Dic 092017
 

María del Carmen Martín Rubio.

El emperador Carlos V y Francisco Pizarro fueron dos grandes caudillos del siglo XVI, un siglo en el que las naciones europeas buscaban su identidad mediante interminables luchas y en el que se comenzaba a colonizar el Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón apenas tres décadas antes, entonces llamado las Indias. Las crónicas coetáneas recogen que estos dos grandes caudillos se admiraron mutuamente en algunos momentos y que en otros se distanciaron. En las presentes páginas, junto con la descripción de algunos de sus más relevantes hechos, se trata de analizar si ese distanciamiento se produjo a nivel personal o sólo fue político.

Francisco Pizarro

Francisco Pizarro, con sólo diecisiete años, formó parte de los Tercios españoles que en 1495 luchaban en Italia a las órdenes del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba. En 1502 se trasladó a las Indias y durante siete años trabajó en la isla Española, o Santo Domingo, como un soldado anónimo a las órdenes del gobernador Nicolás de Ovando. Al cabo de este tiempo, como la isla quedó pacificada, no tendría nada que hacer allí un hombre que durante toda su corta vida había sido militar, de ahí que el anónimo soldado decidiría enrolarse en la expedición que el navegante Alonso de Ojeda preparaba para explorar Veragua, territorio situado al este de la actual Colombia, donde había sido nombrado gobernador. Es muy conocido que Ojeda fue herido de gravedad por los aborígenes en el golfo de Urabá y que, no pudiendo curarse, hubo de regresar a Santo Domingo; mas no es tan conocido que antes de partir nombró a Pizarro jefe de la expedición con el grado de teniente y que, después de pasar muchas penalidades, los expedicionarios llegaron al golfo del Darién, donde el gobernador Enciso fundó la ciudad de Santa María del Darién[1].

El trujillano conoció allí al intrépido jerezano Vasco Núñez de Balboa y con él participó en el descubrimiento del Mar del Sur, luego llamado océano Pacífico, el 25 de septiembre de 1513 y, al recorrer parte de la costa norte del mar recién descubierto, oyó decir a los aborígenes que mucho más al sur había un reino muy rico. Francisco Pizarro no olvidó aquellas noticias y al corroborarlas en otras expediciones que, ya como capitán realizó por el Atlántico, sintió el anhelo de llegar al rico reino; sobre todo cuando años más tarde, viviendo en Panamá, tuvo acceso a un informe del inspector Pascual de Andagoya en el que el inspector verificaba que el rico reino existía y se llamaba Birú. Pero descubrir aquel reino no era fácil: los indios del Caribe eran muy belicosos, habían matado a muchos españoles en las exploraciones efectuadas hasta entonces, por aquellos parajes no había riqueza y se necesitaba un gran capital para preparar una expedición.

Por entonces Pizarro había llegado a ser alcalde de Panamá y compartía negocios de vacas y una encomienda con otro soldado llamado Diego de Almagro, que también soñaba con llegar al Birú, por tanto ambos disfrutaba de una buena posición social y de una economía holgada; pero con el dinero que generaban sus negocios no podían armar dos navíos y sufragar los gastos de la expedición. Tuvieron la suerte de que se interesara por el proyecto el clérigo Hernando de Luque, maestrescuela de la catedral de Santa María de la Antigua; un hombre culto que tenía muy buenas relaciones sociales, mediante las cuales consiguieron varios préstamos para iniciar la construcción de un navío. Seguidamente crearon entre los tres verbalmente la Compañía de Levante, con el fin de depositar en ella el dinero que obtuvieran y pagar las deudas contraídas. A Pizarro no le importó endeudarse, ni perder su cargo de alcalde; por el contrario, debió de sentirse muy feliz cuando, a sus cuarenta y seis años, el 24 de noviembre de 1524 iniciaba la navegación en busca del anhelado Birú[2].    .

El emperador Carlos V      

Si la vida de Francisco Pizarro fue complicada hasta 1524, por aquellas fechas no era menos la del emperador Carlos V. El emperador había llegado a España en 1517 y durante los tres años siguientes recorrió las ciudades de Castilla, Aragón y Cataluña para ser jurado rey, como Carlos I. En 1520 tuvo que viajar a los Países Bajos con el fin de ser coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y sus súbditos, especialmente los castellanos y valencianos, quedaron sumidos en un profundo descontento: no habían comprendido bien los afanes del monarca extranjero por conseguir la corona imperial, ni habían aceptado los nuevos tributos que por tal motivo había impuesto y mucho menos que sólo tuviera diecisiete años de edad y que hubiera llegado de Flandes rodeado de nobles flamencos a los que, sin conocer las características y costumbres del pueblo español, había entregado los cargos principales del gobierno. Tampoco entendieron que mandara a Alemania a su hermano Fernando, a quien por haberse criado en Castilla consideraban el verdadero sucesor de Fernando el Católico, y que al marchar hubiera dejado el reino en manos de su preceptor Adriano de Utrech; tan gran descontento había provocado revueltas aún antes de que Carlos saliera de España y, estando ya en los Países Bajos, desembocó en los movimientos llamados de las Comunidades en Castilla y de las Germanías en Valencia[3]. Además el joven monarca hubo de enfrentarse a otros graves problemas: convulsiones en Austria y el imparable avance de una nueva doctrina en Alemania, en contra de la religión católica, predicada por el fraile agustino Martín Lutero la cual, como paladín de la cristiandad desde que había sido elegido emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, estaba obligado a frenar.

Carlos hizo frente a todos estos problemas desde Bruselas y aunque no le fue posible poner fin a la situación austriaca, ni pudo terminar con la doctrina de Lutero, en España consiguió vencer a los rebeldes estrechamente coordinado con el regente Adriano de Utrech, por lo que cuando volvió en 1522, convertido en emperador, dio un perdón general y, pese a que aún quedaban algunos rescoldos entre los agermanados valencianos y mallorquines, el reino quedó prácticamente pacificado. Sin embargo, el emperador no tuvo sosiego, ya que le asediaron nuevas guerras; la primera con Francia: el territorio navarro había sido invadido en 1521 por Francisco I y, aunque en 1522 en su mayor parte estaba recuperado, todavía permanecía en su poder la ciudad de Fuenterrabía. Carlos V, consiguió liberarla en 1524 tras una dura campaña en la que se halló presente, pero el monarca francés no conformándose con la pérdida de Navarra continuó su ofensiva bélica: ese mismo año derrotó en Marsella al ejército imperial y después dirigió sus tropas al norte de Italia con intención de apoderarse de aquellos estados y, además, a todas estas ofensivas bélicas, se unió la amenaza turca en el Mediterráneo y el descontento de los príncipes austriacos que no veían bien ser gobernados por su hermano Fernando[4].

Pero tan graves problemas no fueron óbice para que el emperador tuviera siempre muy presentes sus dominios indianos: ya en 1519 Fernando de Magallanes le propuso buscar un paso entre el océano Atlántico y el Mar del Sur descubierto seis años antes por Núñez de Balboa; Carlos aceptó su propuesta y puso a su disposición cinco naves que salieron del puerto de Sevilla el 20 de septiembre de ese mismo año y, aunque Magallanes murió durante aquella aventura, uno de sus compañeros, Juan Sebastián El Cano, tomó el mando de la expedición y consiguió regresar a San Lúcar de Barrameda el 6 de septiembre de 1522 con tres grandes noticias: en el istmo de Panamá habían encontrado el paso que unía el océano Atlántico con el Mar del Sur, desde entonces conocido por océano Pacífico, paso al que emperador dio orden de estudiar en febrero de 1524, habían descubierto un conjunto de islas de hermosas playas, después llamadas Filipinas, y habían comprobado la esfericidad de la tierra. Asimismo Hernán Cortés, que en 1504 había salido hacia el Nuevo Mundo, en 1519 comunicó al emperador que al norte de Santo Domingo y Cuba había conquistado una serie de tribus entre las que se encontraban los tlaxcaltecas y los poderosos nahuatls o mexicas, y que en aquellos grandes territorios había fundado un reino al que llamó Nueva España; ante tan gran noticia, Carlos premió su hazaña en 1522 nombrándole gobernador y capitán general. A su vez, en 1523 Pedro de Alvarado, que junto con Hernán Cortés había participado en la conquista de Nueva España, incursionó al mando de un pequeño ejército en los territorios mayas y el 25 de julio de 1524 fundó la ciudad de Santiago de los Caballeros en Guatemala.

Como se ha visto el 24 de noviembre de en ese mismo año, Francisco Pizarro comenzaba a navegar desde Panamá con el fin de explorar la costa sur del océano Pacífico. Carlos V que, según el historiador García Mercadal[5], se hallaba entonces en Madrid para curarse, con su buen clima, de fiebres palúdicas contraídas en Valladolid, no supo nada de la aventura que iniciaba el intrépido trujillano; tardaría cinco años en enterarse, debido a que la exploración fue muy difícil y requirió mucho tiempo.

En busca del Birú

El capitán Francisco Pizarro y ciento doce expedicionarios que le acompañaban habían salido eufóricos del puerto de Panamá; daban por hecho que muy pronto iban a llegar al fabuloso reino mencionado por el inspector Pascual de Andagoya mas, a los pocos días de haber iniciado la navegación, su euforia se convirtió en un total desanimo ya que, conforme avanzaron, sólo encontraron tierras desérticas, pantanosas, sin vegetación, agua y comida. A principios de 1525 habían muerto muchos expedicionarios de hambre y por picaduras de mosquitos; los que quedaban estaban enfermos y hambrientos ya que, según el cronista Cieza de León, casi no tenían agua y sólo podían comer dos mazorcas de maíz por día y su situación aún fue peor unos meses más tarde, porque ni siquiera tenían maíz: sólo se podían alimentar con algún marisco, que encontraban en las playas, y plantas que sabían a ajo[6]. En esas circunstancias, un día los famélicos expedicionarios divisaron a lo lejos un fortín en lo alto de un cerro y vieron que estaba vacío por lo que entraron en las casas, comieron cuanto pudieron y decidieron pasar allí la noche; no habían llegado a sospechar que los nativos estaban muy cerca y que les habían tendido una trampa. Se apercibieron de madrugada cuando, de repente, cayó sobre sus cuerpos, sin corazas, una lluvia de lanzas, flechas y piedras. Aunque se defendieron, murieron muchos y la mayoría de los que quedaron con vida tenían graves heridas. El mismo Pizarro recibió siete, al decir del cronista Francisco de Jerez, tan profundas que los nativos, pensando que había muerto, le dejaron tirado en el suelo; pero el trujillano no estaba muerto y cuando los sobrevivientes pudieron huir, le recogieron y llevaron al navío, donde poco a poco le fueron curando las heridas.[7]

Diego de Almagro, que unos meses después salió de Panamá llevando setenta hombres de repuesto y alimentos, también fue atacado en el mismo lugar; no murió en el feroz ataque, pero para el resto de su vida quedó tuerto y sin tres dedos en una de sus manos. Sin embargo, cuando al fin se reunió con su socio, ninguno de los dos quiso abandonar la exploración, como pedían todos los expedicionarios ya que, al no poder pagar las deudas contraídas, en Panamá les esperaba la cárcel; por el contrario decidieron que Pizarro continuara explorando y que Almagro regresara en busca de nuevos hombres y alimentos. De ahí que mientras Almagro conseguía los nuevos refuerzos, Pizarro navegó durante otro año, tiempo en el que volvieron a morir muchos hombres por hambre, dolencias o ataques de los aborígenes: de los ciento ochenta y dos que habían formado la expedición, sólo cincuenta se hallaban con vida y muchos de ellos padecían enfermedades.

Almagro regresó en mayo de 1526 con otros ciento diez expedicionarios, entre los que se hallaba un piloto llamado Bartolomé Ruiz, y en junio, un poco repuestos con los víveres que llevó, todos juntos continuaron explorando en sus dos buques. Los primeros días volvieron a encontrar parajes de selva intrincada y ciénagas, pero, al fin, el 24 de ese mes llegaron al río de San Juan, en la parte central de la actual costa colombiana; allí las tierras eran algo más fértiles, pero sus belicosos pobladores les infringían continuos ataques y después huían; sin embargo, después de recorrer sus márgenes, pudieron asentarse en un pequeño poblado. Como para entonces habían vuelto a morir muchos expedicionarios y otros estaban heridos o enfermos, los dos socios convinieron en que no podían seguir navegando con tan pocos hombres, que Almagro volviera a Panamá en busca de refuerzos, que Pizarro se quedara atendiendo a los heridos y enfermos y que mientras tanto el piloto Ruiz continuara explorando la costa hacia el sur.

Pizarro y el pequeño grupo de expedicionarios se quedaron esperando setenta días en el río de San Juan; fue una espera muy dura pues, además de recibir feroces ataques de los nativos, las incesantes lluvias mojaban sus ropas y las cabañas donde se guarecían para evitar las grandes plagas de mosquitos que martirizaban sus cuerpos. Casi todos estaban enfermos y cansados, menos Pizarro que parecía de hierro y ayudaba a sus compañeros en cuanto podía.

Un día, cuando la desesperación del pequeño grupo era máxima, vieron que se acercaba un navío: era el del piloto Bartolomé Ruiz Estrada que volvía después de haber recorrido ciento cincuenta leguas. El piloto contó que durante el trayecto había visto muchos pueblos rodeados de tierras de cultivo y traía tres muchachos que había encontrado en una balsa de velas, la cual llevaba ricos objetos de oro, plata, tejidos y ovillos de lana para comerciar con aquellos pueblos. Los muchachos decían ser originarios de una gran ciudad llamada Túmbez y, por señas, hablaban de un lugar muy rico que se llamaba Q`osqo. Como es de suponer, ante la vista de los tumbecinos y de los ricos objetos que transportaban, a Pizarro no le cupo le menor duda de que habían encontrado su soñado Birú[8].

En febrero de 1527 nuevamente regresó Almagro con otros cuarenta hombres. No había podido reclutar más porque le Empresa de Levante, el nombre que tenía la expedición, estaba muy desprestigiada por tantas muertes como habían sucedido. Encontró que Pizarro y sus compañeros sólo tenían huesos pegados a la piel, que estaban amarillos, seguramente por tantas picaduras de mosquitos, y que todos querían regresar a Panamá: sin embargo, como él y su socio determinaron que debían seguir hacia adelante pues ya tenían muestras de la existencia del Birú, volvieron a navegar. Pasaron por varias islas sin detenerse por ser de tierra muy caliente y hallarse deshabitadas; al fin llegaron a una gran ciudad llamada Atacamez, en el actual Ecuador, y al ver que era muy grande y sus habitantes muy belicosos, decidieron que Almagro volviera a Panamá en busca de refuerzos y que Pizarro, con el pequeño grupo de exploradores que sobrevivía, ya que en el derrotero que acababan de efectuar habían muerto otros muchos, se quedara esperando en alguna de las islas que habían encontrado y eligieron una a la que por su forma llamaron del Gallo. En ella sucedió el famoso motín en el que todos los expedicionarios, excepto trece, abandonaron a Pizarro y regresaron a Panamá.

Los trece hombres, luego conocidos por “Los trece de la fama”, y el capitán Pizarro pasaron milagrosamente seis meses más en otra isla a la que llamaron Gorgona, ya que sólo podían alimentarse con cangrejos, monos, gatitos y carne de grandes culebras: el cronista Garcilaso de la Vega Inca dice que sobrevivieron milagrosamente y que se podía decir que Dios los sustentó[9]. Al cabo de ese tiempo Almagro, que había conseguido una nueva licencia del gobernador de Panamá para seis meses, envió al piloto Ruiz y a cuatro o cinco marineros con uno de los dos navíos de la Compañía de Levante y, aunque eran muy pocos hombres, Pizarro no dudó en continuar navegando con ellos. Pronto llegaron a la ciudad de Túmbez, donde fueron recibidos pacíficamente por sus habitantes; desde allí continuaron explorando por el litoral del sur y hallaron poderosas y ricas ciudades; al llegar a una llamada Santa, pensaron que se necesitaba mucha gente para poblar aquellos inmensos territorios y que debían de regresar a Panamá para reclutar a otros expedicionarios.

En septiembre de 1528, ante el asombro de los vecinos, el trujillano desembarcaba en la ciudad, cuatro años después de haber salido de ella, acompañado por los tres muchachos tumbecinos y de unas ovejas muy diferentes a las castellanas: las llamas y su asombro se convirtió en euforia cuando él y sus trece acompañantes contaron que habían descubierto ciudades de piedra, con torres cuadradas y gentes ataviadas con ropa de algodón adornada de oro y plata. Los tres socios, Almagro, Luque y Pizarro, se reunieron para acordar cómo debían de continuar el descubrimiento y poblar los territorios hallados, ya que al ser de tan gran magnitud iban a necesitar muchos hombres, navíos, caballos y víveres y al no contar con el capital necesario, ya que en la exploración realizada habían consumido todo el que tenía la Compañía de Levante e incluso más dinero prestado por algunos vecinos, decidieron hablar con el gobernador Pedro de los Ríos; pero éste, pese a que vio a los muchachos tumbecinos, las llamas y el oro y plata hallados, no quiso ayudarles. Ante su respuesta negativa, los tres socios convinieron en que alguien tenía que ir a España para que Carlos V conociera el descubrimiento y avalara la empresa y, tras acordar pedir el título de gobernador para Pizarro, el de adelantado para Almagro y el de obispo para Luque, encomendaron la misión al trujillano.

El encuentro entre Francisco Pizarro y Carlos V

El capitán Francisco Pizarro llegó a Sevilla en enero de 1529 y rápidamente fue apresado a causa de una demanda de deudas, de cuando había trabajado en Santa María de la Antigua del Darién con Vasco Núñez de Balboa, presentada por el bachiller Fernández de Enciso. Carlos V, al serle notificado el encarcelamiento, mandó ponerle en libertad y ordenó que se le facilitara viajar a Toledo, donde se hallaba desde el 16 de agosto de 1528 junto a la emperatriz Isabel y sus dos pequeños hijos Felipe y María; deseaba conocer personalmente el descubrimiento que su vasallo había realizado, del que ya había sido informado por el Consejo de Indias, y también el proyecto que tenía para colonizar aquellos territorios.

Pizarro inició el viaje el 6 de febrero acompañado por Pedro de Candia, uno de los Trece de la Fama, de los tres muchachos tumbecinos, con algunas llamas, telas y objetos de oro y plata. Sobre un mes después llegaron a la ciudad y según el contador López de Caravantes, el emperador les recibió enseguida. Es de suponer que ambos sentirían una gran curiosidad: el trujillano por conocer al monarca que dominaba casi toda Europa y el Nuevo Mundo y el emperador por ver a quien, según se decía, había realizado tan grandes hazañas. Por su parte, el César encontraría a un hombre mayor: Pizarro tenía entonces cincuenta y un años, lleno de cicatrices a consecuencia de tantas heridas como había recibido, pero de mirada penetrante e intrépida. A su vez Francisco Pizarro vería a un monarca de aspecto más maduro del que correspondía a sus veintinueve años; observaría que llevaba el cabello corto debido a los muchos dolores de cabeza que padecía, cuando la moda de entonces era llevarlo largo y, a pesar de que era feliz en su matrimonio y con sus dos hijos Felipe y María, en su rostro advertiría una sombra de amargura provocada por los ataques de gota que ya empezaba a sufrir y también por los muchos problemas que continuamente le acosaban.

Carlos V: el líder de Europa

En tal sentido recuérdese que Francisco I en 1525 intentó apoderarse de Nápoles, pero que había sido derrotado en la batalla de Pavía y hecho prisionero en Madrid, donde en 1526 consiguió su liberación tras la firma del Tratado de Madrid, en el cual se comprometía a entregar Borgoña al emperador y renunciaba a ocupar el Milanesado, a invadir, Flandes, Italia y Navarra. Pero muy poco después no cumplió el tratado y unido en la liga de Cognac a Enrique VIII de Inglaterra, al papa Clemente VII y a las repúblicas de Venecia, Milán y Florencia, declaró la guerra a Carlos V en forma de desafío personal. Consecuentemente, las tropas de la Liga entraron en Lodi, Lombardía, pero en julio de 1526 el ejército del emperador también llegó a Lombardía y venció al duque de Milán, quedando derrotados los franceses en el norte de Italia pero, como no hubo dinero para pagar a los soldados, éstos obligaron a su jefe, el duque de Borbón, a ir sobre Roma. Consecuentemente la saquearon a primeros de junio de 1527 y el papa Clemente VII tuvo que huir al castillo de Sant Angelo, donde permaneció prisionero durante seis meses. Aunque el emperador no había ordenado aquellos hechos, le acarrearon tan fuertes críticas en toda la cristiandad que le dejaron un tanto amargado por el daño causado a la sede del cristianismo y porque, además veía alejarse su sueño de ser coronado por el papa, al igual que Carlomagno. En los Países Bajos también tenía problemas: el 29 de agosto de 1526 Solimán el Magnífico había vencido a su cuñado Luis de Hungría en la batalla de Moacs y se había apoderado de gran parte de aquel reino. Por otro lado, Martín Lutero continuaba imponiendo su nueva doctrina y los turcos amenazaban con invadir ciudades en el Mediterráneo. Por si fuera poco, en 1527 un ejército francés sitió Nápoles, pero tuvo que retirarse por las enfermedades que contrajeron los soldados y el papa, que seguía ligado con Francisco I, hizo todo lo que pudo para resistir a Carlos, mas viendo su gran fuerza, en julio de 1528 abandonó a los franceses y le entregó Génova. Pero todos estos problemas no impedirían que, en la entrevista de Toledo[10]., el emperador viera en Francisco Pizarro al caudillo que había hecho grandes proezas: “… sin vestido, ni calzado, los pies corriendo sangre, nunca viendo el sol sino lluvias truenos y relámpagos, muertos de hambres, por manglares y pantanos, sujetos a la persecución de los mosquitos, que sin tener con qué defender las carnes, nos martirizaban, expuestos a las flechas emponzoñadas de los indios tres años por serviros, Majestad, por engrandecer vuestra corona por honra de nuestra nación”[11]. El encuentro debió de ser muy cordial: el emperador agradeció a su vasallo el servicio que había hecho, se maravilló ante la presencia de los muchachos tumbecinos y al ver sus raros objetos; sobre todo, le fascinó la descripción que Candia hizo de Túmbez; por todo ello, expresó su pesar ante el desinterés del gobernador Pedro de los Ríos, acogió muy bien que aquellas tierras pasaran a formar parte de su Corona, al igual que las de Nueva España, y prometió a Pizarro todo su apoyo y ayuda. Posiblemente[12]sería entonces cuando el trujillano pidió los cargos de gobernador, adelantado y obispo para él y sus dos socios.

