada con peplo y un clípeo virtutis, la inscripción SC, elaborada en paredes finas afín a las producciones emeritenses[23]. Podemos decir que es del tipo Dressel 11, fechable a finales del siglo I d.C., aunque es posible su pervivencia localmente hasta el siglo II d.C. El otro fragmento de lucerna posiblemente se trata de otra Dressel 11, aunque solo conserva el relieve del disco con escena erótica[24]. Ambas se exponen en las vitrinas del Museo de la Fundación Antonio Concha. (Fig. 6)

 

Entre los restos de contenedores, constan varios fragmentos de vasos de paredes finas que podríamos datar a finales del s. I, fecha que estaría en sintonía con la ofrecida por las lucernas. Aparte de estos, tenemos varios fragmentos de sigillatas claras del tipo Hayes 52 a los que se adjudica una cronología más tardía que, pondría de manifiesto la vigencia de los enterramientos en el sitio al menos hasta finales del s. III.

Fig. 7- Ungüentarios procedentes de un enterramiento de la necrópolis de Los Mártires.

Los dos ungüentarios, formas Isings 82 y 26 pueden datarse a principios del s. I al s. II. El primer ejemplar consiste en una pieza piriforme de mediano tamaño, con una altura total de 8 cm, la panza bien marcada, perfil bulboso, cuello alto tubular estrecho, con la embocadura bien marcada y borde vuelto. La base ligeramente rehundida en el centro mide 4,5 cm. Podría identificarse con la forma Isings 26[25], presente en diversos yacimientos desde Tiberio al siglo II d.C. (Fig. 7)

 

El segundo corresponde a un recipiente de 8,5 cm. de altura. Tiene el cuello de forma tubular y no presenta ningún estrechamiento que lo separe del cuerpo inferior, que es de forma troncocónica. La base mide 6,5 cm. y es ligeramente cóncava en el centro, lo que permite un mejor apoyo en posición vertical. Es un tipo cercano por tanto a la forma Isings 82[26] producciones en vigor de medidos del s. I, a la época flavia, es decir, s. II. Ambos ejemplares están realizados con la técnica de soplado en vidrio incoloro.

 

A los siglos III-IV corresponden también los dos fragmentos de pulsera conservados en las vitrinas del Museo de la Fundación Concha. La primera pieza formaba parte de una pieza circular de vidrio negro opaco con decoración externa a modo de pequeños granos trenzados y gallonados, su diámetro es de 9 mm. El otro fragmento es también de vidrio negro opaco, pero presenta una superficie totalmente lisa sin decoración alguna. Su diámetro es de 8 mm.

 

En consonancia con lo hallado, también parece estar la cuestión de las orientaciones de los sepulcros, pues si en los primeros siglos del imperio son frecuentes las orientaciones Norte-Sur, vemos como a partir del s. III es casi más frecuente encontrar enterramientos con la componente Este-Oeste. Especial atención merecen también la presencia de los tubos de libación, que en estas latitudes alcanzan su máxima popularidad entre los siglos II y III, época en la que algunos autores ponen de manifiesto su relación con las regiones norteafricanas[27], aunque para sus orígenes se han señalado múltiples focos.

 

De todo lo expuesto se concluye que nos encontramos ante una necrópolis cuya duración corre pareja a la vida del municipio augustobrigense. Los datos aportados, básicamente la tipología de los ungüentarios y los restos cerámicos encontrados en los paquetes de relleno asociados, indica que la urbanización de esta parcela como necrópolis se remontaría a finales del s. I, una implantación temprana que concuerda con lo que sabemos sobre el origen de este municipio[28] que no parece que decaiga durante la época bajo imperial, aunque la ausencia de materiales fechables a partir de este momento se hace muy notoria, no sólo en el área sepulcral, sino en el propio área urbana, con un monetario extremo de época de Valentiniano, es decir de mediados del s. V.

 

Acerca de cuál era el rito predominante, si inhumación o cremación, debemos decir que ambos debieron de coexistir, y aunque en apariencia predominan las inhumaciones, nada permite asegurar que todas las tumbas de una cierta longitud y por ejemplo cubiertas de tejadillo estuvieran adscritas exclusivamente a este rito, podría tratarse igualmente de cremaciones en busta bajo cubierta, como acontece en las necrópolis onubenses[29]. Por lo que no puede afirmarse taxativamente que solo las cistas estuvieran adscritas al rito de la cremación.

 

Refuerza esta hipótesis también el hecho de contar con la presencia de un ustrinum o un bustum caracterizado por una infraestructura compuesta por una base de arena con los límites laterales marcados por la presencia de  fragmentos de tegulae hincadas verticalmente, en cuyo interior, además de una serie de fragmentos cerámicos no diagnosticables, constatamos la presencia de restos humanos, particularmente denticiones y fragmentos de cráneo con huellas de rubefacción que apuntan a la cremación previa de cadáveres.

 

Por el contario, aunque los tubos de libaciones se asocian con más frecuencia a tumbas del rito de incineración, hay que decir que no es raro tampoco encontrar inhumaciones provistas de este sistema. Casos de evidente paralelismo se localizan en las necrópolis emeritenses donde igual que sucede en la necrópolis de Augustóbriga, se emplean dos ímbrices enfrentados por el lado cóncavo para formar el tubo[30], además de las que poseen un tubo vertical cónico o cilíndrico completo incrustado en la tapa e incluso ánforas con el fondo cortado[31] o en el  resquicio entre la cabecera y la cobertura de tégulas a dos aguas. Muchas de las tumbas con este dispositivo datan del s. I.

 

La aparente modestia de los enterramientos se contrapone a la presencia de un edificio que tuvo un indudable carácter monumental, pero que desgraciadamente fue objeto de expolio al ser removidos sus materiales más nobles hasta los cimientos para ser reutilizados en la construcción de la ermita, donde se pueden contemplar embutidos en la cimentación de lo que queda del muro norte. En la provincia de Cáceres este tipo de construcciones son prácticamente desconocidas, tan solo se le podría asemejar el mausoleo aparecido en Jarandilla[32] mientras que, en las necrópolis emeritenses, por rescatar un ejemplo cercano, los hallazgos de este tipo se cuenta por docenas. La construcción de los mismos, estuvo presente desde los primeros momentos de la vida en aquella colonia hasta al menos el s. IV, siendo siempre un ejemplo de diferenciación social, a tenor de los hallazgos que en ellos se han producido, una semblanza acrecentada en el resumen que se ha elaborado recientemente sobre esta cuestión[33].

 

La obliteración de la necrópolis romana diez siglos después por un edificio cristiano, obedece seguramente a una costumbre que cambió la topografía funeraria de las ciudades romanas y que tiene su origen en la expansión del cristianismo, según la cual los cementerios, ya sea intramuros o extramuros se asociarán a basílicas cristianas, a martyiria o a lugares donde se evoca la memoria de un mártir. El hallazgo en este lugar de lápidas escritas en latín, algunas con sonoros nombres cristianos o asociados a esta religión por los colonos que repueblan este lugar a finales de la Edad Media, les indujo probablemente a creer que se hallaban ante uno de esos espacios, por lo que los nuevos moradores deciden edificar una ermita consagrada a los santos Fabián y Sebastián (mártires de mediados del s. III y principios del s. IV respectivamente). San Sebastián especialmente, no falta en los altares de los pueblos extremeños, por ser entre otras cosas el patrón protector de las cosechas y defensor contra plagas y enfermedades, siendo mimetizada y/o sincretizada su celebración con otras fiestas de abolengo pagano.

Más adelante asistiremos a una falsificación sobre un ara romana que pretendía adjudicar a otros santos mártires como Vicente, Sabina y Cristeta a esta localidad, bautizando de paso con el nombre de la Ebura carpetana a la misma, de modo que la tradición martirial en Talavera la Vieja parece que tiene un acendrado origen, que no sabemos si tiene que ver con el descubrimiento del cementerio romano en cuestión y sus epígrafes.

 

La importancia de estos hallazgos es doble por dos cuestiones: la primera de raíz topográfica y urbanística, ya que de manera coyuntural van a aparecer en una zona que tradicionalmente se consideraba exenta de ocupación; contribuyendo su conocimiento a reforzar la hipótesis que ya se planteaba al hablar de la existencia de una muralla en este sector[34], la cual dejaría precisamente extramuros a la necrópolis, y al arroyo de la Ruiza como protagonista en el papel de frontera entre el espacio urbano y la morada de los muertos. La segunda cuestión, derivada de la anterior, tiene un carácter más histórico y arqueológico, pues conlleva a la adaptación de las áreas funerarias a la norma organizativa clásica romana de situar los sepulcros con arreglo a los ejes cardinales, colaborando con su presencia en el diseño de los límites propios de la ciudad; pudiendo relacionarse además, con la importante vía que prolongaba el decumano máximo hacia el Este, vía que articulaba la comunicación hacia el ramal principal del Itinerario 25, refrendado por la presencia de un miliario en las proximidades del reconstruido puente del Conde[35].

Fig. 8- Epígrafe de Ivlivs Silavanvs procedente de la necrópolis de Los Mártires.

 

2.2. EPÍGRAFES DE LA ERMITA DE LOS MÁRTIRES

De toda la epigrafía rescatada en la ciudad, con seguridad se conocen varios epígrafes procedentes del solar de la ermita mencionados por los antiquiores que visitaron este lugar. Varios han sido recuperados recientemente, de los cuales, uno se hallaba inédito[36], otro se conocía desde hace 400 años pero se ignoraba el paradero[37] hasta su rescate por la Fundación Antonio Concha, y un tercero, publicado hace unos años, ha podido ser releído y corregido, gracias al estudio que de la inscripción hemos hecho a partir de una reconstrucción fotográfica tridimensional[38], aunque aún, por circunstancias que tienen que ver con el deterioro del soporte, es bastante incompleto. (Fig. 8)

 

La cuarta y quinta de las inscripciones fueron reseñadas por Gómez de Castro, una incompleta de mármol que debería figurar como inédita, donde solamente se podía leer parte de la fórmula final[39] y la célebre inscripción que el insigne humanista se llevó a Toledo, localidad donde ahora recala en el Museo de Santa Cruz dedicada a Marcvs Palphvrivs Laetinvs[40].

 

La sexta inscripción aparece reseñada por Hermosilla[41] y se encontraba incrustada en las gradas del altar mayor. Se da por desaparecida, pues el altar y sus gradas fueron

Fig. 9- Sección de una cupa sectile, desplazada de su lugar original para ser utilizada de umbral en una casa de Talavera la Vieja.

 

desmontados tras la secularización del edificio. De otras muchas, no hemos podido confirmar su origen, pero sin duda alguna, una parte de las mismas formaron parte de esta necrópolis, tal vez la primera y más importante construida en la ciudad y a la cual pertenecen no solo los monumentos reseñados, sino los verracos traídos desde el castro vetón de Alija[42] y algunas de las piezas que conformaban grandes cupae sectile, compuestas a base de secciones semicirculares ensambladas unas a otras y revocadas posteriormente con una capa de estuco, de las cuales, al menos dos, hemos identificado sirviendo de soleras a la entrada de sendas viviendas. La peculiar morfología de estas rebanadas de piedra correspondientes a cupae de gran tamaño, se achaca a la llegada de nuevos pobladores a este extremo nororiental de la Lusitania romana, quizá ante las expectativas de ampliación del espacio agrícola. Se trata de gentes de la más diversa procedencia, pero en Lusitania su ascendencia parecer mayoritariamente norteafricana e itálica, sobre todo gentes de Mauritania y Tingitania con su bagaje de ideas y conceptos religiosos atraídos por la prosperidad de las tierras colonizadas y capitalizadas por Emerita Augusta. Su arribada a estas tierras fue creciendo sobre todo a partir del s. II d.C. significando de cara a los ritos y costumbres funerarias, nuevos aportes a las ya de por sí complejas y variadas costumbres del mundo romano. (Fig.9)

 

La tumba para los romanos era una manera de sobrevivir a la muerte, y si bien en principio, las cupae se asocian a personas de origen humilde, libertos, esclavos o hijos de libertos, la monumentalización de los ejemplares de Augustóbriga y los que se encuentran repartidos por su territorio delata la presencia de familias que han adquirido cierto estatus, pues, arquitecturas de las características aquí descritas, evidentemente requieren un poder adquisitivo notable. Es por tanto de presumir, que entre los siglos II y III d.C. existiría ya en esta comarca, una clase de ricos propietarios, obstinados en hacer valer su prestigio ante los demás, levantando a su muerte, obras sobresalientes a imitación del patriciado urbano de ciudades como Emerita Augusta (Mérida), Capera (Cáparra), Turgalium (Trujillo) o Norba, (Cáceres), donde éste tipo de monumentos también tuvieron un papel destacado[43], pero no con el exagerado tamaño con que aquí se presentan, resaltando así como una peculiaridad regional.

 

El interés de las cupae aquí retratadas estriba no solo en el conocimiento que aporta sobre una clase social distinguida, sino en la excentricidad y singularidad de tales monumentos segmentados, prácticamente ceñidos a la geografía del norte de la Lusitania, de los cuales, tan solo conocemos siete ubicaciones más, en una plazuela de Guijo de Granadilla, tal vez procedente de Cáparra, otro en la finca Encinahermosa de Malpartida de Plasencia, en el Castrejón de Peraleda de San Román, las dos cupae del valle de San Gil en Aldeanueva de la Vera, la de Parrala en Jarandilla[44] y las de Talavera la Vieja. Fuera de nuestro territorio, se registra un caso en Vimianzo (La Coruña), considerado igualmente un unicum dentro de la Gallaecia. No obstante, los amplios vacíos del mapa provincial, obligan a ser prudentes, porque estamos seguros que los ejemplares aquí reseñados tienen una representatividad determinada por lo azaroso de nuestra exploración, que, de ser más sistemática y sosegada, hará aflorar otros datos y los hará igualmente significativo.

 

  1. LA NECRÓPOLIS DEL CERCADO BENITA Y PALOMARES.

La segunda de las necrópolis se halla entre los cerquillos de Benita y Palomares, en la salida occidental del decumano, camino conocido como la Cuesta Blanca y que era por donde más tarde recibiría la carretera de Bohonal de Ibor. Esta área sepulcral parece pues discurrir también, en estrecha relación con un importante camino, que partiendo de aquí se dirigía a los asentamientos situados al oeste de la ciudad, algunos como el de Casar Blanco y Torre de Alonso, anotados en las fuentes como torres o casas fuertes[45]. Mantiene una escasa presencia de sepulcros, debido sobre todo a que ha sido menos afectada por la erosión, al encontrarse en un terreno llano y precintado por los muros de separación de los huertos, los cuales, si no han contenido la migración de las partículas finas de tierra, si lo han hecho con la grava, por lo que la profundidad de los enterramientos no se ha visto tan menoscabada.

Fig. 10- Tumbas delimitadas por tégulas del Cercado Benita-Palomar, ubicadas en la necrópolis occidental de Talavera la Vieja.

Pudo ser una necrópolis secundaria o de menor importancia, pero al no haberse excavado ningún sepulcro y desconocer la tipología de la sepultura, la disposición de las ofrendas fúnebres y cronología de las mismas, no hemos podido precisar la época durante la cual estuvo en uso, así como las características de los difuntos o del ritual de enterramiento subsiguiente, salvo que en los casos donde el tamaño indica claramente que se trataba de una inhumación. Otra información bastante certera es la relativa a la orientación de los enterramientos, dispuestos de este a oeste, tendencia predominante en los enterramientos del Bajo Imperio y deducible en este caso por la posición de las tégulas empleadas en la delimitación de la caja, cuyos bordes sobresalen levemente de la tierra. (Fig. 10)

 

La ubicación paisajística del cementerio es pareja a la anterior, salvo porque el arroyo Mamaleche, que bordeaba la localidad por esta parte, sirve de límite a la expansión de la necrópolis hacia el oeste, quedando esta constreñida entre su cauce y unas viviendas extramuros, cuya planta está contribuyendo a dibujar la erosión. Curiosamente es también el límite de la Talavera moderna, y significativamente otro crucero, ornamentaba la salida de la calle Real por este extremo en dirección a Bohonal de Ibor.

 

Una de las hipótesis que manejamos es que dichos enterramientos estuvieran vinculados a la domus anexa, pues tiene todas las características de un asentamiento suburbano, emplazado allí, tal vez, porque su principal actividad, a juzgar por los hornos y obradores latericios descubiertos, la obligara a guardar cierta distancia con el entorno urbano más concentrado, y evitar así molestias a sus habitantes. Este lugar pudo tener un papel importante en la producción de cerámicas de la localidad, similar al descubierto en otro punto de la periferia urbana en el antiguo solar del campo de futbol, donde moldes de sigillatas, algunos epigráficos y un número importante de fragmentos de las mismas características, confirman esta población como un centro de fabricación importante, cuya actividad pudo hallarse al servicio de más de un centenar de domi de esta época distribuidas por la comarca el Campo Arañuelo y aledaños.

 

  1. LA NECRÓPOLIS DEL CAMINO DEL ALMENDRO.

 

El último lugar de la ciudad del cual tenemos noticias de hallazgos relacionados con enterramientos se localiza al sur de la ciudad, coincidiendo con el final del eje cardinal, en el comienzo del camino denominado por los talaverinos del Almendro o La Pista. La noticia del hallazgo de varios sepulcros fue aportada por los últimos habitantes de Talavera la Vieja, los cuales rememoraban el hallazgo de esqueletos y vasijas en el interior de las tumbas. Nuestras pesquisas llegaron a identificar el sitio, ocupado por el olivar de los Pareones, a la derecha del camino, saliendo de la población. Si nuestro cálculo es correcto, solapó al cardo de la ciudad, pues por el otro extremo se dirige en línea recta hacia los jardines del peristilo del foro, donde posteriormente se instaló la iglesia y la plaza del pueblo.

 

Su exposición a los elementos ha sido menor, pues se sitúa en una cota más elevada que las necrópolis anteriores, dificultando por tanto su inmersión en los años secos cuando el pantano no alcanza la cota máxima de llenado, lo que hace suponer, que cualquier resto se encontrará en mejor estado que las necrópolis oriental y occidental.

 

  1. APUNTES FINALES

 

Pese a la escasez de sepulcros y otros monumentos funerarios que debían de corresponder a un municipio de esta calidad, se han podido extraer algunas conclusiones sobre el mundo de la muerte en Avgvstobriga. Por el momento se ha documentado la existencia de un ritual de inhumación y de incineración, coexistiendo ambos, por lo menos desde el s. I[46], periodo de fundación de la ciudad, hasta principios del s. III d.C., hecho documentado por otra parte, en numerosas necrópolis hispanas[47], sobre todo del Alto Imperio.

 

Los ajuares, casi inexistentes o extremadamente sencillos, deben su pobreza a la condición azarosa de las exhumaciones, prestándose su imagen de pertenencia a las clases modestas de la población, aunque otra cara ofrecen algunos epígrafes, cuya calidad, a veces con un campo escultórico de un retrato labrado en mármol, nos remite en su uso a las clases más acomodadas a imitación de las emeritenses, lugar de procedencia de alguno de los personajes enterrados aquí[48]. La presencia de un mausoleo junto al camino, buscando quizá situarse lo más cerca posible de la entrada de la ciudad, es otro factor a considerar acerca de la categoría de esta necrópolis en la urbana, pues sepulcros de estas características, casi siempre se construyen para reflejar la posición socioeconómica de los personajes allí enterrados.

 

En cuanto a la orientación de los enterramientos del solar de Los Mártires, contrapuestos unos a otros, no parece que obedezcan a una organización preestablecida, sino a un modo totalmente aleatorio, facilitado en principio, por la amplitud del espacio disponible. Al menos, en la parte conocida, las tumbas aparecen separadas a bastantes metros unas de otras, aunque esta es una apreciación subjetiva que habrá que dilucidar con una excavación, pues desconocemos con precisión la estructura organizativa interna. Lo contrario, sin embargo, parece deducirse de la colocación de las tumbas del cercado Palomares, donde las tumbas detectadas, se hallan dispuestas a corta distancia unas de otras y en paralelo. Parece esta última, una planificación premeditada, quizá en un intento de subsanar el desperdicio de terreno a que se había llegado en la necrópolis oriental, sin que esta ampliación afecte a esa concepción normativa con respecto a la ubicación de la morada de los muertos, ahora radicada en el otro extremo del camino.

 

No dudamos que la necrópolis oriental fuera la más importante de la ciudad. El simple hecho de que en su entorno se hallan localizado los epígrafes de mejor calidad y los restos de mayor monumentalidad, así parece confirmarlo, incluso la desorganización antes aludida y la posible saturación provocada por esa circunstancia, tal vez fuera motivada por tratarse de la instalación original. No obstante, el simple hecho de concentrar hallazgos que no superan el s. III, cuando en el espacio urbano, tanto el numerario, como la cerámica u otros materiales recuperados, demuestran que el asentamiento se prolongó al menos hasta el s. V, obliga a pensar en la apertura de nuevas necrópolis extramuros de la ciudad, de ahí que las tumbas se multipliquen en torno a la red viaria.

 

La inauguración de necrópolis en la salida de las ciudades es por otra parte un hecho redundante, distinguiendo con su antigüedad, extensión, monumentalidad y permanencia, la categoría del vial en torno al cual se acomodan. Aparte del caso que estamos tratando, podemos citar por su importancia a la necrópolis oriental de Mérida[49], uno de cuyos núcleos mortuorios más profusos e importantes se ajusta al camino este de salida, en dirección a la ciudad de Medellín, asimismo las de otras muchas localidades del Imperio.

 

No obstante, y en un momento impreciso, relacionado tal vez con las invasiones, la ciudad se va a ir despoblando, no así el territorio, que acusa un incremento poblacional a expensas probablemente de la disolución urbana. Dispersos por el territorio, podemos encontrar nuevos enclaves poblacionales desplegados en torno al Arroyo Tamujoso, Peñaflor, castillo de Alija y sus orillas[50], el Cerro de las Cabras, en construcciones cercanas al cerro Viruelas, el Majadal del Castaño, o la Hoja de Carrasco[51], estas dos últimas, orientadas a la explotación oleovinícola durante la Tardoantigüedad, poseyeron sendas necrópolis, cuyas tumbas, aparte de ampliar el abanico tipológico de enterramientos de inhumación en este sector, con su pobreza constructiva y la práctica inexistencia de ajuares, determinará las señas de identidad de los nuevos habitantes[52].

 

[1] Aguilar Tablada-Marcos, B. Mª. (1997): Augustobriga. Una ciudad romana bajo las aguas, Revista de Arqueología, 190. 38-47; Martín Bravo, A. Mª. (1998): Evidencias de comercio tartésico junto a puertos y vados de la cuenca del Tajo, Archivo Español de Arqueología, 71, 37-52. Martín Bravo, A. Mª. 1999: Los orígenes de la Lusitania. El I Milenio a.C. en la Alta Extremadura, Biblioteca Archaeologica Hispana, 2, Madrid; Jiménez Ávila, F. J. y González Cordero, A. (1999): Referencias Culturales en la definición del Bronce Final y la Primera Edad del Hierro de la Cuenca del Tajo: el yacimiento de Talavera la Vieja, Cáceres., II Congreso de Arqueología Peninsular, Zamora-Alcalá de Henares: Vol. III, 191-190; Celestino, S. y Jiménez Ávila, F. J. (2004): El conjunto orientalizante de Talavera la Vieja (Cáceres). Estudio preliminar, Anejos del Archivo Español de Arqueología, XXXII. 197-208; Aguilar Tablada-Marcos, B. Mª. y Sánchez de Pardo, Mª. D. (2006): Evidencias de un taller de vidrio en la ciudad romana de Augustobriga (Talavera la Vieja, Cáceres), Lucentum, XXV: 177-194; Jiménez Ávila, F. J. (ed.) (2006): Los objetos orientalizantes. El conjunto orientalizante de Talavera la Vieja (Cáceres), Memorias 5, Museo de Cáceres. 89-114; Perea, A. (2006): Estudio del proceso técnico de fabricación y significado de la orfebrería de Talavera la Vieja. El conjunto orientalizante de Talavera la Vieja (Cáceres), Memorias 5, Museo de Cáceres.63-108; Jiménez Ávila, F. J. y Salgado Carmona, J. A. (2006): Objetos de marfil, hueso y vidrio. Objetos varios. El conjunto orientalizante de Talavera la Vieja (Cáceres), Memorias 5, Museo de Cáceres. 155-162; Montero Ruiz, I. y Rovira LLorensa, S. (2006): Comentario sobre las composiciones de los metales del conjunto. El conjunto orientalizante de Talavera la Vieja (Cáceres), Memorias 5, Museo de Cáceres. 109114; López Grande Mª J. y Velázquez, F. (2006): Los escarabeos egipcios. El conjunto orientalizante de Talavera la Vieja (Cáceres), Memorias 5, Museo de Cáceres. 115-130; Garrido García, J. A. (2006): Análisis malacológico. El conjunto orientalizante de Talavera la Vieja (Cáceres), Memorias 5, Museo de Cáceres. 183-187, Portillo, M. y Albert R. Mª. (2006): Análisi de fitolitos. El conjunto orientalizante de Talavera la Vieja (Cáceres), Memorias 5, Museo de Cáceres. 189-193; Salgado Carmona, J. A. (2006): Las Cerámicas. El conjunto orientalizante de Talavera la Vieja (Cáceres), Memorias 5, Museo de Cáceres, 131-154; González Cordero, A. y Morán Sánchez, C. J. (2006): Talavera la Vieja y su entorno arqueológico, en J. Jiménez Ávila (Ed.): El conjunto orientalizante de Talavera la Vieja (Cáceres), Memorias 5, Museo de Cáceres.  131-154; Jiménez Ávila, F. J. y González Cordero, A. (2012): Una tumba “de carro” en la necrópolis orientalizante de Talavera La Vieja (Cáceres), Actas do V Encontro de Arqueologia do Sudoeste Peninsular, Almodóvar: 213-233; González Cordero, A. (2013): Iter Aquarum. El pantano del arroyo Quebrantas, obra hidráulica desconocida para la administración de agua a la ciudad romana de Augustobriga. XIX Coloquios Histórico-Culturales del Campo Arañuelo. 133-172; Morán Sánchez, C. J. (2014): Augustobriga (Talavera la Vieja). Ciudades Romanas de Extremadura Stvdia Lusitanica 8, (Nogales, T. y Pérez, M. J. Eds), 223-246; Salgado Carmona, J. A. (2015): Talavera la Vieja (Cáceres), un asentamiento Orientalizante en la cuenca del río Tajo. Territorios comparados: los valles del Guadalquivir, El Guadiana y el Tajo en época tartésica. Anejos de AEspA LXXX. 393-410; González Cordero, A. (2015): La Edad del Bronce en el Campo Arañuelo. XXI Coloquios Histórico-Culturales del Campo Arañuelo. 107-158; Gimeno Pascual, H. (2016): Aportaciones a la epigrafía de Augustoriga (Talavera la Vieja, Cáceres). Veleia, Serie minor 33. 155-171; Morán Sánchez, C. J. (2017): La documentación inédita de las excavaciones de A. García Bellido en Augustobriga (Talavera la Vieja, Cáceres). 150 años de Historia de la Arqueología: Teoría y método de una disciplina. Mem. De la Soc. Española de Historia de la Arqueología III, (Ayarzagüena M. et al, Eds.), 357-377; Gómez-Pantoja, J. L. y González Cordero, A. (2020): La grande casquería lusitana. Nuevos y olvidados epígrafes de Augustobriga. Gerión 38/2, 489-517.

 

[2] Agradecemos toda esta información a Vicente Manzano y a Anastasio Bayán (†), cuya privilegiada memoria ha hecho posible que muchos datos, de otra manera insalvables, puedan se documentados en estas y otras páginas que hemos escrito acerca del pasado de esta población.

[3] García y Bellido, A. (1956-61): Excavaciones en Augustóbriga. Talavera la Vieja, Cáceres. Noticiario Arqueológico V, 235-239.

[4] Se confunde esta ermita con la de la Fuensanta o Fuente Santa mencionada en el capítulo 40 de las Relaciones Topográficas de Felipe II, redactada en torno a 1578. Dicha ermita se encontraba en el castillo de Alija y sustituía por tradición a otra, emplazada dos centenares de metros más abajo, de la cual no queda más que el dibujo de su planta y un conjunto de tumbas excavadas en la roca alrededor de ella. Abundantes fragmentos de mármol, constituyen pobres indicios decorativos de tradición mozárabe, sino visigoda del templo más antiguo.

[5] Gómez de Castro, A.: “Carta en donde cuenta el viage que hizo a Plasencia a ver a su Obispo D(on) Pedro Ponce de Leon, dando razon de algunas antiguedades que advirtio particularmente en Rocafrida” (ff. 96-101). Ms. B.N. nº 13.009 (siglo XVIII) en Hernando Sobrino, Mª.  R. 2010: Manuscritos de contenido epigráfico de la Biblioteca Nacional de Madrid (siglos XVI-XX). La transmisión de las inscripciones de la Hispania romana y visigoda, Madrid. 398-399; Gómez de Castro, A.: Carta del m(aes)tro Alvar Gómez, en que cuenta la visita que hizo al Obispo de Plasencia, D. Pedro Ponce de León, y varias antigüedades de Estremad(ur)a. Ms. CC-BP, MSS/59(9); (Copia de (B.N. Dd. 28, p. 96 a 101 vº) (1801); (Copia en la biblioteca Pública de Cáceres del ms. de la B.N. Dd. 28, p. 96 a 101 vº) (1877).

http://www.europeana.eu/portal/record/09407a/8F008F42DE7C76358077D3920625573275C6237C.html

[6] Ms. Relaciones Topográficas de Talavera la Vieja, escritas el 29 octubre de 1578 por mandato del rey Felipe II. (Ms. RBME J-I-13 (Ms. RBME J-I-13 Encuadernado en media pasta, en el lomo: «Descripción de los pueblos de España. 2»: Talavera la Vieja, Cáceres; f. 436r-441r.).