A partir de ese momento, el emperador no volvió a ver a Pizarro ya que necesitaba preparase para ir urgentemente a Italia porque, aunque sus tropas habían obtenido algunos triunfos, temía perder aquellos territorios; de ahí que el 8 de mayo saliese de Toledo. Antes encargó al conde de Osorno, presidente del Consejo de Indias, que oficialmente realizara las gestiones con las que la Corona avalaría y daría luz verde a la Empresa de Levante y el día 24, desde Barcelona, aprobó todas las propuestas pedidas por Pizarro, incluso los cargos para los tres socios, y además ordenó concederle el hábito de la Orden de Santiago, lo que demuestra que el trujillano le había causado una gran impresión.


Las capitulaciones de Toledo

Sin embargo, como el Consejo de Indias tardó cuatro meses en realizar los trámites pertinentes, hasta el 26 de julio Pizarro no obtuvo autorización para continuar explorando y poblando los lejanos territorios que había descubierto. Por fin, ese día la emperatriz Isabel firmó las llamadas capitulaciones de Toledo; en ellas se le nombraba gobernador, adelantado y capitán general, a Diego de Almagro hidalgo y alcalde de la fortaleza de Túmbez, a Hernando de Luque obispo de la misma ciudad y a los Trece de la fama, se les daba el título de hidalgos. El Consejo de Indias estimando que no era conveniente nombrar gobernador y adelantado a dos personas distintas en una misma gobernación, acumuló los cargos en el trujillano, pero asimismo le señaló muchas obligaciones: debía contar con los navíos, aparejos, mantenimientos y otras cosas que fueren menester para el el viaje y población, más doscientos cincuenta hombres y todo ello debía de prepararlo antes de seis meses[13]. Seguramente que esta última condición sería el motivo por el que permaneció en Toledo otros tres meses reclutando gente y que sólo al cabo de ese tiempo pudiera ir a Trujillo, su tierra natal. Allí fue recibido como un gran héroe y se le unieron sus tres hermanos: Hernando, Juan, Gonzalo y algunos vecinos, pero como ni aún con ellos alcanzó el número de hombres asignado en las Capitulaciones, tuvo que permanecer otra larga temporada en Sevilla para reclutar más gente y como tampoco lo consiguió, en enero de 1530, desde la isla Gomera, inició furtivamente la navegación hacia Panamá.

El emperador en Italia y Alemania

Por su parte, Carlos V se hallaba un poco más tranquilo desde que salió de Toledo pues, a la pacífica actitud de Clemente VII, el 15 de junio de 1529 se unió la firma de un armisticio con Enrique VIII y el 29 del mismo mes consiguió otro por el que el papa le permitía ir a Roma para ser coronado. Aún continuaba la guerra con Francisco I en suelo italiano, pero como nuevamente había sido vencido por sus tropas, mientras que en Barcelona preparaba la flota que debía llevarle a Italia, encomendó a su tía Margarita de Austria que negociara la paz con Luisa de Saboya, la madre del monarca francés. Una vez dispuesta la flota puso rumbo a Génova, donde entró el 12 de agosto; para entonces su tía Margarita y Luisa de Saboya habían firmado la Paz de Cambray, o Paz de las Damas, por tanto, ya tenía cercana la ansiada coronación papal que refrendaría la de Aquisgrán de 1520. Pero de repente se vio amenazada con otros gravísimos problemas: Solimán el Magnífico había lanzado una gran ofensiva contra Viena y su hermano Fernando le pedía que fuera a defenderla; además Barbarroja había atacado Argel, amenazaba las plazas norteafricanas y las mismas costas españolas. Felizmente, ni Viena ni las costas españolas fueron atacadas y el 5 de noviembre Carlos pudo entrar en Bolonia donde le esperaba Clemente VII mas, como antes tuvo que conquistar y entregarle Florencia, firmar un acuerdo con Venecia y reponer en Milán a la familia Sforza, hasta el 22 de febrero de 1530 no fue cornado emperador.

A partir de ese momento Italia estaba pacificada, pero en Alemania problemas muy graves pedían su presencia: Viena continuaba en peligro de caer en poder de Solimán el Magnífico, y además había que impedir el avance de la doctrina de Martín Lutero e imponer la unidad cristiana. Por ello el 21 de marzo salió de Bolonia; dos meses después llegó a Augsburgo y tras escuchar la Confesión de los luteranos, en la que volvieron a afianzar su doctrina, el emperador convocó una Dieta e impuso un Interim conciliador, que tampoco fue aceptado. Un tanto decepcionado, se desplazó a Bruselas desde donde, junto con su hermana María, reorganizó el gobierno de los Países Bajos y en enero de 1532 volvió a Alemania porque los turcos nuevamente amenazaban a Viena con doscientos cincuenta mil combatientes. Aunque hasta entonces el ejército imperial no había dejado de luchar en todos los frentes abiertos, Carlos V se había dedicado a hacer una política de pactos con todos sus vecinos; sin embargo desde ese momento decidió entrar personalmente en los combates y, como dice Manuel Fernández Álvarez, fue entonces cuando “el estadista de Europa, daba paso al soldado” [14]

En efecto, a partir de 1532 el emperador acompañó a sus tropas en los campos de batalla, a pesar de que tuvo un mal comienzo porque de camino a Viena sufrió una caída del caballo que le produjo heridas en las piernas y una fuerte erisipela que le ocasionó grandes dolores y le mantuvo enfermo varios meses. Seguramente que durante aquellos días se daría cuenta de lo dura que era la vida del soldado y tal vez recordó las penalidades que había sufrido Francisco Pizarro en su recorrido por el Océano Pacífico. Pero todo ello no impidió que, una vez restablecido, mientras Andrea Doria atacaba a los turcos en el Mediterráneo, el 23 de septiembre de 1532 entrase en Viena capitaneando un gran ejército compuesto por unos cien mil infantes y veinte mil caballos, ante el que Solimán se retiró antes de atacar a la ciudad. Sin entrar en combate, el emperador había vencido a las tropas turcas.

Pero, aunque se vio inmerso en tan graves problemas, Carlos nunca se olvidó de sus dominios indianos, como lo demuestra el hecho de que desde Bruselas mantuviera comunicación con el Consejo de Indias en septiembre de 1531 y desde Ratisbona el 25 de junio de 1532 sobre asuntos concernientes a la colonización y evangelización de aquellos territorios y sobre problemas suscitados en Nueva España con el nombramiento de capitán general hecho al marqués del Valle, Hernán Cortés[15]. Sin embrago, en estas comunicaciones no se dice nada de Francisco Pizarro ¿qué había sucedido con el trujillano durante ese tiempo?

Francisco Pizarro en el Tahuantinsuyo.

El gobernador y capitán general de la Nueva Castilla había conseguido armar tres buques y en uno de ellos salió de Panamá el 1 de enero de 1531 hacia el sur de Océano Pacífico; su impaciencia por volver a explorar aquella costa no le permitió esperar a que se terminaran los preparativos en los otros dos buques. Muy pronto recaló en la isla de las Perlas donde, algunos días más tarde se le unieron sus compañeros y juntos navegaron hacia la ciudad de Túmbez. Durante la navegación encontraron pueblos en los que les hacía frente gente armada, pero un día llegaron a un pueblo llamado Coaque, actual Guaques en Ecuador, en el que sus habitantes no opusieron resistencia; como no tenían alimentos y había abundante comida, decidieron quedarse una temporada en él para reponer fuerzas. Los aborígenes no debieron de aceptar que se quedaran y se rebelaron mas, después de ser vencidos, el cacique les entregó quince mil pesos en oro, plata y esmeraldas, por lo que acordaron que Almagro y dos buques regresaran en busca de refuerzos a Panamá, llevando parte de aquel tesoro y que Pizarro esperara allí su vuelta con los demás expedicionarios. Consecuentemente esperaron durante cinco meses y en ese tiempo murieron sesenta hombres debido a las enfermedades que contraían por el insano clima de aquel lugar, las cuales en venticuatro horas les hacían perder la vida, y sobre todo por una epidemia de verrugas, tan grandes como huevos, que invadían sus cuerpos.

Durante ese tiempo llegó un pequeño navío con treinta hombres al mando del extremeño Sebastián de Benalcázar quien, al ver a tantos enfermos, debió de convencer a Pizarro para que abandonaran Coaque y continuaran navegando juntos. En septiembre iniciaron la navegación hacia la ciudad de Túmbez con la doliente tropa y, cuando después de pasar otras muchas penalidades la encontraron en mayo de 1532, hallaron que la ciudad había sido casi destruida por una etnia enemiga y que sus antiguos amigos ahora eran enemigos. En aquel trayecto Pizarro fundó en la zona de Piura una ciudad a la que llamó San Miguel y también en ese trayecto se les unió el capitán Hernando de Soto quien, con doscientos hombres, llegaba de Nicaragua; la presencia de aquel grupo constituyó un gran refuerzo, dado que quedaban pocos expedicionarios por las muchas muertes acaecidas. Al fin, después de pasar nuevas peligrosas jornadas, el 15 de noviembre de 1532, los ciento sesenta y ocho hombres, que se hallaban vivos, llegaron a Cajamarca, ciudad donde tras haber realizado algunos contactos, se iban a encontrar con Atahualpa, el monarca que en aquellos momentos regía el gran estado inca llamado Tahuantinsuyo. Es bien sabido que el encuentro se produjo al día siguiente y que el Inca fue vencido y capturado; que durante siete meses estuvo encarcelado y que el 25 de julio de 1533 fue juzgado y ejecutado.

Como, durante el tiempo en que Atahualpa estuvo prisionero, entregó un gran tesoro de oro y plata, el 8 de junio de 1533, Juan de Sámano, el secretario de Pizarro, escribió una carta a Calos V en la que le anunciaba que Hernando Pizarro, hermano del gobernador, estaba a punto de viajar a España para llevarle la parte que le correspondía del tesoro por sus reales quintos: doscientos sesenta y cuatro mil ochocientos cincuenta y nueve pesos y, en efecto, el 14 de enero de 1534, cuando el emperador se hallaba en Zaragoza, el tesoro llegaba a Sevilla. Mientras Hernando estaba en España, Pizarro siguió explorando el territorio andino y fundando ciudades: el 11 de agosto de 1533 salió de Cajamarca y el 11 de octubre llegó al valle de los huancas, donde fundó la ciudad de Jauja; el 14 de noviembre entró en Qosqo[16], Cusco, la capital del estado inca y el 24 de marzo de 1534 la refundó en ciudad española; después, tras volver a la costa, el 18 de enero de 1535 fundó la Ciudad de los Reyes o Lima, y el 5 de de marzo de 1535 Trujillo de la Nueva Castilla.

Recompensas de Carlos V

El emperador debió de quedar muy satisfecho con el tesoro recibido, porque en marzo de 1534 otorgó una real cédula a Pizarro por la que ampliaba su gobernación Nueva Castilla, con setenta leguas, y en 1537, tras regresar a España convertido en un auténtico soldado triunfador: había vencido en Túnez a Barbarroja, el general de la flota de Solimán el Magnífico, y a Francisco I en Provenza, debió de valorar muy positivamente que el trujillano hubiera liberado Cusco y Lima de las tropas de Manco Inca, ciudades que el monarca andino mantuvo sitiadas entre 1536 y 1537, y también debió de valorar muy positivamente la labor fundacional que estaba realizando, como se le había encomendado en las Capitulaciones de Toledo, porque el 10 de octubre de ese año, estando en Valladolid junto con su esposa Isabel y sus dos pequeños hijos Felipe y María, le recompensó con el título de marqués, título que aunque carecía de nombre por no conocerse el repartimiento al que se debía anexionar, se acompañaba de dieciséis mil vasallos.

Las dificultades del marqués

Sin embargo, por entones, el marqués tenía un panorama muy difícil; el dinero obtenido con los tesoros de Cajamarca y Cusco lo había gastado en la preparación de nuevas expediciones: además de San Miguel, Jauja, Cusco y Lima en 1536 había fundado San Juan de los Chachapoyas; sabía que debía de seguir explorando por el sur, pero no disponía de capital y la Compañía de Levante que, como se ha visto era propiedad suya y de Diego de Almagro, desde finales de 1535 también carecía de recursos económicos, ya que además de los gastos acarreados por las expediciones, el 1 de enero de 1535, estando en Pachacamac, habían tenido que entregar cien mil pesos al gobernador de Guatemala, Pedro de Alvarado, para que le vendiera su ejército y abandonara los territorios que había ocupado en la serranía de Quito aduciendo que no pertenecían a la Nueva Castilla y a tan difícil situación se unía el descontento que tenía la tropa, ya que la mayoría de aquellos hombres que habían ido al Nuevo Mundo en busca de una mejor vida, se hallaban pobres y únicamente les mantenía la esperanza de encontrar metales preciosos en otros lugares. Por todo ello, Pizarro necesitaba que el emperador siguiera valorando su empresa, de ahí que en diciembre de 1537 mandase de nuevo a su hermano Hernando, que había regresado de España, con otra remesa de metales preciosos correspondientes a los quintos reales de los tesoros hallados en Cusco y en su comarca; mas cuando ya estaba en camino, le hizo volver porque en aquellos momentos la tierra estaba muy alterada y necesitaba tenerle a su lado hasta que estuviera pacificada aunque, según el contador de la Real Hacienda, López de Caravantes[17] no dejó de mandar con otras personas, a buen recaudo, setecientos cincuenta y siete mil ciento cuarenta y cinco ducados.

Guerra con Almagro

Por su parte, Diego de Almagro intentando que los hombres que le seguían consiguieran alguna riqueza, después de reunirse con Pizarro en Cajamarca, organizó una expedición a Chile, pero fue un fracaso total ya que al encontrar solamente tierras estériles, los expedicionarios, entre los que se hallaban integrados los soldados de Pedro de Alvarado, regresaron todavía más empobrecidos por las deudas que habían contraído para participar en la expedición. Ante la dramática situación, sus capitanes optaron por apoderarse de Cusco el 8 de abril de 1537, alegando que la ciudad estaba dentro de la Nueva Toledo, la gobernación que Carlos V había adjudicado a su jefe, y según los cronistas quitaron sus casas y tierras a los vecinos, encarcelaron a las autoridades junto con los hermanos del gobernador: Hernando y Gonzalo y mataron a cuantos se les opusieron.

Pizarro no podía consentir que le arrebataran la gran ciudad del Cusco, porque estaba convencido de que se hallaba dentro de su gobernación, pero como sus límites eran imprecisos encargó determinarlos a varias autoridades e incluso se entrevistó con su socio en dos pueblos de la costa mas, Almagro y sus capitanes, que también querían apoderarse de la Ciudad de los Reyes, no llegaron a ningún acuerdo, por el contrario, se retiraron a Cusco y declararon la guerra. Ante ello, Pizarro preparó un ejército, que puso a las órdenes de su hermano Hernando, a quien había conseguido liberar en una de las entrevistas mantenidas en la costa; éste derrotó a Diego de Almagro el 26 de abril de 1538 en la batalla de las Salinas y le hizo prisionero. Seguidamente, tras ser acusado en un juicio de varios delitos, Hernando ordenó su ejecución el 8 de julio.

La actividad del emperador

Francisco Pizarro había hecho partícipe a Carlos V de aquellos hechos en varias cartas, pero el emperador nunca contestó, ni tampoco contestó para agradecer la gran suma de dinero que le había enviado en 1537. Es verdad que durante ese año estuvo muy ocupado en preparar la paz con Francia y que en 1538 también tuvo mucha actividad, ya que junto a su hermano Fernando, rey de Hungría y Bohemia, programó con Roma y Venecia una nueva cruzada contra los turcos, llamada Liga Santa, para rescatar Constantinopla, por lo que en junio hubo de viajar a Francia para entrevistarse en las cercanías de Niza con Paulo III y en las deltas del Ródano con Francisco I, lugar donde ambos monarcas acordaron una tregua de paz por diez años[18].

Repercusión de la ejecución de Almagro en España

Es de suponer que estos problemas no habrían impedido que el emperador se enterarse de la ejecución de Diego de Almagro a finales de 1538, ya que se hallaba en España cuando el capitán Diego de Alvarado llegó y denunció irregularidades cometidas por Hernando Pizarro en el juicio y en la ejecución de su jefe y también que Francisco Pizarro se había negado a entregarle la gobernación de Nueva Toledo a su pupilo Diego de Almagro el joven, a quien él representaba por ser aquel menor de edad. Seguramente que Carlos no aprobó la ejecución y tal vez temió que en Perú se complicara la situación como había sucedido en Nueva España, por ello, a partir de entonces, debió de cortar todas las comunicaciones con Pizarro y comenzó a preparar la ida de un inspector real para que aclarara lo sucedido.

Pizarro, que por entones ignoraba la repercusión que en la Península estaban teniendo aquellas denuncias, el 27 de febrero de 1539 escribía al emperador diciendo que hacía más de un año que le había concedido el título de marqués, pero que en todo ese tiempo no había sido anexionado a ningún territorio por lo que proponía anexionarlo a la región de los Atavillos y en la misma carta le decía que el territorio conquistado era muy grande y le suplicaba que lo dividiera en dos gobernaciones: que la suya se extendiera desde Túmbez hasta Charcas, incluyendo Arequipa, donde él tenía sus “granjerías” y repartimientos, y la otra, correspondiente a la provincia de Quito, que se la diera a uno de sus hermanos: Hernando o Gonzalo, por los muchos servicios realizados en el descubrimiento, colonización y conservación de aquellos territorios para su cesárea majestad. Y tal vez, para contrarrestar las denuncias formuladas en la corte por Alvarado y otros capitanes almagristas, al día siguiente, o sea el 28 del mismo mes, envió a la emperatriz Isabel seis esmeraldas desde Cusco y a mediados de aquel año también mandó con su hermano Hernando un abundante “donativo gracioso”, reunido entre los conquistadores para cumplir con una petición hecha por los oficiales reales en nombre del emperador. Pero, como a pesar de todo ello no llegaba ninguna respuesta sobre su marquesado, ni tampoco aprobación de la creación y adjudicación de las dos gobernaciones, Pizarro volvió a escribir a Carlos V quejándose del agravio que estaba cometiendo con él, pues había descubierto, conquistado y pacificado muy grandes territorios a su costa y los había puesto bajo su Corona. Sin embargo, pasó el tiempo y tampoco recibió ninguna contestación; fue a principios de junio de 1540 cuando le llegó información sobre las nuevas gobernaciones establecidas y con gran asombro comprobó que la suya no estaba en la zona de Charcas y Arequipa. Como no lo podía creer, a los siguientes seis días volvió a escribir al emperador y entre otras quejas le dijo: “…e a mí me abate y pone en el hospital cargado de deudas por sostener la tierra…”[19] pero tampoco esa vez obtuvo contestación a su carta.


Carlos V otra vez en guerra

Es muy posible que el emperador no llegase a tener noticias de aquellas cartas porque en 1539 Gante se había alzado en contra del gobierno de su hermana María de Hungría, debido a los muchos impuestos que había soportado en 1537 por la guerra con Francia y, al no poder admitir que se le rebelase la ciudad que le había visto nacer, resolvió castigarla personalmente; de ahí que en el otoño de 1539 iniciara el viaje hacia los Países Bajos. La paz con Francisco I le permitió atravesar Burdeos, Poitiers y Orleans y que el 19 de diciembre se dirigiese a París acompañado por el monarca francés, donde durante bastantes días fue obsequiado con cacerías, torneos, banquetes y bailes. Después, en enero de 1540 entró en los Países Bajos y para festejarlo también se le hicieron innumerables festejos, mas ello no impidió que, al mando de cinco mil mercenarios alemanes, llegase a Gante el 14 de febrero. Ya en la ciudad ordenó que los tribunales de justicia investigaran los hechos acaecidos e hizo ejecutar a los que habían participado en el motín; seguidamente la privó de libertades y privilegios, arrasó una de sus emblemáticas zonas y sobre sus ruinas mandó erigir un castillo para sujetarla. Una vez castigada Gante, el emperador se dirigió a Alemania con objeto de dar solución al problema religioso creado por los protestantes y con tal fin, a principios de abril de 1541 estableció conversaciones durante dos meses con sus representantes en Hagenau, Worms y Ratisbona pero, como no logró obtener ningún acuerdo, llegó a la conclusión de que los problemas religiosos debía tratarlos con la violencia y que tenía que empezar por dominar a los turcos. Consecuentemente, el 15 de octubre llegó a Palma de Mallorca y cinco días después estaba en África con el propósito de tomar Argel; sin embargo, aunque la sitió y sus tropas vencieron en algunas escaramuzas, no pudo apoderarse de la ciudad, porque una enorme tormenta destrozó su escuadra y no tuvo más opción que levantar el asedio y regresar a España. El 26 de noviembre de 1541 estaba en Palma de Mallorca y tras algunos días de camino llegó a Ocaña, donde estaban sus hijos, Felipe, María y Juana; su esposa, la emperatriz Isabel había fallecido el 1 de mayo de 1539[20].