[7] Hernando Sobrino, Mª. R. (2010): Manuscritos de contenido epigráfico de la Biblioteca Nacional de Madrid (siglos XVI-XX). La transmisión de las inscripciones de la Hispania romana y visigoda, Madrid. 139-141. Y en el Ms. de Román de la Higuera (1538-1611) (Ms. BNE. 1.632, s. XVI [Historia eclesiástica de España. Tomo V].

 

[8] Salas Martín, J. y González Cordero, A. (1991-1992): Nuevas aportaciones a la epigrafía latina de la provincia de Cáceres. Norba, 11-12. 171-198.; González Cordero A. (2000): Catálogo de inscripciones romanas del Campo Arañuelo, La Jara y los Ibores. VII Coloquios Histórico Culturales del Campo Arañuelo. Navalmoral de la Mata. 115-164; Gimeno Pascual, H. (2016): Aportaciones a la epigrafía de Augustoriga (Talavera la Vieja, Cáceres). Veleia, Serie minor 33. 155-171; Gómez-Pantoja, J. L. y González Cordero, A. (2020): La grande casquería lusitana. Nuevos y olvidados epígrafes de Augustobriga. Gerión 38/2, 489-517.

 

[9] Hermosilla de Sandoval, I. (1796): «Noticia de las ruinas de Talavera la Vieja, leída en la Academia de 2 de julio de 1762», Memorias de la Real Academia de la Historia 1, 1796, 345-362; Córnide, J. (1797): «Continuación de la Memoria de Don Ignacio Hermosilla, sobre las ruinas de Talavera la Vieja», Memorias de la Real Academia de la Historia 1, 1796, 363-408 (Usando probablemente el manuscrito «Primera parte de las antigüedades de Extremadura», de Agustín Francisco Forner y Segarra).

[10] Hermosilla de Sandoval, I. (1796). Op. cit., 347.

[11] Ponz, A. (1784): Viage por España, Tomo VII, carta V, 81. Este viajero y académico pasó por Talavera la Vieja en 1777: «Inmediata á este sitio hay una ermita construida en gran parte de antiguos sillares». Teniendo en cuenta a Hermosilla, trae a colación el epígrafe de Elena, pero no dice dónde está, solo afirma que es una de las dos más legibles”.

[12] «Y que demás de estos letreros hay otros muchos, que en el mes de mayo deste presente año de 78 vino á ver Ambrosio de Morales, coronista de su Magestad, el cual podrá dar mejor razon destas cosas por ser de su facultad». No he encontrado nada de él referente a Talaverilla”.

[13] «Asimismo en la sacristía de esta iglesia se hallan unas lápidas con inscripciones antiguas cuyo contenido se ignora […] y a la salida del pueblo una ermita arruinada que llaman los mártires Santos Fabián y Sebastián«. Lorenzana, Ms., 1784: Descripciones o Relaciones de Lorenzana (1784), cuestionario de catorce preguntas donde se intenta recabar información de todo tipo sobre los pueblos de la Archidiócesis de Toledo. El manuscrito con las respuestas se conserva en el Archivo Diocesano de Toledo. Existe: J. Porres de Mateo – H. Rodríguez de Gracia – R. Sánchez González, Descripciones del Cardenal Lorenzana, Toledo, 1986.

[14] Madoz, P. (1849): Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar, Madrid, vol. 14, 576. En la reedición de 1955 de la Biblioteca Extremeña., 167. “La ermita: Situada a la entrada del pueblo, viniendo desde el embarcadero. La puerta y esquinas estaban hechas con sillares, reaprovechados, de piedra berroqueña y alguna más de mármol. Tenía cuatro arcos góticos. El resto era de ladrillo y barro. Tenía un altar mayor con gradas. Delante había un crucero de hierro sobre una columna de mármol”.

[15] Santos Sánchez, M. (1993): Historia de Talavera la Vieja. La romana Augustóbriga. Talavera de la Reina. 213. Es de suponer que esos antepasados con los que tropezaban, no sólo correspondían a cadáveres recientes, sino a los restos del primitivo cementerio romano, pues no faltan noticias del hallazgo de vidrios y monedas entre aquellos restos.

[16] Gómez-Pantoja, J. L. y González Cordero A., (2020). Op. cit., 505. La última inscripción encontrada en las paredes de la ermita corresponde a un colono emeritense. Tiene de particular, aparte del texto en sí, la colocación en el muro del epígrafe, al contrario de lo que era habitual en las casas de la localidad, donde las letras solían quedar hacia dentro, costumbre que recoge Hermosilla, (1796). Op. cit, 349-350, en su crónica: «Y aun supe por cosa notoria, que cuando se hace ó se repara alguna casa, cuidan mucho los dueños de que el portugués (son precisamente de esta nación los albañiles de toda aquella comarca) ponga las letras de las piedras dentro del muro de modo que no se vean, porque son (así se explican) rétulos de condenados«.

[17] González Cordero, A. (2000). Op. cit., 133-134, nº 24 (HEp 11, 2001, 134); González Cordero, A. (2002): “Construcciones domésticas del mundo romano y de la tardoantigüedad. Los asentamientos de la cuenca del pantano de Valdecañas.”. IX Coloquios Histórico Culturales del Campo Arañuelo. Navalmoral de la Mata, 65-86.

[18] González Cordero, A. y Morán Sánchez, C. (2006): Talavera la Vieja y su entorno arqueológico. Memorias del Museo de Cáceres, 5. Cáceres, 19-44.

[19] A. García y Bellido (1956-61): Op. cit. Apenas nos dejó una reseña de los trabajos cuya dirección encargó a J. Mª Blázquez, cuyos diarios y comentarios fueron publicados recientemente por Morán Sánchez, C.  J. (2017). Op. cit; y en otra obra, sobre el contenido epigráfico por Gimeno Pascual, H. (2016) Op. cit. En aquellos diarios tampoco se incluyeron todos los hallazgos, pues por múltiples canales, hemos recibido noticias, por ejemplo, del descubrimiento de una pintura mural con una bella copa donde bebía un pájaro a espaldas del peristilo del foro, del hallazgo de mosaicos y vasijas enteras en un corte efectuado frente a la puerta de la iglesia, o como se abandonaron las cajas con cerámicas, vidrios y plomos en la pensión donde se hospedaban los arqueólogos junto a otros materiales, que los dueños de la misma, acabaron arrojando a la basura.

[20] Desconocemos si la respuesta 44 de la Relaciones Topográficas de Felipe II, los datos que proporciona acerca del descubrimiento de sepulcros se corresponden con éste área, pues dice textualmente: “Al quarenta e quatro dixeron que demás de las dhas antigüedades que van declaradas se an hallado en esta juzon en la rrribera de tajo algunos vecinos andando plantando heredades sepulcros antiguos e sacados los guesos que dentro estaban eran de tan inmensa grandeza que las cabezas se ponían algunos hombres de dha villa por capacetes y que esto acontecia al dho Miguel Gutierrez y la canilla de la pierna era tan grande que con ser bien dispuesto el dho Miguel Gutz le llegaba cerca de el medio muslo”.

[21] Bello, R. y Márquez, J. (2007): Los primeros contextos romanos de Augusta Emerita. El vertedero de Los Columbarios”. Contextos ceràmic i cultura material d´época augustal a l´oocident romá, 426.

[22] Ramírez Sádaba, J. L. y Gijón Gabriel, E. (2004): Las inscripciones de La Necrópolis del Albarregas (Mérida) y su contexto arqueologico. Veleia, 11, 121.

[23] Bustamante Álvarez, M. (2015): Consumo y producción cerámica en época romana en la comarca del Campo Arañuelo (Cáceres). Verdolay, 14 MAM. 194.

[24] Bustamante Álvarez, M. (2009): Colección cerámica de época romana de la Fundación Concha (Navalmoral de la Mata): nuevos datos para el conocimiento de la romanización del Campo Arañuelo. XVI Coloquios Histórico-Culturales del Campo Arañuelo, 85. Fig. 13, nº 6; Bustamante Álvarez, M. (2015). Op. cit., 194.

[25] Isings, C. (1957): Roman Glass. From dated finds. Groningen/Djakarta, Academiae Rheno Traiaectinae. Instituto Archaeologico, 42.

[26] Isings, C. (1957). Op. cit., 42.

[27] Gálvez Izquierdo, Mª. P. (2009): La necrópolis occidental de Caesaraugusta en el s. III (calle Predicadores, 20-30, 114.

[28] Salas Martín, J. (1985): Notas acerca de la Augustóbriga vettona (actual Talavera la Vieja, Cáceres), Norba 6, 51-66.

[29] Vidal Teruel, Nuria de la O. y Campos Carrasco, J. M. (2006): Las necrópolis de Onuba. Anales de Arqueología Cordobesa, 17. Vol II, 29.

[30] Molano Brías, J. y Alvarado Gonzalo, M. (1993): El enterramiento de la c/Circo Romano nº 10: aportación al conocimiento de las tumbas con tubos de libaciones en Augusta Emerita. Anas, 4-5,161-173; Ayerbe Vélez, R. (2001): “Excavación de un área funeraria del s. III en los alrededores de la Vía de la Plata. Intervención arqueológica realizada en la Vía de la Plata s/n”. Memoria 5, 26; Márquez, Pérez, J. (2006): Los Columbarios: arquitectura y paisaje funerario en Augusta Emerita. Serie Ataecina, 2, 28; Bejarano Osorio, A. M. (2000): Intervención arqueológica en el antiguo solar de la Campsa. Espacio funerario de época altoimperial. Mérida excavaciones arqueológicas 1998, Memoria, 4, 305-332.

[31] Roberto de Almeida, R. y Jerez Linde, J. M. (2015): Ânforas –Carrot- em Avgvsta Emerita e la Vega. Al-Madam, 19/II, 6-30.

[32] González Cordero, A. y Hernández López, M (1992): El mausoleo turriforme de Jarandilla. Alcántara, 26. Tercera época. Cáceres, 49-60.

[33] Murciano Calles, J. Mª. (2010): Historiografía de los aspectos funerarios de Avgvsta Emerita (s. I-IV). Cuadernos Emeritenses, 36. Mérida.

[34] Aguilar-Tablada Marcos, B. M.ª (1997). Op. Cit. La existencia de muralla en Talavera la Vieja es aún objeto de controversia, pues a lo que se tiene como tal muralla, es a un tramo que nosotros creemos que corresponde al acueducto y la supuesta torre cuadrada, a un depósito limario, castellum aquae, o estanque de decantación de agua, evidentemente de orígen romano.

[35] González Cordero, A. (2001): «Catálogo de Inscripciones Romanas del Campo Arañuelo, La Jara y Los Ibores», VII Coloquios Históricos-Culturales del Campo Arañuelo, 122.

[36] Gómez-Pantoja, J. L. y González Cordero, A. (2020). Op. cit., 505. [M(arcvs)?] Villivs . M(arci) [f(ilivs)] / Pap(iria) . emerite/nsis . h(ic) . s(itvs) . e(st) / [—] + [—]+[—] / —–

[37] Ibid., 497-498. Pompeia / Inventa / an(norvm) LV . h(ic) s(ita) e(est) / s(it) t(ibi) t(erra) l(evis) . Pom/peia Cast[a] / de s(vo) f(caciendvm) c(vravit)

[38] González Cordero A. (2001). Op. cit., 141, nº 40; (HEp 11, 2001, 132). HEpOL 24507. Funeraria -EPEX 1005113- Se trata de una estela de granito con remate semicircular y un creciente lunar en alto relieve. Está muy deteriorada por la erosión. Medidas: (90) x 42 x 24. Letras: 5,5. Apareció a unos 25 m. al sur de la ermita de los Mártires, en la portilla de un cercado y Elías Montero la acarreó hasta su casa, en la parte alta del pueblo, para utilizarla como poyo. Allí se conserva entre las ruinas. La nueva transcripción y adenda alcanza a ver seis líneas, de las cuales solo son legibles las dos primeras: Ivl(ivs). Silva/nvs. Ivli . F(ilivs )/ [- – -] / – – – – – –

[39] Gómez-Pantoja, J. L. y González Cordero, A. (2020). Op. cit., 495. Funeraria -EPEX 1005125-: – – – – – – [- – -] annorvm VII/ mater filiae/ d(e) . s(uo) . F(aciendvm ). Curavit; Sánchez Cantón F. J. (1927): Viaje de un humanista español a las ruinas de Talavera la Vieja. Archivo Español de Arte y Arqueología 3, 224, nota 2, señala que «no figura esta inscripción en las Memorias de la Academia (t. I, 1796, pág. 345)»; Hernando Mª. R. (2010). Op. cit., 399, al hacer el comentario del manuscrito afirma: «es muy posible que se trate de CIL II 935, aunque no podemos asegurarlo». Creemos que se trata de un epígrafe diferente porque esta es de mármol y parecen claras las palabras mater y filia, y el numeral VII, circunstancias que no coinciden de manera alguna con la inscripción citada del CIL.

 

[40] En Terreros y Pando E. de (1758): Paleografía española, Madrid., 129, Lam. 17, 3: “Trajola de Talavera la Vieja, […], el Maestro Alvar Gomez de Castro, bolviendo de visitar al sabio Obispo de Plasencia Don Pedro Ponce de Leon, y de reconocer sus manuscritos[40]. […]. Las letras son tan estrechas, y unidas, además de las ligadas, y las lineas tan delgadas, y sutíles, que estando la piedra algo maltratada del tiempo, ha sido menester mucha diligencia, para certificarse de la verdadera lectura”.

 

[41]Hermosilla de Sandoval, I (1796): Op. cit., 350, estampa 3ª, let. N; CIL II 930 (CPILC 483). HEpOL 25002. Lín. 2: nexos AL y AE:  «Es un sillar de piedra berroqueña de tres pies de alto y uno y tres quartos de ancho (c. (83) x c. 48): está en las gradas del altar mayor de la ermita arruinada de los mártires, a la entrada de la villa»: Elena / Alaesi f(ilia) / h(ic) s(ita) e(st) s(it) t(ibi) t(erra) l(evis) / MODEII / [- – -]A[- – -]. Como estaba en las gradas del altar, posiblemente desgastada por el borde u oculta tal vez podría leerse como [H]elena /[B]alaesi?.

[42] González Cordero, A. (2018): La herencia de los vettones en el Campo Arañuelo y la Jara cacereña. XXIV Coloquios Histórico-Culturales del Campo Arañuelo. 137-174.

[43] Gómez-Pantoja, J. L; González Cordero, A; Hernando Sobrino, Mª R y Madruga Flores, J. V. (2012): Las cupae de Cáceres. Las cupae Hispanas. Origen, difusión, uso y tipología.  J. Andreu editor. Fundación Uncastilo. Tudela. Pp. 417-542.

[44] González Cordero, A (2021): Raros monumentos funerarios en Aldeanueva dela Vera. Revista Cultural Pencona, 17, 16-19.

[45] En concreto la del Casar Blanco y la de Torre Alonso son mencionadas en la respuesta 29 de las Relaciones Topográficas de Felipe II. Una era el punto acordado para el pago del censo anual de los habitantes de Bohonal al Conde de las Mirandas. Anastasio Bayán, que llegó a conocer una de ellas, nos la describió como un torreón de planta cuadrada con el alma de argamasa y la base de sillares, por lo que sospechamos que se tratara de un mausoleo particular, tal vez similar al destruido durante las labores de construcción de los canales de regadío en la Viña del Bobo, cerca de Alija, donde hallaron los tres bustos expuestos en el Museo de Cáceres.

[46] Todas las manifestaciones funerarias de esta ciudad, salvo las que en su momento se dieron en torno al periodo Orientalizante, son plenamente romanas. No hay ni un solo caso, ni siquiera sospecha, de la implicación en los enterramientos de población indígena, salvo que los verracos hubieran sido utilizados como elemento de monumentalización en algún tipo de sepulcro de una población romanizada. Con ello queremos desterrar la acendrada creencia de que la ciudad romana se funda sobre un castro, cuya ascendencia vettona se ligaría mediante el sufijo briga al nombre de Augusto. Tal caso pudo ser el de una parte de su componente poblacional, pero nunca el del solar de la ciudad, pues no hay ni un solo vestigio que lo justifique.

[47] Beltrán de Heredia Bercero, J. (2007): La vía sepulchralis de la plaza Vila de Madrid. Un ejemplo del ritual funerario durante el alto imperio en la necrópolis occidental de Barcino. Quarhis, 3 (época II), 26.

[48] Gómez-Pantoja, J. L.; González Cordero, A. (2020). Op. cit., 505.

[49] Sánchez Barrero, P. D. y Marín, B. (2000): Caminos Periurbanos de Mérida. In Mérida. Excavaciones Arqueológicas 1998 Memoria, 4, 561.

[50] González Cordero, A. (1996): El tiempo entre tinieblas. Historia de los Bárbaros en el Campo Arañuelo.  XVIII Coloquios Histórico-Culturales del Campo Arañuelo.  168.

[51] González Cordero, A. (1996): Romanización del Campo Arañuelo. La implantación rural. III Coloquios Histórico-Culturales del Campo Arañuelo. 72.

[52] Es de esperar, que esta modesta contribución al conocimiento de la antigua ciudad romana de Augustóbriga, no constituya la única llamada de atención sobre este particular y que ulteriores trabajos de salvamento, contribuyan, dentro de una línea científica, a acercarnos al conocimiento de estos espacios, no en tanto por la recuperación de materiales, que ya de por sí puede ser importante, sino por los trasuntos ideológicos y simbólicos que su investigación nos puede deparar.

 

Dic 142020
 

(Versión Web, junio 2021)

                                 ANTONIO GONZÁLEZ CORDERO

Resumen

Se exponen de forma resumida los resultados de los análisis de fauna correspondiente a los yacimientos de la Edad del Cobre de la provincia de Cáceres, cuando la domesticación se haya plenamente avanzada y las especies cazadas apenas constituyen ya una pequeña parte de los recursos necesarios para la subsistencia. De la lectura de estos datos se extraen interesantes conclusiones acerca de las relaciones del hombre con el medio y los animales, sobre todo cuando al entablar una serie de paralelos con la fauna representada en el arte rupestre esquemático, se observa por primera vez una fragmentación del ecosistema entre lo que podríamos denominar un espacio domesticado y otro asilvestrado, donde los animales asumen un protagonismo distinto, pues ese reflejo especular que constituye la pintura, nos da a entender como estas relaciones fueron más allá del simple hecho nutricional. Por otra parte, la comparación entre las especies consumidas o cazadas y las representaciones pictóricas, ofrecen la posibilidad de un contrapunto argumental a las cronologías ya de por si relativas del Arte Esquemático.

 

INTRODUCCIÓN

 En los últimos veinte años las excavaciones de asentamientos Neolíticos y de Edad del Cobre en la provincia de Cáceres, aparte de alguna excavación de urgencia motivada por las obras en la construcción de nuevas vías de comunicación, se han limitado prácticamente a tres yacimientos, los Barruecos en Malpartida de Cáceres [1] la Atalaya en Torrequemada y el Alto del Lugar en Torreorgaz [2]. Esto condiciona bastante a la hora de abordar el capítulo relativo al papel que desempeñaron los animales en la economía de los primeros pueblos productores de alimentos, no obstante, y pese a lo poco excavado, los avances en este sentido han sido considerables, pues afortunadamente contamos con un caudal de información precedente [3] a partir del cual poder entender un poco mejor como el hombre aprovechó estos recursos y como la domesticación en concreto, se convirtió en uno de los factores más importantes de la transformación social [4].

Nuestra intención aquí, es confrontar los datos disponibles para ofrecer una lectura actualizada y asequible de las relaciones entre el hombre, la naturaleza y los animales, como partes fundamentales de su subsistencia, utilizando para ello, los análisis de los restos presentes en los registros estratigráficos, para finalmente intentar entablar una serie de paralelos con el arte rupestre esquemático, cuyo reflejo especular, nos da a entender como estas relaciones fueron más allá del simple hecho nutricional.

 

1. ARQUEOZOOLOGÍA DE LOS YACIMIENTOS CALCOLÍTICOS CACEREÑOS.

 El marco general en el que se encuadra el análisis faunístico comprende un total de siete yacimientos cacereños, donde se han obtenido muestras arqueozoológicas válidas. Es una escueta compilación de la cual han sido excluidos dos yacimientos tan significativos como el Conejar [5] o la Canaleja, porque sus restos no proceden de ninguno de los niveles que componen su secuencia estratigráfica, sino de un revuelto provocado en el primero de los casos por el aprovechamiento de la arcilla del interior para la construcción de una cerca de tapial, y en el segundo, por las sucesivas interferencias antrópicas en el yacimiento [6].

De la muestra analizada, hoy podemos decir que, para no perder la relación entre horizontes culturales, el grueso de nuestra investigación se concentrará en un momento Pleno-Final de la Edad del Cobre de la fase definida como III-IV del registro local, a título general, caracterizada por la presencia en los niveles de ocupación de una peculiar cerámica denominada de pastillas repujadas, anterior a la arribada de los especímenes campaniformes, aunque convivirá con ellos en la fase final. En tiempo real, las fechas han sido proporcionadas por el Cerro de la Horca 4215+-100 BP cal BC 2916-2459; Cabrerizas 4060+-85 BP cal BC 2700-2490 y Atalaya con dos fechas, la primera de 4080+-35 BP cal BC 2861-2492 y la segunda de 4120+-35 cal BC 2872-2577, nos situaría en un intervalo de tiempo distribuido a lo largo de la segunda mitad del III milenio a.C.

El uso de las informaciones procedentes de este horizonte tiene como objetivo dar cohesión a nuestros datos, pero ello no obsta para que hagamos uso de la información que pueden aportar secuencias más antiguas de otros yacimientos extremeños, cuando, intentemos abordar el origen y el uso que se hace de una determinada especie o comentar los niveles específicos de los contenidos faunísticos de cada yacimiento, pues la interacción resulta primordial para establecer las líneas evolutivas en el manejo de cada una de las especies.

Para comprender, sin embargo, la incidencia de las categorías taxonómicas en el registro final de los poblados de la Edad el Cobre, hemos procurado trabajar las conclusiones contrastando la información ofrecida por los siguientes yacimientos: Cerro de la Horca (Plasenzuela), Cabrerizas (La Cumbre), Castrejón, Castillejos II (Trujillo), Atalaya (Torrequemada), el Alto del Lugar (Torreorgaz) y Los Barruecos (Malpartida de Cáceres) [7]. La intención es, en el escaso espacio disponible, ofrecer desde la perspectiva económica, las consecuencias que tuvo el uso y explotación de los animales en el modo de vida de las poblaciones humanas de aquella época, circunscribiendo el trabajo a un marco geográfico reducido, capaz de facilitar su operatividad. No obstante, en el capítulo dedicado a este fin en nuestra tesis [8], confrontábamos los datos del registro extremeño con otras ochenta y cinco estaciones peninsulares, cuyo registro artefactual, venía a ser cronológicamente coincidente para proporcionar una apoyatura más sólida, a lo que no dejarán de ser conclusiones provisionales y referente de futuros hallazgos.

1.1.   Cabra (Capra hircus) y oveja (Ovis aries)

 Cabra-oveja, es una pareja de difícil distinción a nivel osteológico, cuya primacia marca la base de la dedicación agropecuaria al constituir el género mejor representado en casi todas las parrillas faunísticas de los yacimientos peninsulares desde el mesolítico. En esas fechas se creía introducido en Europa donde supuestamente no existía el agriotipo de las caracterizó [9], pero el cúmulo de datos recopilados en los últimos años permite suponer que existía una cabra de pequeño tamaño ya desde el paleolítico superior cuya domesticación culminaría en el mesolítico [10]. Esto reforzaría la idea de una mayor antigüedad del componente pastoril sobre el propiamente agrícola, independientemente de su conversión en la cabaña doméstica preferente, como así lo corroboran las estratigrafías neolíticas de la cueva de la Carigüela [11], los Murciélagos, Los Mármoles [12], o La Sarsa [13], donde se observa ya una apreciable distancia entre aquellos y las especies salvajes.

En los Barruecos, el último muestreo realizado a raíz de las excavaciones del 2001 y 2002 en las distintas franjas de ocupación, se ha podido separar la fauna por niveles [14], e igual que en ejemplos anteriores, ofrece ya una reorientación hacia el consumo de ovicápridos con índices variables, pero con un incremento progresivo de su representatividad, traducidas en unos tantos por ciento que oscilan entre el 25% del Neolítico Antiguo, al 50% del Neolítico Medio, 30% del Final y el 23,5% de las fases iniciales del Calcolítico. Esta lectura viene a coincidir con la que ofrecen los demás yacimientos extremeños, cuyo baremo se establecerá en las fases subsiguientes entorno al 21,66%, porcentaje que puede subir aún más de considerar casos particulares de la trascendencia del Cerro de la Horca con un 28,50% en la fase II y un 27,74% en la fase III-IV y como caso intermedio el de la Atalaya con un 26,6%. La media en la Península con respecto a Extremadura es sin embargo más baja, del 13,43%, pero sigue siendo igualmente el número más alto con respecto a todo el espectro arqueofaunístico, que se sitúa siempre en niveles inferiores. No obstante, su identificación en 65 de los 85 yacimientos cotejados a nivel peninsular, habla de la importancia alcanzada, máxime cuando su dispersión cubre algo más de dos tercios del mapa peninsular.

Uno de los problemas que plantea la distinción entre cabra u oveja es el tamaño de las muestras, por lo general recogidas en un estado de fragmentación superior al que experimenta cualquier otro animal tras haberse sometido a un troceado minucioso para su consumo. A pesar de ello, hay unas pautas reconstruibles, por ejemplo, la estructura de la cabaña sacrificada afecta al 40% de entre los 12 y 24 meses, la otra mitad se reserva para aprovechar la lana y la leche [15], mientras a una décima parte, seguramente con vistas a la reproducción, se le da muerte cuando llegan a la edad adulta.

En la geografía ibérica hay lugares donde la incidencia de esta cabaña es mayor, llegando a superar el 46,3% del testado faunístico en Almizaraque [16], el 55% en el Cerro de la Virgen [17] y así en un conjunto de yacimientos normalmente situados en la mitad meridional. En todos esos lugares es posible que la predilección por esta cabaña forme parte de una estrategia adaptativa, quizá en respuesta al continuo proceso de degradación y deforestación que parece desprenderse de los análisis polínicos. Así lo hemos apreciado también en las oscilaciones en la cabaña doméstica de Papa Uvas, especialmente la de ovicápridos, que pasan en la fase I del 32% a 39% en la fase IV [18], aunque la discusión se mantiene en si el grado de alteración del ecosistema es un producto del hombre, o por el contrario se debe a un aumento de la aridez en el sur peninsular.

Hay que recalcar, por último, que la importancia de esta cabaña viene dada por el rápido desarrollo y el ambivalente aprovechamiento que puede hacerse de las mismas, donde si es importante la obtención de carne destinada al consumo, también lo son aquellos productos que se obtienen de ellas, lana, piel, huesos, leche, y los productos derivados de esta última; a ellos cabe añadir otras posibilidades rara vez contempladas, las cuales tienen que ver con la eficaz actuación de esta especie en los espacios amontesados o boscosos, donde su introducción, posibilita el mantenimiento de la pradera castigando al piso arbustivo y la fertilización del terreno como paso previo a la siembra, sin desdeñar tampoco la facilidad y rapidez a las que se presta su desplazamiento y las amplias distancias del territorio que son capaces de cubrir en una jornada. En Extremadura resultaron especialmente útiles, porque entre las especies domésticas, se convirtieron en las mejor adaptadas a los pastos secos, a la vegetación dirilignosa de esta región y a los terrenos de carácter abrupto y montañoso donde se emplazan normalmente los poblados calcolíticos cacereños. Por último, Chapman [19] nos recuerda a propósito de su capacidad reproductiva y a su capacidad de crecimiento entre un 18% y 33% anual, que constituyen la opción más lógica y racional para el mantenimiento de una comunidad.

En cuanto a la discriminación antedicha entre oveja y cabra, la primera identificación clara de oveja tuvo lugar en niveles neolíticos de los Barruecos [20] a través del análisis morfológico de la clavija de los cuernos. Más tarde el mismo elemento anatómico servirá para su nueva detección, esta vez en niveles calcolíticos de la Atalaya de Torrequemada [21]. Esta segregación es interesante, tanto en cuanto se infiere que ya se hacía uso de ambas especies, Ovis aries y Capra hircus, desde épocas muy tempranas, hasta el punto que ocupa un lugar destacado en su explotación por parte del hombre con respecto al resto de los animales, su poca agresividad, tamaño manejable, su carácter gregario, temprana madurez sexual, alta adaptabilidad y elevada tasa reproductiva debieron de influir notablemente en su elección, explicando por otra parte, los altos niveles de representación en los yacimientos, normalmente más de una cuarta parte de los especímenes identificados en los yacimientos cacereños.

1.2.   Cerdo doméstico (Sus domesticus) y jabalí (Sus scrofa).

El ganado porcino constituye otro de los pilares de la alimentación de las comunidades prehistóricas, por esta razón se hará presente desde el Epipaleolítico en Nerja [22], manteniendo estable su representatividad en el Calcolítico a nivel general con un 9,28%, cifra que en Extremadura se duplica, propiciada quizá por las excelentes características del medio para la cría de esta cabaña. El techo se alcanza en Cabrerizas con un 26,08%, lo que supone una cuarta parte de toda la actividad ganadera del sitio, muy lejos no obstante de 45,5 que de promedio alcanza en el yacimiento de Mercador en el Alentejo [23].