Los días más amargos de Francisco Pizarro

Mientras el emperador protagonizaba estos hechos, Francisco Pizarro había continuado su labor descubridora y colonizadora por el sur del continente sudamericano, durante dieciséis meses más, fundando las ciudades de San Juan de la Frontera, La Plata y Arequipa. De regreso a Los Reyes, además de comprobar que Carlos V continuaba sin responder a sus cartas, fue informado de que había sido enviado un juez para que inspeccionara la situación existente en Perú y de que ya se hallaba en la isla Española. En efecto, el Consejo de Indias había enviado al licenciado Cristóbal Vaca de Castro con el fin de que pusiera orden en los lejanos territorios. Esas noticias causaron gran intranquilidad a Pizarro: sabía que su hermano Hernando, a consecuencia de las denuncias realizadas por los capitanes de Diego de Almagro, había sido desterrado a África y que en esos momentos le habían conmutado la pena y se hallaba preso en Madrid; tal situación, más las quejas que cuando llegase a la Ciudad de los Reyes le darían los partidarios de Almagro el Joven, le inquietaban; por ello el 15 de junio de 1541 escribió otra vez a Carlos V reiterando la necesidad de establecer las dos gobernaciones, como había expuesto en sus anteriores cartas, para el mejor gobierno de la tierra y para que Vaca de Castro las encontrara establecidas. Esta vez, su tono era exigente:”…yo he descubierto e pacificado e sustentado e pagado e gastado en ello toda mi hacienda e como a primer descubridor e poblador e sustentador Vuestra Majestad como señor agradecido tiene obligación a darme el galardón que se me debe…”[21]; pero tampoco obtuvo respuesta a esa carta y el juez no llegaba.

Vaca de Castro había salido de San Lúcar de Barrameda el 5 de noviembre de 1540, pero no pudo desembarcar en la Española hasta el 30 de diciembre debido a una gran tormenta y desde allí había pasado a Nombre de Dios y a Panamá, ciudades donde llevaba órdenes de crear audiencias. Terminada esta labor, en marzo de 1541embarcó hacia Perú mas, como también un fuerte temporal le impidió seguir navegando, hubo de proseguir el viaje por tierra desde Buenaventura y antes de llegar a Perú, en Popayán, fue informado de que el 26 de junio de aquel año de 1541, Francisco Pizarro había sido asesinado por los seguidores de Diego de Almagro “el Joven”.

Es de suponer que el licenciado notificaría la muerte del gobernador al Consejo de Indias lo antes que pudo pero que, como entonces las comunicaciones eran muy difíciles, quizás hasta dos o tres meses después, la noticia no se sabría en España y que seguramente Carlos V no la conocería hasta diciembre, cuando después de sufrir la derrota de Argel, llegó a Castilla. No se sabe qué sintió en aquel momento en que se hallaba deprimido: tal vez evocó la entrevista de Toledo y volvió a ver la imagen del maduro e intrépido soldado que le había enviado tan grandes cantidades de dinero y que sólo con sus propios medios había agregado a la Corona española más de cinco mil kilómetros. Ese sería su último encuentro.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

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Vega, de la Garcilaso: Comentarios reales de los Incas. Editorial Universo S.A. Lima. Perú.

 

 

 

 

 

 

[1]Martín Rubio, María del Carmen: Francisco Pizarro. El hombre desconocido, pg. 78. Ediciones Nobel. Grupo Paraninfo. Madrid 2014.

[2] Martín Rubio: Francisco Pizarro. El hombre desconocido, pg. 113. Ediciones Nobel. Grupo Paraninfo. Madrid 2014.

[3] Mexía, Pedro: Historia del emperador Carlos V. Edición Juan de la Mata Carriazo, pg. 263. Espasa Calpe Madrid 1945.

[4] Sandoval, fray Prudencio: Historia de la vida y hechos del emperador Carlos. Parte I. Edición Seco Serrano. Madrid 1955.

[5] García Mercadal, José. Carlos V y Francisco I, pg. 156. Librería General. Zaragoza 1943.

[6] Cieza de León: Descubrimiento y conquista del Perú, pg. 35. Editorial Dastin. Madrid 2001.

[7] Jerez, Francisco: Verdadera relación de la conquista del Perú, pg. 196. Biblioteca Peruana. Lima 1968.

[8] Jerez, Francisco: Verdadera relación de la conquista del Perú, pg. 199. Biblioteca Peruana. Lima 1968.

[9] Vega, de la Garcilaso: Comentarios reales de los Incas, t. III, pg. 46. Editorial Universo S.A. Lima. Perú.

 

[10] Fernández Álvarez: Carlos V. Un hombre para Europa, págs. 87- 92. Ediciones Cultura Hispánica. Madrid. 1976.

[11] Maticorena, Miguel. Información inédita de Francisco Pizarro. Diario El Comercio. Lima 19 I 1992.

[12] López de Caravantes, Francisco. Noticia general del Perú, pg. 29. Biblioteca de Autores Españoles. Madrid 1985.

[13] López de Caravantes, Francisco. Noticia general del Perú, pg.37. Biblioteca de Autores Españoles. Madrid 1985.

 

[14]Fernández Álvarez: Carlos V. Un hombre para Europa, pg. 107. Ediciones Cultura Hispánica. Madrid 1976.

[15] Martín Rubio. María del Carmen. Carlos V. Emperador de las islas y tierra firme del mar Océano, págs. 98-104. Ediciones Atlas. Madrid 1987.

[16] Busto, José Antonio del. Francisco Pizarro. El Marqués Gobernador, págs. 179- 191. Librería Studium. Lima 1978.

[17] López de Caravantes, Francisco. Noticia general del Perú, pg.53. Biblioteca de Autores Españoles. Madrid 1985.

 

 

[18] Fernández Álvarez, Manuel. Un hombre para Europa, págs. 133-134. Ediciones Cultura Hispánica. Madrid 1976.

 

[19] Martín Rubio, María del Carmen. Francisco Pizarro. El hombre desconocido, págs.323-326. Editorial Nobel. Grupo Paraninfo. Madrid 2014

[20] Fernández Álvarez, Manuel. Un hombre para Europa, págs. 141-146. Ediciones Cultura Hispánica. Madrid 1976

[21] Lhomann Villena, Guillermo. Francisco Pizarro. Testimonio, págs. 63-65. CSIC. Madrid 1986.

Dic 162016
 

 María del Carmen Martín Rubio.

En el presente trabajo pretendo poner de manifiesto los enormes esfuerzos que, según relata un manuscrito titulado Relación del sitio de Cuzco, atribuido al obispo fray Vicente Valverde, realizaron todos los hermanos Pizarro para mantener Cuzco dentro de la gobernación concedida por el emperador Carlos V a Francisco, especialmente las incesantes luchas que con tal propósito mantuvo Hernando. Mas, antes de adentrarme en la exposición de esos hechos, me parece conveniente recordar algunos aspectos básicos de la conquista de Perú:

Francisco Pizarro recorrió la costa del reino del Birú entre noviembre de 1524 y mayo de 1528 y aunque no llegó a la sierra andina, donde se hallaba el corazón del poderoso estado Inca, durante esos cuatro años de exploración percibió su poder y, sopesando que para incorporar los inmensos territorios que aglutinaba a la corona del emperador Carlos V necesitaba más hombres y recursos económicos, decidió volver a Panamá y después a España con el fin de poner en conocimiento del emperador el gran descubrimiento que se proponía realizar y para recabar su ayuda. Como el emperador acogió muy bien el proyecto, el 26 de julio de 1529 se firmaron en Toledo las capitulaciones que daban luz verde a la empresa, tras lo cual sobre finales de agosto o principios de septiembre Pizarro se dirigió a Trujillo, su ciudad natal[1].

Los vecinos, que ya tenían noticias de su hazaña, le recibieron triunfalmente y también sus hermanos de padre Hernando, Juan y Gonzalo, aunque hasta ese momento no habían conocido a su hermano mayor, Muchos de ellos, al ver a los tres aborígenes que le acompañaban, sus ricos objetos y oír hablar de fabulosas ciudades, decidieron marchar al lejano Birú con su paisano, entre ellos sus tres hermanos, quienes a partir de entonces se convirtieron en sus más fieles compañeros, junto con Martín de Alcántara, otro hermano de madre reclutado en Sevilla.

Parecía que al contar con licencia de la Corona la empresa no tendría muchas dificultades, pero no fue así: primeramente los viajeros tuvieron que detenerse varios meses en Sevilla con objeto de reunir a los ciento cincuenta hombres que debían integrarla, según se estipulaba en las Capitulaciones, y también surgieron problemas en Panamá, desde donde tenía que salir la expedición, por la escasez de navíos y de tripulantes, e incluso por problemas surgidos con el socio Diego de Almagro, debido a que no le bahía sido concedida una gobernación como se había concertado.

Sin embargo, el gran tesón de Pizarro consiguió que el 31 de diciembre de 1531 se pudiera iniciar la navegación hacia el Birú por el recién descubierto Mar del Sur. Durante muchos días los expedicionarios recorrieron las tierras costeras pantanosas en medio de nubes de mosquitos, alimañas, sin apenas comida y atravesaron las desérticas comarcas de Atacames, Concebí y Cojimies, pero al fin llegaron a pueblos importantes como Coaque, Puerto Viejo, Túmbez y en este último oyeron hablar del Inca Atahualpa y de su gran reino[2].

El Tahuantinsuyo

Desde tiempos ancestrales, en la sierra andina existió una organización social a base de señoríos, cuya jefatura presidía un sinchi, también llamado curaca, algunos de los cuales como los Chancas alcanzaron un gran poder; sin embargo hacia finales del siglo XII, o a principios del XIII, en ese mismo territorio se asentó una etnia foránea: la de los Incas, quienes muy pronto, impulsados por su líder Manco Cápac, ejercieron una expansión, tan fuerte, que sus habitantes no pudieron frenar. Es en ese momento cuando surge la ciudad de Q´osqo: Cuzco, el Ombligo, y también cuando Manco Cápac se proclama rey a sí mismo, a sus sucesores y establece las primeras leyes de gobierno del estado del Tahunantinsuyo. Eran los comienzos de un pueblo dominador que iba a ejercer en América del Sur un papel similar al de Roma en Europa, tanto por la expansión territorial que alcanzó como por la unidad cultural impuesta en los territorios dominados. Y si Manco Cápac estableció las bases del Incanato, fue el noveno monarca Pachacuti: el Reformador, quien hacia la mitad del siglo XV comenzó a transformar al pequeño reino en un imperio, ya que en su reinado, en el de su hijo Tupac  Inca Yupanqui y en el de su nieto Guayna Capac abarcó la mayor parte del cono sur americano: por el norte llegó al río Ancasmayo,  en Colombia, y  por el sur al Bio-Bio en Chile y al Maule en Argentina.

 Q’osqo: una gran ciudad

El Tahuantinsuyo fue un estado teocrático regido por un monarca, el Inca hijo del Sol, que gobernaba a sus súbditos, asentados en zonas agrícolas y agrarias, desde la cúspide de una especie de pirámide ayudado por parientes nobles que se agrupaban  en torno a él en las llamadas panacas reales. La ciudad de Q’osqo fue la capital y el eje central de aquel imperio; vivían en ella unos cien mil habitantes entre los nobles administradores de la maquinaria estatal y sus servidores. Se consideraba sagrada por encontrarse dentro de su recinto el magnífico Coricancha, templo dedicado al dios Inti: el Sol, máxima divinidad inca, que era una especie de catedral construida con piedras de diorita verde en la que, además de una imagen del astro solar, se hallaban momificados los cuerpos de los monarcas fallecidos. En el centro de la ciudad, en la gran plaza ceremonial de Ahucaypata, se encontraba el usno, un trono desde donde el Inca impartía órdenes, y a su alrededor se levantaban los palacios privados como el de Coracora, construido por Inca Roca; el Amarucancha por el Inca Viracocha, el Jatuncacha por Inca Yupanqui, el de Caxana por el Inca Huayna Caoac, y asimismo los edificios públicos: el Acllahuasi, o casa de las Vírgenes del Sol y las kallancas, que eran galpones grandes donde se alojaba la gente destacada por los gobernantes para intervenir en construcciones oficiales o para integrar los ejércitos. Junto a ellos estaban los almacenes estatales, llamados qolqas, y seguidamente se agrupaban los barrios ocupados por los servidores de la nobleza. Todo el conjunto urbano estaba protegido por la enorme y alta fortaleza de Sacsayhuaman y se hallaba atravesado por cuatro suyus: el Chinchaysuyo, el Collasuyo, el Cuntisuyo y el Antisuyo, los cuales se comunicaban con los demás territorios del Imperio siguiendo la dirección de los puntos cardinales y a su vez éstos se hallaban cruzados por ceques: unas líneas imaginarias rituales en las que había lugares sagrados llamados huacas que convergían en el Coricancha.

El cronista Pedro Sancho de la Hoz la describió así: “La ciudad del Cusco, por ser la principal de todas donde tenían su residencia los señores, es tan grande y tan hermosa que sería digna de verse aun en España, y toda llena de palacios de señores, porque en ella no vive gente pobre, y cada señor labra en ella su casa y asimismo todos los caciques, aunque esos no habitaban en ella de continuo. La mayor parte de estas casas son de piedra y las otras tienen la mitad de la fachada de piedra; hay muchas casas de adobe, y están hechas con muy buen orden, hechas calles en forma de cruz, muy derechas, todas empedradas y por medio de cada una va un caño de agua revestido de piedra. La falta que tienen es el ser angostas, porque de un lado del caño solo puede andar un hombre a caballo y otro del otro lado. Está colocada esta ciudad en lo alto de un monte, y muchas casas hay en la ladera y otras abajo en el llano. La plaza es cuadrada y en su mayor parte llana, y empedrada de guijas; alrededor de ella hay cuatro casas de señores que son las principales de la ciudad, pintadas y labradas y de piedra, y la mejor de ellas es la casa de Guaynacaba, cacique viejo, y la puerta es de mármol blanco y encarnado, y de otros colores, y tiene otros edificios de azoteas muy dignos de verse. Hay en la dicha ciudad otros muchos aposentos y grandezas. Pasan por ambos lados dos ríos que nacen una legua más arriba del Cusco, y desde allí hasta que llegan a la ciudad y dos leguas más abajo, todos van enlosados para que el agua corra limpia y clara y aunque crezca no se desborde; tiene sus puentes por dende se entra a la ciudad”[3]

El mismo cronista dice de la fortaleza de Sacsayhuaman: “Sobre el cerro que de la parte es redondo y muy áspero, hay una fortaleza de tierra y de piedra muy hermosa; con sus ventanas grandes que miran a la ciudad y la hacen parecer más hermosa. Hay dentro de ella muchos aposentos y una torre principal en medio, hecha a modo de cubo con cuatro o cinco cuerpos, uno encima de otro; los aposentos y estancias de dentro son pequeños y las piedras de que está hecha están muy bien labradas y tan bien ajustadas unas con otras que no parecen que tengan mezcla y las piedras están tan lisas que parecen tablas acepilladas, con la trabazón en orden al uso de España, una juntura en contra de la otra. Tiene tantas estancias y torre que una persona no la podría ver toda en un día; y muchos españoles que la han visto y han andado en Lombardía y en otros reinos extraños, dicen que no han visto otro edificio como

esta fortaleza, ni castillo más fuerte. Podrían estar dentro cinco mil españoles…” “…y en el valle que está en medio rodeadas de cerros hay más de cien mil casas, y muchas de ellas son de placer y recreo de los señores pasados y de otros caciques de toda la tierra que residen de continuo en la ciudad. Las otras son casas o almacenes llenos de mantas, lana, armas,

metales y ropas, y de todas las cosas que se crían y fabrican en esta tierra …”.[4]

Cuzco ciudad española

Francisco Pizarro, los soldados y capitanes que le acompañaban, entre ellos Diego de Almagro, Hernando de Soto y sus hermanos Hernando, Juan y Gonzalo debieron de quedar totalmente impactados, a pesar de que habían vivido en ciudades importantes del Incanato como Cajamarca o Xauxa, donde encontraron tan gran riqueza como para que en la última surgiera el dicho popular ”esto es Jauja”, cuando el 15 de noviembre de 1533 contemplaron Q’osqo desde lo alto del cerro Carmenca, pues aquella magnificencia urbana no la habían visto en ellas, ni en ningún otro lugar de las Indias. Lo primero que les impactaría sería la traza de puma sentado que tenía en honor de la antigua divinidad de la etnia Chavin, animal también sagrado para los Incas; seguidamente admirarían sus enormes edificios y por supuesto, su espectacular entorno, ya que al estar situada en un valle, a tres mil cuatrocientos metros sobre el nivel del mar, se hallaba rodeada de montañas jalonadas por andenerías sembradas de maíz que semejaban verdes jardines.

Tras recorrerla junto con los curacas locales, quienes muy castigados y diezmados en las recientes luchas habidas entre dos hijos de Huayna Capac: Huascar y Atahualpa, creían que los recién llegados iban a restablecer su reino por ir acompañados de Manco Inca, otro hijo de Huayna Capac, nombrado monarca por Pizarro, de ahí que les permitieran aposentarse en los palacios que se alzaban en la plaza de Aucaypata.

Pasado un poco más de tres meses, el 23 de marzo de 1534 Q`osqo la capital del Tahuantinsuyo cambió su nombre por Cuzco y, aunque se dieron ordenanzas para conservar sus impresionantes edificios, se trasformo en una urbe hispana mediante una ceremonia fundacional en la que recibió el título de “Muy noble y Gran Ciudad de Cuzco” y a partir de este momento se construyó la iglesia, que con el tiempo se convertiría en catedral, y se repartieron solares a los españoles que quisieron avecindarse[5].

No cabe duda de que la urbe había impresionado al gobernador Francisco Pizarro por su monumentalidad y belleza, pero en esos momentos era muy difícil comunicarse desde ella con la costa debido a la mucha distancia que la separaba y a los malos caminos y, como se necesitaba tener constantemente noticias de España, de Panamá y de lo que ocurría en los territorios quiteños del norte, que habían sido invadidos por un ejército al mando de Pedro de Alvarado, gobernador de Guatemala, en abril de 1534, Pizarro sobre cuatro meses después de haber entrado en Cuzco, decidió volver a Jauja y el 25 de abril la declaró “cabeza e principal”, por hallarse ubicada en el centro de los territorios hasta entonces descubiertos, y desde allí, teniendo muy presente la importancia de Cuzco, la urbe sagrada corazón de los Andes, el 27 de julio encomendó su gobierno al capitán Hernando de Soto y le dio la orden de que observara las ordenanzas que había establecido, que protegiera a los indígenas y sus edificios; junto con él envió a Manco Inca para que su presencia estabilizara la alejada zona,

Sin embargo, a pesar de las riquezas halladas en Jauja, la vida no resultaba cómoda en la ciudad, porque al estar situada a más de tres mil trescientos metros de altura no había leña y el frío, unido a la esterilidad del terreno, no permitía criar cerdos y caballos. Los vecinos expusieron estas quejas a Pizarro y le pidieron que trasladara la capital del nuevo reino que se estaba gestando a un lugar que reuniera mejores condiciones de vida. El gobernador atendió sus quejas y mandó explorar el valle del río Rimac e incluso marchó a Pachcamac, donde se hallaba el gran templo inca de la costa descrito por su hermano Hernando, para comprobar personalmente los informes que le enviaban los exploradores. Allí se reunió con su socio Diego de Almagro y con Pedro de Alvarado, quienes en territorios quiteños habían llegado al acuerdo de que éste, a cambio de cien mil pesos, les dejara su ejército.

Pizarro debería de haberse tranquilizado cuando Alvarado se marchó a Guatemala, después de recibir tan cuantiosa fortuna el 1 de enero de 1535[6], ya que quedaban a salvo los territorios descubiertos; pero por aquellos días le asaltó otra gran preocupación; fue comprobar la insatisfacción que sentía su compañero Almagro: decía que él había participado activamente en el descubrimiento de aquellos territorios y que sólo tenía el título de alcalde de la fortaleza de Túmbez, mientras que su socio era el gobernador absoluto de todo lo hallado. Como su descontento se remontaba a las Capitulaciones firmadas con Carlos V, en 1533 al llevar su hermano Hernando los quintos reales a España, había pedido para él una gobernación en los territorios del sur y, viendo que el nombramiento no llegaba, en Pachacamac reiteró la petición y además, con objeto de que se calmara, le dio el cargo de teniente gobernador de Cuzco y le autorizó que organizara una expedición a Chile.