Igual que ocurre con los ovicápridos, contamos con suficientes pruebas para pensar que esta especie fue seleccionada para su crianza, entre otras razones por la rapidez de crecimiento, superior a la de cualquier animal doméstico, de manera que en un año o año y medio se convertían en animales aptos para el sacrificio con un óptimo aprovechamiento. Por otro lado, su capacidad reproductiva les permitía aportar un gran número de crías y la alimentación omnívora aprovechar desde los infinitos recursos del medio boscoso, a subproductos agrícolas de poco valor o eliminar parte de la basura orgánica que se generaba en una comunidad.

En Extremadura su consumo aún no tiene un patrón claro de explotación de la cabaña, pues la proporción de edades, siguiendo los dos estudios existentes [24], en la mayoría de los yacimientos presenta un equilibrio entre animales adultos e inmaduros, con un grupo de individuos menores de un año y otro ligeramente mayor de adultos cuyo sacrifico tan solo duplicaría la edad de los anteriores, si acaso en la Atalaya, quizá de forma circunstancial hay una mayor abundancia de suidos sacrificados a temprana edad. Tampoco puede deducirse gran cosa de los estudios biométricos, cuyas mediciones bastan simplemente para confirmar que entran dentro del dominio de variación del cerdo coetáneo peninsular.

El material óseo de los suidos aparece muy fragmentado en los yacimientos extremeños, ya que estas especies han sido objeto de un sistemático consumo alimenticio que les situó en el segundo lugar de la fauna doméstica detrás de los ovicaprinos. Queda pendiente aún una reconstrucción morfológica completa de los ejemplares extremeños a través de los cuales se pueda determinar el tamaño y alzada de los mismos.

Entre las piezas recuperadas resulta muy complicado distinguir cuales pertenecerían a su homónimo silvestre y cuáles a la variedad Sus scrofa-domesticus. No obstante, su presencia es notoria en muchos de los yacimientos excavados, siendo los restos de individuos de edad más avanzada uno de los argumentos a valorar cuando se trata de determinar la presencia del espécimen salvaje.

1.3.   Vacuno doméstico (Bos taurus) o salvaje (Bos primigenius).

La especie doméstica de bóvido es la tercera de las especies sobre las que descansa la subsistencia de las comunidades calcolíticas extremeñas con un 8.04%, una cantidad muy similar al 11,85% de media en los 60 yacimientos calcolíticos estudiados a nivel peninsular. Algo menor es la correspondiente a la especie salvaje, cuyo porcentaje es de 3,98% en los asentamientos del complejo de Plasenzuela, números igualmente próximos a la media peninsular del 3,75%, si bien el cúmulo de yacimientos donde ha sido aislada esta especie, un total de 19 lugares, arroja una cifra significativamente menor que la anterior, aunque hemos considerado interesante, cuando han podido establecerse las diferencias entre ganado doméstico y uro, presentarlas por separado. En el caso de la Atalaya, donde no se ha podido realizar esta discriminación, su porcentaje es muy elevado, de un 23,5%, la cifra más alta de los yacimientos cacereños, de ahí que en el cómputo general la subfamilia Bovinae, adelante cuantitativamente a la de los Equidae.

Estas cantidades son un síntoma de lo avanzado de la domesticación de esta especie en el territorio cacereño, pero contrastan vivamente con las del yacimiento de Fuente de Cantos, donde la presencia del agriotipo salvaje con un 32,95% no sólo es clara, sino de un dominio apabullante con respecto a la especie doméstica, ausente totalmente en los índices. A nuestro entender, resulta ciertamente chocante esta divergencia, puesto que la diferencia no se manifiesta sólo con respecto a los contenidos de los yacimientos cacereños, sino en relación al resto de las estaciones peninsulares. Castaños [25] lo argumenta como un fenómeno propio de la domesticación asíncrono, no generalizado, y diferente según regiones geográficas, pero conocedores del escaso espacio excavado del donde procedía la muestra, estamos a favor de ampliar el área de reconocimiento, pues este fenómeno de concentración de restos del uro salvaje pudo deberse a una acumulación circunstancial, a todas luces insuficiente, para proclamar que el predominio global del bovino en los histogramas de frecuencias porcentuales de Extremadura, vienen producidos por la importancia cuantitativa del yacimiento badajocense [26]. Otra cuestión bien distinta son las cifras de ganado bovino alcanzados en Valencina o Zambujal, cercanos al 50%, pues se trata de especies domésticas, subrayando, la importancia de la cría de terneros y novillos como forma de especialización en dichos yacimientos [27].

Llama la atención el contingente numérico de animales viejos en Cerro de la Horca, con valores similares al Cerro de la Virgen, Valencina de la Concepción, Jovades y Niuet, un asunto en relación a la probable utilización de los ejemplares para el trabajo [28] o su optimización para el aprovechamiento de la carne. Lamentablemente no se ha podido comprobar aún si hay unas directrices en el manejo de este ganado, ni siquiera si los metatarsos con mayores desgastes corresponden a ejemplares de un sexo determinado, por ejemplo, de machos que insinúan su uso como fuerza de tracción, cuya implicación en relación de fuerzas productivas, puede ser determinante a la hora de valorar también los procesos de transformación agraria.

Una última cuestión es la distribución anatómica de restos, escasa en lo que atañe a elementos del tronco procedente de los uros, posiblemente porque el troceado y despiece fue efectuado fuera de los yacimientos y tras ello acarreadas las partes para su consumo. Pruebas de la existencia de esta especie seguirán obteniéndose en el Orientalizante tardío de Medellín 600-500 a.C. [29]) e incluso en época romana, cuando debió de extinguirse completamente en la Península.

 

1.4.   Caballo doméstico (Equus caballus) y caballo salvaje (Equs ferus).

Fueron necesarios los análisis de fauna de Zambujal o Fornea a cargo de Von den Driesch y Boessneck, para desmontar la teoría de Schüle que negaba la existencia entre la fauna postpleistocéncia de caballos salvajes en la Península hasta la etapa campaniforme, fechas en las que según Harrison [30] se produciría una expansión a gran escala incorporándose como animal doméstico. Años después, los hallazgos de équidos en yacimientos Neolíticos y Calcolíticos se han multiplicado hasta el punto de ser reconocidos en 55 de los 92 test de fauna realizados hasta el momento de escribir estas líneas, pasando a ocupar el tercer lugar en orden de importancia con un 9,48% sobre el total de restos, sin que hoy podamos albergar la menor duda de que muchos de ellos fueron captados de la fauna salvaje como una opción dietética más, pues son frecuentes las huellas de cortes y los astillamientos intencionados en los huesos para aprovechar la carne y la médula, aunque es precisamente la ausencia de estas marcas y la escasa fragmentación de sus huesos en la Atalaya [31], lo que despierta sospechas sobre un uso funcional temprano de la especie.

Esta sospecha sin embargo no basta para hablar claramente de domesticación, pues los criterios morfométricos que generalmente se aplican para conocer el estado de las especies resultan muy poco útiles. Pese a ello, hay quienes sitúan la domesticación del caballo a finales del Neolítico, muy cerca de la frontera del V milenio [32], o más concretamente en la transición Neolítico-Calcolítico [33], de ser así, significaría que en la Península se habría producido la domesticación de forma independiente a Europa Central, y aunque recientemente se ha insistido en la segunda mitad del tercer milenio como el periodo factible para que se hubiera producido la domesticación efectiva [34], se ha de reconocer que no hay total seguridad, hasta la Edad del Bronce, cuando su presencia se puede deducir ya de la presencia de arneses y piezas de bocados.

Las cronologías de los yacimientos extremeños excavados y con fauna, han puesto sobre la mesa este problema, donde los patrones de mortandad, el tipo de aprovechamiento y el número de ellos se han convertido en excelentes argumentos indirectos para demostrar, como con respecto a fases anteriores, donde su presencia fue residual, hubo un sustancial cambio de interés del grupo humano, suficiente para reconocer el principio de un proceso de domesticación [35]. Si este razonamiento se admite, Castaños [36] certifica que el estatus de esta especie en el Cerro de la Horca, Cabrerizas, Castrejón, sería el de especie doméstica, al menos en la forma inicial, aunque persiste la duda de si los altos índices registrados, no responderían a condiciones más favorables para esta especie en la región. Al respecto insiste Castaños [37], las muestras de los yacimientos extremeños con valores superiores al 15,71% tienen un interés primordial, tanto por la cronología, como por su abundancia, lo que les convierte en uno de los yacimientos suroccidentales más destacados en este aspecto, tal vez síntoma premonitorio del papel que habrán de tener en la economía de etapas posteriores, sino lo son ya de iniciales especializaciones ganaderas.

1.5.   Perro (Canis familiaris).

Su presencia en yacimientos Calcolíticos extremeños sólo ha sido advertida hasta el momento en Los Barruecos y en la Atalaya, donde con un 0,3 y un 0,7% forma parte del grupo con mínima representación, ligeramente por debajo del 4,74% que ofrecen en conjunto los yacimientos peninsulares. Su aparición es una cuestión ampliamente debatida, por lo que no insistiremos en ello [38], sólo avanzaremos que la presencia de los mismos en determinado contexto, es considerado un síntoma inequívoco de la consolidación de la domesticación.

En los últimos años su presencia ha sido detectada en numerosos yacimientos, muchos de ellos en fosos, silos o sepulcros [39], donde el tratamiento del animal, enterrado entero con bastante frecuencia y a veces junto a restos humanos, se reviste de un especial significado. Ejemplos de este tipo los podemos encontrar en la Gruta de Marizulo en niveles del Neolítico

Inicial y en el sepulcro del Camino del Molino (Murcia), donde los restos de 1300 individuos inhumados, son acompañados por 50 esqueletos completos de perro, datados en la segunda mitad del tercer milenio [40].

Su consumo, aunque hay algunos casos contrastados [41], no fue una práctica corriente, como demuestra el hecho de que en muchos lugares donde fueron recuperados huesos, estos procedían de enterramientos o el estado de los mismos no presentaba huellas de cortes ni abrasiones características de las osamentas cocinadas o despiezadas, hecho sintomático ya de una consideración utilitaria probablemente vinculada a la caza y al pastoreo, tal vez el de cabras y ovejas, pues de los 24 lugares donde hacen acto de presencia estos animales, en 21 se hallan presentes las mismas.

 

1.6.   Ciervo (Cervus elaphus).

La caza mayor persigue básicamente ungulados salvajes, y entre ellos, el ciervo reúne la mayor cantidad de partes, con unas cifras en Extremadura a veces superiores en un 3,93% a la de bóvidos domésticos, y con unas diferencias que podrían ser mayores de no producirse caídas de hasta cinco puntos en el índice porcentual en Los Barruecos, pues incluso entre el complejo de Plasenzuela y Castillejos de Fuente de Cantos los valores se sitúan entre 17,35% y un 17,58%. Otros datos alentadores de la importancia de la caza de este animal son los porcentajes de los referidos asentamientos cacereños, donde nunca bajan del 10,60% y sin embargo se duplica con el 20,68% de las cifras de Castillejos, siendo igualmente altas en la Atalaya, superiores a las de équidos, aunque bastante por debajo de la serie doméstica habitual.

Respecto a la frecuencia de edades de los ejemplares cazados, se constata una predilección por los individuos adultos, cuya distribución ósea, según las distintas partes del esqueleto, es indicativo de que la mayor parte de los animales llegaron enteros al asentamiento [42]. El aprovechamiento es máximo, y si se prefieren los machos adultos, es seguramente porque la cornamenta constituye una excelente materia prima para la fabricación de herramientas.

Hay punzones y mangos fabricados en este material, huellas de trabajo en una ulna y cuernas de desmogue con abrasiones preparatorias, pero no se menosprecian otras partes del esqueleto tales como las falanges y tarsos empleados en el Cerro de la Horca para fabricar idolillos, una elección de manifiesta intencionalidad, seguramente relacionada con las virtudes adjudicadas a este animal.

En algunos lugares como la cueva del Nacimiento, se ha hablado de la semi domesticación de esta especie [43], intentando relacionarlo con el caso del reno del norte y los lapones, pero nada parece indicar que en Extremadura sucediera algo parecido, la disminución de tamaño observada en las especies más occidentales de la Península parece ajustada a un gradiente geográfico y climácico, razón por la cual los ciervos de Extremadura tiene un parecido mayor con los de Zambujal que con los de Levante español [44].

 

1.7.   Lepóridos: conejo (Orictolagus cunniculus) y liebre (Lepus capensis).

Uno de los problemas planteados por esta especie tiene que ver con sus costumbres fosoras, es decir la excavación de madrigueras que pueden haber aportado sin el intermediario humano, una porción de sus restos a los niveles del asentamiento, bien porque se produjo su muerte en el interior de las mismas, o porque fueron consumidos por otros animales como el zorro dentro de su cubil. Pese a este imponderable, la repetida presencia de los mismos en 37 de los 85 yacimientos del análisis peninsular, les garantiza un lugar destacado dentro del abanico de las especies consumidas, aproximándose por primera vez en los taxones extremeños con un 7,44%, a la media del registro peninsular donde alcanzan el 7,37%. Nadie ha aventurado hasta el momento una hipótesis de interceptación del conejo como especie domesticada en los niveles de la Edad del Cobre, porque para eso se necesitaría la recuperación de cráneos en buen estado, al residir en estos las principales diferencias entre ejemplares salvajes y domésticos, una circunstancia poco habitual entre el material arqueozoológico de esta especie, propensa por su liviandad a una pérdida acelerada, si las condiciones del terreno donde se conserva no son las adecuadas. Por esta razón, a cualquier dato relacionado con ellos hay que contemplarlo con unos estrictos márgenes de reserva, por cuanto queda por determinar el porcentaje procedente de la caza, de su domesticación, o si su presencia es ajena a la intervención humana.

En los yacimientos controlados de Extremadura, el conejo presenta una irregular intercepción de ejemplares, con las variaciones de consumo más irregulares entre asentamientos pasando de 2% a un 8% entre las dos Fases calcolíticas del Cerro de la Horca, una varianza entre especies achacable seguramente a las malas condiciones de conservación y al deterioro que sufre una osteología tan frágil en los niveles más antiguos y que pueden asimismo desvirtuar el resultado final sobre el consumo de estos animales.

En los Barruecos se instala con un 15,3% en el tercer lugar de la parrilla de especies que forman el repertorio dietético de los pobladores del sitio, el mayor registro de estas características en la región, sólo comparable con Cerro de la Virgen y Zambujal, donde la importancia que tuvo parece realmente exagerada.

El conejo sigue teniendo una gran importancia económica en la Península Ibérica y en la propia Extremadura, donde a pesar de la recesión del último siglo provocada por enfermedades, continúa siendo abundante, incluida el área de Plasenzuela, donde genera una riqueza anual importante en el capítulo de actividades relacionadas con la caza.

La liebre y en conjunto de animales subsiguientes forman un grupo cuyos índices de representación rara vez superan el 1% en los yacimientos; se limitan por tanto a apariciones mínimas cuya obtención se debe seguramente a una caza de corte oportunista, dando lugar a minúsculos restos susceptibles de ser computados. En Extremadura se hallan en torno al 0,79%, por debajo valor medio peninsular que alcanza el 2,96%. Debe no obstante ser un animal con un nicho de actividad muy amplio, pues en todas las zonas del muestreo siempre se encuentra presente algún espécimen.

1.8.   Corzo (Capreolus capreolus).

Es un importante indicador de formas paisajísticas, al ser el usuario característico de los montes abiertos. Fue menos estimado que el venado, quizá debido a su corto número en comparación con otras especies y a la natural dificultad de su rececho. Prefiere los bosques caducifolios, pero se ha adaptado bien a las masas de la foresta impenetrable del monte mediterráneo, aunque en Extremadura campa muy lejos de los territorios que en el III milenio formaron parte del área natural de su distribución.

Aparece en casi todos los yacimientos extremeños, pero su número nunca ha llegado a superar 1% del total de las especies consumidas, es por tanto una caza ocasional, sorprendente por el bajo interés que despierta, cuando comparada al venado su carne es de similar o superior calidad, si bien sus defensas son menos aprovechables debido al reducido tamaño.

 

1.9.   Cabra montés (Capra Pyrenaica).

 Esta especie, confinada actualmente en nuestra región a las sierras del Sistema Central, en el intervalo de tiempo que aquí contemplamos, debió de proliferar por espacios más amplios y diversos, pues sin abundar excesivamente, se hace presente en la mayor parte de los yacimientos analizados, desde Fuente de Cantos a Los Barruecos. El material de examen es no obstante bastante escaso, quizá porque al igual que sucede con el corzo, su hábitat se ciñe a reductos de gran aspereza, sobre todo si se ha de trasportar la carne, o sencillamente porque al no tener la calidad de la especie doméstica y necesitar de un rececho complicado para su captura, la hace menos apetecible. El índice con el que se presenta en Extremadura es de 0,28% y en la Península de 1,77%, si bien en relación a estos últimos, los yacimientos donde se menciona a esta especie constituyen un 22,22%.

1.10.    Lince (Lynx pardinus).

Ha sido detectado en 12 yacimientos de la Península, emparejando su representatividad a la del zorro con un valor de 0,9% deducible de su presencia en Fuente de Cantos y la Atalaya. Debió de ser cazado por las mismas razones que el anterior, quizá con más asiduidad, al tratarse de un depredador habitual de otras especies cazadas por el hombre.

 

1.11.    Zorro (Vulpes vulpes).

 Sin interés culinario, el zorro fue cazado para obtener su piel y como medio de recortar la competencia en un territorio por otras especies codiciadas para el hombre. En Extremadura está presente en la fase III-IV del Cerro de la Horca y en Castillejos I de Fuente de Cantos.

Alcanza un 0,045% de la representatividad total, en línea con los valores típicos de esta especie en la Península.

 

1.12.    Tejón (Meles meles).

Se encuentra en el Cerro de la Horca y Barruecos con valores del 0,20%, cantidad meramente testimonial. Pesa sobre ellos la sospecha de que algunos de los restos procedan de una deposición por muerte en el interior de la tejoneras o cados. En el resto del país los diez yacimientos donde figura, reducen su representación peninsular al 1,77%.

Este animal, igual que el zorro, el lince, pudieron ser cazados con más frecuencia del expresado en los índices, pero a diferencia de la caza mayor, acarreada hasta el poblado porque interesaba tanto su consumo como la obtención de partes anatómicas para ulteriores elaboraciones, los cuatro últimos, sólo debieron de interesar al cazador principalmente por su piel, tendones o dientes, consecuentemente el despiece y abandono de los restos debía de realizarse en el mismo lugar donde se cobraba la pieza, impidiendo su incorporación de otras partes del esqueleto a los basureros de un asentamiento, de donde habitualmente procede nuestra provisión de huesos predisponiendo a una lectura un tanto sesgada del comportamiento real de consumo de estas especies.

 

1.13.    Otros

Entre los mamíferos podría citarse además al Gato salvaje (Felix silvestris) como resultado de una captación en Fuente de Cantos. Con un 0,02% es una de las especies menos representada en el cómputo cinegético, tan solo por encima del lobo y del oso, ausentes de nuestros recuentos, pese a ser una fauna coetánea.

El resto de la fauna empleada para su consumo tuvo origen también en la pesca y recolección de moluscos de río. Un artículo sobre este tipo de fauna en yacimientos del Campo Arañuelo [45] confirma las noticias que ya tenían acerca del hallazgo de algunos especímenes en el Cerro de la Horca y el Conejar, ampliando en una docena la lista de yacimientos donde se habían conservado las valvas de moluscos recolectados, principalmente de las especies: Unio crassus, Margaritifera auricularia, Potomida littoralis y Unio pictorum, también conocidos como náyades o mejillones de río, cosechados en los fondeaderos de ríos cercanos y trasladados a los asentamientos para ser consumidos, aunque el impacto en la alimentación no debió pasar de un nivel de complementariedad.

La presencia de anzuelos, pesas de redes se convertían por otro lado en firmes testimonios de la pesca de especies, cuya fragilidad osteológica había esquivado su detección [46]. Tan sólo una vértebra de anguila con huellas de fuego en la Canaleja constituía el único indicio real del uso de la pesca como complemento dietético para aquellas poblaciones.

No existen de momento otras pruebas que nos hablen del consumo de roedores, batracios, ofidios u otras especies, y sólo entre las aves tenemos dos testimonios que pueden remitirnos a usos muy diferenciados. En cuanto al primero, un pequeño resto en la Atalaya [47] de un único espécimen de ave no identificada, con huellas de mordeduras probablemente humanas, sea quizá el único indicio de una captación dietética más amplificada de los restos hasta ahora obtenidos nos permiten ver. El segundo quizá tenga que ver, dentro de un orden funcional, con uso de algunos huesos, en concreto el cúbito de un águila, único de los fragmentos de ave recuperado en niveles de la Fase III-IV del Cerro de la Horca. Las características morfológicas y tal vez simbólicas de los huesos de las alas de esta especie, de extraordinaria longitud, rectilíneos, huecos y de sección circular, les han convertido en la materia prima ideal para construir instrumentos de viento a modo de siringas o flautas de pan, con ejemplos tan ilustrativos como los de la Cova de L´Or, un yacimiento del Neolítico Antiguo [48]. El fragmento del Cerro de la Horca también es hueco, pero dado estado de fragmentación resulta muy difícil afirmar que tuviera un empleo similar al del yacimiento de Beniarrés o fuera empleado como un pequeño recipiente para algún tipo de substancia, pues de lo que si estamos seguros es que el intenso patinado que presenta no se corresponde con un simple resto de fauna consumida.

Cuadro nº 1: Composición y porcentajes de los grupos taxonómicos más frecuentes  representados en los yacimientos calcolíticos cacereños.

 

  1. FAUNA DOMÉSTICA.

 En uniforme preliminar referido a la fauna prehistórica extremeña Castaños,[49] señalaba dentro del conjunto de especies identificadas en la región, tres bloques de distinto significado arqueozoológico que nosotros hemos compartimentado en seis dependiendo de la importancia desempeñada por cada uno de ellos.

Por un lado, los animales domésticos o con visos de domesticación: oveja-cabra, cerdo, caballo, vaca; en segundo término los ungulados salvajes objeto de caza: ciervo, uro, jabalí, cabra montés, corzo; y un tercer bloque de contenido diverso caracterizado por cuatro subgrupos: el de lagomorfos (conejo y liebre) aún con porcentajes importantes en la parrilla de yacimientos; el de los carnívoros: tejón, lince, zorro, gato montés, perro, con representación por debajo del 1%; el de las aves y por último el de moluscos con un porcentaje ligeramente superior a últimos. En total 16 referencias a macromamíferos, siendo muy raras las referencias a la avifauna y pequeños vertebrados, de los que apenas existe información.

La suma de los distintos bloques, nos depara unas cifras que son de gran interés para comprender cuales fueron las preferencias dietéticas de aquellos pueblos, orientada en el caso extremeño hacia el consumo de animales domésticos. La banda donde quedan expresados dichos niveles es bastante elocuente, pues todas aparecen instaladas en torno a valores similares, entre los 68,97% de mínimo en Castrejón y el 81,1 de máximo en la Atalaya, con una media porcentual del 75,03%, es decir que casi tres cuartas partes de la aportación cárnica procedía de recursos de fauna controlados. Sorprende la escasa variación existente entre los siete casos analizados, lo que en cierto modo no sólo corrobora la hipótesis de que estamos ante grupos humanos con una economía preferentemente ganadera como sucede en otras áreas peninsulares, sino que existe un comportamiento subyacente de explotación y consumo bastante similar entre todos ellos.

En el examen de las distintas cabañas, ha sido posible identificar además, las especies de cría preferenciales, con una pauta claramente dominante en favor de los ovicápridos con un 25,82%; le siguen en importancia la cabaña porcina que con un 21,16% absorbe casi otra cuarta parte de la producción pecuaria; la bovina con 16,61% y por último la caballar con un 13,33%. Esta dedicación supuestamente tan lineal, lleva aparejada sin embargo ligeras fluctuaciones que pueden encauzarnos hacia la comprensión de formulaciones de organización económica mucho más complejas, como las que pueden deducirse del examen de las áreas de poblamiento sincrónico y relativamente próximo a Plasenzuela.

En dicha zona y en la cercana Torrequemada, los sitios arqueológicos, por ejemplo, coinciden con los resultados enunciados hasta ahora a nivel general, pero a título particular manifiesta una especial preferencia por alguna de las cuatro cabañas domésticas: el Cerro de la Horca y Atalaya ovicápridos, con un índice para la fase III-IV entre el 27,74 % y el 26,6 %, de hasta 14 puntos por encima de los restantes; Castrejón ganado caballar, con un índice del 41,37% superior a cualquiera de las frecuencias extremeñas y una de las más altas de la Península, y por último Cabrerizas, que se aúpa con un 26,37% al primer puesto entre cifras de consumo de ganado porcino. ¿Podría considerarse un atisbo de especialización territorial?, posiblemente, pero en las circunstancias en las que se desarrolla la economía de subsistencia, obligó a cada una de ellas a no descuidar la crianza de las restantes cabañas, pues estas contribuyen a diversificar los recursos y por tanto contribuyen a reforzar la seguridad alimentaria.

 

En relación a la composición porcentual, las preferencias guardan también un orden lógico en relación con la capacidad de mantenimiento de las cabañas, pues dependen del tipo y cantidad de vegetación, de las prácticas agrícolas y en líneas generales de la actuación del hombre sobre el medio, es decir que la situación de las mismas variará en función de las exigencias de cada una de ellas y el espacio donde interactúan. No es lo mismo, por ejemplo, mantener una oveja o una cabra que un caballo, la cantidad de forraje que demanda el tercero limita la cría de estos últimos a gran escala, dejando mayor margen a las primeras que son menos exigentes. Esto como se ha adelantado, simplifica la explicación buscada en varios yacimientos, donde se produce fuerte incremento de ovicápridos, cuando por distintas causas se asiste a un incremento de la aridez. Hay pues una razón de complementariedad y de estrecha dependencia entre el comportamiento del ganado y el medio, cuya relación será determinante en la configuración de ambos.

 

La distribución de la que hemos hablado, sólo está sujeta a una modificación en términos arqueofaunísticos cuando se tiene en cuanta el peso de los huesos, o su traducción en volumen de carne, es entonces cuando se producen modificaciones notables y el caballo o el ganado doméstico bovino se aúpan por encima de ovicápridos y suidos.

 

A un nivel más general, el orden en el que se manifiestan las cabañas repite su actuación en innumerables asentamientos, entablando notables paralelismos el Cerro de la Horca por ejemplo con Monte da Tumba, especialmente la fase Ib, con un predominio de la oveja sobre el cerdo [50], La Peña de los Gitanos de Montefrío, Valencina de la Concepción o Zambujal, todos pertenecientes a la geografía suroccidental, donde se pone de relieve de nuevo la polarización ganadera en torno a cuatro o cinco agriotipos, ovicápridos, suidos, bóvidos y équidos, por delante del ciervo que sigue ocupando una posición de ventaja con respecto al resto de las especies salvajes, a excepción de los leporidae. Frente a este estilo de producción, se encuentra el de las regiones más áridas del sureste, donde, el predominio de los ovicápridos con respecto a otras cabañas y más aún de la fauna salvaje, es abrumador; pese a ello se encuentran parecidos sorprendentes, por ejemplo, con Terrera Ventura [51].

 

Cuadro nº 2: Histograma con valores comparativos entre la fauna doméstica y salvaje de los yacimientos calcolíticos de la provincia de Cáceres.

 

3.   FAUNA SALVAJE.

 En un segundo plano queda la caza, convertida en una aportación complementaria con solo una cuarta parte de la carne consumida, perdiendo paulatinamente importancia a medida que se consolidan las prácticas ganaderas, reflejándose esta tendencia en los cuadros de especies clasificadas en el yacimiento de la Edad del Bronce del Cerro del Castillo en Alange [52].

La nota más característica del recuento efectuado en los yacimientos extremeños, es el elevado índice registrado en el consumo de carne de ciervo, superior incluso al de yacimientos coetáneos del mediodía peninsular y al de alguna especie doméstica como ya se ha comentado. Esta abundancia bastante generalizada en la región, no debe valorarse meramente como una peculiar apetencia gastronómica, sino como la consecuencia de una práctica ecológica y ritual heredada de etapas anteriores. En este sentido, hemos destacado el papel atribuido al animal, cuya predilección no sólo queda patente en el registro arqueozoológico de los yacimientos, sino en las manifestaciones artísticas esquemáticas, donde asumen un claro protagonismo de signo toténico.

La penuria con respecto al anterior de corzo y jabalí, hace que su aportación sea prácticamente anecdótica, tan sólo el uro y su considerable reserva de carne, tentó a los cazadores lo suficiente como para obviar el peligro de su captura, si es que no fueron la consecuencia de batidas selectivas destinadas a proteger los campos de cultivo [53].

Descartamos la idea generalizada acerca de la cual las culturas pastoriles no demuestran inclinación por la caza, cuando prescindiendo de los índices de algunas especies antes mencionadas, esta actividad se puede percibir gracias a la presencia de puntas de flechas, industria que en los yacimientos excavados aventajan o igualan a otras manufacturas del ramo.

La presencia de conejos y liebres siempre resulta problemática, pues pueden tener origen en procesos específicos de tafocenosis o depredación, pero la larga lista de yacimientos y las condiciones de conservación, huellas, roturas y otros signos de manipulación nos han convencido de que una buena parte de los restos son el resultado de capturas realizadas por el hombre. Los índices no otorgan un carácter preferente a los mismos, y mucho menos a la liebre, exiguamente representada en cualquiera de los registros, pero ello no obsta para acreditar el consumo de esta carne como una opción dietética complementaria y muy bien ponderada en épocas de escasez.

De caza selectiva se pueden calificar las capturas de animales que conforman el bloque compuesto principalmente por carnívoros, pues estos son eventuales competidores del cazador y potenciales enemigos del ganado cuyo control fue necesario planificar, procediendo incluso a un exterminio siempre difícil de computar, especialmente en las áreas de pastoreo. La ausencia de restos de un depredador como el lobo en la gran mayoría de los registros de fauna extremeños, quizá hay que tenerla en cuenta en este sentido. Altos índices, de piezas cazadas en una primera fase de Monte da Tumba, puestas en relación con la instalación del poblado [54], pueden ser la prueba más evidente de la realización de campañas de descaste previa a la ocupación de un territorio

 

4.   LA FAUNA EN EL ESPEJO DEL ARTE RUPESTRE.

Es evidente que en el arte rupestre esquemático cacereño existe un conjunto faunístico cualitativamente variado, donde aún resulta muy difícil decidir cuáles son las especies dominantes de ese cortejo, pues más de tres cuartas parte del mismo han reducido la imagen animal a un símbolo donde la especie es indistinguible. Sin embargo, en la parte restante, una observación detallada de todos los conjuntos conocidos, nos lleva a señalar la existencia de un proceso de selección de una serie de animales que podemos emparejar con casi todas las especies identificadas en los yacimientos neolíticos y calcolíticos excavados, aportando más información acerca de la interacción con los seres humanos, sobre todo porque su contenido social y simbólico nos muestra un camino que va más allá de las actividades cotidianas de sus autores.

 

Ovicápridos. Prescindiendo de aquellos zoomorfos por cuya presencia cuernos podríamos atribuir vagamente a alguna otra especie, su retrato aparece en bastantes ocasiones, aunque no son pocas las que arrojan sombras de duda acerca de su reconocimiento. Para tratar de superar este obstáculo, una investigación a cargo de García Arranz [55], planteó una fórmula muy sencilla, basada en la identificación como escenas de pastoreo a aquellas donde la asociación entre hombre-cuadrúpedo era evidente y algún atributo o actitud, pudiera revelar la especie del animal representada como perteneciente a una de los animales característicos de la serie doméstica. Así clasificó a las figuras de los paneles I y II del abrigo de Rosa, donde entre dos antropomorfos y un ramiforme se sitúa una pequeña figura con una aparente cornamenta que no duda en identificar como un cáprido. Como escena de pastoreo interpreta otras en el Cancho de la Burra y si en esa ocasión no arriesga a identificar los animales [56] es por la falta de definición de algunos y porque quizá en una investigación previa, el de mejor fijación, aparecía consignado como un cánido [57]. Nadie repara, y con gran nivel de detalle se aprecia en el calco de J. J. García, en dos apéndices que indefectiblemente distingue a las cabras de otra especie, y que no es otro que dos repliegues de la piel en forma de tubo colgando del cuello denominados en Extremadura mamellas, añadidos con mucha precisión al dibujo del animal. Se trata por tanto y con casi total seguridad de una escena de manifiesta relación con el pastoreo, casi idéntica a otra del Paso de Pablo, donde otro animal sobrepuesto a una figura antropomorfa, ha sido retratado con una cornamenta muy corta, explicitando de nuevo la especie caprina con el añadido de las mamellas colgando del cuello, si es que en este caso no se trata de las barbas de un macho cabrío (Fig. 1)

 

Équidos. Tal vez nunca hallamos dudado en interpretar como équidos las figuras de animales emparejadas que aparecen en las estelas de guerrero de la Edad del Bronce porque su asociación a un carro permite la elipsis de otros rasgos identificativos del animal. Esto por un lado pone de relieve como el lenguaje de lo esquemático seguía aún vigente al final de la Edad del Bronce y por otro, plantea un problema a la hora de reconocer este animal, pues si

su imagen en la pintura rupestre se limita a ese nivel de sencillez, en esas condiciones, por poner un ejemplo, determinados grupos de animales representados en varios abrigos extremeños junto a un antropomorfo y con trazo similar, pudieran ser interpretados como tales.

Indudablemente una escena de equitación, es decir un caballo con el jinete montado, sería mucho más creíble, de ahí que por este medio se intentara demostrar en una ocasión la representación de esta especie, a partir de tres motivos localizados en la comarca de las Villuercas, no sin antes advertir por parte de su investigador [58] que la fuerte esquematización les convertía en casos hipotéticos. Los dos primeros están encajados en reducidísimos paneles de la cueva del Cancho de las Sábanas y el tercero en el profuso panel del Cancho del Reloj, repitiendo un esquema similar de cuadrúpedo con un motivo en T superpuesto. Como escena de domesticación de un équido se interpreta un panel en Sierra de la Corchuela de Monfragüe [59] y otra en Los Barruecos [60], pero igual que en los anteriores, la fuerte abstracción de las figuras en nuestra opinión dificulta la atribución inicial.

Hubo que esperar al descubrimiento del abrigo Florencio en Retamosa [61], para poder especular sobre la presencia de caballos en la pintura, cuando el filtrado de una imagen del mencionado abrigo reveló, la presencia de una figura tratada con ciertas dosis de naturalismo, donde se muestra parte de la grupa, cola, corvejón y muslos de los cuartos traseros de un animal, desgraciadamente la imprimación posterior de gruesas digitaciones, anula prácticamente la posible visión de la parte anterior del tronco y apenas se distingue una sombra dentro de un borrón de color rojo purpureo (Fig.2).

 Bóvidos. La limpieza de un panel de Monfragüe despertó la posibilidad de que una de las figuras, otrora considerada un cérvido o cáprido por su llamativa cornamenta curvada, pudiera tratarse en realidad de un bóvido [62] y quizá una más en el subgrupo V2 del abrigo Florencio [63], pero la instantánea de mayor valor, pues nos informa además de la posibilidad de domesticación de la especie, es la representación de un bóvido en el Paso de Pablo [64], donde aparentemente, un individuo, tal vez una mujer con faldellín y un tocado en la cabeza, sujeta al animal con una cuerda (Fig. 3). Si descartamos por imposible una escena de caza a lazo de un ejemplar de estas características, obviamente se trata de un control del animal por parte del hombre que lo guía, retratando una de las escenas con mayor carga informativa del mapa pictórico de las Villuercas, pues puede llevar implícito el correlato mítico de la domesticación a cargo de una entidad femenina, asumiendo un papel reiterado ya en la pintura levantina [65].

Acerca de la misma, resulta difícil no entablar estrechos paralelos con otra similar descrita por Jordá, aunque las pinturas del abrigo de la Peña del Escrito del Villar del Humo en Cuenca se engloban dentro del Estilo Levantino. En ella un antropomorfo igualmente femenino lleva cogido de una cuerda un ternero que a modo de simulacro se presenta como una ofrenda ante un supuesto dios toro [66]. Otros antropomorfos sujetando por el cuello o el hocico con una cuerda a animales, han sido halladas en el abrigo del Tío Campano [67] y Selva Pascuala, y aunque en ambos casos se trata de caballos, se llegó a la conclusión de que en el primero se trataba de una caza a lazo, y en el segundo, contradiciendo lo que en su día expuso Beltrán [68], de una escena de domesticación, pues la rienda acaba en el hocico del animal [69]. Más claro parecen las reproducciones de El Canjorro de Peñarrubia, cuyo calco ofrecido por Breuil [70] no muestra una figura en esta actitud, sino varias, donde el dominio del hombre sobre el animal va implícito en la docilidad del rocín.

Caza o domesticación en muchas de las pinturas de este tipo, son un dilema aún no resuelto, ni siquiera con la ayuda de los métodos analíticos de estilo-temática que proponen una ruptura total de este tipo de estampas, por otra parte, clásicas del Estilo Levantino y del Esquemático, asignándoles simplemente el calificativo de seminaturalistas o postpaleoliticos [71].

Guardarían, eso sí, cierta concordancia con el sustrato de carácter narrativo, pero en esencia, su encaje pretende ser un paréntesis entre una y otra fase, una especie de cajón de sastre, pues ni el estilo, ni lo que se narra, concuerdan con las respuestas que la arqueología por el momento ha sido capaz de ofrecer, con respecto al tema de la domesticación de bóvidos y équidos en la Península Ibérica. Por esa razón cuando se habla de cronologías para estas pinturas, la frontera de IV milenio a. C., en fechas sin calibrar, parece aún la más adecuada.

Suidos: Sólo existe una pintura en los Ibores descubierta hace pocos años [72] y de factura Epipaleolítica en varios de sus detalles, donde un cazador acosa a un jabalí cuya morfología no entraña ninguna duda. Encontrar sin embargo en la pintura esquemática, imágenes de estos animales, es un desafío a la imaginación, pues no parece haber un estereotipo claro que los identifique. La única imagen aproximada, parte más de una conjetura que de una lectura indiscutible y nos remite a un motivo en el Cancho del Reloj acompañado por otro cuadrúpedo, donde dos trazos paralelos sobre el lomo del primer animal sugieren una escena de caza del mismo acosado por un cánido [73].

Cérvidos: El ciervo ocupa un lugar prominente en las sociedades prehistóricas, respondiendo a una tradición heredada del mundo postwürmiense cuando este animal llego a constituir gran parte de la dieta de muchos pueblos. Por esta razón, alrededor del animal se llegó a construir una mitología cuya expresión más directa la encontramos en el Arte Rupestre esquemático, donde la asociación de imágenes hombre-animal en estereotipadas escenas venatorias, recuerda constantemente una afinidad que trasciende normalmente de hecho económico que comporta la caza y nos introduce en aspectos rituales e incluso iniciáticos de la misma. Es con todo el animal salvaje más representado de repertorio figurativo extremeño, y superior en cuanto a los hallazgos de sus restos en asentamientos a alguna de las especies domésticas, por lo que no debe extrañar la magnitud de sus cifras porcentuales. Independientemente de los valores mencionados, la caza del ciervo y otras especies afines como la del corzo, pudo partir también de la necesidad de aligerar la presión que estos podían ejercer sobre las superficies cultivadas.

En la pintura esquemática es el animal más fácil de distinguir, sobre todos los ciervos machos, frecuentemente representados con la cuerna ramificada con sus adornos de puntas, candiles y corona. Escenas del abrigo II de la Sierra de la Madrastra en Cañamero con una armada de antropomorfos batiendo una manada de ciervos gobernada por un gran macho junto a hembras y varetos es el gran objetivo de los cazadores, expresando con todo rigor las circunstancias que suelen envolver el lance cinegético tantas veces retratado y a veces insinuado simplemente con la presencia de arqueros. Así lo vimos y así lo han percibido otros investigadores [74], con una lectura de mayor detalle solapada en las actitudes de una narración pocas veces repetida en la pintura esquemática de la zona.

Los ciervos son también las representaciones más antiguas de las Villuercas y prescindiendo del grabado paleolítico de la cueva de la Mina [75], por epipaleolíticas dimos la figura de un gran cérvido de carácter naturalista dibujada en color negro e infrapuesto a los motivos esquemáticos del Paso de Pablo [76] y de la misma época, otro gran cérvido en rojo, detectado por primera vez en el calco de Mª C. Rivero [77] oculta tras el panel principal de la cueva del Castillo de Monfragüe, compuesto por una jerarquía de figuras antropomorfas y otro par de figuras de incorporación más tardía, reconocibles por las ramificaciones ahorquilladas de su cornamenta. (Fig. 4)

En Galicia, donde la representación de cérvidos en el arte rupestre es cuantitativamente muy superior a la de cualquier otra especie, son vistos como animales de un fuerte componente simbólico asociado, igual que en otros grupos del arte europeo, a la fecundidad, como animal psicopompo al mundo funerario, e incluso al culto al sol [78]. Esta traducción, era hasta hace poco difícilmente demostrable en nuestra región, hasta la aparición en las Hurdes de paneles e incluso cerámica con imágenes de cérvidos asociadas a imágenes antropomorfas e idoliformes en un contexto mucho más antiguo que el gallego, pues se enmarca dentro de las producciones calcolíticas. Estos descubrimientos darían pábulo a la hipótesis de que el ciervo habría comenzado a tener alguna connotación religiosa, cobrando sentido así otra figura situada bajo un soliforme en el Cancho del Reloj, cuya extensión de la cornamenta se convierte en parte del halo solar [79].

En nuestra opinión, no es tampoco una coincidencia que sean cápridos y cérvidos los animales más representativos, tanto de la fauna doméstica como de la salvaje, cuando los mismos arrastran en sus respectivas parrillas los mayores porcentajes de fauna consumida.

Corzos. Quizá la figura más comprometida con la imagen de un corzo del álbum cacereño se encuentra en representada en el marco pétreo aislado, por encima de una repisa natural en el Cancho de la Burra, donde tuvimos oportunidad de fotografiarla en año 1985. Se trata de un macho con una cuerna mucho más sencilla y corta que la de los ciervos, propias de un ejemplar maduro, con astas en paralelo y tres puntas bien delineadas, visibles con más detalle en la cuerna derecha, además de un cuerpo más fuerte, compacto y ancho en los cuartos delanteros y una cola extremadamente corta de apenas unos centímetros.

Cabras montesas. Su caza debió de formar parte del recuerdo de un tiempo cuando junto al ciervo, con un 39% y un 37% respectivamente, sostenían tres cuartas partes de la representación de animales Estilo Levantino [80]. Ahora esa tendencia se ha invertido, y su índice de frecuentación en los recuentos de los asentamientos es puramente anecdótico, siendo así reflejado en los lienzos pétreos. (Fig. 5)

Indubitablemente distinto y diametralmente diferenciado de las especies domésticas por la longitud y curvatura de su cornamenta, su mejor lectura la tenemos en el abrigo Florencio de Retamosa [81]. El retrato de dos cabras una de perfil y otra en perspectiva torcida, nos ilustran acerca de la forma y el tamaño de sus defensas, donde casi se adivinan los medrones de la cuerna. Otro cáprido con la cola recta y la cornamenta doblada se adivina en otro panel de la misma covacha dibujados con notable minuciosidad. Por último, fuera de este abrigo, en la cueva Bermeja de Serrejón, junto a una figura heliomorfa, creemos ver en un zoomorfo con una gran cuerna bifurcada la imagen de otro de estos animales [82].

Cánidos: la diferencia entre lobo y perro es compleja, aun cuando se produzca una interacción con especies reconocibles como domésticas. La distinción, por ejemplo, entre quién guarda un rebaño o lo ataca, dependerá del interés y la habilidad del artista por reflejar la escena y eso es precisamente lo que nos encontramos en la parte inferior del Paso de Pablo. Se trata de la acción desarrollada en la parte más visible de la mitad inferior del panel, donde se observa una pareja de cánidos con las orejas rectas y el rabo estirado hacia arriba, en una actitud propia de esta especie cuando se muestra activa y confiada. Un tercer cánido precede a una cabra, la cual es reconocible por los cuernos y un rabo muy corto. La ambigüedad de la escena no permite afirmar con rotundidad que se trate de la salvaguarda de un rebaño si se trata de perros, o de un intento apartar del rebaño a un animal si se trata de lobos, pues depende exclusivamente de si el autor de la reproducción de la escena, tuvo realmente en cuenta la etología animal. De haber sido así, para entenderla como un ataque por parte de los segundos, la fidelidad a la acción hubiera requerido representar a la cola de los cánidos recta y horizontal, no curvada hacia arriba como es el caso. Es por tanto una escena subjetiva, pues depende de un único detalle, de cuya formalidad no sabemos si se prescindiría intencionadamente, en cualquier caso, nos sirve para ilustrar la dificultad que ofrecen este tipo de escenas, pues la fidelidad de los detalles hará variar la interpretación de una escena de pastoreo a una de acometida. (Fig. 6)

 La presencia del hombre en escenas con cánidos, a veces puede marcar la diferencia y ejercer de árbitro de una discriminación entre perro o lobo. Hay menos dudas cuando se trata de una escena de caza, donde el perro, por ejemplo, presta una inestimable ayuda en la persecución de las presas salvajes. Éste podría ser el caso de Madrastra II y el de otros muchos lugares fuera de nuestra geografía [83], pero el nivel de concreción artística o desarrollo pictórico prestan siempre dificultad a su reconocimiento y es por lo general el contexto el que asegura su discriminación.

 Nos queda la duda de si dos figuras pintadas en el Risquillo de Paulino [84] son un lobo y su lobezno, dicho así por la diferencia de tamaño, o son un zorro y su cría. El trazo es muy esquemático, pero permite diferenciar del tronco unas largas patas, una espesa cola vertical estirada, un hocico alargado y unas orejas grandes y puntiagudas. Como otro posible cánido con la cola curvada hacia adelante se interpreta una figura de Cueva Chiquita [85].

 

Félidos. El único lugar donde hemos logrado identificar un felino es en la cueva de los Horcones de la sierra de Navezuelas con un nivel de detalle extraordinario [86]. Es la representación de un animal robusto, con el tronco alargado, rematado por una cola muy larga curvada hacia adelante. La cabeza grande con respecto al cuerpo y redondeada, orejas pequeñas, triangulares y hasta un par de vibrisas parecen asomar de su hocico largas, gruesas y caídas. Como motivo pictórico, los gatos no son una de las especies predilectas, pero casi con seguridad su imagen ha sido detectada en el Collado del Guijarral, un abrigo de Segura de la Sierra (Jaén), donde motivos esquemáticos cuentan con el añadido figurativo de siete ejemplares, aunque, sin razones claras se han interpretado como gatos domésticos [87]. (Fig. 7)

 

Úrsidos. Hasta el momento no han aparecido huesos de oso en ninguno de los yacimientos cacereños de la Edad del Cobre, lo cual extraña, pues siendo una especie peligrosa y competidora del ser humano como el lobo, cualquier indicio hubiera bastado para suponer que alguna vez se le dio caza. Su presencia en los mismos territorios donde se desenvolvía el hombre así lo demandaba, pero hasta la fecha el único testimonio, aparte del grabado paleolítico de úrsido en la cueva de la Mina [88], es una pintura localizada en 1987 dentro de la cueva del Cancho Juracao de Navezuelas. Su hallazgo tuvo lugar en las mismas fechas que otro panel situado en el exterior de la cueva, pero solo el último llegó a publicarse [89], porque la divergencia de la primera con respecto a todo lo que conocíamos entonces de la pintura esquemática tradicional en nuestra región, imponía cierta mesura a la hora de pronunciarse acerca del encaje temporal de la misma, que, dicho sea de paso, aún avanzamos como hipótesis.

La pintura la compone un único motivo, aunque sospechamos que la mancha situada en la parte superior derecha hubiera podido formar parte del conjunto. Se ubican sobre un plano rocoso muy irregular, a menos de medio metro del suelo, en el fondo de la cueva, casi en total oscuridad, donde pasa totalmente desapercibida. Su propia morfología también se aparta de lo canónicamente establecido, pues lejos de la síntesis acostumbrada de las imágenes del Arte Esquemático, recorta la silueta del animal marcando desde la cabeza a la cola, la panza y las estilizadas patas. Su autor intentaba con ello ser lo más fiel posible a su naturaleza, aunque vacilante a la hora de concretar más detalles anatómicos. La percepción del perfil así, resalta con una corporeidad inédita, virando hacia un grado de naturalismo poco habitual en los álbumes del arte rupestre cacereño. Su color es rojo vinoso ligeramente desvaído, afortunadamente un tratamiento de la imagen, revela un intento de relleno o al menos un coloreado más denso sobre la cruz del animal, apreciándose, eso sí, una mayor fortaleza en el color del trazo que recorre la silueta, siendo esta una línea regular y gruesa. Los rellenos corporales con tintas planas son muy poco frecuentes, y como tal ha sido destacado recientemente como un rasgo sino insólito nada usual en el arte esquemático típico [90].

Muy interesante la mancha de color rojo intenso que parece salir de su boca, pues son muy raras las pinturas de esta zona que incorporen detalles complementarios de la acción que se pretende reflejar, apreciándose con ello cierta intención narrativa, tal vez, la representación de un animal herido. Hoy sabemos que figuras naturalistas y esquemáticas llegaron a coexistir [91], pero el carácter único de esta figura en su espacio territorial, complica un encuadre temporal llamado a recular en el tiempo y manteniéndonos a la expectativa, a la hora de explicar estos extraños desajustes de estilo y contexto. No cabría en este caso remontarse al sustrato iconográfico epipaleolítico, pues, aunque tiene una base reconocida en la región, los criterios que lo definen [92], solo se ve reflejado en una ínfima parte, tendríamos por tanto que considerar como posible, una realización posterior, tal vez en los momentos previos a la eclosión de las figuras propiamente esquemáticas, o hasta poder sumar más pruebas, especular incluso con el derecho a su excentricidad, mientras tanto cabría asignarle el calificativo de seminaturalista. (Fig. 8)

La imagen del oso no es inédita totalmente en la pintura esquemática extremeña, al menos, si se tiene en cuenta la idoneidad de su representación en una pintura de la sierra de Magacela [93]. No obstante, en la pintura paleolítica y en el arte levantino su representación era igualmente escasa y curiosamente coincidentes con las primeras en su ubicación en fondos de gruta [94]. Desde una perspectiva antropológica y mitológica, su figura ha sido tratada desde diferentes perspectivas resaltando sus dones como animal provisor de la sabiduría, demiurgo, de transcendental importancia en algunas ceremonias y relatos de los pueblos primitivos, donde la occisión o muerte violenta del animal tiene por misión garantizar la salud y la abundancia en el grupo humano [95].

Otros. Podríamos apurar un poco más en contenido de algunas pinturas, pero, aunque estemos hasta cierto punto seguros que se dibujaron peces y lepóridos en el Paso de Pablo y en el Risquillo de Paulino, la proporción con la que también trabajan los autores de las pinturas, rebaja aún más las posibilidades de un reconocimiento fidedigno. Idéntico rasero puede aplicarse a los motivos cruciformes del abrigo de los Vencejos, pues podrían abstraer la imagen de un ave. Con los ofidios ocurre algo parecido, pues con cierta reticencia se les ha querido ver retratados en las líneas sinuosas de la cueva de los Cabritos de Berzocana y en panel nº 17 de Navaluenga en Peraleda de San Román [96] mientras que, al formar parte del conjunto de grafías utilizadas como recurso frecuente en la decoración de los megalitos, no ofrece la menor duda el diseño zizagueante en un ortostato de la Coraja.

 

5.   CONSIDERACIONES FINALES.

 Teniendo presente todos estos datos, podemos proporcionar en apretada síntesis, un resumen de distintas perspectivas que tenemos sobre el comportamiento humano en relación a la fauna de un periodo comprendido entre la aparición en nuestra región de las primeras comunidades productoras de alimentos y su consolidación como sociedades con un nivel de complejidad. La primera consecuencia es la fragmentación del ecosistema entre lo que podríamos denominar un espacio domesticado y otro asilvestrado donde los animales asumen un protagonismo distinto.

El espacio domesticado funciona con arreglo a un régimen económico de estructura mixta, basado en primer lugar, en un sistema de producción agroganadera, apegado aún a las viejas prácticas recolectoras estacionales de caza y pesca, evidentemente complementadas con actividades agrícolas, artesanales y de comercio cuyo desarrollo permitirían reconocer el nivel de desarrollo tecnológico alcanzado. En este sistema los componentes materiales y el control de espacios de óptima calidad, parece dirigido hacia la ganadería, que priorizaría por necesidades adaptativas la cabra y/o la oveja sobre el ganado porcino, caballar u bovino, desde época muy temprana.

Estas especies van a estar presentes desde el Neolítico en la región y variarán el régimen de apetencia de los habitantes de los poblados en función de las características del medio, que a su vez es transformado de una forma armónica para darles cabida. Durante la fase plena de la Edad del Cobre, estas prácticas están consolidadas y se observan escasas variaciones de unos con respecto a otros que pueden ser el origen de especializaciones locales.

La actividad cinegética desde el Neolítico a la Edad del Bronce sufre un descenso paulatino, a medida que crece el grado de complejidad del sistema económico. La persistencia sin embargo de especies cinegéticas en todos los niveles, aconseja interpretarlas como complemento dietético, aunque por las razones ya aducidas, tampoco puede separarse de las prácticas rituales, tal vez como una prueba de las habilidades del cazador, cuyo testimonio aparece implícito en las representaciones del arte rupestre o de operaciones de descaste, impelidas por la necesidad de evitar daños a los cultivos y al ganado, o la simple eliminación de competidores.

En las parrillas de los yacimientos, los porcentajes de especies salvajes contrastan considerablemente. El ciervo es el animal preferido por antonomasia, superado en tan solo una ocasión por los lepóridos en el yacimiento de los Barruecos, lo cual habla también de las intensas transformaciones que estaba sufriendo el ecosistema. Los índices menores del resto de las especies son asimismo el resultado de una caza ocasional de descaste o con intenciones de aprovechamientos menores.

En el dominio silvestre, los testimonios pictóricos son mucho más asimétricos, pues, por una parte, tenemos como el discurso pictórico se hace eco de lo cotidiano a través de escenas cinegéticas y de pastoreo con presencia destacada de cérvidos y cápridos, con cuya representación, se enfatiza la creciente capacidad de los grupos humanos de intervenir sobre la naturaleza utilizando los símbolos de la domesticación y la caza. Este protagonismo se ve respaldado a su vez por los datos de los asentamientos, pues ambos animales en sus respectivos lados de la tabla, lideran los índices de consumo porcentual.

El resto de los animales, sin embargo, tiene una representación mucho menos numerosa pero igualmente amplia con lo que respecta al número de especies, y como no podía ser de otra manera, se harán presentes las que tienen un mayor encaje ambiental. No es de extrañar entonces que cabras montesas, jabalí, gato montés, lobos, zorros u osos, tengan una oportunidad similar de comparecer en los paños rocosos de las serratas cuarcíticas.

El papel de los perros, acoplados al ámbito civilizado, harán su aparición en contextos de caza o pastoreo justificadas por la presencia humana, y la vaca o el caballo, como representantes del espacio domesticado, prestarán allí su imagen de una forma casi testimonial.

La versión estadística dice que se pintan sobre todo especies que se consumen, pero en el nicho ecológico mucho más diverso de las serranías y de los batolitos graníticos, donde se concentran los recursos complementarios para la subsistencia fuera del territorio habitualmente explotado, es inevitable que entren en juego otros detalles para hacer más comprensible su cosmovisión. Allí, el componente ideológico sale del marco de la supervivencia, sirviéndose de relatos pintados como una forma de legitimar el control ejercido sobre esos territorios. Paradójicamente, la adopción de formas de explotación agropecuaria, vino a reforzar el papel simbólico de las especies de fauna salvaje, donde su caza iba más allá de del mero acopio alimentario para convertirse en un acto de prestigio y símbolo de unidad grupal, con toda una serie de cualidades metafóricas que emanan de esa actividad. Recíprocamente y como contrapunto, las escenas donde se reflejan claramente actividades ganaderas, marcarían el límite de lo que fue una economía exclusivamente depredadora y sublimarían el logro de las nuevas metas civilizadoras, donde no olvidemos los antropomorfos, como expresión de la condición humana, son ahora el centro de ese universo.

El bestiario presente en el repertorio iconográfico de las pinturas cacereñas puede por tanto ser muy limitado en él número, pero en lo temático, es mucho más diversificado de lo que cabría esperar, pues no se limita a la plasmación de las figuras económicamente interesantes para al hombre, sino a la propia naturaleza contemporánea del mismo, estas instantáneas refuerzan su valor, cuando las contrastamos con el dato arqueológico preciso de la fauna documentada en los asentamientos, ofreciendo la posibilidad de un contrapunto a las cronologías ya de por si relativas del Arte Esquemático.

NOTAS.

 

[1] Cerrillo, C., E. et al. 2006: Los Barruecos: primeros resultados sobre el poblamiento neolítico de la cuenca extremeña del Tajo, Memorias de Arqueología Extremeña 6. Mérida.

 

[2] Enríquez Navascués, J. J. y García Cabezas M. 2011: Excavaciones arqueológicas en los yacimientos calcolíticos de Torrequemada y Torreorgaz (Cáceres). From the Origins: The Prehistory of the Inner Tagus Region. BAR, 2219. Oxford. Pp. 219-232.

 

[3] Castaños Ugarte, P. 1991: Animales domésticos y salvajes en Extremadura. Origen y evolución. Revista de Estudios Extremeños XLVII, 1. Badajoz. Pp. 9-66; Castaños Ugarte, P. 1992: Estudio Arqueozoológico de la fauna del Cerro de la Horca (Plasenzuela, Cáceres). Archeofauna 1. Pp.127-146. González Cordero, A. 2011: La Edad del Cobre en la Alta Extremadura. Asentamientos y organización del territorio. Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Extremadura. Tesis Doctoral. Vol. I y II. Cáceres.

 

[4] Otros análisis de fauna se han llevado a cabo sobre otro tipo de yacimientos, siendo un ejemplo, por el nivel de profundidad alcanzado, una serie de aproximaciones zooarqueológicas a la fauna pleistocénica de Maltravieso (Canals, A.; Van der Mader, J.; Sauceda, Mª. I. y Carbonell, E. 2003: El conjunto paleontológico de la cueva de Maltravieso (Cáceres). XI Reunión Nacional de Cuaternario. Oviedo. Pp. 313-320; Rodríguez Hidalgo, A. J.; Muñoz Encinar, L. y Canals i Salomó A. 2008: Una aproximación zooarqueológica al yacimiento de la cueva de Maltravieso. El Mensaje de Maltravieso 50 años después (1956-2006). Memorias del Museo de Cáceres, 8. Cáceres. Pp. 153-163; Muñoz et al., 2008. Op. cit y más recientemente la de la cueva de Santa Ana.

 

[5] Castaños, P. 1991.Op. cit.

 

[6] Cerrillo Cuenca, E. y González Cordero, A. 2007: Cuevas para la eternidad: sepulcros prehistóricos de la provincia de Cáceres. Ataecina, 3. Instituto de Arqueología de Mérida.