Cuzco manzana de discordia

Mientras Pizarro terminaba la exploración en el valle del Rimac y fundaba la Ciudad de los Reyes, después denominada Lima, Almagro llegó cerca de Cuzco, donde ya se encontraban Juan y Gonzalo Pizarro, el capitán Soto y Manco Inca, El manchego estaba satisfecho porque al fin tenía un mando importante: era teniente gobernador de la ciudad e iba a preparar su soñada expedición a Chile; pero antes de entrar un mensajero le comunicó que a San Miguel de Piura, la primera ciudad fundada por los españoles en suelo andino, había llegado la noticia de que Carlos V le había concedido una gobernación llamada Nueva Toledo y que su territorio se extendía al sur de la Nueva Castilla otorgada a su socio. En su ejército se habían integrado los hombres de Pedro de Alvarado y éstos, sin conocer el texto de la real cédula, aseguraban por haberlo oído decir a su jefe, que Cuzco no estaba dentro de los límites de la Nueva Castilla; ignoraban que Pizarro, cuando envió a España a su hermano Hernando con los quintos reales, junto con la gobernación de Almagro, había pedido que la sagrada ciudad, cabeza del Tahuantinsuyo, quedara dentro de su gobernación.

En esos momentos, al enterarse de lo que estaba pasando, secretamente mandó mensajeros a sus hermanos para que Almagro no fuera recibido con los cargos que le había dado ya que, por no cocerse el texto de la real cédula, podía ser peligroso; en su lugar nombró teniente gobernador a Hernando de Soto y jefe miliar de la ciudad a su hermano Juan. A pesar de ello, Almagro entró en Cuzco alegando que el emperador le había dado el título de gobernador y como Hernando de Soto ni los hermanos Pizarro lo reconocieron por tal, sus hombres se enfrentaron a los vecinos y la ciudad quedó dividida en los dos bandos; consecuentemente durante varios días lucharon entre sí pero, de repente, el 11 de junio de 1535 apareció Francisco Pizarro y todos se calmaron, porque consideraban que era al auténtico representante de Carlos V. El mismo Almagro, fue rápidamente a su encuentro, y tras abrazarse, comenzaron a hablar. Pizarro le dijo que si la ciudad no se encontraba dentro de los límites de su gobernación, no pondría ninguna objeción, pero que mientras llegaba la real cédula, era conveniente que fuera a Chile con la expedición proyectada, porque según se decía en aquellos parajes había tierras tan ricas como las cuzqueñas.

Almagro preparó la expedición y el 1 de julio salió de Cuzco acompañado del príncipe Paullo, otro hijo de Huayna Capac, y del sumo sacerdote Huillac Umu. A su vez Pizarro, tras realizar durante algún tiempo nuevos repartimientos de solares a otras personas que quisieron avecindarse, se volvió a Los Reyes. En noviembre de ese mismo año regresó de España su hermano Hernando con dos reales cédulas de Carlos V; en una se ampliaba en 70 leguas el territorio de su gobernación, llamada la Nueva Castilla, y en la otra se constataba la gobernación de la Nueva Toledo concedida a Almagro, cuyos límites abarcaban doscientas leguas de norte a sur a partir de la de Pizarro.

El Inca Manco

Cuzco había quedado tranquilo bajo el gobierno de Juan Pizarro a quien ayudaba su hermano Gonzalo, sin embargo, el Inca Manco cada día que pasaba estaba más descontento; veía que su poder no era real, que todas sus decisiones debían de ser ratificadas por los extranjeros, que éstos constantemente fundaban ciudades, se repartían las tierras que antes habían formado el poderoso estado del Tahuantinsuyo y también que sus compatriotas aborígenes, según se les asignaba en los repartimientos de indios que hacían, estaban obligados a prestar servicios en los trabajos urbanos y agrícolas, muchas veces de forma abusiva. Por todo esto, un día reunió a los señores principales y les dijo que tenían que matar a todos españoles que estaban en Cuzco, antes de que llegaran más, y que no temieran nada de los que habían ido con Almagro, ya que el príncipe Paullo y el Huillac Umu llevaban el encargo de terminar con ellos durante el camino a Chile.

Con estos propósitos Manco intentó la huida, pero Juan y Gonzalo le consiguieron captura; le llevaron de nuevo a Cuzco y le dejaron libre en su palacio de Colcampata por decirles que iba a reunirse con Diego de Almagro que le había pedido ayuda[7]; mas como ya no le creyeron tras capturarle en una segunda huida, le pusieron una cadena al cuello y le encerraron en una habitación bajo la vigilancia de varios carceleros. Esta vez escribieron a Francisco Pizarro diciendo que tenían la sospecha de que se quería rebelar y le preguntaron qué debían hacer. EL gobernador contestó que Hernando había regresado de España y que le enviaría con el cargo de teniente gobernador para que hiciera lo necesario para contentar al Inca[8].

Hernando Pizarro

El mayor de los hermanos de Francisco, debió de nacer hacia 1502. Fue el único hijo varón legítimo de Gonzalo Pizarro y Rodríguez de Aguilar, apodado “el Largo” y “el Tuerto”, habido en su matrimonio con su prima y esposa Isabel de Vargas y Rodríguez de Aguilar. Recibió una educación esmerada y desde muy joven siguió la carrera de las armas, al igual que los caballeros de la época; participó junto a su padre en las guerras de Italia y Navarra alcanzando, muy pronto, el grado de capitán. Estos hechos, más el importante status social de su familia, le granjearon una gran reputación; quizás por ello el gobernador confió plenamente en él y le encomendó acciones muy delicadas. El 16 de noviembre de 1532 se halló en Cajamarca en la captura de Atahualpa y al año siguiente marchó a España para llevar los quintos reales recaudados en el rescate del Inca. Regresó en noviembre de 1535 y, como se ha visto, muy poco después, en diciembre, su hermano le nombró teniente gobernador de Cuzco.

Hernando llegó a la ciudad el 14 de diciembre y como encontró a Manco tranquilo, le quitó la cadena que llevaba en el cuello y le autorizó a deambular por la casa donde estaba preso; no sospechaba que secretamente seguía preparando la rebelión junto con el sumo sacerdote Huillac Umu, quien siguiendo el plan trazado, había abandonado a Almagro, según decía porque le trataba mal. Algunos españoles se dieron cuenta de sus intenciones y se lo dijeron a Hernando pero no les creyó porque el Inca se mostraba tan amigable que incluso deseaba hacer regalos valiosos que se hallaban guardados en lugares cercanos. Cierto día pidió permiso con el fin de ir en busca de un hombre de oro; Hernando autorizó su salida y a los ocho días volvió con la estatua de un orejón de oro hueco. Después, el 18 de abril de 1536 volvió a pedir permiso para traer otro hombre de oro macizo desde el pueblo de Yucay y Hernando, como seguía confiando en él, le dio un nuevo permiso. Esa vez Manco no regresó; se fue a Yucay y dio orden de que se preparara la gente de guerra; seguidamente marchó a pueblos cercanos y mató a varios españoles asentados en ellos[9].

El asedio de Cuzco según el manuscrito atribuido al obispo Valverde

Llegados a este punto es preciso decir que el documento no me parece que se deba a la pluma de Fray Vicente Valverde, aunque así está catalogado en la Biblioteca Nacional de Madrid, ya que en el texto no existe ninguna invocación a Jesucristo, a la Virgen María, ni a ningún santo y tampoco se alude a la labor evangelizadora de la Iglesia Católica, tal como solían hacer los religiosos de esa época cuando escribían sobre los sucesos de la conquista. Por la minuciosidad y precisión con que están narrados los hechos bélicos y también los acontecimientos que iban sucediendo, creo que el manuscrito ha sido escrito por algún caballero-soldado integrado en el ejército de los Pizarro, según se dice testigo de vista desde que los naturales se rebelaron hasta que Cuzco quedó pacificado, posiblemente a petición del propio Hernando; si bien no se puede descartar que el autor sea el mismo Hernando, ya que de la extensa carta que dirigió a los oidores de la Audiencia de Santo Domingo el 23 de noviembre de 1533 en la que relata la conquista de Perú, se colige que tenía una buena formación cultural[10] y además este documento presenta una redacción muy similar a la del manuscrito.

La defensa de Hernando Pizarro

El autor dice que el sábado, víspera de Pascua de Flores, Hernando fue avisado de que el Inca estaba alzado y que éste, tras comunicarlo a la ciudad, acordó salir rápidamente en su seguimiento, con gente de a pie y de caballo, antes de que reuniera a más guerreros. Cuando llegaron a Yucay les dijeron donde se hallaba e intentaron llegar hasta él, pero al no poder cabalgar los caballos por aquellos fragosos territorios y sopesando que les podías hacer una emboscada, Hernando decidió dar aviso a su hermano, el gobernador, de lo que estaba pasando y regresar a Cuzco. Al mismo tiempo Juan y Gonzalo habían ido a pueblos cercanos y al ver que habían matado a varios españoles, que tampoco podían cabalgar los caballos y que iban con muy poca gente, también regresaron a la ciudad. Nuevamente salieron los tres juntos con casi todos sus soldados y llegaron hasta un río –tal vez el Urubamba- y al advertir que los puentes estaban quemados, volvieron a la ciudad por temer que Manco mandase un gran ejército para tomarla.

Y no se equivocaron porque, poco después, la cercaron cien mil indios de guerra y, ochenta mil de servicio. Tomaron la fortaleza rápidamente y desde ella avanzaron por la ciudad e hicieron grandes hoyos en el suelo de las calles para evitar que transitaran los caballos y a la vez que quemaban las casas y sus techumbres de paja. El autor del manuscrito dice que como ese día hizo mucho viento, se desprendieron muchas pajas ardiendo de techumbres y que llegó un momento en que en toda la ciudad sólo se veía una enorme llama de fuego en medio de un gran griterío de los indios y que el humo era tan espeso que no se veían los unos con los otros. Sigue contando que cada capitán tenía a cargo un cuartel, pero que centenares de indios llegaban sobre ellos y no se podían defender, aunque peleaban mano a mano. Hernando iba a los lugares donde había más peligro y que al darse cuenta de la difícil situación en que estaban, se puso al frente de veinte soldados de caballería que mataron a muchos indios, pero que los que pudieron huyeron y que les siguieron hasta una quebrada en la sierra, pero que allí, al ser imposible que subieran los caballos, se rehacían ya que Manco Inca, que se hallaba a tres leguas, enviaba nuevos guerreros.

En la ciudad, los nativos andaban por encima de las paredes de las casas quemadas; los españoles no podían sacar los caballos por los socavones que habían hecho y porque además durante la noche soltaban el agua de las acequias con objeto de dificultar más su tránsito. A los seis días del asedio, habían perdido toda la ciudad menos la plaza y lo peor era que en la fortaleza se hallaba el sumo sacerdote Huillac Umu liderando la revuelta. Ante tan desesperada situación, los pocos vecinos que había dijeron a Hernando que buscara un camino para huir, pero él respondió;”no sé yo señores cómo queréis poner eso por obra, porque a mí no me ha de venir ni me ha venido temor alguno”. Según el autor del manuscrito, al oírlo algunos callaron por vergüenza y otros hicieron corrillos declarando sus propósitos de huída..Hernando hizo todo el día como que no se daba cuenta y al llegar la noche mandó llamar a sus hermanos Juan y Gonzalo junto con los principales vecinos, los alcaldes, regidores, el tesorero, etc, y con el rostro sereno, en un largo discurso les recordó la obligación que tenían de defender los territorios ganados por su hermano Francisco y asimismo les dijo que si huían él se quedaría y, aunque estuviera solo, defendería la ciudad con su vida, que se esforzasen todos en pelear para ganarla, que esa era su voluntad y que todos la aceptasen.

Le respondieron que si así le parecía, que como hombre que tenía una gran experiencia guerrera, les dijese que deberían hacer porque todos le secundarían y Hernando les dijo que lo primero era recuperar la fortaleza, desde donde les causaban el daño, ya que ganándola se aseguraba el pueblo y que a la mañana siguiente irían a tomarla. Juan dijo que le dejaran ir a él porque se había perdido por su causa, y al siguiente día, aunque en anteriores combates le habían roto una mandíbula, fue a rescatarla acompañado por Gonzalo y por el capitán Ponce. Llegaron hasta las murallas y después de dos días de lucha, consiguieron alcanzar las puertas Los indios lanzaban grandes piedras desde arriba y una de ellas dio a Juan en la cabeza, que la llevaba descubierta por no haberse podido poner la celada, y cayó al suelo sin sentido. Gonzalo siguió luchando, pero no pudo tomarla por la mucha gente que la defendía[11]. Al amanecer del siguiente día dejó a sus hombres luchando y llevó a su hermano Juan a la ciudad, donde murió unos quine días después a causa de la herida recibida. Volvió ya anochecido y ordenó suspender el combate hasta el día siguiente.

Por la mañana recorrió todo el entorno de la fortaleza y al darse cuenta de que, por su gran altura, sólo la podrían tomar trepando con escalas, mientras que parte de sus hombres continuaban combatiendo, a otros mandó que durante todo el día hicieran escaleras. Cuando las tuvieron terminadas, aunque Manco Inca había mandado cinco mil guerreros más, subieron por las tres murallas y lucharon con tan gran empuje empuje que Vila Umu, viendo su irrefrenable fuerza y que a sus guerreros les quedaba poco aprovisionamiento de piedras y flechas, se marchó con el Inca. Dejó la fortaleza al mando de un capitán llamado Cahuide, quien la defendió bravamente todo lo que pudo, pero al comprobar que no podía impedir la huida de los nativos, que no tenían armas para luchar y que iba a ser tomada por los castellanos, se suicidó tirándose abajo.

Ante la muerte de su caudillo, los nativos aflojaron la lucha y Hernando, que se había incorporado al ejército, entró en la fortaleza junto con Gonzalo y sus soldados. Dice el autor que pasaron a cuchillo a los que estaban dentro, que serían unos mil quinientos, y que de los españoles únicamente murieron uno y Juan Pizarro, si bien muchos estaban heridos, Seguidamente Hernando mandó poner una bandera en lo más alto de la fortaleza para que todos los nativos vieran que la habían tomado, Pero, a pesar del gran triunfo obtenido, Gonzalo y Hernando y sus hombres tuvieron que continuar luchando con los indios durante dos días en los cuatro caminos cercanos a Cuzco[12]. Estos hechos debieron de suceder en mayo de 1536 porque, aunque los castellanos habían conseguido recuperar la ciudad, las tropas de Manco mantuvieron el asedio hasta mayo de 1537; lo levantaron en dos ocasiones para ir a hacer sacrificios a sus dioses, pero lo volvieron a poner cuando los terminaron.

Según el autor del manuscrito, En la segunda de aquellas ocasiones Hernando y Gonzalo, conociendo que el Inca se hallaba en Tambo, decidieron ir en su busca con unos cien soldados de infantería, caballería e indios amigos y, aunque combatieron fuertemente, tuvieron que replegarse al no poder transitar los caballos, por estar las calles anegadas de agua, y por la gran cantidad de flechas que les dispararon indios flecheros. Días después Gonzalo y un grupo de soldados de caballería fueron nuevamente a Tambo y al ver que debían de enfrentarse a quince mil enemigos, pidieron ayuda a Hernando. Con los refuerzos de hombres y caballos que su hermano llevó siguieron avanzando y consiguieron vencer en algunos parajes pero, como los enemigos eran muchos y temiendo que estando los dos ausentes fueran sobre Cuzco y se llevaran el maíz que tenían plantado, en esos momentos su principal alimento, decidieron volver.

El regreso de Diego de Almagro

En efecto, desde que terminaron los sacrificios, la ciudad fue atacada intermitentemente por escuadrones indígenas durante dos meses. Los nativos, que conseguían apresar, les dijeron que Diego de Almagro había vuelto muy enojado, que era su amigo y que les había de matar a todos. De repente, un día llegó la noticia de que el adelantado estaba a siete leguas de Cuzco con quinientos soldados y que durante su fracasada expedición a Chile había conocido que el emperador Carlos V le había concedido una gobernación de doscientas leguas, que comenzaba en la que terminaba la de Francisco Pizarro, y que Cuzco estaba dentro de su gobernación.

Dice el autor del manuscrito que Hernando no podía dar crédito a aquellas noticias porque él mismo había llevado las cédulas y sabía que la de su hermano había sido ampliada con setenta leguas más y pensando que no era cierto lo que le decían y que quizás Almagro estaba muerto, ya que no le había comunicado su vuelta, envió un mensaje a Manco con un indígena para que disimuladamente se informara de lo que pasaba, en el cual le decía que no hiciera más daño, que volviera a Cuzco, donde sería perdonado en nombre de su majestad. Sigue diciendo el autor que cuando el indio mensajero llegó a Tambo encontró que se hallaban tres españoles mandados por Almagro con el fin de comunicar al Inca que su jefe estaba en Urcos y que quería reunirse con él para decirle que iba pedir a Carlos V que le perdonase y que el Inca se reunió con sus capitanes, tras lo cual acordaron contestar a Almagro y dejar marchar a sus mensajeros, pero también acordaron cortar la mano derecha al mensajero de Hernando y uno de los españoles se la cortó.

Hernando viendo que Almagro se intentaba confederar con los nativos para apoderarse de Cuzco, mandó a Urcos a un capitán con varios soldados de caballería para que hablasen con él y, después, pensando que sus hombres les podían matar, fue él con otro grupo, pero al llegar a un valle cercano, salió un capitán del y le dijo que no pasara de allí porque el adelantado no estaba: había ido de paz a Tambo para hablar con el Inca. Hernando contestó que no iba en contra suya, sino a ayudarle, ya que le habían dicho que estaba en dificultades y que no quería herrar por estar mal informado, a lo que el capitán contestó que lo que quería Almagro era tomar posesión de la tierra que pertenecía a su gobernación. Entendiendo Hernando que el propósito del adelantado era apoderarse de Cuzco y viendo el poco respeto que le tenía después de un año en que con tanto trabajo y peligro había mantenido la tierra y pareciéndole que era gran poquedad entregársela porque pertenecía a la gobernación de su hermano Francisco, preguntó a sus hombres qué debía hacer y éstos le dijeron que prendiera al capitán y a los que estaban con él, pero Hernando dijo que eso sería comenzar una guerra y que no deseba que fuera por su causa.

Había ocurrido que Almagro al llegar a Yucay, cerca de Tambo, había enviado al Inca mensajeros para tratar de una alianza, pero Manco no aceptó y los retuvo. Según el autor del manuscrito, a partir de ese momento el adelantado, comprobando que el Inca no quería la paz, inició conversaciones con Hernando y éste le dijo que fuera a Cuzco que allí tenía sus casas, y que fuera por la noche a descansar, como el adelantado le contestó que antes iría a recoger a sus soldados a Urcos, le envió comida.

Sin embargo, al otro día se presentó con los que tenía, los colocó alrededor de la ciudad y se marchó a Urcos. Dos días después volvió acompañado de toda su tropa y se instaló a una legua: era lunes, 18 de abril de 1537. Hernando le dijo que se instalara en sus aposentos y contestó que sólo entraría en la ciudad en el momento en que fuera suya y que no ocuparía más que las casas de Hernando. Volvió a decirle, a través de mensajeros, que sería muy perjudicial que hubiera problemas entre ellos, porque los indios, aunque habían levantado el cerco de Cuzco cuando llegó con su ejército, estaban en guerra y que enviaba mensajeros a su hermano Francisco para que estableciera la paz

Sin embargo, Almagro agrupó a sus hombres en dos escuadrones y los puso al mando del capitán general Orgoñez; por su parte, Hernando también agrupó a los suyos en dos escuadrones: al frente de uno estaba Gonzalo y él en el otro y también ordenó que se reuniera el cabildo y que el alcalde y los regidores hablaran con el adelantado para que les mostrara las provisiones de su gobernación y como el adelantado aceptó la propuesta, acordaron una tregua hasta la media noche del otro día.

En efecto, Almagro presentó sus provisiones de gobernador de las doscientas leguas a partir de la gobernación de Francisco Pizarro y los componentes del cabildo le dijeron que le recibirían por gobernador si sus doscientas leguas comenzaban en los límites de la de Pizarro, que pilotos: expertos hiciesen una medición y que mientras tanto no diera lugar a tan gran escándalo, porque perderían los unos y los otros, y que el Inca podría volver a tomar la tierra; seguidamente acordaron ampliar la tregua tres días más. Pero aquella noche, cuando Hernando y sus hombres estaban descuidados, los soldados del adelantado entraron en la ciudad al grito de Almagro, Almagro y mueran los traidores; tomaron la plaza, las calles y Orgoñez se apoderó de las casas de Francisco Pizarro y apresó a Gonzalo y Hernando[13].

A partir de estos hechos, el autor del manuscrito describe las penalidades que pasaron ambos hermanos cuando estuvieron prisioneros, especialmente Hernando, sus allegados y el saqueo de la ciudad; asimismo las fracasadas negociaciones llevadas a cabo con el gobernador Francisco en Nazca y Mala, el intento de emancipación de Almagro en Chincha, la libertad de Hernando y la fuga de Gonzalo. También se relata con todo lujo de detalles la batalla de las Salinas, acaecida el 6 de abril de 1538, en la que fue derrotado Almagro, su prisión y los continuos intentos llevados a cabo por los capitanes almagristas para liberarle; finalmente se narra la ejecución efectuada el 8 de julio de 1538, no sin antes dejar patente que fue totalmente necesaria para poder terminar con las revueltas que protagonizaban sus capitanes y allegados.

El manuscrito termina de escribirse el 2 de abril de 1539 y especifica que al día siguiente partía Hernando Pizarro a dar cuenta al emperador de todo lo sucedido, si bien parece que no se embarcó hasta el mes de julio[14]. De lo que no cabe duda es de que se escribió con la intención de que la Corona tuviera constancia de las hazañas realizadas por los hermanos Pizarro para defender Cuzco, particularmente por Hernando, tal vez con objeto de defenderse de las acusaciones que en la Península había vertido el capitán Diego de Alvarado por la ejecución de Almagro

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BIBLIOGRAFÍA

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Martín Rubio, María del Carmen. Francisco Pizarro. El hombre desconocido. Ediciones Nobel. Madrid 1914

Pizarro, Hernando. Carta a la Audiencia de Santo Domingo. Biblioteca Peruana. T, I. Lima 1968

Pizarro, Pedro. . Relación del descubrimiento y conquista del Perú (1571). Biblioteca Peruana. Tomo I. Lima 1968.

Rostworowski. Doña Francisca Pizarro. Una ilustre mestiza. 1534-1598. IEP Ediciones. Lima 1989.

Sancho de la Oz. Relación para su Majestad. Biblioteca Peruana. T. I, Lima 1968

Trujillo, Diego de. Rela ción del descubrimiento del Perú. Biblioteca Peruana. T. II, Lima 1968.

Valverde, fray Vicente. Relación del sitio de Cuzco. Manuscrito 3216. Biblioteca Nacional. Madrid.

 

1María del Carmen Marín Rubio: Francisco Pizarro. El hombre desconocido, pg 171.

[2] Diego de Trujillo: Relación del descubrimiento del reino del Perú, pgs. 11-18.

[3] Pedro Sancho de la Oz: Relación para Su Majestad, pg. 328.

[4] Ibidem, 329.

[5] María del Carmen Martín Rubio. Acta de la Fundación española de Cuzco. Francisco Pizarro. El hombre desconocido, pg. 191.

[6] María del Carmen Martín Rubio. Francisco Pizarro. El hombre desconocido, pg. 257

[7] Pedro Pizarro: Relación y conquista del Perú, pg. 511.

[8] Ibidem, pg. 212.

[9] Pedro Pizarro: Relación del descubrimiento y conquista del Perú, pg.512.

 

[10] Carta de Hernando Pizarro. Biblioteca Peruana. T. I, pg, 117. Lima 1968.

[11] Fray Vicente Valverde: Relación del El sitio de Cuzco, pgs, 11- 15

[12] Fray Vicente Valverde. Relación del sitio de Cuzco, pgs 16-21v.

[13] Fray Vicente Valverde. Relación del sitio de Cuzco, pg, 90.

[14] María Trujillo, Rostworowski: Doña Francisca Pizarro. Una ilustre mestiza 1534-1598. Pg.58

Dic 092014
 

María del Carmen Martín Rubio

Doctora en Historia de América

 Francisco Pizarro fue fruto de los furtivos amores mantenidos entre la campesina Francisca González, apodada la Ropera, y el capitán Gonzalo Pizarro “el Largo”, por tanto tuvo genes plebeyos e hidalgos. Vino al mundo en Trujillo de Extremadura, al parecer el 26 de abril de 1478, ya que el cronista Cieza de León dice que tenía sesenta y tres años y dos meses el 26 de junio de 1541, día en que fue asesinado[1]. Esta fecha se considera la más veraz de cuantas se mencionan, porque Cieza estuvo en Perú desde enero de 1548, sólo siete años después del magnicidio, y al participar con el ejército realista del presidente Pedro de La Gasca en la derrota y prendimiento de Gonzalo, el menor de los Pizarro rebelado contra la Corona, personas muy cercanas a su hermano pudieron haberle facilitado información y datos certeros sobre sus orígenes y vida.

Apenas hay noticias de su niñez; sólo se conoce que se crió junto a su madre y abuela en la casa de Juan Cascos. El cronista López de Gómara, con objeto de realzar la culta figura de Hernán Cortés en menoscabo de Pizarro, difundió que siendo muchacho cuidaba cerdos; pero el dato no parece cierto, aunque es muy probable que en algunas ocasiones se ocupara de los animales que tenía la familia, entre ellos de los cerdos, dado que éstos nunca faltaban en la despensa de las casas extremeñas. Ahora bien, como era normal entre las gentes humildes de aquella época, Francisco no aprendió a leer ni a escribir ya que su estatus social le destinó a ejercer los oficios de la rama materna, o sea, a labrar la tierra y a vender ropa; por ello no fue enviado a la escuela.

Sin embargo, a pesar de esa educación plebeya, Francisco supo muy pronto que no estaba destinado a ser labrador ni a comerciar con ropa, como sus abuelos maternos pues, además de tener un espíritu muy inquieto, dentro de su ser sentía gravitar poderosamente los genes del padre biológico y, aunque sólo vería a Gonzalo “el Largo” de lejos, desde niño conoció que era su hijo. Por tanto, ya en edad temprana admiraría las andanzas guerreras de su progenitor y desearía imitarle, sobre todo, a parti los siete u ocho años cuando, al decir de José Antonio del Busto, su abuelo paterno Hernando Alonso Pizarro, regidor del Cabildo de Trujillo por el linaje de los Altamirano, quien al igual que los restantes vecinos de la ciudad estaba al corriente de la relación que Gonzalo había mantenido con la Ropera, le vio jugar en la calle junto a otros niños y al darse cuenta del gran parecido que había entre él y su hijo, le llevó a su casa y secretamente le aceptó por nieto[2]. Desde de ese momento, debió de influir sobre el hidalgo para que reconociera a aquel niño que tenía los mismos rasgos físicos e idéntico temperamento al de su saga familiar; mas, a pesar de sus esfuerzos, no consiguió que le diera su apellido hasta 1492; entonces Francisco tenía catorce año y aunque el hidalgo le dio su apellido, nunca quiso saber nada del muchacho

Sobre el extraño comportamiento de Gonzalo Pizarro “el Largo” con el pequeño Francisco, el historiador Roberto Barletta Villarán sugiere, en segunda opción, la hipótesis de que el niño naciera como consecuencia de una relación secreta mantenida entre su supuesto abuelo, cuando éste tenía cuarenta años, y la joven Francisca González. Para el historiador peruano, el desapego que sintió hacia el muchacho no es razonable, ya que siempre se preocupó por los otros hijos que tuvo tanto con su esposa como con las mujeres que le sirvieron. Pero, hoy por hoy, nada prueba tal hipótesis; quizás algún día nuevos documentos aclaren los motivos de tan singular conducta[3]

Sería en esos momentos cuando corrió por Trujillo la noticia de que Gonzalo había llegado a ser abanderado y coronel del ejército de los Reyes Católicos por su participación en las guerras de Granada contra los musulmanes. Seguramente que al escucharlo, Francisco convertiría a su progenitor en un gran héroe y en su fuero interno tendría mayores deseos de imitarle. Poderosos motivos propiciaban aquel sentimiento: pertenecía a su noble estirpe y físicamente se le parecía como una gota de agua: era alto, tenía gran fortaleza y la mirada penetrante igual que él. Sin duda, esos genes del hidalgo y sus hazañas bélicas fueron la única herencia que  recibió de su padre; sin embargo fue suficiente para que, unida a la atmósfera guerrera que continuamente había vivido en su ciudad natal, determinase la trayectoria que había de presidir su vida: la carrera militar, por ello a los diecisiete años se enroló en los tercios de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, que luchaban en Nápoles y desde entonces se convirtió en un soldado que soñaba con emular las hazañas de su padre.

Pero el joven, además de la vocación militar también estaba imbuido de un alto sentimiento católico, inculcado por su familia materna y por el propio ambiente religioso que le envolvió durante la niñez, y ese sentimiento lo conservó hasta el día de su muerte, lo que no tiene nada de extraño porque, a finales del siglo XV en toda España, y especialmente en Trujillo, se vivía una gran efervescencia cristiana propiciada por las hermandades surgidas de las órdenes militares que habían arrancado la ciudad del dominio musulmán y asimismo por la política de los Reyes Católicos quienes, bajo el signo del cristianismo, habían tomado Granada, el último baluarte islámico existente en la Península Ibérica

En las Indias

Es posible que a finales del 1500 Pizarro regresara de Italia, dado que en 1502 marchó a las Indias y se asentó en la isla Española, o Santo Domingo. Allí bajo las órdenes de Nicolás de Ovando participó como su paje, o como un simple peón de infantería, en expediciones exploradoras y en las fundaciones de las ciudades caribeñas que el gobernador fue fundando. Después, cuando la isla estuvo pacificada, se enroló en la tropa del gobernador Alonso de Ojeda que iba a explorar el golfo del Darién, territorio situado entre los cabos de Vela, en Colombia, y el de Gracias a Dios en la frontera de las actuales Honduras y Nicaragua. En esos momentos era un hombre muy fuerte y, aunque de carácter un tanto introvertido, de su persona emanaba la seguridad y la firmeza del caudillo.

Seguramente que esas cualidades hicieron que en 1510, cuando tenía treinta y dos años, Ojeda al regresar a la Española debido a una grave herida que padecía en una pierna, le nombrara teniente y le dejara al mando de su tropa en el fuerte de San Sebastián que había fundado en el golfo de Urabá, entre las actuales repúblicas de Colombia y Panamá. Francisco iniciaba así la gran carrera militar con la que siempre había soñado; una carrera llena de peligros como fueron aquellos años que pasó en San Sebastián y en Santa María La Antigua del Darién a las órdenes del bachiller Fernández de Enciso y de Vasco Núñez de Balboa, lo que no fue óbice para que aumentara su prestigio pues después, cuando en 1513 se halló con este último en el descubrimiento del Mar del Sur, en la lista que el descubridor mandó hacer al escribano Andrés Valderrábano, para dejar constancia de los hombres que habían ido con él, en el tercer lugar aparece Francisco Pizarro. Fue entonces, cuando a tenor de las noticias proporcionadas por los aborígenes de los pueblos que recorrieron, comenzó a conocer la existencia del legendario Birú y a soñar con descubrirlo.

En los siguientes años Pizarro, asentado en Santa María la Antigua del Darién y después en Panamá, continuó participando en expediciones descubridoras bajo el mando de otros capitanes, aunque ya gozaba de un gran prestigio: ejercía cargos importantes en esta última ciudad y era un ciudadano acaudalado. Francisco de Jerez  cuenta que, por los buenos servicios que había prestado en los territorios del Pacífico, el gobernador Pedrarias Dávila le había otorgado casa, hacienda, una encomienda de indios y que le había convertido en uno de los vecinos más importantes, ya que también le nombró visitador de provincias, regidor y alcalde[4]. Cieza de León amplía que su encomienda se hallaba en Taboga[5], una isla situada muy cerca del actual Canal de Panamá, y a su vez Miguel de Estete explica que también poseyó otra en Cochaima, territorio perteneciente a la actual ciudad de Santa Fe, en Sucre, Venezuela, la cual compartía con otro soldado llamado Diego de Almagro[6]. Seguramente que Pedrarias entregó a los dos militares esta última porque eran socios en varios negocios. De lo que cabe duda es que tenían una muy buena economía, pues el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo calculaba que habían conseguido reunir entre quince mil y dieciocho mil pesos de oro[7]. sin duda toda una fortuna para aquella época; pero ese bienestar no impidió que en Pizarro el afán por descubrir el Birú fuera cada día más fuerte pues, aunque poseía la mitad de aquella fortuna, era encomendero, ostentaba los cargos de regidor y alcalde en Panamá y tenía una edad avanzada para la época, conservaba el espíritu de un soldado joven y audaz, por eso nunca pudo adaptarse a la vida sedentaria de la ciudad y quizás, también por eso, hasta entonces no se había casado ni había convivido con ninguna mujer, dado que los cronistas que le conocieron de cerca, nunca mencionan que hubiera formado un hogar, sólo indican que sus desvelos se centraron siempre en el deseo de viajar a las lejanas tierras del sur. De ahí que alternara sus cargos y negocios con expediciones exploradoras y que estuviera al tanto de todos los viajes que se realizaban por el Mar del Sur.

Parece que la amistad entre Pizarro y Almagro surgió en la expedición que Gaspar de Espinosa realizó en 1519 a los territorios de Natá, en la que Francisco era el lugarteniente, y que se consolidó en 1522 en una nueva expedición también dirigida por Espinosa, durante la cual se fundó la ciudad de Natá o Natá de los Caballeros. Tal vez, en las horas de descanso Pizarro, que vería en Almagro un hombre tan intrépido como él, le haría partícipe del proyecto que le obsesionaba: navegar hacia levante para buscar las doradas tierras de las que había oído hablar al cacique de Tumaca cuando había estado en sus territorios años atrás con Núñez de Balboa, tierras a las que por aquellas fechas parecía haber llegado el inspector Pascual de Andagoya.

 

Noticias sobre el reino de Birú

El trujillano no olvidaba que cuando recorrió la costa norte atlántica con Núñez de Balboa y en las posteriores exploraciones que realizó por aquellos lugares, los aborígenes hablaban de la existencia de un riquísimo reino lleno de oro, noticias que habían sido corroboradas en la expedición que Francisco Becerra había hecho al golfo de San Miguel y en la de Gaspar de Morales a la isla de Teraraqui, en la que Francisco había participado; por último, sabía que en la exploración efectuada en las costas del sur por Pascual de Andagoya había quedado verificada la existencia del rico reino. Juan de Basurto, otro capitán de Pedrarias, se interesó en proseguir el descubrimiento de Andagoya con sus propios medios económicos, mas se lo impidió su repentina muerte en Nombre de Dios. Parecía que el destino era implacable con los que intentaban llegar al Birú, pues durante varios años fracasaron todos los que pretendieron encontrarlo. Sin embargo la antorcha que llevaba hacia el desconocido reino continuó encendida y fue recogida por el intrépido Pizarro, quien había intuido que el camino estaba abierto desde que Núñez de Balboa y él mismo descubrieron el Mar del Sur. Después de conocer las noticias dadas por Andagoya, llegó un momento en que estuvo tan convencido de que podía realizar aquella hazaña que no dudó en preparase para llevarla adelante. Diego de Almagro, intrépido como él, era el compañero ideal para llevar a cabo el proyecto

 

La Compañía de Levante

Ahora bien, en aquellas primeras décadas del siglo XVI no era fácil preparar una expedición; casi todas las que se organizaban eran bajo iniciativa particular; de ahí que los gastos fuesen a cargo del promotor o promotores y el costo era cada día más alto, entre otras cosas porque los precios de los navíos y de las provisiones, estas últimas de por sí muy caras dada la escasez que había de ellas, subían cuando se corría la voz de que se armaba un nuevo navío. Aunque el cronista Fernández de Oviedo constatase que los dos socios poseían entre quince mil y dieciocho mil pesos de oro, muy pronto se puso de manifiesto que no contaban con el capital suficiente para cubrir todos los gastos; necesitaban mucho más dinero del que ambos tenían, por eso decidieron recurrir a préstamos con el fin de poder completar lo que les faltaba.

Afortunadamente encontraron otro socio: Hernando de Luque, el maestreescuela de la catedral de Santa María de la Antigua, quien temporalmente vivía en Panamá. Era el maestreescuela un hombre culto, intuitivo y muy hábil para los negocios; quizás esas cualidades le hicieron sopesar que, si se confirmaban las noticias que Pizarro tenía sobre las fabulosas riquezas existentes en los desconocidos territorios, la rentabilidad económica que obtendrían sería muy superior al capital que tenían que arriesgar. Por ello, pese a la incertidumbre que encerraba la empresa, según algunos cronistas, como Francisco López de Caravantes, el maestreescuela estuvo dispuesto a aportar veinte mil pesos de oro, si bien algún tiempo después declaró que esa suma de dinero no era suya sino que pertenecía al poderoso comerciante andaluz, el licenciado Gaspar de Espinosa, y que éste fue quien realmente financió la expedición.

El dato pudo ser cierto ya que Espinosa había conocido muy de cerca a Pizarro y a Almagro cuando en 1519 exploró el territorio de Natá y durante la fundación de la ciudad en 1522, por ello sabía de la valentía e intrepidez de ambos, especialmente de Pizarro; por otra parte, el trujillano también pudo haberle hablado entonces de su arriesgado proyecto pero, sin duda, en su decisión influiría mucho la opinión de Luque. Fuere como fuere, lo cierto es que la intervención del maestreescuela, a quien sus conocidos comenzaron a llamar “el Loco” por haberse unido a los dos aventureros, resultó decisiva y salvó muchos escollos a nivel burocrático y económico, dado que gozaba de muy buenas relaciones que no tenían Pizarro y Almagro por su condición de soldados analfabetos, a pesar de que entonces el trujillano estaba considerado como un magnifico capitán.

De esa forma los tres socios parece que, verbalmente, crearon a principios de 1524 la Compañía de Levante; la sellaron oyendo misa y comulgando de la misma Hostia; después prometieron que trabajarían en pro de conseguir sus objetivos y sin atender a interés personales: Pizarro dirigiría la expedición con el título de capitán y Almagro quedaría al cargo de reclutar otros hombres y también se encargaría del aprovisionamiento de los buques, mientras que Luque gestionaría el dinero y se encargaría de obtener de Pedrarias y del Consejo de Indias el permiso de conquista o exploración, es decir: la licencia del gobierno, ya que los expedicionarios exploraban en nombre del rey de Castilla, aunque el monarca no aportase ni un solo peso, por ello, los territorios que se descubrieran pasarían a ser propiedad de la Corona y consecuentemente la Compañía tenía que tributar el quinto de las riquezas que se obtuvieran. Fue aquella una empresa privada en la que los tres socios invirtieron su capital, e incluso préstamos, a cambio de repartirse los beneficios que generara; una empresa moderna que rompía con el viejo sistema económico medieval y se adecuaba a un nuevo régimen social: el capitalista.

 

Hacia el Mar del Sur

El 24 de noviembre de 1524 el capitán Francisco Pizarro se hallaba en el puerto de Panamá a bordo del buque El Santiago, nombre del apóstol bajo cuya advocación los cristianos habían luchado en contra de los musulmanes durante los largos siglos de reconquista del suelo español; le acompañaban ciento doce hombres, algunos aborígenes nicaragüenses y cuatro caballos. Su socio Almagro quedaba en la ciudad para reclutar más gente y terminar de preparar otro navío con el que algún tiempo después se iba a unir a sus compañeros llevando a los nuevos reclutados y víveres. En el momento de partir, Francisco no ignoraría que le esperaban toda clase de peligros: temibles tormentas, hambrunas, enfermedades, enfrentamientos con los nativos y con la desconocida naturaleza mas, aunque ya había cumplido cuarenta y seis años, no le importaba: tenía experiencia suficiente para sobrellevarlos; además conocía las tácticas guerreras de los indígenas y también cómo tenía que actuar en los momentos difíciles en que viera desfallecer a su gente. En las anteriores exploraciones, a excepción de la jefatura que había asumido veinte años atrás en San Sebastián de Urabá, nunca había ostentado el mando total de una expedición; ahora él era el jefe absoluto y como tal sabría infundir a su gente el valor y la fe necesaria para realizar las arriesgadas hazañas que les esperaban. Por todo ello, una vez verificada por Andagoya la existencia del Birú, debía estar seguro de poder llegar a aquel fabuloso reino; sólo necesitaba ayuda divina, de ahí que, seguramente, antes de comenzar a navegar, invocara la protección de Dios, de la Virgen María y de su arcángel San Miguel, bajo cuya imagen había sido bautizado en Trujillo y había rezado muchas veces siendo niño.

Así, amparado en su experiencia, en su fe y bajo la certeza de encontrar las ricas tierras, Francisco supo transmitir a sus hombres la euforia que sentía y todos comenzaron a navegar con gran ánimo. Sin embargo el viaje fue muy duro; durante tres años recorrieron los desconocidos territorios en condiciones verdaderamente dramáticas, según el mismo Pizarro cuenta al emperador Calos V en una carta fechada en 1529: ”… sin vestido, ni calzado, los pies corriendo sangre, nunca viendo el sol sino lluvias truenos y relámpagos, muertos de hambres, por manglares y pantanos, sujetos a la persecución de los mosquitos, que sin tener con qué defender las carnes, nos martirizaban, expuestos a las flechas emponzoñadas de los indios tres años por serviros, Majestad, por engrandecer vuestra corona por honra de nuestra nación”.

Los refuerzos y alimentos llevados por Diego de Almagro no aliviaron la dramática situación, dado que se producían continuas enfermedades y muertes. A mediados de 1527 habían muerto muchos exploradores y los que quedaban deseaban volver a Panamá; Pizarro se resistía porque para entonces ya conocía la existencia de la gran ciudad de Túmbez, pero enterado el gobernador Pedro de los Ríos de lo que estaba pasando, envió un navío a la isla del Gallo con el fin de que regresaran los que quisiera y, en efecto, en septiembre de 1527 le abandonaron todos excepto trece; los que después fueron llamados “Los trece de la Fama”.