 

[7] El yacimiento de Los Barruecos dispone de dos análisis faunísticos, en el más reciente de Arturo Morales prestó a atención a la fauna recogida en los niveles Neolíticos (Morales Muñiz, A. 2006: Los Barruecos (Malpartida de Cáceres): una fauna neolítica a cielo abierto. Los Barruecos: primeros resultados sobre el poblamiento Neolítico de la Cuenca Extremeña del Tajo. Memorias de Arqueología Extremeña, 6. Mérida. Pp. 233-420 y el más antiguo de Pedro Castaños, lo dedicó a la fauna extraída en niveles correspondientes a la Edad del Cobre Castaños, 1991. Op. cit. Pp. 20-22.

 

[8] González, A. 2011. Op. cit, p. 556.

 

[9] Fortea Pérez, J. y Martí Oliver, B. 1984: Consideraciones sobre los inicios del Neolítico en el Mediterráneo español. Zephyrvs XXXVII-XXXVIII. Salamanca. P. 188.

 

[10] Olària Pujoles, C. 2008-2009: Las mujeres y los orígenes de la domesticación. Primeros testimonios de la transformación económica en el arco mediterráneo peninsular del 11000 BP al 7000 BP. Cuadernos de Arte Rupestre, 5. Murcia. P. 46.

 

[11] Rubio, I. 1988: La economía de subsistencia en el Neolítico hispano, (P. López Coord), El Neolítico en España. Madrid. Pp. 379.

 

[12] Gavilán Ceballos, B. 1991: Análisis macroespacial de ocho yacimientos neolíticos en cueva de la subbética cordobesa: una contribución al estudio de la explotación de recursos durante la prehistoria. Cuadernos de Prehistoria de la Universidad de Granada 18. Madrid. P. 48.

 

[13] Asquerino Fernández, Mª. D. 1983: Una aproximación a la paleoeconomía del Neolítico: La cueva del Nacimiento (Pontones, Jaén). Homenaje a Martín Almagro. Madrid. P. 123.

 

[14] Morales, A. 2006. Op. cit. P. 129.

 

[15] Castaños, P. 1992.Op. cit.

 

[16] Martín Morales, C. 1987: El poblado de Almizaraque. Los inicios de la Metalurgia. El origen de la metalurgia en la Península Ibérica I. Oviedo. P. 15.

 

[17] Harrison, R. J. 1984: Beaker cultures of Iberia, France and the west Mediterranean island. L´Age du cuivre civilisations a vases campaniformes. París. P. 134.

 

[18] Martín de la Cruz, J. C. 1994: Avance en la discusión sobre medio ambiente en La Prehistoria. La relación vegetación fauna en el caso de Papauvas (Aljaraque, Huelva). Arqueología en el entorno del Bajo Guadiana.Huelva.P. 203.

 

[19] Chapman, R. 1991: La formación de las sociedades complejas. Barcelona. P. 187.

 

[20]Morales, A.2006. Op. cit. P. 120.

 

[21] Rodríguez y García, 2011. Op. cit. P. 235.

 

[22] Acosta, P. 1963: Estado actual de la prehistoria andaluza: Neolítico y Calcolítico. Habis,14. Sevilla. Pp. 195-105.

 

[23] Moreno Garçía, M. 2010: Estudo Arqueozoológico dos restos faunísticos do povoado Calcolítico do Mercador (Mourão). As comunidades agropastoris na margen esquerda do Guadiana. 2ª metado do IV aos inícios do II milenio AC. (Edic A. Valera). Memorias d´Odiana. 2ª Série. P. 324.

 

[24] Castaños, P. 1991. Op. cit. P. 138 y Rodríguez y García, 2011. Op. cit. P. 236.

 

[25] Castaños Ugarte, P. 1997: Estudio de la fauna del Cerro I de Los Castillejos (Fuente de Cantos, Badajoz). Norba. Revista de Historia, 14. Cáceres. P. 46.

 

[26] Castaños, 1998. Op. cit. P. 65.

 

[27] Pérez Ripoll M. 1999: La explotación ganadera durante el III milenio a. C. en la Península Ibérica. Sagvntum, Extra 2, Valencia. P. 97.

 

[28] Harrison, R. J. y Moreno, G. 1985: El policultivo ganadero o la revolución de los productos secundarios. Trabajos de Prehistoria, 42. Madrid. P. 64.

 

[29] Almagro Gorbea, M. y Martín Bravo, A. Mª. 1994: Medellín 1991, la ladera norte del Cerro del Castillo. Castros y oppida en Extremadura. Complutum Extra 4. Madrid. P. 121.

 

[30] Driesch, V. de A. y Boessneck, J. (1976): Die fauna von Castro do Zambujal. Studien über früe Tierknochenfunde von Iberischen Halbinsel 5. Mainz. Pp. 4-129; Schüle, W. (1969): Archaologie und Biologie. Forschungsberichte 15. Glockenbercher und Hauspferde en J. Boesssneck y Harrison, R. J. 1984. Op. cit. P. 136.

 

[31] Rodríguez y García, 2011. Op. cit. P. 235.

 

[32] Pellicer, M. y Acosta, P. 1982: El Neolítico Antiguo en Andalucía Occidental. Actes du Colloque International de Prehistoire (Montpellier, 1981): Archeologie en Languedoc. Montpellier. Pp. 49-60.

 

[33] Arribas, A. y Molina, F. 1979: El poblado de Los Castillejos en las Peñas de los Gitanos (Montefrío, Granada), Campaña de excavaciones de 1971, El corte, núm. 1. Cuadernos de Prehistoria de la Universidad de Granada, Serie Monográfica, 3. Granada. Pp. 152-168.

 

[34] Uerpmann, H. P. 1995: Domestication of the horse -when, where, and why?. Le cheval et les autres équidés: aspects de l’histoire de leur insertion dans les activités humaines, Colloques d’Histoire des Connaissances Zoologiques (Université de Liège). Pp. 15-29; Cardoso, J. L. y Detry, C. 2001-02: Estudo zooarqueologico dos restos de ungulados do   povoado pre-historico de Leceia (Oeiras). Estudos Arqueologicos de Oeiras 10. 131-182.

 

[35] Pérez Ripoll, M. 1987: Evolución de la fauna prehistórica en el Mediterráneo español: Metodología, técnicas de troceado y su interpretación arqueológica. Tesis Doctoral. Universidad de Valencia inédita.

 

[36] Castaños, P. 1992. Op. cit. P. 133.

 

[37] Castaños, P. 1991. Op. cit. P. 34.

 

[38] Driesch, V. de A; Boessneck, J.; Kokabi, H y Schaeffer H. 1985: Osteologische Besonderheiten von Morro de la Mezquitilla (Málaga). Madrider Mitteilungen, 26. Mainz. Pp. 23-65; Altuna, J. 1980: Historia de la domesticación en el País Vasco desde sus orígenes hasta la Romanización. Munibe 32. Vitoria. Pp. 1-163 y Castaño, 1992. Op. cit.

 

[39] Valera, A.; Nunes, T. y Costa, C. 2010: Enterramientos de canídeos no neolítico: a fossa 5 de    Corça 1 (Brinches, Serpa). Apontamientos de Arqueología e Patrimonio, 5. Pp. 12-15.

 

[40] Lomba Maurandi, J., López Martínez, M., Ramos Martínez, F. y Avilés Fernández, A. (2009): El enterramiento múltiple, calcolítico, de Camino del Molino (Caravaca, Murcia). Metodología y primeros resultados de un yacimiento excepcional. Trabajos de Prehistoria. Vol. 66 (2), Madrid. Pp.143- 159.

 

[41] Sanchís A. y Sarrión, I. 2004: Restos de cánidos (Canis familiaris ssp.) en yacimientos valencianos de la Edad de Bronce, Archivo de Prehistoria Levantina Vol. XXV, Valencia. Pp.161-198.

 

[42] Castaños, P. 1992. Op. cit. P. 141.

 

[43] Asquerino, Mª. D. y López, P. 1981: La cueva del Nacimiento (Pontones, yacimiento Neolítico en la Sierra de Segura. Trabajos de Prehistoria, 38. Madrid. P. 144.

 

[44] Driesch et al., 1985. Op. cit. P. 43.

 

[45] González Cordero, A. y Cerrillo Cuenca, E. 2016: Pesca y recolección de molusco en el Campo Arañuelo y Los Ibores durante la prehistoria reciente. XXII Coloquios Histórico Culturales del Campo Arañuelo. Navalmoral de la Mata. Pp. 167-192.

 

[46] González Cordero, A. y Cerrillo Cuenca, E. 2015: Los anzuelos de la cueva de la Canaleja (Romangordo (Cáceres). Arpi, 3, Homenaje a Rodrigo de Balbín Behrmann. Alcalá de Henares. Pp. 56-72.

 

[47] Rodríguez y García, 2011. Op. cit. P. 236.

 

[48] Martí Oliver, B; Arias Gago, A; Martínez, R. y Cabanilles, J. 2001: Los tubos de hueso de la Cova de L´Or en Beniarrés, Alicante). Instrumentos musicales en el Neolítico Antiguo de la Península Ibérica. Trabajos de Prehistoria, 58, 2. Madrid. P. 41.

 

[49] Castaños, P. 1992. Op.cit. 130.

 

[50] Tavares da Silva, C. 1987: Megalitismo do Alentejo occidental e do sul baixo Alentejo (Portugal). El megalitismo en la Peninsula Ibérica. Madrid. Pp. 85-95.

 

[51] Gusi y Jener, F. y Olària y Pujoles, C. 1991: El poblado neoeneolítico de Terrera Ventura (Tabernas, Almería). Excavaciones Arqueológicas de España 160. Madrid. P. 22.

 

[52] Pavón Soldevila, I. 1998: El Cerro de Alange (Badajoz). Intervenciones arqueológicas. Memorias de Arqueología Extremeña 1. Mérida. P. 167.

 

[53] Arribas y Molina, 1979. Op. cit. P. 157.

 

[54] Tavares, C. 1987. Op.cit. P. 80.

 

[55] García Arranz, J. J. 1990a: Los animales en la pintura rupestre esquemática de las Villuercas (Cáceres): testimonio gráfico de un modo de vida prehistórico. Alcántara (tercera época), 20. Cáceres. Pp. 89-110.

 

[56] García, 1990ª. Op. cit. P. 93.

 

[57] Rivero de la Higuera, Mª. C. 1972-73: Nuevas estaciones de pintura rupestre esquemática en Extremadura. Zephyrvs, XXIII-XXIV. Salamanca. P. 305, Fig. 10.

 

[58] García, 1990ª. Op. cit. P. 97.

 

[59] Grande del Brío, R. 1980: Nuevos abrigos con pinturas rupestres en Monfragüe (Sierra de las Corchuelas, Cáceres). Zephyrvs, XXX-XXXI. Salamanca. Pp. 147-152.

 

[60] Alvarado Gonzalo, M. De y González Cordero, A. 1979: Pinturas esquemáticas en Malpartida de Cáceres. Revista Alcántara. 1ª época, nº 195, año XXXV. Cáceres. Pp. 16-22.

 

[61] Pastor González, V. y Pastor Novella, Mª. T. 2014: XLIII Coloquios Históricos de Extremadura. Trujillo. En:https://www.chdetrujillo.com/wp-content/uploads/2014/Pastor-Gonzalez-Vicente-e-hija.pdf.

 

[62] Collado Giraldo, H. y García Arranz, J. J. (2007): últimas investigaciones en la cueva del Castillo de Monfragüe (Cáceres). Actuaciones de adecuación para las visitas y revisión de sus manifestaciones rupestres. Cuadernos de Arte Rupestre, 4. Murcia. Pp. 313-351.

 

[63] Pastor V. y Pastor Mª. T., 2014. Op. cit. P. 29. Fig. 26

 

[64] González Cordero, A. y Alvarado Gonzalo, M. de 1993: Nuevas pinturas rupestres en Extremadura. Pintura naturalista en el entramado esquemático de las Villuercas (Cáceres). Revista de Arqueología. 143. Madrid. Pp. 18-25.

 

[65] Olària, C., 2008-2009. Op. cit.

 

[66] Jordá Cerdá, F. 1975: La Peña del Escrito (Villar del Humo, Cuenca) y el culto al toro. Cuadernos de Prehistoria y Arqueología Castellonenses, Número 2. Castellón de la Plana. P. 9.

 

[67] Piñón Varela, F. 1982: Las pinturas rupestres de Albarracín (Teruel), Centro de Investigaciones y Museo de Altamira. Monografías núm. 6. Santander. P. 207.

 

[68] Beltrán Martínez A. 1968: Sobre la pintura rupestre levantina de un caballo cazado a lazo del abrigo de Selva Pascuala en Villar del Humo (Cuenca). Miscelánea Lacarra, Zaragoza, P. 81.

 

[69] Ruiz López, J. F. 2009: Cazadores y Presas: simbolismo e interpretación social de las actividades cinegéticas en el arte levantino. Arqueobios. 3. Vol I. diciembre. P. 111.

 

[70] Breuil, H. 1933: Les peintures rupestres schématiques de la Péninsule Ibérique. Vol. III,

Sierra Morena, Lagny.

 

[71] López Payer, M. y Soria Lerma, M. 1991: Análisis estilístico de los conjuntos del Canjorro de Peñarrubia, Doña Clotilde, Abrigo del Tío Campano y Selva Pascuala. Espacio, Tiempo y Forma. Serie I, Prehistoria y Arqueología, Vol. IV. Madrid. P. 235.

 

[72] García Arranz, J. J. 2015: El arte rupestre en el Geoparque Villuercas Ibores Jara (Cáceres). Dossier Curso Guía Ranger del Geoparque Villuercas Ibores Jara, mayo 2015. P. 4.

https://www.academia.edu/12346909/El_arte_rupestre_en_el_Geoparque_Villuerca

 

[73] García, J. J. 1990a. Op. cit. P.105, Fig. X.

 

[74] García Arranz, J. J. (1990b): La pintura rupestre esquemática en la comarca de las Villuercas (Cáceres). Edic. Institución Cultural el Brocense. Cáceres. P. 123.

 

[75] Ripoll López, S. y Collado Giraldo, H. 1996: Una nueva estación paleolítica en Extremadura. Los grabados de la cueva de la Mina de Ibor (Castañar de Ibor (Cáceres. Revista de Estudios Extremeños, LII, 2. Badajoz. Pp. 383-399.

 

[76] González, A. y De Alvarado, M. 1993. Op. cit.

 

[77] Rivero, Mª. C. 1972-73. Op. cit. P. 289.

 

[78] Vázquez Varela, J. M. 1990: Petroglifos de Galicia. Biblioteca divulgativa, Serie Galicia, 3. Santiago de Compostela. P. 104.

 

[79] García, J. J. 1990ª. Op.cit. P. 106 Fig. XI.

 

[80] Ruiz, J. F. 2009. Op. cit. P. 114.

 

[81] Pastor, V. y Pastor, Mª. T. 2014. Op. cit. P. 24 y 29.

 

[82] González Cordero, A. y Quijada González, D. (1991): Los Orígenes del Campo Arañuelo y la Jara cacereña. Su integración en la prehistoria regional. Navalmoral de la Mata. P. 136.

 

[83] Jiménez Lorente, S. y Ayala Juan, Mª. M. 2006: Avance a la representación del canis familiaris en la pintura rupestre postpaleolítica. Cuadernos de Arte Rupestre, 3. Murcia. Pp. 161-184.

 

[84] González Cordero, A. y de Alvarado Gonzalo, M. 1997: Nuevos conjuntos esquemáticos de las Villuercas cacereñas. II Congreso de Arqueología Peninsular. Vol. II. Zamora. P. 25.

 

[85] García Arranz J. J.; Collado, H.; Fernández, M.; Girón, M.; García, Mª I. y Mesa, Mª. J. 2011: La cueva Chiquita o de Álvarez (Cañamero, Cáceres): recientes intervenciones y revisión de sus manifestaciones rupestres. Espacio, Tiempo y Forma. Serie I. Nueva época. Prehistoria y Arqueología, Tomo 4. Madrid. P. 91

 

[86] Las pinturas de la cueva de los Horcones fueron descubiertas por Jaime Cerezo y José Pedro Cortijo. Al primero debemos además las fotos en gran detalle de este lugar por lo que, en prueba de agradecimiento, queremos dejar constancia en estas páginas

 

[87] Ayala Juan, Mª. M. y Jiménez Lorente, S. (2005): Las pinturas rupestres del Collado del Guijarral (Segura de la Sierra, Jaén). Cuadernos de Arte Rupestre, 2. Murcia. Pp. 212.

 

[88] Ripoll, S. y Collado, H. 1996. Op. cit. P. 386.

 

[89] González, A. y de Alvarado, M. 1997. Op. cit. P. 289.

 

[90] Collado Giraldo H. y García Arranz, J. J. 2010: Reflexiones sobre la fase inicial de arte rupestre esquemático en Extremadura a raíz de las recientes investigaciones. Actas del II Congreso de Arte Rupestre Esquemático en la Península Ibérica. Almería. P. 293.

 

[91] Mas Cornellà, M. 2001: Estructuras iconográficas e identificación de especies (secuencias iniciales y finales del arte postpaleolítico “esquemático). Quaderns de Prehistòria i Arqueologia de Castelló, 22. P. 169.

 

[92] Collado Giraldo, H. y García Arranz, J. J. 2012: La revalorización del arte rupestre de los grupos depredadores postpaleoliticos en la Península Ibérica: el arte rupestre preesquemático. El problema “Levantino” Arte rupestre postpaleolítico en la Península. Ibérica. Budapest. P. 258.

 

[93] Collado Giraldo. H. 1995: Sistematización cronológica de la pintura rupestre esquemática en la provincia de Badajoz: los abrigos de la Sierra de Magacela. Espacio Tiempo y Forma, Serie I, Prehistoria y Arqueología, t. 8. Madrid. P. 154-grupo A. VIII.2. Fig. 12.

 

[94] Leroi-Gourhan, A. 1972: Considerations sur l´organization spatiales des figures animales dans l’art parietal paleolithique. Actas del Symposium Internacional de Arte Prehistórico. Santander. P. 283.

 

[95] Jordán, Montes, J. F. y Molina Gómez, J. A. 2007: Los osos en el arte rupestre postpaleolítico español. ¿Un mito de la resurrección y de la fertilidad? Cuadernos de Arte Rupestre, 4. Murcia. P. 233.

 

[96] González Cordero, A. (2009): De los paisajes sagrados a los espacios simbólicos. El santuario rupestre del valle de Cancho Castillo (Peraleda de San Román). XV Coloquios Histórico Culturales del Campo Arañuelo. Navalmoral de la Mata. Fig. 1.

 

                                                                              ÍNDICE DE FIGURAS

1-Representaciones de cápridos en el Cancho de la Burra en Cañamero (Dcha.) y el Paso de Pablo en Roturas (Izqda.). Fot. Antonio González.

2- Cuartos traseros de un équido representados en el abrigo Florencio (Retamosa). Fot. Filtrada a través de DStretch por V. Pastor y Mª. T. Pastor (2014).

3-Figura femenina sujetando un bóvido con una cuerda. Panel del Paso de Pablo (Roturas). Fot. Antonio González.

4-Cervidos representados en el abrigo de la Madrastra 1 de Cañamero (Dcha.) y Cérvido del Paso de Pablo en Roturas (Izqda). Imagen filtrada para resaltar las figuras en negro. . Fot. Antonio González y E. Cerrillo C.

5-Dos ejemplares de Capra hispánica representados en el abrigo Florencio de Retamosa, Filtrada con DStretch por V. Pastor y Mª. T. Pastor (2014).

6-Tres cánidos representados en la parte inferior del panel de Paso de Pablo (Roturas) junto a un cáprido. Fot. Antonio González.

7-Imagen de un gato montés de la cueva de Los Horcones en Roturas. Fot. de Jaime Cerezo.

 

 

8-Imagen de un úrsido pintado en el interior de la cueva del Cancho Juracao de Roturas. Filtro DStretch y tratamiento posterior de imagen. Fot. Antonio González.

Nov 302018
 

Antonio González Cordero.

Resumen.

Damos curso en este trabajo al estudio de una cabeza esculpida existente en la Dehesa Vieja de Perales del Puerto (Cáceres), cuyos peculiares atributos, con un marchamo de extravagancia y originalidad, nos han puesto en contacto con el fenómeno de las cabezas cortadas en el mundo céltico, al cual no fue ajena la comarca de la Sierra de Gata. Para su estudio, se parte de un contexto donde los hallazgos arqueológicos que han tenido lugar nos han permitido construir una hipótesis plausible, según la cual, estaríamos ante la imagen de una divinidad importante del panteón local indígena, asimilada a otra divinidad de la misma entidad del mundo romano. La presencia por otra parte de un foculus en la mencionada escultura y diversas circunstancias paisajísticas, nos permite sugerir la existencia de un santuario donde se llevaron a cabo ceremonias donde las emulsiones litúrgicas desempeñaron un papel relevante. Posteriores operaciones en relación con este lugar, nos reafirman en la creencia de que la religiosidad cristiana consciente de la existencia de una tradición sacra idólatra, planeó la condena de su memoria levantando un edificio religioso en las cercanías.

INTRODUCCIÓN.-

Hace treinta años, tuvimos noticias de la existencia de una escultura idoliforme en el fondo del valle de la Dehesa de Arriba en Perales del Puerto (Cáceres). Dicha figura, nunca llegó a ser publicada, entre otras cuestiones, por la dificultad para conectarla con fundamento a un campo de producciones escultóricas concretas, requiriendo su estudio, la demora necesaria para reunir pruebas capaces de dar siquiera mínimamente una respuesta a lo que se nos antojaba un problema de difícil solución [1]. Sea como fuere, y con la convicción de haber llegado a poder plantear al menos una hipótesis plausible, redactamos estas páginas con la idea de compartir este interesante hallazgo y exponer nuestras conclusiones.

LA ESCULTURA DE LA DEHESA DE ARRIBA (PERALES DEL PUERTO).- (Coordenadas ETR89: 40º08´29,94”N y 06º43´20,22” W; 539 m.s.n.m.)

Se trata de una roca esculpida, sumariamente descrita como una cabeza con un rostro monstruoso, a los que se han añadido una serie de elementos ciertamente originales. En primer lugar, cabe mencionar una pileta o foculus redondeado situado en la parte superior de la cabeza, cuyas medidas son: 60 cm de longitud por 35 cm de diámetro y 5 cm de profundidad. Dicha pileta acaba en un canal rectangular bien recortado y una abertura en el extremo, cuya misión, es la de facilitar la salida de cualquier líquido que se derrame en su interior vertiéndolo directamente sobre la frente de la escultura. Vista de perfil, frente y nariz se sitúan en un solo plano, apreciándose el morro ligeramente inclinado hacia adelante surcado por una línea vertical, la cual, conecta la abertura de la pileta con el hocico labrado mediante un círculo en huecorrelieve, su contrate con los ojos, dispuestos a ambos lados de la cara, y reproducidos en altorrelieve, proporcionan al rostro una agresiva expresividad. El añadido de una sencilla incisión horizontal de 12 cm por debajo de la nariz, simula por último la presencia de una boca sin labios (Fig 1).

Figura 1: Reconstrucción por ordenador de la cabeza-altar de la Dehesa de Arriba (Perales del Puerto, Cáceres). Vista cenital.

La roca por el frente tiene forma ovalada, pero el segundo tercio aparece retallado, especialmente el lado izquierdo, dando a entender que se intentó regularizar una parte de la piedra para incorporar una especie de cartela o tábula inacabada, no obstante, en ella aún se adivina lo que parecen dos grafos IO escritos en mayúscula junto a otro trazo ilegible. El rebaje hacia arriba de la supuesta cartela, logra finamente que la pileta resalte por este lado como el borde de un mortarium.

Avanzando hacia el último tercio de la piedra, encontramos la parte más retocada, pues acaba en una basa ligeramente trapezoidal sobre la cual se escalonan tres gruesos pliegues redondeados montados sobre el cuello de la escultura. Su talla es impecable, disminuyendo el grosor de arriba abajo y rematando los extremos con una forma ligeramente ahusada.

El resultado final, es una efigie de aparente tosquedad, pero intencionadamente bien construida por un cantero que no carecía de habilidad, pues el redondeo de pliegues del cogote y ojos, denota precisión con el cincel. Hay que apostar pues, por una talla reproducida intencionadamente con una fealdad repulsiva, además de notoria del personaje que trata de representar, y cuya rareza, ha frenado cualquier intento de análisis directo y consecuentemente la de obtener una explicación coherente de su origen y significado (Fig 2).

Figura 2: Reconstrucción por ordenador del lateral izquierdo de la cabeza-altar de la Dehesa de Arriba (Perales del Puerto, Cáceres).

Vista esa complejidad, y el difícil camino para obtener respuestas desde un punto de vista comparativo, puesto que carecíamos de cualquier referencia o paralelo, optamos por examinar en profundidad el lugar donde se ubica, esperando así, encontrar algunas claves que nos pudieran acercar a su interpretación. La investigación inicial partió de un reconocimiento a fondo del territorio, tarea que requirió varios años de observación, no sólo del contexto arqueológico, sino del propio escenario paisajístico. Los resultados, en nuestra opinión, tal y como trataremos de demostrar, fueron la única forma lógica y aceptable de ponernos en relación con los realizadores de tan arcana escultura.

Principiando por bosquejar la esencia física del lugar, debemos resaltar su condición de valle cercado por un rosario de cumbres, entre las cuales, destacan por el Sur y el Oeste la serrata de los Arenales, con alturas rayanas en los 534 m, y por el Norte, la de la Portilla, cuyo punto más elevado, cercano a los 690 m, se halla junto a la ermita de Nuestra Señora de la Peña. Finalmente hacia el Este, un conjunto de cerros de alturas intermedias, impiden la comunicación fluida con el exterior, salvo en el punto que drena el arroyo principal y el camino de las Pasaderas que se dirige a la localidad de Perales del Puerto.

Una vez situados en la hondonada, la efigie de la cual vamos a tratar, no se ubica en un lugar central o destacado, sino en un punto longincuo, en dirección oeste, hacia el borde de una ladera que se desliza desde el punto más elevado de la zona, siendo muy difícil de localizar sino se cuenta con las referencias de unos pequeños cuartos de labor ahora arruinados, al pie de los cuales asoma. Mide 76 cm de altura por 107 cm de longitud, aunque para saber la altura real habría que realizar una excavación. Varias terrazas delatan antiguas laborares agrícolas, aunque el abandono pretérito, ha facilitado la progresión del matorral y el arbolado del bosque. Hay entonces que buscar una roca de granito, cuya presencia no parece obedecer a desplazamiento alguno, sino a una posición natural, moldeada por la naturaleza con una forma capaz de iluminar al cantero ocasional, escogiéndola entre otras para dotarla de unos peculiares atributos, cuyo marchamo de extravagancia y originalidad sorprenden a cualquier visitante de este paraje.

ARQUEOLOGÍA DEL SITIO.-

La búsqueda de vestigios a los cuales poder asociar la escultura fue muy provechosa, pero en absoluto concluyente, pues las distintas localizaciones no compartían una única cronología, al contrario, se distribuían a lo largo de una escala temporal muy amplia, principiando por los abundantes paños rocosos donde se hallan reproducidos conjuntos de cazoletas, las cuales, sencillamente nos transmitían la impresión de que el valle mantuvo una ocupación durante la prehistoria reciente, aunque sin posibilidad asociativa, dada la cronología tan dilatada soportada por estas realizaciones, pudiendo corresponder su ejecución a cualquiera de los moradores de los dos yacimientos de esta etapa localizados en el entorno, uno de la Edad del Cobre y otro de la Edad del Bronce.

El primero, ya fue objeto de una catalogación porque entraba en el ámbito de estudio de nuestra tesis [2]. Se ubica, en la plataforma habilitada para aparcamiento de los coches que suben hasta la ermita de la Virgen de la Peña (40º08´14,6” N y 6º43´29,39” W), donde las máquinas empleadas para abrir la pista, han rebajado una considerable capa de tierra, dejando a la vista en los descarnados cortes de los laterales y en los montones de tierra volcados hacia la ladera, el material revelador de la existencia del asentamiento. Dentro de las categorías que establecimos en cuanto a tamaño y extensión para las ocupaciones calcolíticas, su rango es muy bajo, siendo proporcional a este espacio la exigua colecta de material cerámico con apenas dos docenas de formas, correspondiendo el mayor porcentaje a cuencos hemisféricos, algunos con mamelones en el borde, tazas de paredes finas, vasos de perfil troncocónico y vasos de cuello destacado. El material lítico también fue insignificante y consistió básicamente en un cincel de gabro muy fino y una punta de flecha de sílex de base romboidal.

El yacimiento de la Edad del Bronce debe su hallazgo también a la apertura de la pista, pues se hizo visible cuando a quinientos metros más abajo del yacimiento anterior, un rebaje en el lateral izquierdo de la montaña, dejó a la vista la sección de un foso en forma de U colmatado por material de arrastre con una coloración muy oscura y diferente a la natural meteorización del granito. Allí pudimos fotografiar varios fragmentos de cuencos carenados, ollas con digitaciones en el borde y un hacha plana de cobre (40º08´27,02” N y 6º43´34,4”W). Todo procede, como tuvimos ocasión de constatar, de un asentamiento situado unos metros más arriba, caracterizado por unos paramentos arruinados de lo que tal vez fue una cerca defensiva o redil y que según todos los indicios, alcanzó su momento de apogeo en el Bronce Pleno.