Por cierto, que ningún cronista temprano, es decir, ni Diego de Trujillo, Miguel de Estete, Francisco de Jerez, Pedro Pizarro, Agustín de Zárate y Cieza de León, aunque algunos de ellos participaron directamente en la conquista o llegaron muy poco tiempo después de haberse terminado, narran que Pizarro hiciera con su espada la célebre raya en el suelo, si bien coinciden en que se negó a abandonar la isla. Según Cieza, ante la masiva deserción dijo que “…no quería regresar porque iban pobres, que habían pasado muchos trabajos y hambres en los que él siempre se había hallado en la delantera y que se quedaba porque el piloto Ruiz había encontrado a los indios de Túmbez que hablaban de buenas tierras y riquezas”[8].

La sublime hazaña, que envuelve al líder descubridor del Perú, podría haber surgido a partir de que Garcilaso de la Vega Inca la transmitiera después de haberla escuchado contar a algunos conquistadores que habían estado en la isla del Gallo y que en 1560 residían en Cusco, como Rodríguez de Villafuerte, el primero que según esta versión pasó la raya; después la leyenda tomaría mayor fuerza al reproducirla fray Antonio de la Calancha en su “Crónica moralizada”.

Contraviniendo las órdenes del gobernador, Pizarro se había quedado pero, con los expedicionarios que se marcharon, había enviado al piloto Ruiz para que gestionara otra licencia y llevara otros hombres. Mientras llegaba se trasladó con sus trece compañeros a la isla Gorgona, lugar de más fácil defensa ante posibles ataques de los aborígenes y allí permanecieron casi sin alimentos hasta que en marzo de 1528 volvió el piloto con la licencia para poder explorar la costa durante seis meses; mas en el navío no iban nuevos hombres, sólo los marineros precisos para la navegación. Sin embargo, Pizarro no lo dudó y con diez de los que se habían quedado en la Gorgona emprendió rápidamente la marcha hacia el sur.

Después de navegar durante algún tiempo encontraron la gran ciudad de Túmbez, de la cual Ruíz había dado noticias, y en efecto: en aquella ciudad se percibía una civilización muy superior a todas las hasta entonces halladas en los territorios recorridos; era la muestra inequívoca de le existencia del rico Birú. En septiembre de 1528, después de haber hallado otras ciudades y de haber recorrido doscientas leguas por el desconocido Mar del Sur, es decir alrededor de un millón de kilómetros cuadrados, estaban completamente seguros; por ello regresaron a Panamá con la intención de reclutar más gente y comenzar a poblar aquellos territorios, pero como el gobernador Pedro de Ríos se mostró reacio a continuar la empresa, debido a tantos hombres como habían muerto Pizarro, con el acuerdo de sus socios Almagro y Luque, hubo de viajar a España.

 

El viaje a España

En Sevilla fue encarcelado a causa de una antigua denuncia hecha por Fernández de Enciso contra él y Vasco Núñez de Balboa. Cuando obtuvo la libertad marcho a Toledo y firmó Capitulaciones con la emperatriz Isabel, esposa de Carlos V, mediante las cuales se autorizaba la conquista de los territorios hallados en el Mar del Sur; seguidamente visitó Trujillo, donde según la historiadora Lourdes Díaz-Trechuelo: “…a su regreso a Trujillo, en 1529, Francisco Pizarro fue objeto de un recibimiento auténticamente triunfal y que sus hermanos, hijos legítimos e ilegítimos de Don Gonzalo, varios de los cuales se alistarían para marchar con él a América, le reconocieron como el primogénito y le hospedaron en la casa solariega de la familia …”[9].

Pe.ro Pizarro no sólo conoció a sus hermanos Hernando, Juan y Gonzalo, también conoció a sus hermanas Graciana e Inés. A la primera, que entonces debía de ser una niña de ocho o nueve años, aunque no tuvo ningún protagonismo en la gesta descubridora y conquistadora, dejó una importante dote en su testamento de 1537, dote que reitera en la minuta/enmienda posiblemente de 1538, véase: “Ytem mando que porque yo tengo intención e voluntad de ayudar en mi vida con lo que me pareciere para casar a Doña Graciana mi hermana que si no le hubiere dado la dicha ayuda en mi vida que de mis bienes le den dos mil pesos de oro para ayuda al dicho su casamiento e lo firmé de mi nombre. Francisco Pizarro”[10]. Y asimismo a Inés Rodríguez de Aguilar encargó la erección de una iglesia e institución de una capellanía en Trujillo, según refleja una escritura de 1537 en la que ordena “…que de los treinta y siete mil y tantos pesos de oro que yo tengo en España que tomó su majestad prestados en Sevilla para necesidades de la guerra…” “…se den y entreguen a la señora mi hermana Inés Rodríguez de Aguilar siete mil pesos de oro fino para la fábrica y edificación de una iglesia e capellanía…”[11]. Estas disposiciones demuestran que, a pesar de que Pizarro nunca antes había mantenido contacto con sus hermanas, las tenía muy presentes ocho años después de haber regresado de su ciudad natal

Junto con sus hermanos se unieron otros paisanos y parientes. Para los vecinos de Trujillo, aquellos hombres se habían convertido en auténticos héroes, porque llevaban la misión de salvar del infierno a los infieles de unas tierras remotas y ricas, al igual que se había hecho en la reconquista del suelo hispano, y también la de integrarlos en los reinos de Castilla, lo cual era compatible con el propósito de adquirir riquezas como prometían Francisco Pizarro, sus compañeros y los propios indígenas que le acompañaban, pues todos ellos aseguraban que había grandes tesoros en el desconocido Nuevo Mundo al que iban. En Sevilla se unieron nuevos hombres, entre ellos el hermano de madre, Francisco Martín de Alcántara, que vivía en dicha ciudad, pero a pesar de ello, Pizarro no consiguió reunir el número necesario estipulado en las Capitulaciones; de ahí que, para engañar a los inspectores que debían autorizar la navegación, hubiera de salir precipitadamente a la Gomera.

De nuevo en las Indias

El viaje a Santo Domingo fue rápido, ya que no se produjeron tormentas pero, una vez en la ciudad, se suscitaron muy graves problemas porque, al conocer Diego de Almagro que en las Capitulaciones no se le había nombrado adelantado sino que sólo se le había dado el título de hidalgo y el de alcalde de la fortaleza de Túmbez, expresó su disgusto y retuvo el dinero que tenía la Compañía de Levante; de nada sirvieron las explicaciones de Pizarro sobre que el Consejo de Indias no había querido otorgar títulos similares a dos personas distintas; sin embargo, se volvió a concertar con él al conocer que su socio había iniciado conversaciones con dos vecinos de la ciudad para poner en marcha la empresa descubridora; seguidamente actualizaron las clausulas de la Compañía, se pagaron los fletes y los gastos hasta entonces realizados. A partir de ahí pareció que los dos socios estaban conformes; mas el tiempo demostraría que la fuerte rivalidad surgida a raíz de los nombramientos, hechos por Carlos V, no había desaparecido y que, muy al contrario, cada día se fue agudizando en Diego de Almagro.

Por fin, a finales de enero de 1531 Pizarro pudo iniciar una nueva navegación por la costa del Mar del Sur, con tres buques, bajo la dirección del piloto Bartolomé Ruíz. Tras varios meses de explorar territorios, en muy adversas condiciones dado que se les acabaron los alimentos y no pudieron hallar más, llegaron al pueblo de Coaque. Allí encontraron abundante comida y algún oro por lo que, quizás para que no surgiera el descontento de la isla del Gallo, el gobernador decidió capturar al curaca, a varios de sus principales y permanecer en el pueblo, con el fin de que los expedicionarios pudieran reponer fuerzas y empezaran a obtener riquezas.

 

Cajamarca

Esta belicosa actitud debió de extenderse rápidamente entre los aborígenes, pues desde entonces por todas partes opusieron resistencia, incluso en Túmbez donde anteriormente se habían mostrado amigos. Mas, a pesar de ello, el 15 de noviembre de 1532 llegaron a la ciudad de Cajamarca en la que, como es muy conocido, en poco tiempo vencieron a unos seis mil guerreros de Atahualpa y apresaron al Inca. Aunque esta rápida derrota ha sido uno de los hechos más analizados de la conquista del Perú por la repercusión que tuvo en los territorios andinos y para la misma Península Ibérica, es preciso señalar que en Cajamarca, aparte de la captura del Inca y del gran tesoro recaudado, sucedió otro hecho muy transcendente en la vida de Pizarro: fue que ya nunca volvió a estar solo; desde entonces compartió su vida con dos princesas incas: Quispe Sisa y Cuxirimay Ocllo.

 

Las princesas

Las princesas tuvieron gran relevancia en el Tahuantinsuyo por pertenecer a las familias o panacas reales de los gobernantes; de ahí que estuvieran rodeadas de gran lujo; además debían de ser bellas porque el Inca siempre escogía para él las más hermosas. Hasta tal punto fueron importantes que, a partir del décimo emperador Tupac Inca Yupanqui, era elegida para esposa del monarca reinante una princesa hermana de padre y madre; de esa forma se continuaba la tradición del origen divino del Imperio, basada en el mito de Manco Capac y Mama Ocllo, el cual establecía la descendencia solar de la pareja fundadora y también conservaba la pureza de sangre de las elites dominantes, clave del poder que los Incas ostentaban como hijos del dios Sol.

Pedro Pizarro llegó a ver algo del lujo que las rodeaba; sobre las que acompañaron a Atahualpa en Cajamarca dice que eran hermosas; que llevaban los rostros ocultos por máscaras de oro fundido, los cabellos largos y caídos sobre los hombros y que sus túnicas estaban adornadas con piedras preciosas[12]. Sin duda, la belleza de estas mujeres, potenciada por exquisitas joyas, por los ricos ropajes que las envolvían y por el sello de su alcurnia, constituiría un gran atractivo para los conquistadores, máxime cuando la Corona española legalizó sus propiedades y reconoció el alto estatus social y económico que habían ostentado; de ahí que fueran muy valoradas y solicitadas por los protagonistas de la conquista y que desde los primeros momentos hubiera numerosas uniones entre ellas y los recién llegados, de alguna de las cuales nacieron personajes mestizos tan importantes como el cronista Garcilaso de la Vega.

 

Quispe Sisa

Pero, al volver a los acontecimientos sucedidos en Cajamarca se constata que una de las princesas llegadas es Quispe Sisa, hija del emperador Huayna Capac y de Contarhucho, poderosa curaca de Huaylas, en el territorio de los Lucanas. No se sabe nada de su vida hasta que en ese año fue trasladada a dicha ciudad para acompañar a su medio hermano Atahualpa. Inés Muñoz, la joven esposa de Martín de Alcántara, el hermano materno del conquistador reclutado en Sevilla, ha sido quien en su Diario ha legado las mejores descripciones de la princesa; dice que “El Inca Atahualpa entregó en matrimonio a mi cuñado Francisco a su hermana Quispe Sisa, es muy joven, no debe de tener más de dieciséis o dieciocho años, es hermosa y alegre. Francisco está complacido. La hemos bautizado con el nombre de Inés Huaylas Yupanqui…”[13].

En efecto, en el Tahuantinsuyo existía la costumbre de obsequiar princesas y acllas: vírgenes del Sol, a los jefes de las etnias aliadas, o vencidas, con el fin de congraciarse con ellos y crear vínculos familiares y de amistad; por eso Atahualpa entregó su hermana a Francisco Pizarro González, el jefe de los hombres recién llegados de tierras lejanas y desconocidas, a quien llamaban “capito”. Según Inés Muñoz éste la aceptó de muy buen grado pues era muy joven, de aspecto agradable y hasta tal punto alegre que la llamó “Pispita”, que quiere decir “alegre” y “simpática”. Sin embargo, al recordar la soledad sentimental que el trujillano había mantenido siempre, es difícil pensar que a sus cincuenta y tres años y estando inmerso en tantísimos problemas de todo orden, la juventud y gracia de Quispe Sisa le llevara a vivir una apasionada historia de amor. Pero, desde luego, está muy claro que en esos momentos Francisco quiso unirse a una mujer y tener hijos, lo que hasta entonces parece que no había deseado ¿Qué motivos tuvo? ¿Acaso pensó, como los emperadores incas, que de esa forma establecía lazos de parentesco con las elites nativas y que así el pueblo andino aceptaría mejor la presencia extranjera? ¿O, tal vez, su alta posición social y económica le empujo a crear una familia para que los hijos heredaran sus bienes…? Si tuvo alguna de estas motivaciones, hoy no se puede sabe, Mas, fuere como fuere, lo cierto es que la princesa llenó de luz la vida del gobernador al darle dos hijos y además, como sigue diciendo Inés Muñoz, colaboró activamente en la nueva ciudad que estaba surgiendo en Cajamarca: “…Tenemos el problema de alimentación resuelto, Quispe Sisa es muy amable, nos proporciona mucha información y ayuda, tiene un grupo de servidores, visten igual, son muy limpios, pertenecen a una tribu que se hacen llamar Lucanas. Todas las mañanas recibimos muchas provisiones…”[14].

El hecho de que Quispe Sisa, además de ser la mujer de Pizarro, se encargara de las provisiones que llegaban, la haría ostentar un papel muy importante, pues la alimentación era fundamental para aquellos españoles que habían pasado tanta hambre y todavía sería mucho más importante cuando en 1534 dio a luz una niña, a la que bautizaron Francisca, y después en 1535 al nacer su hijo Gonzalo.

 

Cajamarca

A primera vista parece que los españoles debían sentirse satisfechos en Cajamarca pues Atahualpa, a cambio de su libertad, había ordenado llevar cuantiosas cantidades de oro y plata; sin embargo no era así, pues sabían que en cualquier momento podían ser aniquilados por el gran ejército que los generales del Inca estaban preparando para liberarle. Así las cosas, cuando el 14 de abril de 1533 se supo que llegaba Diego de Almagro con los hombres reclutados en Panamá y Nicaragua. Pletóricos de alegría, el gobernador y muchos de sus soldados salieron a recibirlos, ya que el numeroso grupo suponía una gran ayuda para hacer frente a tan multitudinarios enemigos. Por su parte, cuando los recién llegados entraron en la ciudad, aunque les dijeron que todavía faltaba mucho oro y plata por llegar, quedaron asombrados al ver la gran cantidad que había de aquellos metales; tan enorme tesoro les hizo comprender que por fin estaban en el rico Pirú y creyeron que todos se llenarían de riquezas.

El 15 de julio, el escribano Pedro Sancho dio fe de que se habían fundido “…un millón trescientos veinte seis mil quinientos treinta y nueve pesos de buen oro, cada peso de doscientos cincuenta maravedís, de los cuales, sacados dos mil doscientos cuarenta y cinco pesos de los derechos del fundidor, perteneció a Su Majestad por sus Reales quintos, doscientos sesenta y cuatro mil ochocientos cincuenta y nueve pesos y quedando para la Compañía de Levante un millón cincuenta y nueve mil cuatrocientos treinta y cinco pesos”[15].

  Ese mismo día, de los quintos correspondientes al emperador Carlos V entregaron a Hernando Pizarro cien mil cuatrocientos cuarenta y ocho pesos para que los llevara a España y al día siguiente le dieron tejos y piezas de oro valorados en ciento sesenta y cuatro mil cuatrocientos once pesos, más cinco mil cuarenta y ocho marcos de plata, con los cuales se completaron los derechos del emperador. Seguidamente se repartió el tesoro entre los ciento sesenta y ocho hombres que habían intervenido en la captura de Atahualpa. A Diego de Almagro y su gente se dio veinte mil pesos, aunque se señala que no tenían derecho a percibir nada del rescate, con el fin de que cubrieran algunas de sus necesidades, pagaran deudas y se resarcieran del coste de los fletes. Una vez terminada la fundición y el reparto, Pizarro mandó hacer otro auto en el cual se declaraba libre a Atahualpa y se le dejaba sin la obligación de continuar entregando oro o plata; el auto le fue notificado mediante un legua y se hizo pregonar en la plaza de Cajamarca al son de trompetas, sin embargo, en el mismo pregón se hacía saber que, por seguridad de la tierra y hasta que no llegaran más españoles, el Inca continuaría preso y bien vigilado.

Aparentemente reinaba la calma en la ciudad, pero pronto empezaron a aparecer graves problemas a consecuencia de los cuales se apoderó de los vecinos una gran intranquilidad. En primer lugar, los hombres de Almagro seguían resentidos porque no habían recibido la misma parte del botín que los de Pizarro y aquel resentimiento enrarecía el ambiente y creaba malestar; además continuos rumores presagiaban un inminente ataque indígena: se decía que Atahualpa estaba organizando en las montañas próximas un ejército de doscientos mil guerreros con el que se proponía ir sobre ellos en el momento que lo tuviera preparado. Muchos, pensando que era cierto, apuntaban que no había acabado de llenar las salas con el oro y la plata prometidos para tener tiempo de reunir su ejército y que era necesario ejecutarle o enviarle a España

 

La ejecución de Atahualpa

Esa era la situación que se vivía en Cajamarca cuando, al decir del cronista Francisco de Jerez, un sábado, a la puesta del sol, llegaron dos aborígenes servidores de los españoles y dijeron que habían venido huyendo del ejército de Atahualpa, que estaba a tres leguas de allí, y que esa noche, o a la siguiente, atacarían la ciudad por orden del Inca[16]. Obviamente la información de los nativos puso de manifiesto el peligro en que se hallaban, muchas veces anunciado, pues el pequeño grupo de españoles no tendría ninguna defensa ante el ataque de por lo menos cincuenta mil guerreros que, según los servidores indígenas, estaban a punto de cercarles: todos morirían. Atahualpa fue preguntado y negó rotundamente que hubiera enviado aquel ejército, mas los cronistas presenciales testimoniaron que otros nativos también lo confirmaron. Los capitanes, entre ellos Almagro, el tesorero Riquelme, los oficiales reales y hasta el mismo fray Vicente Valverde, decían que únicamente se podrían salvar si Atahualpa moría. A pesar de ello Pizarro dudaba, porque apreciaba al joven soberano; seguramente sopesó enviarle a España, pero no había tiempo ya que, según las informaciones de los servidores nativos, sus guerreros se hallaban muy cerca y como no podía consentir que muriera su gente, bajo las presiones de los almagristas y de los oficiales reales, no tuvo más remedio que tomar la decisión de entablar un proceso al Inca: era 25 de julio de 1533. Esa misma noche Atahualpa fue juzgado en un fulminante proceso y condenado a morir en la hoguera. Al día siguiente se ejecutó la sentencia.

Francisco Pizarro, como gobernador que era, no había tenido más remedio que ordenar su ejecución, pero en contra de su voluntad, ya que el cronista Pedro Pizarro dice: “Yo vide llorar al marqués de pesar por no podelle dar la vida, porque cierto temió los requerimientos y el riesgo que había en la tierra si le soltaba”[17]; a sus cincuenta y cuatro años, el soldado curtido en tantas batallas lloró de dolor por tener que ejecutar a quien por entonces parecía ser su máximo enemigo.

 

 Q´osqo, capital del imperio Inca.

Según José Antonio del Busto el gobernador y sus hombres salieron de Cajamarca hacia Q´osqo, nombre después transformado en Cuzco y Cusco,  el 11 de agosto de 133[18] Tras varias refriegas sostenidas contra el ejército de Quizquiz, general de Atahualpa, y una corta estancia en Xauxa entraron en la ciudad el 15 de noviembre. Al llegar, debieron de quedar totalmente impactados cuando desde lo alto del cerro Carmenca vieron que tenía forma de puma sentado, el animal sagrado de los Incas, que se hallaba situada en un valle a tres mil cuatrocientos metros sobre el nivel del mar y que estaba rodeada de montañas jalonadas por andenerías sembradas de maíz, las cuales semejaban jardines muy verdes. Pero seguramente que aún les impresionaría mucho más su casco neurálgico, en el que se encontraba la gran plaza de Haucaypata, en castellano Plaza de Regocijos, rodeada de los imponentes palacios mandados edificar por cada uno de los monarcas del Imperio. Asimismo los edificios públicos, como el Acllahuasi, o casa de las Vírgenes del Sol, las kallancas, que eran grandes galpones donde se alojaba la gente destacada por los gobernantes para intervenir en construcciones oficiales y para integrar los ejércitos, las qolqas, o almacenes estatales; sobre todo se admirarían al ver el fabuloso Coricancha dedicado a su máxima divinidad el Inti: el dios Sol,  especie de catedral construida con piedras de diorita verde en la que además de una imagen del astro solar, se hallaban momificados los cuerpos de los monarcas fallecidos. Finalmente, coronando estos edificios, a tres mil quinientos metros de altura, contemplarían la enorme fortaleza de Sacsayhuaman, formada por un conjunto de tres murallas edificadas con gigantescos bloques pétreos perfectamente ensamblados entre sí. Toda aquella espectacular arquitectura urbana había sido creada sin el conocimiento de la rueda y el hierro.

El 23 de marzo de 1534, Pizarro realizó la fundación española de la ciudad, aunque en realidad lo que ese día se hizo fue una refundación, ya que no se cambió de lugar y conservó su mismo nombre. El asombro que Q´osqo causó a Pizarro queda reflejado en la ordenanza que promulgó el 26 de marzo de 1534, al decir: ” …mando que las dichas casas y edificios y alguno dellos (blanco) por la presente [no sean] deshechos ni reedificados por ningún español ni españoles ni tomen a ninguno de los vecinos del pueblo ni a ninguno dellos posada (blanco) vivienda alguna mas de las que estén (ilegible) das de (roto) o las de los españoles (blanco) van conmigo a Xauxa vivían o posaban so pena de quinientos pesos de oro…” y seguidamente,   el 29 del mismo mes, ordenaba que los vecinos dieran buen tratamiento a los naturales[19].

Tras cuatro meses de permanencia en la ciudad, el gobernador decidió volver a Xauxa, donde había dejado a Quispe Sisa. Al poco de llegar también realizó su fundación oficial y a la vez la declaró capital de los territorios conquistados pues Q´osqo, a pesar de su magnificencia, se encontraba muy alejada del mar. Sin embargo, Xauxa tampoco reunía buenas condiciones para vivir porque, al ser un lugar muy frío enfermaban los vecinos y morían sus animales; de ahí que Pizarro buscara en la costa otro más idóneo. Como, al cabo de varias exploraciones, lo halló en el valle del río Rimac, fundó en él la Ciudad de los Reyes, nombre después transformado en Lima, el 18 de enero de 1535 y en ella estableció la capital

Por aquellos días habían cesado los levantamientos indígenas, dado que los generales de Atahualpa habían muerto: Chalcuchima ajusticiado poco antes de llegar a Cusco por haber sido acusado de provocar continuos levantamientos y de envenenar a Tupac Hualpa, un Inca coronado por Pizarro después de la muerte de Atahualpa, y Quizquiz en Quito, parece que a manos de sus propios guerreros. Bajo esa paz Pizarro, en calidad de gobernador, enviaba expediciones para explorar el territorio, fundaba ciudades, como las de Trujillo, Puerto Viejo y Chachapoyas, similares a de San Miguel, realizada en el valle de Piura cuando llegaron: y estructuraba la vida del nuevo Perú mediante ordenanzas para la convivencia de vencedores y vencidos; muestra de ellas son las dictadas a mediados de 1535: “…otro si: mandamos que ningún español de ninguna suerte e condición que sea, sea osado de hacer mal tratamiento a ninguno de los dichos naturales indios, so pena de que el que hiriere alguno de los dichos indios sin causa justa sacándoles sangre, demás de otras penas que por derecho e costumbre destos reinos mereciere, le sean quitados los indios que tuviere depositados y quede inhábil para tener aquellos ni otros en la dicha provincia”[20].

Sin embargo, Pizarro no podía estar completamente tranquilo. Diego de Almagro  estaba muy insatisfecho;  muchas cosas se revolvían en su mente: su socio era el gobernador de todos los territorios descubiertos y tenía en ellos un poder absoluto; en cambio él, cofundador de la Empresa de Levante, que había negociado en Panamá los trámites de las expediciones, que había reclutado hombres y avituallado los navíos, que había luchado en diferentes parajes del Pacífico con tantos peligros que hasta había perdido un ojo y varios dedos de una mano, no tenía gobernación; sólo el título de alcalde la fortaleza de Túmbez. Cuando Hernando Pizarro llevó los quintos de Cajamarca a Carlos V se había solicitado una gobernación, pero hasta entonces el nombramiento no había llegado y él soñaba con poseerla  en las desconocidas comarcas del sur, en las cuales suponía que iba a encontrar otra capital similar a la de Cusco.

Intentando aminorar su enojo, el día 1 de enero de 1535, al entregar en Pachacamac cien mil pesos de oro al adelantado Pedro de Alvarado para que abandonara aquellos territorios, los dos socios escribieron una carta al emperador en la cual especificaban las conquistas que llevaban realizadas y de nuevo pidieron la gobernación. Mas, como el tiempo había pasado y la Real Cédula no llegaba, el descontento del manchego era cada vez mayor. Pizarro, con objeto de calmarle, le nombró teniente gobernador de Cusco y le dio autorización para que, tal y como deseaba, organizase una expedición a los territorios del sur. Almagro aceptó el cargo de muy buen grado, aun siendo jefe militar de la guarnición el capitán Hernando de Soto, y se preparó para ir a la ciudad imperial; entonces ni él ni Pizarro sabían que el 21 de mayo del año anterior, es decir en 1534, el emperador ya le había concedido una gobernación llamada Nueva Toledo que se extendía doscientas leguas hacia el sur a partir de la de su socio, y una vez llegado al Cusco preparó un gran ejército y partió hacia Chile el 31 de julio de 1535.

Por aquellos días el gobernador nuevamente debía sentirse satisfecho: Almagro había iniciado su soñada expedición y se había llevado con él a los decepcionados hombres de Pedro de Alvarado; Cusco estaba tranquilo bajo el gobierno de su hermano Juan a quien ayudaba su otro hermano Gonzalo, pero no contaba con que Manco Inca, también coronado por Pizarro con el fin de crear confianza entre los aborígenes, se hallaba totalmente descontento, pues en esos momentos había llegado a la conclusión de que su poder no era real, que sus decisiones siempre debían de ser ratificadas por los extranjeros y que sus compatriotas realizaban trabajos agrícolas y urbanos, muchas veces de forma abusiva.

Por todo ello, tras madurar durante mucho tiemplo un plan de ataque, reunió a unos doscientos mil hombres y el 3 de mayo de 1536 cercó el Cusco. Pedro Pizarro dice que “era tanta la gente que aquí vino que cubrían los campos, que de día parescía un paño negro que los tenían tapados todos media legua alrededor desta ciudad del Cusco. Pues de noche eran tantos los fuegos que no parescían sino un cielo muy sereno lleno de estrellas …”[21]. Manco había escogido el mejor momento, dado que en la ciudad quedaban muy pocos españoles, casi todos se habían ido con Almagro a Chile; de ahí que creyendo asegurada la victoria y deseando terminar de una vez con todos los extranjeros, enviase a la Ciudad de los Reyes a otros cincuenta mil guerreros al mando de su hermano Quiso Yuapanqui, quien también la cercó el 5 de septiembre. El ataque fue tan fuerte y sorpresivo que los vecinos estuvieron a punto de morir de hambre, pues llegaron a no tener alimentos; sin embargo el 12 de octubre apareció un ejército de mil guerreros enviados por Contarhucho, la cacica de Huaylas madre de Quispe Sisa, con cuya ayuda pudieron vencer al general Quiso y a sus tropas. En cambio Cusco, a pesar de los varios ejércitos enviados por Pizarro, no pudo ser liberado hasta el 29 de mayo de 1537, cuando los nativos conocieron que Diego de Almagro había vuelto de Chile.

Los triunfos obtenidos en Los Reyes y Cusco llevan a pensar que el gobernador debía de sentirse feliz: había conseguido salvar todos los territorios conquistados, además Inés Guaylas le había dado dos hijos: Franisca y Gonzalo; de ahí que siguiera estructurando el país que se estaba gestando bajo la promulgación de nuevas ordenanzas; así el 30 de abril de 1539 mandó pregonar en todas las ciudades las  establecidas por la Corona sobre las cargas que se permitía imponer a los indios porteadores: “e porque sería molestia e gran trabajo [y] carga para los dichos indios llevar más de una arroba de peso y el bastimento que el indio ha menester para su camino, mandan que ninguna persona sea osada de echar a los indios más de una arroba de peso…” y el 20 de abril de 1540 otras en las que tras indicar que Carlos V había dado ordenanzas para el buen tratamiento y libertad de los naturales, dice que él las había hecho pregonar en los pueblos y ciudades de su gobernación, mas que “…agora a mi ha venido noticia que la dicha ordenanza no la habéis guardado ni la guardáis [y] muchos de vos habéis ido contra ella estando en los tambos e pueblos de los indios mucho más tiempo del contenido en la dicha ordenanza fatigando a los dichos naturales e molestándoles e tomándoles sus mujeres e atormentándolos e haciéndolos otras malos tratamientos en sus personas…” y ante tales circunstancias, en esa misma fecha ordena: “ Otrosí: mando que ningún español esté fuera de los dichos pueblos de cristianos para ninguna parte cuatro leguas del tal pueblo sin mi licencia o de mi teniente que es o fuere en el tal lugar para que se sepa e que se debe dar la tal licencia, lo cual así se cumpla so pena de doscientos pesos aplicados según dicho es y en defecto cien azotes e que de la tal licencia el juez ni escribano no lleven derechos algunos”[22]. Como se ve, Pizarro intentó proteger siempre a los nativos mediante aquella avanzada legislación y según se deriva de todas estas leyes y ordenanzas, dictadas para conseguir aquel fin, potenció el buen trato de los indígenas, a pesar de lo dicho contrariamente, y conviene recordar que estuvo vigente en Perú durante mucho tiempo.

Y junto al buen tratamiento de los indígenas, una de sus grandes preocupaciones derivada del alto espíritu religioso que poseía, fue la conversión de éstos al cristianismo, puesto que se hallaba convencido de que estaban en pecado mortal por adorar a ídolos falsos. En tal sentido, en las ciudades que fundaba promovía la catequización y educación española de los hijos de los curacas cercanos y asimismo el bautismo de las princesas. Ejemplo de este afán de cristianización es el dato expuesto por Guillermo Lhomann Villena, según el cual el 7 de enero de 1540 “por mandado de su señoría en su casa” recibieron las aguas regeneradoras de la fe nueve aborígenes, entre ellos el curaca de la Magdalena, más diez mujeres de las más distintas procedencias [23]

Sin embargo, tampoco entonces la felicidad le iba a durar mucho tiempo ya que sobre él gravitaban dos graves problemas: uno, quizás el menos relevante de los dos, concernía a su vida sentimental; el otro, relacionado con Diego de Almagro, era mucho más grave: su socio estaba cada día más descontento e igualmente sus hombres y Pizarro no ignoraba que aquella situación podía acarrear una guerra civil entre los españoles avecindados en los territorios peruanos.

Respecto al primer problema, es preciso decir que durante bastante tiempo su unión con Inés Guaylas pareció totalmente consolidada: como se ha visto tenía dos hijos con ella y además la intervención de su madre, Contarhucho, había salvado la capital del nuevo Perú; sin embargo, a raíz de aquellos hechos, no duró mucho más. Se ignoran qué causas propiciaron la separación del gobernador y la princesa: ¿Pudo ser que Inés se enamorase de Francisco de Ampuero, un apuesto joven que había llegado con Hernando Pizarro y que pasó a trabajar como paje del gobernador…? ¿O fue el mismo Francisco Pizarro quien se enamoró de otra bella princesa llamada Cuxirimay Ocllo…? Lo cierto es que, según el Diario de Inés Muñoz, en 1536 había dos personas en medio de la pareja: el paje español y la princesa inca.

La anómala situación debió de resolverse con la boda de Inés Guaylas y Ampuero en 1537 ó 1538, porque en este último año nació Martín Ampuero Yupanqui, el hijo mayor de ambos. Si el hecho es sorprendente, mucho más es que Pizarro, hasta entonces marido de la princesa aunque no habían llegado a casarse, bendijo el matrimonio, entregó a los desposados la encomienda de Chaclla y nombró a Ampuero regidor de Los Reyes.

Por lo anteriormente visto parecía que Francisco Pizarro había aceptado bien la relación de su mujer con Ampuero, pero en el fondo no debió de ser así pues, cuando la pareja contrajo matrimonio y se estableció en su propio domicilio, separó a sus hijos Francisca y Gonzalo de la princesa y los puso bajo la tutela de su cuñada Inés Muñoz, argumentando que al lado de Inés los niños serían educados en la cultura española y en la religión cristiana; desde luego, no se equivocó ya que Inés los quiso como a hijos propios y dedicó su vida a formarlos y protegerlos. A su vez el gobernador, sobre un año o dos después de estos acontecimientos, tomó por mujer a la princesa Cuxirimay Ocllo.

 

Cuxirimay Ocllo Yupanqui

La vida de esta princesa parece sacada de una novela. Fue hija de Yanque Yupanqui, un poderoso señor perteneciente a la real panaca del noveno Inca Pachacuti. Según el cronista Juan de Betanzos, su tercer marido, el último emperador, Guayna Capac, la destinó nada más nacer para esposa principal de su hijo mayor Atahualpa [24] y, en efecto, éste la tomó por su pivihuarmi a finales de 1531, o a principios de 1532, cuando fue coronado Inca; él tenía sobre treinta años y la niña entre once o doce. El matrimonio duró muy poco tiempo: apenas unos once meses pues, como anteriormente se ha señalado, Atahualpa fue hecho prisionero el 16 de noviembre del último año; si bien, con el fin de estar a su lado, Cuxirimay se trasladó a Cajamarca y le acompañó en el cautiverio hasta el 26 de julio de 1533, día en el que, como se ha visto, fue ejecutado. La muerte del Inca debió de sumirla en una enorme tristeza y depresión, dado que hasta intentó suicidarse para estar a su lado en la vida de ultratumba, en la que creían los habitantes andinos.

Seguramente que, a partir de su desaparición, Cuxirimay vería desmoronarse todo su mundo; sabría que ya nunca volvería a vivir como antes porque sólo le quedaba la opción de integrarse en la sociedad hispana que se estaba implantando y para ello debía recibir instrucción cristiana y bautizarse con un nombre diferente al suyo. Aunque, según anotó Inés Muñoz, Pizarro ya se interesaba en ella [25] por esos días no presentiría que en breve iba a volver a ser la primera dama del nuevo Perú. Se ignora el tiempo que tardó en decidirse a realizar tan drásticos cambios, cuándo y dónde se produjeron, sin embargo dos o tres años después de los trágicos sucesos de Cajamarca, Cuxirimay se llamaba Angelina, oficialmente llevaba el apellido Yupanqui y era muy bella.

También se desconoce cómo vivió esa etapa hasta adaptarse a las formas de vida españolas y tampoco se sabe por qué Francisco Pizarro la convirtió en su mujer, aunque el testimonio de Inés Muñoz parece revelar que estaba enamorado de ella; lo que está claro es que, como cuenta Juan de Betanzos, “el marqués la tomó para sí[26]. El cronista no dice en qué momento ni en qué circunstancia, presumiblemente sería entre 1538 y 1539 pues la anterior mujer del gobernador, Inés Guaylas, se encontraba casada con Francisco de Ampuero desde un año o dos antes; en cambio, si es posible indicar que cuando Pizarro la tomó por esposa, Angelina debía tener unos diecisiete años.

Con respecto a este hecho sería curioso conocer qué pensamientos cruzaron por la mente de la princesa al verse cortejada por quien había decretado la muerte de su primer marido, sobre todo cuando se convirtió en su mujer; mas fueren cuales fueren, guardó fidelidad al gobernador hasta el día en que éste murió. De esa unión, no legitimada, nacieron dos hijos: Francisco en Cusco, posiblemente a finales de 1539, dado que en el testamento realizado por Pizarro en Chivicapa el 27 de junio de aquel año, sólo nombra como herederos suyos a los dos hijos habidos con Inés Guaylas[27] y, es lógico creer que, si ya hubiera nacido, también le habría nombrado heredero; a su vez, Juan vendría al mundo en Los Reyes después de mayo de 1540 o a principios de 1541; al alumbrar al mayor de los niños, Angelina tendría sobre dieciocho años.

Asimismo resulta difícil saber por qué Pizarro tomó a Cuxirimay por mujer cuando él contaba casi con sesenta años y ella sólo tenía dieciséis o diecisiete. Pueden aducirse dos hipótesis: los públicos escarceos de Inés Guaylas con Francisco de Ampuero, durante las frecuentes temporadas en que el viejo gobernador se hallaba ausente, a pesar de que tenía dos hijos con él, o tal vez, como escribió en su Diario Inés Muñoz, por la atracción que sintió hacia la bella y joven princesa inca. Sin embargo, no parece probable que se interesara únicamente por la belleza de la joven, dado que en los treinta cinco años que llevaba en el Nuevo Mundo habría conocido a otras muchas mujeres hermosas, como por ejemplo la capullana de Túmbez, y ningún cronista registra que hubiera vivido con alguna, ni tampoco con españolas. Por tanto es posible que tuviera otras razones, tal vez de Estado; una podría haberse basado en el intento de reforzar su jerarquía, apenas aceptada por el pueblo vencido, al compartir su vida con una princesa perteneciente a la estirpe del Inca Pachacuti que además había sido esposa principal de Atahualpa, y otra por el deseo de dejar descendencia entroncada con la rama del gran Inca, lo que en el futuro permitiría a sus hijos posicionarse legalmente en el gobierno del país mestizo que estaba surgiendo bajo la mezcla de razas, culturas y religiones. Si el nuevo gobernante del Perú albergó alguna de las dos últimas intenciones, hoy es imposible saberlo; no tuvo tiempo de demostrarlas y ni siquiera pudo legitimar a los niños nacidos de su unión con Angelina.

 

La guerra con Almagro

El problema con su socio era mucho más grave. La expedición a Chile había sido un absoluto fracaso; durante veintidós meses el mariscal y su ejército recorrieron parte de las regiones de las actuales Bolivia y Argentina hasta Chile y sólo hallaron parajes desérticos, o aptos para la agricultura y aquello no era lo que los expedicionarios habían ido a buscar. Sin embargo, nadie les informó de que cerca del lago de Aullagas, donde algunos de ellos  acamparon varios días, se hallaban las fabulosas minas de oro y plata de Porco, Potosí y Poopó; en esos momentos no llegaron a intuirlas.

Si “los de Chile” hubieran conocido los tesoros que allí guardaba la madre naturaleza, seguramente que no se habría suscitado la guerra civil entre los bandos almagrista y pizarrista, pero no los encontraron y los que lograron sobrevivir, regresaron además de fracasados, con un gran resentimiento hacia Francisco Pizarro: decían que su jefe había quedado muy perjudicado en las Capitulaciones firmadas con Carlos V y que Cusco pertenecía a la gobernación de la Nueva Toledo recientemente otorgada a Almagro, lo cual no era  cierto pues para entonces el emperador también había añadido doscientas setenta leguas a la del gobernador.

Almagro cansado, enfermo y no sabiendo como atenuar aquel gran malestar, se dejó llevar por los deseos de revancha y guerra de sus capitanes, sobre todo por el lugarteniente Rodrigo de Orgóñez, un viejo soldado en quien confiaba plenamente; de ahí que el 8 de abril de 1537 sus hombres se apoderaran de Cusco, encarcelaran a los hermanos del gobernador, Hernando y Gonzalo, a sus capitanes y que después sembraran un gran caos por los territorios serranos cercanos a la ciudad. Pizarro, a pesar de que conocía todo lo que estaba ocurriendo, no quería llegar a combatir con su socio; en tal sentido dice al emperador que había dicho a Alonso de Alvarado, uno de sus capitanes que para que no hubiese rompimiento ninguno por su parte “… se concertasen en paz y sirvieran al emperador y otras cosas como a hermano, disimulando todo por el amor que le tengo”[28].

Pero los almagristas no aceptaron la paz; por el contrario, Alvarado fue hecho prisionero y en Cusco continuaron encarcelando y matando a partidarios de los Pizarro; después, al verse triunfadores y con un ejército muy numeroso quisieron apoderarse también de la Ciudad de los Reyes  Ante estos hechos Pizarro se lamenta y dice al emperador: “…todo lo cual me duele y me llora el corazón, que no sé qué sufrimiento me basta de no reventar con ver tales cosas e no puedo creer sino que el enemigo ha reinado en este hombre pues todas cosas permite y consiente[29]; mas, a pesar de ello, siguió intentando que liberasen Cusco y que pusieran en libertad a sus hermanos y a los capitanes mediante varias negociaciones que también fracasaron. Creyendo que la situación se arreglaría entrevistándose personalmente, el 13 de octubre de 1537 se reunieron en el pueblo de Mala y, como no alcanzaron ningún acuerdo,  en el valle de Guarco, pero tampoco allí llegaron a ningún acuerdo porque, a mitad de la entrevista, Almagro pensando que su hermano Gonzalo le habían tendido una trampa, huyó de repente.

Según los cronistas, Pizarro salió tras él con toda su gente; le siguió hasta un lugar muy frío llamado Guaitara y allí, al ver a sus hombres enfermos por la altura y maltratados por las nieves, decidió regresar al valle de Ica donde volvió a rehacer y a preparar su maltrecho ejército. A partir de ese momento la guerra fue inevitable: el gobernador consideraba que tenía que defender su gobernación, incluso a punta de lanza, de cualquiera que quisiera apropiarse de ella sin autorización real y el mariscal, al arrebatarle Cusco, se había convertido en uno de sus más peligrosos enemigos. Sin embargo, no queriendo combatir directamente con quien había sido su amigo y compañero durante tantos años, argumentó que era viejo para entrar en combates y que, en cambio, su hermano Hernando de treinta y cinco años, quien había sido liberado durante las negociaciones, poseía la fuerza y la pujanza necesarias para hacer frente a cualquier adversario; de ahí que el 9 de diciembre de 1537, estando en Chincha le dispensara de regresar a España para llevar el oro del emperador y que asimismo le ordenase que no saliera de Pirú hasta que el reino se pacificara, debido a que él “estaba viejo y cansado”.