La siguiente parada en este recorrido por los asentamientos de la zona tuvo lugar ya en el fondo del valle, donde tras un largo periodo sin actividad humana aparente, se descubren vestigios de ocupación romana. El primero de los asentamientos es de poca extensión (40º08´40,3”N y 6º42´31,4”W) y se ubica sobre una pequeña colina, donde menudea el material edilicio, constituido por fragmentos de tégulas y mampostería. El segundo, es un aglomerado de proporciones considerables, pues su extensión excede la de las villae agropecuarias que conocemos en la zona, acaparando una superficie cercana a las 10 has (40º08´30,6”N y 6º42´19,6”W). La enumeración de restos que identifican el asentamiento sería muy prolija, por lo que nos limitaremos a destacar un par de contrapesos de prensas olearias, tres soleas, un lapis pedicinorum, dos de los controvertidos umbrales, sillares en gran número, fustes de columnas, basas y una gran cantidad de aparejo irregular que junto al material latericio, han nutrido los muros de separación de las fincas formando acumulaciones de un grosor espectacular cercanas al metro y medio de ancho. Aparte, tomamos nota de la existencia de una necrópolis muy extensa y de un gran número de muros a ras de tierra pertenecientes a construcciones desconectadas, típicas de un núcleo aldeano.

Debemos hacer constar también, que en el corazón mismo del yacimiento romano localizamos dos pozos mineros, uno de los cuales lo aprovecha una vivienda como aljibe para extraer el agua que inunda sus galerías. Quiso el azar que ese mismo año, un tremendo incendio asolara toda esta comarca calcinando el espeso monte que cubría el valle, y como resultado postrero, dejara a la vista un número importante de socavones donde reconocimos señales de explotación minera muy antigua. Se trataba en efecto calicatas en pos de filones centimétricos de cuarzo, muchos de las cuales debían de contener un mineral impreciso, tal vez oro u estaño, pues no existe un estudio que reconozca la existencia de estas explotaciones. Lo único cierto, es que las escombreras estaban atestadas de material romano, siendo los más significativos los fragmentos de una sítula de bronce, pesas de telar, una de ellas con inscripción, y cerámica común, en su mayoría fragmentos de orzas y morteros. En resumidas cuentas, las pruebas de la existencia de un vicus ligado a la explotación minera de la región, con una población romana asentada desde los primeros siglos de nuestra era a juzgar por su monetario, y responsable tal vez, de la miríada de restos documentados, aunque la presencia de instrumentos para la producción de vino y aceite nos hablan de una actividad económica entre sus gentes mucho más diversificada (Fig 3).

Figura 3: Soleas de prensado, lapis pedicinorum y muros construidos con mampuestos y material latericio del asentamiento indígena-romano del Pocito (Perales del Puerto, Cáceres).

Del Pocito, nombre con el que se conoce a este lugar, proceden además, tres inscripciones dedicadas a Júpiter [3] con la curiosidad añadida de ostentar un par de ellas, y tal vez también una tercera ya desaparecida, la mención a un vicus Arcobrigensis. Esta alusión podría dar pie a señalar estas ruinas como el alter ego de la ciudad celtíbero romana ubicada junto a Monreal de Ariza en Zaragoza, pues con este nombre aparece mencionada en la obra de Ptolomeo [4] un emplazamiento en algún lugar entre Coria y Braga, y cuya relación con la ciudad celtíbera, no parece totalmente descartada [5].

Otras tres inscripciones más pudieron ser acarreadas desde aquí, pues al parecer la iglesia de Perales del Puerto se construyó con material transportado desde la Dehesa de Arriba. Esta conjetura encuentra su fundamento en el relato de Antonio Sánchez Paredes, cuya presencia en la localidad coincide con las obras de remodelación del templo parroquial, en concreto el muro del lado de la Epístola [6]. El insigne historiador placentino se da cuenta entonces de que entre aquel aparejo constructivo hay algunos restos romanos, mencionando a propósito un árula anepígrafa, otra inscripción que fue a parar a la arista NO de la iglesia tan gastada que apenas se podía descifrar una línea, el relieve de una extraña cabeza de frente sobre una pieza rectangular, y el ara con la inscripción dedicada a Palántico. Sobre esta posible divinidad se preguntaba Paredes sino sería el producto de una tribu o gens desplazada de las altas tierras de la tarraconense la que rindiera culto al dios titular de la ciudad de procedencia [7] habida cuenta que ya conocía las dos lápidas con el gentilicio de arcobrigenses. Años más tarde, ulteriores investigaciones han ido desvelando el verdadero carácter de Palanticus. J. L. Melena por ejemplo, cree que se trata probablemente de un teónimo o la invocación de un ser divino cuya formación es adjetiva sobre Palantia [8], pero dada la similitud con el epíteto Toudopalandaiga, evocado en la inscripción de Talaván dedicada a la diosa Munis, más cabría considerar a Palanticus como tal, igualmente un epíteto, por lo que dicho sea de paso, esta nominación no sirve para incrementar la lista de las divinidades autóctonas, como se ha supuesto en alguna ocasión, sino para delatar procesos de fusión entre las religiones romanas e indígenas escondiendo características de dioses lusitanos registrados mediante otras denominaciones [9].

Poco más se ha vuelto a escribir sobre las antigüedades de la Dehesa de Arriba, aunque la historia de ocupaciones no acaba ahí, pues en otro extremo del valle, a la altura de la Patá del Moro, se asentó una población en época tardo antigua y visigoda cuyo testimonio más notorio son los sepulcros excavados en la roca y una solea de estrujón inacabada junto a los consabidos restos materiales de cubiertas de viviendas con un uso menor de tégulas y mayor de ímbrices con marcas sinuosas del arrastre de dedos. A esta época tardoantigua y altomedieval hay que sumar un nuevo asentamiento (40º08´18,0”N y 6º42´55,9”W) en el confín de la Dehesa representado por unos pobres restos de cabañas, tumbas delimitadas con mampostería, una de ellas cubiertas con fragmentos de una gran dolia,

El resto de ocupaciones reconocibles, pertenece ya al momento de la repoblación, cuando la villa de Perales, llamada así por el puerto de Perosín al cual se dirige la vía de la Dalmacia, prospera al amparo de los nuevos repobladores procedentes del reino de León. Esta población recupera al explotación de la Dehesa de Arriba dando continuidad al núcleo visigodo-altomedieval, pobremente representado por viviendas sin teja y sepulcros antropomorfos rectangulares, sustituidos ahora por una modelo típico de la repoblación con cabecera redondeada fuera de la caja, cuya forma ahora es trapezoidal.

Volviendo a la pieza que traemos a colación, e intentando establecer una relación con los restos documentados, el único lugar con el que pudo mantener una cierta coetaneidad solo pudo ser el núcleo romano, si bien, dadas las características de la escultura, habría que valorar en el mismo, la presencia de ciertos elementos autóctonos. La impronta de esa presencia nativa en la zona, tal vez resultaría muy difícil de percibir, sino consideráramos como fuente de su existencia a la epigrafía de la comarca, pues prescindiendo de los pocos elementos foráneos oriundos de zonas romanizadas, los antropónimos indígenas, junto a divinidades de raigambre lusitana y galaica, se adensan espectacularmente entorno a este extremo del Sistema Central, y junto al territorio portugués enmarcado por la Sierra de la Estrella, la convierten en una de las regiones capitales para comprender la religión indígena de la céltica hispana [10]

ANÁLISIS DE LA ESCULTURA.-

LA PARTE SUPERIOR.

Para profundizar, sin embargo, en las raíces autóctonas de la escultura, no vale una simple sospecha, debemos de obtener unas garantías que solo un análisis comparativo de los múltiples detalles incorporados a la figura nos puede ofrecer. En primer lugar, nos parece muy interesante el añadido de un recipiente lustral en la parte superior de la cabeza, pues tales receptáculos forman parte de un sustrato cultural más amplio y más antiguo, rastreables al menos hasta el comienzo de la edad de los metales. Descartando muchas que se han descrito por su inseguridad a la hora de considerar a la geología como interviniente, y por ceñirnos a un espacio cercano, haremos referencias a aquellas en las que la cultura material o la imaginería simbólica las ha delatado como espacios ceremoniales. Uno de los sitios más prominentes es el yacimiento de Cancho Castillo en Peraleda de San Román, un caso paradigmático de lo que pretendemos transmitir, pues a la disposición en cascada de cazoletas comunicadas por canales y motivos figurativos ocupando la casi totalidad de una decena de paneles rocosos que afloran a media altura o a ras de suelo, se une la presencia de un depósito circular excavado frente a la gran roca que sirve de telón de fondo a todo el conjunto [11]. No es caso único, pues en Las Canchorras de Ahigal, Benafrán y Canchos Serranos III en Valdehuncar, sin el alarde anterior, pocetas circulares se conectan a paneles de cazoletas y canales que desde la parte más alta de la roca en la que fueron esculpidos, drenan cualquier líquido que se vierta en ellas hacia el exterior. Otros vaciados circulares en rocas a media altura se han documentado en la ermita de Nuestra Señora de Altagracia en Garrovillas [12], en el Pradillo de Trujillo, cercano a nuevamente a un espacio con grabados de cazoletas y pinturas rupestres, o el excavado sobre una roca en las Caballerías de Matagibranzos de La Cumbre. Este lugar, no hace uso de la panoplia gráfica habitual, ni manifiesta unas vinculaciones simbólicas claras, a excepción del sitio, una cueva con una roca en el centro y sobre la misma, un círculo de trazado perfecto rebajado hasta los 2,5 cm de profundidad, con un fondo intencionadamente abombado y una salida abierta para que el líquido vertido se derrame por la pared de la roca (Fig 4 y 5).

Figura 4: Detalle del lateral izquierdo de la cabeza-altar de la Dehesa de Arriba (Perales del Puerto, Cáceres).

Figura 5: Detalle de la parte superior de la cabeza-altar de la Dehesa de Arriba (Perales del Puerto, Cáceres).

La tradición de este tipo de altares emergerá en épocas sucesivas bajo unas condiciones diferentes y con una propuesta nueva. Tal es así, la llevada a cabo en época Orientalizante en el palacio santuario de Cancho Roano, en cuyo núcleo se halló un altar circular adosado a un triángulo isósceles modelado en barro sobre el piso de una habitación, con una ligera pendiente destinada a evacuar cualquier líquido vertido en dirección a una abertura, donde era recibido por un pequeño cuenco de barro incrustado en el suelo. El análisis practicado sobre los restos de las paredes del vaso, no ha aportado ningún resultado, por lo que en principio parece que fue el agua la que jugó un papel primordial en el ritual del santuario, en sintonía con lo que se ha averiguado para otras construcciones similares y coetáneas del Mediterráneo [13].

En el Hierro Pleno aparecen otro tipo de altares esculpidos en roca, normalmente con accesos escalonados, los cuales reflejan una evolución en su concepción simbólica. Peña Carnicera en Mata de Alcántara presenta condiciones de este tipo y se equipara a otros muchos analizados en una tesis reciente [14]. Tampoco se sabe su finalidad concreta, y aunque se han interpretado como peñas de sacrificio, o lugares acondicionados para inmolar animales, igualmente se ha supuesto recibirían libaciones de agua, leche, aceite, miel, vino o perfumes, pues la falta de huellas de origen termoclástico, obligan a descartar su uso para la cremación de ofrendas; no obstante, entroncan con la tradición romana que se sirve para lo mismo de un foculus en las clásicas aras votivas. En este sentido, nuestra escultura contó ex profeso con una cavidad que sin lugar a dudas desempeñó la función de receptáculo litúrgico de sustancias líquidas, tal vez el agua por este medio consagrada, para ofrendar a un numen loci, genius loci, ente o divinidad, como parecer haber acontecido Peñalva de Villastar en Teruel [15], el Castillón de Ricabayo en Zamora [16], o el Alto de S. Bento en Malagueira, cerca de Évora, etc. Todos poseen pequeños altares excavados en la roca, pero ninguno asociado a una imagen, salvo que se quiera considerar así, al hallazgo en la población de Fresno de Sayago en Zamora, de un busto junto a dos aras y lo que parece una mesa sacrificial, [17], conjunto utilizado en alguna ocasión, para confirmar la relación existente entre las cabezas cortadas con sacrificios humanos [18]. En el resto de las cabezas del orbe galaico, la de Incio en Lugo muestra una cavidad en todo lo alto del cráneo [19] y la de Taboada luce una pequeña depresión tallada en la coronilla de la cabeza, pero en absoluto comparable con lo descrito para la de Perales. En cambio, en las regiones celticas de Gran Bretaña, numerosas cabezas poseen una cavidad expresamente para libaciones [20] (Fig 6).

Figura 6: Detalle de la parte posterior de la cabeza-altar de la Dehesa de Arriba (Perales del Puerto, Cáceres).

En la historiografía de las religiones hispanas prerromanas, de por si parca en datos de cualquier tipo, el empleo del agua como elemento lustral, aparece mencionado en un pasaje de Estrabón [21], donde describe el ritual llevado a cabo en el santuario situado en el Cabo de San Vicente, un lugar al aire libre, vinculado a un culto desconocido, donde mover las piedras del revés y del derecho después de una libación, formaba parte de la supuesta rutina litúrgica

LA PARTE ANTERIOR.

           Grandes ojos circulares y saltones, junto a otros rasgos como el tratamiento del punto de vista frontal, la ausencia de orejas, la boca delineada de formas varias, desinterés por la representación del cabello, etc., fueron características ya destacadas por Jacobsthal [22], al referirse a las -cabezas cortadas- célticas, término que empleamos con ciertas reservas [23], distinguiendo además un grupo más naturalista de otro más típicamente celta, en las que la atención se concentra en las partes esenciales que se tratan de modo expresionista, proporcionándoles a veces, un aspecto sobrecogedor, feroz, inhumano e irreal, en alusión tal vez a la personificación de potencias divinas ancestrales.

           Esta exhibición sistemática de abigarradas formas rayanas en el figurativismo o arte representacional, son a nuestro parecer las características que también exaltara Lambrechts [24], como algo típicamente celta y cuyo carácter metafórico no solo deviene en la representación de una parte por el todo, en este caso la cabeza, sino en el uso repetido de un tratamiento concreto, donde de nuevo, itera el uso de un repertorio atiborrado de rasgos primitivos, y cuyo eco, creemos haber encontrado en la escultura que durante la segunda Edad del Hierro y primeros siglos de la romanización se desarrolla en el cuarto noroccidental peninsular, según trataremos de demostrar, haciendo uso de ese marco comparativo.

           Haber hecho alusión a los ojos en primer lugar, tiene razón de ser, en que estos son uno de los rasgos más sugerentes de la imagen, pues se da una llamativa coincidencia en el tratamiento que estos reciben por parte de los canteros de ámbito céltico a pesar de la gran variabilidad interna. Por cuestión de proximidad, es obligado recurrir a la imagen del supuesto Jano de Candelario, pues el diseño frontal guarda muchas similitudes con la pieza de la Dehesa, tanto en la forma imperfecta de la cabeza, como en la órbita ocular redondeada y rebajada para dar resalte precisamente a los ojos, más una escueta línea para la boca. Bigotes y cuernos, fueron otros de los atributos inéditos en la Dehesa, acaparados por la pieza salmantina, merced a los cuales, acabó mudando la filiación romana sugerida en un principio [25], por otra céltica [26]. La condición bifronte, de indubitable rareza, remitieron por último considerarla como la representación de una divinidad.

           Los ojos por tanto son un rasgo muy considerado e importante dentro de los elementos figurativos de las imágenes, facilitando una división estética en cuatro grupos. El primero recogería ejemplares ejecutados con una tosquedad bárbara, apenas significados por una simple hendidura tipo cabeza de Barán o Monte Güimil [27]. El segundo agrupa a los que reducen su realización a sendas cavidades semicirculares tipo castro de Narla, Yecla de Yeltes I [28] o Taboada [29]. En el tercero la expresividad se acrecienta a través del uso del relieve, redondeando la órbita ocular, derivando hacia un par de subtipos, el simplemente redondeado y prominente tipo Dehesa de Perales, Seixabre [30] o Puentedeume [31] y el que en un exceso expresivo, tal vez por imitar una máscara mortuoria, llega a representarlos con los párpados entornados tipo Cibdá de Armeá, Yecla de Yeltes II, etc. El cuarto tipo recoge los ejemplares de mayor calidad, poniendo mucho cuidado en el delineado de una órbita almendrada. Del mismo son buenos ejemplos, la cabeza del castro de Santa Iria en San Salvador de Briteiros, o el guerrero de Rubiás [32].

En general, la mayor parte de las cabezas aquí relacionadas, pertenecen al grupo galaico-lusitano y se hermanan dentro de una escala de tosquedad más o menos acusada. La que damos a conocer aquí, dentro de su exclusividad, se asimila a las producciones castreñas, aunque la distancia entre los polos de origen, donde la significación e interpretación del objeto es mejor comprendida, pudo ser determinante en la variación con respecto a los modelos originales (Fig 7).

Figura 7: Ruinas de la actual ermita de la Virgen de la Peña (Perales del Puerto, Cáceres).

           La existencia de grupos no es la primera vez que se detecta, pues desde los trabajos de Jacobstahl, Lambrechts o Benoit [33] las opiniones sobre producciones concretas variaron notablemente, aunque la mayoría acabó por centrarse sobre todo en las posibles diferencias cronológicas de estas realizaciones. Benoit basándose en los hallazgos de Entremont en la Provenza francesa, proponía por ejemplo, establecer una diferencia entre los grupos en función de sus características fisionómicas, separando aquellas cabezas de rasgos más esquemáticos consideradas más antiguas, de otro grupo más moderno, compuesto por cabezas en relieve, de órbitas enormes, con indicación de párpados cerrados. Es sin embargo Jacobstahl [35] quién establece unos grupos dependiendo de las influencias recibidas, así, núcleos, caso de los ejemplares castreños, sin modelos adecuados, solo experimentaron esas influencias de lejos, de ahí el aspecto más primario y tosco de sus realizaciones. Desde este punto de vista, la mayor distancia de las tierras cacereñas pudo permitir a su vez, mayor libertad para renegociar conceptos exóticos que diría González-Ruibal [36], con respecto a Galicia del área celta central europea, de ahí que podamos hablar incluso de un subgrupo de estelas con cabeza humana e inscripción latina, con una incidencia especial en Extremadura [37].

           De todos modos, los contrastes en la ejecución de las piezas no deben achacarse a la habilidad o torpeza de los canteros o a una degeneración artística, pues un arte no evolucionado y gestado en un contexto que apenas ha conocido la romanización, no tiene por qué responder a los ideales clásicos, a imagen y semejanza de lo acontecido con la estatuaria zoomorfa meseteña, en la que igualmente se valoran otras cuestiones más volcadas en la representación de una idea, que en la fidelidad anatómica.

LA PARTE POSTERIOR.

           Uno de los detalles más extraños y que hacen de esta escultura un caso único, son los pliegues dispuestos la parte posterior de la cabeza, dos de ellos perfectamente ahusados y un tercero apenas insinuado o muy desgastado. Su falta de paralelos descarta cualquier conclusión que nos parezca certera y si bien algunas esculturas como la de Taboada hemos apreciado por encima del torque una gruesa arruga, en ningún caso alcanza el tamaño ni el acabado de la imagen de la Dehesa.

           La interpretación en este caso de torques, con frecuencia empleados para adornan el cuello de imágenes de cabezas esculpidas, nos parece igualmente remota, pese a que en la joyería peninsular, el ejemplar y también caso único de Sintra, concebido a partir de la unión de tres anillos macizos de oro o el de Sagrajas con la unión de dos, podrían sugerirlo. Falla la cronología, pues dichos torques son obras de talleres del Bronce Final Atlántico [38] y también la proporción, y el encaje mismo de la joya.

             Cabría pensar entonces en otro tipo de aderezos, en cuyo caso no acabaría de desmarcarse de la consideración de un bien suntuoso, o en la línea de los torques ceñidos a cuellos de los guerreros lusitano-galaicos, patrimonio privativo de las aristocráticas élites guerreras y categorizadores de un rango privilegiado [39], pero también un ornamento claramente provisto de connotaciones mágico religiosas y objeto reservado a las divinidades como el referido por Tito Livio [40] en alusión a lo conseguido como parte del botín de una guerra y ofrendado a Júpiter capitolino.

         Sin especular más allá, dada la carga de aspectos grotescos que acapara la imagen, tal vez no pretenda sino recrear otros atributos físicos que hablen de una deformidad o monstruosidad de una forma aún más expresiva.

LAS CABEZAS CORTADAS.-

Las esculturas que representan cabezas humanas se dispersan principalmente por todo el noroeste peninsular donde se conocen alrededor de 600 ejemplares [41]. Por debajo del Duero, la cifra desciende progresivamente, alcanzando en su dispersión la provincia de Cáceres, si bien, la proporción de hallazgos aquí es bastante modesta, a tenor del recuento de publicaciones por las cuales se conocen. En un repaso a la bibliografía generada en la región sobre este particular, reconocemos la existencia de dos de estas cabezas en Plasencia [42] una en La Vera [43], y un par más en la fuente de La Madrila en Talaván [44]. Cabe sin embargo ampliar esta cifra con el añadido de otra serie de seis cabezas, inéditas en su mayor parte, repartidas entre las poblaciones de la Sierra de Gata, lo que en términos cuantitativos convierte a esta comarca en el núcleo de mayor densidad de la provincia en cuanto a este tipo de hallazgos.

Valgan de ejemplo las cabezas talladas en piedra granítica que la familia Ojesto conserva en su casa de la localidad de San Martín de Trevejo. Una de ellas, corresponde a una testa masculina, tal vez un guerrero con los rasgos de la cara cincelados de forma muy esquemática y una prolongación en la parte posterior para empotrarla en una pared, en opinión de J. L. Martín que es quién la ha descrito [45]. Sería por tanto casi idéntica a otra cabeza expuesta en un muro de la localidad de Acebo, salvo por una especie de capacete o casco que cubre la parte superior de esta última [46].

La segunda de las imágenes de la colección Ojesto es conocida como el ídolo de Villalba, nombre de la finca mañega donde se encontró. No fue diseñada como las anteriores, pues esta se mantenía en vertical, quizá como parte del cuerpo de una estatua perdida y ahora sustituida por una suerte de pedestal también labrado con trazos incisos en zig-zags por dos de sus caras, y que en nuestra opinión, se trata de un menhir reaprovechado con decoraciones similares a la de algunos ejemplares alentejanos. La cabeza se halla rota por el cuello y dividida en dos por un corte a la altura de la mandíbula. Hace gala de una economía de detalle en las facciones, resaltando especialmente uno ojos almendrados de gran tamaño, el pelo marcado a base de rizos geométricos recogidos en una coleta en la parte posterior y una mandíbula cuadrada al más puro estilo de las imágenes antropomorfas noroccidentales, avalando así la conexión más palmaria con el mundo castreño galaico- lusitano.

Otro acomodo han encontrado las cabezas de la Sierra de Gata en las fuentes, empleadas a modo de prótomos o carátulas sobrepuestas a los caños de agua, siendo a nuestro juicio esta disposición, indicio de que muchas de ellas no fueron talladas con esta finalidad. A esta serie pertenecen las dos cabezas de la Fuente del Matadero en Cilleros, una de ellas tocada aparentemente con un casco y en la misma localidad, la de la fuente del Porquerizo, con un rostro toscamente esculpido y reducido a lo más esencial. No avalamos la antigüedad de estas últimas, pero valoramos el uso continuado que se hizo de su reproducción como temas redundantes en la plástica popular a lo largo de siglos, convirtiéndose en una tradición muy arraigada entre los canteros locales, e invadiendo el arte del medievo y con el mismo costumbrismo la plástica de tiempos más recientes, partiendo tal vez de una temática de representación preexistente, mantenida viva como una forma de reivindicar tradiciones a las que la zona se siente muy vinculada.

En síntesis, lo que tratamos de exponer, es que la cabeza de la Dehesa de Arriba de Perales no constituye una excepción en la comarca, sino otra materialización de la plástica indígena de la zona, para la cual se vislumbra una relación privilegiada con el mundo noroccidental representado por la cultura lusitano-castreño y amparada en ciertos paralelismos formales de los cuales participan ejemplares del entorno salmantino.

SIGNIFICADO.

Sobre su significado de las representaciones escultóricas de cabezas, lo cierto es que no hay una unanimidad, siendo la causa del común desacuerdo, fundamentalmente los tipos y contextos en los que se presenta este tipo de iconografía, como ya se explicó en la síntesis que sobre este particular acometieron Abad y Mora [47], donde los afortunados planteamientos interpretativos se contemplaron desde múltiples puntos de vista y no desde la óptica generalizadora de las explicaciones más antiguas, las cuales, no superaban los planteamientos panceltistas y tópicos del rito guerrero de la historiografía tradicional, y en las que claramente se hablaba de conexiones con sacrificios humanos, fundamentando esta afirmación en la cita de Estrabón [48] y Livio [49] relativa a ciertas costumbres sangrientas, usualmente entre los pueblos de la Lusitania [50], y que en alguna ocasión se han querido ver contrastadas con hallazgos arqueológicos, amén de otras fuentes más generalistas e indiscriminadas del mundo celta.

La inercia de esta teoría la mantuvo mucho tiempo en boga, principiando por Balil en la década de los cincuenta, el cual las consideraba verdaderas cabezas decapitadas [51]. Esta opinión aún se defendía en la década de los ochenta, poniendo de manifiesto la relación de las cabezas cortadas con los santuarios celtas o galo-romanos así como con otros elementos religiosos, concluyendo que las mismas, forman parte seguramente de algún ritual religioso de origen celta relacionado con divinidades agrarias o ctónicas, entre las que Marte, tenía un papel sobresaliente [52].

Mientras tanto, otras alternativas perfilaban una explicación bien distinta. Blanco Freijeiro [53] por ejemplo, se inclina por la posibilidad de que fueran representaciones de dioses, en tanto Blázquez era partidario de considerar estas cabezas como simples elementos decorativos, recalcando que, salvo el caso de Cibdá de Armeá en Allariz (Orense); al resto de las representaciones no se las puede considerar cabezas cortadas, ni trofeos, sino de un popular objeto de adorno omnipresente en las diferentes manifestaciones artísticas del mundo celta [54].

Más recientemente, Aguilera [55], sin cuestionar la existencia de ritos de decapitación en el mundo celta, reformula el tópico a partir de una revisión crítica de sus fuentes historiográficas, en las que se considera una idea importada a la historiografía española, tendente en esos momentos a reforzar el carácter indoeuropeo de las culturas peninsulares, aportando numerosos ejemplos en los que destaca el carácter especulativo de los mismos y en el que destaca la ligazón existente entre el tópico y la aparición de un ítem artístico como son las reproducciones iconográficas. En una brillante reflexión, concluye más adelante, que en toda la iberia prerromana se representaron cabezas humanas, sin encontrar un argumento que obligue a interpretarlas como cabezas cortadas, y si bien no puede descartarse algún caso, su explicación debe trascender la referencia al manido tópico para profundizar en un trasfondo mucho más diverso [56].

También se ha adjudicado a las imágenes un valor religioso, muchas veces por defecto, sobre todo a hallazgos aislados sin contexto y en muchos casos sin que ningún atributo divino sea claramente identificable. Solo se ha eximido de esta condición a piezas multicéfalas o cornudas, en estos casos, sí parece haber un acuerdo en torno a su consideración como deidades o seres sobrenaturales, en alusión clara al “Jano” de Candelario [57] o a figuras sedentes ejemplificadas por una escultura procedente de Piedrafita (Orense) sosteniendo un recipiente entre las manos como símbolo de prodigalidad del dios [58]. No obstante, tanto la descontextualización, como la presencia de ciertos atributos, no deben ser una premisa determinante en algunos casos como el que tratamos, pues existen otros ítems aún no contemplados que pueden arrojar tanta o más luz que la interpretación caprichosa de determinado atributos.

Por funerarias se han tenido también algunas cabezas y estatuas de guerreros castreños galaico-lusitanos, quizá porque a algunos les ha resultado convincente el hecho de ostentar muchas de ellas inscripciones latinas, dando pie en su interpretación a considerarlos como laudas heroicas o mortuorias consecuencia de la romanización [59]. Esta suposición ha sido puesta en cuestión recientemente, pues no se contempla la posibilidad de que los epígrafes sean un añadido anacrónico a las estatuas y en consecuencia pueda desvirtuar la datación de las mismas [60]. En cualquier caso, su significado como retratos, héroes divinizados o deidades tutelares se retoma como la interpretación más plausible. Tanta inseguridad en la interpretación de este colectivo de estatuas no es patrimonio exclusivo hispano, pues incluso en el arte celta europeo en general, y con ello tomamos de ejemplo a una de las cabezas más famosas, la de Zehrovice (Praga), con sus ojos en relieve y el cuello adornado por un torque, persiste la duda sobre si se trataba de la representación de un héroe o el retrato de una persona real.

Otra cuestión que se ha tenido también en consideración es el posible carácter de entidad tutelar o apotropaica de las cabezas, funcionando en un contexto de entrada a los poblados o aldeas, donde se haría visible desde su anclaje en muros o puerta. Sobre esta circunstancia se ha discutido también si no tendría también un sentido de advertencia sobre los enemigos, según las costumbres referidas en las fuentes acerca de la exposición de las cabezas de los enemigos vencidos como trofeos. Las cabezas de Las Lansbrica y A Graña, encontradas cerca del acceso a sus correspondientes recintos podrían avalar esta tesis.

Sin poder negar otras interpretaciones más profundas, todas las que se han relacionado, sitúan estas producciones en un plano fundamentalmente simbólico, lo que nos está hablando de su estandarización, recurrencia como tema iconográfico y sin duda polisemico, obligándonos a debatir desde el principio sobre el posible sentido de la imagen de la Dehesa en este lugar, respondiendo no tanto a lo qué es, sino al papel que pudo desempeñar, y por supuesto, deducir si existió una manifestación religiosa detrás de esta representación iconográfica o ¿a partir de que presunción podemos trabajar para distinguirla de un uso profano?