Poco después, el 1 de febrero de 1538, Pizarro ratificaba aquel mandato en el valle de Ica y a la vez daba a Hernando una Provisión para que capturase y actuase conforme a justicia contra Diego de Almagro. Dice así: “Don Diego de Almagro, volviendo como volvió de las partes del Levante a donde en nombre de Su Majestad había ido a descubrir y poblar dejándolo de hacer aunque para ello halló muy buena tierra y aparejada donde Su Majestad fuera muy servido, se volvió a la ciudad del Cuzco y entró en ella por fuerza de armas e se hizo recibir por gobernador consintiendo y permitiendo que se hicieran muchos robos e fuerzas a los españoles vasallos de Su Majestad, que en ella residían, e perseverando en sus delitos vino hasta el pueblo de Chincha donde fundó cierta manera de pueblo y de allí él y sus gentes han corrido toda la tierra haciendo muchos daños e robos a los naturales y españoles, a cuya causa la tierra está abrasada y asolada y Su Majestad ha sido muy deservido a todo lo cual ha dado causa el dicho adelantado, e conviene a su real servicio y al sosiego de la tierra que sea castigado de los dichos delitos. E como a capitán y criado de Su Majestad yo en su real nombre os mando que dejásedes la ida a España, a donde estábades de camino para ir con el oro de Su majestad y que quedásedes en esta tierra para me dar favor y ayuda para la conquista y pacificación…”.Seguidamente también le ordenaba: “A todo lo cual yo os he encargado y mandado que vayáis a la ciudad del Cuzco e que podría ser que yendo o estando allá o viendo topásedes con el dicho adelantado en parte donde le pudiésedes prender para que él fuese castigado de los dichos delitos que ha cometido y cesasen los que se esperan que cometerá, por tanto yo vos mando que donde quiera que lo hallárades e pudiese ser habido el dicho adelantado le prendáis o hagáis prender el cuerpo y preso procedáis contra él y le castiguéis como hallárades por justicia conforme a los delitos que hubiere cometido”[30].

En esos momentos la actitud de Pizarro era muy diferente a la que había tenido en el anterior mes de junio cuando encargó a sus hermanos y albaceas que repartieran hermanablemente sus bienes con Diego de Almagro. Entonces la guerra había estallado y ya no había marcha atrás: él debía defender los territorios ganados durante tantos años con infinito esfuerzo; por eso envió a Hernando a combatir al que por muchas décadas había sido amigo y socio.

Por su parte Almagro, enfermo, resentido desde las Capitulaciones de Toledo, fracasado en Chile y acuciado por el deseo de riquezas de sus capitanes, especialmente de Rodrigo Orgóñez, no podía devolver Cusco: la única opción que tenía era continuar en la rica capital de los Incas, en la que ya había repartido tierras a los hombres de su ejército, y desde ella buscar nuevos botines en los territorios colindantes. Ese era su propósito pero, por aquellas fechas, conociendo también que la guerra era inminente y mientras esperaba a los pizarristas, reunió el máximo número de gente que pudo durante más de dos meses: según los cronistas a ochocientos hombres y fundió metales para hacer armas de plata y cobre.

A su vez Francisco Pizarro, que asimismo contaba con unos ochocientos soldados de caballería e infantería, más ochenta arcabuceros, considerando que tenía un ejército potente, lo puso al mando de Hernando con la orden de que echara al mariscal de los límites del Cusco y éste, acompañado de su otro hermano Gonzalo y del capitán Alonso de Alvarado, inició la marcha hacia la ciudad.

El 26 de abril de 1538 ambos ejércitos se enfrentaron en los llanos de Salinas, cercanos a Cusco. Los almagristas no pudieron resistir el empuje de las tropas pizarristas y muy pronto quedaron vencidos. Consecuentemente Diego y su hijo fueron hechos prisioneros:  encerraron al mariscal en el mismo cubo donde había estado Hernando y tres meses después, el 8 de julio, fue ajusticiado, tras haber sido sometido a un proceso en el que se le acusó de tomar Cusco con las armas, de no respetar las treguas, ni los juramentos, de haber atacado a las tropas del capitán Alonso de Alvarado en el puente de Abancay y de pactar con Manco Inca para aniquilar a los pizarristas. Según los cronistas, el gobernador que estaba en Xauxa, al recibir la noticia de su muerte bajó la mirada al suelo y vertió lágrimas; sin embargo algún tiempo más tarde no quiso entregar la gobernación de la Nueva Toledo a Diego de Alvarado, a quien el adelantado había nombrado gobernador hasta que su hijo Diego llegara a la mayoría de edad, aduciendo que “su gobernación no tenía término y que llegaba hasta Flandes”.

 

Los últimos años de vida del conquistador

En efecto, entonces se sentía triunfador: había recibido el título de marqués y se consideraba dueño absoluto de la tierra conquistada, aunque no ignoraba que aún quedaban muchos problemas por resolver. Manco Inca desde Vilcabamba de nuevo arrasaba los pueblos y los caminos de la sierra, a su vez, las etnias del Collao se hallaban en pie de guerra y había que pacificarlas. De ahí que tras enviar a sus hermanos, él mismo fuera a Vilcabamba en busca del Inca, aunque ya tenía sesenta y un años. No pudo capturarle, pero fundó las ciudades de San Juan de la Frontera, después llamada Ayacucho, La Plata  y  Arequipa.  Por otra parte, la formación y mantenimiento de los ejércitos, imprescindibles para apaciguar la tierra, fundar ciudades y para las continuas expediciones descubridoras que era necesario realizar, requerían inmensos gastos y en esos momentos no había de donde sacar el dinero; por ello, aunque desde 1535 había encargado la localización de yacimientos mineros, estableció entonces las bases para su explotación.

Pizarro regresó a Los Reyes sobre el 20 de abril de 1540. Debía de sentirse satisfecho por las fundaciones realizadas y porque a raíz de la campaña de Vilcabamba, habían cesado los ataques de Manco Inca; sobre todo, por el hallazgo en Charcas de importantes minas de oro, especialmente de plata. El descubrimiento de aquellos yacimientos auguraba un enorme potencial económico en los territorios conquistados. Así pues, uno de sus principales propósitos se centró en planificar desde Los Reyes la búsqueda de metales preciosos por diversos lugares y en preparar nuevas expediciones a territorios aún no explorados.

Pero su satisfacción debió de empañarse muy pronto, porque nada más entrar en la ciudad supo que el juez Vaca de Casto, enviado por Carlos V, estaba a punto de llegar para informarse de lo que estaba ocurriendo y también de todo lo sucedido con Diego de Almagro. Es de suponer que la presencia del juez inquisidor produciría a Pizarro una gran inquietud pues, según escribió al emperador sobre el 15 de junio de 1541 no había dejado en la isla Española proseguir el viaje al contador Cáceres, a quien había enviado un año antes con la propuesta de dividir el territorio conquistado en dos gobernaciones[31]. Por otra parte, Pizarro sabía que su hermano Hernando se hallaba prisionero en Madrid, debido a las presiones y denuncias efectuadas por Diego de Alvarado y sus compañeros sobre el juicio y la ejecución de Almagro. Seguramente que el juez tendría muy en cuenta aquellos hechos, especialmente, cuando oyera las quejas de los almagristas que le aguardaban en Los Reyes.

A la preocupación por estos hechos, se unía la situación de las doscientas setenta leguas ampliadas en su gobernación, las cuales equivalían a unos mil cuatrocientos o mil quinientos kilómetros. Como se ha visto, el 27 de febrero de aquel mismo año de 1539 había expuesto al emperador que el territorio descubierto y conquistado era tan largo que no podía cumplir con el servicio de Dios y con el de la Corona, por lo que suplicaba que se dividiera en dos gobernaciones y que la suya comprendiera desde Túmbez hasta Charcas: ”…habiendo respeto que yo la gané y que mis hermanos me han ayudado a restaurar la tierra e son los que la volvieron sosteniendo este Cuzco al servicio de Vuestra Majestad, tenga por bien que esta tierra se parta en dos gobernaciones y se dé la provincia de Quito a uno de mis hermanos Hernando Pizarro o Gonzalo Pizarro haciendo la raya en el río de Daule que está junto a Túmbez y desde allá a acá arriba se cuente esta gobernación que yo tengo hasta los términos de los pueblos de la provincia de los Charcas y ésta en la tierra adentro e desde Arequipa que está en la costa por amor del puerto por do estos pueblos de la sierra se han de proveer y de allí para abajo se cuenten las provincias de Quito…”[32]. El maestro Raúl Porras Barrenechea dice que aquella demarcación comprendía los territorios que años más tarde conformarían el gran Perú; es decir que Pizarro ya intuyó el contorno que iba a tener el país.

Sin embargo, la aprobación real no llegaba; por eso vuelve a escribir: “…E podré decir que para mi daño e perdición serví y gané tierras a Su Majestad, que será causa que me queje a Dios y al mundo de tan grande agravio y cargo de conciencia y siquiera por cuatro días que me quedan de vida aunque no fuera desleal por mostrarse su Majestad grato había de permitir que gobernara todo lo que gané e sustentado a mi costa para aprovechamiento de su real Corona e patrimonio e no se olvide esta negociación como todas las pasadas, que de ninguna tengo respuesta ni sé lo que se hace y el juez está a la puerta …”[33].

Pero, a pesar de su insistencia, nuevamente pasó bastante tiempo sin que llegara la contestación del emperador; por ello, según ya se ha señalado, envió al contador Cáceres a la península para que personalmente entregara la petición en la corte. Mas Vaca de Castro había obstaculizado el viaje, quizás extraoficialmente conocía que la propuesta no iba a ser atendida pues, a principios de junio del año siguiente, en 1540, la Corona informó a Pizarro de los términos establecidos en las nuevas gobernaciones y que los territorios de Charcas y Arequipa no se hallaban comprendidos dentro de la suya.

Indudablemente, esta respuesta supuso un agravio para el conquistador; nunca había imaginado que le fueran denegados los territorios de aquellas comarcas por él descubiertas, pacificadas y urbanizadas. Los siguientes párrafos expresan la gran amargura que sintió ante ese hecho: “…Habrá seis días que llegó a mi noticia de la partición de esta gober326 nación y do tengo todas mis granjerías y repartimientos y como cosa que tanto me duele despacho un navío con este despacho, antes que el juez llegase, con una carta para su Majestad …”. “…Pido os señor por meced la veáis e conforme a ella en mi nombre pidáis el remedio porque si ansi no se parten estas gobernaciones Su Majestad no puede ser servido y yo quedo gobernador de arenales y el que tuviere a Charcas y Arequipa estará en lo mejor y éste que no lo habrá servido muy prosperado e yo abatido porque he servido puesto que no puedo creer que Su Majestad tal agravio me haga …”. “…E a mi me abate y me pone en el hospital cargado de deudas por sostener la tierra…”[34].

Era cierto, como se ha ido viendo, el gobernador había empleado todo su dinero en realizar nuevas exploraciones, conquistas y fundaciones de ciudades; confiaba en que la explotación de las minas de Charcas le podría resarcir de tantas y tan grandes inversiones, pero no se lo estaban permitiendo. Llegados a este punto es preciso preguntarse por qué la Corona actuó de esa forma: ¿Acaso temía su poder, al igual que temió el de Hernán Cortés, y por ello se lo recortó a ambos…? Fuese por el motivo que fuese, no podía conformarse; había dado toda su vida y fortuna por la Empresa de Levante y así se lo expresa al emperador sobre el 15 de junio de 1541 en otra carta en la que vuelve a reiterar la conveniencia de dividir las gobernaciones, como llevaba proponiendo desde dos años atrás, para el buen gobierno de la tierra y asimismo pide que, cuando llegara el juez Vaca de Castro, las estableciera según las demarcaciones que había establecido; pero ahora el tono de Pizarro ya no era de queja, sino exigente y casi desafiante: “…E puesto que al servicio de Vuestra Majestad así conviene e al remedio de las tierras teniendo respeto a que yo lo he descubierto e pacificado e poblado e sustentado e pagado e gastado en ello toda mi hacienda e como a primer descubridor e poblador e sustentador Vuestra Majestad como señor agradecido tiene obligación a darme el galardón que se me debe e vuestra Majestad suele dar a quien le sirve mayormente que no pido nueva merced ni nuevas tierras de las doscientas e setenta leguas que tengo en la gobernación que Vuestra Majestad me hizo merced e merecía yo antes que tan grandes servicios hubiese hecho a la Corona real e que se me den en aquello que en servicio de Vuestra Majestad mejor e más cómodamente yo puedo gobernar que es de los términos de la ciudad de San Miguel acá adelante hasta que se acabe [y] de allí comience el Nueva Toledo pues yo dejo tierra para otro gobernador…”[35].

Era su Perú, por eso había dicho a Diego de Alvarado que “su gobernación llegaba hasta Flandes”; estaba convencido de que nadie más que él podía disponer o dividir los territorios, ni siquiera Carlos V, y tal convencimiento llevaba consigo que no se conformara con la demarcación establecida por el monarca. En esos momentos, los límites de su gobernación y las intenciones de Vaca de Castro no le dejaban ver, o tal vez no quería ver, un gravísimo peligro que le acechaba muy de cerca y, aunque varias veces había escrito al emperador que le quedaba poca vida, no podía imaginar que no se equivocaba, que aquellas serían las últimas cartas que le enviaba y que nunca iba a llegar a conocer al temido juez.

Junto con el problema planteado por la división de las dos gobernaciones y las intenciones del juez Vaca de Castro, su gran fidelidad al emperador le creaba otra  preocupación: todo el territorio  pacificado tenía que estar puesto bajo la Corona de Castilla y para ello debía fundar ciudades; Manco Inca lo impedía con sus continuos ataques, de ahí que el 7 de mayo de 1541 ordenara al teniente de Arequipa, y a los de otras ciudades, que recolectaran mil pesos entre los vecinos para sufragar otra campaña contra el Inca, que tenía decidido llevar a cabo en el próximo verano[36].

Sin embargo no daba importancia al latente peligro que amenazaba a su propia persona, aunque muchas voces se lo venían avisando: era el propósito que tenían Diego de Almagro, el Joven, y sus partidarios de terminar con su vida, a pesar de que había intentado congraciarse con el muchacho llevándole a vivir con él en su casa y pidiendo al emperador que le ayudara económicamente: “Don Diego, hijo del adelantado, que Dios tenga en el Cielo, queda muy pobre. Tengo por él [el] amor que a su padre tuve, aunque él en muerte y en vida procuró mi daño y mi deshora, por la crianza que en mi casa tomó y porque yo le he de tener por hijo suplico a Vuestra Majestad muy humildemente tenga de él memoria y le mande hacer mercedes, pues haciéndolas a él las recibo yo, pues su padre sirvió a Vuestra Majestad y no le queda otro bien sino el que Vuestra Majestad le mande hacer…” [37] Pero el joven, muy unido a los capitanes del adelantado, nunca pudo perdonar la muerte de su padre y su malestar fue creciendo conforme pasaba el tiempo y ni él ni sus hombres conseguían salir de la pobreza que les embargaba desde que habían regresado de Chile; por todo ello, el 26 de junio de 1541 asesinaron al gobernador.

Como colofón baste decir, que en esta somera exposición sobre la vida y hechos de Francisco Pizarro, se ha pretendido dejar patente, en muchos momentos bajo su propia voz, la transformación del soldado analfabeto y endurecido por infinidad de batallas, deserciones y problemas con los subordinados, en el estadista y legislador que no dudó en manifestar su sensibilidad hacia el pueblo vencido y, sobre todo, sus afanes para conseguir llevar a cabo la labor civilizadora, que se había propuesto, en la gobernación que dirigía.

En tal sentido, el Doctor Arturo Chipoco, Cónsul general del Perú en España, en el prólogo que ha realizado en “Francisco Pizarro. El hombre desconocido” del que soy autora, dice: “Se ha dicho que Francisco Pizarro fue ignorante, sin embargo el camino forjado en el Nuevo Mundo lo desdice, dada la realidad conocida, es decir la historia escrita, se puede afirmar que Pizarro actuó con inteligencia para identificar a sus socios, para hacerse reconocer sus futuros derechos y posesiones sobre las nuevas tierras por el Rey Carlos V, porque supo dirigir y mandar sus ejércitos, porque hizo las alianzas necesarias para lograr victorias estratégicas, porque se erigió en el líder indiscutible de sus tropas, y finalmente porque en la práctica, fue el señor de un reino más grande y más rico de aquel que provenía”

[1] Cieza de León. Tercera parte de las Guerras Civiles del Perú: Guerra de Chupas, pg. 22. Administración García Rico y Cª, [s.a.]) Madrid.

[2]Jose Antonio del Busto. Francisco Pizarro. El marqués gobernador. Buenos Aires, 2007. Pg. 12.

[3] Barlleta Villarán. Breve historia de Francisco Pizarro, Ediciones Nowtilus, pg. 30.

[4] Francisco de Jerez. Verdadera  relación de la conquista del Perú, pg 195. Biblioteca Peruana, T. I. Lima. 1968.

[5] Cieza de León. Descubrimiento y conquista del Perú, pg. 114 Editorial Dastin . Madrid 2001.

[6] Miguel de Estete. Noticia del Perú, pg. 348. Biblioteca Peruana, T. I. Lima 1968.

[7] Historia General y natural de las Indias. Tomo V, pg. 31. Ediciones Atlas. Madrid 1992.

[8] Cieza de León. Descubrimiento y conquista del Perú pg. 73. Editorial Dastin. Madrid 2001.

[9] Lourdes Díaz-Trejuelo: Pizarro. El conquistador del fabuloso Perú, Anaya, 1988.

[10] Guillermo Lhomann Villena. Francisco Pizarro. Testimonio, pgs. 304, 312. CSIC. Madrid 1986.

[11] Guillermo Lhomann Villena. Francisco Pizarro. Testimonio, pg. 287. CSIC. Madrid 1986.

[12] Pedro Pizarro. Relación del descubrimiento y conquista de los reinos del Perú, pg 492. Biblioteca Peruana. Lima 1968.

[13] El diario de Inés Muñoz. El encuentro de dos mundos, pg. 1. Grupo Gastronata. Lima.

[14] El diario de Inés Muñoz. El encuentro de dos mundos, pg.2. Grupo Gastronauta. Lima.

[15] Pedro Sancho. Relación para su Majestad, pg. 278. Biblioteca Peruana. Lima 1968.

[16] Francisco de  Jerez. Verdadera  relación de la conquista del Perú, pg 261. Biblioteca Peruana, T. I. Lima 1968.

[17] Pedro Pizarro. Relación del descubrimiento y conquista del Perú, pg. 482. Biblioteca Peruana, Lima 1968.

[18] José Antonio del Busto Francisco Pizarro. El marqués gobernador, pg 172. Lima 1978.

[19] Guillermo Lhomann Villena. Francisco Pizarro. Testimonio, pgs. 149-1551. CSIC. Madrid 1986.

[20] Guillermo Lhomann Villena. Francisco Pizarro. Testimonio, pg. 155. CSIC. Madrid 1986.

[21] Pedro Pizarro. Relación y conquista de los reinos del Perú, pg. 513. Biblioteca Peruana. Lima 1968.

[22] Lhomanna Villena, Francisco Pizarro. Testimonio, pgs. 157, 158, 159. CSIC. Madrid 1986.

[23] Lhomanna Villena, Francisco Pizarro. Testimonio, pg. XVII. CSIC. Madrid 1986.

[24] Juan de Betanzos. Suma y narración de los Incas, pg. 231. Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Lima 2010.

[25] Jaime Ariansen: El diario de Inés Muñoz, pg. 8. Grupo Gastronauta. Lima.

[26] Juan de Betanzos. Suma y narración de los Incas, pg. 319. Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Lima 2010.

[27] Guillermo Lhoamann Villena. Francisco Pizarro, Testimonio, pgs. 312-317. CSIC. Madrid 1986.

[28] Guillermo Lhoamann Villena. Francisco Pizarro, Testimonio, pg. 50. CSIC. Madrid 1986.   

[29] Guillermo Lhoamann Villena. Francisco Pizarro, Testimonio, pg. 51. CSIC. Madrid 1986.

[30] Guillermo Lhoamann Villena. Francisco Pizarro, Testimonio, pgs. 195-198. CSIC. Madrid 1986.

[31] Guillermo Lhomann Villena. Francisco Pizarro, Testimonio, pgs. 62-63 CSIC. Madrid 1986.

[32] Guillermo Lhomann Villena. Francisco Pizarro, Testimonio, pg. 55 CSIC. Madrid 1986.

[33] Guillermo Lhomann Villena. Francisco Pizarro, Testimonio, pg. 62 CSIC. Madrid 1986.

[34] Guillermo Lhomann Villena. Francisco Pizarro, Testimonio, pg. 62 CSIC. Madrid 1986.

[35] Guillermo Lhomann Villena. Francisco Pizarro, Testimonio, pg. 64 CSIC. Madrid 1986.

[36] Guillermo Lhomann Villena. Francisco Pizarro, Testimonio, pg. 144. CSIC. Madrid 1986.

[37] Guillermo Lhomann Villena. Franciscalo Pizarro, Testimonio, pg. 56. CSIC. Madrid 1986.

 

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