¿UN SANTUARIO?-

La presencia de una imagen en un sitio apartado y remoto de un valle no debe inducirnos de forma inmediata a pensar en ella como un objeto de culto, pues las conclusiones que podríamos obtener deberían de verse matizadas por el estudio de muchas variables posibles. Una cuestión interesante para iniciar la reflexión, ya la hemos expresado en relación al significado de estas manifestaciones, y tiene que ver con el fuerte vínculo que manifiestan en torno a ciertos aspectos rituales, mucho más en este caso, coronada por un receptáculo lustral, dependiendo su interpretación, a nuestro juicio, del entorno en el que se significan.

En este sentido, Correia ya observó en su tesis, que los santuarios rupestres parecen obedecer a criterios de localización coherentes, y aunque existan patrones ligados a movimientos a través de un territorio, una buena parte de ellos se instala en sitios visibles solo para quién los sabe ver y probablemente frecuentado únicamente por quién sabía encontrarlos [61].

De este modo, la situación de la imagen en relación a lo fenoménico y simbólico del sitio, sancionaría una práctica ritual, e igual que ya lo hizo Rodríguez Corral [62] respecto al posicionamiento de los guerreros castreños, también cabría preguntarse ¿quiénes habrían sido sus devotos o cultores, y qué motivo les empujó hasta allí?

Sobre el primer punto sólo se nos ocurre una respuesta, dada la desconexión de este valle con la geografía envolvente de estas montañas, creemos inevitable vincularlo al núcleo habitado más cercano, en concreto a las extensas ruinas de una aldea romanizada del Pocito, sintonizando con los que sabemos hoy de otros santuarios peninsulares y donde también es posible su funcionamiento como un hito liminal, pues los santuarios, normalmente alejados de las poblaciones, también acostumbran a servir de puntos de referencia en las relaciones territoriales de quienes pueblan el entorno, pese a la aparente invisibilidad con la que se muestra hacia nosotros.

Acerca de la segunda cuestión, es un hecho probado que las sociedades de la Hispania indoeuropea se sentían inmersas en la naturaleza, de ahí su percepción simbólica del paisaje y la fuerza ambiental de los lugares sacros, santuarios, generalmente al aire libre donde tiene lugar la comunicación con el más allá, manifestándose la divinidad a través de los árboles, los roquedos, las cuevas o las aguas. El análisis de los teónimos indígenas y los parajes donde aparecen, refuerzan el fondo naturalista del panteón del Occidente peninsular [63], más si cabe en la comarca de Gata, donde la presencia de los mismos en inscripciones se manifiesta con especial densidad y variedad, proporcionando incluso orónimos muy particulares como el de Salama al que nos referiremos más adelante, pues esta divinidad pudo prestar nombre al monte más alto de la Sierra de Gata, a cuya sombra se acuesta nuestro valle.

Su elección por tanto nunca es aleatoria, y en este sentido, la presencia en los alrededores de rocas con cazoletas, no nos parece entonces tan casual pese a su amplia diacronía, pues por una parte, expresa la arraigada continuidad de una concepción tradicional del lugar sagrado que, no obstante, aparecería reformulado tras la ocupación del territorio por los romanos, integrando un culto ancestral, sin que probablemente perdieran un ápice de su sacralidad, funcionando al mismo tiempo como un lugar de evocación para las comunidades indígenas de la zona.

Otra cuestión, si lo tuvo, es el nombre, de la entidad tutelar del nemeton, término céltico por cierto, que alude a lugares sagrados a cielo abierto, pues es y será, objeto de controversia. Nosotros haremos una propuesta para la cual intentaremos barajar una serie de aspectos que pueden tener ligazón con el sitio, tal y como ha sucedido en otros lugares de la península, sobre todo, aquellos donde se han fundido las tradiciones religiosas locales con las aportadas por la romanización. Desgraciadamente, y aunque para nuestro axioma partamos de un hecho comprobado que vincula la elección de lugares de culto a unos patrones repetidos e inherentes a importantes referentes paisajísticos nada azarosos, [64], el problema a dilucidar, lo plantean las particulares condiciones paisajísticas en las que incurre el propio enclave, convertido en un crisol de posibilidades, donde la presencia de minas, la abundancia de fuentes o la presencia del bosque, se combinan en un abanico de manifestaciones hierofánicas, evocadoras las unas del mundo de las fuerzas ctónicas o telúricas, otras de purificación y otras de protección, sin desdeñar el simbolismo de las montañas, que a la postre se instituyen en las progenitoras de este micro universo.

En consecuencia, el paisaje encierra en sí mismo una pluralidad de elementos y potencialidades –la piedra, el árbol, el agua y las montañas- aún presentes en la cosmovisión mítica galaica del mundo [65], y capaces cada uno de protagonizar el objeto de veneración, a la vista de los datos contenidos en epígrafes donde muchos de los nombres de las divinidades de la religión indígena hispana, estaban encarnados por elementos físicos de la naturaleza, desterrando así el absurdo de una interpretación única dentro de esta nebulosa de generalidades, simplificadoras de una realidad infinitamente más compleja.

LA ROCA MISMA.

La monumentalización de lo inanimado, el sentimiento de veneración que despierta su inerme inmortalidad, la consideración de la piedra como el estatus más perenne de la naturaleza, la convierten en el vehículo ideal de transmisión del mensaje humano con las fuerzas telúricas. Es la aldaba a través de la que los mortales invocan a sus dioses, testigos de juramentos, mesas sacrificiales, escudos del rayo y madres de la riqueza mineral que atesoran, tienen el poder predictivo, son testigo de pactos y juramentos, ónfalos de mundos, límites perennes, la summa del lenguaje primigenio y el recurso inmediato para que un mensaje prevalezca.

Un análisis antropológico reciente realizado sobre el -paisaje sacro-, para el cual se utilizaba como laboratorio el entorno de una localidad cacereña, contemplaba algunos elementos que conformaban ese paisaje combinándolos con elementos físicos asociados a tradiciones rituales y mitos transformados en leyendas. Estos aspectos permitían conocer su contexto sagrado, señalando especialmente algunas -peñas sacras-, como entes animados por un espíritu vital o numen sacro, lo cual ayudaría a explicar los fenómenos de interpretatio con divinidades del mundo clásico y su cristianización posterior en un proceso de adaptaciones de los ritos y cultos, hasta la práctica desaparición de esa visión ancestral del paisaje Sacro [66]. Blázquez, a propósito de esta cuestión, habla de cómo se habían ocupado ya los cánones del Concilio de Braga del culto a determinadas rocas, y de los muchos documentos procedentes de la Galia, donde se hallaba tan arraigado como en Hispania [67].

La roca que sustenta la imagen de la dehesa no ha resistido a los cambios religiosos tan profundos que supuso primero la extroversión y adaptación a la religión romana, después a la cristiana, o a la islámica, para conocer a quién o a qué se invocaba, pero son muchas las que han escapado a este proceso. Ejemplos cacereños de rocas que antaño fueron el referente propiciatorio de la fertilidad, las encontramos en la peña de las Cuacas cerca de Valverde de la Vera, oráculos del amor en la de Cancho Castillo, predictoras del futuro en la Porra del Burro de Valencia de Alcántara, peñas propiciatorias de la suerte encarnadas en la roca del Bolsicu en Garrovillas, etc. Almagro recoge medio centenar más, dispersas sobre todo, por la geografía noroccidental, la misma geografía que agrupa la mayoría de epígrafes dedicados a divinidades indígenas [68], de ahí que estas constituyan un complemento ideal para comprender el paisaje sacro de la Hispania Céltica.

La transformación de la roca en una entidad con aspecto tan sobrecogedor pudo tener como finalidad, la de comprender mucho mejor el rito que allí se desarrollaba y que entidad la encarnaba. En este caso, un elemento esencial del rito propiciatorio sería la roca a la que la población de aquel valle, por causas desconocidas, la había convertido en sitio propicio, un punto divisorio entre lo terreno y lo celeste a veces porque según la creencia, se hacía presente la divinidad en su epifanía. El añadido de una pila lustral refuerza la idea de que sobre ella se celebraron prácticas litúrgicas cuyo reflejo ancestral lo incentiva seguramente la presencia de cazoletas en ese entorno.

EL BOSQUE.

El bosque, es el témenos auténtico, en su origen, un espacio reservado, delimitado y consagrado a un dios, excluido de otros usos. Los más habituales prescindían del edificio y se limitaban a un simple altar. Favorecía su instalación una fuente como la que mana pocos metros debajo de la imagen, pues el acceso al espacio sagrado requería normalmente de una purificación previa o lauacra. El propio bosque donde se instala el altar, puedo ser el sujeto sagrado o parte de él, pues no es inusual que este se hallase bajo la tutela un dios al que se le realizan ofrendas.

No queremos aventurar lo que no podemos demostrar, y aunque no hay escritos muy prolijos en la Península referidos al culto a los árboles si se sabe que incluso después del final del mundo romano este culto perduraba. Lo constata S. Martín Dumiense obispo de Braga en el s. VI en su sermón contra las supersticiones [69]. También se sabe que estaba muy extendido por el espacio céltico, principalmente Irlanda y en la Galia, donde se han hallado altares consagrados a Fago, a Sexarboribus [70] y a Esus cuya versión hispana pudo formar parte de la triada de divinidades célticas más veneradas en la Península según el poeta cordobés Lucano, en cuya obra la Farsalia alude a su culto en -selváticos santuarios-, como una divinidad equivalente a Marte y al cual se honraba mediante sacrificios humanos en las poblaciones del Norte de la Península [71].

La dendrolatría sin duda ocupó un espacio importante entre los habitantes indígenas peninsulares, pero de su culto no existen testimonios claros [72], salvo las citas del Dumiense destinadas a atajar ciertas costumbres relacionadas con la veneración hacia ellos, especialmente entre los pueblos del Noroeste hispano y las menciones soterradas de ermitas cristianas dedicadas a vírgenes con apellido arbóreo distribuidas por la geografía peninsular [73]. Pensar entonces, que nuestra escultura encubra las ósmosis entre un numina loci indígena y su sustitución por una divinidad romana relacionada con los bosques, entra dentro de lo posible, pero en ese caso habrían de invocarse divinidades silvestres como Silvano, apenas mencionado un par de veces al sur de Badajoz y en localidades de otras provincias romanas muy alejadas del núcleo cacereño, aunque como deidad protectora de toda propiedad rural, la casa, las fuentes, los campos y los bosques, [74], tampoco conviene perderlo de vista, pese a que su culto tuvo lugar esencialmente en el ámbito privado.

El rango y las dimensiones de este temenos lo ignoramos todo, pero sabemos de cierto que existían espacios asignados y delimitados. La fuente de la Higuera en Torreorgaz, al sur de la provincia, atesora un testimonio valiosísimo sobre lo dicho, pues aparte del primer epígrafe de carácter votivo dedicada a una divinidad intitulada Laneane según Callejo [75], o Laeane según un corrección posterior [76]; hay otra inscripción donde se delimita la pedatura o vedado del espacio sagrado. Este segundo epígrafe corregido recientemente por Gómez-Pantoja, acrecienta el interés de este sitio por el hecho de señalar las dimensiones exactas del espacio consagrado, caso raro hasta ahora entre los llamados santuarios al aire libre, y aunque esta protección, restricción del uso o el acceso a aguadas o manantiales ha sido recogido en los digestos legales de la jurisprudencia romana o inscritas en rocas como la que nos ocupa [77], también pudo corresponder a la adaptación de una fórmula de delimitación de la romanitas, o a un concepto del espacio sagrado indígena [78]. Si así fuera, y de poderse demostrar que el concepto de distancia era una cuestión normativa, tal vez podría hablarse de una práctica aplicable también al sitio de la Dehesa Vieja.

EL AGUA Y LAS MONTAÑAS.

Junto a esta -peña sacra- debió de jugar un papel no menos importante el manantial que unos metros más abajo rezuma agua en diversa cantidad según las estaciones, alimentando la corriente del arroyo más importante del valle. Su origen se debe a que el lugar funciona como una cuenca hidrográfica a pequeña escala captando del agua de lluvia, parte de la cual, se desliza por las laderas y se filtra a través de las numerosas fracturas del granito, para aparecer a modo de fuentes y pozos artesianos en la hondonada. Se da así lugar a una relación abundantísima de topónimos subálveos, la conocida como Fuente Fría, mana unos metros más abajo de la escultura, y por los laterales del valle, se reparten otras muchas, de las cuales, solo unas pocas intituladas Fuente de Herrero, Fuente de San Antonio o El Pocito, figuran en las páginas de la cartografía al uso. El agua se acaba concentrando por último en el arroyo de Valdelaseras, cuyo eje parte en dos mitades casi iguales la cuenca y deriva su escorrentía hacia la única salida y entrada natural en dirección al aurífero Fresnedoso.

Esta relación con el agua que hipotéticamente planteamos, no es en absoluto descabellada, pues históricamente, y no faltan ejemplos en Extremadura, la tradición salutífera de algunos manantiales ha derivado en el culto o el agradecimiento a ninfas y genios que propician sus virtudes curativas, regeneradoras, fecundantes e incluso la obtención de presagios, como aquellos manantiales intermitentes en las montañas de León [79]. Enumerar simplemente aquellos que se mencionan en las fuentes antiguas los haría merecedoras por sí solos de un extenso capítulo, por lo que para el caso cacereño valen los ejemplos recogidos en trabajos de Rodrigo y Haba [80] junto a los más de 150 elementos, entre termas, inscripciones, fuentes, etc., recopilados recientemente en un amplísimo catálogo [81].

No existe pues una constancia expresa de que este lugar se valorase las propiedades del manantial ni de la supuesta Hamadriades que lo habitase, simplemente, y a nuestro juicio conviene destacar su presencia como una parte del juego de razones físicas que pudieron propiciar su elección alimentando su condición sacra, compaginándolo con el carácter lustral del receptáculo tallado en la roca esculpida. Volviendo al Dumiense, varias alusiones en su obra y en los concilios visigodos de Braga y Toledo, nos ponen nuevamente en antecedentes sobre la pervivencia del culto a las aguas en sus diversas facetas y de las prohibiciones que sobre ellos recaían.

Pese a dichas prohibiciones, la exploración etnográfica y antropológica de perduraciones probables en algunos cultos cristianos locales, nos ponen en guardia sobre la capacidad para resistir unas tradiciones dentro de otras religiones. En este sentido, un párrafo contenido en el trabajo de Sanz [82] resulta aleccionador, pues alude a un ritual consistente en hacer pasar agua por el interior de unos relicarios en forma de cabeza donde se atesoran los cráneos de los santos; ésta será empleada para salvaguardar las cosechas y evitar enfermedades humanas y animales, siendo la cabeza de San Gregorio Ostiense especialmente célebre en la España del siglo XVII como arma contra las plagas, lo mismo que sucede con la de San Vitor de Gauna cuya agua filtrada por el cráneo es empleada para bendecir los campos o curar las enfermedades de la cabeza. Lo poco excepcional de esta costumbre de utilizar reliquias sagradas para transmitir propiedades milagrosas o curativas, tiene su respaldo en otros muchos casos que se citan vinculados a ritos de mojado o baño de reliquias craneales en determinados manantiales para propiciar la lluvia [83]. El uso que se hace en las fuentes de la comarca de cabezas esculpidas, tal vez no tenga entonces que ver solamente con un uso ornamental, sino que esconda tras ella la historia de tradiciones extintas, sin que eso quiera decir que deban ser forzosamente antiguas, sino reutilizaciones o realizaciones relativamente modernas, fruto de su arraigo y del potente simbolismo de la cabeza humana, como el receptáculo corporal en el que reside la esencia anímica.

Una curiosidad sobre el agua y este lugar nos obliga a traer de nuevo a colación al epíteto Palántico, consignado en el ara incrustada en el ábside de la iglesia de Perales del Puerto, pues acerca del mismo, nos comenta Blázquez [84], que el radical Pala- es conocido en hidronimia y en la toponimia hispánica, citando a Albertós y a Menéndez Pidal [85] como fuentes autorizadas, aunque más recientemente, y a raíz del estudio de la inscripción lusitana del Cabeço de Fraguas por Tovar y otros autores, la mención a Trebopala se explicaría etimológicamente en relación con el pala de las inscripciones lepónticas del norte de Italia, con el significado genérico de piedra o roca, de suerte que el mencionado teónimo haría alusión a una divinidad que tiene su morada o residencia en la roca misma [86].

En este contexto, cabe referirnos de nuevo a las aras del lugar con el nombre de Júpiter, porque acercándonos a esas posibilidades de interpretación de la imagen de la Dehesa, debemos de considerar la posibilidad de un Júpiter sincretizado y materializado en una versión autóctona, pues admitido Palanticus como un epíteto, relacionado con el agua o una entidad rocosa, las únicas inscripciones dedicadas a alguna divinidad en el entorno cercano, tres en concreto, invocan al soberano de los dioses. La intención que subyace debajo de todo ello es de difícil lectura, pero no es inhabitual que los nuevos dioses reivindiquen e integren antiguas deidades en la nueva dinámica religiosa, de hecho resulta paradójico que la mayor concentración de inscripciones dedicadas a Júpiter se hallen en regiones de menor romanización, como demuestra el carácter indígena tan elevado de sus dedicaciones, sin que se conozcan las razones a ciencia cierta [87], aunque una de ellas pueda ser la de estrechar lazos religiosos con los nuevos gobernantes como una forma de mantener un estatus político [88]. Igualmente hay una vinculación abundante entre esta divinidad y los vici o castella, especialmente de la región lusitano galaica tal vez debida a la propagación de los cultos capitolinos impulsados por el Estado romano entre las comunidades indígenas [89].

Esta utilización de las grandes divinidades del panteón romano, normalmente solo tiene lugar con otras de su rango, es decir, tan importantes en el panteón local como para que se diera un fenómeno de asimilación, coexistencia y yuxtaposición o presenten la misma función o carácter, es decir, mantengan la suficiente equivalencia para incorporarlas al acerbo religioso de estos pueblos a través de un proceso sincrético. Así se ha propuesto por ejemplo en un estudio que se hizo sobre epígrafes cacereños el sincretismo entre Júpiter Solutorio/Eaeco, [90], estableciéndose casos de paridad entre los teónimos de Larauco y Jupiter [91] y a un nivel superior de paredría entre Taranis/Júpiter, al que los galos tiene como gran jefe de la guerra y del cielo. Deducir sin embargo, cual fue la divinidad que pudo ser sincretizada en nuestro caso, no va a resultar nada fácil, pese a ello intentaremos explorar los argumentos que nos han parecido más convincentes, para encaminarnos hacia esa posible divinidad indígena asimilada que pudo esconder la singular escultura.

Principiaremos por decir que existe un conjunto de dioses indoeuropeos, con perfiles similares entre regiones vecinas como la Galia o Hispania, muchos de ellos son dioses vecinales, regionales o vinculados a pueblos, junto a otros cuya difusión rebasa las fronteras de los actuales territorios nacionales. Su análisis comparativo, otorga validez al esquema panteístico ofrecido por Cesar, como ponen de manifiesto numerosos investigadores, acusando un comportamiento parecido en la Península, tras examinar los datos que sugieren los testimonios epigráficos. A través de ellos, se llega a la conclusión de que existe una estructura parecida a la de los dioses celtas extra-hispanos, al situarse el número de divinidades supra-locales masculinas en torno a cuatro, casi en paralelo al panteón femenino, aunque este último plantea más dificultades para su reconstrucción debido a la gran disparidad de datos. [92].

Ello nos lleva a plantear la siguiente pregunta, dado que en el espacio del valle las únicas inscripciones se hallan dedicadas al soberano celeste de los romanos y la única escultura conocida posee un estilo afín a las producciones lusitano-galaicas, ¿no podría ser esta una imagen evocadora de un dios autóctono, producto de la interpretatio romana? y si así fuera, ¿cuál de los dioses en panteón céltico hispano se llegó a asimilar con el soberano de la religión romana?

El problema no es baladí, pues identificar las divinidades que asumieron la función de Júpiter en la religión indígena hispana requiere de un profundo estudio epigráfico, con el que por fortuna contamos, y donde cabría contemplar en primer lugar, los testimonios de los cuatro grandes dioses supra locales del coherente esquema panteístico de la región: Reue, Bandua, Arentius y Quangeius, para así llegar a la caracterización religiosa de dichos teónimos y sintonizarlos con las rasgos paisajísticos que hemos ofrecido de la Dehesa de Arriba. Las pistas nos las proporcionó el extraordinario estudio de J. C. Olivares, en cuya obra, mencionada varias veces, encontramos argumentos de peso para señalar, a Reue, como el dios del panteón local más semejante a Júpiter. Se enumeran varias razones; la primera, su manifiesta vinculación con las elevaciones montañosas, lugares donde habita el poseedor del rayo y señor de las tormentas, en torno a las cuales no es infrecuente el hallazgo de altares [93].

La mención de epítetos alusivos al dios, derivados de hidrónimos y orónimos sería la segunda razón, y aquí aparece Salamati según J. L. Melena o de Salamaii según la corrección efectuada por B. Prosper [94]. Tenido hasta ahora como la denominación indígena de una divinidad, cuyo ámbito de aparición se vincula al territorio del vecino monte Jálama con el que aparentemente manifiesta una relación semántica indiscutible. Esta divinidad morador del conspicuo monte, de cerca de 1500 m de altura, habría recibido esta invocación de su propia sede, la cual significa -rica en arroyos- y sería una divinidad relacionada con las alturas. Una interpretación a cargo de J. L. Melena de una de sus denominaciones como D(eus) O(ptimus) constituiría la prueba definitiva de sus identificación con Júpiter, si bien para Prosper esto no deja de ser una conjetura forzada por la dudosa lectura del último grafo.

Independientemente de lo anterior, su equiparación con Reue, la infiere Olivares del hecho de que los territorios donde eran adorados ambos dioses no se superponen, sino que se complementan, coexistiendo ambos en el mismo grupo de divinidades en cada uno de sus ámbitos; y dado que las inscripciones de Salama/e se circunscriben principalmente al torno del monte Jálama y a otras dos localidades del occidente cacereño, las posibilidades de que las mismas sean nada más que un epíteto regional de Reue no son excluyentes. Esto encajaría por otra parte con la escasez relativa de este teónimo en la provincia cacereña, en tanto en la vecina Beira Baixa, con el que este territorio manifiesta una mayor conexión, se sobrepone a otros dioses. La sospecha de que se trató de una divinidad indígena asimilada al dios supremo romano, fue una conclusión a la que llegó también Tranoy, cuando el repaso la antroponimia de los oferentes reveló un origen mayoritariamente autóctono [95], ávidos quizá por mostrar sus deseos de integración en el nuevo espacio social.

Reue empero no se asocia solamente a las montañas, ya Fita [96] y más tarde Villar [97], lo coligaron a la toponimia fluvial, es más, para el último fue en su origen un apelativo de -río-, para convertirse más tarde en una entidad personal de carácter divino. La aparición del llamado dintel de los ríos en Mérida dedicado a Anas y Barraeca, esta última relacionando el epígrafe de Reue Anabaraecus en Trujillo (CC), certifica en opinión de Alicia Canto la existencia de un culto, a los ríos Ana y Barraeca y por tanto se haría evidente el vínculo a las aguas de esta divinidad, [98]. En resumen, además de reconocer su nexo con las alturas prominentes, Reue se asociaría también a las corrientes fluviales, del mismo modo que el Júpiter romano, recuérdese sino, las columnas erigidas en los nacimientos de fuentes y ríos, dedicadas al dios supremo [99]. Concluyendo, esa relación concreta entre aguas y montañas donde se entrelazan las facultades del indígena Reue y el romano Júpiter, en nuestro caso, nos sirve para conceptualizar la presencia de un lugar sagrado integrado en un espacio silvestre a la sombra de las montañas y bosques, en el naciente de un arroyo, curiosamente concomitante con el entorno descrito en Segura de León en Badajoz, para los restos de un posible edificio donde se halló una inscripción también dedicada a Júpiter [100].

Evidentemente se trata de observaciones empíricas con un valor limitado, las cuales no nos impiden pensar en otras probabilidades, donde las únicas que tendrían cabida, aparte de las ya mencionadas, serían aquellas que tuvieran que ver con el ámbito ctónico aún no explorado, presente también en este contexto y alusivo a los trabajos mineros o incluso a un genio local desconocido.

Comprobada la antigüedad de las zafras mineras del Pocito, fuera de la órbita de otras explotaciones de wolframio desarrollada en tiempos recientes en otros parajes del término [101] puede que exista un grado de coincidencia con la presencia de la escultura y el asentamiento de contingentes humanos romanizados buscando metales preciosos, en concreto, el oro presente en el arroyo Fresnedoso y en alguno de sus cauces tributarios, de los cuales uno, es el que nace en nuestro valle.

No sería la primera vez que la presencia de un lugar de culto se relaciona con el sector minero. El patrocinio de Panóias a cargo de Calpurnius Rufinus, tal vez encargado de las explotaciones auríferas vecinas [102] se interpreta como una iniciativa personal en función de sus convicciones religiosas, y más en concreto, concerniente al hallazgo de cabezas cortadas, Calo Lourido señala varias de las que con certeza se han podido contextualizar en castros muy romanizados, caso de Três Minas, en un ambiente minero romano [103]. La cuestión entonces es, que de poder establecer una relación entre la escultura de la Dehesa y la minería, cabría reparar al menos en un par de candidatos. La divinidad mencionada por Cicerón [104], equivalente a Vulcano y venerada bajo un nombre diferente por algunos pueblos de la Península, para los cuales el trabajo de los metales desempeñaba un papel importante cuenta con muy pocas posibilidades pese a las características del ser deforme que la adornan, pues su presencia en las fuentes epigráficas de la Península es prácticamente nula, y ciñe su representación casi exclusivamente a las monedas de la Bética y otras escasas fuentes arqueológicas [105].

Más probabilidades albergaría un culto a Sucellus, no sólo porque se trata de una divinidad asociada al mundo ctónico, es decir del submundo y en consecuencia de la minería, sino porque al mismo se le ha llegado a asociar con el Júpiter del ámbito galo-romano. Su presencia en Hispania tenía que ver precisamente con contingentes galos especializados en ese trabajo. Monedas de la ceca Nemausus (Nimes) en el Cerrón del Tamuja, en el núcleo minero capitalizado por el castro de Botija, podría dar pábulo a dicha hipótesis.

Sucellus, aunque estuvo considerado como un dios menor, tuvo un culto muy extendido en Occidente, pues era una divinidad fundamental en los cultos celtas de la Galia como representante de las riquezas de la tierra, con cualidades generatrices, tal vez por ello fue confundido, cuando no sincretizado, con Silvano y el mismo Júpiter. Desafortunadamente las representaciones de Sucellus que conocemos, en nada se acercan a la imagen de la Dehesa, por lo que estas dos últimas propuestas solo pueden ser consideradas como una hipótesis por causalidad comparativa deducida de la presencia de una actividad minera, es decir, no existiendo hasta el momento presente nada que lo confirme, nuestra escultura puede estar igualmente relacionada con otras divinidades de valores ctónicos parecidos y en absoluto excluyentes de las que al principio se ha comentado.

CONCLUSIONES.-

Con todo, el resumen se impone. Los datos recopilados nos permiten, por el momento, apuntalar una hipótesis, aunque sin duda quedan muchas cuestiones por resolver en esta ardua tarea de encontrar alguna información acerca la escultura objeto de estudio, dada la escasa variedad de datos referentes a ella. No obstante, creemos haber trabajado sobre posibilidades capaces de proporcionarnos una visión más clara y ajustada sobre su contexto y acercándonos al objetivo final de averiguar algo más sobre su significado.

Pese a que faltan elementos definitivos de juicio para hacernos una idea más completa de las características, denominación y ámbitos de esta divinidad, creemos que esta versión escultórica fue el resultado de la interpretación de una divinidad indígena del substrato naturalista, tal vez Reue, o un genius loci, asimilada al romano Júpiter, colaborando en su favor el hallazgo de aras dedicadas al mismo en el cercano vicus del Pocito y tal vez la propia inscripción que se insertó en el lateral de la cabeza, desafortunadamente inacabada y en la que IO, puede ser la abreviatura de I(ovi) O(ptimo) o sencillamente IO(vi). Las pruebas aportadas al menos confirman al ámbito lusitano galaico como fuente de inspiración del modelo de la escultura, tanto en la importancia de las cabezas humanas, cuya veneración parecen jugar un papel central en las creencias de los pueblos celtas de toda Europa [106] en la representación de una idea o símbolo, más allá de la fidelidad escultórica.

Esta despreocupación formal a la hora de representarla, tal vez tuvo que ver con el hecho de que las divinidades prerromanas hispanas debían de ser anicónicas, es decir carecían de forma definida [107] y al sincretizarse con una divinidad del panteón romano, la destreza de los artistas locales, desprendidos de toda capacidad para la naturalización, y menos de un dios, quedaría muy por debajo de sus posibilidades artísticas, eso sino pesaba sobre este tipo de imaginería el temor de algún tabú ancestral como se ha sugerido en alguna ocasión [108].

Una de las cuestiones que podría avalar su ejecución tardía, ya en la romanización plena, es que solo a partir de la llegada del pueblo itálico comienzan a ser relativamente abundantes las imágenes de dioses indígenas, siendo incluso bajo su dominio escasas en la Celtiberia [109] y casi inexistentes en la Bética cuando la presencia romana en estas zonas estaba muy consolidada. Esto parece evidenciar que la aparición de imágenes divinas en ese momento está vinculada y/o es consecuencia de la influencia y quehacer artístico romano para con lo divino, como sucede en otras partes del mundo céltico y por ello quizá deberíamos empezar a valorarlas como las imágenes de un sistema religioso al que podríamos denominar celtíbero romano [110] o indígena-romanizado. De acuerdo con ello parecen estar las tesis de Calo Lourido, el cual contempla una cronología romana para los casos galaicos, deducible del hallazgo de cabezas contextualizadas en castros romanizados, renunciando a hablar de escultura céltica prerromana e incluso de escultura romana de abolengo céltico [111]. En otros lugares de la periferia céltica, cito para el caso Irlanda, Raftery [112], averiguó también que las pocas cabezas conservadas datan después del nacimiento de Cristo y son de inspiración iconografía romano bretona.

La escultura de la Dehesa de Arriba de Perales del Puerto, no nos cabe duda, fue convertida en un referente, un lugar que dejó de ser una formación indiferenciada para convertirse en un lugar investido de significado, asociado a historias y tal vez a trasuntos mitológicos que en el marco de la codificación espacial, contribuyeron a su erección. La cabeza, síntoma y ejemplo de una iconografía alternativa e híbrida, señala por tanto la presencia sacra de una divinidad en un dominio especial, donde sin ninguna duda tuvieron lugar ceremonias y rituales desconocidos. La adicción de un fóculus, sobre la cabeza, a modo de las ara clásicas, es un complemento inédito en la estatuaria del noroeste, y justificaría por ello, la ejecución tardía e informaría de su uso como un altar.

Con toda la cautela interpretativa, debemos reconocer entonces que la pileta labrada en la parte superior de la cabeza debió de jugar un papel muy significativo en el culto, sin descartar que se tratara de un auténtico altar de ofrendas, libaciones o el lugar donde se depositaban presentes u objetos e incluso fuera un lugar de vaticinio consagrado a una poderosa divinidad ancestral del territorio, a las que había que hacerse propicio por medio de un ritual donde el vertido, tal vez de agua lustral, formaba parte importante de una liturgia teñida de virtudes imprecatorias y propiciatorias guiadas quizá por un individuo sancionado por la comunidad.

Lo que si es cierto es el uso simbólico del lugar en época anterior a la intervención romana, en el ámbito de una concepción religiosa que sería muy distinta de la que aparece documentada después, y de la que son testigos las numerosas rocas con cazoletas repartidas por la zona.

Es muy significativo el hecho de que no hayamos detectado ningún tipo de estructura, lo que parece apoyar la hipótesis de que todo este espacio podría corresponderse a un temenos que albergaría en su interior el locus sacer donde una divinidad de carácter naturalista y atmosférica extendía su protección sobre el sitio. La ausencia de templos indígenas, salvo contadas excepciones, ya fue advertida por Blázquez [113], cuando referido al culto de las divinidades protohistóricas subraya la costumbre de los pueblos celtíberos, igual que en la Galia, de no encerrar a sus dioses en construcciones fabricadas por la mano del hombre, otorgando su respaldo a esta afirmación un pasaje de Tácito [114] relativo a las poblaciones célticas, cuando afirma que recluir a los dioses entre cuatro paredes y representarlos con apariencia humana no lo consideran propio de la majestad de los seres celestes [115] siendo las rocas, las montañas, las fuentes, los ríos, el mar y los campos, los parajes elegidos para ofrecerles tributo.

Con respecto a la provincia cacereña, el temenos simple y sin una construcción que lo delatara, parece que fue lo habitual en Santa Lucia de Trampal, donde las inscripciones dedicadas a Ataecina no parece que orbitaran en torno a una estructura concreta sino a las fuentes que allí manan, y más cerca de nuestra localidad, en Cerezo, el hallazgo de varias aras consagradas a varias divinidades indígenas, en el cerro donde hoy se ubica el cementerio y sobre el que posteriormente se construyó una iglesia que recibía peregrinos desde pueblos cercanos, pudo indicar la existencia de un ámbito religioso importante durante la Antigüedad [116]. Obviamos mencionar aquí otros lugares de la provincia dotados de estructuras por la romanidad o camuflados bajo edificios religiosos de la cristiandad [117]. En todos los casos, parece que en el marco de la concomitancia religiosa, propia de la naturaleza de estos cultos, hubo una adaptación a la tradicional concepción indígena de espacio sagrado, patente en la utilización de los espacios aislados y sobre los que pesaba con antecedencia una connotación sacra.

Por último, cabe referir, que cuando las tradiciones prerromanas declinaron ante Roma, y más tarde estas ante el cristianismo, la memoria sobre ciertas divinidades y las manifestaciones de fervor hacia ellas, continuaron arraigadas y probablemente se mantuvieran en el acervo popular más tiempo del que habitualmente se les ha supuesto. Después, con el paso de los años, y la llegada de una nueva religión, muchos de aquellos recuerdos y sus prácticas cultuales se fueron diluyendo, cuando no fueron conservadas y absorbidas por el folklore popular. Así, ha ocurrido con las manifestaciones religiosas asociadas a las denominadas -peñas sacras- o Saxa Sacra esparcidas por la geografía ibérica [118] cuyos móviles de idolátricos en sus diferentes vertientes, son la mayoría de las veces ignorados por completo.

Lo acontecido en la Dehesa de Arriba, con la cabeza esculturada y su destino posterior a la llegada del cristianismo, no lo conocemos con exactitud, pero podemos intuir que fue alcanzada por las anatemizaciones conciliares empeñadas en barrer los últimos recuerdos de fiestas o congregaciones paganas. Entre las muchas prohibiciones se oficializó el alejamiento de los antiguos lugares de culto, prohibiendo por ejemplo celebrar misa en los montes e ir a ellos en procesión.

Las proscripciones de este tipo duraron hasta el siglo XV, pero esto no afectó gran cosa a lugares como el que investigamos, donde de una manera inconsciente e incluso ignorante del porqué, siguieron recordándolo y rindiéndole su peculiar su tributo tamizado ya por la influencia del cristianismo, colaborando ahora en su mantenimiento como ente sacro, la construcción de ermitas y eremitorios en estas montañas. No es arbitrario por tanto, que en torno a los picos de esta región ibérica, con unas denominaciones tan resonantes como Monsanto, Monsagro, Xálima o La Peña de Francia [119], se manifestara el carácter fronterizo de la religiosidad de muchas de las devociones locales, haciendo vibrar de nuevo el culto ancestral y de remoto respeto por el numen que las habitó, pues dichas creencias estaban profundamente incrustadas en la religiosidad popular, facilitando su pervivencia a pesar de la progresiva cristianización de fiestas, lugares paganos y divinidades.

Estas mismas connotaciones debieron de perdurar en el entorno del escondido valle de Perales, pues cuando se decidieron a levantar una ermita a la patrona de la localidad, buscaron acomodo en un pico de la sierra, por encima de la Dehesa de Arriba, lejos de la población matriz, extrañamente fuera del alcance de su vista en una zona de especial expresividad paisajística, a la que bautizaron con el sugerente nombre de la Virgen de la Peña. Hermoso subterfugio por lo que aquello que estuvo sacralizado, la iglesia tuvo la necesidad de sacralizar, cambiándolo de contexto mediante un proceso de resignificación para intentar tapar un recuerdo que de alguna manera se mantuvo vivo, reincidiendo en una nueva tentativa de conjurar el carácter maléfico pagano, generalmente asociado a la piedra que sobrevivió oculta en el valle. Las invectivas sobre ritos y usos paganos derramadas por San Martín, Obispo de Braga, sobre la región galaica, constituye una prueba palpable de la supervivencia en el siglo VI de los mismos cultos célticos que se practicaba aún entre la población rústica de esa época, conjugados con otros del paganismo grecorromano y bárbaro que no se rendiría tan fácilmente, tapados por festividades, ritos de paso y fecundidad, cosmologías y otras creencias. Todavía en el XVIII Concilio de Toledo celebrado entre los años 698 y 702, se reiteran las condenas a los idólatras veneradores de piedras, medidas que prueban la amplitud y extensión de estas perduraciones prerromanas no exclusivas del mundo galaico, sino también de su extensa periferia.

La supervivencia de lo pagano hasta bien avanzada la Edad Media está más que demostrada, sirvan de ejemplo los datos recogido por M. Almagro-Gorbea acerca de la población de determinadas regiones de Burgos, Soria y norte Guadalajara, las cuales hasta los siglos IX y X vivían independientes de musulmanes y cristianos que las fuentes árabes denominan Ayam, quienes no hablaban árabe, pero tampoco eran infieles o cristianos. Estas poblaciones aisladas y mal cristianizadas como los Sarra´inin extendidos desde el Duero hasta el Sistema Central, vivían como bandidos, haciendo emboscadas para obtener botín…lo que les permitía mantener sus costumbres ancestrales, entre ellas sus cantos épicos, hasta ser cristianizados tras la reconquista [120]. Es decir, y pese a la historia mal contada de esta región, en los siglos que siguieron a la caída de Roma, muchas poblaciones, sobre todo de zonas agrestes como esta, conocieron muy tarde las primeras esencias del cristianismo facilitando el arraigo y mantenimiento de tradiciones y recuerdos de un pasado que no conoció su aniquilación hasta nuestro presente, cuando de forma tumultuosa van a suceder grandes cambios mentales y sociales.

Hoy la ermita de la Virgen de la Peña se halla en ruinas, pero hasta el siglo pasado siguió congregando en numerosa romería fieles a los cuales se les dirigía un sermón, la concurrencia de estos debía de ser tan numerosa, que se esculpió un púlpito en una dura roca granítica al exterior del templo, donde aún permanece como otra curiosidad ligada al ámbito de las creencias religiosas, y como una demostración palpable, de los diferentes sentidos y funciones acaparados por este lugar a lo largo de su biografía cultural, testimoniando la vitalidad de un culto, al mismo tiempo que la perennidad de las formas cultuales (Fig 8).

Figura 8: Púlpito labrado al exterior de la ermita de la Virgen de la Peña (Perales del Puerto, Cáceres).

FUENTES.-

[1] El Informe sobre lugares de interés en la Sierra de Gata para ADISGATA fue redactado por Manuel de Alvarado en el año 1996, el cual nos comunicó la existencia de la cabeza altar. Recientemente varias fotos de esta escultura fueron colgadas en un blog de internet por D. Luis Ramajo (http://ilovesierradegata.blogspot.com.es/2016/01/altar-prehistorico-perales-del-puerto. html), con quién tuvimos oportunidad de compartir una de las visitas al sitio.

[2] GONZÁLEZ CORDERO, A. (2012): La Edad del Cobre en la Alta Extremadura. Asentamientos y organización del Territorio, Vol. II. Facultad de Filosofía y Letras de la Univ. De Extremadura. Cáceres. Tesis Inédita. P.173.

[3] http://edabea.es/pub/list.php?refpage=%2Fpub%2Fsearch_select.php&quicksearch= perales+del+puerto+caceres (HEp: 22157, 23148, 23149, 23150)

[4] Sobre la Arcóbriga lusitana en PTOLOMEO, (Tab. Geo.II, 5, 5).

[5] GÓMEZ-PANTOJA J. (2001) “Pastio agrestis. Pastoralismo en Hispania romana”, J. Gómez-Pantoja (coord.), Los Rebaños de Gerión. Pastores y trashumancia en Iberia antigua y medieval, Colección de la Casa de Velázquez, vol. 73. P.205. y en GAMALLO, J. L., GIMENO, H. y VARGAS G. (1992): Inscripciones del Norte y Suroeste de la provincia de Cáceres: revisión y nuevas aportaciones. Cuadernos de Prehistoria y arqueología de la Univ. Autónoma de Madrid. Pp. 399-419

[6] SÁNCHEZ PAREDES, A. (1976); Inscripciones latinas de la Vettonia. V Congreso de Estudios Extremeños. Ponencias VII y VIII, Arqu. y Arte Antiguo. Mérida. P. 91

[7] Ibidem, p.96.

[8] MELENA, J. L. (1985): Salama, Jálama y la epigrafía latina del antiguo corre-gimiento. Symbolae Ludovico Mitxelena septuagenario oblatae. Pamplona. Pp. 475-530.

[9] OLIVARES PEDREÑO, J. C. (2002): Los dioses de la Hispania Céltica. Real Academia de la Historia, BAH 15. Madrid. P. 38.

[10] OLIVARES PEDREÑO J. C.: Los dioses de la Hispania…Ob. Cit., p.132. Map. 9.

[11] GONZÁLEZ CORDERO, A. (2008): De los espacios sagrados a los espacios simbólicos: el santuario rupestre del Valle de Cancho Castillo (Peraleda de San Román). XV Coloquios Históricos del Campo Arañuelo. Navalmoral de la Mata. Pp. 13-146.

[12] PAREDES GUILLÉN, V. (1899): Repoblación de la villa de Garrovillas. Estudio Geográfico. Boletín de la Real Academia de la Historia, 34. Madrid. P. 300.

[13] CELESTINO PÉREZ, S. (2001): Los santuarios de Cancho Roano. Del indigenismo al Orientalismo arquitectónico. Arquitectura Oriental y Orientalizante en la Península Ibérica. Centro de Estudios del Próximo Oriente, 4. Madrid. P. 29 y 33.

[14] CORREIA SANTOS, Mª. J. (2015): Santuarios rupestres de la Hispania Indoeuropea. Tesis Doctoral. Universidad de Zaragoza, 67. Zaragoza. P. 149-153.

[15] CABRÉ AGUILÒ, J. (1910): La montaña escrita de Peñalba, Boletín de la Real Academia de la Historia, 56, Madrid. Pp. 258.

[16] BENITO DEL REY, L., GRANDE DEL BRÍO, R. (1994): “Nuevos santuarios rupestres prehistóricos en las provincias de Zamora y Salamanca”, Zephyrus, XLVII. Salamanca. Pp. 115.

[17] VIRGILIO SEVILLANO, F. (1978): Testimonio arqueológico de la provincia de Zamora. Zamora. P. 116.

[18] LÓPEZ MONTEAGUDO, G. (1987): Las cabezas cortadas en la Península Ibérica. Gerión, 5. Revista de Historia Antigua. Madrid. P. 247.

[19] LENERZ-DE WILDE, M. (1993): Sculptures anthropomorphes du 2º Age du Fer. Les representations humaines du Neolitique a l´Age du Fer. Eds. Du Comité des Travaux historiques et scientifiques. París. P. 242.

[20] ROSS, A. (1967): Pagan Celtic Britain. Studies in Iconography and Tradiction. London-New York. Lam. 17.

[21] ESTRABÓN (Geog. III, 1, 4).

[22] JACOBSTAHL, P. (1969): Early Celtic Art. Oxford. P. 12,

[23] El término cabezas cortadas como señalara Blázquez (Cabezas cortadas. Historia 16, nº 26. Madrid. P. 33) siguiendo las reputadas opiniones de Jacobsthal y Lambrechts, es inexacto, pues muchas de estas cabezas no representan a individuos decapitados y tampoco aluden a la costumbre celta de cortar la cabeza de los enemigos.

[24] LAMBRECHTS, P. (1954): L´exaltation de la Tête dans la pensée et dans l´art des celtes. Brugge. P. 34.

[25] MUÑOZ GARCÍA, J. (1953): El Jano de Candelario. Zephyrvs, 4. Salamanca. Pp. 69-73.

[26] BLÁZQUEZ J. Mª: Cabezas cortadas…Ob. Cit., p. 38.

[27] GONZÁLEZ-RUIBAL, A., (2004): Artistic Expression and Material Culture in Celtic Gallaecia, e-Keltoi, 6. pp. 137.

[28] BLÁZQUEZ MARTÍNEZ, J. Mª. (1962): Religiones primitivas de Hispania. Fuentes literarias y epigráficas. Biblioteca de la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma, 14. Madrid. P. 225.

[29] FERNÁNDEZ CARBALLO, L. (2001): O guerreiro galaico de Ralle (Taboada-Lugo): relectura etnoarqueolóxica do torques, Gallaecia, 20. Santiago de Compostela. Pp. 133-147.

[30] GONZÁLEZ-RUIBAL, A., (2001): Camino del tiempo. Orígenes protohistóricos de la Depresión Meridiana. Lorouco, 3. El Ferrol. P.164.

[31] LENERZ-DE WILDE: Sculptures anthropomorphes… Ob. Cit., p. 243.

[32] http://www.musarqourense.xunta.es.

[33] ABAD CASAL, L. y MORA RODRÍGUEZ. Mª. G. (1979): Una nueva cabeza cortada en Extremadura. Est. dedicados a Carlos Callejo Serrano. Cáceres. Pp. 21-30.

[34] BENOIT, F. (1955): L´art primitif méditerranéen de la vallée du Rhône, Aix en Provence. P. 37.

[35] JACOBSTAHL: Early Celtic…Ob. Cit., p. 12.

[36] GONZÁLEZ-RUIBAL: Artistic Expression…Ob. Cit., p. 156.

[37] ALMAGRO GORBEA, M. Y LORRIO ALVARADO, J. (1993): la Tête humaine dans l´art celtique de la Péninsule Ibérique. Les representations humaines du Neolitique a l´Age du Fer. Eds. Du Comité des Travaux historiques et scientifiques. París. P. 224.

[38] AMBRUSTER, B. R. (1995): Sur la Technologie et typologie du collier de Sintra (Lisbonne, Portugal), un œuvre d´orfèvrerie du Bronze Final Atlantique composé des tipes Sagrajas-Berzocana et Villena-Estremoz. Trabajos de Prehistoria, 52, nº 1. Madrid. Pp. 160.

[39] BRAÑAS, R. (1995): Indíxenas e romanos na Galicia Céltica. Librería Folhas Novas. Santiago de Compostela.

[40] TITO LIVIO (Hist. Rom. XXXIII, 36.13).

[41] GONZÁLEZ-RUIBAL: Artistic Expression…Ob. Cit., p. 118.

[42] SAYANS CASTAÑOS, M. (1964): Dos cabezas célticas y una romana de Plasencia (Cáceres). VIII Congreso Nacional de Arqueología. Sevilla-Málaga. Zaragoza. Pp. 265-271.

[43] ABAD CASAL, L. y MORA RODRÍGUEZ. Mª. G. Una nueva cabeza… Ob. Cit., p. 31.

[44] HERAS MORA, F. J.; CÁCERES, V. M.; CALDERÓN, Mª. N. y GIL MONTES, J. (2004): Poblamiento romano y romanización: un ejemplo en torno a Talaván (Cáceres). Norba, Revista de Historia, Vol. 16, 1996-2003. Cáceres. P.134.

[45] http://www.sierradegatadigital.es/articulo/cultura/cabezas-sueltas-de-guerreros-y-estatua-gigante-idolo/20151104041540019464.html

[46] RODRÍGUEZ ARROYO, J. C. (2007): Figuras y rostros pétreos de Sierra de Gata. Revista Alcántara, 67. Cáceres. P. 116.

[47] ABAD CASAL, L. y MORA RODRÍGUEZ. Mª. G. Una nueva cabeza… Ob. Cit., p. 24.

[48] ESTRABÓN (Geog.III, 3, 6, 7 y IV, 5).

[49] TITO LIVIO (Per, 49).

[50] BLÁZQUEZ MARTÍNEZ, J. Mª. (1958): Sacrificios humanos y representaciones de cabezas en la Península Ibérica, Latomus XVII. Bruselas. P. 27.

[51] BALIL, A. (1954): Cabezas cortadas y cabezas trofeos en el Levante español, en Congreso internacional de Ciencias prehistóricas y Protohistóricas, Actas de la IV sesión, Zaragoza. Pp. 871.

[52] LÓPEZ MONTEAGUDO, G.: Las cabezas cortadas…Ob. Cit., p. 245.

[53] BLANCO FREIJEIRO, A (1956): Cabeza de un castro de Narla. Notas sobre el tema de la cabeza humana en el arte céltico, Cuaderno de Estudios Gallegos, XXXIV. Santiago de Compostela. Pp. 159-180.

[54] BLÁZQUEZ MARTÍNEZ, J. Mª. (1962): Religiones primitivas de Hispania. Fuentes literarias y epigráficas. Biblioteca de la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma, 14. Madrid. P. 224.

[55] AGUILERA DURÁN, T. (2014): El rito celta de las cabezas cortadas en Iberia: revisión de un tópico historiográfico. VII Simposio sobre los celtíberos. Nuevos hallazgos, nuevas interpretaciones. Teruel. Pp. 295-302.

[56] Ibiden, p. 299.

[57] ALMAGRO GORBEA, M. Y LORRIO ALVARADO, J. (1992): Represen-taciones humanas en el arte céltico peninsular, II Symposium de Arqueología Soriana: Homenaje a Teógenes Ortego y Frías, vol. 1, Diputación Provincial, Soria. P. 413.

[58] LUIS TORRES, Mª. I. (1995): O sedente de Pedrafita. Boletín Auriense, 25. Orense. Pp. 37-50.

[59] MARTINS M. y SILVA, A. C. F. da (1984): A estatua de guerreiro galaico de S. Julião (Vila Verde), Cadernos de Arqueología, serie 2, 1. P.43.

[60] RODRÍGUEZ CORRAL, J. (2012): Las imágenes como un modo de acción: las estatuas de los guerreros castreños. Archivo Español de Arqueología, 85. Madrid. P.80.

[61] CORREIA SANTOS, Mª. J.: Santuarios rupestres…Ob. Cit., p. 1021.

[62] RODRÍGUEZ CORRAL, J.: Las imágenes…, Ob. Cit., p. 89.

[63] CARRASCO SERRANO, G. (2007): Los pueblos prerromanos en Castilla la Mancha. Univ. De Castilla la Mancha. Cuenca. P. 133.

[64] CORREIA SANTOS, Mª. J.: Santuarios rupestres…Ob. Cit., p. 1104.

[65] MANDIANES, M. (2009): El Diablo en Galicia. Revista Murciana de Antro-pología, 16. Murcia. P. 428.

[66] ALMAGRO GORBEA, M.; BARRIGA, J. J; MARTÍN, A. M; PERIANES, E. y DÍEZ, N. (2017): El “paisaje sacro” de Garrovillas de Alconétar (Cáceres), Revista de Estudios Extremeños. LXXIII, 1. Badajoz. P. 94.

[67] BLÁZQUEZ MARTÍNEZ, J. Mª: Religiones primitivas…Ob. Cit., p. 39.

[68] ALMAGRO GORBEA, M. (2015): Sacra Saxa. Peñas Sacras propiciatoria y de adivinación de la Hispania Céltica. Estudos Arqueológicos de Oeiras, 22. Oeiras. Pp. 329-410.

[69] S. MARTÍN DUMIENSE (De correc. Rust. XVI).

[70] BLÁZQUEZ MARTÍNEZ, J. Mª: Religiones primitivas…Ob. Cit., p. 9.

[71] LUCANO (Farsalia. I, 444-446).

[72] PASTOR MUÑOZ, M. (1981): El culto al dios Silvano en Hispania, ¿innovación o sincretismo? Paganismo y cristianismo en el occidente del Imperio romano. Oviedo. P. 104.

[73] BENITO DEL REY, L., AUGUSTO BERNARDO, M. y SÁNCHEZ RODRIGUEZ, M. (2003): Santuarios rupestres pré-históricos em Miranda do Douro, Zamora e Salamanca. Miranda do Douro. P. 47.

[74] PASTOR MUÑOZ, M: El culto al dios Silvano…Ob. Cit., p. 105,

[75] CALLEJO SERRANO, C. (1965): Aportaciones a la epigrafía del campo norbense. Boletín de la Real Academia de la Historia, CLVII. Madrid. Pags. 21 y 22.

[76] ESTEBAN ORTEGA, J. (2007): Corpus de inscripciones latinas de Cáceres. I. Norba. Cáceres. Cat. nº 348.

[77] GÓMEZ PANTOJA, J. y TRIGUERO, I (e/p): Háblenme montes y valles, grítenme piedras del campo. En V. Mayoral (ed.), Arqueología y sociedad de los espacios agrarios: en busca de la gente invisible en la materialidad del paisaje, Mérida.

[78] CORREIA SANTOS, Mª. J.: Santuarios rupestres…Ob. Cit., p. 834.

[79] PLINIO (Nat. Hist. XXXI, 23-24); en Blázquez, Religiones primitivas…Ob. Cit., 35.

[80] RODRIGO LÓPEZ, V. y HABA QUIRÓS, S. (1992): Aguas medicinales y culto a las aguas en Extremadura. Espacio, Tiempo y Forma. Serie II. Hª Antigua, tomo V. Madrid. Pp. 351-382, y VELÁQUEZ SORIANO, I y RIPOLL PÉREZ, G. (1992): Pervivencias del termalismo y el culto a las aguasen época visigoda hispánica. Espacio, Tiempo y Forma. Serie II. Hª Antigua, tomo V. Madrid. Pp. 555-580.

[81] PÉREZ AGORETA, Mª. J y MIRÓ I ALAIX, C. Eds. (2018): Vbi aquae ibi salus. Aguas mineromedicinales, termas curativas y culto a las aguas en la Península Ibérica (desde la Protohistoria a la Tardoantigüedad). Madrid. 177-378.

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[83] AGUILERA DURÁN, T: El rito celta…Ob. Cit., p. 300.

[84] BLÁZQUEZ MARTÍNEZ, J. Mª. (1975): Diccionario de las Religiones Prerromanas de Hispania. Madrid. P. 137.

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[89] OLIVARES PEDREÑO, J. C: Los dioses de la Hispania…Ob. Cit., p. 181.

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[92] OLIVARES PEDREÑO, J. C: Los dioses de la Hispania…Ob. Cit., p. 159.

[93] OLIVARES PEDREÑO, J. C: Los dioses de la Hispania…Ob. Cit., p. 193 y ANDREU PINTADO, J. (2018): La sacralización del agua en la Hispania romana: una perspectiva epigráfica. Aguas mineromedicinales, termas curativas y culto a las aguas en la Península Ibérica (desde la Protohistoria a la Tardoantigüedad). P. 99.

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[99] OLIVARES PEDREÑO, J. C: Los dioses de la Hispania…Ob. Cit., p. 175.

[100] BERROCAL RANGEL l. y OYOLA FABIÁN, A. (1997): Una dedicación a Júpiter en la Beturia. Los yacimientos de las Casas de Sejo (Segura de León, Badajoz). Archivo Español de Arqueología, 70. Madrid. Pp. 281-290.

[101] INYPSA (1993). La minería en Extremadura. Junta de Extremadura. Badajoz. Pags. 66 y 69.

[102] TRANOY, A. (2004) : Panóias ou les rocheur des dieux. Conimbriga, 43. Coimbra. P. 90.

[103] CALO LOURIDO, F (1993): Arte Castrexa: escultura e decoración arquitectónica. Cuaderno de Estudios Gallegos, XLI, Fasc. 106. Santiago de Compostela. P. 91.

[104] CICERÓN (De Natura Deorum I, 84).

[105] VAZQUEZ HOYS, A. Mª (1983): Algunas consideraciones sobre los cultos locales en la Hispania romana. Paganismo y cristianismo en el occidente del Imperio romano. Memorias de Historia Antigua V-1981. Oviedo. P. 42.

[106] ALMAGRO GORBEA, M. Y LORRIO ALVARADO, J: Representaciones humanas. Ob. Cit.

[107] BLÁZQUEZ MARTÍNEZ, J. Mª: Diccionario…Ob. Cit., p. 20.

[108] CARIDAD ÁRIAS, J. (1999): Cultos y divinidades de la Galicia prerromana a través dela toponimia. Fundación Barrié. La Coruña. P. 21.

[109] MARCO SIMÓN, F. (1987): La religión en la Celtiberia. I Simposium sobre los celtíberos. P. 59.

[110] ALFAYÉ VILLA, S. (2003): Iconografía divina en Celtiberia: una revisión crítica. Archivo Español de Arqueología, 76. Madrid. P. 96.

[111] CALO LOURIDO, F: Arte Castrexa…Ob. Cit., p. 90.

[112] RAFTERY, B. (1993): La statuaire en bois et en Pierre de l´Âge du Fer irlandais. Les representations humaines du Neolitique a l´Age du Fer. Eds. Du Comité des Travaux historiques et scientifiques. París. P. 261.

[113] BLÁZQUEZ MARTÍNEZ, J. Mª: Religiones primitivas…Ob.Cit., p. 7.

[114] TÁCITO, (Germania, 9.3).

[115] ALFAYÉ VILLA, S: Iconografía divina…Ob. Cit., p. 77.

[116] OLIVARES PEDREÑO, J. C y RÍO-MIRANDA J. (2009): Tres aras votivas procedentes de Cerezo (Cáceres) y una nueva gentílitas en Lusitania. Lucentum, XXVIII. Alicante. P. 198.

[117] GÓMEZ SANTA-CRUZ, J. y ESTEBAN ORTEGA (2014): Dioses y santuarios locales en el territorio caparensis. Santuarios suburbanos y del territorio de las ciudades romanas. J. Mangas y M. A. Novillo eds. Madrid. P. 499.

[118] ALMAGRO GORBEA, M: Sacra Saxa…Ob. Cit., p. 331.

[119] En un reducido espacio del Sistema Central entorno a la raya de las dos naciones ibéricas, se levantan varios montes cuya sacralización en la antigüedad es manifiesta, pues todos se hallan plagados de ermitas, iglesias e incluso monasterios empeñados en encubrir lo que a todas luces sus propios nombres pregonan. Contando por encima podemos enumerar las siguientes dedicadas en Monsanto a Santa María, S. Miguel, S. Pedro de Vir a Corça; en Xálima a San Casiano, San Blas, Santa Clara, o la Divina Pastora; en Monsagro al Cristo del Amparo; y en la Peña de Francia: a Ntra. Sra. de la Peña de Francia.

[120] ALMAGRO GORBEA, M. (2017): Las raíces celtas de la literatura castellana. Discurso pronunciado por el autor en la Real Academia de Doctores de España. Madrid.

 

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